Gustavo Gall "El resto" Episodios 12 y 13

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Capitulo 2, Episodio 12 y 13 de "El resto", un relato de Gustavo Gall en Episodios por entregas.

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“El resto”

–un relato de Gustavo Gall

Capítulo 2 / Episodio 12

“Comienzo del viaje”

“Una vez que estás debajo de la tierra sabés exactamente donde te encontrás.

Nada puede sucederte, nada puede alcanzarte. Sos el único amo de vos mismo y no

tenés que consultarle nada a nadie ni preocuparte por lo que digan. Las cosas siguen

como siempre en la superficie; y vos dejás que así sea, y no te importa. Cuando lo

deseás subís y allí están las cosas esperándote”.

(Topo – de “El viento entre los Sauces”- de Kenneth Grahame)-1908

Antes de salir en dirección a la estación de trenes, Telli dejó una nota escrita para Luciana en la que avisaba que se marchaban hacia la Capital y que ya no tendría modo de cargar el walkie. No escribió nada sobre la muerte de su hermano. De cualquier modo no tenía muchas esperanzas de que ella regresara por allí. Era como arrojar una nota en una botella en medio del océano.

Emprendieron camino por la calle lindante a la vía hasta que no les quedó más remedio que subir al terraplén y caminar entre piedras y durmientes. Llevaban paso lento porque no había prisas ni motivos por los que malgastar las energías. Lo importante era llegar a una estación de trenes donde pasar las 21 horas de oscuridad de cada día. Luego

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esperar y aguantarse pacientemente hasta que renaciera la luz.

Lo más normal del mundo hubiese sido que dos extraños, solos en medio de un paisaje devastado y quemado por las radiaciones llovidas, con muchas horas sin hacer nada, charlaran y contaran cosas de sus vidas. Pero Telli y Pablina no tenían mucho entusiasmo por hablar del pasado, ni mucha intriga por conocer demasiado sobre el otro.

Dormían de a ratos. Mascaban chicles para engañar al estómago, y se hundían en sus pensamientos privados y herméticos. A Pablina le daba mucha pena ver como Telli lloraba en sueños. Notaba que era un buen tipo que había pasado por cosas muy angustiantes. Pero todos habían pasado por cosas angustiantes, la diferencia estaba en el modo de procesarlas de cada uno. Ella se sentía muy tranquila a su lado. No había en su cuerpo señales intuitivas que leyeran una amenaza en él por eso lo escogió como compañero de viaje.

El primer día pudieron haber llegado hasta la estación de General Pacheco, pero decidieron quedarse en Benavidez. La caminata había sido intensa para una primera vez, y no se cruzaron con ningún inconveniente durante el trayecto. Era mejor ser prudentes.

La estación estaba desierta y absolutamente limpia de presencia humana. No había esqueletos ni muestras de destrozos con violencia que indicara la reciente presencia de alguna Horda. Sí había síntomas de saqueos que debieron producirse en la primera y segunda fase, después del toque de queda.

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-Aquí hay un buen sitio donde refugiarnos- dijo Pablina, entrando en lo que alguna vez, seguramente, fue la oficina del jefe de estación. Era la única parte de la estación que conservaba el techo.

Limpiaron un poco los escombros del suelo y desplegaron las carpas aislantes que eran como pequeños iglúes metalizados, individuales. En algún momento, antes del toque de queda, unos años atrás, esas carpitas, a las que todos llamaban “burbujas” fueron muy populares y se vendían en todas partes. Eran muy prácticas si te sorprendía la lluvia de cenizas desprevenido en la calle. Por televisión enseñaban a usarlas y en los centros cívicos las entregaban gratuitamente. Plegadas cabían en un bolsillo, y al tenderlas una persona de estatura normal podía cubrirse perfectamente sin que las cenizas tocaran ninguna parte de su cuerpo.

Pablina se acurrucó en su burbuja y dejó a mano una linterna, su pistola y un libro que guardaba en uno de los bolsillos laterales de su mochila, protegido por una bolsa de plástico.

-¿Qué leés?- le preguntó Telli, intrigado. Hacía mucho tiempo que se había olvidado los libros y el ejercicio de la lectura.

-Es un libro que llevo conmigo desde hace muchos años, desde que era una niña. Lo leí tantas veces que ya me lo sé de memoria, pero me gusta y me hace bien leerlo- explicó y se lo acercó a su compañero.

-“El viento entre los sauces”...Kenneth Grahame...- leyó Telli en voz alta-. Nunca oí hablar de este libro. Parece un libro infantil, ¿no?

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-Si. Literatura infantil inglesa- explicó ella-. La historia es muy linda y entretenida. Pero más allá de la aventura que cuenta, este libro me salvó la vida, y lo que hizo este libro significó tanto para mí que decidí llevarlo conmigo para siempre, mientras viva, y lo cuido como un tesoro. Cuando muera van a tener que arrancármelo de mis dedos cadavéricos.

Telli sonrió. No hizo preguntas aunque sentía curiosidad por saber cómo un libro pudo haberle salvado la vida a alguien. Se acurrucó como un bicho bolita y se quedó dormido rápidamente. Sentía las piernas cansadas. Hacía mucho tiempo que no caminaba tanto y le dolían los pies.

Cuando volvió a abrir los ojos ya estaba completamente oscuro. Pablina seguía con la linterna encendida, leyendo su libro.

“Si se lo sabe de memoria, ¿para qué lo lee?”, se preguntó Telli. Estaba algo preocupado porque esa luz encendida en medio de tanta oscuridad lindante podía ser peligrosa. Ese tipo de cosas se las había enseñado Enzo. Además estaba gastando las pilas de la linterna, y, aunque tenían de reserva, no era necesario derrochar la energía de ese modo, sobre todo porque desconocían lo que les depararía el destino mas adelante. Pero no se lo dijo. Prefería evitar todo conflicto con aquella mujer porque todavía estaba tratando de entenderla y de conocerla. Había algo en ella que no terminaba de permitirle fiarse del todo. Durmió, en forma intermitente, varias horas más, y otras tantas las dedicó a pensar. Un hombre sometido a esas condiciones no tiene otra cosa más que sus pensamientos. Jugaba con sus

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pensamientos, fabricaba mundos y acomodaba los acontecimientos a su antojo, como si fuera Dios, o como si fuera el director de una película interminable. Ajustaba el pasado, los posibles pasados, adulterando los recuerdos. Y hacía lo mismo con un posible-imposible futuro imaginario. Por momentos le gustaba mucho más estar en ese mundo de ficción que en el mundo real, donde todo se había vuelto cruel y macabro. Con tantas horas de recogimiento obligado, el ser humano, o los pocos que quedaban de la especie, habían empezado a desarrollar mucho más la capacidad del pensamiento que la de la acción. Empezaban a volverse mentales, y esto hablaba de una nueva forma, de una nueva transformación que sería preponderante en el futuro. Si las horas de luz empezaban a achicarse aún más, como sostenían algunos pesimistas, entonces, a los hombres, no les quedaría mas remedio que vivir en un estado pasivo en la oscuridad, refugiados del exterior, como los topos, saliendo vagamente, de vez en tanto, para conseguir comida.

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Capítulo 2 / Episodio 13

“Tracción a sangre fría”

Con el primer atisbo de luz en el horizonte, la muchacha, ya estaba lista para continuar camino. A Telli le costó bastante esfuerzo ponerse en pie. Nunca había tenido que dormir en el suelo. Sus huesos doloridos extrañaron la cama de la Madriguera.

Ni siquiera se dieron los buenos días. Ambos preferían el silencio. Bebieron agua y comieron Cerealitas. El único comentario que se oyó fue:

-Daría cualquier cosa por una buena taza de café caliente- en boca de Telli.

Apenas se demoraron unos minutos en volver a emprender la caminata. Desde Benavidez hasta la estación de Pacheco no se detuvieron ni una sola vez. Tenían mucha prisa por llegar a cubrir el tramo hasta Bancalari. Pero en aquella estación, Pacheco, el panorama fue un poco diferente...

Había varios autos quemados cruzados en medio de las vías, y la estación en sí estaba sitiada y montada como un campamento gitano.

Telli y Pablina, que habían divisado desde lejos todo aquel montaje, se movilizaron agazapados por la caída del terraplén, bordeando el zanjón. Pablina llevaba una pistola en cada mano.

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-¿Para qué nos acercamos?- cuestionó Telli- Deberíamos rodear la estación y seguir por otro camino.

-¡No! Quiero ver de qué se trata. Además no hay otro camino. Más adelante tenemos que cruzar el Reconquista, y solo podremos hacerlo por las vías- dijo ella que se había estudiado muy bien el mapa.

-¿El Reconquista? Pero si es poco más que un arroyo podrido...- aseguró Telli- Ese basural acuático no tendrá más de treinta o cuarenta metros de ancho, como mucho.

-¿Y como pensás cruzarlo? ¿A nado o fabricamos un bote?- ironizó Pablina-. Lo más seguro es que sigamos el rumbo trazado y no nos apartemos de las vías.

Avanzaron un poco más y a lo lejos se escucharon risotadas y voces de personas. Entonces un brazo de Pablina cruzó por delante del torso de su compañero y lo obligó a ceñirse contra la pared de tierra del terraplén. En ese instante dos niños, un nene y una nena, de no más de ocho años, aparecieron acercándose al zanjón. Estaban vestidos con ropas de lluvia, y llevaban sus máscaras antigás levantadas por encima de la frente. Miraban con atención hacia las aguas putrefactas del zanjón, como buscando algo que se les habría perdido. Telli y la muchacha permanecieron pétreos en su sitio, sin hacer el menor de los ruidos, lo cual era muy difícil porque las tripas de Telli siempre estaban rechinando, quejándose de hambre. Pero hasta las tripas se acallaron. A los otros se les sumó un tercer niño, mayor que ellos, que llevaba en la mano un palo largo con un gancho en la punta.

-¡Ahí, ahí!- gritó la nena, señalando un punto dentro del zanjón. El mayor de los niños arrojó un zarpazo con el palo que repiqueteó fuertemente en el agua, salpicando a los

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lados. Erró. Volvió a intentarlo varias veces, cada vez acercándose más a la orilla, pero no lo conseguía, y los otros dos empezaron a impacientarse. El chico del palo se acercó tanto a la orilla que finalmente el trozo de la tierra cedió bajo su pie de apoyo y acabó cayendo de pie dentro del zanjón.

-¡Mierda!- exclamó Telli en voz baja.

-¡Bingo!- dijo ella- Ese es nuestro pasaje al otro lado...- y se asomó sin cuidado hacia donde estaban los chicos. Los otros dos, al verla, corrieron despavoridos en dirección al campamento de la estación. El chico que estaba metido en el agua se desesperó ante la presencia de la extraña, pero no pudo huir.

Pablina se le acercó rápidamente, guardando sus pistolas y tranquilizándolo...

-¡No te preocupes! Yo voy a ayudarte... ¡Tranquilo! ¡Somos amigos!

El chico, desconfiado y nervioso, intentó inútilmente subir a la orilla, pero fue peor... sus piernas se hundieron hasta las rodillas dentro del lodo, y sus manos, con las brazadas, también tocaron el agua. Más allá se veía la cabeza de una muñeca flotando boca arriba.

Pablina se recostó de lado en la orilla y extendió la pierna para que el chico se aferrase a su bota. No hizo falta que le dijera lo que tenía que hacer. El niño se agarró de ella fuertemente y en un par de movimientos, prácticamente, la escaló y se quedó prendido como un mono a la rama de un árbol.

-¡Ayudame Telli!- ordenó ella, y él rápidamente se desprendió de la mochila para socorrerla. En ese instante se

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escucharon ruidos de pasos que se acercaban a la carrera y los chasquidos de los cargadores de varias armas.

Pablina miró hacia arriba del terraplén y, tal como se lo figuró, había tres hombres apuntándoles con escopetas. Aún así volvió a ordenarle a Telli que la ayudara a terminar, y en el esfuerzo de un tirón lograron sacar al niño del agua.

-¡Rápido! ¡Sacate las botas!- le gritó Pablina.

-¿Quiénes son ustedes?- preguntó una voz ronca desde las vías. Pablina hizo caso omiso a la pregunta y asistió rápidamente al muchacho.

-¿Tienen yodo antiséptico, Decon, Rellics, o algo de eso?- les preguntó ella- Hay que limpiar rápido esto...

Los tipos, desconcertados, parecieron debatir por unos instantes, hasta que uno de ellos salió corriendo en dirección al campamento.

-Tranquilo...- le dijo ella al niño-... ¿cómo te llamás?

El chico no respondió.

-¿No tenés nombre? Bueno, no importa... N.N. Vas a hacer exactamente lo que te diga... Sacate despacio la ropa tratando de que las partes mojadas no te toquen la piel. Yo te ayudo...

-¿Es doctora?- preguntó el tipo de la voz ronca.

-Si- dijo ella. Mentía muy bien.

Enseguida apareció el otro hombre con una bolsa de polvo blanco como talco. Bajó el terraplén deslizándose como por un tobogán y se la entregó a Pablina sin dejar de apuntarla con su escopeta.

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-¡No hace falta que me apuntes, pelotudo! ¿No ves que no llevo arma? Ayudame con esto.

El tipo, desconcertado, miró al de la voz ronca como buscando su aprobación.

Rápidamente Pablina apartó un poco al niño y le dio las indicaciones de cómo espolvorearse las piernas y las manos, que eran las partes que habían estado en contacto con el agua.

-Te dije que el agua estaba envenenada...- dijo el tipo de la escopeta al de la voz ronca.

-¿Porqué está haciendo eso?

-¿No oyeron hablar de radioactividad? No entiendo como permiten a estos niños jugar cerca de este zanjón- dijo Pablina con la voz desafiante y agresiva.

Telli, que se había hecho a un costado, empezaba a comprender la técnica de la muchacha para relacionarse con los desconocidos y zafar.

-La mujer es doctora- explicó el de la voz ronca al hombre que trajo el polvillo.

-¡Ahhh! ¡Conrazón!- exclamó. Ya habían bajado las armas. Cuando el niño terminó de espolvorearse, ella echó un poco del talco sobre las partes mojadas del pantalón.

Un rato después estaban sentados en unas butacas arrancadas de auto, en el campamento, bebiendo café.

-¿No querías un café caliente?- preguntó Pablina a Telli- Ahí lo tenés.

Charlaron superficialmente con los dueños del campamento. Además de aquellos tres hombres y los tres

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niños, había un anciano y dos mujeres. Una de ellas estaba muy enferma, según habían dicho.

-Si no hubiesen estado ayudando al chico, y asomaban la cabeza por el terraplén, por más que llevaran un trapo blanco atado a un palo, les hubiésemos volado la cabeza sin preguntar- dijo el hombre de la voz ronca.

-¡Lo sé! Tuvimos suerte.

-Es que no queremos extraños cerca ni queremos que nadie se acople a nuestro grupo. Ya matamos unos cuantos “perdidos” que aparecían caminando por las vías. No nos gusta la gente extraña. Es peligroso confiar en nadie.

Pablina asintió sin decir nada al respecto. Se tocó la sien como si le doliera la cabeza.

-Nosotros no nos vamos a quedar. Estamos de paso- explicó Telli.

-¿Adonde van?

-A la Capital. Ella tiene su grupo por allá, esperándola.

El tipo sonrió sin sonreír. Los otros dos se mantenían a pocos metros, de pie, con sus escopetas en mano. El viejo estaba más allá, observando la escena, fabricando un atrapasueños con tres varas de mimbre.

-No hay nada en la Capital. Solo hay locos disparando a otros locos. Vas caminando por una calle y te disparan de cualquier ventana de un edificio así porque sí nomás.

-Ya ves... como ustedes- injirió Pablina-. Todos disparan contra todos. Así estamos.

-Nosotros lo hacemos para proteger este lugar. Somos los últimos de un grupo que estaba integrado por 25 personas.

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Todos se fueron muriendo en cadena. En menos de tres meses enterramos más cadáveres que en toda nuestra vida.

-¡Mal!- exclamó Pablina- No hay que enterrarlos, hay que quemarlos.

-¿Porqué murieron? ¿Por la viruela?- preguntó Telli.

-No sabemos. Tomábamos todas las medidas de precaución. Teníamos máscaras, medicamentos y una buena reserva de alimentos. Las armas las conseguimos en la comisaría. Tuvimos un arsenal. Pero siempre escapando de los saqueadores, siempre escapando... Hace poco nos establecimos acá, y estaba ese hombre solo...- y señaló al anciano-. Él nos permitió quedarnos. Y lo poco que tenemos lo cuidamos celosamente. Por eso no permitimos que se acerque nadie.

Había largos episodios de silencio en los que las miradas se cruzaban misteriosamente. Por momentos alguno de los tipos susurraba algo en una especie de dialecto interno que sonaba como guaraní, y entonces los tres estallaban en carcajadas grotescas. No se desprendían de sus armas cargadas, y uno de ellos (el que había ido a por el polvo Relics) caminaba dando vueltas todo el tiempo, nervioso.

Cuando el jefe de la voz ronca disparó un silbido al aire y dio un cabeceo de lado, los niños y el anciano desaparecieron de la escena. Pablina comprendió que algo raro estaba por suceder. Entonces tuvo una idea para dilatar el momento...

-¿Dónde está la mujer? La que está enferma... me gustaría verla. Ya les dije que soy doctora.

Los tipos se miraron entre sí.

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-Si... puede ser una buena idea...- murmuró el líder.

-¿Qué le pasa?

-Vaya y compruébelo usted misma... se dará cuenta enseguida...- respondió, y le ordenó al tipo que caminaba nervioso, que acompañase a la “doctora”. Pablina quiso agarrar su mochila pero el tipo no se lo permitió...

-Deje la mochila acá, y la campera que tiene puesta- ordenó apuntándola con la escopeta.

-Si no llevo mis elementos no podré atenderla.

-Vaya a verla primero y haga su diagnóstico...- insistió.

Pablina se quitó la campera y al instante asomaron las culatas de las dos pistolas que llevaba ceñidas a los costados.

-¡Caramba con la doctora!- exclamó el tercero de los tipos, y sin esperar la orden de su jefe se levantó del asiento y le sacó las pistolas. El otro seguía apuntándole.

-Revisala por si lleva algo más.

El tercer tipo repasó todo su cuerpo contorneándola con sus manos. La manoseó más de lo debido, deteniéndose en sus pechos y en sus caderas. Pablina no hizo un solo gesto, se mantuvo impávida. Los tipos reían con carcajadas de piratas malvados antes las jocosas insinuaciones del que la revisaba. Finalmente dio con el cuchillo que se sujetaba en su pierna, en una vaina anexada a su bota.

-¡Bueno, bueno, bueno! La doctora es toda una mercenaria.

En la cara de Telli se dibujó el miedo. Pero los tipos no le prestaban mucha atención. Él no les resultaba una amenaza. Ella sí.

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-¿Dónde está la mujer?

-Está en la que era la casa del jefe de estación- dijo el tipo de la voz ronca, que, ya se sobreentendía, era el líder y el que tomaba las decisiones.

Pablina se cubrió el rostro con la máscara y caminó en la dirección indicada. El tipo de la caminata nerviosa fue detrás suyo apuntándola. Al llegar a la puerta de la casita ella le pidió que la dejara entrar sola. El hombre se negó.

-Si querés que la revise vas a tener que obedecerme. ¿Si tiene algo contagioso? ¿Vas a exponerte?

Al tipo le molestó el tono y la actitud de la muchacha pero no le quedó más remedio que aceptar.

-Te doy cinco minutos para que la veas. En cinco te quiero aquí fuera diciéndome si la podés curar o no.

Pablina se levantó la máscara por encima de la cabeza y lo encaró parándose frente a él tan cerca que podía oler su aliento... La sien, del lado derecho, comenzó a latir...

-Voy a tardar lo que tenga que tardar.

-Tres minutos entonces- retó el tipo.

Ella volvió a calzarse la máscara y miró en la distancia... Telli seguía tomando su café , sentado, asustado, al lado de los otros dos hombres. Uno de ellos seguía de pie con la escopeta entre sus manos. Miró alrededor como si sus ojos fueran un scanner.

Entró en la casita. Por dentro parecía que el tiempo no había transcurrido y que el mundo no había sufrido el daño que sufrió, porque cada adorno se conservaba en su repisa, las cortinas seguían en las ventanas y hasta la alfombra del suelo del saloncito estaba en su lugar.

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-¿Hola?- llamó y no hubo respuesta.

Pasó al interior de la casita, el dormitorio, y allí estaba... La pobre mujer yacía de costado, durmiendo. Por la ventana que estaba junto a la cama entraba la suficiente luz como para ver todo el entorno de una habitación ordenada y limpia. Caminó hasta la cama y tocó el hombro de la mujer. Ella volteó y con ojos inestables intentó enfocarla. Parecía que volaba de fiebre. Pablina rodeó la cama y comprobó que la mujer tenía un inmenso vientre. Estaba a punto de parir le faltaba muy poco. También comprobó que llevaba las manos atadas y los tobillos, con fuertes cuerdas que se sujetaban a los cabezales de la cama. Tenía llagas en todo el cuerpo.

-¿Podés hablar?- le preguntó Pablina. La mujer balbuceó algo deforme que la otra no logró entender.

-Ahora vuelvo- le dijo. La sien le latía más fuertemente que nunca. Se acercó a la ventana del saloncito. Corrió un poco la cortina y comprobó que el tipo de la escopeta ahora estaba encañonando a Telli. El otro, el jefe, estaba revisando una de las mochilas, sacando todo lo que había dentro y arrojándolo al suelo.

-¡Mierda!- exclamó. Era su mochila. Ahí estaba la caja con las “pruebas fundamentales”, las cepas.

Rápidamente y sin que sus pasos se oyeran sobre el suelo de madera, se ubicó detrás de la puerta y esperó...

Al cabo de unos minutos el tipo que estaba fuera la llamó diciendo que se había acabado el tiempo, pero ella no le respondió. Desde la distancia, el de la voz ronca lo retó y le ordenó que entrase a buscarla.

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-¡Pero no me traje la máscara!- protestó el segundo hombre.

-¡Entrá igual, la concha de tu madre!- gritó el jefe.

-¡Ni en pedo!

Se escucharon sus pasos corriendo y luego regresando. Le habrían alcanzado una máscara. Finalmente entró en la casita con intenciones de sacar a la supuesta doctora. Llevaba la escopeta en alto.

-¿Doctora? Ya es suficiente... ¡Vamos!- dijo y asomó al interior de la habitación. En ese instante Pablina cerró la puerta con el pie y le propinó un golpe seco en el cuello con el borde interno de la mano, y en una misma maniobra le arrebató la escopeta. El hombre, ahogado, cayó sentado al suelo. Ella apoyó el doble caño en su frente...

-¡Hacé un solo movimiento y te quemo, hijo de puta!- advirtió con una voz susurrante pero lo suficientemente audible.

Tembloroso, el tipo, obedeció a Pablina y respiró con dificultad. Parecía que le estaba por dar un ataque a la vez que estaba muerto de miedo.

-Respondeme en vos baja y con calma... te estoy apuntando y tengo el dedo índice nervioso... La mujer... ¿Quién es? ¿Porqué la tienen prisionera?

El tipo no podía hablar. El golpe parecía haberle hundido la nuez.

-¿Quién carajo es ella? ¿Porqué la tienen atada?- insitió.

El tipo no respondió.

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Pablina lo empujó hacia el interior de la habitación, arrancó de un tirón la almohada que había bajo la cabeza de la mujer embarazada y la aplastó contra la cara del tipo. Apoyó fuertemente el caño y disparó. Este recurso, en las películas, funciona como silenciador, pero en la realidad no. La cabeza del tipo se partió como la cáscara de una nuez salpicando toda la pared. Pablina se acercó a la ventana de la salita y vio que los otros dos habían advertido el ruido del disparo, y ya se encaminaban hacia donde ella estaba, llevando a Telli como rehén por delante.

-¡Turco! ¿Está todo bien?- gritó el hombre de la voz rasposa.

Pablina salió por la pequeña ventana que había junto a la cama. Saltó hacia un pasillo muy angosto que rodeaba la casa. La pared opuesta era, en realidad, un vagón abandonado. Más allá, en la esquina de la casita, había un cerco de alambre y una pequeña puertita. Se recostó contra la pared, apuntó con la escopeta hacia el alambrado y esperó... Controló la respiración mientras en la frente volvía aquel latido. Sabía exactamente que los hombres irían por ahí en lugar de intentar entrar por la puerta de la sala. Lo sabía porque lo intuía y porque la vena de la sien latía furiosamente. Hubo silencio durante un largo rato, y finalmente... apenas asomó una cabeza por el final de la pared, ella disparó. ¡¡Blummm!! El disparo en plena cara del tipo de la voz ronca no le dio ni tiempo a reaccionar... cayó inerte como un muñeco decapitado. Ella dejó caer al suelo la escopeta al comprobar que el muerto llevaba en sus manos sus dos pistolas, las que le había robado un rato antes. Se hizo de ellas y, con la sagacidad de un soldado, saltó el

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protoncito, hasta quedar frente a frente con el tipo que tenía a Telli como escudo. Le apuntó directamente a la cabeza...

-Soltalo ya mismo si querés sobrevivir...- le dijo.

El tipo estaba boquiabierto tratando de entender qué era lo que había sucedido. En cuestión de segundos su jefe estaba muerto en el suelo y la inocente doctorcita adolescente lo estaba amenazando con dos pistolas.

-¡Lo suelto... lo suelto! Pero prometeme que no me matás...- suplicó el hombre mientras se orinaba en los pantalones. Sabía que no tenía opciones y que tenía todas las de perder. Con su escopeta no iba a poder hacer más que, en todo caso, disparar a su rehén y atenerse a las consecuencias.

-¡Bajá el arma despacio y soltá a mi compañero!- ordenó ella hablándole con los dientes apretados. Solamente con verla daba miedo.

-¡Está bien! ¡Paz!- dijo el tipo con la voz temblorosa mientras se agachaba para depositar la escopeta en el suelo. Pablina hizo un cabeceo de lado indicándole a Telli que se apartara. Telli lo entendió de inmediato y salto hacia un costado. En ese instante Pablina acribilló al hombre de la escopeta.

Telli no daba crédito de lo que estaba viendo. Se agarró la cabeza y entró en una especie de estado de shock. Pero la muchacha no se detuvo a atenderlo, corrió desesperadamente hacia el lugar donde estaban las butacas de auto para comprobar que las “pruebas esenciales” se salvaron de la requisa. Respiró aliviada. Todo estaba bien. Se sirvió una taza de café y volvió a acomodar todas sus cosas dentro de la mochila.

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Pasó largo rato hasta que Telli consiguió salir del shock para reunirse con ella.

-¿Qué mierda fue eso?- gritó Telli.

-Ni idea. Eran unos tipos muy raros, ¿no?

-¡Acabás de matarlos a los dos!

-A los tres- corrigió ella.

-¿Al otro también?

-¡Ajá! Hay una mujer atada a una cama dentro de esa casita. Está embarazada.

-¿La mujer enferma?

-Si. Está en trabajo de parto y tiene la viruela- explicó ella, inconmovible.

-¿Embarazada? ¡Tenemos que ayudarla!- exclamó Telli.

-¿Ah si? ¿Vos sabés asistir un parto? Porque yo no tengo ni idea.

-¿Y qué vas a hacer? ¿Vas a pegarle un tiro para que no sufra?

Pablina no respondió. Acabó su café de un trago y se sirvió otro.

-¿Dónde están los pibes y el viejo?- preguntó ella.

-No sé. Deben estar con la otra mujer. Dijeron que había otra mujer- respondió Telli agarrándose la cabeza y sentándose en cuclillas. Toda la situación lo superaba. Había pasado demasiado tiempo encerrado en la Madriguera, lejos del mundo real, donde todo se había vuelto extremadamente violento y sanguinario.

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Pablina acabó su café, acomodó las mochilas a un costado y salió a la búsqueda de los niños del sanjón. Advirtió a Telli que los chicos podían estar armados, que se mantuviera cubierto. Telli, que todavía se negaba a usar un arma, se escondió en la gaveta cubierta, que alguna vez sirvió para refugiar de la lluvia a los pasajeros que esperaban al tren en la estación. La mujer avanzó hacia las oficinas y se perdió dentro de lo que fuera la boletería, tras abrir de una patada una de las puertas. Al cabo de un rato reapareció, pero esta vez acompañada por los tres niños y la mujer. Los apuntaba desde atrás.

-Dice que se llama Celeste y que estos son sus hijos- explicó Pablina- ¡Ah! Y dice que los tipos a los que maté la tenían secuestrada...

-¿Y la otra mujer? La embarazada...- preguntó Telli.

Celeste soltó una larga explicación llena de detalles tartamudeados...

-Son saqueadores. Llegaron acá hace tres semanas mas o menos. Mataron a mi marido y se apropiaron de la estación. Nosotros vivíamos en la casita. Necesitaban ayuda porque la mujer estaba a punto de parir y tiene la peste. Lleva tres semanas sufriendo.

-¿Vivían en la casita?- preguntó Telli descreído.

Pablina sonrió. Encañonó a la mujer directamente en la frente.

-¡Error! Estás mintiendo para salvarte el culo.

Los ojos de Celeste se llenaron de miedo. Retrocedió unos pasos acercando a los dos niños más pequeños hacia ella.

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-¡No... no... no...miento!- farfulló la mujer.

Pablina achinó los ojos, sin borrar esa perversa sonrisa de su boca.

-¿Dónde tienen el refugio? Queremos comer algo antes de irnos.

La mujer señaló la oficina ladeando la cabeza.

-Llevanos ahí. Te voy a estar apuntando a la cabeza desde atrás todo el tiempo. Ya sabés que no me tiembla la mano para disparar- amenazó Pablina.

Sin chistar, Celeste, avanzó en dirección a la oficina del jefe de estación. Se agarraba fuertemente de los dos nenes más pequeños a los que usaba de defensa. El chico más grande, el que había puesto los pies en el agua, caminaba unos pasos por detrás con la cabeza a gachas.

-¿Qué carajo está pasando ahora?- preguntó Telli desorientado.

-Ésta es una mentirosa...- dijo Pablina-... y casi logra engañarnos, si no fuera porque habló de más.

-¿Cómo que habló de más?

-Los mentirosos hablan de más cuando tienen miedo. Hiciste la pregunta correcta... la de la casita, y el chico más grande miró a su madre con ojos de miedo. La cara de los más chiquitos delataron a la madre....

Celeste no pronunció palabra, lo cual confirmaba la intuición de Pablina.

-... lo que pasó acá fue que estos eran todos unos saqueadores. Limpiaron al lugar y se quedaron. Seguramente el embarazo de la que está en la casita les impidió continuar.

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Creeme, Telli, conozco muy bien como funcionan estos criminales. Te falta mucho para aprender.

Sin chistar, Celeste, entró en la oficina y señaló la mesa. Bajo la mesa había una pequeña alfombra que cubría la tapa que daba al refugio subterráneo. Telli la ayudó a mover la mesa mientras Pablina continuaba encañonando a la mujer con sus dos pistolas. Ordenó a los niños que se amontonaran en un rincón del salón. Les dijo que se abrazaran como si estuvieran en una ronda y que permanecieran mirando el suelo.

-Si alguno rompe ese círculo o hace algo le disparo a su madre- amenazó sin rodeos.

Cuando Celeste abrió la tapa le ordenó que bajara con ella, y a Telli que observara a los niños.

Encendió su linterna...

En aquel sótano había de todo.... Muchísimas latas de conserva, bebidas y armas, muchas armas, todo un arsenal. Pablina sintió que algo volvía a latir en su sien. Enfocó a Celeste con la luz directamente a la cara...

-¿Qué estás por hacer?- le preguntó.

-¿Qué? Nada... no hice nada...

-No hiciste nada pero estás por hacer algo... puedo notarlo...

-¡Nada, nada!- exclamó la mujer con tono de súplica.

Volvió a sentir el latido en la sien. Algo no andaba bien...

En ese mismo instante unas cajas que estaban apiladas a un lado, se movieron bruscamente en medio de la oscuridad.

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Desde arriba, los niños chillaron de miedo al escuchar los dos disparos.

-¡¡Pablina!!- gritó Telli.

Hubo un breve lapso de silencio que pareció durar horas.

-Estoy bien- dijo finalmente.

-¿La mataste?

-Tranquilo. Ahora subo.

Los niños, muertos de miedo, se abrazaron apiñándose como polluelos y rompieron a llorar.

Al cabo de un rato, Pablina, salió a la superficie. Traía en la mano un atrapasueños a medio construir. Le ordenó a los niños que se marcharan, que desaparecieran y se buscaran la vida, y ellos, sin dudarlo un solo instante, corrieron despavoridos hacia fuera y se perdieron rodeando la estación.

-¿Qué pasó?- preguntó Telli desconcertado.

- El viejo. Me estaba esperando. Acabé con los dos.

-¡Dios, mío! ¿Cómo supiste que estaba ahí?

-Lo intuí. Me vino el latido- respondió ella.

-¿El latido? ¿Qué latido?

Pablina se señaló la sien.

-Tengo algo especial que me salva la vida siempre. Ya lo comprenderás. Ahora juntemos armas, comamos algo y vayámonos de acá. Quiero llegar a Bancalari antes de que nos alcance la oscuridad.

Un rato después ya estaban de camino hacia las vías. Pablina iba por delante.

24

-¡Esperá!- dijo Telli- ¿Y qué hacemos con la mujer embarazada?

-Yo no voy a hacer nada. Dejala ahí donde está.

Telli se quedó observando a su compañera. Un pensamiento ebrio de sospecha eclipsó su cabeza repentinamente luego de haberla visto matando a tanta gente a sangre fría.

-¿Qué? ¿Qué me mirás?

-No, nada... estaba pensando en Enzo...- respondió él.

-¿Enzo? ¿Qué pensabas?

-¡Nada!

-Bueno, dejá de pensar tanto y caminá que tenemos largo trecho por delante- culminó ella.

En ese mismo momento se escuchó un disparo y el grito desgarrador de una mujer. Luego otro. Telli y Pablina se quedaron helados.

-¡Vamos!- gritó Pablina-. Creo que ya no tenés que preocuparte más por la embarazada.

Avanzaron a la carrerilla por las vías.

Fin del Episodio 13

25

“El Resto” por Gustavo Gall (Relato de ciencia ficción futurista, por entregas en episodios cortos)

-Capitulo Dos: Episodio 12 y 13 - (total: 24 páginas) -

Codigo de Registro 1212194222680 A.R.Ress Int. Copyright- Gustavo Gall

Marzo de 2013.