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  • 7/28/2019 Izquierdas Latinas

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    Las izquierdaslatinoamericanas:

    OBSERVACIONES AUNA TRAYECTORIA

    Nils Castro

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    ISBN 9962-651-02-6

    Nils Castro.Fundacin Friedrich Ebert - Panam

    Todos los derechos reservados.

    Prohibida la reproduccin total o parcial de estaobra por cualquier medio o procedimiento.

    Diseo grfico:

    EditoraNovo Art, S.A.Panam

    Tel.: 260-9771E-mail: [email protected]

    Diseo y diagramacin:Maika I. Fruto

    Portada:Juan Luis Gonzlez

    Primera edicin:Enero 20052,000 ejemplares

    Impreso en Colombia por:Quebecor World Bogotpara Editora Novo Art, S.A. - Panam

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    Prlogo 7

    A modo de presentacin:

    Del dilogo, la luz 11

    Tempranas advertencias, viejasdisyuntivas y nuevos aprendizajes 14

    Con las ideas, llegaron los temas 16

    Una instancia fornea 19

    En busca de protagonista 21

    Un capitalismo socialista 24

    De la guerra caliente a la fra 31

    Las revoluciones de los 50 35

    La revolucin cubana 41La extrapolacin izquierdista 47

    Una isla tenaz 54

    Cambios de mtodo: el reformismo militar 61

    Hermoso sueo, duro desenlace 66

    La renovacin sandinista 69

    Difcil transicin 73

    La vertiente cristiana 78

    Contenido

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    En las redes de la globalizacin 81Cada progreso incuba nuevas demandas 85

    La crisis neoliberal y los movimientos sociales 89

    El objetivo o los mtodos 94

    Los modelos preestablecidos salen de escena 98

    Las relaciones ms apropiadas a nuestros fines 101

    La coexistencia y las reformas no han concluido 105

    De qu objetivos hablamos? 110

    Crear es la palabra 113

    Bibliografa 117

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    y ambientales de carcter progresista y de tendencia democr-tica, con una visin social incluyente, solidaria y participativa,por medio de ideas, proyectos y mtodos diferentes. Existensuficientes experiencias, conocimientos y capacidades parareexaminar la transformacin en la regin y hacer propuestasadecuadas y eficaces.

    El proyecto poltico que Amrica Latina demanda para el sigloXXI, debe ser recreado a partir de un anlisis crtico de lasexperiencias anteriores y un balance de las experiencias recien-tes que permita identificar las principales lecciones y formascreativas de participacin poltica, accin social y controlciudadano de las instituciones que configuran y definen la vidademocrtica. En la coyuntura regional, recuperar la accin

    propositiva de la izquierda es una va para pensar AmricaLatina desde sus propias realidades, problemas, improntas,contradicciones y tareas.

    En este sentido, para la Fundacin Friedrich Ebert, impulsarun proceso de reflexin sobre los desafos polticos actualesque contribuya a la generacin de nuevas propuestas para laizquierda democrtica centroamericana es una tarea vlida,vigente y necesaria.

    La recuperacin de la accin propositiva de la izquierda y ladefinicin de su papel en la vida democrtica, con capacidad

    para producir, recrear y validar socialmente un proyecto dedimensiones continentales, implica necesariamente crear opor-tunidades, escenarios y espacios donde dirigentes y acadmicos

    representativos de las diversas corrientes de la izquierda en laregin puedan reencontrarse para intercambiar y valorar expe-riencias, ideas, diagnsticos y sugerencias.

    Como un primer paso en esa direccin, se organizaron y de-sarrollaron en cinco pases de la regin centroamericana una

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    serie de mesas de dilogo en torno al ensayo Las izquierdaslatinoamericanas: observaciones a una trayectoria, preparadopor el doctor Nils Castro, reconocido intelectual latinoameri-cano y militante de amplia trayectoria poltica.

    La Fundacin Friedrich Ebert tiene previsto dar continuidada este proceso de reflexin sobre las necesidades y oportuni-

    dades de las izquierdas latinoamericanas en el siglo XXI, fa-cilitando y ampliando estos espacios plurales para el inter-cambio regional y la evaluacin colectiva de las experiencias;en el entendimiento de que en ellos est el sustrato para laconstruccin de nuevos consensos progresistas y democrticosque apenas inician su recorrido por la regin.

    Ulrich Storck

    Representante de la FundacinFriedrich Ebert para Costa Rica,

    Nicaragua y Panam

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    Este pequeo libro es, sin ms pretensiones, lo que su ttulo ex-plcitamente promete: ciertas observaciones a determinados

    momentos de una trayectoria la que las izquierdas hasta la fe-cha han trazado en gran parte de nuestra Amrica, para de allentresacar y proponer algunas conclusiones. Y uso intenciona-damente la palabra proponer, porque estas pginas han sidoenriquecidas por una concurrida ronda de conversaciones en-tre una plural diversidad de participantes, y porque su inten-cin es servir para continuar agregando interlocutores, temas y

    mejoras a dichas observaciones, a travs de otra ronda mayor.

    Gracias al aliento, la credibilidad y la convocatoria de la Fun-dacin Friedrich Ebert, lo que al inicio fue una brevsima ymodesta ponencia para un debate organizado en Sao Paulo

    por la Fundacin Perseo Abramo en el 2003, a lo largo del si-guiente ao dio pie a dos iniciativas de mayor alcance: una,

    convertir aquella ponencia en un pequeo ensayo y someter-lo a varios grupos de discusin, integrados por personalidadesrepresentativas de diferentes grupos, tendencias o matices delas izquierdas centroamericanas, para discutir y sumar contri-

    buciones. Pero, sobre todo, para propiciar una sana cultura dedilogo entre los exponentes de esa pluralidad.

    Las mesas de discusin caracterizadas siempre por la plurali-

    dad de sus integrantes tuvieron lugar, consecutivamente, enPanam, Costa Rica, Nicaragua, Guatemala y El Salvador.Aparte de compartir un buen caf y tomar nota de los principa-les frutos del debate, se procur alentar que los contertulios,luego de agotar el texto que se les someta, continuaran reu-nindose para dialogar sobre otros temas de su propia eleccin,

    A modo de presentacin:DEL DILOGO, LA LUZ

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    Nils Castro

    generalmente relativos a su propia particularidad nacional.Nunca se les propuso mitigar diferencias, establecer un consen-so o suscribir algn documento comn, sino fomentar el hbitodialctico de repetir peridicamente la tertulia como mbitodonde mantener el intercambio y produccin de ideas.

    Adems, el autor recibi valiosas colaboraciones individuales

    enviadas desde otras latitudes, en particular de Argentina, Boli-via, Cuba, Puerto Rico y Repblica Dominicana.

    Lo anterior no debe sugerir que el presente libro consiste en uninventario o recuento de las contribuciones vertidas por esanutrida suma de dirigentes, militantes o acadmicos de izquier-da dispuestos a colaborar. Ms exacto es decir que estas p-ginas tienen mucho que agradecerle a la experiencia y el talen-to de todas esas voces. Sin embargo, para que el texto pudieramantener cierta consistencia lgica, esas contribuciones debie-ron ser asumidas e hilvanadas por el autor, a quien as le toca laresponsabilidad por todos sus defectos.

    Con el tiempo, algunos de esos defectos podrn superarse,porque esta edicin est destinada por la propia FundacinEbert a servir de material para nuevos debates adicionales, re-cuperando y agregando contertulios y pases, cuyas aportacio-nes seguirn corrigiendo, mejorando y enriqueciendo sus con-tenidos. Pero que, principalmente, debern servir para que los

    participantes continen creando ideas y alternativas a lo lar-go de la discusin, a travs de un dilogo que, respetando lasrespectivas diferencias y nutrindose con ellas, estimular la

    produccin intelectual y podr allanar el camino al arte de ma-terializar juntos sus coincidencias de propsitos.

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    n la evolucin de las izquierdas latinoamerica-nas, los sucesivos aportes llegados de fuera de

    Nuestro Continente han interactuado, en diversasformas y sentidos, con los esfuerzos locales por explicar

    nuestra propia realidad y procurar alternativas adecuadaspara cambiarla.

    Pero aquellos aportes y estos esfuerzos no han sido homo-gneos ni pasivos. Adems de las grandes contribucionesrecibidas como las ideas de la Ilustracin, de la repbli-ca liberal o del socialismo, tambin nos llegaron pautasque reflejan controversias y endosan actitudes ajenas anuestras circunstancias. As, unas veces la sntesis de laexperiencia fornea con las interrogantes locales fue pro-vechosa y otras equvoca y hasta contraproducente, y no

    pocas veces la creatividad nativa ha debido remplazar altalento importado.

    Hoy las izquierdas latinoamericanas reconstruyen sus pro-puestas polticas a tenor de las exigencias sociales y mora-les que caracterizan a un Continente donde la desigualdady la pobreza alcanzan magnitudes intolerables, que retanlos ltimos lmites de la paciencia popular. Con esto, al ca-

    bo de una larga experiencia cabe preguntarse: cuntos de

    los temas tradicionalmente discutidos y de los instrumentosen que antes nos hemos apoyado justificaron la atencindispensada, y cundo todava influyen acertada o desacer-tadamente en la organizacin de nuestras prcticas? Ycmo esto incide sobre la actual decantacin de las nuevas

    perspectivas latinoamericanas de izquierda?

    E

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    Tempranas advertencias, viejasdisyuntivas y nuevos aprendizajes

    El tema dista de ser nuevo. Ya en Nuestra Amricaunbreve y enjundioso ensayo de 1891 Jos Mart afirmabaque con los oprimidos [hay] que hacer causa comn, paraafianzar el sistema opuesto a los intereses y hbitos de

    mando de los opresores, apuntando que para cumplir eseobjetivo es preciso conocer el pas, y gobernarlo conformeal conocimiento, puesto que ese es el nico modo de li-

    brarlo de tiranas. Y adverta que para eso la universidadeuropea ha de ceder a la universidad americana, pueslos estadistas naturales surgen del estudio directo de lanaturaleza y no de copiar postulados forneos.

    En consecuencia, concluye Mart, nuestra historia de losincas a ac, ha de ensearse al dedillo, aunque no se enseela de los arcontes de Grecia, puesto que la reflexin la-tinoamericana debe reemplazar al conocimiento extico,as que injrtese en nuestras repblicas el mundo; pero

    el tronco ha de ser el de nuestras repblicas. La necesidadde apropiarse de la cultura universal se subordina al impe-rativo de cultivar propuestas enraizadas en la originalidadde nuestras realidades y de nuestros tiempos.

    Mart impuls el pensamiento latinoamericano contempo-rneo al poner lo mejor del liberalismo democrtico-radi-

    cal de su poca a resolver las demandas del siglo XX a estelado del mar. Para hacer causa con los oprimidos postulla necesidad de organizar un partido poltico encaminadoa alcanzar no una sino dos emancipaciones: frente al rgi-men colonial espaol y la previsible hegemona norteame-ricana, y frente a las injusticias del orden social existente

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    en las respectivas repblicas americanas. Por eso no lebast crear un partido independentista sino que fund elPartido Revolucionario Cubano, orientado a establecer elsistema opuesto al inters de los colonialistas y de losopresores locales.1

    Las disyuntivas entre hacer la guerra de independencia y

    hacer la revolucin social venan de antiguo. Haban sig-nificado una importante diferencia, por ejemplo, entre losdos mayores protagonistas de la insurgencia mexicana: elcura independista Miguel Hidalgo y el cura revoluciona-rio Jos Mara Morelos. Convocar a los criollos ricos enapoyo a la independencia implicaba respetarles el ordensocial establecido por la administracin colonial. Convo-car a las masas para integrar al ejrcito liberador requeraasumir sus reclamos de emancipacin social. En Sudam-rica, Simn Bolvar tambin conoci ese dilema.

    A esos dos ejes autodeterminacin nacional y libera-cin social enseguida se le agregara un tercero, que ha

    seguido acompandolos hasta el da de hoy, el de lacuestin democrtica: qu tanto de concentracin odescentralizacin del poder, de pluralidad del debate o deautoridad decisoria, de persuasin o de fuerza, se debeejercer y por cunto tiempo para garantizar que loscambios se hagan realidad con la debida eficacia, sin quesus adversarios los puedan revertir? y qu tan pronto li-

    berar el debate y la participacin de nuevos actores paraestimular que dichos cambios produzcan nuevos desa-rrollos adicionales?

    1 En este sentido, fue precursor del programa de los movimientos afroasiticosde liberacin del tercer cuarto del siglo XX.

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    Estos y otros temas no menos comprometedores se nos hanreiterado a todo lo largo del camino, renovndose en cadaexperiencia. Es preciso revisar varios de los episodios msaleccionadores de la evolucin de las izquierdas latinoame-ricanas y de su pensamiento, para observar las vicisitudesde sus procesos de arraigo y reproduccin en nuestras rea-lidades, y sus resultados. Ello interesa especialmente ahora,

    cuando algunos de sus principales referentes han colapsadoo deben reexaminarse al calor de las nuevas expectativas.

    Con ese propsito, a lo largo de las prximas pginas co-mentaremos algunas de esas experiencias, sin que esto

    pretenda trazar una historia de dichos procesos. Antesbien como lo dice el ttulo de este ensayo, lo que aqu

    se hace es observar determinados momentos de una trayec-toria, entresacndolos en orden no siempre cronolgico, pa-ra extraerles ciertas conclusiones en razn del inters queellos tengan respecto al presente y al prximo futuro, delos que hoy todos somos responsables.

    Con las ideas, llegaron los temas

    A mediados del siglo XIX, en el liberalismo latinoameri-cano rivalizaban dos corrientes: un ala demcrata-radicalilustrada, luego seducida por el positivismo, y el ala popu-lar, portavoz de un anhelo de reivindicaciones sociales. Enciertos pases como Colombia y Honduras esa disyun-

    tiva sigui viva entre los liberales del siglo XX, atrapadosentre promesas de reformas y prcticas clientelistas. Masesto no slo caus estmulos y decepciones, sino tambinun vivaz intercambio de ideas y personas a lo largo del

    prolongado empalme entre el liberalismo popular y laspropuestas socialistas que seguiran viniendo.

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    Las ideas socialistas de diversos orgenes ideolgicosarribaron a Amrica Latina desde mediados del siglo XIX.Las trajeron inmigrantes con experiencia poltica, as comouna intelectualidad criolla que difundi las ideas y aconte-cimientos de Europa, tales como los de la Comuna de Pa-rs. Como es natural, al inicio prim la difusin de esasideas, y slo ms tarde comenzaron los primeros intentos

    de aplicarlas a nuestras realidades.2

    Los grupos de inmigrados crearon organizaciones y peridi-cos socialistas y anarquistas que se ocupaban de las disputas

    polticas que tenan lugar en sus pases de origen. Las agru-paciones latinoamericanas reflejaban las divergencias entrelas distintas corrientes del socialismo y sus controversias

    con los anarquistas, y despus asimismo las confrontacionesentre la II y la III internacionales. Eso ayud a esclarecerideas y reflej la vocacin internacionalista de las izquier-das. Pero la materia de muchas de esas polmicas no eran losrespectivos problemas nacionales, sino debates distantes dela situacin real que nuestros pueblos experimentaban.

    Junto con las buenas ideas ms generalizables, tambinarribaron temas y controversias correspondientes a vicisi-tudes y particularidades ajenas, atribuyndoles supuesta

    2 El romntico argentino Esteban Echeverra escribi su Dogma socialista en 1846.En Colombia se fund un Club Socialista en 1849. El publicista chileno FranciscoBilbao fund en 1850 una Sociedad de la Igualdad. Durante la primera guerra cu-

    bana de independencia (1868-78) surgieron algunos grupos anarquistas, y una or-ganizacin sindical de los trabajadores tabacaleros. En esos aos, en Mxico apa-recieron crculos obreros, una liga anarquista y el peridico El socialista, y en 1884el mexicano J uan Mata Rivera tradujo el Manifiesto comunista. En 1887, en Chilese fund un partido socialista, que en 1890 organiz la primera huelga de los tra-bajadores salitreros. En 1895 se constituy el Partido Socialista argentino, que seafili a la II Internacional; su mentor, J uan Bautista J usto, tradujo El capital, congre-g a importantes intelectuales de la poca e incursion en la explicacin marxistadel papel de la ciencia y la tcnica en el desarrollo social.

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    validez en nuestra Amrica. No pocas veces su adopcindogmtica dificult reconocer realidades, dispers fuer-zas, obstaculiz acordar alianzas y contribuy a enfrentarentre s a los integrantes de las izquierdas latinoamerica-nas. Ante la preeminencia ideolgica de las internaciona-les europeas, por ejemplo, el cubano Julio Antonio Mellaalert sobre la necesidad de basarse en las particularida-

    des latinoamericanas, y abordar con criterio propio lo quetocaba hacer en nuestros pases. Aun as, la militancia deMella se adecu a las orientaciones de la III Internacionaly asesinado en plena juventud su temprana muerte no

    permiti verlo resolver el dilema.

    No obstante, en los primeros 30 aos del siglo no faltaron

    acontecimientos y temas propios que requeran examinarsecon nuevos instrumentos. Al Sur, Uruguay tuvo las refor-mas de Jos Batlle; Chile vivi notables progresos de orga-nizacin sindical y poltica, y la experiencia de su primerFrente Popular; Argentina, el estallido de Crdoba y unareforma que se propag a gran parte de las universidadesde Amrica Latina. Las realizaciones prcticas se adelanta-

    ban a al desarrollo de una concepcin capaz de orientarlas.

    Al Norte, el hecho cimero fue la Revolucin mexicana y ellargo proceso de decantacin de sus opciones, sobre todoentre 1913 y el final de los aos 30. Sin embargo, en esapoca la influencia mexicana en el pensamiento poltico la-tinoamericano ms deriv del ejemplo de sus lderes popu-

    lares y de las acciones de los gobiernos revolucionariosen particular el de Lzaro Crdenas que del discurso desus idelogos. La excepcin fueLa raza csmica de JosVasconcelos, cuya visin global de los problemas latinoa-mericanos influy sobre las concepciones nacional-revolu-cionarias en muchos pases del Continente.

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    Una instancia fornea

    Por otro lado, en Europa haba estallado el proceso que msestimul la conciencia poltica de la poca: la Revolucinrusa y los desarrollos y opciones que ella despleg desde1917 hasta cuando el estalinismo diezm al liderazgo ori-ginario de la Revolucin. Modelo y fuente de inspiracin,

    en Amrica Latina la hazaa bolchevique estimul el na-cimiento de nuevos partidos de izquierda y la conversinde organizaciones socialistas en comunistas, profundizla diferenciacin entre esas dos vertientes e increment elactivismo de ambas, dejando en el pasado a las antiguasinfluencias anarquistas, aunque muchos conservaron suespritu libertario.

    Lo que comenzaba en Rusia y pareca prximo a contagiara Alemania y buena parte de Europa del Este, dio origena la III Internacional y precipit la crisis de la II. Ademsde los debates sobre las nuevas tareas revolucionarias,tambin se discutieron las alternativas de los pases colonia-les, semicoloniales o atrasados. Por un tiempo, el tema in-

    cluy la posibilidad de impulsar en esos pases la opcinnacional-revolucionaria, de carcter pluriclasista, que enAmrica Latina ya contaba con el referente mexicano.

    Aunque la Internacional, que al inicio se pens como unforo donde intercambiar ideas, experiencias y solidarida-des entre los revolucionarios del mundo, enseguida tom

    otro curso. En parte a solicitud de algunos partidos miem-bros, pas de orientar a tutelar las posiciones polticas desus integrantes, y a fijar los trminos de su diferenciacinfrente a las dems vertientes de la izquierda. En los aos20 esto deriv en la consigna de privilegiar la lucha declase contra clase, rechazndose la cooperacin con las

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    organizaciones que no adoptaran el papel de destacamentode la vanguardia obrera y el objetivo de instaurar la dic-tadura del proletariado, a despecho de las coincidenciasque pudiera haber en otros temas.

    Sin que las izquierdas latinoamericanas hubieran sido parterelevante de esas decisiones, stas tendran larga incidencia

    sobre sus ulteriores evoluciones. Las definiciones adopta-das indujeron cismas entre quienes pensaban que AmricaLatina an deba transitar etapas de maduracin gradual o

    preferan acometer sin ms demoras una inmediata trans-formacin revolucionaria, entre quienes llamaban a luchar

    por una democratizacin ms integral y quienes antepo-nan resolver las urgencias sociales aun al costo de pres-cindir de las reivindicaciones democrticas, y entre quienescrean en la opcin de organizar grandes partidos populareso privilegiaban la creacin de destacamentos de lite ovanguardia revolucionaria. Todo ello sin parar mientes enque en las circunstancias latinoamericanas esas opcionesno necesariamente deban excluirse entre s, o que las

    transiciones entre unas y otras podan ser tan fluidas y re-currentes como la diversidad de las situaciones regionalesy temporales.

    A la postre, la III Internacional constituy una instanciacalificadora que valoraba las conductas de sus miembrosconforme a parmetros doctrinarios cuyos orgenes no re-

    flejaban las realidades de Amrica Latina. Y que, ms tarde,subordinara sus respectivas actividades a la prioridad dedefender los intereses estratgicos de la asediada Repblicasovitica (o los intereses de alguno de sus grupos dirigen-tes), incluso en desmedro de los requerimientos y oportu-nidades de los pueblos y partidos latinoamericanos.

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    En busca de protagonista

    Algunos partidos socialistas, sin caracterizarse necesa-riamente como antisoviticos, prefirieron conservar suindependencia conceptual y organizativa, pese a que ladesaparicin de la II Internacional los haba dejado encierto aislamiento. Aun as, en unos pocos casos como

    el chileno, estos partidos lograron cierta fortaleza. Perolas ms de las veces la bifurcacin entre comunistas ysocialistas merm los xitos de ambas opciones, comoasimismo restringi la posibilidad de desarrollar con-cepciones socialistas o socialdemcratas originales

    marxistas, cristianas u otras, a pesar de que la origi-nalsima riqueza de las circunstancias americanas as lo

    reclamaba.

    Entre las particularidades que exigan examinarse paraexplicar la realidad de muchos pases latinoamericanos,sobresalan las relativas a la situacin agraria y la cues-tin indgena, as como la presencia de otros grupos hu-

    manos no previstos en el legado terico del socialismoeuropeo sobre las clases sociales. Por ejemplo, las masasde pobres y marginados que no se ajustan a la definicinterica de proletariado, o la de unos sectores de las capasmedias que tampoco calzan en la correspondiente defini-cin de pequea burguesa, pero que pueden constituirimportantes sujetos revolucionarios.

    Igualmente, las relativas a la heterogeneidad de las estruc-turas socioeconmicas coexistentes y superpuestas en esasnaciones todava mal integradas, agravada por la implanta-cin de enclaves econmicos extranjeros desarticulados delos dems componentes de cada pas. Ello dificultaba

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    identificar a los posibles protagonistas sociopolticos decualquier proyecto de transformacin reformadora o re-volucionaria de la situacin.

    La persistencia de oligarquas precapitalistas, la importanciasocial de la economa rural, la precariedad de la industria ydel movimiento obrero, la endeble existencia de burguesas

    nacionales, as como el relevante activismo de la clase me-dia y de sus expresiones estudiantiles y gremiales, causabandudas sobre la posibilidad de que la realizacin de loscambios revolucionarios necesariamente correspondiera ala clase obrera y su vanguardia poltica. No obstante, aslo prescriba la simplificacin ideolgica que la III Inter-nacional estableci como visin del mundo.

    En Per, esas cuestiones fueron tempranamente aborda-das por el liberalismo radical, sin que el pensamiento mar-xista tuviera respuestas que brindar hasta que Jos CarlosMaritegui asumi el tema. El ms poderoso creador de pen-samiento poltico en la Amrica Latina de su tiempo, Mari-tegui entre otras cosas rechaz el determinismo que en su

    poca prevaleca, como tambin la reduccin del procesohistrico a una pura mecnica econmica, afirmando que larevolucin slo puede realizarse movilizando los sujetos hu-manos efectivamente capaces de cambiar el orden existente.

    Por ello, sealaba, es preciso que esos sujetos desarrollenla conciencia previa de su inters de clase, un proceso

    cultural que para los revolucionarios implica dos aspectosdiferentes: el marxismo como mtodo de interpretacinhistrica de la sociedad, y la mstica que es propia de lamisin de luchar por la regeneracin no slo de la claseoprimida sino del conjunto de la sociedad. Aunque en larealidad peruana, dnde encontrar dichos sujetos?

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    Las llamadas condiciones objetivas de la revolucin so-cialista no estaban presentes: la economa capitalista no sehaba desarrollado con amplitud, faltaba una burguesa ca-

    pitalista patrona de la economa nacional, y se careca deuna clase obrera con suficiente presencia socioeconmica ycultural. En el marco presidido por la sociedad tradicional ylos enclaves de capitalismo colonialista, no haba una nacin

    integrada, sino una superposicin de fracciones socioecon-micas, agregadas a lo largo de una secuencia histrica distin-ta de aquella que los tericos europeos haban descrito.

    El pas estaba dividido por fronteras interiores, histricas,geogrficas, econmicas, tnicas y culturales. En particular,se desarticulaba en tres zonas econmicas: la costa, concierto desarrollo agrcola e industrial, la andina, que con-servaba estructuras precapitalistas de impronta feudal y,entremezclado con ellas, el colectivismo indgena. A loanterior se sumaba la selva amaznica, que permaneca almargen de la civilizacin. Y cada componente de esa su-

    perposicin se haba agregado sin eliminar los sistemas

    preexistentes, as que bajo todo ese andamiaje perdurabanlas extendidas races del colectivismo indgena precolo-nial. Por lo tanto, dedujo Maritegui, el protagonista de larevolucin poda ser el pueblo indgena.

    As pues, tal como haba sostenido el liberal ManuelGonzlez Prada de quien tanto Maritegui como Vctor

    Ral Haya de la Torre fueron discpulos, la situacin in-dgena no era un tema cultural o filantrpico, sino lacuestin econmica y agraria del reparto de la tierra. A loque Maritegui aadi la conclusin de que, para crearotra realidad mejor, sus realizadores deben ser los pro-

    pios indios.

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    El asunto involucraba ms que el solo problema indgena,pues tambin aluda a la identidad y el papel sociopolticode los dems grupos sociales americanos que tampoco figu-raban en el inventario terico europeo, como las comunida-des afroantillanas de la costa continental del Caribe y

    buena parte del Brasil. Pero la precaria salud de Jos CarlosMaritegui no le dej tiempo para llevar su tesis a la prc-

    tica en el partido comunista que l fundo para este fin.Esa tesis, empero, todava tie el debate ideolgico en laregin andina, aunque en vida de su autor la III Interna-cional la descart.3

    Un capitalismo socialista

    El principal contrincante terico de Maritegui fue su excompaero Vctor Ral Haya de la Torre. Luego de des-tacarse en el movimiento estudiantil y las universidades

    populares, fue exiliado y temporalmente radic en Mxi-co, de cuyas experiencias fue testigo y donde fund laAlianza Popular Revolucionaria Americana (APRA).4 Si

    bien no logr el propsito de crear una organizacin po-ltica continental, s le dio a Per un nuevo tipo de parti-do, de carcter popular.

    Haya de la Torre persever en hacer del Partido ApristaPeruano (PAP) una organizacin disciplinada, pero conce-

    3 As lo demuestra la discusin sobre los movimientos indgenas y campesinosde Ecuador y Bolivia, por ejemplo. No es este el caso, sin embargo, del indige-nismo de la izquierda neo-zapatista del estado mexicano de Chiapas, que tiene

    otras motivaciones y menor trascendencia efectiva en la vida poltica de su pas.

    4 Maritegui era uno de sus miembros iniciales, pero fue progresivamente crticode sus postulados y se separ para fundar el Partido Comunista peruano, quesera un denodado contrincante del aprismo.

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    bida como una alianza de trabajadores urbanos, campesi-nos, clase media e intelectuales, as como de elementosde la burguesa nacional, y destinada a luchar contra laaristocracia terrateniente, el capital extranjero y el impe-rialismo. Su concepto de quines deberan integrar el par-tido disenta del modelo prohijado por la III Internacionaly el adoptado por Maritegui. Sin embargo, en lo que toca

    a su estructura organizativa, Haya escogi el sistema dedireccin y la estructura celular caractersticos del modelo

    bolchevique, apropiados para actuar bajo condiciones derepresin y clandestinidad.

    De primer intento, Haya plante su propuesta como una re-visin del marxismo esquemtico, sealando que no cabainventarle un ambiente europeo a la realidad americana,sino descubrir las verdades de esta realidad en sus pro-

    pios espacio y tiempo histricos. Por ejemplo, acerca delimperialismo, que para los pases que haban transitado to-das las etapas del desarrollo histrico figuraba como la lti-ma fase del capitalismo, a despecho de que, en su lugar, pa-

    ra las naciones ms atrasadas el capitalismo haba llegadopor primera vez bajo la forma imperialista, con lo cual stahaba sido su primer modo de implantacin.

    Mientras Maritegui se centr en los agentes internos delatraso y la dependencia peruanos, Haya de la Torre pusomayor atencin en sus factores externos. Ambos coinci-

    dieron en lo que toca a la heterognea composicin so-cioeconmica del pas la superposicin de realidades

    propias equivalentes a distintas etapas del desarrollo eu-ropeo. A lo cual Haya agreg que ante la penetracindel imperialismo algunos de esos componentes superpues-tos ejercen papeles cmplices, como los feudos tradi-

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    cionalistas que funcionan al servicio de imperialismo a lavez que stefeudaliza el mbito social de las inversionescapitalistas.

    Ante eso, Haya de la Torre propuso impulsar un capitalis-mo nacionalista, autnomo y con proyeccin social, similaral que l haba visto predicar en el Mxico de la poca. Su

    enemigo principal era la oligarqua, que domina al Estado ysubordina sus intereses a los extranjeros; en consecuencia,ese capitalismo deba acometer la nacionalizacin pro-gresiva de la riqueza, arrebatndola al imperialismo paraentregarla a quienes la trabajen en provecho del bien co-lectivo, a travs de corporaciones de fomento. Como etapa

    previa al socialismo, ese nacionalismo capitalista respetara

    la riqueza individual, ofreciendo ancho campo a la iniciati-va privada que promoviera la desfeudalizacin y el pro-greso de los pueblos indoamericanos.

    Desde el primer momento el aprismo fue blanco de un de-cidido rechazo de los partidos de la III Internacional. Pese acoincidir durante los primeros lustros en la prdica antio-

    ligrquica y antimperialista, y enfrentar las mismas dictadu-ras de derecha, prevaleci la consigna de clase contra cla-se y la disyuntiva entre la va revolucionaria o las reformasgradualistas, descartndose toda posibilidad de cooperacinfrente a unas realidades que ambas corrientes igualmenteconsideraban inaceptables. Cosa que, por supuesto, en nadacontribuy a mejorar la suerte, la organizacin ni la educa-

    cin poltica de los trabajadores ni de los indgenas perua-nos, como tampoco la de los dems latinoamericanos.

    La propuesta aprista fue ms capaz de captar en el cortoplazo la cultura poltica de gran parte de la sociedad pe-ruana. Aunque por aos Haya de la Torre dirigi su partido

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    desde el exterior, cuando en 1931 pudo volver a Per en-seguida fue electo presidente de la Repblica. No obstante,la derecha inmediatamente lo derroc y el aprismo fue

    proscrito. En su larga clandestinidad, ese partido siguireivindicando la democracia parlamentaria, y rechaz tomarlas armas o admitir cualquier tipo de dictadura, incluidala proletaria.

    Cuando ante el crecimiento de la amenaza fascista en Eu-ropa, en 1935 la Internacional decidi promover la polticade articular Frentes Populares con las dems izquierdas,era demasiado tarde. Haya de la Torre replic que losapristas ya constituan un frente en el que los trabajadores,campesinos, estudiantes e intelectuales participaban a lavez, sin requerir la dirigencia proletaria que se les propona.

    Sin embargo, con el paso de los aos, Haya y su partidofueron distancindose de su posicin antimperialista y so-cializante, y adoptaron una poltica crecientemente conci-liadora con la oligarqua peruana y los gobiernos de Was-

    hington. Muchas de las crticas que en los aos 20 y 30eran excesivas, en los 50 llegaron a estar completamentejustificadas. Medio siglo ms tarde cabe preguntarse siese deterioro fue exclusivamente endgeno, o si al mismotambin contribuy la hostilidad permanente que el mo-vimiento comunista y la izquierda radical le sostuvierona escala mundial.

    Las tesis de Haya de la Torre se haban formado obser-vando la experiencia revolucionaria mexicana, donde sussupuestos tuvieron otra expresin similar, aunque regio-nalmente menos conocida. Durante el gobierno de LzaroCrdenas en Mxico se practicaron polticas nacionalistas

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    y socializantes, se impuls la reforma agraria y la educacinpopular, y se estimul la sindicalizacin. En ese ambiente,Vicente Lombardo Toledano organiz la Confederacinde Trabajadores de Mxico (CTM) y la Confederacin deTrabajadores de Amrica Latina que por unos aos tuvoinfluencia regional. Con todo, a Lombardo se le criticque su poltica se limitaba a respaldar un desarrollo capita-

    lista autnomo con responsabilidad social, que l concep-tuaba como condicin previa para pasar al socialismo.

    Pero enseguida de concluir el mandato de Crdenas empe-z el reflujo. Los subsiguientes gobiernos mexicanos con-tuvieron las proyecciones revolucionarias del proceso, y surgimen antepuso asentarse polticamente y fomentar el

    desarrollo capitalista nacional. Su Partido Nacional Re-volucionario (PNR) pas a denominarse RevolucionarioInstitucional (PRI) y no mucho despus Lombardo Toledano

    perdi el control de la CTM. Ms tarde fund el PartidoPopular, concebido como una organizacin de masas conideologa marxista y objetivos socialistas, pero con unavocacin democrtico-electoral discrepante del modelo

    leninista de partido de vanguardia. No obstante, antepusola poltica de defender lo que quedaba de la anteriororientacin nacional-revolucionaria del pas, y su escasaindependencia crtica frente a los gobiernos post carde-nistas, adems de las restricciones polticas imperantes enla poca, le impidieron el crecimiento esperado.5

    Por otra parte, el gobierno de Crdenas sostuvo una polti-ca decidida de solidaridad con la Repblica espaola, gesta

    5 Durante varios lustros, reales o supuestas conspiraciones de la derecha sirvieronde argumento para paralizar a las izquierdas frente a la continua descomposicinmoral y derechizacin de los gobiernos revolucionarios postcardenistas.

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    que moviliz a las izquierdas latinoamericanas y fortalecila poltica antifascista de crear alianzas pluriclasistas. Alconcluir la Guerra Civil, Mxico dio refugio a millares defamilias republicanas, incluyendo una importante propor-cin de la intelectualidad antifranquista. Durante los si-guientes decenios esa inmigracin tuvo hondo impacto enel desarrollo de la cultura progresista, la vida acadmica

    y la industrializacin mexicana, y tambin alcanz ampliainfluencia en el desarrollo ideolgico latinoamericano.

    Crdenas tambin dio refugio a Len Trotsky, quien enMxico fund la IV Internacional. Desde el punto de vis-ta terico, las divergencias de concepcin estratgica quehaban dado lugar a la decisin de expulsarlo de la URSSinteresaban a todo el movimiento revolucionario mundial.Y, sobre todo, a los partidos de izquierda de las nacioneseuropeas a las cuales la revolucin bolchevique hubierasido llevada por el Ejrcito Rojo, de haberse decidido nolimitarla a un solo pas, as como a los partidos de lasnaciones que se habran visto ms afectadas por la re-

    volucin permanente, en el supuesto de que esas dos pro-puestas de Trotsky hubieran prevalecido en Mosc.

    Sin embargo, la cuestin medular no estuvo en las diver-gencias tericas planteadas por Trotsky, sino en la lucha

    por el control del poder y su consiguiente denuncia de laexcesiva autoridad acumulada por Jos Stalin. En realidad,

    el grueso de la argumentacin polmica que a la larga am-bas partes llegaron a desplegar se escribi despus de laexpulsin de Trotsky y de la persecucin a sus simpati-zantes. Sin demrito de su valor terico, esa polmica nofue el motivo principal de la ruptura, sino la forma en queambas partes rivales procuraron legitimar sus respectivas

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    posiciones. De haberse tratado exclusivamente de un con-flicto entre dos propuestas estratgicas, quizs sus conse-cuencias no hubieran alcanzado tales extremos represivosy tan enormes costos polticos.

    En cualquier caso, al menos en los primeros tiempos, lacontroversia entre los comunistas y trotskistas latinoame-

    ricanos en las diversas formas que ella tomara, de nue-va cuenta fue un reflejo local de remotas controversias deultramar. Una confrontacin que no ataa a los temas y

    posibilidades latinoamericanas, pero que vino a fraccionara las izquierdas nativas por razones ajenas al inters desus pueblos.

    Luego, posteriores eventos le fueron agregando otros mo-tivos a la divergencia inicial, pues con el tiempo a las dis-crepancias y resentimientos se les aaden estilos y culturas

    polticas que se realimentan a s mismos. La paradoja esten que algunos viejos reflejos todava subsisten cuandosus motivos originarios hace mucho dejaron de existir

    as fueran ellos la revolucin permanente o la puja porel poder, e incluso cuando la bandera roja ya ni siquieraondea sobre el Kremlin.

    Esto no niega que la controversia tuvo distintas conse-cuencias intelectuales e ideolgicas de amplio inters. Aa-di ocasiones de rediscutir la naturaleza y las alternativas

    del socialismo y de sus relaciones con las dems corrientespolticas. Gener mbitos adicionales de pluralidad refle-xiva, entre quienes evitaron alinearse con la III o con laIV internacionales se increment la pluralidad ideolgicadel socialismo e incluso entre algunos de los partidosleales al liderazgo sovitico.

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    Al cabo, eso fortaleci el campo del marxismo y el socia-lismo independientes, y el del marxismo acadmico, quepasara a tener mayor influencia en las ciencias sociales,propiciando nuevos desarrollos y aplicaciones del pensa-miento de izquierda no subordinadas a las prioridades delinters y el control estatal o partidista, as como mayordilogo con las corrientes progresistas ajenas al marxis-

    mo. Adems, aunque con el tiempo las filas de la corrientetrotskista mermaron, sta se instal a la izquierda del es-

    pectro, adjudicndose una funcin de vigilante crtica delas dems tendencias y conductas de izquierda, inclusocon olvido de la crtica a las derechas.

    De la guerra caliente a la fra

    Ante la Gran Depresin, el crecimiento de la amenazafascista y la II Guerra Mundial, la estrategia de aliar lasfuerzas democrticas suaviz antagonismos. Quienes de-

    ban contribuir a la derrota del enemigo principal se con-

    cedieron una tregua, desde el gobierno de Franklin D.Roosvelt hasta las izquierdas latinoamericanas, compro-metidas con el antifascismo. La poltica delBuen Vecinono slo distendi relaciones, sino que finalmente propiciel abandono del discurso antimperialista y socializante dealgunos veteranos partidos reformistas, como el APRA y lavenezolana Accin Democrtica (AD), que se acogieron a

    la excusa de que era el imperialismo quien haba cambiado,a fin de acomodarse a la situacin prevaleciente.

    En contrapartida, en el perodo de la II Guerra Mundial ylos primeros aos 50, en Sudamrica surgieron dos grandesmovimientos nacionalistas y reformadores de origen mi-

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    litar, con respaldo popular u obrero y con participacin desegmentos de la clase media y el empresariado, que al-canzaron importante proyeccin social: en Argentina el

    peronismo y en Bolivia el Movimiento Nacionalista Re-volucionario (MNR). A su manera, en Brasil el obrerismoo trabalhismo encabezado por Getulio Vargas tuvo simi-litudes con esos movimientos, aunque con origen y lide-

    razgo civil.

    En los tres casos se trat de procesos y dirigencias so-ciopolticas de perfil antioligrquico, populista, corpo-rativo y estatizante, que usaron mtodos autoritarios paraintroducir reformas institucionales y robustecer la sobe-rana nacional. Igualmente, de procesos que ganaron laadhesin de la mayora popular y obrera en detrimentode las izquierdas previamente establecidas, y que man-tuvieron una heterogeneidad social y una ambigedad

    poltico-ideolgica ante la cual dichas izquierdas tuvierondificultades y errores para identificar el carcter de esosmovimientos. Una visin dogmtica y exclusivista les

    dificult percibir los contenidos populares y progresistaspresentes en esos fenmenos, para asumir una actitudpoltica ms adecuada frente a los mismos y entre la masade sus seguidores.

    Ms all de eso, dentro de cada uno de estos movimientosse form una corriente de nacionalismo populista o de iz-

    quierda nacional que asimil retazos de la cultura socia-lista, aunque al margen de los partidos de esa filiacin yde los partidos comunistas. En Brasil y Bolivia eso antiene huellas en la forma de partidos o corrientes sucesorasde aquellos movimientos, y en Argentina a travs de la iz-quierda peronista.

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    su campo de influencia, casi siempre el de Estados Uni-dos. Durante varios aos, los contados esfuerzos tempora-les de neutralidad y adhesin al Movimiento de los Pases

    No Alineados slo pudieron expresar una aspiracin sim-blica ms que una ejecutoria real. Lejos de la relativaefectividad que el neutralismo alcanz en el mbito afroa-sitico, a la sombra de la Guerra Fra cada proceso o r-

    gimen poltico latinoamericano pronto fue calificado ytratado segn su supuesta o efectiva adscripcin a uno uotro de esos dos campos de influencia.

    Aun as, pese a la atmsfera anticomunista dominante, repe-tidas veces los esfuerzos por recuperar la democracia formaldieron lugar a coincidencias y cooperaciones temporales en-tre las izquierdas y determinados segmentos de los partidosreformistas y liberales. Adems, promovi una cultura pol-tica de defensa de la democracia frente a cualquier autorita-rismo, pese a las limitaciones que esa democracia pudieratener. Aunque bajo ese clima opresivo las izquierdas de lapoca no estuvieron en capacidad de realizar la Revolucin

    que proponan, el mrito de sus luchas por defender o recu-perar los derechos democrticos y por formar y movilizarcuadros para ese fin, fue indiscutible. La cada de cada unode aquellos dictadores se propici a travs del clima de mo-vilizacin social articulado principalmente por las izquier-das, aunque ellas no fueran las beneficiarias de su xito.

    En ese contexto, comunistas, socialistas, nacionalistas re-volucionarios y simpatizantes de otras corrientes de iz-quierda contribuyeron decisivamente a lograr los progresossociales y polticos consagrados en las nuevas Cartas cons-titucionales que varios pases latinoamericanos adoptaronen los aos de la posguerra.

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    Las revoluciones de los 50

    Al Sur, en la primera parte de los aos 50 la experienciams sobresaliente fue la Revolucin boliviana, por lastransformaciones que logr y tambin por sus consecuen-cias polticas y conceptuales. Sorprendidos por los acon-tecimientos, comunistas y trotskistas coincidan en calificar

    al Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) de fas-cista7 y en desconocerlo como una opcin de izquierda,

    por lo que al cabo ambos vieron a la Revolucin desarro-llarse sin influir en su curso. Esto a su vez contribuy aempantanarla y a que el proceso luego retrocediera, ense-guida de que el propio MNRsinti que haba desatado un

    proceso que desbordaba las intenciones de sus iniciadores,

    y procur refrenarlo.

    Agregndose tardamente a un movimiento que haba deto-nado sin ellos, comunistas y trotskistas apoyaron el golpedel general Ren Barrientos, quien en vez de reanudarlo

    poco despus reprimira a los mineros y estudiantes revo-lucionarios. Tales desencuentros entre el proyecto nacional,

    el proyecto social y el proyecto democrtico acabaran in-crementando las inestabilidades propias de una revolucininconclusa. Pero, derrotada la oligarqua, nacionalizadaslas minas y hecha la reforma agraria, el pas ya no volvia ser el mismo.

    En el rea mesoamericana, conviene recordar otras cuatro

    experiencias de ese entonces. Una, el dramtico final delesfuerzo de Jorge Elicer Gaitn, en Colombia, por refor-

    7 De la misma forma en que el Partido Comunista argentino descalific al pero-nismo, lo que le impidi un adecuado tratamiento de ese fenmeno. El trotskismoargentino evalu ms apropiadamente al movimiento peronista.

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    mar las causas estructurales del atraso y la violencia so-ciopolticos desde las posiciones de un liberalismo popularde vocacin socializante. Lder indiscutido del partidomayoritario, Gaitn fue asesinado poco antes de las elec-ciones, lo que desat una enorme sublevacin popularque no alcanz a transformar al pas porque careci deconduccin poltico-partidaria. Cerradas las puertas a toda

    expectativa reformadora, ello deriv en un movimientoguerrillero que, pasando por distintas concepciones y lide-razgos, 55 aos despus an prosigue.

    Otra, el derrocamiento del gobierno democrtico del coro-nel Jacobo rbenz, en Guatemala, por medio de una in-vasin mercenaria que el gobierno de Estados Unidosauspici sin disimulos. Con todo, la Revolucin guate-malteca apenas se haba propuesto una prudente polticade apertura democrtica y de discreta independencia diplo-mtica, as como una moderada reforma agraria que, sinembargo, poda afectar intereses de la United Fruit Com-

    pany, una poderosa empresa bananera norteamericana. La

    sospecha de que tales pasos, junto al apoyo que los comu-nistas guatemaltecos le declararon al gobierno constitu-cional, pudieran derivar en direccin a un alineamientoantiestadunidense, bastaron para disparar ese desenlace, yuna larga secuela de regmenes contrainsurgentes y terro-rismo de Estado.

    Ello interrumpi violentamente un proceso democrtico ymodernizador, que el gobierno norteamericano de la pocainterpret a la luz de la Guerra Fra, an antes de la Re-volucin cubana. Las frustraciones as provocadas dieronlugar a sucesivos movimientos guerrilleros y a una abruma-dora y persistente estrategia represiva contra las poblacio-

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    nes que pudieran servir de entorno social a los insurgentes,al costo de millares de vidas y desarraigos. Aunque laguerrilla al cabo de 35 aos se desmoviliz a cambio deun conjunto de reformas sociales y polticas, la violenciaextrajudicial de derecha contina y al pas se le frustr sumejor oportunidad de modernizacin.

    Asimismo, la cautelosa Revolucin costarricense de 1948,generalmente atribuida a la socialdemocracia de ese pas,que impuls significativas reformas de perfil socialmente

    progresista las llamadas garantas sociales pero evitentrar en colisin con la poltica norteamericana de la Gue-rra Fra. De hecho, esas reformas haban sido adoptadas por

    una alianza gobernante de socialcristianos y comunistas,que poco despus sufri un alzamiento armado destinado aderrocarla. No obstante, el acuerdo que puso trmino a laguerra civil incluy tanto deponer al gobierno, abolir alejrcito y proscribir al partido comunista y sus simpatizan-tes, como el compromiso de respetar dichas garantas, pe-se al derrocamiento del gobierno que las haba instaurado.8

    El respeto a dichas garantas sociales no solo posibilitpactar el cese del conflicto, sino que hizo de Costa Rica elpas socialmente ms avanzado de Centroamrica. As, pa-radjicamente, en una nacin pequea y de escaso intersestratgico para Estados Unidos, ello prohij un hbrido enel que un desarrollo socialdemcrata se combin con una

    poltica exterior ajustada a las preferencias de Washington,lo que le permiti al proceso desenvolverse sin mucho

    8 Cuando unos aos despus los socialcristianos pudieron reintegrarse a la vidapoltica costarricense lo hicieron repudiando toda relacin con sus antiguos alia-dos, que permanecieron en la ilegalidad.

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    ruido pero relativa tranquilidad. Fruto y garanta de esemodelo fue un sistema poltico bipartidista que, sin em-bargo, medio siglo despus ha empezado a desmoronarse.

    Y finalmente, en Venezuela tras sendas rebeliones en dosimportantes guarniciones militares, la articulacin de unamplio movimiento de protesta civil derroc la dictadura

    de Prez Jimnez. Su xito fue posible al combinar los re-cursos polticos de los partidos tradicionales y de un vi-goroso movimiento popular inspirado, principalmente,

    por el Partido Comunista de la poca. Sin embargo, actoseguido los partidos socialdemcrata y socialcristiano,excluyendo al comunista, suscribieron el pacto de PuntoFijo, por medio del cual establecieron los compromisos

    polticos que acotaron los lmites institucionales de unademocracia cupular que, adems de excluir a las izquierdas,eludi realizar los cambios estructurales ms importantesque se esperaban de ese proceso.

    Eso permiti consolidar un rgimen de democracia tole-rada formal y representativa, que fue respetuosa de los

    derechos ciudadanos en tiempos en que menudeaban lasdictaduras militares. Aun as, fue un sistema poltico ex-cluyente para determinados actores e insuficiente paradesahogar demandas sociales de creciente complejidad,lo que 30 aos despus la llegara a caracterizar como unademocracia insatisfactoria. Estas limitaciones y la ne-cesidad de reformar el sistema para darle mayor apertura

    participativa, marcaran los comportamientos polticosvenezolanos hasta el final del siglo.

    Las divergentes consecuencias de las revoluciones guate-malteca y costarricense permiten una observacin adicional:en la atmsfera de la Guerra Fra, all donde el aconteci-

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    miento tuvo apoyo del pequeo partido comunista y pareciamenazar a una influyente transnacional norteamericana,la calificacin ideolgica y la represalia contrarrevolucio-naria fueron muy duros. Mas donde no haba intereses es-tadunidenses bajo real o presunta amenaza, se dispensuna considerable tolerancia justificada adicionalmente porla proscripcin de los comunistas y sus simpatizantes, aun-

    que las reformas emprendidas fueron mayores. Haciendoabstraccin de sus respectivas caractersticas etnoculturales,a la postre Costa Rica por un largo perodo constituy el

    pas centroamericano con mejor evolucin sociopoltica ycultural, y Guatemala el ms atrasado y opresivo.

    Teln de fondo, en el XX Congreso del PCUS la dirigenciasovitica hizo la denuncia pblica de los errores y atroci-dades del rgimen estalinista y anunci un proceso dereformas, que luego infortunadamente se estanc, pesea que en esa poca el pas alcanzaba sus mejores tasasde desarrollo econmico. La ocasin fue propicia noslo para suprimir los excesos dogmticos y abusos del

    poder, sino para flexibilizar el debate acadmico y laslibertades pblicas, y para estimular la creatividad inte-lectual y cientfica indispensable para superar a EstadosUnidos en la arena econmica.

    Sin embargo, en otros campos, esa ampliacin de liberta-des resquebraj el control del llamado campo socialista

    ocasionando crisis centrfugas como las de Hungra yChecoslovaquia, que amenazaron la integridad del siste-ma. Adems, surgi un amenazador desentendimientocon China, cuyo liderazgo no comparta esa intencin deapertura. All, como en la propia URSS, otras dirigenciasconsideraron riesgoso abandonar las prcticas verticales,

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    centralistas y dogmticas del estalinismo, que hasta en-tonces haban asegurado la cohesin de ese heterogneoconjunto de naciones. Para preservarlas, impusieron res-tringir las reformas anunciadas en el XX y el XXII Con-gresos del PCUS, frustrndolas con el largo estancamientode tiempos de Brzhnev, durante el cual el pas soviticodej esfumarse la dinmica competitividad que ya haba

    empezado a mostrar.

    El deshielopost estalinista precipit a una dramtica rup-tura de grandes alcances con la China de Mao Zedong,donde las prcticas estalinistas se radicalizaron en lugarde mitigarse. Por lo contrario, se combinaron con un inten-so voluntarismo revolucionario y crecientes expresiones

    de resentimiento nacional contra la Unin Sovitica, de lacual hasta entonces China haba recibido cuantiosas ayudas.

    En Amrica Latina, aquellos acontecimientos tuvieronefectos cruzados: unos militantes los asimilaron y siguieronadelante, otros se trasladaron a organizaciones progresis-tas desvinculadas de la URSS, y algunos desistieron.9 Sin

    embargo, durante ese mismo perodo la Unin Soviticaiba a recuperar amplias simpatas alrededor del planetagracias a gestos de tanta relevancia como su defensa de lanacionalizacin del canal de Suez o el respaldo que mstarde le dio a los movimientos afroasiticos de liberaciny a la Revolucin cubana, que la mostraron como un poder

    capaz de contener la hegemona estadunidense y solidari-zarse con las causas del Tercer Mundo.

    9 Lo cierto es que la militancia latinoamericana estuvo muy lejos de sospecharque los horrores estalinistas existan, y que tras el XX Congreso del pcus la ma-yor parte de la misma confi en que esos errores enseguida seran definitiva-mente subsanados.

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    Por otro lado, en el plano terico, la crtica a las polticasdel estalinismo abri las puertas a la revisin de sus secue-las ideolgicas, lo que en el perodo subsiguiente estimulel marxismo acadmico y antidogmtico, y la renovacinde la sociologa, la investigacin histrica y la filosofaafines al marxismo, con notable participacin de autoreslatinoamericanos. En especial, en los temas relativos a la

    obra del joven Marx, el humanismo marxista, las particu-laridades de Amrica Latina y de su periodizacin hist-rica, as como la teora de la dependencia.10

    No obstante, el desarrollo terico e ideolgico de las iz-quierdas de la poca alcanz xitos de mucho mayoraliento que los obtenidos en su prctica de organizacin yde crecimiento polticos.

    La revolucin cubana

    Sin duda, por largo tiempo el estmulo que ms contribuya movilizar a las izquierdas latinoamericanas, y a impulsarnuevos desarrollos creativos de su investigacin, pensa-miento y movilizacin poltica fue la Revolucin cubana.

    Al final de los aos 50, durante el ciclo de las luchas contralas dictaduras implantadas en el rea de la Cuenca del Cari-

    be, el siguiente tirano en caer fue Fulgencio Batista, derro-

    10 Sin pretender una lista exhaustiva, puede mencionarse a Hctor Agosti, Clodo-miro Almeida, Jos Aric, Rodney Arismendy, Sergio Bag, Longino Becerra,Agustn Cueva, Orlando Fals Borda, Pablo Gonzlez Casanova, Andrs GunderFrank, Nstor Kohan, Rodolfo Mondolfo, Diego Montaa Cuellar, Anbal Quija-no, Jos Revueltas, Darcy Ribeiro, Emir Sader, Adolfo Snchez Vzquez, Enri-que Semo, Ludovico Silva, Ricaurte Soler, Nelson Werneck Sodr y Ren Za-valeta Mercado, entre varios ms.

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    tado por una audaz combinacin de resistencia popularurbana y guerrilla rural. Al respecto, conviene puntualizarciertas caractersticas de ese acontecimiento histrico,

    pues durante el siguiente decenio determinadas interpre-taciones de lo acontecido sirvieron para plantear algunasextrapolaciones equvocas sobre sus posibles derivacio-nes latinoamericanas.11

    1. En primer lugar, a Batista lo derrib una rebelinde amplia base ciudadana, surgida de una profusaresistencia urbana de fuerte inspiracin cvica, asen-tada especialmente en la clase media.12 La genera-cin que en los aos 50 se iniciaba en la poltica te-na abuelos que narraban la zaga de la insurgencia

    mambisa13 y padres que recordaban la resistenciacontra la dictadura de Gerardo Machado. La historiaan estaba viva en el ejemplo y las letras de JosMart, cuyos textos eran familiares a cada estudiante.

    2. Una de las primeras formas de la rebelin fue elMovimiento, nombre informal de varios grupos es-

    pontneos, sin conexin mutua, donde los jvenesantibatistianos discutan la situacin e ideaban for-mas de enfrentarla. De esos grupos, el dotado dems fuerte liderazgo y visin fue sin duda el que un

    11 Estas lneas no pretenden hacer un anlisis histrico del desarrollo inicial de laRevolucin cubana, lo que constituye otro tema. Aqu slo se abordan ciertos

    puntos cuya inexacta interpretacin motiv algunas generalizaciones desacerta-das sobre el asunto que interesa al presente ensayo: el papel de los modelos,mtodos y objetivos en las izquierdas latinoamericanas.

    12 Su conversin en movimiento guerrillero y campesino slo ocurrira en los si-guientes aos.

    13 Mambises eran los insurgentes cubanos y sus ejrcitos, alzados en las dos gue-rras contra el yugo colonial espaol, en 1868-78 y 1895-98, la segunda de ellasconvocada por Mart, quien all muri en combate.

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    26 de julio, al mando de Fidel Castro asalt el cuar-tel Moncada hace ya ms de 50 aos. Esta fue unaaccin urbana que le proporcion referente, nom-

    bre y lder comunes a todos esos grupos, y que pocodespus igualmente les dio un ideario, contenidoen La historia me absolver, el discurso con queFidel sustent ante el tribunal las razones ticas,

    histricas y sociales de aquella accin.

    3. Como el Programa del Moncada, ese discursoofreci una propuesta de amplia aceptabilidad so-cial. Para caracterizarlo ahora habra que llamarlosocialdemcrata o progresista; sus pginas no su-gieren intenciones socialistas. De otro modo, no

    hubiera convocado la adhesin que enseguida con-cit, en uno de los pases ms codiciados, vigiladosy penetrados por los intereses norteamericanos,donde los prejuicios anticomunistas haban sido in-tensamente sembrados.

    Lo que en otras palabras significa que desde el pri-

    mer momento Fidel aplic una de sus mximasfundamentales, aunque no siempre una de las mscitadas: ser revolucionario es hacer en cada momen-to lo ms revolucionario que en ese momento se

    pueda hacer.

    4. Cuando Fidel sali al exilio la resistencia urbana

    prosigui. Adems, lo hizo con mayor coherenciay efectividad a escala nacional, pues ya tena nom-

    bre, lder, programa y mtodo de accin: los cubanosleales al legado martiano y a la gesta de los aos 30volvan a la lucha armada. Cuando los expedicio-narios del Granma desembarcaron en Cuba el Mo-

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    vimiento urbano tena articulacin nacional, los es-taba esperando y se haba tomado a tiros la ciudadde Santiago de Cuba para distraer las fuerzas de ladictadura.

    5. Cierto es que en los primero das esos expediciona-rios fueron diezmados y slo un frgil puado lo-

    gr reagruparse en la Sierra Maestra. Sin embargoa los pocos das una columna de 50 jvenes, consus armas, subi desde la ciudad de Santiago a re-forzarlos. Durante un prolongado perodo, el Llanosostuvo a la Sierra, pese a que los combatientes ur-

    banos eran ms vulnerables que quienes estaban enla montaa. Slo en los ltimos 10 meses la guerri-

    lla rural se hizo autosostenible y nunca cont conms de mil quinientos efectivos en armas. Cuandosus columnas entraron a Santiago y La Habana, s-tas ya se haban sublevado.

    6. No obstante, hazaas militares como las crecientesderrotas al ejrcito tradicional y laInvasin al oc-

    cidente de la Isla fueron decisivas para colapsar alrgimen de Batista y los grupos socioeconmicosque lo respaldaban. En las serranas, el Ejrcito Re-

    belde se convirti en una fuerza armada campesinacapaz de culminar la obra de los ejrcitos mambises,y su irrupcin en los centros urbanos sera conclu-yente para eliminar y sustituir al ejrcito tradicional,

    y decidir la cuestin del Poder a favor de la corrientems revolucionaria.

    7. El mtodo de lucha adoptado no haba sido previstoni compartido por el antiguo partido comunista.Pero eso no significa que Fidel y el pequeo crcu-

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    lo de sus ms ntimos actuaban sin una gua ideo-lgica coherente. Fidel haba ledo a Lenin y en al-gn momento se lo recomend a Abel Santamara;ms tarde reclut en Mxico al ChGuevara, quientena conocimientos del marxismo. Una fresca yoriginal interpretacin marxista de las posibilida-des cubanas ayud a concebir aquella estrategia de

    lucha, pero no se habl del asunto ms que lo in-dispensable. Por ejemplo, Vilma Espn, heronaque fue una de las primeras dirigentes nacionalesdel Movimiento, no escuch hablar de marxismohasta despus de haberse terminado la guerra.14

    8. El primer Programa del Movimiento 26 de Julio,redactado entre otros por Jos Pazos y Regino Bo-ti en los primeros meses de la Revolucin, adapta la realidad cubana la estrategia de desarrollo queen aquella poca la CEPALliderizada por un grupode intelectuales progresistas encabezado por RalPrebisch le propona a los pases latinoamerica-

    nos. De hecho, las primeras iniciativas de la Revo-lucin cubana coincidieron con lo que ese organis-mo regional recomendaba y fueron su aplicacinms completa.

    Frente a la poltica de agresin contrarrevoluciona-ria desatada por Estados Unidos, las grandes nacio-

    nalizaciones y reformas emprendidas en los dosprimeros aos se adoptaron con base en su propia

    14 Ver varios testimonios sobre estos temas en la revista Santiago, Universidad deOriente, Santiago de Cuba, nmero 11 de junio de 1973 y nmero 18-19 de ju-nio y septiembre de 1975.

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    lgica y en la fuerza de la aceptacin social que elmomento propiciaba, como acciones de legtimarespuesta en defensa de la dignidad del pas. Slodespus de la victoria de Playa Girn esas medidasseran explicadas o sustentadas en trminos socia-listas.

    9. Recin concluida la guerra contra Batista, todavaen algunos partidos comunistas latinoamericanosse calificaba a los integrantes del Movimiento 26de Julio como aventureros pequeo burgueses.En 1960, Blas Roca uno de los dirigentes comu-nistas cubanos ms prominentes dictamin que loque estaba a sucediendo en Cuba corresponda alo que se ha definido como una revolucin demo-crtico burguesa en los pases coloniales, semicolo-niales o dependientes, o sea, una revolucin agrariay antiimperialista.15

    Con menos perspicacia, a inicios de 1961 un fasc-

    culo mimeografiado por la clula trotskista de lostrabajadores ferroviarios cubanos todava estigma-tizaba a Ernesto ChGuevara como un aventurero

    pequeo burgus opuesto a que la Revolucin to-mara rumbo socialista.

    La admiracin suscitada por la Revolucin cubana

    enseguida despert un enorme caudal de simpatasy solidaridades, que atrajo a millones de latinoameri-canos como a millones de cubanos hacia una ori-

    15 En 29 artculos sobre la Revolucin cubana, Publicaciones del Comit Munici-pal de la Habana del Partido Socialista Popular, 1960, p. 20.

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    ginal y palpable izquierda fidelista que no requerademasiadas precisiones doctrinales. Muchos latinoa-mericanos desearon un futuro similar para sus pases,sin que esto necesariamente significara creer queera preciso alzarse en armas, aunque no pocos j-venes sintieron tentaciones guerrilleras. Como, tam-

    bin, algunos cubanos se vieron intuitivamente atra-

    dos por la idea de proseguir la gesta en cualquier pashermano. Las Cien preguntas a un guerrillero, deArmando Bayo,16 as como los Pasajes de la guerrarevolucionaria de Ernesto Che Guevara fueron co-

    piosamente reeditados.

    La extrapolacin izquierdista

    El hecho de que una clida revolucin socialista latinoa-mericana surgiera al margen de los cnones preestablecidosabri un parteaguas entre una parte de la izquierda tradi-cional y las nuevas izquierdas atradas o promovidas por esarevolucin. Pero ms all del sano debate, al poco tiempoalgunas tergiversaciones elaboradas a la izquierda de laverdad histrica invadieron la escena.

    El hecho es que la experiencia cubana nunca prob queun pequeofoco guerrillero pueda atraer a un pueblo a laguerra revolucionaria; en Cuba la resistencia social em-

    pez antes que la guerrilla, y el Llano sostuvo a la Sierradurante un importante perodo, hasta que ella pudo soste-nerse a s misma.

    16 El ex general de la Repblica espaola que entren en Mxico a los expedicio-narios del Granma.

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    Mucho menos demostr que fuera posible alzar a las ma-sas y ni siquiera al proletariado convocndolas a nom-bre de un proyecto socialista y antimperialista radical. EnCuba la gente se rebel porque repudiaba los latrociniosy abusos de la tirana y porque un joven dispuesto a jugar-se la vida como Fidel lo demostr tanto en el Moncadacomo en el Granma y en Playa Girn les ofreci un pro-

    yecto cvico, socialmente fraternal y moralmente crebledentro de la cultura poltica de su pas y su tiempo: lo msrevolucionario que aquel momento poda aceptar.17

    Por qu la tenaz fortaleza del proyecto cubano? En primerlugar por ser insospechablemente endgeno. Ninguna in-ternacional poltica, ni ninguna conspiracin o asesora

    fornea lo indujo. Adems, porque a la reivindicacin de-mocrtica y de equidad social anunciada en el Programadel Moncada lo acompa un fogoso carcter patritico.Sus motivaciones populares desahogaron los viejos agra-vios ntimos que databan de la intervencin norteamericanade 1898, la frustracin del proyecto martiano y la tutelaimperial, as como la corrupcin de la democracia y las

    dictaduras as implantadas. Que este arraigado sentimien-to pudiera cobrar explicacin terica bajo el concepto deantimperialismo es algo que la mayora de los cubanosaprendi slo despus.

    Lo que conduce a preguntarnos: qu le sucedi a los si-guientes intentos insurreccionales de su tipo en Amrica

    Latina? A mi juicio, esos proyectos no siempre se basaron

    17 No tengo la menor duda de los extraordinarios mritos morales y polticos, delenorme talento, la incomparable honestidad de principios, la ejemplar modestiay la ilimitada valenta del ChGuevara. Sin embargo, cabe recordar que el Chlleg directamente a la Sierra y no conoci la mayor parte de la vida cubana si-no despusde la guerra.

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    en un efectivo conocimiento de la realidad donde iban aoperarse, comparable al conocimiento que Fidel Castrotena de la sociedad cubana de los aos 50. En cierta me-dida, los patrones ideolgicos adoptados de antemanosimplificaron en exceso o distorsionaron el examen de lasrespectivas realidades particulares. Aunque dichos intentosse inscribieran en los ideales de una vanguardia, no siempre

    se correspondieron con las condiciones, demandas y po-sibilidades efectivas de las distintas sociedades nacionalesa las cuales fueron propuestos. En otras palabras, haba de-sencuentros entre el mtodo de conocimiento y la uto-

    pa movilizadora a los que aluda Maritegui. En conse-cuencia, no siempre el voluntarismo revolucionario fueconsecuente con la mxima de hacer en cada caso lo msque el lugar y el momento efectivamente podan admitir.

    Se ha dicho que la propuesta de alentar guerrillas revolu-cionarias se refera a pases con caractersticas parecidasa las que haban prevalecido en Cuba. De ser ese el caso,eso bastara para explicar por qu les falt xito, pues las

    condiciones prerrevolucionarias cubanas tanto objetivascomo subjetivas no haban tenido paralelo en la mayorade las dems naciones de la regin.

    Aparte de los factores histricos que antes hemos evocadoy que se remontan a las guerras cubanas de liberacin na-cional, desde el punto de vista geogrfico y socioecon-

    mico la isla de Cuba era un caso especial. La suavidadgeogrfica y la industria azucarera le haba deparado unsistema de comunicaciones y transportes que integraba lamayor parte de su longitud territorial, articulando campos,fbricas y puertos donde se desplegaba una poblacinculturalmente bastante homognea y una clase trabajado-

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    ra organizada a casi todo el largo del pas. El acontecerpoltico cubano afectaba casi al unsono a la mayor partede su territorio y poblacin.

    Nada similar poda encontrarse en Bolivia o Nicaragua,donde los espacios demogrficos en los que tocaba inser-tarse a las izquierdas an permanecen desarticulados en

    segmentos tnicos y geogrficos recprocamente incomu-nicados no slo por la escasez de vas terrestres, sino pormltiples diferencias y hasta desconfianzas culturales. Vis-tas as las cosas, el pas guerrillero que por su integracin

    poblacional y su memoria revolucionaria tena mayoressimilitudes con Cuba era El Salvador. Todos los demsresultaban bastante diferentes. No en balde, el desarrollode la guerra en ese pequeo pas as lo corrobor, pues dehecho el FMLN nunca fue derrotado, a pesar de que comba-ti en circunstancias mucho ms adversas que las cubanas.

    Por otra parte, en muchos casos el papel del apropiadoconocimiento de las correspondientes realidades parti-

    culares se vio desbordado por determinadas concepcio-nes y prejuicios polmicos asumidos al margen de eseconocimiento. Por ejemplo, la insondable discusin en-tre el criterio que prevaleci en las dirigencias comu-nistas tradicionales de que la Revolucin cubana erauna experiencia singular e irrepetible, o el de que ellaaportaba un modelo inmediatamente generalizable a

    dems los pases latinoamericanos enarbolado por unaizquierda radicalizada. Engrosada esta ltima, pocodespus, por la adhesin de quienes secundaron las te-sis maostas, que reivindicaron para el Tercer Mundo lava campesina y la guerra popular prolongada, del cam-

    po a la ciudad.

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    Aqu se superponen cosas distintas y hasta incompati-bles. Por un lado, qu es lo que se cree posible hacer an-te determinada realidad, con los recursos disponibles(sobre todo considerando que esa es una realidad social,esto es, dotada de componentes culturales que se figuransus propias expectativas). Por otro, cmo las organiza-ciones y tendencias polticas que rivalizan entre s gene-

    ran argumentaciones y buscan aliados tanto en el pascomo en el exterior no slo para actuar sino para pre-valecer unas sobre las otras, a veces incluso por mediosviolentos. Y, tambin, cmo los aliados, necesidades ycontroversias de ultramar influyen sobre el curso del de-

    bate y, en particular, sobre la toma e instrumentacin dedecisiones locales.

    Al menos en lo que toca a Amrica Latina, la dirigenciasovitica generalmente desaprob la idea de animar la or-ganizacin de guerrillas. En su ptica, eso introduca ele-mentos de disturbio en el equilibrio del sistema mundial,que constitua su prioridad global. As pues, se argument

    contra esa opcin, aunque alegando otros motivos. A suvez, en su propia etapa, la dirigencia cubana como a suturno la de la China maosta vieron en esa alternativa la

    posibilidad de desgastar al imperialismo fomentndolemuchos Vietnams en diversas latitudes. Como tam-

    bin hubo quien vio la promocin de insurrecciones yguerrillas como una forma de defender al pas sede de

    la Revolucin desplazando la zona de conflicto haciaterritorios ms remotos.

    Es decir, la toma de decisiones no siempre se fundamenten las efectivas posibilidades y expectativas locales y en-dgenas, sino que se vio afectada por las concepciones

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    globales o el inters estratgico de otros grandes actores,a veces distantes. Por lo tanto, no siempre segn la expe-riencia cubana sino incluso a contrapelo de sus enseanzas.

    Al asumirse la teora pro guerrillera y su extrapolacinfo-quista como tesis de validez general, su aplicacin natu-ralmente tuvo efectos distintos en las diferentes realida-

    des nacionales. En Colombia, por ejemplo, las condicionesestaban dadas desde antes de la Revolucin cubana. En

    Nicaragua, con importante cooperacin externa, se logrderrotar a la dictadura e iniciar una transformacin del

    pas, aunque sin lograr la necesaria autosostenibilidad ypermanencia a la Revolucin. En El Salvador, pese a laexcesiva ideologizacin y la falta de consenso entre losgrupos insurgentes, el terreno fue propicio e incluso cons-tituy una reanudacin del movimiento revolucionario de1932, y slo un enorme esfuerzo norteamericano pudoimpedir su victoria.

    Pero en Bolivia como en Per o Venezuela, o el norte ar-

    gentino, las mejores intenciones y hombres no bastaronpara cambiar el estado de cosas existente, o mejor dicho,no para cambiarlas por esos medios. En el terreno prcti-co, ello demostr que los parecidos generales ms osten-sibles como ser igualmente pases subdesarrollados, conaltas tasas de problemas sociales y explotacin, con ciertohistorial de rebeldas, etc. entre pueblos de diversa forma-

    cin histrico-cultural, realidades geogrficas y demogrfi-ca diferentes, as como distintas experiencias, liderazgos yexpectativas, al final pueden dar lugar a comportamientos

    polticos poco similares. En otras palabras, realizar los mis-mos objetivos en mbitos dismiles requiere seleccionarmtodos diferentes.

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    Por eso merece considerarse por separado la insurreccindominicana de 1965, uno de los acontecimientos ms dra-mticos de su poca, y que se desarroll por otros medios.Bajo el liderazgo del coronel Francisco Caamao, partedel ejrcito y la mayora de la poblacin se rebelaron contrael rgimen golpista que haba depuesto al gobierno consti-tucional de Juan Bosch el primer gobierno verdaderamen-

    te democrtico en la historia de la Repblica Dominicana.Pese a la naturaleza esencialmente constitucionalista de lavictoria popular, sta sufri el contragolpe de una cruentainvasin militar estadunidense que impidi reinstalar aBosch y expatri a Caamao. Esto introdujo la srdidasucesin de reelecciones de Juan Balaguer ex ministrodel tirano Rafael L. Trujillo, bajo cuyo largo mandatonumerosos dirigentes populares fueron eliminados, decep-cionados o corrompidos.

    Con el pretexto de proteger a los residentes norteamerica-nos, la invasin impidi que un movimiento ciudadano, alcual el gobierno estadunidense consider potencialmen-te sospechoso de simpatizar con la revolucin cubanaaccediera a gobernar. As, en el contexto de la GuerraFra, Washington dej feroz constancia de que no permi-tira una alternativa de tales caractersticas en otro pasdel rea, aun al costo de actuar contra un gobierno leg-timo y democrticamente mayoritario. Y con esto, al

    pas intervenido se le cercen la mejor oportunidad de

    modernizarse, reconfirmndolo como una isla neocolo-nial y subdesarrollada.18

    18 Caamao conserv un inmenso prestigio en su pas. Sin embargo, al quererreemprender el movimiento revolucionario al frente de un grupo guerrillero, nogener una similar convocatoria social. Muri en heroica soledad en una esca-ramuza, con escasos efectos sobre la rutina poltica dominicana.

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    Aun as, en lo que toca a las guerrillas latinoamericanasde aquellos aos, todava faltan las fuentes y la distanciahistrica suficientes para ahondar en el tema y sus conse-cuencias tericas. Sin embargo, hay suficientes evidencias

    para volver sobre una observacin recurrente en estas pgi-nas. La de que las teoras generales son necesarias pesea que las tutelas globales ejercidas a su nombre sean in-

    deseables, pero que dichas teoras no bastan para tomardecisiones nacionales, con inapropiado conocimiento de las

    particularidades histricas, estructurales y socioculturalesde los respectivos pueblos y de sus dismiles posibilidadesy expectativas polticas.

    Una isla tenaz

    Aunque la mayor parte de la literatura sobre las izquierdaslatinoamericanas no suele incluir el tema de la nacin

    puertorriquea, ste es especialmente valioso para carac-terizar varios aspectos de la problemtica general de nues-

    tra Amrica, que en este caso se condensan, principalmenteen lo relativo a la dialctica entre los nacional y lo clasista,as como en lo que toca a las experiencias de los pueblosde la Cuenca del Caribe.

    A semejanza de las dems naciones latinoamericanas,en Puerto Rico las izquierdas han evolucionado como

    un movimiento plural y dinmico, constituido por ten-dencias distanciadas tanto por discrepancias polti-co-ideolgicas como por incompatibilidades personalesentre sus lderes. Lo que determin su diferenciacinrespecto a sus pares del Continente ha sido la cuestincolonial, que le otorg un aleccionador piso comn y

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    una fuente de diversidad a sus corrientes: el reclamo desoberana y autodeterminacin para la Isla, y los mediospara obtenerlas.

    Como nacin continuamente sometida a regmenes colo-niales el espaol y enseguida el estadunidense, sus iz-quierdas han evolucionaron bajo el imperativo de combinar

    de una u otra forma la cuestin poltica colonial con la pro-puesta socioeconmica orientada a construir una repblicacon justicia y solidaridad sociales.

    Tras la euforia pronorteamericana generada cuando lastropas estadunidenses expulsaron a las autoridades espa-olas, sobrevino el desencanto de que los nuevos mandosle negaron a los puertorriqueos tanto la categora de ciu-dadanos norteamericanos como la posibilidad de elegir asus propios gobernantes y decidir sus propias leyes. Enese contexto, las viejas corrientes anexionista y autono-mista de la oligarqua criolla asumieron un estilo polticoque combin los reclamos parciales con las muestras de

    fidelidad dirigidas a acreditarse como los mejores admi-nistradores locales para el nuevo poder colonial.

    No obstante, la dominacin estadunidense no slo impusoel idioma y las costumbres anglosajonas, sino que entregel pas al capital estadunidense interesado en la industriaagroexportadora del azcar. Al caaveralizarla superficie

    agrcola, amenaz las fuentes de subsistencia de las elitestradicionales y revitaliz el sentimiento y el discurso nacio-nalistas. A su vez, la industrializacin azucarera incrementla masa obrera vinculada al sindicalismo norteamericano y,as, al Partido Obrero Socialista de Estados Unidos. Ellenguaje clasista y las reivindicaciones de la izquierda

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    obrera se integraron a la aspiracin de incorporar a la Isla almovimiento socialista norteamericano, y las demandasindependentistas fueron estigmatizadas como seuelos dela oligarqua local para desviar al movimiento obrero desus objetivos clasistas.19

    Slo ms tarde surgi el Partido Nacionalista, que con el

    liderazgo de Pedro Albizu Campos agrup a quienes ante-ponan la cuestin nacional y cultural en un movimientoindependentista con sentido antimperialista aunque nosocialista. Este propuso una repblica de propietarioscriollos, orientada a la solidaridad patritica con desarrollocapitalista equilibrado, mediante la rectora de un Estadointerventor, cercano al modelo aprista. En respuesta, la

    autoridad colonial y las elites anexionista y autonomistadesataron una represin que enseguida encarcel a la di-rigencia nacionalista.

    En los aos 30, con Luis Muoz Marn a la cabeza, la iz-quierda moderada independentista dio lugar al Partido Po-

    pular Democrtico, favorable a lograr la soberana nacional

    y crtico del latifundismo azucarero. El PPD predicaba lareforma agraria y la industrializacin, y apoy las polticasdel New Deal impulsado por Franklin D. Roosvelt. Porotra parte, surgi el pequeo Partido Comunista, que se

    plante la lucha por la independencia y la revolucindentro de la ptica establecida por la III Internacional. En

    los aos 40, dentro de la estrategia de Frente Amplioadoptada por esa Internacional, muchos de sus cuadros se

    19 Lo que evoca el llamado de Rosa Luxemburgo a los obreros polacos, de militar conel movimiento proletario internacional sin dejarse distraer por las reivindicacio-nes patriticas de una nacin anexionada por un ocupante extranjero, a las quese consider reaccionarias.

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    sumaron al Partido Popular, en espera de un dilogo conWashington que permitiera concretar la soberana nacio-nal puertorriquea.

    Sin embargo, bajo el impacto de la doctrina Truman y laGuerra Fra el liderazgo dominante en ese partido prefirireplegarse al autonomismo, que supuestamente sera ms

    idneo para lograr la modernizacin econmica, descar-tando el proyecto independentista. A su vez, Washingtonacept que el gobernador de Puerto Rico fuera un nativoescogido por votacin popular, con lo cual en 1952 se es-tableci el rgimen que an se denomina Estado LibreAsociado (ELA), que durante muchos aos legitim ladominacin colonial, exhibindola como una tutela quefavorecera el desarrollo modernizador del pas.

    Ante el oportunismo del PPD, la izquierda independentistase escindi para constituir el Partido IndependentistaPuertorriqueo (PIP). ste enarbol una propuesta moder-nizadora y de proteccin de la economa nacional, en tr-

    minos cercanos a los capitalistas, frente a la hegemona delcapital estadunidense. El PIP se orient a crear una rep-blica democrtica de ciudadanos libres, iguales y solidarios,en cuya concepcin la herencia del nacionalismo liberal

    puertorriqueo predomin sobre el ideal socialista.

    Poco ms tarde, el intento insurreccional del Partido Nacio-

    nalista de Albizu Campos al que se le negaba toda posibi-lidad de beligerancia poltica legal sirvi de pretexto paraque el gobierno del Estado Libre Asociado desbordara laola represiva que suprimi a todo el liderazgo de esa orga-nizacin y al del reaparecido Partido Comunista, as comoa gran parte de los dirigentes del PIP. Contando con mayor

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  • 7/28/2019 Izquierdas Latinas

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