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Con tal nombre se conocen varias composiciones desiguales en mérito y que por unas razones u otras se ha pensado desde la Antigüedad que podrían haber sido escritas por Virgilio. Faltan, no obstante, en los mejores códices de éste y presentan muchos problemas textuales.

La discusión en torno a su eventual genuinidad es intermi­nable y se abre en un amplio abanico de opiniones entre los que creen que todas son obras del mantuano y quienes opinan que probablemente apenas hay ninguna que pueda aspirar a tal insigne autoría, aunque varias de ellas no carecen de cierta belleza y son aptas por su tema para la inclusión aquí, a lo cual hay que aña­dir otra dudosa hipótesis, la de que Virgilio sí escribió un Culex, pero el que conservamos es otro que suple a un original perdido.

Los partidarios de la autenticidad suelen atribuirlas a una época muy temprana, casi infantil, y alegan que Virgilio no habría sido tan bien acogido en el círculo de Pollón si no tuviera algún logro más o menos modesto en su haber; sus adversarios dudan bastante en cuanto a autor real. Hay una fuerte tendencia a asig­nar todos o casi todos estos poemas a Ovidio, con cuya obra muestran muchos notable semejanza; otros piensan en momen­tos aun más tardíos; y no falta quien, por el contrario, halle en alguno de estos cantos rasgos de la escuela neotérica previrgiliana.

Me ha ayudado en este capítulo, con su habitual bondad y cortesía, mi amigo y compañero Miguel Dolç, que acaba de pu­blicar (Barcelona, 1982) el primer volumen de una edición lati­na y catalana de la Appendix para la colección Bernât Metge.

Traducimos dos fragmentos largos del Culex (El mosquito), precisamente aquellos en que se presenta un escenario bucólico brillante, pero un poco amanerado y adornado al final con uno de los catálogos florales a que es tan aficionada la poesía de este tipo.

Los 41 versos primeros comprenden una dedicatoria a Octavio en que se le llama dos veces (26 , 37) puer: tendrían, pues, que haber sido escritos antes del 48 a. J. C , año en que, a

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los quince de su edad y contando veintidós Virgilio, tomó la to­ga viril el que iba a ser emperador. Se ve, pues, que el imitador quiere hacer pasar su intento por virgiliano: algún antiguo nos habla de que la obra fue compuesta por nuestro poeta a los dieci­séis años, cuando estudiaba en Cremona, lo cual explicaría sus rasgos inmaduros. Pero muchas frases recuerdan a Ovidio y hay quien la trae a la época de Claudio ; me dice Dolç que la adelfa no es nunca citada antes de la época de este emperador.

A partir del verso 163 surge una terrorífica serpiente que quiere atacar al pastor; el amable mosquito le pica para avisarle; el hombre le mata de un manotazo, ve al reptil y le da muerte; vuelve entonces a dormirse y en sueños se le aparece el pobre animal, que le reprocha su ingratitud y le cuenta su descenso y estancia en un Hades como el de los humanos en que contempla a los dioses subterráneos, los legendarios criminales mít icos, una multitud de personajes mitológicos y, cosa original, héroes tra­dicionales de Roma. Todo lo cual incita al pastor a tributarle el homenaje final según leemos.

No se halla aquí la Ciris, largo epilio de corte helenistizan-te, muy recargadamente barroco, que tiene nada menos que 541 versos. Está dedicado a Marco Valerio Mésala Corvino, a quien dedicaremos un párrafo algo más abajo, patrón de Tibulo como se verá, pero que no parece que haya tenido nunca mucho que ver con Virgilio. Probablemente estamos ante un apócrifo, y la prueba es que, mientras el mantuano, en Bue. VI 74-77, confun­de las dos Escilas mitológicas considerando a la homérica como hija de Niso, rey de Mégara, castigada y transformada aquí en la fabulosa ave marítima llamada en griego fee iris, el autor de este poema conoce perfectamente la dualidad. Hablarían en pro de Ovidio argumentos léxicos como la presencia de la palabra/¡bido, ausente en Virgilio y usual en é l ;esto no sería incompatible con los ecos de En. III 74 y 126 que surgen en 474-476; y ya vimos en la introducción a la Bue. X que hay quien piensa en Galo.

Es un muy bello poema la breve Copa (La tabernera), es­crita en dísticos, que los antiguos, incluso quizá Propercio a quien recuerda en algún punto, atribuían a Virgilio y que debió de ser compuesta después del 16 a. J. C , pero antes de que en el pentá-

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metro se impusieran las normas más severas de Tibulo. Se hace simpática la muy helenística figura de la alegre tabernera, a quien contesta un parroquiano epicúreo, con frase que hubiera podido firmar Horacio, en los versos 36-38. El humor y el sentimiento no son de Virgilio, pero la calidad no anda muy lejos de él.

*** Resulta atractivo, aunque a veces recuerde un farragoso

tratado culinario de los que se escribieron varios en la Grecia no sólo helenística (hay quien opina que es traducción de un poema de Partenio y sabemos que un tal Suevio del s. I a. J. C. trató ya el tema en latín), el Moretum (El almodrote), que nos hace la boca agua con ese manjar tan concienzudamente elaborado y se­guramente tan reconfortante en invierno. El sórdido ambiente rural está bien trazado ; las dos míseras figuras tienen relieve per­sonal; un Virgilio juvenil pudo quizás haber aguzado su cálamo en este canto del que habría recuerdo, o precedente, en las acti­vidades, esta vez veraniegas, de Téstilis en Bue. II 10 -11; pero hay casi setenta vocablos no virgilianos y , en cambio, semejan­zas con Horacio y Ovidio.

Tiene interés el inciso de 61-86, que recordará lo que en torno a los huertos de utilidad práctica dijimos en la introduc­ción a Catulo. En Columela veremos párrafos asombrosamente semejantes: sin duda el gaditano conocía como obra reciente el Moretum, lo que no quiere decir que lo tuviera por genuino.

Menos nos gustan las desorbitadas Dirae (Las imprecacio­nes). Una escuela demasiado conservadora tiende sin razón a atribuir a Virgilio este poema, patético y sentimental en unos lugares, tremebundamente dramático en otros, y a pensar que las tales imprecaciones se relacionan con el famoso asunto de la pérdida de su finca: algo se indicó en la introducción a la I de las Bucó/icas. Por lo demás, nada sabemos de este Bátaro a quien se invita a cantar en variados estribillos; ni quién es Licurgo, pro­bablemente uno de los usurpadores; ni por qué 9 sitúa el predio en Sicilia; ni la razón de que la añorada Lidia esté incluida en el funesto lote.

Se ha pensado en Lucio Vario Rufo, el amigo de Virgilio con quien nos encontramos en su introducción; pero es más sig-

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nificativa la noticia de que Publio Valerio Catón, mencionado también allí, perdió su patrimonio con motivo de las persecucio­nes de Sula y escribió dos poemas llamados Indignatio y Lydia, este último dirigido a su amada.

Nombre que figura como título de un poema nada virgilia­no , afín con todo a nuestra temática y que en los manuscritos sigue sin solución de continuidad a las Dime. El poeta ha perdi­do a la bella muchacha con los campos. Se siente, pues, muy desgraciado ; envidia a los prados en que ella se tenderá; a los ani­males, que no tienen problemas amorosos; a los dioses, que con tanta libertad proceden en tal punto. Y eso que ellos llegaban hasta el fin en sus escarceos, mientras que el pobre cantor, según parece, se ha mantenido dentro de ciertos l ímites, lo que ahora deplora con su triste figura consumida por la pena.

La tradición englobaba en el t ítulo general de Catalepta lo que hoy se llama así y las. tres denominadas modernamente Priapea, que no deben ser confundidas con la conocida colec­ción de 81 poemas obscenos.

El haber saludado tantas veces al rudo Priapo nos obligaba a recoger aquí los tres cantos, escritos de modo respectivo en dísticos, trímetros yámbicos y el verso precisamente llamado priapeo.

No es probable que sean virgilianos estos textos inspirados por una mordaz y desenfadada musa catuliana: hay en ellos ras­gos tardíos, pero II 10-13 evocan a Buc. I 8 y 33-35 y IV 21-22, mientras que en III hay ecos de Buc. I 48 , II 47 , III 89 y VII 12 y 3 4 , así como de Tibulo. Y III 6, con su tugurium, recuerda mucho al verso 23 de la Copa.

Finalmente, los Catalepta o piezas menudas, de los que no hemos juzgado oportuno incluir nada, pero un resumen de los cuales será útil.

I está dirigido a Plocio Tuca, amigo de Virgilio a quien mencionaba nuestra introducción; y resulta muy sospechoso

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desde el punto de vista de la genuinidad que la colección comience con un personaje tan típicamente virgiliano para acabar, como veremos, quizá con Vario.

Aunque Quintiliano (VIH 3, 27) creyera ya auténtico II, mal podría serlo este epigrama mordaz en que el gramático Anio Címber es acusado de crímenes tan diversos como pronunciar mal la tau, confundir los pronombres griegos min ysphin y haber matado a su hermano.

Muy lucaneo o senequiano es III, poema ecfrástico inspi­rado por un retrato de Alejandro Magno o del rey parto Fraates.

Tan desmesurados son los elogios dedicados al poeta e his­toriador Octavio Musa, amigo de Virgilio y de Horacio, en IV, que no podemos creer que procedan de la misma boca que las discretísimas laudes de los favorecedores de las Bucólicas.

Si V fuera genuino, pero parece que no , tendríamos aquí un valioso documento biográfico : a los dieciocho años, el poeta diría un nada emocionado adiós a la odiosa Retórica con espe­ranza puesta en los docta dicta Sironis (recuérdese la introduc­ción) que va a escuchar como discípulo.

VI y XII, muy relacionados entre sí, el primero de los cua­les termina con una parodia de Catulo (XXIX 24) , no pueden ser de Virgilio a juzgar por la forma despiadada en que son mal­tratados un suegro y yerno llamados Afilio y Noctuino.

En el VII reaparece Vario; pero la presencia de una pala­bra en griego es rasgo postvirgiliano.

Otro posible testimonio valiosísimo si fuese auténtico : el de VIII, canto a la modesta casa de campo napolitana o romana en que cuentan que Sirón dejó a Virgilio que se albergase tras la pérdida de su finca.

IX es un largo encomio de Mésala, de quien hemos habla­do a propósito de la Ciris, a la que, por cierto, se asemejan estos versos. El 17 es parecido al I 1 de las églogas, y se ha sugerido incluso que Virgilio recibió inspiración bucólica de quien el 41 no tenía más que veintitrés años. ¿Será el autor Tibulo, o su imi­tador que adopta el seudónimo de Lígdamo, o tal vez Ovidio?

El X es una aguda parodia del IV de Catulo que quizá re­dactó Furio Bibáculo.

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El XI, dirigido también a Musa, exhibe un cierto humor del que Virgilio carecía.

El XIII, menos virgiliano que ninguno y afeado por una in­terpolación humanística, está lleno de veneno y suciedad: puede ser hasta de la época de Domiciano.

El XIV finge ser una petición a Venus para que propicie la Eneida; pero el falsario sabe bien que el poeta no llegó a termi­narla en vida.

Y, en fin, el XV ni siquiera pretende ser de nuestro autor: es una especie de epílogo a los Catalepta que puede encerrar (re­cuérdese lo dicho acerca de I) el nombre de Vario en clave, pero también ser obra de un poeta del tipo de Marcial, Estacio o Juvenal.

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Ya el ígneo sol por las sedes celestes viajaba y luz des lumbrante esparcía su carro dorado y a las tinieblas la rósea melena de Aurora

4 5 derrotaba cuando hasta las cimas más altas de un mon te elevado y su abierta ladera, que pálida yerba tapizaba, un pastor del redil a los pastos gozosos sus cabras errantes llevó, que tan p r o n t o , en su inquie to vagar, la maleza y boscaje recorren y el valle,

5 o rozando escondidas el verde herbazal , como dejan los collados, recónditas grutas buscando que o torguen el madroño pendiente en la rama o frondosas parrizas ávidamente tr iscadas. Aquélla, allá en lo a l to , ramonea con ágil mordisco la copa del sauce

5 5 flexible o del joven aliso y esta otra se come los bro tes recientes y hay una tercera que cuelga sobre el r ío y refleja en las aguas su imagen gallarda.

¡Oh, bendición pastori l , a no ser que la men te refinada desdeñe los usos del pobre y prefiera

6 0 los sueños del lujo! ¡Ignorancia de preocupaciones que al espír i tu ansioso t raen sólo cont ienda y angustia! Aunque le falten vellones dos veces p in tados con asirlo color que el caudal sólo de Átalo compra ; aunque no sienta codicia de cuadros hermosos

6 5 o el lustre del oro en el t echo o las gemas bril lantes le parezcan inúti les; aunque n o encuent re deleite en las copas de Alcón o el cincel de Boeto y no estime las perlas del índico mar , puro su ánimo goza al poderse tender a m e n u d o en el césped reciente

7 o mientras la t ierra florida demarca , en la dulce primavera, los campos con yerba enjoyada de varios matices. O escucha tal vez satisfecho el susurro de la caña palustre , viviendo en un ocio carente de envidias y fraudes, y en sí mismo manda , vestido

7 5 con un man to p a m p í n e o teñ ido del verde follaje tmol io , y contempla con ten to a las cabras repletas

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de leche y el bosque y la Pales fecunda y el fresco ant ro en que manan las fuentes perpetuas y vivas.

¿Qué hombre de siglos felices más dichas t endr í a 8 0 que aquel que en un alma impolu ta , lejana de t o d o ,

ignora sensato el afán de r iquezas, las guerras dañinas y crueles no teme ni el choque de fuertes escuadras y al fiero enemigo no ofrenda su vida por que adorne el b o t í n refulgente los t emplos divinos

8 5 o para elevarse a las cumbres de t o d o tesoro , el que da cul to a un dios con p o d ó n y sin arte esculpido, ama los bosques sagrados, panqueos inciensos ve en las yerbas agrestes de flor variopinta moteadas? Suyo es el grato reposo y el l impio apet i to

9 0 libre y sencillo; no aspira a o t ra meta o dirige a ningún o t ro bien sus sent idos ni abriga o t ra idea que el tener suficiente a l imento y descanso y su cuerpo fatigado ceder al abrazo del sueño gus toso . ¡Oh, rebaños y Panes y T e m p e , grat ís imo valle,

9 5 y fuente de las Hamadriades y ri tos humildes con q u e , emulando al ascreo can tor , las veneran los pastores de plácidos pechos y vidas seguras!

Apoyábase , pues , en su báculo nues t ro cabrero y , ejerciendo su oficio campestre ent re tales afanes,

1 0 0 en tonaba en sus cañas unidas los sólitos sones sin que nadie cantara; y en t an to Hiperión el ardiente ascendía , t end iendo sus rayos , hasta que sus luces part ieran en dos el e té reo m u n d o , hacia en t r ambos mares lanzando sus llamas voraces. Entonces

1 0 5 las cabras vagantes llevaba el pastor a las charcas que azuleaban sonoras debajo del musgo verdoso; y , cuando el sol alcanzó la mi tad de su curso, al rebaño obligó a refugiarse en las sombras espesas y lo vio desde lejos meterse en t u sacro rec in to ,

l i o ¡oh, diosa delia!, al que an taño acudió enloquecida Àgave, la hija de C a d m o , r ehuyendo a Nictelio y con manchas de sangre fatal en las m a n o s funestas; en las cuevas alivio buscaba la antigua bacante de las gélidas cimas que hab ía de ser castigada

1 1 5 por la muer te del hijo. Esta yerba lozana pisaron

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EL MOSQUITO

danzando los Panes y Sátiros, Dríades y Ninfas; no fue t an to el encan to y canción del Eagrio que al Hebro a tó a sus riberas sonando ante a tóni tas selvas, c o m o aquel q u e , ágil diosa, te aquieta cuando sus alegres

1 2 o coros llenan de gozo tu ros t ro ; que el propio carácter del lugar y su suave murmul lo y sus frondas amenas una casa les d io y refrigerio a sus miembros cansados.

Ante t o d o en el valle pendiente surgían copudos , aéreos plá tanos ent remezclados al loto nocivo ,

1 2 5 que a los camaradas sedujo del í taco triste y captó en hospedaje obsequioso con dulce regalo. Aquellas después cuyos cuerpos mudara la pena cuando ardiendo Fae ton te cayó desde el carro esp lendente , las Helíades, de brazos que enlazan los t roncos esbel tos

1 3 0 y candidos velos suspensos de su a m p h o ramaje. Estaba detrás la que llora sin fin la perfidia de Demofon te . ¡Oh, ser pérf ido, como te l laman muchos! ¡Oh, t ú , al que las mozas de pérfido acusan! Los robles, fatales cantores , seguíanla, que eran

1 3 5 de la vida sustento hasta que , con los dones de Ceres, los cambió por la espiga del surco Tr ip tó lemo. Y luego el p ino , gran prez del argoo bajel, el que hirsuto la floresta decora con proceres ramas e in tenta llegar a los astros , hincado en la excelsa m o n t a ñ a .

1 4 0 Quietas se hallaban allí la magnífica encina negra, el lloroso ciprés y las hayas umbrosas y la yedra , que al álamo se ase y con ello le impide que se hiera l lorando a su he rmano y flexible a su cima sube y pinta sus áureos cor imbos de un pálido verde;

1 4 5 y el mi r to , que bien ya conoce su ant iguo des t ino . Las aves, posadas por todas las ramas , su suave, resonante , mul t í sono canto lanzaban. Debajo un manantial con sus gélidas aguas corr ía y era m u y grato el son del licor que en su cauce manaba ;

15 0 y , al herir sus orejas gemelas la voz de las aves, quejábase aquella que nut re con húmedo fango su acuático ser. Recogía los ruidos el eco del aire y la aguda chicharra el espacio ardoroso hacía vibrar; por doquier se t umbaban las cabras

1 5 5 fatigadas, al pie de cualquier matorra l más crecido que el leve susurro del aura orear p re tend ía .

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J u n t o a la fuente el pastor descansaba en la sombra profunda; extendidas sus piernas, cayó en un ligero sopor, sin t emer asechanzas, t ranqui lo en la yerba ,

1 6 0 al sueño apacible en t regando su cuerpo agobiado; y tendido gozara de mansa qu ie tud si For tuna no le hubiera quer ido mandar avatares incier tos .

3 8 5 Cuando el pastor angustiado con grandes suspiros salió de su inerte le targo, causaba la muer te del mosqu i to a t o d o él insufrible do lor ; y , en el grado en que lo pe rmi t í an sus fuerzas seniles, capaces de vencer, sin embargo , en la lucha al feroz enemigo,

3 9 0 diligente se puso a marcar un lugar j u n t o al agua del r í o , en las frondas amenas . Trazó , pues , un cor ro , recurr iendo con celo a su férreo azadón , y te r rones herbosos del césped lozano sacaba, pensando sólo en seguir con su activa labor , y un ingente

3 9 5 t úmulo alzó que el gran circulo t o d o llenaba y en t o rno del cual , sin flojear en su asiduo t rabajo , fue pon iendo una serie de losas de mármol pu l ido .

Allí nacerán el acanto y la púdica rosa de purpúreo rubor y violas de mil variedades;

4 0 0 allí el mi r to espar tano y también el j ac in to y al lado el azafrán de los campos cilicios y j u n t o con él esa gloria de F e b o , el laurel ; allí l irios, adelfas, romero no exó t i co , yerba sabina, que entre las gentes antiguas suplió al caro incienso;

4 0 5 cr isantemos y yedras bril lantes de blancos cor imbos ; el b o c o , que al l íbico rey conmemora ; amaran tos , grandes uvas de te ta de vaca, durillos perennes . Ni falta t a m p o c o el narciso, de noble belleza que Cupido inflamó con amor de la propia persona;

4 1 0 y , en fin, cuantas flores renuevan los t i empos vernales, tantas el t ú m u l o os ten ta . Y he aqu í el epitafio en que letras silentes nos hablan fo rmando este t e x t o : "Pequeño mosqu i to , el custodio de reses te ofrece este fúnebre honor porque t ú le salvaste la v ida" .

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Con cabeza tocada de helénica mitra , la siria tabernera , que sabe menear su sinuoso

cuerpo al son de los crótalos , danza lasciva y beoda en la ahumada taberna , bajo su codo haciendo

5 que vibren los palos sonoros: " ¿ A qué el estar fuera, entre el polvo estival, en vez de recostarse

en la húmeda yerba? Ret i ros , glorietas y copas hay allí , rosas, flautas, cuerdas y emparrados

refrescantes de cañas umbrosas ; he a q u í , en una gruta 1 o menalia, la voz dulce de la pastoril flauta.

Y también buen vinillo, hace poco sacado del jar ro empegado , y un r ío de sonora corriente

que ronco murmura y guirnaldas t renzadas de violas y azafrán o amarillas con la rosa purpúrea

1 5 combinadas y lirios regados por un puro ar royo que en vimíneos canastos trae la Ninfa aqueloide.

E igualmente quesi tos secados en júnceas encellas 1 8 j u n t o a céreas ciruelas de los d ías de o t o ñ o 2 1 y moras sanguinas con uvas en densos racimos 2 2 y el cerúleo c o h o m b r o pendiente de su j u n c o 1 9 y castañas y al lado manzanas de un rojo m u y claro: 2 o dones limpios de Ceres, de Amor y de Bromio . 2 3 Y el guardián del tugur io , que empuña hoz de sauce, mas

miedo no inspira a pesar de sus terribles ingles.

2 5 Ven aqu í , cabañero ; cansado ese tu asno ya suda; ten piedad de él : los bur ros son deUcia de Vesta.

Las cigarras con canto estr idente el follaje perforan y el m o t e a d o lagarto se esconde en lugar fresco;

t ú m b a t e , si eres sensato, y en vaso de vidrio 3 0 o de cristal t u sed veraniega apaga.

Con corona de rosas ceñida a t u frente, reposa cansado a la sombra de la vid y dulces

besos arranca a la boca de t ierna muchacha . ¡Muera quien deje ver an t icuado entrecejo!

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APPENDIX VERGILIANA

3 5 jLa olorosa guirnalda a la ingrata ceniza reservas? ¿Quieres que con ella tu tumba adornen?" "Trae

vino y dados. ¡Malhaya quien piense en mañana! La muerte me tira de la oreja diciendo : 'Vivid : llego' ".

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Diez lloras la noche invernal recorridas t en ía y el ave guardiana y su canto ya el d ía anunciaban cuando Símilo , agreste colono de un m í n i m o pred io , temiendo que el triste ayunar con la aurora se acerque ,

s poco a poco las piernas del vil catre baja y su inquie ta mano explora y tan tea la inerte tiniebla buscando el hogar, que al fin logra encont rar n o sin darse a lgúngolpe. Débil h u m o aun b ro taba de un lefio q u e m a d o y lucía entre cenizas tal que o t ro carbón. La cabeza

1 o agacha, la lámpara aplica t ras dar con la aguja a la estopa reseca y , soplando mil veces, aviva con trabajo la lánguida l lama. Hacia atrás se echa luego y , mientras la llave con ruido la puer ta franquea del armario , él coloca su mano que el fuego resguarde

1 s del aire. Un acervo modes to de trigo yacía por t ierra y de allí se colmó una medida , en que caben ocho libras de peso dos veces. Su cuar to abandona , al mol ino se acerca y en un parvo es tan te , que fijo la pared sustentaba y para usos como éste servía,

2 o cuelga la amiga lucerna y los brazos en t rambos del vestido libera y , cefiido con piel de velluda cabra, se pone a barrer con cuidado el moHno, met iendo la escoba en las muelas y tolva, y sus manos pone a la obra con varia misión de una y o t ra . La izquierda

2 5 proporciona los granos; la diestra el t rabajo ejecuta haciendo girar de cont inuo la piedra redonda de m o d o que Ceres golpeada en seguida descienda; a veces la izquierda releva a su hermana cansada y trabaja también mientras él campesinas canciones

3 0 en tona con rústica voz, su labor al iviando, o a Escíbale l lama, que es su única ayuda , africana que en la entera figura su patria deno ta , con pelo rizoso, los labios h inchados , la tez m u y oscura, ancho tó rax , los pechos ca ídos , el vientre ap re t ado ,

3 5 piernas flacas, grandísimos pies. Él la llama y le o rdena 3 7 que alimente el hogar y caliente agua fría en su fuego.

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Y, una vez que la muela llenó la medida en su giro, con la mano los granos molidos traslada a un cedazo,

4 0 lo menea y las granzas retiene la parte de arriba mientras Ceres, bien limpia y m o n d a d a , por los agujeros se filtra. Después sin más pone la harina sobre una mesa pulida, agua tibia le aplica, la mezcla de los dos e lementos procura que t iene ya j u n t o s

4 5 y amasándolos va con la m a n o , hasta que se endurece la mixtura y el l íquido absorbe, y alguna vez que o t ra lo va espolvoreando con grumos de sal. Ya acabada está la ta rea ; nivela la masa y la deja redondeada y en cuatro part ida por cruz que la surca.

5 0 La pone después en el fuego (ya Escíbale un sitio ap to ha l impiado) y con tejas la cubre y con brasas. Y, en t a n t o que hace lo suyo Vulcano con Vesta, Símilo ocioso no está en ese t i empo vac ío , sino busca manjares que añada a aquel pan por que sola

5 5 Ceres no dé al paladar lo que pueda agradarle. Mas h u m e r o n o hab ía colgado en el lar y se echaban de menos el lomo y tasajo, aunque no algún o r o n d o queso horadado en su cent ro por cuerda de espar to o viejos manojos de ene ldo : es, por t a n t o , preciso

6 0 que el héroe próvido busque algún o t ro recurso. La cabana una huer ta a su lado t en í a , guardada por mimbreras y cañas de fácil crecer y de tallo ligero, pequeña , mas fértil en yerbas diversas. Nada en ella faltaba de aquello que el pobre requiere

6 5 y aun a veces el rico a pedirle acudía , no porque hubiese dispendios , sino orden y asiduo t rabajo . Si las lluvias o un d í a de fiesta inactivo al labriego re tenían en casa, si arada no hab ía , en la huer ta se afanaba. Sabía sembrar plantas varias en o rden ,

7 o confiar a la t ierra semillas, poner t o d o esfuerzo e ingenio en llevarle las aguas de acequias vecinas. Allí la verdura abundaba : la acelga, que ext iende sus brazos a lo ancho , acederas fecundas y malvas,

7 4 chirivías con alas y el pue r ro , al que da su cabeza 7 6 el n o m b r e ; lechugas, remate de nobles banque t e s ;

el cohombro y el rábano en forma de aguja, la gorda calabaza apoyada en su obesa barriga; mas n o era su dueño el que de ellas gozaba (pues ¿quién más humi lde?) .

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E L A L M O D R O T E

8 0 sino el pueblo , porque él por las nonas en la urbe vendía su carga y volvía con menos cansado pescuezo y con peso mayor en la bolsa a n o ser que sus compras rara vez del u rbano mercado trajera. Bastaban a su hambre la roja cebolla y un corro de puerros

8 5 cortables y el be r ro , cuyo acre sabor pone arrugas en la faz, la escarola y la ruca , que a Venus inci ta . Algo tal med i t ando en t ró al hue r to y , hurgando en el suelo con dedos sutiles, cua t ro ajos de gruesas membranas de la t ierra recoge y la grácil melena del apio

9 0 al que agrega la ruda inflexible y ci lantros, que t iemblan sobre tallos delgados. Reun ido t o d o es to , ante un fuego lento se sienta, reclama a la fámula en alta voz el m or t e ro , desnuda las varias cabezas de ajo, la binza nudosa y las telas de encima

9 5 qu i t ando , lo cual con desdén tira al suelo, y guardando los dientes , que moja con agua y al p u n t o en el cerco cóncavo mete que al pét reo mor t e ro da forma. Esparce después una pizca de sal y a ello agrega duro queso salado y añade las yerbas citadas

1 0 0 y , mientras su izquierda arremanga la túnica en t o rno a las ingles peludas , la maja machaca en su diestra los ajos fragantes de forma que t o d o se mezcle por igual. Al rodar de su m a n o , las propias vir tudes pierde cada e lemento : el color se unifica y ni es t o d o

1 0 5 ya verde, porque hay motas blancas que aún se resisten, ni se ve relucir como leche a las yerbas variadas. A veces el ácido olor sus narices abiertas embiste y , poniéndose cha to , maldice su a lmuerzo ; o enjuga sus lágrimas con el revés de su m a n o

11 o l lenando furioso de insultos al h u m o inocen te . Seguía el t rabajo; la maja ya a saltos n o andaba , sino despacio por ser lo majado más denso . Vierte gotas en tonces de aceite paladio y con ellas un m í n i m o chorro de acedo vinagre; a la pasta

1 1 5 lo incorpora y de nuevo el condumio remueve y ayun ta hasta que pueden dos dedos rodear el m o r t e r o y extraer las dist intas porciones en un solo t rozo de lo que es en su n o m b r e y su forma un bien hecho

a lmodro te . Escíbale en t an to industriosa sacó el pan ; alegre

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APPENDIX VERGILIANA

i 2 0 acógelo Símilo; no hay que temer hambre alguna por hoy; ya sus piernas vistió con iguales polainas, la cabeza tocó con su gorra de piel, a los bueyes obedientes ha uncido a su yugo forrado de cuero y los lleva a la mies y a enterrar en el suelo el arado.

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Evoquemos, ¡oh, Bá ta ro ! , e l canto del cisne; l loremos por los campos de nuevo y hogares par t idos y tierras contra las que sin piedad imprecaciones lanzamos. Cazarán los cabri tos al l obo , al león el t e rne ro ,

5 del pez el delfín huirá, temerá a la paloma el águila, vuelto este m u n d o a su pr ís t ino caos, antes de que esclavizada esta flauta se vea. A montañas y dehesas . Licurgo, diré t u s maldades .

"Estéril se vuelva y maldi to el tr inacrio disfrute; 1 o las fecundas simientes del fértil te r reno de nues t ro

anciano no os traigan cosecha ni yerba el col lado; los arbustos os nieguen sus frutos, las vides sus uvas, la espesura su propio follaje, los mon te s sus l infas".

Otra vez, Bátaro, y o t ra el cantar rep i tamos .

1 5 "Pasadas estén las avenas de Ceres que al surco echéis; vuestros pálidos prados de sed languidezcan; verdes deje caer las manzanas vuestro á r b o l ; n o haya hojas en el so to , agua falte en las fuentes, mas n o maldiciones en mi caña y su son. Las guirnaldas floridas de Venus ,

2 0 que dan vario o rna to a los campos en la primavera con purpúreo color , lenes auras , al iento suave de la entera campiña , se muden y , en cambio , inoculen calores pest íferos, tétr icas plagas; que nada agradable perciba desde hoy ningún ojo ni o í d o " .

2 5 Tal es mi ruego y obtenga el cantar mis deseos.

" ¡Oh, la mejor de las selvas, que t an to he loado en mis coplas y versos con toda tu densa belleza, rapa tu verde arboleda! ¡No dejes gozosa que en tus finos cabellos la brisa al soplar juguetee!

3 0 No se oirá en ella, Bátaro, ya mi canción ni sus ecos. El hacha del mil i te imp ío dará con sus sombras hermosas en t ierra y con ella caerás t ú , más bella

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A P P E N D I X V E R G I L I A N A

que ninguna, ¡oh, floresta frondosa del viejo co lono! ¡Vano fue t o d o ! O quizá, al maldecir te estos versos,

3 5 te abrase un e téreo incendio . ¡Tú, Jove , que fuiste el creador de esta selva, haz que t o d o en ceniza se to rne! Y álcese en tonces de Bóreas el t racio la furia; arrastre Euro nubes envueltas en fulva cahma; Áfrico apor te amenazas de n imbos lluviosos

4 0 y tus frondas, su luz reflejada en el cárdeno cielo, no puedan volver a escuchar lo que tú tan tas veces, Lidia, dijiste. Y la llama invadiendo las vides vaya y las mieses devore y , volando en los vientos , con su ardor no distinga los trigos del árbol ; ceniza

4 5 será esta parcela, que vino a medir la perversa vara, ceniza tan sólo sus l ímites t o d o s " .

Tal es mi ruego y obtenga el cantar mis deseos.

" ¡Olas que siempre azotáis con vuestra agua las costas, riberas que el agro oreáis con vuestro háli to dulce ,

so o ídme! ¡A la gleba N e p t u n o y sus ondas emigren y la cubran de espesas arenas! ¡Los pastos quemados por Vulcano con fuego de Júpi te r puedan llamarse una sirte segunda, la hermana de aquella de Lib ia!"

Y aun recuerdo q u e , Báta ro , fue tu cantar más amargo.

5 5 "Dicen que hay m u c h o s p o r t e n t o s n a d a n d o e n l o s n e g r o s mares y mons t ruos que causan terror a m e n u d o cuando sacan de p r o n t o sus cuerpos del p o n t o furioso: pastoree N e p t u n o su ciego furor con t r idente aciago, revuelvan ciclones las turbias mareas ,

6 0 el canoso oleaje se trague la oscura ceniza e inhóspi to mar sea mi campo y eví ta lo , nau ta , porque cont ra él sin piedad imprecaciones l anzamos" .

Y si no conseguimos, N e p t u n o , que escuches tal ruego, nuestra pena a los r íos confía tú , Bá ta ro , porque

6 5 de fuentes y ar royos amigo eras s iempre. N o hay nada más que imprecar y o ya pueda ; que t o d o está en Di te .

"R íos viajeros, volved hacia atrás vuestros cursos y en las tierras que atrás ya dejasteis de nuevo se ensanchen .

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L A S I M P R E C A C I O N E S

por doquier las impregnen y llenen de grietas e impidan 7 o que a vagabundos servir deban nuestras hac iendas" .

Y este cantar menos agrio fue, Bátaro , t u y o .

"Broten de p r o n t o pan tanos del suelo reseco y juncos produzca allí donde tuvimos espigas; las gárrulas ranas al músico grillo sup lan ten" .

7 5 Y mi cálamo a un triste cantar a su vez dio principio:

"Lluvias frecuentes vomiten las altas laderas, gorgoteen las aguas a lo ancho de toda la finca y la colmen de charcos que riesgo acarreen al d u e ñ o . Y el advenedizo arador , cuando ya se apodere

8 0 la riada del pred io , en él pesque, pues siempre ha sabido rico hacerse apropiándose el bien de sus conc iudadanos" .

¡Oh, te r ruño al que impuso el pretor su condena maldi ta ,

oh . Discordia, la e terna enemiga del h o m b r e piadoso! Lo m í o indigente dejé y desterrado y sin culpa

8 5 para dar al soldado el salario de guerras nocivas. Por úl t ima vez lo diviso desde esta atalaya, pues no dejarán que lo vea los bosques y cerros y sierras y sólo esta voz llegará a mis l lanuras:

" ¡Dulce heredad y t ú , Lidia, más grata aún que ella, 9 0 hontanares y n o m b r e feliz del solar que fue m í o ! "

Bajad lentamente del m o n t e , mis pobres cabri tas; nunca más paceréis en la sóhta amena pradera; y tú , padre , detrás quéda te . IVli primer pa t r imonio y úl t imo miro ; larguísima ausencia me aguarda.

9 5 " ¡Adiós nuevamente , mis campos , y t ú , buena Lidia, sé feliz en tu vida o, si mueres , perece c o n m i g o ! "

Bátaro, entone un postrero cantar esta flauta.

"Será amargo lo dulce, se hará duro aquello que b lando era y negro lo b lanco, uniránse la izquierda y derecha;

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APPENDIX VERGILIANA

i oo mezclaránse, disueltos los cuerpos, las partes de todos antes que deje el amor estos tuétanos míos. Siempre he de amarte, seas nieve o bien fuego: ;que siempre permitido el recuerdo me sea de aquellos tus goces! "

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Os envidio, campiñas y prados hermosos y ahora más hermosos , porque una muchacha hermosís ima es

vuestra y en silencio suspira pensando en mi amor . Mas vosotros sois lo que ve, con vosotros mi Lidia disfruta,

5 con vosotros conversa, a vosotros su boca sonríe mientras canta en voz baja mis versos, aquellos poemas cuyos sones an taño en tonar a mi o í d o sol ía .

Os envidio, mis campos , que vais a aprender cómo se ama.

1 o ¡Oh, grandemente felices, dichosos sin cuen to cuando os marque sus niveas huellas y coja en vosotros l a uva verde con dedos de rosa cuando aun no esté henchida l a vid de los báquicos zumos y opr ima la tierna yerba ex tend iendo sobre ella sus miembros , rodeada

1 5 de flores diversas, obsequio de Venus , con tando a escondidas la historia secreta de nues t ros amores! Gozaránse las selvas, las muelles praderas , las frescas fuentes, tendránse en silencio las aves. Más lento será el móvil correr de los r íos — ¡paraos, o h , linfas! — mientras mi amor en sus dulces lamentos se explaye .

2 0 Os envidio, campiñas , tenéis mis delei tes, a aquella guardáis a que en t i empos deseé y a m í , en cambio , los

miembros doloridos flaquéanme y frío mor ta l se insinúa en ellos helándolos porque conmigo mi dueña ya n o está. Pues n o hay niña en el m u n d o que con sus saberes

2 5 o belleza la venza; y , si el mi to n o mien te , ella sola, mi Lidia, será —pero n o escuches, J ú p i t e r - digna de que en forma de to ro o bien de oro también la visites.

Feliz t ú , semental , el orgullo del magno rebaño: nunca , buscando apar tados cubiles, tu vaca

3 0 dejará que a las selvas te quejes con vanos mugidos . Y tú , genitor de cabri tos, b ienaventurado

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A P P E N D I X V E R G I L I A N A

serás t an to si vagas por mon tes ab rup tos y rocas como si, ahi to de exót icos pas tos , acudes a los bosques y campos ; pues siempre con ten ta a tu lado

3 5 va la cabri ta . Doquiera haya un m a c h o , allí su hembra le acompaña y no debe él gemir por ningún amor r o t o . ¿Por qué tan amable no fuiste. Na tura , conmigo? ¿Por qué es tan frecuente el penoso dolor que padezco?

Cuando regresan los pálidos astros al verde 4 0 cielo y a cambio se pone el solar orbe de o r o ,

tu amor . Luna, te s igue;y a m í ¿por qué el m í o me falta? Sabes, Luna , lo que es el do lor : compadece al que sufre. Pues recuerda el amor del laurel quien , ¡oh, Febo! , te lleva: ¿de qué ri to divino no es causa una historia en el bosque?

4 5 Los dioses, que están por doquier , sus amores os ten tan o en el cielo p lantados los ven: largo fuera el contar lo . Más aún, cuando en t o rho a la t ierra los siglos giraban de o r o , dorado el vivir fue del h o m b r e y t a m p o c o de esto hab lo ; famoso es el astro de la hija de Minos,

5 0 la virgen que al héroe siguiera por él cautivada. ¿Qué mal p u d o , celestes, haceros mi edad en castigo del cual una peor condición nuestra vida obtuviese?

¿Fui el pr imero que osó violar los virgíneos pudores y la guirnalda sagrada tocar de una moza?

5 5 ¿Ello me obliga a morir con dest ino inmaduro? Ojalá aquella culpa a tal cosa me hubiera forzado; preferible me fuera la muer te a la vida y mi fama sí que sería inmorta l por haber yo los goces antes robado de Venus con dulces placeres

6 0 de m í mismo nacidos . Mas n o , no fue así , pues mi sino envidioso jamás me ha o torgado esa suerte tan grande , que fuese un pecado el principio de amores secretos.

Júp i te r , siempre capaz de mudarse en mil formas, y J u n o , cuando aun no p o d í a n esposos l lamarse,

6 5 el dulce sabor del amor clandestino p roba ron ; y Cipria también se alegró cada vez que en la muelle yerba su amante agobiaba las flores purpúreas al yacer ambos j u n t o s , los brazos al cuello enlazados. Marte en tonces supongo que estaba ocupado en la guerra;

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L I D I A

7 O desde luego Vulcano en la fragua afanábase y barba y quijadas cubríale holl ín repugnante . ¿Mas no h u b o de llorar por sus nuevos amores Aurora , escondiendo sus púdicos ojos detrás de su róseo m a n t o ? Esto ocurr ía en los cielos: ¿y no en la áurea raza?

7 s ¿Imitar a los héroes y dioses no puede la nuest ra?

¡Desgraciado de m í , no nacido en la edad en que indulgente

fue Natura! ¡Con qué tristes hados nac í ! ¡Miserable gente de hoy en que t an tos obstáculos halla el deseo! Tan m a l l a fortuna riiis carnes t r a t ó , que h o y apenas

8 0 lo que queda de m í conocer ya pudieran tus ojos.

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Primavera me cubre de rosas, otoño de frutos, estío de espigas, pero odio el invierno.

Temo al frío y que pueda tal vez este dios de madera alimentar el lar de ignaros labradores.

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Caminante, heme aquí, fabricado con arte rústica, álamo seco que guardo este terruño que a derecha y a izquierda puedes ver y la granja y este pequeño huerto de un pobre y los protejo

s contra las delincuentes mañas de los ladrones.

Sobre mí en primavera se pone una guirnalda; sobre mí, cuando el sol hierve, una roja espiga; sobre mí dulces uvas cuando verdea el pámpano; sobre mí una aceituna que arruga el duro frío.

1 o Desde mis pastizales una tierna cabrita a la ciudad las ubres llenas de leche lleva; de mi redil proceden esos pingües corderos que cargan de dinero la alforja del que vuelve y la joven ternera que ante el templo divino

1 5 su sangre, entre mugidos de su madre, derrama.

Teme, pues, a este dios, caminante, y tu mano levanta; te interesa, pues preparada tienes lo que será tu cruz, este miembro que ves. "Quiero hacerlo, por Pólux" dirás. Pues, mira, acude

2 0 el capataz que va, con su potente.brazo, a hacer de él eficaz maza para su diestra.

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Yo, mozos, que este lugar y cabana palustre con su techo de carrizos y de mimbre preservo, soy sólo encina reseca tallada por el hacha rural; y por mí prospera todo ello afio tras año,

5 pues como a un dios me veneran y saludan el padre y el hijo, los dueños de esta mísera choza: el uno asiduamente me cuida, por que yerbas y zarzas punzantes de mi santuario no se adueñen, y el otro con pródiga mano trae sus modestos regalos.

1 o En primavera floridas coronas me colocan; recibo la espiga que antes madure sobre el tierno tallo, la amapola láctea, la viola amarilla con calabazas blancuzcas, manzanas bienolientes y uvas rojas a la sombra de los pámpanos criadas.

1 5 Y también —pero callad — la cabra patihendida y el bárbaro cabrón ungen con sangre mi arma: ofrendas que debe Priapo pagar el huerto protegiendo y los viñedos del amo. No os deis, pues, ¡oh, zagales!, a malignas fechorías. Que cerca está un vecino

2 0 rico con un Priapo más indolente; a su finca id a robarle : la senda misma hacia allá os conduce.

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