Cuatro cuentos de Christian Kent

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Christian Kent Cuatro Cuentos / El suculento caso de Tomasa Aifuch / Vori ava / / El rey está en Oak Ridge / Mbói rembi'u / Okara Japu Editores ~Asunción 2015

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El suculento caso de Tomasa Aifuch / Vori ava / El Rey está en Oak Ridge/ Mbói Rembi'u Okára Japu Editores Asunción, 2015

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Christian Kent

Cuatro Cuentos / El suculento caso de Tomasa Aifuch / Vori ava /

/ El rey está en Oak Ridge / Mbói rembi'u /

Okara Japu Editores ~Asunción 2015

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Chrisitan Kent“Cuatro Cuentos”1ª edición. Asunción Paraguay. Okára Japu Editores 2015

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Cuatro Cuentos Christian Kent

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El cazador habría sido el primero “en contar una historia”,porque era el único que se hallaba en condiciones de leer, en los rastros mudos dejados por la presa, una serie coherentede acontecimientos. (Carlo Ginsburg)

No cabe duda de que el hambre es el origen del mal (León Tolstoi)

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El suculento caso de la turca Aifuch

“Carlos Antonio es un acontecimiento físico. Su cabeza, completamente unida a su cara que a su vez se confundía, sin límites ni contornos, en una abultadísima papada, tenía la forma de una pera: era angosta en la parte superior, y completamente desproporcionada, por su anchura, en la base o parte inferior. Durante toda la representación, el presidente ostentó en esa cabeza, un sombrero digno de ella; era una pieza monstruosa también por su altura y aparente para figurar en un museo de curiosidades, por su forma”.

Amanecía en las ventanas de la casona y afuera los pájaros hacían tal escándalo que ni siquiera Basilio, jardinero de los López, ornitólogo por intuición y genética, hubiera podido distinguir qué pájaros eran. La “pieza monstruosa” colgaba como un apéndice carnoso del sombrerero, en una esquina de la oficina. Carlos Antonio se debatía en las sombras de una noche larga sin dormir, con el folletín del teatro abierto en la página dónde H. Varela, “periodista de la infamia y de la mentira”, había ensayado una cruel caricatura de sus formas. “Usted siempre tan pintoresco y rebuscado en sus descripciones...”, fue todo lo que había conseguido escribir en respuesta a la afrenta, en toda una noche de desvelo. El sombrero de copa lo miraba desde su lugar como fenómeno circense, adefesio, que hasta entonces había creído una de sus mejores piezas y ahora solo podía ser motivo de mofa. ¿Cómo permitirlo?Así lo sorprendió Tomasa Aifuch, la machu, cuando traía el desayuno, consistente en una bandeja de pastel mandi'o con un par de chipas y una jarra de cocido bien dulce, como le gusta al patrón. “¡Esa turca de mierda!”, pensó la mole que desparramaba su cebosa inmensidad sobre la silla.

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“¡Esa turca de mierda me convirtió en una morsa!”. Aifuch había trabajado en casa de los López desde 1826, un poco antes que naciera el primogénito de la familia; Francisco Solano. “Al llegar ni arroz sabía hacer”, solía recordar doña Juana Carrillo, para llevarse los créditos de la cocina frente a sus convidados. Estuviese o no cocinando, con sólo caminar por la casa, llevaba consigo un olor a pan recién horneado que llenaba los espacios e iluminaba las sombras. Al mirar su delantal de flores, siempre bajo nieve de harina y azúcar, Carlos Antonio recordaba el dulce de batata con kesu paraguái y, su plato favorito, uno de los grandes inventos de Tomasa Aifuch para la posteridad y orgullo de la República; la sopa paraguaya. “Para un pueblo tan afín a las contradicciones, nada mejor que una sopa sólida”, solía repetir en la mesa don Carlos. Era hombre de pocas ocurrencias, y por lo mismo de continuas reiteraciones. Juana lo soportaba en silencio, veía su boca abrirse como una herida sobre los pliegues de sotabarba que temblaban mientras engullía enormes trozos de su manjar favorito. Hasta dejar el plato limpio. Luego se apoyaba en el bastón, que le servía para poder caminar a pesar de la gota que se sumaba a los achaques y tribulaciones de su edad y peso. “Aquí le dejo señor”, le dijo Tomasa Aifuch esa mañana entre dientes, sin levantar la cabeza, sacándolo del estado hipnótico en que se encontraba – angustia irremediable de la hoja en blanco-. Ella, turca añaraity, era la culpable de todo. Sus manos de pan caliente y sus tetas de leche tibia, sudando frente a los fuegos de la cocina. ¡Payesera de mierda, lo convirtió en un chancho!“Esperáke, no te vayas todavía”, alcanzó a decir, mientras tomaba un pastel de mandioca de la bandeja, con manos que parecían ellas mismas un par de empanadas. “uiero que comas un poco vos también”. “Gracia don, pero yo ya desayunaste”, respondió la turca Aifuch, asustada por la expresión en los ojos de don Carlos. No eran los

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acostumbrados signos de dolor de la gota, era algo más oscuro, un odio secreto que emergía con su legión de póras al encontrar las ventanas abiertas.El “acontecimiento físico” se incorporó sin ayuda de la turca, apoyándose en el bastón - que se arqueó apenas porque era de buena madera - y se dirigió a la puerta cojeando para cerrarla con llave. “Comé te digo ne añamemby”, insistió levantando el bastón en el aire.Tomasa Aifuch soltó lágrimas parecidas a las que le sacaban todas las mañanas las cebollas del almuerzo, lágrimas saladas, picantes, que eran materia celeste para los sueños perversos del presidente. Aquella diminuta mujer, con marcados rasgos arábigos y cuerpecito de india, menudo, firme, se movía como el caramelo en la leche asada por toda la casa, llevando las perdiciones del karai guasu. Aquello tenía que acabarse para bien o mal.Entre lágrimas y arcadas, la obligó a comer hasta vaciar la bandeja. Cerró las cortinas para verla comer, privándolo del espectáculo a Basilio, que había clavado las tijeras de podar en el pasto para dedicarse a fisgonear. Se bajó los pantalones y sacó al aire un patético pedazo de carne que, en comparación a los rollos de grasa que chorreaban por encima del cinturón, parecía no menos que un meñique atrofiado y sin uña. Los ojos de la turca se abrieron como abría las cortinas todas las mañanas para dejar entra la luz y, paulatinamente, el llanto fue transformándose en risa. Se reía mientras escupía trozos enteros de empanada, llegó a reirse a borbotones, como ríe el agua en la olla, desde el fondo.En su risa veía Carlos Antonio la misma risa de Varela escribiendo el escarnio, ludibrio infame que lo había desvelado ya durante tres noches seguidas. “Tenía la forma de una pera”. Miró su reflejo en el vidrio del escritorio y vio la pera que decía Varela superponerse a las fotografías de sus hijos. Hijos que

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heredaron el mismo estigma del exceso. Uno, mujeriego que había importado de Europa una libertina parisina,y el otro, un curda, un ka'urapo irredimible. “Ahora vamos a ver si te reís pedazo de puta, pokyra de mierda”. Arrojándose al piso la alcanzó de la cintura y ambos cayeron, él encima de ella. Había todavía un par de chipas en la bandeja que también cayeron al suelo. “Abrí la boca, abrí carajo”, gritaba mientras le apretaba la nariz y le zampaba las chipas enteras en la boca. Tomasa Aifuch intentaba gritar, pero las chipas le llegaban hasta la garganta. Su cara se puso negra. Las venas le saltaron como ríos azules, amarillos y rojos. Sus ojos parecían ojos de ternera degollada. Peleaba, arañaba, pateaba, pero pronto se agotaron sus fuerzas y se desplomó, muerta. Carlos Antonio sintió que alguien golpeaba la puerta del otro lado. Escuchaba las voces de la gringa y de su hijo Solano. Aquello se solucionaría, Francisco se ocuparía de todo y podría escapar un par de días a Patiño Kue, para descansar y reflexionar. Había cosas más importantes en que pensar, las diplomacias de San José de Flores no resultaron del todo oportunas, los acuerdos limítrofes con el Brasil no acababan por definirse, no podía desmoronarse ahora por una sonsera doméstica.Tuvo hambre, sacó la chipa sangrienta de la boca de Aifuch y probó un mordisco. Sabor primoridial del pan horneado, de la sopa paraguaya, de la leche tibia, de la turca Aifuch. El aroma del anís explotando entre sus dientes le indujo a un profundo sueño sin sueños.

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Vori Ava

Sísifo Gaona se mostró inapetente hasta los primeros tres años y medio de edad. Hasta entonces, sólo admitía la teta materna; las tetas de doña Leoncia, que vencidas por la gravedad se hicieron largas y puntiagudas. Por presión de los dientes ya bien formados del empedernido lactante, sus pezones ardían al rojo vivo. En uno de los tantos intentos deseperados por despegar al crío de sus pechos, ña Leoncia ensopó el pezón mártir en el vori de gallina que había preparado ese mediodía para el resto de la familia (don Creonte, el padre; y los niños mayores Kalí y Saturnino), y dio de mamar a Sísifo, esperando un efecto sopresivo, mágico.Había escuchado narrar a su comadre Rigoberta, que fue criada por una vieja india y se interesaba por las culturas originarias, que antiguamente las madres guaraníes realizaban este mismo ritual con los caldos antropofágicos, para que sus niños, desde temprano, adquirieran el valor de los guerreros caídos en el fragor de las flechas.El pequeño Sísifo succionó con un ímpetu extraordinario, al punto que hizo lagrimear a su madre de dolor, y luego le propinó un mordisco que le hizo perder un pedazo no menor de carne. La cara del niño se iluminó con una sonrisa que delataba a la vez placer y malignidad, sentimientos que brotaban de algo todavía más profundo y más oscuro que aquello que llamamos “nuestro interior”. Terminó en una leve sutura, pero el susto fue grande, debido a la sangre que brotó como el último trágico sorbo de leche que mancharía la boca y los dientes del niño. Ña Leoncia tuvo que implorarle a su marido para que no le partiera a socos a Sísifo, cuando le sacaba ya las hojas a una takuarilla, como un implacable artesano del castigo. Don Creonte se quedó con la espina dentro, aquel niño tenía algo malo que solo podía exorcisarse con garrote.Esa misma noche, el viento norte, un violento ventarrón que de

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seguro traería lluvia, conmovió todas las ventanas de la casa y se coló entre los Gaona su silbido aterrador.Leoncia llamó a la mesa y todos ocuparon sus sillas en silencio, había una silla más, una silla alta para niño dispuesta especialmente para Sísifo, el único que no acudió en seguida. “¡Sísifo!”, gritó el padre en el exacto en momento en que un trueno hizo temblar los cubiertos y los vasos.El niño trepó a su silla y su madre le sirvió en un platito diferente, de plástico y con motivos galácticos, su ración de vori vori. Todos agacharon la cabeza y cerraron los ojos mientras Creonte agradecía a Dios por los alimentos recibidos y le pedía que se acordara de aquellos que más necesitan. Supo, al decir amén y abrir los ojos, que el pequeño Sísifo los tuvo abiertos todo el tiempo, que los veía cumplir aquella ceremonia extraña, pero a la vez tan habitual, detrás de los vapores de su caldo, con un desprecio impropio y hasta imposible en un niño de su edad.Todos comenzaron a comer sin más protocolo. Se pasaban las mandiocas y sorbían la sopa mecánicamente. Sólo Leoncia parecía pendiente del pequeño Sísifo, que había agarrado la cuchara con algo de desconfianza, como un rey tirano que teme ser envenenado por sus cortesanos. Y luego, lo vio sumergir la cuchara en el caldo y levantar desde el fondo las bolitas de harina de maíz. Era un pequeño dios, o un pequeño diablo, pescando soles ahogados.“¡Dejá de jugar y comé mitai!”, sentenció el padre, dejando ver en su boca una masa informe de pollo y mandioca triturados. “¡O te vas a tu pieza castigado!”. Y algo sorprendente volvió a ocurrir, como más temprano ese día, cuando su madre había ensopado el pezón en el vori. Hubo un efecto embriagador, cautivante, en el paladar del niño que sorbió desesperadamente el caldo caliente, sin temor a quemarse, hasta la última gota. Luego tomó la presa de pollo, pata le había tocado, y comió hasta dejar el hueso limpio. Por último, las bolitas: era algo

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conmovedor verle al pequeño Sísifo, hasta entonces absolutamente negado a cualquier especie de alimento, entregarse plenamente a ese momento de insuperable placer. Afuera se escuchaba la lluvia torrencial golpeando el techo y las ventanas. “El cielo se viene abajo”, había dicho Creonte antes de ir a acostarse, y los dos hermanos de Sísifo ayudaban a la madre a levantar la mesa. Mientras tanto, el niño emprendía nueva batalla con el tercer plato de sopa. Leoncia fregaba los platos en la cocina, pensando en que su hijo estaría poseído por las fuerzas vitales del rito antropofágico que sugirió Rigoberta. La blusa le rozaba los hilos del pezón cercenado, sacándole lágrimas de dolor. En los meses que siguieron a aquella cena, Ña Leoncia acabó todas las recetas de su repertorio inútilmente, porque su pequeño Sísifo sólo estaba dispuesto a ingerir, como en otro tiempo la leche de su cuerpo, vori ryguasu. Se fue volviendo metódico al respecto, encontrando un orden cronológico: primero siempre el líquido, luego la presa de pollo (que siempre debía ser pata), y por último, las bolitas. Y cada vez más exigente, con la nariz y el paladar afinados.Cualquier mínima variación, haya sido esta estructural o meramente emocional, en la interpretación del plato, y el niño se limitaba a empujarlo hacia delante sin probar bocado. Todos comenzaban a acostumbrarse a estos nuevos ejercicios familiares en la mesa, rezar primero, luego ver cual sería la sentencia de Sísifo, y solo entonces comenzar a comer, con aires de triunfo o de fracaso. Más de una vez don Creonte se avalanzó sobre la criatura, llevándose la mesa por delante, dominado por la frustración de ver que su esposa se desvivía por aquel monstruito que sonreía siniestro detrás del vori que se enfriaba y moría en su plato. Pasaron años, el niño se adentró en la adolescencia, y si bien ya era, siempre lo fue, de carácter introspectivo y reservado, ahora se había vuelto en extremo hermético. En la escuela no había hecho amigos, pero tampoco enemigos.

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Asistía a sus clases como asistía a todas sus obligaciones, con resignación y a la vez con suma eficiencia. Tampoco en la casa se negaba a los oficios domésticos, daba de comer a los chanchos, barría, sacaba agua del pozo, todo sin el menor gesto de protesta o de desagrado, pero tampoco con entusiasmo.Su única verdadera complicación era alimenticia, su propensión exclusiva al vori vori de la madre, en torno al cual se había vuelto perfeccionista hasta el absurdo. Ya toda la casa y sus alrededores se habían convertido en el contexto de la receta: huerta, gallinero, maizal, tambo de vacas lecheras. Él mismo caminaba en el laberinto de maízes para elegir las espigas más doradas y perfectas; él mismo ordeñaba la vacas; él desnucaba sin inmutarse a las gallinas. Se movía en ese mundo como si nadara en un sueño, o dentro de la sopa; la sopa materna, primer y último contacto con lo real.Sin embargo, el dominio de la cocina era de su madre. Nadie sino ella podía meterse ahí, porque de lo contrario el joven Sísifo dejaría de comer para siempre. Temblaba de solo pensarlo, ¿cómo alguien iría a meterse al espacio donde la vida que lo rodeaba se reunía con las manos creadoras? Desde fuera, espiaba a su madre por la ventana. La veía anotar fórmulas alquímicas en un gordo cuaderno negro; mediciones, conjuros, ciencias oculta y exacta capaces de transformar el paisaje, la vida, en el único alimento verdadero.Doña Leoncia terminó por hundirse en las exigencias de Sísifo como se hunde un barco en el silencio del mar o un loco en su locura y, quizás para no verla hundirse sola, don Creonte naufragó también en la caña. Si no hubiera sido la caña, hubiera sido el odio, el único sentimiento que como padre había sobrevivido hacia su hijo. El joven Sísifo presentía a su vez, que si alguna vez se quedara solo con su padre, aquel sería su fin, uno de los dos acabaría matando al otro.Hasta que llegó por fin el día en que las fuerzas de Leoncia se agotaron por completo y se rindió a la cama con cuarenta grados de fiebre, dejando la olla de vori hirviendo sobre el fuego. Estuvo en

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cama un par de días. Luego una semana, un mes, y en todo este tiempo Sísifo libraba a su lado una tenaz huelga de hambre, jurando que jamás comería otra comida que no fuese vori de sus manos. Don Creonte contrató a una vecina para que ayudara en la cocina, pero Sísifo estaba decidido a morir si fuese necesario, desnutrido, pero jamás entregado a las manos indignas de una extraña. Si algo pudo sacarlo de tal obstinación, fue el hambre; o algo como el hambre, que no nos pertenece, y de lo cual somo sirvientes. Don Creonte despertó con la botella vacía en la mano, durmiendo sobre la mesa del comedor, y vio a su hijo Sísifo revolviendo la olla donde su madre acostumbraba prepararle el vori. Por un momento pensó que estaría soñando, o que el alcohol ya le estaba haciendo delirar, pero se frotó los ojos con fuerza y vio que seguía ahi, con esa sonrisa cínica que siempre le molestó, revolviendo con la espátula de madera un vori hecho por él mismo y sin ayuda de su madre. Sirvió la sopa en dos platos, uno de los cuales le puso enfrente, “para la resaca”.Estaba increíblemente rico. casi tan rico como el de la madre, Pero advirtió en seguida que no tenía la religiosa pata de pollo, que había algo muy raro en el color, en el aroma, y se animó a preguntarle: “¿Y el pollo, Sísifo?”. “No hay pollo, este hice con un ingrediente muy especial, un secretito”, le respondió con un guiño nervioso. Ambos acabaron de tomarse la sopa en silencio y don Creonte ofreció lavar los platos, como nunca lo hacía. Sísifo salió por la puerta de enfrente a respirar aire de la siesta. Fue entonces, cuando se quedó solo en la cocina, que su padre tomó la espátula de madera y revolvió la olla donde todavía quedaba una buena cantidad de sopa. Del fondo emergieron las bolitas de harina de maíz y en seguida se reveló un rostro humano, femenino, con la boca abierta de espanto, echando sopa por los ojos y por las orejas. Creonte sintió que se le helaba la sangre y se apretó el pecho antes de caer al suelo, tieso.

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El rey está en Oak Ridge

Leí en una nota de la Rolling Stone un reportaje sobre el Elvis Presley's Heartbreak Hotel, en Memphis, Tennessee, en el que entrevistaban a mi padre ya entrado en sus sesentas. No lo veo hace mucho. El periodista le preguntaba qué debía hacer uno para conseguir un sitio en el hotel en épocas de la Convención de Graceland y mi padre le respondió, y no era broma: “tienes que esperar que uno de nosotros muera”. Nosotros, todos los años, teníamos una habitación. Cuando digo nosotros me refiero a mi padre y yo, porque mamá murió como consecuencia de mi nacimiento, así que básicamente éramos los dos; y a veces francamente no entendía bien cuál debía ser mi relación con él, era su hija pero también su madre y su esposa.El sueño de mi padre era ocupar “e Burning Love Suite” o “e Graceland Suite”, pero por cuestiones de dinero y de disponibilidad (eran habitaciones imposibles) nos conformábamos con una habitación regular. “¿A qué se refiere con uno de nosotros?”, continuó la periodista como si no fuese evidente. Bajé la revista para imaginar su risa, con la boca torcida hacia un lado igual que “el Rey”, mientras con una mano invitaba a la periodista a dar un vistazo alrededor del lobby. Freaks, piscóticos de todo Estados Unidos y del mundo que le prenden velas como si fuera un santo; que han venido ensayando el divino movimiento pélvico durante más de una década; y - esto es lo que siempre me ha perturbado más - que han desarrollado las más absurdas, disparatadas y a veces muy creíbles teorías sobre la desaparición de “E”, como muchos le llaman.Por cierto, mi nombre es Lisa Marie, no necesito explicar por qué. La única vez que le mencioné al viejo su falta de imaginación y exceso de cursilería al ponerme ese nombre me contestó que había

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pensado seriamente en Elvira Priscilla, así que dentro de todo no está tan mal. A él obviamente no le llamaron ni Elvis ni Aaron, mi abuelo probablemente no sabía quién coños era, ya que nació y murió escuchando merengues, joropos y valses de su Venezuela natal. Ya de viejo se le dio por Negrete y las rancheras, ese era su norte, ese y una botella eterna de aguardiente anisado. “ué vaina es esta gringada insulsa, usté está loco, acaso no le he enseñado yo la verdadera música, la música del llano”, era su única reacción cuando sonaba la guitarra furiosa y el contrabajo de Hound Dog en el viejo Winco que conservo como único legajo de mi familia. Mi padre, en los años 70, para ganarse la vida, diseñaba crucigramas para el periódico hispano “La Estrella”, servicio del “Daily Star”, de Arizona, donde hemos vivido desde siempre. Parece un trabajo vano, pero él se lo tomaba muy en serio, se encerraba en su pequeño “bunker” como él le decía, rodeado de recortes de revistas, periódicos, almanaques, libros, mapas y de alguna extraña manera lograba conciliar los crucigramas con sus teorías conspiratorias que involucraban a la CIA, al FBI, los OVNIS, la NASA y por supuesto a Elvis Presley, que tuvo su primer contacto extraterrestre el día en que nació: 8 de enero de 1935. Su verdadera afición siempre ha sido la ufología. Su primera y última publicación se trata de un libro que fue rechazado por las editoriales e ignorado por la crítica, y que decidió publicar por sus propios medios en material reciclado. El título del libro es “El contacto de Confucio”, y esboza una aventurada teoría comparativa de las más célebres conexiones extraterrestres desde el filósofo chino hasta, quién otro, Elvis Presley. El unicornio que ve Confucio durante el décimo cuarto reinado del duque Ai de Lu (esto es cuando tiene setenta y un años, y está terminando de escribir Los Anales de Primavera-Verano) es en verdad un extraterrestre que le reveló por telepatía los principios más trascendentes del confucianismo.

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Después de aquel fracaso decidió abandonar la escritura y siguió con los crucigramas, que no nos hicieron ricos pero nos permitían un pasar decente, con cosas en la heladera y los cíclicos viajes a Memphis en épocas de la Gran Convención de Graceland, para la cual mi padre sacaba del armario su traje blanco con incrustaciones de piedras y me pedía que lo planche con mucho cuidado, “como si fuera del más precioso cristal”. Y lo era. A pesar de su protuberante panza y su baja estatura, le sentaba bien, sus patillas entre rojas y grises le llegaban hasta la comisura de los labios y me decía, más feliz que nunca: “hey momma... a little less conversation, a little more action please”. Mi padre conoció a Larry Geller, estilista del Rey y responsable de mantener incólume el legendario copete, el 16 de agosto del '78, esto es un año después de la muerte – o desaparición – del astro. Lo conoció en el lobby del Heartbreak en la primera Convención de fans de Elvis Presley que se ha hecho nunca, mamado hasta no poder más, con la camisa bañada en sudor y un cartón de LSD que dividieron en dos mientras hablaban de ir a ver a Elvis a Oak Ridge. Yo tenía apenas ocho años en ese entonces y me entretenía jugando con las sombrillas de los cocteles, sin embargo, siempre tuve buen oído para estas historias y podía seguir la conversación de papá y Larry. Así es, no llegamos a la primera gran convención. Nos subimos al auto de Larry, un Cadillac 60 Special rosado y manejamos desde Memphis hasta Oak Ridge. Nos detuvimos a comer en Nashville y tuvimos que quedarnos a dormir en un motel de tercera clase porque mi padre y Larry estaban hechos un jodido desastre. Esa noche dormí en la bañera con la puerta cerrada, Larry tuvo que orinar en las botellas vacías de Samuel Adams porque yo me negaba a abrir la puerta a pesar de su enconada insistencia. Ninguno de los tres en realidad pudo dormir mucho, ellos hablaban de Elvis y yo no encontraba la posición para conciliar el sueño dentro de esa reliquia

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de hierro.Según lo que ambos hablaban y yo podía escuchar a través de la puerta, el cadáver que Ginger Alden, novia de Elvis en ese entonces, encontró en el baño de su habitación, no era precisamente el suyo. En la conexión E -E (Elvis-Extraterrestres), los seres que interactuaron con el músico eran lo que se conoce en la terminología científica del Área 51 como IABOS (Inteligencia Alienígena Basada en Ondas Sónicas). Esto explica por qué eligieron al dios terrestre de la música, el sonido era su sangre. Una de las características más fundamentales de estos seres es que pueden transformar la materia a su antojo e incluso pueden incoporarse como huéspedes en cuerpos de humanos. Lo que implica que aquel Elvis encontrado muerto pudo haber sido la señora de la limpieza, que llegó con las toallas limpias y vio algo que no debía ver. Los IABOS son los aliens que más frecuentemente han entrado en contacto con humanos en el último sig lo, hecho que está relacionado con la desaparición del músico y soldado Glenn Miller y el famoso caso del coronel Tommy Parker. Samuel S. Samwell, director ejecutivo del Center for the Study of Sonic Phenomena, en Sandusky, Ohio, sostiene que Tommy Parker fue “poseído” por una inteligencia alienígena basada en ondas de sonido, en lugar de materia física, y estaba poniendo en marcha un plan para hacer que nuestro planeta estuviera listo para una futura invasión. Esta teoría de Samwell – quién además asegura que Tom Parker fue el extraterrestre que pilotaba el plato volador que se estrelló en Roswell - supone que los IABOS necesitan incorporarse en la materia para poder sobrevivir en nuestro ambiente.Mi padre y Larry, en medio de una orgía de pastillas, cartones y alcohol, habían concluido que el verdadero Elvis era ahora la materia anfitriona de un IABOS que podría apoderarse de Oak Ridge, luego de toda Tennessee, de América y como misión final ¡del planeta Tierra! Por eso debíamos llegar antes del amanecer, aunque

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no veían, como yo por la ventana del baño, que ya había amanecido hace casi una hora. De pronto sentí silencio, habían caído rendidos en el suelo y salí del baño, saqué 10 dólares de la billetera de papi y caminé al costado de la ruta hasta encontrar un bar donde desayuné hot cakes con maple syrup y un vaso de cola con vainilla.Larry y mi padre llegaron al bar alrededor de las 10 de la mañana. Mi padre me regañó por haber desaparecido de esa forma, sin avisar. No dije nada. Se sacaron el guayabo con huevos revueltos y panceta, con una pinta de cerveza tirada cada uno. Durante el desayuno, el peluquero contó la vez que vieron Ovnis con Elvis, “caminábamos de vuelta a su casa, en Graceland, luego de un toque, eran cerca de las 2 am., E me pidió un cigarro y yo busqué la cajetilla de Chesters que tenía en alguna parte, en algún bolsillo... entonces gritó ¡mira! y en el cielo se acercaban a gran velocidad un par de luces”. Las mismas luces que el padre de Elvis había visto la noche en que nació su hijo. Abandonamos Nashville cerca del mediodía con un atado de sándwiches de mermelada de moras y mantequilla de maní, y una docena de cervezas. La teoría de Larry es que Elvis, de cuyo cuerpo se había apoderado el IABOS, como todos saben el 16 de agosto de 47, un año después intentaría apoderarse de las oficinas de la Atomic Energy Comission, en Oak Ridge, donde se refinaba el uranio-238 en uranio-235 y desde donde podía dominar el poder atómico de los EEUU para pedir la rendición del mundo. Su refugio no podría ser otro que la casa de Robert S. Allen, quien en marzo del '53 dijo haber visto objetos voladores en forma de discos sobrevolando su casa. Allen fue perseguido por la AEC y contó en varias oportunidades, como columnista de e Oak Ridger's Washington, que incluso fue amenazado por la institución y que su vida corría peligro. Una vez que el contacto extraterrestre ocurre, cualquier ufólogo como mi padre, o como Larry, sabe que ellos han elegido ese lugar como punto estratégico y nada los hará cambiar de opinión.

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Algunos kilómetros antes de llegar a Oak Ridge, el viejo Cadillac dijo basta y nos quedamos varados en la ruta. Caminar no era una opción, a Larry le iba a explotar el corazón antes de la primera milla y mi padre ya estaba sentado en el capot jalando una punta de merca que una mesera le vendió en el bar de Nashville. “¿Cómo conociste a Allen”, le preguntó papá a Larry.“En un artículo que había escrito después de los sucesos de marzo, Allen pidió a los lectores que enviaran cartas a la redacción donde contasen sus experiencias con Ovnis. Para ese entonces yo había tenido una serie de experiencias cercanas con UFOs, en Knoxville, en Graceland, en Memphis, en todo el puto estado de Tennessee, me seguían y no sabía por qué. Allen me dijo que nos viéramos y entonces tomé el bus a Oak Ridge, pero el senador Joe McCarthy – un puerco obsesionado con los commies que veía conspiraciones contra Eissenhower hasta en su taza de café - lo estaba siguiendo y tuvo que esconderse. La CIA tenía mis cartas, estuve preso un par de noches y lo negué todo, dije que estaba con medicamentos pesados y que me hacían alucinar, me dejaron ir. En noviembre del mismo año se involucraron las Fuerzas Aéreas, nunca pudieron negar los avistamientos de Oak Ridge, pero sí pudieron callar a los testigos, con torturas y ejecuciones”.Llegamos a Oak Ridge a la tarde. Demoramos en encontrar la casa de Al len, pero finalmente lo hicimos. Nos atendió su hija Alessandra, una hermosa mujer de pelo rojo, embarazada y con los pechos hinchados de leche. Su padre había muerto hace un par de décadas en un accidente de auto en la carretera 40, por donde vinimos; nos mostró el artículo en el Oak Ridger's. Y por supuesto, no había visto nunca a Elvis, aunque hablaba con frecuencia de él.Nos quedamos a cenar en casa de la familia Allen, el marido de Alessandra preparó hamburguesas y hotdogs en el patio mientras conversaba con Larry de baseball. Larry decía que Babe Ruth era huésped de un IABOS y el otro, en silencio, se preguntaba

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probablemente de que putas estaba hablando aquel psicópata y si en algún momento lo atacaría. La bella hija de Allen me hablaba y yo miraba a mi padre hablando solo, acostado en una reposera junto a la piscina vacía. Al principio pensé que tarareaba una canción de Elvis como siempre lo hacía, pero luego vi que estaba llorando, que quizás extrañaba a mamá, que entró en cuenta que todo aquello era una jodida locura. Tuve ganas de abrazarlo, como una esposa, como mi madre lo haría, pero yo era apenas una niña y quería también que me abrazaran, que me dijeran que todo pasaría y estaríamos bien, que pronto volveríamos a casa y perderíamos la tarde escuchando Love me tender, buscando formas en las nubes.Tengo el recorte de ese reportaje guardado en alguna parte, déjeme mostrarle...

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Mbói Rembiú

Se tomó el tiempo para imaginarlo en detalle. Caminó cada mañana al salir el sol hasta el exacto lugar donde la había encontrado. Puso el oído en el polvo. Husmeó entre las raíces y la hojarasca el olor indeleble de la sangre; no el olor metálico que tiene la sangre de los paraguayos, más bien un olor a cerámica , a fibra seca de karaguata, a humo.Vio repetirse, en el eterno ciclo de la memoria, el asesinato de Kuña Mamanga. Enredado en un ysypo, con los ojos vacíos y los labios del color del barro chaqueño, volvió a ver su cuerpo extendido como una cruz, como una estrella, signo involuntario de una adivinación.

Como el sabio hurga en las bibliotecas el sentido oculto de las cosas, el cazador en el monte descifra los indicios de su objetivo. Karai Urukure'a reconstruyó en cada rama quebrada, en cada cabello humano, en cada piedra conmovida, el universo del enemigo. "¿Cómo puede él esconderse de mí, de mí qué estoy hecho de sí mismo? Bueno entonces, ¡qué se esconda y me esconda yo de él!", confidenciaba el cazador a un kavurei que lo miraba desde la copa de un samu'u. "¿ué tan lejos puede llegar una hoja al caer del árbol?". Así hablaba, inspirado por el espíritu del bosque, mientras palpaba con los dedos el filo sediento de la flecha. El asesino estaba cerca. Al asomarse al primer claro, lo devolvería a las tinieblas que lo engendraron, solamente para animar su propia desgracia.

Hacía tiempo que no probaba bocado. Se concentraba en reconocer las pistas que ofrecía el bosque sobre el asesinato de Kuña Mamanga y no dejaba tiempo para comer, mucho menos para dormir. Pero esa tarde en que el sol de la siesta le trajo las nostalgias de los fogones, de sus hijos trepando las ramas para comer inga, de su amada Mamanga

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cociendo bajo cenizas mandi'o y avati ky, el cansancio y la tristeza vencieron la resistencia de sus párpados y cayó dormido.Evocaciones del hogar traspasaron el umbral del sueño y se olvidó por un instante de todos los males que lo aquejaban. Cuando desde lejos, desde otro mundo, la voz hueca y maderosa de una mujer desmembró las imágenes del sueño.Karai Urukure'a, ¿qué buscás en el monte, si no hay nadie allá además de vos? Yo convertida en kure ka'aguy, devenida en tujuju y en kavurei; desde el solemne taguató desciendo a la hormiga más pequeña y soy el monte entero, el espíritu. ¿No me viste brillar en la huella húmeda del jaguarete? El que se esconde te dejó ciego, porque sos cazador y es lo que sos. Bien, entonces, dejá que se esconda, escondete vos también, voy a mostrarte lo que no viste".Así dijo la voz que despertó al cazador.

"¿Mamanga?", preguntó Karai Urukure'a, y al abrir los ojos se dio cuenta que el samu'u donde antes estaba posado su con fidente kavurei, donde lunas pasadas hallara el cuerpo de Mamanga atrapado en las lianas, era en verdad el póra de su mujer, que lo había sorprendido durmiendo.

Y así le habló:"Por años, yo pude leer el ñe'e ka'aguy. No sé leer los libros que leen los letrados, pero sé leer la huella de los pájaros y el olor de las bestias y sus rastros de orina. Ahora estoy ciego. Pasé soles, lunas, aquí en el monte buscando a tu asesino, pero estoy muy solo y a nadie visto. Mostrame el camino que me lleve a la sangre, para dormir otra vez en casa".

“Alzá tus flechas y seguime”, le respondió la voz del árbol.

Las raíces se desprendieron de la tierra y comenzaron a moverse, 22

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como tentáculos sobre los cuales se movía el inmenso árbol, que al mismo era la frágil imagen de Mamanga, apenas pisando la tierra con los dedos de sus pies. El cazador se incorporó y siguió los pasos del árbol selva adentro. "Los árboles el cabello de la tierra, el musgo el cabello de las piedras, todo a semejanza del oficiante - del vengador – y de su víctima, todavía oculta", decía para sí (para el universo) mientras caminaba. Llegaron hasta un escampado en el monte. Karai debía hacer un gran esfuerzo por reconocer el entorno en que se movía, las formas parecían desbordarse en cada vértice hasta el infinito. Vio desprenderse de ese brutal abstracto a una pequeña niña. Reconoció en ella las facciones de Kuña Mamanga y quiso llamarla, decirle que era él y que había venido a vengar a su asesino. Pero estaban en trazos paralelos, que nunca se encontrarían. La niña se desplazaba por el terreno en distancias mayores a las que podría alcanzar la luz en milenios. Recolectaba frutos, para luego guardarlos en una bolsita de karaguata.

Y entonces, Karai pudo ver claramente.

Para tener una idea de lo que vio, imaginemos una caverna tan antigua como el principio de los tiempos. En sus paredes se suceden una serie de representaciones pictóricas que ilustran lo siguiente:

a) un cazador con cabeza de chancho salvaje escondido detrás de piedras, la pequeña Mamanga camina en dirección a él; b) el cazador se convierte en un árbol oscuro y terrible de cuyas ramas cuelgan cráneos humanos; c) vemos a la pequeña Mamanga treparse al árbol para arrancar uno de los cráneos y llevárselo a la boca; d) aparece la niña muerta enredada en las lianas del árbol; e) se ha transformado en uno de los frutos cráneo.

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"Anike re'u Mamanga i, pe'a mbói rembi'u hína", gritaba Karai Urukure'a inútilmente. Sus palabras se ahogaban en la boca.

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Índice

El suculento caso de la turca Aifuch 5Vori ava 9

El rey está en Oak Ridge 14 Mbói rembi'u 21

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Este libro se terminó de imprimir en marzo de 2015.

Asunción, Paraguay.