Homenaje al Profesor Gaspar Risco Fernández (public.)

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Homenaje al Profesor Gaspar Risco Fernández Ruth Ramasco de Monzón Universidad Nacional de Tucumán Algunas generaciones construyen sus obras en soledad; a otras, como a la nuestra, les ha sido dado tener maestros. No simplemente profesores, a cuyas clases se asiste, o cuyas interpretaciones asombran, defraudan, o dejan indiferentes; no: nuestra generación ha poseído maestros en esa difícil y hermosa tarea que es la reflexión filosófica. Las palabras que siguen buscan ser un homenaje a uno de esos maestros, el Profesor Gaspar Risco Fernández, hasta el año 2003 profesor titular de la cátedra de Historia de la Filosofía Medieval de la UNT. En las valijas que el Profesor Risco trajo de España, de la Universidad de Salamanca donde se había licenciado en Filosofía y en Teología, en esas valijas vinieron su formación escolástica y su atracción por el Medioevo, especialmente por la figura de Tomás de Aquino. Pero lo que traía no era una rígida medida del pensamiento, ni un molde al que todo pensamiento debía conformarse, sino la certeza de que la experiencia del pensar debía volverse una instancia de transmisión, el hallazgo de otros que asumieran y volvieran a significar lo recibido desde nuevas coordenadas históricas; es decir, la Escolástica le había proporcionado la fortísima impronta que lo llevaba a buscar que el conocimiento se volviera enseñanza, y esta impronta desechaba de plano toda mítica contradicción entre recepción y originalidad. Ahora bien, lejos de ser la Filosofía y la Teología sellos que clausuraran su inteligencia, se transformaron en impulsores de su atracción hacia otras manifestaciones de la experiencia humana, sobre todo de la Literatura y el Cine. Quienes asistieron a sus clases de Medieval en los años 70, asistieron también a cursos sobre Marechal o Dostoyevski, y a algunos de los múltiples cines debates que dirigía incansablemente en los ámbitos más diversos del espacio tucumano, como también a sus charlas sobre Bergman. El hombre diciéndose a sí mismo en otras claves y otros lenguajes atraía su atención con tanta fuerza como el estricto lenguaje de la Filosofía. Dicha atracción lo volvió un interlocutor atento a toda la producción poética de Tucumán. En esa extraña alquimia de las vidas singulares, y con una cierta lejana remembranza del Poema de los Dones de Borges, su 1

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Homenaje al Profesor Gaspar Risco Fernández

Ruth Ramasco de MonzónUniversidad Nacional de Tucumán

Algunas generaciones construyen sus obras en soledad; a otras, como a la nuestra, les ha sido dado tener maestros. No simplemente profesores, a cuyas clases se asiste, o cuyas interpretaciones asombran, defraudan, o dejan indiferentes; no: nuestra generación ha poseído maestros en esa difícil y hermosa tarea que es la reflexión filosófica. Las palabras que siguen buscan ser un homenaje a uno de esos maestros, el Profesor Gaspar Risco Fernández, hasta el año 2003 profesor titular de la cátedra de Historia de la Filosofía Medieval de la UNT.

En las valijas que el Profesor Risco trajo de España, de la Universidad de Salamanca donde se había licenciado en Filosofía y en Teología, en esas valijas vinieron su formación escolástica y su atracción por el Medioevo, especialmente por la figura de Tomás de Aquino. Pero lo que traía no era una rígida medida del pensamiento, ni un molde al que todo pensamiento debía conformarse, sino la certeza de que la experiencia del pensar debía volverse una instancia de transmisión, el hallazgo de otros que asumieran y volvieran a significar lo recibido desde nuevas coordenadas históricas; es decir, la Escolástica le había proporcionado la fortísima impronta que lo llevaba a buscar que el conocimiento se volviera enseñanza, y esta impronta desechaba de plano toda mítica contradicción entre recepción y originalidad.

Ahora bien, lejos de ser la Filosofía y la Teología sellos que clausuraran su inteligencia, se transformaron en impulsores de su atracción hacia otras manifestaciones de la experiencia humana, sobre todo de la Literatura y el Cine. Quienes asistieron a sus clases de Medieval en los años 70, asistieron también a cursos sobre Marechal o Dostoyevski, y a algunos de los múltiples cines debates que dirigía incansablemente en los ámbitos más diversos del espacio tucumano, como también a sus charlas sobre Bergman. El hombre diciéndose a sí mismo en otras claves y otros lenguajes atraía su atención con tanta fuerza como el estricto lenguaje de la Filosofía. Dicha atracción lo volvió un interlocutor atento a toda la producción poética de Tucumán.

En esa extraña alquimia de las vidas singulares, y con una cierta lejana remembranza del Poema de los Dones de Borges, su inclinación por el mundo de la imagen fue en él durante años el revés de la trama de una progresiva pérdida de su capacidad visual. La agudeza de su inteligencia se hallaba acompañada permanentemente por la fragilidad de su percepción física, por ese mundo multifacético de experiencias que se escapaban de su vista, pero al que su inteligencia y su sensibilidad abiertas continuaban persiguiendo sin cesar. Quizás haya sido esta confluencia, conocida o no por sus alumnos, la que muchas veces logró transmitirles la convergencia de vigor y fragilidad que supone la experiencia del pensamiento en la vida humana. La decisión de entender, incluso en los tramos donde los límites se volvían más estrechos, lo abrió al mundo de la radio y la cultura popular. Mientras sus ojos padecían las operaciones, sus oídos le entregaban los caminos de la oralidad.

En tanto su inteligencia transitaba diversas direcciones, su definitivo arraigo en Tucumán fue convocando su atención hacia la comprensión del NOA argentino. Dirigió el Consejo de Difusión Cultural; participó en la Peña del Cardón; constituyó, junto a colegas como Orlando Lázaro, Francisco Juliá, Luis García y otros, el CER, Centro de Estudios Regionales. La región NOA se transformó en el territorio inexplorado de sus desvelos; su producción posterior lo atestigua, sobre todo en los escritos que recogen artículos de los años setenta y ochenta, como Cultura y Región,

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Tucumán, mito, aventura y misterio, Los otros testigos, etc. La aventura del pensamiento fue experimentada como descubrimiento y colaboración con la tarea de identidad de una región postergada. Para ello, buscó luces en su formación escolástica, sobre todo en aquellos pensadores como Francisco de Vitoria y Bartolomé de las Casas, que establecieron la crítica de la razón colonizadora.

Su tarea docente experimentó una nueva inflexión en los rigores de la dictadura militar. Como muchos otros profesores de nuestra casa, el profesor Risco fue dejado cesante. Con palabras del mismo Gaspar, “hay muchas formas de matar a otro ser humano”. Al desamparo de la inseguridad y de la obvia catástrofe económica que ello supone en cualquier vida, se sumó aquella asfixia que es propia de quien ha tornado a la reflexión la tarea de su vida: los frutos del pensamiento no podían ser ofrecidos a nadie. Entre el pensador y la vida pública se había establecido un muro intangible, el producido por la coacción del silencio. Es en ese tramo donde va a desarrollarse el Centro de Estudios “In Veritatem”, pues a los ojos del Profesor Risco era necesario concentrarse en el estudio, hacer pie en él, porque la lucidez no era ahora sólo la tarea elegida sino la acción imprescindible. Hay que pensar en los márgenes cuando los centros se cierran, pero es necesario seguir pensando.

Cuando volvió a la Universidad con el retorno de la democracia, dejó atrás años de trabajo en INCUPO, el Instituto de Cultura Popular, que lo había acogido en su seno. Pero no quedó atrás la constitutiva inseguridad de la inserción de un intelectual en su medio, la fragilidad de su posición, las puertas que se cierran o se abren con un ritmo inexplicable y casi fortuito.

He dejado para el final dos aspectos de la trayectoria del Profesor Risco que creo son tangiblemente presentes para todos los que lo conocen. El primero de ellos es su talante dialógico; el segundo, su irreductible planteo del vínculo del hombre con el Absoluto, tal como éste ha sido revelado en Jesucristo.

Sus clases, sus extensas discusiones sobre la producción escrita de otros, su relación con sus pares o con sus alumnos, sus conferencias, su actuación pública, han puesto siempre de manifiesto una constante: nos encontramos frente a una persona que está dispuesto a hablar, a establecer el juego intersubjetivo del encuentro, de la confrontación, de la inmersión en las palabras del otro para buscar sus supuestos, interpelarlos y dejarse interpelar por ellos. El diálogo se establece en diversos niveles: la oferta del interés genuino al interlocutor encontrado en un debate, o a la salida de una conferencia, o en una mesa de café circunstancial, o en un remoto lugar de nuestros valles; o la pregunta desafiante al alumno, que experimenta que sus palabras y su vida no son insignificantes, sino abiertas a la construcción y el proyecto; o el ámbito de la amistad y la confidencia, donde las vidas humanas pueden sentirse acompañadas y acogidas.

En lo que respecta a lo segundo, no cabe sino decir que la experiencia de pensamiento del Profesor Risco Fernández se ha encontrado siempre atravesada por una nítida pregunta por el Absoluto, por una pregunta que buscaba hacerse cargo de la incompletitud de nuestro ser, de la intranquilidad de la inteligencia que no puede sino indagar, porque jamás abandona su carácter asintótico. Gaspar no ha pretendido abandonar esa pregunta; por el contrario, ha considerado que la misma, en vez de apagar a las otras, era el impulso que las renovaba, la razón para no dejar de hacerlas. Jamás ocultó la fuente de donde provenía su interés por la tarea intelectual, la nítida identidad cristiana de su búsqueda. Por ello, a la vez que recorre apurado los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán, sus ojos, sus espaldas, su pensamiento y su palabra asumen la exigente tarea de la pertenencia viva al catolicismo, ya sea en la Universidad Católica, o en el Seminario

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Mayor, o en las innumerables instancias de reflexión y comunicación donde es solicitado para que ausculte como teólogo el Misterio del Dios vivo en los acontecimientos de la historia y la cultura. Gaspar pensó y piensa la cultura, pero quizás más correcto sería decir que escudriña en la cultura aquello que en ella es “sólo gracia devuelta a sí misma”, sólo vida de Dios que brota de Él y pide ser devuelta a su origen.

Por todo ello, vuelvo a la idea con la que he comenzado: gracias, Gaspar, por habernos dado la oportunidad de que nuestra reflexión se volviera adulta junto a un maestro.

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