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CuPAUAM 37-38, 2011-12, pp. 317-331 El ritual funerario durante la II E. del Hierro en la Península Ibérica. Algunas reflexiones sobre los grupos marginados por la investigación. Lourdes PRADOS TORREIRA Resumen Se plantea una aproximación al registro funerario durante la II Edad del Hierro en la P. Ibérica, en las necrópolis cel- tibéricas, vettonas y vacceas, haciendo hincapié en los enterramientos femeninos e infantiles. En ciertos casos, tanto su ajuar como la importante presencia del banquete funerario, indican su alto estatus social. Palabras Clave: II Edad del Hierro. Celtíberos, Vettones, Vacceos. Necrópolis. Enterramientos femeninos. Enterramientos infantiles. Ajuar. Banquete funerario. Género Summary In this paper we present an approach to the burial record in celtiberians, vaccaei and vettons necropoli during the 2nd Iron Age in the Iberian península.We emphasize the female and child burials studies. In some cases, both the grave goods and the significant presence of the funeral feast, indicate their high social status. Keywords: 2nd Iron Age.Celtiberians,vaccaei, vettons, female and infant burials. Grave goods. Funeral feast. Gender Aunque sabemos que la representación del género en el registro funerario, no tiene por qué reflejar directamente las relaciones de género de la sociedad de los vivos, éste es un campo que permite informaciones muy interesantes (Arnold y Wicker, 2001; Arnold, 2006) . En este artículo, que escribimos como homenaje al Profesor Bendala en esta nueva etapa de su vida, plantea- remos una aproximación a estos estudios, duran- te la II Edad del Hierro en la Península Ibérica, centrada en los pueblos celtíberos, vettones y vacceos (Almagro-Gorbea et alii, 2001; Albero y Arnold, 2004; Jimeno, 2005; Álvarez-Sanchís, 2008; Burillo, 2010). EL MUNDO FUNERARIO CON PERSPECTIVA DE GÉNERO La mayoría de las aproximaciones teóricas, tanto procesuales como postprocesuales, coinci- den al considerar que entre la esfera de los muer- tos y la de los vivos pueden establecerse patrones que sean significativos, a pesar de las diferencias con las que cada cultura se enfrenta al hecho común de la muerte. Al mismo tiempo, no debe- mos olvidar que los datos del registro funerario no pueden estudiarse de forma aislada, sino siempre en relación con los contextos del hábitat, los espa- cios sagrados, su territorio, etc. En definitiva, el mundo funerario forma parte del paisaje que da

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El ritual funerario durante la II E. del Hierro en la PenínsulaIbérica. Algunas reflexiones sobre los grupos marginados por lainvestigación.

Lourdes PRADOS TORREIRA

Resumen

Se plantea una aproximación al registro funerario durante la II Edad del Hierro en la P. Ibérica, en las necrópolis cel-tibéricas, vettonas y vacceas, haciendo hincapié en los enterramientos femeninos e infantiles. En ciertos casos, tantosu ajuar como la importante presencia del banquete funerario, indican su alto estatus social.

Palabras Clave: II Edad del Hierro. Celtíberos, Vettones, Vacceos. Necrópolis. Enterramientos femeninos.Enterramientos infantiles. Ajuar. Banquete funerario. Género

Summary

In this paper we present an approach to the burial record in celtiberians, vaccaei and vettons necropoli during the 2ndIron Age in the Iberian península.We emphasize the female and child burials studies. In some cases, both the gravegoods and the significant presence of the funeral feast, indicate their high social status.

Keywords: 2nd Iron Age.Celtiberians,vaccaei, vettons, female and infant burials. Grave goods. Funeral feast.Gender

Aunque sabemos que la representación delgénero en el registro funerario, no tiene por quéreflejar directamente las relaciones de género dela sociedad de los vivos, éste es un campo quepermite informaciones muy interesantes (Arnoldy Wicker, 2001; Arnold, 2006) . En este artículo,que escribimos como homenaje al ProfesorBendala en esta nueva etapa de su vida, plantea-remos una aproximación a estos estudios, duran-te la II Edad del Hierro en la Península Ibérica,centrada en los pueblos celtíberos, vettones yvacceos (Almagro-Gorbea et alii, 2001; Alberoy Arnold, 2004; Jimeno, 2005; Álvarez-Sanchís,2008; Burillo, 2010).

EL MUNDO FUNERARIO CON PERSPECTIVA

DE GÉNERO

La mayoría de las aproximaciones teóricas,tanto procesuales como postprocesuales, coinci-den al considerar que entre la esfera de los muer-tos y la de los vivos pueden establecerse patronesque sean significativos, a pesar de las diferenciascon las que cada cultura se enfrenta al hechocomún de la muerte. Al mismo tiempo, no debe-mos olvidar que los datos del registro funerario nopueden estudiarse de forma aislada, sino siempreen relación con los contextos del hábitat, los espa-cios sagrados, su territorio, etc. En definitiva, elmundo funerario forma parte del paisaje que da

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sentido y cohesión al grupo y ayuda a definir nosolo sus límites geográficos, sino también losmíticos (Hernando 2005).

M.L. Sørensen considera que en la representa-ción de la muerte, se expresan diferentes formasde categorización social, entre las que se incluyeel género. Es lo que ella denomina visualizationand ideological reproduction of gender systems(Sørensen, 2000: 85). También es interesanteseñalar cómo en muchas culturas, las propiastumbas pueden llegar a reproducir las casas y sumemoria - pensemos en el clásico ejemplo de lasculturas villanoviana o etrusca-. En este sentido,tendríamos que mencionar también la existencia,a lo largo del tiempo, de enterramientos infantilesbajo las viviendas (Chapa, 2003; Torija et alii,2010, Olmo Enciso, en prensa). La evocación delhogar puede establecerse, asimismo, a través delos objetos depositados como parte del ajuar fune-rario, y que pueden incluir desde objetos persona-les; amuletos protectores; instrumentos de traba-jo; ollas de cocina, etc. Estos objetos son de sumaimportancia porque nos permiten aproximarnos alas identidades familiares (Gilchrist 2005;Delgado y Ferrer, 2012).

Desde los inicios de la investigación arqueoló-gica, ésta ha mostrado interés en sexuar los restosfunerarios excavados pero, en general, este interésse ha limitado a señalar, cuando era posible, elsexo y la edad de los individuos enterrados. Estasclasificaciones se han establecido, en muchasocasiones, a partir de los restos osteológicosmientras que en otras, el sexo se ha adjudicadoexclusivamente en función del análisis de losajuares –varones, si aparecen armas; mujeres sihay presencia de elementos textiles-, o simple-mente asumiendo que si el enterramiento destaca-ba por su riqueza y rango social, estaríamos antela tumba de un varón. Sabemos que a través delregistro funerario pueden establecerse diversasformas de construcción de la identidad y el géne-ro, que se manifiestan a partir del diseño del pai-saje funerario; la distribución de los enterramien-tos en la necrópolis; la forma de deposición delcadáver; su tratamiento; la orientación del cuerpoo sus restos cremados; la distribución espacial delos objetos en las tumbas; el tipo, número y mate-riales de los ajuares; etc. (Arnold y Wicker, 2001;Arnold, 2006). Al mismo tiempo, hay que teneren cuenta que aunque se puedan sexuar los ente-rramientos, éstos no siempre tienen que mostrar

diferencias, por ejemplo, en cuanto a su ajuar,orientación, ubicación en la necrópolis, presenciao ausencia de banquetes funerarios, etc. Por otraparte, en muchas ocasiones nos olvidamos que lasdiferencias que presentan los enterramientos, nolas determina el género o la edad, sino la perte-nencia a determinados segmentos sociales de lapoblación. De igual modo, sabemos que los obje-tos no adquieren el mismo significado en todas lasculturas. Por ejemplo, en los botones con perfora-ción en V son característicos de los enterramien-tos masculinos o femeninos, dependiendo del áreageográfica y cultural a la que pertenezcan (GómezVázquez, en prensa). Por otro lado, el valor delsignificado de un objeto, se halla determinado porla propia interpretación que demos al contextoarqueológico en el que se encuentra.

Por lo tanto, las relaciones entre ajuares, géne-ro y sexo, deben justificarse a través de la inves-tigación arqueológica (Lucy 1997). Somos cons-cientes, sin embargo, que las armas o las joyas,por ejemplo, siguen siendo indicadores muy fia-bles en la adscripción del sexo biológico de losenterramientos, aunque tengamos excepciones tanllamativas como el famoso enterramiento de laDama de Baza (Dommasnes, en 2012; Quesada2010 y 2012; Prados, 2010 b y 2012; Chapa eIzquierdo, 2010). Por ello, no debemos olvidarque las excepciones también deben contemplarsey explicarse con metodología arqueológica, sindejarnos llevar por prejuicios que, en muchoscasos, tienen que ver con nuestra propia forma deentender el presente.

Asimismo, es un error considerar que solopueden existir dos géneros, masculino y femeni-no, exclusivamente sobre la base de dos sexos,hombre y mujer. Existen estudios muy interesan-tes sobre otras construcciones de género en dife-rentes culturas, como los castrati; los Berdachesde Norte América; las Hijras de La India, etc.Contamos, incluso, con ejemplos contemporáne-os muy ilustrativos, pero es un tema que excedeestas páginas, lo mismo que ocurre con los plan-teamientos de la llamada Queer Archaeology(Dowson, 2000; Voss, 2008). Por otra parte, nodebemos olvidar que, en numerosas ocasiones,nuestras investigaciones se centran en los enterra-mientos de un grupo muy reducido de la pobla-ción, que suele coincidir con los grupos socialesdominantes, ya que los ritos funerarios seguidospor la gran mayoría de la población - en muchas

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ocasiones, sin derecho a enterrarse en estos espa-cios funerarios-, pueden no haber dejado huellasarqueológicas.

Otra cuestión que debemos tener presente, alenfrentarnos al estudio de una sociedad a partir desu registro funerario es que, a pesar de su obvie-dad, son los vivos los que entierran a los muertos.Por esta razón, los rituales funerarios- intenciona-damente manipulados por los vivos-, están refle-jando la idea que bien la familia o bien el grupoque realiza las exequias, desea que permanezcadel difunto en la posteridad.

Asimismo, a partir del registro funerario pue-den inferirse también diversas actividades demantenimiento, reflejo de la importancia de estaslabores vinculadas con el hogar y la produccióndoméstica. En este sentido, resulta muy interesan-te el destacado papel que tiene la mujer enmuchas culturas en la preparación del cadáverpara su entierro, (Gilchrist, 2005; Delgado yFerrer 2007; y 2012). Del mismo modo, enmuchas ocasiones, tanto a través de los ajuares yrituales funerarios como a partir de diferentesmétodos de análisis -como los de isótopos-, puedeestablecerse la importancia de las alianzas matri-moniales entre poblaciones lejanas, aunque seatodavía un tema complejo y que, por supuesto, noafecta solo a las mujeres.

Existen diversas publicaciones que se han ocu-pado, en los últimos años, en analizar el registrofunerario con perspectiva de género en la culturaibérica (Izquierdo 2000; 2007; Rísquez y Hornos,2005; Rísquez y García Luque 2007; GarcíaLuque, 2008; Prados 2010 b). Por ello, me haparecido más interesante, en esta ocasión, centrar-me en las culturas del interior peninsular, en con-creto, en la celtibérica, vettona y vaccea.

Como es sabido, el rito de enterramientocaracterístico de las culturas de la II Edad delHierro de la Península Ibérica fue la cremacióndel cadáver. Sin embargo, en las culturas del nor-oeste y norte peninsular, aun hoy en día, descono-cemos qué tipo de ritual funerario siguieron paraacompañar a sus muertos, puesto que no ha sidoposible identificar su huella en el registro arqueo-lógico, hasta su contacto directo con el mundoromano. Entre otros posibles ritos, se ha propues-to la posible exposición de los cadáveres a losagentes naturales y animales carroñeros u otrotipo de costumbres rituales que implicaran arrojar

los cuerpos o los restos de su cremación a lasaguas (Ruiz Zapatero y Lorrio, 1995). También enel extremo occidental del territorio Vetton, en lasactuales provincias de Zamora y Salamanca, lainformación sobre los sitios funerarios es casinula debido, posiblemente, al parentesco culturalde estos territorios con otros sectores de la facha-da atlántica (Berrocal-Rangel, 2001). Por suparte, las necrópolis de cremación de los pueblosdel centro de la P. Ibérica : Celtíberos; Vettones -excepto la zona Occidental - y Vacceos , lo mismoque las de los pueblos Ibéricos -con excepción delos Turdetanos-, han sido una de las señas de iden-tidad características, desde los inicios de la inves-tigación arqueológica sobre estas culturas (Álva-rez- Sanchís, 2008; Burillo, 1990; Baquedano,2001; Lorrio, 2001; Cerdeño y García Huerta,2005; Martínez et alii, 2005; Jimeno, 2005).

EL RITUAL FUNERARIO ENTRE LOSCELTÍBEROS, VETTONES Y VACCEOS

Entre estos pueblos existen variantes de ori-gen étnico, social y cronológico, aunque el ritualmás común suele ser una simple urna funerariadepositada en un hoyo. Como ya hemos comen-tado, el conocimiento arqueológico de estas cul-turas se basó, durante muchos años, casi exclusi-vamente en la información proporcionada porsus característicos lugares de enterramiento.Entre ellos, destacan las dos grandes necrópolisde la provincia de Ávila, excavadas en los añostreinta del siglo pasado: Las Cogotas y La Osera.La primera, con 1613 tumbas distribuidas encuatro zonas, es la única que ha sido publicada,prácticamente en su totalidad y a partir de la cualMartín Valls (1999), estableció la existencia decuatro grupos sociales, a los que nos referiremosmás adelante. Por su parte, La Osera -necrópolisdel Castro de La Mesa de Miranda-, presentaunas 2230 sepulturas distribuídas en seis zonasque está siendo objeto de revisión por parte de I.Baquedano (2001; 2010). Del mismo modo, haproporcionado datos interesantes el análisis de lanecrópolis de la Mercadera (Soria), publicada enlos años treinta (Lorrio, 1990).

Las necrópolis podían situarse a una pequeñadistancia de las puertas de los poblados, o en laspróximidades de ríos y arroyos debido no sólo a laimportancia real que el agua tenía para estos pue-blos, sino también a su carácter simbólico (ÁlvarezSanchis, 1999).

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El ritual funerario generalizado, como sabe-mos, era la cremación que consistía en quemar elcadáver en una pira funeraria –ustrinum-, tras locual habría una recogida selectiva de los huesoscalcinados y el posterior traslado de los restosóseos, en unión- cuando los había- de ajuarespersonales y ofrendas al espacio sacro cemente-rial. En Las Cogotas, en el espacio situado entrela necrópolis y el castro, aparecieron cenizas yrestos calcinados de huesos y pequeñas escoriasde metal, evidencias que podrían interpretarse afavor de la existencia de lugares específicosreservados para la cremación de los cadáveres(Martín Valls, 1986-87; Kurtz, 1987; Álvarez-Sanchís et alii, 1998; Álvarez-Sanchís, 2001 y2008). Los datos que nos proporcionan lasnecrópolis en las que se han podido analizar unnúmero significativo de restos osteológicos,parecen confirmar una recogida muy selectivade los huesos, principalmente los restos de hue-sos largos y las partes del cráneo. Este es el casode la necrópolis de Numancia, donde la media delos restos humanos de cada tumba se reducía a5,73 gramos (Jimeno et aii,. 1996; Martínez etalii, 2005). Los huesos y las cenizas resultantesde la cremación, podían seguir diferentes opcio-nes. Desde su selección y deposición en hoyossin urna -seguramente se recogerían en algúntipo de envoltorio orgánico que no ha dejadohuella-, o también mediante su introducción ensimples urnas, sin ajuar. En realidad, este últimotipo representaba a la mayoría de la población.Son las llamadas “tumbas pobres”. Los enterra-mientos aparecen señalados de distintos modos.Podemos citar desde las sepulturas sencillas, sindemarcación externa, en las que solo se coloca-ba un plato o una laja de piedra encima de laurna cerámica, a otros casos en los que los hoyosse acompañan de lajas de caliza que protegían ydestacaban el enterramiento, como en la necró-polis de El Raso; o en El Romazal (FernándezGómez, 1997; Hernández, 1998; Hernández etalii, 2008). En otros casos, encontramos tumbasmás complejas, que se señalizaban mediante unaestela de piedra de tamaño variable, en torno aun metro de altura, como en Las Cogotas. Enocasiones, se incorporan estructuras tumulares yencanchados de piedra, como se observa en LaOsera; El Mercadillo; La Coraja; Alcántara; LaYunta; o Sigüenza, entre otras (Lorrio, 2001;

Alvarez Sanchis, 2004 y 2008; Cerdeño, 2010;Baquedano y Martín, 2010; Cerdeño, 2010). Lapresencia de estructuras sobre las tumbas ha sidoobjeto de atención por parte de muchos autores,que han debatido en torno a si debía relacionar-se su posible origen en la P. Ibérica con el baga-je de los Campos de Urnas o si, por el contrario,se trataría del resultado de una evolución internaa partir de la tradición megalítica peninsular. Loque parece claro es que el espacio funerario deestos pueblos, estaba perfectamente diseñado yorganizado. Ya el Marqués de Cerralbo aseguróque las tumbas de Aguilar de Anguita o Luzaga(Guadalajara), estaban señalizadas por estelasque se alineaban formando calles paralelas. Enocasiones, esta distribución se ha interpretado enrelación con determinados conocimientos astro-nómicos y fechas de calendario, vinculados conlos ciclos climáticos, tan importantes para lasactividades agrícolas y posiblemente rituales(Baquedano y Escorza, 2008; Jimeno et alii,2010). De igual modo, se caracterizan por unaparticular distribución del espacio funerario, queconsiste en concentrar los enterramientos envarios sectores separados, a su vez, por espaciosestériles. Cuestión muy debatida es la lecturasociológica que se infiere de este último aspecto.Álvarez Sanchís (1999; 2004), defiende que lasáreas funerarias excluyentes pueden reflejar unsistema de descendencia líneal en los gruposfamiliares cuya economía se basaba en el controlde diferentes medios de producción, y que seenterraban separadamente para reforzar simbóli-camente sus derechos. Por tanto, según esteautor, es muy posible que las distintas zonas enlas que se dividían las necrópolis correspondie-sen, a su vez, a cada una de las gentilidades olinajes que habitaban el castro.

También se ha propuesto una clara jerarqui-zación social en función de la riqueza de losajuares depositados en determinados enterra-mientos, que nos indica que existieron marcadasdiferencias sociales entre los miembros de cadacomunidad. En general, podemos hablar de unaestructura piramidal, con una élite en la cúspideque posee caballos y armas de lujo significativosde su posición, frente a un grupo de guerrerosmás amplio con una panoplia más modesta. Pordebajo de este grupo se hallaría el estamento deartesanos y comerciantes. Y por último, casi el

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85%, los enterramientos sin ajuar, que corres-ponderían a los individuos más humildes, tal vezsiervos y esclavos. De hecho, Martín Valls(1999), a partir del minucioso estudio de lanecrópolis de Las Cogotas, establece cuatro gru-pos sociales. En el primero sitúa a los guerreroscon ajuares suntuarios, entre los que destacan lasarmas y arreos de caballo, que suponen más del18% de las tumbas con ajuar, y un 2,8% del totalde enterramientos, con varios niveles de riqueza.En el segundo grupo incluiría a los artesanos,cuyos ajuares contienen punzones y algunasherramientas y que representan, aproximada-mente, el 5% de los enterramientos con ajuar y el0,7% del total. En un tercer grupo incluye a lasmujeres, que identifica por su asociación confusayolas y pequeños elementos de adorno,como brazaletes, anillos o fíbulas, y que suponeel 19,5% de las tumbas con ajuar y el 3% deltotal. Por último, el cuarto grupo –otros- lo cons-tituyen aquellos enterramientos que contienenvasos cerámicos y algunos elementos de adorno,y que representan el 57,5% de las tumbas conajuar y el 8,8% del total. Si tenemos en cuentasólo las tumbas con ajuar, la composición resul-ta bastante similar en el cementerio de La Osera.Sobre esta última necrópolis - que estuvo en usoaproximadamente entre los s. IV y III a C.,I.Baquedano ha publicado diferentes estudios enlos últimos años (1996; 2001; 2010). Esta inves-tigadora corrobora la pirámide social con loscuatro grupos característicos que acabamos dever: una élite militar a la cabeza y un grupo deguerreros más modestos, por debajo de ellos losartesanos, comerciantes y mujeres y, finalmente,los enterramientos sin ajuares que corresponde-rían a la gente más humilde. Los ajuares, comohemos indicado, reflejan una jerarquizaciónsocial y varía desde una urna y una panopliacompleta de guerrero en las tumbas más ricas,con espada, dos lanzas, escudo y casco en conta-das ocasiones, a tumbas pobres, sin armas o consolo una lanza.

El auge de las necrópolis se produce hacia el s.IV a.C., cuando se generalizan las tumbas ricasque evidencian una sociedad regida por las élitesguerreras con frecuentes atalajes de caballo queconstatan la formación de una clase aristocráticaecuestre. Además de las armas, -en general ritual-mente inutilizadas-, y los arreos de caballo, entrelos ajuares encontramos también objetos de ador-

no personal como fíbulas, broches de cinturón,pectorales, collares, canicas, fusayolas, agujas,etc. (Burillo, 1990; Álvarez Sanchís, 2001;Lorrio, 2001; Álvarez Sanchis et alii, 2001;Lorrio, 2001; Baquedano, 2001; Cerdeño, 2010;Baquedano y Martín, 2010). (fig 1)

Como vemos por estas clasificaciones, lasmujeres se incluyen, en su conjunto, en un únicogrupo social, sin tener en cuenta las diferenciasentre los diversos tipos de enterramientos feme-ninos, en función de sus características, empla-zamiento, diversidad de ajuar, etc.

La creencia en la inmortalidad llevó a estospueblos a trasladar al ámbito de ultratumba, for-mando parte de su ajuar, aquellos elementos quedurante la vida habían simbolizado su estatus,ya sea por sexo, edad o condición social, asícomo a incluir frecuentemente alimentos(Sagardoy y Chorda, 2010; Sanz, Romero yGorri, 2010). Aunque este último aspecto hasido relegado en muchos estudios, su importan-cia resulta manifiesta. De hecho, P. Brun (2009)incluye, entre los rasgos que caracteriza comoinherentes a la conducta aristocrática de losvarones guerreros, -junto al armamento, la con-ducción del caballo, y los objetos de adorno per-sonal-, el banquete . Las necrópolis, como entantas culturas, cumplieron la doble finalidad deacogimiento definitivo para el muerto, perotambién de lugar de culto para los vivos. De estaforma, en algunos casos encontramos una seriede recipientes que acompañaban al difunto yque posiblemente formaron parte del ritual delbanquete funerario y que contendrían restos decomida, leche, vino y cerveza. Entre la comidaconsumida durante estos actos fúnebres, destacala carne. Podemos citar la presencia de carne devaca, oveja y ciervo en las necrópolis deSigüenza, Molina, La Yunta y Aragoncilo(Cerdeño y García Huerta, 2005; Cerdeño,2010); en Herrería, por su parte, se constatatambién la existencia de aves (Sagardoy yChorda, 2010) y en Pintia de cordero, conejo ycerdo (Sanz Mínguez, 1997; Sanz Mínguez etalii, 2003: 155; Sanz Mínguez y RomeroCarnicero, 2010: 406). También los análisispaleoantropológicos realizados en Numancianos indican la existencia de diferentes patronesalimenticios (Jimeno et alii, 1996).

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Figura 1. Cuadro evolutivo de los ajuares funerarios celtibéricos(según Lorrio 2001, pág 190)

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El consumo de carnes durante el banquetefunerario, debíó implicar un importante reconoci-miento social. Nos interesa destacar, como vere-mos por los datos aportados por excavacionesrecientes, que no encontramos sólo indicios debanquetes funerarios vinculados con las tumbasde varones, sino también en tumbas destacadaspor su rico ajuar, tanto femeninas como infantiles(Sanz Minguez; Romero Carnicero y GórrizGañán, 2010). En cuanto a la bebida, además dela leche, podemos citar el consumo de cerveza yel vino. En relación con el consumo de esta últi-ma bebida, son muy interesantes los trabajos quevienen desarrollándose en los últimos años, tantoen necrópolis como en ambientes domésticos(Burillo, 2010; Sanz, Romero y Gorriz, 2010). Enconcreto, destaca el caso de la necrópolis de LasRuedas de Pintia, donde se demuestra que, aligual que ocurre con las carnes, el consumo devino se realizaba también en los enterramientosde mujeres y niños de alto estatus (Sanz Mínguez;Romero Carnicero y Górriz Gañán , 2010). Esimportante resaltar cómo las investigaciones

arqueológicas en torno a la comensalidad en dife-rentes épocas, están aportando datos muy intere-santes, como se recoge en la reciente publicacióncoordinada por Aranda; Montón y SánchezRomero (2011).

Por otra parte, es muy posible, -aunque difícilde comprobar- como sabemos por otras culturas,que fueran las mujeres las encargadas de la pre-paración de los alimentos durante estas ceremo-nias (Gilchrist, 2005; Delgado y Ferrer, 2007;Delgado y Ferrer). De hecho, entre los recipientesdepositados en los enterramientos, podemosencontrar una tipología cerámica completa de lavajilla de cocina.

Un segundo tipo de ritual mencionado por lasfuentes clasícas, y corroborado por la iconografíade la cerámica numantina, era el rito reservado -por su gran honor-, a los guerreros muertos encombate. El cadáver se dejaba expuesto para sudescarnación por parte de los buitres (Sopeña,2010 ) (fig 2 ) . También se han localizado ceno-tafios que no contenían restos óseos humanos, y

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Figura 2. Fragmento de cerámica con representación de un buitre de Numancia (Museo de Numancia)

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que se interpretan como las tumbas de individuoscuyos cadáveres no pudieron ser recuperados. Dehecho, en la necrópolis de Numancia, el 31% delas tumbas contienen exclusivamente restos defauna, que han sido interpretados como “enterra-mientos simbólicos, condicionados por la dificul-tad de recuperar los cadáveres” (Jimeno et alii,1996: 37). Es muy probable, por tanto, que estoscenotafios estuvieran honrando a individuos mas-culinos, seguramente pertenecientes al estamentode los guerreros.

Por su parte los niños de corta edad, neonatos,y fetos, se inhumaban en los espacios domésticos,en general bajo el suelo de las casas; ritual, quecomo sabemos, se constata también en el ámbitode los pueblos ibéricos. Sin embargo, tenemostambién ejemplos de enterramientos infantiles, engeneral dobles, incluidos en las necrópolis, conricos ajuares y con restos de banquetes funerario(Torija et alii, 2010; Sanz Mínguez y RomeroCarnicero, 2010).

LA PRESENCIA DE ENTERRAMIENTOS FEME-NINOS

Solo a partir de la década de 1980, con losnuevos planteamientos teóricos que llegan a lainvestigación española, se empiezan a superar losestudios centrados en los análisis de los ajuares yla tipología de las urnas, y comienzan a plantear-se cuestiones relacionadas con las estructurassociales, la edad y los propios ritos funerarios. Sinembargo, aún hoy en día, la información disponi-ble sobre los diferentes segmentos sociales deestas poblaciones es muy escasa y en muchas oca-siones, como hemos visto, se incluye al grupo demujeres, como si se tratara de un grupo social uni-forme. La fascinación que sintieron los primerosexcavadores por las armas de los ajuares, hizo quetodo su interés se centrara en los guerreros e impi-dió siquiera visibilizar a otros grupos de pobla-ción y entre estos últimos, destaca la ausencia rei-terada de información relativa a los posibles ente-rramientos femeninos. Es cierto que en algunasocasiones, se plantea que la falta de armas y lapresencia de determinados objetos como brochesde cinturón, collares, fíbulas, y fusayolas, agujasde coser, etc., pudieran ser indicativas de la pre-sencia de tumbas de mujeres. Este sería el caso delas necrópolis de Las Cogotas o La Osera, dondeuno de estos grupos- como ya hemos señalado- loformarían las tumbas sin armas, pero con alguna

pieza de otro tipo. Sus ajuares varían desde unrecipiente cerámico hasta pequeñas piezas deadorno, generalmente de bronce, relacionadas conla indumentaria -fíbulas, brazaletes, cuentas decollar, etc.-, o con actividades vinculadas almundo del tejido, como las fusayolas o agujas.Desgraciadamente, a partir de los datos aportadospor las antiguas excavaciones, no se pueden reali-zar análisis que confirmen o refuten algunas deestas hipótesis pero, en general, diversos investi-gadores, entre otros Martin Valls (1999);Baquedano ( 2001); y Álvarez Sanchis (2004),consideran este grupo de enterramientos comofemenino, debido a la relación de su proximidadcon el segmento “más rico” dentro de los gruposque poseen armamento. Sin embargo, la prácticaausencia de estudios paleoantropológicos, comoacabamos de comentar, ha dificultado la aproxi-mación al estudio del mundo funerario de estospueblos peninsulares, a partir del género; gruposde edad; etc. ya que la información que tenemossobre la presencia de enterramientos femeninos sereduce a muy pocas necrópolis. En algunos casos,son las tumbas dobles las que nos han aportadodatos interesantes. Los casos más frecuentes sonlas tumbas de adulto e infantil interpretadas, engeneral, como madre e hijo, o bien la de dos adul-tos, varón y mujer, unidos seguramente por vín-culos familiares, aunque sin pruebas de ADN quelo confirmen. Una de las necrópolis que ofrecedatos interesantes es Carratiermes (Tiermes,Soria) - que estuvo en uso desde el s. VI hasta suabandono en el s. I d.C- donde se han excavado644 tumbas, que han arrojado una importantísimadocumentación sobre diferentes aspectos de lacultura material: tipología cerámica, armamento,adornos, etc. (Argente et alii, 2001). Los estudiosantropológicos realizados han revelado un equili-brio entre la ratio de varones y mujeres, así comola existencia de 28 tumbas con dobles cremacio-nes de mujeres y niños o de dos adultos, varón ymujer. La media de edad se situaba entre los 30-35 años, aunque hay individuos que alcanzaronlos 60 ó 70 años de edad (Argente et alii, 2001).También resultan interesantes los datos sobrealgunos conjuntos dobles como las tumbas 30 y50 de la necrópolis vaccea de Las Ruedas, Pintia(Padilla de Duero, Valladolid). Nos referimos aenterramientios sincrónicos que han sido objetode depósito en un loculus único o común y que,por tanto, cabe suponer que mantuvieran en vida,algún tipo de vínculo muy estrecho. Así, en lasepultura 30 una pequeña laja caliza servía de

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separación a dos urnas cinerarias y sus ajuares yofrendas correspondientes. Los análisis antropo-lógicos han concluído que se trataba de un varónde 40-50 años y de una mujer de 18-20 años. Losdiecisiete objetos que incluye el primero, frente alos siete de la segunda han permitido, a sus exca-vadores interpretarla como la tumba de un guerre-ro de estatus elevado y una mujer estrechamentevinculada a él (Sanz Mínguez y Martín Valls,2001). Las últimas investigaciones en esta necró-polis vaccea de Pintia, con cuatro nuevas tumbasfemeninas (Sanz Mínguez y Romero Carnicero,2010) , están aportando datos muy interesantesque abren nuevas perspectivas en el conocimien-to de la estructura social deestas poblaciones. Se tratade las tumbas de tres muje-res y una niña, que nos indi-can la existencia de enterra-mientos femeninos de altoestatus, posiblemente vin-culados a las élites guerre-ras. Se fechan en torno als.II a C. La Tumba 122 seidentifica con una mujerjoven. Entre los objetos queformaban parte de su ajuar,destaca un extraordinariobroche de cinturón de bron-ce, que ratifica su alto esta-tus social, así como la pre-sencia de varios contenedo-res de ungüentos a base deaceite de oliva perfumado.Asimismo, como parte delritual funerario, se debióincluir un banquete funera-rio, en el que se utilizarondiferentes recipientes comouna olla con restos de cor-dero o la crátera para elvino (Sanz Mínguez yRomero Carnicero, 2010,404-406).

Otro caso, que podemosdestacar, es la llamadaTumba 127 a y b. Se tratade un conjunto doble y sin-crónico, con la asociaciónde dos individuos dentrodel mismo loculus. Susexcavadores consideranque nos hallamos ante

relaciones de parentesco. Se trata de una mujeradulta y una niña de unos 8 años, tal vez madree hija. La tumba infantil es la más rica, lo que,según sus excavadores, demuestra que la riquezay el estatus social se adquirían entre los vacceos,a partir del nacimiento, incluidas las mujeres. Lariqueza de estos conjuntos queda en evidenciapor el importante número de objetos: 21 la mujeradulta y 67 la niña, así como por las numerosasofrendas de animales. El conjunto 127a, (fig 3)que corresponde a la mujer adulta, contiene,entre otros objetos, dos ollas, una de ellas utili-zada como urna funeraria, una cajita zoomorfa,cuatro canicas y una fusayola. Destacan, asimis-

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Figura 3. Conjunto funerario 127a Pintia(según Sanz Minguez y Romero Carnicero, 2010)

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mo, elementos para fuego miniaturizados de hie-rro: una parrilla y dos pinzas que, junto con losrestos de cordero y cerdo, testimoniarían, asi-mismo, la existencia del banquete funerario(Sanz Mínguez y Romero Carnicero, 2010, 406-407). El conjunto 127b (fig 4), por su parte,coincide con el enterramiento infantil que, comoya hemos comentado, muestra una mayor rique-za y variedad de objetos, entre los que destacandiferentes recipientes de cerámica; objetos de

pasta vítrea; ámbar; piedra caliza; hierro, broncee incluso un huevo pintado. Además de un con-junto de 6 fíbulas, 19 cánicas, una cajita y unsonajero, adornos de cerámica para el cabello,etc . También están presentes objetos miniaturi-zados de hierro, de nuevo una parrilla y unaspinzas para el fuego que, en palabras de susexcavadores, constituyen una referencia simbó-lica al banquete funerario (Sanz Mínguez yRomero Carnicero, 2010: 407).

Figura 4. Conjunto funerario 127b Pintia (según Sanz Minguez y Romero Carnicero, 2010)

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Si, en efecto, se trata de un enterramiento deuna madre con su hija, no deja de sorprendernosque el individuo infantil tuviera un mayor estatusque la madre, como pone en evidencia su desta-cadísimo ajuar.

Por último, queremos referirnos a la Tumba128 de esta misma necrópolis (Sanz Mínguez yRomero Carnicero, 2010: 407-410). Se trata delenterramiento de una mujer adulta, cuyo ajuarestaba compuesto por un importante conjuntocerámico: una cajita zoomorfa, un cuchillo dehierro, una aguja de coser de bronce y dos cuen-tas de collar de pasta vítrea y abundantísimosrestos faunísticos, con presencia mayoritaria decordero, conejo y también cerdo que, una vezmás, ponen de manifiesto la importancia que sedio al banquete funerario en estos enterramien-tos. Por ello, queda patente, que el banquete for-maba parte también de los rituales funerarios delas mujeres de alto estatus y no sólo de los varo-nes (Arnold 1996).

Un tema recurrente en la investigación es elque plantea la importancia del establecimiento ymantenimiento de las relaciones intercomunita-rias a través del matrimonio fuera del grupo defiliación. La consecuencia habitual sería que lasmujeres viajarían de su grupo endógeno al ajeno,para reforzar las alianzas entre dos grupos, comoya señaló para estos mismos pueblos, hace algu-nos años, Sánchez Moreno (1997). Sin embargo,resulta compleja la constatación arqueológica deeste hecho, aunque se ha sugerido que algunosbroches de cinturón de Pintia podrían correspon-der a “princesas turmogas” desposadas con “prín-cipes vacceos (Sanz Minguez y RomeroCarnicero, 2010). El tema de los matrimoniosexógenos se está estudiando con detenimiento enotras culturas, como en la Cultura Campaniforme,o en la E. del Hierro escandinavo, en las que losanálisis de isótopos (relacionados con la alimen-tación, consumos de agua, etc) están aportandoresultados muy interesantes (Dommasnes 2012),pero exceden el espacio de este artículo.

REFLEXIONES FINALES

Está claro, que en el momento actual de nues-tras investigaciones, se hace indispensable contarcon análisis osteológicos fíables que permitanidentificar por sí mismos- y no en función de suajuar-, el sexo y la edad de los individuos deposi-tados en las necrópolis. Es posible que, al igual

que ocurre en algunas tumbas de la cultura ibéri-ca, en ciertos enterramientos, la presencia dearmas y atalajes puedan ser indicativos de su ads-cripción a grupos sociales, por lo que determina-das mujeres e individuos infantiles, podrían tam-bién enterrarse con los objetos que son propios desu rango. Esto nos lleva, asimismo, a rechazar laconsideración de las mujeres como un gruposocial, desmentido por los resultados de las exca-vaciones en diversas necrópolis, entre la quepodemos destacar Las Ruedas, en Pintia(Valladolid). No negamos, sin embargo, la necesi-dad de definir los ajuares en función de grupos degénero y edad, pero siempre apoyados en los aná-lisis paleoantropológicos. Otro aspecto destacablees la importancia que tuvieron los banquetes fune-rarios entre estas poblaciones, tanto en varonescomo en mujeres e infantiles de alto estatus. Esmuy posible, además, que éstas últimas jugaranun papel destacable en los rituales funerarios,tanto en la preparación del cadáver, como en laelaboración del propio banquete funerario, siseguimos el ejemplo de otras muchas culturas.

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