Geografia Humana - Romero - Cap 4 i 5

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CAPfTULO 4 GLOBALIZACIÓN Y NUEVO (DES)ORDEN MUNDIAL 1. Geopolítica de la complejidad por JUAN ROMERO Universirar de Valencia y JOAN NOGUÉ U11iversirat de Girona El 9 de noviembre de 1989 y el 1 1 de septiembre de 2001 son dos fechas clave para entender la dinámica geopolítica contemporánea, porque en ellas tuvieron lugar dos acontecimientos que permanecerán sin duda en los relatos históricos futuros. El 9 de noviembre de 1989 la población de Berlín Oriental se encaramó al Muro que dividía la ciudad y no tan sólo lo traspasó sin contratiempos, sino que em- pezó a derribarlo. Se ponía así lin a una época geopolítica - la Guerra Fría- y a una ilusión -o pesadilla- para millones de personas: la revolución soviética. La crisis soviética mostraba la incapacidad de un sistema -el comunista- para adap- carse a un nuevo modelo de economía y de sociedad, en el que las nuevas tecnolo- gías, en especial las de la información, ejercerían un papel fundamental. A la caída del Muro siguió una acelerada descomposición del antiguo bloque soviético, de ma- nera que, en los años noventa, prácticamente todo su glacis evolucionó hacia una economía de mercado. En Europa, entre 1990 y 1997. se crearon 14.200 kilómetros de nuevas fronteras, desapareció la propia Unión Soviética y nacieron o renacieron 31 Estados. La descomposición de la URSS y del bloque comunista conllevó una lectura ideológica de la nueva situación geopolítica basada en el definitivo triunfo del capita- lismo y de las democracias liberales, lo que llevó al politólogo conservador norteame- ricano Francis Fukuyama (1994; 1992 en Ja edición inglesa) a hablar del «fin de la historia». Según este autor, se habría llegado a una estabilidad definitiva del sistema mundial y a un modelo sin alternativa; lo que Jos detractores han denominado pensa- miento único. En paralelo, y en un sentido más geopolítico, el presidente de los Esta- dos Unidos, George Bush (padre), en su discurso televisado anunciando el ataque oc- cidental contra el régimen iraquí de Saddam Hussein, en 1991, se refirió a un «nuevo orden mundial», de forma vaga e imprecisa, aunque con referencias explícitas a la de-

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capítulos 4 y 5 de geografia humana - Romero

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CAPfTULO 4

GLOBALIZACIÓN Y NUEVO (DES)ORDEN MUNDIAL

1. Geopolítica de la complejidad

por JUAN ROMERO Universirar de Valencia

y JOAN NOGUÉ

U11iversirat de Girona

El 9 de noviembre de 1989 y el 1 1 de septiembre de 2001 son dos fechas clave para entender la dinámica geopolítica contemporánea, porque en ellas tuvieron lugar dos acontecimientos que permanecerán sin duda en los relatos históricos futuros.

El 9 de noviembre de 1989 la población de Berlín Oriental se encaramó al Muro que dividía la ciudad y no tan sólo lo traspasó sin contratiempos, sino que em­pezó a derribarlo. Se ponía así lin a una época geopolítica - la Guerra Fría- y a una ilusión -o pesadilla- para millones de personas: la revolución soviética. La crisis soviética mostraba la incapacidad de un sistema -el comunista- para adap­carse a un nuevo modelo de economía y de sociedad, en el que las nuevas tecnolo­gías, en especial las de la información, ejercerían un papel fundamental. A la caída del Muro siguió una acelerada descomposición del antiguo bloque soviético, de ma­nera que, en los años noventa, prácticamente todo su glacis evolucionó hacia una economía de mercado. En Europa, entre 1990 y 1997. se crearon 14.200 kilómetros de nuevas fronteras, desapareció la propia Unión Soviética y nacieron o renacieron 31 Estados.

La descomposición de la URSS y del bloque comunista conllevó una lectura ideológica de la nueva situación geopolítica basada en el definitivo triunfo del capita­lismo y de las democracias liberales, lo que llevó al politólogo conservador norteame­ricano Francis Fukuyama (1994; 1992 en Ja edición inglesa) a hablar del «fin de la historia». Según este autor, se habría llegado a una estabilidad definitiva del sistema mundial y a un modelo sin alternativa; lo que Jos detractores han denominado pensa­miento único. En paralelo, y en un sentido más geopolítico, el presidente de los Esta­dos Unidos, George Bush (padre), en su discurso televisado anunciando el ataque oc­cidental contra el régimen iraquí de Saddam Hussein, en 1991, se refirió a un «nuevo orden mundial», de forma vaga e imprecisa, aunque con referencias explícitas a la de-

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mocracia occidental como forma suprema de organización política y a la economía de mercado como Ja más idónea.

El 1 1 de septiembre de 2001 las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono, en Washington, eran atacados desde el aire por aviones civiles que actuaron de maca­bros misiles al arrojarse ellos mismos sobre los objetivos, provocando la muerte de miles de personas, entre ellas los viajeros de los aviones secuestrados y lo!. propios te­rroristas. En pocos minutos de diferencia. los dos símbolos por excelencia del poder económico y militar estadounidense eran fuertemente golpeados - y cuestionada su seguridad e inviolabilidad- por un grupo de fundamentalistas islámicos pertenecien­tes a la organización Al Qaida. encabezada por Osama Bin Ladeo, el multimillonario saudí exiliado en Afganistán. Ello desencadenó una respuesta militar que tuvo como primera e inmediata consecuencia la invasión de Afganistán y Ja posterior caída del régimen talibán, protector de Osama Bin Ladeo y de otros terroristas islámicos. Más recientemente, en 2003. las supuestas conexiones de Sadam Husein con el terrorismo internacional, junto a otros oscuros intereses vinculados al control de una zona tan es­tratégica y rica en petróleo. llevaron a Georgc Bush (esta vez el hijo) a iniciar un nue­vo conflicto en Trak cuyas imprevisibles consecuencias aún están por evaluar. Los atentados en Turquía. en Bali. en Casablanca y el grave atentado terrorista ocurrido el 11 de marzo de 2004 en Madrid. son continuación dramática de Ja historia negra del terror global con la que se inicia el nuevo milenio.

El 11 de septiembre de 2001 y posteriormente el 1 1 de marzo de 2004 han mos­trado muchas y varias cosas a la vez. En primer lugar, que los Estados Unidos son. des­de un punto de vista militar, la única gran potencia existente en estos momentos. En se­gundo lugar, el abismo que se ha abierto entre los países desarrollados y los países en vías de desarrollo como resultado de una globalización que ha concentrado aún más. si cabe. Ja riqueza > el poder en los primeros. Esta constatación, junto con una política exterior norteamericana en Oriente Medio y el Próximo Oriente como mínimo polémi­ca (sobre todo en relación con Irak y el conflicto palestino-israelí). ha convertido a este país -y con él al conjunto del mundo occidental- en el punto de mira de grupos ra­dicales - y de algunos gobiernos que les dan cobijo- dispuestos a todo. Lo que nos lleva a una tercera constatación: ante el terrorismo, de poco sirven los ejércitos y Jos sistemas de seguridad convencionales. Los ejércitos y los cuerpos nacionales de poli­cía deberán modificar sus estructuras para responder mejor a una violencia cada vez más sofisticada y mortífera. que también se ha globalizado y que es capaL de abaste­cerse y de anicularse en las redes internacionales del crimen organizado.

Ahora somos más vulnerables, el adversario no tiene rostro definido y sus ac­ciones no necesariamente tienen que provenir del exterior. Finalmente, y a pesar de los esfuerzos de muchos pensadores progresistas por contrarrestar esta opinión. se es­tán extendiendo las tesis de Samuel Huntington ( 1997) ) de otros autores que desa­rrollaron ideas conservadoras parecidas. como Paul Kcnnedy o Roben Kaplan. en el sentido de que el nuevo enemigo para Occidente es. entre otras. la civilización islámi­ca. La geopolítica vendría marcada a partir de ahora. según Huntington, por «un cho­que de civilit.aciones» en el que Occidente - dirigido por los Estados Unidos- parte de una posición de dominio a pesar de sus debilidades internas crecientes, como la pérdida de valores o el «exceso» de democracia

Ambos acontecimientos. junto con un proceso de globalización que parece es-

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caparse a cualquier control político, han llevado a algunos analistas a hablar de «vér­tigo geopolítico», de «geopolítica del caos», de «turbulencia geopolítica», de «pérdi­da de control» e, incluso, de «anarquía» y de «nueva edad media». Expresiones quizá algo exageradas, pero que denotan que nos hallamos anee un nuevo mundo en el que, aparentemente. priman la inestabilidad, la fragmentación, la incertidumbre y, sobre todo, la complejidad, el sustantivo probablemente más adecuado. Las perspectivas geopolíticas abiertas a partir de 1989 y de 2001 son complejas y han comportado, sin duda, más interrogantes que soluciones --o, como decía Octavio Paz, «han fracasado las respuestas, pero las preguntas persisten»-.

Los rasgos esenciales de la radiografía geopolítica de nuestros días son la hete­rogeneidad, el contraste y la simultaneidad de escalas, así como la alternancia entre unos espacios perfectamente delimitados sobre el territorio y otros de carácter más di­fuso y de límites imprecisos. Están reapareciendo nuevas «tierras incógnitas» en nuestros mapas. que poco o nada tienen que ver con aquellas terrae incognirae de los mapas medievales o con aquellos espacios en blanco en el mapa de África que tanto despertaron la imaginación y el interés de las sociedades geográficas decimonónicas. Marlow, el principal protagonista de la novela El corazón de las tinieblas, escrita por Joseph Conrad entre 1898 y 1899, en pleno apogeo de la expansión colonial europea, afirma en un momento determinado de la obra:

Cuan.do era pequeño tenía pasión por los mapas. Me pasaba horas y horas mi­rando Sudamérica, o África, o Australia. y me perdía en todo el esplendor de la explo­ración. En aquellos tiempos habla muchos espacios en blanco en la tierra, y cuando veía uno que parecía particularmente tentador en el mapa (y cuál no lo parece), ponía mi dedo sobre él y decía: «Cuando sea mayor iré a/l(» (Conrad, 1986, p. 24).

Un siglo más tarde han aparecido de nuevo espacios en blanco en los mapas. La geopolítica contemporánea se caracteriza por una caótica coexistencia de espacios ab­~olucamente controlados y de territorios planificados, al lado de nuevas tierras incóg­nitas que funcionan con una lógica interna propia, al margen del sistema al que teóri­camente pertenecen. Los narcotraficantes colombianos o del sudeste asiático, los señores de la guerra subsaharianos, las tribus urbanas, las mafias rusas o las masas de refugiados se nos aparecen como nuevos agentes sociales creadores de nuevas regio­nes, con unos límites imprecisos y cambiantes. difíciles de percibir y aún más de car­tografiar, pero enormemente atractivas desde un punto de vista intelectual.

Algunos de estos rasgos geopolíticos empezaron ya a perfilarse hace bastantes años, pero no ha sido hasta la crisis definitiva de la lógica geopolítica imperante en la segunda mitad del siglo xx -la Guerra Fría- cuando han salido definitivamente a la luz y han adquirido una notable relevancia. A algunas de escas nuevas «tierras in­cógnitas» -y a sus agentes- se va a dedicar el presente apartado. inspirado en bue­na parte en los planteamientos de Nogué y Vicente (2001 ).

DE LA DEPENDENCIA A LA IRRELEVANCIA

Desde los orígenes del fenómeno geopolítico colonial, las relaciones entre las metrópolis y sus colonias y, por ende, entre los países centrales y los periféricos o, si

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se prefiere, entre los países desarrollados y los países en vías de desarrollo se han ba­sado en un aspecto básico, sobre el que se ha asentado la lógica de todo el sistema: Ja dependencia. En efecto. los vínculos de las colonias y excolonias con sus correspon­dientes metrópolis partían de una realidad innegable impuesta por las relaciones de poder: la dependencia de las primeras hacia las últimas. Esta dependencia se ha mate­rialízado históricamente de muchas maneras, desde un intercambio comercial desi­gual hasta una total supeditación diplomática, pasando por una explotación (en oca­siones más bien expolio) de los recursos naturales de las colonias o ex colonias en cuestión. Estas relaciones de dependencia siguen hoy vigentes y, de hecho, la econo­mía informacional, en muchos casos, las ha agudizado. Las nuevas tecnologías de Ja información están ampliando el abismo existente entre aquellos países que disponen de las mismas y aquéllos que carecen de ellas.

Ahora bien, en los últimos años estamos asistiendo a un fenómeno completa­mente nuevo en el campo de las relaciones imemacionales basadas hasta ahora en la dependencia. Nos referimos al hecho de que muchos territorios e incluso países ente­ros del Tercer Mundo están pasando de la dependencia a Ja irrelevancia. Sea por Ja es­casez de sus recursos naturales, sea por el analfabetismo y bajo nivel de instrucción de sus habitantes, sea por las largas contiendas bélicas sin visos de solución que en al­gunos de estos países se dan. lo cierto es que, en efecto, estos espacios han dejado de ser útiles al sistema económico y político internacional. Son, simplemente, irrelevan­tes. No importan para nada ni interesan a nadie, como no sea a algún periodista que consiga recordar de vez en cuando a la opinión pública su existencia, o a alguna orga­nización humanitaria. si no ha sido ahuyentada de la zona. Son terrilorios -y perso­nas- desconectados y marginados de un sistema-mundo cada vez más segmentado en estratos espaciales absolutamente distanciados unos de otros, en todos los senti­dos. He ahí, sin duda, uno de Jos rasgos más característicos de Ja nueva geopolítica.

Estamos ante unas de las nuevas 1errae incognilae del Tercer Mundo, ante unos espacios que ya no sirven, que ya no interesan ni para ser explotados. El mapa de África, de algunas regiones de Asia, del Cáucaso, de muchas islas del Pacífico y del Índico o de algunas regiones del subcontinente indio, entre otras zonas del planeta. se ha llenado de nuevo de manchas blancas, de tierras desconocidas. Si se pcrmile el sí­mil. es como si una gran parte de las tierras exploradas por los expedicionarios euro­peos de Jos siglos xvm y x1x hubiera vuelto a su situación anterior. Muchos territorios explorados. cartografiados, fotografiados en el último siglo o siglo y medio se han vuelto, de nuevo. inexplorados, inaccesibles, desconocidos, inseguros, misteriosos, hostiles a toda penetración exterior. Son regiones que se alejan, que se apartan del mundo, que se «descartografían». Los dramas humanos que ahí se viven apenas son conocidos en el resto del mundo. La opacidad es, sin duda, uno de los rasgos más des­tacables de estas nuevas tierras incógnitas (Rufin. 1999).

La aparición de estas tierras incógnitas responde a su exclusión de los flujos de riqueza e información y a su nulo interés político y geoestratégico. muestra de la cada vez mayor polarización del mundo contemporáneo en términos de distribución de la riqueza y del bienestar. De otra parte, su fragilidad institucional interna, fruto del mo­delo colonizador impuesto y de Jos obstáculos externos e internos que han debido afrontar tras la independencia. ha contribuido igualmente a que muchos nuevos Esta­dos apena!> hayan podido consolidarse como tales.

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Si alguna región se ve excluida de forma notoria de los flujos de riqueza e in­~ión y de los beneficios de la globalización, ésta es sin duda el África subsaha­~ ~o se trata sólo de un deterioro radical de su situación económica. La pobreza

llllSeria a la que se ha llegado se ve acompañada de la desintegración de sus Esta-de la fragmentación de sus sociedades, de la siempre endeble base nacional e

1111ra de nación de los Estados africanos surgidos de la descolonización (incapaces de mperar bajo un proyecco común las tensiones interétnicas), de las guerras civiles, ar los éxodos masivos y forzados, de la violencia masiva, del caos generalizado e in-

de las epidemias. La epidemia del sida (síndrome de inmunodeficiencia adquiri­por ejemplo, continúa haciendo estragos en África, donde más de 24 millones de

XCSC'nas sufren este mal. La epidemia sigue avanzando y puede llegar a comprometer de· arrollo de muchos países, en especial de aquellos en los que uno de cada cuatro

Jdii tos está infectado. De los 5,4 millones de personas que se infectaron en 1999 en njunto de África, el 70 GA; correspondían a las regiones subsaharianas. Su progre­es de tal magnitud que las Naciones Unidas se han visto obligadas a revisar a la

a las previsiones de crecimiento demográfico de las regiones africanas afectadas. En ellas. la esperanza de vida se reducirá en un futuro inmediato en 15 o 20 años, de 'l'.Wlcra que un país como Zimbabue apenas superará los 30 años en el 2010. No debe sasprender. por lo tanto, que el país que parece destinado a liderar una parte del conti­!Xnte africano, la República Sudafricana, haya hecho de la lucha contra el sida uno de

~ principales objetivos políticos. Con tal firmeza, que ha abierto un conflicto - de gran repercusión mediática en todo el mundo-- con algunas de las más importantes multinacionales farmacéuticas por el precio de los medicamentos específicos para el tratamiento de dicha enfermedad.

Todo ello ha convertido esta región en una nueva tierra incógnita, justo en el momento en el que ha emergido el capitalismo informacional a nivel mundial, lo que induce a Castells ( 1998) a sugerir una cierta causalidad social y estructural en e'ca coincidencia histórica. En efecto, su PNB per cápita ha disminuido drástica­mente en el período 1980-1995, debido a una profunda crisis agrícola (resultado, en parte, de una agricultura excesivamente orientada a la producción para la exporta-1ón), así como a una crisis del incipiente sector industrial de los años ochenta. Ade­

más, sus exportaciones han perdido valor y han quedado prácticamente reducidas a materias primas y productos agrícolas ~xceptuando ciertos minerales muy cotiza­dos e incluso de alto valor geoestratégico---, algunas de ellas con un descenso conti­nuo de los precios en el mercado internacional. Las duras políticas de ajuste im­puestas por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional no sólo no han conseguido invertir esta tendencia, sino que han empeorado las condiciones de vida de la población. Por otra parte, la inversión extranjera ha disminuido considerable­mente y se ha dirigido a mercados con menor riesgo. con un entramado insticucional más sólido, mejores infraestructuras y políticas económicas más estables. La co­rrupción generalizada y en especial la de los grupos que ocupan el poder ha agrava­do una situación ya de por sí crítica, que relata de forma muy vívida el periodista polaco Ryszard Kapuscinski (2000) en su libro Ébano. Ésta es la causa principal del uso indebido de Ja ayuda internacional -incluso la de carácter humanitario-- y de los créditos recibidos. así como de las fugas de capitales locales hacia cuentas ban­carias en el extranjero.

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En definitiva. el África subsahariana se está alejando a pasos agigantados de la revolución de las Lecnologías de Ja información, de la sociedad informacional y de la nueva economía. Se está dando el peor escenario posible: el de quedarse rezagada justamente ahora. El subdesarrollo tecnológico y la dependencia informacional ahon­darán aún más el abismo existente hasta el presente entre estos países y los desarrolla­dos. Por otra parte, la crisis del Estado-nación africano, pocas veces sólido y cohesio­nado, está comportando una reafirmación a menudo artificial y provocada de las identidades étnicas y territoriales, con el consiguiente aumento de tensión y violencia. Definitivamente, el tránsito de la dependencia a la irrelevancia sigue su curso.

EL LADO OSCURO DE LA GLOBALIZACIÓN

La globalización tiene sin duda su lado oscuro, su dimensión perversa. El espa­cio de flujos y redes, Ja economía informacional, las nuevas tecnologías de la infor­mación están siendo bien uLilizadas por los especuladores financieros sin escrúpulos, los comerciantes de armas. los contrabandistas al por mayor, los narcotraficantes, los terroristas, las mafias ... en fin, por el crimen organizado, que se ha convertido - tam­bién él- en global. Se está asistiendo en este inicio de siglo y de milenio a la confi­guración de organizaciones criminales transnacionales (o nacionales con conexiones internacionales) que operan en varios sectores a la vez y que se aprovechan de los procesos desreguladores puestos en marcha, de Ja creciente debilidad de algunos Es­tados, de Ja presión migratoria hacia los países desarrollados, del colapso de Ja anti­gua Unión Soviética y del bloque comunista en general, de los paraísos fiscales y de las mayores facilidades concedidas a Ja circulación del capital a nivel mundial. Se tra­ta de un fenómeno nuevo que representa incluso un desafío al derecho penal clásico, acostumbrado al manejo de unas categorías conceptuales (autoría, complicidad, esta­do, inducción) que ya no son operativas en este contexto (Choclán, 2000).

Estos grupos criminales organizados acumulan tanto poder que han llegado a hi­potecar la acción de gobierno de algunos Estados. como Tailandia. Bolivia. Colombia. México, Rusia o las ex repúblicas soviéticas. Incluso un país como Japón se ha visto afectado por la implicación de la criminalidad en la economía. ya que parece demos­trado que parte de la responsabilidad en la crisis que afecta desde hace varios años a la banca nipona se debe a la concesión de créditos condicionados por la mafia del país.

Colombia es un claro cxponcnlc del crimen organizado y globalizado, pero des­graciadamente éste afecta también a muchos otros países y se refiere a muchos otros ámbitos. La emergencia de poderosas organizaciones criminales que ejercen un gran control sobre poblaciones y sectores estratégicos en extensos territorios de repúblicas ex soviéticas son buena muestra de estos procesos. Más dramática es, si cabe, Ja situa­ción en muchos países del África subsahariana en Jos que no solamente la presencia del Estado es inexistente o puramente testimonial, sino que cabe preguntarse sobre Ja existencia del Estado mismo en algún caso.

Sin ir más lejos - y de acuerdo con Choclán (2000)-. en España operan unas 200 organizaciones criminales, con más de 4.000 miembros. Y en Jo referente a otros ámbitos de actuación no analizados, ahí está el tráfico de armas hacia países que en un momento determinado han sido objeto de un embargo internacional decretado por las

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~aciones Unidas, como Irak o Serbia, o hacia grupos guerrilleros o bandas armadas. O la «industria» de la prostitución a nivel mundial, con el correspondiente tráfico de muje­res y niños y con una especial vinculación con los flujos internacionales del turismo, en !!Special el que se dirige al sudeste asiático. O el tráfico de órganos de los países pobres Brasil, Honduras, Perú) a los países ricos y, asimismo, el de la adopción por cauces ile­

gales o paralegales, siempre controlados por las correspondientes mafias locales. Otro campo de actuación del crimen organizado que genera unos beneficios extraordinarios es el del contrabando de inmigrantes ilegales, dispuestos a pagar lo que sea con tal de alejarse de unas condiciones económicas o políticas extremadamente difíciles, para ins­talarse en el Primer Mundo, en especial en Norteamérica, Europa, Japón y Australia.

Los REFUGlADOS

Los movimientos de población forzados por razones de diversa índole no son nuevos en la historia de la humanidad. No hay más que mirar hacia atrás y recordar el comercio de esclavos de África hacia América o las migraciones masivas de europeos depauperados hacia el Nuevo Mundo, por no citar las deportaciones de etnias enteras practicadas por Stalin dentro de la Unión Soviética. En el Occidente rico, tranquilo y sosegado de los años cincuenta. sesenta y buena parte de los setenta, en plena épo­ca de crecimiento económico y de implantación del Estado de Bienestar, no se divisa­ba, de ninguna manera, un horizonte parecido al vivido décadas y siglos atrás. Y, sin embargo, ocurrió lo inesperado: en los últimos años del siglo xx se han batido todos los récords en lo que se refiere a movimientos de población forzados, y todo ello en plena eclosión de la nueva economía y de la sociedad informacional. Por una parte, las migraciones Sur-Norte por razones económicas se han intensificado de manera es­pectacular y nunca vista hasta el presente, tanto en Norteamérica como en Europa. En ésta, son notorias las migraciones por motivos económicos desde el antiguo glacis so­viético hacia los países comunitarios. Por otra pane, la inestabilidad en el Tercer Mun­do y los conflictos bélicos surgidos a raíz de la caída del Muro de Berlín y del colapso de la Unión Soviética han llenado campos y carreteras de miles de refugiados, trans­portándonos a dramáticas situaciones que se creían superadas. A este movimiento de población forzado, el de los refugiados, van a a referirse los párrafos que siguen.

Según la Declaración de las Naciones Unidas de 1951. ampliada posteriormen­te por el Protocolo de Nueva York de 1967, el refugiado es una persona que se ve for­zada a huir de su propio país al sentirse objetivamente amenazada por cuestiones de raza, religión y nacionalidad o simplemente por pertenecer a un determinado grupo social o expresar una determinada opinión política. Pues bien, asistimos en el cambio de siglo a un incremento notable del número de refugiados en el mundo, algo difí­cil de prever hace pocas décadas. La desintegración de la antigua Yugoslavia, las ten­siones étnicas en los Estados surgidos en lo que fue la Unión Soviética, los secesio­nismos en la actual Federación Rusa (caso de Chechenia), los terribles conflictos de Afganistán, Ruanda, Burundi, Somalía, Liberia, Angola o Mozambique, entre otros, han originado miles, millones de refugiados.

El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) se ha visto superado por las circunstancias. Siguiendo estrictamente la definición oficial

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apuntada más arriba. el ACNUR estimaba que a principios de la década de 1990 exis­tían en el mundo entre 17 y 20 millones de refugiados, es decir entre un 1 O y un 15 % de Ja población migrante mundial. Estas cifras son, en realidad, mucho más altas, puesto que, como sucede también en las estadísticas referidas a los inmigrantes, son muchos los refugiados no inscritos en los registros oficiales. Hay que señalar, por otra parte, que, más allá de la dimensión cuantitativa del fenómeno, éste ha adquirido en las últimas décadas una significación política muy notoria. Así, Hammar (1985) ha descrito la década de 1960 como Ja década de las migraciones por razones económi­cas. la de 1970 como la década de Ja reunificación familiar de los migrantes anteriores y Ja década de 1980 como la del asilo. Seguramente habría que añadir a esta última Ja de 1990. En efecto, los virulentos e inesperados conflictos de Jos últimos veinte años del siglo xx han acrecentado notablemente no sólo el número de refugiados, sino tam­bién la percepción y la conciencia de los gobiernos y de las poblaciones occidentales (es decir, de los países receptores ricos) ante semejante catástrofe humanitaria.

El ACNUR considera que más de 6 millones de africanos abandonaron su país en el período 1980-1990. Dicho de otra forma: uno de cada tres refugiados a nivel mundial es africano. Más de un millón de somalíes y de mozambiqueños, así como 800.000 etíopes y 800.000 sudaneses se convirtieron en refugiados en aquel período. En Angola, el balance de una larga guerra civil no podía ser más catastrófico: 300.000 muertos, 600.000 personas desplazadas en el interior del país y 500.000 refugiados repartidos en los Estados de la región, básicamente en la República Democrática del Congo y en Zambia. En 1994, en Ruanda y Burundi. más de un millón y medio de personas fueron expulsadas de sus hogares. Hacia 1994. cerca de 2 millones de ruan­deses (más de una cuarta parte de Ja población total) se habían instalado provisional­mente en Jos países vecinos: 500.000 en Uganda, 500.000 en Burundi y otros tantos en Jos campos de refugiados zaireños de Goma y Bukavu. Un éxodo parecido se vivió un año antes en Burundi, provocando 375.000 refugiados en Ruanda, 245.000 en Tan­zania y 60.000 en Zaire. Y en el ojo del huracán, uno de los genocidios más horren­dos de la historia reciente: la masacre de cerca de un millón de personas (tutsis en su mayoría). A pesar de que no sólo en África no se respetan los derechos humanos, qui­zá sea en este continente donde más atropellos se cometen.

En el Magreb y el Próximo Oriente Jos conflictos son más localizados, pero no por ello las cifras de refugiados descienden ni Jos dramas humanos originados por los desplazamientos forzosos son menores. Dos contlictos siguen enquistados desde hace años: el de Palestina y el del Sáhara Occidental. El conflicto árabe-israelí, las guerras del Líbano y Ja permanente ocupación de Jos territorios palestinos por parte del Esta­do de Israel -con la construcción del «muro de Ja vergüenza» como último exponen­te- han provocado miles de refugiados y de desplazados. Según la ACNUR y con datos de diciembre de 1998. los refugiados palestinos llegarían a los 3.417 .688, repar­tidos de la siguiente manera: 359.005 en Líbano, 356.739 en Siria, 1.413.252 en Jor­dania, 746.050 en la franja de Gaza y 542.642 en Cisjordania. Casi un tercio de los mismos vive en campamentos. El otro conflicto cuyo desenlace parece cada vez más incierto es el que se vive en el Sáhara Occidental, antiguo territorio español hoy ocu­pado por Marruecos. Unos 165.000 refugiados saharauis siguen viviendo en el sur de Argelia y reclamando a las Naciones Unidas su derecho de autodeterminación desde que en 1975 España abandonara esta posesión.

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En Oriente Medio se estima entre 500.000 y 2.000.000 el número de kurdos desplazados en Turquía y en cerca de 750.000 el número de kurdos iraquíes refugia­dos en Irán a raíz de las trágicas consecuencias de la Guerra del Golfo de 1991. Por su parte, los chiítas del sur de Irak refugiados en Irán después de la guerra se acercaban al millón. Un poco más hacia el este, ya en Asia Central, el largo y penoso confiicto de Afganistán tiene el lamentable mérito de haber originado el mayor éxodo de po­blación del mundo desde 1980: 7 millones de personas, 3 de ellas instaladas en Pakis­cán y 4 en Irán. La guerra contra la invasión soviética terminó en 1989, pero el país sigue inmerso en una inestabilidad y tensiones civiles que no parecen tener fin. Ac­tualmente, los 2 millones de refugiados afganos se reparten entre Irán (l.411.800), Pakistán ( 1.200.000) y, en menor medida, la India y el Turkmenistán.

Las tensiones nacionalistas y étnicas han resurgido en la antigua Yugoslavia después de la caída del Muro de Berlín, originando millares de víctimas y de refugia­dos. La guerra de Bosnia provocó un éxodo sorprendente en una Europa que vivía sin apenas conflictos bélicos desde hacía casi cincuenta años. Cerca de 3 millones de per­sonas (bosnios en un 70 %) abandonaron sus hogares en pocos meses, refugiándose 700.000 de ellas en el exterior de la ex Yugoslavia (300.000 en Alemania, 89.000 en Suiza, 73.000 en Austria, 46.000 en Hungría, 62.000 en Suecia, etc., etc.). Unos años más tarde, la situación se repitió en Kosovo, aunque en esta ocasión se instalaron campos de refugiados en las fronceras limítrofes y el conflicto se zanjó con más rapi­dez, volviendo la mayoría de ellos a sus hogares, que encontraron destrozados y sa­queados por las fuerzas serbias durante su retirada.

En la antigua Unión Soviética la generación de refugiados no ha cesado desde que ésta se desintegrara como tal, a principios de los 90. No hay estadísticas fiables sobre su número, pero es muy probable que hubiera que duplicar o triplicar el millón de personas reconocido oficialmente por las autoridades de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) para mediados de la década pasada. De hecho, hoy sabemos que las guerras en las repúblicas del Cáucaso han originado alrededor de 2 millones de refugiados y personas desplazadas, entre ellos 854.000 azerbaiyanos, 291.000 ar­menios y 273.000 georgianos. A estos dos millones habría que añadir los miles de ru­sos que cada año vuelven a la Federación, abandonando las nuevas repúblicas inde­pendientes al sentirse marginados por razones étnicas o lingüísticas. Se calcula que la población rusa fuera de la Federación ronda los 25 millones y la rusófona no rusa, 11 millones. Moscú es una de las ciudades a las que más refugiados de este tipo llegan.

Todos los refugiados a los que hemos hecho mención hasta ahora son de carác­ter político, ideológico, étnico y religioso. Sin embargo, se insiste mucho últimamen­te en la necesidad de considerar también como refugiados o desplazados a aquellos que se ven obligados a huir de su país o de su región por razones ambientales, a pesar de que hay quien considera que este adjetivo es demasiado ambiguo y oculta, de he­cho. las verdaderas causas del desplazamiento, que pueden ser ambientales en la for­ma, pero políticas o económicas en el fondo (McGregor, 1993). Sea como fuere, lo cierto es que el término se utiliza para describir a las personas que se ven obligadas a trasladarse como resultado de la degradación ambiental de su hábitat tradicional o por desastres naturales o provocados por la actividad humana.

Sean de uno o de otro tipo, lo cierto es que el grueso de los refugiados se insta­la en los países vecinos. Sólo una minoría consigue trasladarse a otro lejano punto del

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planeta. Puesto que la mayoría de refugiados se origina en el Tercer Mundo. también será éste el que acoja a buena pane de los mismos. Como América del :\orte. Europa occidental sigue siendo una meca codiciada por muchos refugiado-.. a pesar de que pocos llegan a instalarse definitivamente. si exceptuamos el reciente éxodo balcánico. en el que Europa ha adquirido un cierto protagonismo. Desde 1945 hasta ho) se pue­den distinguir, de acuerdo con su origen y generalizando mucho. tres grande!> catego­rías de refugiados en Europa. En primer lugar, justo después de la Segunda Guerra Mundial, los procedentes de la antigua Unión Soviética y de Europa oriental, muy nu­merosos en Austria y Alemania; en segundo lugar. refugiados políticos procedentes de otras partes del mundo. a raíz de los conflictos armados de los 60 en el Próximo Oriente y el Sudeste Asiático (caso de Vietnam y países limítrofes) y de los golpes de estado sanguinarios de los 70 en África y América Central y del Sur (Uruguay, Chile y Argentina. entre mros). Finalmente. los refugiados originados por el inesperado conílicto en los Balcanes y en algunas antiguas repúblicas SO\'iéticas.

A la joven España democrática llegaron. sobre todo, refugiados políticos de los países americanos de habla hispana y. más recientemente, algunos miles de refugiados procedentes de los Balcanes. Una vez normalizada la situación en su país de origen. muchos de ellos han iniciado su retomo. Casi al mismo tiempo de la llegada de aque­llos refugiados latinoamericanos, España dejaba de ser un país de emigrantes. para em­pe.wr a recibir inmigración, procedente en su mayor parte del Magreb. del África Sub­sahariana. de América Latina y de la antigua Europa oriental. Veinticinco años más tarde, el porcentaje de población inmigrante sigue creciendo, aun estando muy por de­bajo de la media europea. Más tarde o más temprano. éste será un país muhiétnico y mullicultural y la población autóctona debe yrepararse para ello. a través fundamental­mente de una adecuada formación escolar. Esta es Ja única forma de evitar que se repi­tan lamentables incidentes de carácter racista. como los sucedidos no hace mucho en el barrio de Can Anglada de Terrassa (Barcelona) o en El Ejido (Almería).

EL CUARTO MüNOO

Las tierras incógnitas a las que se ha estado haciendo referencia en este capítu­lo no se hallan tan sólo en el Tercer Mundo. sino también en los países desarrollados. En efecto. en este tablero de ajedrez al que cada vez se parece más la geopolítica mundial. se encuentran también bolsas de pobreza. de miseria y de marginación en los países ricos. a las que denominamos habitualmente Cuarto Mundo.

El Cuarto Mundo se localit.a fundamentalmente en Ja ciudad. en las grandes área-; metropolitanas del mundo occidental. Ello no quiere decir que no se halle tam­bién en las zonas rurales, pero en términos cuantitativos su peso es muy inferior. casi irrelevante en comparación con Jo que sucede en el ámbito urbano, el espacio en el que se concentran con toda su intensidad las denominadas «nuevas formas de pobreza»

Estas nuevas formas de pobreza aparecen como resultado de la aplicación impla­cable de políticas económicas neoliberales. en el marco de un proceso más general de desregulación y adelgazamiento del Estado de Bienestar. Entran en ella los sectores s .. }­cialcs excluidos del mercado de trabajo. los parados de larga duración, los trabajadore poco cualificados y aquellos afectados por la precarización laboral y los bajos salarios.

GLOBALIZAOÓN Y NUEVO (DES)ORDEN MUNDIAL 115

los ancianos no asistidos y con pensiones miserables, los inmigrantes no legalizados y explotados por empresarios desalmados, los grupos étnicos tradicionalmente margina­dos t gitanos, indios norteamericanos), así como ciertos colectivos de jóvenes margina­

procedentes en su mayoría de familias desestructuradas, con claros déficit educati­~ - y serios problemas de acceso a una actividad laboral y a una vivienda propia, ante e encarecimiento de la misma y la casi total ausencia de vivienda social. La utopía oeoliberal del libre mercado estaría llevando a Occidente, en palabras de Ulrich Beck 2!.X)()), a una especie de «brasileñización», es decir a la irrupción, sobre todo en térmi­

oos de mercado de trabajo, de lo precario, lo disconúnuo, lo impreciso, lo informal, de forma que la sociedad laboral típica del Estado de Bienestar se estaría convirtiendo, oe hecho, en una «sociedad riesgo», a imagen y semejanza de Ja dominante en el Ter­~er Mundo. La hipótesis de Beck es atrevida y, quizás, prematura, pero no deja de te­ner ciertos visos de real, lo que la convierte en inquietante y sugerente.

Estos procesos de empobrecimiento y de marginación social de determinados ~ctores de la población urbana se dan en la mayoría de países occidentales, aunque ..:on diferencias notables entre ellos. Los países europeos nórdicos y centrales, por ejemplo, resisten mejor el embate, a1 haber disfrutado durante muchos años de un só­lido Estado de Bienestar. En cambio, en los Estados Unidos de América, donde la presencia del Estado en la sociedad ha sido siempre mucho menor, el abismo entre clases y sectores sociales se agranda cada vez más, a medida que avanzan los proce­sos de concentración del capital y de implantación del capitalismo informacional.

El Cuarto Mundo existe, de eso no hay duda; incluso a veces se ve, pero casi nunca se mira. Y en gran medida es la muestra dramática de espacios de los que el Estado se ha retirado o no ha estado presente con los recursos suficientes. Las zonas inseguras, indeseables, desagradables, de los países ricos se convierten en nuevas tie­rras «incógnitas» , fácilmente sorteables por la lógica del espacio de los flujos: no cuentan, no sirven, no importan para nada ni a nadie. Sólo entrarán en escena cuando, por diversas circunstancias, el espacio que ocupan se reterritorialice, se convierta en apetecible, bien por procesos de «elitización» ( gentrification), bien por otro tipo de competencia en el uso del suelo. Mientras, allí seguirá viviendo una sociedad margi­nal, con sus propias dinámicas y normas de conducta, que a pocos importará, excep­ción hecha de aquellos que consideran inmoral e incluso inhumana tal dejadez.

LA CRISIS DE LA GUERRA. DE LOS GRUPOS GUERRILLEROS A LOS ATAQUES TERRORISTAS

DEL 11 DE SEPTIEMBRE DE 2001 Y DEL 11 DE MARZO DE 2004

La geopolítica contemporánea, que contempla con cierta estupefacción la rea­parición de nuevas tierras incógnitas, asiste en estos últimos años a una radical trans­formación de una de las tradicionales funciones y atribuciones del Estado-nación mo­derno: la guerra. En efecto, la guerra convencional entre Estados está dejando de ser hegemónica en favor de un tipo de conflicto armado protagonizado por paramilitares, guerrillas, bandas de milicianos o grupos terroristas con una geometría variable, obje­tivos nada claros y unos mecanismos de toma de decisiones algo difusos. La guerra solían hacerla soldados regulares y ejércitos legitimados; no han dejado de hacerla, pero a ellos se han unido soldados no regulares y efectivos no militares, lo que quizás

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explique el incremenco de crímenes y atrocidades entre una población civil desprote­gida que Ja guerra posmoderna no tan sólo ya no respeta, sino que es utilizada como un instrumento más para alcanzar sus fines, como se demostró en las guerras de Bos­nia y de Kosovo.

La guerra no desaparece, pero está en crisis. La clásica definición de Karl von Clausewitz, a principios del siglo XIX. según la cual la guerra es una competencia ex­clusiva del Estado. ha dado paso a nuevas definiciones. más acordes con la realidad actual. Así, el Stockholm lnternational Peace Research Insrirute (SIPRI) define la guerra o, mejor dicho, el «conflicto armado mayor», como «un combate prolongado entre las fuerzas militares de dos o más gobiernos o entre un gobierno y al menos un grupo arrnado organizado, en el curso del cual el número de muertos sobrepasa el mi­llar» (Sollenberg, Wallensteen, 1997, p. 23 ).

Por su parte, el Heidelberg hzstitute for lntemarional Con.flict Research (HIICR) clasifica los 693 conflictos regí strados entre 1945 y 1999 en las siguientes categorías: guerras, conflictos básicamente violentos. conflictos básicamente no vio­lentos y conflictos latentes. En cambio, en la clasificación de Holsti (1990) para prác­ticamente el mismo período aparecen 164 conflictos armados mayores, en tres gran­des categorías: guerras clásicas entre Estados e intervenciones armadas que hayan supuesto muchas bajas (caso de EE.UU. en Vietnam o de Ja URSS en Afganistán): guerras infraestatales con resistencia armada de grupos étnicos. religiosos o lingüísti­cos, a menudo de carácter secesionista (a título de ejemplo, Ja lucha de los tamiles en Sri Lanka); finalmente, guerras internas de carácter ideológico (caso de Sendero Lu­minoso en Perú). De acuerdo. por tanto, con Holsti, en los últimos cincuenta años. las guerras clásicas han representado sólo el 18 % de los conflictos.

El número de bajas tomadas en consideración en estas definiciones es arbitrario y, hasta cierto punto, irrelevante en términos metodológicos. Lo interesante de las mismas -y de otras muchas- es que reconocen explícitamente que la guerra ya no es algo exclusivo del Estado, ni se da sólo entre Estados. Así, por ejemplo, en el año 1998 se registró un solo conflicto armado mayor estrictamente interestatal: el que en­frentó a la India y Pakistán por el contencioso de Cachemira. Es probable que en el futuro sigamos presenciando conflictos armados interestatales en zonas de alto riesgo. como en las repúblicas caucásicas, el Próximo Oriente o buena parte de África, pero cada vez serán menos. La interdependencia económica, la progresiva democratización de muchos regímenes autoritarios o Ja existencia de alianzas regionales son, entre otras, causas suficientes para augurar una previsible disminución de las colisiones in­terestatales. Y, sin embargo, paradojas de la posmodernidad, la sensación de inseguri­dad sigue en aumento, porque los agentes provocadores de conflictos son más confu­sos, menos regulados. más imprevisibles (La'idi, 1994 ).

En la geografía de Jos nuevos conflictos, que, como se ha visto. van siendo ma­yoritarios, los parámetros de funcionamiento son muy distintos (Calabuig. 2000). En ella participan grupos armados no regulares con armamento ligero: no se distingue entre población civil y militar y. de hecho, la población civil es también un objctiv0 militar: se recurre al terror indiscriminado contra poblaciones indefensas: no se reco­noce la neutralidad ni las leyes de alto el fuego; no se respetan los límites territoríale::. de Jos Estados; Ja financiación de las actividades tiene a menudo un origen criminal y. finalmente, determinados actos violentos tienen una función claramente propagandís-

GLOBALIZACIÓN Y NUEVO (DES)ORDEN MUNDIAL 117

tica y son utilizados para atraer la atención de los medios de comunicación, en espe­cial de cadenas de ámbito mundial, como la CNN. No es que las reglas del juego es­tén cambiando: simplemente, éstas dejan de existir. Las masacres y genocidios, como los aplicados a tutsis y hutus en Ruanda y Burundi, ya no se practican en campos de exterminio, a escondidas, sino a plena luz del día. Los símbolos culturales del contra­rio se convertirán en objetivo militar, como fue el caso de las mezquitas en Bosnia y Kosovo o la biblioteca de Sarajevo. Ello, unido al hecho de que la población mundial es cada vez más urbana, están convirtiendo la ciudad en el campo de batalla preferido. El recuerdo que nos ha quedado de la guerra de Bosnia es el de una larga lista de ciu­dades asediadas y masacradas, símbolo de la brutalidad de los nuevos conflictos ar­mados: Mostar, Sarajevo, Srevrenica, Banja Luka, Goradze, entre otras, han entrado con todos los honores en el catálogo de horrores del siglo xx.

Esta nueva forma de hacer la guerra se corresponde con la emergencia y proli­feración de las tierras incógnitas a las que estamos haciendo referencia en este capítu­lo. Los Estados-nación convencionales seguirán haciendo guerras convencionales, eso sí, cada vez más sofisticadas tecnológicamente. Ahora bien, es precisamente la crisis de este Estado, junto a otra clase de crisis, como la cultural o la económica, lo que generará este nuevo tipo de conflicto. En efecto, parece del todo confirmado que un Estado débil favorece la aparición de esta clase de conflictos, en una parte o en el conjunto de su territorio. Los conflictos identitarios infraestatales tienen mucho que ver con la deslegitimación y desuniversalización del Estado y, en muchos casos, con la debilidad del mismo desde su creación (caso de las antiguas colonias africanas o de la antigua Yugoslavia). Renacen con fuerza antiguas rivalidades étnicas y cultura­les, que son convenientemente exacerbadas por nacionalismos radicales de uno u otro signo. En lo referente a causas de tipo económico, nadie discute el valor estratégico que seguirá teniendo el control de determinados recursos naturales no renovables. Por otra parte, procesos de degradación ambiental tales como la deforestación y la deser­tización pueden generar graves crisis económicas que, a su vez, se convertirán en po­tenciales elementos de desestabilización política y social.

Es en el Tercer Mundo donde se manifiesta de forma más patente la incapaci­dad del Estado para hacerse presente e imponer su autoridad efectiva en el conjunto del territorio bajo su soberanía, lo que favorece la existencia de regiones en rebelión que cuestionan la legitimidad de dicho Estado. Cuando se añaden a ello determinadas particularidades geográficas que limitan objetivamente la capacidad de control del conjunto del territorio, como el carácter montañoso de un país o el hecho de constituir un archipiélago, las posibilidades de que aumenten los conflictos son notorias. Miles de kilómetros cuadrados de Colombia, de Filipinas, de Afganistán, de Birmania o de la República Democrática del Congo escapan desde hace años de la autoridad central y se organizan, de hecho, como un Estado -o varios- dentro de otro Estado. Cons­tituyen las famosas «zonas liberadas», en manos de una o varias guerrillas que com­baten al Estado y también, a veces, entre sí. Por estrategia o por falta de medios de uno o de ambos bandos, depende de los casos, estos conflictos se eternizan, quedando las zonas afectadas como enclaves especiales, como oasis aislados del mundo y del Estado al que teóricamente pertenecen.

Uno de los rasgos de la nueva clase de conflictos es la fragmentación de los grupos en lucha, su opacidad y la dificultad por conocer con exactitud sus interlocuto-

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res y sus objetivos. La escisión y multiplicación de facciones se agrava cuanto más debilitado esté el Estado central contra el que se lucha. Los casos de Sudán. Somalia. Sierra Leona, Liberia y la República Democrática del Congo son ilustrativos a este respecto. Los señores de la guerra campan a sus anchas y defienden sus territorios, sobre los que ejercen un poder absoluto y despótico y en los que ni la población civil ni las organizaciones humanitarias son respeladas. Un panorama absolutamente caóti­co y anárquico impera en cslas nuevas tierras incógnitas, en las que los observadores extranjeros (sean periodistas o voluntarios de alguna ONG) son recibidos con hostili­dad y ahuyentados en el mejor de los casos, cuando no asesinados, en tanto que testi­gos incómodos del terror y de la barbarie. Lejos quedan aquellas guerrillas de los años sesenta y setenta. de elevado componente ideológico. sólidamente estructuradas y jerarquizadas, que buscaban a toda costa el respeto y el reconocimiento internacio­nales, puesto que participaban de la lógica del sistema mundial.

Las bandas armadas (denominacíón quizá más adecuada que la de guerrillas) se nutren hoy de jóvenes marginados y de niños-soldados y en las regiones por ellas con­troladas imperan - pucslo que, a menudo. son el principal motor del conflicto- el contrabando, el narcolráfico, la economía informal y, en algunos casos, la explotación de algún recurso natural precioso (como Jos diamantes o el marfil) en connivencia con alguna compañía extr'dlljern. Precisamente. estas compañías juegan un papel importan­te en la financiación de grupos armados. y no tan sólo bandas armadas, para la defensa de sus intereses. En algunos casos. se llegan a crear prácticamente ejércitos privados, con unos niveles de organización y tecnología milicar altamente cualificados.

En todo este contexto que estamos describiendo no podemos dejar de lado el comercio de armas. De nuevo, la finalización de la Guerra Fría alteró las reglas de juego. Una de las primeras consecuencias fue la intensificación del mercado negro de todo lipo de armamento, incluso el nuclear - de nuevo aquí aparecen las ma­fias-. Otra consecuencia, en este caso de la espectacular caída en un 6 1 % del mer­cado entre 1987 y 1995, fue Ja inevitable búsqueda de nuevos clientes en aquellos conflictos en ciernes. Jo que contribuyó a su agravamiento. Hay que hacer observar que serán ahora los conflictos internos los que adquirirán mayor protagonismo, por lo que no es de extrañar que un 90 'k- de las armas vendidas se dirija a este tipo de conflicto.

La guerra convencional también está en crisis en los países desarrollados. Ante ello. los ejércitos de los países ricos están readaptando sus efectivos. sus estrategias y su logística. Por un lado, apuestan por la creación de sofisticados sistemas de infor­mación, ataque. protección y defensa. concebidos para un conflicto fugaz en el que todo el peso recaiga en el aparato tecnológico y en el que las bajas propias (siempre impopulares) sean las mínimas. He ahí, a título de ejemplo. los casos de las Guerras del Golfo, de la intervención de la OTAN contra Serhia a raí7 del conflicto de Kosovo ). en menor medida. la incervención norteamericana en Afganistán en busca de terro­ristas y contra el régimen talibán. La reactivación por parte del presidente de los Esta­dos Unidos George W. Bush. elegido a finales de 2000. del proyecto de escudo contra misiles (NMD) es otra muestra de ello. Este tipo de guerra. transmitida al momento y simultáneamente a todo el mundo por medios de comunicación como la CNN. que actúan como algo más que simples testimonios, desdramatila los horrores de la mis­ma) la convierte en una especie de ficción, de trágico videojucgo.

GLOBAL!ZACIÓN Y NUEVO (DES)oRDEN MUNDIAL 119

Por otro lado, se están creando unidades de intervención rápida mucho más ope­rativas que las compañías y regimientos tradicionales, capaces de actuar en aquellos contlictos regionales que se consideran relevantes para la seguridad nacional. A su vez, fenómenos como el terrorismo (nacional e internacional) son contemplados como una verdadera amenaza para la estabilidad del sistema democrático. El terrorismo, ya sea de carácter étnico, ideológico o, simplemente, antisistema, es cada vez más capaz de acceder a armamento de gran capacidad destructiva y, por lo tanto, de provocar verda­deras masacres, buscando, a su vez, un impacto mediático mundial e inmediato. De nuevo. los ataques del 11 de septiembre a las Torres Gemelas de Nueva York y del 11 de marzo con los trenes de la muerte en Madrid. son dramáticos ejemplos. Por otra parte, también en España, la violencia indiscriminada e irracional de un grupo terroris­ta a la deriva como ETA es capaz de mantener a todo un país en vilo y de convertirse en la principal preocupación de los ciudadanos españoles. como demuestra la encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) de finales de 2000. No hay que olvi­dar, por otra parte, que los principales grupos terroristas también están sacando venta­jas de la globalización. Los entresijos de las relaciones entre grupos terroristas no son nada fáciles de descubrir, pero existen y van en aumento (Sonmez, 1998).

Si la naturaleza de los conflictos armados está cambiando, también cambiará el papel que en ellos juegan las instituciones internacionales y las organizaciones no gu­bernamentales (ONG). De hecho. ni las primeras ni las segundas han encontrado aún su lugar en esta compleja geopolítica de la posmodernidad. En ello están, como se verá a continuación.

LA SEGUNDA INVASIÓN DE IRAK Y SUS CONSECUENCIAS

Existe un cierto acuerdo en que el hecho geopoütico más relevante de estos úl­timos años, en concreto desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, ha sido la guerra de Irak, con todas sus consecuencias. Ahora bien, ello no debe hacer pasar por alto otros aspectos del sistema mundial con vida propia y que también en estos últi­mos años han ganado centralidad. La emergencia de nuevas potencias intermedias. pero determinantes, que reclaman su rol en la gestión del sistema global, como China. India y Brasil; la indiscutibilidad de los problemas ambientales y las tensiones geopo­líticas vinculadas al dominio de los recursos naturales; o, sin ninguna duda, las desi­gualdades sociales a todas las escalas como motor de conflicto y de cambio son otros aspectos fundamentales de la geopolítica de este inicio de milenio. Por otra parte, nos hallamos ante un sistema mundial contemporáneo que se mueve entre las dinámicas de la globalización y las resistencias a la misma, poniendo a los Estados como hilo conductor de esta tensión. lo que en el caso europeo se ha plasmado, por ejemplo. en un rechazo al proyecto de Constitución europea. Esta tensión ha provocado que las agendas de ciudades, regiones, Estados y todo tipo de sujetos geopolíticos contempo­ráneos, institucionales o no, se hallen ante un sinfín de temas emergentes con los que no tuvieron que lidiar tradicionalmente.

Como acabamos de afirmar, es probable que el hecho geopolítico más sobresa­liente ocurrido desde 2001 haya sido la segunda guerra de lrak, cuyo origen teórico se encuentra en los atentados del 11 de septiembre, que actuaron como amplificadores,

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catalizadores y aceleradores de situaciones de largo recorrido, como el conflicto ára­bo-israclí. el islamismo radical y el terrorismo internacional. Los atentados de AJ Qa­eda en el centro -real y simbóliccr- del poder mundial pusieron al descubierto des­de fragilidades sorprendentes hasta alianzas o desencuentros impensados y desencadenaron respuestas que no figuraban en las previsiones de los analistas. ex­pertos y políticos.

Cabe recordar que todavía en el verano de 2001 el presidente George W. Bush hablaba obcecadamente de recuperar el programa de defensa de los años ochenta. centrado en un escudo protector del espacio aéreo norteamericano ante la hipotética amenua nuclear del denominado 'eje del mar. con Corea del Norte a la cabeza. Es decir, su recién estrenado gobierno se mO\ ía todavía en unos parámetros geopolíticos típicos de la Guerra Fría: Estados adversarios. carrera armamentista, ... El shock fue. pues, de gran calado. cogió a contrapié a la mayoría y obligó a una reescritura de los discursos de presidentes. cancillerías y auditorios universitarios. Aquella fecha se convirtió en mágica: parecía que todo surgía de ella. o que todo convergía hacia ella.

Poco después del 1 1 de septiembre de 2001, Estados Unidos y sus aliados plan­tearon el ataque a Irak como una acción más de la 'guerra global' contra el terrorismo islámico. Resulta sorprendente hasta qué punto la acción se planeó y difundió con pa­rámetros más acordes con la Guerra Fría que no con el presente. Ante una agresión te­rrorista. la respuesta fue atacar un Estado con un gobierno. ejército. fronteras y políti­ca exterior conocidos. Parece como si existiera la necesidad, tal vez por impotencia. de enfrentarse a un enemigo convencional, con cara y ubicación conocidas. precisa­mente todo Jo que Al Qaeda no ofrecía. al ser ésta una organiLación capaz de mover­se con igual comodidad en cuevas perdidas entre montañas y en la modernidad de la red y las altas finanzas.

No hay que olvidar. sin embargo, que la administración norteamericana tenía planificada la operación desde mucho antes del 11 de septiembre y que Jos motivos reales poco tenían que ver con Al Qaeda ni con las armas de destrucción masiva que presuntamente estaban en manos de Saddam Hussein. sino que obedecían más bien a consideraciones de carácter geocstratégico y de control de recursos naturales de vital importancia. Por otra parte. con el pretexto de la guerra}' del terrorismo (islamista). no han sido pocos los gobiernos que han aprovechado Ja ocasión para hacer realidad determinados objetivos políticos o para servirse de instrumentos muy discutibles en otros contextos. Vaya como botón de muestra la manera cómo Vladimir Putin ha ges­tionado el conflicto checheno y cómo se ha aprovechado del mismo para depurar -incluso físicamente- a los que han denunciado los atropellos cometidos. Más allá de la débil democracia rusa, en países que se vanaglorian de su tolerancia y de la de­fensa de las libertades también se han tomado decisiones claramente arbitrarias e im­propias de un sistema democrático. En los Estados Unidos o en el Reino Unido. como casos más emblemáticos. el control de los propios ciudadanos se ha extendido hacia ámbitos hasta ahora inéditos.

Con todo, parece que las dificultades con que se han encontrado los discursos oficiales de los ocupantes de Irak para convencer a sus propias opiniones públicas son mucho mayores que las previstas. El divorcio entre gobernantes que han apoyado la intervención militar y la sociedad civil de cada país ha sido estridente y creciente. sin que las apelaciones al patriotismo que en otros momentos surtían efecto hayan fun-

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cionado en esta ocasión. Muestra de ello son las impresionantes movilizaciones a es­cala mundial del año 2003 contra dicha guerra, otro acontecimiento relevante de este momento geopolítico.

LA SEGURIDAD COMO PRIORIDAD Y EL MIEDO COMO INSTRUMENTO GEOPOLÍTICO

Lejos de la distensión que parecía prometer el final de la Guerra Fría, el sistema mundial contemporáneo se nos aparece bastante más complejo de lo previsto y, ade­más, con el añadido de la incertidumbre, sustantivo que era más bien ajeno a la expe­riencia geopolítica de la segunda mitad del siglo xx. En efecto, el orden mundial con­figurado a partir de mediados de los años cuarenta podía ser peligroso, antipático y cruel, pero era hasta cierto punto predecible: a una determinada acción correspondía una determinada reacción. Las reglas básicas del juego eran conocidas y, atendiendo a ellas, la geopolítica general y la particular de cada Estado podían articular una táctica y una estrategia concretas. Agotadas estas reglas, más que un sistema mundial unila­teral, bilateral o multilateral, lo que se ha impuesto es una nueva tensión respecto a la cual todavía no se han definido los correspondientes instrumentos de control, gestión e intermediación. Incluso. hasta cierto punto, se hace aún difícil diagnosticar los orí­genes y los autores de Ja tensión, que, eso sí, han servido y sirven de coartada para un nuevo discurso geopolítico occidental centrado en la seguridad y el miedo.

Es verdad que la seguridad, en un sentido muy amplio, ha sido siempre un obje­tivo histórico fundamental en toda geopolítica y que, para conseguirla, los Estados se han servido de la diplomacia, las leyes e incluso los ejércitos. Seguridad en las fronte­ras, seguridad de acceso a los recursos naturales. seguridad en los mercados o en la cohesión interna. Ahora bien, los atentados del 11 de septiembre de 2001 supusieron una alteración del propio concepto de seguridad, así como de los medios para conse­guirla y de los adversarios que supuestamente la cuestionan.

El miedo generado por la inseguridad se convierte en el gran pretexto para la definición de la nueva acción geopolítica. Un miedo que, de nuevo en gran parte debi­do a los atentados de Nueva York, no es un concepto abstracto relacionado con una amenaza lejana, sino que ahora se percibe como algo próximo, impredecible e icono­gráficamente contundente, sobre todo por la extraordinaria difusión de las imágenes de una ciudad familiar a todo el mundo y de unas víctimas que vivían y pensaban como muchos de nosotros. Las acciones terroristas de Bali en 2002, de Madrid en 2004 y de Londres en 2005 han profundizado esta percepción, así como las imágenes que nos llegan a diario del Irak de la posguerra o las que nos llegaban del Israel de la segunda Intifada, o las víctimas del terrorismo en Jordania e lndonesia, por poner sólo unos cuantos ejemplos.

El miedo en sí se convierte en un arma para los que lo generan y también para los que lo utilizan como pretexto para la toma de decisiones relacionadas con la ley y el orden, que de otra forma serían de muy difícil justificación. Lo que el socíólogo Mike Davis definíó como 'ecología del miedo' para entender la lógica de los cambios de las ciudades en la década de los noventa, bien puede aplicarse a la geopolítica, tan­to en su vertiente de relaciones internacionales como en la de consumo interno, de or­ganización y control de las propias sociedades. En los países occidentales se extiende

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la cultura del miedo en su sentido más amplio. en buena parte debido a la incapacidad de saber vivir en una sociedad del riesgo donde los peligros son a menudo imprevisi­bles e invisibles.

DE LAS GEOGRAFÍAS DE LA EXCLUSIÓN A LAS GEOGRAFÍAS DE LA EXCEPCION

Pobreza y desigualdad son los rasgos distintivos de un modelo social que es ca­paz de mantener a millones, de personas en el mundo en situación de hambre extrema y que. además. ha visto emerger el llamado Cuarto Mundo en el seno de las islas de seguridad de las llamadas democracias maduras. Aumentan las desigualdades entre Norte y Sur. pero éstas aumentan también en el seno de ambas sociedades. Nos halla­mos, en efecto. ante algunos «Nortes» y muchos «Sures» distribuidos irregularmente a lo largo y ancho de todo el planeta.

Los espacios extramuros no se corresponden ya únicamente con Ja tradicional distinción Norte/Sur, sino que los nuevos espacios en blanco, las nuevas tierras in­cógnitas. se ajustan a territorios, grupos de población y personas que, con indepen­dencia del lugar. están más o menos conectadas a los procesos globales de integración selectiva. Naturalmente. sigue habiendo escalas, pero uno puede quedar extramuros tanto en Marruecos. Kenya. Brasil. Guatemala. Rusia o Kazajstán. como en un barrio de Detroit. de París. de Hamburgo, de Madrid o de Valencia. El hecho verdaderamen­te nuevo es que. a diferencia de épocas precedentes. millones de personas en los paí­ses más pobres no tienen espcranla de que sus vidas progresen una vez que han fraca­sado todas las fórmulas magistrales que les habían prescrito. No son necesarias y no lo van a ser en el futuro. Son vidas desperdiciadas. en palabras de Zygmunt Bauman. Son personas superfluas, según Ulrich Beck. Se hacinan en las ciudades, integrando un éxodo rural incontenible de magnüudes hasta ahora desconocidas, en gran medida provocado por el mismo proceso de modernización selectiva de las zonas rurales. He ahí Ja geografía de la exclusión.

Nuestra sociedad ha generado siempre espacios de exclusión. entendidos como la expresión territorial de las diferencias sociales. políticas. ideológicas. económicas y culturales entre los grupos humanos. Y las ciencias sociales han estudiado y siguen estudiando a fondo los procesos de exclusión social y espacial. es decir las pautas que llevan a un sector de la sociedad a excluir espacialmente a los que, por motivos muy diversos. no tienen cabida en el sistema. Los individuos y grupos que no se ajustan a la ortodoxia socioespacial serán condenados a los territorios de la exclusión y no ten­drán más remedio que abrirse camino en ellos. En este sentido. geógrafos. sociólogos y urbanistas llevan tiempo advirtiéndonos de que las geografías de Ja exclusión no es­tán en retroceso, sino todo lo contrario. En los países ricos el abanico de nuevas bol­sas de pobrcL.a. de miseria y de marginación sigue siendo amplio y comprende, entre otros. los parados de larga duración, los ancianos desatendidos y con pensiones mise­rables. los inmigrantes no regularitados y los colectivos de jóvenes marginales. Por otra parte. el abismo entre las sociedades ricas y las pobres es cada vez mayor. lo que genera ingentes e imparables movimientos migratorios. mientras se agudizan de ma­nera irresponsable las tensiones culturales. Nacen nuevos campo::. de refugiados e in­cJu,) ~e levantan muros, como el que en Cisjordania va a separar las poblaciones pa-

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lestinas de las colonias judías, algo inimaginable el 9 de noviembre de 1989, cuando físicamente se echó abajo el Muro de Berlín, el que parecía ser el último muro de la vergüenza.

Todo ello conlleva un incremento sustancial de los espacios de exclusión, cuya espacialidad es visible físicamente no sólo a nivel global, sino también a nivel local en la práctica cocalidad de las metrópolis contemporáneas. He ahí la geografía de la exclusión. localizable y fácilmente cartografiable. Sin embargo, la geopolítica desata­da a raíz de los atentados del 11 de septiembre de 2001 va más allá y está creando una auténtica geografía de la excepción, en línea con el argumento central de la obra del filósofo político italiano Giorgio Agamben. En Lo que queda de Auschwitz: el archi­vo y el testigo y aún más en Estado de excepción, Agamben muestra cómo están sur­giendo a nuestro alrededor espacios de excepción y, lo que es peor, sin apenas damos cuenta. ¿Qué entiende el autor por espacios de excepción'? Lisa y llanamente, aque­llos espacios a caballo entre el orden y el desorden; espacios que de alguna forma se han 'descartografiado' porque se han visto substraídos de la norma. Espacios indeter­minados, extraterritoriales, al margen, en el limbo, cuya existencia es más o menos conocida, pero en los que no se sabe exactamente qué ocurre. La exclusión responde a la lógica de un sistema que es predecible y determinable porque en él impera, a pesar de codo. la norma: la excepción no escá sometida a ninguna norma y ello nos desarma en todos los sencidos, también metodológicamente. Estamos habituados a los espa­cios de exclusión y conocemos cada vez mejor su espacialidad. pero sabemos muy poco acerca de la espacialidad de la excepción.

Guantánamo, el enclave norteamericano en Cuba, es sin duda el paradigma del espacio de excepción. Sus moradores no son prisioneros en el sentido clásico del tér­mino. Son. simplemente, individuos detenidos sine die, sin cargos concretos, a los que se va a mantener en el umbral entre el ser y el no ser, en un espacio sin tiempo y en un tiempo sin espacio, como aquellos condenados a muerte que esperan en la celda el resultado de su apelación de última hora a la corte suprema. Guantánamo represen­ta más que nunca la quintaesencia del umbral, en un sentido que podríamos calificar de biopolítico, más incluso que de geopolítico, porque es el propio cuerpo humano el que se ve situado entre el orden y el desorden, el interior y el exterior, la luz y la oscu­ridad, la vida y la muerte. Tarde o temprano. los condenados a muene en una prisión convencional de un Estado convencional verán despejada Ja incógnita de su futuro; los detenidos en Guantánamo vivirán en la incógnita. Es el Estado de excepción con­vertido en espacio de excepción: en el primer caso. en el Estado de excepción, asistía­mos a la supresión de la norma sin localización, mientras que ahora asistimos a la lo­calización sin norma, es decir a un lugar como espacio permanente de excepción. El orden de los factores sí altera aquí -y mucho-- el producto final. que debe ser inter­pretado como una premonición nada deseable de lo que puede dar de sí la nueva geo­política que emerge de la cultura de la inseguridad y del miedo.

Guancánamo en Cuba y Bagram en Afganistán, así como algunas cárceles y otros espacios de excepción parecidos cuya existencia quizá nunca llegaremos a co­nocer, emergen discretamente a nuestro alrededor con relativa impunidad, 4ui¿á por­que se aprovechan tanto como pueden de su opacidad e hibridez y, aún más, de su deslocalización. Asistimos, en efecto, a una nueva modalidad de deslocalización, pero en esta ocasión ya no es industrial o financiera: es ética.

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Los AGENTES POSPOLÍTICOS. ÉTICA y ACCIÓN HUMANITARIA

La organización internacional por excelencia en el ámbilo político y diplomáli­co, la Organización de las Naciones Unidas (ONU), no parece eslar preparada para afrontar los retos del nuevo contexto geopolítico. Su estructura actual, diseñada tras la Segunda Guerra Mundial, es claramente obsoleta. Los Estados más poderosos e influ­yentes - y muy especialmente Jos Estados Unidos de América- ejercen continuas presiones sobre la institución para conseguir sus objetivos. Estos Estados, además, re­conocen su autoridad cuando conviene a sus intereses y no dudan en servirse, si lo precisan, de otras organizaciones más operativas, sobre todo en el ámbito militar, como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), deslegitimando aún más de esta manera a una institución ya de sobras cuestionada.

El principio teórico de igualdad soberana de todos Jos miembros integrantes de Ja ONU no ha tenido su correspondiente aplicación práctica. Las resoluciones de Ja Asamblea General , donde, efectivamente, los votos de todos Jos Estados tienen el mismo valor. no son de obligado cumplimiento. Por otra parte, en el Consejo de Se­guridad. formado por cinco miembros permanentes. el derecho a veto se ha utilizado en demasía por parte de las grandes potencias, antes y durante la Guerra Fría: Ja anti­gua URSS Jo usó casi de forma sistemática entre 1945 y 1955, y Jo mismo hicieron los Estados Unidos a partir de 1970 (Achcar, 1999).

Una de las funciones más importantes y visibles de la ONU a lo largo de este medio siglo de existencia ha consistido en enviar delegaciones de mantenimiento de la paz a zonas en conflicto. La complejidad de las nuevas misiones. junto a una cierta sensación de fracaso en muchas de ellas, induce a pensar que. a partir de 1993, se ha­bría entrado en una fase de contracción o, a Jo sumo, de estancamiento en el número e imporlancia de las misiones de mantenimiento de la paz. La misma opinión pública que aplaude Ja intervención de Ja ONU en estas guerras fratricidas localizadas en su mayoría en el Tercer Mundo. no entiende por qué los cascos azules se muestran pasi­vos e inactivos ante las acciones desalmadas de los señores de la guerra, los genoci­dios planificados o las operaciones de limpieza étnica. La ONU alega falta de recur­sos y de decisión política de sus miembros más poderosos. Jos cuales. a su vez. optan cada vez más por vías paralelas o alternativas. sin por ello dejar de participar en mi­siones conjuntas que a menudo son más testimoniales y de observación que de pre­sencia activa. La película bosnia En tierra de nadie, del director Danis Tanovic , premiada en marzo de 2002 con el Óscar a Ja mejor película extranjera producida en 2001 , ilustra, con un humor ácido y sarcástico, este ambivalente e indeciso papel de los cascos azules, aplicado en esta ocasión al conflicto balcánico.

La Guerra del Golfo de 1991 , coincidente en el tiempo con Ja desintegración de la URSS y el final de Ja Guerra Fría. marcó un hito en este camino de sustitución de las Naciones Unidas. Por primera vez. las grandes potencias, lideradas por los Es­tados Unidos. condenaron unánimemente a un Estado de importancia nada desprecia­ble y recurrieron al uso de la fuerza militar. con la abstención de China. Se iniciaba así una dinámica en la que Ja OTAN, aprovechándose de Ja desaparición del Pacto de Varsovia y de Ja inexistencia de un bloque militar de similares características. iba a adquirir un notable protagonismo, otorgándose ciertos derechos y tomando algunas decisiones que, en principio, no le corresponderían. El segundo paso en esta línea se

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"'ª a dar en marzo de 1999, con motivo del bombardeo de la OTAN contra Serbia por ;.i actuación en Kosovo. Esta organización se convertía así, de facto, en el brazo ar­

mado de la ONU. Las Naciones Unidas y la OTAN son, posiblemente, excepciones en un sistema

mundial cada vez más copado por organizaciones diferentes, a las que hemos desig­nado como pospolíticas. Unas organizaciones -humanitarias, económicas, cultura­es- no explícitamente políticas, pero con dimensión política, y que no responden a tos principios de soberanía, legitimidad y representatividad tradicionales de las insti­ruciones que hasta ahora protagonizaban la geopolítica.

Estamos, pues, ante un cambio muy significativo de las principales organiza­~ones internacionales vinculadas a la resolución de conflictos de uno u otro tipo. Este proceso ha ido acompañado de un desarrollo espectacular de las ONG, hoy más pre­~nces que nunca y con una influencia inimaginable hace pocos años, incluso en Espa­ña, donde se han difundido algo más tarde que en el resto de países de nuestro entorno Casado, 1995, 1999; Rodríguez, Montserrat, 1996; Ruiz, 1999; Subirats, 1999; Calle,

2000). Sus acciones de carácter humanitario - no exentas de ciertas ambigüedades y contradicciones- han adquirido una importancia extraordinaria en esta compleja geo­política de la posmodernidad.

La primera ONG en importancia, la más antigua y la que quizás sufra de una manera más patente las contradicciones generadas por la crisis de la guerra y el surgi­miento de nuevas tierras incógnitas, es la Cruz Roja, o mejor dicho, el Comité Inter­nacional de la Cruz Roja (CICR). Existen ciento sesenta asociaciones nacionales de la Cruz Roja, financiadas a través de aportaciones voluntarias y de subvenciones oficia­les y dedicadas básicamente a solventar o paliar emergencias sanitarias dentro de cada país. El CICR, con sede en Ginebra, es el organismo encargado explícitamente de intervenir en las guerras.

La Cruz Roja fue creada en 1859 por el ginebrino Jean-Henri Dunant, un acau­dalado ciudadano suizo que quedó impresionado ante el drama humano desparrama­do por los campos de batalla del norte de Italia después del enfrentamiento entre los ejércitos de Napoleón ID, de Francia, y Francisco José, de Austria. En Un souvenir de Solferino describe de forma despiadada Ja patética situación en la que quedaron Jos soldados heridos y moribundos después del fragor de la batalla. Se trataba. pues, de crear una organización sanitaria internacional y neutral, respetada por Jos contendien­tes, que pudiera ayudar a los heridos de guerra y actuar de intermediaria en las opera­ciones de intercambio de prisioneros. Ante los representantes de dieciséis países, en­tre ellos los Estados Unidos, la Convención de Ginebra de 1864 reconocía el carácter neutral de Jos hospitales y los equipos médicos y la igualdad del trato médico para los soldados enemigos y para las propias tropas (Ignatieff, 1999). La Convención de La Haya de 1907 y Ja revisión de la Convención de Ginebra de 1906 fueron más allá y acordaron Jos códigos para la guerra por tierra y por mar, así como el trato a los pri­sioneros. Al tiempo que los países europeos se armaban frenéticamente y que los avances técnicos permitían incrementar la eficacia de la máquina de matar, Europa as­piraba a civilizar la guerra.

La neutralidad sigue siendo hoy el punto de referencia básico en las actuaciones del CICR. No se establecen diferencias entre guerras buenas y malas, entre causas justas e injustas, ni tampoco entre víctimas y agresores. El CICR se abstiene de for-

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mular valoraciones políticas y de pronunciarse sobre las situaciones en las que inter­viene o de las que es testimonio de excepción. ni tan sólo cuando se conculcan los de­rechos humanos. Su lógica sigue respondiendo a la guerra clásica, en la que dos o más ejércitos regulares luchan entre sí, respetando grosso modo los sucesivos acuer­dos tomados en las Convenciones de Ginebra. Sin embargo, la realidad actual, como hemos visto más arriba, es muy distinta. Hoy, la mayoría de las guerras son infraesta­tales y los bandos en litigio no se corresponden con el modelo tradicional de ejército regular, estructurado y jerarquizado. Se trata, muchas veces, de luchas entre faccio­nes, entre bandas armadas vinculadas a menudo con el crimen, formadas a veces por adolescentes que no saben ni quieren saber de Convenciones y que generan más vícti­mas civiles que militares. Ante ellas, o, Jo que es Jo mismo, ante Ja desintegración to­tal de un Estado, de poco sirve una estructura como Ja del CICR ni un compromiso ético tan ambiguo.

Las ONG nacidas a partir de 1970 -y aún más las surgidas en Jos últimos diez años- parten de otro supuesto: la ayuda humanitaria desinteresada, pero sin renun­ciar a la denuncia pública de las violaciones de Jos derechos humanos. El compromi­so ético no es ambiguo ni lo pretende ser y no se esconden las implicaciones políticas que el mismo pueda acarrear. Esta nueva generación de ONG se inicia en 1971 con la fundación de Médicos sin Fronteras (MSF), que nace. de hecho. como respuesta al genocidio llevado a cabo en la guerra de Biafra. A partir de entonces se multiplican las ONG de características similares y en Jos más diversos campos, desde el sanitario (Farmacéuticos sin Fronteras) hasta el lúdico (Payasos sfo Fronteras).

Esta clase de organizaciones humanitarias se adaptan mejor al nuevo tipo de guerras y de conflictos y despiertan muchas simpatías entre Jos ciudadanos -espe­cialmente los jóvenes- de los países occidentales, precisamente por su carácter no oficial y desinteresado. Tanto es así que, de hecho, Ja ayuda humanitaria de estos paí­ses hacia las zonas en crisis se canaliza cada vez más a través de estas organizaciones. Éste fue el caso de la Unión Europea en Bosnia. Se creó una agencia, la European Community Humanitarian Office (ECHO), a través de la cual se canalizó la ayuda hu­manitaria, que era gestionada sobre el terreno por las ONG.

Como toda organización social, las ONG no están exentas de contradicciones. Para poder llevar a cabo sus funciones precisan de una financiación importante. Sí ésta procede del gobierno o de alguna organización internacional, como la Unión Eu­ropea. su margen de maniobra y su libertad de crítica se ven cada vez más reducidas y cuestionadas. Si, por otra parte, optan por la financiación propia a través de campañas publicitarias de captación de donantes y de socios protectores, se ven obligadas a en­trar en complicadas operaciones de márquetíng y en una feroz competencia contra otras ONG, llegando a destinar a veces hasta el 25 % de su presupuesto a la obtención de fondos propios. A ello hay que añadir el contraste -a veces insultante- entre los medios materiales de que disponen los cooperantes para hacer más llevadera su estan­cia en estas zonas en crisis y la precariedad general de la población local. Durante el asedio de Sarajevo, un traductor local que trabajara para una ONG recibía al mes unas 70.000 pesetas, mientras que Jos médicos y enfermeras bosnios no llegaban ni a una décima parte de este sueldo. En la misma ciudad, los integrantes de las ONG tenían derecho a acceder a las tiendas denominadas PX, una especie de du.ty free puestas a disposición de los cascos azules de la ONU. En ellas se podía adquirir, a precios li-

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bres de impuestos, toda clase de productos, desde comida y bebidas, hasta cámaras de vídeo, equipos de alta fidelidad o zapatillas de deporte ... en una ciudad en la que se pasaba hambre.

A este tipo de contradicciones se añaden otras de más calado. Nos referimos concretamente a los efectos perversos - y a veces imprevisibles- de la ayuda huma­nitaria. A menudo, ésta actúa de tapadera, de excusa ante la opinión pública nacional e internacional: no se interviene militarmente o políticamente (cuando ésta es Ja inter­vención que se precisa), pero sí de forma humanitaria. Por otra parte, una ayuda hu­manitaria determinada puede tener una incidencia política e incluso bélica no desea­da, al aprovecharse de ella el dictador de turno o Ja banda armada que inició las hostilidades y provocó la tragedia humana que precisamente se pretende solventar ahora. Con todo, el balance de la acción humanitaria llevada a cabo en estos últimos años por las ONG es muy positivo. El compromiso ético de la mayoría de sus compo­nentes es digno de respeto y de consideración y, en conjunto, se han convertido en uno de los agentes pospolíticos más relevantes de este inicio de milenio.

En resumen, a Jo largo de todo este apanado se ha intentado mostrar, a través de ejemplos concretos localizados en el tiempo y el espacio, la emergencia de unos nue­vos territorios y actores de Ja geopolítica contemporánea que se caracterizan por ac­tuar relativamente al margen de los mecanismos tradicionales del sistema mundial. Las ONG, las mafias, los deportados y refugiados a raíz de Jos conflictos bélicos ... todos ellos, con sus siempre diversas y opuestas caras, son los agentes que crean y configuran las que hemos denominado terrae incognitae, que coexisten con espacios controlados y territorios planificados hasta unos extremos inauditos e impensables hace unos pocos años. Efectivamente, el orden geopolítico vigente desde 1945 y que se derrumbó en 1989 -a pesar de los ecos que todavía resuenan en una antigua su­perpotencia como Rusia, a la que le es difícil acomodarse a la nueva situación- , ha sido sustituido por la geopolítica de la complejidad.

2. Crisis y reestructuración del Estado

SOBERANÍA y GLOBALTZACIÓN. Los LÍMITES DEL ESTADO-NACIÓN

El Estado-nación sigue siendo una pieza fundamental en el nuevo orden inter­nacional, pero nunca como ahora había mostrado tantos signos de desorientación, de­sorganización y crisis de sus funciones tradicionales. La centralidad del Estado-na­ción en la construcción de las sociedades contemporáneas, tanto en los ámbitos político, económico e ideológico, como en el propiamente geopolítico, es incontesta­ble. Sin embargo, dicho estatus de centralidad es actualmente cuestionado desde mu­chos puntos de vista. A continuación se analizará críticamente esta institución expo­niendo cuáles son, en realidad, los elementos que, efectivamente, cuestionan su rol tradicional, en qué se mantiene vigente y en qué se transforma. Se intentará, en defi­nitiva, «deconstruir» el Estado, de acuerdo con el esquema seguido por Nogué y Vi­cente (2001).

En Ja última década han sido muchos y variados los discursos que han argu­mentado que el Estado moderno es una institución en proceso de disolución ante, por

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un lado, los impulsos homogeneizadores de la globalización y. por otro. la fragmenta­ción de las identidades. Sin embargo, no se trata de una dinámica tan evidente como algunos defienden. sino que, más bien, el análisis del panorama estatal nos llevaria a conclusiones bastante más complejas e, incluso, contradictorias.

La supuesta crisis del Estado tendría como origen la denominada «glocaliza­ción» -para muchos autores la auténtica deus et machina de todas las reestructura­ciones contemporáneas (Sassen, 1996; Hoogvelt. 1997: Castells. 1998: Nogué. 1998; Held et al., 1999}- que. por un lado, acabaría con la exclusividad en el ejercicio de la soberanía, fragmentándola entre varios agentes, y. por otro. eliminaría parcialmen­te el sentido del propio concepto de soberanía, disolviéndolo en la atmósfera de lo global.

Saskia Sassen es una de las investigadoras que sostiene que la transformación de la soberanía y de su territorialidad está en la base de la reestructuración contempo­ránea del estado. En su libro Losing co111rol. Sovereignty in tlze age of globak,arion escribe:

Soberanía r territorio continúan siendo pie::.as clave del sistema imemacional. Pero se han reconstituido y parcialmente despla:.ado hacia otras arenas institucionales fuera del estado y fuera de los territorios nacionalizados. Creo que la soberan[a se ha descentrali-;.ado y el territorio parcialmente se ha desnacionali:.ado. Desde una pers­pectirn histórica. esto sig11ijicaría una transfonnación e11 la articulación emre la sobe­ranía y el territorio tal y como se estableció en la formació11 del estado moderno y el sistema i111erestatal. la soberanía se ma11tie11e como una estrucwra del sistema. pero ahora está locali::.ada en múltiples arenas i11stit11cio11ales: los nuevos regímenes legales privados transnacionales. nue\'QS organi::.aciones supranacionales y 1•arios códigos in­ternacionales de derechos humanos (Sassen. 1996. pp. 29-30).

Veamos, pues, cuáles son Jos nuevos escenarios de la soberanía y hasta qué punto los Estados mantienen parcelas de este poder exclusivo al que se hacía referen­cia o hasta dónde las han cedido a otras instancias de dimensión superior. En olro apartado vamos a analizar el proceso de cesión de soberanía a instancias de dimen­sión regional.

¿Cuál es la novedad histórica y geográfica de este fenómeno que. desde hace poco menos de dos décadas. se ha denominado globalización? Ante esta pregunta hay diferentes posicionamientos, en buena parte debido a que ya hace siglos que existe un sistema mundial que convive paradójicamente con la fragmemación política estatal (Wallerstcin. 1991: Taylor, 1994; Hoogvelt, 1997; Harvey, 1998).

El urbanista italiano Francesco Indovina ( 1990) cree que la globalización con­siste. en realidad. en una etapa más del proceso de expansión del capitalismo; es de­cir, nada nuevo. Argumentos que avalen esta perspectiva se pueden encontrar con cierta facilidad. Por ejemplo. la globalización de las finan¿as. un indicador que pare­ceóa característico de este inicio de milenio global, es. en realidad, un fenómeno algo más antiguo: si Sassen calcula que un 65 % del capital financiero mundial está en ma­nos de siete países (Sassen. 1996), Lenin. en 1916. hablaba de un 80 Cff en manos úni­camente de cuatro países (Lenin, 1974). O, incluso, podría remontarse la concentra­ción del mercado financiero al papel de los banqueros genoveses y flamencos en la coloni1ación española de América.

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Sin embargo, esta explicación no resulta suficiente. La mayoría de investigado­res identifican lógicas e instrumentos que justifican, a pesar de los antecedentes, el ca­rácter novedoso y estructural de la globalización. Sin duda, Manuel Castells (1998) es uno de ellos y llega incluso a hablar de una nueva era, la de la información, que estaría precisamente caracterizada, entre otros rasgos, por la globalización. Esta perspectiva coincide en parte con la de David Harvey ( 1989), quien define la globalización como una «compresión de las relaciones espacio-tiempo» que minimiza las distancias y acelera los procesos de intercambio económico y cultural. La compresión es lo que permitirá que la economía informacional, de la que habla Castells, sea global, y no sólo mundial, al actuar como una unidad en tiempo real y a escala planetaria.

Hay, pues, un cierto acuerdo en considerar que la globalización implica un cambio cualitativo en el proceso de desarrollo del capitalismo y, por ello, las estructu­ras que le eran útiles hasta ahora tal vez deberán transformarse. Aquí es donde apare­ce la soberanía como concepto clave para interpretar los efectos de la globalización en los Estados, y viceversa. Efectivamente, la soberanía estatal ha sufrido un cierto desgaste en parte estimulado por los mismos Estados, con el fin de adaptarse a las de­mandas de eficiencia del nuevo sistema mundial y también, paradójicamente, como estrategia de supervivencia.

Las teorías clásicas, sean de corte liberal o marxista, siempre han reconocido un papel central de los Estados en la estructuración de la economía mundial. Los ins­trumentos de los Estados para ejercer su papel de fomento y defensa de la economía han sido tradicionalmente la gestión de las fronteras, como mecanismos de filtro co­mercial, y la política monetaria. Así se explica la paradoja entre un sistema mundial único y unas estructuras económicas y políticas fragmentadas. Es decir, el sistema mundial ha comportado un determinado equilibrio de complementariedad entre sobe­ranía e interdependencia.

En este equilibrio, la importancia de los aranceles y del cambio monetario -de la soberanía económica- ha variado a lo largo del tiempo y en función del poder de cada Estado dentro del sistema. Pero, en general, puede afirmarse que desde la Segun­da Guerra Mundial se ha ido hacia una progresiva liberalización y, por lo tanto, se ha ido limitando la capacidad de servirse de dichas políticas. Precisamente para ello se crearon, en 1944, las instituciones de Bretton Woods -como el Fondo Monetario In­ternacional (FMI) o los Acuerdos Generales sobre Aranceles y Comercio (GATT, des­de 1995 Organización Mundial del Comercio)- que tenían como objetivo ampliar, re­gular y asegurar el intercambio entre economías de ámbito estatal, pero manteniendo ciertas parcelas de soberanía, entre otras cosas porque la Guerra Fría imponía la nece­sidad de un orden político estricto que sólo los Estados podían garantizar.

Sin embargo, la Guerra Fría ha terminado y ambos instrumentos -aranceles y política monetaria- se han convertido más en frenos para la economía que no en sus reguladores y garantes. Es por ello por lo que las instituciones económicas internacio­nales han ido exigiendo una casi total apertura de los mercados financieros -que no los laborales, como puede observarse a diario con las políticas migratorias- . Esta apertura implica realmente un nuevo sistema y se explica por la necesidad de las em­presas de superar el principio que parecía inamovible de economías estatales para po­der mantener su competitividad, ampliar mercados y minimizar costes; es lo que se ha denominado posfordismo o capitalismo tardío (Harvcy, 1989; Jameson, 1991 ). Para

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ello, como puede leerse en otra parte de este mismo libro. las empresas necesitan lo­cali7arse --0 lo que, con imprecisión. se denomina deslocalizarse o relocalizarse­donde más les convenga y hacer íluir el capital sin peajes políticos. sin fronteras.

Este modelo empresarial es el que permite comprender por qué a mediados de los años noventa el 40 % del comercio mundial fuera. de hecho, intercambio interno entre las mismas compañías (Sassen. 1996): o que los productos de alta tecnología de Malasia y Filipinas signifiquen, respectivamente, el 62 % y el 56 % del total de sus exportacione~ de manufacturas, cuando en España tan sólo llega al 17 % o en Alema­nia al 26 % (Banco Mundial. 2000).

Con estos pocos y breves ejemplos. que se pueden extender a muchos otros sec­tores, se comprende fácilmente que la liberalización ha sido condición para la globa­liLación de la producción siguiendo las pautas del posfordismo: acumulación flexible. fragmentación de la producción, descentralización selectiva de los procesos. Y se puede comprender también que esta liberalización ha sido posible por la pérdida de capacidad de control de los movimientos de capital y mercancías por parte de los Es­tados. Es decir, una pérdida de soberanía.

Ahora bien, sería erróneo interpretar esta pérdida de control como resultado de una cesión involuntaria de soberanía por parte de los Estados ante el empuje de la competitividad a escala mundial. Más bien al contrario, los Estados han participado activamente en Ja apertura de mercados comerciales y financieros y en la descentrali­zación de la producción, puesto que era fundamental para no quedar al margen de unos procesos de reforma económica global que provocan exclusiones políticas. so­ciales y económicas radicales. Desde los años ochenta. prácticamente todos los Esta­dos del mundo, sin tan siquiera la excepción de países excomunistas o aún comunis­tas -piénsese en China o en Cuba-. han puesto en marcha políticas para la atracción de inversiones que implicaban facilidades para la entrada y salida de capita­les. renuncia a otros tipos de políticas de control del mercado laboral y abandono de parcelas de gestión directa de sectores económicos estratégicos mediante privatiLa­ciones que en general han alimentado a empresas transnacionales. Es por eso que en todo el mundo, entre 1990 ~ 1997. la inversión extranjera pasó de 192.000 millones de dólares a más de 400.000 millones. según datos del Banco Mundial (2000).

Todavía menos voluntariedad es la que se encuentra en los Estados que aplica­ron desde inicios de los años ochenta las polÍlicas de liberalización impuestas por el FMI y el Banco Mundial (BM) como parte de la renegociación de la deuda externa que acuciaba a los países en vía!> de desarrollo. Son los casos de la mayoría de los Es­tados latinoamericanos. del sudeste asiático y de algunos de los más importantes países africanos. Para todo!, ellos, el esfuerzo de «Saneamiento» de sus economías fue ingente. como condición para poder acceder de nuevo a créditos de la banca interna­cional después de la denominada «crisis de la deuda». El Banco Mundial (2000) ofre­ce algunos datos reveladores de este esfuerzo: entre 1982 y 1985 Chile dedicó el 40 % de su producto interior bruto a la reestrucruración (la misma cifra que lndoncsia desde 1997) y México el 15 Ck desde J 995. En todos estos casos la apertura de Jos mercados financieros al capital exterior y la atracción de inversiones mediante los procesos de privaliLación) la emisión de deuda pública ha sen.ido para transformar absolucamen­tc las bases y las tradiciones económicas de muchos países. Seguramente. la principal tran!>formación ha consistido en la reducción drástica de la presencia estatal en las

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~-pectivas economías. en unos países que durante años tuvieron en el sector público e más importante, aunque precario, motor económico. Uno de los ejemplos más me­ndianos de este proceso es el argentino. país que fue el paradigma del proteccionismo a mediados de siglo xx y que ahora tiene un JO% de su PIB en manos de empresas españolas (capital que, a su vez, significa el 5 % del PIB español).

Como es sabido, los resultados de estas operaciones han generado grandes de­bates a todos los niveles. Debates contradictorios, pues si, por un lado, han surtido efe~co en cuanto a la atracción de capital y a Ja mejora de la macroeconomía, por otro, a dualización de Ja sociedad se ha acrecentado. Además, en algunos casos, la crisis

de la economía se ha agudizado después de breves períodos de euforia especulativa. romo la que convirtió a la bolsa de Buenos Aires en la más rentable del mundo a prin­._ ip1os de los noventa. Efectivamente. una demostración de. como mínimo, la inefi­..:1cncia de dichas políticas de «ajuste» es la recaída de muchas de las economías que · .i:. aplicaron -Ecuador, Brasil, México, Argentina, Indonesia, Turquía- , que preci­,.10 de nuevo ayuda internacional y que se ven obligadas a reiniciar políticas de auste­ridad que empeoran, todavía más, las condiciones de vida de la mayoría de la po­hlación.

El mercado único de finanzas es el más genuino producto y el motor del nuevo "1scema económico. el que mejor aprovecha el hecho de que la sociedad infonnacio­nal actúe como una unidad en tiempo real y a escala planetaria, como se decía más arriba. Es en esta unidad donde las finanzas encuentran la posibilidad de generar unos beneficios ingentes - siempre reconociendo un margen de riesgo, como corresponde a la especulación- e inmediatos; es ahí donde halla la posibilidad de mover dinero virtual mediante las tecnologías de la información sin ningún tipo de control ni de oportunidad, por parte de los Estados, de participar de las plusvalías. Como es sobra­damente conocido, actualmente estos mercados representan la actividad económica que más recursos mueve diariamente a escala mundial. Los datos en este sentido son abrumadores: cada día se negocian en los mercados financieros mundiales 1,2 billo­nes de dólares, lo que significa casi 400 billones al año. casi el doble que en 1987, que a su vez eran diez veces más que en 1980, y su valor al cabo del año dobla el de la producción industrial mundial (Sassen, 1996; Muir. 1997: Castells, 1998).

Por eso, su capacidad de distorsionar economías estatales se ha demostrado tan elevada. La crisis de Indonesia tuvo su origen en Ja caída de su bolsa y Ja consiguien­te devaluación de su moneda; y, con pocas diferencias, el mismo escenario se repitió en México y en Brasil. Aún más, la especulación financiera fue suficiente para forzar la salida de la lira italiana y de la libra esterlina del Sistema Monetario Europeo a principios de los noventa. Esta operación de presión sobre la libra dio beneficios de mil millones de dólares en un día a un operador bursátil, Quantum Fund, propiedad de George Soros, un destacado financiero defensor a ultranza de Ja globalización eco­nómica. Pero su potencial tiene un reverso que es su vulnerabilidad, y desde el crash bursátil del 29 de octubre de l 987 -o el terremoto de Kobc en enero de 1997 o la caí­da de la bolsa de Indonesia en 1999- ha quedado claro que una fisura en el sistema financiero tiene efectos a escala global, con independencia de que la economía pro­ductiva viva una fase de crecimiento o de crisis.

Precisamente, la escasa relación entre los mercados financieros y la economía productiva define otra de las características del sistema contemporáneo. La evolución

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de Jos índices bursátiles tiene poco que ver, a menudo, con las empresas que cotizan en ellas e incluso su comportamiento puede ser divergente. En estos últimos años se ha asistido a fenómenos como la revalorización de empresas con enormes pérdidas presentes y futuras -caso de muchas de las vinculadas a la denominada «nueva eco­nomía»- o como la caída de Ja bolsa de Nueva York anee los datos de disminución del paro en Estados Unidos.

Ahora bien, y volviendo al tema de la soberanía, para que estas finan¿as sean realmente globales ha sido necesario que los Estados abrieran sus economías, que las sanearan para que fueran atractivas al capital, que privatizaran empresas y que dieran a sus bolsas nacionales dimensión mundial. En efecto, el mercado global de las finan­zas, el «casino global». como lo denomina Castells, ha requerido y ha provocado. si­multáneamente. que los Estados perdieran soberanía. Por otra parte. este mercado fi­nanciero global no tiene un «Cerebro estatal». sino que. como paradigma de la nueva sociedad, Ja red en su conjunto es el cerebro. Es por este motivo que los actores de las finanzas globales son imprecisos: desde conglomerados empresariales, grandes y mo­destas consultoras, bancos y empresas de seguros, a millones de pequeños inversores que ven la posibilidad de sacar un rendimiento alto y rápido a su dinero. siempre y cuando no se arruinen en el empeño. Es decir. el mercado financiero se muestra como una combinación entre agentes globales y agentes locales entre los cuales el Estado ha perdido buena parte de su capacidad de intermediación y de decisión y, sin embar­go, depende en gran medida de él.

Otra de las vías de reestructuración de la soberanía ha sido Ja creación y el re­forzamiento de instituciones supraestatalcs de carácter económico y político. En efec­to. desde inicios de los años noventa, el número y peso de instituciones que agrupan Estados con el objetivo de integrar mercados y políticas se ha ido incrementando. Tanto es así que. entre 1990 y 1998. se han creado más instituciones de este tipo que en los cuarenta años anteriores. Estas instituciones han ido asumiendo competencias que, o bien hasta este momento habían gestionado los Estados. o bien son nuevas ne­cesidades generadas por la globalización. Así, las Naciones Unidas, la Unión Europea (UE), el Tratado de Libre Comercio (TLC) norlcamericano, la Asociación de Nacio­nes del Sudeste Asiálico (ASEAN), el Mercosur (que agrupa a Argentina. Brasil. Pa­raguay y Uruguay), el G-8 (reunión de los siete países más ricos del mundo y Rusia). la Comunidad de Estados Independientes (CEI. Ja institución para la coordinación de algunos de los Estados ex soviéticos). la Organización del Tratado del Atlántico Nor­te (OTAN. el sistema común de defensa de los países del antiguo bloque de aliados occidentales), la Liga Árabe, o el G-77 (grupo de los países más pobres del planela) se han convertido, bien es cierto que unos más que otros, en agentes geopolíticos del nuevo sistema global.

Aunque no toe.las ellas son organizaciones nacidas como resullado de la globali­Lación. su papel sí ha sido notablemenlc reforzado y transformado a partir de ella. Así. el emhrión de la UE. Ja Comunidad Europea del Carbón y el Acero. se creó en 1951 en un contexto de reconstrucción y de división por la Guerra Fría: Ja ASEAN fue fundada en 1967; pero, en cambio, el TLC se puso en marcha el 1 de enero de 1994 y el Mercosur en 1991. El caso de la OTAN presenta unas características singu­lares. puesto que se trata de una institución que se tran~t'orma para mantener su prota­gonismo en la escena mundial: de alianza militar anticomunista a vigía de los imcrc-

GLOBALIZACIÓN Y NUEVO (DES)ORDEN MUNDIAL 133

ses occidentales. Sea como fuere, su delimitación define unas áreas que no son ni mu­cho menos resultado del azar, sino que surgen de espacios políticos y económicos que, de una manera u otra, presentan elementos comunes en cuanto a su papel en el sistema mundial. Entre ellos, en sus instrumentos y objetivos, presentan notables di­ferencias, desde unos casos en que se ha ido poco más allá del levantamiento de aran­celes, como sucede en el Mercosur o el TLC, hasta otros que suponen verdaderamen­te un proceso de unificación económica y política, como la Unión Europea.

ESTADOS-NACIÓN Y NACIONES SIN ESTADO

El otro rasgo distintivo con el que finalizó el pasado siglo xx fue la emergencia de los nacionalismos. Contra lo que se ha pensado durante más de un siglo por quie­nes, desde el liberalismo y el marxismo, decretaron el final de los nacionalismos, el hecho histórico es que no solamente han resistido como naciones sin Estado, sino que en muchos casos determinados pueblos han constituido o reconstruido Estados-na­ción a partir de la desintegración o fragmentación de otros. Como bien subraya Cas­tells: la experiencia soviética es un testimonio de la perdurabilidad de las naciones, más allá, y a pesar del Estado (Castells, 1998: 64). La «vieja» Europa -desde Flan­des hasta Cataluña, pasando por Escocia y el País Vasco-- también ofrece una exten­sa y consistente muestra de pueblos que se sienten naciones sin Estado. Pero, como bien subraya Kymlicka, citando la obra de Connor, el nacionalismo minoritario es hoy en día un fenómeno auténticamente global que se encuentra en cualquier rincón del globo (Kymlicka, 2003: 319-320), puesto que pueden encontrarse potentes nacio­nalimos minoritarios en :

África (por ejemplo, en Etiopía), Asia (Sri Lanka), Europa del Este (Rumania), Europa occidental (Francia), Centroamérica (Guatemala), Sudamérica (Guayana) y Oceanía (Nueva Zelanda). La lista incluye tanto a países antiguos (Reino Unido) como a países pequeños (Fidji), tanto a países ricos (Canadá) como a países pobres (Pakis­tán), tanto a países autoritarios (Sudán) como a países democráticos (Bélgica), tanto a países marxistas-leninístas (China) como a países militantemente antimarxistas (Tur­quía). La lista también incluye a países que son budistas (Burma), cristianos (España), musulmanes (Irán), hindúes (India) y judfos (Israel) (Walker Connor, 1999, «Nacional Self-Determination and Tomorrow's Political Map», citado en Kymlicka, 2003: 320).

El nuevo milenio afronta en muchas partes del planeta el reto renovado del re­conocimiento de la plurinacionalidad en el seno de diferentes Estados. De abordar, en definitiva, lo que Kymlicka define como el acomodo de culturas nacionales en el con­rexto de una cultura social mayoritaria (Kymlicka, 1999) o, si se prefiere, de aceptar el hecho de que existen Estados plurinacionales.

De nada sirve entender los nacionalismos como algo «irracional», «prepolítico», «premoderno» o «anacrónico». Los hechos, para bien y para mal, demuestran en el fi­nal del siglo xx que los nacionalismos se asienten sobre componentes étnicas o cívi­cas, no pueden ser entendidos como una patología sino como una legítima expresión política del derecho a la diferencia o como expresión de la diversidad existente en Ja nueva modernidad. El proceso globalizador no ha diluido, como muchos pronostica-

134 GEOGRAFÍA HUMANA

ron, Jos sentimientos nacionalistas, sino que, por el contrario, asistimos al resurgir de las identidades. La elección individual suslenlada en Ja voluntad de ser, en la necesi­dad de autoidentidad sobre bases lingüísticas, culturales, históricas y, en ocasiones, territoriales, ha afianzado en muchas parles del mundo su expresión política. Por eso, los nacionalismos seguirán siendo un rasgo persistente del paisaje político y obligará a muchos Estados plurinacionales a saber encontrar adecuado encaje de las diferentes expresiones identitarias que integran minorías nacionales, superando la organización del tradicional Estado-nación.

LAS POTENCIAS EMERGENTES

La quiebra de los mélodos, mecanismos e instituciones que teóricamente tenían como objetivo facilitar a una gran parte de la población mundial el acceso a unos ni­veles de vida dignos es otro de los grandes retos a los que nos enfrenlamos. En para­lelo. el fracaso de los intentos de los países menos desarrollados para influir a escala internacional también se ha hecho evidente y el fin de Ja Guerra Fría ha dejado en un interrogante el rol de toda una serie de países que en algún momento se habían deno­minado «potencias intermedias», más como expresión de una expeclativa de futuro que no como una realidad (con la excepción de China, ya inmersa desde inicios de los años ochenta en una espiral de transformaciones y crecimiento económico vertigio­so). Este interrogante se ha empezado a despejar en cierto sentido a lo largo del últi­mo quinquenio en lo referente a China, Indonesia, India, Brasil y la República Suda­fricana, países que en los últimos años han adquirido un protagonismo excepcional en el escenario mundial. Se trata, sin duda, de situaciones muy diversas, pero que lienen en común una potencialidad regional e internacional fuera de toda duda y que -con­viene no olvidarlo- representan prácticamente la mitad de la población del planeta.

Parece indiscutible que no está muy lejano el horizonte de una economía global con unos cuantos de estos países en primera fila. Tal vez ni el medio plazo se ajusta a la realidad y es necesario hablar ya en presente. En el momeno de escribir estas lí­neas, en las dos primeras páginas de economía de el periódico español El País se daba cuenta de lo siguiente: la empresa informática Del/ ocupará 20.000 trabajadores en India; la cadena norteamericana Wall-Marr prevé llegar a los 120.000 trabajadores en China; el gobierno español destinará 700 millones de euros al fomento de la exporta­ción en China; el aeropuerto de Pekín multiplica por cuatro la media mundial de cre­c1IDiento de número de pasajeros. Esros ejemplos, en modo alguno extraordinarios, ponen de relieve que el interés económico por países basta hace poco impensables es ya un hecho y que el desplazamiento del centro de gravedad geopolítico hacia China­India es mucho más que una posibilidad.

Porque las expectativas de estos países no se limitan sólo a la economía. sino a la propia geopolítica en el sentido más literal del término. China e India son ya acto­res rele\'antes en los campos militar, industrial y tecnológico. El primero se ha con­, e-jdo en un actor determinante de la economía mundial, capaz de condicionar abso­l:n.2-eme .:-is mercados de materias primas. el comercio global o la financiación de

Esta~~ Cnidos. Su creciente presencia como actor geopolítico global en África y ':t: ~oor medida en América Lalina. es otra manifestación de su creciente influencia.

GLOBALIZACIÓN Y NUEVO (DES)ORDEN MUNDIAL 135

Indonesia, por su parte, es el país musulmán más poblado del mundo. La República Sudafricana actúa como potencia regional en un continente tan necesario de referen­tes. Brasil se revela como gran potencia per se, además de laboratorio de generación y aplicación de nuevas políticas públicas observadas con atención más allá de América Latina. Y, en pararelo a estas expectativas, juegan sus cartas para asentar su influen­cia, ya sea por la vía de reivindicar puestos decisivos en los organjsmos internaciona­les -muy especialmente en Naciones Unidas, en la OMC o en el Banco Mundial­ya sea por su capacidad de disuasión nuclear o por su persuasión ideológica. Aspiran a una presencia notable en la primera línea del sistema y no al margen del mismo, y ahí radica buena parte de sus oportunidades. En resumen, y más allá de las dificulades para abordar el debate unilateralismo-multilateralismo, tal y como resumiera de for­ma brillante Joseph Nye en su conocida metáfora de las partidas simultáneas de aje­drez, éste no puede ya restringirse por más tiempo ni al plano militar ni al pequeño núcleo de países formado por Estados Unidos, Japón y la Unión Europea, a los que se añade Rusia en su condición de potencia nuclear y ex - potencia mundial.

Ahora bien, el reto geopolítico para estos países pasa también por la urgencia de dar una salida a los derechos y aspiraciones de amplias capas de su población. No se puede pasar por alto que estas potencias medias, o primeras en según qué aspectos, contienen desequilibrios internos lacerantes: ninguna de ellas está entre los cincuenta primeros países del mundo en desarrollo humano según el ranking elaborado por PNUD. Este subsedarrollo es el principal interrogante de cara al futuro del crecimien­to, la justicia social y la gobemanza democrática.

3. Estado, políticas públicas y gobierno del territorio

GLOBALlZACIÓN Y EMERGENCIA DE LA ESCALA LOCAL Y REGIONAL

El proceso de globalización y la nueva era de la información plantean retos for­midables. En este nuevo contexto, plagado de incertidumbres e inseguridades, los cambios económicos, sociales y políticos producidos durante los últimos treinta años son de tal envergadura que, como antes se ha subrayado, alteran el significado tradi­cional de tiempo y espacio, otorgan nuevo significado a la política, a las políticas y a las formas de gobierno, modifican las fuentes tradicionales de poder y conceden reco­brada importancia a la escala. La democracia incorpora nuevas formas y nuevos acto­res con poder de decisión. El Estado-nación asiste impotente a una transformación y reestructuración sin precedentes. Se asiste al resurgimiento de fuertes sentimientos identitarios (Castells, 1998) que evidencian un sentimiento creciente de pertenencia a lugares. La emergencia de nuevos valores, materiales y posmatcriales (Inglehart, 1990), altera muchas prioridades tradicionales.

En este cambiante escenario, el territorio -los territorios- han recobrado todo su protagonismo, si bien con distinto significado e implicaciones a lo largo de los úl­timos treinta años. Los procesos y los contextos han hecho posible que se haya modi­ficado el propio concepto de territorio, que se hayan revalorizado la cultura y el capi­tal social de los territorios como factor de competitividad y cohesión, que se estén modificando las distancias y las formas de relación entre los ciudadanos y los gobier-

136 GEOGRAFÍA HUMANA

nos, que se abran camino formas más democráticas de organización de la acción co­lectiva y que nos encontremos en el inicio de una nueva etapa de diseño, aplicación y evaluación de las políticas públicas en las que la escala regional y local ha adquirido creciente protagonismo.

Global y local. son. pues, elementos de un mismo proceso que integra o exclu­ye a Estados. regiones, ciudades o grupos de población. Por eso hay territorios que pierden y otros que ganan en este nuevo contexto globalizado. Los procesos de difu­sión espacial de la población y la descentraliLación y desconcencración de la actividad económica han generado procesos de emergencia. de consolidación. de reestructura­ción ) de «recomposición social» de los territorios (Kayser, 1996: 7-21 ). Muchos te­rritorios han adquirido mayor grado de homogeneización, integrando ciudades y es­pacios rurales. de forma que la tradicional distinción rural/urbano es cada vez más imprecisa. Los procesos de recomposición social han hecho posible que los territorios sean más plurales con la aparición de nuevos actores con nuevos y diferentes valores sociales, económicos y culturales. Se ha conferido de esta manera cierta singularidad identicaria a determinadas zonas, a algunos territorios o ciudades. Singularidad que se valora esencial como vía para aprovechar mejor sus posibilidades y para encontrar una posición más ventajosa en el contexto global.

Por otra parte, el progresivo proceso de «glocalización» está modificando la es­tructura y el papel tradicionalmente asignado al Estado-nación. Al proceso de cesión de soberanía a favor de entidades supraestatales se une el proceso paralelo de devolu­ción de poder político a niveles regionales y locales que adquieren de este modo cre­ciente relevancia. La presencia activa y el papel desempeñado por regiones, ciudades y municipios, con su variada expresión de estructuras y unidades de organización so­cioeconómica y espacial. ha «democratizado». en suma. los territorios. Las escalas regional y local no sólo han aumentado su nivel de competencias en la gestión de po­líticas públicas, sino que. con desigual intensidad y éxito. han reforzado su papel de auténticos actores políticos y económicos, aumentando su capacidad política para atender nuevas demandas, estimular la participación de los distintos actores presentes en el territorio. gestionar los conflictos y promover nuevas estrategias de cooperación institucional. de cohesión social. de promoción económica y de desarrollo territorial.

En esta escala subestatal. la perspectiva estratégica también gana terreno a los enfoques gerenciales; las tradicionales estructuras jerarquizadas van cediendo prota­gonismo a redes de actores públicos y privados y a relaciones más horizontales, y la capacidad de propuesta y de liderazgo de proyectos compartidos gana terreno. no sin dificultades en algunos países, a la tradicional gestión segmentada por áreas y niveles de administración (Brugué y Gomá. 1998). En este proceso es insustituible el papel de liderazgo ejercido desde el espacio público. si bien posibilitando de forma crecien­te diversos cauces de participación de la esfera privada y del llamado «tercer sector».

NUEVA CULTURA Y GOBIERNO DEL TERRITORIO

Al tiempo que el proceso de glohalización ha ido avanzando se han incorporado nuevo'\ conceptos y se han modificado enfoques y metodologías de trahajo sobre el prcp10 territorio. Cuando se habla de «giro territorial de las políticas públicas» (Dipu-

GLOBALlZACIÓN Y NUEVO (DES)ORDEN MUNDIAL 137

tación de Barcelona, 2000), de «nueva cultura del territorio» (Plaza, Romero, Farinós, 2003) o de «gobierno del territorio» (Romero; Farinós, 2004), se refiere a los cambios que se están produciendo tanto en los contenidos de las políticas públicas como en las formas y estilos de gobierno.

También puede hablarse de una doble centralidad del territorio. Por una parte, ciudad y territorio son el ámbito en el que se interrelacionan las dinámicas sociales, ambientales y económicas, resultando combinaciones locales específicas y singula­res. La integración de los procesos ambientales, sociales y económicos de cada terri­torio es, a Ja vez, condicionante y principal activo para su proyecto de desarrollo. El territorio está formado por lugares muy diversos, cada uno de los cuales necesita pro­yectos específicos y adecuados para desarrollar sus capacidades propias. Por otra par­te, la estructura del territorio, entendida como soporte físico de una comunidad, no es sólo la expresión de unas determinadas opciones de desarrollo históricas (un produc­to), sino que también condiciona las opciones de desarrollo futuras. La estructura del territorio tiene consecuencias ambientales, sociales y económicas (D iputación de Barcelona, 2000).

El territorio debe ser entendido, en consecuencia, como producto social, recur­so, patrimonio, paisaje, bien público, espacio de solidaridad y legado. Dimensiones todas ellas muy diferentes de una misma realidad. Los territorios están desigualmente conectados entre sí y con las áreas y centros de poder. Por eso se habla de territorio­red o de territorio en red. Este enfoque influye decisivamente en la forma en que las distintas comunidades perciben y entienden su territorio desde una perspectiva rela­cional y comparativa, contribuyendo, por ejemplo, a perfilar una toma de conciencia colectiva de territorios más marginales, territorios más estancados, territorios emer­gentes o territorios muy dinámicos.

También el hecho de que se haya ido produciendo una mayor distribución terri­torial del poder de decisión -de desconcentración de poder político en suma- du­rante los últimos veinte años ha afianzado el surgimiento de una toma de conciencia y una nueva cultura territorial. Las sociedades y los actores que las integran están ahora más segmentadas, son más plurales. Son diferentes los niveles de decisión y muy va­riadas las instancias entre las cuales se producen múltiples y diversas interdependen­cias en las funciones de gobernar el territorio. El gobierno del territorio se realiza a través de figuras , estructuras y niveles muy diferentes. Se produce, en consecuencia, una relación más estrecha con el propio territorio en las escalas subestatales, que pa­san a ser referencia central de actuaciones y procesos diferenciados.

En esta nueva etapa de las políticas públicas y de reforzamiento de una geogra­fía de la proximidad, cooperación institucional (vertical y horizontal), subsidiarie­dad, partenariado y nuevas formas de gobernanza, son ahora, entre otros muchos, al­gunos de los conceptos fundamentales que desde Ja década de los ochenta inspiran buena parte de las políticas públicas y de las estrategias territoriales en la escala local y regional. Cooperación, como forma (estrategia) de garantizar la mayor eficacia y eficiencia de los poderes públicos. Subsidiariedad, con el objeto de garantizar que las decisiones sean tomadas en el nivel más adecuado y, siempre que sea posible, en aquel que se sitúe lo más próximo a los ciudadanos. Partenariado, como fórmula efi­caz de puesta en común de intereses diversos (públicos y privados) que persiguen ob­jetivos comunes. Gobernanza, que ententida como organización de la acción colecti-

138 GEOGRAJ-IA HUMANA

va, debe interpretarse como la capacidad de las sociedades para dotarse de sistemas de representación, de instituciones, de procesos y de cuerpos sociales, como instru­mento de control democrático, de participación en las decisiones y de responsabilidad colectiva.

Se trata, en suma, no sólo de reducir la distancia, sino de cambiar la forma de relación entre los ciudadanos y los gobiernos como forma más adecuada, y más de­mocrática, de gobernar unos territorios que adquieren creciente complejidad, acep­tando la pluralidad y garantizando una participación más amplia de todas las partes implicadas: concediendo mayor importancia a los contextos específicos: teniendo en cuenta las desigualdades de los que cuentan con menos capacidad organizativa y re­cursos: y estimulando el aprendizaje colectivo (Brugué: Gomá, 1998).

Los otros elementos sustanciales que se incorporan a las políticas públicas como expresión de una nueva cultura política territorial son el desarrollo territorial sostenible y la perspectiva estratégica. La OCDE ha subrayado que la concepción moderna de una estrategia territorial no consiste meramente en una combinación de planificación espacial y política regional, o del desarrollo rural y urbano, si no que cu­bre todas las acciones promovidas por el gobierno para favorecer el crecimiento de todas las unidades territoriales y para reducir las disparidades entre ellas. en particu­lar. disparidades en oportunidades de desarrollo (OCDE, 2001 ).

Existen ya numerosas experiencias concretas y con éxito, especialmente en el conjunto de países más desarrollados, que participan de esta nueva forma de entender el desarrollo territorial sostenible. Comprende dos grandes objetivos. De un lado. preservar los recursos actuales para generaciones fumras -es el enfoque asumido desde que fuera concretado en el llamado Informe Bruntland en 1987-: de otro, lo­grar un desarrollo espacial equilibrado y duradero (cohesión social y territorial). Pero. sin duda, ha sido en la Unión Europea donde más ha arraigado esta nueva culzura te­rritorial que. lentamente, impregna muchas políticas públicas, especialmente en la escala regional y local. a partir de la consecución de tres grandes objetivos fundamen­tales: la cohesión económica y social. la conservación de las bases naturales de Ja vida y del patrimonio cultural y Ja competitividad más equilibrada del territorio europeo.

Estos tres objetivos inspiradores de la Estrategia Territorial Europea se desa­rrollan a partir de tres principios que deben orientar las políticas públicas:

1. Desarrollo de un sistema urbano policéntrico y equilibrado, superando la inadecuada separación rural/urbano. Ello representa perseguir, entre otros fines, Ja consolidación de varias zonas de integración económica de importancia mundial e integración de espacios periféricos: reforzar sistemas policéntricos y más equilibra­dos de regiones metropolitanas. de redes de sistemas urbanos y de actores políticos y económicos, por la vía de la cooperación; promocionar estrategias integradas de desa­rrollo espacial, y refor¿ar la cooperación sectorial.

2. Fomento de estrategias de transporte y comunicación que sirvan de ayuda para el desarrollo policéntrico del territorio comunitario, constituyendo una condición necesaria para la integración activa de ciudades y regiones. Ello debe acompañarse de garantías de acceso equitativas a las infraestructuras y al cono­cimiento, procurando adaptarlas a las diferentes regiones. En este apartado se incluye el reforzamiento de las redes de transporte y de los servicios públicos; Ja utilización

GLOBALJZACIÓN Y NUEVO (DES)ORDEN MUNDIAL 139

eficaz y sostenible de las infraestructuras; la planificación y gestión coordinada de las infraestructuras; la promoción de un acceso espacialmente más equilibrado, en espe­cial para las regiones más periféricas; la mejora de acceso a infraestructuras de teleco­municación; el refuerzo y adaptación de los centros de innovación y, finalmente, otor­gar una importancia estratégica a la formación y aprendizaje permanentes.

3. Desarrollo y conservación de la naturaleza y del patrimonio cultural, mediante una gestión prudente del territorio, como forma de contribuir a la con­servación y al desarrollo de las identidades regionales, así como al mantenimien­to de la diversidad natural y cultural de regiones y ciudades en un contexto glo­balizado. Ello supondrá la puesta en marcha de diferentes iniciativas, tales como el desarrollo de redes ecológicas europeas o la elaboración de estrategias integradas de desarrollo espacial para zonas protegidas, zonas ecológicamente sensibles, áreas litorales, zonas de montaña y zonas húmedas, mediante un equilibrio entre protección y desarrollo basados en estudios de impacto territorial y ambiental y con la participa­ción de los agentes implicados. A ello se une el impulso de políticas de protección de suelos; la elaboración de estrategias a escala local, regional y transnacional para la gestión de riesgos en áreas sometidas a catástrofes naturales; la gestión sostenible del agua; la gestión de los paisajes culturales de gran valor histórico, cultural, estético o ecológico; la valoración de los paisajes culturales en el contexto de estrategias inte­gradas de desarrollo territorial, y la gestión creativa del patrimonio cultural.

En resumen, nuevos actores políticos y económicos en la escala subestatal, nue­va cultura del territorio y nueva cultura política territorial. Y diferentes objetivos de desarrollo y nuevos retos de futuro para conseguir, como escenario deseable, territo­rios competitivos y socialmente cohesionados, accesibles y conectados, cultos y de calidad. En este nuevo enfoque territorial, la importancia concedida a los contextos específicos reserva un gran protagonismo, especialmente en la Europa comunitaria, a la escala regional y local.

Los NUEVOS ACTORES (GEO)POLÍTICOS: CIUDADES GLOBALES Y REGIONES EUROPEAS

COMO EJEMPLO

Parece evidente que el Estado no es, en muchos casos, la expresión de lo local que demandan ni la ciudadanía ni el proceso de globalización. Lo local pasa por otros tipos de espacios y de agregaciones sociales. Uno de estos espacios locales, de actores (geo)políticos, tal vez el más característico, es el que Saskia Sassen (1994) denomina «ciudad global». Se trataría de espacios urbanos, grandes áreas urbanas como Nueva York. Londres, Los Ángeles, Tokio, Hong Kong-Guandong o París, que concentran la dirección de los flujos globales y tienden una red entre ellas. Unas ciudades que, en muchos casos - y esto es lo relevante para este capítulo--, se sobreponen y superan al espacio político al que pertenecen, esto es los Estados. Es decir, sus lógicas econó­micas, sus pautas culturales y algunos de sus mecanismos de poder político están más en relación con los flujos globales que con los imperativos del espacio político esta­tal. Frente a ellas, los Estados se convierten a menudo en agentes secundarios o se si­túan en pie de igualdad con otros agentes económicos y políticos con los que las deci­siones son disputadas o compartidas.

140 GEOGRAFÍA HUMANA

El rol global implica transformaciones del espacio urbano y de sus usos y fun­ciones muy importantes, en algunos casos traumáticas. tanto para adaptarse a las nue­vas funciones como por el hecho de que son espacios muy rentables desde el punto de vista inmobiliario. Los ejemplos en este sentido son múltiples. Piénsese en Ja muy analizada transformación de los docks londinenses (Jos antiguos muelles imperiales, de extensión superior a las 2.000 ha) a principios de los años ochenta, auténtica apuesta del gobierno conservador para reintroducir Ja capital británica entre las ciuda­des de poder mundial.

Esta transformación, desde una perspectiva geopolítica, tuvo muchos efectos, siendo uno de eJJos Ja alienación del espacio de Jos poderes políticos locales y estata­les, para dejarlo en manos del mercado mundial. tanto en sus aspeccos inmobiliarios como funcionales. Otro de los efeccos. como condición para que el proyecto de Jos Docklands arrancara. fue Ja sustitución del tejido social y urbanístico a cargo del era­rio público. desplazando población y actividades «obsolecas». lo que dio como resul­tado la gemrificarion del espacio. El geógrafo Neil Smith ( 1996) ha estudiado el fenó­meno de Ja gentrificarion del espacio urbano y ha demostrado, en especial para el caso de Nueva York, que la transformación de espacios no ya locales sino a una esca­la mucho menor -calles, barrios- responde a las necesidades de Ja globalización. Esce proceso supone uno de los aspectos más críticos de la globalización de las ciuda­des. su efecto desaniculador de Ja sociedad. puesto que provoca una dualización entre los grupos sociales integrados y los que quedan al margen.

Otros autores (Cascells y Borja. 1997) interpretan la ciudad global más como un concepto abstracto que como una realidad física. La ciudad global no sería un lugar. sino un proceso desde donde se gescionan, innovan y coordinan los flujos de informa­ción. Desde esta perspectiva, la ciudad global sería más bien una red de nudos globa­les, representando cada uno de ellos un enclave de dicha ciudad, de manera que «las relaciones cambiantes respecto a esa red determinan, en buena medida. la suerte de ciudades y de ciudadanos)> (Castells y Borja. 1997: 43). Sea cual sea Ja interpretación de Ja ciudad global, su alto valor geopolítico no cambia, y su desenraizamiento relati­vo del entorno político estatal tampoco.

Las ciudades globales no significan más que una pane de la alteración de Ja so­beranía estatal a partir de escalas menores. Desde los años ochenta. otros tipos de es­pacios subcstatales o transestacales han ganado protagonismo. en especial los que se han denominado, con cierta ambigüedad inevitable, regiones. Estas regiones, que re­miten lógicamente a la muy influyente escuela de geografía francesa. son otra expre­sión de lo local emendido como espacios territorialmente definidos y que contienen sistemas sociales y económicos hasca cierto punto in1egrados y diferenciados (Vicen­te. 1998). Esta integración es la que permite que las regiones se singularicen - tengan una identidad- respecto a la globalilación, sean reconocibles y puedan competir dentro de ella. En esta lógica regional caben teorías tan exitosas y que tanta literatura han generado como Ja de Jos distrito~ industriales. Ja del desarrollo endógeno (Benko y Lipiett. 199-1 ). o la de los sistemas territoriales locales (Camagni. 1998: Demaneis. 1995 ). además de todas las imerpretaciones de carácter menol> económico y más polí­tico y cultural o de caráccer identitario y nacionalista (de naciones sin Estado).

Afirmar. como se hace, que esta integración, identidad y diferenciación no pasa por estructuras estatales signillca una vía de agua importante para los discursos esta-

GLOBALIZACIÓN Y NUEVO (DES)ORDEN MUNDIAL 141

talistas, que, como mínimo desde el siglo XIX, habían identificado Estado con nación. A partir de esta identificación se argumentaba y se ejercía la función reguladora del Estado en la economía y en la construcción del consenso social. Cuando la identifica­ción falla, la institución se debilita, puesto que, de nuevo, su soberanía queda merma­da, y también su legitimidad.

Así, las nuevas regiones -institucionalizadas o no- pueden responder a mu­chas tipologías de entidades territoriales y de identidades: son, por ejemplo, naciones europeas que hace un siglo fracasaron en sus aspiraciones por convertirse en Estado y que ahora reemergen; o son regiones económicas muy consolidadas y diferenciadas; o son áreas o redes urbanas. En definitiva, espacios que asumen parte de la función de «lugar» en un mundo tendente a la globalización, compitiendo con los Estados para consolidarse como agentes del sistema económico, cultural y político.

Desde los años ochenta cada vez son más las ciudades y regiones que han pues­to en marcha políticas de atracción de inversiones, de cohesión social o de promoción cultural en la medida que se han mostrado notablemente eficientes. Esto ha sido reco­nocido por los Estados, por los organismos internacionales y por las empresas. Insti­tucionalmente, este reconocimiento se ha materializado en la progresiva, aunque len­ta, aplicación del «principio de subsidiariedad» -que sea en cada caso la institución más próxima a la ciudadanía la que tome las decisiones- que han aplicado muchos Estados, no tan sólo los más desarrollados.

En este sentido, de nuevo la UE es un caso a destacar como laboratorio de este tipo de procesos, puesto que es ahí donde la existencia de espacios subestatales - na­ciones, regiones, comarcas- se da con una mayor evidencia debido al peso singular de la historia, que configura estructuras sociales muy consolidadas por debajo o a tra­vés de los estados existentes y redes de ciudades muy sólidas y perfiladas. Este peso del espacio y del tiempo históricos -e histórico no significa aquí pretérito, sino en­raizado- ha comportado que la reestructuración de lo local generada por la globali­zación se encontrara con unos territorios ya dispuestos a acoger y alimentar los flujos del sistema mundial. Así se entiende que la gran mayoría de las teorías antes citadas tengan su origen en Europa, aunque en otros territorios - como Estados Unidos o Asia- también se puedan reconocer.

Así pues, desde hace veinte años estas estructuras a menudo históricas cobraron una relevancia que se materializó en políticas locales para el desarrollo - piénsese que todavía se estaba bajo los efectos de la crisis de los setenta-, que hasta entonces parecían patrimonio exclusivo de los Estados centrales. En algunos casos estas políti­cas no tan sólo respondían a la necesidad de reorganizar el espacio ante nuevas de­mandas tanto de la ciudadanía como de la globalización, sino también a objetivos más o menos explícitos de cuestionamiemo de los Estados por parte de otras realidades políticas. A ello contribuyeron dos procesos simultáneos: el de unificación europea y el de desintegración del bloque soviético. Ambos abrían la posibilidad de superar las rigideces estatales y reconocer lógicas funcionales o culturales no condicionadas por estructuras políticas sin que por ello tuviera que desembocar en un conflicto como los que cíclicamente habían sacudido Europa. De estos años son las representaciones del espacio europeo sugeridas por el grupo Reclus de Montpellier, en las que las tramas designaban «arcos mediterráneos», «comisas atlánticas» o «arcos lotaringios» y en las que los rankings clasificaban las ciudades; o las redes de ciudades que intentan

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complementar sus ofertas para atraer inversiones; o los planes estratégicos que propo­nen ofertas territoriales dispuestas a competir en el mercado global. Nuevas cartogra­fías que responden, como siempre, a nuevos mensajes geopolíticos.

Desde un punto de vista institucional, en algunos casos estos espacios regiona­les respondían a instituciones subestatales -por ejemplo, algunas de las provincias o regiones autónomas italianas o españolas, o algunos land alemanes-, pero en otros casos no era así y, por este motivo, se generaron agrupaciones de ciudades y regiones con el fin de obtener algún tipo de reconocimiento y generar sinergias. Tal vez. la más significativa de estas agrupaciones fue la asociación de las Eurociudades, encabezada por Barcelona, que reunía grandes ciudades sin capitalidad política estatal como Mi­lán, Lyon, Hamburgo, Oporto, Edimburgo ... pero son muchísimas más las que exis­ten, a menudo en forma de redes de cooperación estimuladas por los programas de Ja UE, y muy diversos los argumentos que las relacionan.

Todo este movimiento ha tenido su reflejo en los mecanismos técni(;OS, de in­tervención y, también, institucionales de la UE. Con(;retamente. la Unión reconoce doscientas veintidós regiones dentro del territorio de los quince Estados miembros que la han integrado hasta el 2004 y, de manera diferente en cada Estado, participan de algunas de las políticas comunitarias (también, en algún caso las ciudades). Ade­más, la propia Unión articula algunas de sus acciones a partir de Ja base regional, si­guiendo un cierto criterio de subsidiariedad, en especial una buena parte de los recur­sos de inversión para el desarrollo mediante el Fondo Europeo para el Desarrollo Regional (FEDER, creado en 1975) y la cohesión con el Fondo Social Europeo. Tam­bién son destacables. por su significación geopolítica. Jos programas para el desarro­llo interfronterizo, como el lnterreg. que. además de consolidar Ja UE, refuerzan espa­cios regionales tan importantes como el de Lyon-Turín o el de Lille-Bruselas o, todavía más significativo, el de París-Londres.

Pero aún más interesante es detenerse en Ja reivindicación de las regiones euro­peas de reforzar su papel como nuevos actores políticos en las instituciones comunita­rias. Ésta es una cuestión relevante porque muestra Ja existencia de nuevas tensiones entre regiones y Estados-nación. Las llamadas regiones constitucionales o regiones co11 poderes legislativos --es decir, aquellas que disponen de parlamentos con capaci­dad legislariva y gobiernos regionales con capacidad política y amplias competencias reconocidas en sus respectivas constituciones y estatutos o. como en el caso británico, por acuerdos de sus parlamentos- reclaman mayor reconocimiento político específi­co e inrerlocución directa ante las instituciones comunitarias, al margen o a costa de los propios Estados-nación de los que forman parte, para disponer de mayor capaci­dad de maniobra para desarrollar políticas públicas y competir en este nuevo contexto.

Pese a Ja complejidad institucional y diversidad de situaciones existentes, tan­to en la Europa actual como en una futura Europa ampliada, existe amplia coincidencia en subrayar que las regiones -y probablemente las ciudades- van a tener un papel político cada vez más relevante en el futuro. La superación de un déficit democrático que nadie discute en la Unión, la aplicación efectiva del principio de subsidiariedad, Ja creciente complejidad evidenciada en las formas de gobierno del territorio a favor de formas de gobemanza de múltiples niveles territoriales, todos legitimados demo­cráticamente, donde va a predominar Ja existencia de redes de cooperación verticales y horizontales, y Ja propia movilización de las regiones reclamando reconocimiento

GLOBALIZAOÓN Y NUEVO ( DES)ORDEN MUNDIAL 143

institucional directo y capacidad de codecisión, constituyen nuevos elementos de la geografía política e institucional de la Unión que ni siquiera figuraban en la agenda europea hace veinte años.

Muchos de esos elementos afectan de forma directa a la escala subestatal y, al menos por lo que a las regiones con poderes legislativos se refiere (como los Liinder alemanes y austríacos, las regiones belgas, Escocia, o las nacionalidades y regiones españolas), no podrán ser mantenidas en un nivel de consulta no vinculante o englo­badas en un conjunto heterogéneo con otras regiones y poderes locales que no son re­giones constitucionales. De otra parte, muchas de estas regiones se hallan inmersas en procesos incipientes de cooperación territorial transnacional, con el ejemplo de los países bálticos como mejor exponente, por entender que la escala regional constituye el marco más adecuado para desarrollar iniciativas y acometer de forma conjunta la solución de problemas o retos comunes.

No será una discusión sencilla, porque en algunos casos, como en el español, el gobierno central reclama para sí la interlocución directa con las instituciones comuni­tarias, pese a que casi todas las políticas públicas relacionadas con la cohesión social y territorial son competencia exclusiva de las regiones. También en otros Estados miembros se perciben tensiones entre las regiones con poderes legislativos y los res­pectivos gobiernos centrales. Tampoco será una cuestión fácil, si se tiene en cuenta la diversidad de Estados miembros que disponen de dimensión, contextos históricos, atribución de competencias, desarrollos constitucionales y culturas tan diferentes. Aún será más difícil con una Unión Europea ampliada. Hasta ahora, prevalece la tesis de mantener la interlocución política básica en el nivel de Estado-nación, argumen­tando que debe ser en la escala de cada Estado donde deben resolverse los meca­nismos de reparto de poder político, de representación y de participación en los proce­sos de toma de decisiones en la política comunitaria en sus fases ascendente y descendente.

No obstante, muchas regiones constitucionales reclaman una mayor clarifica­ción en la delimitación de competencias. La existencia de percepciones y posiciones diversas, incluso contrapuestas, evidencian tensiones derivadas de las demandas de las regiones constitucionales y de los poderes locales para que se les reconozca un en­caje más respetuoso con el principio de autonomía y más adecuado a las propias reco­mendaciones emanadas del Libro Blanco sobre la Gobernanza y al nuevo papel que el actual contexto y las directrices emanadas de la Estrategia Territorial Europea con­fiere a las entidades subestatales en el diseño y aplicación de políticas públicas y en el gobierno del territorio.

Algunas regiones con poderes legislativos han manifestado en reiteradas oca­siones su insatisfacción por la escasa atención prestada a sus reivindicaciones canali­zadas a través de un Comité de las Regiones integrado por regiones y poderes locales con gran heterogeneidad de representación política y reducido a funciones meramen­te consultivas. Por eso, algunas de las llamadas regiones fuertes (Baviera, Cataluña, Escocia, Flandes, Renania-Wesfalia del Norte, Salzburgo y Valonia) han iniciado des­de hace unos años, y al margen del Comité de las Regiones, un movimiento a favor de un mayor reconocimiento político propio en el proceso europeo de toma de decisio­nes y en el nuevo marco institucional. Persiguen que se dote de contenido, con el re­sultado final que sea, a la Conferencia de Presidentes de Regiones con poderes legís-

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lativos (Congres des Pouvoirs Locaux et Régionaux de l'Europc. 2000: Segunda Con­ferencia de los Presidentes de Regiones con poder legislativo. 2001 ).

En resumen. y más allá del caso de la UE. los Estados-nación han dejado de ejercer en toda su integridad el rol que en otros momentos, en otras lógicas económi­cas. habían desempeñado como intermediarios y motores de la sociedad, y estas fun­ciones han recaído en otros actores políticos y otros tipos de espacios de escala más próxima a realidades funcionales o de identidad cultural (ciudades, regiones y nacio­nes). Esto significa que el Estado-nación como única instancia que legítimamente po­día representar políticamente a su ciudadanía sigue siendo una realidad necesaria y con gran capacidad de maniobra, pero ya es insuficiente para interpretar el sistema mundial. Es decir. si la globalilación realimenta la identidad. ésta ya no pasa necesa­ria o exclusivamente por el Estado-nación tradicional. sino por otras expresiones polí­ticas que lo han transformado y lo han hecho más complejo. dotando de nuevo conte­nido y capacidad a otros actores políticos que forman parte de éste.

REHABILITACIÓN Y EMPODERAMIF.NTO DEL ESTADO

Tiempo, pues, para paradojas, porque otra de las consecuencias -y no la me­nor- de esta deriva del sistema mundial está siendo un resurgimiento del Estado-na­ción, contrariamente a lo que se preveía. Durante Jos últimos veinticinco años el debi­lilamiento de la soberanía de los Estados ha sido un motivo de análisis recurrente y, en buena medida. los indicios que lo constataban eran bastante sólidos. La idea del Estado-nación comenedor y soberano. que había sido fundamental para la organiza­ción de la economía, Ja política, la sociedad y la ideología de los últimos doscientos años en aquellas partes del mundo en las que el Estado había sido capaz de afianzar su fuerza y desarrollar sus capacidades, parecía que entraba en una reestructuración profunda que cuestionaba buena parte de sus cimientos. En otras partes del mundo en desarrollo. a la imposibilidad de construir Estados capaces de ofrecer seguridades bá­sicas. se añadió su progresivo adelgazamiento sugerido desde organismos globales. impulsado a raíz del llamado consenso de Washington. El resultado es bien conocido: después de dos décadas. la relación de Estados fallidos. de Estados precarios. de Esta­dos imposibles, de Estados que han reducido notablemente sus capacidades institu­cionales se ha ampliado, y con ello la relación de Estados sumidos en crisis periódicas y la cantidad de población que ha empeorado su ya precaria situación. La creación de la nómina de LICUS (Low illcome Coumries Under Stress) es la mejor muestra.

Ahora el contexto es otro. Evaluadas las consecuencias sociales y económicas de los procesos de aplicación generalizada de políticas inspiradas en el pensamiento neoliberal. se ha comprohado que en muchas regiones del mundo estos procesos han debilitado sensiblemente las capacidades del Estado para afrontar en este nuevo con­texto globali¿ado los nuevos retos. para acometer políticas que fa\orezcan el creci­miento económico y supongan avances en la cohesión social ) mejoras en la gestión de los recursos. En consecuencia. la relación de movimientos. autores e instituciones que durante estas pasadas décadas han denunciado la equivocación de transitar por el camino de la liberalización, la desregulación y el adelgazamiento del Estado ha ido aumentando. Las voces de los premios Nobel Joseph Stigli1 (2002) y Amartya Sen

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(2000) siempre fueron críticas con la forma de conducir el proceso de liberalización sin concar con el contrapeso de un Es1ado capaz de reforzar su autonomía y sus capa­cidades. Los Informes sobre Desarrollo Humano elaborados por el PNUD desde la década de los noventa lambién insistieron en esa misma dirección. Lo novedoso es que a esas voces se han unido ahora algunos de los propios responsables de organis­mos internacionales, como Naciones Unidas o el propio Banco Mundial, que ahora reclaman una rehabilitación o empoderamiento de las capacidades institucionales del Estado. incluso autores como F. Fukuyama apuestan también ahora por la necesidad de repensar el papel del Estado y reforzar sus capacidades de gobernanza como con­dición necesaria para garantizar el progreso económico y social (Fukuyama, 2004 ).

De otra parte, están las tendencias de repliegue de los Estados. Son varios los procesos de integración de políticas estalalcs que se han frenado o que están en proce­so de redefinición. El caso más paradigmático es el de la Unión Europea, hasla hace poco experiencia geopolítica supraestalal más sobresaliente e inspiradora de procesos parecidos en muchas otras regiones. Pues bien, la Unión Europea se encuentra en es­tos momenos en un impasse, en una sicuación compleja y a la vez paradójica: mien­tras acomete su más importante ampliación, pasando de quince a veinticinco Estados miembros, el proyecto de Constitución común queda suspendido ante el temor de que pueda cundir un rechazo ciudadano ya expresado en los referendos de Holanda y Francia. A pesar de lo que pudiera parecer, esta parálisis no tiene efectos sólo en el ámbito geográfico propiamente europeo, sino que, por su peso en la economía y la política mundiales, sus efectos se extienden al resto del mundo. En gran medida, el rechazo al proyecto de Constitución única es debido al miedo y a Ja incertidumbre de muchos ciudadanos ante la pérdida de identidad y de seguridad que ofrecen -al me­nos teóricamente- sus respectivos Estados, pero también ante la desconfianza que despierta un supuesto gobierno lejano y sin «cara» y, por qué no decirlo, al recelo que suscita la posible integración como miembros de pleno derecho de países como Tur­quía, con una tradición cultural y religiosa muy distinta a la hegemónica de Europa.

En definitiva, frente a Jos defensores del Estado mínimo. desde muchos ámbitos se reclama la necesaria rehabilitación o empoderamiento de las capacidades institu­cionales del Estado. en especial en los países pobres. De otra parte, el Estado-nación se ha reforzado. más que debilitado, en escos ultimas años y contra todo pronóstico en otras regiones. Ahora bien, junto a la reclamación o el reforzamiento real hemos asis­tido, paradójicamente, a un incremento de ciertos riesgos que entraña la intensa glo­balización en la que estamos inmersos, una globalización que sigue escapándose de ese mismo Estado.

LA RENACtONALIZACIÓN DEL ESTADO

Pero hay otros tipos de discursos y políticas que tienen como objetivo Ja conser­vación de estructuras centralizadas o hegemónicas del poder político. Podría decir­se que en muchos casos se asiste a una «renacionalización» de los Estados. Las formas que tornan estos procesos pueden ser muchas y más o menos explícitas, dependiendo de las circunstancias de cada Estado y de cuál sea el «adversario» al que se quiere dar respuesta: la globalización o la, presunta o efectiva, fragmentación interna.

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Hay ejemplos poco sutiles. como el del discurso del Partido Liberal Austríaco, que utiliza como haza eleclOral la defensa de unos supuestos valores tradicionales del país y la alarma contra la «injerencia» europea y la «invasión» de la inmigración. lo que le reporta un buen número de volos. Tampoco es muy sutil el intento del gobierno chino o de Cuba de limitar el acceso de los ciudadanos a internet y a las emisiones de televisión por satélite. O es bien explícilo el discurso del presidente Bush cuando re­clama, de acuerdo con el nacionalismo ultraconservador norteamericano. la puesta en marcha de un sistema de defensa exclusivo para su país.

Si todos estos ejemplos son de reacción frente a procesos generados por la glo­baJización y la relativización de las fronteras, hay también claros exponentes de situa­ciones en las que la renacionalización responde a temores de fragmentación interna. Desde esta perspectiva se pueden interpretar los esfuerzos del gobierno estadouniden­se -y de Estados como California- por mantener la primacía del inglés -a pesar de los discursos institucionales de multiculLUralidad-; los intentos de algunos Estados miembros comunitarios por rescatar competencias cedidas a las instituciones comuni­tarias: o las tensione5 renovadas a propósito de la discusión sobre el modelo de Esta­do en España (Romero, 2006).

Sin embargo, en otros casos. la cuestión es más compleja. Véase el caso fran­cé!I, especialmente interesante como paradigma de Estado unitario, donde concurren varios terna!I que responden. todos ellos. a cuestiones de soberanía: la defensa de la lengua francesa ante los neologismos de origen anglosajón: la propuesta de mantener una «excepción cultural» a los acuerdos de libre comercio; o el patriotismo alimenta­rio encarnado por José Bové. conocido líder sindical agrario que se convirtió en un símbolo del movimiento antiglobaJización al destruir en 1999 un establecimiento de comida rápida norteamericano. He ahí el cuesrionamiento de Ja globalización cultural por parte de un gran Estado y una gran cultura que se consideran amenazados. en es­pecial por la hegemónica cuhura anglosajona. A pesar de lo dicho, sería injusto e in­correcto equiparar el discurso y las prácticas renacionalizadoras francesas con el dis­curso xenófobo del Frente Nacional. panido político ultradercchista liderado por Jean Marie Le Pen. que llegó a superar Ja barrera del 15 ~ de votos emitidos en la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas de 21 de abri 1 de 2002, pasando a la segunda vuelta y enfrentándose al entonces presidente Jacques Chirac.

Siguiendo con el caso francé~. es interesante observar cómo la renacionalización discurre también por otras vías. como demuestra el ensalzamiento de la selección france­sa de fútbol -que ganó el mundial de 1998 con un equipo formado por miembros de origen magrcbí. austral. caribeño. subsahariano, español. italiano y francés- como sím­bolo de Ja nueva nación. La nueva Francia pasaría otra vez por Ja identificación de nación con Estado y éste con ciudadanía. Es, planteado con la máxima simplicidad, lo que pro­pone polémicamente Y ves Lacoste en Vil'e La 11atio11! ( 1997 ): es el Estado el que garanti­za la igualdad de derechos y de deberes de Jos ciudadanos y cualquier cueslionamiemo de la institución conlleva. según este razonamiento, un principio de privilegio y de desi­gualdad. Es. de alguna manera. un recordatorio de la legitimidad del Estado como conte­nedor de una sociedad nacional, lo que no deja de ser una actitud de raíz claramente na­cionalista. pero en este caso propia de los nacionalismos de Estado (Kymlicka, 2003).

Sea como fuere. el Estado ha cambiado. está cambiando. y. con él. las relacio­ne~ internacionales y el sistema mundial.

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4. Democracia y Estado en el nuevo contexto globalizado

EL CAMBIANTE SIGNIFICADO Y CONTENIDO DEL TÉRMINO DEMOCRACIA

La democracia contemporánea que hoy conocemos y podemos disfrutar una parte de Ja humanidad que todavía no es mayoritaria ha sido fruto de un proceso re­lativamente reciente, cont1ictivo, complejo, en ocasiones truncado por dramáticos retrocesos, plagado de insuficiencias, aún inacabado y al que también afectan mu­chas de las incertidumbres que provoca el proceso de globalización. Es tan reciente que podríamos decir que inicia su andadura a partir de las revoluciones francesa y americana.

Democracia significa genéricamente «gobierno del pueblo». En su acepción más genuina la palabra griega demos significa pueblo; krátos significa fuerza, pero como componente de palabras como democracia o aristocracia, «krátos pasa a desig­nar el poder político, es decir, el poder de tomar decisiones colectivas, y, por lo tanto, el poder atribuido a ese sujeto que en una comunidad establece las decisiones públicas, y por ello es supremo o soberano ... ». Una primera definición mínima de democracia contemporánea podría ser por tanto, «el poder (krátos) de tomar decisiones coleclivas, es decir, vinculanLes para todos, ejercido por el pueblo (demos), mediante (la suma de) libres decisiones individuales» (Bovero, 2002).

Subraya acertadamente este autor la importancia de reparar en dos elementos de Ja definición, «todos los ciudadanos» y «libres decisiones», porque son los que centran Ja mayor parte de un largo y no siempre fácil debate ideológico sobre el signi­ficado cambiante de las nociones de libertad, igualdad y fraternidad. Desde el triunfo de Ja Revolución Francesa podría decirse que ese núcleo de valores ha inspirado las etapas de progreso y retroceso en los pueblos que han ido incorporando el sistema de­mocrático.

Otro autor fundamental, Bobbio, ha resaltado la importancia histórica de dos reglas fundamentales en Ja consolidación de Ja democracia, el sufragio universal (cada persona un voto) y Ja regla de Ja mayoría, como única forma de garantizar un reparto igualitario del poder político y el derecho de poder influir sobre las decisiones colectivas. Pero también en este aspecto existen diversos puntos de vista acerca de los significados, modelos, procedimientos y condiciones mínimas para el ejercicio de la democracia (Del Águila, 1997). El propio Bobbio ( 1984) y Robert Dahl (1993) avan­zaron hace años una serie de requisitos indispensables para Ja existencia de democra­cia que por su interés conviene retener.

Términos como individuo, libertad, igualdad, ciudadano, derechos de ciudada­nía o el mismo concepto de democracia han tenido distintos significados durante los últimos dos siglos. También hoy pueden referirse a realidades muy diferentes o tener distintos contenidos (Przeworski, 1998). Pero lo que realmente es nuevo respecto a cualquier etapa anterior de Ja historia es que el nuevo contexto globalizado incide has­ta el punto de que algunos de los requisitos indispensables, antes enunciados, corren el riesgo de quedar desnaturalizados, invalidados o muy seriamente cuestionados.

Antes, como ahora, expresiones como «pueblo» o «Codos los ciudadanos» no se han referido a todas las personas de igual modo. Antes, como ahora, no todos los indi­viduos han tenido la consideración de ciudadanos con plenitud de derechos. Tampoco

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CUADRO 1. Requisitos básicos de la democracia

1. El control. sobre las decisiones gubernamentales ha de estar constitucionalmente conferido a cargos públicos elegidos.

2. Los cargos públicos han de ser elegidos en elecciones frecuentes y conducidas con ecuanimidad. siendo la coerción en estos casos inexistente o mínima.

3. Prácticamente todos los adul!os han de tener derecho a voto. 4. Prácticamente todos los adultos han de tener derecho a concurrir como candidatos

a los cargos. 5. Los ciudadanos han de tener derecho a expresar sus opiniones políticas sin

peligro a represalias. 6. Los ciudadanos han de tener acceso a fuentes alternativas y plurales de

información. Estas fuentes deben existir y estar protegidas por la ley. 7. Los ciudadanos han de tener derecho a formar asociaciones. partidos o grupos

de presión independientes. 8. Los cargos públicos elegidos deben poder ejercer sus poderes constitucionales

sin interferencia u oposición invalidante por parte de otros cargos públicos no elegidos (poderes fácticos: militares. burocracias. etc.).

9. La politeia democrática ha de poder autogobernarse y ser capaz de actuar con una cierta independencia respecto de Jos constreñimientos impuestos desde el exterior (poderes neocolonfales. etc.). es decir. debe tratarse de politeia soberana.

FUENTE: Del Águila. 1997. p. 156.

ha tenido el mismo sentido la frase «libres decisiones» o «decisiones soberanas». Ahora, con mayor intensidad que hace un cuarto de siglo, la suprema o «soberana ca­pacidad» de los ciudadanos de ejercer todos los derechos reconocidos en cada Estado­nación se ha reducido o transformado, hasta el punto de que en amplios sectores de la población del planeta, incluidos los ciudadanos que vivimos en países con mayor tra­dición democrática, se ha instalado una triple percepción negativa que no contribuye a reforzar y ampliar la confianza en el sistema democrático. Percepción negativa en el sentido de que e] Estado-nación ha perdido capacidad para garantizar derechos socia­les, seguridad y protección, la posibilidad de todos de poder influir sobre decisiones colectivas se ha debilitado, y la distribución igualitaria del poder político que todo sis­tema democrático presupone, evoluciona en sentido contrario al que desea la mayoría y evidencia un creciente grado de concentración en pocas manos. En definitiva, algu­nos de los aspectos más característicos y menos beneficiosos del proceso globalizador afectan profundamente a la calidad de la democracia y, en todo caso, han abierto un serio debate sobre el pleno ejercicio de los derechos de ciudadanía.

Démos, decíamos anLes. es un concepto que ha variado de significado durante Jos úllimos dos siglos. Incluso en aquellos países que gozan de mayor tradición de­mocrática. no siempre han participado todos los miembros de la comunidad. De he­cho. ha sido bien entrado el siglo xx e incluso en la segunda mitad del pasado siglo cuando se han reconocido plenamente a las mujeres los derechos de ciudadanía en el núcleo de las democracias occidentaJes. Hasta ese momento, la mitad de la población todavía no podía votar porque las mujeres no tenían reconocido el derecho político de votar o ser elegidas; tampoco gozaban de pleno reconocimiento de derechos civiles. dependiendo a esos efectos del padre o, en caso de estar casadas, del esposo; por últi­mo. durante siglos estuvieron excluidas de los derechos sociales, muy especialmente del derecho social más importante, el de libre acceso a la educación.

GLOBALIZACIÓN Y NUEVO (DES)ORDEN MUNDIAL

C UADRO 2. Fechas de acceso a la plena capacidad política y civil de las mujeres en los principales países occidentales

Países Capacidad poUtica Capacidad civil (mujeres casada.s)

Finlandia 1906 1919 Suecia L92l 1920 Noruega 1913 L888 Dinamarca 1915 1925 Holanda 1919 1956 Islandia 1915 1923 Alemania 1919 1986 Suiza 1971 1912 Estados Unidos L920 Finales siglo x1x Canadá 1920 Finales siglo x1x Luxemburgo 1919 1972 Austria 1918 1811 Bélgica 1948 1958 Reino Unido 1928 1882 Francia 1944 1938 irlanda 1918 1957 España 1931 1975 Ponugal 1976 1976 Grecia 1952

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FuENlc: Sineau. M. , «Las mujeres en la ciudad: derechos de las mujeres y democracia», en Duby. G.: Perrot M. (1991- l994): Historia de úis mujeres. Madrid. Taurus, pág. 51 J.

Las tres reivindicaciones básicas que alienta el pensamiento ilustrado y que fi­nalmente prosperan en la Revolución Francesa, Libertad, Igualdad y Fraternidad, fueron valores únicamente referidos al ámbito de los varones durante todo el siglo x1x y buena parte del siglo xx. Reducidas al espacio privado y excluidas de Ja esfera pú­blica, las mujeres tuvieron que reivindicar sus derechos durante más de un siglo para que se iniciara un lento proceso de equiparación con la otra mitad del género humano. El reconocimiento a las mujeres de sus derechos políticos, civiles y sociales en los países occidentales constituye por tanto uno de los capítulos más importantes en la historia reciente de Jos derechos de ciudadanía y, en consecuencia, de Ja historia, no menos reciente, de Ja democracia.

Como en todo proceso, la construcción de Ja democracia ha tenido que superar muchas y muy diferentes formas de exclusión. El género, el color de la piel, el Jugar de nacimiento, Ja etnia, la religión o la propiedad, han sido utilizados en el pasado re­ciente, y Jo son ahora, para que determinados grupos de población no hayan podido o no puedan tener Jos mismos derechos que otros. La larga lucha por la abolición de Ja esclavitud y por los derechos civiles de la población negra en Estados Unidos ilustra sobre las dificultades y las resistencias que una «vieja» democracia, como Ja america­na, ha tenido que afrontar. La historia del sufragio censitario evidencia que desde la Revolución Francesa hasta bien avanzado el siglo xx, en algunos países de la actual Europa comunitaria, como por ejemplo España, únicamente tenían derecho a voto los varones residentes que podían acreditar determinado nivel de renta y patrimonio. El «apartheid» ha constituido una de las expresiones más dolorosas de democracia ex­cluyente en la «occidental» república de Sudáfrica. Muchos árabes nacidos en el «de-

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mocrático» Estado de Israel no tienen reconocidos sus derechos como ciudadanos ... Sin salir del grupo de los llamados países pertenecientes a la esfera «occidental», la relación de ejemplos sería muy extensa. Sería inacabable si se ampliara la relación al conjunto de Estados que se definen formalmente como democráticos.

En la actualidad, en el conjunto de países desarrollados. la negación de dere­chos básicos de ciudadanía se concentra en Jos colectivos crecientes de población in­migrante. En ocasiones, no solamente están excluidos de la consideración de ciudada­nos, sino que con demasiada frecuencia el Estado se muestra incapaz de garantizarles el más elemental respeto a sus derechos como seres humanos.

Este concepto de derechos básicos de ciudadanía obliga a detenerse en otra idea fundamental: los derechos que hoy disfrutamos en los sistemas democráticos, y sus correspondientes deberes, son resultado de un complejo proceso plagado de conquis­tas por parte de unos grupos de población, de renuncias por parte de otros y de con­sensos básicos en la mayor parte de los casos, que han favorecido Ja convivencia pací­fica y el bienestar de sectores mayoritarios de Ja población en esos países. Los movimientos sociales, en especial el movimiento obrero. el movimiento contra la se­gregación racial, el movimiento feminista y el movimiento ecologista, han sido piezas clave de este proceso histórico en los países occidentales. Puede hablarse, en conse­cuencia, de generaciones sucesivas de derechos básicos (civiles, políticos y sociales) que durante los dos úllimos siglos han ido incorporándose progresivamente aJ acervo de cada país, dando sentido progresivamente al propio concepto de ciudadanía.

El Estado de Bienestar que se consolida en los países occidentales, especial­mente tras el final de Ja Segunda Guerra Mundial, constituye Ja mejor expresión his­tórica de concreción en una parte privilegiada del planeta de ese conjunto de derechos y deberes de ciudadanía. Constituye también un excelente ejemplo de lo que ha signi­ficado, especialmente en Europa occidental, una voluntad de consenso interclasista e intergeneracional. Aún hoy, los niveles de seguridad y de protección social que pro­porciona el Estado de Bienestar, en sus diferentes modelos y con todas sus carencias e ineficiencias, constituye un referente ineludible para aquellos pueblos que aspiran a llenar de contenido las nuevas democracias en el resto del planeta.

La democracia revela un proceso diacrónico que no ha seguido idénticos ritmos ni se ha consolidado de forma similar en cada país: mientras la mayor parte de los paí­ses desarrollados conocen formas de representación democráticas bastante avanzadas desde hace casi cien años, los países de la Europa mediterránea, salvo conos parénte­sis como la etapa republicana en el caso español. disfrutan de un sistema democrático sólo desde la segunda mitad de los años setenta del siglo xx. En el propio conúnente europeo, las nuevas democracias de la Europa central que acaban de incorporarse a la Unión Europea inician su transición a partir de 1989 tras la implosión de la URSS y la disgregación de los regímenes comunistas.

Ni siquiera en el conjunto de países que definimos como democracias maduras se han alcanzado idénticos logros. ni los derechos se prestan de idéntica forma. Por ejemplo, en EE.UU. no existe un sistema sanitario público y universal, similar al exis­tente en el conjunto de los países de la Unión Europea; los servicios sociales apenas se han desarrollado en los países latinos, a diferencia de los países escandinavos; las administraciones públicas que prestan los mismos servicios públicos -como educa­ción. vivienda o servicios sociales- son muy diferentes (en ocasiones es la adminis-

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tración central, en otros muchos son las regiones y en otros corresponde a Ja adminis­tración local); el esfuerzo presupuestario que destina cada Estado es muy diferente; la presencia de los poderes públicos y la iniciativa privada también es muy desigual.

La mayor parte de la humanidad no ha conocido la democracia ni ha podido disfrutar hasta ahora de ese conjunto de derechos básicos de ciudadanía existentes en los países más desarrollados. Eso no significa que todos los pueblos deban asumir acríticamente. importar o aceptar que les sea impuesto desde fuera el sistema político que es mayoritario en Occidente, aunque esa es una tentación que algunos puedan te­ner o hayan podido manifestar, sea declarando el fin de la historia (Fukuyama. 1992). sea proclamando la superioridad incuestionable de la civilización occidental sobre el resto. Más bien se trata de que los pueblos sepan encontrar sus mecanismos democrá­ticos que garanticen la libertad, la igualdad y la felicidad de los ciudadanos.

También ha existido la tentación, en especial desde la caída del muro de Berlín, de identificar democracia con economía de mercado liberalizada, sin reparar en el hecho de que, históricamente, no ha sido el capitalismo el que ha traído la democra­cia, sino al revés. Es más, un simple repaso a la situación actual del mundo permite comprobar fácilmente que mercado y democracia no son sinónimos: existen muchos países en los que funciona la economía de mercado sin democracia; en cambio, no existe ningún caso en el que se produzca la situación contraria.

Por último, conviene subrayar además que la construcción de una democracia no responde a un proceso lineal o no tiene por qué hacerlo. No existen avances sin po­sibilidad de retorno, sino que la democracia es un proceso colectivo que se construye -o se deconstruye- cada día. La propia historia del siglo xx europeo ilustra acerca de las dramáticas etapas de retroceso con episodios plagados de genocidios y de lar­gos períodos oscuros en la vida de muchos pueblos. La relación de «retrocesos» en el ámbito de los derechos políticos durante las últimas décadas es tan variada como am­plia: los sangrientos golpes militares en Argentina y Chile en la década de los setenta ya mostraron la facilidad con la que podían truncarse dramátícamente las esperanzas de los pueblos; los llamados «autogolpes» como los producidos en la Rusia de Yeltsin o en el Perú de Fujimori en la década de los noventa, son también una muestra de la fragilidad de muchos sistemas democráticos; la calidad de la democracia en países más próximos, como Italia, evidencian que incluso en las «viejas» democracias exis­ten riesgos de serio deterioro.

El momento actual marca también un retroceso más «global» en el grado de re­conocimiento de determinados derechos de ciudadanía a nivel mundial -incluido el conjunto de países desarrollados-, en terrenos como la seguridad social, el seguro contra el desempleo, niveles salariales dignos, o estabilidad en el empleo. Como con­secuencia del proceso de globalización, el nivel de seguridad de amplios sectores de población en estos campos fundamentales es hoy menor que hace veinte años. De otra parte, la indefensión frente a un conjunto de acciones que pueden afectar a la salud de las personas y a la vida del planeta (seguridad alimentaria, Organismos Manipulados Genéticamente, riesgos medioambientales, consumo insostenible de recursos), crea nuevas demandas que pueden constituir expresiones, aún incipientes, de una cuarta generación de derechos de ciudadanía, tanto para nuestra generación como para las generaciones futuras, asociados a la sociedad global del riesgo.

152 GEOGRAFÍA HUMANA

DEMOS Y COMUNlDAD POLÍTICA RELEVANTE EN EL CONTEXTO GLOBALIZADO.

COSMOPOLITISMO DEMOCRÁTICO VERSUS COSMOPOLITISMO AUTOCRÁTICO

El proceso de globalización también modifica la relación entre Estado, demo­cracia y derechos de ciudadanía. En opinión de muchos, el actual contexto global ha evidenciado la impotencia de la estructura de Estados soberanos, que nace en Westfa­lia, para gobernar o controlar democráticamente procesos que escapan al ámbito de decisión política de los Estados y para abordar cuestiones que no conocen fronteras. Los Estados-nación, en su proceso de profunda transformación, han perdido autono­mía y han cedido soberanía. Nuevos actores y nuevos poderes, especialmente las em­presas multinacionales. han ampliado dramáticamente su capacidad de maniobra re­duciendo el espacio del ejercicio de la democracia y de capacidad de maniobra de los propios Estados. Como diría Daniel Bell, ante la profundidad de los cambios en mar­cha, cuyas imprevisibles consecuencias nadie se atreve a aventurar. la estructura de los Estados que hasta ahora hemos conocido empieza a ser demasiado grande para re­solver pequeñas cosas y demasiado pequeña para resolver grandes cuestiones.

De otra parte, se cuestiona Ja gran capacidad de decisión que ostentan determi­nados organismos internacionales o instituciones globales (Banco Mundial , Fondo Monetario Internacional, Organización Mundial de Comercio, Bancos Centrales ... ) que aun gozando de cierta legitimidad democrática indirecta, tienen atribuida una ca­pacidad de decisión muy superior a la de los Estados sin tener que rendir cuentas de sus acciones ante ninguna instancia de control democrático. Es cuestionada por aque­llos países que entienden que su representación no se corresponde con su peso demo­gráfico y económico o que las reglas de juego que se establecen evidencian un claro sesgo a favor de aquellos Estados o empresas multinacionales que mayor control ejer­cen y que mayor influencia tienen en la elaboración de las reglas de juego internacio­nal. Es cuestionada desde ámbitos académicos que. desde planteamientos contrarios al pensamiento neolibcral, argumentan que es posible otra forma de gobierno de la globalización. La crítica más severa sobre Ja capacidad de influencia de algunos de estos organismos en la política de los Estados y en la vida de las gentes, especialmen­te en Ja de los pobres, la ha realizado el premio Nobel de economía Joseph Stiglitz. que fuera vicepresidente ejecutivo del Banco Mundial entre 1997 y 2000 (Stiglitz. 2002). Es cuestionada, en fin, desde los nuevos movimientos sociales globales que re­claman más democracia y mayor equidad.

En el mismo nivel global existen procesos sobre los que parece que no existe posibilidad o volunlad alguna de atribuir responsabilidades y de ejercer un aceptable grado de control democrático. El abrumador movimiento diario de transacciones fi­nancieras especulativas que escapan al control fiscal de los respectivos gobiernos es el mejor ejemplo. El sistema empleado por determinadas empresas multinacjonales que utilizan mano de obra infantil o adulta en condiciones de semicsclavitud reclama algún tipo de reglamentación internacional que lo impida. Un simple repaso de los re­cientes accidentes medioambientales durante la última década, de Jos que el hundi­miento del petrolero Prestige es uno de los últimos, pero no el último ~jemplo. es su­ficiente para hacerse una primera idea de cómo grandes compañías aprovechan reglamentaciones dif cremes y zonas de sombra en las normativas de Jos países para hacer negocio. explotando personas y recursos al margen de cualquier control demo-

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crático global. Estos poderes económicos globales plantean nuevos desafíos a los sis­temas democráticos y cuestionan la posición que ocupa el Estado (Martín; Schumann, 1996 y Beck, 2000). Al propio tiempo obligan a abrir un debate muy importante acer­ca de cuál es el grado de autonomía de Jos gobiernos democráticamente elegidos en relación con estas fuentes de poder ilegítimas y a explorar formas más efectivas de democracia (Holden, 2000).

Desde otro plano, Ulrich Beck (1998) ha elaborado una sugerente aproxima­ción a Ja nueva situación poniendo en relación democracia y gestión del riesgo. Sub­raya que con la sociedad industrial se desencadenaron dos procesos de signo opuesto en relación a Ja organización de Ja transformación de Ja sociedad: el surgimiento de la democracia político-parlamentaria y el surgimiento de un cambio social apolítico, no democrático, bajo Ja divisa de la legitimación del progreso técnico y económico que, al quedar fuera del control político, entra en contradicción con las más elementales reglas de la democracia que exigen conocer los fines del cambio social, discusión, aceptación y consenso. Propone, en consecuencia, una seria revisión de los conceptos de lo político y lo no político en la sociedad global del riesgo. En su opinión, la ges­tión empresarial y el desarrollo científico-técnico han dejado de ser un ámbito no po­lítico, en función del alcance de su potencial de lransformación y de capacidad de causar daños. En consecuencia, al aumentar los riesgos, Ja acción empresarial y la ac­tividad científico-técnica adquieren una creciente dimensión política y moral.

Los problemas ambientales sintetizan muy bien tanto la necesidad de incorpo­rarlos en el ámbito de lo político, como de búsqueda de nuevos mecanismos globales. Han pasado a formar parte de las agendas y actuaciones políticas de Jos poderes públicos en las escalas local, regional, estatal y local, porque constituye uno de los mo­tivos más importantes de movilización colectiva en poblaciones que tienen una cre­ciente percepción de riesgo y reclaman mayor claridad y atribución de responsabilida­des en el gobierno de Jos problemas ambientales. Sucede, sin embargo, que por tratarse de procesos muy complejos y que no conocen fronteras, que implica y afecta a gran cantidad de actores y que penetra en diferentes ámbitos de decisión, obliga a adoptar nuevas definiciones de conceptos tales como democracia, gobernabilidad, derechos colectivos, derechos humanos y bienes públicos. A su vez, sitúa la toma de decisiones democráticas para resolver problemas más allá de las fronteras de los Estados.

Situados en el propio ámbito del Estado-nación, los procesos de descentraliza­ción de poder político a favor de estructuras subestatales plantea, como se ha visto con anterioridad, una nueva cuestión que podríamos definir como una cierta «territo­rialización» de la democracia. Estos procesos no afectan únicamente al conjunto de países desarrollados, pero es en este ámbito, como se ha expuesto en el apartado ante­rior, en el que se asiste al desarrollo más profundo.

A modo de ejemplo, la Unión Europea constituye una experiencia que merece atención por la profundidad de los cambios y la dimensión histórica de los mismos. Algunos de sus Estados miembros han puesto en marcha procesos de devolución (Reino Unido), de creación de estructuras federales asimétricas (Bélgica) o de pro­funda descentralización política (España) que se añaden a la más dilatada experiencia de Estados de estructura federal como Alemania o Austria. Este hecho ha modificado la geografía política, alterando profundamente el ámbito de decisión y de formulación de políticas públicas y de participación democrática en los Estados respectivos. La es-

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tructura de los Estados se modifica en favor de una mayor proximidad entre los ciuda­danos y las instituciones democráticas que expresan su voluntad.

El proceso de creación y de ampliación progresiva del número de Estados miembros expresa la voluntad de seguir ampliando los límites de Europa como pro­yecto político colectivo de los pueblos que la integran, reparando así una deuda, cuan­do menos moral, con los Estados de la Europa central y oriental. Ello significa que el conjunto de Estados candidatos a la adhesión han emprendido o. excepcionalmente. reiniciado complejos y coswsos procesos de transiciones democráticas. con todo lo que ello significa en el terreno de la cesión de espacios de soberanía a favor de las ins­tituciones comunitarias.

La mayor parte de los elememos básicos de soberanía que han sido distintivos del Estado-nación en Europa occidental han variado. De forma voluntaria se han cedi­do elementos tradicionalmente distintivos de soberanía estatal en favor de institucio­nes europeas, y en muchos casos se ha desconcentrado poder político en favor de go­biernos regionales y locales en el seno de cada Estado. Esta transformación del Estado-nación signitica que se alteran demos y locus en los procesos de toma de deci­siones democráticas. No hay menos Estado. sino que éste adquiere estructuras más complejas. El ejemplo de España es bien significativo, pero igualmente podríamos hacerlo extensivo a Bélgica o el Reino Unido, Portugal o Italia. Por la misma razón . el proceso de toma de decisiones y los mecanismos de representación del Estado se mo­difican adaptándose a las nuevas realidades. Un ejemplo: la representación de los Es­tados en las instituciones de la Unión Europea.

De igual modo podría concluirse en este punto que en algunos ámbitos no hay menos democracia. sino más, porque se ha reducido en muchos casos la discancia en­tre los ciudadanos y sus representantes. Por el contrario. en otros ámbiws de repre­sentación y de decisión de la Unión Europea persiste un marcado déficit democrático que el proceso de construcción de la arquitectura insticucional europea deberá ir re­solviendo en un futuro inmediato.

La voluntad manifestada por los diferentes Estados miembros de avanzar hacia la aprobación de una Constitución europea que redefine y delimita competencias y la decisión de ampliar la Unión son la mejor muestra de que existe una decidida volun­tad de avanlar hacia la creación de una ciudadanía europea respetuosa a su ve¿ con la existencia de los distintos pueblos que. al propio tiempo. reclaman el derecho a ser re­conocidos como tales.

El proceso de globalización ha abierto ahora el dehate en torno al locus, el de­mos y la comunidad política relei-a111e má~ apropiados (Held, 1997). La cuestión cen­tral puede resumirse en los siguientes términos: quiénes deciden y cuál es el ámbito más adecuado en el que debe situarse el nivel de decisión democrática para decidir qué cuestiones. Se trata. en definith a, de una modificación del trazado de los simbóli­cos muros políticos que definían los límites de cada Estado. Siguiendo con el ejemplo de la Unión Europea, ahora. para algunas cuestiones la comunidad política relevante está integrada por todos los ciudadanos que integran la Unión Europea y su expresión democrática es el Parlamento Europeo: para otras cuestiones diferentes. la comunidad relevante se corresponde con el cuerpo electoral que definen las fronteras tradiciona­les del Estado-nación y que se concreta en los parlamentos nacionales: otros asuntos mu) importantes tienen un ámbito político de decisión democrática en la escala re-

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gional; por último, en la escala local reside el último nivel de expresión de soberanía popular y de formulación de políticas. Cada uno de estos niveles tiene su propia legi­timidad democrática y ello confiere al sistema democrático mayor grado de compleji­dad que en décadas anteriores.

Quedaría un último y decisivo nivel de decisión democrática, aún por resolver, que está relacionado con la consolidación de «poderes globales» -otros les llaman «poderes salvajes»- que escapan al control democrático de los diferentes Estados. La actividad de estos nuevos «Estados sin nación» que encaman las grandes corpora­ciones multinacionales, nuevas fuentes de poder ilegítimo que reducen la autonomía de gobiernos democráticamente elegidos, se sitúa por lo general al margen o por enci­ma de la capacidad que tienen las gentes de gobernar democráticamente sus propios destinos. Su actividad afecta de forma concreta a nuestras vidas (desde el punto de vista económico, social, cultural o medioambiental), pero no existe parlamento o le­gislación que controle democráticamente sus decisiones porque las estructuras demo­cráticas, en las escalas tradicionales. no tienen capacidad para obligarles.

La historia reciente de las crisis en el Este de Asia, Rusia, México y América Latina, demuestran hasta qué punto la inversión extranjera y los ataques especulativos del capital financiero pueden ser capaces de desestabi lizar completamente la econo­mía de un país e incluso de una región y desencadenar crisis sociales y políticas que llevan al estrangulamiento de sus economías e incluso al colapso (Stiglitz, 2002).

Ésa es una de las consecuencias más llamativas del proceso de globalización: la consolidación de nuevas fuentes de poder, legítimo e ilegítimo, que reducen la auto­nomía de gobiernos democráticamente elegidos y restringen derechos básicos de ciu­dadanía, especialmente para los grupos sociales más desfavorecidos. No existe locus, ni demos, ni comunidad política relevante que controle democráticamente a corpora­ciones cuya dimensión es, en ocasiones, varias veces superior al PIB de algunos de los países más ricos del planeta. Tampoco puede hacerse hasta el momento un balan­ce satisfactorio de la actuación de organismos internacionales, como el Fondo Mone­tario Internacional, el propio Banco Mundial o la Organización Mundial de Comer­cio, en relación con la capacidad de muchos Estados para participar en el diseño de políticas y en la elaboración de reglas internacionales más equitativas.

En ese contexto debe situarse el enfoque que reivindica formas de gobierno de­mocrático de los procesos globales. Desde diferentes ámbitos, hace tiempo que se reclama la necesidad de repensar La democracia. de crear estructuras democráticas globales que puedan gobemar o controlar La globali:ación y de democratizar orga­nismos e insrituciones financieras internacionales. Pero no es ésta una cuestión senci­lla de concretar. Ni siquiera existe coincidencia entre los diferentes autores cuando analizan la dimensión de los procesos. sus consecuencias y las propuestas para supe­rar la actual situación. Existen evidencias que casi nadie discute: el proceso de globa­lización ha difuminado las fronteras de los Estados y los contornos de la comunidad política. Pero existen opiniones divergentes sobre el papel futuro reservado a los Esta­dos en la gobernan¿a global y sobre la conveniencia de avanzar hacia la creación de nuevos organismos democráticos globales o la redefinición de alguno actual como Naciones Unidas.

Respecto de la primera cuestión, mientras que algunos autores remarcan la idea de que la pérdida de autonomía y soberanía de los Estados son el anuncio de un pro-

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ceso más o menos largo que concluirá con su práctica desaparición, para otros mu­chos los Estados están en plena fase de reestructuración y no sólo tienen reservado un papel fundamental e insustituible. sino que algunos hechos recientes. como los aten­tados terroristas del 1 J de septiembre de 2001. han devuelto a los Estados un protago­nismo político renovado y creciente.

En un reciente ensayo, U1rich Beck va más allá y plantea una sugerente parado­ja: como consecuencia de Jos atentados. la política (global) ha vuelto al primer plano y con ella el Estado. Bien es cierto que un Estado reforzado y transformado en el que lo más característico ahora es que política interior y exterior, seguridad nacional y cooperación internacional están ahora totalmente ligadas. Contrariamente a lo que al­gunos decfan, los gobiernos aumentan su poder y las instituciones supranacionales lo están perdiendo. La paradoja estriba en que para defender el interés nacional. los paí­ses han de «desnacionalizarse» e «internacionalizarse». Han de renunciar parcialmen­te a su autonomía si quieren afrontar con éxito Jos problemas nacionales en un mundo globalizado. El proceso de construcción de Ja Unión Europea es el mejor -hasta aho­ra el único- ejemplo de construcción política de una instancia supracstatal que con­centra elementos de soberanía de Estados que la ceden de forma voluntaria y. a su vez. refuerzan su posición en el concierto internacional. De alguna forma, señala Beck. «Un aumento de la interdependencia y Ja cooperación, es decir, una pérdida de autonomía. aumentaría Ja soberanía. De este modo, compartir soberanía no la reduce, sino que, al contrario, la eleva a una potencia superior. Esto es lo que significa la so­beranía cosmopolita en la era de la "sociedad global del riesgo''» (Beck, 2003: 63 )

Esta idea del cosmopolilismo nos lleva a la segunda gran cuestión que el nuevo contexto global ha planteado: Ja necesidad de superar los muy notables déficit de de­mocracia en el nivel internacional mediante Ja creación de instituciones para una go­bemanza democrática global.

Ha sido D. Held quien ha sistematizado por vez primera los términos del deba­te que relaciona democracia. globalización y gobierno internacional )' analiza los po­sibles escenarios y disyuntivas. Para adaptar la democracia a los nuevos procesos glo­bales y superar posibles riesgos de desarrollos potencialmente fragmentarios y antidemocráticos, consecuencia de Ja escasa capacidad de control democrático y de la percepción de inseguridad de los ciudadanos, sugiere la posibilidad de que Estados, organitaciones y corporaciones internacionales formen parte de lo que él denomina «modelo cosmopolita de democracia» o «modelo cosmopolita de autonomía demo­crática». Una propuesta que. en su opinión, exigiría una reevaluación de las bases conceptuales e institucionales de la democracia. como única forma de afrontar la en­crucijada que afronta la comunidad internacional: implicaría la creación de parlamen­tos regionales (por ejemplo. en América Latina )' África): obligaría a reforzar los existentes. como el Parlamento Europeo y requeriría la formación de una asamblea. dotada de poderes reales, que reuniera a todos los Estados y agencias democráticos -una Asamblea General de las Naciones Unidas reformada o reforzada- (Held, 1997; 2000: Boutros-Ghali, 2000).

Otros autores se manifiestan más escépticos respecto a Ja posibilidad de avan­zar en esa dirección. dada la enorme diversidad y Ja dificultad de definir comunidades políticas. circunscripciones electorales y agendas de consultas en esa escala. Cuestio­nan que sea oportuno o conveniente e incluso señalan el riesgo que podría entrañar

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avanzar hacia la creación de un gobierno mundial o de estructuras globales con capa­cidad coercitiva, dadas las enormes asimetrías, de todo orden, existentes entre los casi doscientos Estados que integran la comunidad internacional. Argumentan que existen posibilidades intermedias de control democrático desde los Estados y que es posible dar respuesta democrática a las nuevas demandas y cuestiones transfronterizas, refor­zando la cooperación entre gobiernos democráticos, creando estructuras permanentes o semi-permanentes e incluso alguna forma de confederación entre entidades sobera­nas, potenciando redes permanentes de cooperación (Zolo, 2000; Saward, 2000: 34-46) y estableciendo nuevas reglas y acuerdos entre Estados a escala global, en campos tan diversos como la seguridad, las condiciones salariales y laborales (especialmente respecto al trabajo de los niños), el comercio, las finanzas, la fiscalidad, el medio am­biente o la persecución de redes criminales globales. Ésta es una cuestión muy impor­tante porque sitúa al Estado en el centro del debate. Mientras de una parte se propone que los Estados acepten la creación de organismos de gobierno global en los que dele­gar espacios de soberanía, de otra se argumenta que todavía existe un amplio margen de maniobra para que los Estados puedan encontrar mecanismos con los que hacer frente a los nuevos desafíos, sin tener que renunciar por ello a su propia soberanía.

Hasta ahora, explica Danilo Zolo, la experiencia de los últimos dos siglos de­muestra que el «sistema de Westfalia>> está en crisis, pero el proceso de reestructura­ción (y democratización) de la comunidad internacional no ha experimentado ningún incremento significativo en la eficacia o en la autoridad de las instituciones interna­cionales. Si se exceptúan tímidos y muy incompletos avances, como la reciente crea­ción del Tribunal Penal Internacional, en abril de 2002, la evolución más reciente del contexto internacional demuestra incapacidad estructural de las Naciones Unidas para erigirse en una autoridad democrática global; un nuevo reforzamiento del papel de al­gunos Estados en detrimento o en el seno de los propios organismos internacionales y la consolidación del poder hegemónico de un solo país, Estados Unidos, que en su in­tento de inaugurar, de forma unilateral, un nuevo tiempo en el (des)orden mundial, utiliza o ignora las instituciones, la legalidad internacional y las reglas del sistema in­ternacional, según convenga a sus intereses. Por esas razones, no sólo resulta poco realista avanzar propuestas de gobierno global, sino que potenciar iniciativas de ese tipo podría evolucionar hacia la mayor concentración de poder real en unos pocos Es­tados que cuentan con creciente capacidad de influencia y de injerencia. No habría más democracia global, sino menos, y no se estaría hablando de instituciones de go­bierno global, sino de gobierno del mundo por un grupo reducido de países. AJ no ser reformables, se propone la «reducción funcional» de algunos de los organismos inter­nacionales actuales, por entender que su reforzamiento podría suponer el riesgo de un nuevo «cosmopolitismo autocrático». Sólo sobre nuevas bases y nuevos equilibrios geopolíticos y neoeconómicos del planeta, que hoy no se prevén, sería posible intro­ducir cambios notorios en la estructura de la concentración y de la legitimación del poder internacional (Zolo, 2000).

En un plano intermedio deben situarse las propuestas de los que reclaman la ne­cesidad de democratizar las instituciones financieras y organismos internacionales hoy existentes. Aquí cabe señalar que el grado de controversia es menor, puesto que desde ámbitos muy diferentes se aboga por su profunda transformación. Uno de sus mejores conocedores. el premio Nobel de economía Joseph Stiglitz, define la actual situación

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de la siguiente forma: «Tenemos un sistema que cabría denominar Gobierno global sin Estado global. en el cual un puñado de instituciones -el Banco Mundial. el FMI. la OMC - y unos pocos participantes- los ministros de Finanzas, Economía y Co­mercio, estrechamente vinculados a algunos intereses financieros y comerciales con­trolan el escenario. pero muchos de los afectado~ por sus decisiones no tienen casi vol» (Stiglitz. 2002: 47). Éste y otros muchos autores critican muy duramente el sesgo ultraliberal de los «infalibles» responsables de estas instituciones y atribuyen a sus erróneas previsiones y a las equivocadas decisiones impuestas a los países en desarro­llo. especialmente desde el FMI. la crítica situación económica y social por la que mu­chos atraviesan desde hace dos décadas. Dado que estos organismos han tenido y van a tener una gran influencia en cómo se establecen las reglas de juego globales y en cómo se gestiona la globalización, muchos defienden su inaplazable reforma.

El último gran debate democrático lo han protagonizado los nuevos movimien­tos sociales globales. Como expresión de las contradicciones y las carencias que ofre­ce el actual contexto, responden en gran medida a Ja aspiración de millones de perso­nas en favor del establecimiento de otras reglas y nuevas formas de democracia. Representan la otra cara de la globalización: si las reuniones anuales de presidentes de gobiernos y representantes de grande~ multinacionales y grupos de presión. cele­bradas en la estación de invierno de Davos (Suiza). podrían representar a los benefi­ciarios directos de la globalización, las convocatorias. iniciadas en Scattle y que aho­ra simboliza el Foro Social Mundial y sus reuniones de Porto Alegre. son Ja expresión de un creciente descontento global. muy diverso y plural. Critican la ausen­cia de democracia y de transparencia de instituciones y poderes globales. denuncian el efecto negativo de las políticas de ajuste dictadas por el Fondo Monetario Interna­cional sobre centenares de millones de personas. rechazan las reglas comerciales im­puestas por los países centrales y defienden una globalización con rostro humano.

En relación con las características y composición de estos nuevos movimientos sociales globales. Vicen\: Navarro avanza una idea interesante que debe ser tenida en cuenta. La distinción tradicional entre países ricos (globalizadores) y pobres (globali­zados). para referirse a Jos beneficiarios y excluidos del proceso globalizador. no se ajusta del todo a la realidad. Entre Jos perdedores del proceso se encuentran gran par­te de las poblaciones de los países pobres. pero también en los países del norte los procesos de dcslocalización de actividades productivas, de desprotección social y de precariedad laboral y reducción salarial han ampliado Ja brecha entre clases sociales. El conflicto que plantean estos nuevos movimientos sociales no es tanto entre países ricos y pobres, sino que debe situarse más bien entre grupos de poder del Norte y del Sur que actúan contra Jos intereses de las clases populares de ambos niveles de desa­rrollo económico (Navarro. 2002).

Estos nuevos movimientos sociales globales. que han ampliado su espacio y su capacidad política como intcrlocutore!>, reclaman más transparencia. más informa­ción, mayor control democrático del proceso globalizador. más respeto por la diversi­dad cultural y por los recursos del planeta y una acción má-; decidida a favor de aque­llas regiones, territorios y personas más negativamente afectados por el proceso. Para impulsar esta otra forma de gobierno de la globalitación, pese a su heterogeneidad. hay dos demandas básicas que les une: un mayor protagonismo del Estado como ga­rante de derechos básicos de ciudadanía y de más democracia. Éste es el elemento tal

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vez más imponante de sus propuestas y el que más se aleja de las recetas de inspira­ción neoliberal que se han aplicado en buena pane de países durante las últimas dos décadas. con los desastrosos resultados que casi todos ahora reconocen.

LAS PARADOJAS DE LA DEMOCRACIA EN OCCIDENTE

Conocemos múltiples variantes institucionales de la democracia contemporá­nea (presidencial, parlamentaria. mayoritaria, consensual, consociativa ... ). También conocemos las múltiples variantes deformadas de sistemas de representación que re­ciben o se atribuyen inadecuadamente el término democrático. Pero, con codas las precauciones que se quiera, lo cierto es que los sistemas democráticos constituyen el sistema de representación y de gobierno que más ha progresado durante las últimas décadas (Przeworski, 1998).

Se asiste al mayor avance y «prestigio)) del sistema democrático en muchas partes del planeta que no lo habían conocido hasta fechas recientes. La democracia es reconocida como la mejor forma de representación de intereses colectivos y de go­bierno legítimo justo. Incluso aquellos países que no lo son adjetivan a sus regímenes autoritarios como «democráticos» o como «repúblicas democráticas» o «democracias populares». Sin embargo. en Occidente empieza a ser cuestionada o desacreditada (Held, 1993; Castells. 1998: Giddens. 2000). con las consecuencias que de ello se de­rivan tanto en el terreno de la formulación de las políticas públicas y de la gobemabi­lidad, como en la estabilidad del sistema. Nunca la democracia había tenido tantos adjecivos y muchos evidencian una creciente insatisfacción de amplios sectores de po­blación. Se habla de democracia incompleta, autoritaria,formal, aparente, disgrega­da, delegativa, insuficiente, invertida, insensible, anómica, anémica, mutilada, exclu­yente, inhóspita, sustentable ... Si se repara, la mayor parte de los adjetivos son síntoma de un creciente malestar democrático y de crisis de legitimidad de la demo­cracia representativa.

Ese malestar democrático se traduce en un creciente alejamiento y desafección hacia los procesos e instituciones que constituyen los pilares del sistema democrático: partidos políticos y participación electoral. R. Dahrendorf lo ha resumido de forma elocuente en unas frases, cuando afirma que «un foso se ha abierto entre el poder y la voluntad popular» o que «tal vez la democracia no haya muerto, pero sí han muerto los parlamentos» (Dahrendorf, 2002: 86).

En algunas de las llamadas democracias maduras, apenas si vota la mitad del electorado con derecho a voto. La pérdida de confianza en las instituciones básicas que representan el sistema democrático (partidos políticos, representantes electos, parlamentos y gobiernos) se traduce en el aumento de los niveles de abstención, en la creciente desconfianza en los políticos y en los partidos políticos y en el descenso de los niveles de lealtad del electorado a favor de una determinada opción política. En definitiva, los sistemas democráticos atraviesan una crisis de representación que se traduce en una distancia creciente entre los ciudadanos y aquellos que éstos eligen para que les representen. Cuando menos, se han quebrado las bases tradicionales que hace tres décadas otorgaban a una opción política legitimidad y fidelidad en cada con­vocatoria electoral.

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Entre las razones que explican esta gran paradoja pueden avanzarse las siguientes:

1. En este último cuarto de siglo, las sociedades oc.:cidentales han experimen­tado cambios muy profundos. Las estructuras sociales son ahora más horilontales, más porosas. más complejas. En gran parte se han debilitado los mecanismos de iden­tificación política basados en la pertenencia a una cla e social: han aparecido nuevos elementos de identidad social y política ) han emergido nuevos valores posmateria­listas (lnglehart, 1991 ) que tienen una adscripción más transversal.

2. El proceso de globalización y la nueva era de la sociedad de la información introducen en nuestras sociedades occidentales muchos elementos de inc.:crtidumbre e inseguridad. Las estructuras sociales van dejando de tener forma de rombo para ir co­brando forma de un imaginario reloj de arena con la base cada vez más amplia, la par­te central cada vez más estrecha y la parte superior (que concentra la riquc¿a) muy pequeña. El empico pierde calidad. los salarios son ahora inferiores a los de hace una década en el seno de muchas unidades familiares. la familia afronta cambios hasta ahora desconocidos, y muchos sectores productivos resisten con dificultad la compe­tencia creciente de otras regiones del planeta donde se localizan empresas occidenta­les porque encuentran ventajas salariales. fiscales y medioambientales. Las socieda­des están cada vez más segmentadas. más fragmentadas. Son, en definitiva. más vulnerables a los cambios que provoca un proceso de imprevisibles consecuencias.

3. Los profundos cambios en el modelo económico provocan mayor inseguri­dad, a la vez que enfrenta a las sociedades a nuevas y desconocidas siwaciones de riesgo. A diferencia de otras crisis económicas anteriores. como la de los años treinta del siglo xx, ahora se trata de nuevos procesos, con nuevos actores, que no tienen pre­cedente. De otra parte, dado que los actuales sistemas de seguro y previsión son ino­perantes en la actual etapa del industrialismo. los nuevos peligros que ahora acechan son. en palabras de Beck, í11cuamificables, incomrolables. indetemlinables e iuatri­buibles.

4. A ello se añade la emergencia de nuevos y poderosos centros de poder y una cierta impotencia o incapacidad de los Estados para combatir las situaciones de desempleo y las nuevas situaciones de precariedad, nueva pobreza y exclusión social, que definen el llamado Cuarto Mundo en el coraLón de las viejas democracias. El de­bate europeo sobre la llamada crisis del Estado de Bienestar sintetiza, mejor que nin­gún otro ejemplo. Ja profundidad de los problemas) sus consecuencias. Esta situa­ción, que en gran parte ya es estructural. acentúa el desencuentro de muchos ciudadanos con las «políticas nacionales» y refuerLa la percepción de cierta indef en­sión e impotencia frente a los cambios que la globalilación provoca (Martín; Schu­mann. 1996; Castells. 1998: Giddens: Hutton (eds.). 2001 ).

Muchos de estos procesos están en la base de la apatía electoral de muchos ciu­dadanos. Se habla incluso de «demoesclerosis». de «fatiga civil» o de «anomia políti­ca, .. pero no e-; menos cierto que la mayoría de los ciudadanos buscan en las opciones políticas seguridad y confianza. Sin embargo, y ésta es otra de las paradojas a las que se refiere Giddens. la pérdida de confianza de los ciudadanos en la política y en los polític.:os no significa que no se mantenga el apoyo mayoritario a los sistemas demo­cráticos. Es más. en contra de lo que a veces pueda pensarse. la mayoría de los ciuda-

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danos ni siquiera está perdiendo interés en la política como tal. De otra forma, y ésta es otra de las paradojas de la situación actual, no se explicaría que mientras se produ­ce un alejamiento de la política tradicional de amplios sectores de la población, exista un nivel alto de compromiso cívico, especialmente entre los jóvenes, por problemas concretos que ya se han incorporado a la agenda de lo político. Sean acciones huma­nitarias, sean iniciativas a favor de grupos sociales desfavorecidos, de defensa del me­dio ambiente o manifestaciones en favor de otra forma de globalización o por la paz, lo cierto es que el número de ciudadanos comprometidos con causas concretas, al margen de la estructura tradicional de los partidos, ha crecido en las últimas décadas de forma extraordinaria.

Lo que ocurre en muchos casos, y ésta es una cuestión sobre la que deben refle­xionar las estructuras tradicionales y la política oficial, es que los ciudadanos perciben que la agenda de los políticos no coincide con las prioridades y problemas cotidianos que afectan a sus vidas y, por otra parte, porque entienden que sobre algunos de los grandes problemas, que también afectan a sus vidas, los políticos tienen poca capaci­dad de decisión (Giddens, 2000). La pérdida de confianza en el sistema de gobierno de partidos es una de las manifestaciones más llamativas, a la vez que preocupantes, de la actual situación, por cuanto el modelo de gobierno de partidos no solamente sigue siendo extraordinariamente útil, sino que en cada Estado son la pieza fundamental del triángulo partidos políticos/políticas públicaslgobernabilidad (Pasquino, 1997).

La geografía del poder político está cambiando y ello plantea nuevos desafíos para la democracia (Vallespín, 2000). Eso obliga a repensar conceptos básicos como los de soberanía, autonomía, eficacia del Estado, ciudadanía, y legitimidad democrá­tica. También hace necesario redefinir, como se señalaba anteriormente, demos, locus y comunidad política relevante en cada caso, para afrontar los nuevos e inciertos retos que plantea la sociedad del riesgo. Pero, hoy por hoy, la piedra angular de los siste­mas democráticos sigue siendo los partidos políticos. Es cierto que ya no están «so­los», como hace treinta años, en la formulación de políticas y en el gobierno de los te­rritorios, porque han proliferado multitud de redes de actores y nuevos centros de poder. Por eso ahora es necesario buscar continuamente espacios de consenso y por eso la elaboración, aplicación y seguimiento de políticas públicas es hoy una tarea mucho más compleja que hace treinta años y la responsabilidad y los retos que deben afrontar hoy los partidos políticos en su tarea de construir democracias más participa­tivas son formidables.

Las democracias maduras deben hacer frente a viejos y nuevos riesgos y desa­fíos. Muchos de los primeros continúan siendo los mismos que ya avanzara Norberto Bobbio hace años (Bobbio, 1985). Los nuevos, relacionados con los cambios, plan­tean otras cuestiones y abren distintos interrogantes. Aquí se avanzan, a modo de ejemplo, tres de los más importantes:

En primer lugar, existe el riesgo de que la nueva situación pueda favorecer el resurgimiento de particularismos agresivos (Paramio, 1997) y que se produzca un desplazamiento del centro de gravedad a favor de expresiones políticas de derecha au­toritaria y xenófoba. Los ejemplos austriaco, alemán, italiano, belga, holandés y fran­cés, más allá de que se trate de fenómenos más o menos perdurables, muestran hasta qué punto pueden arraigar fenómenos de ese tipo. Todas estas manifestaciones tienen

162 GEOGRAFÍA HUMANA

algunos rasgos básicos: suelen ser una expresión de reafirmación nacionalista: consti­tuyen una reacción contra el sistema y los partidos tradicionales; con su voto preten­den denunciar la incapacidad de los Estados para atajar la inseguridad y Ja incerti­dumbre que produce la globalización: muchos de sus integrantes proceden de ámbitos sociales especialmente afectados por los procesos de precariedad e inseguridad: este «bloque social» que integra en su seno a trabajadores, agricultores, pequeños comer­ciantes del «país profundo» y representantes de la clase media, suelen encontrar en la «amenaza» de la inmigración la base de su discurso xenófobo.

Otro riesgo importante es que el lugar que dejan los partidos y los parlamentos sea ocupado por lo que Dahrendorf define como «los nuevos mediadores», es decir, organizaciones o corporaciones que no se someten a ningún control democrático. Bá­sicamente se refiere a dos: los medios de comunicación y su creciente e ilimitada ca­pacidad de influencia y de decisión en la política, y Agencias y Organizaciones No Gubernamentales. Por razones completamente distintas, y mucho más en el primer caso que en el segundo -se habla del llamado «efecto CNN» o del «efecto Berlusco­ni»-, el riesgo es que produzca confusión y colisión de poderes democráticos (Dah­rendorf, 2002).

En tercer lugar, el riesgo de involución autoritaria o Ja consolidación de formas de «democracia autoritaria». En este caso hay que referirse a la evolución seguida en algunas de las viejas democracias, en el sentido de intentar reducir desde el ejecutivo el peso de Jos parlamentos y de los otros poderes democráticos del Estado, invirtiendo los papeles y vaciando de contenido el sistema democrático a favor de diferentes ex­presiones, más o menos populistas, de presidencialismo (Bovero, 2002). A ello se une ahora el riesgo cierto de que los acontecimientos del 11 de septiembre sean aprove­chados para limitar la libertad de los individuos y para debilitar la democracia, ante­poniendo las preocupaciones militares y de seguridad.

DEMOCRACIA Y DESARROLLO

La democracia es también condición necesaria, aunque no suficiente, en los países en desarrollo. El premio Nobel de Economía Amartya Sen es quien mejor ha sabido explicar que la democracia no es un «lujo occidemal» que los países pobres no pueden permitirse, sino que existe una conexión directa entre libertades políticas y sa­tisfacción de las necesidades económicas. Ha sido él quien más tiempo ha dedicado a rebatir las interesadas teorías que defienden que libertades y derechos políticos y hu­manos dificultan el crecimiento y el desarrollo económicos y que lo más adecuado para el progreso de Jos pueblos pobres es la combinación de liberalismo económico y dictadura política. al estilo de la evolución seguida por Estados autoritarios como Co­rea del Sur, Singapur o la China actual. Antes al contrario, defiende la importancia de la libertad política como parte importante de las capacidades básicas de los indivi­duos, y su papel decisivo para incentivar y hacer comprender a los gobiernos la nece­sidad de resolución de carencias básicas. En su opinión, la relevancia intrínseca y el papel protector y preventivo de la democracia, concebida como instrumento necesario para la creación de valores y normas y como vía privilegiada para Ja creación de opor­tunidades, pueden ser muy importantes (Sen, 2000).

GLOBALIZACIÓN Y NUEVO (DES)ORDEN MUNDIAL 163

Uno de los hechos más importantes de nuestra historia reciente ha sido el nú­mero de países que se han incorporado formalmente a la democracia durante las últi­mas décadas. La caída del muro de Berlín y los cambios geopolíticos que le sucedie­ron han sido decisivos para propiciar un nuevo entorno internacional que ha favorecido el avance de la democracia en la antigua área soviética, en América Latina y, en menor grado, en Asia y en África. Con anterioridad, los países de la Europa me­diterránea (Grecia. Portugal y España) habían iniciado sus procesos de transición a mediados de la década de los setenta.

Casi todos los países que han iniciado su transición a la democracia en las últi­mas décadas comparten una característica común: han tenido que afrontar los proce­sos en condiciones que no favorecen la consolidación del sistema democrático. Prze­worski ha sintetizado perfectamente los procesos y las consecuencias que se derivan, cuando afirma que «muchas nuevas democracias hacen frente simultáneamente a los múltiples desafíos que acarrea el tener que asegurar una ciudadanía efectiva bajo condiciones económicas e institucionales que obstru . ....-en la viabilidad de las institu­ciones estatales El resultado es que los Estados son incapaces de hacer cumplir uni­formemente los haces de derechos y obligaciones que constituyen la ciudadanía. De modo que nos encomramos con regímenes democráticos carentes de una ciudadanía efectiva para significativos sectores sociales y en amplias áreas geográficas. Y sin una ciudadanía efectiva, cabe dudar de que esos regímenes sean "democracias" en algún sentido de la palabra» (Przeworski et al., 1998: 68).

A esas formidables dificultades hay que añadir que en algunos casos, como en el área incluida en la zona de influencia de la antigua URSS, los Estados han tenido que acometer, a la vez, la tarea histórica de construir la democracia. estableciendo ex novo instituciones democráticas y economías de mercado. Pero el conjunto de países, aun con sus indudables diferencias de partida, participa de una serie de características comunes (ausencia de sociedad civil y de tradiciones democráticas), en algunos casos particularmente agravadas. que confiere a esas democracias un elevado grado de debi­lidad, fragmentación, inestabilidad, inseguridad e incertidumbre (Przeworski, 1998; Taibo, 1998).

La ~ran paradoja que se produce en estas regiones de Asia, Europa central y oriental, Africa y América Latina es que precisamente en el momento en que parece que la democracia es reconocida como la forma de organización colectiva más ade­cuada. también empieza a ser cuestionada por los ciudadanos de esos países. Los po­bres resultados económicos, en parte debidos a obstáculos estructurales internos y en parte debidos a la aplicación de programas de ajuste centrados en el recorte de gasto público social, han contribuido a la pérdida de credibilidad y al debilitamiento de las instituciones democráticas. La aplicación, fracasada, de determinadas políticas de inspiración neoliberal durante las últimas dos décadas se ha saldado con un incremen­to de la desigualdad, la pobreza y Ja exclusión social en muchas regiones del mundo. La retirada. la reducción o la desinstitucionalización del Estado, allí donde apenas existía con anterioridad, unido a la corrupción de las estructuras políticas tradiciona­les, ha provocado efectos devastadores sobre los grupos sociales más desfavorecidos e incluso sobre capas pertenecientes a las emergentes clases medias. Los informes de Naciones Unidas dejan pocas dudas al respecto sobre el aumento de Ja pobreza y el ensanchamiento de la brecha entre los que concentran la mayor parte de la riqueza y

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la mayoría de Jos que ahora tienen peor situación que hace dos décadas (PNUD. 1997; 1999).

Como Jos procesos llamados de «modernización» y «liberalización» han coin­cidido en el tiempo con los proceso de democratización. se ha creado un amplio des­contento y desconfianza en la política y en el sistema tradicional. Como consecuen­cia, muchas de las jóvenes democracias atraviesan por momentos de profunda crisis de confianza y de legitimidad y los riesgos e incertidumbres que ahora afrontan, supe­rada ya la eufórica ola democratizadora de años atrás, son de enorme gravedad.

Se han generalizado las reacciones. a veces explosivas. ancisistema: ha dismi­nuido el número de ciudadanos que confía en Ja democracia a la vez que aumenta el número de los que estiman que es indiferente que exista democracia o dictadura: se ha reducido el papel de los parlamentos en favor de experiencias «presidencialistas» «populistas» o «personalistas» más o menos aventureras: se ha debilitado y fragmen­tado la estructura de partidos: ha aumentado Ja inestabilidad política. la fragilidad ins­titucional y la inseguridad juódica: han aparecido espacios «gobernados» por nuevos poderes criminales en los que no hay presencia del Estado ... En definitiva. la coinci­dencia de crisis económica. social e institucional se traduce en una notable crisis de gobemabilidad democrática que provoca una sicuación potencial en la que es posible introducir políticas y reformas que permitan superar la actual situación. pero es igual­mente posible que puedan prosperar expresiones democráticas vacías, nuevos popu­Jismos e incluso nuevas tentaciones autoritaria~.

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Lecturas complementarias

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En relación con el estudio sobre Ja crisis y reestructuración del Estado, la emergencia de los poderes globales y los efectos perversos de la globalización, pue­de profundizarse, en primer lugar, en los trabajos de J. Nogué y V. Joan (2001) Geo­política, identidad y globalización. En la obra de Stiglitz (2002) El malestar de la globalización puede encontrarse un excelente tratamiento sobre el papel de los orga­nismos internacionales en relación con Jos países pobres, su influencia en Ja elabora­ción de políticas de ajuste y sus negativas consecuencias. Se sugiere igualmente la consulta del trabajo de J. Estefanía (2003) La cara oculta de la prosperidad. Econo­mía para todos, por entender que propone una sugerente y crítica visión sobre el lado oscuro de Ja globalización y el incremento de las desigualdades en el mundo. Finalmente, en relación con la nueva geografía de los conflictos, se recomienda la consulta de tres obras tan sugerentes como críticas: de una parte el libro de N. Chomsky (2001) Estados canallas. El imperio de la fuerza en los asuntos mundia­les; de otra, el trabajo de C. Taibo (2002) Cien preguntas sobre el nuevo desorden: por último el estudio de M. T. Klare (2003) Guerra por los recursos. El futuro esce­nario del co11jlicto global.

En relación con Jos aspectos referidos a Ja emergencia de nuevas identidades. por su especial significado y consecuencias. se sugiere la consulla de Ja obra funda­mental de G. Kepel (2001) La Yihad. Expansión y declive del islamismo; la excelente obra de W. Kymlicka (2003) La política vernácula. Nacionalismo, multiculturalismo y ciudadanía; el sugerente, original y muy actual tratamiento sobre ciudadanía y mul­ticulturalidad ofrecido en la obra de N. AlSayyad y M. Caslells (2003) ¿Europa mu­sulmana o Euro-Islam? Política, cultura y ciudadanía en la era de la globalización. Con un enfoque de ensayo, pero sin duda impregnado de una vasta cultura, de prcmo­njcioncs e interrogantes. se recomienda el bello texto de Amín Maalouf ( 1999) Identi­dades asesinas así como el excelente libro Identitats (2005) de Zygmunl Bauman.

Finalmente, en cuanto al debate sobre democracia y globalización se destacan aquí dos referencias fundamentales en torno a la discusión sobre la calidad de la de­mocracia en los países en transición: la obra colectiva de A. Przeworski et al. ( 1998) Democracia sustentable y el trabajo de C. Taibo (1998) Las transiciones en la Europa central y oriental. Por su extraordinario interés se incluye también Ja re­ferencia al número monográfico de Annals of the American Academy of Political and Social Science. Globalization and Democracy (2002) coordinado por R. Munck y B. Gills.

GLOBALIZACTÓN Y NUEVO (DES)ORDEN MUNDIAL 169

Algunas cuestiones fundamentales y actividades complementarias sugeridas

1. El estildo del mundo ~ comienzos del nuevo Milenio. Una aproxí~ -- madón at estado de Ja cuestión sobre este tema que impregna el éonjunt() de ca­

pítulos puede ser un buen punto de partida. A partir de los Informes reciente~ dd PNUD, se sugiere analizar la situación actual del Desarrollo Humano inten­tando responder a dos cuestiones e.senciales: a) gtado dé cumplimiento de los Objetivos del Milenio, y h) nivel de convergencia o divergencia observada en- 'i,

tre las diferentes regiónes del mundo -durante 13$ dos pasadas décadas. Informa­ción accesible se encuentra en los Informes sobre Desarrollo l:lumanuy en el propio informe de Naciones {)nidas Los Objetivos de Desarrollo del Milenio~ Progresós, Rei•eses y Desefíos. Además de esta información disponible en in­ternet, se pueden consultar dos informes anuales que incluyen estudios y cua. dros estadísticos por regi<,mes o países: et Estádo defMund<r2007. Maddd, Akal (publicado desde 1981) y el informe Geopolítico 2006, •Madrid, Tecno~ Un balance cualificado sobre el estado del mundo en el momento actual puede encontrarse en la Memoria del Secretario Ge11Rral de la ONU, de septiembre de 2006, último de los hechos públicos por el anterior Secretario general Kofi An-: nan. Finalmente, una visión actual de conjunto puede encontfélrse en el trabajo de fgnasi Cancras y Adela Farré, vinculados durante años a ta dirección de Ox­fam Internacional, «Los nuevos retos de la lu.chacontra la pobreza», en NQgu~, J.: Romero, J. (Eds.) (2006): 1.as'Otras Geogrofíqs, Valencia, Tirant U> Blanch, pp, 53~80. .

2. El final de un Viejo Orden, pero ¿el comienzo de qué? Una cues~ tión qué pu<:dc ofreéer una extensa relación de temas de gran trascendencia gc<r · política~ unilateralismolmultilateralismo, relaciones EEVU~Europa, la nueva pósición de Rusia, los países islámi(:()S, choque o diálogo entre civilizacionés, nuevos países emergetites ... Para este importante bloque, además de la extensa bibliografía referida, se sugiere la c~msulta del reciente trabajo de JqanNogué y Joan Romero «OtraS ,Geografías, otros tiempos. Nuevas y viejas preguntas, vie~ . , jas y nuevas respuestaS», en Las Otras Geograftas, op. cit., pp. 15-50. De una.· gran utilidad son sin duda los excelentes dossiers que viene confeccionando el periódico La Vanguardia. En especial se sugieren: Imperio o gobierno mundial, núm. 3, octubre de 2002~ ¿Quién manda en el mundo?.; num. 14, enero-marzo de 2005~ Estados Unidos. imperio o poder., hegemonJco, núm.7,julio-septiem- ' bre de 2()03; Am~rica Latina. Democracia, liberalismo. populismo, núm. 4,

, enero-marzo.de 2003; Rusia. Democracia y autocracia, núm. 9., enew-mari,Q de 2004; China. Su~rpotencia emergente, núm. 2, julio-septiembre de 2002; Asia. El pode~ del siglo XXI, núm. 16, julio-septiemre de 2005; Potencias emergentes. núm.12. julió-septiembre de 2004; Oriente Medio, Demqcra<:ía o ... geoestrategia, núm . . 15, abril-junio de 2005; Mediterráneo. e1 mar que une y seP,ara, núttL l 7i ootubre-diciembre de 2005.

3, Europa como actor geopolítico. El estudiQ eje la posición y el papel de la UnW.n Eut(Jpea ante los:recientes conflictos y desafíos .geopolíticos~ así . ~·

170 GEOGRAFÍA Hl..'\1A!'\A

como e1 debate sobre el futuro de Ja Unión Europea como proyecw políti<.:o supniestatal. puede merecer una atención singular como actividad complemen­taria. En especial ahora que se han cumplido cincuenta años desde que tuviera lugar la tieación de la Comunidad Europea tras la firma del Tratado de Roma. Para ampliar información, cuatro textos recientes pueden ser de gran interés: parte del excelente texto de Tony Judt (2006) Postguerra. Una historia de Eu­ropa desde 19-15 (Taurus); el ensayo de Zigmunt Bauman <2006), Europa. Una a\1t11tura inacabada (Losada); capítulos del trabajo de Ralf Dharendorf (2006) El recomienzo de la historia. De la caída del muro a la guerra de frak (Katz editores) y el sugerente trabajo de Anthony Giddens (2007) Europe in the Glo­bal Age (Polity). Para ampliar en el estudio de la otra Europa (la Europa cen­tral y la Europa del Este) desde un enfoque original y cuJto, se sugiere el re­ciente texto de Pedrag Matvejevic El Mediterráneo y Europa (Pre-Textos. 2006).

4. Otro tema relevante está relacionado con la aparición de las nue'-as Te"ae incognitae. Estados fallidos, Estados frágiles y nuevos espacios en blanco. Una buena información accesible puede encontrarse en la página refe­rida a Ja iniciatfra UCUS cuya referencia se encuentra en los enlaces de inter­net. Se sugiere igualmente la consulta del texto de Carlos Taibo (2006) «La descartografía del mundo. Estados fallidos y conflictos olvidados», en Nogué. J.: Romero. J. (Eds.) Las Otras Geografías. op.ciL. pp. 81-96. En relación con la situación que afecta al conjunto del África Subsahariana en cuanto a su gran número de «Estados fallidos>), se sugiere alguna actividad a panir de la lectura del reciente libro de Luis de Sebastián (2006) África, pecado de Europa. Ma­drid. Trotta.

5. El estudio de las causas y consecuencias de los conOictos actuales existentes en el mundo es esencial para entender la geografía de la compleji­dad y de las fracturas. También para entender la evolución de algunas claves geopolíticas desde el mundo bipolar hasta la situación actual. Tres cuestione5 destacan aquí con especial intensidad: a) Ja etiología de IO!> conflictos actuales. su carácter asimétrico y su relación con la disputa por los recursos (petróleo, agua. madera. miner.tles estratégicos como el coltán. etc.): b) el estudio de al­gunos de los llamados conflictos olvidadDs o ignorados, y e) la situación de los refugiados en el mundo. En relación con la primera cuestión. además de los trabajos de Klare. muchos accesibles en Internet. puede consultarse en castella­no la excelente síntesis de R. Méndet (2006) «Geopolítica de los recur~os natu­rales•>. en Nogué, J.; Romero, J. (Eds.) Las Otras Geo,v,rafías. op.cit. . pp. 301-324. así como el Informe del PNUD de 2006 titulado Más allá de la escase:. Poder. pobreza y la crisis mundial del agua. igualmente disponible en Inremct. Una' isión más resumida pero con artículos de gran interés para trabajar de for­ma complementaria la cuestión del agua como recurso escaso y djsputado pue­de encontarse ~o el dossier de La Vanguardia «Agua. El desafío del siglo XXh>. núm. 21. octuhre-diciembre de 2006. Un enfoque muy distinto puede encon­trarse en el informe elaborado desde el Calo Institule con el título Agua a la rema. Cómo la empresa privada y el mercado pueden resofrer la crisis mun-

-

GLOBALIZACIÓN Y NUEVO (DES)oRDEN MU'IDIAL 171

dial del agua. Para el estudio de las «Geograftas del olvido», la información más accesible y más completa es la proporcionada anualmente por las ONGs Oxfam Internacional y Médicos Sin Fronteras. Esta última elabora anualmente un Informe <iiobre las crisis más olvidadas en el mundo que puede ser de gran utilidad. El excelente documental «Invisibles» ('.!007) producido por Javier Bar­dem, que narra cinco historias dirigidas por Wim Wenders, Isabel Coixet, Ma­riano Barroso, Javier Corcuera y Femando León. es imprescindible para enten­der en toda su dimensión las devastadoras consecuencias de algunos de estos conflictos olvidados a partir de historias narradas por sus protagenistas. El do­cumental puede verse en la propia web de la ONG Médicos sin Fronteras. Para el mejor conocimiento de la situación de los refugiados en el mundo. la infor­mación proporcionada por ACNUR es de gran interés. Está disponible tanto en Internet como en publicaciones periódicas (Véase La situación de los refugia­dos en el mundo. Despa'ltll1lientos humanos en el nuei·o milenio, ACNUR, Ica­ria, 2006)

6. El amplio debate sobre la crisis o reestructuración del Estado-na­ción, sus capacidades, los procesos <le reestructuración y su cuestionamiento por viejas y nuevas expresiones identitarias en el nuevo contexto globalizado. pennite mucha.-. posibilidades de accividadcs complementarias en cuestiones ta­les como su pérdida de autonomía y la supuesta cesión de sobemnía. los pro­cesos de transformación y de cesión de poder polílico a favor de actores poü­ticos subestatales, la presencia de naciones internas y de naciones sin Estado o la emergencia de los fundamentalismos como identidades (re)construidas y como proyecto político que cuestionan o combaten al 1-:,<;tado-nación. Como do­cumentación complementaria acce'\iblc se sugieren los trabajos de Agustí Co­lomines «La'i naciones sin Estado» y de Abel Albet «De cómo la fe mueve montañas .... y la religión las convierte en paisaje: una aproximación a la geo­grafía de la religión», ambos publicados en Nogué. J.: Romero, J. (Eds.) Las Otras Geografías, op.cit. pp. l 13-138 y pp. 210-231 respectivamente. De utili­dad para debates puede ser el trabajo de Josep M. Colomcr (2006) Gra11des im­perios. pequeñas naciones, Anagrama. De gran interés es también el número monográfico publicado en la edición española de Foreign Policy (septiembre de 2006) en tomo al creciente papel de la religión en la política con el titulo <cPor qué Dios está ganando».

7. Las paradojas de Ja democracia y el déftcit de ciudadanía civil y política ofrece igualmente numerosas posibilidades. Por su actualidad y c;us implicaciones en el ámbito de la gobemanza democrática y de la gobemabili­dad. se sugiere como actividad complementaria profundizar en este tema en re­lación con la evolución política y social de América Latina. Se dispone de in­fonnación en línea a partir del excelente estudio elaborado por el PNUD < 2004) la democracia en América latina: hacia llllá democracia de ciudada11os, así como abundante y cualificada información en el Instituto Internacional de Go­bemabilidad.

172 GEOGRAFÍA HUMANA

Enlaces en internel

Banco Mundial http://www.bancomundial.org

Cato Institute http://www.elcato.org

Foreign Policy http://www.fp-es.org/

Foro Social Mundial http://www.forumsocialmundial.org http://es.wíkípedia.org/wíki/Foro Social mundial

Inslilulo Internacional de Gobernabilídad (l.l.G.) http://www.iígov.org/index.drt

lntermón Oxfam http://www.intermonoxfam.org

Internacional Forum on Globalization http://www.ifg.org

Estados frágiles: la iniciativa LICUS http://www.worldbank.org/WBSITE/EX1ERNAL/BANCOMUNDIAL/EXTP PSPANISH/EXTSTRATEGIESSPANISH/EXTLICUSSPANISH/

Médicos Sin Fronteras hllp://www.msf.es

Oxfam Internacional http://www.oxfam.org.es

Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) htrp://www.undp.org/s¡ianish/

CAPÍTULO 5

CARTOGRAFÍA DE LOS CAMBIOS SOCIALES Y CULTURALES

Introducción. Un considerable «giro cultural»

por JOAN NOGUÉ

Universitat de Girona

y ABEL ALBET

Universitat Autonoma de Barcelona

Desde mediados de los años 1980 la geografía cultural y la geografía social han experimentado un proceso extraordinario de renovación y reestructuración que las ha llevado a interesarse por temas y enfoques muy diferentes de los que habían sido los habituales hasta entonces, lo que se explica por diversas razones. Por un lado, la rein­troducción de Ja dimensión espacial en las preocupaciones propias de la teoría social resituaría el papel de Ja geografía como saber clave para interpretar la cambiante rea­lidad social de nuestro mundo. Por otro lado, el notable rol que la cultura desempeña en un mundo globalizado. Tanto es así que a menudo se recurre al concepto de «giro cultural» (cultural turn) para evidenciar el significativo desplazamiento intelectual que ha situado a las variables culturales en el centro de los debates contemporáneos (al menos al mismo nivel que las variables económicas y las políticas) no sólo dentro de la geografía, sino también en el resto de ciencias sociales. La cultura ha dejado de ser una categoría residual, una variación superficial no explicada por Jos análisis eco­nómicos: la cultura es ahora vista como el medio a través del cual las transformacio­nes se experimentan, contestan y constituyen.

Se trata, pues, de mucho más que de una renovación temática en el marco de las subdisciplinas clásicas conocidas como geografía social o geografía cultural. Hoy en día lo cultural se halla inscrito en todos los espacios (también los políticos y los econó­micos) y en todos los ámbitos de la sociedad, de manera que este énfasis en lo cultural (en los procesos culturales) conlleva el replanteamiento de los principios y los objeti­vos de la propia geografía. Así, lo cultural y lo social están presentes, de manera trans­versal, en todos Jos ámbitos y esferas de la geografía hasta propiciar un efectivo sola­pamiento de las tradicionales ramas o subdisciplinas. Hoy, toda realidad resulta ser compleja, interdependiente e interrelacionada y prueba de ello son las dificultades existentes cuando se pretende delimitar lo cultural de lo social: geógrafos y geógrafas

174 GEOGRAFÍA HUMANA

sociales analizando la base culturaJ de lo cotidiano (en cuanto al género, la sexualidad, la etnia, la religión) se entremezclan con geógrafos y geógrafas culturales preocupados por los componentes teóricos y sociales de los paisajes urbanos contemporáneos.

Conscientes de esta realidad, el presente capítulo aspira a presentar. de forma somera y desde una perspectiva geográfica, los principales cambios sociales y cultu­rales que nos han ido - y nos están- afectando a lo largo de estos últimos años. He­mos escogido, para ello. tres ejes vertebradores básicos: la tensión dialéctica entre lo local y lo global, el multiculturalismo y la construcción de la identidad en un contex­to de exaltación de la diferencia y la dimensión espacial de la cultura de Ja producción y del consumo a partir de la ciudad contemporánea. Previo a todo ello, hemos dedica­do un apartado a contextualizar la nueva geografía cultural y social en el marco del posmodemismo y la posmodernidad.

1. La nueva geografía cultural y social en el contexto del posmodernismo y la posmodernidad

LA POSMODERIDAD Y EL PASO DEL FORDISMO AL POSFORDJSMO

El capitalismo fordista, caracterizado por la producción y el consumo en masa, por la estandarización de la producción, por una especial forma de control y repro­ducción de Ja fuerza de trabajo, por una fuerte inversión en capital fijo y por el papel tutelar del Estado. entra en crisis a principios de la década de 1970 por la excesiva ri­gidez del propio sistema y por su incapacidad para adaptarse a las nuevas condicio­nes. A pesar de haberse detectado grietas en el edificio desde hacía algún tiempo, la fuerte recesión de 1973 acabaría por fracturarlo. Asistimos entonces a una excepcio­nal reestructuración del sistema capitalista a escala mundial y entrarnos en una nueva etapa, genéricamente denominada «posfordista», caracterizada por la acumulación flexible, la apuesta por la tecnología y la automatización y la relocalización y rees­tructuración industrial.

Mientras, la denominada «nueva economía» se impone en los mercados de va­lores de todo el mundo y proliferan las operaciones financieras especulativas y desre­guladas en un mercado cada vez más mundializado e interrelacionado. La flexibilidad también se impone en los mercados de trabajo, en Ja movilidad geográfica de perso­nas y capitales, en los procesos productivos y en las pautas de consumo. Se acentúan la volatilidad y la efimeralidad de las modas, de los gustos, de los productos, de las técnicas y también de las ideas, de las ideologías. de Jos valores. La desregulación provoca una menor presencía del Estado y, concretamente, el desmantelamiento pro­gresivo del Estado del Bíenestar. Se acelera la internacionalización de todos los proce­sos (económkos, políticos, culturales) hasta el punto de ser considerados «globales» ante su instantaneidad y símultancidad para gran parte del planeta. Todo ello bajo el impacto de los nuevos sistemas de información y transporte. acicate fundamental de los cambios acaecidos. En términos sociales, el capitalismo tardío sigue siendo una sociedad de clases, pero ninguna de ellas es ya exactamente la misma que antes: se debilitan las formaciones tradicionales y son progresivamente sustituidas por múlti­ples identidades segmentadas.

CARTOGRAFÍA DE LOS CAMBIOS SOCIALES Y CULTURALES 175

La coexistencia de regiones claramente definidas por los principios posfordis­tas junto con otras todavía regidas por estructuras fordistas induciría a pensar que en el nuevo sistema prima la desorganización o el eclecticismo. Nada más lejos de la rea­lidad. E1 capitalismo no se desorganiza, sino todo lo contrario: se reorganiza a través de una nueva concepción del espacio y del tiempo. En efecto, como ha demostrado de una manera bri liante David Harvey (1989), en la transición del fordismo al posfordis­mo el espacio y el tiempo se han comprimido, lo que ha provocado un impacto ini­cialmente desorientador en las prácticas políticas y económicas y en las relaciones so­ciales y culturales. La distancia es más relativa que nunca, lo que sitúa a los lugares, a priori, en una similar «posición de salida». Cada vez más lugares pueden aspirar a convertirse en el destino de una planta industrial, de un centro comercial o, simple­mente. de un turista. Más y más lugares se convierten, progresivamente, en potencia­les candidatos a desarrollar muchas y variadas actividades.

Todo ello tiene bastante que ver con lo que habitualmente entendemos por pos­modernidad, definida de forma genérica y simple como el conjunto de características esenciales de una época y de una sociedad (las «nuestras») en oposición a una época y una sociedad precedentes, propias de la modernidad. Quizá el campo donde dichas diferencias se hayan hecho más evidentes sea en la arquitectura: más allá del raciona­lismo y el rigor funcionalista de la arquitectura moderna, la arquitectura posmodema se caracteriza por el simbolismo, e] pastiche y las referencias constantes al pasado, al futuro, a otros lugares.

No hay un único criterio a la hora de decidir qué es lo que define la sociedad posmodema, pero es cierto que determinados acontecimientos -algunos de ellos ya apuntados más arriba- parecen marcarla indefectiblemente: el papel creciente y de­cisivo de las tecnologías de la información y la comunicación; la aparición de una nueva economía desmaterializada, deslocalizada y basada en la globalización del ca­pital, los servicios y la información; el fin de la guerra fría y el hundimiento del blo­que comunista; la introducción de nuevas formas de realidad urbana y metropolitana (la ciudad dispersa, el marketing y la competitividad entre ciudades) de las que la ciu­dad de Los Ángeles ofrece el arquetipo esencial; la fragmentación de lo social y el ad­venimiento del multiculturalismo y el mestizaje; el triunfo de la imagen, del simula­cro, de la representación, de lo virtual.

Este conjunto de cambios observados en gran parte del planeta desde finales de los años 60 y que, sintéticamente, hoy conocemos como posfordismo, capitalismo tardío, o posmodernidad, superan lo meramente económico y se manifiestan en todas las esferas de La vida, hasta el punto de que Stuart Hall ( 1996) reconoce que el posfor­dismo debe ser considerado tanto un cambio económico como cultural. La dificultad de separar ambos cambios se ejemplifica no sólo en las grandes teorías y explicacio­nes, sino también en múltiples ejemplos cotidianos, lo que no hace sino reforzar la debilidad de las aproximaciones disciplinarias fragmentarias. La intensidad de dichas transformaciones también convierte en cada vez más obsoletas las formas tradiciona­les de analizar y comprender los procesos en marcha. Y es que, efectivamente, ante la profundidad y la rapidez de los cambios, la geografía cultural y social tradicional, abocada al pasado, a lo rural y a lo inmutable, tenía cada vez menos cosas por decir.

176 GEOGRArÍA HL'"MANA

EL POSMODERNlSMO Y LA DECO~STRUCCJÓN DE LAS 'IARRATIVAS

Por posmodernismo se entiende una corriente de pensamiento propio de las ciencias sociales que cuestiona el proyecto científico heredado de Ja Ilustración y constitutivo de la modernidad. Se trata de una propuesta epistemológica amplia y multidimensional que se puede sintetizar en dos aspectos básicos, a pesar de los múl­tiples y heteróclitos enfoques existentes bajo su paraguas.

En primer lugar. se rechazan wdo tipo de verdades universales: a pesar de la pretendida objetividad del discurso científico. se reconoce que éste es siempre pro­ducto de un sujeto y obedece a los criterios de validez que prevalecen en cada marco conceptual del saber. de manera que todo discurso es siempre determinado social } culturalmente. Según esta forma de pensamiento. ) tomando un ejemplo alejado de las ciencias sociales, tanto la medicina occidenta1 como Jos rituales animístas tendrían sus métodos y su legitimación y no sería posible afirmar que una es más válida o ver­dadera que la otra, ya que. para saberlo con certeza. habría que basarse no sobre los criterios de una o de la otra, sino sobre una base común a ambas. La ciencia, según Jcan-Fran9ois Lyotard. es ahora considerada como un juego de lenguaje entre otros posibles, quedando despojada por canto de su situación privilegiada en relación con otras formas de conocimiento.

En un mundo dividido en múltiples áreas culturales y fragmentado en diferentes comunidades, ningún discurso, ninguna teoría puede pretender tener un valor universal. Este relativismo cultural cuestiona no sólo el positivismo científico, sino también todos los «grandes relatos» (o metanarracivas que durante décadas han buscado una explica­ción absoluta y definitiva de la realidad) tales como el estructuralismo, el marxismo, el psicoanálisis y cantos otros. En buena lógica, el relativismo epistemológico (ninguna teoría explicativa es más exacta que otra) y ontológico (ningún «modelo real» puede adoptarse como ejemplo paradigmático) podría conducir al absurdo de plantear que, si «todo vale», ¿qué legitimidad puede pretender el mismo discurso relativista'?

En segundo Jugar, y según Michel Foucault, esta crítica epistemológica se arti­cula a partir de las relaciones entre poder y saber: si la ciencia no busca verdades uni­versales. sí que. al menos. se ve compromecida con sus fines, que se justifican en Jos poderes políticos y económicos del mundo occidental más que en supuestas cientifici­dades. Dichos poderes son los que han producido los discursos científicos y los que, a través de Ja colonización. el imperialismo cultural o Ja mundialización de Ja econo­mía, los han difundido e impuesto en casi todas partes. convenciéndonos de su objeti­vidad. La crítica posmoderna se encarga de reintroducir el discurso de Jos «otros», de dar voz a aquellos que el mundo occidental hizo callar. Este «Otro» se identifica a menudo con los pueblos anteriormente colonizados. pero también con todas las (<mi­norías» sin voz que viven en el corazón de Occidente: mujeres. minorías étnicas. ho­mosexuales. entre muchas otras. Desde la Jegilimidad de la vo7 y la mirada de cada una de dichas «comunidades minoricarias o subalternas» pueden surgir explicaciones más precisas y verídicas ) totalmente diferentes de las del «hombre-blanco-occiden­tal-heterosexual».

El proyecto moderno se asociaba al progreso lineal, al optimismo histórico, a las verdades absolutas, a la supuesta existencia de unas categorías sociales ideales y a la estandarización y uniformización del conocimiento. El posmodernismo, contra-

CARTOGRAFÍA OE LOS CAMBIOS SOCIALES Y CULTURALES 177

riamente, pone el énfasis en la heterogeneidad y en la diferencia, en la fragmentación, en la indeterminación, en el escepticismo, en la mezcolanza, en el entrecruzamiento, en la redefinición del discurso cultural. en el redescubrimiento del «Otro», de lo margi­nal, de lo alternativo, de lo hfbrido (Haesbert, 2002).

LAS RAZONES DE LA NUEVA GEOGRAF(A CULTURAL Y SOCIAL

En el marco conceptual del posmodemismo. una de las primeras formas de de­construcción de las grandes metanarrativas fue protagonizada por la llamada Escuela de Estudios Culturales de Birmingham, a través de la cual figuras como Raymond Williams o Edward Thompson trazaron las directrices de un marxismo no economi­cista (o marxismo cultural) atento a la relevancia - también material- de lo cultural. Esta vía facilitó la asunción de conceptos como «hegemonía cultural» y «subaltemi­dad» (procedentes de Antonio Gramsci) por su capacidad de relacionar cultura, so­ciedad y poder (Clua y Zusman, 2003). En este marco, el énfasis se puso en el estudio de la cultura de masas (cultura de consumo o cultura popular), ya que se entendía que a través de ella no sólo se construían identidades (tanto o más poderosas y concluyen­tes que las de una supuesta «alta cultura» oficial, elitista, excluyente y supuestamente modélica). sino que era el canal habitual de transmisión de las ideas, los valores y los significados sociales (Harrington y Bielby, 2001).

En el Reino Unido, Peter Jackson (1980) y Denis Cosgrove (1983) lanzaron sendas llamadas a favor de una «nueva» geografía cultural, capaz de recoger este con­cepto politizado de cultura, de dirigir Ja atención hacia aspectos de la vida social que no habían sido tratados hasta entonces por la geografía (género, sexualidad, identi­dad) y de reconceptualizar las ideas de paisaje y de lugar, en el sentido de ser consi­deradas más que simples artefactos materiales o contenedores sobre los que se desa­rrolla la acción social. Esta «nueva geografía cultural», con un cariz polírico, critico y comprometido. pretendería evidenciar que la cultura no es sólo una construcción so­cial que se ex.presa territorialmente, sino que la cultura está, en sf misma. constituida espacialmente (Cosgrove, 1984).

Aquella relativización del conocimiento y la reivindicación de lo diferente, pro­pias del posmodemismo. explican igualmente el éxito de la nueva geografía cultural y del énfasis de lo cultural como foco de múltiples objetos de análisis y desde diversas perspectivas y escalas. Para muestra, algunos ejemplos: las implicaciones culturales de los procesos económicos atendiendo a Ja base geográfica de las relaciones de géne­ro en el mercado de trabajo (McDowell, 1997); la relación entre identidad y consumo (Jackson, 1993); la constitución territorial de Ja política gay en San Francisco (Cas­tells. 1983); o las luchas políticas por el espacio simbólico en el París del siglo XIX

(Harvey, 1985).

GIRO CULTURAL, GlRO ESPACIAL Y TEORÍA SOCIAL

Entre las diversas ciencias sociales, la geografía - y sobre todo la anglosajo­na- es quizá aquella que, de forma más clara, ha adoptado el «giro posmodemo»,

178 GEOGRAFÍA HUMA!\A

hasta el punto que sociólogos, etnólogos y también arquitectos e historiadores, hacen referencia a Ja obra de geógrafos cuando tratan del posmodernismo. Dos razones esenciales explican este éxito: por una parte. la asunción de que la posmodernidad implica una mutación trascendental de Ja organilación del espacio. de la cual los geó­grafos quieren (y pueden y deben) dar explicaciones (Dear. 1988). Por otra parte, se da Ja plena constatación de que el posmodernismo se traduce en una reconfiguración del conjunto de las ciencias sociales y particularmente en una «reinserción del espa­cio en la teoría social» (Soja. 1989) como variable explicativa clave. lo que abre nue­vas vías para Ja geografía y Ja sitúa en un plano nuevo (o al menos mucho mejor si­tuado) en el seno del debate científico.

Y es que, tradicionalmente, en el marco de las ciencias sociales modernas, se atribuyó a Ja historia y al tiempo un papel central y decisivo, en el que el historiador occidental era capal de escribir una historia universal comprensiva en la que el mun­do constituía un todo y todos Jos grupos humanos (todas las civilizaciones, todas las sociedades) podían ser situadas en relación a una cronología cuyo eje central estaba marcado por el progreso y el desarrollo (de Occidente).

Como sucede con el resto de verdades absolutas, el posmodernismo rechaLa Ja preeminencia de la explicación histórica como (única) base de interpretación del mundo actual, ya que su discurso universalista y totalizante impide el desarrollo de aspectos esenciales para el posmodernismo tales como Ja heterogeneidad. la alteridad o la diferencia. Tras el estallido posmoderno en múltiples esferas de legitimidad, el único contexto donde heterogeneidad, alteridad y diferencia pueden expresarse es en el de la apariencia fragmentada y yuxcapuesta de las diferentes comunidades humanas sobre el espacio y. éste, a diferentes escalas simultáneas. El mundo ya no puede com­prenderse a través de la lógica del tiempo. sino a través de la del espacio. Así, además de (o junto a) Ja introducción de un «giro cultural» en el marco de Ja geografía, un «giro espacial» ha ido penetrando progresivamente en todo el pensamienlo social y en las interpretaciones de Jo social.

2. La explosión de los lugares y los problemas de su representación: lo global y lo local

T1E~1POS Y ESPACIOS DE LA GLOBALIZAClÓ!'

La explosión de lo global

Posmodernidad y posmodernismo van eslrechamente asociados a Ja globaliza­ción. Ciertamente. lo «global» no es un fenómeno nuevo: podemos hallar ejemplos de grandes migraciones. de intercambios comerciales a gran escala. o de exrcnsa circula­ción de modas. capitales, ideas y religiones, en muy diversos momentos de la historia de la humanidad. No obstante. nunca como ahora se había dado con esta dimensión, inmediatez. impacto. exrensión e intensidad.

Habría que evicar, de entrada. la confusión del concepto de globafüación con Jos de intemacionalinción y transnacionalización. Por internacionali.tación hay que entender Ja crecienle interrelación de economías y políticas nacionales a través del

CARTOGRAfÍA DE LOS CAMBIOS SOCIALES Y CULTURALF..S 179

comercio internacional. Por transnacionalización, la creciente organización de la pro­ducción transfronteriza por parte de organizaciones de ámbito supranacional. La glo­balización no es ni una cosa ni la otra, aunque engloba a ambas. La internacionaliza­ción (es decir, la mundialización de las relaciones comerciales) es inherente a los orígenes del sistema capitalista y al fenómeno de los grandes descubrimientos geo­gráficos en el siglo xv1, como ya demostró Immanuel Wallerstein, para quien, ade­más, la estructura mundial basada en una jerarquía cenero-periferia (basada en la ex­plotación y el dominio) es característica esencial de la reproducción del capitalismo como sistema.

Una de las características del momento presente es la definitiva cobertura mun­dial de ambos fenómenos (internacionalización y transnacionalización) y, sobre todo, su inmediatez: gracias a las nuevas tecnologías de la información y de la telecomuni­cación. cualquier decisión tomada en un extremo del planeta puede tener efectos in­mediatos, en tiempo real, en el otro extremo. Lo que expresa en primera instancia el concepto de globalización (y lo distingue de la internacionalización y de la transna­cionalización) es la capacidad de los sistemas de comunicaciones y de los mercados para alcanzar al mundo en su totalidad. al momento y de forma profunda (Hoogvelt, 1997). La globalización representa la fase de la inmediatez y de la profundización de la integración de las economías mundiales.

Ahora bien. la globalización va mucho más allá de una mundialización de las relaciones económicas. Abraza. inevitablemente, todo un amplío abanico de aspectos de nuestra realidad circundante y de nuestra vida cotidiana que, directa o indirecta­mente, se ven afectados por ella: la geopolítica, la universalización de determinados idiomas, la cultura en su sentido más amplio (preferencias estéticas, movimientos ar­tísticos, indumentaria y vestuario, hábitos de consumo) e incluso la homogeneización de algunos paisajes (en especial los occidentales). Manuel Castel Is ( 1998) profundiza en esta línea al considerar que la globalización y la revolución tecnológica han sido capaces de transformar los tres pilares básicos en los que se basa una sociedad: la ma­nera de producir. la manera de vivir y las formas de gobierno.

¿Hacia una cultura global?

Mundialización e internacionalización económica han ido propiciando la creen­cia de que la cultura también ha venido sufriendo unas transformaciones similares y paralelas a las observadas por la economía. Ante la aparente debilidad de las culturas locales y nacionales, en la actualidad, las distintas prácticas culturales y los distintos rasgos de cada lugar, tienden a converger y tomarse cada vez más similares hasta con­fluir en una homogeneización cultural, en una cultura global. La desaparición de pue­blos. lenguas o tradiciones por imposición de unos sobre otros no es algo nuevo en la historia. pero parece cierto. de nuevo, que la reciente difusión de comportamientos. estilos de vida o hábitos de consumo oculta la importancia de lo diverso, lo concreto y lo singular, objeto de estudio tradicional y privilegiado de la geografía cultural y re­gional.

Roland Robertson ( 1992), seguramente uno de los intelectuales que más hy e­ílexionado sobre el tema, considera que la globalización a nivel cultural se da gfacias

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a dos fenómenos: la «Compresión del mundo» y la «conciencia global». La compre­sión del mundo se refiere al hecho de que determinados acontecimientos y decisiones tomadas en un extremo del planeta pueden tener inmediatas consecuencias en el otro extremo. Los cambios en las modas. en las costumbres, en las formas de vida en Eu­ropa y Norteamérica. por ejemplo, pueden influir directamente en la creación o des­trucción de puestos de trabajo en el sudeste asiático; el modelo de crecimiento econó­mico y el proceso de industrialización de un país cualquiera puede tener graves impactos ambientales y ecológicos en los países vecinos: la acelerada deforestación en el noreste de la India y los grandes embalses que allí se construyen son la causa principal de las inundaciones que azotan regularmente a Bangladesh. Es precisamen­te esta compresión del mundo lo que intensifica la conciencia global, el otro fenóme­no analizado por Robertson. La conciencia global -el sentimiento de compartir con otras muchas personas de todos los rincones del planeta la sensibilidad ante determi­nados temas- es posible gracias a la exiscencia de un discurso cada vez más unifica­do transmitido a través de los medios de comunicación de masas. David Harvey (1989) incide también en el concepto de compresión del mundo al que nos referíamos hace un momento, aunque desde un punto de vista más espacial. más territorial.

A pesar de todo, la idea de que hay una cultura global o globalizada es muy compleja, ya que. si bien la misma definición de globalización implica la mundializa­ción. su alcance es todavía extremadamente desigual. tanto territorialmente como en lo que respecta a los contenidos (no todo llega a codas partes). Es más: el mismo Ro­bertson reconoce que los mismos procesos que conducen a una homogeneización cul­tural también generan una notable diferenciación. Como globalización no equivale a homogeneización. no todos los productos «globales» se acomodan de la misma forma a las preferencias de cada lugar ni los mismos mensajes son recibidos e interiorizados de la misma manera por distintas audiencias que responden de maneras diversas y complejas. La respuesta a todo ello es la creciente necesidad de explorar la interco­nectividad entre los procesos globales y los locales, el interés por desvelar cómo la escala crecientemente global de la producción y el consumo cultural afecta las rela­ciones entre identidad, significado y lugar. La perspectiva espacial, por canto, se con­vierte en central en el estudio de lo culcural (McDowell, 1994; Warnier. 1999).

Mike Featherstone ( 1995) piensa más bien que determinados cernas y aspectos culturales operan efectivamente a escala global gracias a una mayor difusión propicia­da por la ucilización ventajosa de tecnologías de la comunicación y la información. Di­chos aspectos globales se entrecruzarían con las dimensiones locales y nacionales de cada cu ltura panicular, alterándolas pero no destruyéndolas necesariamente. De hecho, ello conduce a una de las bases de estudio de la nueva geografía cultural y social: si la cultura es un sistema de significados companidos. el interés radica en indagar cómo se originan los procesos que generan dichos significados. qué hace que sean compani­blcs. qué los hace diferentes de otros sistemas. cómo y quién produce y negocia las transformaciones. cómo se relacionan con las esferas políticas y económicas. cómo in­teractúan a diferentes escalas. Y es que. a diferencia de lo que pretendía la geografía cultural y regional tradicional. hoy ya no es posible trazar correlaciones unívocas y de­termi níscicas entre espacio y sociedad: ya no es posible entender un país o una región como una pieza de territorio perfectamente delimitada. identificada exclusivamente por una única lengua, una misma historia, unas tradiciones comunes, un estado rígido.

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En aquel contexto sí quedaba perfectamente dibujado quién pertenecía y quién estaba excluido, quién era autóctono y quién extranjero; en el nuevo, ya no es así.

UN MUNDO DE LUGARES

La renovada actualidad y presencia del Lugar

A principios de los años 1980 Doreen Massey Uunto con otros estudiosos britá­nicos) se refiere a las «divisiones espaciales del trabajo» para explicar la gran varie­dad de marcos locales producidos por la evolución reciente de la economía capitalis­ta, en un intento por evitar los análisis tradicionales de la geografía económica basados en tratar primero las fonnas de producción para después examinar su traduc­ción sobre el espacio en ténninos de localización. Massey afinna que el espacio inter­viene directamente en la reproducción de las estructuras sociales y económicas y que no hay que separar lo espacial de lo económico y lo social: tanto los mercados de mano de obra, como la repartición de las actividades de producción, o las estructuras regionales de clase participan conjuntamente de una misma realidad económica, fun­damentalmente espacial. La heterogeneidad del espacio, es decir, la existencia de Ju­gares diferentes (en términos de producción, de división del trabajo, de clases socia­les) es un fenómeno de base de la economía capitalista: el estudio de los lugares (de las «localidades») constituye pues un reto científico de primer orden. Se trataría en­tonces de «levantar acta» de la especificidad, de la unicidad del lugar, que resulta como producto de estructuras más amplias (Massey, 1984; Massey y Allen, 1984: Swyngedouw, 1989).

A finales de los años 1980, el lugar hace también su aparición en geografía po­lítica al poner en duda que sólo sea el Estado el marco de estudio óptimo para analizar las mutaciones geopolíticas. El papel de las culturas locales en Ja resistencia a las po­líticas nacionales (la tensión entre el lugar y el espacio) y las nuevas formas y estrate­gias de la gobernabilidad resultan aspectos clave de la geografía política presente.

Y es que. en un contexto de deconstrucción absoluta, está claro que los Estados­nación. las provincias o las comarcas no pueden continuar siendo el (único y exclusi­vo) marco de estudio geográfico, ya que están siendo superados «por arriba» (ante los procesos de globalización y desregulación) y «por abajo» (ante la explosión de las singularidades interdependientes). El «lugar» tiene ahora un papel central en los aná­lisis posmodcrnos, muy sensibles tanto a las cuestiones identitarias y comunitarias como a Ja unicidad de los objetos y los ámbitos. Las identidades tienen que ver con los lugares: por una parte, la pertenencia a un lugar participa de Ja definición de uno mismo; por otra parte, el espacio fragmentado en lugares por la distancias interviene en la fabricación de las identidades. Las mujeres, las minorías étnicas o sexuales, los grupos sociales. y un largo etcétera de grupos subalternos no pueden ser aprehendidos y comprendidos sin tener en cuenta los lugares con los que se identifican y que los identifican (Paasi. 1986).

El renovado éxito del concepto de lugar en Ja geografía contemporánea procede de razones y de enfoques muy diferentes y su interés radica, también, en su capaci­dad de incluirlos a todos. Para unos. permite poner el acento en la dimensión subjeti-

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va de Ja experiencia geográfica, mientras que. para otros, ayuda a comprender los ac­tores geográficos que producen el lugar y, a su vez, son producidos por él. En cual­quier caso. el concepto de lugar y el de localidad expresan la heterogeneidad del espa­cio geográfico actual.

Regiones, localidades y comunidades: las escalas de los lugares

La lógica posmoderna ha propiciado que la cultura deje de ser vista como un conjunto relativamente uniforme y normativo de creencias, valores, actitudes, com­ponamientos y productos. Minorías y/o grupos subalternos cuyas voces habían sido anleriormente excluidas reclaman ahora atención como partes esenciales del sistema social: las variables de género, de clase, de etnia, de edad, de condición corporal deli­mitan las singularidades culturales de grupos específicos. cada cual con unas estruc­turas sociales y unas espacialidades específicas que obligan a replantear las geogra­fías de la cultura y las relaciones entre cultura y espacio.

Al mismo tiempo, Jos nuevos contextos de la producción. la distribución, las tecnologías y las comunicaciones hacen que el consumo se convierta no sólo en una transacción económica para suplir determinadas necesidades, sino en una actividad esencial que modela la vida individual y social en el mundo contemporáneo hasta el punto de determinar la propia identidad y permitir revisarla tantas veces como sea conveniente. El consumo de determinado tipo de moda, de comida, de música, de sexo, de apariencia corporal. de ocio. de estilo de vida da lugar a nuevas comunidades cuyas identidades culturales resultan ser tanlo o más fuertes que las tradicionales y que, gracias a las nuevas tecnologías. incluso superan las barreras del tiempo y del es­pacio: estas nuevas comunidades tienen, pues, sus propias pautas de regionalización, crean sus propias «regiones». aunque utilizando unas escalas , unos territorios, unas variables de cohesión e identidad distintas a las de antaño (Massey y Jess, 1995; De­Janty, 2003).

Estos nuevos procesos culturales siguen siendo desiguales socialmente y dese­quilibrados territorialmente (sigue habiendo «regiones ricas» y «regiones pobres»): no todas las personas ni todos los lugares tienen igual acceso a todos los bienes y servicios, pero es cierto que las antiguas fronleras culturales (de lengua. etnia. forma­ción) que parecían estables en el tiempo y en el espacio, no sólo son abiertamente transgredidas, sino que son las áreas de máximo interés. Es en la permeabilidad y fluidez de los espacios y los grupos marginales donde las personas (individual y co­lectivamente) negocian y definen sus identidades culturales. La hibridez y el mestiza­je son. por fin, valorados por sí mismos y como productos de una realidad viva y crea­tiva y no como la degeneración de unos rasgos culturales preestablecidos.

Este proceso de deconstrucción que permitió superar la consideración simplista de la región como un ente definido en un marco de coordenadas escalares sin más. empezó por tratar la región como el producto de procesos exlemos, localizados «fue­ra» de sus dimensiones y ámbito: las regiones empezaron a ser vistas como lienzos sobre los que dejan su huella la globalización, las fluctuaciones del sistema capitalis­ta, o Jos cambios en las pautas de localización económica. Posteriormente. Jos proce­sos observados en las regiones también son vistos como algo interno (a pesar de que

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la distinción entre «interno» y «externo» sea cada vez más problemática): las regiones son, también, condensaciones más o menos volátiles de instituciones y de objetos, de prácticas y de personas conjunta e íntimamente involucradas en el funcionamiento y el resultado de dichos procesos locales. Finalmente, las regiones son vistas como la combinación única, singular e interdependiente de procesos internos y externos, creando dinámicas translocales y transregionales. Si cada una de dichas combinacio­nes (cada «estrato») se produce en (y es producto de) un determinado momento histó­rico, en el fondo cada región es la combinación única. singular e interdependiente de múltiples estratos: un palimpsesto que utiliza y visualiza de forma desigual textos del pasado y del presente, propios y ajenos (Albet. 2001 ).

La región, el lugar, sigue siendo la quintaesencia de la geografía, pero el énfasis radica cada vez más en el proceso de construcción de Ja región, producto de aquella múltiple combinación de poderes, conocimienros y espacialidades. La formación y transformación de las regiones está hecha de procesos materiales y discursivos, físi­cos y simbólicos, palpables y representados, económicos y culturales, humanos y so­ciales, reales e imaginados; y todo ello sedimentado en paisajes físicos. políticas pú­blicas, geografías imaginativas. A algo similar Soja lo llama rhird space (Soja, 1996).

EL PAISAJE COMO REPRFSENTACIÓN DEL ORDEN SOCIAL Y DE LAS ESTRUCTURAS DE PODER

Construcción y destrucción del paisaje

El paisaje es, sin Jugar a dudas, uno de los elementos identitarios más excepcio­nales, uno de los patrimonios culturales más apreciados en las sociedades cultas y avanzadas de nuestro entorno. El paisaje es el resultado de una transformación colec­tiva de la naturaleza. Representa la proyección cultural de una sociedad en un espacio determinado y es, por ello mismo, un patrimonio que debe conservarse, admitiendo que es algo dinámico y en constante evolución. Su inevitable transformación puede controlarse y planificarse, sin atentar así contra los rasgos esenciales que le dan carác­ter y personalidad.

Las sociedades humanas, a través de su cultura. transforman los originarios pai­sajes naturales en paisajes culturales, caracterizados no sólo por una determinada ma­terialidad (formas de construcción, tipos de cultivos), sino también por la traslación al propio paisaje de sus valores, de sus sentimientos. El paisaje, por tanto, nos presenta el mundo tal como es, pero es también, a su vez, una construcción, una composición de este mundo, una forma de ver -de mirar- el mundo. Nos hallamos ante una rea­lidad enormemente impregnada de connotaciones culturales, ante un dinámico código de símbolos que nos habla de la cultura de su pasado, de su presente y quizás tam­bién de Ja de su futuro. La legibilidad semiótica del paisaje, esto es el grado de desco­diticación de sus símbolos, puede ser más o menos compleja, pero está vinculada, en cualquier caso, a Ja cultura que los produce (Jackson. 1989).

El paisaje, en tanto que resultado de un difícil equilibrio emre elementos abióti­cos, bióticos y antrópicos, se transforma continuamente y es capa¿ de integrar y asi­milar elementos que responden a modificaciones territoriales importantes, siempre y cuando estas modificaciones no sean hruscas, violentas. demasiado rápidas. Como

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afirma el geógrafo italiano Eugenio Turri ( 1979) en su obra Semiología del paesaggio italiano, las modificaciones del paisaje en el pasado eran lentas. pacientes, al ritmo de la intervención humana, prolongadas en el tiempo y f ácilmentc absorbibles por la na­turaleza de los seres humanos: el elemenlo nuevo se insería gradualmente en el cua­dro psicológico de la gente. Ahora bien, cuando esta inserción es rápida, como en los últimos años. la absorción se hace más difícil. El problema no radica, por tanto, en la transformación per se del paisaje. sino en el carácter e intensidad de esca transforma­ción: he ahí el quid de la cuestión.

La incapacidad de actuar sobre el paisaje sin destrozarlo, sin aniquilar su carác­ter esencial, sin eliminar aquellos rasgos que le dan continuidad histórica, es uno de los dramas de nuestra civilización, como ya advirtió en 1925 el geógrafo Carl Sauer. Los paisajes tienen un carácter, una personalidad propia y exclusiva, que no deben leerse como algo inequívoco, inmanente y estático.

Espectáculo y simulacro

Conservar la autenticidad de un paisaje, a la escala que sea, no significa mante­nerlo intacto, fosilizado. Se trata de intentar conservar la especificidad y originalidad de sus elementos constituyentes sin cuestionar su dinamismo. Sólo así es posible pre­servar el carácter del lugar sin convertirlo en un museo sin vida. La recuperación superficial de conslrucciones y estructuras tradicionales - en especial en las zonas rurales- no evita este riesgo, sino que lo agrava. He ahí el resultado: paisajes estáti­cos. arlificiales, de cartón piedra. Se trata de «intervenciones pesebrísticas», es decir reconstrucciones más o menos fieles (supuestamente) y más o menos bucólicas de un paisaje rural funcionalmente desaparecido, en línea con la filosofía que inspira los parques temáticos.

La recuperación mimética y pésimamente diseñada de formas y construcciones antiguas y/o tradicionales a menudo produce un pastiche, un tipo de paisaje casi tan pésimo como su contrario, esto es el paisaje estandarizado, uniforme y falto de origi­nalidad que tantas veces ha sido criticado. En el fondo, la inautenticidad está tan pre­sente en uno como en otro. aunque quizás sorprende y «duele» más Jo que está suce­diendo en el primer caso, porque en él intervienen. al menos en teoría, profesionales del diseño y de la planificación supuestamente aJejados del segundo modelo. La te­matización del paisaje implica Ja negación de Jo auténtico, el espejo de la falsedad, Ja cursilería. He ahí Ja definitiva mercantilización de los lugares, tan propia del turismo posrnoderno y posindustrial (Daniels y Cosgrove, 1993).

Con raras excepciones, la agricultura intensiva. Ja industria. el turismo de ma­sas y las grandes infraestructuras contemporáneas no han transformado el paisaje. sino que lo han destrozado y, en el mejor de Jos casos , homogeneizado. Es precisa­mente de la homogeneización creciente de muchos paisajes europeos de lo que se quejaba el escritor Juan Cuelo en el Magazine de La Vanguardia , cuando escribía. con fina ironía:

Esto no era lo prometido. Nos habían dicho que sólo sería única la moneda[ ... ] Pero no nos habían dicho nada del paisaje europeo único. Mucho antes de que hayamos

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metido un euro en el bolsillo. nos han metido por los ojos un nuevo paisaje. Habrá que acoscumbrarse. pero su omnipresencia en la ventanilla de mis autobuses, de momento, me deja frío. [ ... ]El principal problema es que a este flamante paisaje europeo le faltan referencias literarias. pictóricas y ti losóficas, [ ... ] Es un paisaje de aucor (el copyright es de Bruselas), pero sin autores que lo hayan contado. pintado, filosofado, filmado o re­tratado. Por eso no funciona como paisaje, no te dice nada. se escrella contra la ventani­lla, te da sueño. [ ... ] Antes eran los autores los que buscaban paisajes. ahora es un pai­saje en busca de autores (Cueto, 1998, p. 85).

Descodificando la ideología del paisaje: wz sistema de sigrws y de símbolos

La tradicional identificación (unívoca y pennaneme) entre un «paisaje» y unas «formas culturales» ha tendido a anular o menospreciar el componente social (de de­cisión voluntarista) que incorpora la construcción material de dicho paisaje. Sauer en­tendía que el tránsito de un paisaje natural a otro de cultural se realizaba a través de la intervención de la cultura (marginando los aspectos económicos y los políticos). de manera que la cultura pasaba a ser un elemento explicativo de los citados paisajes, más que un factor causal.

Augustin Berque ( 1990) introduce el concepto de medianLa. a través del cual admite que las características propias de un medio, de un lugar. de un paisaje, son, a la vez. objetivas y subjetivas (son trayectivas. dirá él); el paisaje es configurado y transformado por las acciones humanas, pero éstas, a su vez, son transformadas por el mismo paisaje. El paisaje es mucho más que un objeto resultado de una cultura o de una historia; que comprenderlo «en tanto que» producto y productor de la mirada, la conciencia, los valores, la experiencia, la estética, la moral de las personas sobre el medio y todo ello gestionado por unas decisiones políticas y unas orientaciones eco­nómicas.

El paisaje es hoy en día un objeto de estudio preferente, pero se concibe no tan­to como una forma, sino como un sistema de signos y de símbolos y de sus interpreta­ciones: para comprender un paisaje construido es necesario entender sus represen­taciones escritas y orales no sólo como «ilustraciones» de dicho paisaje, sino como imágenes constitutivas de sus significaciones. Si la cultura es concebida como un sis­tema de significaciones vehiculadas por un conjunto de mediadores y de representa­ciones, el paisaje juega un papel esencial en tanto que contribuye a la objetivación y a la naturalización de la cultura: el paisaje no sólo refleja la cultura, sino que es parte de su constitución y, por tanto, es expresión activa de una ideología (Lash y Urry, 1994).

Entendiendo, pues, el paisaje como una «mirada», como una «manera de ver», es fácil asumir que dichas miradas acostumbran a no ser gratuitas, sino que son cons­truidas y responden a una ideología que busca transmitir una determinada forma de apropiación del espacio: la idea de paisaje responde a la voluntad de proporcionar una visión exterior. una interpretación controlada y precisa no necesariamente participati­va. Las miradas del paisaje -y el mismo paisaje- re11ejan una determinada forma de organizar y experimentar el orden visual de las cosas en el territorio, una «ideolo­gía visual». Así, el paisaje contribuye a «naturalizar» y «normalizar>> las relaciones sociales y el orden territorial establecido, propiciando que parezcan inevitables y no

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se pongan en cuestión ni se planteen los orígenes de las desigualdades o los desequili­brios. Al crear y recrear los paisajes a través de signos con mensajes ideológicos. se forman imágenes y patrones de significados que permiten ejercer el control sobre el comportamiento, dado que las personas asumen estos paisajes «manufacturados» de manera natural y lógica. pasando a incorporarlos en su imaginario, y a consumirlos. defenderlos y legitimarlos. Visto así, el paisaje es también un reflejo del poder y una herramienta para establecer. manipular y legitimar las relaciones sociales y de poder (Crcsswell, 1996; Rogoff. 2000).

El paisaje como producto y como texto

Si en todo paisaje nada es gratuito y todo tiene una razón de ser en la construc­ción y expresión de la ideología visual, el objetivo de la geografía del paisaje es ahora decodificar Jos símbolos y los signos inscritos en el paisaje y su función de transmiso­res de los códigos de comportamiento y relación. En consecuencia, el estudio de los paisajes da un paso mas allá de la simple descripción estética e incluso de la concep­ción del paisaje como resultado de la aplicación de una tradición cultural sobre un te­rritorio. Aparece entonces un concepto de paisaje necesariamente ligado al trabajo humano. las intenciones. las prácticas y las relaciones sociales que lo han hecho posi­ble. El estudio del paisaje se entiende ahora como la interpretación de las representa­ciones hegemónicas y como expresión del poder (Barnes y Duncan. 1992; MitchelJ. 1994).

Interesa, pues. analitar cuáles son los símbolos que la nación o el Estado o la religión esparce para marcar su existencia y sus límites; cuáles son Jos monumentos; cuáles son Jos criterios que hacen «exótico» un paisaje y, por lo tanto, mezcla de de­seo y temor (la supuesta objetividad de la información transmitida por la historia pro­fundiza en los tópicos y legitima la colonización y el menosprecio). Interesa. en defi­nitiva. estudiar qué paisajes se convierten en espectáculo y, por lo tanto. son utilizados por el marketing urbano recreando Ja diferencia o la similitud y reinterpre­tando el pasado. La teatralidad del paisaje adopta caracteres épicos en los ambientes rurales, a menudo identificados como símbolo de los orígenes y la pureza de la idemi­dad nacional, a pesar de que en la actualidad estén marginados política y económica­mente.

Siguiendo la lógica posmoderna. la construcción y aprehensión de Ja realidad es un constante juego de lenguajes. significaciones y representaciones. El mundo y sus múltiples lugares y paisajes deben ser leídos como textos y, en el marco de la de­construcción. la intertextualidad se convierte en el nuevo discurso. Dado que dicho discurso no es estable ni incuestionable, sino difuso y volátil. la apuesta consiste en examinar cómo dichos textos son leídos por sus múltiples lectores (en el caso de la ciudad. sus habitantes. sus visitantes. sus espectadores): analizar cómo está codifica­da la información (cuáles son los signos y los mensajes) teniendo en cuenta que. ante unas relaciones de poder determinadas. diferentes personas pueden interpretar dichos códigos de maneras muy distintas (Scotl. 2001: Simard, 2000; Nouzeilles, 2002).

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3. Multiculturalismo, identidad y alteridad: la celebración de la diferencia

CONSTRUCCIÓN Y MANIPULACIÓN DE LA IDENTIDAD

Identidad cultural, identidad territorial

A pesar de que la idea de identidad puede ser también anaJizada desde una ópti­ca individual. el proceso de formación de las identidades territoriaJes contemporáneas resulta ser más colectivo que individual. Evidentemente, la identidad no va sólo aso­ciada a características tales como el sexo o el origen étnico, sino también al espacio geográfico y cultural: todos nacemos en un ámbito cultura] determinado y en un lugar específico. A los hijos de los emigrantes y de los refugiados se les recuerda su lugar de origen y sus raíces familiares a través de la lengua. de la gastronomía, de las costum­bres, de las fotografías de los parientes, de los relatos, de los cuentos y de las leyen­das. Para estos niños, el exilio, el hecho de estar desplazados, no significa permanecer inmóviles en el tiempo y en el espacio. La materialidad de sus geografías se hace tan­gible a través del contexto cultural de sus hogares y a pesar del cosmopolitismo vir­tual y real de su condición. lo que no impide experimentar a menudo una intensa sen­sación de desarraigo (Morley y Robinson, 1993).

El lugar de origen inculca identidad al individuo y al grupo. Ahora bien, en el supuesto de que éste se desplace y de que, por tanto, desarrolle su vida cotidiana en otro lugar, éste le imbuirá también de identidad, en mayor o menor medida y en fun­ción de muchas y diversas circunstancias. Sin embargo, en el mundo en que vivimos no es necesario emigrar para recibir la influencia de otros estilos de vida y formas de pensar: los medios de comunicación de masas o el contacto con el «Otro» a través, por ejemplo, del turismo comportan, asimismo, una notable influencia cultural. Así pues, la identidad -incluso la de las minorías- no debe ser concebida hoy como aJgo monolítico, sino más bien como un fenómeno múltiple, heterogéneo, multifacial -y hasta cierto punto imprevisible- que problematiza y recompone tradiciones. La idemidad es algo que. en gran medida, se construye (Nijman, 1999).

Todo ello no impide reconocer que la diversidad identitaria en la que nos move­mos no está exenta de tensiones y contradicciones, no sólo de grupo, sino también in­dividuales. Hay quien teme que esta multiplicidad de identidades le lleve a uno a una cierta esquizofrenia. Utilizando su propio caso como ejemplo, Tzvetan Todorov ( 1994) reconoce experimentar una especie de tensión entre sus dos idiomas, el fran­cés y el búlgaro, una tensión que también está presente en su propia concepción del espacio: «Aunque me considero francés y búlgaro por igual, no puedo estar a Ja vez en París o en Sofía. La ubicuidad no se halla aún a mi alcance. Mis pensamientos de­penden demasiado del lugar donde son emitidos para que mi paradero sea irrelevan­te» (p. 21 l ). «Mi patria es mi lengua». como diría Elías Canetti.

Así pues, según Todorov, dos elementos claves de Ja identidad, el idioma (la cultura) y el lugar (la geografía), multiplican y magnifican el conflicto y llevan al au­tor a reconocer que, si bien es absurdo pensar que el que pertenece a dos culturas pier­de su razón de ser, también es lícito dudar de que el simple hecho de poseer dos vo­ces, dos idiomas, sea un privilegio que garantice el acceso a la modernidad. Todorov opta finalmente por un yo bilingüe equilibrado, por una clara articulación entre sus

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dos identidades lingüísticas y cullurales. Es una opción parecida a Ja escogida por Amin Maalouf ( 1999: pp. 11-12) cuando afirma: «Lo que hace que yo sea yo. y no otro. es ese estar en las lindes de dos países, de dos o tres idiomas. de varias tradicio­nes culturales. Es eso justamente lo que define mi identidad. ¿Sería acaso más sincero si amputara de mí una parte de lo que soy?[ ... ] La identidad no está hecha de com­partimentos. no se divide en mitades. ni en tercios o zonas estancas. Y no es que ten­ga varias identidades: tengo solamente una. producto de todos los elementos que la han configurado mediante una "dosificación" singular que nunca es Ja misma en dos personas.» Hay que reconocer. sin embargo. que no siempre es fácil encontrarse có­modo en esta tercera vía. En muchos casos las herencias del pasado y los conflictos políticos del presente pesan demasiado.

El tema de las identidades culturales colectivas es fundamental en el contexto de Ja glohalización. La circulación de las personas. bien de forma voluntaria (viajes de tu­rismo y ocio). bien por necesidad (migraciones por motivos laborales o éxodos de­bidos a conflictos armados), confronta al autóctono, al ciudadano que no se ha trasla­dado, con su propia identidad. Al contemplar y convivir con otras identidades culturales, este ciudadano se ve inevitablemente abocado a plantearse su propia identi­dad. a compararla con la de los demás. Es entonces cuando surge el conflicto, que pue­de resolverse satisfactoriamente -o no- en función de múltiples y diversas variables.

Semido del lugar y desterritoriali:;ación: comunidades imaginarías y ciberespacio

Tradicionalmente, el sentido de territorialidad (y, a partir de él, el localismo. el regionalismo y el nacionalismo) se ha basado en una íntima correlación entre perte­nencia cultural y pertenencia territorial según la cual toda identidad cultural resulta ser un ente estático y delimitado en el territorio que tiene una perdurabilidad transmi­tida generacionalmente. Esta tautología (el derecho a un territorio se corresponde con una identificación cultural que, a su vez, es utilizada para identificar un territorio) ha sido utilizada como justificación para el origen de múltiples guerras y conílicws geo­políticos.

Junto a ello, también es cierto que Jos criterios utilizados para delimitar Ja iden­tidad territorial se han basado. esencialmente. en la diferenciación cultural: a menudo, lo que constituye la esencia propia de la identidad ha sido seleccionado y magnifica­do precisamente por ser lo que más diferente era con respecto a los vecinos o a cual­quier grupo (una contraposición relacional o en función del «Otro»). pero no por ser características intrínsecas de aquel territorio. Es más, muchos de los estudios recien­tes demuestran cómo la gran mayoría de identidades nacionales (muchos de los ritua­les. tradiciones, incluso la misma historia) que parecerían constituir las bases inmuta­bles de Ja «patria», de la nación y del Estado-nacional, no son sino «tradiciones inventadas» recientemente (Hobsbawn y Ranger, 1988).

Benedict Anderson ( 1991) introduce el concepto de «Comunidad imaginada» para analizar los mecanismos de unidad cultural ) nacional ) evidenciar que, si aque-11as tradiciones inventadas tienen una adecuada manipulación a través de los medios de comunicación y de la parafernalia del Estado (ejército, bandera, himno. familia real), ni tan sólo hace falta que existan de manera efectiva y real. No se trata ya de que

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los ciudadanos absorban un mismo discurso a través de instituciones como la escuela o la televisión, sino de que sepan, o crean, que el resto de ciudadanos actúa de mane­ra similar a la suya. El mismo concepto de comunidad imaginaria es utilizado para es­tudiar los grupos que, de una forma directa o virtual, comparten unos mismos gustos, tendencias o intenciones, creándose una «comunidad de intereses» o «de visión». Muchas de estas nuevas comunidades de identidad son efectivamente virtuales, sin contacto directo entre sus miembros ni contigüidad espacial de sus «lugares». Se tra­ta, de hecho, de las comunidades de lugares localizadas en el limbo del llamado cibe­respacio y propiciadas por la «destemporalización» del espacio que permite que todo pueda suceder simultáneamente (Crang, Crang y May, 1999).

Y es que el impacto de las telecomunicaciones (y, en concreto, Ja difusión de In­ternet), la mayor velocidad de los sistemas de transporte y Ja mundialización de los mercados habrían conducido a poner en cuestión Ja identidad de Jos lugares «tradicio­nales», basados en una «cultura territorializada>>. La estandarización de las modas, de los productos, de los hábitos de consumo (la «mcdonalización» del mundo) habría con­tribuido notablemente a una pérdida, ya no del sentido del Jugar, sino de Ja noción mis­ma de Jugar. Por si fuera poco, Marc Augé (1993) habla de la generalización de los «no-Jugares»: aquellos en Jos que, por ser nodos de tránsito y de circulación (como por ejemplo los aeropuertos) o por su expresa despersonalización y carácter anodino y tri­vial, no consiguen asociarse a ninguna «cultura territorial» (Cresswell y Dixon, 2002).

En lo que respecta a los elementos con una localización física «real», Frederic Jameson, uno de los grandes teóricos del posmodernismo, escogía Los Ángeles como metáfora perfecta de la desterritorialización y de la pérdida del sentido de lugar pro­pias de Ja sociedad contemporánea: una metrópoli sin centro, sin límites, sin forma. En Ja misma ciudad, el edificio del Bonaventura Hotel ofrece la imagen paradigmáti­ca del lugar posmoderno: un Jugar sin lógica, imposible de descifrar, diseñado para confundir, para desorientar.

Los estudios culturales tradicionales - y, entre ellos, la geografía cultural- se habían dedicado a estudiar las diferencias entre culturas, enfatizando su supuesto ca­rácter estático, homogéneo y cerrado, utilizado como instrumento de dominación. El nuevo interés de estudio radica ahora en denunciar los factores y mecanismos que han servido para esconder y reprimir las relaciones internas y las conexiones externas de las culturas que hubieran tendido a la mezcla, a la hibridación y a la recreación (Bhabha, 1994).

CULTURA GLOBAL, CULTURA LOCAL

Entre la homogeneización y la hibridación: la creatividad de las diferencias en contacto

Aun reconociendo que la globalización es un fenómeno de excepcional relevan­cia e incidencia en nuestra vida cotidiana, no implica, necesariamente, la eliminación automática de las dinámicas locales: tiene. sin duda, un gran impacto en la capacidad de establecer y mantener entornos diferenciados, pero no los elimina, no Jos unifica, al menos no siempre, no del todo, ni en cualquier lugar. No parece, en efecto, que nos

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hallemos ante un proceso de uniformización irreversible, de dominación transnacio­nal impecable. Por ello hay que plantearse seriamente hasta qué punto las interco­nexiones entre las fuerzas globales y las particularidades locales alteran las relaciones entre identidad, significado y lugar; cómo los bienes y servicios producidos y comer­cializados globalmente son percibidos y utilizados de manera diferente por los seres humanos y en diferentes puntos del planeta a la vez. Cabe interrogarse por qué, a pe­sar de Ja creciente homogeneidad de la producción cultural internacional, hay aún muchos y diversos espacios de resistencia que expresan sentimientos de individuali­dad y de comunidad; sentimientos de identidad, en definitiva (Pile y Keith, 1997). Quizá deba entenderse la globalización como un doble proceso de particularización de lo universal y de universalización de lo particular (Crang, 1999).

A pesar de codo, es cierto que Jos procesos de globalización cuestionan fuerte­mente el significado del lugar (incluso los lugares más remotos del planeta están cada día más y más internacionalizados, ya sea a través del turismo, los medios de comuni­cación o la generalización de determinados productos de consumo). Paradójicamente, las reivindicaciones de las identidades culturales locales (a veces conflictivamente lo­calistas) también son más y más numerosas. Doreen Massey (1993) afirma que el im­pacto cultural de lo global en lo local tiene dos consecuencias contrapuestas. Por un lado -y cuando los procesos globales son vistos como una amenaza para Ja cultura local- se produce un abierto rechazo que, a menudo, se traduce en nacionalismos, integrismos y fundamentalismos: Ja preservación de las diferencias culturales debe hacerse a escala local. Por el contrario. utilizando la tolerancia y la inclusión como an­tídotos de los prejuicios y la exclusión, en ocasiones lo global es presentado como una oportunidad para crear nuevos sentidos de y para «lo local».

Estos nuevos sentidos pasan necesariamente por la aceptación de la diferencia y la asuncion de la mezcla cultural como forma óptima de transformación. Así, la cultu­ra global a través de Ja televisión. el cine, la moda, la música, el fútbol o el turismo, puede incorporar unos rasgos y unos productos supuestamente «modernos» y avan­zados (en forma de «americanización») a la cultura local de lugares aislados de los círculos «occidentales». Pero también las ciudades y países occidentales, a través del papel de los inmigrantes o de las múltiples formas de contactos, asumen e interiorizan características y comportamientos propios de otras partes del mundo. En ambos ca­sos, la integración de estas influencias supone la mezcla o la hibridación de culturas. (Shurmer-Smith y Hannam, 1994; Barros y Zusman, 1999).

Las respuestas y actitudes ante esta realidad son diversas. Algunos apuestan por un melting-pot en el que las diferentes culturas se asimilen y diluyan en el marco de la cultura dominante como garantía de homogeneización. Otros propugnan que las iden­tidades nacionales, caso de continuar existiendo como tales. sean un mosaico multi­cultural en el que el pluralismo étnico y cultural sea un valor definitivo y definitorio. La concepción más abierta y progresista presenta la noción de hibridación como fór­mula creativa que, rompiendo las barreras tradicionales (de raza, de género, de sexo) permite la aparición de algo totalmente nuevo y, por lo tanto, aceptado y aceptable por todos. La música popular (el rap, el raí') es quizá el ejemplo más evidente (y uno de los más estudiados) de hibridación, ya que la mezcla de lenguajes, estilos y ritmos viene a suponer una forma de subversión ante el orden establecido, ante las etiquetas clásicas (Bohlman, 2002; Connell y Gibson, 2003).

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El multiculturalismo y los procesos de mezcla cultural

El multiculturalismo, entendido como una filosofía político-social, trata de con­seguir el tránsito de un Estado-nación monocultural, homogéneo, a un Estado multi­cultural, fiel reflejo de una sociedad constituida por diversos y variados grupos cultu­rales. Así, el multiculturalismo como proyecto político se basaría, según Dueñas (2000), en el respeto a la diversidad cultural, la afirmación del derecho a la diferencia y la readaptación de la estructura básica de las instituciones públicas de manera que todos los grupos culturales dispongan de la misma igualdad de oportunidades.

Surgido hace ya varias décadas en los países anglosajones, en los que el fenó­meno inmigratorio puso sobre la mesa mucho antes que en la Europa continental el conflicto entre culturas, el multiculturalismo no ha dejado de generar nuevas propues­tas teóricas y metodológicas, siempre en el marco del paradigma del pluralismo cultu­ral. Una de las más recientes tiene que ver con el denominado «diálogo intercultural», basado en el desarrollo de nuevos instrumentos y recursos que favorezcan, en la prác­tica cotidiana, la convivencia entre diferentes comunidades culturales.

Ahora bien, el multiculturalismo, aun habiendo impregnado profundamente el programa de actuación de infinidad de organizaciones no gubernamentales y múlti­ples agendas políticas, no se ha visto libre de críticas. Desde el liberalismo se argu­menta que el reconocimiento de las particularidades y excepcionalidades culturales puede llegar a comprometer la igualdad de los derechos individuales sobre los que se asienta, precisamente, el principio de ciudadanía. La política identitaria que está en la base del multiculturalismo, afirman algunos ideólogos liberales, conlleva el riesgo de fragmentación social. La política de la diferencia puede, paradójicamente, condenar a determinados grupos culturales a la marginalidad y reforzar, por tanto, las situaciones de dominio social y de injusticia. Lo que en el fondo se está discutiendo es, en pala­bras de Joan Ramon Resina (2000), el conflicto entre universalidad y particularismo.

En esta misma dirección se orienta la ácida y feroz crítica hacia el multicultura­lismo de Giovanni Sartori en su libro La sociedad multiétnica. Sartori (2001 ), uno de los intelectuales europeos más brillantes de la denominada izquierda liberal, llega a afirmar que el multiculturalismo es en sí una ideología perniciosa que dilapida el principio de ciudadanía, puesto que fragmenta, divide y lleva directamente a la crea­ción de pequeñas sociedades cerradas, a guetos de base identitaria, que impiden a sus habitantes cruzar las fronteras interculturales. En palabras del propio Sartori, «el mul­ticulturalismo lleva a Bosnia y a la balcanización». Implica el regreso a contextos so­ciales premodemos en los que primaban la arbitrariedad, la injusticia y la intoleran­cia. De ahí su rotunda oposición a las políticas públicas que, indirectamente, se derivan del multiculturalismo, como las políticas de discriminación positiva o a.ffir­mative action, tan habituales en el mundo anglosajón.

La idea de diáspora sugiere la existencia de asentamientos estables en territo­rios «extranjeros» fuera de los lugares de origen de una comunidad: inicialmente apli­cado al pueblo judío, hoy recuerda que el sentimiento de pertenencia e identidad no necesariamente deriva de un vínculo territorial, ni que existe una relación unívoca y directa entre cultura y territorio. En las zonas de contacto que generan las diásporas puede darse hibridación o transculturación (relación asimétrica entre culturas que se ven obligadas a interactuar).

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A pesar de que el multiculturalismo y la hibridez «estén de moda>> y, debido a ello, en ocasiones se vean mercantilizados, no dejan de suponer un gran reto que ayu­da a cuestionar los límites de toda pertenencia. los criterios de inclusión, las defini­ciones del yo y el «Otro». Son una apuesta para celebrar la diferencia > la diversidad. para democratizar la cultura y crear nuevas comunidades imaginarias a partir de la ri­queza que aporta el contacto (Hanncrz. 1996: García Canclini. 1997).

EL ORIENTALISMO O LA INVENCIÓN DEL «0rRO»

Alteridad asimétrica

Esta eclosión de lugares e identidades tiene mucho que ver con el reconoci­miento académico e intelectual del «Otro». de la alteridad. como categoría de análi­sis. En este punto y desde las ciencias sociales. han jugado un gran papel las nuevas aportaciones críticas sobre orientalismo y poscolonialismo.

La obra de Edward W. Said, Oriemalism, publicada en 1978, fue clave en este proceso de renovación. En esencia -e inspirándose en Foucault y Gramsci-, lo que Said plantea es que «Oriente» no existe realmente: es una construcción europea. un producto intelectual europeo, una imagen del Otro. que permite. al definir al Otro. identificarse a uno mismo como europeo. como occidental. ¿Por qué no existe un campo de estudio simétrico, equivalente. denominado «Occidentalismo»? Esta pre­gunta, afirma el autor. debería hacemos reflexionar.

Que sea un producto intelectual europeo no implica que se trate simplemente de un cúmulo de tópicos. mitos y nada más: «El orientalismo no es. por tanto. una frí­vola fantasía europea del Oriente, sino un cuerpo formado de teoría y práctica en el que, durante muchas generaciones, ha habido una inversión material considerable» (Said, 1991: pp. 19-20). En su base se halla toda una completa y más que centenaria estructura académica e intelectual. Said insiste, sin embargo, en que el orientalismo no puede reducirse de ninguna manera a una extensa colección de textos sobre Orien­te. sino que es bastante más:

Es más bien una distribución de Ja consciencia geopolítica en texlos de carácter estético. científico. económico. sociológico. histórico y filológico: es La elaboración no sólo de una distinción geográfica básica (el mundo está formado por dos mitades desi­guales. Oriente y Occidente) sino de toda una serie de «intereses» que no tan sólo crea. sino que mantiene con medios tales como los descubrimientos científicos. la reconstruc­ción filológica. el análisis psicológico. las descripciones paisajísticas: es. más que no expresa. una ciena 1·0/u11tad o i11te11ció11 de comprender, en algunos casos de controlar. manipular e inclu~o de incorpomr. lo que es un mundo manifiestamente diferente (o al­temati\'O y nuevo) (Said. 1991: pp. 24-25: el énfasis es de los autores¡.

Tradición académica y argumentos imperialistas

En España. el historiador Joscp Fontana ( 1994) ha incidido de nuevo en la mis­ma idea. en un libro cuyo título es>ª de por sí significativo: Europa ante el espejo. Sus argumentaciones son tan claras que no precisan comentario alguno:

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Para construir el concepto de europeo a la luz de la diversidad de los hombres y las culturas, «inventamos» a los asiáticos, los africanos y los americanos, atribuyéndo­les una identidad colectiva que no tenían. [ ... )La más sutil de estas invenciones ha sido precisamente la de Asia, que pasó de ser un mero concepto geográfico a convertirse en una entidad histórica y cultural, el «Oriente», que nos pennitía resolver el problema de ubicar en nuestro esquema lineal a unas sociedades de cultura avanzada que no podía­mos arrojar a la prehistoria, como las de África, América y Oceanía (pp. 127-128).

Para Fontana, esa «invención» de Oriente no servía únicamente para definir la superioridad de Occidente dentro de una concepción lineal del progreso en Ja historia. Era también fruto de otro impulso básico en el Romanticismo, el de Ja huida de un Occidente donde la industrialización estaba en la base de Ja pujanza económica y del poderío militar, pero, también, de una realidad sórdida. Este escapismo empujó a tie­rras orientales, sobre todo al Oriente islámico, a un brillante elenco de viajeros y via­jeras, pero «el Oriente que buscaban era una invención europea: un refugio contra la mezquina fealdad del Occidente industrial que habían elaborado ellos mismos en sus sueños, adornándolo con todo lo que echaban a faltar en su entorno ... Lo que de ver­dad había y ocurría en estas tierras les importaba poco» (p. 130).

El orientalismo es una influyente tradición académica, pero también «un área de interés definida por viajeros, empresas comerciales, gobiernos, expediciones militares, lectores de novelas y de relatos de aventuras exóticas, historiadores de Ja naturaleza y peregrinos para los que Oriente es un tipo de conocimiento específico sobre Jugares es­pecíficos, pueblos y civilizaciones» (Said, 199 l: p. 207). Podriamos hablar incluso de un lenguaje y de una retórica del imperio (Spurr, 1993), materializada en múltiples y diversos discursos: el político, el administrativo, el periodístico, el literario.

El esquema de Said es especialmente sugerente para los profesionales de Ja geo­grafía por diversas razones. En primer lugar, porque en la construcción de la alteridad la espacialidad tiene un papel muy importante. El Otro es concebido como una enti­dad externa contra la que «nosotros» y «nuestra» identidad se moviliza, reacciona; además, en el encuentro colonial (no sería exactamente lo mismo en las sociedades occidentales contemporáneas que han recibido una fuerte inmigración procedente de las antiguas colonias), el Otro vive más allá, en otro Jugar suficientemente lejano: contiene, por tanto, una dimensión espacial inherente. De alguna forma, argumenta Paasi (1996), estamos ante construcciones sociales de demarcaciones espaciales. Los espacios coloniales, en tanto que unidades territoriales, son productos históricos, no sólo por su estricta materialidad histórica, sino también por su significación sociocul­tural. En este sentido, la idea de espacialización social es sin duda importante, pero también lo es la idea de socialización espacial, esto es, el proceso a través del cual, por una parte, colectividades y actores individuales son socializados como miembros de específicas entidades espaciales delimitadas territorialmente y, por otra, se intema­lizan más o menos activamente las identidades territoriales colectivas y las tradicio­nes compartidas.

En segundo lugar, la argumentación de Said interesa a Jos geógrafos porque el período de consolidación e institucionalización del orientalismo coincide con el peño­do de máxima expansión colonial europea. Éste es el momento en el que se crean re­vistas, fundaciones y sociedades como la Société Asiatique, Ja Royal Asiatic Society,

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la American OrientaJ Society ... y también las sociedades geográficas. Said tiene muy clara esta coincidencia y es por ello por lo que dedica unas cuantas páginas aJ desta­cado papel que juega la geografía en estos momentos y en el orientalismo:

La geografía era esencialmente la materia que apuntalaba el conocimiento sobre Oriente. Todas las características latentes e inalterables de Oriente descansaban en su geografía y estaban enraizadas en ella (Said. 1991: p. 218).

En 1993, en Culture and lmperiali~m. traducido tres años más tarde al español. Said es aún más explícito en relación con la importancia que tiene para él la perspec­tiva geográfica:

Lo que be intentado hacer es una suerte dt: inquisición geográfica de la experien­cia histórica. siempre con la idea de que la tierra es en efecto un solo mundo. en el que los espacios vacíos o deshabitados virtualmente no existen. Así como ninguno de noso­tros está fuera o más allá de la sujeción geográfica. ninguno de nosotros se encuentra completamente libre del combate con la geogmfía. Ese combate es complejo e intere­sante. porque trata no sólo de soldados y de cañones sino también de ideas. formas. imá­genes e imaginarios (Said. 1996. p. 40).

POSCOLONIALISMO: REPENSANDO LA MIRADA HACIA EL ÜTRO

Descolo11i:,a11do la meme

Hace muy pocos años se empezó a utilizar el término «poscoloniaJ». pero el éxito y Ja extensión de su uso ha sido sorprendente. Ello no significa que su defini­ción sea fácil sino todo concrario. ya que se traca de un concepto polisémico (Wi­lliams et alii, 1994) y. además. muy polémico (McClimock. 1995 ). Ame todo. cabe señalar que el término poscoloniaJismo no se refiere al período posterior al coloniafü­mo, sino que su contenido es más bien de tipo metodológico y con un fuerte compo­nente crítico (Werbner y Ranger, 1996 ). Homi K. Bhabha, uno de sus promotores, Jo definía como un término que «Se utiliza cada vez más para referirse a aquella forma de crítica social que descifra los desiguales procesos de representación con los que la experiencia histórica del Tercer Mundo antes colonizado llega a conceptuaJizarse en Occidente» (citado por Monguia. 1996: p. 1 ). Es decir. el enfoque poscolonial es un intento de «descolonizar la mente» (Thiong'o. 1986: Phillips, 1997: p. 147) y contie­ne, pues, una fuerte crftica al etnocencrismo o euroccntrismo. crítica que en geografía no es desconocida gracias a algunos geógrafos que trabajaron en el Tercer Mundo (McGce. 1991 ).

Lo!> estudios poscoloniales se inspiran, por una parce. en las aportaciones de conocidos anticolonialistas como Franz Fanon y Paulo Freire y, por otra, en pensado­res franceses como Jacques Derrida. Jacques Lacan y. sobre todo. Michel Foucault. Edward Said no define su ohra como poscolonial. pero es realmente el punto de parti­da de lo que posteriormente se ha denominado teoría poscolonial. Las figuras quizá más conocidas de este nuevo enfoque son Gayatri Spivack y Homi Bhabba. ambos provenientes del campo de la crítica literaria y muy influidos inicialmente por la ohra

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de Said (Moore-Gilbert 1997). Significativamente, ninguno de los tres es occidental de origen (Said es palestino y los otros dos son indios), aunque han ejercido o ejercen en universidades americanas. Así pues, el surgimiento de Jos estudios poscoloniales tie­ne relación con Ja llegada, ascenso y consolidación en el mundo académico occiden­tal de estudiosos originarios del Tercer Mundo (Monguia, 1996).

El espacio colonial como zona de comacto

En su conjunto, las tesis de Said han aportado una nueva e interesante perspec­tiva fuertemente valorada por la teoría crítica poscolonial. En palabras de Behdad ( 1994, p. 10), se trata de un gran «estudio deconstructivo del pensamiento occidental sobre el Otro». Ahora bien, diversos autores, entre ellos el mismo Behdad, aun reco­nociendo sus aportaciones, critican también a Said por el hecho de que, irónicamente, al denunciar las tendencias generalizadoras y esencialistas del orientalismo, comete los mismos errores que denuncia. Presenta una concepción demasiado monolítica y cerrada de lo que es el orientalismo, de manera que, indirecta e involuncariamente, acaba reproduciendo los mismos estereotipos que critica.

En cualquier caso. lo cierto es que el discurso europeo del Otro en relación con el mundo colonial empieza a ser objeto de diversas lecturas geográficas que inciden en el tema de la representación. Es muy importante averiguar no sólo cómo se produ­cían estas geografías imaginativas, sino también cómo eran comercialiL.adas y populari­zadas. Todavía hay poco conocimiento «sobre cómo estas imágenes eran aprehendidas por sus ''consumidores". Hablar de "producción" y de "consumo" es particularmente apropiado en este contexto, porque la época del imperio está estrechamente asociada a la intensificación del consumo de masas y de la producción de bienes en general. [ ... ]Lo que hace falta, en definitiva, es estar mucho más atentos a las formas a través de las cuales el conocimiento geográfico es presentado, representado y desfigurado» (Driver. 1992: pp. 34-35).

La citada renovación temática pasa también por Ja reconsideración del propio concepto de espacio colonial. entendido a partir de ahora como una «zona de contac­to», como un conjunto de «espacios sociales donde culturas muy diversas se encuen­tran, colisionan y luchan unas contra otras. a menudo en el marco de unas relaciones de dominio y subordinación muy asimétricas» (Pratt, 1992: p. 4), lo que los convierte, como áreas de estudio, en espacios enormemente atractivos, aunque llenos de retos. Es evidente que existen otras muchas zonas de contacto, pero el espacio colonial es, sin duda, uno de los más significativos, puesto que en él entran en contacto personas muy alejadas geográfica e históricamente, en una relación generalmente desigual. Por otra parte, el concepto de «Zona de contacto» es interesante porque incide en la idea de copresencia, de interacción. de engranaje y no en Ja de separación, por más que las relaciones de poder sean asimétricas.

En toda Lona de contacto colonial se dará el fenómeno de la transculturación, idea que nos permite ir más allá de cómo los grupos subordinados o marginales selec­cionan y absorben la cultura dominante. Si bien es cierto que las culturas subordina­das no pueden controlar lo que emana de la cultura dominante, sí pueden determinar hasta cierto punto lo que absorben de ella y cómo lo utilizan. Hay que hablar, por tan-

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to, de recepción y apropiación en la perif ería de las formas de representación metro­politanas, pero también (lo que pocas veces se plantea) de transculturación desde las colonias a las metrópolis. ¿La imagen europea del Otro no puede verse influida por este mismo Otro? Toda metrópoli imperial tiende a verse a sí misma como determi­nante de la periferia, pero pocas veces es consciente de hasta qué punto es determina­da por la periferia, empezando por el tema de Ja representación. Es, de alguna forma, Jo que ha planteado Said en su último libro traducido al español:

Creo que existe, en todas las culturas que se definen nacionalmente, una aspira­ción a la soheranía. a la absorción. a la dominación. En este aspecto coinciden la cultura francesa, la británica. la india o la japonesa. AJ mismo tiempo, paradójicamente, nunca hemos sido tan conscientes de cuán extraña.mente híbridas son las experiencias históri­cas y culturales. de cuánto tienen en común las muchas y muchas veces contradictorias experiencias y campos. de cómo cruzan las fronteras nacionales. desafiando la acción policial del dogma puro y del grosero patriotismo. Lejos de constituir entes unitarios, autónomos o monolíticos. las culturas en realidad adoptan más elementos «foráneos». más alteridades o diferencias de las que conscientemente excluyen. ¿Quién, en India o en Argelia, puede separar con solvencia Jos componentes británicos o franceses pretéri­tos de la realidad presente. o quién, en Inglaterra o en Francia, puede trazar un círculo alrededor del Londres inglés o del París francés que excluya el efecto de India o de Ar­gelia sobre esas dos ciudades imperiales? (Said, 1996: pp. 51-52).

LA SUBVERSIÓN DEL DISCURSO BLANCO, MASCULINO Y DE CLASE MEDIA:

LA VOZ DE LOS GRUPOS SUBALTERNOS

La nueva geografía cultural se detiene en el estudio de las espacialidades y so­ciabilidades de un amplísimo abanico de grupos minoritarios y/o subalLernos que tie­nen como único elemento en común, precisamente, su carácter de minoría: las de tipo étnico o religioso (gitanos , negros, judíos. pueblos indígenas), por razón de edad (adolescentes, ancianos) , orientación sexual (queer, gays, lesbianas), condición física (discapacitados). comunidades salidas de la inmigración o la minoría (que numérica­mente es mayoritaria) de las mujeres (Shields, 1991 ).

Los estudios denominados subalternos (realizados por y para sujetos subalternos) tienen mucho que ver con el poscolonialismo. Gayatri Spivack es una de sus abandera­das e intenta replantear la realidad académica a través de una historiografía que recupe­re a las clases subalternas como agentes de la historia. El término tiene su origen en An­tonio Gramsci y se refiere a la posición subordinada en términos de clase, género, raza y cultura. Se pone el énfasis en que el proyecto de descolonización tiene un punto de par­tida ineludible: la recuperación de las voces marginales de los oprimidos y dominados que, con mucha frecuencia. se han quedado perdida~ en el pasado (Crush, 1994 ).

Los estudios feministas y de género frente a los «saberes situados»

Según Linda McDowell (1999), los estudios feminisLas concentran su atención en las maneras en las que las relaciones jerárquicas entre los géneros son a la vez

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afectadas por y marcadas en las estructuras espaciales de las sociedades, al igual que sobre las teorías que pretenden explicar dichas relaciones. De dichos estudios, que tie­nen su origen lejano en los movimientos feministas de principios de los años 60, pue­den distinguirse tres grandes etapas.

La primera está asociada a la geografía del bienestar que, con un talante clara­mente empírico, pretendía denunciar y corregir el sesgo masculino dominante demos­trando, gracias a técnicas cuantitativas y poca reflexión teórica, Jos diferentes usos del espacio doméstico y urbano o el distinto acceso a Jos puestos de trabajo. La inspira­ción marxista marcó Ja segunda etapa de la geografía del género, dedicada a teorizar y evaluar cómo las formas de expansión del capitalismo han utilizado y perpetuado el patriarcado y su jerarquización explícita entre hombres y mujeres.

La tercera etapa, sin renunciar a los contenidos de las dos anteriores y sin una unidad clara de criterios, entronca plenamente con las posiciones posmodemas, re­flexivas y deconstructivistas en relación con las metanarrativas de la ciencia racional: no sólo se pretende rectificar el evidente androcentrismo que ha caracterizado el pen­samiento científico hasta el presente, sino denunciar su «falocentrismo» (en el sentido de ser un posicionamiento autogenerado, masculino y singular que produce su propia forma de poder y de pensamiento sin preocuparse de nada ni de nadie más). La pro­puesta busca deconstruir una concepción dual del mundo basada únicamente en el en­frentamiento entre lo masculino y lo femenino, la cultura y la naturaleza, lo intelec­tual y lo emocional, lo racional y lo mágico, para así plantear una relectura de las concepmalizaciones todavía vigentes sobre el espacio (Rose, 1993).

Algunas geógrafas feministas enmarcan estas reivindicaciones en la crítica abierta por los «saberes situados» (situated knowledges) argumentados por Donna Haraway: los científicos son simples testigos modestos de la realidad y no es legítimo que, abusando de su posición, impongan una visión del mundo única, final y prepo­tente (y, en consecuencia, machista y racista). Frente a las redes de poder que implica la formulación del saber único, se trata, según Haraway, de defender los saberes «limi­tados», «específicos» y «parciales» marcados por su «hibridez» y capaces de integrar la subjetividad de sus autores «en el interior de la matriz de las relaciones sociales».

A menudo el poscolonialismo se ha presentado en paralelo a cierras preocupa­ciones de género en Ja medida que el discurso de conquista y apropiación del espacio colonial fue esencialmente masculino y de clase media-alta: una forma de subvertir este discurso es exhumar testimonios subalternos, a ser posible de mujeres viajeras por las zonas coloniales, ya que su experiencia y percepción contribuyen a reinterpre­tar los procesos de colonización.

Geografías del deseo: cuerpo y sexo

Al igual que el género, Ja etnia o la nacionalidad, desde principios de los años 1990 Jos aspectos relacionados con la sexualidad empezaron a ser considerados como un elemento propio de las estructuras políticas, económicas y sociales, al entenderse su estrecha vinculación con los intereses de las relaciones sociales capitalistas hacia la familia, Ja comunidad y el individuo. Entendiendo que cualquier forma de identi­dad (sexual, racial, de género) es construida socialmente, se hace necesario analizar

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los espacios en y a través de los cuales estas identidades se constituyen y desarrollan y, a su vez, entender que Ja constitución y el desarrollo de dichas identidades produce un determinado tipo de espacios y de visiones del mundo. Quizá de una forma más directa que en otros tipos de identidades, en lo que respecta a la sexualidad inciden aspectos genéricos cambiantes (como la legislación , la moral, la política. la moda) que influyen no sólo en la forma de pensar la sexualidad. sino de actuar en ella y fren­te a ella (Keith y Pile, 1993).

En el contexto posmodemo de primar la voz «del Otro» y del «diferente», gran parte de las primeras investigaciones sobre la mutua constitución entre espacio y sexualidad se centraron en el estudio de los llamados «disidentes sexuales», aunque posteriormente se ampliaron con un interés creciente por las geografías de los hetero­sexuales. Las complejas relaciones teóricas entre sexualidad y género (especialmente en relación a la teoría feminista) han propiciado que, muy a menudo, ambos aspectos hayan sido considerados de manera conjunta, si bien los análisis también han sido muy abundantes desde la óptica de la geografía social, cultural y urbana, así como la política (análisis de la «ciudadanía sexual»), económica (estudio de la «economía pink») y médica (relación entre sexualidad y transmisión del virus del SIDA).

Así, dado que gays y lesbianas mantienen estilos de vida distimivos definidos, en mayor o menor medida, por su sexualidad y por las reacciones de Jos demás hacia dicha sexualidad, pueden generar unas relaciones espaciales que en ocasiones crean paisajes específicos en muchas ciudades. Muchos estudios han cartografiado los ba­rrios residenciales y los distritos comerciales gays o los lugares de turismo internacio­nal gay o lesbiano, en un intento de relacionar la sexualidad con algunas de las diná­micas propias del capitalismo. Ciertos estudios han permitido demostrar cómo muchos espacios cotidianos son entendidos habitualmente como heterosexuales: explorando los procesos que han conducido a dicha consideración, se ha llegado a en­fatizar en Ja discriminación experimentada por los disidentes sexuales en dichos espa­cios heterosexuales (Santos, 2002; Valentine, 1995). En lo que respecta a las geogra­fías heterosexuales, muchas de ellas ponen su atención en la prostitución, analizando las representaciones morales, los discursos sociales y las prácticas políticas a Ja hora de, por ejemplo, delimitar Jos red light districts o marginar a Jos que trabajan en ellos.

A pesar de que a menudo se utiliza el apelativo queer para referir cualquier es­tudio sobre gays o lesbianas, esta teoría fija su atención específicamente en las inte­rrelaciones entre Ja identidad sexual (ya sea gay o lesbiana) y el deseo sexual. Queer supone un enorme reto a los mismos estudios gays y lesbianos tradicionales, interesa­dos exclusivamente en remarcar para sí mismos unas identidades fijas: según Ja teoría queer, el deseo, expresado a través de las acciones más diversas, debería ser el verda­dero motor de la identidad sexual y. por tanto. espacial. De cualquier modo, queer su­pone una gran crítica a todo lo establecido, especialmente ante la supremacía que dic­ta que lo heterosexual es Jo normativo y es la única o la mejor forma que puede adoptar la sexualidad (Bell y Valentine. 1995 ).

También es a partir de Jos años 1990 cuando el cuerpo se convierte en objeto de estudio y de fascinación. El cuerpo será tratado como una superficie que puede ser cartografiada, como una frontera, permeable, entre el sujeto individual y el «Otro»y entre el yo y lo que dicho «Otro» es para mí. Henri Lefebvre también destaca Ja im-

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portancia del cuerpo como lugar clave para filtrar las relaciones de poder y para rom­per, gracias a su individualidad y a su «corporeidad», con la abstracción que caracte­riza el espacio (Harvey, 2000).

Una vez más, se han establecido estrechas relaciones con la teoría feminista y la geografía del género, ya que el estudio del cuerpo ha sido utilizado para romper con los dualismos entre sexo y género, entre mente y cuerpo, entre sujeto y objeto. La tensión entre economía, política y cultura también se plantea en geografía a partir del estudio de cómo el espacio contribuye a la «sexualización» del cuerpo a través de las representaciones de masculinjdad y femirudad. También se considera cómo el cuerpo, diferenciado racialmente, define espacios de oposición y transgresión en relación con el orden establecido (Duncan, 1996; Nast y Pile, 1998).

La imagen de los cyborgs ha sido utilizada como metáfora que contribuye a re­definir las potencialidades tanto del cuerpo como de la tecnología, al relacionarse mu­tuamente de una forma positiva. Este concepto ha sido introducido en estudios de gé­nero y de la sexualidad (así como en análisis acerca de la cultura tecnológica) como una forma de imaginar posicionamientos alternativos de los sujetos ante los retos que suponen los nuevos estilos de vida propios de las zonas de contacto e hibridez cultural (Haraway, 1991).

Territorios de las minorías, diásporas de Los marginados, espacios de exclusión

Gracias a esta óptica sobre el cuerpo, la geografía también se ha abierto al estu­dio de la discapacitación (corporal y mental). Si la teoría psicoanalítica localiza la formación del género y de la identidad sexual en el cuerpo, los geógrafos han extendi­do esta teoría a la comprensión de los procesos de exclusión social analizando las pautas que llevan a la sociedad a excluir, a marginar o a oprimir (social y espacial­mente) a los que, por impedimentos físicos o mentales, se consideran o son conside­rados desviados o desviantes. Desde una óptica más materialista, las discapacidades también se estudian tratando las distintas problemáticas y necesidades socioeconómi­cas (sobre movilidad, mercado laboral) a las que este grupo de personas debe enfren­tarse en la sociedad. Así, un cuerpo considerado «no normal» por su forma o sus ca­pacidades puede convertirse, de nuevo, en frontera para las relaciones sociales y espaciales a la vez que, como en el caso de la sexualidad o de la raza, crea sus propias espacialidades e identidades territoriales (Butler y Parr, 1999).

La definición más habitual de exclusión social habla del resultado de procesos y/o factores que impiden el acceso de individuos o colectivos a la participación en la sociedad civil. El énfasis actual va más allá de los indicadores convencionales de po­breza (esencialmente económicos) e incorpora aspectos tales como el acceso a la jus­ticia, al mercado laboral o a los procesos políticos. El interés geográfico es evidente ya sea analizando, en individuos o en comunidades, su posible aislamiento social y espacial en relación a los cánones establecidos. David Sibley (1995) es quizá quien más ha difundido, en el marco explícito de la geografía, este concepto y esta preocu­pación: en sus estudios sobre gitanos, vagabundos y esquimales, amplía notablemente el campo de la geografía social interesándose por la doble alteridad que supone ser «minoría» y ser «excluido». Todos los individuos y grupos que se mantienen (o son

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expulsados) fuera de Ja (supuesta) ortodoxia socioespacial pueden trazarse sus pro­pias geografías exclusionarias: hay investigaciones acerca de mujeres, gente de color, disidentes sexuales. niños. ancianos. discapacitados y enfermos crónicos. parados. personas sin hogar, grupos con prácticas religiosas y políticas específicas y, evidente­meme, un larguísimo etcétera.

4. Culturas de la producción y del consumo: la ciudad como mercado y mercancía

LA CULTURA EN LAS ESTRATEGIAS DE TRN\SFORMACIÓ'I SOCIAL

Y URBANÍSTICA DE LAS CIUDADES

Las reflexiones que, a partir de la década de 1990. aparecen en tomo a la condi­ción de la cultura como elemento de poder. abren las puertas a la comprensión de su importancia en la transformación que experimentan actualmente los espacios urba­nos. En un período de cambio en las formas y modos de regulación. la cultura aparece corno un instrumento del poder que, a través de diferentes definiciones. facilita y legi­tima dicha transición.

Cultura y políticru urbanas

La consolidación del modelo posfordista de regulación social y económica ha ido progresivamente relacionado con el llamado «proyecto neoliberal» a través del cual se habrían ido instaurando estrategias de acumulación basadas en la privatiza­ción y la introducción de la lógica del mercado en el sector público, la liberalización y desregulación de la práctica totalidad de los sectores. el recorte de impuestos y la in­ternacionalización de la economía, así como la búsqueda de nuevas formas de regula­ción social que complementen Ja economía de mercado globalizada (Jessop, 2001 ). Todo ello ha implicado la transformación de comportamientos y valores de la socie­dad, muchos de ellos pensados para posibilitar, facilitar y legitimar el funcionamiento de nuevas formas de acumulación del capital.

En este contexto, ha sido en las ciudades donde se han dado los cambios más profundos y significativos, donde se ha esparcido y asentado la ideología neoconser­vadora y la racionalidad del mercado. donde se ha hecho más evidente la pérdida de poder del Estado {y del Eslado del Bienestar) y donde la recomposición de las bases económicas ha sido más profunda y ha implicado la generación de políticas de pro­moción urbana. Este nuevo orden económico y social se manifiesta en cambios en las estructuras urbanas y en las condiciones económicas y sociales, Jo que implica que las políticas urbanas han tenido que adaptarse, activa o pasivamente. a la~ nuevas con­diciones deri\'adas del proyecto neoliberal que. evidentemente. ha marginado la pro­visión y la redistribución <le recursos entre los habitantes de Ja ciudad. más propia d; la etapa fordista-k.ey ncsiana (Harvey. 1989). La movilización de la cult~ra en las polt­licas de la ciudad neoliberal puede entenderse como uno de los mecanismos que de­bería facilitar esta transición y esta nueva situación (Bamclt, 2001; Eade, 1997).

CARTOGRAFl,\ DE LOS CA\fBIOS SOCIALES Y CULTURALES 201

Es así como el término «cultura» (en sus diferentes conceptualizaciones) apare­ce de forma recurrente en los procesos de transformación urbana que se desarrollan en muchas ciudades. La presencia de la cultura es constante para describir o justificar el cambio urbano y promover un nuevo modelo de regulación en concordancia con un proyecto de ciudad insertada dentro de los flujos internacionales de capital. Ello im­plica grandes y graves cambios en la forma urbana, en las relaciones sociales y en la estructura económica de la ciudad (Arantes, Vainer y Maricato, 2000).

Capital cultural e industrias culrurales

Una de las tácticas más habituales de manipulación del concepto de cultura es la de atribuir como «problema cultural» aspectos propios de las desigualdades econó­micas y sociales: así, se articula un nuevo discurso a través del cual la existencia de bolsas de pobreza o marginalidad (especialmente si es identificable con grupos de in­migrantes) se atribuye a la «problemática de la diversidad cultural» y no a la desarti­culación de las políticas estatales (especialmente las relacionadas con el bienestar que, según las nuevas directrices neoliherales, obstaculizan el desarrollo); los proble­mas de estos grupos son planteados en forma de política cultural y no de política pú­blica (relegando así funciones de regulación del acceso a la vivienda o al mercado de trabajo). Así, a menudo la integración culrural se identifica con la alfabetización fun­cional y tecnológica de cada individuo que llega del exterior o pertenece a una bolsa de pobreza: la relación parece plantearse en forma de aceptación-asimilación y está condicionada a la responsabilidad de cada individuo, relegando las actitudes colecti­vas y las solidaridades comunitarias.

Otro modo por el que la cultura está siendo utilizada es en la creación de un imaginario para reforzar la competitividad de la ciudad y su inserción en los circuitos económicos internacionales. Uno de los ejemplos más habituales es la promoción de lo urbano como lugar «del conocimiento». entendido éste como los diferentes aspec­tos relacionados con la formación, la innovación. las tecnologías, el ocio, los servi­cios. Se potencian determinados sectores económicos (audiovisuales, edición. multi­media) que se identifican más directamente como productores de contenidos culturales o, dicho en el lenguaje apropiado, como «industria cultural». Ello es «ven­dido» con un imaginario colectivo que lo identifica como uno de los sectores de ma­yor proyección de futuro y que permite justificar la creación de nuevas zonas de seu­do-equipamientos o la reconversión (que a menudo esconde especulación) de áreas decadentes (como el caso del Poble Nou de Barcelona. transformado en un distrito de alta tecnología denominado 22@). La cultura, el conocimiento, aparece así como un motor, un nuevo campo productivo que se vincula íntimamente a las estrategias de de­sarrollo económico y espacial de la ciudad. La culrura y el conocimiento. por su ca­rácter universal y aparentemente aséptico, pasan a ser considerados elementos prefe­renles de inserción de las ciudades dentro de los flujos económicos internacionales y en la creación de una narrativa que sirve para la legitimación de las transformaciones económicas, sociales, urbanísticas y, a veces. especulativas (Kearns y Philo, 1993; Amin y Thrift, 2002). El Forum Universal de les Cultures de Barcelona 2004 es, qui­zá, el ejemplo extremo y paradigmático de todo ello (Benach, 2000; Gdaniec, 2000).

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Indudablemente, la más habitual y conocida de las utilizaciones contemporá­neas de la cultura es su consideración como mercancía. como producto capaz de ge­nerar grandes beneficios empresariales: lo que ya era habitual en las obras de arte (el valor simbólico) se proyecta e incorpora también ahora a una grandísima diversidad de productos (Lash y Urry, 1994). Todo es rnercanti lizable y, por lo tanto. todo es sus­ceptible de ser producido, distribuido y consumido; la etiqueta «cultural». además, permite una extraordinaria supervaloración de los objetos y las funciones. mucho más allá de su valor de uso y de cambio (Sánchez, 1997; Scott, 1999).

La cultura también es utilizada como transmisora de valores que permitan unos comportamientos coherentes con las nuevas formas de acumulación y de transforma­ción urbana, modificando las actitudes y las apreciaciones de Jos individuos. Si la cul­tura es considerada, cada vez más. corno una mercancía. también será tenida en cuen­ta en función de su rendimiento económico. Factores como las exposiciones o Ja promoción turística contribuyen notablemente a Ja revalorización estética del espacio urbano, creando nuevas necesidades y apreciaciones en los ciudadanos. Ello favorece la valoración económica y economicista de espacios. funciones y sensaciones, lo que propicia justificar su nueva transformación para una constante revalorización del Jla­mado capital cultural (Zukin, 1991). El caso arquetípico de esta situación es la reutili­zación de edificios o barrios enteros: la revalorización, aunque sea simbólica, implica su inserción en Jos circuitos económicos o, ya directamente, inmobiliarios. Es así como barrios habitualmente marginales u olvidados aparecen corno áreas bohemias, de producción artística, vanguardias de diseño. Pasan a ser zonas óptimas para la ins­talación de salas de exposiciones, tiendas de alta moda, restaurantes de lujo, lofts. La combinación de la historia y Ja modernidad o Ja mezcla social son planteados como alicientes y como encantos para una deseada elitización (gentrification), supuesta­mente regeneradora de tejido urbano (Smith, 1996; Fyfe, 1998).

La ciudad en el contexto de la economía simbólica: fábrica y mercado, anuncio y producto

El centro de Ja ciudad constituye el motor de Ja capacidad competitiva de la ciu­dad en el mercado global, tanto por Jo que respecta a la atracción de personas y de empresas como de capitales. El centro urbano es la base del proceso de formación de la imagen de la ciudad, ya que sigue representando al conjunto de la ciudad (Crewe y Beavcrstock, 1998).

A pesar de que ya era presente desde el siglo XIX , triunfa ahora Ja economía simbólica. Mediante óptimas campañas de marketing y «estrategias de la apariencia» , a través de las cuales se combinan el progreso. la renovación urbanística, el desarrollo económico, la promoción turística e, indudablemente, la necesaria participación en la comunidad «global». muchas ciudades adoptan un modelo de transformación urbana que encubre la erradicación de zonas marginales o problemáticas y abre las puertas a la especulación. El proceso se basa en la reconversión de áreas industriaJes en desuso o de barrios residenciales antiguos en distritos dedicados a centros comerciales, ofici­nas, empresas de servicios con alto valor añadido, estudios, apartamentos, galerías, restaurantes. Detrás de Ja imagen de una oferta innovadora vinculada a la informa-

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ción. la cultura y el ocio que opera a escala global, a menudo hay una estrategia deli­berada de cosmética para asegurar inversiones financieras sin tener que hacer inver­siones sociales ni en equipamientos públicos y, en consecuencia, sin modificar Jos ni­veles locales de pobreza (Gold y Ward, 1994; Fraser, 1992).

LA REACCIÓN DE LOS CIUDADANOS

La periferización social

Uno de Jos primeros efectos de los cambios introducidos en los procesos eco­nómicos, sociales y urbanísticos de las ciudades (sobre todo cuando afectan al acceso a un puesto de trabajo, a Ja vivienda o a las oportunidades educativas) es la reacción de los grupos más directamente implicados y menospreciados (de hecho, los margina­dos habituales: inmigrantes, pobres, mujeres, minorías étnicas, gays, ecologistas). Cuando los habitantes y usuarios locales Loman conciencia de Jo que está sucediendo a su alrededor se ven obligados de pronto a negociar usos y significados del Jugar con unos agentes que a menudo sólo son intermediarios en aquella trama globalizada (González, 1998).

Para los que están bien conectados y tienen recursos (los que tienen fácil y rápi­do acceso a los flujos de información y de poder que circulan por las redes globales), estas negociaciones son también fáciles y rápidas y, además, muy productivas, ya que no sólo se establecen socialmente y se delimitan territorialmente los nuevos símbolos, funciones y significados urbanos, sino que se adoptan posicionamientos ventajosos en relación a otros individuos (legislaciones restringentes, barrios-fortaleza, selección socio-laboral).

Contrariamente. Jos ciudadanos que resultan estar poco «globalizados» porrazo­nes de edad, por ignorancia en el acceso a los mecanismos de las redes o por falta de oportunidades y recursos, a menudo reaccionan de una forma también marginal y mar­ginada, lo que no impide que en este marco se creen nuevos y distintos significados culturales urbanos. Su actitud adopta una óptica inevitablemente defensiva, intensifi­cando Jos localismos y manteniendo escasa incidencia en las esferas de decisión políti­ca y en los pasillos del poder, y sin mucha capacidad para incidir en otra cosa que no sean sus necesidades más inmediatas. Así, a menudo se reafirman los nacionalismos de barrio, las insolidaridades excluyentes (por lo que respecta a prejuicios raciales o restricciones medioambientales), intentando un retomo más o menos nostálgico a la si­tuación anterior y, de hecho, reforzando la fractura entre las culluras del localismo y del globalismo: se trata de las habituales demostraciones de rechaLo a la instalación cercana de un vertedero de basuras, a la apertura de una carnicería musulmana en Ja propia calle o de un centro de atención a toxicómanos en el barrio (Cohen, 1999).

La ciudad dual: integración y exclusión

El éxito en las reivindicaciones para cambiar el significado público de un Jugar en el espacio urbano depende de la capacidad de las personas para establecer alianzas

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tácticas con Ja administración pública, con Ja empresa capitalista, con el conjunto de Ja sociedad. Un ejemplo bien conocido y estudiado puede ser el de Jos espacios de Ja comunidad gay: las lOnas de contacto gay en espacios públicos se wleran mientras son «invisibles» y no inciden directamente en las pautas locales de uso tradicional. Ahora bien, cuando se transforman en una práctica abiena y establecida y por lo tan­to suficientemente visible como para ser identificada como un estorbo público, estos espacios y sus usuarios sufren Ja crítica vecinal y el acoso policial, condenando la identidad homosexual al aislamiento > a Ja clandestinidad.

No sucede así cuando Ja comunidad gay participa directamente en la promo­ción económica y cultural garantizando el funcionamiento de restaurantes, cines, ho­teles. Si el efecto aglomeración es suficiente como para permitir la existencia de un barrio gay, incluso puede llegar a ser oficialmente aceptado como una contribución a los servicios y recursos públicos. La cultura gay puede entonces declararse abierta­mente homosexual ) puede ser promovida como parte del espectáculo multicultural, precisamente porque representa un sector importante de la ciudad global y de sus cir­cuitos invisibles de inversión: el turismo gay vincula San Francisco y Manila, Sitges y Mikonos. en una sucesión única de intercambios más o menos desiguales esparcida por todo el mundo (Pile y Thrift. 1995).

Los efectos de la globalización en términos tanto locales como de identidad lle­gan también a Ja cara oculta de Ja ciudad dual. ya que las formas culturales de los gru­pos sociales que viven en las zonas de exclusión en el núcleo central o en el casco an­tiguo son animadas. manipuladas y posteriormente distribuidas, consumidas y apropiadas para el mercado global. La cultura urbana que. en forma de códigos loca­les. actitudes. vocabulario, estilos de vestir, músicas. se genera en la interacción coti­diana de estos barrios, atrae por Ja novedad de su diversidad y por su mestizaje. La ex­propiación y mercantilización corporativa de la diferencia (la multiculturaJidad, la etnicidad) estimula su participación en la economía cultural global. pero a costa de al­terar los espacios y las identidades locales que es precisamente donde esta cultura se genera (Samers. 1998; Sibley. 1981 ).

Ante la constante reinvención de las estrategias de transformación urbana y de especulación con los símbolos de Ja ciudad mullicultural surgen también formas alter­nativas de resistencia ciudadana que hacen uso de las nuevas tecnologías para comu­nicarse. compartir información y estrategias y divulgar las campañas localés de las lu­chas urbanas a niveles más amplios e, incluso. para impulsar campañas globales y establecer redes de ayuda mutua. A pesar de que el acceso a internet o a un teléfono móvil no es garantía de integración en las redes y flujos globales, ciertamente eviden­cia una coyuntura favorable y Ja apertura de oportunidades: con el apoyo de las políti­cas de igualdad y un gran esfuerlo propio. muchos jóvenes de segunda y tercera ge­neración (de inmigrantes. de relocalizados) empiezan a sentirse cómodos en la ciudad global, a pesar de que sus padres no lo estén, y algunos incluso acabarán constituyen­do una clase media multicultural, en un constante y enriquecedor desplazamiento pendular entre lo local y lo global. El problema está en aquellos que no encuentran su identidad en «el espacio de los lugares» ni trasladan un valor simbólico adicional al flujo de información del «espacio global». Realmente. reciben lo peor de ambos mun­dos. de los dos espacios (Roca. 1994 ).

CARTOGRAFÍA DE LOS CAMBIOS SOCIALES Y CULTURALES 205

MERCANTILIZACIÓN DE LOS ESPACIOS: LA IDENTIDAD A TRAVÉS DEL CONSUMO

Comercialización de lo efímero y de lo intangible: el turismo y los parques temáticos

Cuando en el contexto posmoderno de la globalización se superpone el espacio de los «fl ujos globales» al espacio de los «nodos locales», los principios de construc­ción y reconstrucción de Ja ciudad dejan de fijarse «localmente». La combinación de capital social, mano de obra y procesos materiales y simbólicos, a través de Ja cual los diferentes actores implicados (constructores, arquitectos, poüticos, residentes, usua­rios, turistas) contribuían a atribuir a los lugares significado colectivo propio, se pro­duce ahora siguiendo una lógica global transmitida por las redes y en la que se hace muy evidente la separación entre poder y experiencia, entre significado y función.

Así pues, en parte como resultado de la desregulación y en parte debido al fra­caso de una democratización genuina del proceso urbanístico, la separación entre los intereses materiales y las reivindicaciones simbólicas de los Jugares (especialmente de la ciudad metropolitana) se ha intensificado considerablemente. Los parámetros de localización han pasado a fijarse en función de una coalición de intereses y perspecti­vas supralocales en la que intervienen desde los distintos niveles de las administracio­nes públicas hasta capitalistas con iniciativa y organismos financieros internaciona­les. Estos agentes, gracias al espacio de flujos , se ponen fácilmente en contacto y conjuran sus fuerzas para poner en marcha la maqui naria constructiva que, a menudo, desarticula y desterritorializa de forma activa y efectiva muchos de los significados e identidades preferidos y preferentes del Jugar, ideados y atribuidos por los actores au­tóctonos.

La ciudad industrial moderna era cerrada, opresiva, gris, indiferente a la propia imagen exterior, dado que su únjco objetivo era el control de sus funciones internas: la producción y la residencia para los agentes implicados en la producción. Superada aquella etapa, la ciudad posmodema vive de las transacciones y de los intercambios simbólicos y tiene en la imagen y la atracción su capital más valioso, siempre buscan­do las inversiones más rentables para incrementar la cantidad y calidad de las interco­nexiones exteriores. Para los gestores de las ciudades, las expectativas y los deseos de los turistas y de los visitantes (los city users) son tanto o más importantes que las de los residentes habituales, ya que son un producto y a la vez un indicador de buena inte­gración en las redes (Amendola, 1997).

En este marco, el turismo resulta ser uno de los exponentes más claros de la globalización, ya que combina algunos de sus rasgos más característicos: la exacerba­ción de la movilidad, el alcance planetario, el consumo en sus formas más puras, la cultura del ocio. En el turismo posmodemo y posindustrial, el lugar (y no sólo lo que aHí se hace o se vende) se convierte en mercancía. El lugar no es sólo un espacio para consumir, sino que él mismo se convierte en «consumible», en objeto de consumo. Se trata también de una «tematización» del paisaje que implica la negación de lo auténti­co y una definitiva «mercanti lización» de los lugares (López, 2000; García Balleste­ros, 2000).

El turismo posmoderno acepta y celebra esta inautenticidad: China es recreada en numerosos parques temáticos del mundo occidental en los que el visitante se su­merge en un mundo falsamente real a la vez que es perfectamente consciente del

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componente irreal de su experiencia turística. Cuando el turista viaja físicamente a China espera encontrar allí precisamente los paisajes tematizados y mercantilizados que ha conocido en Occidente. Una de las paradojas fundamentales de la posmoderni­dad --en el marco de la crisis de la autenticidad- es la clara diferenciación entre la realidad y su representación y Ja correspondiente celebración de la inautenticidad.

Ésta es la filosofía que inspira los parques temáticos. muestra excelente de la capacidad de los nuevos espacios turísticos para crear ambientes decididamente fal­sos. en Jos que la tensión de Ja inautenticidad teatral es vencida a través de la repre­sentación a escala 1: 1 de geografías diversas. Los parques temáticos se aprovechan con habilidad de una experiencia del espacio y del tiempo típica de la posmoderni­dad: la multiplicidad y simultaneidad de las experiencias geográficas -a diferentes escalas- que recibe un individuo en prácticamente cualquier punto del planeta. A través de los mass media. a través de la procedencia de los productos alimentarios cotidianos o de otros bienes de consumo, el ciudadano tiene la impresión de que espa­cios muy diversos. de diferentes lugares del mundo, se superponen e interfieren unos con otros. Vive en una especie de collage continuo de imágenes procedentes de todo el mundo. Los parques temáticos «intensifican» y «condensan» esta experiencia en unas pocas hectáreas. Permiten al visitante trasladarse sin viajar o. si se quiere. viajar virtualmente a través de Ja música, de la escenografía. de la cocina o incluso de los olores (Amon, 1999).

Los parques temáticos fragmentan el espacio geográfico y el tiempo histórico convencionales a través de una intensa combinación de lugares interiores, creando un zapping ecléctico de imágenes espaciales diversas, desde Nueva Orleans hasta París, pasando por la Roma clásica. Polinesia o el futuro imprevisible. Proponen una ver­sión reducida del mundo. un simulacro de geografía universal que no pretende simu­lar. sino sustiruir al original. En su novela Inglaterra, Inglaterra. Julian Barnes ( 1999) desarrolla con lucidez esta tensión entre Jo auténtico y lo simulado. entre el original y la copia, sirviéndose también para ello de un parque temático.

¿Centros comerciales o cemros cu/rurales? La mezcla de ocio y consumo

Un ejemplo parecido al de los parques temáticos es el de los ceneros comercia­les de dimensiones gigantescas. bastante extendidos en América del None y algo me­nos en Europa y otros continentes. Son los denominados malls. gigamescos comple­jos arquitectónicos en Jos que comercio y ocio se funden en una sola experiencia. Tan sólo en Canadá existen más de 40 megama/ls, cada uno de ellos con una superticie su­perior a los 70.000 m:> y con más de 200 establecimientos. En ningún otro lugar han actuado tan claramente como elementos estrucruradores de los nuevos espacio~ urba­nos. de la~ nue\ as periferias. incluso de algunas nue\'aS ciudades. como ha estudiado José Amonio Donaire en su tesis doctoral ( 1996).

EJ mal/ es uno de los espacio!:> más característicos de la geografía urbana pos­modema. Alguien los ha definido como la catedral del consumo. como la esencia del artefacto posmoderno: diversidad de usos y funciones dentro de un mismo espacio, imprecisión de la frontera entre espacio público y prh ado. atmósfera hiperreal y atemporal. Son, de hecho. el último episodio en la evolución de los centros comercia-

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les suburbanos, fenómeno que empezó a adquirir ya cierta notoriedad, en los Estados Unidos de América. a mediados del siglo xx.

La suburbanización es uno de los procesos espaciales más característicos de la geografía fordista norteamericana. Hasta cierto punto, las nuevas áreas residenciales periurbanas pretendían resolver parte de los problemas inherentes a los centros urba­nos compactos, como la contaminación, la escasez de suelo, el precio de la vivienda, la inseguridad o la densidad. Más que un espacio complementario al downtown, los denominados suburbia -los barrios residenciales- pretendían convertirse en su al­ternativa, en su negativo. Los primeros mal/s. de dimensiones menores a los actuales, son, de hecho, una respuesta comercial a la suburbanización. Permitían satisfacer una necesidad básica. como el suministro de bienes y servicios, a un área desprovista de tejido comercial.

Con el tiempo, sin embargo, su función se va ampliando, convirtiéndose, en la práctica, en los verdaderos espacios de sociabilidad y de relación interpersonal de los espacios homogéneos e individualistas que constituyen los barrios de viviendas unifa­miliares. De ahí que los malls actúen como puntos de referencia, como espacios de poder en una estructura espacial uniforme caracterizada por la ausencia de centros de atracción y desprovista de equipamientos comunitarios. En las principales áreas su­burbanas de Norteamérica estos centros comerciales se convierten, de hecho. en nodos de localización para otros equipamientos. tanto públicos como privados (hospitales, iglesias, centros deportivos, edificios administrativos), a la vez que actúan de nudos en la red del transporte público metropoliiano e incluso han dado nombre al espacio en el que se sicúan. En cierto sentido, aunque sea artificialmente, los ma/ls contrarrestan la alienación, el aislamiento, la soledad, la pérdida del sentido de comunidad y de arrai­go tan propia de estas áreas y tan bien reflejada en el cine, en películas como Ameri­can Beauty, de Sam Mendes, The Truman Show, de Peter Weir, Bowling for Columbi­ne, de Michael Moore o tantas otras. Son, de hecho, pietas clave en la estrategia de la suburbanización para dotarse de una apariencia urbana, para crear un área, más o me­nos difusa, que se comporte como un nuevo CBD, dando lugar, de esta forma, a una especie de ciudades analógicas, de ciudades virtuales, de <;imulacro de urbanidad.

La arquitectura de los malls está muy pensada (Donaire, 1996 ). Los malls aspi­ran a crear un espacio singular que debe reunir tres condiciones básicas: hermetismo, control y seguridad. Los malls son, ante todo, un espacio cerrado. La arquitectura de los malls pretende crear «mundos al margen de», espaciados, aislados física y psico­lógicamente del exterior. Hay muy pocas aperturas al exterior, porque de lo que se trata, precisamente, es de aislarse del exterior. Los malls presentan una geografía al­ternativa, que rompe con las reglas habituales del espacio y del tiempo. Se trata de un simulacro en el que predomina con claridad la ficción sobre la función, la apariencia sobre la realidad. Los malls son, por otra parte. espacios controlados. El control de la temperatura, de la humedad, de la luz natural. de los ruidos, responde a la voluntad de crear, artificialmente, una atmósfera agradable. Se controlan también todos aquellos elementos o escenas que puedan ser desagradables o molestas y que puedan interrum­pir la euforia del consumo, como los vagabundos. Finalmente, un mall debe ser, ante todo, seguro: de ahí la proliferación de guardas jurados y de servicios de seguridad.

Los malls, en definitiva, se sirven de una lógica espacial y temporal absoluta­mente posmoderna, basada en la trasgresión de las barreras geográficas e históricas

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tradicionales, que son sustituidas por una compleja hetereotopía que combina diver­sas geografías e historias en un mismo escenario.

A MODO DE RECAPITULACIÓN

Los múltiples cambios que caracterizan la posmodernidad se enmarcan en una mutación espacial básica: Ja compresión espacio-temporal. La revolución de los trans­portes y de las telecomunicaciones no ha anulado el espacio, pero ha transformado profundamente su organización sobre todo en la escala planetaria, propiciando que el fenómeno de la globalización explique gran parte de dichas transformaciones. Mundos que vivían de manera separada a mediados del siglo xx se encuentran yuxtapuestos en el xxi. Muchas fronteras (materiales, pero también políticas. económicas y culturales) han sido borradas; el espacio es más fluido y se presta a todas las conexiones.

En el seno de este «hiperespacio» de una red mundial y descentralizada, a los individuos les es difícil localiL.arse, confrontados com.o están ya no a su medio más inmediato sino a un horizonte inmenso, múltiple y fragmentado. Estas mutaciones es­paciales producen nuevas movilidades cosmopolitas y mestizajes antes impensables, así como repliegues singularizadores e idenlilarios. Todo ello implica. sin duda, gran­des desafíos para la geografía. Hay ya excelentes textos que empiezan a dar buenas respuestas a estos retos y reflejan con gran acierto estos cambios (Allen y Hamnett, 1995; AJlcn y Massey, 1995; Anderson. Brook y Cochrane, 1995: Cloke, Crang y Go­odwin, 1999; Hubbard et alii, 2002; Massey, Allen y Sarre. 1999).

La lógica posmodema ha propiciado que la cultura deje de ser vista como un conjunto relativamente uniforme y nom1ativo de creencias, valores, actitudes, compor­tamientos y productos. Minorías y grupos subalternos cuyas voces habían sido anterior­mente excluidas reclaman ahora atención como partes esenciales del sistema social: las variables de género, de clase, de etnia, de edad, de condición corporal, delimitan las singularidades culturales de grupos específicos. cada cual con unas estructuras sociales y unas espacialidades concretas que obligan a replantear las geografías de la cultura y de la sociedad y las relaciones entre cultura y espacio.

Al mismo tiempo, los nuevos contextos de la producción, la distribución, las tecnologías y las comunicaciones hacen que el consumo se convierta no sólo en una transacción económica para suplir determinadas necesidades, sino en una actividad esencial que modela la vida individual y social en el mundo contemporáneo hasta el punto de determinar la propia identidad y permitir revisarla tantas veces como sea conveniente. El consumo de determinado tipo de moda, de comida, de música, de sexo. de apariencia corporal, de ocio o de estilo de vida, da lugar a nuevas comunida­des cuyas identidades culturales resultan ser tanto o más fuertes que las tradicionales y que. gracias a las nuevas tecnologías. incluso superan las barreras del tiempo y del espacio.

Estos nuevos procesos culturales siguen siendo desiguales socialmente y dese­quilibrados territorialmente: no todas las personas ni todos los lugares tienen igual ac­ceso a todos los bienes y servicios, pero es cieno que las antiguas fronteras culturales (de lengua, etnia, formación) que parecían estables en el tiempo y en el espacio no sólo son abiertamente transgredidas, sino que son las áreas de máximo interés. Es en la per-

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meabilidad y tluidez de los espacios y los grupos marginales donde las personas (indi­vidual y colectivamente) negocian y definen sus identidades culturales. La hibridez y el mestizaje son, por fin, valorados por sí mismos y como productos de una realidad viva y creativa y no como la degeneración de unos rasgos culturales preestablecidos.

Este conjunto de temas y de procesos tiene un enorme eco no sólo en el debate conceptual, sino también en la investigación académica y en la praxis del activismo social y político. Prueba de ello son los textos que, desde una óptica más clásica (Bonnemaison, 2000; Claval, 1995; Norton, 2000) o relacionada con las corrientes de la «nueva» geografía cultural y social (Anderson et alii, 2003; Crang, 1998; Massey y Jess, 1995; Mitchell, 2000; Pain, 2001; Philo, 1991; Shurmer-Smith, 2002) se han convertido en referentes obligados. La proliferación de revistas geográficas especiali­zadas (Ecumene-Cultural Geographies; Espafo e Cultura; Gender, Place and Cultu­re; Géographie et Cultures; Journal of Cultural Geography; Social and Cultural Geography) también es prueba de ello.

Aunque en nuestro país los referentes todavía son escasos (Albet y Nogué, 1999; Lois y Capella, 2003), el presente capítulo ha pretendido ser, como indica su tí­tulo, una cartografía que ayude a recorrer los complejos caminos de las nuevas pers­pectivas sociales y culturales en geografía. A través de un estado de la cuestión y de una variada exposición de enfoques se han presentado los temas más característicos, a pesar de que somos conscientes de que la constante evolución de este enfoque y las cambiantes miradas sobre él obligarían, seguramente, a ampliar la leyenda de dicho mapa, incorporando otros múltiples aspectos (como, por ejemplo, el papel de los mo­vimientos pacifistas y antiglobalización, la conciencia ambiental, los okupas, el cibe­respacio o los integrismos) o métodos (análisis cualitativos, discursivos, imaginati­vos, representacionales ).

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Lecturas complementarias

Las obras de Jackson ( 1980: 1989) y de Cosgrove ( 1983) pueden considerarse como textos fundacionales de Ja nueva geografía cultural y de Ja Phi lo ( 1991 ) las cua-

CARTOGRAFÍA DE LOS CAMBIOS SOCIALES Y CULTURALES 2 15

les recogen el contenido de uno de los primeros encuentros marcados por el llamado «giro cultural» en geografía. Desde aquellas fechas, la proliferación de revistas geo­gráficas especializadas (Ecumene-Cultural Geographies; Gender, Place and Culture; Joumal of Cultural Geography; Social and Cultural Geography ) es una prueba del alcance e interés de este enfoque.

Aunque formalmente se trate de un libro muy sintético e introductorio, quizá el de Crang ( 1998) pueda ser visto como el primer «manual» de este nuevo enfoque: a través de una serie de ejemplos temáticos, Ja cultura es tratada como algo especializa­do e incrustado en Ja cotidianeidad y, considerando las culturas del consumo y de la producción, Crang analiza cómo los lugares desarrollan significados para las perso­nas y cuáles son las luchas que se dan en el proceso de definición de las identidades de un Jugar. Mitchel (2000) supone una aportación algo más crítica acerca de cómo Ja geografía cultural puede ser un instrumento esencial para comprender e intervenir en Ja transformación de la cultura contemporánea.

El texto de Shurmer-Smith (2002) es una interesante aproximación a Ja estrecha relación existente entre teoría y práctica en la geografía cultural contemporánea, así como una llamada a adoptar nuevas metodologías - o adaptar las ya existentes­para propiciar la necesaria implicación del investigador en Ja realidad cultural del entorno. Por sus dimensiones y características y por la diversidad de temas y autores incluidos, el libro de Anderson (2003) está llamado a ser un referente obligado, una especie de «Biblia» imprescindible que demostraría, por un lado, la consolidación de este enfoque y, por otro, una sospechosa madurez y asimilación por parte de la estruc­tura académica y disciplinar. Aunque formalmente deje algo que desear, Massey y Jess (1995) resulta ser un excelente ejemplo de cómo puede ser enfocada e introduci­da esta nueva noción de cultura en los estudios geográficos, examinando los retos que la globalización plantea a los significados de lugar y cultura y cuestionando el tipo de relación existente entre ambos.

Norton (2000) es la demostración de que la geografía cultural «tradicional» (por entender la cultura como un mecanismo causal y por enfatizar la expresión ge­ográfica de Ja cultura a través del paisaje) continúa existiendo convenientemente adaptada a la cambiante realidad del mundo contemporáneo. Claval (1995), Bonne­maison (2000), Di Meo ( 1998) o los colectivos surgidos al amparo de las revistas Geographie et Cultures y Espafo e Cultura evidencian que lo que etiquetamos como «nuevas geografías sociales y culturales» es un fenómeno esencialmente an­gloamericano y que, más allá de consideraciones ideológicas, cultura y espacio son elementos que pueden ser aprehendidos desde ópticas muy diferentes en las que las miradas y las posiciones de los geógrafos y de las inercias geográficas pueden ser decisivas.

Pain (2001 ) pone el énfasis en las desigualdades, la opresión, el poder y la re­sistencia como los aspectos a través de los cuales debería enfocarse el estudio de los problemas de género, de las personas discapacitadas, del crimen o de la pobreza. El texto evidencia las estrechas relaciones existentes entre identidad, cultura, espacio, política social y estructura económica. El componente crítico está también muy pre­sente en las obras de Allen y Hamnett (1995) y de Cloke, Crang y Goodwin ( 1999) al remarcar las desigualdades y desequilibrios generados por los procesos de globaliza­ción, por la reordenación de la política internacional, por el replanteamiento de las re-

216 GEOGRAFÍA HUMANA

laciones entre naturaleza y sociedad o por la progresiva mercantilización de todo cuanto nos rodea.

A pesar de que en España los referentes todavía sean escasos, éstos reflejan Ja diversidad de aproximaciones que coexisten (Lois y Capella, 2003), así como el inte­rés por la innovación y por encontrar Ja propia voz desde una aparente posición peri­férica (Albet y Nogué, 1999).

Algunas cuestiones fundamentales y actividades complemenetarias sugeridas

1. La globali.zaclón. Desde la década de 1990, fa economíá mundíal se ha carátterizado por una serie de cambios que han establecido las base'S de un

. ~ido econ6mico completamente nuevo. caracterizado por un crecimiento ínten­'so basado no ya en fa produ-cción sino en eJ consumo y en la especulación fi.

• nanciera. Entre los factores que habrían contribuido decisivamente a este nuevo ciclo destacan el declive de los países de economía centralizada con el consi­guiente ya incontestable liderazgo del capjtalJsmo en la ec.onomía mundial; la pótenciacíón'de los procesos de integración ee9nómica cgmo superadón del Estado-nación y de lo público, en beneficio de Jo privado y lo particular, ejem­p1i ficado en la difusión de lbs procesos n~oliberales tanto en<lo político y Jo ·

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. do de relaciones que tiene como principal elemento la üicorporacióndel cono· cimiento m la esfera económica, redefiniendo a su vez las relaciones social"1s y culturales. Las redes y la comunicación a través de ordenadores han penetra-

CARTOORAÁA DE LOS CAMBIOS SOCIALES Y CULTURALES 217

-do en los espacios de nuestra cotidianeidad a niveles muy amplios y básicos. Nos comunicamos. trabajamos, informamos, compramos, resolvemos trámites burocráticos. consultamos la previsión meteorológica o simplemente conspircl­mos ... 011üne. Así, pues, si el ciberespacio es un producto social, Internet, ya forma parte indefectible de nuestro espacio social. Internet se presenta como el instrumento que más decisivamente altera la relación entre lo global y lo local, entre lo público y lo privado.

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3. El estallido de las escalas. La globalización, las migraciones, el fin de los conceptos absolutos ... apuntan a una profunda crisis (en el sentido de cambio) del concepto de espacialidad y de sus significantes asociados (Jugar, territorio, nación, comunidad, tierra natal, casa, hogar). De hecho, se trata no tanto de un cuestionamiento de díchos conceptos sino de una redejinicíón de la noción de público J prlrtulo, de l.a allerldad, de las ideas de pertenencia, de lo propio y de lo ajeno •.. así como de la afectividad y l.a subjetividad. Las ex­periencias. pasiones y vivencias son. cambién, objeto de atención, canto en rela­ción con «lo político» como con <do biográfico» y cotidiano. La subjetividad y la interioridad se revela como algo imprescindible para la interpretación de mu­chos fenómenos sociales: resistencias. identidades. memorias colectivas. El lugar y el paisaje de lo cotidiano como ámbitos imprescindibles de expresión y comprensión de las transfonnaciones territoriales a cualquier escala.

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4. Políticas y prácticas culturales. Las ciudades son los lugares por excelencia de la diversidad y la efervescencia cultural. Con todo. la mercantili­zación de la cultura comporta una mayor y más estrecha relación entre la cultu-

218 GEOGRAFÍA HUMANA

ra y el arte, por una parte, y 1a ecÓnomía y la política, por el .otro. Es por ello que hoy son_exfremadamente importantes las-estrategias úlentitarias que me­c!.ian entre el nivel de l~s prácticas culturales y el de las políticas culturales: !as políticas locales, nacionales y europeas diffcilmcntc se articulan-en los proce­sos de democratización <le la cultura y ~. menudo son las i•ariab/e$ de cúae o de género, pero cada vez más, las de etnicUiad, las que se presentan como .decisi­v~s para entender la estructurasocial de.las recientes prácticas qulturalcs.

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5. El trabajo y sus territorios y organizaciones; la ttonomía inf or­. mal; la reestructuración de los estilos de vida. La división social del trabajo

se intensifica. a escala planetaria: partiendo de la ya obsoleta sociedad indus~ tria!, los -espacios, tiempos y formas organizacW.nales del trabajo se reconfi­guran (precariedad contractual, dobles o triples jornadas, explotación salarial.

; 'etc,) sin exce:Sivo cuestiona.mjento por la clase obrera dado su bajo nivel organi­zativo y de conciencia social y de clase, así como por su plena integración en las .ruedas del sistema a través de los-circuilos. consumistas, crediticios e hipote-'carlos. Más allá de ser una .simple alternativa a la ecnnomía «legal~. el sector informal aparece con fuerza cómo una forma de adaptación o de resistencia ame Ja ri&'dez de Jos s.isternas y procesos formales. La precarizadón del trabajo y de fas formas de vida o la devaluación del Estado del Bienestar. conlleva el

· sur~miento de estrategias y de lenguajes que permiten sobrevivir fuera del marco económico y social institucionalizado o bie11 en. sus márgenes: en am­

, bos cásos el sistema aprovecha y promueve esca precariedad y marginalidad poL Jo~ bajos costes y la alta ientabfüdad que le suponen.

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6. Mo'Vimientos sociales: práeticas y contextos culturales. Los movi­mie,ntos sociales se han convertido en protagonístas, en agentes cmciafes, que definen Ja dudad desde una óptica alternativa y a menudo disidente. Definen

· unos circuitos y contextos de inie.racción y sociabilidad y crean unos referentes · simbOücos c.¡ue a menudo entran en colisión con los previamente establecidos,

)$;, ,_.,,.,.....,,,,,,_ ... ,.,.,.,..-, , .,..¡, .....,.....,,..,,. •• ".,, ..... ,,,,.,.,,.. .,,.

CARTOGRAFÍA DE LOS CAMBIOS SOCIALES Y CULTURALES 219

, 7. Ciudad yciudsÜtanía: e~treel ~táeulo-yla~pewladoo.·con­tint.iidad y cambio se articulan y recomponen constantemente en. el devenir del : medio construido. Los intereses de los sectores público- y privado se as.0c;ian·o contraponen a conveniencia. ya sea para definir las propias visibílidade~. o par.i , .

: afrontar conflictos, En cualquier caso. las prácticas -urbanísticas parecen más · . orientadas a incrementar las plusvalías en la economía y, sobre todo; en el ilna:' • ginario urbano1 que en resolver los patrones de desigualdad social urbana; a,ú.:.;

:' menta significativamente el diferencial entre ki concepci6nJ!el espacU> (de los' , ~spacios urbanos: qe. sus diseños y sus usos planificados) y lá catidütneidaí/:

(los usos y transfonnadones 'que realizan los ciudadanos). La ciudad es, caaa vez más,, un teatro en el que los ciudadanos son espectadores pasivos, y en el' que lo público \también los espacios públicos) vá dejando de ser ellugar de ne- ., gociación entre los intereses de los distintos ágentes implicados en las c~nwl~-~' . jas rel.aciones que se dail en la ciudad. ·