Eslabones de la historia redentora de Dios

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    LOS ESLABONES DE LAHISTORIA REDENTORADE DIOS

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    C O N C I L I O G E N E R A L

    d e l a s A SA M B L E A S D E D I O S

    O R L A N D O , F L O R I D A

    Sermón por Dr. George O Wood

    martes, 6 de agosto de 2013

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    Las citas de la Escritura utilizadas en este libro corresponden a la Santa Biblia,

     NUEVA VERSIÓN INTERNACIONAL ®. Copyright © 1999 por la Sociedad

    Bíblica Internacional. Reservados todos los derechos en todo el mundo.

    Utilizada con permiso.

    La NUEVA VERSIÓN INTERNACIONAL ® y NVI ® son marcas registradas

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    Impreso en los Estados Unidos de América

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    Mientras comenzamos nuestro centenario, el tema que hemoselegido para este año es CREER. Durante noventa y nueve

    años, el movimiento de las Asambleas de Dios ha crecido gracias a

    que ejercimos la fe. Hay dos tipos de fe. El primer tipo observa todo

    lo que Dios hizo y conrma el contenido de nuestra fe.

    Creemos que la Biblia es la Palabra inspirada e infalible de Dios;

    que hay un Dios eternamente existente en tres personas: el Padre, el

    Hijo y el Espíritu Santo.

    Creemos en la deidad de nuestro Señor Jesucristo, en su nacimiento

    virginal, en su vida sin pecado, en sus milagros, en su muerte vicaria

    y expiatoria, en su resurrección corporal, en su ascensión a la diestra

    del Padre, en su regreso futuro a la tierra en poder y gloria para

    gobernar por mil años.

    Creemos en la bendita esperanza del arrebatamiento de la Iglesiaen la segunda venida de Cristo.

    Creemos que el único medio para ser limpio del pecado es

    mediante el arrepentimiento y la fe en la preciosa sangre de Cristo.

    LOS ESLABONES DE LAHISTORIA REDENTORA

    DE DIOS // /// // /// /// // /// /// // /// /// // /// /// // /// /// /// // /// /// // /// /// // / 

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    Creemos que la regeneración por medio del Espíritu Santo es

    absolutamente esencial para la salvación personal; y creemos en el

     bautismo en agua por inmersión.

    Creemos que la obra redentora de Cristo en la Cruz hace provisión para la sanidad del cuerpo humano como respuesta a la oración de fe.

    Creemos en el bautismo en el Espíritu Santo, con la evidencia

    física inicial del hablar en otras lenguas, concedido a los creyentes

    que lo piden.

    Creemos en el poder santicador del Espíritu Santo que capacita

    al creyente para vivir una vida santa.

    Creemos en la resurrección de ambos los salvos y los perdidos;

    los que son salvos, a la vida eterna y, los perdidos, a la condenación

    eterna.

    ¿Por qué creemos esto? Porque, si los apóstoles, que fueron

    testigos oculares de la vida, la muerte, y la resurrección de Jesús,

    estuvieran físicamente parados a mi derecha y a mi izquierda, me

    darían un gran abrazo y dirían: “¡Eso es lo que creímos, y eso es loque predicamos!”. Ésa es “la fe encomendada una vez por todas a los

    santos” (Jud. 1:3).

    Hay un segundo aspecto de la fe, es la que nos catapulta al futuro.

    Es esencial que sepamos en qué creemos, pero también es fundamental

    que tengamos seguridad de la obra de Dios que esperamos ver. A nivel

     personal, ¿qué espera en fe que Dios hará? ¿Y en su ministerio? Paraayudarnos a responder estas preguntas, veamos la historia de cuatro

    mujeres de la Biblia cuya vida cambió la historia. Son eslabones

    irremplazables de la cadena de la historia redentora de Dios.

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    SARA

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    La primera de estas mujeres es Sara, ella fue quien se rió cuandooyó el mensaje que los tres visitantes angelicales le comunicabana Abraham, su marido, que ella daría a luz a un hijo. “Por eso, Sara

    se rió y pensó: ‘¿Acaso voy a tener este placer, ahora que ya estoy

    consumida y mi esposo es tan viejo?’” (Gn. 18:12). Si usted fuerauna mujer de ochenta y nueve años, y alguien le dijera que quedará

    embarazada de su esposo de noventa y nueve, ¡también se reiría! Es

     probable que también le mentiría a los ángeles y les diría que no se

    rió de una promesa que sonaba tan ridícula.

    Veinticinco años después de que Abraham obedeció a Dios y salió

    de Arán, se convirtió en el padre del hijo de la promesa. Dios está con

    nosotros en los largos años en que nada visible está sucediendo. Con

    frecuencia, antes de que Dios haga algo extraordinario, nos pide que

    hagamos algo ridículo, como pedirle a Abraham que se circuncide a

    los noventa y nueve años de edad.

    Claramente, en el momento en que se dio la promesa, Sara no

    creyó. Ése es un giro de la historia que me encanta. A menudo, nuestra

     predicación y enseñanza sobre la fe pone sobre nosotros la carga decreer si queremos recibir. ¡Dios está haciendo algo, creámoslo o no!

    Tal como Dios lo prometió, Sara quedó embarazada, y la Escritura

    dice lo siguiente: “Abraham tenía ya cien años…”. Detengámonos

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    aquí sólo por un momento. Las Asambleas de Dios cumplirá cien

    años en 2014. Así como Abraham, ¿continuaremos dando a luz a la

     próxima generación en la fe? ¿O seguiremos el mismo camino de

    muchas denominaciones que empezaron con la bendición de Dios, se

    volvieron impotentes, y dejaron de tener fe en su vejez?

    Abraham tenía ya cien años cuando nació su hijo, Isaac. Cuando

    sucedió, Sara dijo: “Dios me ha hecho reír, y todos los que se

    enteren de que he tenido un hijo, se reirán conmigo. ¿Quién

    le hubiera dicho a Abraham que Sara amamantaría hijos? Sinembargo, le he dado un hijo en su vejez” (Gn. 21:5–7).

    La primera vez que Sara se rió, fue de lo absurdo que parecía la

     promesa. Su segundo ataque de risa fue cuando sostuvo al bebé en

    sus brazos.

    ¿Cómo puede aplicar esta historia de Sara a su propia vida? Hay

    muchas cosas que Dios quiere hacer a su favor y mediante su vida,que son tan ridículas que la primera reacción que suscitan es la risa.

    ¡Así fue cómo se originó nuestro movimiento!

     Nuestro primer Concilio General se celebró en Hot Springs,

    Arkansas, en abril de 1914. En noviembre de ese mismo año, se llevó

    a cabo un segundo Concilio General en la iglesia Stone Church en

    Chicago, Illinois. En esa reunión, se adoptó la frase misional con lacual todos estamos familiarizados:

    Como Concilio, por la presente expresamos nuestra gratitud a

    Dios por Su gran bendición sobre el movimiento en el pasado.

    Estamos agradecidos a Él por los resultados que acompañan a

    este movimiento mientras avanza y nos sometemos a Él, tanto

    a nivel personal como a nivel colectivo, para alcanzar la másgrande evangelización que el mundo jamás haya visto. Nos

    comprometemos a cooperar con entusiasmo, a orar y ayudar

     para este n.1

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    Si usted hubiera estado fuera del movimiento en ese momento, se

    hubiera reído. Echemos un vistazo a lo que estaba sucediendo detrás

    de la escena en esos primeros años. Era pequeño y tenía su buena

    tajada de disensión. Los vientos huracanados de la controversia del

    unitarismo se avecinaban en el horizonte. Un mes antes del Concilio

    General de Chicago, la revista Christian Evangel (Evangelio

    Cristiano, el nombre original de la revista  Pentecostal Evangel, 

    Evangelio Pentecostal) publicó la siguiente columna editorial titulada

    “Una carta al movimiento pentecostal, de parte de un amigo”:

     No tienen nada que temer respecto de las fuerzas externas que

    se despliegan en su contra, pero tienen todo que temer de las

    disensiones que surgen de adentro. Si hay algún movimiento

    religioso que ha tenido que superar y levantarse sobre la necedad

    de sus supuestos amigos y seguidores, por así decirlo, es el

    movimiento representado por el pueblo Pentecostal. Así como

    el poste de luz eléctrica atrae a innumerables y diversos insectos

    durante las noches de verano, por su poderosa iluminación,

    este avivamiento mundial del poder pentecostal sobre ésta y

    otras tierras, también ha experimentado algo similar. A veces,

    nos da escalofrío sólo hablar de las experiencias que vivimos;

    sin embargo, con todo eso, es un milagro cómo Dios salvó su

     propia obra, y la está puricando, para usarla y para gloricarsea través de ella.2

    A veces olvidamos que los avivamientos pueden ser un poco

    desordenados. Desde un punto de vista natural, los delegados del

    segundo Concilio General no tenían un fundamento racional para

    determinar que serían el movimiento con el más alto porcentajede evangelización que el mundo jamás haya visto. Era un grupo

    reducido, con escasos recursos y sin inuencia mundial.

     No sólo eso, por frustración adoptaron la resolución de “ser el

    movimiento evangelístico más grande que el mundo jamás haya

    visto”. ¿Por qué digo eso?

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    Encontrará la respuesta en la edición del Christian Evangel del 29

    de mayo de 1915, seis meses después de la reunión de noviembre. El

    entonces joven secretario general, J. Roswell Flower, explicó que no

    habían levantado una ofrenda misionera en el cierre de la Asamblea

    el domingo por la noche y que, como resultado, los misioneros habían

     pasado necesidad. Se había difundido ampliamente el anuncio de que

    se levantaría una generosa ofrenda misionera la noche del cierre.

    Sin embargo, a última hora, el pastor de Stone Church exigió que

    la ofrenda se levantara para cubrir los gastos locales, y el liderazgo

    accedió a sus demandas. Flower luego explicó que se habíanconrmado los rumores: el pastor había tenido un fracaso moral.

    Si revisamos los registros históricos, veremos que el segundo

    Concilio General duró ocho días. La ofrenda misionera se recaudaría

    el séptimo día. La Asamblea concluyó el lunes por la mañana y,

    entre sus últimas acciones, estuvo la resolución de llevar a cabo

    la más grande evangelización que el mundo jamás haya visto. Fueuna reprensión al pastor que canceló la ofrenda misionera, y señaló

    la determinación de la Asamblea de realizar la más grande obra de

    evangelización… ¡a pesar de que la ofrenda había sido cancelada!

    Si usted hubiera observado todo desde afuera, se habría reído de

    esa resolución. ¿Cómo podía un grupo así lograr esa meta? Un conjunto

    de personas tan pequeño, sin un plan estratégico de evangelización

    mundial, con muy pocos recursos humanos y nancieros —aun si

    hubiera tenido un plan estratégico—; un grupo frustrado con un pastor

    mezquino que canceló la ofrenda misionera, que se había reunido el

    año de la gran división que causó la enseñanza unitaria… era irrisorio

    que se resolviera a hacer la mayor obra de evangelización jamás vista

    en el mundo.

     No obstante, como Sara, nos reímos por segunda vez en lavíspera de nuestro centenario. ¡Miren lo que el Señor hizo durante

    estos noventa y nueve años! ¡Su determinación se está haciendo

    realidad! Cada dieciséis segundos, en algún lugar del mundo, una

     persona acepta a Cristo gracias a un Ministerio o a una iglesia de las

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    Asambleas de Dios. Cada cuarenta y dos minutos, en algún lugar

    del mundo, se planta una nueva iglesia de las Asambleas de Dios.

    Y, en este Concilio, una vez más hemos tomado la resolución de

    llevar el evangelio a cada nación, tribu, y pueblo no alcanzado de

    nuestra generación. No nos distraigamos con pequeñeces. ¡Tenemos

    un mundo por alcanzar!

    Apliquemos esta idea a nivel personal. ¿Por qué no dedicamos

    un momento para escuchar a Dios? ¿Hay un sueño en su corazón, por

     parte del Espíritu, de algo que parece tan descabellado que lo hace

    reír por dentro? Así como en el caso de Abraham, ¿han pasado yaveinticinco años mientras espera que se cumpla la promesa? En vez

    de enterrar ese sueño, esa palabra de parte del Espíritu, ¿por qué no

    se atreve a creer que Dios “puede hacer muchísimo más que todo lo

    que podamos imaginarnos o pedir, por el poder que obra ecazmente

    en nosotros” (Ef. 3:20), y se anima a conar en Dios que llegará el

    tiempo en el que, tal como Sara, se reirá por segunda vez cuando ladescabellada promesa de Dios se convierta en una realidad tangible

    en sus brazos?

    Notas1 Acta del Concilio General, noviembre de 1914, p. 12.2 Reynolds, Charles E., “Una carta dirigida al movimiento pentecostal,

    de parte de un amigo”, Christian Evangel, 24 de octubre de 1914, p. 2.Aclaración: Charles E. Reynolds fue el padre de Alice Reynolds Flower.

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    La segunda mujer que quiero estudiar con ustedes es Noemí. Sarase rió de su promesa; Noemí enfrentó dicultades. Experimentóla paradoja de que su hogar de Belén —que signica “Casa del

    Pan”— se convirtió en el hogar sin pan. Con su marido y a sus dos

    hijos, se trasladó a Moab como refugiada. (Este mundo está lleno derefugiados como Noemí; debemos preocuparnos por el bienestar de

    ellos y brindarles alimento, tanto físico como espiritual.)

    Sus hijos se casaron con mujeres moabitas. Su esposo murió, a

     pesar de que su nombre, Elimec, signifcaba “Mi Dios es Rey”. Diez

    años después, murieron sus dos hijos. Ella decidió volver a su hogar,

    dado que había pan nuevamente en la Casa del Pan: Belén. Una desus nueras, Rut, decidió ir con ella; pero cuando Noemí regresó, le

    dijo a la gente de su pueblo: “Ya no me llamen placentera y dulce (el

    signifcado de su nombre). Llámenme Mara (que signifca ‘amarga’)”.

    Y dijo: “me ha aigido el Señor… me ha hecho desdichada el

    Todopoderoso” (Rt. 1:20,21).

    ¿Con cuánta frecuencia malinterpretamos nuestras circunstan-

    cias? Tal vez en este momento usted se encuentra en una situación

    muy parecida a lo que vivió Noemí… siente que el Señor lo ha

    abandonado. Quizás ha atravesado circunstancias difíciles que no

    merecía.

    NOEMÍ 

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    Lo que me gusta de Noemí es su sinceridad. Sin embargo, no

    estoy de acuerdo con ella. Sus acciones reejan que no es Mara, una

     persona amargada. Si hubiera sido una persona amargada, Rut no

    hubiera querido estar con ella. Una persona amargada ahuyenta a los

    demás. Y Noemí no se comporta como una persona amargada, pese a

    las terribles pérdidas que tuvo en su vida. ¿Cómo lo sabemos? ¡Porque

    trama un romance para Rut! Y, cuando se concreta el matrimonio y

    nace un hijo, las mujeres de Belén le dicen a Noemí:

    “¡Alabado sea el Señor, que no te ha dejado hoy sin unredentor! ¡Que llegue a tener renombre en Israel! Este niño

    renovará tu vida y te sustentará en la vejez, porque lo ha dado

    a luz tu nuera, que te ama y es para ti mejor que siete hijos”

    (Rt. 4:14-15).

    Y la historia termina de la siguiente manera:

    “Noemí tomó al niño, lo puso en su regazo y se encargó de

    criarlo” (Rt. 4:16).

    Ese bebito fue Obed, el abuelo de David, ¡rey de Israel!

    ¡No fueron en vano todos esos años de dicultad!

     No puedo evitar pensar en mis propios padres, que lucharon

    y trabajaron arduamente toda su vida. El nombre de ellos nuncaapareció en primera plana, pero las obras que establecieron todavía

    dan fruto hoy.

    Un nombre que se mencionaba a menudo en nuestra familia era

    el de un amigo y contemporáneo de mis padres: W. W. Simpson. Si

    alguna vez hubo una persona luchadora, fue él. Nació en una cabaña

    de troncos en las montañas Cumberland de Tennessee. A los veinte

    años, cuando era pastor de una pequeña iglesia, predicó sobre el texto

    en Marcos 16:15: “Vayan por todo el mundo y anuncien las buenas

    nuevas a toda criatura”. No le parecía bien decirle a otros que fueran

    si él no estaba dispuesto a hacer lo mismo. Se arrodilló y, mediante

    una oración angustiosa, nalmente se ofreció el mismo: “Señor, soy

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    sólo un muchacho pobre sin ninguna capacitación especial en Biblia,

     pero te prometo de todo corazón que iré y te obedeceré”.

    Marcos 16:15 fue su llamado. Sirvió durante cincuenta y siete

    años en el Noroeste de China y Tibet, desde 1892 hasta 1949. Era un

    hombre muy aferrado a su opinión, y nunca creyó que necesitaba un

    llamado especial de Dios, puesto que el llamado de Dios en Marcos

    16:15 era claro e inconfundible. Consideraba a Tibet el cumplimiento

    literal de “los connes de la tierra”. “ID” fue el lema de su vida.

    A uno de sus hijos, William E., que era dos años más joven que

    mi madre, se lo nombró misionero de las Asambleas de Dios enausencia a los dieciocho años. Como se crió en esa zona del mundo,

    Willie (así lo llamaban) hablaba el tibetano con uidez. A los treinta y

    dos años, él y un amigo ruso estaban trasladando las pertenencias de

    Simpson, padre, al monasterio tibetano de Labrang. Y algunas tropas

    se amotinaron, rodearon la camioneta en que viajaban y dispararon;

    Willie y su amigo ruso murieron. Luego, los soldados sacaron loscuerpos de la camioneta, los arrastraron, y les robaron todas sus

     pertenencias. Los habitantes de un pueblo cercano enterraron los

    cuerpos junto a la carretera.

    W. W. Simpson nalmente supo lo que había sucedido y, cinco

    días después, viajó a caballo al lugar donde su hijo había muerto y

    estaba enterrado. Ésta es la historia, en sus propias palabras:

    Cuando estábamos a cierta distancia, vimos la camioneta

    abandonada. Nos acercamos con nuestros caballos al galope a ese

    lugar temido y solitario. Desmontamos, y nos acercamos a pie a

    la rudimentaria tumba. ¡Cómo hubiera querido tener una última

     palabra con mi amado muchacho! Vi un papel ensangrentado en

    el suelo, lo levanté. Era un folleto de la escuela dominical queleía: “En memoria de Mí”.

    Cuando lo abrí, ¡vi que el papel estaba embadurnado de sangre y

    tejido del cuerpo de mi amado hijo! Recordé que años antes había

     puesto a mi hijo sobre el altar, sabiendo que tal vez signicaba

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    su muerte. Y también recordé que Pablo había escrito: “imiten a

    Dios, como hijos muy amados”, y pensé, así como Dios entregó

    a su Hijo para que la salvación fuera posible, yo había dado a

    mi hijo para que la salvación se difundiera. Entonces el Señor

    dispuso que ese papel fueran las últimas palabras de mi hijo

     para mí. Su sangre es mi sangre, y se derramó para que un

    grupo de misioneros se ubicaran en la frontera de Kanzu y Tíbet

     para predicar el evangelio a quienes todavía no habían oído el

    mensaje.1

    Ese día, mientras el anciano Simpson estaba parado en la árida

    ladera de la montaña, recordó cuándo, con su hijo, cruzaron las

    escabrosas cumbres y los caudalosos arroyos, y durmieron bajo las

    estrellas. Lejos, a la distancia, se oía el aullido solitario de un animal.

    Simpson comenzó a cantar en voz alta el himno preferido de su hijo:

    La semilla que esparcí en la primavera con llantoY que regué con lágrimas y rocío de lo alto,

    Otro celebrará cuando coseche allí,

    Y recoja mi grano en el dulce más allá.

    Vez tras vez, con más profundidad,

    El llanto de dolor atraviesa mi corazón,

    Pero el llanto del sembrador y el canto del que cosecha,A su tiempo se unirán con gozo en el más allá.

    Quizás otro coseche lo que en la primavera planté,

    O tal vez se regocije con el fruto de mi dolor.

    Sin saber de las lágrimas que en el verano derramé,

    Por el sol abrazador que me hizo desfallecer.

    Vez tras vez, con más profundidad,

    El llanto de dolor atraviesa mi corazón,

    Pero el llanto del sembrador y el canto del que cosecha,

    A su tiempo se unirán con gozo en el más allá.2

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    El anciano misionero testicó que, mientras cantaba, su

    corazón se llenó de paz. Desenterró los cuerpos y luego los volvió

    a enterrar en un pueblo tibetano.

    Hace varios años, me visitó uno de los nietos de W. W. Simpson,

    que era musicólogo étnico y enseñaba en una universidad de

    Tennessee. Quería saber si alguna de las canciones de su abuelo

    todavía se cantaban en la provincia de Gansu, donde W. W.

    Simpson había fundado iglesias. Durante su vida, Simpson había

    enseñado los nuevos himnos cristianos que tenían la melodía de

    las canciones de Tennessee que tanto amaba como muchacho delcampo; canciones como “¡Oh, Susanna!” [¡Ay, Susanna!], “Old

    Folks At Home” [Ancianos en el hogar], “When You and I Were

    Young, Maggie” [Cuando tú y yo éramos jóvenes, Maggie], “Life

    is Like a Mountain Railroad” [La vida es como un ferrocarril de

    montaña], y la canción que escribió él cuando salió de la Alianza

    Cristiana y Misionera para incorporarse a las Asambleas de Dios,con la melodía de “Alone and Oh So Lonely” [Solo y tan solitario]

    y “The Girl I Left Behind” [La chica que dejé atrás]. Más que las

    canciones, el nieto encontró a millares de creyentes que son fruto

    del ministerio de W. W. Simpson. ¡Y todavía cantan las canciones!

    Así como Noemí, Simpson luchó durante años difíciles, en los

    que experimentó la pérdida de su esposa, de su hijita y de su hijo

    de treinta y dos años en el campo misionero. Pero nunca se dio

     por vencido.

    Tal vez usted esté luchando ahora mismo en la vida. Yo me

    enfrenté a esa situación hace dos décadas, durante un tiempo de

     profunda depresión. Estaba sentado frente a mi escritorio un día, y

    mis pensamientos volvieron a mi niñez. Quería ser un artista, pero

    no tenía la aptitud para dibujar. Entonces, compraba los libros paracolorear, que tenían dibujos con puntitos que debía unir. Después

    de que unía los puntos, coloreaba el dibujo.

    En medio de esa depresión, durante una etapa en la que estaba

    luchando, me di cuenta de que el problema con mi vida en ese

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    momento era que sólo podía ver el punto entre esa mañana y

    esa noche. Cuando era niño, podía discernir el contorno general

    del dibujo al ver la disposición de todos los puntos. Pero ahora,

    como adulto, aun como ministro, sólo podía ver el punto entre

    esa mañana y esa noche. Y sentí que el Espíritu Santo me dijo:

    “George, confía en Mí. Yo sé dónde están todos los puntos”.

    El escritor Harry Gariepy cuenta la historia de Louisa Stead.

    Un día, ella, su marido y su hija de cuatro años, Lily, salieron un

    día de sol para disfrutar de la playa de Long Island Sound. Cuando

    estaban comiendo la comida que llevaron para el picnic, de repenteoyeron un pedido de auxilio, y el señor Stead entró rápidamente

    en el mar para rescatar al chico, que se estaba ahogando. El niño

    aterrorizado hundió a Stead, y ambos se ahogaron, mientras la

    esposa e hija observaban con impotencia, horrorizadas. Louisa

    Stead luchó con el porqué de la muerte tan trágica de su esposo,

    que estaba comprometido con el servicio a Jesús. En ese momentooscuro de su vida, escribió palabras que nos han bendecido a todos:

    ¡Oh cuán dulce es ar en Cristo,

    Y entregarse todo a Él;

    Esperar en sus promesas,

    Y en sus sendas serle el!

    Jesucristo, Jesucristo,

    Ya tu amor probaste en mí;

    Jesucristo, Jesucristo,

    Siempre quiero ar en ti.

    Es muy dulce ar en Cristo,Y cumplir su voluntad,

     No dudando su Palabra,

    Que es la luz y la verdad.

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    Siempre es grato ar en Cristo,

    Cuando busca el corazón,

    Los tesoros celestiales

    De la paz y del perdón.

    Siempre en ti conar yo quiero 

    Mi precioso Salvador;

    En la vida y en la muerte

    Protección me dé tu amor.3

    La verdadera fe surge cuando no somos amigos por conveniencia

    de Dios. Nuestras luchas pueden dar como resultado un gran tesoro,

     porque sabemos que Dios siempre está obrando por el bien en todas

    las circunstancias. Louisa Stead pasó su vida como misionera en

    África; y la niñita de cuatro años, Lily, también siguió los pasos de

    su mamá misionera.

    Me gustaría alentarlo a creer en Dios aunque —así como Noemí,

    W. W. Simpson y Louisa Stead— esté luchando con circunstancias

    difíciles en este momento de su vida. Confíe en Dios y crea. Él sabe

    dónde están todos los puntos del día de mañana. “¡Oh, cuán dulce es

    ar en Cristo!”. Él es el, ¡aun cuando nosotros no lo somos!

    Notas1 Correspondencia personal de W. W. Simpson2  Spencer, William A., “Harvest Time” (El tiempo de cosecha), 1886.3 Stead, Louisa M. R., “’Tis So Sweet to Trust in Jesus” (“¡Oh, cuán

    dulce es ar en Cristo!”, traducido por Vicente Mendoza), 1882.

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    Sara se rió. Noemí batalló. ¿Y la tercera mujer? Se llama Ana, y

    lloró. Su esposo le preguntó: “Ana, ¿por qué lloras? ¿Por qué no

    comes? ¿Por qué estás resentida?” (1 S. 1:8). No le respondió. En vez

    de eso, la Escritura dice lo siguiente: “Con gran angustia comenzó a

    orar al Señor y a llorar desconsoladamente” (v. 10). Continuó orando,y el sacerdote, Elí, observó que sus labios se movían, pero no se

     podía oír su voz. Elí pensó que estaba borracha, pero Ana respondió:

    “No, mi señor; no he bebido ni vino ni cerveza. Soy sólo una

    mujer angustiada que ha venido a desahogarse delante del

    Señor. No me tome usted por una mala mujer. He pasado este

    tiempo orando debido a mi angustia y aicción” (1 S. 1:15-16).

    El resultado de su llanto fue Samuel. El mismo Samuel que

    unicó las tribus de Israel y ungió a sus primeros dos reyes. Sin

    Sara, no tendríamos a Noemí. Sin Noemí, no tendríamos a Ana. Sin

    Ana, en última instancia, no tendríamos a David, o el linaje real que

    termina en Jesús. Dios usó a estas madres para cambiar la historia de

    la humanidad.

    ¿Estamos viviendo nuestra fe en piloto automático? ¿Hay alguna

     pasión desesperada en nosotros, como la de Ana? ¿Lloramos por

    ANA

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    alguna comunidad quebrantada? ¿Podemos seguir con lo mismo

    de siempre, sin que haya nuevos conversos? ¿Somos pentecostales

    que, como Ana, derraman su alma delante del Señor mediante la

    intercesión, con palabras que el oído humano no puede comprender?

    ¿Realmente nos preocupa la infecundidad de dos tercios de nuestras

    iglesias, que no crecen o que están decayendo? ¿Nos molesta esa

    situación? ¿Deberíamos estar llorando “entre el pórtico y el altar”?

    ¿Tenemos un altar?

    Hace poco, hablé con una mujer cristiana reconocida. Antes de

    convertirse, era drogadicta, y había llevado una vida tumultuosa delibertinaje y había tenido múltiples abortos. Desesperada, entró en

    una iglesia de las Asambleas de Dios un domingo de Pascua por

    la mañana. El pastor extendió una invitación para pasar al altar y

    aceptar a Cristo. Ella respondió y pasó al frente. Me dijo lo siguiente:

    “Nunca sabes quién entró en tu iglesia. ¿Qué me hubiera sucedido si

    no hubiera habido una invitación?”Recuerdo a una mujer de nuestra historia temprana que lloró, y

    de esos llantos surgió gran fruto. No me enteré de ella hasta estos

    últimos años, en los que comencé a leer acerca de la llegada del

    Pentecostés a Springeld, Missouri.

    Esa mujer se llamaba Amanda Benedict, y fue a Springeld

    en 1911, a los sesenta años de edad. Era una mujer culta de Nueva

    York, había sido la directora de un hogar de rescate para chicas de

    Chicago, y también había trabajado en un hogar cristiano para niños

    en Iowa. Poco tiempo después de que llegó a Springeld, conoció a

    Lillie Corum, que en ese momento tenía cuarenta y un años de edad.

    Cuatro años antes, en 1907, la hermana había llegado a Springeld de

    la calle Azusa y, la mañana siguiente, Lillie se convirtió en la primera

     persona en Springeld en recibir el bautismo del Espíritu Santo.Cuando la expulsaron de la iglesia a la que pertenecía, Lillie lideró

    una célula de pentecostales durante varios años, hasta que el grupo

    fue sucientemente grande para tener un pastor. Hoy esa iglesia es

    Central Assembly (Asamblea Central).

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    Lillie compartió su testimonio del bautismo en el Espíritu con

    Amanda Benedict. Y, un día, Amanda le informó a Lillie: “El Señor

    me dijo que me va a bautizar el próximo domingo”, y así fue. Lillie y

    Amanda obtuvieron un permiso para levantar una carpa en la esquina

    de Campbell y Calhoun para una reunión de avivamiento durante el

    verano. Era un grupo pequeño que creía en la oración y el ayuno. La

    hermana Benedict ayunaba y oraba por días y días. De hecho, Dios

     puso la carga en su corazón de ayunar y orar por Springeld durante

    un año… comiendo y bebiendo sólo pan y agua.

    Años después, el hijo de Lillie, Fred, contó que recordaba haberestado en la casa de Amanda Benedict varias veces cuando era niño.

    Mientras ellos comían los alimentos, la hermana Benedict sólo comía

    una rebanada de pan y tomaba un vaso de agua. No hacía alarde,

     pero tampoco transaba. Y, durante más de un año, se postró rostro en

    tierra delante de Dios, suplicando que se cumplieran las promesas y

    ministrando en el Espíritu a favor de la ciudad de Springeld y de suiglesia Pentecostal.

    Lillie luego escribió acerca de la hermana Benedict: “Muchas

    veces la oí decir, como Napoleón, ‘¡No habrá Alpes!’”. Ella creía

    en la oración ecaz que declaraba: “¡Esta montaña se moverá!”.

    La hermana Benedict tenía la gran convicción de que Dios haría de

    Springeld un centro desde el cual uirían sus bendiciones hasta los

    connes de la tierra.

    Cuando la hermana Benedict murió en 1925, a los setenta y cuatro

    años de edad, su cuerpo fue trasladado desde Aurora, Missouri, a

    Springeld, para su sepultura; y se celebró su funeral en la iglesia

    de las Asambleas de Dios. En esa ocasión, el pastor D. W. Kerr dio

    a las personas una oportunidad para testicar. Prevaleció un silencio

    santo mientras hablaban, uno por uno, sus viejos amigos y alumnosdel Central Bible Institute [Instituto Bíblico Central] acerca de la

    transcendencia que tuvo la vida de la hermana Benedict para ellos. Su

    vida fue de mucha inspiración… un ejemplo de extraordinario coraje,

    de oración que prevalece. Se mencionó sus vigilias de oración, y

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    cómo ella oraba hasta el amanecer cuando otros se dormían. Otros

    hablaron de la vieja carpa que estaba ubicada en el mismo lugar

    donde se encontraba ese grupo de gente, y de cómo algunos habían

    sido envueltos por una cadena de amor que nunca se rompió. Algunos

    hablaron de cómo las ramas de la obra en Springeld ahora habían

    alcanzado a prácticamente toda la tierra, y sólo Dios sabe cuánto de

    ese éxito se atribuye a las oraciones de ella.

    En la última carta que escribió la hermana Benedict, desde Aurora,

    el 14 de abril de 1925, a su amiga, Lillie, que estaba en Springeld,

    le dijo lo siguiente:

    “Ora, pelea, resiste, hasta que el inerno te ceda el paso, hasta

    que el verdadero poder, el poder de Su fuerza —de nuestro

    Dios verdadero— opere con una potencia tan invencible que

    el pecado caiga ante él; y hasta que el Cristo, que nos salva del

     pecado, sea levantado. Para que los cuerpos sean sanados y, los

    demonios, expulsados. Continúa orando por los predicadores;

    debemos ganar la pelea a favor de ellos con resolución.

     Nuestra fuerza de combate es mínima, pero está ganando

    terreno. En cada paso hacia adelante encontraremos acaloradas

    contenciones, pero nuestra bandera está ameando, nuestra

    trompeta está sonando mientras nuestras tropas avanzan; unaretirada del enemigo, y mi corazón clamó incesantemente

    durante la reunión de anoche: ‘Señor, llévanos a las alturas,

    llévanos a las alturas’.”1

    Tuve el privilegio de ser el orador del banquete de la iglesia

    Central Assembly en su centenario, el 1 de junio de 2007. Se celebró

    en el salón social, un edicio que era el santuario principal cuando yoasistía a la iglesia en mi adolescencia.

    A los quince años, yo era un chico muy tímido, de rebelde

    cabello pelirrojo. (¡Que tendré nuevamente en la resurrección!). En

    esa época, era tan tímido que me costaba muchísimo presentar un

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    informe de lectura en la escuela secundaria. Distribuía periódicos

    cerca de Central Assembly; la nueva iglesia estaba en construcción.

    A las cinco y media de la tarde, cuando había terminado de distribuir

    mis 180 diarios, pedaleaba a la propiedad de la iglesia, bajaba el

    soporte de la bicicleta, y entraba al edicio sin terminar.

    Habían puesto las vigas, y habían vaciado el piso de cemento.

    Yo miraba a mi alrededor para asegurarme de que todos los obreros

    se habían ido, y luego me paraba en la losa de la plataforma, donde

     pensaba que estaría el púlpito algún día, y practicaba mis sermones.

    Dado que, en aquellos días, mi denición de la predicación era hablaren voz alta, rme, con un ritmo acelerado, empezaba a predicar a

    todo pulmón, imitando a C. M. Ward o Billy Graham. Cuando se

    me acababan las palabras, bajaba de plataforma, subía a la bici, y

     pedaleaba a casa… donde volvía a ser el muchacho callado y tímido.

    Pero tenía la esperanza de que, algún día, predicaría en esa iglesia.

    Durante el banquete del 1 de junio de 2007, mientras esperaba aque me presentaran, me di cuenta de que el lugar donde predicaría ese

    día era el mismo lugar donde practiqué mis prédicas de adolescente.

    Luego también caí en la cuenta de que, mucho antes de que el edicio

    estuviera en ese sitio, Amanda Benedict había usado la propiedad

     para sus vigilias de oración. Y yo estaba de pie sobre, o cerca del

    lugar donde sus oraciones habían fructicado para el Señor. Me di

    cuenta de que, en diferentes épocas, había compartido el mismo

    espacio con Amanda Benedict. Como muchacho, había predicado

    donde ella había orado. Y, me dije a mí mismo, Cuando llegue al

    cielo, la voy a buscar, porque soy uno de los frutos de sus oraciones.

    Mientras nos preparábamos para el centenario de la iglesia,

    descubrimos que su tumba nunca había tenido lápida. Bajo el

    liderazgo del pastor de ese entonces, Jim Bradford, y nuestro centroFlower Pentecostal Heritage Center [Centro Flower de Patrimonio

    Pentecostal], se puso una hermosa lápida como homenaje a Amanda

    Benedict. Sólo Dios conoce el resultado de sus fervientes y eles

    oraciones.

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    Ana lloró, y de su fervor en la intercesión surgió el gigante

    espiritual que cambió el destino de esta nación. De Amanda Benedict

    y de otros santos del pasado que oraron, vino un avivamiento a

    Springeld, que ha tocado al mundo. ¿Cuál será el resultado denuestras lágrimas? ¿Creemos que, de nuestras tribulaciones, Dios

    dará a luz un futuro glorioso?

    Nota1  Carta dirigida a Lillie Corum, citada por Fred T. Corum y Hazel

    E. Bakewell, The Sparkling Fountain, Windsor, Ohio, Corum &

    Associates, Inc., 1983, p. 166.

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    Sara se rió. Noemí luchó. Ana lloró. ¿Y la última mujer que

    estudiaremos como ejemplo? Se llama María, y ella se sometió.

     No sabemos cuántos años tenía cuando el ángel Gabriel se

     presentó ante ella, pero suponemos que era una jovencita. Era

    virgen. Puesto que nunca se había unido a un varón, le preguntó aGabriel cómo podía ser que daría a luz a un hijo que sería el Hijo del

    Altísimo. Cuando Gabriel le dijo: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti,

    y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”, María respondió:

    “Aquí tienes a la sierva del Señor… Que él haga conmigo como me

    has dicho” (véase Lc. 1:26-38).

    A María se le dio una palabra muy difícil. Es fácil leer el relato,

     pero si usted se pone en el lugar de María, ¿cree que se hubiera

    sometido de buena gana?

    Para María, esa palabra implicaba que se convertiría en el blanco

    de un escándalo público en su pequeño pueblo de Nazaret. De hecho,

    la gente de su pueblo natal nunca creyó la historia del nacimiento

    virginal porque, durante el ministerio de Jesús, se refería a él como

    “hijo de José”.Para María, esa palabra implicaba arriesgar su compromiso con

    José, un hombre justo, quien de inmediato concluiría que ella había

    sido inel.

    MARÍA

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    Para María, esa palabra implicaba que tendría que dejar su hogar

     por años, para viajar a Belén para el nacimiento, y luego a Egipto,

    como refugiada o persona desplazada.

    Para María, esa palabra implicaba que treinta y tres años después

    estaría al pie de la cruz, como testigo del sufrimiento y la horrenda

    muerte de su hijo.

    Así como María, ninguno de nosotros puede saber en realidad

    qué implica decir que sí al llamado de Dios sobre nuestra vida. Nos

    sometemos, sabiendo que Él tiene un plan maestro; y nosotros, no.

    Lo único que nos pide es que digamos: “Sí”.María creyó la palabra que le fue anunciada, aunque no sabía

    dónde la llevaría.

    Me alegra mucho cuando Dios me dice palabras que quiero oír.

    Pero a veces nos da una palabra difícil, una palabra que requiere

    sumisión.

    Un jueves por la noche, en el Concilio General de 2011 enPhoenix, Arizona, Ann y Elle Steward, madre e hija, se pararon en la

     plataforma: una de ellas, cubierta, de la cabeza a los pies, con un burka.

    Poco a poco, mientras ayudaba a su hija a quitarse esa vestimenta,

    la madre nos desaó a extender nuestra amistad y nuestro amor a

    aquellos con quienes tal vez no nos atrevemos a hablar; personas que

    también necesitan que alguien les hable del amor de Jesús.

    Ann, con su marido, Stan, y sus hijos, Elle y Stanley, sirven como

    misioneros de las Asambleas de Dios en Estambul, Turquía… una

    ciudad de diecisiete millones de habitantes, y menos de mil creyentes

    en Cristo.

    Cuando tenía cinco años, Stan se sentó en el borde de la plataforma

    de una iglesia pequeña y vacía que pastoreaba su abuelo. Ese día, su

    abuelo estaba recostado en la plataforma, que había edicado con sus propias manos, y se puso las manos en el pecho y comenzó su oración

    de la siguiente manera: “¡Gloria, gloria, gloria!... ¡Gloria, gloria,

    gloria!”. Para imitarlo, Stan se recostó a su lado y, en esos momentos,

    Dios habló suavemente a su corazón: “Tengo un propósito para tu vida.

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    Tengo una tarea especíca para ti que, si no la cumples, nadie la llevará

    a cabo”.

    Los años pasaron, Stan contrajo matrimonio con Ann, y Elle y

    Stanley llegaron a la familia. Mientras servía como ocial de policía

    en San Diego, Stan sentía que estaba cumpliendo con el propósito

    de Dios al servir en su iglesia y en la directiva de Desafío Juvenil, y

    además de estar muy activo en el ministerio laico. Pero luego la familia

    enfrentó una serie de adversidades, y Dios le habló nuevamente: “Te di

    un propósito. Quiero todo de ti. Quiero todo”.

    Entonces, la familia dejó su estilo de vida del sur de California para seguir el llamado de Dios. Stan dijo: “Estos días, es muy fácil

     para los cristianos estadounidenses llevar una buena vida, servir a la

    iglesia y a la comunidad, y hacer obras benécas. Pero a veces hay una

    gran diferencia entre vivir bien y vivir la vida que Dios preparó para

    nosotros”.

    Finalmente, el Espíritu los guió a Estambul, donde a diariotuvieron que ejercitar su fe en una comunidad musulmana. Además,

    en su vehículo todo terreno iban por el peligroso camino que lleva al

    Cañón Oscuro (Dark Canyon). El Cañón Oscuro está escondido en las

     profundidades de la región del Éufrates, está formado por desladeros

    y laderas, praderas y formaciones rocosas; grabados y preservados por

    el Éufrates. Visitaron aldea tras aldea, y compartieron su amor por Jesús

    entre pueblos que nunca habían oído el evangelio. Allí hay millares

    de comunidades pequeñas como ésas, que representan a centenares de

    miles de personas; pero no hay ni una sola iglesia, ni un solo cristiano,

    ni una sola Biblia.

    A pesar de que la familia entera aprendió el idioma, se integró a

    la cultura, y amó a las personas del lugar donde Dios la puso, nadie

    allí aceptó a Jesús. Dos veces fueron testigos de milagros: Dios sanóde cáncer a una mujer mayor y un hombre recobró la vista cuando

    oraron por ellos; a pesar de eso, nadie aceptó a Cristo. La familia

    amaba profundamente al pueblo musulmán entre el cual vivían, y el

    amor era recíproco. Pero no se veía resultados de su vida y su labor.

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    Tiempo después, se preocuparon y comenzaron a orar: “Señor,

    derrama nuestra vida sobre este pueblo. Úsanos. Permite que

    invirtamos toda nuestra energía en ellos. No estamos buscando una

     jubilación anticipada. No estamos pensando en cómo será la vida

    después de invertir veinte años en el campo misionero. Queremos

    que los musulmanes sean salvos. ¡Ésta es nuestra vida! ¡Queremos

    que nuestros amigos te conozcan!”

    Stan clamó: “Dios, has hecho señales, prodigios, y sanidades.

    Pero no vemos cambio alguno cambio en el corazón de nuestros

    amigos musulmanes. ¿Qué debemos hacer? ¡Úsanos! Estamosdispuestos a derramar nuestra vida para encontrar a los perdidos”.

    Luego, esta palabra de Dios resonó en su corazón: “A veces, las obras

    de penas, pérdidas, y sacricio hablan más fuerte que las obras de

    señales, prodigios, y milagros”.

    El verano pasado, como familia, nuevamente fueron al Cañón

    Oscuro. Sentían que la expedición que estaban a punto de iniciar eracrucial, monumental para el ministerio. El día antes del viaje, Ann

    oró: “Dios, todavía no hemos visto ninguna decisión a la salvación.

    Hemos estado en Turquía siete años, hemos orado, y hemos visto

    milagros. Derramamos nuestra vida en esta comunidad, como

    también en las aldeas que visitamos a lo largo del camino. Pero

    nadie ha aceptado a Cristo… ¿Qué deberá suceder para que veamos

    un cambio en la vida de nuestros amigos musulmanes? Señor,

    ¡haremos lo que sea! Antes de venir a Turquía, calculamos el precio

    que debíamos pagar. Quisimos ir a un lugar al que nadie estuviera

    dispuesto a ir. Desde el principio sabíamos que éste era un país

    donde cualquiera de nosotros puede perder la vida en un instante.

     No te pedimos por nuestra seguridad, sólo pedimos que nos uses.

    Puse a mis hijos en tus manos, y sé que son tuyos. Estoy dispuesta ahacer lo que sea por ti. ¿Seremos alguna vez testigos de la salvación

    de una persona? ¿Veremos que alguien decide seguirte? Cualquiera

    que sea el costo, Señor, hemos rendido a ti nuestros sueños y nuestra

    esperanza”.

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    Luego, sintió que Dios le preguntaba: “¿Estás dispuesta a sufrir?”

    A lo que ella respondió: “Señor, pensé que ya lo habíamos establecido.

    Estoy dispuesta a sufrir… sin importar el costo”.

    Mientras oraba, tuvo una visión de una hemorragia en su mano

    derecha. Le parecía increíble la cantidad de sangre que brotaba de la

    mano. Mientras reexionaba sobre el signicado de la visión, con

    claridad, le vino un pensamiento: Stan es mi mano derecha. Dios, ¿es

    una visión de lo que le sucederá a Stan? La respuesta de Dios resonó

    en su mente: “Si permaneces en mí, esto no te paralizará”.

    Cuando estuve un día con ellos en Estambul, no sabía nada acercade lo sucedido. Acababan de regresar de su viaje al Cañón Oscuro,

    en el que visitaron las aldeas a las que ningún cristiano había llegado.

    Stan me dijo que no se sentía bien; pensaba que se había intoxicado

    con algo que había comido en una de las aldeas. Iría al médico en

    cuanto yo terminara mi visita.

    Diez días después, recibí este e-mail de Stan, cuando eldiagnóstico preliminar reveló que tenía cáncer:

    Si este cáncer es terminal —lo cual, según las radiografías,

     parece ser el caso—, podremos decir que sentíamos que esto

    sucedería. Durante los últimos dos años, Ann y yo hemos

    estado dedicando dos a cinco horas diarias a orar por Turquía,

    rogando a Dios, implorándole, que haga lo necesario paradestruir el dominio de Satanás en esta tierra. Han sido los años

    más difíciles de nuestra vida… nos hemos sentido marginados,

    hemos lidiado con la burocracia y las luchas nancieras, sin

    ver fruto… Mientras orábamos este último año, sentimos

    que Dios nos presentaba una elección… era casi una tierna

     pregunta: ¿Realmente quieren decir “sea lo que sea”? Ambosdijimos: “Sí, Dios, cual sea el precio para destruir el dominio

    del enemigo sobre este pueblo”.

    Cuando recibieron el diagnóstico de cáncer terminal, una mujer

    en una reunión de oración tuvo una visión de una cubierta de vidrio

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    sobre Turquía, que sofocaba a la gente. Pero luego vio que una mano

    traspasaba la cubierta, y hacía trizas el vidrio. La mano que rompió

    la cúpula estaba lastimada y ensangrentada. Recordando la visión de

    Ann de la mano derecha sangrante, Stan dijo que sobre ellos un vino

    un sentimiento de solemnidad. “Al romper el vidrio, la mano trajo

    aire y agua, y brindó una oportunidad de vivir al pueblo turco. Pero

    esa oportunidad era a precio de sangre”.

    Antes de que Stan enfermara de cáncer, la oración siempre había

    sido: “Cual sea el costo. Cual sea el costo. Sacude esta nación. Rompe

    las fortalezas”. Stan mencionó que podrían haber dicho: “Que elcosto no sea la vida de nuestros hijos. Que el costo no sea nuestro

    sexagésimo aniversario. Que el costo no sea privarnos de un hogar

    en el que un día podamos escribir y salir a caminar”. ¡No! En vez de

    eso, oraron: “Derrama nuestra vida. ¡Úsanos!”.

    Sé que esta historia no encaja bien con el “evangelio” de salud,

    riqueza, y prosperidad, que se ha popularizado en algunos círculos delos Estados Unidos. Vivimos en un tiempo de gracia barata, en el que

    es fácil echar la culpa a ciertas circunstancias: “Bueno, si no les va

     bien es por el pecado que hay en su vida, o la falta de fe”. O bien: “Si

    oraran más, no estarían enfrentando estas circunstancias”.

    Pero la sumisión a Dios nos lleva por caminos mucho más

     profundos. En una de mis últimas conversaciones con Stan, me

    dijo: “Mi temor es que no seré valiente hasta el n. Quiero enfrentar

    esta situación con valor y terminar bien. Dios es el. Dios me va

    a ayudar”. Stan agregó: “Mi cáncer es el talento que tengo como

    ofrenda a Dios”.

    Stan está sepultado en uno de esos pequeños pueblos junto al

    Eufrates, cosa que fue posible por sus amigos musulmanes que tanto

    amó y a quienes testicó. En la fe musulmana, no hay paz cuandose está a las puertas de la muerte porque nunca hay seguridad del

    veredicto en el día del juicio. Stan enfrentó la muerte en sus propios

    términos, como su testimonio a los musulmanes de que sí es posible

    sentir paz y seguridad gracias a la fe en Jesús.

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    La familia Steward está viviendo en carne propia las palabras

    de sumisión de María: “Aquí tienes a la sierva del Señor”. ¿Estamos

    también nosotros dispuestos a orar: “Señor, no importa el costo, usa

    mi vida para derribar las fortalezas de mi comunidad”? ¿Estamos

    dispuestos a hacer todo lo necesario con Cristo: en el éxito y el

    fracaso, para bien o para mal, en riqueza y en pobreza, hasta que

    estemos con Él para siempre… donde no habrá noches, ni lamento,

    ni dolor, ni llanto, ni muerte, porque las primeras cosas habrán dejado

    de existir? Espero que, al entonar las siguientes palabras, las digamos

    de corazón: “Yo me rindo a Él. Todo a Cristo, yo me entrego. Quieroserle el”.1

    Nota1 Van DeVenter, Judson W., “Yo me rindo a Él”, 1896

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    C

    omencé este libro diciendo que el tema del presente año, hasta

    nuestro centenario y el Concilio General del 2015, es CREER.

    Posiblemente, al principio de este mensaje, usted pensó que yo ledaría una fórmula de tres o cuatro pasos para tener fe; o tal vez

     pensó que creer es tan fácil como apretar un cierto botón.

    En vez de eso, les pedí que examinaran la historia de cuatro

    mujeres de la Biblia y que meditaran en las siguientes preguntas:

    Como en el caso de Sara, ¿está planeando Dios algo tan grande

     para usted que al principio le hará reír la posibilidad de lo que le promete? ¿Puede creer, como nuestros antepasados de 1914, que

    el Espíritu Santo está haciendo algo en su vida y ministerio que es

    innitamente mayor de lo que podría pedir o imaginar?

    Como en el caso de Noemí, ¿puede seguir luchando, aun

    cuando la vida lo estremezca? ¿Puede creer, aun en su peor hora de

     profunda pena, como W.W. Simpson, que la cosecha vendrá graciasa su delidad al llamado de Dios?

    Como en el caso de Ana, ¿está tan quebrantado por la esterilidad

    en su vida y ministerio que ha derramado con lágrimas su alma ante

    EL DESAFÍO /// /// /// // /// /// // /// /// /// // /// /// // /// /// // /// /// // /// /// // /// // 

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    Dios? ¿Puede creer, como Amanda Benedict, que Dios hará una

    obra poderosa a través de su oración e intercesión, aunque no viva

     para ver el fruto?

    Si usted está listo para hacer todas estas cosas, experimentará la

    fe que vence al mundo y sabrá lo que realmente signica CREER.

    CREER

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