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    Hacia la construccin de izquierdas democrticas

    Marco Fonseca1

    PRIMERA PARTE

    Introduccin

    La promesa de desarrollo civil, poltico y humano hecha por los actores polticos que negociaron

    y disearon la transicin democrtica en Guatemala, desde la Constitucin Poltica de 1985 hasta

    los Acuerdos de Paz de 1996, ha quedado incumplida.2Este cargo de incumplimiento pesa

    mucho ms sobre los hombros de las lites neoburguesas corporativas y tecnocrticas que han

    venido controlando la transicin democrtica desde el Estado que sobre los hombros de cualquier

    otro actor nacional.3Aunque la administracin del Presidente Berger Perdomo tuvo la

    oportunidad de darle un impulso nuevo y de inyectarle energas frescas al proceso de transicin,

    sobre todo de hacerlo priorizando sin ambivalencias y de manera participativa un proyecto de

    desarrollo civil, poltico, humano y ambiental, no lo hizo. El proyecto de visin de pas que se

    lanzaron a forjar stas lites, en cambio, alej a la repblica aun ms lejos de las metas del

    desarrollo civil, poltico y humano que, sin lugar a dudas, han sido ya sobre diagnosticadas. Los

    aos de la GANA fueron, pues, fundamentalmente aos de oportunidades perdidas. Los aos de

    la nueva administracin civil no prometen ser en lo sustancial nada diferentes y la nica

    diferencia desalentadora posible de ser diagnosticada con claridad es que la crisis de seguridad

    que amenaza con desmantelar el marco institucional de la transicin democrtica amenaza con

    agravarse. Lejos de solucionar democrticamente los desafos del desarrollo humano que

    subyacen a esta crisis de seguridad, la nueva administracin civil va a convertir el manejo de

    polticas de seguridad en el eje central de su agenda domstica de gobierno. En trminos de estacrisis de seguridad el trabajo de la CICIG solo va a tocar la punta del iceberg en tanto que los

    grupos paralelos y cuerpos ilegales incrustados en la administracin pblica van a retraerse a

    la oscuridad y esperar que la atencin internacional se agote tal y como esto ocurri con los

    Acuerdos de Paz y su implementacin.

    Para un Estado nacional donde las oportunidades para el cambio poltico de alcance normativo y

    estructural lo que puede resumirse con la idea de coyunturas crticas desde la

    independencia hasta el presente se pueden contar con los dedos de una mano,4es difcil de

    concebir lo que de hecho constituye la prdida de la coyuntura crtica que se abri en el

    transcurso de las negociaciones de paz y despus de la firma de los Acuerdos de Paz en 1996.Hay que tomar en cuenta, adems de las adversidades e inconsistencias, que esta coyuntura

    crtica estuvo marcada por un apoyo poltico y econmico de la comunidad internacional sin

    precedentes, por un cierto grado de compromiso por parte del sector corporativo neoburgus que

    durante todo el proceso de paz todava no se haba propuesto la ruta del libre comercio como su

    estrategia preferida y con la presencia, tambin sin precedentes, de una sociedad civil emergente.

    Cmo ha sido posible echar por la borda esta oportunidad histrica nica?

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    Los aos de la GANA constituyeron sin duda alguna una prdida de oportunidades para el

    desarrollo civil, poltico y humano de la repblica en general. Tambin puede argumentarse que

    los aos de la GANA constituyeron aos de oportunidad para la construccin participativa y

    ampliamente democrtica de un proyecto de izquierda integral. Pues bien, la URNG, como actor

    revolucionario principal y con participacin oficial en el proceso de transicin, s logr

    emerger del mismo como un actor poltico legal, serio y prometedor en el contexto de la nueva

    esfera pblica y con esto tambin logr acarrear consigo cierto apoyo de sus propias bases y

    militancia, cierto apoyo de los viejos grupos plebeyo-populares as como cierto apoyo de algunos

    actores recientemente organizados de la sociedad civil como, por ejemplo, el sector de mujeres

    de la Asamblea de la Sociedad Civil - hoy simplemente conocido como Sector de Mujeres. Estas

    fueron las bases que, en mayor o menor medida, vinieron a constituir el llamado Movimiento

    Amplio de Izquierda (MAIZ) durante el proceso electoral del ao 2007. Si el argumento de

    arriba es convincente del todo entonces del mismo se sigue que, a pesar de la prdida de una

    oportunidad por parte del Estado, s hubo una oportunidad, tambin sin precedentes en las

    ltimas dcadas, por parte de los partidos polticos de izquierda y sus movimientoscorrespondientes en las bases, sobre todo por parte de la vieja izquierda revolucionaria y algunas

    de sus disidencias, para promover la construccin de un proyecto alternativo e integral,

    ampliamente inclusivo y participativo, de izquierda en Guatemala.

    La transicin poltica de la clandestinidad a la legalidad, de la violencia revolucionaria a la

    propuesta pacfica de la revolucin, por parte de la URNG constituy en s mismo, sin lugar a

    dudas, un paso adelante en la evolucin poltica de la vieja izquierda revolucionaria y en la vida

    poltica de la repblica. Fue un paso que, como lo han dicho los/as mismos partcipes

    revolucionarios en este proceso, no fue fcil de tomar, implic enormes esfuerzos, ajustes y

    sacrificios, pero fue un paso que, como ya era evidente en la dcada de los ochentas, tambin setorn polticamente inevitable tanto desde el punto de vista de la nueva constelacin poltica

    nacional a partir de la transicin democrtica desde 1984-85 como del reordenamiento de las

    relaciones internacionales despus del fin de la Guerra Fra.

    Sin embargo, desde una perspectiva crtica, lo que ha resultado en la prctica de esta conversin

    de la URNG en partido poltico, de su ingreso a un sistema de partidos polticos crecientemente

    mercantilizado y de su participacin tambin en una esfera pblica nueva, ha sido la continuidad

    en este nuevo contexto de los viejos mtodos de organizacin, los viejos enfoques de

    interpretacin y los viejos lenguajes polticos autovalidadores que sta izquierda empleaba con

    tanta certeza, autoridad y justificacin desde la vieja esfera de la clandestinidad. Muchos de esoselementos, como lo voy a discutir ms abajo, ya eran problemticos es decir, inciertos,

    autoritarios e injustificables incluso en los aos de la clandestinidad y la lucha revolucionaria

    en los tiempos del enfrentamiento armado interno cuando, de manera tautolgica o circular, el

    conflicto mismo pareca justificar muchas de los argumentos y estrategias que adopt la

    izquierda. Pero en un contexto de transicin democrtica, por las propios ideales de tolerancia

    poltica, diversidad ideolgica y relaciones polticas de reconocimiento mutuo que la misma

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    supone y/o necesita, por los presupuestos comunicativos que justifican ultimadamente a la

    democrtica participativa si es que la misma es digna de adoptar ese nombre, la continuidad de

    estos argumentos y estrategias se ha vuelto abiertamente obstructor o destructor de izquierdas

    posibles y su justificacin, si es que tienen alguna, ya no es posible a no ser que sea de manera

    abierta, tolerante y democrtica.

    Si la continuidad de algunos de los aspectos ms controvertidos de la poltica revolucionaria en

    el contexto presente hubiera resultado solo en problemas internos, de sobrevivencia y de

    credibilidad de la URNG, como los que la misma de hecho ha experimentado, ello hubiera sido

    ciertamente lamentable pero no necesariamente adverso a un proceso de construccin de

    izquierdas posibles ms amplio, tolerante, pluralista y diverso. Despus de todo no es ajeno a

    todo proceso de construccin de fuerzas polticas, en cualquier terreno, pero sobre todo en el

    terreno de las izquierdas cuya identidad se bifurca entre lo sistmico-estratgico (el sistema de

    partidos polticos) y lo normativo-discursivo (la esfera pblica), que las mismas encuentren a

    diario el desafo de la sobrevivencia estratgica y la legitimidad poltica. No hay que olvidar

    tampoco que, como en el caso de otros partidos y movimientos culturales y polticos, la gente de

    la izquierda tradicional agrupada en torno a la URNG as como sus simpatizantes tienen, como

    miembros/as de un Estado nacional en procesos de democratizacin, como ciudadanos/as

    participantes en una repblica incipientemente democrtica, el derecho civil y poltico de darle

    continuidad a sus propias tradiciones polticas, formas de organizacin y lucha as como su

    lenguaje cultural y poltico.

    Pero qu pasa cuando la continuacin acrtica de ciertas tradiciones culturales y polticas,

    ciertos estilos de organizacin y ciertos lenguajes culturales y polticos de la izquierda

    tradicional se tornan contraproducentes para la propia reconstruccin de sta izquierda, ya no

    digamos para el desarrollo de otras izquierdas posibles o, ms generalmente, para el desarrollo

    democrtico de la repblica? Qu pasa cuando la libertad de continuar con una tradicin poltica

    particular implica en la prctica y en el discurso la negacin de los derechos civiles y polticos

    mismos sobre la que descansa, fundamentalmente, esa misma tradicin poltica como su

    condicin primaria de posibilidad? Qu hacer cuando un proyecto de izquierda tradicional

    impide, debilita, bloquea o sabotea el desarrollo de otras izquierdas posibles? Qu pasa cuando

    los imperativos sistmico-estratgicos de sobrevivencia, influencia y estrategia poltica del

    partido sobrepasan y, de hecho, subsumen y desfiguran los imperativos democrtico-

    discursivos del movimiento cultural y poltico que sirve de soporte al partido y hasta entran en

    contradiccin el uno con el otro al interior o afuera de la misma organizacin amenazando, consu explosin, a toda la constelacin de fuerzas de izquierda existentes o posibles y poniendo en

    peligro con ello el proyecto de construccin de una izquierda integral posible como un todo?

    Cmo deben de responder a estos peligros o amenazas actores civiles polticos, organizacional y

    polticamente autnomos, que buscan fomentar la tolerancia poltica, la diversidad ideolgica y

    el pluralismo cultural, como condiciones de posibilidad de su propia existencia, desde una esfera

    pblica democratizante? Cmo debe responder una sociedad civil incipiente a fuerzas polticas

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    de izquierda sistmico-estratgicas que, por las exigencias de su identidad estratgica, enfatizan

    y fomentan, en la prctica y en el discurso, la intolerancia, el dogmatismo y el

    monoculturalismo? Cul debe ser la relacin entre la sociedad civil y las [multitudes] fuerzas

    plebeyo-populares que enfatizan el lenguaje de los derechos sociales y que a menudo se

    comportan como clientelas cautivas de la izquierda tradicional? Estas y otras preguntas nos

    sitan en el terreno de las lgicas culturales diferentes, los lenguajes polticos alternativos y los

    proyectos polticos posibles que encontramos en el centro del drama poltico que hoy se vive en

    la repblica. La tragedia cmica que observamos en las fuerzas de la izquierda nacional durante

    el proceso electoral del ao 2007, depredndose las unas a las otras y con ello trivializando sus

    propias tradiciones y desfigurando sus respectivos sueos, demuestra mas all de toda duda que

    si los dilemas de la construccin de una izquierda democrtica tienen resolucin alguna, la

    misma yace solamente en una imaginacin creativa, alternativa y sin miedo del futuro.

    La continuidad acrtica e incluso doctrinaria de la cultura y poltica revolucionaria tradicional,

    sin embargo, ha afectado el proceso de reconstruccin de la vieja izquierda revolucionaria misma

    as como todo el proceso de construccin de izquierdas posibles en el contexto de la esfera

    pblica presente. Para entender esta conclusin sin duda severa, aparentemente antiptica, es

    preciso poner el comportamiento poltico de la izquierda tradicional, aunque sea brevemente, (1)

    en el contexto amplio de la transicin cultural y poltica que ha venido ocurriendo en Guatemala

    desde mediados de los aos ochentas y, al interior de este proceso, en el contexto delsignificado

    del enfrentamiento armada interno y del giro ideolgico-poltico en el pensamiento

    revolucionario mismo as como la prctica de la izquierda revolucionaria alrededor del mundo

    desde un poco antes, pero definitivamente desde despus, de la cada del Muro de Berln y el fin

    de la Guerra Fra. La transicin de la izquierda no debi ser solo cuestin de adaptar viejas ideas

    a un nuevo contexto prctico con condiciones nuevas sino que debi ser, enfticamente, unaverdadera transformacin de las ideas mismas. Pero, aunque la izquierda tradicional haya

    efectivamente sufrido una crisis de conversin poltica despus de la transicin, hay sin embargo

    que poner el comportamiento poltico de la izquierda tradicional (2) en el contexto particular de

    la dinmicacontribucin histrica de la izquierda tradicional al desarrollo poltico de la

    repblica en general. Por un lado, la izquierda tradicional tanto como movimiento revolucionario

    y ahora como partido poltico sistmico-estratgico ha enfrentado todo proceso poltico electoral

    de la transicin como algo extrao, claramente fuera de su control y sobre el cual la misma ha

    querido ejercer influencia indebida, injustificada y mucho menos reconocida por otras fuerzas

    igualmente sistmico-estratgicas con fines similares. En todo proceso electoral desde el inicio

    de la transicin la izquierda tradicional ha visto disminuir crecientemente su tradicional grado deinfluencia sobre otras expresiones de izquierda revolucionaria o [multitudinaria] plebeyo-

    popular. Sin embargo, hay elementos importantes de la tradicin de izquierdas que hoy sirven de

    fundamento y que han dado cierto impulso a una dinmica de construccin de izquierdas

    mltiples, descentralizadas, postleninistas fuertemente vinculadas a una ciudadana de izquierda

    y a la construccin de una esfera pblica democrtica. Finalmente es preciso ver (3) en qu

    sentido los elementos de arriba estn vinculados tambin a un proceso acelerado y vertiginoso de

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    fragmentacin en que las izquierdas (tanto la tradicional como algunas expresiones nuevas de

    izquierda) ha cado justo en el momento en el cual lo opuesto debera haber ocurrido, el proceso

    igualmente preocupante de debilitamiento, fragmentacin e incluso, en algunas instancias, la

    desconstruccin de la sociedad civil emergente lo que ha implicado la parcelacin de la

    soberana popular en su forma contempornea.

    En efecto, el rumbo dificultoso, contradictorio pero tambin problemtico que ha tomado la vieja

    izquierda revolucionaria en el contexto de la nueva esfera pblica de la repblica pos1996, tanto

    en su relacin con las bases, como en su dinmica en el sistema de partidos polticos, as como

    en su papel dentro de las instituciones de gobierno en las que la misma ha participado

    oficialmente como izquierda (por ejemplo el Congreso), se revela en aspectos que es preciso

    analizar con detenimiento.

    En base a estas consideraciones sobre el significado del proyecto revolucionario tradicional y de

    las distintas alternativas de izquierda del presente el presente ensayo procede a reflexionar sobre

    el significado del concepto de soberana popular y, de hecho, a reformularlo con ayuda delconcepto de sociedad civil. El impacto de la nueva esfera pblica, traslapada como la misma est

    con el sistema electoral, sobre la naturaleza y dinmica de la soberana popular tambin ser

    examinado.

    Conflicto de interpretaciones

    Cualquier significado que pueda drsele a la transicin de la izquierda revolucionaria tradicional

    de la lucha armada a la vida legal y poltica de la repblica y el papel que la misma ha cumplido

    dentro de la nueva esfera pblica depende, en parte, de un trabajo de interpretacin o de una

    hermenutica histrica delicada. Como mnimo este ejercicio interpretativo tiene que considerarlas condiciones previas a la transicin democrtica, es decir, al perodo del llamado

    enfrentamiento armado interno, el proceso de desarme de las utopas que han experimentado

    las izquierdas revolucionarias despus de la Guerra Fra, as como la transicin de la izquierda

    revolucionaria de la clandestinidad a la legalidad poltica. La interpretacin que le demos a estos

    eventos complejos, entonces, tiene implicaciones para el entendimiento que tengamos de la

    prctica poltica del presente.5Ntese, tambin, que la interpretacin que aqu hago de todo esto

    debe entenderse como una crtica de la filosofa poltica e histrica de la izquierda y no como

    una historia emprica o intelectual de la misma que, a mi juicio, ya ha sido hecha y que no hay

    necesidad de repetir.6

    La izquierda revolucionaria tradicional guatemalteca, como parte de una tradicin de izquierda

    latinoamericana inspirada en una lectura particular de la tradicin marxista-leninista, ha insistido

    por mucho tiempo en comprender el enfrentamiento armado interno como algo que result de

    una dinmica con profundas races histricas fundamentadas en la exclusin econmica, el

    racismo y el autoritarismo de las elites oligrquicas tradicionales; como una dinmica tambin de

    tipo estructural, es decir, vinculada con una estructura agraria altamente desigual, un

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    capitalismo subdesarrollo y perifrico y una generacin de riqueza concentrada en muy pocas

    manos, y finalmente como una dinmica poltica que debe entenderse, fundamentalmente, como

    una lucha de clases sociales definida a partir de la propiedad o el control efectivo de los medios

    de produccin, en particular la tierra, tal y como este control se perfil desde la colonia y se

    afianz desde la Reforma Liberal. Por todas estas razones, el enfrentamiento armado interno

    debe ser entendido como un producto de una dinmica histrico-estructural independiente de

    cuestiones ideolgicas contingentes o de interpretaciones acadmicas todava aparentemente ms

    distanciadas de la realidad.

    Si la entendemos como expresin de una filosofa poltica e histrica particular, esta visin

    determinista de las causas del enfrentamiento armado resulta de la aplicacin consciente o

    inconsciente de unafilosofa de la conciencia(es decir una versin especfica, doctrinaria, de

    marxismo-leninismo), una filosofa que enfatiza una cierta racionalidad histrica susceptible de

    autoconocimiento, en cuyo corazn late lapresenciade un sujeto colectivo en proceso de avance

    y en busca de su liberacin y que, en la prctica, se identifica con la categora de el pueblo. El

    pueblo, en tanto que sujeto portador de cierta racionalidad histrica y cierta identidad colectiva,

    es pues un sujeto capaz de conocerse a s mismo por medio de la toma de conciencia

    revolucionaria y, al mismo tiempo, es un sujeto que, visto desde esa conciencia revolucionaria,

    se encuentra en proceso de levantamiento y revolucin. Debido a que los hombres, los

    pueblos, hacen la historia pero no la hacen bajo condiciones que ellos mismos han escogido, la

    tarea histrica de los pueblos es pues buscar la creacin de condiciones adecuadas para lograr

    la transicin de una esencia revolucionaria en una existencia revolucionaria, de una pueblo

    revolucionario a un Estado revolucionario y de una clase oprimida a una clase hegemnica.

    Aunque la lucha por los derechos sociales dista mucho de ser equivalente a la lucha por la

    revolucin o el socialismo, la misma por lo menos puede contribuir a crear las condicionesdentro de las cuales se hace ms posible aproximarse al momento de la toma del poder que sin

    esa lucha. En palabras del Frente Nacional de Lucha (FNL): Nuestro pueblo es dueo de

    derechos y no est dispuesto a renunciar a ellos. Nuestro pueblo sabe que respetar y hacer

    cumplir cada uno de esos derechos es una obligacin del Estado, segn lo mandatan la

    Constitucin Poltica y las leyes vigentes. Sabe, tambin, que la defensa de esos derechos slo

    proviene desde la izquierda mientras que, por el contrario, las derechas slo buscan cmo acabar

    con ellos.7 De igual modo, nos dice el mismo grupo, en Guatemala todo lo bueno que existe

    en trminos de polticas pblicas ha habido que conquistarlo en la lucha. Cada logro en beneficio

    del pueblo ha sido necesario arrebatrselo a los sectores egostas y codiciosos que han tenido

    siempre la sartn por el mango. Y, para alcanzarlo, ha habido que luchar. Y esto es as porquelos derechos sociales (el trabajo, el salario, la salud, la educacin, la seguridad, las pensiones, los

    servicios pblicos como el agua potable, la electricidad, el transporte pblico y hasta la telefona,

    etc.) parecen estar directamente vinculados con las condiciones materiales que afectan el

    desenvolvimiento histrico del pueblo as como la toma de conciencia de los elementos ms

    esenciales del mismo.

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    Bajo las premisas de esta filosofa poltica e histrica, entonces, la izquierda revolucionaria

    tradicional adopt la vieja nocin de la autodeterminacin poltica colectiva centrada en la idea

    del derecho de rebelin de los pueblos ante gobiernos tirnicos o, lo que es lo mismo, la idea del

    pueblo en armas. Debido al carcter generalmente espontneo de la accin popular colectiva,

    el pueblo debe ser dirigido por una lite de profesionales revolucionarios consecuentes e

    indesviables, en el sentido de que aunque la revolucin constituye en ltima instancia en un

    acto llevado a cabo por un sujeto colectivo y singular, el mismo sin embargo se puede conocer a

    s mismo y sus verdaderos intereses as como sus verdaderos aliados solamente por medio de

    la conciencia revolucionaria, facilitada por el trabajo de lderes especiales, que busca, por medio

    de un programa revolucionario sistemticamente desarrollado, la realizacin de su esencia tico-

    poltica dentro de una comunidad concreta de connacionales que se dan a s mismos algo as

    como un contrato social revolucionario en la forma de una dictadura del proletariado, una

    revolucin popular o, para usar lenguaje ms reciente, una repblica bolivariana en

    transicin al socialismo.

    Esta versin revolucionaria de la soberana popular ha servido en Guatemala, desde por lo menos

    mediados del siglo veinte, para fundamentar el argumento de la falta de espacio para el trabajo

    legal de la izquierda o del pueblo convocado y dirigido por la misma8as como para fundamentar

    la opcin revolucionaria por la lucha armada o por los mtodos populares de confrontacin del

    Estado y las polticas pblicas entendidas, por mucho tiempo, como un ejercicio cnico de

    control o manipulacin de las masas populares que nunca puede tocar las causas estructurales

    de los problemas o conflictos sociales. La revuelta de las masas populares, entonces, es la

    expresin emprica de un sujeto histrico en proceso de concientizacin, de levantamiento y de

    lucha por sus derechos pero esta expresin haba que conducirla por el sendero adecuado a no

    ser que la misma cayera en las trampas ideolgicas y los ofrecimientos falsos de los partidospolticos de derecha, los voluntarismos de izquierda o los oportunismos de la disidencia.

    9

    Por s solo el pueblo no puede hacer una revolucin. El pueblo tiene que ser liderado y ese

    liderazgo habra de proveerlo, precisamente, el destacamento armado de la clase obrera, el

    partido revolucionario de nuevo tipo, el ejrcito guerrillero de los pobres, la vanguardia

    revolucionaria del pueblo, las fuerzas armadas rebeldes, las fuerzas populares de liberacin,

    el ejrcito de liberacin nacional o, solo para agregar otro nombre familiar mas, la

    organizacin revolucionaria del pueblo en armas.

    El discurso revolucionario arriba descrito brevemente, sin embargo, ha estado sujeto a crticas

    duras ya desde el contexto de la Guerra Fra y, ms aun, despus de la misma.

    Visto desde otra perspectiva, el enfrentamiento armado interno no fue inevitable sino

    contingente, no represent objetivamente el ascenso de una clase, coalicin de clases, el

    pueblo o el sujeto revolucionario al punto de casi tomar el poder10

    y tampoco represent,

    contrario a la narrativa revolucionaria, la marcha de un sujeto colectivo liberador en bsqueda

    vicaria de la liberacin nacional para todos. Solo puede hablarse de un ascenso de clase o de

    una marcha histrica liberadora dentro de un marco categrico interpretativo que predetermina

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    la percepcin que tangamos o que podamos tener de la realidad. Al contrario, el

    enfrentamiento armado interno dependi, en gran parte, de un proceso poltico complejo pero

    contingente cuyos actores centrales, tanto individuales como colectivos e institucionales, se

    tornaron ideolgicamente duros y ciegos unos con respecto de los otros, actores que estaban

    armados con discursos polticos altamente distorsionados y desconstructores, que hicieron

    imposible la bsqueda de alternativas pacficas y democrticas en la prctica pblica y que

    cerraron los espacios pblicos para formas alternativas de reconocimiento mutuo.11

    La bsqueda de alternativas polticas o de espacios alternativos de reconocimiento mutuo no se

    poda agotar, ni hace tres dcadas como tampoco en el presente, en la simple bsqueda de

    oportunidades para una organizacin popular de choque o para participar legal y efectivamente,

    pero con agendas obviamente antitticas y poco razonables, en procesos electorales militarmente

    tutelados o corporativamente mediatizados sin posibilidad realstica alguna de autorenovacin.

    Las cosas hubieran podido ser diferentes, sin embargo, si como parte de las condiciones iniciales

    de existencia de la izquierda, en su discurso y su prctica, hubiera existido un compromiso

    prctico y normativo con la tolerancia poltica, la resolucin pacfica de los conflictos y los

    procesos democrticos de reconcomiendo mutuo mas ac y mas all de los procesos electorales,

    como de hecho era y sigue siendo histricamente posible. Si las condiciones discursivas y

    practicas iniciales de la izquierda hubieran sido diferentes, lo que poda haber sido el caso de

    modo relativamente independiente de lo salvaje del rgimen militar, entonces la falta de

    espacio poltico para la organizacin pacfica pero democrtica y hasta para la participacin

    electoral consciente de sus propias limitaciones hubiera sido solamente un obstculo contingente

    y no estratgico, de corto plazo y no permanente, para la bsqueda de otros mundos posibles

    desde el interior de un mundo indeseable.

    Si el argumento de arriba no estuviera bien encarrillado, entonces no habra ms remedio que

    concluir lo siguiente: dada la imposicin de una visin de pas neoburguesa y neoliberal

    compartida en comn, aunque bajo diferentes modalidades, por los partidos polticos que han

    encabezado el proceso de transicin desde su comienzo; dado el modelo de economa

    neoexportadora y extractiva con poqusima inversin en el llamado capital social que se ha

    venido construyendo desde los aos ochentas y que se institucionaliz definitivamente con el

    TLC firmado en 2006 y en vigencia desde 2007; dada la exacerbacin de los conflictos sociales

    (ejemplificado, entre otros fenmenos, por la ola de criminalidad y el auge tanto de las llamadas

    maras como del crimen organizado como formas paralelas de sociabilidad y gobierno) y el

    resquebraje de los modelos comunitarios tradicionales de vida sin alternativas viables(ejemplificado, entre otras cosas, por la continuidad de los linchamientos, el derrumbe de la

    autoridad municipal en muchas comunidades y los procesos intensificados de migracin al

    exterior y hacia la ciudad capital); finalmente, dada la creciente incapacidad de la izquierda y sus

    clientelas populares de tener un impacto tangible y sostenible en el curso de la transicin, sus

    divisiones e infantilismos, y sus fracasos electorales rotundos incluyendo los resultados de las

    elecciones de 2007; dadas todas estas condiciones presentes el proceso de transicin democrtica

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    est bajo una amenaza ms insidiosa y ms peligrosa que la que existi bajo los regmenes

    militares desarrollistas de los aos 60s y 70s. No se trata de una amenaza que pone en peligro la

    mera libertad de organizar formas radicales de protesta y oposicin, sino de una amenaza ms

    profunda que pone en peligro estratgico el propio proceso de desarrollo humano que es lo que

    hace posible la sostenibilidad de cualquier forma democrtica de poltica incluyendo las protestas

    civiles y la oposicin democrtica. Todas estas condiciones amenazan con acabar, de una vez por

    todas, con un proceso de transicin democrtica tolerante y participativo y amenazan con desatar

    una caja de pandoras ms terrible y destructora que la que se desat con los golpes militares de

    1954, 1963 y hasta el de 1982. Una diferencia esencial entre el peligro del presente y el peligro

    del pasado es que, en el presente, son las comunidades mismas las que, de modo hegelianamente

    dialctico, resultan envueltas en procesos de autodestruccin, automarginacin y

    autoempobrecimiento cuyos sntomas son visibles por doquier y cuyas consecuencias sociales se

    asemejan a las consecuencias fisiolgicas de la polio aunadas a las condiciones mentales de la

    demencia. Si el argumento de arriba no estuviera en el carril correcto, entonces, no habra

    remedio ms que concluir que en el presente histrico de Guatemala no habra otra alternativams que regresar a la lucha armada una vez ms, debido a la falta de cuadros [espacios?]

    suficientes, bajo la tutela de lites revolucionarias profesionales. Por fortuna esta conclusin es

    de nuevo terica y prcticamente equivocada.

    Vista desde esta ptica histrica, que tambin supone por supuesto una filosofa poltica

    alternativa, la pacificacin de Guatemala en la ltima dcada del siglo veinte puede verse

    como la pacificacin de un conflicto ideolgico-militar entre dos ejrcitos que nunca fue

    inevitable, que fue el resultado de opciones tomadas por grupos determinados con proyectos

    polticos tpicos pero no exclusivos de la poca y que ms bien debe enmarcarse dentro de la

    lgica dialcticamente totalizante y excluyente de una Guerra Fra que fue intensificada dentrodel Estado nacional debido, entre otras cosas, a las tradiciones vernculas caudillista, las

    tradiciones machistas de resolucin conflictos por medio de los golpes y las pistolas, las

    tradiciones religiosas dogmticas e intolerantes as como, sin duda alguna, por las

    contradicciones estructurales que, adems de distorsionar el desarrollo humano de manera

    inmanente, innegablemente eran parte del proceso histrico en cuestin y contribuyeron, por sus

    propias dinmicas, a dramatizarlo y polarizarlo.12

    La izquierda revolucionaria y la evolucin poltica de la repblica

    Como resultado de una participacin electoral problemtica, organizada y manejada de manera

    altamente cuestionable pero, sobre todo, conceptualizada de manera disfuncional con respecto

    del sistema electoral y la nueva esfera pblica, la resultante presencia oficial de la izquierda en el

    Congreso ha sido la presencia de minoras legislativas que, adems de tener un problema de

    organizacin, representacin y funcionamiento serio, se han visto encima de todo ajetreadas y

    desgastadas por luchas, divisiones, persecuciones y depredaciones entre ellas mismas y que,

    como resultado, han ejercido mucho menos influencia de la que pudieron haber ejercido en

    unidad sobre las agendas legislativas ms importantes y, sobre todo, sobre las polticas pblicas

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    de mayor impacto provenientes del ejecutivo. Otra consecuencia del desplome, resquebraje y

    mutua depredacin de la izquierda en el nuevo contexto electoral y en la nueva esfera pblica ha

    sido que de lo poco que ya le era posible hacer a las fuerzas diminutas y aisladas de las

    izquierdas en el Congreso, las mismas no han ni siquiera podido constituirse en una voz moral

    crtica con clara capacidad de engarzar la voluntad poltica de otras fuerzas afines en el Congreso

    o de fuerzas sociales ms amplias pero fraternales fuera del mismo. Es cierto que el trabajo

    legislativo de alguna gente de izquierda en el Congreso ha tenido ciertos logros hasta cierto

    punto desproporcionales en reas como el gasto pblico en la defensa nacional. Pero vista como

    un conjunto tanto la vieja izquierda revolucionaria como las nuevas versiones de izquierda con

    representacin legislativa han sido, en general, incapaces de detener o limitar desde el Congreso,

    solas o con sus alianzas coyunturales de conveniencia, una tendencia crecientemente

    neoburguesa, tecnocrtica y clientelista por parte de los bloques mayoristas en el legislativo

    vinculados a las lites neoburguesas en el poder ejecutivo y a sus polticas pblicas.

    Los fracasos de la izquierda como oposicin en el Congreso estn vinculados no solamente a las

    dinmicas internas del legislativo sino tambin a ciertos problemas que la izquierda tradicional

    ha experimentado en el nuevo medio electoral mercantilizado y en la nueva esfera pblica

    liberalizada despus de 1996. En el medio electoral minimalista pero profundamente

    competitivo y estratgico contemporneo, que hay que admitir ha sido hostil y poco auspiciante

    para los discursos de cualquier tipo de izquierda, se han reforzado los patrones de

    comportamiento poltico tradicional y ms problemticos de la vieja izquierda revolucionaria.

    Afuera del legislativo, pero en el contexto de la nueva esfera pblica, los varios intentos de

    reconstruccin y unificacin que la vieja izquierda revolucionaria ha iniciado desde su irrupcin

    en la nueva esfera pblica han dado lugar, casi de inmediato, a un divisionismo ideolgico

    interno y amargo as como a la disputa y depredacin, entre las distintas expresiones de

    izquierda, por una misma base de votos populares que ya ha durado ms de una dcada y que,

    como lo ha demostrado el proceso electoral del ao 2007, no parece estar en proceso de

    resolucin en la coyuntura presente. Como es bien sabido, el medio electoral del presente est

    caracterizado por dinmicas polticas competitivas y polarizantes, por el surgimiento de fuerzas y

    movimientos polticos ideolgica y organizativamente diversos, por patrones de movilizacin

    que responden a lgicas que ya no pueden reducirse a cuestiones puras de clase o etnia, por

    patrones de comunicacin pblica y discursiva que han cado inevitablemente en la vorgine del

    mercantilismo, la telenovelizacin y la digitalizacin, por una fluidez atolondrante en donde

    cuestiones de apariencia, imagen, sonidos y pegue efectivo y atractivo se convierten, para bieno para mal, en las cuestiones que perfilan el gusto de los/as consumidores electorales quienes

    deciden, bajo el efecto deslumbrante de una escena electoral mediatizada, quines van a

    gobernarlos por los prximos cuatro aos. Sin duda que se trata de un sistema electoral crudo,

    entorpecedor y distorsionante, pero es tambin el nico sistema a nuestra disposicin y el nico,

    hasta donde nosotros sabemos, con un potencial genuino de automejora y con la capacidad de

    motivar polticamente a la ciudadana.13

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    Pues bien, en el nuevo contexto electoral y, ms ampliamente, en la pluralidad y diversidad que

    caracterizan a la nueva esfera pblica democrtico-discursiva, hay que considerar que:

    a) Los viejos referentes ideolgicos y organizativos de la izquierda se han evaporado y todolo que era programticamente slido e ideolgicamente certero para la izquierda antes de

    la transicin ahora ha perdido mucha capacidad de compra dejando de apelar incluso amiembros/as de grupos subalternos y a las generaciones ms jvenes. Esto a pesar del

    hecho que, todava a menudo, representantes de grupos [multitudinarios] plebeyo-populares o de la izquierda tradicional siguen creyendo en la existencia de una izquierda

    autntica que expresa las necesidades bsicas de una poblacin porque est encontacto con el propio pueblo y con sus organizaciones. Esto se ha convertido ahora en

    una mera creencia pueril, de la misma categora y nivel que las creencias religiosas, y porsu carcter de doctrina comprensiva fuente de continua intolerancia poltica y de

    conflictos violentos.

    b) Justo cuando la vieja izquierda revolucionaria debera haber renovado sus referentes

    ideolgicos, la misma en cambio decidi sacar su imaginario social y poltico de unpasado cuya interpretacin misma est hoy ms que nunca sujeta a la argumentacin ycuyo significado, sin duda, ha dejado de tener validez indiscutible ante amplios sectores

    de la juventud y la sociedad del presente as como ante un nmero creciente de gruposculturales, polticos e intelectuales autnomos o simplemente no tiene la certeza de una

    verdad apodctica como antes la tuvo. Aunque haya grupos ideolgicamente supeditadosa la izquierda tradicional que sigan insistiendo que hay que rescatar el espritu de la

    Revolucin de Octubre y que todava hoy, ms de cinco dcadas despus, el pueblorecuerda con nostalgia y aoranza aquellas pocas de primavera, la evidencia que

    tenemos de las tendencias histricas y la evolucin poltica de la repblica y su sistemaelectoral, por lo menos desde el inicio de la transicin, demuestran que ao con ao hay

    menos gente que se siente endeudada con los ideales de la Revolucin de Octubre aunques valoren, por sus propias razones, las instituciones pblicas que todava quedan de la

    misma y de las cuales, les gusten o no, dependen hoy ms que nunca. Eleccin traseleccin tambin demuestran que de frontera a frontera y de costa a costa, el pueblo

    sigue escogiendo a lderes caudillistas, populistas y clientelistas aunque el mismo pueblo,eleccin tras eleccin, cien o doscientos das despus de la eleccin, pare desilusionado

    con los sucesivos gobiernos de las derechas y, a la hora de las nuevas elecciones, elpueblo parezca estar dispuesto a darles la espalda y optar masivamente por una opcin

    de izquierda.

    "# Justo cuando la izquierda debera haberse dado a la tarea ardua de imaginar otro futuroposible y deseable, de manera creativa, la misma se volc con veneracin supersticiosa

    ya sea al legado octubrista del pasado o al sueo bolivariano de otras latitudes y lo hizopara tratar de rescatar una vez ms su utopa y proyectarla una vez ms al futuro en la

    forma de otro mundo posible. Por ello es que se escucha a alguna gente decir, comoocurri en el proceso electoral recientemente concluido, que esta vez la poblacin ha

    tomado conciencia y le va a la izquierda. As ha ocurrido ya en otros pases de AmricaLatina y ocurre ya aqu tambin; con cierta confianza representantes de la izquierda

    afirmaron durante el proceso electoral, sin ningn respeto por las tendencias electoralesde la repblica, que la hora de la izquierda ha llegado a Guatemala precisamente porque

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    hay una ola de izquierda que se est produciendo en el sur del continente y en el norte yen nuestras barbas.En lugar de apreciar el carcter profundamente contingente de las

    luchas polticas, la necesidad de capacitar a muchsima gente para operar en la nuevaesfera pblica, la necesidad de prepararse para participar en un proceso electoral que

    castiga la confianza injustificada y la necesidad de construir una izquierda democrtica

    empezando con la autocrtica, la izquierda tradicional y sus clientelas vieron al procesoelectoral como una comedia de errores, como una tragedia por el momento inescapable,como un show farisaico en el que forzosamente hay que participar, entreteniendo la

    ilusin de una avance histrico que, por encima de las lgicas polticas y electoralescontingentes, barre por todo el continente y necesariamente tambin va a llegar a

    Guatemala. La izquierda tradicional prefiere aportarle a la lgica de la necesidad histricay no a la lgica contingente y necesariamente comunicativa de las luchas polticas en el

    mundo contemporneo.

    d) En lugar de cobrar conciencia de su falta de conexin con el presente y de lo selectivo yproblemtico de su relacin como, de hecho, de cualquier relacin con la primaveraguatemalteca, la izquierda decidi esconder todo esto en sus armarios ideolgicos

    autovalidadores y aparentemente inmunes a la crtica o en armarios ideolgicos ajenos,como es hoy el proyecto bolivarista, cuyas dinmicas propias responden a contingencias

    histricas irreproducibles en Guatemala. A pesar de ello, tal y como la vieja izquierdaguatemalteca en tiempos de la Guerra Fra y siguiendo el ejemplo cubano hablaba de

    llegar al socialismo por medio de la lucha armada, hoy la izquierda tradicional quiereentender su posible acceso al poder como una transicin democrtica hacia la

    construccin del socialismo tal y como estas ideas se manejan ahora en Venezuela y, enmenor medida, Bolivia. La izquierda opta por renunciar a la creatividad que la situacin

    local, el presente y un compromiso profundo con los principios democrticos demandan acambio de recetas polticas del pasado o de otras realidades que, en lugar de rechazarlas o

    aceptarlas a priori, tendran que estar sujetas a un proceso abierto y tolerante deargumentacin pblica sin coerciones, amenazas o miedo sabiendo que, al final del

    proceso, bien puede ser que sean los argumentos de la izquierda misma los que salganderrotados. En lugar de buscar los medios de recoger la voluntad generada desde una

    soberana popular reformulada en trminos de una sociedad civil democrtica ycomunicativa, la izquierda opta una vez ms por ofrecer recetas polticas generadas a

    priori, inslitamente, por intelectuales consecuentes, gente que aunque s pueda pasaruna o dos noches en los pueblos sencillos del interior, comer tortillas y frijoles en las

    covachas de la gente sencilla de la repblica o asistir a los ritos pblicos tradicionales delpanmayanismo contemporneo, es sin embargo incapaz de operar en la vorgine de la

    contingencia poltica y la descentralizacin discursiva y abierta que definecrecientemente a la esfera pblica sin apelar al dogmatismo ideolgico que sacan de su

    propia filosofa de la historia.

    e) Finalmente, entonces, en lugar de seguir el consejo de Marx en cuanto a dejar que los

    muertos entierren a sus muertos, lo que en el contexto local y regional puede muy bien

    significar dejar que Arvalo y Arbenz entierren a Mart y a Bolvar, la izquierda quiere

    resucitarlos y convertirlos en santos patrones de veneracin continental. Lo que no ha

    podido hacer la izquierda, debido en parte a que por mucho tiempo lo ha desdeado y

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    trivializado como simple expresin de un individualismo burgus, es apelar a una

    ciudadana movilizada autnoma y democrticamente y motivarla a imaginar, sin

    contenidos precocinados, otro mundo deseable. Hablar de pueblo no es lo mismo que

    hablar de ciudadana. Pero hablar de ciudadana, sociedad civil y de derechos civiles (que

    incluyen, por cierto, a muchos de los derechos de las mujeres y los grupos indgenas)

    parece haber estado fuera de la capacidad discursiva y moral de la izquierda tradicional y

    sus organizaciones [multitudinarias] plebeyo-populares en parte porque estos grupos ha

    contribuido enormemente a la neutralizacin de las energas autnomas de la ciudadana

    emergente y a la parcelacin de la fuerzas que, debidamente motivadas, pueden

    reconstituir la soberana popular en forma de una sociedad civil y solamente dentro de un

    marco civil de reconocimiento mutuo, es decir, un marco civil de legitimidad justificada

    y fundamentada. Es cierto que los grupos neoburgueses que han presidido los ltimos

    gobiernos civiles de la repblica han tratado al Estado nacional como si fuera su propia

    finca. Pero es igualmente cierto que dentro de esta finca la relacin que la izquierda

    tradicional quiere establecer con lo correctamente ideolgico y con la nica estrategiapara salir de la finca o destruirla es igual a la relacin que tiene un capataz amargado y

    autoritario tanto con el dueo de la finca como con los mozos sumisos e impotentes.

    f) Finalmente, el comportamiento electoral de la izquierda exhibe una paradoja interesante

    como pudo observarse en el proceso del ao 2007. La izquierda revolucionaria

    tradicional, ya desde la clandestinidad, estaba acostumbrada a patrones de

    comportamiento adoptados precisamente para garantizar la sobrevivencia propia, la

    integridad y predominancia de la organizacin, as como el logro de fines estratgicos

    entendido esto ltimo en trminos de una acumulacin de fuerzas templadas por el

    realismo ideolgico caracterstico de fuerzas polticas de izquierda en el mundocontemporneo. En teora estos patrones de comportamiento y esas pautas ideolgicas

    podran haber sido importados a la nueva arena poltica electoral con cierta facilidad y

    hasta con ciertas ventajas por encima de otras opciones polticas que no han tenido

    tiempo suficiente para afilar sus cuchillos polticos y desenfundar sus machetes

    ideolgicos en preparacin para la zafra electoral. Sin embargo, para usar una metfora

    del mundo de los deportes, lo extrao es que ya en el contexto de las ligas mayores el

    equipo de la izquierda se ha quedado corto tal y como perennemente le ocurre a las

    selecciones nacionales de ftbol en las fases clasificatorias para la Copa Mundial.

    Parafraseando la vieja expresin de Shakespeare podramos decir que la vieja izquierda

    tradicional causa mucho ruido antes de los procesos electorales pero siempre resulta conpocas nueces.

    En un medio electoral mercantilista que premia y patrocina el comportamiento estratgico,

    competitivo, ideolgicamente polarizado y distorsionado, un medio en el que prevalecen los

    lenguajes polticos autoreferenciales y mutuamente invalidantes y en donde, de haber

    cooperacin, la misma existe en funcin de la expansin o divisin en las cuotas de influencia o

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    de poder, la izquierda tradicional ha fracasado. Porque se trata de un medio poltico en el que no

    basta con pelar los dientes para asustar a los adversarios o gritar ms duro una lista de frmulas

    precocinadas, como se hace desde algunos pulpitos religiosos, para tocarle el corazn a gente

    pensante. Este es un medio que exige sobre todo enormes capacidades polticas especializadas,

    enormes recursos financieros e infraestructuras institucionales y polticas adecuadas. Entre ms

    marginal sea una opcin poltica, por muy ruidosa que la misma sea, ms desarrollados tienen

    que ser estos elementos estratgicos. Al mismo tiempo, precisamente porque hacen falta estos

    elementos es que las opciones polticas de la izquierda son incapaces de enfrentarse, sobre bases

    equitativas, a opciones polticas estratgicas pero con apoyo u organizadas directamente por

    sectores corporativos. En cierta forma hay que reconocer que la arena poltica contempornea se

    distingue, entre otras cosas, por demandar de los varios partcipes en la misma el tipo de vicios y

    artimaas que ya Hobbes describi en una ocasin como un sitio donde se lleva a cabo una

    guerra de todos contra todos y en donde, como una maquinaria perversa, los vicios privados se

    convierten en virtudes pblicas. Este es un medio electoral que, aparte de demandar recursos

    humanos, financieros e institucionales que la izquierda no tiene, tambin exacerba elementos quela izquierda s ha tenido en abundancia, es decir, supremacismo ideolgico y hegemonismo

    poltico. En este contexto poltico altamente descentralizado pero tambin mediatizado por el

    mercantilismo electoral todos los grupitos de izquierda local, ya no digamos la ms vieja y

    reconocida vanguardia revolucionaria que podra tener un cierto reclamo legtimo al respecto,

    quieren ponerse la corona. Sin embargo, contrario al adagio de Hobbes, todos los vicios privados

    de la izquierda se han convertido aqu en desgracias pblicas.

    En cualquier otro pas del mundo con una cultura poltica madura las fallas electorales de la

    izquierda ya hubieran resultado en un relevo claro, limpio y decisivo de sus cuadros de direccin.

    Pero en un pas como Guatemala todo esto ha servido, paradjicamente, para endurecer eldiscurso y cementar la posicin de las viejas vanguardias. Tal parece que entre ms pierde la

    izquierda tradicional, y entre ms dura sea la prdida, ms se afianzan las convicciones

    victoriosas de sus lderes perdedores y mas se empecinan en querer repetir el drama, como ocurre

    con las fallas de la Carabina de Ambrosio notablemente propensas a fallar, esperando que la

    comedia de errores al fin les favorezca. No es hora de cambiar esto? Es hora de considerar que

    dado el papel problemtico de la izquierda tradicional en el medio electoral contemporneo es

    necesario que haya (a) un relevo democrtico pero claro y decisivo de los principales cuadros de

    direccin, (b) un cambio total de estrategia poltica orientada al poder de una manera nueva, (c)

    un proceso de construccin de una izquierda democrtica integral basada, pero tambin

    diferenciada, en redes reconstruidas y expandidas de una sociedad civil autoconstituida y (d)todo un nuevo discurso poltico, no ideolgicamente autoreferencial e invalidante de los

    discursos de otros, sino un discurso poltico anclado en el lenguaje de los derechos civiles,

    polticos y sociales, en la autocomprensin crtica y el reconocimiento mutuo y de otros/as, como

    un sistema y como eje central de una estrategia integral de izquierda democrtica.

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    Pero este sistema electoral sistmico-estratgico de tendencias mercantilistas y minimalistas,

    aunque imprescindible tambin en Estados nacionales perifricos pero crecientemente complejos

    en cuyo contexto ya no pueden implementarse de manera regular o como forma permanente de

    creacin de la voluntad poltica formas directas de democracia, es sin embargo incompatible con

    una esfera pblica democrtico-discursiva en proceso de democratizacin que no solo presupone

    sino que tambin demanda actores culturales y polticos orientados discursivamente y en la cual

    una izquierda integral, entendida como movimiento alternativo y no simplemente como partido

    poltico, tambin quiere tener presencia, incidencia e impacto.

    El lanzamiento de nuevas iniciativas como el Movimiento Amplio de Izquierda (MAIZ) es,

    parcialmente, un ejemplo de esto. Controlado en lo fundamental por la izquierda tradicional, ya

    sea por sus ramas ortodoxas o por reincorporacin de viejos cuadros o grupos disidentes, MAIZ

    demuestra sin embargo que la izquierda est comprometida con un rumbo de autorenovacin

    que, en el mejor de los casos, es ambiguo oscilando entre un pasado apropiado de modo

    dogmtico y un futuro prestado de otras latitudes.

    MAIZ ciertamente represent en su lanzamiento la posibilidad de una renovacin de la izquierda

    tradicional, tanto militante como intelectual. El transcurso del proceso electoral de 2007

    demostr, sin embargo, que este proceso supuestamente renovador se ha quedado truncado, sin

    credibilidad y sin capacidad alguna de convocacin o interlocucin significativa mas all de

    crculos relativamente pequeos de poblacin en su mayora previamente cautiva. Lo que hoy

    vemos, sobre todo a la luz de lo ocurrido en el proceso electoral, es que los mismos cuadros de

    direccin que haba antes de la transicin, los que contribuyeron a la disolucin e

    instrumentalizacin de los Acuerdos de Paz, los que han fracaso rotundamente en varias

    elecciones generales, los que han continuado con una poltica izquierdista supremacista y

    divisoria, siguen incrustados en el control de lo que hoy han decidido llamar movimiento

    alternativo de izquierda. Y es con tristeza que puede predecirse que esta misma gente es la que

    va a mantener el control de la izquierda hasta el prximo proceso electoral y ms all del

    mismo.

    Tanto desde el Congreso como desde el trasfondo de las formas plebeyas [multitudinarias] de

    contestacin popular al neoliberalismo, el papel de la izquierda tradicional se ha reducido una

    vez ms, al estilo de un inevitable retorno freudiano de lo reprimido, a lo que el mismo ya era

    cuando la izquierda operaba desde la clandestinidad:

    a) Un tipo de organizacin revestida de formas leninistas pero esencialmente tradicionalcombinada con el caciquismo local. As como en los peores aos del enfrentamiento

    armado interno, cuando la izquierda operaba en base al hegemonismo ideolgico y

    programtico, fundamentalmente autoreferencial, hoy la izquierda en muchos casos sigue

    operando en base a mtodos que rien con la tolerancia y la inclusin de los puntos de

    vista diferentes y crticos de otros/as. La confianza que la izquierda tradicional siempre

    puso sobre la efectividad y equidad esencial del viejo principio leninista del centralismo

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    democrtico permanece, en el nuevo contexto poltico, inclume e inamovible a pesar de

    los resultados desastrosos a que dicho principio conduce en el medio cultural y poltico

    contemporneo.14

    b) Un tipo de liderazgo poltico que, aunque revestido del concepto moderno de

    profesionalismo poltico, es esencialmente carismtico y est inextricablementevinculado al testarudo, aunque apolillado, caudillismo local. As como la izquierda se

    auto organiz desde la clandestinidad, hoy en da la misma sigue organizndose en base a

    una tradicin poltica de culto a las personalidades revolucionarias histricas y

    carismticas que, ms all del consentimiento ideolgico y programtico, tambin

    esperan y exigen lealtad personal. En otras palabras, se trata de un modelo de liderazgo

    basado en el dominio de lites revolucionarias profesionales que ocupan cargos de

    direccin de por vida, con el apoyo de sus respectivas clientelas, y cuyas decisiones se

    implementan, desde antes de la celebracin de convenciones nacionales y despus de las

    mismas, como lnea poltica incuestionable. Aunque estas lites y sus programas se

    sometan a procesos de eleccin dentro de sus organizaciones, dichos procesos electorales

    internos estn efectivamente cooptados por los procesos de generacin de consenso que

    los anteceden y que se dan por medio de influencias o coercin ideolgica que ocurren de

    antemano o en el transcurso de los congresos o convenciones pero que en todos casos

    determinan con mucha certeza los resultados de estos procesos. Cuando por alguna razn

    fallan estos mecanismos de influencia y generacin de consenso partidario, sobre todo

    a los niveles ms altos de la dirigencia y en los contextos ms delicados, el resultado

    tradicional ha sido la predecible acrimonia, el faccionalismo doctrinario, los perpetuos

    desconocimientos, los emplazamientos y la inevitable pero eventual divisin. Todo

    mundo en la organizacin sabe que as funcionan las cosas y cules son los riesgos de lasmismas pero, a la hora de la hora, la gente que pierde a veces no est dispuesta a aceptar

    los resultados y optan por abandonar la organizacin y la gente que gana no demuestra

    poseer un grano de la famosa virtud de tener la humildad en la victoria.

    c) Una cultura poltica que, aunque descansa sobre el auto sacrificio, el herosmo

    revolucionario y la abnegacin social, es altamente intolerante. As como sucedi en

    tiempos de la lucha armada, la izquierda tradicional de hoy sigue orbitando en torno a

    cuadros de direccin que aunque una vez hayan gozado de merecido reconocimiento,

    hoy estn polticamente desgastados y desprestigiados, aunque los mismos hayan sido

    protagonistas directos de la guerra revolucionaria, los mismos tambin han tenido manodirecta en las escisiones histricas, las inquisiciones ideolgicas y las rupturas polticas

    que han desgarrado y desangrado a la izquierda desde dentro y aunque su capacidad de

    liderazgo haya servido para lograr por lo menos la sobrevivencia de las organizaciones

    poltico-militares, dicho liderazgo ha sido puesto a prueba una vez mas ya en el contexto

    de la transicin poltica y ha fallado claramente en el nuevo medio electoral y en la nueva

    esfera pblica. La falta de autocritica mezclada con la intolerancia constituyen pues una

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    receta suicida para cualquier proyecto de izquierda.

    Tanto el culto a las personalidades, las direcciones vitalicias, los discursos autoreferenciales as

    como los mtodos de organizacin obsoletos que se siguen empleando en el nuevo contexto

    poltico de hoy rien con el desarrollo de formas nuevas de liderazgo, con discursos culturales ypolticos que enfatizan y de hecho dependen de un pluralismo ideolgico vibrante dentro de la

    izquierda misma, con procesos de democratizacin interna que deberan caracterizar el

    movimiento amplio de izquierda integral que sobrepasa al partido as como con la

    autonoma organizativa de las bases y los procesos de generacin de opinin y voluntad

    poltica desde abajo y por medios crecientemente discursivos, abiertos y tolerantes.

    Equipada con instrumentos de direccin, organizacin y cultura poltica obsoletos, la izquierda

    tradicional no ha podido resistir para nada la avalancha neoburguesa que ha venido creciendo y

    avanzando desde el inicio de la transicin democrtica pero ms decisivamente desde la firma de

    los Acuerdos de Paz. Como es bien sabido la administracin civil del Presidente Berger Perdomose caracteriz, entre otras cosas, por tener un perfil crecientemente corporativo y neoburgus a

    pesar de sus espordicos y abiertamente clientelistas gabinetes mviles. Sacando ventaja de la

    crisis de implementacin en que cayeron los Acuerdos de Paz a medida que avanz la

    presidencia de Berger Perdomo, crisis que por supuesto la izquierda no ha dejado de sealar a

    gritos y berrinches, las representaciones tecnocrticas de la neoburguesa tomaron ventaja de esta

    tendencia, de las debilidades endmicas y sistmicas de la oposicin y del resquebraje de la

    resistencia comunitaria efectiva para darse a s mismas la oportunidad de encarrilar el proceso de

    transicin democrtica hacia un modelo mercantilista de democracia electoral mnima atando los

    beneficios materiales de la misma as como los beneficios de la paz, no a la implementacin de

    los Acuerdos de Paz como tampoco a polticas pblicas orientadas hacia el desarrollo civil,

    poltico, humano y ambiental, sino al crecimiento econmico basado en un modelo econmico

    neoexportador, de megaproyectos corporativos y de libre concurrencia (para la poca gente que

    s puede concurrir) as como en polticas pblicas clientelistas centradas en la distribucin de los

    gastos sociales. Para las lites neoburguesas corporativas y tecnocrticas, entonces, la

    bsqueda del crecimiento econmico en un contexto de liberalizacin poltica significa lo

    mismo que cumplir con la promesa de la paz y tambin con fomentar el desarrollo humano, la

    democracia y hasta el multiculturalismo. A pesar de la oposicin ruidosa de la izquierda en el

    legislativo combinada con una oposicin vocfera y violenta de los sectores [multitudinarios]

    plebeyo-populares en las calles y en las provincias, las lites neoburguesas y susrepresentaciones tecnocrticas lograron con su mayora legislativa y desde el ejecutivo conseguir

    la firma del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos y con ello afianzar su visin de

    pas.15

    Este argumento es parte de lo que me lleva a sostener que una posible forma de reencauzar el

    proceso de transicin hacia el desarrollo civil, poltico, humano y ambiental como proyecto

    integral de una izquierda democrtica podra ser (1) luchar por un nuevo alineamiento favorable

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    de la comunidad internacional cuya fuerza podra ayudar a limitar e incluso controlar las

    tendencias egocntricas y hegemnicas de las lites neoburguesas as como (2) trabajar por una

    expansin y consolidacin de la sociedad civil para redefinir la naturaleza de la soberana

    popular como fuente ltima de los mandatos polticos en la repblica.

    El primer punto de arriba requerira como mnimo empezar a debatir en la esfera pblica local elsignificado y las implicaciones que puedan tener para el Estado nacional los principios del

    cosmopolitanismo contemporneo y los argumentos que abogan por el desarrollo de formas

    posnacionales de Estado y comunidad poltica. Un programa de izquierda integral no podra

    dejar de incluir consideraciones sobre las posibles formas de seguir construyendo o de

    transformar principios rudimentarios, aunque estn distorsionados, que ya se encuentran, por

    ejemplo, en el Parlamento Centroamericano. Hay que profundizar las discusiones, incluso, en

    torno a una posible asociacin ms fuerte en Centroamrica e incluso con bloques regionales

    como la Unin Europea que, yendo ms all del comercio libre, pudieran contribuir a sentar las

    bases institucionales locales a efecto de que los bienes culturales, polticos, econmicos y

    ambientales del Estado nacional dejen de ser parte de los juegos caprichosos y egocntricos de

    las elites neoburguesas locales. Si se logra movilizar actores internacionales poderosos con

    capacidad material de afectar los intereses estratgicos, la reputacin y la imagen de las elites

    neoburgueses nacionales entonces sera posible buscar realineamientos locales de nuevo tipo.16

    El segundo punto de arriba, por otra parte, requerira un programa poltico que entre otros

    elementos fomente la tolerancia ideolgica, el pluralismo cultural y poltico, as como la

    diversidad participativa, al mismo tiempo que se busca el desarrollo de las capacidades humanas

    precisamente para participar de un modo efectivo, significativo y sostenible. Aunque este trabajo

    debe estar vinculado con el trabajo autoconstitutivo de la sociedad civil, no debe ser confundido

    con el mismo puesto que los fines fundamentales del trabajo de la sociedad civil no contemplan

    la toma y el control del poder poltico aunque s contemplen la supervisin del mismo o el

    llamado a que ese poder rinda cuentas. Estos elementos de un programa poltico integral de

    izquierda no requeriran empezar desde cero por cuanto que es posible todava recuperar y/o

    aprender de la experiencia acumulada con el proceso de constitucin de una sociedad civil

    autnoma que se inici desde mediados de los aos ochentas.17

    Y despus de haber dicho todo lo que ha sido dicho arriba sobre la izquierda tradicional, Qu

    queda decir acerca de la misma y cualquier contribucin que la misma haya hecho al desarrollo

    del Estado nacional? A pesar de lo problemtico y divisorio que ha sido el papel de la vieja

    izquierda revolucionaria en la vida poltica de la repblica, no es posible ignorar que la izquierda

    tradicional ha contribuido elementos importantes al desarrollo poltico del Estado nacional sobre

    todo al desarrollo poltico de los grupos subalternos y, dentro de estos, particularmente los

    grupos indgenas y los grupos de mujeres. Es importante analizar esta contribucin con algn

    detenimiento.

  • 7/26/2019 Hacia La Construccion de Izquierdas Demo

    19/52

    Si tomamos como punto de partida el proyecto octubrista de 1944-1954, la concepcin de los

    derechos sociales, por encima de los derechos civiles (privados, subjetivos) o los derechos

    polticos (colectivos, pblicos), corresponde a cierta concepcin de la libertad que era, de hecho,

    novedosa para Guatemala. La libertad adquiri el significado de una libertad de la necesidad por

    medio de los derechos sociales. Esta es, pues, una definicin de la libertad que no se ajusta a los

    parmetros tradicionales de una libertad negativa (una libertad para que uno haga todo lo que no

    est explcitamente prohibido) o de una libertad positiva (una libertad para escoger todo lo que

    uno quiera) sino que busca redefinir esos parmetros a partir de la una condicin bsica que los

    hace posible, a saber, la condicin de vivir con necesidades bsicas satisfechas. De acuerdo a

    esta visin de la libertad, entonces, los derechos sociales sirven sobre todo para fijar los lmites

    dentro de los cuales tanto los sujetos privados individuales como los sujetos pblicos colectivos

    y hasta el Estado mismo y el sector privado pueden ejercer su autonoma, es decir, la capacidad

    de orientarse a la realizacin de sus propios fines independientemente de los niveles objetivos de

    bienestar social. Esta nocin de libertad-cum-necesidades satisfechas es un elemento esencial de

    las nociones contemporneas del desarrollo humano.

    18

    Esta concepcin de la necesidad social y la libertad poltica que encontramos en el lenguaje de la

    revolucin guatemalteca corresponde, en cierta medida, a la concepcin que encontramos en

    Marx y que habra de ser elaborada en cierta direccin por Lenin y sus intrpretes y

    populizadores Latinoamericanos.

    Con esta posicin sobre la prioridad de los derechos sociales la tradicin revolucionaria

    claramente se distanciaba crticamente de la tradicin liberal tanto europea-americana como

    latinoamericana. La crtica revolucionaria al liberalismo descansaba, como siempre lo hizo el

    marxismo-leninismo, en el presupuesto de que haba una conexin interna (conceptual y

    estructural) entre el liberalismo y el capitalismo. En el contexto del capitalismo agrario y el

    liberalismo autoritario que tomaron forma en Guatemala desde el siglo XIX, como lo demuestra

    una tradicin crtica local que va, por lo menos, desde Mario Monteforte Toledo hasta Carlos

    Guzmn Bckler, esta conexin entre liberalismo y capitalismo era fcil de corroborar sin

    necesidad de leer dogmticamenteEl Capitalcomo en muchas ocasiones lo hara Marta

    Harnecker para los revolucionarios latinoamericanos o aplicar doctrinariamente al caso

    guatemaltecoEl desarrollo del capitalismo en Rusiacomo en su momento lo hizo Agustn

    Cueva para Latinoamrica. En tanto que el liberalismo autoritario estaba diseado para proteger

    y garantizar los derechos de sujetos privados, colectivamente entendidos como parte de una

    oligarqua terrateniente y comercial minoritaria y tnicamente exclusiva, que empleaba esosderechos para limitar los derechos civiles de los grupos subalternos o para justificar la represin

    de cualquier intento de limitacin jurdica, poltica o prctica que grupos subalternos quisieran

    imponerles, el capitalismo agrario funcionaba, entonces, como un sistema que responda a una

    normatividad autoritaria, patrimonial, racista e intolerante que defina la cultura poltica local de

    modo inmanente y autoreproductor.

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    La crtica revolucionaria fue, sin embargo, particularmente pertinente en cuanto al derecho

    liberal autoritario del siglo XIX que el octubrismo busc desesperadamente superar. En el

    discurso legal esencialmente hbrido de la repblica liberal-autoritaria (1870s-1944) el derecho

    no tena una funcin socialmente integradora sino, como Michel Foucault entiende la funcin

    microfsica del poder, fundamentalmente disciplinaria, represora y fctica desde la interioridad

    de lo cotidiano hasta las cspides del poder estatal. La ausencia de una funcin integradora para

    el derecho descansaba, a su vez, en la presencia de una funcin fundamentalmente coercitiva e

    instrumental en funcin obvia de grupos hegemnicos oligrquicos. Estos ltimos no conceban

    el derecho como el resultado de un proceso de deliberacin universal e inclusivo sino como

    producto de la conciencia ilustrada y patrimonial de elites educadas que saban, de antemano, lo

    que era bueno para todos pero particularmente para ellos mismos. En ese sentido el derecho

    liberal autoritario era efectivamente la expresin tico-poltica, expresin del autoentendimiento,

    de los grupos hegemnicos y de su Estado nacional. Las sospechas que la izquierda tradicional

    entretuvo acerca del derecho liberal autoritaria estaban, pues, altamente justificadas.

    En la lgica del derecho liberal-autoritario, los sujetos del derecho no tienen el derecho de buscar

    la justificacin y/o validez de la ley por medios deliberativos directos o indirectos sino que, al

    contrario, tienen que justificar su propio comportamiento ante una ley puramente externa o

    fctica que as lo demanda y que se les presenta como un hecho bruto e inevitable. Para justificar

    el comportamiento propio, entonces, los grupos subalternos no tenan otro recurso mas que

    apelar a las nociones comunitarias del bien comn reconocidas en cierta forma por el

    patrimonialismo de las elites oligrquicas que era precisamente las nociones en las que directa

    o indirectamente descansaba el derecho liberal-autoritario para conseguir la autoregulacin de

    los grupos subalternos para quienes el derecho del Estado nacional no poda servir de mecanismo

    integrador precisamente por su falta de validez inmanente. As, en tanto que el derecho liberal-autoritario no poda, por su propia naturaleza normativa, regular el comportamiento de grupos

    subalternos inmanentemente, el mismo s poda descansar en formas de autoregulacin

    tradicional, comunitaria e incluso plebeyo-popular siempre y cuando las mismas no buscaran

    desafiar la majestad legal de ltima instancia que reclamaba para s el derecho liberal-autoritario

    mismo. En gran medida, entonces, el derecho liberal-autoritario apelaba a una especie de

    prudencia tica (prudencia generada a partir de nociones tradicionales y comunitaristas de lo

    bueno y lo justo) por parte de los grupos subalternos a cambio de orden y progreso como

    marco positivista para la autorealizacin comunitaria y plebeyo-popular. En caso de un

    desconecte en la relacin patrimonial entre elites hegemnicas y grupos subalternos lo que haba

    que hacer era ya sea aplicar las sanciones del derecho liberal-autoritario o buscar la restauracindel balance tradicional en base a un intercambio entre elites oligrquicas y grupos subalternos

    sobre la base de lo tradicionalmente bueno y justo dentro del marco positivo liberal-autoritario.

    Fue precisamente esta lgica y cultura del liberalismo-autoritario lo que la tradicin

    revolucionaria logr romper en gran medida y con ello desatar una lgica nueva de soberana

    popular aunque no sin generar sus propias paradojas.

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    No hay duda que la tradicin revolucionaria ha contribuido a diseminar una nocin de la

    soberana popular como principio poltico legitimador o deslegitimador de las polticas pblicas

    del Estado nacional. Aunque se trata de una nocin de soberana popular en donde el significado

    poltico e ideolgico de la misma se asemeja, si es que no equivale, a un acto voluntarista,

    eminentemente colectivo, sin contradiccin (como una voluntad general homognea) y de auto-

    determinacin popular, esta nocin ha indudablemente jugado un papel concientizador dentro

    de grupos sociales subalternos y mayoritarios, particularmente de indgenas y de mujeres, que no

    han tenido alternativas en trminos de su educacin cvica, poltica o social. En gran parte,

    entonces, la izquierda ha contribuido a crear una verdadera conciencia nacional sustituyendo con

    ello el trabajo que debi haber sido hecho por el Estado nacional mismo. La insignia particular

    que la izquierda le ha conferido a la conciencia nacional ha estado fuertemente condicionada por

    la experiencia de la Primavera Guatemalteca. Esta ltima ha sido generalmente entendida como

    un acto incuestionablemente digno y representativo de legislacin soberana encabezado por la

    representacin vanguardista y revolucionaria de las masas. La tradicin revolucionaria ha

    reducido, entonces, el acto constante de refundacin de la soberana popular al acto unodelegislacin total a partir de la cual se plantean garantizar los derechos colectivos sociales no

    necesariamente los derechos civiles de una coalicin de clases, o de una clase social en

    particular, en el contexto del Estado nacional y entendida de manera estratgica, es decir, como

    un acto de legislacin para conseguir otros fines por encima y mas all del reconocimiento

    democrtico mutuo, particularmente fines sociales. Es en estos trminos que la izquierda

    tradicional conmemora y perpeta la idea de la Revolucin de Octubre y es en esos trminos

    nobles que la misma tambin plantea la reconstruccin del sueo revolucionario en la hora

    contempornea. Para entender la distorsin conceptual e ideolgica introducida por el lenguaje

    de la revolucin, sin embargo, es preciso desempacar la nocin de soberana popular y su

    significado en el contexto del Estado nacional subdesarrollado y dependiente pero que, tambin,se encuentra en proceso de transicin hacia formas democrticas de poltica y formas bsicas de

    desarrollo humano y ambiental.

    La tradicin constitucional guatemalteca se caracteriza, entre otras cosas, por su carcter

    comprehensivo y sistemtico. As, la Constitucin Poltica de 1985 dio por resuelto, de una vez

    por todas, de modo completo, el significado, procedencia y competencia de la soberana popular.

    Pero hay que ir ms all de la vaguedad con que se maneja la nocin de soberana popular en la

    tradicional legal verncula. Lo que requiere una nocin de soberana popular democrtica es

    capacidad de entendimiento en cuanto a las implicaciones del reconocimiento mutuo de derechosciviles; capacidad de adoptar la perspectiva del otro o de una segunda persona del singular; es

    ms, capacidad de adoptar la perspectiva social de la primera persona del plural. El modelo del

    contrato privado es insuficiente: es un medio para fines ulteriores de carcter estrictamente

    estratgico. El modelo de un contrato social es un tanto mejor por cuanto que el mismo es un fin

    en s mismo. La unidad que el contrato social hace posible es, entonces, una unidad de

    ciudadanas moralmente movilizadas a partir de una apropiacin normativa de los derechos

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    civiles (derechos de libertad de escoger, de disentir, de argumentar, de acordar). De aqu surgen,

    en ltima instancia, las leyes del Estado nacional. Este modelo de contrato social se convierte,

    entonces, en un principio poltico deontolgico de soberana popular o, en mis trminos, de

    ciudadana. Entendido como tal, entonces, los derechos civiles como conciencia moral y el

    procedimiento democrtico como principio de soberana popular se presuponen mutuamente. Sin

    derechos humanos (sistema de derechos del que forman parte los derechos civiles) no hay

    soberana popular moderna y, mutatis mutandis, sin ciudadana no hay derechos humanos.

    SEGUNDA PARTE

    El sistema electoral y la parcelacin de la soberana popular: Hacia la reconstruccin de la

    sociedad civil

    La Ley Electoral y de Partidos Polticos de 1985 (con varias reformas pero todava vigente

    durante el proceso electoral de 2007) define al sistema electoral guatemalteco como un sistema

    de representacin mixto, es decir, con mtodos diferentes para elegir al Presidente yVicepresidente de la Repblica, alcaldes y sndicos municipales as como a los diputados al

    congreso (lista nacional y distrital). Esos mtodos incluyen un sistema de mayora absoluta para

    el poder ejecutivo, un sistema de representacin proporcional de minoras para el poder

    legislativo y un sistema de mayora relativa para el poder municipal. El mtodo electoral para

    elegir representantes al poder legislativo, como es bien sabido, corresponde al Sistema D'Hondt,

    es decir, al mtodo electoral para repartir escaos o curules de una manera no directamente

    proporcional a los votos obtenidos por las candidaturas a diputados.19

    De acuerdo a la frmula establecida en los prrafos 2-4 del Artculo 203 de la Ley Electoral y de

    Partidos Polticos, el sistema funciona del siguiente modo:

    Bajo este sistema, los resultados electorales se consignarn en pliego que contendr

    un rengln por cada planilla participante y varias columnas. En la primera columna

    se anotar a cada planilla el nmero de votos vlidos que obtuvo; en la segunda, ese

    mismo nmero dividido entre dos; en la tercera, dividido entre tres y as

    sucesivamente, conforme sea necesario para los efectos de adjudicacin. De estas

    cantidades y de mayor a menor, se escogern las que correspondan a igual nmero de

    cargos en eleccin. La menor de estas cantidades ser la cifra repartidora, obteniendo

    cada planilla el nmero de candidatos electos que resulten de dividir los votos que

    obtuvo entre la cifra repartidora, sin apreciarse residuos.

    De acuerdo a esta frmula y de su cifra repartidora, entonces, en las elecciones legislativas de

    2003, por ejemplo, el partido mayoritario (la coalicin GANA) obtuvo poco mas de 620,000

    votos, o sea un 24.3% del voto popular, que se convirti en 47 escaos en el legislativo, es decir,

    con menos de un cuarto del voto popular este sistema premia al partido mayoritario con casi un

    tercio del total de escaos en el congreso. En tanto que un partido minoritario, por ejemplo el

    Partido de Avanzada Nacional (PAN), obtuvo poco mas de 278,000 votos, o sea que casi un 11%

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    del voto popular, sin embargo solo obtuvo 17 escaos en el legislativo cuando, si se hubiera

    aplicado una frmula alternativa directamente proporcional, hubiera obtenido por lo menos entre

    21-22 escaos. La situacin de partidos polticos aun ms minoritarios, por ejemplo la Alianza

    Nueva Nacin (ANN) o la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), es aun ms

    difcil. En estos casos entre 107 y 124,000 votos, es decir, ms o menos una sexta parte del total

    de votos obtenidos por el partido mayoritario, se tradujo entre un 4.2-4.9% del voto popular que,

    a su vez, se convirti solamente entre 2-6 escaos en el Congreso. Con ese caudal de votos y en

    base a un mtodo alternativo directamente proporcional, la izquierda pudo haber obtenido un

    nmero un tanto ms alto de escaos en el Congreso o, dicho de otro modo, una representacin

    ms fiel del caudal popular que, contra viento y marea, lograron sin embargo acarrear en las

    elecciones generales.

    Giovanni Sartori nos ha ofrecido un anlisis muy estimulante de algunos factores favorables y

    desfavorables del Sistema DHondt.20Primero, como ya qued claro arriba, se trata de un

    sistema que favorece a partidos polticos grandes y mayoristas y con obvia capacidad financiera

    e institucional. Es obvio tambin que, en el contexto de las tradiciones polticas locales, adoptar

    este sistema significa precisamente favorecer un sistema presidencialista y un sistema legislativo

    basado en la reparticin de clientelas que, obviamente, funciona mejor con el apoyo de una

    mayora legislativa ms preocupada con intercambiar favores polticos (entre s y con las

    bases) que con representar a sus electores de manera responsable y democrtica. De hecho, este

    mtodo de eleccin de representantes estimula una cultura poltica de favores entre clientelas y

    patrocinadores ms que una cultura poltica de rendicin de cuentas entre ciudadanos/as. Porque

    al fin y al cabo en este sistema es imposible someter a las representaciones polticas al juicio

    crtico de los distritos electorales individuales y esto es algo que tambin est vinculado con el

    sistema de las listas aunque las mismas sean abiertas que este mtodo favorece y con lafacilidad que este mtodo ofrece para ocultar la impunidad individual de diputados/as u oficiales

    irresponsables, corruptos o inconsistentes.

    Para evitar algunos de los abusos comunes a los que el Sistema DHondt da lugar el mismo

    requiere, si es que se lo quiere reformar y adecuar a las condiciones democrticas, de una cultura

    poltica legislativa y extralegistlativa incluyente y tolerante de las disidencias y las minoras

    legislativas y extralegistlativas. Un proceso institucionalizado y no opcional para las

    organizaciones que quieran tomar parte en el proceso pblico de construccin del poder poltico

    de acercamientos polticosque premien la cooperacin, la bsqueda de consensos y la

    argumentacin pblica, aunque potencialmente extenso, obviamente complejo y probablementecostoso, podra ser un elemento corrector de la maquinaria electoral que estimula el

    faccionalismo partidista, el clientelismo y el patrimonialismo. Estos acercamientos polticos

    pueden adoptar varias modalidades y pueden servir como antdoto, complemento o sustitucin

    del proceso tradicional de campaas electorales. Para remediar el problema de la falta de

    rendicin de cuentas por representante y la posibilidad de contrabandear la impunidad y

    perpetuarse en el poder por medio de las listas habra que sustituir este mtodo electoral por otro

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    completamente diferente que incluya, como mnimo, elecciones de medio trmino con

    representacin individual por distrito electoral y con posibilidad de reeleccin solo en dos pero

    no ms de tres ocasiones.21

    El fenmeno conocido en Guatemala como el de las aplanadoras

    asociadas, generalmente, con un presidencialismo de estilo caudillista es pues solamente el

    resultado ms obvio y publicitado no solo de la falta de una cultura poltica representativa

    avanzada sino tambin, creo yo, del mtodo electoral usado para la seleccin de representantes al

    Congreso.

    Segundo, para seguir con el anlisis de Sartori, el Sistema DHondt es un sistema en el cual

    entre ms grande sea el distrito electoral, mas grande puede ser tambin la proporcionalidad del

    voto en el mismo y viceversa. Pero en el caso de Estados nacionales con distribuciones

    poblacionales geogrficamente desiguales, un fenmeno atado al desarrollo econmico, humano

    y ambiental, este mtodo premia las aglomeraciones urbanas y sanciona los centros

    tradicionales y relativamente pequeos de poblacin rural. En Guatemala, el mtodo doble de las

    listas nacionales y las listas distritales claramente favorece al llamado Distrito Central

    dentro del Departamento de Guatemala que a su vez es parte de un Distrito Electoral

    departamental y que adems, por ser el centro del poder poltico y econmico del pas, cuenta

    con un porcentaje de la poblacin total del Estado nacional que supera varias veces el mnimo de

    ciudadanos/as que pueden elegir un diputado, es decir, 80,000 habitantes. Como lo pone el

    Artculo 205 de la Ley Electoral y de Partidos Polticos: Cada Distrito Electoral tiene derecho a

    elegir un Diputado por el hecho mismo de ser distrito y a un Diputado ms por cada ochenta mil

    habitantes. Se trata, as, de un mtodo de eleccin que favorece el centralismo decimonnico y

    relega a los pueblos marginales en su mayora indgenas todava ms a la marginalidad

    poltica representativa. Es como si el rea geogrfica donde coincide el Distrito Central, el

    Departamento de Guatemala y al rea poblacional ms densa del pas tuvieran el privilegio,por el simple hecho mismo de ser la Capital, de elegir representantes varias veces.

    Tercero, no solo se trata de un sistema que favorece a partidos polticos grandes sino que, de

    hecho, castiga a los partidos polticos pequeos e incluso, nos dice Sartori, los condena a la

    marginalidad legislativa o a su desaparicin total. Esto lo describ arriba con el caso de la

    izquierda despus de las elecciones legislativas del 2003. No solo representa esto, pues, un

    problema serio para organizaciones numrica e ideolgicamente minoritarias sino que tambin

    implica un desincentivo poltico para las mismas desde un principio. A no ser, por supuesto, que

    organizaciones polticas minoritarias entren en procesos de coalicin y coordinacin de esfuerzos

    fuera del legislativo o durante un proceso electoral que, una vez ms, estn ms bien basados enuna cultura de favores polticos, nepotismo o hegemonismo que una cultural poltica

    representativa y de rendicin de cuentas cabeza por cabeza y distrito por distrito. Como es bien

    sabido, aun sabiendo que les podra ir mejor en las elecciones legislativas, la izquierda

    guatemalteca ha sido incapaz de encontrar bases, aunque sean puramente pragmticas, para

    coaligarse en el proceso electoral y tratar de arrastrar y jalar un caudal mayor de votos

    susceptibles de traducirse en ms escaos dentro del congreso.

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    Finalmente, el Sistema D'Hondt estimula lo que puede llamarse precisamente el fenmeno del

    arrastre y jale lo que en parte explica cmo funciona esto cuando se traduce en

    comportamiento electoral. Basta con que las listas nacionales o distritales estn encabezadas por

    una persona relativamente conocida y claramente vinculada con un estilo determinado de poltica

    o con la imagen de la candidatura presidencial para que esa gente arrastre con el voto popular

    logrando con ello jalar a la otra gente que les siga en las listas aunque esta gente no tenga

    experiencia, preparacin poltica o incluso aunque tenga trayectoria poltica cuestionable. Este

    fenmeno electoral de arrastre y jale prevalece en los procesos electorales del presente aunque

    el total del voto popular sea tan bajo como de hecho lo fue en las elecciones legislativas y

    generales del 2003 cuando el ausentismo electoral mantuvo un porcentaje alarmante. Ntese que

    los niveles de ausentismo no cambian para nada la frmula electoral del Sistema D'Hondt.

    Obviamente, entonces, que el sistema de representacin legislativa en Guatemala est en

    necesidad urgente de democratizacin. La frmula que se emplea para traducir la soberana

    popular en representacin poltica y, en base a ello, en mandato poltico legislativo constituye un

    modo sutil para parcelar, controlar o asignarle poder de compra a la soberana popular. Estas

    observaciones