Heinink, J B y Dickson, R G - Jardiel Poncela en Hollywood, La Melodía Prohibida

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 La m e lo d ía p ro hi b i d a  Jardiel Poncela en Hollywood: La m e lod ía p r o hi b i d a   po r Juan B . Hein ink y Ro bert G. Dickson Enrique Jardiel Poncela solía hablar de su paso por Hollywood en un tono entre indiferente y despectivo, como si el trabajo que allí realizó para los estudios californianos no hubiera sido más que un pasatiempo inútil. Lo malo de Jardiel es que era plenamente consciente de su enorme talento y ello le llevaba a pensar que casi todo cuanto hacía quedaba, en mayor o menor medida, por debajo de su  pote ncia l crea tiv o. Cie rto es que en su prim er viaj e a Holl ywo od no tuvo oportunidad de participar en ningún proyecto de especial relieve, porque tampoco los hubo. En 1932, los procesos de producción de cine sonoro todavía se encontraban a la busca de una fórmula satisfactoria y Jardiel había sido contratado para desempeñar un cometido ta n ingrato y super fluo como lo era la adaptación de diálogos al castellano con destino al doblaje de películas americanas o para el rodaje de versiones españolas exportables hacia países de habla hispana. Así pues, y dejando de lado otras colaboraciones aún menos substanciales, entre octubre de 1932 y marzo de 1933, Jardiel sacó adelante los doblajes de  El beso red entor  (Wild Girl , 1932) y Seis horas de vida  (Six Hours to  Live , 1932), además de la adaptación cinematográfica de  La melodía prohibi da, film dialogado y cantado en español que produjo la Fox en 1933 bajo la dirección de Frank Strayer, y del que, al parecer, no se conserva ni negativo ni copia alguna. Entre la información que recopilamos para elaborar nuestros libros Cita en  Holl ywo od  (1991) y la segunda parte de  Los que pasaron por Holl ywood  (1992), hay varios documentos que guardábamos en reserva y que ahora nos permiten reconstruir al detalle el proceso de realización de  La melodía prohibida. Fue a  prim eros de dici embr e de 1932 cuando al escritor John Stone, bajo cuya

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    La meloda prohibida

    Jardiel Poncela en Hollywood: La meloda prohibida

    por Juan B. Heinink y Robert G. Dickson

    Enrique Jardiel Poncela sola hablar de su paso por Hollywood en un tonoentre indiferente y despectivo, como si el trabajo que all realiz para los estudioscalifornianos no hubiera sido ms que un pasatiempo intil. Lo malo de Jardiel esque era plenamente consciente de su enorme talento y ello le llevaba a pensar quecasi todo cuanto haca quedaba, en mayor o menor medida, por debajo de su

    potencial creativo. Cierto es que en su primer viaje a Hollywood no tuvooportunidad de participar en ningn proyecto de especial relieve, porque tampocolos hubo. En 1932, los procesos de produccin de cine sonoro todava seencontraban a la busca de una frmula satisfactoria y Jardiel haba sidocontratado para desempear un cometido tan ingrato y superfluo como lo era laadaptacin de dilogos al castellano con destino al doblaje de pelculasamericanas o para el rodaje de versiones espaolas exportables hacia pases dehabla hispana. As pues, y dejando de lado otras colaboraciones an menossubstanciales, entre octubre de 1932 y marzo de 1933, Jardiel sac adelante los

    doblajes deEl beso redentor(Wild Girl, 1932) y Seis horas de vida(Six Hours toLive, 1932), adems de la adaptacin cinematogrfica de La meloda prohibida,film dialogado y cantado en espaol que produjo la Fox en 1933 bajo la direccinde Frank Strayer, y del que, al parecer, no se conserva ni negativo ni copiaalguna.

    Entre la informacin que recopilamos para elaborar nuestros libros Cita enHollywood(1991) y la segunda parte de Los que pasaron por Hollywood(1992),hay varios documentos que guardbamos en reserva y que ahora nos permiten

    reconstruir al detalle el proceso de realizacin de La meloda prohibida. Fue aprimeros de diciembre de 1932 cuando al escritor John Stone, bajo cuya

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    responsabilidad funcionaba el departamento extranjero de los estudios Fox, se leocurre la idea de una pelcula ambientada en los mares del sur de cara a un

    prximo vehculo de lanzamiento del popular cantante Jos Mojica, y le encargaa Eve Unsell que fuera desarrollando el argumento, mientras el guionista

    neoyorquino Paul Perez, de ascendencia portuguesa, se ocupaba de convertirlo enimgenes. Ya en enero de 1933, una vez concluido el trabajo de Eve Unsell,entrarn en el proyecto el msico William Kernell, llamado en esta ocasin allevar la continuidad, y Enrique Jardiel Poncela, quien entre el 9 de enero y el 25de febrero se dedicar a traducir del ingls y redactar en castellano el conjunto delguin, incluidos dilogos y letras de canciones.

    El rodaje dur tres semanas, del 21 de febrero al 11 de marzo y, aunque noexiste constancia de ello, todo parece indicar que Jardiel intervino en el mismo enfunciones de director de dilogos o supervisor escnico. Al protagonista JosMojica, para quien estaba destinado el papel del prncipe Kal, le acompaaronlas actrices Conchita Montenegro y Mona Maris, como Tuila y Peggy,respectivamente, y un reparto integrado por Romualdo Tirado (Al Martin), JuanMartnez Pla (Bob Grant), Carmen Rodrguez (ta Olivia), Antonio Vidal (elgobernador), Ralph Navarro (Tom Nichols), Agostino Borgato (Win Ta Tu),Charles Bancroft (Ricky Doyle) y Soledad Jimnez (Fa Uma).

    La meloda prohibida se proyect por primera vez en una funcin depreestreno que tuvo lugar el 31 de julio de 1933 en el Teatro Loew's State de Los

    ngeles, entrando en distribucin comercial a partir de septiembre. En los ttulosde crdito, en su apartado literario, figuraba escuetamente: Adaptacincinematogrfica de Paul Perez y Enrique Jardiel Poncela, de modo que losnombres de Eve Unsell y William Kernell se perdieron por el camino, cosa

    bastante habitual en la industria del cine americano.

    El desarrollo argumental reproducido a continuacin pertenece al narradorannimo que lo redact para Ediciones Bistagne en 1933 y que dicha editorialcatalana public por entonces en forma de novela cinematogrfica. Cabe suponer

    que los dilogos fueran extrados de la propia pelcula y que algo en ellos habrde Jardiel, aunque aparentemente renunciara a su autora cuando en el prlogo dellibroExceso de equipaje(1943) adverta estampado en maysculas, para no dejarlugar a dudas, que todo cuanto no estuviera incluido en alguno de los tomos quel mismo recopil no es mo ni lo acepto como escrito por m. Cualquiera

    puede comprobar que La meloda prohibidano consta en su coleccin de obrascompletas, pero tampoco sus restantes adaptaciones para el cine, y resulta difcilcreer que renegara de ellas en bloque sino que, ms bien, las considerara fuera delmbito estrictamente literario.

    Las canciones intercaladas a lo largo del relato corresponden a los siguientes

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    ttulos:Pas ideal(The Islands Are Calling Me), Siempre(Till the End of Time),La cancin del paria (Derelict Song) y La meloda prohibida (ForbiddenMelody), compuestas por Harry Akst, con letras en ingls de L. Wolfe Gilbert,adaptadas al castellano por Jos Mojica y Enrique Jardiel Poncela. Tambin

    aparecen fragmentos de Como t y yoy Cuando me vaya (When I Go Away),ambas con letra y msica de Mara Grever.

    2001 byJuan B. Heinink & Robert G. Dickson

    La meloda prohibida

    Argumento de la pelcula

    Las islas del Sur son como islas de poesa y de ensueo, parques de fecundavegetacin donde las palmeras gimen mecidas por los vientos adormecedores.Islas de Paraso, donde muchas veces, los que buscan un rincn de soledad para elamor, van a recalar a ellas como a la tierra prometida que sirva de escenario a lainquietud de su pasin.

    La cancin indgena las describe con un fuego de emocin y de verdad:

    Pas de amor

    de luz y color;no hay nada igual

    que mi tierra!

    Las palmas,

    las flores.

    La mujer!

    La brisa.

    Los mares de cristal!Vivir, morir!...

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    Vivir, morir!...

    Soar y querer!

    Mi tierra es el ideal!

    Los que nacieron en su suelo generoso lo adoran como amantes que cada daencontrasen en la amada una tonalidad distinta. Su tierra era de una bellezaincomparable, idealizada por graciosos perfumes que se renuevanincesantemente.

    Sus hijos son hermosos como ella. Altos, vigorosos, de lneas de gladiador sushombres, razas fuertes y llenas de salud, no desgastadas por los vicios de unacivilizacin suicida: sus mujeres, bellas y magnficas, de cuerpos esbeltos yfirmes, de ojos negros y puros, baados, siempre por el viento y el sol.

    El amor tiene la gracia de los ritos primitivos, sin complicaciones, niperversidades, dulce como la brisa del amanecer.

    Gentes aisladas de los grandes ncleos modernos, su vestidura recuerda la de losantiguos moradores y van casi desnudos con la graciosa coquetera de los grandescollares de flores naturales, renovadas todas las maanas y llenas an del roco dela aurora.

    Amar, trabajar, orar... esta es la triloga de los habitantes de aquellas islasafortunadas que el ms fiero de los mares, el Pacfico, conservara en susdominios para llenarse de vez en cuando de su aura voluptuosa.

    Kal era el prncipe de una de las islas que pueblan tal paraso. Era un jovenmoreno, de cabello negro y abundante, oscuros y ardientes ojos donde florecasiempre una chispa de alegra y de ingenio, facciones enrgicas y dulces a la vez,con los labios entreabiertos por una sonrisa de bondad.

    Todas las mujeres de la isla haban soado con el amor de aquel prncipe,

    esbelto como un Apolo, vigoroso y firme como un campen.

    La sonrisa retratada siempre en el rostro de Kal haba hecho alentar muchasesperanzas, encender en esos altares de sentimiento que son el corazn de lasmujeres, las lucecillas de un escondido culto. Pero pronto el prncipe eligi a unade ellas como favorita y compaera, como la novia predestinada por los dioses.Se llamaba Tuila y era de las ms bonitas del lugar.

    Las muchachas se resignaron con la eleccin, acallando sus ilusionesirrealizables y gozando del deleite voluptuoso de amar lo que es ya un imposible.Sin celos, sin rencores, se alegraban de la dicha de Kal, convencidas de que los

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    dioses a veces son clementes con quienes esperan...

    Aquella noche deban celebrarse las fiestas para anunciar solemnemente elcompromiso de boda. Y todos, comenzando por Kal, mientras se dedicaban

    lentamente a la tarea de quitar la corteza a los grandes cocos, rean comochiquillos, paladeando de antemano la hora mgica de la noche.

    Win Ta Tu, hombre viejo y de gran influencia en la isla, ms que nada por suvejez que le daba un derecho patriarcal aun sobre el mismo prncipe, les ri

    bondadosamente:

    -Vamos, vamos, a trabajar... Esto debe acabarse antes de media noche.

    Y como viera que Kal segua bromeando con sus amigos, le mir con fingida

    seriedad.

    -Kal, pero es que no has de pensar ms que en jugar y divertirte? Quieresser un nio toda la vida?

    Kal ri y abri los brazos como queriendo recoger la luz y el aroma delambiente:

    -S, el mayor tiempo que pueda, Win Ta Tu. La vida es corta y la juventud sepasa pronto.

    -S, s, pero aqu tienes a tus amigos que han estado pescando toda la maanalo necesario para la fiesta de esta noche, mientras que t enredabas por ah...

    -Bah!... No creo que yo les haya hecho mucha falta. Adems, la fiesta de estanoche es para celebrar mi compromiso de boda. T crees que se debe trabajarcuando se est de fiesta?... Anda, alegra esa cara, viejo grun.

    -Vamos, vamos, al trabajo.

    Y el mal humorado Win Ta Tu, que, ya en plena vejez, daba poca importanciaa las pasiones juveniles, continu en su labor de cada da, ayudado por los demshombres de la tribu, mientras Kal, alegremente, se alejaba de all, pues habavisto a su novia con otras muchachas en un cercano bosque de palmeras...

    Tuila le vio tambin y coquetamente huy corriendo a ocultarse entre unosarbustos...

    El prncipe la llamaba con su dulce voz que al pronunciar el nombre de Tuila

    pareca acariciar...

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    Pas entre las bellas muchachas de la aldea que le sonrieron vidas de supalabra y de su mirar... A todas las mir sonriente, pero luego continu corriendopor el bosque hasta encontrar a la linda novia, juguetona y traviesa.

    La retuvo en sus brazos, fuertes y suaves a la vez.-Conque esas tenemos, Tuila? Ya te ensear yo a que te escondas de m.

    -No me escondo. Ya sabes que te quiero. Qu feliz soy, Kal!

    -Y lo sers siempre.

    Respiraba ella, gozosa, esa nueva vida con que el amor llena a losenamorados. Le quera con toda su alma, con la sangre de su corazn, con su vida

    entera, que se la hubiera sacrificado con gusto. Le amaba, an ms de lo que lcrea. Hay mujeres que tienen tesoros incalculables de ternura y que no quierenmostrarlos todos, con la ntima modestia de su espritu. Tuila era una de estas.

    Sus ojos miraron hacia lo alto, hacia la ruta por donde habra de declinar elsol. Sigui su curso, contemplando la lnea invisible del horizonte que marcara lahora de la ceremonia.

    -Oh, Kal! - continu, estrechndose contra l-. Cuando pienso en que estanoche se celebrarn nuestros esponsales...

    -Y yo cada vez que pienso en que la semana que entra estaremos casados... Metienes que dar un anticipo...

    -Un anticipo?

    -S. Un beso.

    Ella hizo un gracioso mohn.

    -Ahora mucho pedir besos y cuando estemos casados no querrs ninguno.

    -Que no querr ninguno? Tontuela. Si no podra vivir sin ti!

    Y mientras la acariciaba tiernamente con la dulzura del hombre noble y puro,cant una cancin de ritmo dulcsimo, con ese deseo de todas las razas libres y detodos los hombres victoriosos, de cantar... Cant con una voz magistral,aterciopelada, voz que tambin era caricia:

    Vmonos untos corriendopor los caminos de flores,

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    por los caminos de flores,

    que son testigos de amores,

    y no pueden repetir todo

    lo que yo te cuento,los besitos que te doy

    eso se lo lleva el viento,

    y sin que nadie lo sepa

    ms que t y yo.

    Ahhhh, ahhh... ah... ummm!

    Cunto voy a gozar!

    Ahhhh... ah... ah!...

    Cuando te vuelva a besar!

    Y aunque al principio te enojes,

    y hasta te quieras volver,

    despus de haberte besado

    ya te lo preguntar.

    Vmonos, negra del alma,

    y no me digas que no,

    que aunque ninguno lo crea,nadie se quiere en el mundo,

    como t y yo.

    Se besaron. Oh divina miel de los primeros besos inolvidables!... Corrieronpor aquellos caminos orlados de las flores de ms sugestivo color entre lossenderos propicios a largas plticas amorosas... Y as en este largo deambular, lessorprendieron las dems muchachas, quienes llevaban para Tuila unas coronas de

    flores, tejidas por sus manos.Pero Tuila, un poco enfadada porque les haban interrumpido en su idilio, no

    pareca muy contenta de aquellos collares y los rechaz disgustada.

    -No me gusta esta corona.

    -Y sta?

    -Tampoco.

    -No te gusta ms este collar? -indic otra de las amigas.

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    -No, no.

    -Este s que te va a estar bien...

    Al fin acall sus protestas, mientras Kal, echndole un beso, se alejaba parair a reunirse con sus camaradas, pues era preciso, antes de la noche, ir todava de

    pesca y arrancar al mar algunas de sus presas ms hermosas.

    ***

    Un yate bordeaba las playas incomparables de la isla. Era el yate de missPeggy, una joven millonaria norteamericana que, vida de novedades yemociones, haba salido de su pas en un viaje por tierras exticas.

    Peggy era una mujer rubia, bonita, que gustaba de la aventura, y de cosas quehicieran ms intenso el panorama de su juventud. Ms cuidadosa de su parte debelleza fsica que de su parte moral, todo lo sacrificaba a su capricho, a suvoluntad de nia mimada, que an no ha encontrado el amor y anda desorientaday sola en medio del bullicio y como desplazada de s misma.

    Peggy se hallaba sobre cubierta en compaa de su ta Olivia, vieja solteronacuya vida haba sido una cadena de romnticos e irrealizables amores, y de susamigos Bob Grant y Tom Nichols, invitados a la gira martima. Todoscomentaban el panorama esplendoroso y lujuriante que contemplaban sus ojos, la

    belleza de las playas llenas de palmeras, tras de las cuales se adivinaba unavegetacin de paraso.

    El capitn se acerc a ellos y seal la lnea de la playa, verdosa de flora:

    -Aqu tienen ustedes la Isla del Paraso, seores. Es como lo que debi ser elparaso de nuestros padres.

    -Lstima que nuestros primeros padres lo hubiesen perdido! -dijo el seor

    Grant, famoso empresario de California.

    -Debe de ser una maravilla! -coment Peggy-, Mira, ta Olivia, qupreciosidad!

    -S, una preciosidad! -murmur la dama otoal y melanclica-. Pero creo quems nos vala volvernos y no desembarcar. He odo decir que en estas islas lecomen a uno vivo las serpientes.

    Una explosin de risas coron sus palabras.

    Grant pregunt sonriente al capitn:

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    -Y dgame usted, por qu le llaman la Isla del Paraso?

    -Quiz porque los nativos casi nunca reciben la visita de los blancos.

    Peggy segua entusiasmada ante aquel paisaje de leyenda, entrevisto en suslecturas y que ahora tena delante, como la caja misteriosa de la ilusin.

    -Y los indgenas son tan hermosos como se les describe en las novelas?

    Tom Nichols, tipo flemtico de yanqui rico, a quien slo interesan las cosas demodo superficial, afirm:

    -Puede que en las novelas se exagere.

    -Realmente son una raza magnfica -advirti el capitn.-Me muero por conocerlos...

    Y la ansiosa Peggy lanz un suspiro y extendi los brazos como s quisierafundir entre ellos a la isla paradisaca.

    Tom se ech a rer.

    -Siempre en busca de nuevas sensaciones, verdad, Peggy?

    -Y por qu no? Quiero disfrutar de todo lo que la vida d de s... de todo.

    -Eres muy joven y no ests cansada.

    -Estoy deseosa de muchas cosas, de muchas aventuras... Quisiera serexploradora, herona, cazadora, descubridora de mundos nuevos... y, ya ves, soyuna muchacha que se aburre.

    -Hasta que te enamores de alguien.

    -Eso no. Hago como t. Libre siempre.

    Tom se ech a rer. Era hombre poco dado al amor y prefera los viajes por elplaneta al viaje largo hacia el mundo del matrimonio.

    Y mientras bajo el sol de la tarde los pasajeros del yate hablaban de la Isla delParaso y, por reflejo, de sus propias vidas, en el barco pesquero en que iban Kaly su gente, haban descubierto la presencia de aquel yate extico, blanco y de

    lneas finas, que cortaba las aguas con lentitud.

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    -Un barco! Un barco! Mirad! -dijo uno de los pescadores.

    -Es verdad! Y qu hermoso! -coment otro de los pescadores.

    -Nunca he visto uno como se.

    Era, en efecto, la primera vez que vean un barco que no tuviese la tosca formade todo lo tpicamente isleo. Y todo era bullicio y curiosidad entre los indgenas.

    Kal contempl el vapor y en sus labios floreci la sonrisa del triunfo, que leinstaba a ser siempre el primero en todas las cosas.

    -Apuesto mi mejor arpn a que llego antes que ninguno.

    -Apostado!Varios muchachos se lanzaron al agua, y pronto Kal les dej atrs en su

    prodigiosa forma de nadar, a grandes brazadas, separando a su paso las olas, queparecan huir para volver suaves a acariciarle, satisfechas de su dominio.

    Los pasajeros del yate descubrieron a aquel alud de tritones que iba haciaellos, y Grant lanz un grito:

    -Mirad, mirad! Ya vienen hacia aqu.

    Ta Olivia tembl.

    -Dios mo! Esto es que nos van a atacar. Piratas... son piratas!

    -Pero qu van a ser piratas, seora! -indic el capitn-. Son indgenas,pescadores, gente de paz.

    -Hum... de paz! No me fiara yo de ninguno.

    Peggy haba avanzado hacia la proa con el deseo de ver ms de cerca a losque llegaban. Ayudada por los prismticos, contemplaba a aquellos hombresmorenos que parecan iniciar un asalto misterioso. El prncipe Kal se habadestacado notablemente de todos los dems y, llegando ya junto al costado del

    barco, se colgaba de unas recias cuerdas que pendan del mismo y en unsantiamn suba a bordo.

    Peggy, distrada, no le haba visto llegar, y de pronto, al dirigir los prismticosa aquella direccin, qued sorprendida al ver all mismo a un hombre joven

    medio desnudo, fino y atltico, chorreante y alegre, como venido de los mismosdominios de Neptuno.

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    Apart los gemelos y le contempl alegremente, parpadeando nerviosa, comosi se encontrara ante una aparicin y paseando su mirada emocionada por lafigura esbelta y juvenil de aquel hombre que pareca tener un aire olmpico.

    Risuea, juguetona siempre nia, ri:-Hola!

    Y Kal, que haba quedado tambin como sumido en extrao xtasis anteaquella mujer de cabellos que tenan color de sol, contest como un eco:

    -Hola!

    -Quin eres?

    Oh! De dnde vena aquel mancebo broncneo a quien la luz de la tarde, albaar su cuerpo mojado, pareca llenar de un nimbo luminoso?

    El indgena respondi:

    -Prncipe Kal.

    -Prncipe Kal? Un prncipe? Ta, Tom, miren lo que he pescado. Unprncipe!

    Kal escuch inquieto aquellas palabras, mir al grupo de gente que avanzabahacia l y, temeroso de sufrir algn dao, volvi a lanzarse al mar, nadando

    precipitadamente haca la orilla.

    Haban acudido todos, pero no pudieron ver ya ms que una silueta humanaalejndose a toda velocidad.

    Tom, viendo el gesto de disgusto que pona Peggy, le dijo:

    -Chica, lo has debido pescar usando un buen anzuelo, pero la cuerda, por lovisto, no era lo bastante fuerte.

    -Qu lstima! Mira que es tener mala suerte... Pescar un prncipe y perderlo.

    Tom sonri.

    -Mientras pierdas el prncipe y no pierdas la cabeza...

    Peggy suspir y se apart de ellos para seguir contemplando la costa derumoroso verdor.

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    ***

    Desembarcaron poco despus. Con admiracin y curiosidad contemplaron laarboleda magnfica que se extenda cerca de ellos, los grandes bosques de

    palmeras que se agitaban en graciosa meloda.Saludaron al gobernador de la isla en su residencia, fresca y agradable, abierta

    a los cuatro vientos.

    El gobernador llevaba bastantes aos en aquel rincn, olvidado y solitario. Erahombre de genio vivo, aunque pretenda aparentar lo contrario de lo que era.

    Atenda a sus compatriotas, satisfecho de que su casa se hubiese honrado porprimera y acaso ltima vez por gentes de su raza, por gentlemenstan finos como

    Grant y Tom, por mujeres que, como Peggy, llevaban hasta all el aire de laciudad lejana y suntuosa.

    -S, s -deca muy campechano-, aunque me est mal el decirlo, yo, que llevoquince aos conviviendo con estos excelentes indgenas, he trabajado lo mo paraeducarlos, refinarles y, sobre todo, ensearles buenos modales.

    Grant le interrumpi:

    -Pues se necesita buen tino.

    -Qu?

    -Que se necesita buen tino para educar a los salvajes.

    -Paciencia, todo lo que se necesita es paciencia... El problema est en noincomodarse ni irritarse nunca. Es lo que yo practico... Pero, Al, con cien mildemonios! Vas a traer el vino o no?

    Sus ojos furiosos daban un rotundo ments a sus fingidos dones de paciencia.Porque el gobernador, como muchos humanos, alardeaba precisamente de lo quecareca.

    Al Martn era su ayuda de cmara, su secretario y su consejero, todo en unapieza. Hombre que haba recorrido mucho mundo, acababa de recalar al fin,como un viejo barco, en un puerto alejado de las grandes vas de comunicacin.Espritu eternamente imaginativo y optimista, Al no daba demasiada importanciaal da de hoy, siempre dispuesto a subir la cumbre del maana.

    Con una flema que contrastaba con la impaciencia de su jefe, Al grit:

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    -Ya voy, seor gobernador, ya voy.

    Y se present con una bandeja y un servicio de licores, todo lo cual estuvo apunto de carsele al perder el equilibrio a causa de su rapidez.

    -Que se le va a caer! Que se le cae!

    Tranquiliz a todos con un gesto, mientras dejaba el servicio sobre la mesa yserva los licores.

    -Caer, caer! En mi vida se me ha cado a m una bandeja, y eso que he hechomalabares con cien de ellas. Porque fui camarero hasta que perd el seso y memet en la poltica.

    -Al es mi ayudante -explic el gobernador-. Un hombre insustituible que hahecho de todo, ha sido de todo y ha vivido de milagro en todas partes.

    -Por lo menos, el licor sabe elegirlo, eh?

    Y Peggy le sonri cariosamente.

    -No tiene nada de extrao. He pasado la niez entre vinos y todo lo que hayque saber de esto... lo tengo yo embotellado.

    Y se alej entre las risas de los invitados, que comentaban el graciosoproceder de Al.

    El gobernador corrobor:

    -Como ustedes ven, si no fuera por Al, la vida aqu sera bastante aburrida.

    -Ya se ve, ya...

    La mirada de Peggy se perdi en la lejana llena de ese tibio rumor de lanaturaleza en su ntima soledad. Despus mir al residente.

    -Realmente, nunca sucede nada extraordinario en esta isla?

    -A veces, s. Para esta noche, por ejemplo, los indgenas preparan una de susms solemnes ceremonias.

    -Dios mo! Algn sacrificio humano, verdad? -pregunt ta Olivia.

    -Precisamente un sacrificio humano.

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    -Oh!

    -Se trata de un matrimonio.

    -Ah!

    -Los esponsales de Tuila y el prncipe Kal.

    Peggy mir interesada al gobernador.

    -Dijo usted el prncipe Kal?

    -El mismo.

    Instantneamente, por ante los ojos curiosos y dominadores de Peggy pas lavisin del prncipe sonriente y bello que antes haba visto surgir como del fondodel mar.

    Tom se imagin lo que pensaba su amiga, y se lo dijo:

    -Se te casa el prncipe, Peggy. Y por cierto que si asistes a la fiesta, tendrsocasin de besar al novio.

    -Besarle? Mira, me das una idea. Seor gobernador, podremos asistir a la

    fiesta?

    -Qu duda cabe!

    -Pero, habr peligro? Porque si hay el menor riesgo, yo no voy -observ taOlivia.

    -No tema, seora. Respondo de los acontecimientos. Los indgenas son gentesde paz, mientras no se les haga dao y se respeten sus costumbres. Elloscelebrarn que vayan ustedes a la ceremonia de los esponsales. Y podrn sertestigos, de algo tpico y nuevo que seguramente no tendrn ocasin de ver ms.

    -Me muero por estar all.

    -Ambiciosilla! -le murmur Tom al odo-. Cuidado con el prncipe... y sobretodo con la que va a ser princesa.

    -Gracias, chico, pero no necesito tus consejos.

    Y bebi un sorbo de licor con un anhelo de disimular su turbacin. La idea deque pudiera volver a ver a Kal, ejemplar de hombre semisalvaje, atractivo y

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    bello, no conocido an por ella, que tena la experiencia del trato con la juventudcivilizada, cortada casi toda al mismo patrn, con iguales vicios y virtudes, laimpresion... Y qued como en un xtasis, entre delicioso y absurdo.

    ***Todo el pueblo se haba reunido en una gran explanada rodeada de espesos

    bosques. Las mozas ms hermosas se haban puesto sus menudas vestidurasnuevas y sus collares, que tenan un olor fresco, de flores en su plenitud. Habanrodeado al prncipe Kal, imponindole un hermoso collar, con adoracin deesclavas que no osan apenas alzar los ojos hasta su dios.

    Kal estaba impaciente para que cuanto antes comenzase la ceremonia. Al finlleg Tuila con varias familias poderosas de la isla.

    -Tuila. Ests nerviosa? - le pregunt carioso Kal.

    -Soy tan feliz, Kal, que no s siquiera lo que siento -repuso ella, conemocin.

    -Anda, vamos. Todo est preparado. Nos estn esperando.

    Avanzaron hacia el centro de la explanada donde se haban encendidohogueras que poblaban los contornos de fantsticas sombras.

    La noche era suavemente tibia; una luna plida derramaba su lvido clarorentre el enramado de las palmeras.

    Peggy, su ta, el gobernador, Grant, Tom, el capitn del yate y Al Martnpresenciaban el acto como invitados. Sentados alrededor de la gran hoguera,aguardaban los interesantes momentos de la ceremonia.

    Sonri Peggy al ver al prncipe Kal que, muy cerca de ella, coga por una

    mano a su novia. Le pareca ms bello y atractivo que nunca, en esta nochenupcial.

    Kal, que haba saludado a Win Ta Tu y a varios personajes importantes de latribu, se fij de pronto en los invitados americanos, y entre, ellos vio a Peggy, quele miraba intensamente, con hiriente curiosidad.

    Y el prncipe baj los ojos con un inexplicable malestar, como si sintiera queinvadan su cuerpo agudas punzadas de calor. Volva la mirada hacia Tuila y lasonrisa de ella fue un sedante, el lago azul en que ba su alma...

    Dio principio la fiesta con una misteriosa evocacin en lenguaje cabalstico

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    del jefe de la tribu que alz muchas veces los brazos y dobl luego el cuerpo enreverencias cortesanas. Su voz era montona y triste y se adivinaba que repetaconceptos como una letana.

    -Qu dice? - pregunt Peggy al gobernador.-Es el jefe, que acaba de invitar a los dioses a la fiesta y ellos han aceptado.

    Est diciendo que los dioses han aprobado ese matrimonio y que se casarndentro de siete puestas de sol.

    -Una semanita de impaciencia!

    Iba a hacer nuevos comentarios, pero call ante la presencia de variasbailarinas, casi desnudas, de cuerpos que la luz de las llamas llenaba de manchas

    misteriosas y que danzaron con movimientos dislocados y apasionantes un baileen que palpitaba el amor en su manifestacin ingenua y natural. Tras ellas,surgieron cuatro enmascarados, con grandes trajes bordados y retorcidos cascosde un dorado intenso, y bailaron tambin con grandes saltos escalofriantes.Sacerdotes de su religin, evocaban la bendicin de los poderes altsimos querigen la vida de los pueblos.

    Se acentuaba la nota extica, impresionante, en que el amor comenzaba atener sabor de muerte. Ta Olivia no las tena todas consigo. Aquellos

    encapuchados que parecan fantasmas le quitaran el sueo. Peggy, en cambio,apenas les haca caso, para seguir contemplando con una mirada cada vez msindiscreta, al prncipe Kal, que tena entre sus manos las manos de la princesa.

    La ceremonia perdi a continuacin su aire de fanatismo y de espanto, parahacerse amable con la melopea graciosa de un canto de ruiseor.

    Kal se haba levantado y, teniendo entre sus brazos a Tuila, cantaba unacancin tan grata, tan impregnada de aromas que iban directamente al corazn,que todos, indgenas y yanquis, se sintieron tocados por una emocin igual:

    Cunto he soado la llegada de este da!

    Cunto he soado deseado ser tu amado ue

    Al fin el da lleg!

    Esta es la noche en que la fe nos va a juntar,

    Esta es la hora en que los dioses nos oirn

    Jurar fidelidad y amor.

    Ma, ma siempre!Hasta el fin de todo, siempre!

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    Hasta el fin de todo, siempre!

    Y Tuila contest como un eco:

    Mo, mo siempre! Hasta el fin de todo, siempre!

    Kal la abraz ms.

    Fieles siempre

    Y el que no lo sea, morir...

    Ma!

    La voz de la amada jur:

    Mo!

    Y el prncipe aadi:

    Siempre!

    Hasta el fin de todo.

    Siempre!

    Ma, ma siempre!Hasta el fin de todo, siempre!

    Y as una y otra vez, repitiendo aquel juramento sagrado, hecho ante los diosesy ante los hombres. Juramento que era coreado por las voces lentas y solemnes delos indgenas, que murmuraban la cancin a coro, mientras los tamboresesparcan por el horizonte el eco, entre pagano y religioso, de la fiesta.

    Peggy escuchaba emocionada, dominada por la admirable voz, por aquella

    promesa leal y suprema, por aquel siempre! que paca ser lanzado al destinocomo un reto. Aquel siempre! que era abrazar al da de maana para hacerlo tansuyo como el mismo momento que vivan.

    Oh, ser amada as, como aquel prncipe amaba a Tuila! Y un sentimiento decelos, de envidia, de amor, todo revuelto en su alma apasionada, pareca entablarun combate.

    La voz de Grant la volvi a la realidad:

    -Ese Kal es maravilloso!

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    Qu xito se podra obtener con l en los teatros de Amrica!

    Peggy sonri maliciosa.

    -Por qu no le propones un contrato en tu cabaret? A m tambin me pareceque en Amrica tendra un xito fantstico.

    -No dices mal. Sabes, Peggy, que me ests animando?

    -S? Pues no lo olvides.

    -He de pensarlo bien.

    Nuevas bailarinas iniciaron melodiosas danzas.

    Peggy vio que el prncipe la estaba mirando. Sonri y, sacando un pequeoestuche, empolv su rostro y se mir a un espejito. Kal dej de observarla parafijarse inquieto en que Tuila pareca haber sorprendido su curiosidad... Y ya noquiso mirarla ms.

    Unos indgenas repartieron cierta bebida a todos los asistentes... Era un vinode diferentes mezclas, licor que si se beba demasiado, se experimentabarpidamente una embriaguez frentica y alegre. Lo beban en cazos, sin abusar del, convencidos de las consecuencias que llevaba.

    -Pruebe usted nada ms que un sorbo -advirti el gobernador.

    Peggy lo prob y lo encontr excelente. Y bebi ms y ms hasta apurar elgran cazo. Senta un gran calor y notaba que en su cerebro bailaban imgenesextraas, como si all dentro estuvieran retratadas las que poco antes danzabanante el fuego.

    Al Martn ofreci el elixir a ta Olivia, que al principio no quiso tomarlo.

    -Beba usted sin miedo, seora -dijo Al, deseoso de divertirse-. En cuanto bebausted dos tragos, empezar a subirse a los rboles detrs de los nativos.

    -Yo subindome a los rboles? Vaya, por Dios!

    Y bebi, bebi tanto como su sobrina Peggy... La msica era cada vez msardiente, ms sensual, ms poblada de voluptuosidades y de parasos dondefloreca el pecado... Danzaban frenticas, agotadas en movimientos epilpticos,unas bailarinas. Kal y su novia, percatndose del dao que haca ese vino de

    efectos rapidsimos, apenas lo probaron, queriendo dar a sus dioses, como unsacrificio, el ejemplo de su moderacin.

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    Los msicos hacan redoblar sus tambores, cada vez con un ritmo ms intensoy ardiente.

    Peggy sinti pronto los efectos de aquel veneno dulce que aniquilaba

    momentneamente la razn y abra de par en par un caudal de extraos delirios.Casi inconsciente de lo que haca, comenz a corear las voces de las

    danzarinas, a dar gritos semisalvajes, y, rotos ya todos los frenos de su propiarazn, se levant y empez a bailar con movimientos cada vez ms acentuados,ms encendidos en la sensualidad de todas las danzas paganas, de todos los ritosque en el fondo invocan el amor...

    -Danz y cant largo rato, entre la emocin de todos los presentes y laadmiracin del prncipe Kal, que experimentaba por aquella criatura extraa y

    fascinadora un poder casi inconsciente de atraccin. Tuila, por el contrario, lamiraba con rencor, molestndole esa intervencin ajena de una mujer infiel a lafiesta religiosa.

    Bail hasta cansarse, hasta no poder ms, hasta que sus piernas, ms que suvoluntad, flaquearon y cay a tierra como una golondrina herida. Suscompaeros, un poco alegres tambin a causa de la pequea libacin, la retiraronde all, mientras ta Olivia, a quien el vinillo encenda su sangre con luces de

    juventud, persegua, olvidando su sempiterna seriedad, al buen Al Martn, que

    tuvo que refugiarse lejos, pues le haca poca gracia un amor otoal en plenanoche. Si al menos hubiera sido Peggy!

    Termin la fiesta poco despus. Kal devolvi a su tribu a su dulce Tuila,quien ocult la tristeza ntima que le haba causado aquella fiesta, donde unamujer blanca haba mirado al prncipe como si lo quisiera para s.

    ***

    gloga, paz, tras la noche de msicas y de bailes de tentacin y de pagana...

    Ahora los bosques, los caminos, los campos, volvan a tener la pureza que el solda siempre a todas las cosas, como infundindoles nueva vida.

    Tuila se encontraba cerca del estanque, mirndose a su fondo manso y limpio.Con unos tizones pintaba su cara con grandes rayas, en las que se adivinaba, sinembargo, el deseo instintivo que tiene toda mujer de embellecerse.

    En tal ocupacin la sorprendi el prncipe Kal, que la haba estado mirandounos momentos antes extraado de que aquella cara tan fresca quisiera conocer el

    deleite de la pintura.

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    La cogi por los brazos y pretendi quitarle la pintura. Ella, llorosa y triste,protest:

    -Djame, estate quieto... djame!

    Kal sonri y despus de limpiar bien su blanca carita, estamp en ella unbeso.

    -No te vuelvas a pintar la cara, Tuila.

    Tuila solloz.

    -La pintar siempre que quiera.

    -No. Mi Tuila no se volver a pintar la cara. Es demasiado bonita para ocultarsu belleza detrs de una mscara.

    -Pues la muchacha blanca tambin se pinta y t no hiciste anoche ms quemirarla...

    El prncipe se ech a rer. Bien conoca la causa de aquel disgusto, bien veaque ella no haba dormido bajo la preocupacin de una ilusoria infidelidad.

    -Escucha, Tuila... t sabes de sobra que yo no pienso en nadie ms que en ti.

    Lo juro, Tuila!

    Extendi el brazo solemnemente.

    Ella pareci convencerse y, llevada del amor que senta hacia l, le dijo:

    -Me prometes que no volvers a mirarla nunca ms? Nunca ms?

    Contest el prncipe con sinceridad:

    -Te prometo que no volver a mirar a ninguna otra mujer.

    En aquel momento Kal se dio cuenta de que por uno de los cercanos caminospasaba aquella atrayente mujer blanca, que posea un raro poder fascinador.

    Qued contemplndola con una mezcla de aversin y simpata, con el terrorque inspiran los abismos que atraen a su vez como si tuvieran un imn en sufondo.

    No, no le era infiel a su Tuila, pero aquella criatura tena un mirar tan hondo,que acariciaba como un roce sedeo, como una mano de marfil...

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    Ella, Tuila, sorprendi esa especie de xtasis, y dijo, nerviosa y airada:

    -Oh! Y t eres el que nunca iba a volver a mirar a ninguna mujer?

    Y disgustada, abatida bajo el peso de los celos, que cuestan de sobrellevar,march corriendo, dejando a Kal entre la inquietud que le causaba el enfado desu novia, la de los pensamientos bellos y plcidos, y la instintiva atraccin deaquella otra mujer que no le haba visto y que segua paseando por entre caminosde flores...

    Y qued all, cerca de la orilla, por primera vez con una sucesin de pasionesencontradas que se agitaban en su alma con el remordimiento de no obrarconforme a su conciencia.

    ***

    Peggy, repuesta ya de su pasajera embriaguez, recobrando por entero eldominio sobre su persona, pero llena como nunca del recuerdo del prncipe,

    blanco personaje de leyenda con el dulce sabor extico de su raza, paseaba poraquellos contornos en espera de que la casualidad quisiera depararle un encuentrocon Kal.

    Encontr a Al Martn, y le dijo sealando la flora realmente esplndida quematizaba de vivos colores aquel paraso de amor:

    -Qu flores tan preciosas!

    Al, que pretenda entender de todo, quiso demostrar su ciencia y arrancandouna de ellas se la dio a oler.

    -Humm... se llaman... se... se... seartrupis... Bueno, no me acuerdo cmo sellaman, pero hace unos aos s me acordaba, porque yo fui profesor de botnica.Un gran profesor de botnica. Y le podra ensear todo lo que s, en poco tiempo.

    Mire usted, estas cositas que parecen botones, se llaman... se llaman... pues... nome acuerdo. Pero all viene volando el polen... y cuando el polen vuela... vuela elpolen. Y as nacen todas las flores. Es interesante ver...

    Pero interrumpi su narracin al ver que Peggy se haba separado de l parareunirse con el prncipe, que segua abstrado en sus pensamientos.

    Movi la cabeza con gesto picaresco y avanz hacia ellos. Vaya con la bellacompatriota! Le iba acaso a gustar este prncipe indgena? Si se enterara lanovia, el pas entero vibrara en una guerra.

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    Peggy mir sonriente a Kal, y ste, al verla llegar, la contempl tmidamente.

    -Hola, Kal!

    -Hola!

    -Qu sorpresa!

    -S.

    Al sonri y meti baza:

    -Los misterios de la naturaleza son sorprendentes.

    Con una gran amabilidad, procurando dar a su voz matices de fascinadoracadencia, ella prosigui, mirando a Kal:

    -Al me estaba mostrando todo esto, pero usted lo conoce mejor que l. As esque ms vale que sea usted quien me lo ensee.

    -Yo?

    -S. A l le da lo mismo. Adems, l prefiere cortar flores, verdad?

    Al se rasc la cabeza, estupefacto.-Que yo prefiero cortar flores? Es la primera noticia que tengo.

    -S, s. Vaya usted por ah y trigame un bouquetbien grande...

    -Bueno, bueno.

    Se march, mirando de reojo a la muchacha. Vaya con la chiquilla!

    Peggy, muy insinuante, habl a Kal. Y se sent a su lado.

    -Cmo le envidio a usted, Kal! -dijo enlazando sus manos con las de l.

    -A m?

    -S. Su libertad, su vida en esta isla encantadora...

    Al ponderar su tierra natal, l hizo un gesto de orgullo.

    -Verdad que es preciosa?

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    -Divina! -continu ella, apasionadamente-. Y espero que usted me ensearhasta los ms recnditos parajes de ella... Digo, si no est usted enfadadoconmigo.

    -Enfadado?Y el pobre Kal, inferior intelectualmente a aquella mujer, avispada, ladina,

    diplomtica, la miraba con ingenuidad.

    -Por lo de anoche. No molest a usted o a los suyos con mi actitud?

    Y su voz era como una cancin de humildad.

    Kal ri.

    -Cmo haba de molestarnos? Nos alegra ver contentos a nuestros invitados.

    -Entonces, somos amigos?

    -Quin lo duda?

    Echaron a andar por aquellos caminos de verde y tapizada alfombra.Atravesaron un arroyo y l la cogi en brazos. Kal, el bueno, ingenuo, le

    ponderaba las excelencias de aquella isla afortunada, donde todo tena como un

    aroma de paz. Peggy, sintindose cada vez ms arrebatada de pasin hacia elprncipe, una verdadera pasin, la que ella crea la ms grande de su existencia,donde haban abundado los flirtsy esas aventurillas que pasan como nubecillas yno empaan el vivir, estaba pendiente de sus palabras, y segua mirndole comosi quisiera llenarle de toda la luz de sus pupilas.

    De pronto ella dijo, parndose y tutendole por primera vez:

    -Kal, te encuentro muy extrao. No te pareces a ninguno de los hombres que

    he conocido. Cualquiera dira que me tienes miedo.Era verdad. A medida que iba con ella, senta el prncipe el poder de su

    atraccin, y anhelaba huir, temeroso de faltarle aquella energa necesaria para nosucumbir ante el peligro. Pero no quiso demostrar su temor.

    -Miedo? No. Pero si me es usted muy simptica!...

    -Ves? Eso ya est mejor. Porque no puedes figurarte lo que me agradaraserte agradable... gustarte. Te gusto? Di que s. Te gusto? Di que te gusto un

    poco.

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    Sus manos le acariciaban; sus labios, febriles y palpitantes, se le acercabanpara implorar un beso.

    Kal sinti un repentino anhelo de estrechar entre sus brazos a aquella

    criatura, sirena de otros mares y otras tierras, que vena a embrujarle con elhechizo de lo nuevo y lejano. Pero, la idea del deber, del culto que deba rendir ala bienamada, le hizo vacilar. Y barbot con temor, en una lucha ntima ydolorosa:

    -Es usted hermosa, hermossima...

    Peggy suspir con deleite:

    -Y t eres maravilloso, Kal. Anoche, al cantar esa cancin...

    -Le agrad a usted?

    -Muchsimo. Es divina. Y t la cantas como un ruiseor. Quieres repetirlaotra vez?

    Kal hizo un movimiento negativo.

    -Por qu?

    -No, no. Es tab.

    -Tab? No comprendo.

    -S. Est prohibido repetir esa cancin. Debe cantarse una sola vez y a lamujer que se ama.

    Cada vez ms coqueta, ms insinuante, prosigui ella:

    -Qu interesante! Y no la cantaras para m... slo para m?

    Tentacin eterna y de siempre! La mujer brindando el amor, y el hombreesclavo de su deseo. Eva dominando a su compaero y obligndole a pecar y arendirle obediencia.

    Kal vacil. Se lo peda aquella criatura exquisita que le acariciaba, que hacaun mohn con los labios, como invitando al beso, que expela toda ella un

    perfume desconocido que no era ninguno de los aromas que flotaban en su tierra,pero que era una esencia clida, dulce y fina que entraba por los poros e

    intoxicaba como un veneno.

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    -Quieres cantarla?

    Iba a hacerlo, rendido por la splica, sin acordarse de que violaba la ley de sureligin, cuando en aquel mismo momento un trueno rasg el silencio de la

    campia y se esparci un rumor intenso y hondo como si la tierra retumbase. Unaexhalacin haba rayado como un diamante la pizarra del cielo.

    -Qu es eso? -pregunt Peggy.

    El miedo hizo palidecer esta vez las facciones de Kal.

    -Es el dios del trueno... All cerca est su cueva... donde debo hacer oracinesta noche.

    Y se alej-Pero Kal...

    -Hemos ofendido al dios con nuestra presencia. Vmonos, vmonos!

    Y echaron a andar aprisa, hacia la casa de Peggy, a pesar de las protestas de laamericana.

    ***

    Tuila se hallaba con su madre y unas amigas ante la puerta de su humilde casa.

    Lleg Win Ta Tu a quien saludaron cortsmente y con profundo respeto.

    -Bienvenido, Win Ta Tu.

    -Hola, Fa Uma! Salud, Tuila. Habis visto a Kal?

    -No.

    -Dnde se habr metido? A estas horas ya se deba estar preparando para lanoche en vela que tiene que pasar en la cueva del dios del trueno, segn es de leyen todo aquel que se casa.

    Tuila tuvo un gesto de tristeza.

    -Yo no lo he visto hace unas horas. Es de suponer que habr ido a trabajar consus compaeros.

    Una nia que haba llegado haca poco, coment:

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    -No. No est trabajando. Yo s dnde est.

    -Dnde?

    -Lo he visto en el arroyo con la mujer blanca. Y la llevaba en brazos paracruzarlo. Hum! Yo lo cruzo de un saltito.

    -Est bien, est bien! -dijo la madre, viendo el gesto que pona Tuila.

    -Cuando venga Kal, decidle que vaya a verme. Tengo que ensearle el ritual-indic el jefe.

    -Se lo diremos.

    -Adis!Tuila vio que su madre refunfuaba contra Kal, y aun, a pesar de los celos

    que le envenenaban el alma, quiso defenderle:

    -Es posible que el gobernador le haya pedido que le ensee la isla a esaviajera.

    -Es posible. Lo que no creo que le pidiese es que la llevara en brazos.

    Tuila call y sali a otear el horizonte por ver si distingua a su Kal. Noquera pensar en que poda serle infiel. Pero todo haca sospechar que habapodido ocurrir algo semejante...

    Por qu tardaba tanto? Por qu la llenaba de aquel dolor y de aquellacrueldad?

    -Kal, por qu has cambiado? Por qu ya no me quieres como me querasayer? -murmur.

    ***

    En tanto, en casa del gobernador, ta Olivia demostraba verdadera impacienciaante la tardanza de Peggy.

    -Para m no tiene duda de que Peggy ha sido vctima de una de esas plantasmonstruosas que hay en las selvas y que se comen a los viajeros.

    -No, no...

    -Vaya que s! Yo le que una vez un explorador se recost en una de esas

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    plantas a encender la pipa, y la planta lo absorbi y todo lo que encontraron de lfue el reloj, parado a las once y media.

    El gobernador, Grant y Tom se echaron a rer, pero en aquel momento vieron

    aparecer con su acostumbrado aire flemtico, al clebre Al Martn.-Al! Diablos coronados! -grit el gobernador-. Dnde te has metido? Puede

    uno morirse de sed y t tan fresco... Qu hacas?

    -No se enfade, seor. Estaba cortando flores para miss Peggy.

    Ta Olivia lanz una exclamacin, mientras unas lagrimitas asomaban por susojos tiernos.

    -Cortando flores para ella?... Lo ve usted? Lo ve usted como se ha muerto?Ay, Dios mo de mi vida!

    -Qu se va a haber muerto! -replic Al-. Por lo menos no se haba muerto anla ltima vez que yo la vi, cuando estaba admirando el paisaje con Kal.

    -Con Kal? Con ese salvaje? -rugi ta Olivia.

    Alzaba los brazos como si fuera a pegar al prncipe si se le pona delante.

    -Vamos, seora. Clmese, que al lado de Kal est absolutamente segura -indic el gobernador.

    Tom lanz su dardo de irona.

    -El que puede que no est seguro a su lado es Kal.

    En aquel momento vieron aparecer a Peggy, que avanzaba con sonrisaradiante.

    -Hola, seores! Qu tal?

    Ta Olivia mostr su indignacin:

    -Me quieres decir por qu tardaste tanto?

    Pero la mejor contestacin fue la presencia de Kal, quien avanz, tmido ysonriente.

    Se haba mostrado afable y bueno con Peggy, pero mantenindose en unapartamiento de cuanto pudiera significar claudicacin.

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    A pesar de los esfuerzos de Peggy, no haba ella conseguido que el prncipe labesara. Pero ella, verdaderamente enamorada del indgena, no perda lasesperanzas de realizarlo.

    El gobernador salud amablemente al prncipe:-Hola, Kal! Mira, te presento a miss Olivia Larebi, mister Grant... Tommy

    Nichols... A miss Peggy, me parece que ya la conoces, no?

    Ri Kal, y Grant estrech la mano del prncipe.

    -Le felicito. Deseaba hacerlo personalmente y tengo mucho gusto en ello. Atodos nos gust usted muchsimo en su cancin, anoche. Tiene usted una vozmagnfica.

    -Muchas gracias.

    Peggy insisti cariosa, pretendiendo deslumbrarle con los tesoros de laabundancia y del poder.

    -Grant puede hablar de eso, Kal, porque es dueo del cabaret ms importantede San Francisco.

    Baj los ojos Kal. Se senta cohibido, molesto, entre aquella gente que le

    admiraba como a un espectculo. Hasta dnde llegaban en sus palabras parahalagarle?... Era cierto que posea aquella voz?

    Grant observ a Kal y, con su espritu de negociante que descubre siempre alartista que le ha de proporcionar dinero, le dijo con aire convencido:

    -Es usted un artista excelente. Dgame: nunca ha pensado usted en hacer delcanto... una profesin?

    -No. Nunca. Aqu todo el mundo canta. Eso no tiene importancia. Cantamosnuestro salmo de gracias por la vida amable que los dioses nos dan.

    Peggy, serpiente del paraso, sirena que embruja a los navegantes con su vozde oro, lanz su dardo envenenado:

    -Por qu no se viene con nosotros cuando regresemos a Amrica?

    -Oh, no!

    -All sera usted el hombre del da.

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    Grant ratific:

    -Por mi parte, le ofrezco un contrato por un ao, si quiere.

    -Eso es -intervino Al-. Y yo ser su representante. He sido representante de unmalabarista.

    El prncipe sonrea ahora, abrumado por aquel peso de bondades, deprotecciones, de elogios... Era ms feliz cuando permaneca ignorado, cuando lasgentes no se ocupaban de l.

    Mir a Peggy; le pareci que sera exquisito el ir en su compaa, estar conella, ver otros mundos que los que haba visto desde su infancia. Por instinto, le

    pareca que haba de haber algo mejor, diferente de lo que l tena ante s... Su

    alma primitiva, sensible a todas las emociones del amor, experimentaba tambinla influencia de la fama, la alegra de la aclamacin y del triunfo.

    Peggy volvi a insistir con una terquedad simptica que no admita rplicas:

    -Vale la pena, Kal. Amrica le gustara mucho. Y sera otra vida y otrasalegras, y el triunfo...

    Kal se senta adormecido por estas palabras bellas, que hacan flaquear suvoluntad. Pero contempl el paisaje que le rodeaba y sinti miedo, como siestuviera realizando una traicin.

    -No. Esta isla es mi hogar y mi verdadera vida est aqu.

    Grant insisti, no queriendo que se le escapase un buen negocio:

    -En un ao de cantar en Amrica reunir lo suficiente para comprar diez islascomo sta.

    Peggy le dijo una vez ms:-Nunca se arrepentir, Kal.

    Pero el prncipe pareca haber recibido de pronto todo el perfume de su tierra,impregnada de recuerdos y de esperanzas. Hizo un gesto tajante, de negativa. Suhermosa cabeza se irgui como en un reto.

    Dijo con energa:

    Cuando mi raza cantaSuena slo en su garganta

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    Suena slo en su garganta

    El eco fiel de un sentimiento natural.

    No busca en su cancin

    Del oro la ambicin,Que arrastra a los dems.

    Venderme yo? Jams!

    Y para demostrar la firmeza de sus convicciones, la arquitectura ideal de sussentimientos, cant la cancin de amor a la tierra madre, entonada con ardienteternura filial:

    Pas ideal!

    Tierra tropicalQue mil bellezas encierra.

    Pas de amor,

    De luz y de color...

    No hay nada igual que mi tierra!

    Las palmas, las flores, la mujer,

    La brisa, los mares de cristal...

    Vivir, morir, soar y querer.Mi tierra es el ideal!

    Pas ideal!

    Tierra tropical

    Que mil bellezas encierra.

    Pas de amor,

    De luz y de color.

    No hay nada igual que mi tierra!Las palmas, las flores, la mujer,

    La brisa, los mares de cristal...

    Vivir, morir, soar y querer!

    Mi tierra es el ideal!

    Despus del canto, huy precipitadamente, sin querer atender las voces dePeggy, que le llamaba.

    Con la cancin se habra reconciliado con sus dioses, con su tierra, a la que no

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    poda hacer traicin, y se alejaba de los extranjeros, que haban llevado a su almala inquietud. Especialmente aquella mujer, flor de dulce veneno, que l rehuaaspirar, convencido de sus efectos mortferos.

    Anhelaba cuanto antes que se marchasen para siempre, que le dejaran vivir suvida tranquila y sin ambiciones, al lado de Tuila, cumbre de sus sueos y playadonde reposar...

    Si hubiese conocido los pensamientos de Peggy, habra temblado. Ella sesenta saturada cada vez ms del deseo de ser de aquel hombre, ungido por elmisterio de lo extico. Y no quera marcharse sin l, sin llevrselo de su pas, sin

    pasearlo por las tierras civilizadas, con la ambicin de la mujer que tiene para suregalo el novio ms lindo.

    Peggy no era una mujer espiritual, pero en cambio era apasionada en suscaprichos y firme en su voluntad. Cuando ella deca quiero! el mundo tena queinclinarse en una reverencia humilde.

    ***

    Peggy sali por la noche, en silencio, de su tienda. Saba que Kal haba depermanecer en la cueva del dios del trueno hasta la salida del sol, en una extraaguardia, impuesta por los viejos cnones. Y ella se propona ir a su encuentro con

    la audacia desmedida de la mujer que en su deseo quiere triunfar de todos losobstculos, aun de la influencia divina.

    Avanzaba lentamente por los parajes, en sombra. Empezaba a llover. Ignorabacon exactitud el lugar donde se levantaba la cueva, pero adelantaba, segura de noequivocarse y guiada por la estrella del instinto.

    Iba repitiendo en voz baja, con un tono suplicante de criatura que necesita lacompaa y el amor:

    -Kal!... Kal!.., Kal!...

    De repente una sombra surgi ante ella y unos ojos morenos brillaron en laoscuridad como luces de desafo.

    Una mujer le impeda el paso, mirndola con un odio mortal. La reconoci alinstante. Era Tuila, la novia, celosa y vigilante de que nadie turbara la oracin desu compaero.

    -Deja en paz a Kal, me entiendes? -le dijo con voz en que vibraba la clera.

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    Peggy tuvo miedo. Se vio dbil y crey que iba a perder si tena que medir susfuerzas con la indgena. E inmediatamente adopt la actitud de disimulo, decautela, con esa perfeccin del engao, aprendido en la vida de civilizacin.

    -No s qu es lo que quieres decir.-De sobra lo sabes, no mientas... Te estaba espiando... Ests tratando de

    arrancrmelo de mis brazos y vas a destruir su felicidad y la ma slo porsatisfacer el capricho de unas horas...

    -Puedes vivir tranquila. Kal no significa nada para m.

    Rabiosa, prosigui la nativa:

    -En cambio para m lo significa todo. Todo! Es mo y me pertenece. Y nopara un da, sino para siempre... Ests advertida... Deja en paz a Kal.

    -Bien sabes que lo har.

    Tuila volvi a su cabaa, mientras Peggy quedaba unos momentos indecisa,sin saber si regresar a su morada o continuar la busca del hombre soado.

    Pero la pasin, la voluntad de amar, pudieron ms, y se decidi a continuar porentre aquellos bosques que la noche muy densa y cerrada poblaba de misterio.

    La suerte no tard en serle propicia. Sin duda unos dioses ms poderosos quelos que velaban sobre la isla, protegan a la amante audaz.

    Al volver un recodo, crey ver una nube de humo que se levantaba hacia elcielo...

    Fue acercndose y distingui la entrada de una cueva, seguramente el templodel dios del trueno donde Kal estaba haciendo oracin.

    Llova bastante. Peggy deseosa de estar con Kal, avanz decidida hacia laentrada de la choza.

    Qued inmvil, silenciosa, ante el espectculo que presenciaban sus ojos.

    En el fondo de aquella cueva natural, de piedra viva, por donde rezumaba lahumedad, se levantaba una estatua monstruosa de metal, que brillaba a la luz rojade unos troncos. Era una figura grotesca, risible para ojos extraos, pero queseguramente para los indgenas merecera, con el fanatismo de la supersticin, las

    mximas devociones. Ante ella, postrado de hinojos, se hallaba Kal, inmvil sufigura apolnea, y los brazos sobre el pecho en una actitud de oracin.

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    Al cabo ella sonri, admirada de la meditacin del prncipe, y experimentandoante l nuevas y turbadoras emociones.

    Avanz por el recinto al propio tiempo que le llamaba:

    -Kal!

    Sobrecogido y lvido de espanto levantose el indgena y al ver all a aquellmujer, cuya presencia le conturbaba, tembl como ante un sacrilegio.

    -Mrchate!..., Mrchate!... Tab... No pases!... En la cueva del dios deltrueno no pueden entrar las mujeres.

    -Pues yo lo hago.

    -No!... No!... Sal pronto..., por favor...! Es un pecado. Y ni a m me estpermitido hablar contigo. Vete, vete!

    Pero ella, sin hacerle el menor caso, llegose a su lado y le acarici, y Kalsinti el contacto de aquellas manos y un desfallecimiento de su ser.

    -Pero, Kal, eres t quien quiere que me vaya?

    Mir al dios; la terrible efigie pareca lanzar rayos de anatema.

    -S! -grit Kal-. Debo obedecer al dios... Vete... vete, tab! Nos traeradesgracia. Mi dios lo prohbe.

    -No... Tu dios fue quien me gui a travs de la tormenta... l me trajo a ti.

    -Tienes que irte... Vamos!... Fuera!

    Estaban ya cerca de la salida, y en aquel instante cay un rayo junto a lacueva... Una serpentina de diamante zigzague sobre el rstico portal. Si llegan asalir un segundo antes, perecen fundidos por la descarga.

    Retrocedieron aterrados mientras por la boca de ella pasaba una sonrisa detriunfo:

    -He ah la respuesta de tu dios. No quiere que me marche. Quiere que pase lanoche... contigo.

    -No... No...

    -Me vas a exponer al peligro de perderme, de ser alcanzada por la tempestad?

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    Kal, pesaroso, se dej caer sobre unas piedras.

    -Ah!, por qu viniste?

    -Porque no poda vivir sin verte... porque necesito que me cantes para m soltu cancin.

    -Es tab.

    -No lo es. Tu dios nos protege... Quireme, Kal, como te quiero yo...

    Sus manos enlazaban las suyas, su boca se acercaba a la de l. Kaldesmayaba en su fortaleza. Tambin senta de repente, por aquella mujer, una

    pasin embriagadora y loca. No era la clase de amor que haba tenido por Tuila,

    amor apacible y sosegado, que se contentaba con una mirada, una palabra y unacaricia breve; era un amor distinto y terrible que llenaba todo su ser del aroma deaquella criatura y todos sus pensamientos de ella.

    -Quiero que cantes! -mand Peggy.

    Ya no se neg. Ya no pudo. Ya las viejas rdenes religiosas quedabanincumplidas. Y su voz dulce y atractiva reson con modulaciones de rgano enlas oquedades de la cueva. La meloda prohibida se cant:

    Ma, ma siempre!Hasta el fin de todo.

    Siempre!

    Ma, ma siempre!

    Hasta el fin de todo.

    Siempre!

    Fieles siempre!

    Y el que no lo sea, morir!

    Ma, ma siempre!

    No pudo acabar. Una boca molde la suya con irresistible fiereza. Peggy,diosa mujer, venca al dios de la raza... Y Kal abandon su oracin para ser portoda la noche esclavo de la criatura blanca, venida de otras tierras, para su pasiny tormento.

    ***

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    Hasta el fin de todo,

    Siempre!

    Ma, ma, baby,

    Para que mi amorSea alegre!

    Y en tu boca

    Mil besos de amor beber.

    Ma, ma, baby,

    Para que mi amor

    Sea alegre!

    Reson una estrepitosa salva de aplausos. El pblico de aquel elegante cabaretde San Francisco se entusiasmaba ante aquella actuacin magnfica quetrasplantaba a las tierras de Norteamrica el perfume y la gracia pagana deHawai.

    Quien haba cantado aquella hermosa cancin, tan tpica de su patria, melodaprohibida para cantar una sola vez en la vida, pero que ahora iba a hacersepopular con la generosidad del arte, que desconoce fronteras, era el prncipeKal, acompaado de varias bailarinas americanas que vestidas a la usanza de las

    islas del Sur formaban el coro de la meloda atrayente y nostlgica.

    Kal y las bailarinas agradecan sonrientes aquella ovacin. Y Kal, esclavoya de su pblico, volvi a cantar, siendo de nuevo premiado con el aplausounnime de la concurrencia.

    Sentada a una de las mesas, en compaa de varios amigos, se encontrabaPeggy, fumando indiferente un cigarrillo y sonriendo ante los aplausos que setributaban al prncipe extico.

    Esto era obra suya. Kal se lo deba a ella. Ella le haba hecho abandonar suisla para correr, en alas del amor, hacia las rutas civilizadas. Y ahora comenzabaa conocer las mieles del xito y la fuerte emocin de dominar sobre los dems.

    Ah, apenas haban pasado varios meses desde que abandonaron la isla!

    Aquella noche de tormenta, en la cueva del dios del trueno, haba sido decisivapara la vida del prncipe Kal. Su vida, su voluntad, su antigua energa las habadejado en brazos de la rubia americana, nueva Eva cautivadora y sensual. Las

    luces del sol haban iluminado a un hombre nuevo, distinto del de horas antes.Juraba seguir, aunque fuese al fin del mundo, a Peggy, que le acababa de

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    embrujar con los sortilegios y las novedades de una pasin insaciable. Olvidaba aTuila, a su misma isla, a todo lo suyo, como si en el transcurso de unas horas unaesponja hubiera ido borrando los recuerdos de su vida para trazar sobre ella nadams que un nombre de mujer.

    Aquella misma tarde, frentico de amor y de sensaciones desconocidas, habaembarcado en el yate con sus nuevos amigos norteamericanos. Ni una emocin alabandonar la isla, ni un recuerdo para lo que dejaba, ni un adis a lo que habaconstituido hasta entonces su existencia.

    Algo ms poderoso que todo ello le tena dominado. Sobre su voluntad, elpoder de la mujer trazaba la imperiosa rbrica de su autoridad.

    Mir de frente al maana, sin volver a sentir para lo de antes ni un tomo de

    remordimiento. Sera para siempre de Peggy, que le quera de una maneraardiente.

    Pronto se sinti saturado de la nueva vida, y se adapt, con rpido espritu decomprensin, a las costumbres civilizadas. Aprendi los usos modernos de unasociedad donde todo debe hacerse con cortesa, hasta las malas acciones. Cambisus trajes indgenas por el frac y la americana, usndolos como si los hubiesellevado desde antiguo. En poco tiempo se americaniz, y su vestidura indgenaslo debera servirle para actuar en escena.

    Su debut fue un triunfo, extendido luego por la crtica de la capital, quehablaba de aquella voz divina. La radio capt los ecos de su garganta paratransmitirlos a los lugares ms recnditos, y los discos gramofnicos copiaron suscanciones que eran repetidas en hoteles y casas particulares.

    Bella existencia la del prncipe! El amor, el dinero y la gloria, tro de lindascabalgaduras, le arrastraba permitindole contemplar el paisaje de la vida con unavoluptuosidad de gran seor. Le daban por funcin una cantidad importante; loscontratos llovan, teniendo necesidad de hacer turnos, pues, avaro de su voz, no

    quera prodigarse con exceso.

    Peggy estaba orgullosa de l. Haba conocido lo que era el amor de uno deesos indgenas de las islas afortunadas, bello y apasionado como un prncipe deleyenda.

    Respiraba satisfecha con la plenitud de la que ya lo ha tenido todo. Pero en suinquieto temperamento, semejante a un mar, haba siempre la amenaza de unanueva tormenta. Tras las horas azules y verdes de su actual amor, podra surgir un

    espumoso viento de amenaza y de tempestad.

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    Las amigas de Peggy, que se hallaban con sta en su mesa, aplaudieronfervorosamente y felicitaron a la caprichosa:

    -Sabes bien escoger tus amigos, Peggy.

    -Tuve el presentimiento de que vencera... y ya veis.

    Un hombre pequeito, vestido de etiqueta, avanz hacia el micrfono quehaba colocado junto al escenario. Era Al Martn, el antiguo servidor delgobernador, espritu de vida inquieta, que haba querido seguirles a Amrica yque estaba ahora bajo las rdenes de Grant, el famoso empresario que habacontratado al prncipe.

    -Esa melodiosa voz que acaban de or, mis queridos radioyentes -dijo-,

    proviene nada menos que de la real garganta del prncipe Kal, el jilguero de losmares del Sur, como le decimos los ntimos, el cual lleva ya tres meses siendo laatraccin sensacional de San Francisco en el Dancingde las Lucirnagas.

    Peggy, distrada y un poco fatigada por la repeticin de aquel ambiente,arque las cejas al ver pasar a un apuesto joven de muy buen parecer encompaa de una muchacha.

    -Connie! -le dijo a la amiga que tena al lado-. Quin es aqul que viene conMolly? Aquel muchacho tan interesante?

    -Es Ricky Doyle, el futbolista.

    -Lo he visto jugar... Qu chico tan admirable! Y qu elegante!

    Y qued sumida en tal contemplacin que no se dio cuenta de que Kal sehallaba junto a ella y acariciaba una de sus manos.

    -Hola, Peggy!

    -Hola! -repuso distrada.

    -No vas a cantar otra vez, Kal? -indic Connie.

    -S. Falta otro nmero...

    En tanto Molly y su compaero el futbolista Doyle haban pasado cerca deall, y Peggy, deseosa de hablar con aquel muchacho tan interesante llam a suamiguita.

    -Molly!

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    La aludida avanz sonriente y seguida por el deportista.

    -Hola, Peggy!

    -Anda, qudate con nosotros...

    -Perdona, ahora no puedo. Gracias de todos modos, pero estoy invitada alpalco de aquellos amigos.

    -Vamos. Ya irs despus. Qudate aqu... Haga que se quede, seor Doyle.

    Y pos sobre l una mirada tan dulce y tan insinuante, que el futbolista,avezado, en razn de su popularidad, al homenaje femenino, la recogi como unaadmiracin ms.

    Se inclin, sonriente, y Molly dijo, sorprendida:

    -No saba que se conociesen ustedes...

    -No nos conocemos, pero yo le admiro desde hace mucho tiempo- replicPeggy, entornando con malicia los ojos.

    Kal mir framente a aquel joven deportista que acab, juntamente conMolly, por sentarse a la mesa.

    De los puestos vecinos surgan voces en demanda de que Kal cantase lacancin de los mares del Sur.

    Peggy le dijo:

    -Sintate... Te presento a mi amiga Molly y el gran futbolista Ricky Doyle.

    Hizo el prncipe una ligera inclinacin.

    -No puedo quedarme ahora. En cuanto termine este nmero me cambiar deropa y volver.

    Ella respondi sencillamente, como si no le interesara demasiado:

    -Bueno!

    Kal, nervioso, murmur a su odo:

    -No olvides que tenemos que cenar juntos... y a solas.

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    -S, hombre, s.

    Kal se alej, sintiendo por vez primera el disgusto que causa una actitudinjusta. Por qu Peggy hablaba con aquel despego? Tuvo que esforzarse para ser

    dueo de s mismo y sonrer al pblico, que no admite nunca que el artista puedasufrir una contrariedad.

    Mientras cantaba aquella cancin de los mares del Sur que tanto xito le habaproporcionado y que en otras ocasiones Peggy escuchaba atentamente, segua conla vista puesta en su enamorada que, prescindiendo absolutamente de la actuacinde l, estaba enfrascada en particular conversacin con Ricky Doyle.

    El prncipe sinti un vivo amargor. Pero pronto se tranquiliz. Era absurdo loque estaba pensando. Lo que ocurra era que l no estaba todava impregnado de

    las costumbres modernas que permiten una tolerancia simptica.

    Mas la verdad era que Peggy comenzaba a cansarse de Kal. Del mismo modoque haba surgido aquella pasin tan rpida y avasalladora como una tormenta,ahora desapareca, casi de repente, sin causa justificada, quebrada por un vientodel hasto... Y ella, que siempre haba sido una vida buscadora de nuevasemociones, encontraba en su trato y en su nueva relacin con el futbolista algoatrayente que llenaba su vanidad de mujer.

    -Sabe usted que nunca pierde un partido de los que usted juega? -indic aDoyle.

    -De veras?

    -Soy partidaria de su Club. Y slo porque es el suyo, por la manera magnficacomo defiende sus colores.

    -Hago lo que puedo. Pero en lo sucesivo tendr muy presente que usted memira y me esforzar hasta lo inverosmil.

    -Y yo se lo agradecer. Es usted tan galante como buen jugador.

    Y sigui el tiroteo de mutuas cortesas, mientras Molly, Connie y otras amigasestaban pendientes de la voz de oro de Kal, que acababa de entonar las ltimasestrofas.

    ***

    Impaciente, el prncipe, despus de corresponder a los constantes aplausos, fue

    a su camarn, donde le aguardaba Al Martin, que mostraba una radiante

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    satisfaccin.

    -Ah! -le dijo sonriente-, hemos tenido un xito de los que tumban... Fjate,chico, fjate!... Cartas de admiradores... Hijo mo, tu suerte ha sido que yo te haya

    descubierto y te haya trado aqu...l le oa distrado y de pronto le mostr un estuche de joyera.

    -Aj!... No me digas... no me digas... Ya s para quin es... para Peggy.

    -Crees que le gustar?

    Abri la caja de terciopelo y mostr un magnfico brazalete de brillantes.

    Al arrug el ceo. Era hombre poco dadivoso, para quien nunca habanconstituido demasiada preocupacin las mujeres y menos para obsequiarlas.

    -S, s... es muy bonito... Pero la verdad, chico, este es un mal sistema. Con lasmujeres al principio no se debe gastar el dinero por si no estn seguras... y cuandoestn seguras, tampoco!, porque ya estn seguras.

    Kal no comprenda aquel razonamiento; para l todo lo que ganaba, bienempleado estaba en obsequiar a la mujer que constitua la razn de su existencia.

    -Entonces para qu se quiere lo que se gana? En qu se puede emplear eldinero si no en eso?

    Al recogi sus palabras.

    -Hombre, a nadie mejor le podas preguntar en qu invertir el dinero.Precisamente yo he sido agente de Bolsa. Y fui consejero de finanzas de los

    principales capitalistas que quebraron el ao 98.

    -Pues para eso quizs ser mejor seguir mi sistema. Bueno, ya estoy -aadi,contemplndose por ltima vez al espejo donde se retrataba su elegante silueta defrac-. No debo hacerla esperar. Es la primera noche que estaremos solos en no scuntas semanas... Siempre compromisos, siempre teniendo que atender a todoel mundo!

    -Ventajas de la gloria.

    -Pero preferira un poco ms de intimidad.

    Iban a salir cuando apareci un botones con una carta para el artista.

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    -Miss Peggy me ha dado esto para usted.

    -Miss Peggy?

    Adivin una dificultad, algo terrible, e instantneamente por su imaginacinpas la sombra de aquel joven que estaba conversando con Peggy durante laactuacin de l. Abri nerviosamente la esquelita y palideci al leer su breveescrito:

    Kal:

    Me cansaba de esperar y me he trado a todos a casa. Ven si quieres.

    Peggy.

    Haba ledo la misiva en voz alta y se qued mirando a Al Martin converdadera tristeza.

    Qu significaba aquel mensaje? Cmo ella, que tantas pruebas le haba dadode amor, escriba aquellas frases fras, desdeosas, casi impertinentes?

    Por primera vez los celos llamaron a su puerta con su son agresivo y triste.

    De nuevo relacion aquella esquelita con la actitud anterior de Peggy, cuando

    l se vio tambin tratado con una indiferencia desconocida por la amada.

    Baj los ojos, guard tristemente el estuche en el bolsillo, esclavo de sumelancola y de su dolor, y sali del camarn, mientras Al filosficamenteexclamaba:

    -Anda, para que compres pulseritas!

    ***

    Una alegra desenfrenada llenaba la casa suntuosa de Peggy.

    Aquella mujer que durante algn tiempo haba parecido perder su propiapersonalidad de criatura ligera y superficial que no da importancia a nada de lavida, volva a reanudar la ruta de su camino de coquetera, de frivolidad.

    La novela de amor con el prncipe Kal, que haba abierto un parntesis en suexistencia, haba terminado ya... Duraba ya demasiado para una criatura deltemperamento de ella. La presencia de Kal comenzaba a fatigarla y deseaba

    nuevas relaciones que la alejaran del ambiente reducido del prncipe del Sur.

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    Una vez bien conocida el alma de aquel indgena, ya nada haba sorprendenteen ella. Y Peggy necesitaba otras vidas, otras historias de pasin y de intensidad,

    pues era, por encima de todo, una criatura novelesca.

    La presencia del futbolista Doyle haba sido el resorte que pusiera en su alma,otra vez, la pasin de la novedad, de la alegra de lo desconocido.

    Se sinti orgullosa de cultivar aquella amistad con el deportista aclamado porlos pblicos todos, por el hombre que era tambin artista a su manera...

    Conoca las distintas aventuras que esmaltaban la existencia de Doyle; sabaque muchas mujeres haban cado en sus brazos dominadas por aquel as de la

    popularidad. Cierto tambin que Kal era un dolo del pblico, pero ay! carecade la fuerza atractiva de un pasado. Todo era igual en su existencia anterior, antes

    de conocer a Peggy. Una vida lisa, primitiva, sin complicaciones, de paz y demontona bondad en su tierra, como el curso de un arroyuelo insignificante...Descubierta por ella esa pgina del ayer, ya Kal haba perdido ante sus ojos el

    prestigio de lo nuevo. Era montono; se repetan los episodios de su vida anterior;ningn relieve de aventura desviaba la insoportable monotona del llano.

    Y Peggy, criatura voluble, senta satisfecha con la ntima amistad que Doylepareca brindarle.

    Aquel muchacho, mimado de todos los pblicos y con una experiencia de lavida de que careca Kal, pronto comprendi que se encontraba ante unaconquista fcil y alegremente acept la invitacin de ir a casa de Peggy encompaa de otros varios amigos.

    La suntuosa mansin de aquella criatura intil, pero deliciosa, se vio invadidapor una coleccin de personas que slo ansiaban divertirse.

    Desbordose la alegra, como un buen vino generoso... Luego una msica deradio puso un frentico delirio en los ojos y en las actitudes de todos ellos...

    Alguien trajo despus unos globitos de goma y empezaron a hacerlos volar y areventarlos en graciosa pugna.

    Contra uno de los globitos pusieron sus ansias Peggy y Doyle, que durantetoda la noche no haban cesado de estar juntos y de acariciarse las manos con

    promesas amales. Por fin lograron hacerlo estallar, pero riendo, perdieron elequilibrio y cayeron al suelo, permaneciendo Peggy echada indolentemente a unlado de su amigo, agitada por carcajadas estruendosas.

    En aquel momento se present Kal, que presenta algo desagradable.

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    Peggy estaba tan dominada por las risas y por sus bromas con Doyle, que nisiquiera se dio cuenta de la presencia del prncipe, y ste qued unos momentosunto a la puerta, mordindose de ira los labios y contemplando aquel espectculo

    de juerga vulgar.

    Por sus ojos asom una punta de llanto al ver que se desvaneca la imagen quehasta entonces haba tenido de Peggy, una imagen de mujer que slo viva y se

    preocupaba por l.

    Cun equivocado estaba! Cmo rea ahora Peggy, con una risa franca, jovial,estridente, de mujer feliz! Ah, no necesitaba para nada a Kal para mostrarsecontenta de la vida!

    Varias muchachas rodearon a Kal invitndole a que jugara con ellas. Pero el

    prncipe las rehuy con un gesto de cortesa y avanz melanclico hacia dondeestaba su Peggy.

    La mir con aire de reproche, de dolorosa inquietud, con un silencio acusadory doloroso.

    Peggy le vio al fin e incorporndose pesadamente y sin demostrar la menornerviosidad por lo que estaba sucediendo, le dijo:

    -Hola... Kal! Qu hay?

    Tmidamente y no queriendo mostrar la llaga abierta en su alma, se limit eljoven a responder.

    -Qu tal, Peggy?

    -Ya ves... No del todo mal.

    Haban trado otro globito de goma y se disponan todos a jugar un partido de

    futbol de saln.-Usted ser de nuestro equipo, Kal -dijo una de las muchachas.

    -Gracias -respondi el prncipe, secamente-. Prefiero mirar.

    -Antes de comenzar -arguy uno de aquellos jvenes-, es preciso beber. Si yono bebo antes, no puedo ganar.

    -Pues vamos a beber.

    -Buena idea... Vamos todos.

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    Acudieron en tropel hacia otro saloncito donde se amontonaban en deliciosadiversidad las bebidas.

    -Quieres un cocktail? -dijo una de las mujeres a Kal.

    Este, que haba permanecido ante Peggy y el futbolista sin pronunciar palabra,contest:

    -No... Gracias.

    -Pues yo, s.

    Se alej de l, mientras Peggy, prescindiendo en absoluto del prncipe, comosi ya para nada le interesara ese hombre que por ella haba abandonado los suyos,

    obsesionado por un hlito de amor, se iba en compaa de Doyle, quien, desde sumundo de popularidad, consideraba poca cosa a aquel otro artista dolo de lamultitud, pero al que no crea de su rango.

    ***

    Ya en la cercana terraza, Peggy le dijo a su nuevo amigo:

    -Quieres traerme algo fresco para beber?...

    -Con mucho gusto.

    Peggy qued sola unos instantes. Ya no tena otra preocupacin que la deDoyle. Todo lo de este joven la interesaba y atraa con una encendida vanidad de

    poder pasearlo por todas partes como su flirt, ante la envidia de las otras mujeres.

    De pronto oy pasos y se volvi repentinamente temerosa.

    -Kal!

    Ante ella estaba, efectivamente, su enamorado, mirndola con un gesto triste yabatido, de hombre que necesita suplicar.

    -Me has asustado.

    -No esperabas a nadie?

    -No.

    Hubo una pausa. Pareci el prncipe desconcertado, como si no se atreviera adecir lo que se fraguaba en su pecho. Ella, siempre enemiga de situaciones

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    equvocas y mirando con fra indiferencia al hombre que fue su arrebato durantevarios meses, le interrog:

    -Me quieres decir qu te pasa? A qu viene esa cara? Ests disgustado?

    -S, lo estoy... T no sabes el desaliento que tengo... Me dieron tu carta... y...crea... crea que esta noche estaramos solos...

    Su ruego de fiel enamorado recibi una contestacin desdeosa, cruel, decriatura a quien no le importa un rpido rompimiento.

    -Ya tendremos tiempo para estar solos cualquier otra noche. Hoy no podadesdear a mis amigos.

    -Pero, Peggy, es que lo espero intilmente desde hace varias semanas... Qute ocurre, Peggy?... Ya no eres la de entonces...

    Ella ri.

    -Naturalmente!

    -Pues?

    -Es que ahora estamos en San Francisco y no en tu isla.

    -S... y bien lo siento. Quisiera que me amaras como me amabas all, comoaquella primera vez.

    Peggy le contest con voz silbante y en los labios un rictus entre despectivo eirnico:

    -Me parece que aqu tienes todo lo que all tenas y aun ms...

    -No... no.

    La cogi por las manos, pero la mujer intent rechazarle suavemente.

    -De qu te quejas?

    -Peggy... si yo vine a Amrica fue por estar cerca de ti. Por nada ms. Creest que la seguridad de la gloria me hubiera bastado para abandonar a los mos?

    No lo pienses... March por ti adonde t quisiste... A cualquier parte de la tierrahubiera ido con tal de estar a tu lado... Junto a ti todo hubiera sido bello,

    encantador... Porque te adoro, Peggy.

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    -Ya lo saba.

    -Peggy, yo cre que nuestro amor era algo decisivo en nuestras vidas... Y mehe equivocado. No me quieres, te has cansado de m.

    Apret ella los puos, dio con los suaves tacones contra el suelo. Senta laimpaciencia de todas las mujeres ante las quejas del amante que no interesa ya yque conviene alejar rpidamente de su mundo.

    -Bueno... No volvamos con la misma cancin de siempre.

    -La misma cancin? Es posible que digas eso de m?

    -Me fastidias con tus impertinencias.

    -No son impertinencias, Peggy. Es que yo te sigo adorando como antes ycomo siempre y noto en ti un desvo que me mata... S, Peggy! Es que no mequieres ya?

    Suplicaba, rogaba, su voz pareca ir a quebrarse en sollozos. Era el pobrehombre sentimental y apasionado que una vez conocida la vida del amor ya no

    puede permanecer sin ella...

    Peggy se ech cruelmente a rer, y deseando librarse de aquel carino que

    adivinaba iba a pesar sobre su vida si no se lo quitaba con audacia, quiso terminarde una manera definitiva.

    Qu le importaban las consideraciones morales? Qu se le daba a ella de loque pudiera o no suceder?

    Volvi l a repetir con una angustiosa expresin:

    -Es que... ya no me quieres, verdad?

    Ella, cruel, incisiva, malvada, respondi:

    -Hace falta estar ciego para no haberlo visto antes.

    -Peggy! Oh, Peggy!

    En aquel instante se present un grupo de invitados.

    -Pero todava no ha terminado la conferencia?... Anda, Kal, ven, cntanos

    algo.

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    -No... no puedo balbuce plido.

    -S que puedes... No te hagas rogar ms... Vamos, ven. Aquella cancin quenos cantaste el otro da... Estamos tan ansiosos de orte!

    Le tomaron por el brazo y se lo llevaron hacia la sala contigua. Iba Kal comoun autmata, con el corazn herido por la ingratitud. Sus ojos estabanempaados, poco e faltara para llorar como un chiquillo.

    Ay, aquellas frases de Peggy! Aquella sentencia inapelable, fra y cruel, conla tirana de la mujer que se muestra implacable en sus decisiones...

    No, todava no se daba cuenta suficiente de su importancia. Tena elaturdimiento del golpe, el dao fsico, a flor de piel, pero an el dolor moral no

    haba llegado a invadirle por completo. Slo mucho ms tarde experimentara elhorror de la soledad.

    Vio a Peggy que se hallaba bebiendo la copa de cocktailque Doyle acababa detraer para ella. Les mir con verdadero odio, con una mirada mortal en la que

    pareca vaciarse el alma atormentada de su raza.

    Ella le contemplaba pasivamente, casi abrazada a Doyle que no pareca darimportancia al prncipe, como si no le diera miedo alguno la clera de ese ser delejanos mundos.

    Volvieron a llamar otra vez a Kal; una muchacha se sent al piano, y elprncipe, llevado de una inspiracin repentina, empez a recitar con majestuosaindignacin:

    Hemos terminado para siempre...

    T no me quieres ya, segn has dicho,

    Y yo, yo no s qu decirte.

    Pareca pronto a agredirles; varios amigos le contuvieron. Adivinaban latragedia que ocurra en el alma del prncipe; saban los amores de sta co