Las izquierdas latinoamericanas

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Las izquierdas latinoamericanas: OBSERVACIONES A UNA TRAYECTORIA Nils Castro

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Las izquierdas latinoamericanas:

OBSERVACIONES A UNA TRAYECTORIA

Nils Castro

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ISBN 9962-651-02-6

© Nils Castro.Fundación Friedrich Ebert - Panamá

Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento.

Diseño gráfico:

Editora Novo Art, S.A.Panamá

Tel.: 260-9771 E-mail: [email protected]

Diseño y diagramación:Maika I. Fruto

Portada: Juan Luis González

Primera edición:Enero 20052,000 ejemplares

Impreso en Colombia por:Quebecor World Bogotápara Editora Novo Art, S.A. - Panamá

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Prólogo 7

A modo de presentación:Del diálogo, la luz 11

Tempranas advertencias, viejas disyuntivas y nuevos aprendizajes 14

Con las ideas, llegaron los temas 16

Una instancia foránea 19

En busca de protagonista 21

Un capitalismo socialista 24

De la guerra caliente a la fría 31

Las revoluciones de los 50 35

La revolución cubana 41

La extrapolación izquierdista 47

Una isla tenaz 54

Cambios de método: el reformismo militar 61

Hermoso sueño, duro desenlace 66

La renovación sandinista 69

Difícil transición 73

La vertiente cristiana 78

Contenido

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En las redes de la globalización 81

Cada progreso incuba nuevas demandas 85

La crisis neoliberal y los movimientos sociales 89

El objetivo o los métodos 94

Los modelos preestablecidos salen de escena 98

Las relaciones más apropiadas a nuestros fines 101

La coexistencia y las reformas no han concluido 105

¿De qué objetivos hablamos? 110

Crear es la palabra 113

Bibliografía 117

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En los últimos lustros, asistimos a transformaciones que provo-caron la pérdida de algunos de los grandes referentes políticose ideológicos que caracterizaron al siglo XX. Las nociones decertidumbre, desarrollo y estabilidad entraron en crisis y conello, los fundamentos de la democracia política y sus formasjurídicas, culturales y sociales. En la práctica esto se convirtióen la pérdida de la ciudadanía social, económica y ambientalen amplias regiones del mundo.

En la región centroamericana, como parte de ese proceso decambios, los principales conflictos armados encontraron so-luciones políticas dirigidas a fortalecer la institucionalidaddemocrática a través de diálogos y pactos sociales incluyen-tes. Sin embargo, pese a los esfuerzos realizados, los mode-los y métodos empleados no logran propiciar el desarrollo hu-mano sostenible de los ciudadanos y ciudadanas. El resultadoes el deterioro acelerado de la situación socioeconómica degran parte de la población, en medio del desempeño insatis-factorio del sistema político y la merma de la capacidad deautodeterminación de los Estados.

No obstante, la paz y la democracia se encuentran presentesen todos los países de la región, hay deficiencias en cuanto asus principios rectores, por un lado, la solidaridad social y eco-nómica, por el otro, la participación ciudadana. Por ello, laconstrucción de una democracia viva en la región, una demo-cracia para la realización de la dignidad humana, es un com-promiso permanente de la Fundación Friedrich Ebert.

La realidad emergente coloca en escena la necesidad de em-prender nuevas transformaciones sociales, políticas, culturales

Prólogo

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y ambientales de carácter progresista y de tendencia democrá-tica, con una visión social incluyente, solidaria y participativa,por medio de ideas, proyectos y métodos diferentes. Existensuficientes experiencias, conocimientos y capacidades parareexaminar la transformación en la región y hacer propuestasadecuadas y eficaces.

El proyecto político que América Latina demanda para el sigloXXI, debe ser recreado a partir de un análisis crítico de lasexperiencias anteriores y un balance de las experiencias recien-tes que permita identificar las principales lecciones y formascreativas de participación política, acción social y controlciudadano de las instituciones que configuran y definen la vidademocrática. En la coyuntura regional, recuperar la acciónpropositiva de la izquierda es una vía para pensar AméricaLatina desde sus propias realidades, problemas, improntas,contradicciones y tareas.

En este sentido, para la Fundación Friedrich Ebert, impulsarun proceso de reflexión sobre los desafíos políticos actualesque contribuya a la generación de nuevas propuestas para laizquierda democrática centroamericana es una tarea válida,vigente y necesaria.

La recuperación de la acción propositiva de la izquierda y ladefinición de su papel en la vida democrática, con capacidadpara producir, recrear y validar socialmente un proyecto dedimensiones continentales, implica necesariamente crear opor-tunidades, escenarios y espacios donde dirigentes y académicosrepresentativos de las diversas corrientes de la izquierda en laregión puedan reencontrarse para intercambiar y valorar expe-riencias, ideas, diagnósticos y sugerencias.

Como un primer paso en esa dirección, se organizaron y de-sarrollaron en cinco países de la región centroamericana una

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serie de mesas de diálogo en torno al ensayo Las izquierdaslatinoamericanas: observaciones a una trayectoria, preparadopor el doctor Nils Castro, reconocido intelectual latinoameri-cano y militante de amplia trayectoria política.

La Fundación Friedrich Ebert tiene previsto dar continuidada este proceso de reflexión sobre las necesidades y oportuni-dades de las izquierdas latinoamericanas en el siglo XXI, fa-cilitando y ampliando estos espacios plurales para el inter-cambio regional y la evaluación colectiva de las experiencias;en el entendimiento de que en ellos está el sustrato para laconstrucción de nuevos consensos progresistas y democráticosque apenas inician su recorrido por la región.

Ulrich StorckRepresentante de la Fundación Friedrich Ebert para Costa Rica,

Nicaragua y Panamá

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Este pequeño libro es, sin más pretensiones, lo que su título ex-plícitamente promete: ciertas observaciones a determinadosmomentos de una trayectoria –la que las izquierdas hasta la fe-cha han trazado en gran parte de nuestra América–, para de allíentresacar y proponer algunas conclusiones. Y uso intenciona-damente la palabra proponer, porque estas páginas han sidoenriquecidas por una concurrida ronda de conversaciones en-tre una plural diversidad de participantes, y porque su inten-ción es servir para continuar agregando interlocutores, temas ymejoras a dichas observaciones, a través de otra ronda mayor.

Gracias al aliento, la credibilidad y la convocatoria de la Fun-dación Friedrich Ebert, lo que al inicio fue una brevísima ymodesta ponencia para un debate organizado en Sao Paulopor la Fundación Perseo Abramo en el 2003, a lo largo del si-guiente año dio pie a dos iniciativas de mayor alcance: una,convertir aquella ponencia en un pequeño ensayo y someter-lo a varios grupos de discusión, integrados por personalidadesrepresentativas de diferentes grupos, tendencias o matices delas izquierdas centroamericanas, para discutir y sumar contri-buciones. Pero, sobre todo, para propiciar una sana cultura dediálogo entre los exponentes de esa pluralidad.

Las mesas de discusión –caracterizadas siempre por la plurali-dad de sus integrantes– tuvieron lugar, consecutivamente, enPanamá, Costa Rica, Nicaragua, Guatemala y El Salvador.Aparte de compartir un buen café y tomar nota de los principa-les frutos del debate, se procuró alentar que los contertulios,luego de agotar el texto que se les sometía, continuaran reu-niéndose para dialogar sobre otros temas de su propia elección,

A modo de presentación:DEL DIÁLOGO, LA LUZ

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Nils Castro

generalmente relativos a su propia particularidad nacional.Nunca se les propuso mitigar diferencias, establecer un consen-so o suscribir algún documento común, sino fomentar el hábitodialéctico de repetir periódicamente la tertulia como ámbitodonde mantener el intercambio y producción de ideas.

Además, el autor recibió valiosas colaboraciones individualesenviadas desde otras latitudes, en particular de Argentina, Boli-via, Cuba, Puerto Rico y República Dominicana.

Lo anterior no debe sugerir que el presente libro consiste en uninventario o recuento de las contribuciones vertidas por esanutrida suma de dirigentes, militantes o académicos de izquier-da dispuestos a colaborar. Más exacto es decir que estas pá-ginas tienen mucho que agradecerle a la experiencia y el talen-to de todas esas voces. Sin embargo, para que el texto pudieramantener cierta consistencia lógica, esas contribuciones debie-ron ser asumidas e hilvanadas por el autor, a quien así le toca laresponsabilidad por todos sus defectos.

Con el tiempo, algunos de esos defectos podrán superarse,porque esta edición está destinada –por la propia FundaciónEbert– a servir de material para nuevos debates adicionales, re-cuperando y agregando contertulios y países, cuyas aportacio-nes seguirán corrigiendo, mejorando y enriqueciendo sus con-tenidos. Pero que, principalmente, deberán servir para que losparticipantes continúen creando ideas y alternativas a lo lar-go de la discusión, a través de un diálogo que, respetando lasrespectivas diferencias y nutriéndose con ellas, estimulará laproducción intelectual y podrá allanar el camino al arte de ma-terializar juntos sus coincidencias de propósitos.

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n la evolución de las izquierdas latinoamerica-nas, los sucesivos aportes llegados de fuera deNuestro Continente han interactuado, en diversas

formas y sentidos, con los esfuerzos locales por explicarnuestra propia realidad y procurar alternativas adecuadaspara cambiarla.

Pero aquellos aportes y estos esfuerzos no han sido homo-géneos ni pasivos. Además de las grandes contribucionesrecibidas –como las ideas de la Ilustración, de la repúbli-ca liberal o del socialismo–, también nos llegaron pautasque reflejan controversias y endosan actitudes ajenas anuestras circunstancias. Así, unas veces la síntesis de laexperiencia foránea con las interrogantes locales fue pro-vechosa y otras equívoca y hasta contraproducente, y nopocas veces la creatividad nativa ha debido remplazar altalento importado.

Hoy las izquierdas latinoamericanas reconstruyen sus pro-puestas políticas a tenor de las exigencias sociales y mora-les que caracterizan a un Continente donde la desigualdady la pobreza alcanzan magnitudes intolerables, que retanlos últimos límites de la paciencia popular. Con esto, al ca-bo de una larga experiencia cabe preguntarse: ¿cuántos delos temas tradicionalmente discutidos y de los instrumentosen que antes nos hemos apoyado justificaron la atencióndispensada, y cuándo todavía influyen –acertada o desacer-tadamente– en la organización de nuestras prácticas? ¿Ycómo esto incide sobre la actual decantación de las nuevasperspectivas latinoamericanas de izquierda?

E

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Tempranas advertencias, viejas disyuntivas y nuevos aprendizajes

El tema dista de ser nuevo. Ya en Nuestra América –unbreve y enjundioso ensayo de 1891– José Martí afirmabaque “con los oprimidos [hay] que hacer causa común, paraafianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos demando de los opresores”, apuntando que para cumplir eseobjetivo es preciso “conocer el país, y gobernarlo conformeal conocimiento”, puesto que ese es el “único modo de li-brarlo de tiranías”. Y advertía que para eso “la universidadeuropea ha de ceder a la universidad americana”, pues“los estadistas naturales surgen del estudio directo de lanaturaleza” y no de copiar postulados foráneos.

En consecuencia, concluye Martí, nuestra historia “de losincas a acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñela de los arcontes de Grecia”, puesto que la reflexión la-tinoamericana debe reemplazar al conocimiento exótico,así que “injértese en nuestras repúblicas el mundo; peroel tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”. La necesidadde apropiarse de la cultura universal se subordina al impe-rativo de cultivar propuestas enraizadas en la originalidadde nuestras realidades y de nuestros tiempos.

Martí impulsó el pensamiento latinoamericano contempo-ráneo al poner lo mejor del liberalismo democrático-radi-cal de su época a resolver las demandas del siglo XX a estelado del mar. Para hacer causa “con los oprimidos” postulóla necesidad de organizar un partido político encaminadoa alcanzar no una sino dos emancipaciones: frente al régi-men colonial español y la previsible hegemonía norteame-ricana, y frente a las injusticias del orden social existente

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en las respectivas repúblicas americanas. Por eso no lebastó crear un partido independentista sino que fundó elPartido Revolucionario Cubano, orientado a establecer “elsistema opuesto” al interés de los colonialistas y de losopresores locales.1

Las disyuntivas entre hacer la guerra de independencia yhacer la revolución social venían de antiguo. Habían sig-nificado una importante diferencia, por ejemplo, entre losdos mayores protagonistas de la insurgencia mexicana: elcura independista Miguel Hidalgo y el cura revoluciona-rio José María Morelos. Convocar a los criollos ricos enapoyo a la independencia implicaba respetarles el ordensocial establecido por la administración colonial. Convo-car a las masas para integrar al ejército liberador requeríaasumir sus reclamos de emancipación social. En Sudamé-rica, Simón Bolívar también conoció ese dilema.

A esos dos ejes –autodeterminación nacional y libera-ción social– enseguida se le agregaría un tercero, que haseguido acompañándolos hasta el día de hoy, el de lacuestión democrática: ¿qué tanto de concentración odescentralización del poder, de pluralidad del debate o deautoridad decisoria, de persuasión o de fuerza, se debeejercer –y por cuánto tiempo– para garantizar que loscambios se hagan realidad con la debida eficacia, sin quesus adversarios los puedan revertir? y ¿qué tan pronto li-berar el debate y la participación de nuevos actores paraestimular que dichos cambios produzcan nuevos desa-rrollos adicionales?

1 En este sentido, fue precursor del programa de los movimientos afroasiáticosde liberación del tercer cuarto del siglo XX.

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Estos y otros temas no menos comprometedores se nos hanreiterado a todo lo largo del camino, renovándose en cadaexperiencia. Es preciso revisar varios de los episodios másaleccionadores de la evolución de las izquierdas latinoame-ricanas y de su pensamiento, para observar las vicisitudesde sus procesos de arraigo y reproducción en nuestras rea-lidades, y sus resultados. Ello interesa especialmente ahora,cuando algunos de sus principales referentes han colapsadoo deben reexaminarse al calor de las nuevas expectativas.

Con ese propósito, a lo largo de las próximas páginas co-mentaremos algunas de esas experiencias, sin que estopretenda trazar una historia de dichos procesos. Antesbien –como lo dice el título de este ensayo–, lo que aquíse hace es observar determinados momentos de una trayec-toria, entresacándolos en orden no siempre cronológico, pa-ra extraerles ciertas conclusiones en razón del interés queellos tengan respecto al presente y al próximo futuro, delos que hoy todos somos responsables.

Con las ideas, llegaron los temas

A mediados del siglo XIX, en el liberalismo latinoameri-cano rivalizaban dos corrientes: un ala demócrata-radicalilustrada, luego seducida por el positivismo, y el ala popu-lar, portavoz de un anhelo de reivindicaciones sociales. Enciertos países –como Colombia y Honduras– esa disyun-tiva siguió viva entre los liberales del siglo XX, atrapadosentre promesas de reformas y prácticas clientelistas. Masesto no sólo causó estímulos y decepciones, sino tambiénun vivaz intercambio de ideas y personas a lo largo delprolongado empalme entre el liberalismo popular y laspropuestas socialistas que seguirían viniendo.

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Las ideas socialistas –de diversos orígenes ideológicos–arribaron a América Latina desde mediados del siglo XIX.Las trajeron inmigrantes con experiencia política, así comouna intelectualidad criolla que difundió las ideas y aconte-cimientos de Europa, tales como los de la Comuna de Pa-rís. Como es natural, al inicio primó la difusión de esasideas, y sólo más tarde comenzaron los primeros intentosde aplicarlas a nuestras realidades.2

Los grupos de inmigrados crearon organizaciones y periódi-cos socialistas y anarquistas que se ocupaban de las disputaspolíticas que tenían lugar en sus países de origen. Las agru-paciones latinoamericanas reflejaban las divergencias entrelas distintas corrientes del socialismo y sus controversiascon los anarquistas, y después asimismo las confrontacionesentre la II y la III internacionales. Eso ayudó a esclarecerideas y reflejó la vocación internacionalista de las izquier-das. Pero la materia de muchas de esas polémicas no eran losrespectivos problemas nacionales, sino debates distantes dela situación real que nuestros pueblos experimentaban.

Junto con las buenas ideas más generalizables, tambiénarribaron temas y controversias correspondientes a vicisi-tudes y particularidades ajenas, atribuyéndoles supuesta

2 El romántico argentino Esteban Echeverría escribió su Dogma socialista en 1846.En Colombia se fundó un Club Socialista en 1849. El publicista chileno FranciscoBilbao fundó en 1850 una Sociedad de la Igualdad. Durante la primera guerra cu-bana de independencia (1868-78) surgieron algunos grupos anarquistas, y una or-ganización sindical de los trabajadores tabacaleros. En esos años, en México apa-recieron círculos obreros, una liga anarquista y el periódico El socialista, y en 1884el mexicano Juan Mata Rivera tradujo el Manifiesto comunista. En 1887, en Chilese fundó un partido socialista, que en 1890 organizó la primera huelga de los tra-bajadores salitreros. En 1895 se constituyó el Partido Socialista argentino, que seafilió a la II Internacional; su mentor, Juan Bautista Justo, tradujo El capital, congre-gó a importantes intelectuales de la época e incursionó en la explicación marxistadel papel de la ciencia y la técnica en el desarrollo social.

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validez en nuestra América. No pocas veces su adopcióndogmática dificultó reconocer realidades, dispersó fuer-zas, obstaculizó acordar alianzas y contribuyó a enfrentarentre sí a los integrantes de las izquierdas latinoamerica-nas. Ante la preeminencia ideológica de las internaciona-les europeas, por ejemplo, el cubano Julio Antonio Mellaalertó sobre la necesidad de basarse en las particularida-des latinoamericanas, y abordar con criterio propio lo quetocaba hacer en nuestros países. Aun así, la militancia deMella se adecuó a las orientaciones de la III Internacionaly –asesinado en plena juventud– su temprana muerte nopermitió verlo resolver el dilema.

No obstante, en los primeros 30 años del siglo no faltaronacontecimientos y temas propios que requerían examinarsecon nuevos instrumentos. Al Sur, Uruguay tuvo las refor-mas de José Batlle; Chile vivió notables progresos de orga-nización sindical y política, y la experiencia de su primerFrente Popular; Argentina, el estallido de Córdoba y unareforma que se propagó a gran parte de las universidadesde América Latina. Las realizaciones prácticas se adelanta-ban a al desarrollo de una concepción capaz de orientarlas.

Al Norte, el hecho cimero fue la Revolución mexicana y ellargo proceso de decantación de sus opciones, sobre todoentre 1913 y el final de los años 30. Sin embargo, en esaépoca la influencia mexicana en el pensamiento político la-tinoamericano más derivó del ejemplo de sus líderes popu-lares y de las acciones de los gobiernos revolucionarios–en particular el de Lázaro Cárdenas– que del discurso desus ideólogos. La excepción fue La raza cósmica de JoséVasconcelos, cuya visión global de los problemas latinoa-mericanos influyó sobre las concepciones nacional-revolu-cionarias en muchos países del Continente.

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Una instancia foránea

Por otro lado, en Europa había estallado el proceso que másestimuló la conciencia política de la época: la Revoluciónrusa y los desarrollos y opciones que ella desplegó desde1917 hasta cuando el estalinismo diezmó al liderazgo ori-ginario de la Revolución. Modelo y fuente de inspiración,en América Latina la hazaña bolchevique estimuló el na-cimiento de nuevos partidos de izquierda y la conversiónde organizaciones socialistas en comunistas, profundizóla diferenciación entre esas dos vertientes e incrementó elactivismo de ambas, dejando en el pasado a las antiguasinfluencias anarquistas, aunque muchos conservaron suespíritu libertario.

Lo que comenzaba en Rusia y parecía próximo a contagiara Alemania y buena parte de Europa del Este, dio origena la III Internacional y precipitó la crisis de la II. Ademásde los debates sobre las nuevas tareas revolucionarias,también se discutieron las alternativas de los países colonia-les, semicoloniales o atrasados. Por un tiempo, el tema in-cluyó la posibilidad de impulsar en esos países la opciónnacional-revolucionaria, de carácter pluriclasista, que enAmérica Latina ya contaba con el referente mexicano.

Aunque la Internacional, que al inicio se pensó como unforo donde intercambiar ideas, experiencias y solidarida-des entre los revolucionarios del mundo, enseguida tomóotro curso. En parte a solicitud de algunos partidos miem-bros, pasó de orientar a tutelar las posiciones políticas desus integrantes, y a fijar los términos de su diferenciaciónfrente a las demás vertientes de la izquierda. En los años20 esto derivó en la consigna de privilegiar la lucha de“clase contra clase”, rechazándose la cooperación con las

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organizaciones que no adoptaran el papel de destacamentode la vanguardia obrera y el objetivo de instaurar la dic-tadura del proletariado, a despecho de las coincidenciasque pudiera haber en otros temas.

Sin que las izquierdas latinoamericanas hubieran sido parterelevante de esas decisiones, éstas tendrían larga incidenciasobre sus ulteriores evoluciones. Las definiciones adopta-das indujeron cismas entre quienes pensaban que AméricaLatina aún debía transitar etapas de maduración gradual opreferían acometer sin más demoras una inmediata trans-formación revolucionaria, entre quienes llamaban a lucharpor una democratización más integral y quienes antepo-nían resolver las urgencias sociales aun al costo de pres-cindir de las reivindicaciones democráticas, y entre quienescreían en la opción de organizar grandes partidos populareso privilegiaban la creación de destacamentos de élite ovanguardia revolucionaria. Todo ello sin parar mientes enque en las circunstancias latinoamericanas esas opcionesno necesariamente debían excluirse entre sí, o que lastransiciones entre unas y otras podían ser tan fluidas y re-currentes como la diversidad de las situaciones regionalesy temporales.

A la postre, la III Internacional constituyó una instanciacalificadora que valoraba las conductas de sus miembrosconforme a parámetros doctrinarios cuyos orígenes no re-flejaban las realidades de América Latina. Y que, más tarde,subordinaría sus respectivas actividades a la prioridad dedefender los intereses estratégicos de la asediada Repúblicasoviética (o los intereses de alguno de sus grupos dirigen-tes), incluso en desmedro de los requerimientos y oportu-nidades de los pueblos y partidos latinoamericanos.

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En busca de protagonista

Algunos partidos socialistas, sin caracterizarse necesa-riamente como antisoviéticos, prefirieron conservar suindependencia conceptual y organizativa, pese a que ladesaparición de la II Internacional los había dejado encierto aislamiento. Aun así, en unos pocos casos comoel chileno, estos partidos lograron cierta fortaleza. Perolas más de las veces la bifurcación entre comunistas ysocialistas mermó los éxitos de ambas opciones, comoasimismo restringió la posibilidad de desarrollar con-cepciones socialistas o socialdemócratas originales–marxistas, cristianas u otras–, a pesar de que la origi-nalísima riqueza de las circunstancias americanas así loreclamaba.

Entre las particularidades que exigían examinarse paraexplicar la realidad de muchos países latinoamericanos,sobresalían las relativas a la situación agraria y la cues-tión indígena, así como la presencia de otros grupos hu-manos no previstos en el legado teórico del socialismoeuropeo sobre las clases sociales. Por ejemplo, las masasde pobres y marginados que no se ajustan a la definiciónteórica de proletariado, o la de unos sectores de las capasmedias que tampoco calzan en la correspondiente defini-ción de pequeña burguesía, pero que pueden constituirimportantes sujetos revolucionarios.

Igualmente, las relativas a la heterogeneidad de las estruc-turas socioeconómicas coexistentes y superpuestas en esasnaciones todavía mal integradas, agravada por la implanta-ción de enclaves económicos extranjeros desarticulados delos demás componentes de cada país. Ello dificultaba

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identificar a los posibles protagonistas sociopolíticos decualquier proyecto de transformación reformadora o re-volucionaria de la situación.

La persistencia de oligarquías precapitalistas, la importanciasocial de la economía rural, la precariedad de la industria ydel movimiento obrero, la endeble existencia de burguesíasnacionales, así como el relevante activismo de la clase me-dia y de sus expresiones estudiantiles y gremiales, causabandudas sobre la posibilidad de que la realización de loscambios revolucionarios necesariamente correspondiera ala clase obrera y su vanguardia política. No obstante, asílo prescribía la simplificación ideológica que la III Inter-nacional estableció como visión del mundo.

En Perú, esas cuestiones fueron tempranamente aborda-das por el liberalismo radical, sin que el pensamiento mar-xista tuviera respuestas que brindar hasta que José CarlosMariátegui asumió el tema. El más poderoso creador de pen-samiento político en la América Latina de su tiempo, Mariá-tegui entre otras cosas rechazó el determinismo que en suépoca prevalecía, como también “la reducción del procesohistórico a una pura mecánica económica”, afirmando que larevolución sólo puede realizarse movilizando los sujetos hu-manos efectivamente capaces de cambiar el orden existente.

Por ello, señalaba, es preciso que esos sujetos desarrollen“la conciencia previa de su interés de clase”, un procesocultural que para los revolucionarios implica dos aspectosdiferentes: el marxismo como método de interpretaciónhistórica de la sociedad, y la mística que es propia de lamisión de luchar por la regeneración no sólo de la claseoprimida sino del conjunto de la sociedad. Aunque en larealidad peruana, ¿dónde encontrar dichos sujetos?

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Las llamadas “condiciones objetivas” de la revolución so-cialista no estaban presentes: la economía capitalista no sehabía desarrollado con amplitud, faltaba una burguesía ca-pitalista “patrona de la economía nacional”, y se carecía deuna clase obrera con suficiente presencia socioeconómica ycultural. En el marco presidido por la sociedad tradicional ylos enclaves de capitalismo colonialista, no había una naciónintegrada, sino una superposición de fracciones socioeconó-micas, agregadas a lo largo de una secuencia histórica distin-ta de aquella que los teóricos europeos habían descrito.

El país estaba dividido por fronteras interiores, históricas,geográficas, económicas, étnicas y culturales. En particular,se desarticulaba en tres zonas económicas: la costa, concierto desarrollo agrícola e industrial, la andina, que con-servaba estructuras precapitalistas de impronta feudal y,entremezclado con ellas, el colectivismo indígena. A loanterior se sumaba la selva amazónica, que permanecía almargen de la civilización. Y cada componente de esa su-perposición se había agregado sin eliminar los sistemaspreexistentes, así que bajo todo ese andamiaje perdurabanlas extendidas raíces del colectivismo indígena precolo-nial. Por lo tanto, dedujo Mariátegui, el protagonista de larevolución podía ser el pueblo indígena.

Así pues, tal como había sostenido el liberal ManuelGonzález Prada –de quien tanto Mariátegui como VíctorRaúl Haya de la Torre fueron discípulos–, la situación in-dígena no era un tema cultural o filantrópico, sino lacuestión económica y agraria del reparto de la tierra. A loque Mariátegui añadió la conclusión de que, para crearotra realidad mejor, “sus realizadores deben ser los pro-pios indios”.

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El asunto involucraba más que el solo problema indígena,pues también aludía a la identidad y el papel sociopolíticode los demás grupos sociales americanos que tampoco figu-raban en el inventario teórico europeo, como las comunida-des afroantillanas de la costa continental del Caribe ybuena parte del Brasil. Pero la precaria salud de José CarlosMariátegui no le dejó tiempo para llevar su tesis a la prác-tica en el partido comunista que él fundo para este fin.Esa tesis, empero, todavía tiñe el debate ideológico en laregión andina, aunque en vida de su autor la III Interna-cional la descartó.3

Un capitalismo socialista

El principal contrincante teórico de Mariátegui fue su excompañero Víctor Raúl Haya de la Torre. Luego de des-tacarse en el movimiento estudiantil y las universidadespopulares, fue exiliado y temporalmente radicó en Méxi-co, de cuyas experiencias fue testigo y donde fundó laAlianza Popular Revolucionaria Americana (APRA).4 Sibien no logró el propósito de crear una organización po-lítica continental, sí le dio a Perú un nuevo tipo de parti-do, de carácter popular.

Haya de la Torre perseveró en hacer del Partido ApristaPeruano (PAP) una organización disciplinada, pero conce-

3 Así lo demuestra la discusión sobre los movimientos indígenas y campesinosde Ecuador y Bolivia, por ejemplo. No es este el caso, sin embargo, del indige-nismo de la izquierda neo-zapatista del estado mexicano de Chiapas, que tiene

otras motivaciones y menor trascendencia efectiva en la vida política de su país.

4 Mariátegui era uno de sus miembros iniciales, pero fue progresivamente críticode sus postulados y se separó para fundar el Partido Comunista peruano, quesería un denodado contrincante del aprismo.

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bida como una alianza de trabajadores urbanos, campesi-nos, clase media e intelectuales, así como de elementosde la burguesía nacional, y destinada a luchar contra laaristocracia terrateniente, el capital extranjero y el impe-rialismo. Su concepto de quiénes deberían integrar el par-tido disentía del modelo prohijado por la III Internacionaly el adoptado por Mariátegui. Sin embargo, en lo que tocaa su estructura organizativa, Haya escogió el sistema dedirección y la estructura celular característicos del modelobolchevique, apropiados para actuar bajo condiciones derepresión y clandestinidad.

De primer intento, Haya planteó su propuesta como una re-visión del marxismo esquemático, señalando que no cabía“inventarle” un ambiente europeo a la realidad americana,sino “descubrir” las verdades de esta realidad en sus pro-pios espacio y tiempo históricos. Por ejemplo, acerca delimperialismo, que para los países que habían transitado to-das las etapas del desarrollo histórico figuraba como la últi-ma fase del capitalismo, a despecho de que, en su lugar, pa-ra las naciones más atrasadas el capitalismo había llegadopor primera vez bajo la forma imperialista, con lo cual éstahabía sido su primer modo de implantación.

Mientras Mariátegui se centró en los agentes internos delatraso y la dependencia peruanos, Haya de la Torre pusomayor atención en sus factores externos. Ambos coinci-dieron en lo que toca a la heterogénea composición so-cioeconómica del país –la superposición de realidadespropias equivalentes a distintas etapas del desarrollo eu-ropeo–. A lo cual Haya agregó que ante la penetracióndel imperialismo algunos de esos componentes superpues-tos ejercen papeles cómplices, como los feudos tradi-

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cionalistas que funcionan al servicio de imperialismo a lavez que éste feudaliza el ámbito social de las inversionescapitalistas.

Ante eso, Haya de la Torre propuso impulsar un capitalis-mo nacionalista, autónomo y con proyección social, similaral que él había visto predicar en el México de la época. Suenemigo principal era la oligarquía, que domina al Estado ysubordina sus intereses a los extranjeros; en consecuencia,ese capitalismo debía acometer la nacionalización pro-gresiva de la riqueza, arrebatándola al imperialismo paraentregarla a quienes la trabajen en provecho del bien co-lectivo, a través de corporaciones de fomento. Como etapaprevia al socialismo, ese nacionalismo capitalista respetaríala riqueza individual, ofreciendo ancho campo a la iniciati-va privada que promoviera la desfeudalización y el pro-greso de los pueblos indoamericanos.

Desde el primer momento el aprismo fue blanco de un de-cidido rechazo de los partidos de la III Internacional. Pese acoincidir –durante los primeros lustros– en la prédica antio-ligárquica y antimperialista, y enfrentar las mismas dictadu-ras de derecha, prevaleció la consigna de “clase contra cla-se” y la disyuntiva entre la vía revolucionaria o las reformasgradualistas, descartándose toda posibilidad de cooperaciónfrente a unas realidades que ambas corrientes igualmenteconsideraban inaceptables. Cosa que, por supuesto, en nadacontribuyó a mejorar la suerte, la organización ni la educa-ción política de los trabajadores ni de los indígenas perua-nos, como tampoco la de los demás latinoamericanos.

La propuesta aprista fue más capaz de captar en el cortoplazo la cultura política de gran parte de la sociedad pe-ruana. Aunque por años Haya de la Torre dirigió su partido

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desde el exterior, cuando en 1931 pudo volver a Perú en-seguida fue electo presidente de la República. No obstante,la derecha inmediatamente lo derrocó y el aprismo fueproscrito. En su larga clandestinidad, ese partido siguióreivindicando la democracia parlamentaria, y rechazó tomarlas armas o admitir cualquier tipo de dictadura, incluidala proletaria.

Cuando ante el crecimiento de la amenaza fascista en Eu-ropa, en 1935 la Internacional decidió promover la políticade articular Frentes Populares con las demás izquierdas,era demasiado tarde. Haya de la Torre replicó que losapristas ya constituían un frente en el que los trabajadores,campesinos, estudiantes e intelectuales participaban a lavez, sin requerir la dirigencia proletaria que se les proponía.

Sin embargo, con el paso de los años, Haya y su partidofueron distanciándose de su posición antimperialista y so-cializante, y adoptaron una política crecientemente conci-liadora con la oligarquía peruana y los gobiernos de Was-hington. Muchas de las críticas que en los años 20 y 30eran excesivas, en los 50 llegaron a estar completamentejustificadas. Medio siglo más tarde cabe preguntarse siese deterioro fue exclusivamente endógeno, o si al mismotambién contribuyó la hostilidad permanente que el mo-vimiento comunista y la izquierda radical le sostuvierona escala mundial.

Las tesis de Haya de la Torre se habían formado obser-vando la experiencia revolucionaria mexicana, donde sussupuestos tuvieron otra expresión similar, aunque regio-nalmente menos conocida. Durante el gobierno de LázaroCárdenas en México se practicaron políticas nacionalistas

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y socializantes, se impulsó la reforma agraria y la educaciónpopular, y se estimuló la sindicalización. En ese ambiente,Vicente Lombardo Toledano organizó la Confederaciónde Trabajadores de México (CTM) y la Confederación deTrabajadores de América Latina que por unos años tuvoinfluencia regional. Con todo, a Lombardo se le criticóque su política se limitaba a respaldar un desarrollo capita-lista autónomo con responsabilidad social, que él concep-tuaba como condición previa para pasar al socialismo.

Pero enseguida de concluir el mandato de Cárdenas empe-zó el reflujo. Los subsiguientes gobiernos mexicanos con-tuvieron las proyecciones revolucionarias del proceso, y surégimen antepuso asentarse políticamente y fomentar eldesarrollo capitalista nacional. Su Partido Nacional Re-volucionario (PNR) pasó a denominarse RevolucionarioInstitucional (PRI) y no mucho después Lombardo Toledanoperdió el control de la CTM. Más tarde fundó el PartidoPopular, concebido como una organización de masas conideología marxista y objetivos socialistas, pero con unavocación democrático-electoral discrepante del modeloleninista de partido de vanguardia. No obstante, antepusola política de defender lo que quedaba de la anteriororientación nacional-revolucionaria del país, y su escasaindependencia crítica frente a los gobiernos post carde-nistas, además de las restricciones políticas imperantes enla época, le impidieron el crecimiento esperado.5

Por otra parte, el gobierno de Cárdenas sostuvo una políti-ca decidida de solidaridad con la República española, gesta

5 Durante varios lustros, reales o supuestas conspiraciones de la derecha sirvieronde argumento para paralizar a las izquierdas frente a la continua descomposiciónmoral y derechización de los gobiernos “revolucionarios” postcardenistas.

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que movilizó a las izquierdas latinoamericanas y fortalecióla política antifascista de crear alianzas pluriclasistas. Alconcluir la Guerra Civil, México dio refugio a millares defamilias republicanas, incluyendo una importante propor-ción de la intelectualidad antifranquista. Durante los si-guientes decenios esa inmigración tuvo hondo impacto enel desarrollo de la cultura progresista, la vida académicay la industrialización mexicana, y también alcanzó ampliainfluencia en el desarrollo ideológico latinoamericano.

Cárdenas también dio refugio a León Trotsky, quien enMéxico fundó la IV Internacional. Desde el punto de vis-ta teórico, las divergencias de concepción estratégica quehabían dado lugar a la decisión de expulsarlo de la URSS

interesaban a todo el movimiento revolucionario mundial.Y, sobre todo, a los partidos de izquierda de las nacioneseuropeas a las cuales la revolución bolchevique hubierasido llevada por el Ejército Rojo, de haberse decidido nolimitarla a un solo país, así como a los partidos de lasnaciones que se habrían visto más afectadas por la “re-volución permanente”, en el supuesto de que esas dos pro-puestas de Trotsky hubieran prevalecido en Moscú.

Sin embargo, la cuestión medular no estuvo en las diver-gencias teóricas planteadas por Trotsky, sino en la luchapor el control del poder y su consiguiente denuncia de laexcesiva autoridad acumulada por José Stalin. En realidad,el grueso de la argumentación polémica que a la larga am-bas partes llegaron a desplegar se escribió después de laexpulsión de Trotsky y de la persecución a sus simpati-zantes. Sin demérito de su valor teórico, esa polémica nofue el motivo principal de la ruptura, sino la forma en queambas partes rivales procuraron legitimar sus respectivas

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posiciones. De haberse tratado exclusivamente de un con-flicto entre dos propuestas estratégicas, quizás sus conse-cuencias no hubieran alcanzado tales extremos represivosy tan enormes costos políticos.

En cualquier caso, al menos en los primeros tiempos, lacontroversia entre los comunistas y trotskistas latinoame-ricanos –en las diversas formas que ella tomaría–, de nue-va cuenta fue un reflejo local de remotas controversias deultramar. Una confrontación que no atañía a los temas yposibilidades latinoamericanas, pero que vino a fraccionara las izquierdas nativas por razones ajenas al interés desus pueblos.

Luego, posteriores eventos le fueron agregando otros mo-tivos a la divergencia inicial, pues con el tiempo a las dis-crepancias y resentimientos se les añaden estilos y culturaspolíticas que se realimentan a sí mismos. La paradoja estáen que algunos viejos reflejos todavía subsisten cuandosus motivos originarios hace mucho dejaron de existir–así fueran ellos la revolución permanente o la puja porel poder–, e incluso cuando la bandera roja ya ni siquieraondea sobre el Kremlin.

Esto no niega que la controversia tuvo distintas conse-cuencias intelectuales e ideológicas de amplio interés. Aña-dió ocasiones de rediscutir la naturaleza y las alternativasdel socialismo y de sus relaciones con las demás corrientespolíticas. Generó ámbitos adicionales de pluralidad refle-xiva, entre quienes evitaron alinearse con la III o con laIV internacionales –se incrementó la pluralidad ideológicadel socialismo– e incluso entre algunos de los partidosleales al liderazgo soviético.

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Al cabo, eso fortaleció el campo del marxismo y el socia-lismo independientes, y el del marxismo académico, quepasaría a tener mayor influencia en las ciencias sociales,propiciando nuevos desarrollos y aplicaciones del pensa-miento de izquierda no subordinadas a las prioridades delinterés y el control estatal o partidista, así como mayordiálogo con las corrientes progresistas ajenas al marxis-mo. Además, aunque con el tiempo las filas de la corrientetrotskista mermaron, ésta se instaló a la izquierda del es-pectro, adjudicándose una función de vigilante crítica delas demás tendencias y conductas de izquierda, inclusocon olvido de la crítica a las derechas.

De la guerra caliente a la fría

Ante la Gran Depresión, el crecimiento de la amenazafascista y la II Guerra Mundial, la estrategia de aliar lasfuerzas democráticas suavizó antagonismos. Quienes de-bían contribuir a la derrota del enemigo principal se con-cedieron una tregua, desde el gobierno de Franklin D.Roosvelt hasta las izquierdas latinoamericanas, compro-metidas con el antifascismo. La política del Buen Vecinono sólo distendió relaciones, sino que finalmente propicióel abandono del discurso antimperialista y socializante dealgunos veteranos partidos reformistas, como el APRA y lavenezolana Acción Democrática (AD), que se acogieron ala excusa de que era el imperialismo quien había cambiado,a fin de acomodarse a la situación prevaleciente.

En contrapartida, en el período de la II Guerra Mundial ylos primeros años 50, en Sudamérica surgieron dos grandesmovimientos nacionalistas y reformadores de origen mi-

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litar, con respaldo popular u obrero y con participación desegmentos de la clase media y el empresariado, que al-canzaron importante proyección social: en Argentina elperonismo y en Bolivia el Movimiento Nacionalista Re-volucionario (MNR). A su manera, en Brasil el obrerismoo trabalhismo encabezado por Getulio Vargas tuvo simi-litudes con esos movimientos, aunque con origen y lide-razgo civil.

En los tres casos se trató de procesos y dirigencias so-ciopolíticas de perfil antioligárquico, populista, corpo-rativo y estatizante, que usaron métodos autoritarios paraintroducir reformas institucionales y robustecer la sobe-ranía nacional. Igualmente, de procesos que ganaron laadhesión de la mayoría popular y obrera en detrimentode las izquierdas previamente establecidas, y que man-tuvieron una heterogeneidad social y una ambigüedadpolítico-ideológica ante la cual dichas izquierdas tuvierondificultades y errores para identificar el carácter de esosmovimientos. Una visión dogmática y exclusivista lesdificultó percibir los contenidos populares y progresistaspresentes en esos fenómenos, para asumir una actitudpolítica más adecuada frente a los mismos y entre la masade sus seguidores.

Más allá de eso, dentro de cada uno de estos movimientosse formó una corriente de nacionalismo populista o de iz-quierda nacional que asimiló retazos de la cultura socia-lista, aunque al margen de los partidos de esa filiación yde los partidos comunistas. En Brasil y Bolivia eso aúntiene huellas en la forma de partidos o corrientes sucesorasde aquellos movimientos, y en Argentina a través de la iz-quierda peronista.

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Al terminar la II Guerra Mundial, la victoria antifascistarenovó el prestigio soviético, a lo que se sumó la aparicióndel llamado campo socialista y, enseguida, el surgimientode la Revolución China. Como gesto conciliador con laspotencias occidentales, Stalin hizo desvanecer la III Inter-nacional, cuyos partidos así quedaron privados de lo quela misma aún pudiera conservar como ámbito de debate“horizontal”, en beneficio de la hegemonía del PCUS. Ala par, en Europa occidental se constituyó la InternacionalSocialista, que con un perfil socialdemócrata orientado alEstado de Bienestar remplazó a la desaparecida II Inter-nacional.6

No obstante, tras un breve período de optimismo pacifista,en poco tiempo se entronizó la Guerra Fría; el macartismose impuso en Estados Unidos y en América Latina reinóuna generalizada persecución contra los aliados de ayer.Bajo la obsesión anticomunista, Washington prohijó aviejos y nuevos dictadores –los Trujillo, Somoza, PérezJiménez y Batista, entre otros–, particularmente en lospaíses de la Cuenca del Caribe. Durante el subsiguienteperíodo, en esa región descollaron las luchas para recupe-rar la democracia representativa tradicional, que llegarona ser la principal motivación de las izquierdas.

En América Latina, la Guerra Fría impuso un forzoso ali-neamiento de todos o casi todos los gobiernos y movi-mientos políticos con una u otra de las superpotencias y

6 Vale anotar que, además, en 1948 se creó la Comisión Económica para Améri-ca Latina (cepal), de la onu, que aportaría la plataforma conceptual y técnica,de espíritu tercermundista, que Raúl Prebisch y otros inspiraron para los paíseslatinoamericanos, la cual más tarde orientaría la política socioeconómica de losregímenes nacional-revolucionarios de los años 60 y 70.

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su campo de influencia, casi siempre el de Estados Uni-dos. Durante varios años, los contados esfuerzos tempora-les de neutralidad y adhesión al Movimiento de los PaísesNo Alineados sólo pudieron expresar una aspiración sim-bólica más que una ejecutoria real. Lejos de la relativaefectividad que el neutralismo alcanzó en el ámbito afroa-siático, a la sombra de la Guerra Fría cada proceso o ré-gimen político latinoamericano pronto fue calificado ytratado según su supuesta o efectiva adscripción a uno uotro de esos dos campos de influencia.

Aun así, pese a la atmósfera anticomunista dominante, repe-tidas veces los esfuerzos por recuperar la democracia formaldieron lugar a coincidencias y cooperaciones temporales en-tre las izquierdas y determinados segmentos de los partidosreformistas y liberales. Además, promovió una cultura polí-tica de defensa de la democracia frente a cualquier autorita-rismo, pese a las limitaciones que esa democracia pudieratener. Aunque bajo ese clima opresivo las izquierdas de laépoca no estuvieron en capacidad de realizar la Revoluciónque proponían, el mérito de sus luchas por defender o recu-perar los derechos democráticos y por formar y movilizarcuadros para ese fin, fue indiscutible. La caída de cada unode aquellos dictadores se propició a través del clima de mo-vilización social articulado principalmente por las izquier-das, aunque ellas no fueran las beneficiarias de su éxito.

En ese contexto, comunistas, socialistas, nacionalistas re-volucionarios y simpatizantes de otras corrientes de iz-quierda contribuyeron decisivamente a lograr los progresossociales y políticos consagrados en las nuevas Cartas cons-titucionales que varios países latinoamericanos adoptaronen los años de la posguerra.

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Las revoluciones de los 50

Al Sur, en la primera parte de los años 50 la experienciamás sobresaliente fue la Revolución boliviana, por lastransformaciones que logró y también por sus consecuen-cias políticas y conceptuales. Sorprendidos por los acon-tecimientos, comunistas y trotskistas coincidían en calificaral Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) de fas-cista7 y en desconocerlo como una opción de izquierda,por lo que al cabo ambos vieron a la Revolución desarro-llarse sin influir en su curso. Esto a su vez contribuyó aempantanarla y a que el proceso luego retrocediera, ense-guida de que el propio MNR sintió que había desatado unproceso que desbordaba las intenciones de sus iniciadores,y procuró refrenarlo.

Agregándose tardíamente a un movimiento que había deto-nado sin ellos, comunistas y trotskistas apoyaron el golpedel general René Barrientos, quien en vez de reanudarlopoco después reprimiría a los mineros y estudiantes revo-lucionarios. Tales desencuentros entre el proyecto nacional,el proyecto social y el proyecto democrático acabarían in-crementando las inestabilidades propias de una revolucióninconclusa. Pero, derrotada la oligarquía, nacionalizadaslas minas y hecha la reforma agraria, el país ya no volvióa ser el mismo.

En el área mesoamericana, conviene recordar otras cuatroexperiencias de ese entonces. Una, el dramático final delesfuerzo de Jorge Eliécer Gaitán, en Colombia, por refor-

7 De la misma forma en que el Partido Comunista argentino descalificó al pero-nismo, lo que le impidió un adecuado tratamiento de ese fenómeno. El trotskismoargentino evaluó más apropiadamente al movimiento peronista.

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mar las causas estructurales del atraso y la violencia so-ciopolíticos desde las posiciones de un liberalismo popularde vocación socializante. Líder indiscutido del partidomayoritario, Gaitán fue asesinado poco antes de las elec-ciones, lo que desató una enorme sublevación popularque no alcanzó a transformar al país porque careció deconducción político-partidaria. Cerradas las puertas a todaexpectativa reformadora, ello derivó en un movimientoguerrillero que, pasando por distintas concepciones y lide-razgos, 55 años después aún prosigue.

Otra, el derrocamiento del gobierno democrático del coro-nel Jacobo Árbenz, en Guatemala, por medio de una in-vasión mercenaria que el gobierno de Estados Unidosauspició sin disimulos. Con todo, la Revolución guate-malteca apenas se había propuesto una prudente políticade apertura democrática y de discreta independencia diplo-mática, así como una moderada reforma agraria que, sinembargo, podía afectar intereses de la United Fruit Com-pany, una poderosa empresa bananera norteamericana. Lasospecha de que tales pasos, junto al apoyo que los comu-nistas guatemaltecos le declararon al gobierno constitu-cional, pudieran derivar en dirección a un alineamientoantiestadunidense, bastaron para disparar ese desenlace, yuna larga secuela de regímenes contrainsurgentes y terro-rismo de Estado.

Ello interrumpió violentamente un proceso democrático ymodernizador, que el gobierno norteamericano de la épocainterpretó a la luz de la Guerra Fría, aún antes de la Re-volución cubana. Las frustraciones así provocadas dieronlugar a sucesivos movimientos guerrilleros y a una abruma-dora y persistente estrategia represiva contra las poblacio-

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nes que pudieran servir de entorno social a los insurgentes,al costo de millares de vidas y desarraigos. Aunque laguerrilla al cabo de 35 años se desmovilizó a cambio deun conjunto de reformas sociales y políticas, la violenciaextrajudicial de derecha continúa y al país se le frustró sumejor oportunidad de modernización.

Asimismo, la cautelosa Revolución costarricense de 1948,generalmente atribuida a la socialdemocracia de ese país,que impulsó significativas reformas de perfil socialmenteprogresista –las llamadas “garantías sociales”– pero evitóentrar en colisión con la política norteamericana de la Gue-rra Fría. De hecho, esas reformas habían sido adoptadas poruna alianza gobernante de socialcristianos y comunistas,que poco después sufrió un alzamiento armado destinado aderrocarla. No obstante, el acuerdo que puso término a laguerra civil incluyó tanto deponer al gobierno, abolir alejército y proscribir al partido comunista y sus simpatizan-tes, como el compromiso de respetar dichas “garantías”, pe-se al derrocamiento del gobierno que las había instaurado.8

El respeto a dichas “garantías sociales” no solo posibilitópactar el cese del conflicto, sino que hizo de Costa Rica elpaís socialmente más avanzado de Centroamérica. Así, pa-radójicamente, en una nación pequeña y de escaso interésestratégico para Estados Unidos, ello prohijó un híbrido enel que un desarrollo socialdemócrata se combinó con unapolítica exterior ajustada a las preferencias de Washington,lo que le permitió al proceso desenvolverse sin mucho

8 Cuando unos años después los socialcristianos pudieron reintegrarse a la vidapolítica costarricense lo hicieron repudiando toda relación con sus antiguos alia-dos, que permanecieron en la ilegalidad.

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ruido pero relativa tranquilidad. Fruto y garantía de esemodelo fue un sistema político bipartidista que, sin em-bargo, medio siglo después ha empezado a desmoronarse.

Y finalmente, en Venezuela –tras sendas rebeliones en dosimportantes guarniciones militares–, la articulación de unamplio movimiento de protesta civil derrocó la dictadurade Pérez Jiménez. Su éxito fue posible al combinar los re-cursos políticos de los partidos tradicionales y de un vi-goroso movimiento popular inspirado, principalmente,por el Partido Comunista de la época. Sin embargo, actoseguido los partidos socialdemócrata y socialcristiano,excluyendo al comunista, suscribieron el pacto de PuntoFijo, por medio del cual establecieron los compromisospolíticos que acotaron los límites institucionales de unademocracia cupular que, además de excluir a las izquierdas,eludió realizar los cambios estructurales más importantesque se esperaban de ese proceso.

Eso permitió consolidar un régimen de democracia tole-rada –formal y representativa–, que fue respetuosa de losderechos ciudadanos en tiempos en que menudeaban lasdictaduras militares. Aun así, fue un sistema político ex-cluyente para determinados actores e insuficiente paradesahogar demandas sociales de creciente complejidad,lo que 30 años después la llegaría a caracterizar como unademocracia insatisfactoria. Estas limitaciones y la ne-cesidad de reformar el sistema para darle mayor aperturaparticipativa, marcarían los comportamientos políticosvenezolanos hasta el final del siglo.

Las divergentes consecuencias de las revoluciones guate-malteca y costarricense permiten una observación adicional:en la atmósfera de la Guerra Fría, allí donde el aconteci-

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miento tuvo apoyo del pequeño partido comunista y parecióamenazar a una influyente transnacional norteamericana,la calificación ideológica y la represalia contrarrevolucio-naria fueron muy duros. Mas donde no había intereses es-tadunidenses bajo real o presunta amenaza, se dispensóuna considerable tolerancia –justificada adicionalmente porla proscripción de los comunistas y sus simpatizantes–, aun-que las reformas emprendidas fueron mayores. Haciendoabstracción de sus respectivas características etnoculturales,a la postre Costa Rica por un largo período constituyó elpaís centroamericano con mejor evolución sociopolítica ycultural, y Guatemala el más atrasado y opresivo.

Telón de fondo, en el XX Congreso del PCUS la dirigenciasoviética hizo la denuncia pública de los errores y atroci-dades del régimen estalinista y anunció un proceso dereformas, que luego infortunadamente se estancó, pesea que en esa época el país alcanzaba sus mejores tasasde desarrollo económico. La ocasión fue propicia nosólo para suprimir los excesos dogmáticos y abusos delpoder, sino para flexibilizar el debate académico y laslibertades públicas, y para estimular la creatividad inte-lectual y científica indispensable para superar a EstadosUnidos en la arena económica.

Sin embargo, en otros campos, esa ampliación de liberta-des resquebrajó el control del llamado campo socialistaocasionando crisis centrífugas como las de Hungría yChecoslovaquia, que amenazaron la integridad del siste-ma. Además, surgió un amenazador desentendimientocon China, cuyo liderazgo no compartía esa intención deapertura. Allí, como en la propia URSS, otras dirigenciasconsideraron riesgoso abandonar las prácticas verticales,

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centralistas y dogmáticas del estalinismo, que hasta en-tonces habían asegurado la cohesión de ese heterogéneoconjunto de naciones. Para preservarlas, impusieron res-tringir las reformas anunciadas en el XX y el XXII Con-gresos del PCUS, frustrándolas con el largo estancamientode tiempos de Brézhnev, durante el cual el país soviéticodejó esfumarse la dinámica competitividad que ya habíaempezado a mostrar.

El deshielo post estalinista precipitó a una dramática rup-tura de grandes alcances con la China de Mao Zedong,donde las prácticas estalinistas se radicalizaron en lugarde mitigarse. Por lo contrario, se combinaron con un inten-so voluntarismo revolucionario y crecientes expresionesde resentimiento nacional contra la Unión Soviética, de lacual hasta entonces China había recibido cuantiosas ayudas.

En América Latina, aquellos acontecimientos tuvieronefectos cruzados: unos militantes los asimilaron y siguieronadelante, otros se trasladaron a organizaciones progresis-tas desvinculadas de la URSS, y algunos desistieron.9 Sinembargo, durante ese mismo período la Unión Soviéticaiba a recuperar amplias simpatías alrededor del planetagracias a gestos de tanta relevancia como su defensa de lanacionalización del canal de Suez o el respaldo que mástarde le dio a los movimientos afroasiáticos de liberacióny a la Revolución cubana, que la mostraron como un podercapaz de contener la hegemonía estadunidense y solidari-zarse con las causas del Tercer Mundo.

9 Lo cierto es que la militancia latinoamericana estuvo muy lejos de sospecharque los horrores estalinistas existían, y que tras el XX Congreso del pcus la ma-yor parte de la misma confió en que esos errores enseguida serían definitiva-mente subsanados.

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Por otro lado, en el plano teórico, la crítica a las políticasdel estalinismo abrió las puertas a la revisión de sus secue-las ideológicas, lo que en el período subsiguiente estimulóel marxismo académico y antidogmático, y la renovaciónde la sociología, la investigación histórica y la filosofíaafines al marxismo, con notable participación de autoreslatinoamericanos. En especial, en los temas relativos a laobra del joven Marx, el humanismo marxista, las particu-laridades de América Latina y de su periodización histó-rica, así como la teoría de la dependencia.10

No obstante, el desarrollo teórico e ideológico de las iz-quierdas de la época alcanzó éxitos de mucho mayoraliento que los obtenidos en su práctica de organización yde crecimiento políticos.

La revolución cubana

Sin duda, por largo tiempo el estímulo que más contribuyóa movilizar a las izquierdas latinoamericanas, y a impulsarnuevos desarrollos creativos de su investigación, pensa-miento y movilización política fue la Revolución cubana.

Al final de los años 50, durante el ciclo de las luchas contralas dictaduras implantadas en el área de la Cuenca del Cari-be, el siguiente tirano en caer fue Fulgencio Batista, derro-

10 Sin pretender una lista exhaustiva, puede mencionarse a Héctor Agosti, Clodo-miro Almeida, José Aricó, Rodney Arismendy, Sergio Bagú, Longino Becerra,Agustín Cueva, Orlando Fals Borda, Pablo González Casanova, Andrés GunderFrank, Néstor Kohan, Rodolfo Mondolfo, Diego Montaña Cuellar, Aníbal Quija-no, José Revueltas, Darcy Ribeiro, Emir Sader, Adolfo Sánchez Vázquez, Enri-que Semo, Ludovico Silva, Ricaurte Soler, Nelson Werneck Sodré y René Za-valeta Mercado, entre varios más.

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tado por una audaz combinación de resistencia popularurbana y guerrilla rural. Al respecto, conviene puntualizarciertas características de ese acontecimiento histórico,pues durante el siguiente decenio determinadas interpre-taciones de lo acontecido sirvieron para plantear algunasextrapolaciones equívocas sobre sus posibles derivacio-nes latinoamericanas.11

1. En primer lugar, a Batista lo derribó una rebeliónde amplia base ciudadana, surgida de una profusaresistencia urbana de fuerte inspiración cívica, asen-tada especialmente en la clase media.12 La genera-ción que en los años 50 se iniciaba en la política te-nía abuelos que narraban la zaga de la insurgenciamambisa13 y padres que recordaban la resistenciacontra la dictadura de Gerardo Machado. La historiaaún estaba viva en el ejemplo y las letras de JoséMartí, cuyos textos eran familiares a cada estudiante.

2. Una de las primeras formas de la rebelión fue elMovimiento, nombre informal de varios grupos es-pontáneos, sin conexión mutua, donde los jóvenesantibatistianos discutían la situación e ideaban for-mas de enfrentarla. De esos grupos, el dotado demás fuerte liderazgo y visión fue sin duda el que un

11 Estas líneas no pretenden hacer un análisis histórico del desarrollo inicial de laRevolución cubana, lo que constituye otro tema. Aquí sólo se abordan ciertospuntos cuya inexacta interpretación motivó algunas generalizaciones desacerta-das sobre el asunto que interesa al presente ensayo: el papel de los modelos,métodos y objetivos en las izquierdas latinoamericanas.

12 Su conversión en movimiento guerrillero y campesino sólo ocurriría en los si-guientes años.

13 Mambises eran los insurgentes cubanos y sus ejércitos, alzados en las dos gue-rras contra el yugo colonial español, en 1868-78 y 1895-98, la segunda de ellasconvocada por Martí, quien allí murió en combate.

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26 de julio, al mando de Fidel Castro asaltó el cuar-tel Moncada hace ya más de 50 años. Esta fue unaacción urbana que le proporcionó referente, nom-bre y líder comunes a todos esos grupos, y que pocodespués igualmente les dio un ideario, contenidoen La historia me absolverá, el discurso con queFidel sustentó ante el tribunal las razones éticas,históricas y sociales de aquella acción.

3. Como el Programa del Moncada, ese discursoofreció una propuesta de amplia aceptabilidad so-cial. Para caracterizarlo ahora habría que llamarlosocialdemócrata o progresista; sus páginas no su-gieren intenciones socialistas. De otro modo, nohubiera convocado la adhesión que enseguida con-citó, en uno de los países más codiciados, vigiladosy penetrados por los intereses norteamericanos,donde los prejuicios anticomunistas habían sido in-tensamente sembrados.

Lo que en otras palabras significa que desde el pri-mer momento Fidel aplicó una de sus máximasfundamentales, aunque no siempre una de las máscitadas: ser revolucionario es hacer en cada momen-to lo más revolucionario que en ese momento sepueda hacer.

4. Cuando Fidel salió al exilio la resistencia urbanaprosiguió. Además, lo hizo con mayor coherenciay efectividad a escala nacional, pues ya tenía nom-bre, líder, programa y método de acción: los cubanosleales al legado martiano y a la gesta de los años 30volvían a la lucha armada. Cuando los expedicio-narios del Granma desembarcaron en Cuba el Mo-

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vimiento urbano tenía articulación nacional, los es-taba esperando y se había tomado a tiros la ciudadde Santiago de Cuba para distraer las fuerzas de ladictadura.

5. Cierto es que en los primero días esos expediciona-rios fueron diezmados y sólo un frágil puñado lo-gró reagruparse en la Sierra Maestra. Sin embargoa los pocos días una columna de 50 jóvenes, consus armas, subió desde la ciudad de Santiago a re-forzarlos. Durante un prolongado período, el Llanosostuvo a la Sierra, pese a que los combatientes ur-banos eran más vulnerables que quienes estaban enla montaña. Sólo en los últimos 10 meses la guerri-lla rural se hizo autosostenible y nunca contó conmás de mil quinientos efectivos en armas. Cuandosus columnas entraron a Santiago y La Habana, és-tas ya se habían sublevado.

6. No obstante, hazañas militares como las crecientesderrotas al ejército tradicional y la Invasión al oc-cidente de la Isla fueron decisivas para colapsar alrégimen de Batista y los grupos socioeconómicosque lo respaldaban. En las serranías, el Ejército Re-belde se convirtió en una fuerza armada campesinacapaz de culminar la obra de los ejércitos mambises,y su irrupción en los centros urbanos sería conclu-yente para eliminar y sustituir al ejército tradicional,y decidir la cuestión del Poder a favor de la corrientemás revolucionaria.

7. El método de lucha adoptado no había sido previstoni compartido por el antiguo partido comunista.Pero eso no significa que Fidel y el pequeño círcu-

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lo de sus más íntimos actuaban sin una guía ideo-lógica coherente. Fidel había leído a Lenin y en al-gún momento se lo recomendó a Abel Santamaría;más tarde reclutó en México al Ché Guevara, quientenía conocimientos del marxismo. Una fresca yoriginal interpretación marxista de las posibilida-des cubanas ayudó a concebir aquella estrategia delucha, pero no se habló del asunto más que lo in-dispensable. Por ejemplo, Vilma Espín, heroínaque fue una de las primeras dirigentes nacionalesdel Movimiento, no escuchó hablar de marxismohasta después de haberse terminado la guerra.14

8. El primer Programa del Movimiento 26 de Julio,redactado entre otros por José Pazos y Regino Bo-ti en los primeros meses de la Revolución, adaptóa la realidad cubana la estrategia de desarrollo queen aquella época la CEPAL –liderizada por un grupode intelectuales progresistas encabezado por RaúlPrebisch– le proponía a los países latinoamerica-nos. De hecho, las primeras iniciativas de la Revo-lución cubana coincidieron con lo que ese organis-mo regional recomendaba y fueron su aplicaciónmás completa.

Frente a la política de agresión contrarrevoluciona-ria desatada por Estados Unidos, las grandes nacio-nalizaciones y reformas emprendidas en los dosprimeros años se adoptaron con base en su propia

14 Ver varios testimonios sobre estos temas en la revista Santiago, Universidad deOriente, Santiago de Cuba, número 11 de junio de 1973 y número 18-19 de ju-nio y septiembre de 1975.

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lógica y en la fuerza de la aceptación social que elmomento propiciaba, como acciones de legítimarespuesta en defensa de la dignidad del país. Sólodespués de la victoria de Playa Girón esas medidasserían explicadas o sustentadas en términos socia-listas.

9. Recién concluida la guerra contra Batista, todavíaen algunos partidos comunistas latinoamericanosse calificaba a los integrantes del Movimiento 26de Julio como “aventureros pequeño burgueses”.En 1960, Blas Roca –uno de los dirigentes comu-nistas cubanos más prominentes– dictaminó que loque estaba a sucediendo en Cuba correspondía a“lo que se ha definido como una revolución demo-crático burguesa en los países coloniales, semicolo-niales o dependientes, o sea, una revolución agrariay antiimperialista”.15

Con menos perspicacia, a inicios de 1961 un fascí-culo mimeografiado por la célula trotskista de lostrabajadores ferroviarios cubanos todavía estigma-tizaba a Ernesto Ché Guevara como un aventureropequeño burgués opuesto a que la Revolución to-mara rumbo socialista.

La admiración suscitada por la Revolución cubanaenseguida despertó un enorme caudal de simpatíasy solidaridades, que atrajo a millones de latinoameri-canos –como a millones de cubanos– hacia una ori-

15 En 29 artículos sobre la Revolución cubana, Publicaciones del Comité Munici-pal de la Habana del Partido Socialista Popular, 1960, p. 20.

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ginal y palpable izquierda “fidelista” que no requeríademasiadas precisiones doctrinales. Muchos latinoa-mericanos desearon un futuro similar para sus países,sin que esto necesariamente significara creer queera preciso alzarse en armas, aunque no pocos jó-venes sintieron tentaciones guerrilleras. Como, tam-bién, algunos cubanos se vieron intuitivamente atraí-dos por la idea de proseguir la gesta en cualquier paíshermano. Las Cien preguntas a un guerrillero, deArmando Bayo,16 así como los Pasajes de la guerrarevolucionaria de Ernesto Che Guevara fueron co-piosamente reeditados.

La extrapolación izquierdista

El hecho de que una cálida revolución socialista latinoa-mericana surgiera al margen de los cánones preestablecidosabrió un parteaguas entre una parte de la izquierda tradi-cional y las nuevas izquierdas atraídas o promovidas por esarevolución. Pero más allá del sano debate, al poco tiempoalgunas tergiversaciones elaboradas a la izquierda de laverdad histórica invadieron la escena.

El hecho es que la experiencia cubana nunca probó queun pequeño foco guerrillero pueda atraer a un pueblo a laguerra revolucionaria; en Cuba la resistencia social em-pezó antes que la guerrilla, y el Llano sostuvo a la Sierradurante un importante período, hasta que ella pudo soste-nerse a sí misma.

16 El ex general de la República española que entrenó en México a los expedicio-narios del Granma.

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Mucho menos demostró que fuera posible alzar a las ma-sas –y ni siquiera al proletariado– convocándolas a nom-bre de un proyecto socialista y antimperialista radical. EnCuba la gente se rebeló porque repudiaba los latrociniosy abusos de la tiranía y porque un joven dispuesto a jugar-se la vida –como Fidel lo demostró tanto en el Moncadacomo en el Granma y en Playa Girón– les ofreció un pro-yecto cívico, socialmente fraternal y moralmente creíbledentro de la cultura política de su país y su tiempo: lo másrevolucionario que aquel momento podía aceptar.17

¿Por qué la tenaz fortaleza del proyecto cubano? En primerlugar por ser insospechablemente endógeno. Ninguna in-ternacional política, ni ninguna conspiración o asesoríaforánea lo indujo. Además, porque a la reivindicación de-mocrática y de equidad social anunciada en el Programadel Moncada lo acompañó un fogoso carácter patriótico.Sus motivaciones populares desahogaron los viejos agra-vios íntimos que databan de la intervención norteamericanade 1898, la frustración del proyecto martiano y la tutelaimperial, así como la corrupción de la democracia y lasdictaduras así implantadas. Que este arraigado sentimien-to pudiera cobrar explicación teórica bajo el concepto deantimperialismo es algo que la mayoría de los cubanosaprendió sólo después.

Lo que conduce a preguntarnos: ¿qué le sucedió a los si-guientes intentos insurreccionales de su tipo en AméricaLatina? A mi juicio, esos proyectos no siempre se basaron

17 No tengo la menor duda de los extraordinarios méritos morales y políticos, delenorme talento, la incomparable honestidad de principios, la ejemplar modestiay la ilimitada valentía del Ché Guevara. Sin embargo, cabe recordar que el Chéllegó directamente a la Sierra y no conoció la mayor parte de la vida cubana si-no después de la guerra.

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en un efectivo conocimiento de la realidad donde iban aoperarse, comparable al conocimiento que Fidel Castrotenía de la sociedad cubana de los años 50. En cierta me-dida, los patrones ideológicos adoptados de antemanosimplificaron en exceso o distorsionaron el examen de lasrespectivas realidades particulares. Aunque dichos intentosse inscribieran en los ideales de una vanguardia, no siemprese correspondieron con las condiciones, demandas y po-sibilidades efectivas de las distintas sociedades nacionalesa las cuales fueron propuestos. En otras palabras, había de-sencuentros entre el “método de conocimiento” y la “uto-pía” movilizadora a los que aludía Mariátegui. En conse-cuencia, no siempre el voluntarismo revolucionario fueconsecuente con la máxima de hacer en cada caso lo másque el lugar y el momento efectivamente podían admitir.

Se ha dicho que la propuesta de alentar guerrillas revolu-cionarias se refería a países con características parecidasa las que habían prevalecido en Cuba. De ser ese el caso,eso bastaría para explicar por qué les faltó éxito, pues lascondiciones prerrevolucionarias cubanas –tanto objetivascomo subjetivas– no habían tenido paralelo en la mayoríade las demás naciones de la región.

Aparte de los factores históricos que antes hemos evocadoy que se remontan a las guerras cubanas de liberación na-cional, desde el punto de vista geográfico y socioeconó-mico la isla de Cuba era un caso especial. La suavidadgeográfica y la industria azucarera le había deparado unsistema de comunicaciones y transportes que integraba lamayor parte de su longitud territorial, articulando campos,fábricas y puertos donde se desplegaba una poblaciónculturalmente bastante homogénea y una clase trabajado-

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ra organizada a casi todo el largo del país. El acontecerpolítico cubano afectaba casi al unísono a la mayor partede su territorio y población.

Nada similar podía encontrarse en Bolivia o Nicaragua,donde los espacios demográficos en los que tocaba inser-tarse a las izquierdas aún permanecen desarticulados ensegmentos étnicos y geográficos recíprocamente incomu-nicados no sólo por la escasez de vías terrestres, sino pormúltiples diferencias y hasta desconfianzas culturales. Vis-tas así las cosas, el país guerrillero que por su integraciónpoblacional y su memoria revolucionaria tenía mayoressimilitudes con Cuba era El Salvador. Todos los demásresultaban bastante diferentes. No en balde, el desarrollode la guerra en ese pequeño país así lo corroboró, pues dehecho el FMLN nunca fue derrotado, a pesar de que comba-tió en circunstancias mucho más adversas que las cubanas.

Por otra parte, en muchos casos el papel del apropiadoconocimiento de las correspondientes realidades parti-culares se vio desbordado por determinadas concepcio-nes y prejuicios polémicos asumidos al margen de eseconocimiento. Por ejemplo, la insondable discusión en-tre el criterio –que prevaleció en las dirigencias comu-nistas tradicionales– de que la Revolución cubana erauna experiencia singular e irrepetible, o el de que ellaaportaba un modelo inmediatamente generalizable además los países latinoamericanos –enarbolado por unaizquierda radicalizada–. Engrosada esta última, pocodespués, por la adhesión de quienes secundaron las te-sis maoístas, que reivindicaron para el Tercer Mundo lavía campesina y la guerra popular prolongada, del cam-po a la ciudad.

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Aquí se superponen cosas distintas y hasta incompati-bles. Por un lado, qué es lo que se cree posible hacer an-te determinada realidad, con los recursos disponibles(sobre todo considerando que esa es una realidad social,esto es, dotada de componentes culturales que se figuransus propias expectativas). Por otro, cómo las organiza-ciones y tendencias políticas que rivalizan entre sí gene-ran argumentaciones y buscan aliados –tanto en el paíscomo en el exterior– no sólo para actuar sino para pre-valecer unas sobre las otras, a veces incluso por mediosviolentos. Y, también, cómo los aliados, necesidades ycontroversias de ultramar influyen sobre el curso del de-bate y, en particular, sobre la toma e instrumentación dedecisiones locales.

Al menos en lo que toca a América Latina, la dirigenciasoviética generalmente desaprobó la idea de animar la or-ganización de guerrillas. En su óptica, eso introducía ele-mentos de disturbio en el equilibrio del sistema mundial,que constituía su prioridad global. Así pues, se argumentócontra esa opción, aunque alegando otros motivos. A suvez, en su propia etapa, la dirigencia cubana –como a suturno la de la China maoísta– vieron en esa alternativa laposibilidad de desgastar al imperialismo fomentándole“muchos Vietnams” en diversas latitudes. Como tam-bién hubo quien vio la promoción de insurrecciones yguerrillas como una forma de defender al país sede dela Revolución desplazando la zona de conflicto haciaterritorios más remotos.

Es decir, la toma de decisiones no siempre se fundamentóen las efectivas posibilidades y expectativas locales y en-dógenas, sino que se vio afectada por las concepciones

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globales o el interés estratégico de otros grandes actores,a veces distantes. Por lo tanto, no siempre según la expe-riencia cubana sino incluso a contrapelo de sus enseñanzas.

Al asumirse la teoría pro guerrillera y su extrapolación fo-quista como tesis de validez general, su aplicación natu-ralmente tuvo efectos distintos en las diferentes realida-des nacionales. En Colombia, por ejemplo, las condicionesestaban dadas desde antes de la Revolución cubana. EnNicaragua, con importante cooperación externa, se logróderrotar a la dictadura e iniciar una transformación delpaís, aunque sin lograr la necesaria autosostenibilidad ypermanencia a la Revolución. En El Salvador, pese a laexcesiva ideologización y la falta de consenso entre losgrupos insurgentes, el terreno fue propicio e incluso cons-tituyó una reanudación del movimiento revolucionario de1932, y sólo un enorme esfuerzo norteamericano pudoimpedir su victoria.

Pero en Bolivia como en Perú o Venezuela, o el norte ar-gentino, las mejores intenciones y hombres no bastaronpara cambiar el estado de cosas existente, o mejor dicho,no para cambiarlas por esos medios. En el terreno prácti-co, ello demostró que los parecidos generales más osten-sibles –como ser igualmente países subdesarrollados, conaltas tasas de problemas sociales y explotación, con ciertohistorial de rebeldías, etc.– entre pueblos de diversa forma-ción histórico-cultural, realidades geográficas y demográfi-ca diferentes, así como distintas experiencias, liderazgos yexpectativas, al final pueden dar lugar a comportamientospolíticos poco similares. En otras palabras, realizar los mis-mos objetivos en ámbitos disímiles requiere seleccionarmétodos diferentes.

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Por eso merece considerarse por separado la insurreccióndominicana de 1965, uno de los acontecimientos más dra-máticos de su época, y que se desarrolló por otros medios.Bajo el liderazgo del coronel Francisco Caamaño, partedel ejército y la mayoría de la población se rebelaron contrael régimen golpista que había depuesto al gobierno consti-tucional de Juan Bosch –el primer gobierno verdaderamen-te democrático en la historia de la República Dominicana–.Pese a la naturaleza esencialmente constitucionalista de lavictoria popular, ésta sufrió el contragolpe de una cruentainvasión militar estadunidense que impidió reinstalar aBosch y expatrió a Caamaño. Esto introdujo la sórdidasucesión de reelecciones de Juan Balaguer –ex ministrodel tirano Rafael L. Trujillo–, bajo cuyo largo mandatonumerosos dirigentes populares fueron eliminados, decep-cionados o corrompidos.

Con el pretexto de “proteger” a los residentes norteamerica-nos, la invasión impidió que un movimiento ciudadano, alcual el gobierno estadunidense consideró potencialmen-te sospechoso de simpatizar con la revolución cubanaaccediera a gobernar. Así, en el contexto de la GuerraFría, Washington dejó feroz constancia de que no permi-tiría una alternativa de tales características en otro paísdel área, aun al costo de actuar contra un gobierno legí-timo y democráticamente mayoritario. Y con esto, alpaís intervenido se le cercenó la mejor oportunidad demodernizarse, reconfirmándolo como una isla neocolo-nial y subdesarrollada.18

18 Caamaño conservó un inmenso prestigio en su país. Sin embargo, al quererreemprender el movimiento revolucionario al frente de un grupo guerrillero, nogeneró una similar convocatoria social. Murió en heroica soledad en una esca-ramuza, con escasos efectos sobre la rutina política dominicana.

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Aun así, en lo que toca a las guerrillas latinoamericanasde aquellos años, todavía faltan las fuentes y la distanciahistórica suficientes para ahondar en el tema y sus conse-cuencias teóricas. Sin embargo, hay suficientes evidenciaspara volver sobre una observación recurrente en estas pági-nas. La de que las teorías generales son necesarias –pesea que las tutelas globales ejercidas a su nombre sean in-deseables–, pero que dichas teorías no bastan para tomardecisiones nacionales, con inapropiado conocimiento de lasparticularidades históricas, estructurales y socioculturalesde los respectivos pueblos y de sus disímiles posibilidadesy expectativas políticas.

Una isla tenaz

Aunque la mayor parte de la literatura sobre las izquierdaslatinoamericanas no suele incluir el tema de la naciónpuertorriqueña, éste es especialmente valioso para carac-terizar varios aspectos de la problemática general de nues-tra América, que en este caso se condensan, principalmenteen lo relativo a la dialéctica entre los nacional y lo clasista,así como en lo que toca a las experiencias de los pueblosde la Cuenca del Caribe.

A semejanza de las demás naciones latinoamericanas,en Puerto Rico las izquierdas han evolucionado comoun movimiento plural y dinámico, constituido por ten-dencias distanciadas tanto por discrepancias políti-co-ideológicas como por incompatibilidades personalesentre sus líderes. Lo que determinó su diferenciaciónrespecto a sus pares del Continente ha sido la cuestióncolonial, que le otorgó un aleccionador piso común y

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una fuente de diversidad a sus corrientes: el reclamo desoberanía y autodeterminación para la Isla, y los mediospara obtenerlas.

Como nación continuamente sometida a regímenes colo-niales –el español y enseguida el estadunidense–, sus iz-quierdas han evolucionaron bajo el imperativo de combinarde una u otra forma la cuestión política colonial con la pro-puesta socioeconómica orientada a construir una repúblicacon justicia y solidaridad sociales.

Tras la euforia pronorteamericana generada cuando lastropas estadunidenses expulsaron a las autoridades espa-ñolas, sobrevino el desencanto de que los nuevos mandosle negaron a los puertorriqueños tanto la categoría de ciu-dadanos norteamericanos como la posibilidad de elegir asus propios gobernantes y decidir sus propias leyes. Enese contexto, las viejas corrientes anexionista y autono-mista de la oligarquía criolla asumieron un estilo políticoque combinó los reclamos parciales con las muestras defidelidad dirigidas a acreditarse como los mejores admi-nistradores locales para el nuevo poder colonial.

No obstante, la dominación estadunidense no sólo impusoel idioma y las costumbres anglosajonas, sino que entregóel país al capital estadunidense interesado en la industriaagroexportadora del azúcar. Al cañaveralizar la superficieagrícola, amenazó las fuentes de subsistencia de las elitestradicionales y revitalizó el sentimiento y el discurso nacio-nalistas. A su vez, la industrialización azucarera incrementóla masa obrera vinculada al sindicalismo norteamericano y,así, al Partido Obrero Socialista de Estados Unidos. Ellenguaje clasista y las reivindicaciones de la izquierda

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obrera se integraron a la aspiración de incorporar a la Isla almovimiento socialista norteamericano, y las demandasindependentistas fueron estigmatizadas como señuelos dela oligarquía local para desviar al movimiento obrero desus objetivos clasistas.19

Sólo más tarde surgió el Partido Nacionalista, que con elliderazgo de Pedro Albizu Campos agrupó a quienes ante-ponían la cuestión nacional y cultural en un movimientoindependentista con sentido antimperialista –aunque nosocialista–. Este propuso una república de propietarioscriollos, orientada a la solidaridad patriótica con desarrollocapitalista equilibrado, mediante la rectoría de un Estadointerventor, cercano al modelo aprista. En respuesta, laautoridad colonial y las elites anexionista y autonomistadesataron una represión que enseguida encarceló a la di-rigencia nacionalista.

En los años 30, con Luis Muñoz Marín a la cabeza, la iz-quierda moderada independentista dio lugar al Partido Po-pular Democrático, favorable a lograr la soberanía nacionaly crítico del latifundismo azucarero. El PPD predicaba lareforma agraria y la industrialización, y apoyó las políticasdel New Deal impulsado por Franklin D. Roosvelt. Porotra parte, surgió el pequeño Partido Comunista, que seplanteó la lucha por la independencia y la revolucióndentro de la óptica establecida por la III Internacional. Enlos años 40, dentro de la estrategia de Frente Amplioadoptada por esa Internacional, muchos de sus cuadros se

19 Lo que evoca el llamado de Rosa Luxemburgo a los obreros polacos, de militar conel movimiento proletario internacional sin dejarse distraer por las reivindicacio-nes patrióticas de una nación anexionada por un ocupante extranjero, a las quese consideró reaccionarias.

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sumaron al Partido Popular, en espera de un diálogo conWashington que permitiera concretar la soberanía nacio-nal puertorriqueña.

Sin embargo, bajo el impacto de la doctrina Truman y laGuerra Fría el liderazgo dominante en ese partido prefirióreplegarse al autonomismo, que supuestamente sería másidóneo para lograr la modernización económica, descar-tando el proyecto independentista. A su vez, Washingtonaceptó que el gobernador de Puerto Rico fuera un nativoescogido por votación popular, con lo cual en 1952 se es-tableció el régimen que aún se denomina Estado LibreAsociado (ELA), que durante muchos años legitimó ladominación colonial, exhibiéndola como una tutela quefavorecería el desarrollo modernizador del país.

Ante el oportunismo del PPD, la izquierda independentistase escindió para constituir el Partido IndependentistaPuertorriqueño (PIP). Éste enarboló una propuesta moder-nizadora y de protección de la economía nacional, en tér-minos cercanos a los capitalistas, frente a la hegemonía delcapital estadunidense. El PIP se orientó a crear una repú-blica democrática de ciudadanos libres, iguales y solidarios,en cuya concepción la herencia del nacionalismo liberalpuertorriqueño predominó sobre el ideal socialista.

Poco más tarde, el intento insurreccional del Partido Nacio-nalista de Albizu Campos –al que se le negaba toda posibi-lidad de beligerancia política legal– sirvió de pretexto paraque el gobierno del Estado Libre Asociado desbordara laola represiva que suprimió a todo el liderazgo de esa orga-nización y al del reaparecido Partido Comunista, así comoa gran parte de los dirigentes del PIP. Contando con mayor

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membresía, la fortaleza política de este último le permitiósobrevivir, aunque en las difíciles condiciones de los años60 su capacidad electoral quedó disminuida.

Tras la eliminación del nacionalismo albizuista y del PC,emergió un activo movimiento independentista con fuertearraigo estudiantil, que se radicalizó con el surgimiento de laRevolución cubana y las movilizaciones contra la Guerra deVietnam –a la cual miles de puertorriqueños eran enviadospor el servicio militar estadunidense–. Ese movimiento as-piraba a convertir la lucha nacional en revolución socialista.

Por su parte, el PIP perseveró en su apego a la vía electo-ral como el camino para transformar el orden colonial. Enlos años 70, el “milagro” puertorriqueño empezó a des-plomarse, dando paso a una creciente inquietud social.Como opción independentista adicional surgió el PartidoSocialista Puertorriqueño (PSP), liderizado por José MariBras que, a diferencia de los grupos más radicales y ensintonía con la propuesta democrática de la Unidad Popularchilena, también optó por participar en el sistema electoralcomo forma de influir en la cultura política del país.

Mientras el PIP proponía una alternativa de progreso so-cial compatible con el capitalismo e identificaba comosujeto político al pueblo en general, el PSP sostuvo unaconcepción leninista ceñida al protagonismo de la claseobrera y ofrecía el ejemplo de la Revolución Cubana comoel modelo por alcanzar. Mas el predominio del asistencia-lismo entronizado por el modelo económico modernizadory el ELA mantuvo a los sectores populares y obreros ale-jados de las izquierdas, instrumentándolos como masa deapoyo al partido anexionista.

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La crisis del modelo no alentó al independentismo ni a larevolución social, sino a la demanda de obtener mayor in-corporación de Puerto Rico a las ventajas económicas ypolíticas propias de los Estados de la Unión. De hecho, laexistencia misma de la clase trabajadora puertorriqueñadependía de la presencia de las empresas norteamericanas,y la promesa de los beneficios de la ciudadanía estaduni-dense y de los correspondientes subsidios contrarrestóeficazmente la posibilidad de convertir la conciencia eco-nómica y sindical en conciencia patriótica y progresista.

La propuesta independentista se percibió como riesgosatanto para la seguridad económica de los trabajadores co-mo para la seguridad policiva del sistema colonial. Lamentalidad de contrainteligencia que dominaba a los cua-dros civiles y militares norteamericanos de la Guerra Fríase complementó con el conservadurismo de los pro ane-xionistas locales, traduciéndose en paranoia anticomunis-ta y represión. La cultura de la Guerra Fría y la persecu-ción a todos los matices de la izquierda culminaron en ladisolución del PSP y en la contracción del PIP, que duranteese difícil período debió luchar más por conservar que porampliar su masa electoral.

Pero esto no suprimió el aliento de resistencia y crítica delas izquierdas y del independentismo. En la etapa subsi-guiente y en las circunstancias de la globalización, el PIPha permanecido vigente, como un partido activo y belige-rante en el campo cultural y político, que ahondó en elanálisis de las alternativas del país y la elaboración depropuestas, y ha sabido mantener vigencia electoral.

En particular, su defensa de la ética política y el éxito desus luchas por expulsar las bases militares de la Armada

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estadunidense en Culebra y en Vieques han incrementadosu peso y autoridad social20. Estas luchas implicaron repe-tidos períodos de prisión para sus principales dirigentes,pero también inmensas movilizaciones pluralistas de lasociedad puertorriqueña –secundadas por los sindicatos,universidades e iglesias y por los puertorriqueños emigra-dos a Estados Unidos–, otorgándole al PIP una relevanteautoridad moral.

A la postre, el desgaste del ELA como solución políticapara la crisis ha destruido el antiguo equilibrio del bipar-tidismo entronizado por el régimen. Si bien al inicio esofavoreció al anexionismo, acto seguido puso en evidenciael rechazo de Washington a asimilar a Puerto Rico comoEstado de pleno derecho dentro de la Unión, así como elrelegamiento económico de la Isla, que hoy reporta máscostos que beneficios a la potencia colonial, lo que tem-poralmente ha beneficiado al autonomismo como el partidodel mal menor.

Finalmente, el paroxismo policial desatado a raíz de losbrutales atentados terroristas del 11 de septiembre ahoraconvoca a los puertorriqueños a la defensa de sus dere-chos civiles y del estado de derecho, afectados por la Pa-triotic Act y otras decisiones domésticas norteamericanasque –a falta de una soberanía propia– la potencia colonialigualmente aplica en la Isla. Como sucedía en los paíseslatinoamericanos asolados por las dictaduras de seguridad

20 Rubén Berríos permaneció un año en la playa de Vieques, bajo soles y tormentas,para impedir –exitosamente– la reanudación de los ejercicios de bombardeo dela Marina estadunidense. Durante ese esfuerzo, la mayor parte de la Direccióndel PIP fue a prisión, donde recibió muchas muestras de solidaridad de dirigentescívicos e intelectuales estadunidenses y latinoamericanos.

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nacional, la defensa del frágil marco democrático y legalha pasado a ser indispensable para preservar el espaciodonde el PIP y otras fuerzas políticas pueden preservarmejores opciones para el pueblo puertorriqueño.

Cambios de método: el reformismo militar

Al final de los años 60 e inicios de los 70, la frustraciónde las revoluciones del 68, la intervención soviética contrala Primavera de Praga, el revés sufrido por la zafra azu-carera cubana de 1970, y el inicio de los gobiernos de Ve-lasco Alvarado y Salvador Allende aportaron elementospara reevaluar la visión de las alternativas de las izquierdaslatinoamericanas, por un lado, y las políticas del gobiernorevolucionario cubano, por el otro.

En aquellas circunstancias, persiguiendo el propósito deacelerar el desarrollo económico y social del país, así comosu seguridad frente a las amenazas militares norteamerica-nas, el Estado cubano amplió y diversificó el caudal desus vinculaciones con la URSS y el llamado campo socia-lista. Se incrementó la colaboración y la dependenciaeconómica y técnica, y en consecuencia también el campode las coincidencias interpretativas entre las respectivasdirigencias políticas.

A la vez, en América Latina se avizoró la posibilidad de lo-grar cambios estructurales por la vía nacional-revoluciona-ria, o por medio de una transición democrática y gradualorientada al socialismo. Esas novedades le restaron prota-gonismo a la estrategia de la guerra de guerrillas –progresi-vamente desgastada por su escasez de éxitos palpables– yvolvió a colocar otras opciones en primer plano.

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Es significativo que los regímenes nacional-revolucionariosencabezados por las fuerzas armadas surgieron precisa-mente en países donde antes hubo brotes guerrilleros ycrecientes inquietudes sociales. En particular, el Perú deJuan Velasco Alvarado, el breve gobierno de Juan JoséTorres en Bolivia y el más duradero de Omar Torrijos enPanamá. Esos gobiernos, al hacerse presentes a la par dela experiencia civil de Salvador Allende, abrieron otrastantas discusiones y nuevos parteaguas entre las izquierdas.

El nacionalismo revolucionario militar adoptó políticasque recuerdan el programa de sus antiguos precedentesmexicano y aprista. Sin embargo, a diferencia suya, lo hi-zo a partir de la premisa de que para resolver las causassociales de las guerrillas y del apoyo popular a las mismas,se requerían reformas estructurales en el ámbito socioe-conómico. La joven oficialidad militar asumió que, paracumplir esta misión era necesario sacar del poder a lostradicionales partidos oligárquicos y a sus mentores, quese valían de los instrumentos del Estado para perpetuar lavieja situación. Ello eliminaría la conflictividad socialsubsanando sus causas, lo cual venía a constituir una con-trapropuesta a la doctrina de seguridad nacional, entoncesen boga, proporcionándole base popular y contenido so-cial progresista en el marco de un programa de economíamixta, independencia diplomática y atención a las principa-les reivindicaciones sociales.

El esquema era factible en países donde la oficialidad delmayor componente de las fuerzas armadas –el ejército–provenía de la clase media baja y las capas populares,conservando sus raíces y afinidades, pero no donde la ofi-cialidad procedía de la clase alta o había sido asimilada

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por la ella. El origen popular no sólo proveía una ópticaantioligárquica y nacionalista a esos mandos reformistas,sino también la posibilidad de concitarles apoyo social.

Una vez más, el programa aplicado fue básicamente el delas estrategias desarrollistas diseñadas por la CEPAL. Lue-go de echar a los políticos tradicionales de las posicionesde poder gubernamental, se nacionalizaron los medios deproducción fundamentales y el sector productivo estratégi-co quedó bajo el control del Estado. Se creó un área mixtay un área social de la economía, se acometió la reformaagraria, se incrementaron las inversiones en infraestructurapara el desarrollo y se practicó una política exterior más in-dependiente y propensa al no-alineamiento.21

Una franja de las izquierdas, que en esta oportunidad síincluyó a los respectivos partidos comunistas, apoyó aesos regímenes que, asimismo, cooptaron a no pocos in-telectuales progresistas.22 No obstante, las decisiones po-líticas fundamentales permanecieron en manos de los jefesmilitares, menos aptos para desempeñar esta función,proclives a improvisar medidas de facto y con frecuenciamoralmente más vulnerables. Esto alimentaría dos polosde resistencia civil: uno oligárquico, que reclamaba el retor-no de la institucionalidad democrática tradicional (abiertao encubiertamente apoyado por los intereses estadunidenses

21 En Panamá, esa política ayudó a crear condiciones de movilización popular,unidad nacional y solidaridad internacional más propicias para renegociar conEstados Unidos la desaparición de la Zona del Canal y de las bases militaresextranjeras, y obtener la propiedad y control de esa vía interoceánica.

22 La adhesión de los partidos comunistas se facilitó gracias a su aceptación previadel concepto de dictadura del proletariado, que anteponía realizar las reformassocioeconómicas a la meta de promover una mayor democratización.

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y los grandes medios de comunicación privados). Otro re-presentativo de la izquierda más radical que coincidía conel primero en denunciar la naturaleza autoritaria del régi-men, a la vez que le atribuía un carácter presuntamentecontrarrevolucionario y pro imperialista, aunque general-mente sin ofrecer alternativas más factibles ni atrayentesque las de un quimérico levantamiento revolucionario que,en la práctica, tampoco concretaban.

Al cabo, en Bolivia, en poco tiempo el gobierno del generalJuan José Torres fue derribado por sus colegas de dere-cha. En Ecuador, un intento similar se degradó en unavulgar dictadura. El proceso peruano, más radical, durade-ro y completo, luego de la enfermedad de Juan VelascoAlvarado resultó finalmente revertido a través de un relevode mandos basado en el orden de sucesión prescrito por elescalafón militar, en beneficio de oficiales más conservado-res, que enseguida distanciaron a los colaboradores civilesde izquierda y devolvieron la autoridad política a los parti-dos de derecha. Esto daría paso a un par de decepcionantesgobiernos civiles que así antecedieron la funesta emersióndel terrorismo de Sendero Luminoso.

En Panamá, a la par de introducir un conjunto de reformasde amplio interés social, se desarrolló una creativa estrate-gia internacional orientada a movilizar respaldo mundiala las demandas panameñas en la negociación de un nuevoTratado del Canal. Al propio tiempo, el general Torrijospropició una política de solidaridad con las organizacioneso corrientes insurreccionales más proclives a pactar solucio-nes pacíficas a las principales causas de conflicto armado enlos países de la región. Aún después de la desaparición deTorrijos, esa política –encaminada a favorecer la liberación

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nacional, la justicia social y la modernización democráti-ca de los sistemas políticos prevalecientes en el área– se-ría precursora de un estilo negociador y progresista que,en los años 80 se plasmaría en el Grupo de Contadora yotras iniciativas pacificadoras de perfil más conservador.

Enseguida de firmarse los Tratados del Canal, Omar Torri-jos previó que era oportuno iniciar lo que él llamó “el re-pliegue”: retornar a los militares a su vida profesional enlos cuarteles, crear un partido popular del proceso nacio-nal-revolucionario, reabrir el juego democrático pluralistay proseguir el proyecto reformador por medios políticosciviles a través de la capacidad de inclusión y movilizaciónsocial de este partido y de su fuerza electoral. Pero Torrijosfalleció en un sospechoso accidente aéreo sin haber com-pletado este propósito, y sus sucesores militares fueronrenuentes a entregar al partido las funciones políticas queretenían. Este sería uno de los factores de la degradacióndel proceso revolucionario y la precipitación de la crisisque finalmente culminó en la brutal e innecesaria invasiónestadunidense de la Navidad de 1989, y la consiguiente re-posición de la política oligárquica en el gobierno del país.

En resumen, Bolivia, Perú y Panamá alcanzaron importan-tes transformaciones que, según el caso, fueron desde lanacionalización de la minería hasta la reforma agraria, yde la creación de un fuerte sector estatal de la economía ala eliminación del monopolio oligárquico de la vida polí-tica. Sin embargo, por su propia naturaleza el reformismomilitar fue un movimiento autolimitado, pues al excluir laparticipación de nuevos protagonistas políticos careció decapacidad para generar un partido y un sistema políticocuyo arraigo civil lo haga autosostenible, esto es, apto pa-ra garantizar la preservación y la continuidad de sus lo-

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gros.23 Así las cosas, más tarde muchos de sus resultadosse degradaron, revirtiendo a la situación anterior. Aunquela promoción social mejoró gracias a las nuevas fuentes yprotagonistas del desarrollo, a la postre la economía y lapolítica volvieron a privatizarse, con lo cual el empobre-cimiento y marginación reemprendieron y agravaron sumarcha sin otro dique que los contuviera.

En América Latina, donde ya existía una veterana culturapolítica de rechazo al autoritarismo militar, este final respal-dó la convicción de que la lucha por las transformaciones yel progreso sociales no justifica depender de esa alternativacomo el instrumento capaz de impulsarlos. Pasada esa ex-periencia, incluso las personalidades de izquierda que ha-bían apoyado al reformismo militar lo consideraron unaoportunidad excepcional y concluida, optando definitiva-mente por las alternativas políticas civiles.

Hermoso sueño, duro desenlace

Por aquellos años Chile vivió la esperanzadora y finalmen-te trágica tentativa de la Unidad Popular. Una coalición delas izquierdas que incluyó a los socialistas, los comunistas,la izquierda cristiana y un ala del Partido Radical, logró laelección presidencial de Salvador Allende. Se instaló un go-bierno constitucional de inspiración socialista y democráti-ca que, desde los primeros días, fue obstruido y hostilizado

23 Esta continúa siendo una de las deficiencias del chavismo, que al eludir la conver-sión del Movimiento V República en un verdadero partido civil, capaz de asumirgestión y responsabilidad política propias, deja a sus simpatizantes –y al destinodel proceso– a expensas de la situación personal de su líder y de su relacióncon el Ejército.

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por la derecha económica y política, que retuvo el controldel Congreso y de la Corte Suprema de Justicia y los ins-trumentó para este fin.

Por un lado, el gobierno de Washington reaccionó enlos términos de la Guerra Fría y no de conformidad conlas preferencias democráticas y constitucionales delpueblo chileno. La economía del país fue permanente-mente hostilizada por los intereses norteamericanos yvarias agencias de Washington actuaron como articula-doras de la escalada conspirativa de las derechas. Porotro lado, los prejuicios anticomunistas arraigados en lamayor parte de la Democracia Cristiana cerraron la po-sibilidad de concertar con ella un espacio o proyectocomún. Con esto, la derecha más conservadora obtuvoamplia libertad para orquestar una ofensiva desestabili-zadora que en poco más de un año corroyó y al finaldesmintió la alegada institucionalidad constitucionaldel ejército chileno.

Se llevó a cabo la nacionalización del cobre, la reforma agra-ria y un importante conjunto de reivindicaciones sociales.No obstante, mientras las medidas populares incrementaroncon rapidez el poder adquisitivo de la población, la econo-mía fue estrangulada por el boicot empresarial, la agita-ción política reaccionaria y provocadora, la hostilidadnorteamericana y la desinformación periodística, agudizán-dose la crispación social, así como la escasez de abasteci-mientos, la inflación y la recesión. El consenso entre losdirigentes de la Unidad Popular sobre la ruta a seguir–moderar o radicalizar el proceso, hacer concesiones, ape-lar a los métodos tradicionales del poder revolucionario oinnovar– se hizo cada vez más difícil y, finalmente, el go-

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bierno popular fue violentamente remplazado por una largay opresiva tiranía militar, que desgarró el tejido de la so-ciedad y la cultura política del país.

La tragedia chilena –en una nación dotada de experimenta-da cultura de concertación política– frustró las esperanzaslatinoamericanas de contar con una vía electoral y pacíficade acceso de las izquierdas al gobierno y de transicióngradual a un socialismo democrático. Dejó en el descon-cierto y orfandad programática a quienes la habían pro-puesto, y pareció avalar el discurso de sus críticos másradicales –los sustentadores doctrinarios de la violenciarevolucionaria y la dictadura del proletariado–, sin queéstos a su vez pudieran ofrecer otra opción más convin-cente y factible para ese país ni para la región sudame-ricana.

Cabe pensar que, en las circunstancias de la Guerra Fríay de la incertidumbre que las izquierdas chilenas encara-ron entre la hipótesis de la vía democrática y las certezasdel modelo cubano –frente a una derecha alarmada peroarrogante y con poderosos respaldos–, el gobierno deAllende fue más allá de lo que en aquellas condicionespodía hacerse. Eso, terror de por medio, erosionó tantolos alcances del liderazgo y la cultura política del paísque, 30 años después, los gobiernos de la ConcertaciónDemocrática permanecen sin de completar la reconstruc-ción de la democracia, conformándose con hacer menosde lo que cabe para concluir su interminable transición.

En los demás países del Cono Sur, descollaron los esfuer-zos por recuperar la democracia liberal en Argentina, Brasily Uruguay, que padecieron férreas dictaduras militares de

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seguridad nacional –unas tiranías más corporativas quepersonales–, que una y otra vez confrontaron distintasmodalidades de resistencia popular, articuladas por orga-nizaciones de izquierda que para hacerlo pagaron enormessacrificios humanos.

Lamentablemente, en el caso argentino la recuperacióndemocrática degeneró en la corrupción menemista del pe-ronismo, facilitada por una repetida insuficiencia de losintentos por aglutinar una alianza estable de las izquier-das, que ya de por sí la dictadura había diezmado. En losotros dos países, sin embargo, los esfuerzos democratiza-dores se enriquecieron con la gradual estructuración deun nuevo tipo de grandes partidos o coaliciones de iz-quierda –el Partido de los Trabajadores y el Frente Amplio–que, en interacción con sus nuevas realidades nacionales,ahora ponen a prueba alternativas políticas originales, ca-paces de incorporar multitudes a un multicolor abanico decorrientes progresistas.24

La renovación sandinista

En Centroamérica, al cabo los sandinistas perdieron elpoder y la mayor parte de su obra revolucionaria fue des-mantelada; el FMLN salvadoreño negoció la terminaciónde la lucha armada y se convirtió en un importante parti-do político que, aun sin desplazar a la derecha del poder,hizo posible darse un país mejor que el anterior a la gue-rra; y la URNG guatemalteca suscribió unos acuerdos de

24 Tratándose de experiencias en curso, aún es prematuro forzar la obtención deconclusiones teóricas sobre la experiencia de estos procesos. Sin embargo,más adelante se hacen algunas observaciones sobre este género de partidos.

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paz que comprometían a realizar reformas socioeconómi-cas, políticas y humanitarias que los sucesivos gobiernoshan mantenido sin cumplir, mientras que en las circunstan-cias de esa tensa paz dicha organización se ha fraccionado.

La Revolución sandinista fue la más relevante expresiónde las izquierdas latinoamericanas después de la Revolucióncubana. Tras varios lustros de perseverantes esfuerzos cons-tructivos bajo la dictadura somocista, el sandinismo tomócuerpo en distintas concepciones de la lucha armada. Al te-nor de las disyuntivas discutidas en aquel entonces, asícomo de diferentes liderazgos, concurrieron tendenciascomo la insurreccional, más policlasista y urbana, la prole-taria, que evocaba una definición clasista, y la de la guerrapopular prolongada, de impronta más rural que, a fin decuentas, sólo tuvieron éxito al converger, juntas, en unaofensiva común.

En ese momento, la insurrección antisomocista contó, ade-más, con respaldos internacionales asimismo distintos peroconfluyentes: desde las prioridades liberales y humanitariasdel Presidente Carter a la visión reformadora y nacionalistadel general Torrijos, y de la óptica socialdemócrata venezo-lana, reivindicadora de la democracia formal, hasta la visiónrevolucionaria de la solidaridad cubana.

Síntesis de distintas corrientes e influencias, el sandinis-mo intentó un proyecto original basado en el pluralismopolítico, la economía mixta, la militancia no-alineada enel plano internacional, y una amplísima participaciónpopular que incluyó a millares de creyentes socialmen-te comprometidos.

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Su revolución no sólo eliminó una dinastía dictatorial y lafuerza militar que la sostenía, sino que quebró un sistemade presión política que gravitaba sobre los demás paísesdel área. A la vez, ofreció a los pueblos centroamericanosuna esperanza fresca y tangible, que en Nicaragua renovóla cultura política y le dio vigencia a los derechos ciudada-nos, desarrolló exitosos programas de alfabetización y en-señanza general, promovió la justicia e impulsó la reformay modernización agraria, creó empresas productivas mixtas,estatales y cooperativas, y atendió las urgencias socialesarticulando las iniciativas gubernamentales con la organi-zación y participación comunitarias.

Se impulsó la modernización de un país que había pade-cido brutales decenios de oscurantismo. No obstante, elentusiasmo y el voluntarismo revolucionarios prontotransgredieron los márgenes tolerables para la contraofensi-va reaganista de los años 80, que ya venía en curso. Máspor sus ostentaciones retóricas que por la radicalidad delas transformaciones materiales realizadas, la Revoluciónexacerbó a una derecha republicana que en Washingtonya estaba embalada en la carrera ideológica, militar y tec-nológica dirigida a derrotar a la economía y la influenciasoviética y que, por lo mismo, no podía admitir un peque-ño pero destellante desafío dentro de lo que considerabasu patio trasero.

La fantasiosa versión de que Nicaragua pudiera volverseuna cabeza de playa cubana o soviética en Centroaméricadio pretexto para orquestar un embargo internacional, yuna vasta agresión contrarrevolucionaria que en los si-guientes años le costó al pueblo nicaragüense más de 30mil vidas humanas y 17 mil millones de dólares en pérdi-

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das materiales. El largo peso de varios frentes de guerraprivó de recursos económicos y cuadros dirigentes al pro-yecto sandinista, lo puso a la defensiva y agotó la resis-tencia social y moral de gran parte de la población.

Al propio tiempo, generó circunstancias en las que aflora-ron determinadas deformaciones del proceso revoluciona-rio: el centralismo excesivo, el autoritarismo personal, lapermisividad y la corrupción –particularmente la relativa almodo de instrumentar el régimen de propiedad–. Sin queesta última hubiera alcanzado los extremos conocidos enotros países o la que la misma Nicaragua ha visto antes ydespués, en momentos difíciles ella hirió la sensibilidad po-pular y mermó la capacidad del núcleo dirigente para evitary corregir errores. Eso minó al proceso desde dentro al co-rroer la confianza ciudadana en el liderazgo moral de los re-volucionarios, y limitar la aptitud de su partido para darlerenovación y continuidad a su gobierno.

Un cuarto de siglo después de que los revolucionarios en-traron en Managua, al cabo de tres derrotas electorales delsandinismo y tres consecutivos gobiernos restauradoresde la democracia liberal tradicional –todos dóciles a lahegemonía del recetario neoliberal–, Nicaragua ha vueltoa ser uno de los países socialmente más empobrecidos ydesiguales del Continente americano. Dramático ejemplo,luego de que la Revolución había reducido el analfabetismode un 53 a un 12 por ciento, hoy cerca del 40 por cientode los niños en edad escolar ha dejado de asistir a clases.

El sandinismo, aunque política y parlamentariamente fuerte,lejos de “gobernar desde la calle” en el sentido gramsciano,dejó de organizar las condiciones necesarias para movilizar

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una resistencia colectiva capaz de impedir esa regresión.25 Suestructura partidista se encasquilló en los rejuegos políticosdel toma y daca de concesiones y espacios burocráticos, alcosto de perder identidad ideológica sin ganar votantes. Lapreservación de intereses congela oportunidades de reac-tualizar objetivos y oferta programática, lo que dificultaresurgir como un partido diferente de los demás actoresdel sistema. Por lo mismo, en tiempos que reclaman relevosgeneracionales, es preciso incorporar nuevos liderazgosalternativos, más que preservar a la dirigencia tradicional.

Entre tanto, la situación socioeconómica sigue deteriorán-dose en un país donde aún subyace una cultura política defuerte sentido crítico, así como experiencias de liderazgoque la Revolución en su tiempo forjó. Las crecientes protes-tas y movilizaciones sociales revelan una inconformidadpopular que desborda los arreglos y contemporizacionesahora reinantes y busca otros canales de organización. Ellomanifiesta la necesidad de reconstruir el diálogo incluyenteentre las distintas corrientes del sandinismo y el de su par-tido con las distintas expresiones del movimiento popular, afin de renovar las propuestas, métodos y estilos de la iz-quierda nicaragüense.

Difícil transición

Fuertes en distintos momentos del siglo pasado, en latransición al siglo XXI las izquierdas centroamericanashan pasado –a similitud de sus congéneres de América

25 Cosa que, en contraste, la movilizaciones de la sociedad civil y el movimientopopular sí han logrado en Costa Rica y El Salvador.

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Latina– por un período de indefiniciones que ahora tien-den a esclarecerse. No cabe decir que sus difíciles esfuer-zos y la sangre vertida dejaron escasos frutos. De hecho,el reemplazo de los regímenes oligárquico-militares, lareivindicación de la legalidad y de los derechos humanos,y la modernización democrática de las sociedades guate-malteca y salvadoreña son obra suya. Y a ella igualmentese debe, en gran medida, que ese progreso también alcan-zara a otros países.

El sistema político que todavía prevalece en Guatemaladata del modelo contrainsurgente, donde el partido hege-mónico era el ejército, la única institución pública con co-bertura a escala nacional en un país de gran complejidadétnica y geográfica. Los demás partidos eran carátulas de-sechables, constituidos por candidatos funcionales al sis-tema en vísperas de cada elección y descartados al con-cluirla, al margen de sus resultados. En contraste, en ElSalvador, país dirigido por una burguesía más competente,la derecha supo darse partidos de duradera consistencia yorganización. Aunque en ambos países, el espacio políticotolerado casi siempre permaneció cerrado a todo matiz delas izquierdas, permitiéndose apenas una pasajera oportu-nidad al reformismo demócrata cristiano.

Tras años de guerra, los acuerdos de paz aportaron ciertaapertura para establecer espacios para el debate políti-co-ideológico y la organización de otro género de partidos,oportunidad mucho mejor aprovechada en El Salvadorque en Guatemala. Pero, en los dos casos (aunque condistintos grados y matices) después de decenios de ani-quilamiento o expatriación de las personalidades y diri-gentes de izquierda, y de militarización o clandestinidad

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revolucionaria de los sobrevivientes, la cultura política deunos y otros quedó severamente afectada. La clandestinidady el riesgo propician una cultura de selección y exclusión,y una tensión ideológica que ayuda a los militantes a re-sistir y a la vez aleja a importantes segmentos populares.En cambio, la adaptación o readaptación a vivir, sobrevi-vir, convivir, dialogar y crecer en circunstancias de paztiene costos sociales, intelectuales y emocionales y tomatiempo en digerirse.

En Guatemala como en El Salvador, en la lucha contra latiranía el objetivo común de derrotar al régimen puso acoincidir a las diferentes concepciones, organizaciones yliderazgos revolucionarios, y los ayudó a aglutinar a lagente. Sin embargo, en la relativa paz de la democraciatradicional recuperada y la desmilitarización de la política,las diferencias vuelven a aflorar, y con ellas las antiguasquerellas y personalismos que, enseguida, dan maquillajeideológico a unos fraccionamientos cuyos motivos realespueden deberse a razones bastante más elementales.

Se tuvo una transición tutelada que desemboca en unareadaptación inconclusa. Pero el cambio de circunstan-cias exige reinterpretar una realidad rápidamente modifi-cada por la paz, la democratización formal, el cambio detáctica de los viejos actores y la emersión de otros que nofueron parte de la guerra, y por el surgimiento de nuevosflujos e iniciativas económicas que antes se habían conte-nido.26 Emprender esa reinterpretación es indispensablepara descubrir las nuevas necesidades, expectativas, oportu-

26 Tarea tanto más difícil en Guatemala, por la pluralidad étnica, lingüística y culturaldel país, y su complejidad geográfica.

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nidades y opciones políticas, y a los participantes que po-drán secundarlas, a fin de diseñar las correspondientes pro-puestas programáticas –de corto, mediano y largo plazos–,que hagan factible concertar los necesarios acuerdos yalianzas puntuales entre quienes podrán asumirlas.

Pero hacerlo requiere crear marcos de tolerancia mutua,desintoxicarse de antiguas tensiones, desconfianzas yagravios que eran parte de contextos ya transcurridos. Y,sobre todo, demanda construir, junto con las nuevasideas, otros estilos de expresión y trabajo que faciliten eldiálogo incluyente con los coterráneos que no fueron mi-litantes insurreccionales y con los jóvenes conciudadanosque no crecieron en el ambiente de represión y guerra. Estoes, emprender el diálogo con las mayorías.

Para ello es indispensable avanzar en la misión legal, cul-tural y social de ensanchar los espacios de aceptación ytolerancia que la transición le ha dejado a las izquierdas,de forma que su propia participación permita crear condi-ciones más propicias y ensanchamientos adicionales. A es-to se agrega el imperativo de construir organizacionescon potencial electoral en el seno de dichas mayorías, ha-ciéndolo en las condiciones de la democracia realmenteexistente. Hay que competir en esta democracia para poderabrirle camino a la otra que proponemos.

Antes se peleó contra la dictadura por medios militares yahora toca luchar y progresar por otros medios, que re-quieren aprender a manejar nuevos instrumentos y superarcon renovado ingenio y atractivos la superioridad económi-ca del adversario. Mas hay que lograrlo sin dejarse absorberpor la vorágine electoral, que puede enajenar los objetivos

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esenciales. La insurrección posibilitó retornar de la dicta-dura a la democracia formal, pero no toca dejarse cooptaren el agotamiento del sistema político tradicional, sino departicipar para cambiarlo. Conseguir más alcaldías y dipu-taciones es necesario, puesto que son valiosos instrumentos,pero este no es el objetivo del partido.27

En su lugar, es preciso combinar la actividad permanentede un partido de luchadores sociales con los requerimientosperiódicos de sus campañas electorales, que demandanotro eje de organización: el que genera y evalúa candidatosapropiados, recursos financieros legales y formas de des-plegarse, y que selecciona temas y modalidades de cam-paña capaces de ensanchar espacios de aceptación, y deganar y conservar cuotas adicionales de liderazgo, repre-sentación y poder.

Con todo, ni la democratización ni la eficacia del partidose miden por el número de diputados y alcaldes que el sis-tema le conceda a las izquierdas en el plano electoral. Semiden, antes bien, por la capacidad que ellas sean capacesde desarrollar para incrementar la inclusión social, la de-mocratización económica y la solución de los principalesproblemas específicos de la población, transfiriéndoleparticipación y poder a la gente, a ratos dentro y la mayoríade las veces fuera de los períodos electorales.

27 Generalmente, en estas páginas el concepto de objetivo se emplea en el sentidode los objetivos estratégicos. Sin embargo, en el presente comentario se usa encontraste con los objetivos a corto, mediano o largo plazo, o referidos a determina-da circunstancia coyuntural –como la de unas elecciones– a diferencia de los ob-jetivos históricos o finales de un partido de izquierda. Vale observar que no pocasveces las discrepancias entre militantes se deben a que los polemistas están asu-miendo el concepto a diferente escala temporal, refiriéndose uno a determinadasmetas inmediatas –como las reivindicativas o electorales– y otro a la aspiración delargo plazo –como la finalidad transformadora o socialista de la organización–.

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Lograrlo implica reconocer que, así como en la mayorparte de América Latina, tanto en el Salvador como enGuatemala hay un conjunto de movimientos sociales–una izquierda social– que no siempre es identificada yasumida por los partidos, pero que, respetando su naturale-za intrínseca y aprendiendo de ella, debería ser su campo deinmersión. Como también existe una anquilosada concep-ción de lo que debe entenderse por izquierdas, a la que espreciso ampliar o desectarizar para darle cabida a sectoresadicionales que, aunque no se manifiesten como antisisté-micos, sí representen poblaciones inconformes con el mo-delo político y económico vigente.

La vertiente cristiana

Desde el siglo XIX, las grandes causas sociales latinoa-mericanas contaron con la participación de creyentes yactivistas con militancia católica. En los años que siguierona la ola de simpatías suscitada por las revoluciones cubanay nicaragüense, y a sus repercusiones en las ciencias so-ciales latinoamericanas, esto se expresó a través de lospostulados humanistas y la práctica social de la Teologíade la Liberación. Las nuevas aportaciones que las izquierdasindependientes y el marxismo académico pusieron en circu-lación –como, por ejemplo, la teoría de la dependencia– ca-laron entre muchos religiosos y laicos preocupados por ladramática situación de los desposeídos latinoamericanos.

Como secuela del renovador Concilio Vaticano II y encontraste con el papel generalmente reaccionario de lamayoría de las autoridades eclesiásticas, en 1968 se cele-bró en la ciudad colombiana de Medellín la Conferencia

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General del Episcopado Latinoamericano, cuyos pronun-ciamientos dieron mayor autoridad y vuelo a esa tenden-cia. Luego, la vertiente progresista de la Iglesia continuópromoviendo otros encuentros y una sustanciosa produc-ción doctrinal, que tuvo su siguiente hito en la Conferenciade Puebla, México, en 1976, dándole continuidad a un pro-ceso que seguiría desarrollándose pese a la resistencia delas autoridades y sectores eclesiásticos más conservadores.

Este movimiento se ha expandido por la mayor parte deAmérica Latina en escasa interacción con los partidos delas izquierdas previamente establecidas, y en la Revoluciónsandinista tuvo algunas de sus expresiones más notorias.Como proyecto solidario cuya característica es de naturale-za más social y moral que política, esa Teología privilegia eltrabajo en las comunidades de población pobre y marginada,combinando la labor evangelizadora con la de organizacióncomunitaria orientada a que los pobres puedan hacerse car-go de mejorar sus condiciones de vida, por sí mismos, deforma continua y con independencia de las autoridadesestablecidas y los partidos políticos.

Desde la Declaración de Medellín, dicha Teología proclamóque el episcopado latinoamericano no puede ser indiferentea las injusticias sociales, ni sordo al clamor de millones depersonas que esperan de sus pastores “una liberación queno les llega de ninguna [otra] parte”. Como lo indica esaDeclaración, esa pobreza no es casual, sino efecto de las es-tructuras económicas, sociales y políticas características“del sistema que padecemos”. Allí los obispos socialmentecomprometidos advierten que la brecha que sigue cre-ciendo entre ricos y pobres contradice el plan del Creadory constituye un pecado social. De donde ellos deducen un

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compromiso con los pobres conforme al cual amar a Diosexige reclamar justicia para los oprimidos y procurar la li-beración de quienes más la necesitan. Esto conlleva unadimensión política de la misión apostólica que, al modode la caridad de Jesús, es subversiva frente a ese orden so-cial y ante la injusticia institucionalizada.

Tal definición ha propiciado un fecundo diálogo de losteóricos de la Teología de la Liberación y el marxismoacadémico, particularmente en los ámbitos del humanismoy de la teoría de la dependencia. Aun así, los planteamientosde esa izquierda cristiana, que constituyen una respuestaesencialmente ética, ofrecen acertados análisis y denunciasde la realidad existente, pero las más de las veces se quedancortos en la tarea de construir una propuesta política yeconómica alternativa, y son proclives a repetir estribillosretóricos de la izquierda más radical, de escasa eficaciapráctica para impulsar mayores progresos sociales.

No obstante, reuniendo propósitos, sensibilidades y expe-riencias, esta limitación es superable. Porque ese procesode renovación teológica con sentido social, y de organi-zación comunitaria de las poblaciones afectadas, permiterecrear oportunidades de diálogo y cooperación entre lasizquierdas laicas y la Iglesia comprometida con redimir alos pobres aquí en la tierra. En no pocos lugares, ello hapermitido pasar del aislamiento de una izquierda rígida,radicalizada o sectaria a otra de fértil implantación en lavida comunitaria.

Sin embargo, estas son oportunidades que las izquierdastradicionales generalmente han desaprovechado. Entreambas partes aún perdura la huella de antiguas descon-

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fianzas, que se remontan a la Iglesia cómplice de concep-ciones y regímenes reaccionarios, así como al anticlericalis-mo liberal y al ateísmo de la III Internacional. Pero dondecristaliza un reencuentro con sentido social progresista, losresultados son promisorios, como lo demostró la experienciadel PT brasileño.

En las redes de la globalización

Como parte que es del plantea donde vive, la evoluciónlatinoamericana no escapa a los efectos de las transfor-maciones que ocurren en los centros mundiales de po-der y a escala global; en particular, cuando estas trans-formaciones afectan las condiciones, circunstancias,métodos y medios con los cuales esa evolución deberácontinuarse.

En los últimos decenios del siglo XX, en distintas regio-nes del mundo se multiplicaron rápidos progresos de lastécnicas productivas, los sistemas de transporte, el pro-cesamiento de información y las telecomunicaciones,generándose nuevas modalidades de producción de bie-nes y servicios, con impacto en las actividades econó-micas y gerenciales, los ámbitos del trabajo e incluso enla vida cotidiana. Las interrelaciones de las empresas ypaíses en gran parte del mundo han adquirido mayorsustancia, rapidez, versatilidad y complementariedad.Más que en cualquier período anterior, lo que sucede enunas partes del planeta afecta enseguida a las demás.Esta profusa interrelación se ha vuelto un componenteineludible de las circunstancias en las que ahora es pre-ciso actuar.

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A ese enjambre de interconexiones y dependencias mu-tuas se le denomina globalización. Y aunque el conceptotambién sirve para ocultar o sesgar ciertos aspectos delfenómeno, no debe confundirse con el de neoliberalismo.

Ciertamente, en épocas anteriores otras innovaciones asi-mismo transformaron las condiciones de existencia engrandes porciones del planeta. Por ejemplo, los adelan-tos de las técnicas náuticas y la construcción naval, queles permitieron a los navegantes europeos darle la vueltaa África, arribar a Oriente y conquistar América, entrela-zando intereses, acontecimientos, vidas, economías yculturas de varios continentes, e incorporándolas comopartes de un sistema mundial de mayor complejidad. Ola introducción de la máquina de vapor en la industria, lanavegación y el ferrocarril, que en el siglo XIX volvió atransformar las relaciones comerciales, las finanzas y lageopolítica mundiales.

No obstante, esos barcos y rutas interoceánicas pertene-cían a determinados grupos e intereses y estaban a su dis-posición, no al servicio de la humanidad. Por consiguiente,no fue igual participar del fenómeno como naveganteportugués, colonizador español o comerciante holandés,que hacerlo como proletario europeo, indígena avasallado oesclavo africano. Igual que tampoco equivale hacerloahora como banquero neoyorquino, tecnólogo alemán ogerente japonés, que como pequeño productor peruano,obrero brasileño o desplazado colombiano.

Pero ya sea en el siglo XVI, en el XIX o en el XXI, cuan-do un fenómeno de ese género despliega e impone susefectos, es ineludible readecuarse a nuevas circunstan-

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cias. Aun así, los medios y oportunidades para intentarlotambién son desiguales. A lo largo de la historia, cadaglobalización ha tenido lugar entre unos que tienen el sar-tén por el mango y otros que se fríen sobre el brasero. Poreso, cada caso obliga a preguntar quiénes son los globa-lizadores y quiénes los globalizados, y qué es precisoplantearse para cambiar efectivamente los términos de surelación mutua.

Mas nada podrá lograrse sin reconocer que la vieja situa-ción y sus reglas han cambiado. Si bien los liberales y so-cialdemócratas de mediados del siglo XX alentaron losideales de la Welfare State y lograron una fuerte implan-tación de las propuestas de la CEPAL en la cultura políticalatinoamericana, hoy las premisas básicas de aquellosproyectos dejaron de estar vigentes. En ningún caso larespuesta a las nuevas circunstancias podrá reducirse a re-chazar que la globalización existe. Gústenos o no, ella estáahí, prepotente e invasora, al margen de lo que opinemosal respecto. Motivo por el que resulta trivial que algunasizquierdas se pronuncien negándose a reconocer la globa-lización, como si el enojo de nuestros desplantes la pudieradisipar. Antes bien, el asunto es discernir cómo lidiar conella en función de las necesidades y objetivos populares.

En eso los globalizadores tomaron pronta ventaja, adelan-tándose en dos aspectos: el de estudiar el fenómeno y elde justificar las formas de manejarlo en su propio benefi-cio. De eso trata el neoliberalismo. Mientras la globaliza-ción es un fenómeno objetivo, el neoliberalismo es unaideología interesada en interpretarlo y regularlo según elinterés de los globalizadores. Por una parte, constituye unconjunto de postulados sobre cómo operar con mayor

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provecho ese fenómeno28 y, por otra, un elenco de justifi-caciones destinadas a persuadir a los globalizados de queese manejo es el único “científico” y “realista”, por lo queno queda sino otorgarle nuestra cooperación, o nuestra re-signación.

Como ideología, el neoliberalismo facilita potenciar laconducta de los globalizadores y doblegar la de los glo-balizados. Mientras da mayor intensidad a la explotaciónde los pueblos y justifica un manejo irrefrenadamentemercantilista, explotador e insolidario de la globaliza-ción, enriquece sin cortapisas morales a los primeros yempobrece sin piedad a los segundos. Pero, aunque la ex-periencia mundial ya puso en evidencia los errores con-ceptuales y las atroces consecuencias sociales del credoneoliberal, del lado de los globalizados todavía falta sis-tematizar una contrapropuesta sustanciada en la teoría yeficiente en la práctica. No basta derrotar conceptual ypolíticamente al neoliberalismo y los neoliberales, es preci-so construir una propuesta alterna capaz de asumir lasnuevas circunstancias globales según el interés de nuestrospueblos, de modo persuasivo y eficaz.

El camino para lograrlo no puede reducirse al simple afe-rramiento a los antiguos postulados de la CEPAL, que en sutiempo desempeñaron un papel nacionalista, reformador,industrializante y modernizador, porque hace varios lustroscumplieron su ciclo y quedaron agotados. Como tampocopuede restringirse a denunciar al neoliberalismo y las in-

28 En provecho, claro está, de los grandes oligopolios transnacionales y de las po-tencias económicas que reglamentan y manejan a favor suyo las respectivaspolíticas estatales, así como las relaciones internacionales y las decisiones delos principales organismos financieros multilaterales.

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humanas consecuencias de su aplicación –para hacerlo yaexiste abundante material empírico–, sino que es precisotrascenderlo con una propuesta de nuevo género, que loremplace. Esto implica comprender la globalización comoun conglomerado de fuerzas y oportunidades contradicto-rias, y sistematizar los conocimientos y la estrategia quepermitan intervenir en sus estructuras para modificarlascomo mejor corresponda a los intereses y expectativas delos globalizados.

En otras palabras, dotarnos de una propuesta alterna paraluchar con mejores probabilidades de éxito en la tarea deconstruir un porvenir diferente, en lugar del imposible re-greso al pasado previo a la globalización. En otras palabras,luchar por otra forma de dominar al fenómeno, para que es-te contribuya a globalizar la equidad entre las gentes, la jus-ticia, la cooperación y la solidaridad sociales, en la luchacontra la apropiación de las riquezas y progresos mundialespor una pequeña minoría, y la marginación y empobreci-miento de la inmensa mayoría de los países y pueblos.

Cada progreso incuba nuevas demandas

Ya en el curso del proceso globalizador, el período final delsiglo XX fue marcado por el torbellino de la perestroika y elcolapso de la Unión Soviética, que contrastaron con la exi-tosa reconversión de la política económica de la RepúblicaPopular China y el correspondiente reemplazo de la políticainternacional que antes el maoísmo había instaurado. Enambos casos –y por causas muy diferentes–, dos potenciasque habían ejercido importante influencia externa sobre sig-nificativas porciones de la izquierda latinoamericana, depronto dejaron de hacerse sentir como antes lo hicieron.

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Los grupos que dependían de una u otra de esas fuentesde orientación o paradigmas quedaron en el vacío. Elcambio de la estrategia china y, asimismo, la debacle so-viética afectaron a las demás corrientes de la izquierda,que también resintieron la desaparición de aquellos referen-tes, pues buena parte de la organización de su discursopolítico y programático descansaba en su contraposicióncrítica al llamado “socialismo real”.

Sin duda, entre otras cosas, el sistema soviético descono-ció la tesis que Carlos Marx dejó resumida en su célebrecuarto párrafo del Prólogo a su Contribución a la críticade la economía política. Por efecto de la rigidez estalinis-ta y de la frustración del deshielo propuesto por el XX yel XXII Congresos del PCUS, las prioridades del controlpolítico-burocrático y la perpetuación del régimen resul-tante de la dictadura del proletariado prevalecieron sobrelas de la revolución científica y tecnológica. En crecientegrado esto mermó la eficiencia, competitividad y sosteni-bilidad del sistema soviético y, al cabo, las relaciones deproducción creadas en la URSS dejaron de ser “formas dedesarrollo de las fuerzas productivas”, y se tornaron entrabas a ese desarrollo, una contradicción que, al dejarsede resolver, finalmente estremeció toda la “inmensa supe-restructura” erigida sobre ella.29

Lo acontecido contrasta con la estrategia de desarrolloadoptada en China y Vietnam donde, a partir de las lla-madas reformas, las iniciativas destinadas a garantizar el

29 Ver Prólogo de la “Contribución a la crítica de la economía política”, en CarlosMarx y Federico Engels, Obras escogidas en dos tomos, tomo I, Ediciones enLenguas Extranjeras, Moscú, 1951, o ediciones posteriores.

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desarrollo competitivo de las fuerzas productivas pasarona primar sobre la conservación del formato –soviético omaoísta– de las relaciones de producción previamenteinstauradas por las respectivas revoluciones. A nadie seocultan los riesgos que este experimento involucra, a travésde la tensión que establece entre los principios y objetivossocialistas y las exigencias de la economía de mercado. Sinembargo, cualquiera que al final lleguen a ser sus resulta-dos, ellos tendrán gran impacto sobre el patrimonio colecti-vo de la cultura de las izquierdas del mundo.30

Por otra parte, a contrapelo de la dogmática preestablecida,lo que sucedió en la Rusia soviética y su enorme periferiademostró, por si faltara, que ninguna revolución es irrever-sible, y que el régimen revolucionario incluso puede morirsin haber perdido el gobierno –como los árboles que tambiénmueren de pie–, si se degradan las motivaciones humanasindispensables para realimentar la revolución y renovarlesoluciones de readaptación, reproducción, cambio y conti-nuidad a sus bases y expectativas socioculturales, econó-micas y políticas.

De esa reversibilidad se desprenden varias observaciones.Una de ellas, que al completar cada realización o etapadel acontecer práctico o de la historia, la realidad quedamodificada y comienzan a abrirse, a su vez, nuevos abani-cos de demandas, alternativas y oportunidades. En conse-cuencia, en sus respectivas circunstancias y conforme a

30 Al preguntarle a un responsable del Departamento Internacional del Partido Co-munista chino si las nuevas políticas de su país afectan el carácter socialista es-tablecido por la Revolución, contestó: Por ese medio, en los últimos 10 años220 millones de chinos dejaron de ser pobres, ¿acaso no es este el propósitode la Revolución?

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sus propios niveles de conciencia, son las personas y pue-blos involucrados quienes disciernen entre el inmovilismoo las nuevas opciones, y quienes deciden cursar una u otrade las distintas alternativas, eligiendo según sus propiascreencias, expectativas y posibilidades.

Además, que ninguno de esos caminos alternos está históri-camente determinado de antemano, y que sólo la concien-cia, iniciativa, organización y voluntad de esas personas ypueblos le dan y renuevan el sentido a dichos cambios so-ciales, y a sus objetivos. Sólo esas personas y pueblos –y noalguna supuesta ley rectora del devenir histórico– podránaportarle y renovarle autosostenibilidad, mantenimiento yrectificación de rumbo a esos logros, impedir que perezcan,acumular experiencias y plantearse nuevos objetivos. Perosólo lo harán mientras crean que ellos son aún moral ymaterialmente preferibles a sus eventuales alternativas, locual en gran parte dependerá de sus respectivos liderazgosy proyectos políticos e ideológicos.

Y, finalmente, que los propios cambios y revoluciones so-ciales, al realizarse, modifican a las personas y pueblosque los moldearon, así como a las circunstancias nacionalesy las condiciones externas en que los acontecimientos hantenido lugar. Si el programa se ha cumplido, la realidadque lo pedía y justificaba ha dejado de ser la que era, ini-ciando otra realidad. Lo que en el siguiente período darápie al reclamo ciudadano de rehacer objetivos, programay estilo de trabajo para emprender una nueva generaciónde cambios adicionales.

En consecuencia, dado que ninguna revolución es el finalde la Historia, los cambios que cada una produzca, y losgobiernos que los implantan y administran, nunca llegan

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a disponer de un capital definitivo, conquistado de una vezy para siempre. Nadie se corona de una vez por todas. En sulugar, cada día, en cada coyuntura, los protagonistas debenvolver a la calle a ganarse de nueva cuenta la legitimidady la subsistencia, la renovación y la continuidad que porsus nuevos resultados merezcan, en consonancia con eldesarrollo de las demandas y expectativas de los pueblosque los sustentan, y del movimiento de las circunstanciasen que eso tiene lugar.

La crisis neoliberal y los movimientos sociales

¿Acaso tras la debacle soviética desaparecieron las razonespara plantearse objetivos de izquierda? En realidad, si com-paramos los actuales indicadores latinoamericanos depobreza y miseria, de desempleo e informalización, deexplotación y abuso, de marginación y desamparo, dedesnutrición e insalubridad, con aquellos que se pade-cían al concluir la II Guerra Mundial, a los inicios de laRevolución cubana, en época de las guerrillas, duranteel gobierno de Salvador Allende, en tiempos del refor-mismo militar o de los procesos de recuperación de lademocracia liberal, inmediatamente salta a la vista quela situación de los pueblos de este rico Continente hacontinuado empeorándose, sin misericordia. Y que esto seha agravado sobre todo en los últimos 20 años, a lo largo deunas democratizaciones subordinadas al interminableservicio de la deuda externa y a los ajustes, desprotec-ciones y privatizaciones neoliberales.

Todas las estadísticas corroboran que ese estado de co-sas empeora o, más exactamente, que la injusta condi-

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ción humana de millones y millones de latinoamerica-nos sigue degradándose, con creciente intensidad. Asípues, aunque es cierto que al otro lado del mundo elmodelo soviético dejó de ser exitoso, la realidad palpa-ble de América Latina es que, desde el punto de vistahumanitario, el reinado del modelo neoliberal ha veni-do arrojando resultados mucho peores, al fracasar en loque toca al imperativo de salvaguardar la calidad de vi-da de la gente –de los pueblos globalizados–, y precipitaruna inexcusable catástrofe social.

No obstante, ese “fracaso” neoliberal se refiere exclusi-vamente al deterioro causado a la vida socioeconómicay moral de los pueblos. Aunque para el debate teóricoesa catástrofe ha dejado la prédica neoliberal a la de-fensiva, en lo que corresponde a los enormes interesesde las empresas transnacionales y las potencias capita-listas –de los globalizadores–, las prácticas neoliberalessiguen teniendo un éxito feroz, ya que aún mantienensu lucrativa capacidad para ampliar la apropiación de laplanta productiva latinoamericana por las transnaciona-les, de incrementar la extracción de los recursos denuestros países hacia las naciones más prósperas, y degenerar mayores concentraciones de capital especulativoy expoliador.

Sobre la estela de este pecado social, un fantasma ya salió arecorrer América: el de la ingobernabilidad. La defenestra-ción de sucesivos presidentes ecuatorianos, la precipitadadesaparición de varios gobiernos argentinos, los crecientesmovimientos indígenas de la región andina y la arrasado-ra insubordinación popular boliviana, el insólito régimenpopular venezolano, dan fe de que ese fracaso neoliberal

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acelera el agotamiento de los sistemas políticos en quehabía venido asentándose la democracia tradicional, dan-do lugar a situaciones de ingobernalidad y de posible caose inviabilidad económica.31

Si bien los movimientos sociales que esa crisis socioeco-nómica y política está precipitando muestran crecientecapacidad para deslegitimar mandatarios y desintegrarsistemas de gobierno, también pueden desembocar en du-raderas incapacidades para remplazarlos por opciones de-mocráticas y populares más viables y eficaces. Esos mo-vimientos necesitan contar con organizaciones políticasapropiadas y popularmente aceptables que les proporcio-nen una orientación estratégica adecuada a las nuevas cir-cunstancias, ya que sin ésta ellos pueden abrirle la caja dePandora al desbarajuste y a la reacción, en vez de ofrecer-le una opción revolucionaria o una nueva etapa del desa-rrollo a sus respectivos países.

En América Latina, el gradual pero persistente agota-miento del paradigma neoliberal se expresa tanto en elderrumbe del que fue el “ejemplar” modelo argentino, co-mo en la debilidad del crecimiento y la masiva emigra-ción de personas que muestra el caso mexicano, y en la“crónica ineptitud para revertir la escandalosa regresividadde la distribución del ingreso” que agobia a los chilenos,

31 Al contrario de lo que suelen alegar las derechas, en lo que toca al caso vene-zolano la situación creada por el agotamiento del sistema de democracia res-tringida instaurado en 1958 –como el Caracazo lo puso de manifiesto al reflejarla incapacidad de dicho sistema para instalar las reformas neoliberales–, másel impacto mismo de estas reformas, generaron la crisis sociopolítica de la cualsurgió el chavismo. En vez de ser causante de lo ocurrido, el chavismo es suefecto. Un efecto providencial, pues en manos de sus actuales oponentes esacrisis se encaminaba al caos.

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evidenciando que los tres países que la literatura neolibe-ral más ensalzaba hoy en día están “en serios problemas”.32

El debilitamiento del neoliberalismo en la cultura política seempareja con su persistencia en las decisiones gubernamen-tales y el manejo estatal de las economías. Sin embargo,esta combinación ya no cuenta con la resignada toleranciade los pueblos que antes –para huir de las dictaduras mi-litares y de la hiperinflación– se doblegaban frente a lasimposiciones de quienes dominan los organismos financie-ros internacionales.33

Pero la bancarrota de las circunstancias que en el pasadoimpusieron el auge del neoliberalismo no implica ahorasu inmediata desaparición. Antes bien, el maridaje de sudebilitamiento y su perseverancia lo que hace es mostrarnosun estado de cosas –como lo diría Gramsci– donde lo viejono termina de morir pero lo nuevo tampoco acaba de nacero, mejor dicho, donde todavía falta una propuesta capazde enterrar a la anterior. En ese interregno puede aflorar nosólo una esperanza, sino también toda clase de barbaridades.

Este es el marco que hoy acota el surgimiento de nuevosactores sociales y políticos y, asimismo, es el marco desus limitaciones. Ha propiciado la emersión de los pique-teros argentinos, del nuevo movimiento campesino mexi-cano, del movimiento indígena andino, así como de los

32 Atilio Borón, “Neoliberalismo vs. movimientos sociales en América Latina”, enRebelión, 31 de agosto de 2004, en www.rebelion.org

33 “La amenaza del desborde inflacionario y el chantaje de los rorganismos finan-cieros internacionales –agitando el espantapájaros del ‘riesgo país’, la fuga decapitales, la especulación contra las monedas locales, etc.– cumplieron un no-table papel en el ‘disciplinamiento’ de pueblos y gobiernos díscolos, y en la re-signada aceptación de la amarga medicina neoliberal”. Ídem.

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movimientos identitarios –de género, de etnia, de lengua,etc.–. Además, moviliza contra las iniciativas real o supues-tamente neoliberales a las capas medias y a las organizacio-nes de la “sociedad civil”, amenazadas de pauperización.

Ello pone en escena lo que Atilio Barón denomina una“nueva morfología de la protesta social”, paralela a la de-cadencia de varios de los grandes partidos populistas y demuchos modelos tradicionales de organización sindical,asociados a un tipo de base social que se ha modificado porla reducción cuantitativa del proletariado industrial y la di-versificación del universo asalariado, junto con el creci-miento de la masa de desempleados permanentes, de preca-rizados, marginados e informales, arrojando un variopintoejército de descontentos –el “pobretariado” del que noshabla Frei Beto– que no estaba previsto en los arquetipostradicionales o importados de clasificación sociopolítica.

Esto demanda una nueva discusión sobre las formas deagrupamiento, la dirección de marcha, la dirección políticay la orientación estratégica de tales ejércitos, que hastaahora bloquean proyectos, ponen regímenes en crisis yderriban gobiernos, pero no proporcionan alternativasviables. Además exige una re-discusión de la democraciaque nos han dado –meramente electoral–, que en los últi-mos lustros viabilizó las políticas de ajuste y estabiliza-ción relacionadas con el empobrecimiento masivo que ori-gina y moviliza dichos ejércitos. Una discusión orientada aproponer otros modelos de partido y de democracia másincluyentes y participativos y, sobre todo, más eficacespara defender y mejorar la calidad de vida de las mayoríassociales, y para combatir las causas estructurales de lamarginación y de la corrupción.

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El objetivo o los métodos

La presente situación impone colocar en primer plano lasresponsabilidades sociales de la economía. En el orden so-cial, la economía no es un fin en sí misma, sino un con-junto de actividades indispensables para resolver los reque-rimientos del desarrollo humano incluyente y sostenible.Ninguna corriente económica que deje de resolverlospuede considerarse históricamente exitosa, por muchoque incremente las ganancias de las transnacionales. O, loque es lo mismo, la experiencia de 20 años de reformasneoliberales que han ocasionado un insostenible deteriorosocial, como también un inexcusable estancamiento econó-mico de nuestros países, cuyos recursos son crecientemen-te succionados.

Por consiguiente, es ahora cuando esos pueblos más nece-sitan partidos, proyectos y transformaciones revoluciona-rias capaces de demostrar que otro mundo es posible, enel marco de las nuevas realidades. Lejos de probar que lospartidos deban o puedan ser remplazados por la espontanei-dad de los movimientos sociales, las experiencias recientes–como las frustraciones que siguieron al éxito de las gran-des movilizaciones rurales e indígenas en Ecuador y Bo-livia– prueban lo contrario. Para que sus acciones conflu-yan a lograr y defender objetivos definidos y factibles,esos movimientos requieren conducción política estructu-rada y previsora. Ofrecerla compete a partidos organizativay conceptualmente adecuados a ese propósito, es decir, apartidos reacondicionados para hacerlo.

Para demostrar que ese otro mundo es factible, ¿qué trans-formaciones son éstas y cómo deberán emprenderse, a tra-

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vés de qué instrumentos y acciones? Quien haya recorridoestas páginas habrá visto que, por cerca de un siglo, lasizquierdas latinoamericanas discutieron principalmenteacerca de las formas o el método para realizar el cambiorevolucionario. No obstante, ante las demandas y circuns-tancias de la actual situación, lo que resulta indispensablediscutir son sus objetivos, sus propósitos para cada etapay coyuntura, y su finalidad histórica.

Más de un siglo de trayectoria de las izquierdas latinoa-mericanas no puede seguir resumiéndose en otros tantosrelatos y explicaciones sobre ensayos y errores, donde anombre del modelo y el método se debaten, prueban ydescartan diferentes derroteros, con la pérdida de las vi-das más valiosas, sin que la utopía logre cumplirse. Sinembargo, para contestarnos qué hacer, y cómo hacerlo, espreciso discutir adónde es deseable y factible llegar –quées lo que se quiere conseguir– en nuestros propios tiem-pos y condiciones.

Por decenios, el debate acerca de los métodos prevaleciósobre la cuestión de los objetivos simplemente porque sedaba por sentada la validez universal de uno u otro modelo,que resplandecía más allá del horizonte. Así como a ini-cios del siglo XX América Latina recibió ideas socialistasque tomaron tiempo en aclimatarse, igualmente recibióejemplos de cómo otros pueblos habían logrado liberarsede la opresión y la pobreza. Tales ejemplos vendrían atrastrocarse en modelos o patrones que presuntamentebastaría reproducir. Y al asumirlos como las finalidadespor alcanzar, la discusión pasaba a centrarse en los métodospara reeditarlos a este lado del mundo. Si el qué hacer yaestaba aclarado, bastaba discernir el cómo hacerlo.

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En sus respectivos tiempos, tres modelos prevalecieron. Enel primer cuarto del siglo XX, el pueblo mexicano peleóuna revolución tumultuosa y sangrienta, con resultados ydestinos inciertos, mientras que el pueblo ruso culminóotra que, enunciando un proyecto más definido, erigió unmodelo que en Europa gozó de alta consideración. Esosuscitaría un conjunto de interrogantes: ¿Cómo alcanzar al-go similar en América Latina? ¿Con qué proletariado o cuá-les masas populares e indígenas hacerlo? ¿Tomando de unavez por todas el cielo por asalto o cursando los azares de al-gún proceso intermedio? ¿Instalando una dictadura popularo a través de determinada evolución democrática?34 Y, enconsecuencia, ¿qué tipo de partido, de proyecto y conduc-tas crear conforme a la opción escogida?

Del modelo mexicano derivó el credo aprista y, más tarde,a su manera, el proyecto de desarrollo propuesto por laCEPAL. Del modelo bolchevique resultó toda una generaciónde partidos comunistas, y de sus críticos de la izquierdacontraria a la violencia revolucionaria y la dictadura delproletariado, salió una de partidos socialistas. Aquellospartidos dejarían extensa huella en la cultura política lati-noamericana, a la que aportaron cuantiosa formación deactivistas y dirigentes. No pocos de ellos, tras esperar poruna revolución que no llegaba a cuajar, impulsaron otrasopciones organizativas y políticas que permitieran alcanzarresultados parciales pero tangibles a plazos más inmediatos.

34 Lo que recuerda el viejo dilema bizantino entre organizar la revolución o hacer re-formas, en el que el marxismo esquemático olvidaba que toda revolución involucraun conjunto de reformas, y que más vale conquistar reformas –que para la genteson progresos– que tullirse en espera de revoluciones que aún no pueden ha-cerse, así como la verdad empírica de que la vida de la mayoría de los revolu-cionarios latinoamericanos suele invertirse en luchar por reformas más que enmaterializar verdaderas revoluciones. Sobre esto volveremos más adelante.

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Más tarde, en Asia –veinte años después de que el partidocomunista chino cambiara de estrategia tras el aplastamien-to de la insurrección obrera de Shangai–, su pueblo final-mente emergió victorioso de una larga guerra nacional-li-beradora y social-revolucionaria, gracias a la tenacidad deun ejército campesino. Lo cual implicó que, a falta del de-bido proletariado industrial, el objetivo podía conquistarselevantando las fuerzas rurales. Para la izquierda radicalmás insatisfecha con el paradigma soviético, la experienciachina pareció ajustarse mejor a nuestra realidad y las po-sibilidades de esta parte del mundo. Al extremo de quehubo quienes no sólo proclamaron su preferencia por elmodelo asiático, sino alegadas similitudes entre las con-diciones chinas y latinoamericanas.35

Como en los viejos tiempos de las escisiones trotskistas,del ala más radicalizada de los partidos comunistas surgióuna generación de cismáticos maoístas.

Finalmente, al iniciarse los años 60 resplandeció la victoriadel pueblo cubano, tan familiar y cercano En breve tiempo,problemas que por siglos habían agobiado a los latinoame-ricanos encontraron solución de modos no sólo atrayentes,sino asequibles, y a costos notablemente menores que lospagados por los pueblos de Rusia y China. Lo que así em-plazó un tercer modelo, de autóctona originalidad, surgidode la entraña de un pueblo hermano. Una vez más, esta-blecido el qué hacer tocaba ocuparse de resolver el cómorepetirlo en las demás latitudes regionales.

35 Quedando por aclarar si llegaban a esa conclusión por desconocimiento de lasrealidades y de la evolución de Rusia, China o América Latina o, como es másprobable, por conocer sólo algunas generalidades sobre las mismas.

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Dado que no pocos partidos comunistas demoraron enasimilar las imprevistas originalidades de la opción cubana–y sobre todo sus posteriores implicaciones guevaristas–,toda un caudal de cuadros jóvenes y más impacientesabrió un camino distinto, originando otra generación departidos o movimientos de la izquierda revolucionaria.

Pero ¿era factible reproducir esa experiencia en nuestrasdemás latitudes? Ahora, 30 años después, ¿está formán-dose, de nueva cuenta, otra generación de organizacioneso partidos de las izquierdas latinoamericanas? De ser así,¿deberán todas esquematizar un parecido modelo de or-ganización y procedimientos?

Los modelos preestablecidos salen de escena

Páginas atrás evocamos la discusión acerca de si el casocubano –o mejor dicho, si cierta interpretación de la victo-ria fidelista– era o no generalizable a otros países. En losaños 60, la Revolución cubana despertó inmensas simpa-tías continentales, que dieron vida al ideal de alcanzartransformaciones semejantes en otros países, aunque nonecesariamente por la vía armada. Más tarde –tras la inmo-lación del Ché en Bolivia, la frustración de las revolucio-nes del 68 y el aplastamiento de la Primavera de Praga, lasimplacables disyuntivas impuestas por la controversia chi-no-soviética y el revés del proyecto de la zafra azucarera de1970–, las dificultades económicas obstruyeron el sueñocubano de lograr por medios propios un rápido desarrollo.

Férreamente bloqueada y amenazada por Estados Unidos,y forzada contra su voluntad a definir posición en la con-

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troversia chino-soviética,36 Cuba –como plaza sitiada– sevio compelida a congelar su trayectoria de pluralidad re-volucionaria tercermundista y vincularse en crecientegrado al sistema económico encabezado por la URSS, loque conllevó asumir sus condiciones y criterios funciona-les.37 A la postre ello se extendió a las formas de encauzarel debate ideológico y las decisiones políticas y, al cabo,algunas de las diferencias que en los primeros años hicieronmás atractivo al experimento fidelista fueron atemperán-dose al modelo soviético de los tiempos de Brézhnev. Yaunque se mantuvo el reconocimiento latinoamericano alos notables logros sociales y culturales de la Revolución,así como al derecho de Cuba a tomar sus propias determi-naciones, declinó uno de los principales atractivos queantes habían alentado la esperanza de reproducirla enotras latitudes del Continente.

Pese a todos los sueños, esfuerzos y vidas consagrados alideal de la lucha armada revolucionaria, y al apoyo dadoa otras alternativas, lo cierto es que a la larga la Revolucióncubana quedó como el único acontecimiento de su géneroen América Latina. Si bien la guerrilla sandinista más tardetomó el poder en Nicaragua, en las condiciones socioeco-nómicas, culturales y geográficas de ese otro país, y ensus circunstancias de agresión extranjera, la permanencia

36 En nombre del no alineamiento, de la unidad del movimiento revolucionariomundial, y en su propio interés, Cuba evitaba adherirse a una de las partes. Sinembargo, la perentoria exigencia maoísta de que cada país y partido definieranuna posición –la que además habría de ser hostil a la otra parte– contribuyó aque Cuba optara por la opción más realista.

37 Eso implicó la incorporación de Cuba al Consejo de Ayuda Mutua Económica(CAME) –el bloque económico encabezado por la URSS–, que involucraba la asig-nación de los roles que cada Estado miembro debía asumir en la producción yel intercambio de productos entre los integrantes del grupo, así como la unifor-mación de sus respectivas estructuras y métodos de administración y control.

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de los ex guerrilleros en el gobierno –la aptitud de su pro-yecto para reproducir su continuidad– se hizo política-mente insostenible, pese al auxilio externo que les fueproporcionado. Hoy por hoy, la propuesta sandinista sólopuede recuperar viabilidad a través de otros métodos yproyecto, diferentes de su modelo y estilo originarios, ydel esquema que después ha privado al sandinismo de de-sarrollar capacidad democrática para volver al gobiernopor medios electorales.38

El cierre de los años 80 registró dos cambios sustantivos:China reconsideró el modelo de desarrollo que antes preco-nizara, y emprendió una audaz pero compleja transiciónque, inicialmente, debió superar las incertidumbres refleja-das en la crisis de Tiananmen. Por el lado opuesto, la URSS

reconoció que el modelo que ella antes entronizara se habíaconvertido en un factor de estancamiento de sus fuerzasproductivas, así como de apatía e inconformidad sociales,y en pocos años se desintegró durante un errático intentode reformarlo. En consecuencia Cuba, que había refor-mulado su modelo inicial para acoplarlo al soviético, de-bió enfrentar un “período especial” de reajuste que, bajolas condiciones de la política estadunidense de bloqueoeconómico, hostigamiento diplomático y amenaza militarha sido doblemente difícil.

Así, al comenzar los años 90 aquellos tres modelos habíanquedado como grandes referentes históricos –de aciertosy errores, así como de inspiraciones y desengaños– del

38 Por otra parte, las únicas otras guerrillas que han perdurado en América Latinason las colombianas, cuyos orígenes y comportamientos son anteriores y aje-nos al modelo cubano y sólo pueden explicarse en el contexto histórico y socio-cultural de su propio país.

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patrimonio cultural de la izquierda, pero habían dejado derepresentar caminos por repetir. Esto lleva a una conclu-sión que ya hemos anticipado: la de que durante la mayorparte del siglo XX las izquierdas latinoamericanas discu-tieron con ahínco los métodos para cumplir su misión his-tórica, pero lo que ellas generalmente se planteaban noeran los objetivos por alcanzar, sino las formas de luchapresumiblemente requeridas para lograrlo.

Dándolos por sabidos, esos objetivos se vieron suplanta-dos por la misión de reproducir en América Latina lo queantes se había conseguido en Rusia, en China o, en el me-jor de los casos, en Cuba. Pero, a inicios del siglo XXI yconsiderando cada uno de aquellos modelos, cabe pre-guntarse: ¿todavía alguno constituye lo que hoy cabe pro-poner? Y si éste no es el caso, entonces ¿qué es lo que sídebe constituirlo?

Las experiencias recientes demuestran que en diferenteslatitudes de nuestra América ya están a prueba distintasmodalidades de una nueva generación de organizacionesde izquierda, ahora menos vanguardistas y más vincula-das a la pluralidad de las reivindicaciones y movimientossociales.

Las relaciones más apropiadas a nuestros fines

Al asumir aquellos tres modelos o referentes históricos,las respectivas izquierdas adoptaban un paradigma, el dela revolución y la construcción socialistas entendidas co-mo la derrota y reemplazo del capitalismo, que se asu-mían conforme a determinado patrón conceptual: el del

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salto de un estadio histórico al siguiente, según el esque-ma que los simplificadores del marxismo habían hechoprevalecer. Un esquema que, además, demandaba instau-rar cierta modalidad de la dictadura del proletariado –omás exactamente, de la concepción soviética de esa dic-tadura–,39 a fin de derrotar a la burguesía y sus aliados.

La cuestión de la dictadura del proletariado –o de una“dictadura con respaldo popular” como prefirió definirlael dominicano Juan Bosch– merece una consideraciónmás detenida, que excede el propósito de estas páginas.Aun así, debe señalarse que la práctica soviética vició elconcepto al remplazar la idea de ejercer un poder revolu-cionario temporal que pueda realizar y defender las trans-formaciones básicas, por la de un régimen vertical, buro-crático e inmovilista de carácter permanente, así como alremplazar el principio del pluralismo revolucionario porun monolitismo que a la larga sofocaría la creatividad in-telectual y laboral, y la plural riqueza de la vida cívica.

Adicionalmente, esta instrumentación del concepto aña-dió, a nombre del internacionalismo proletario, no sóloun natural deber de solidaridad, sino también la virtualexigencia de realinear al país revolucionario respeto a laestructura bipolar que las superpotencias le habían sobre-puesto al mundo. Esto es, la de subordinar el proyecto na-cional a las prioridades estratégicas del otro polo global

39 Definición que entre otras cosas suponía, a plazo perentorio, eliminar los instru-mentos del mercado como medio idóneo para impulsar el desarrollo económicorequerido para satisfacer las demandas sociales correspondientes a las nuevasrelaciones socialistas. Ese punto de vista negaba la temprana experiencia soviéti-ca de la NEP, que en su tiempo fue exitosa hasta el día en que las autoridades deMoscú la suprimieron por razones políticas y no económicas, descartándola inclu-so en la literatura teórica.

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de poder. En tanto que ese alineamiento entrañaba asumirun papel invariablemente crítico frente a Estados Unidos,para los procesos revolucionarios o nacional-liberadoresde los países más débiles –como Nicaragua–, en los tér-minos de la Guerra Fría eso los llevaba a enfrentar las re-presalias norteamericanas, cuyos costos podían finalmentefrustrar las promesas del proceso, aunque alimentaran laconciencia antimperialista de otros pueblos.

Acatar y cumplir en mayor o menor grado esas dos premi-sas –la dictadura del proletariado y el alineamiento interna-cional–, o dejar de cumplirlas, daba la pauta para calificaral partido, proceso o régimen de que pudiera tratarse.40

Cada una de ambas premisas se apoyaba en determinadassustentaciones teórics –de ningún modo injustificadas ogratuitas–, en las que se condensaba una importante expe-riencia histórica y determinada proyección política. Peromás allá de la consistencia teórica y práctica de dichassustentaciones doctrinales, lo que aquí cabe observar esque hoy por hoy cada componente de esa argumentaciónha perdido las principales fuentes de autoridad que loavalaban, y por consiguiente ha vuelto a ser materia suje-ta a discutirse. Entre otras razones, porque en las nuevascircunstancias es indispensable diferenciar, por un lado,lo que en aquel cuerpo ideológico pudo haberse implan-tado conforme al interés estratégico de una superpotencia–la cual además ha desaparecido–, o respondiendo a unas

40 En la práctica, para algunos incluso cabía pasar por alto otras características nomenos sustanciales, así que eventualmente casos tan dispares como los de Al-bania, China, Vietnam, Etiopía, Yugoslavia, Cuba, la República DemocráticaAlemana, Rumania o la República Popular Democrática de Corea podían cabero dejar de caber en el mismo saco clasificatorio.

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condiciones histórico-coyunturales que pueden haberperdido vigencia. En otras palabras, ahora se requiere re-plantear y desarrollar esas premisas, una vez más, segúnlos efectivos intereses de nuestras naciones, en sus actualescircunstancias y perspectivas.

Por supuesto, el imperialismo sigue ahí, incluso exhibiendouna belicosidad que ignora al derecho internacional, des-conoce a los organismos multilaterales que deben velarpor su cumplimiento, agrava la expoliación de nuestrospaíses y pone en peligro la estabilidad y la cordura delplaneta. Pero la estructura del sistema mundial, y su fun-cionamiento, han experimentado cambios de importantemagnitud, y el teatro de los acontecimientos donde las iz-quierdas latinoamericanas deben defender a sus pueblos yofrecerles nuevos caminos para darse otro futuro mejor,ya no es el de antes. Hay que tener en cuenta nuevos fac-tores y operar con otros instrumentos. En consecuencia,los juicios preelaborados, las formas y procedimientos ri-tuales –esos que ya en el pasado carecieron de suficienteeficacia– tampoco pueden permanecer idénticos. Porejemplo: puesto que no cabe proteger las expectativas deestos pueblos apelando a la protección y ayuda de potenciaslejanas, toca organizar otras iniciativas y solidaridades,en primer lugar las que nuestras naciones deben y puedendarse entre sí.

En sus circunstancias y tiempo, aquellas premisas y susrespetivas sustentaciones teóricas hicieron parecer inne-cesaria la tarea de reconsiderar lo que siempre debió serel primer tema de toda izquierda: esclarecer sus propiosfines, puesto que los mejores modelos tomados de otroslares y épocas no pueden remplazar los objetivos y moti-

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vaciones endógenas y actuales. Porque, aparte de lasaportaciones útiles que esos modelos nos ofrecen, ellos ala vez condensan y reeditan visiones, pautas intereses yestrategias que no necesariamente se corresponden conlas condiciones en que ahora debemos cumplir nuestrospropósitos. Los cuales, en última instancia, son los de quenuestra gente viva mejor, sin que al recibir dichas aporta-ciones el proyecto se vea enmarañado en cuestiones quedificulten discernir nuestras presentes y futuras expectati-vas, o se nos exponga, a golpes de represalia, a incumplirdichos propósitos o, todavía peor, a perder la oportunidadde intentarlo.

La coexistencia y las reformas no han concluido

Ello supone otras formas de plantearse las relaciones conel imperialismo, y de concebir al internacionalismo. Lacuestión de las relaciones con el imperialismo –particu-larmente con un imperialismo que ha quedado sin contra-pesos en un planeta unipolar– es demasiado compleja yseria para reducirla a la repetición de consignas que, porlo demás, no bastan para cambiar la situación. Cuando segobierna en interés popular, o se manejan efectivas posi-bilidades de lograrlo, es preciso concebir y gestionar unrégimen de relaciones y cohabitación con las potenciasimperialistas que no se reduzca a la lógica de la confron-tación. Es preciso asumir una lógica de coexistencia y ne-gociación, que conlleva articular concertaciones entre lospaíses de condiciones similares a las nuestras para lograrnuevos términos de correlación y discusión con las nacio-nes hegemónicas, con las cuales es ineludible convivir eneste planeta.

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Si bien ya no cabe adscribirse a una superpotencia rival,eso tampoco implica capitular ante la vencedora. En vezde claudicar, China y Vietnam reajustaron sus métodos;Cuba resiste mientras readecua su proyecto en nuevas cir-cunstancias; Brasil construye su propia alternativa con-certando entendimientos con los países del Sur. En uno uotro casos y circunstancias, la cuestión es buscar los me-jores resultados posibles dentro del mundo que de verasexiste, a la vez que integrar un esfuerzo colectivo paracambiarlo. Si el propósito esencial del proyecto es lograrque cada pueblo latinoamericano realice su derecho a vivirmaterial y espiritualmente mejor, debemos sin más demorasencontrarle soluciones posibles en el mundo de hoy –enesta vida–, mientras seguimos edificando condicionesmás propicias para conquistar el que deseamos.

Algunos pretenden que ello significa optar por un programade reformas parciales y posponer indefinidamente la rea-lización de verdaderas revoluciones. Mas el asunto es siahora esta última es una posibilidad factible y, si no lo es,qué ha de hacerse a lo largo de los años que pasarán antesde que eso llegue a replantearse. En la práctica, desdesiempre la lucha por la conquista y defensa de reformas hasido una fecunda forja de organizaciones y escuela de cua-dros que, por un lado, logra mejoras para la vida popular y,por el otro, capacita para emprender objetivos superiores.

Cuando no se puede avanzar a grandes saltos, se adelantapaso a paso, pues en términos prácticos más vale mantener-se andando, aunque sea a paso reformista, que anquilosarsea la espera de saltos que por ahora no pueden darse. En pa-labras del Presidente Hugo Chávez, “no acepto que [actual-mente] vivamos un período de revoluciones proletarias;

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la realidad nos lo dice día a día. Pero si me dicen que poresa realidad no se puede hacer nada por los pobres, enton-ces respondo [que] jamás aceptaré que no pueda haber re-distribución de la riqueza en la sociedad. Creo que es mejormorir en la batalla que mantener una bandera revoluciona-ria muy alta y muy pura, y no hacer nada... [Prefiero]avanzar un poco, aunque sea un milímetro, en la direccióncorrecta, en vez de soñar en utopías”.41

El tema atañe especialmente a los partidos de izquierdacuya capacidad de inserción y movilización popular debecombinarse con una estrategia de participación electoral,entendida como forma de organización social, como me-dio para conquistar gobiernos locales, de lograr represen-tación y vocerías parlamentarias, y como vía para formarcuadros, mejorar la vida de la gente y alcanzar el gobiernodel país.

Dos cosas son esenciales. En primer lugar, en cada cir-cunstancia es preciso orquestar diversas formas de luchay, por lo tanto, incursionar en la vía electoral no debe con-llevar el abandono de otras. Al fin y al cabo, las formasde lucha de las organizaciones de izquierda –desde la víademocrática hasta la insurreccional– responden a las cir-cunstancias que es preciso enfrentar, en correlación conlas conductas del adversario y de sus modos democráticoso autoritarios, participativos o excluyentes, consultivos oarbitrarios, dialogantes o represivos, de manejar el poder.En tal sentido, la lucha armada no es una idea en el vacíosino la respuesta a la opresión cuando ya no quedan otros

41 Ver Tariq Alí, “¿Por qué ganó Chávez?”, en La Jornada, México, D.F., 19 deagosto de 2004.

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modos de ponerle término y, a la inversa, la lucha electoralresponde a la posibilidad de crear y ampliar oportunidadesdemocráticas de desarrollo pacífico, efectivamente respe-tadas, que permitan satisfacer los objetivos populares.

En segundo lugar, esta forma de lucha exige desarrollaraptitudes de competitividad electoral sin perder identidadpolítica por efecto de la tentación oportunistas de cederconcesiones supuestamente lucrativas para ganar electoresdel “centro”. El llamado centro es una arena amorfa queno nos corresponde, que ya tiene dueños más legítimos ydonde podemos dejar de ser quien somos. Si para ocuparlose oculta, degrada o abandona la identidad de izquierda,junto con ella se pierden no sólo crecientes segmentos dela confianza y votación popular, sino también la consis-tencia política y moral que nos capacita para enarbolar unproyecto coherente.

De lo que se trata no es de correrse al centro, sino de pre-sentar desde la izquierda una propuesta más incluyente,en un lenguaje persuasivo más amigable, para mover alos electores honestos hacia una perspectiva donde ellospuedan encontrar su propio lugar.

Desde luego, nuestro mundo ha empeorado. La globaliza-ción neoliberal y su incapacidad para ofrecer apropiadagestión social ha engendrado un planeta donde civiliza-ción y barbarie no se excluyen sino que cohabitan. Comoobserva Marta Suplicy, estamos ante fuerzas del mercadoque, al tiempo que generan nuevas tecnologías y riquezas,agravan las desigualdades y crispaciones sociales y eco-nómicas que esos progresos deberían remediar. Así que asemejante calamidad debemos contraproponerle un pro-

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yecto consciente y confiable de globalización gobernadaen interés de los pueblos, para lograr un mundo despola-rizado, donde regulaciones sociales controlen el mercadoy corrijan sus desafueros, “para que la competencia salvajeceda lugar a la interdependencia y cooperación entre lospaíses”.42

Eso exige reformar el sistema mundial, la estructura de laONU, las reglas de la OMC, rechazar el unilateralismo comolo requiere la democratización de las relaciones internacio-nales, y avanzar hacia un sistema global donde prevalezcanlos valores del comercio justo y equitativo. Tales objetivosdemandan articular un conjunto de prioridades, como la debuscar y promover amigos y aliados entre las personalida-des y las estructuras sociales, económicas y políticas de lospaíses hegemónicos, así como impulsar la concertación delos globalizados para robustecer resistencias, presiones ynegociaciones comunes frente a los globalizadores.

Sin embargo, para esto igualmente es imprescindible re-construir nuestra autoestima y dignidad, pues ninguna po-tencia toma en serio a quienes se entregan sin luchar. Lahistoria enseña que los imperios nunca reconocen deberesde gratitud a favor de los genuflexos. Lo que no significaignorar los límites que llevan de la dignidad al conflicto–los que la retórica radical reclama ultrapasar–, cuandoeso implica asumir costos cuyas consecuencias conllevennegarle a nuestros pueblos precisamente lo que nos pro-poníamos: lograr solidariamente una vida de mejor cali-dad material y moral para todos.

42 Discurso en la apertura del XXII Congreso de la Internacional Socialista, en SãoPaulo, el 27 de octubre de 2003.

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¿De qué objetivos hablamos?

Así pues, esclarecer nuestros propios objetivos es indis-pensable para valorar modelos y métodos. Es decir, paradeterminar si ellos ahora son eficaces para que los puebloslatinoamericanos consigan liberarse de sus desigualdadesy penurias, desterrar injusticias y darse solidariamenteuna realidad más humana donde construir la felicidad quemerecen, al más corto plazo y al menor costo posibles.Puesto que en su oportunidad ciertos modelos o métodosno bastaron para alcanzar esta meta, la cuestión de los ob-jetivos salta a primer plano, donde deberá seguir, paraayudarnos a diseñar otros medios más productivos.

A despecho de esa retórica radical, nuestra misión no esconcitar heroicos martirios, como tampoco permanecerjustificando una interminable posposición de utopías, si-no impulsar la transformación de este mundo en otro me-jor. Seguramente, muchos de los 53 millones de brasileñosque votaron por Lula saben qué ocurrió en Chile en 1973y enaltecen los méritos de Salvador Allende. Pero no vo-taron aspirando al honor de repetir su glorioso sacrificio,sino para obtener una vida más decente. Aunque milesprobablemente estarían dispuestos a sacrificarse por redi-mir a su pueblo, el objetivo de las izquierdas es el de cons-truir otra realidad, no el de el de inmolarse por un sueño queluego siga sin cumplirse.43

En América Latina, la cuestión de los objetivos de las iz-quierdas deberá abarcar por lo menos tres ejes: el nacio-

43 Así como el primer objetivo de un gobierno progresista que asume el mandatoes cumplir sus promesas, no el de generar situaciones que lo impidan, o el dejustificar su incumplimiento.

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nal, en sus dos aspectos: tanto el relativo al requerimientode completar la efectiva integración mutua de las pobla-ciones componentes de cada país –sin dejar comunidadesni regiones marginadas ni excluidas–, como el relativo ala exigencia de recuperar autodeterminación y soberaníapara que, en las actuales circunstancias de globalizacióne integración internacional, cada nación pueda materializarsus respetivos derechos y oportunidades, y preservar sulegítima personalidad cultural, y para que nuestros gobier-nos recuperen la facultad de decidir y actuar conforme alos legítimos intereses de sus respectivos pueblos, en vezde administrarlos al servicio de las transnacionales.

El eje social, relativo a la exigencia de erradicar la opresión,el atraso, la exclusión y el abuso, de satisfacer las exigen-cias populares de justicia, solidaridad, participación yequidad sociales, así como las de formación, trabajo pro-ductivo y salario decentes, servicios sociales básicos, eigualdad de oportunidades de desarrollo personal, parareducir y cerrar la brecha de las inequidades socioeconómi-cas, y de las marginaciones y discriminaciones sociales yregionales, corrigiendo tanto sus causas estructurales ymateriales como sus expresiones psicológicas y cultura-les. Puesto que el ideal de igualdad, fraternidad y justiciaes consustancial a las izquierdas, la prioridad de este ejees el irrenunciable empeño en reducir y cerrar la brechade la injusta distribución de la riqueza producida. Cosaque es inseparable del esfuerzo por incrementar la pro-ductividad para disponer de mayor riqueza a distribuirse.

Y el eje democrático, relativo a la necesidad de garanti-zar la representación y la participación de la pluralidadsociopolítica, ideológica y etnocultural del país –y la de

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cada ciudadano– en las deliberaciones y decisiones de in-terés colectivo, así como la de garantizar la fiscalización ycontrol de las organizaciones populares y cívicas sobre lagestión pública, y la fiscalización estatal sobre toda formade gestión que pueda afectar el interés de las colectividadessociales que integran la nación. Lo que, en consonancia conla misma tendencia a la igualdad, es inseparable del esfuer-zo continuo por eliminar las exclusiones y perfeccionarlos ámbitos y practicas de legítima representación, partici-pación y pluralidad, que conllevan informar a las mayorías,consultarlas y acompañarlas a realizar su voluntad, juntocon respetar los derechos de las minorías.

A lo cual debe agregarse la urgencia de elaborar un nue-vo sistema de propuestas de la izquierda en el campo de laeconomía y del desarrollo de las fuerzas productivas conefectos de equidad social, dirigidos, sobre todo, a manejarlas condiciones y oportunidades de la revolución científi-co-técnica y de la globalización en formas aptas para sal-vaguardar y mejorar las condiciones de vida de nuestrospueblos. Globalizar la fraternidad y la colaboración, envez de la expoliación y la inequidad. Pero esas nuevaspropuestas en el campo de la economía deberán trascenderla usual repetición de prejuicios ideológicos, y la apologíade pretéritos esquemas de encerrazón proteccionista, quesi bien tuvieron pasados méritos, en su actual ineficaciapráctica dan lugar a escasa capacidad innovadora y eficien-cia productiva, privilegiando a una minoría protegida endetrimento de las mayorías consumidoras, con resultadosdemasiado regresivos y conservadores.

Acerca de cada uno de esos ejes y propuestas, y sobre unaamplia diversidad de otros temas, queda mucho más por

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abordar. Sin embargo, estas líneas no pretenden un inventa-rio exhaustivo ni remplazar debates mayores, sino señalarque la consideración de esos tres ejes y de sus interaccioneses indispensable, sin que eso conlleve eludir otros asuntos.

Crear es la palabra

Como hace años lo resumió la Conferencia Episcopal deMedellín, “América Latina se encuentra, en muchas par-tes, en una situación de injusticia que puede llamarse deviolencia institucionalizada [...] Tal situación exige trans-formaciones globales, audaces, urgentes y profundamenterenovadoras.”

Hacerlas –y lograrlo con éxito–, corresponde a las izquier-das. Por supuesto, no es fácil. Por principio, nada tienepor qué ser fácil para las izquierdas porque, en esencia,mientras el papel de las derechas es reproducir el pasado,el de las izquierdas es producir el futuro. Los reaccionariosconocen lo requerido para reeditar privilegios e inequida-des, y hasta para perfeccionar su reproducción, y para elloconservan el inventario de casi todas las respuestas. Encambio, el papel de las izquierdas es crear la utopía idóneay justa para cambiar las cosas, elaborar nuevas propuestas ydebatir los consensos necesarios para juntar fuerzas yconstruir alternativas de mejor proyección social. Suyasson todas las preguntas, porque su campo no es el dereincidir sino el de transformar, no es la repetición tri-llada sino el ancho campo de la invención y la aventura,rebosante tanto de esperanzas como de incógnitas y ries-gos inexplorados, donde nadie sobra porque todos pode-mos aportar.

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Por lo mismo, otra conclusión queda a la vista. La de quesólo los propios latinoamericanos –desde sus respectivasparticularidades nacionales– pueden determinar cuáles hande ser los objetivos a buscar y los mejores métodos para ha-cerlos realidad. Tras un siglo de lidiar con modelos ajenosque al cabo no fueron los más idóneos según los resultadosobtenidos, lo que el nuevo estado de cosas nos entrega de-be asumirse como emancipación y como oportunidad, puesya a nadie más le toca tutelarnos y somos los responsablespor todos los actos realizadores de nuestro futuro.

La utopía, agrega Marta Suplicy evocando a Eduardo Ga-leano, siempre está sobre nuestro horizonte: cuando avan-zas dos pasos, ella se aleja otros dos. Caminas diez más yella estará otros tantos más adelante. ¿Para qué sirve lautopía? Sirve para eso, para hacernos caminar, y lo queahora toca es compartir una buena caminada.

Por lo mismo, es hora de debatir, y no para disgregar sinopara agruparse fuerzas y emprender juntos el camino ne-cesario. Tal como Martí lo advirtió en Nuestra América,“es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemosde andar en cuadro apretado, como la plata en las raícesde los Andes”.

Puesto que no hay determinación previa de la historia, nipotencias providenciales que la hagan por nosotros, nimucho menos a nuestra medida, es a nosotros a quienescorresponde definir, concertar y construir. Ante la gravedady urgencia de las necesidades latinoamericanas, sólo nues-tra imaginación, solidaridad y empeño podrán proponer yconstruir las soluciones que estos pueblos y realidadesdemandan.

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A un siglo de distancia, al hablarnos de ese mismo impe-rativo, ya Martí nos dijo que, por eso, a esta hora “los jó-venes de América se ponen la camisa a codo, hunden lasmanos en la masa, y la levantan con la levadura del sudor.Entienden que se imita demasiado, y que la salvación estáen crear. Crear es la palabra de pase de esta generación”.

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