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Iquitos y la rebelión de las leyendas | Percy Meza

Título original: Iquitos y la Rebelión de las Leyendas

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Diseño de portada: Percy Meza

Escrito en Iquitos, Perú.

Cualquier forma de venta externa, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con autorización de sus titulares, salvo excepciones. Consultar con el autor a través de sus canales oficiales si necesita fotocipiar o escanear algun fragmento de la obra con propósitos ajenos.

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Un día en Virgen de Loreto

Iquitos está ubicado en una región donde la temperatura es inestable y, con frecuencia, el calor se concentraba como un paño mojado. La tarde estaba evidentemente abrasadora, ni hablar del mediodía que pareció un hervidero. Mientras Ayrton acompañaba a su abuela hacia el Mercado Central, el cielo se destiñó ligeramente, y el celeste empezó a degradarse. Eran las 4:00 pm. El motocarro rugió con más violencia cuando el semáforo se puso en verde, y avanzaron por el jirón Tacna, rodeado por un tráfico humeante y pesado. Pudo verse en todo el trayecto que la abuela Veradeth se había arrepentido en subir a un vehículo viejo y ruidoso. — ¿Y qué vas a hacer con una planta en tu colegio? —Es para el curso de Ciencias, Tecnología y Ambiente. Cada uno tenemos que llevar uno para revisar sus partes, estudiarlo, y luego lo llevaremos a plantarlos en un paseo para el sábado… ¡Asu, qué eso! El tránsito fue cubierto por un denso humo. — ¡Parrillada será! —gritó el motocarrista. —Esos motocarros viejos deberían desaparecer… —espetó Veradeth. Sacó una toallita bordada y se tapó el acongojado rostro. El motocarrista adelantó al vehículo humeante, y el aire claro volvió, aunque realmente turbio porque estaba frente al trasero de un jumbo. —Yo pensaba que esos motocarros habían desaparecido —dijo Ayrton pensativo—. ¿El alcalde no había hecho eso de las Vías Verdes? ¡Ahí está eso! El muchacho indicó un cartel atado a un poste de luz; varios de esos estaban atados como estandartes publicitarios. El título del

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proyecto era muy visible por su color verde fosforescente. —Sería bueno que hagan eso —dijo la señora Veradeth. Pestañeo y no dejó de observar acongojada la calle. Hablar de temas políticos y seguridad ciudadana con Veradeth era difícil. Vivía con poco alarma sobre el exterior contemporáneo de la ciudad, y siempre tenía la concentración en tener listo la comida del día para la familia o mirar alguna telenovela mexicana por las tardes. Era una mujer que había vivido atada a la cocina por muchísimos años. Y para afirmar otros aspectos, su obligación civil al voto electoral había llegado a su final hace siete años, y estaba a su voluntad a votar, es decir, vivía sin noticias sobre las propuestas modernas de los nuevos candidatos. Ayrton no podía entablar una conversación de gustos variados con ella más que preguntar la receta de un jugoso escabeche. El tránsito se restableció en un semáforo y el motocarro viró a la derecha, a la 5ta cuadra del jirón Sargento Lores. Descendieron la notable loma de la vía, y se estacionaron frente al Mercado Central. A pesar de las horas vespertinas, el lugar tenía una fila de vehículos estacionados, amas de casa en compras y varias juguerías de desayuno transformados en eventuales sitios para cenar. —Kevin, la próxima vez debes avisar más temprano para comprar esa planta —dijo Veradeth. La abuela se acostumbraba a llamarlo por su segundo nombre—. Tienes suerte que esté está abierto hasta cierto tiempo del día. —¿Hasta qué hora abren? —preguntó. Desde niño, conocía la existencia de ese lugar, pero no sabía cómo era el movimiento dentro de ella. —Hasta las 5 y tanto, creo. No sé… —dijo la abuelita sin prestar atención. Finalizó el costo del pasaje con el conductor—. Ahí está; 2 soles. Y me quería cobrar 2 y medio hasta aquí… Si está bien cerquita. Luego de desmontar el motocarro, ingresaron a una sección del mercado que simulaba a un invernadero iluminado por claraboyas. Un grupo de longevas vendedoras adornaban el sitio con estantes de plantas y varios sacos abiertos con guano. Algunas plantas tenían frondosas y brillantes cabelleras de hojas que, juntas, parecían gruesas guirnaldas. Las señoras se acercaron para llamar la atención de la señora Veradeth y el muchacho, pero la abuela sólo avanzó.

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—No hagas caso —susurró Veradeth y mostró el serio rostro de bulldog viejo—. Conozco una señora que nos venderá más cómodo. Las señoras siguieron acercándose con un mandil manchado de guano, pero al ver la expresión de Veradeth se detuvieron y se concentraron en otros posibles compradores recién llegados. —Ahí está la caserita. Llegaron a un nutrido puesto de plantas. Tenía los mismos altos estantes repletos de tupidas y coloridas plantas, y tipos de maceta colgantes o de reposo. La rechoncha vendedora estaba rodeada por varios sacos de guano. Uno podía pensar que la mujer era otro saco porque tenía la contextura acolchonada, y se apretujaba entre los sacos como almohadas. —Caserita. ¿Cómo está? —Hola, doñita. Estoy bien, gracias… —Se nota que ha subido de peso -dijo la señora Veradeth inmediatamente. —Jeje. Creo que sí pasó algo -sonrió la vendedora. La expresión fue graciosa porque los ojos cerrados se arquearon hacia arriba y la boca hizo una inexplicable sonrisa de pena. Ayrton supuso que la mujer no esperaba esa apreciación tan confianzuda; pensó que subiría el precio de cualquier cosa por venganza, y Veradeth terminaría preguntando por el guano a otra vendedora. No obstante, la mujer dijo tranquilamente: — ¿Qué es lo que busca, doña? —Una planta y una bolsa de guano. —Tenemos todo tipo de plantitas… —Elige una, Kevin. —¿Cuál quiere, joven? La vendedora mostró un estante de varias plantas pequeñas, cada una reposando dentro de una bolsita de guano. Ayrton no conocía entre ellas, así que no sabía exactamente elegir una en especial. —¿Cualquiera? —disimuló su torpeza. Toqueteó la hoja de una planta y frunció el ceño. —Sí… Aja… Esa es bonita. Brotan unas florcitas amarillas -señaló la mujer desde su apretujada ubicación. Ayrton miró las demás plantas. Entregaron el mismo aspecto. —Me llevo la de las florcitas amarillas. —¿Cuánto está?

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—3 solcitos, doñita -dijo la vendedora quien había alistado una bolsa de papel. —Dame también una bolsa de guano. —1 sol y medio. —Dame. La plantita fue colocada dentro de la bolsa de papel con cuidado. —¿Cuánto tardará en crecer? -dijo Ayrton. —Unos meses. Esa plantita crece rápido, y en unas semanas, cuando ve el sol, sus florcitas brotan. —Para qué me dijiste que te pidieron la plantita -pestañeó la señora Veradeth. —Es para una exposición que tendremos en el IIAP. Cada uno llevará una planta como una especie de identidad personal… —Ahm. Mira… -asintió la vendedora curiosa. —Le pondremos un nombre… Todo eso. —Qué bonito. Espero que hayas elegido bien tu planta —hizo una mueca de aprobación. Compartió una mirada de entusiasmo con la vendedora, quien volvió a mostrar la graciosa expresión, pero más jocosa. Definitivamente, Ayrton pudo comparar su rostro a la máscara feliz del símbolo del teatro. —Yo ni enterada que hacía esa clase de conexión con la naturaleza —comentó la vendedora. —Entonces, si vas a ser así, será mejor que la pongas en un macetero. ¿A cuánto tus maceteros, caserita? —Está bien así, abuelita —se apresuró Ayrton. —Con un maceterito estará presentable, joven —sonrió. —Sí, Kevin. —De acuerdo, abuela —dijo Ayrton rendido. Continuó contemplando la colección impresionante de plantas sobre los estantes. Diferenció unos cuantos que tenían florescencias. La señora acercó un pequeño macetero de barro rústico, que parecía importada de alguna tierra europea lejana. —Ay, qué bonito. Va a quedar precioso tu trabajo, Kevin —canturreó la abuela. La vendedora entregó la plantita, el macetero y el guano a Ayrton en una bolsita. —¡Ayrton! —llamó una voz.

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El muchacho respingó. Vió entrar a Lenin al local ondeando la mano en alto y con una sonrisa. Llevó la delantera a una curiosa señora. —Ayrton, hola, amigo. ¿Qué haces? —saludó Lenin con jadeos—. ¡Ah! Hola, señora... Soy amigo de Ayrton. —Es un amigo del colegio, abuela. Lenin —presentó Ayrton nervioso. —Buenas tardes, un gusto conocerla —terminó Lenin con cierto entusiasmo. —Estaba comprando la planta que nos pidieron en clase. Es una que da flores amarillas. —¡Genial! Yo vengo a hacer unas compras rápidas... Rapiditas, nada más —farfulló Lenin. La curiosa señora se aproximó inadvertidamente. Estaba ataviada con una divertida blusa de saltonas figuras geométricas, y una decente falda gris en forma de campana. Tenía un ajustado corte de cabello que se untaba hacia afuera como flecos. Todo este colorido conjunto le entregaba un aire rejuvenecido y de buenas vibras. Ayrton pensó que se trataba de una señora bastante sociable a simple vista. La primera impresión no fue de altanería, sino de contemporaneidad. —Hola, buenas noches. Pomcey Ayahuany. Soy mamá de Lenin —saludó a la abuela Veradeth. Los ojos de Señora Veradeth escaneaban la presencia de la mujer. Ambas tenían la misma estatura, y aparentemente, la misma edad. A Ayrton le pareció muy particular que Lenin tenga una madre tan avanzada en edad mientras él se veía muy joven. Sin embargo, Señora Ayahuany tenia un brillo arrollador en el local. Ayrton nunca había visto tan recelosa a su abuela. El muchacho se sintió un poco entretenido. —¿Qué vas a comprar, Lenin? ¿Tu planta? —No, no, ya la compré. Vengo a comprar guano... —Hola, Ayrton. Lenin me habla mucho de ti —intervino Señora Ayahuany. —¿Sí...? –recobró Ayrton. —Ujum, sí. Siempre le paró contando nuestras anécdotas en el colegio... ¿Te acuerdas cuando fuimos a visitar al fantasma del tercer piso del colegio?

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Señora Veradeth dibujó una expresión de indignación en el rostro. Se aproximó un poco, entreabrió los labios, intentando decir algo, pero su ademán fue cortado por la algarabía de Lenin. —¡Claro que te acuerdas! —chilló Lenin— Pero no encontramos nada, pero dio miedo. Ayrton percibió la incomodidad de su abuela, pero tuvo toda la atención y la sorpresa ante la relación entre Lenin y su madre, el cual resultaba espontánea y muy relajada. Ambos tenían sentido de aventura, sin preocupaciones y alarmas. —Ayrton, ¿cuándo pasó eso? Te has escapado de clases —afirmó Señora Veradeth con mucho aplomo. —No... —No, no, señora. No escapamos de clase —se apresuró Lenin—. Eso fue saliendo de Educación Física... Su nieto es demasiado pegado a los principios del colegio. Lenin mitigó la tensión, pero mintió completamente sobre vivir apegado al colegio. Ayrton se sintió como un niño prodigio de Sor Catalina. —Es bueno siempre en cuando que los muchachos exploren los peligros —inició Señora Ayahuany. Dirigió un semblante bastante ameno a Señora Veradeth—. El Estado hizo un poquito mal al aumentar las horas. No hay tiempo para la recreación y la imaginación. Los niños no aprenden con más horas. Estar sentado por varias horas en una carpeta es una tortura... —Compraré el gua... —se detuvo. —Pero así aprenden mejor —replicó Señora Veradeth con un semblante fijo. Pestañeó nerviosamente tras sus enormes gafas de montura dorada—. Hay más tiempo para tener los temas en la cabeza. En mis tiempos, así se podía tener las cosas más claramente. Lenin se quedó visiblemente petrificado ante el ligero debate. —Entiendo su postura, señora. Solo recuerde que si no hubiesen existido niños con mente despierta a lo largo de los tiempos, nunca se hubiera descubierto las terribles carencias de la educación de antaño. Todo evoluciona, todo se perfecciona. Señora Veradeth levantó una ceja, y se acomodó mejor el bolso en el hombre, apretándolo más hacia ella. —Bah, “mente despierta”. ¡Haraganes dirá! ¿Así llama a esos

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jovencitos que paran todo el tiempo en esos aparatos tecleando parecen unos mongolitos? Ayau, mis ojos. Por suerte, mi Kevin no tiene esas cosas en casa, si no estaría como un eteco. —Ay, señora, debe abrir su mente, no puede todo ahí cubierta de polvo —dijo Señora Ayahuany sonriendo. Pareció que alguna vendedora lanzó una risita a lo lejos. Señora Veradeth hizo el ademán de replicar, pero se quedó sin palabras. Ayrton detectó el rostro compungido de su abuela. Luego de un brevísimo pero tenso momento, Lenin rompió la escena. —Mamá… Ya compré el guano… —dijo entre dientes, y luego le dio una mirada de regaño a Señora Ayahuany. La abuela de Ayrton miró en derredor rápidamente, y se detuvo en su nieto. —Bueno, nos retiramos —dijo, algo dolida. Posó su mano sobre el hombre de Ayrton, y lo empujó. Al mismo tiempo, la anciana mujer miró con una sonrisa falsa a Ayahuany—. Ha sido gusto hablar con usted. Cuídese mucho. Le recomiendo que no esté mucho en el sol. Las arrugas pueden empeorar. Ayrton sintió los bruscos empujoncitos de su abuela mientras intentaba no sacudir tanto su bolsita de compra. Antes de alejarse demasiado, miró sobre el hombro y despidió a Lenin y su madre, quienes tenían cara de culpa. —¡Nos vemos mañana en la clase de CTA, Ayrton! —saltó Lenin. —¿Qué se ha creído esa mujer? —susurró Señora Veradeth—. Ayrton, te prohíbo que te juntes con ese muchacho. Evidentemente, Ayrton no haría caso.

* * *

—Bueno, chicos. Eso es todo. Recuerden llevar sus plantitas, materiales de exposición y su equipo de campo. Sus compañeros de grupo ya están integrados. Estudien mucho. Deben estar aquí antes de las 7 de la mañana. El bus sale y el que no haya subido será puesto con falta de asistencia.

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La profesora Maritza Salvatierra agarró sus cosas de la mesa de profesores y salió del aula, dejando a todos los del 3-A con sus plantitas compradas. El barullo en el aula reinició al instante. Las patas de los atriles chirriaron en el suelo, y los murmurios comenzaron. —Es una gran suegte que seas mi compañero de grupo, Aygton —apareció Narciso junto a Ayrton, dándole una palmadita—. Me das mucha confianza. Ayrton asintió nervioso. —Es un buen ñaño —entonó Lenin desde su atril, mientras revisaba su plantita—. Bueno, tenemos suerte que los 4 seamos un grupo de exposición. Imagínate que te haya tocado con Tyson Burga —susurró. —Ni me imagino —susurró Ayrton. —Entonces, hay que reunirnos hoy después de Educación Física en tu casa, Ayrton —intervino Selva rápidamente, saliendo de su conversación con Andrea Masari y Valeria Moz quienes miraban atentamente la espalda de Narciso—. Llevaré piqueos. —Que pesada —dijo Lenin. —Ay, no. Déjame engreír al nuevo compañero de clase —dijo Selva impaciente. —¿Piensas que con comida vas a ganarle su corazón? —espetó Lenin. —Ay, no. Que ya vuelta dices —respingó la muchacha—. No le hagas caso, es un idiotita —se dirigió a Narciso con una risita. De pronto, el silbido de un micrófono resonó en todo el colegio. Los parlantes que acostumbraban reproducir música en las horas de recreo hicieron oír que un profesor se aclaró la garganta. —Los profesores en estos momentos tendrá una reunión de actualización. Tomará unos minutos en llegar a sus aulas. Por favor, aguardar por la siguiente clase y no generar desorden —recito una voz gruesa. Los alumnos del 3-A se miraron entre ellos. Algunos se levantaron de sus asientos, y rodearon las filas para formar grupos para conversar. —Bueno, es el momento para conocerte mucho mejor —dijo Lenin—. Siéntate en el asiento de Sandro.

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Narciso fue abrazado socialmente por Ayrton, Selva y Lenin, y otros chicos como Robert Laulate, Bruno Hemeryth, Valeria y Andrea. Estaban entusiasmados por preguntar anécdotas al niño francés, y él respondió sacando algunas fotografías de su mochila que estaban pegadas a una agenda. —Mi visita a Iquitos se dio pog vaguías gazones —contó Narciso—. Conoceg la tiega natal de mi madre… Esto lo sigo guepitiendo. Y también paga conocer otra cultuga, un lugag distinto… Eh. Cambiemos de tema. ¿Qué me cuentan ustedes? ¿Cómo es el colegio? La diguectoga no se dio el tiempo de darme un promenade. — ¿Un qué? —dijeron todos, en dispareja sincronización. —Pro… Prome… Este… Enseñagme como es el colegio. —¡Ah! Creo que quiso decir «darme una vueltita» —supuso Robert mirando con sus cuadrados anteojos. — ¿Vueltita? —Repuso Bruno, con el entrecejo fruncido—. ¿Quién supone una vueltita? Eso fue una suposición muy peruana. —Una vuelta. ¡Claro! Un tour. Eso era, pego dejemos eso. Cuéntenme, pog favog. ¿Cómo es aquí? —Bueno, Virgen de Loreto es un colegio privado parroquial —explicó Ayrton—. Tiene un sistema católico y todo eso. El sistema educativo acá es de primero de secundaria hasta quinto de secundaria. Uno estaría terminando con 16 años y sale para la universidad. —Si uno quiere —dijo Bruno. Ayrton sacó su horario de clases del 3-A, y lo puso sobre su atril.

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—Tenemos dos recreos como ya lo viste, uno a las 9 y media y el otro a las 11 y media. El último es más corto. —Cada asignatura es impartida por un profesor diferente, y el tutor de esta sección, el 3-A, es la profesora Cristina Guerra. —Cristina Guega —repitió Narciso. Había sacado su horario también, y escribió el nombre de la tutora sobre la tabla con una caligrafía corrida y tipografica. Lo único que pudo diferenciarse fueron las letras capitales y la extensión de ambas palabras—. Veo que ahoguita nos toca la clase de Inglés con el profesor Artemio Zagaceta, y mañana a primega hoga, tendguemos Francés con Exberlita Vargas. Allons donc! ¿Desde cuándo enseñan francés aquí? —Desde 2017. Las clases de idiomas se volvieron prioridad, incluso tenemos clases de cocama-cocamilla —dijo Ayrton e indicó la clase para el viernes—. Es una lengua amazónica. — ¿Cómo es el idioma? Los chicos no respondieron. Dieron la impresión que no habían logrado aprobar algún examen de cocama-cocamilla. Lenin cerró su libro llamado Las playas de la lengua, y se aproximó a Narciso. —Préstame un papel. —Ya que el español y el francés son idiomas bastantes conocidos, creo un poco de introducción lingüística sería interesante —dijo Lenin, y guiñó a Narciso—. Bueno, comenzamos con los números.

1 - huepe2 - mucuica

3 - mutsapirica4 - iruaca5 - pichca6 - socta7 - cansi8 - pusa9 - iscun

10 - chunga

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—Suena como el japonais. ¿Y cómo conoces sobge eso? —Mi mamá me enseñó —dijo Lenin. Sacó un libro de portada verde y lila titulado Lecciones de cocama: aprende lo que no pudiste conocer de la mochila—. De todos modos, siempre llevo este libro en la mochila en caso de emergencia. —Lenin es un chancón en muchos temas de los cursos. A veces le gana a Robert —dijo Selva con ironía. El amigo le miró con ácido reojo. —En ese caso, el cocama es un poquito complicado —continuó—. La pronunciación para los hombres es distinta para las mujeres. Después de todo, es fácil… Uriacati, ¿mañatipa ene? Y tu respondes: Eranan ta. «Estoy bien». —E-ga-nan ta —silabó Narciso. Una pequeña risa general, y el niño francés se sonrojó por primera vez. — ¿Acá en Iquitos hablan este idioma? —Desgraciadamente, no —contestó Lenin—. Iquitos ha pasado por una evolución cosmopolita que ha desplazado muchos idiomas amazónicos, y ha dejado que el inglés y el español sean dominantes. Recién se han puesto las pilas para re-valorar esos idiomas. Si es una ciudad cosmopolita, ¿por qué desplazar los idiomas? — ¿Cómo sabes tanto? —replicó Selva sorprendida. A través de los años, Lenin mostraba rasgos de una impresionante inteligencia, y una voraz sed por leer libros. La sacudida de haber desarrollado un eidetismo era una controvertida idea, además origen de una mordaz envidia en todo el salón. —No dejen de leer, niños... —respondió Lenin. ¡Fiiiiiiu! Un fulminante crujido silbó, y una bolita de papel se estrelló en la mejilla de Lenin. Salpicó con viscosidad, y dejó una marca de saliva cerca al ojo. —El chiquiviejo dando clases a los niños —espetó alguien. La declaración fue seguida por un cerrado estallido de risas—. ¡Vete a crecer mejor, maricón! Tyson Burga era considerado el chico más matón del salón. El muchacho era delgado (y bien pálido) con los brazos cubiertos de desdibujadas venas, y un rostro virtualmente ralo, casi sin cejas,

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y ocupada de descoloridas marcas de barros. Cuando cumplía un cometido, una sonrisa, seca y amplia, se perfilaba en su rostro del color de la leche ácida. En ese momento, estaba acompañado de sus mejores amigos, Carlos Calderón, Robinson Salazar y Héctor Matías. — ¿Por qué me miras con esa cara, Lenin? No hagas una mala impresión al nuevo alumno —con unos callosos dedos, sacó un bolita de papel de la boca. —Disculpa. Lo que acabas de haceg fue desagradable y guealmente aniñado. No hay gan difeguencia para tu estúpida y ejemplag inmaduguez —contradijo Narciso. Un afilado silencio tajó la tranquilidad y todos los muchachos del aula se quedaron anonadados. Varios ojos corrieron del ofendido Narciso hacia el ruborizado Tyson, y viceversa, y viceversa. Burga enrojeció a tal punto que el rubor tiñó sus pequeñas orejas hasta transformarse en dos rebanadas de tomate. En ese momento, el aula era una inmensa olla en incipiente ebullición, calentada por el insoportable calor y la tensión. Burga se levantó de la carpeta estrepitosamente, y dio una amenazadora vuelta para llegar lentamente frente a Narciso. Calderón, Salazar y Matías estaban tras él confundidos y un poco constipados. — ¿Por qué se demora tanto el profesor? —pensó Ayrton mirando a la puerta. —Mira, francesito. No significa que porque eres nuevo no te voy a hacer nada. Falta bautizarte para darte la verdadera bienvenida. — ¿Bautizag? ¿Acaso egues algún sacegdote para haceg eso? Deja de hablag tonteguías. —Detente, Tyson. No sigas… —pidió Lenin—. Si se enteran, te meterás en graves problemas. —Oh, cállate, maricón —sacudió el libro de Lenin, y provocó que golpeara su rostro—. Sigue leyendo esa huevada, ¿ya? —Por favog, compañego. No me digas que te ofende eso, y ¿te vas a defendeg así? Lo único que estás haciendo es afigmag que egues más idiota. Mejog, cálmate. —No sigas, Narciso —susurró Ayrton—. No, sigas. Es tan idiota que entenderá a la inversa... ¡PLAC! Un sonido sordo reventó el drama. Ayrton solo sintió un agudo golpe en su rostro, y el inmediato

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sabor de la sangre cerca a la comisura de los labios. Mientras el vertiginoso borrón se detuvo con la vista hacia el suelo, llevó la lengua a la herida y relamió el repliegue de la llaga. De pronto, estalló un pandemónium en el aula, y la carpeta de Narciso, donde Ayrton apoyaba el brazo por el mareo, desapareció, y la frente del muchacho cayó al vacío y raspó el escarchado de cemento de la pared. Luego de recibir varios rasguños, alguien le levantó por el hombro y regresó nuevamente al grupo. Narciso estaba frente a Tyson, encarándole muy furioso, y hablaba en un rápido y estropeado español que apenas pudo entenderse. El niño francés dio un empujoncito al bravucón, y éste lo miró con una expresión de reposo y determinación, de incredulidad de que le empujase y estuviese perdiendo el orgullo frente a todos por el simple hecho de que el nuevo alumno tuviera ciertos privilegios sociales. Los compañeros de Tyson no hicieron nada, y estaban entre pegar a Narciso y el miedo. Lo demás estuvo cargado por abucheos y risas inauditas. Entonces… —¡¿QUÉ ESTÁ SUCEDIENDO AQUÍ?! El pandemónium fue silenciado por un bramido relampagueante, y muy familiar. Todos volvieron la mirada hacia la puerta, y Sor Catalina, junto a la regordete auxiliar de pabellón Ernestina Camacho, estaban paradas como dos árboles erguidos y bien plantados; en el caso de la sor, destellante como un frío árbol nevado. Sor Catalina avanzó rígida y con premura hacia los chicos. Refunfuñó, con los ojos grises lanzando un brillo voraz, mientras el hábito se agitaba como una bandera en media tempestad. Se enfocó en la camisa manchada de sangre de Ayrton, y luego en Tyson y Narciso, más tiempo en Narciso, más tiempo en Narciso. —Esperaba algo mejor de usted, jovencito. Le va costar demasiado esto. Traigan sus agendas. A OBE. ¡AHORA! Se acercó a los muchachos, y agarró con fuerza de la manga de camisa de ambos. Tyson y Narciso fueron jalados con poca amabilidad; el niño francés mostraba un semblante indescriptible. Sor Catalina vio a Ayrton, y dijo: —Alguien acompañe a este muchacho a Enfermería. Lo espero en OBE. Selva apoyó para levantarse de la carpeta, pero Ayrton estaba

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decidido que nada de esto estaba bien, y estaba arriesgando muchas cosas. — ¡No! ¡E-e-está cometiendo un grave error! La sor se detuvo bruscamente, y los dos muchachos permanecieron quietos, a unos pasos de la puerta. — ¿Perdón? —No trate a Narciso de esa forma. Él no cometió nada malo. Tyson fue quien me pegó en la cara. Debe tratar con cuidado a quienes no están involucrados..., sor. — ¿Quién se ha creído para cuestionar mi forma de educar, jovencito? El silencio profundo, los gemidos y asombros se habían ocultado en alguna lugar del aula. —Lo… Lo cuestiono porque lo está haciendo mal. Todos mis amigos han visto que no hemos hecho nada… Chillidos amortiguados. —Narciso no ha hecho nada —repitió el muchacho. Sor Catalina se aproximó a Ayrton. El perfume floral invadió su nariz, pero similar al aroma artificial puesto sobre una persona, éste no disfrazaba la verdadera energía, el intenso desagrado que centelleó en sus ojos. —No me falte el respeto, alumno. Recuerde quien mantiene la posición de profesor ante esto y cuáles son los requisitos que logrará salvar el pescuezo de ambos muchachos. Nunca me ha interesado el favoritismo por nadie, ni calidad de ejemplo de un aula como este. Y para información de todos ustedes —se dirigió al atónito alumnado— el 3-A ha registrado la mayor lista de llamadas de atención que todos los de tercer año. ¿Qué confianza puedo tener de un aula que ha registrado eso? ¿Qué usted me va a mentir? Es muy posible. Podría sacar conclusiones acertadas de eso. Los dientes naturalmente amarillos se asomaron de vez en cuando una «s» silbó o un énfasis brotó de su enojo. —Está bien parado —miró a Ayrton de arriba abajo—. Entonces puede acompañarme con normalidad a OBE. Vamos, vamos —tomó al muchacho del hombro, y sintió un molesto empujoncito que lo enardeció. En un momento, pensó que la osadía de Cleomissy se transfirió a él.

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—Déjeme. ¿Qué le ocurre? Eh… Entiendo que es un profesor, pero no permitiré… que me trate como… si fuese un delincuente —lanzó Ayrton. Los ojos de sor Catalina estaban por salirse del rostro por la indignación. —¿Qué...? ¿Qué es esto? Ernestina, puede ayudarme a llevar a este grosero a OBE. La rolliza auxiliar, unos centímetros más bajita que él, asió a Ayrton por el hombro, y lo sacó de la tensa aula. — ¡Esperen! —¡¿Ahora qué más?! —quejó la sor. Selva vino tras ellos, y sobrepasó a los demás para aproximarse a Sor Catalina. Estaban justo frente a la puerta del 3-B, donde varios alumnos (sin compañía de un profesor también) posaron toda la atención en ellos. —Sor, sor. Qui-quisiera aclarar esto. Puedo decir lo que pasó. Yo-yo estuve ahí. —¿Qué cosa quisiera aclarar, alumna? Acabo de ver la verdadera actitud de ese muchacho, y qué confianza puedo tener de ti, alguien de esa aula. —¡Por favor! Tanto como Selva, y Ayrton, no sentía tensión por su pescuezo, de cierta forma estaba intacta. La gran preocupación era por Narciso y la posible elaboración de un registro que respaldaría un inminente retorno a Francia, y no soportarían el enorme remordimiento por no ayudarlo a limpiar eso. Ayrton estaba muy seguro que muchas cosas se arremolinaban en la mente de Narciso. El enorme odio hacia Tyson Burga se había acrecentado tanto que no quería ver la cara de perdulario: Burga había ido tantas veces a OBE que Ayrton presentía que el muchacho saldría librado al poco tiempo con un inesperado giro de tuerca. —Vamos, entonces. Vamos… Selva se unió, aterrada, y reanudaron la enérgica caminata. Cuando llegaron al vestíbulo del colegio, un gran tropel de profesores salió del Salón de Profesorado reluciendo el uniforme cerúleo, maletines y conversando con ánimos. La artificialmente rubia directora Esterlina Hernández frunció el ceño cuando vio a Narciso

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siendo desplazado a OBE. Vio la sangre de Ayrton, y abrió los ojos como platos. Una vez que salió del trance, preguntó con ansiedad: —Pero, ¿qué sucede, Catalina? Por favor, que venga la enfermera —pidió la Directora a la auxiliar, quien salió corriendo. —Ni se puede dejar a esos alumnos un minuto en ausencia del profesor, ya están haciendo un desorden. —La reunión no iba durar mucho… —indicó la directora un poco confundida—. Espera, espera… ¿Qué hace este alumno contigo? —Se puso junto a Narciso, y lo observó con preocupada inspección—. ¿Qué hizo? ¿Qué pudo hacer un alumno de intercambio en su primera semana de clase, Catalina? —Los encontré peleando. — ¿Peleando…? Eh… ¿Con quién tienen clase ahorita? —preguntó la directora. —Inglés con el profesor Zagaceta —respondió Selva ante la señal de insistencia de la sor. — ¿Dónde está? —La directora giró sobre los talones, y dio un alarido—: ¡Artemio! ¡Artemio! —un profesor con incipiente calvicie respingó entre otros profesores—. Por favor, apresúrate en ir al 3-A e inicia la clase —la corta petición desestabilizó al hombre, quien restableció el trayecto al aula, pero con más prisa. — ¿Hoy vino el profesor Iberia? —siseó Sor Catalina. —No, aún está con licencia por salud —respondió la directora Esterlina. —Ay, mi Dios, me tendré que encargar de estos delincuentes yo sola —resopló Sor Catalina—. Para mí, ustedes ya están suspendidos varias semanas de este cole… —¡Sor Catalina! —llamó alguien. Todos dieron un saltito, y buscaron la procedencia de la voz. Un profesor estaba parado en lo alto de la unión de las escaleras. Era de gran estatura, de tez morena y sus facciones recordaban a un manso pitbull. Tenía un semblante raro, con los brazos extendidos hacia abajo y los puños apretados. Sus ojos se movieron de un lado a otro, analizando la situación. —¿Profesor Iberia? —dijo la directora Hernández, confundida—. ¿Usted no estaba con permiso por salud? ¿Ya se siente mejor lo de su colón…? Este, ¿se siente mejor?

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El profesor Iberia descendió la escalera, lentamente. —Gracias a Dios, los síntomas bajaron. Me siento mucho mejor —respondió. Encargado del Departamento de OBE, el profesor Héctor Iberia era conocido por todo el alumnado como un “silente verdugo”. A diferencia del perfil dramático de Sor Catalina, su método de reprendimiento y castigo resultaba ser más dosificado, pero letal: conocía la psique de la juventud iquiteña, a diferencia de la mente española de su homóloga. —Dios, estuvimos muy preocupados ayer… —observó la Directora mientras el Profesor Iberia se acercó—. Ayer se… No importa, qué bueno que está aquí… ¿En qué momento entró? —Ingresé por el Edificio de Talleres… Todo bien… ¿Qué esta pasando aquí? —miró a los muchachos. —Bueno, encontramos a estos chicos peleando y uno resultó lastimado. Pero ahí no queda toda la historia, este muchachito —indicó a Ayrton con desdén— terminó insultándome y menospreciando mi trabajo. —¿En serio? —expresó sorprendido—. Ayrton, ¿eso es cierto? El muchacho se sobresaltó no por la pregunta, sino porque le llamó por su nombre. Selva y Tyson miraron al chico un poco desencajados, y Narciso parecía que todo lo estaba tomando como un proceso normal. Sor Catalina estaba visiblemente sorprendida también: alzó una ceja y su cabeza dio un pequeño tirón de incredulidad, pestañeando muchas veces. Miró a Ayrton con desconcierto. —Responde, capullo. —Eh… Estooo… No tuve la intención de ofenderla… Sólo vi que era injusto… —dijo encogido. —¿Injusto? —repitió el Profesor Iberia—. ¿Qué decisiones equivocadas puede haber tomado este ilustre miembro del colegio? —finalizó indicando con la mano a Sor Catalina como presentando un trofeo. Sor Catalina alzó la cabeza, dio un casi inadvertido respiro afilado y obtuvo un semblante de altanería. Narciso notó ese comportamiento, y dio una pequeña risita. —Es un ser humano —dijo Ayrton—. Puede… Puede equivocarse…

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La monja bajó la mirada, saliendo de su diminuta fantasía. —¿Cómo se atreve en cuestionar mi trabajo? —Solo digo lo que pienso… Nosotros no hicimos nada malo… —expresó el muchacho. —No puede suspendegnos a todos, y echagnos la culpa —intervino Narciso. Todos los profesores se quedaron callados—. Tendguía que ser una policía extraogdinaria para inferir que todos somos autogues de este “delito”. No me imagino a un camarades de classe siendo sancionado por defendegse porque al final ningún profesor le creyó que ega fastidiado. ¿Usted le echaguía la culpa? Del colegio que vengo nos apoyamos mucho y buscamos la vegdad en base a los hechos, no inculpando sin pruebas. Creo que sería genial contarles todo lo que ha pasado ahorita para que nos ayuden. La voz de Narciso sonó tan firme pero poderosa que Sor Catalina quedó desencajada. Acompañada de la auxiliar, la enfermera del colegio apareció frente a Ayrton, y empezó a desinfectar la herida del muchacho. Ayrton regresó a ver al grupo. Sor Catalina aun tenia los ojos fijos y afilados en Narciso. Pudo notar que su cabeza temblaba de la ira. En cambio, el Profesor Iberia miró atento, con una mueca de deleite. —Ya que estamos aquí, cuénteme qué pasó. En eso, intervino Selva un poco más confiada. —El siguiente profesor aun no venía, así que nos juntamos para conocer más a Narciso. El alumno de intercambio. Estuvimos conversando compartiendo conocimiento cuando Tyson Burga nos huicapeó… Nos lanzó bolitas de papel que estaban mojados en su saliva y le cayó en la cara a mi amigo Lenin… En eso, Narciso reclamó por eso, y de la nada Tyson dio un puñetazo a Ayrton… No entiendo por qué le pegó a Ayrton… No hicimos nada… Solo estábamos conociendo al nuevo compañero de clase… —Sólo intentaba defendeg a nuestro amigo Lenin que había tegminado con toda la cara llena de salive de él. Creo que es injusto —cerró Narciso. Sor Catalina se había quedado callada por una inusual cantidad de tiempo. Retiró la fulminante mirada de Narciso, y lo posó sobre la cara pálida de Tyson.

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—¿Eso es cierto? —¿Por qué haría eso? —dijo Tyson. —Tyson Burga —entonó el Profesor Iberia—. ¿Cuándo no? —Narciso está mintiendo. Así no pasó —replicó el muchacho, con voz nerviosa. —¿Crees que yo iniciagué mi tercer día en el colegio queguiendo problemas? —se enfrentó Narciso—. He luchado mucho para poder tener este integcambio para despegdiciaglo. Admite tus eguogues, camarade. Ayrton pudo ver por primera vez a Narciso indignado. El cabello encrespado se le sacudía mucho, y sus ojos azules resaltaron sobre su rostro ligeramente rojo. —Necesitamos llamar a ese alumno, Lenin, para que aclare las cosas —dijo Sor Catalina, mirando un poco de reojo a Narciso. —No necesitamos eso —adelantó el Profesor Iberia—. Es evidente que encontramos el origen del problema. Jovencito, Tyson, estará suspendido por una semana. Tyson saltó, completamente dolido. —Pero… Pero este sábado tengo que ir a Allpahuayo-Mishana por el curso de CTA. —Bueno, debió pensar dos veces antes de meterse en problemas. —Profesor Iberia —suplicó el muchacho. —Por favor, traiga su agenda, y preséntese en OBE para poder conversar con sus padres sobre su suspensión. —Pero… —¡Ya! —bramó finalmente. Tyson se resignó, y camino delante de los chicos, mientras ocultaba una cara asesina a los profesores, gesticulando: “Me lo pagarás, francesito de mierda”. Sor Catalina estaba con un sutil mohín de satisfacción, y dirigió una sorprendida mirada hacia el Profesor Iberia. Salió de su ensimismamiento, y se acercó a los muchachos. —Tienen mucha suerte. —Yo le llamaría inocencia —sonrió Narciso a lo lejos. Ayrton sólo pudo suponer una cosa: acaba de nacer una nueva enemistad legendaria en ese colegio.

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—¿No crees que enfrentarte a Sor Catalina pueda… como ensuciar tu historial en otro país? —dijo Selva mientras observaba a los varones del aula jugar estrepitosamente fútbol, lanzándose gritos y algunas palabra soeces que hicieron eco en el lugar. La clase de Educación Física había iniciado hace un hora y media en el interior del Auditorio del colegio, un amplio edificio multipropósito ubicado cruzando la calle. Tenia una pista de juego en el centro, mientras en los extremos se encontraba un escenario de teatro y al otro lado las butacas superiores y los baños. Las paredes que soportaban el altísimo techo tenían enormes ilustraciones de disciplinas deportivas. En ese momento, las altas ventanas dejaban entrar el lánguido sol de la tarde que se iba tornando rojo. —No estoy segugo, aunque tengo algo que me guespalde —respondió Narciso mientras observaba su uniforme para actividades físicas, que consistía en un polo blanco con bordeados azules en las mangas y cuello, y un short azul. La parte delantera estaba completamente ocupada por el nombre del colegio “VIRGEN DE LORETO” y la insignia—. Los pgofesores saben, pog lógica, que yo no me meteguía en pgoblemas. —Sor Catalina se puede inventar cualquier cosa. Muchos alumnos le tienen mucho miedo. Nunca ha tenido perdón con los castigos, y suele darse la razón por todo —expresó Ayrton. El pitido de un silbato reverberó en el Auditorio. —¡Jóvenes, en 15 minutos termina la clase! —bramó el Profesor Edgar Navarrete desde un banco al otro lado de la pista de juego. Había estado evaluando alumno por alumno el salto del taburete, y en ese momento Gabriel Núñez tenia cara de concentrado esperando por su salto —. ¡Por favor, no sé quién ha dejado tirado papel higiénico en todo el piso del baño de varones! ¡Ya pues, dejen de ser cochinos! ¡Joven Burga, si es usted…! —¡Profesor, Tyson no vino! —interrumpió Robinson Salazar desde el otro lado extremo del mismo banco de Ayrton y sus amigos—. ¡Fue suspendido por algunos días! —Bueno, entonces alguien de aquí ha sido —repensó el Profesor Navarrete—. ¡Que no se vuelva a repetir! Todo el tiempo es este salón

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que deja un asco esos baños. Ya, Núñez, continúe. —Los amiguitos de Tyson no se ven tan contento que digamos —describió Selva mientras se abanicaba la cara con su toalla. —Nos van a joder a partir de ahora —dijo Ayrton entre dientes. —Era de esperarse —comentó Lenin, mientras se reía de las aparatosas jugadas en la pista de juego—. Son chibolos. ¿Qué esperabas? —¡Ahí está! —giró Selva hacia él—. Habló el adulto. Tu eres otro chibolo igual que nosotros. ¿Por qué siempre presumes que eres el mayor de toda el aula? —Porque lo soy. —Bah —le golpeó la pierna con su toalla—. Que nos lleves por unos meses a todos no significa nada. —¿Cuántos años tienen, Lenin? —preguntó Narciso. —15 años. Acabo de cumplirlos en mayo. —Verdad, tienes 15 años —recordó Ayrton. En efecto, Lenin Ayahuany era el mayor de toda el aula, y recordó la modesta fiesta de cumpleaños que hubo hace unos meses en su casa que pocos compañeros del aula fueron, aunque en ese entonces, su madre no estaba por viaje de trabajo—. Yo me fui a tu cumpleaños. Selva, tu recién comenzaste a amistarte con nosotros por Narciso. —Jaja, eso es cierto —dijo Selva nerviosa. Narciso alzó las cejas y lanzó una risita que descubrió sus cánidos. —Ella paraba todo el tiempo con sus amigas, las Virginales —indicó Ayrton a unas chicas que estaban al otro lado de la pista de juego. Se trataban de Valeria Moz, Sandra Pérez, Andrea Masari y Evelyn Fernández, que de vez en cuando estaban observando a Narciso. Selva le golpeó con la toalla en el brazo. —Jaja, idiota —río la muchacha a pesar de sonar ofendida—. “Virginias”, no “Virginales”. —Así que pgesentaste a otras chicas del colegio en lugag de tus amigas “vigginales”. ¿Qué pasó? —A ver, ilústranos, Selvita —Ayrton hizo ceremonia. —Oye, tú nunca dejar de ser sarcástico… Lo iba a hacer, sólo que Valeria se enojó conmigo porque no defendí a Tyson.

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—¿Tyson? ¿Espera, a Valeria le gusta a Tyson? ¡Jajaja! —saltó Ayrton. —Que feos gustos tiene tu amiga, Selva —entonó Lenin, sin dejar de ver el juego, mientras maldecía a lo bajo lo mal que jugaban los chicos—. ¡Así quieren ganar en la Campeonato de la Amistad! —terminó gritando. —Cállate, mierda —alguien gritó desde los jugadores. —¿Por qué pensar en Tyson si nos tienes aquí? —presentó Ayrton—. Tres chicos inteligentes, uno de Francia, y dos de Iquitos. —Ya vuelta —dijo Selva algo sonrojada—. Tan desesperada me han pintado. Vayan a supitear a otro lado. —Estos chibolos juegan tan horrible —comentó Lenin en voz alta. Se le veía visiblemente afligido—. ¿La Profesora Christina quieren ponerlos como titulares para la Campeonato de la Amistad? Estamos perdidos. El único bueno es Carlos. —Casi me olvido de la Campeonato de la Amistad —recordó Ayrton. —¿Qué es eso? —pregunto Narciso. —Es un evento anual donde cada aula del colegio inscribe a sus alumnos para diferentes disciplinas —Lenin indicó a un afiche pegado al lado del escenario—. Nosotros tenemos a nuestro pintoresco equipo de fútbol —indicando con las manos a los chicos jugando en la pista en ese momento—. Aunque también están baloncesto y vóley. Varios de aquí estamos en las disciplinas para el campeonato. Selva está en el equipo de vóley. Yo estuve en fútbol, pero dejé para este año… Ayrton está en el equipo de baloncesto. —Aunque también estuve en el de baloncesto —añadió Selva—, pero este año me meteré al de vóley. —¿En qué eres bueno? —Baloncesto, igual que Aygton. —Oye, qué genial —saltó Ayrton emocionado, y le dio una palmada a su amigo francés—. Te llevaré con la Profesora Christina Guerra para presentarte. Justo necesitamos un jugador para el equipo porque Evelyn ya se mató convenciendo a otro. Acá el baloncesto es mixto, así que hay más libertad de buscar jugadores. —¿Quién es Evelyn? —Evelyn Fernández —Ayrton señaló a una de las ya llamadas

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Virginias al otro lado de la pista de juego. Era una chica de rostro afilado y siempre vestía una cola de caballo—. Ella es la capitana del equipo. Evelyn se percató de Ayrton, y le dio un movimiento de cabeza preguntando. Ayrton hizo aspavientos como rebotando una pelota de baloncesto, luego señaló a Narciso, y gesticuló: “Sabe jugar baloncesto. Quiere entrar”. —¡Ahhhhh! Evelyn dio un tremendo salto sobre su asiento, y su gritito se escuchó algo distante. Las otras chicas de las Virginias se asustaron, la miraron con aprensión y luego volvieron la mirada hacia los amigos de Ayrton, especialmente a Selva. Esquivando aparatosamente el partido de fútbol, Evelyn corrió hacia Ayrton agitando los brazos como si intentara abrazar a un peluche gigante. Su gritito de emoción se hizo escuchar más, y se paró frente a los chicos. —¿En serio? —terminó diciendo. —Sí, sabe jugar baloncesto. Hay que reclutarlo para el Campeonato. —Un gusto —Narciso sonrió ampliamente. —Que bien —expresó la chica eufórica—. No sabes. Estuve buscando de no sé dónde nuevo jugador. La última opción era pedir prestado un jugador de año superior, pero se iba a ver muy raro. Mañana te presentamos con la profesora… ¿Cuándo tenemos tutoría otra vez? —El lunes. Todos los lunes. —Ay no. Mañana buscamos a la Profesora Christina en el Salón de Docentes. Ahí debe estar siempre… —Brillant —entonó Narciso. —Ay —pitó Evelyn—. Ok, nos vemos mañana. La chica se despidió emocianada y volvió a cruzar por la pista de juego. Sin más reparo, dio una patada a la pelota de fútbol que se aproximo a ella. En un sonido sordo, la pelota impactó en el estómago de Robert Laulate, quien se encogió de dolor. —Oye, qué te pasa —le gritaron. —¡Jueguen bonito pues! ¡Todo el tiempo usan la pista para

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jugar fútbol, y no nos dejan practicar baloncesto! ¡Están jugando peor que el año pasado! —gritó Evelyn, y terminó de cruzar la pista para sentarse en su banco. El Profesor Navarrete había presenciado el incidente, y solo regresó a escribir en su anotador con una risita. Lenin aplaudió orgulloso, mientras vio a los chicos de fútbol mirándose unos a otros, totalmente anonadados.

* * *

—Tu amiga Evelyn si que tiene un cagácter fuegte. Los cuatros amigos se encontraban en la sala de estancia de la casa de Ayrton. La clase de Educación Física había terminado hace una hora. Habían puesto una mesa en el centro, reposaron la planta de cada uno sobre ella, y tenía todos sus útiles escolares regados por la superficie. Habían pegados cuatro hojas enormes de papelógrafo en la pared, y armaron su exposición para el sábado. En ese momento, Selva terminaba de dibujar su planta en uno de las hojas. —Ella es así. Para ser la capitana del equipo de fútbol es necesario —replicó Ayrton. —Niños, ¿quieren? —dijo Señora Isabel, apareciendo con una bolsa grande de bocaditos. En ese momento, la mujer vestía una floreada blusa blanca, y unos pantalones chavito color amarillo, mientras traía un peinado de media cola que le hacia lucir un poco más joven. —Sí, señora —dijeron todos. —Señora Isabel, una consulta —dijo Selva. —Dime, querida —respondió la mamá de Ayrton luego de rellenar el tazón de más bocaditos de donde Lenin y Narciso agarraron a montones. —¿Qué cree que transmite cada planta? ¿Qué emoción o momento? —indicó Selva a cada papel gigante, en los cuales estaban ilustradas las plantas de cada chico. La planta de flores amarillas de Ayrton (que luego descubrió que se llama Oerstedella wallisii), la pequeña mafafa rosada de Selva, la dama danzante de Narciso y la extraña bromelia púrpura de Lenin, que llamó la atención de la Señora Isabel. —¿De quién es esa planta? —intervino la abuela Veradeth,

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echándose viento con un enorme abanico de mimbre. —Mía —Lenin alzó la mano. —Es muy rara. Nunca he visto una planta así —dijo extrañada. —Sí, es un poco rara, pero es muy bonita —finalizó la mamá de Ayrton. Selva se mantenía con una sonrisa congelada, a la par que esperaba que su pregunta sea respondida. —Ay, hijita. Disculpa —saltó la Señora Isabel—. Bueno, la planta de Ayrton me recuerda a… felicidad, tuya a… misterio, a Narciso a… a... abundancia, y la de Lenin a… a… ¿extraterrestre? Es que es muy rara. Hubo una ligera risa general en la sala. —No me torture así, señito Isabel. Viviré pensando en eso todo el tiempo. —Bueno, yo creo que le pondría mejor como exótico —mientras se acercó a la planta de Lenin puesta en la mesa—. Es muy exótica… Oh, si se le ve más de cerca, tiene como espinitas en sus bordes. —Uy, mi planta es misteriosa —canturreo Selva. Señora Isabel regresó al área de la cocina, y Ayrton se percató de una mirada acongojada. Se levantó en dirección a ella, y dejó a su grupo discutiendo sobre la extraña planta de Lenin. —Mamá, ¿estás bien? —Dime, hijito… —confundida—. Ay, tu carita cómo pudieron hacerte eso —la señora le tocó las pequeñas heridas en la frente y el moretón en el cachete del muchacho. —Ya se curará pronto... Por favor, dime si estás bien —insistió el chico. Señora Isabel se detuvó en analizar, y giró rápido sobre sus talones. —Bueno, si quieres hablar de eso, ¿puedes decirle a tu hermana que deje de ser tan malcriada conmigo? —¿Sigue con eso? —refunfuñó Ayrton. —Hoy pedí descanso y se ha puesto a reclamarme por qué no contacto con tu padre. El muchacho puso los ojos en blanco. —Bah, ni que fuera algo importante —Ayrton cruzó los brazos, y se rindió ante el mismo tema de siempre—. Ese señor está

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desaparecido. ¿Cómo quieres que te contactes con él? ¿Invocándole con magia? A estas alturas debe estar en Brasil. —O viviendo por aquí cerca —apareció Cleomissy agitando su larga melena azabache. Agarró un bocadito y lo masticó haciendo muecas. —No tortures a mamá con ese tema, Cleo. —¿Acaso tú no quieres saber quién es? —la niña levantó un poco la voz. —Shh, ¿puedes bajar la voz, Cleo? —siseó Señora Isabel, revisando si los chicos en la estancia oyeron. —No siento que eso me está pesando ahora —declaró el muchacho—. Creo… creo que nunca ha estado en mi cabeza… —Es que mamá quieres que no sientas nada —dijo Cleomissy entre dientes. Señora Isabel alzó las cejas y miró sorprendida a su hija. —No, mamá nunca hizo eso —Ayrton agitó la cabeza. —Cleomissy, ¿quién te está motivando a este tema? ¿Tu abuela, no? —dijo Señora Isabel con firmeza. Hizo el ademán de llamar a su madre, pero se detuvo por un segundo—. No, no voy a darle el gusto... ¡Carajo! Por favor, Cleo, déjame descansar hoy. Estuve lidiando con los manganzones de mi trabajo, y ahora vengo a lidiar con tu berrinche. Dame un respiro por favor. Señora Isabel entregó un nuevo plato de bocaditos y unos vasos con refrescos a Ayrton. El muchacho casi tuvo que realizar malabares para sostener lo que su madre le entregó sin advertir. Sin entregar una mirada a sus hijos, la mujer rodeó la mesa del comedor y desapareció hacia los cuartos.

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