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    Boron, Atilio A.Socialismo siglo XXI : hay vida despus del

    neoliberalismo? . - 1a ed. - Buenos Aires : Luxemburg, 2008.144 p. ; 21x14 cm.

    ISBN 978-987-24286-2-4

    1. Teoras Polticas. I. TtuloCDD 324

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    Socialismo siglo xxi

    Hay vida despusdel neoliberalismo?

    Atilio A. Boron

    Buenos Aires, Argentina

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    Socialismo siglo xxiHay vida despus del neoliberalismo?

    1 Edicin, Ciudad de Buenos Aires, octubre de 2008

    2008 Atilio A. Boron

    2008 Ediciones LuxemburgTandil 3564 dpto. E, C1407HHF, Buenos Aires, [email protected]: (54 11) 4611 6811 / 4304 2703

    Edicin: Ivana BrighentiDiseo editorial: Miguel A. Santngelo

    Impresin: Imprenta de Las Madres

    DistribucinBadaraco DistribuidorEntre Ros 1055 local 9 y 10, C1080ABE, Buenos Aires, [email protected]: (54 11) 4304 2703

    ISBN: 978-987-24286-2-4

    Queda hecho el depsito que establece la Ley 11.723.

    No se permite la reproduccin total o parcial de este libro, ni sualmacenamiento en un sistema inormtico, ni su transmisin en cualquierorma o por cualquier medio electrnico, mecnico, otocopia u otrosmtodos, sin el permiso previo del editor.

    Impreso en Argentina

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    Para Andrea,por las muchas razones

    que slo ella y yo conocemos

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    Sumario

    Introduccin 11

    Captulo IDuro de matar. El mito del desarrollo

    capitalista nacional en la nueva coyunturapoltica de Amrica Latina 19Una ruta clausurada | Crticas al pensamientoconvencional | Derrumbe y resurreccin dela ortodoxia | La centroizquierda latinoamericana

    y su apuesta al desarrollo del capitalismo |La persistencia de un mito | Un capitalismonacional sin burguesa nacional? | Lecciones

    de la historia econmica | Repensar el socialismo

    Captulo IIHay vida despus del neoliberalismo? 43La encrucijada civilizatoria | Resignacin y chantaje:cul sera el modelo de recambio, si no hayalternativas? | Hacer lo obvio | Una hoja de ruta |La trama poltica

    Captulo IIIEl socialismo del siglo xxi:notas para su discusin 97

    Valores | Proyecto | Sujetos | Conclusiones

    Bibliografa 139

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    la tan proclamada ruta hacia el desarrollo para los pasesde la perieria, sino precisamente lo contrario: el cami-no ms seguro para perpetuar el subdesarrollo. Algunosde aquellos pases especialmente Argentina y Brasilsiguen siendo, melanclicamente, las eternas tierras deluturo; tierras para las que, presuntamente, estara re-servado un porvenir luminoso que cada da se aleja ms.

    Visto desde una perspectiva histrica y geogrcams amplia, el capitalismo es el modo de produccinque ha servido para que un pequeo grupo de nacionesde las cuales ninguna ue subdesarrollada se desa-rrollasen, pero al precio de excluir de tales benecios atodas las dems. Alguien podra objetar que en las lti-mas dcadas pases como Espaa, Portugal, Grecia o Ir-landa se equipararon a las economas ms desarrolladasdel capitalismo metropolitano. Pero hay un vicio en esaobjecin: ninguno de esos ue jams un pas subdesa-rrollado. Pueden haber sido pobres, o haber cado en laruina, pero su situacin nunca ue ni remotamente com-parable con la que caracteriza a la mayora de las nacio-nes del Tercer Mundo. Espaa y Portugal, por ejemplo,ueron en su tiempo metrpolis de imponentes imperiosamericanos que llegaron inclusive a tener destacamen-tos de avanzada en rica y Asia. Al dilapidar el produc-to de su saqueo colonial, se arruinaron y quedaron porlargo tiempo sumidas en la pobreza, pero ningn histo-

    riador econmico serio jams las consider como pasessubdesarrollados. Lo mismo puede decirse de Grecia eIrlanda, aunque en los aos de la posguerra ueran na-ciones muy pobres. Y aunque antes incluso, al promediarel siglo xix, Irlanda uera diezmada por las hambrunasy la emigracin. Si estos pases salieron del atraso y lapobreza ue porque, como preocupante perieria de unaEuropa opulenta, ueron desarrolladas desde auera

    por las polticas de la Unin Europea, as como el Norteitaliano lo hizo una vez con su atrasado Mezzogiorno.La razn? El subdesarrollo es un concepto relacio-

    nal que slo hace su aparicin cuando culmina la cons-truccin del capitalismo como una estructura mundial,o una economa-mundo, en palabras de Immanuel

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    Wallerstein. Este proceso se produjo al promediar el si-glo xix y no es casual que Marx y Engels observaran, enuno de los pasajes ms luminosos delManifesto Comu-nista, cmo la burguesa recorra el mundo y lo recreabaa su imagen y semejanza. Esta economa mundial ca-pitalista tiene invariablemente un centro integrador,un ncleo central, que se desarrolla en buena medida(si bien no exclusivamente) succionando plusvalor de laperieria. Por eso la literatura especializada con anterio-ridad a esta plena constitucin del mercado capitalistamundial jams utiliz el trmino subdesarrollo. Se ha-blaba de pases pobres, atrasados, o de colonias, peronunca de pases subdesarrollados.

    Ahora bien: el reverso del desarrollo del capitalismoen las metrpolis es el subdesarrollo en la perieria. Estono signica, como lo quieren algunas interpretacionessimplistas o quienes caricaturizan al marxismo hastadeormarlo por completo, negar la posibilidad de que apartir de dicho relacionamiento como por ejemplo elque se dio entre el Reino Unido y pases como Argentina,Brasil o Uruguay desde nales del siglo xix hasta la Pri-mera Guerra Mundial algunos sectores especcos dela economa, ligados al comercio exterior, experimentenun impetuoso crecimiento. Una versin de esta tesis so-bre el desarrollo del subdesarrollo, planteada quizs demanera extrema, se encuentra en los trabajos pioneros

    de Andre Gunder Frank (1964) sobre Chile y Brasil enlos que demuestra cmo la integracin a los mercadosmundiales de algunos sectores de las economas chile-na el nitrato, por ejemplo, y luego el cobre y brasileael azcar y el caucho, principalmente produjo prime-ro un perodo de auge y luego su crisis y brutal subde-sarrollo. Sin llegar a los extremos que plantea Frank, espreciso reconocer, no obstante, que el crecimiento de

    esas exportaciones, por ms que perdure durante d-cadas, no permite eectuar el salto del subdesarrollo aldesarrollo. Y esta enseanza de la historia es tan vlidaayer como hoy, en contraste con lo que plantea el pensa-miento econmico convencional que exalta las virtudesdel export led growth, el crecimiento basado en las ex-

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    portaciones. La Argentina tuvo un crecimiento excep-cional a lo largo de casi medio siglo, entre 1880 y 1930,y cuando esta etapa se agot, en medio de los ragoresde la Gran Depresin de 1929, su estructura econmicay social exhiba todos los rasgos denitorios del subde-sarrollo: dependencia externa, vulnerabilidad ante losavatares de la economa mundial, proundos desequi-librios de su estructura econmico-social producto desu adaptacin a una divisin internacional del trabajoque la conden a someterse a los dictados de las econo-mas desarrolladas, debilidad del impulso industrial,polarizacin clasista y exclusin social de grandes ma-yoras. El caso argentino puso de maniesto, de mane-ra cristalina, la radical dierencia existente entre creci-miento y desarrollo econmico. La economa creci, ymucho, durante cincuenta aos. Pero no se desarroll1.

    El capitalismo, por lo tanto, no es una receta univer-salizable ni mucho menos eterna. No es universaliza-ble porque, si posibilit el desarrollo de un puado denaciones, las metrpolis, tuvo un eecto exactamentecontrario en las colonias. Tampoco es eterno, porqueesa misma rmula tiene hoy limitaciones histricasinsalvables. Por eso, a pesar de los discursos de los go-bernantes de los pases capitalistas, sus intelectuales,publicistas y tcnicos, lo cierto es que al cabo de algoms de cien aos hubo slo un pas que pudo traspasar

    las ronteras que dividen el desarrollo del subdesarrollo,y ese es el caso excepcional de Corea del Sur. Claro est

    1 Pese a lo cual no son pocos los comentaristas actuales que recuer-dan con nostalgia aquella poca y arman, en un alarde de temeri-dad, que la Argentina por entonces ya era un pas desarrollado, o quetena algunos ndices socioeconmicos por ejemplo, telonos oautomviles por 1.000 habitantes, extensin de las vas rreas, etc.comparables con los de las cinco o seis naciones ms avanzadas delmundo desarrollado. Pero este enoque, tpicamente burgus por su

    tendencia irresistible a la ragmentacin y la consideracin de la rea-lidad social en trminos de sectores, no puede sino inducir a gravesequvocos. Entre ellos, concluir que la Argentina era ya una economadesarrollada. Un error semejante se producira en nuestro tiempo sial considerar algunos ndices de salud pblica y educacin en Cuba,tan buenos como los mejores de los pases del capitalismo avanzado,concluyramos que Cuba es un pas altamente desarrollado.

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    llo del capitalismo en los pases centrales, la burguesanacional, se ha extinguido en la perieria y cualquier es-uerzo por resucitarla est condenado al racaso, comolo demuestra sobradamente la experiencia argentinabajo los gobiernos de Nstor y Cristina Kirchner2. Estaproblemtica es la que se examina detalladamente en elprimer captulo del libro.

    As planteadas las cosas, el segundo captulo se con-centra en el examen de las posibilidades abiertas por lanecesidad de encontrar una ruta de escape a la plaganeoliberal que aecta a nuestra regin. En este captulose cuestiona el papel de los modelos preconcebidos y supapel, o no, como hacedores de la historia real de pue-blos y naciones. Y, contrariamente al saber convencio-nal, se plantea que, aun cuando no exista un modelo dereemplazo una vez producido el descalabro del mode-lo sovitico, ello no cancela la necesidad y la posibili-dad de realizar cambios de importancia en la estructu-ra econmica y social de nuestros pases. Sin caer en elesquematismo de un modelo para imitar o para aplicar(porque, pararaseando a Maritegui, las revolucionesno pueden ser calco ni copia), se enumeran una serie dereormas de ondo que, si ueran encaradas por los go-biernos, mejoraran sustancialmente la suerte de nues-tros pueblos. Y se aclara, adems, que no hay obstculosinsalvables en la medida en que exista la voluntad pol-

    tica para llevar adelante un programa de proundas re-ormas. Pero la sola existencia de esa voluntad polticasuscita grandes dudas, habida cuenta de la capitulacinde los gobiernos de la centroizquierda latinoamerica-na. Y cuando aquella existe, como en los casos de Cuba,Venezuela, Bolivia y Ecuador, el eroz hostigamiento delimperio plantea la cuestin de la capacidad de resisten-cia no slo de los gobiernos involucrados sino tambin

    2 En relacin a este punto, la burguesa nacional, es de estr icta justi-cia recordar las precoces observaciones de Ernesto Che Guevara,quien armaba, a comienzos de los aos sesenta, que era ms preci-so hablar de burguesas autctonas. Ver especialmente su Men-saje a los pueblos del mundo a travs de la Tricontinental, un textode abri l de 1967.

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    de la sociedad ante tan rotundas amenazas, chantajesy extorsiones de todo tipo.

    El captulo tercero y nal de esta obra se proponeexaminar las perspectivas de un uturo no capitalistapara Amrica Latina. La premisa que inorma este ar-gumento es que dentro del capitalismo no tendremosuturo alguno, sino la pattica eternizacin de un pre-sente plagado de toda clase de males. Si queremos con-quistar un uturo ser preciso hacerlo por una va nocapitalista. La vieja consigna acuada por Engels en el

    Anti-Dhring y luego retomada por Rosa Luxemburgo,socialismo o barbarie, es ms actual hoy que ayer. Deeso trata, precisamente, el socialismo del siglo xxi. Unsocialismo remozado que capitaliza y madura a partirde las ricas y dolorosas experiencias de las revolucionessocialistas del siglo xx. El captulo explora los tres gran-des temas denitorios del nuevo socialismo: la cuestinde los valores, el proyecto poltico-econmico y, porltimo, la problemtica de los sujetos sobre los cualesrecaer la responsabilidad de llevar a buen trmino elproyecto del socialismo del siglo xxi.

    Una ltima palabra acerca de las condiciones deproduccin de este libro. Como puede apreciarse a sim-ple vista, el mismo es producto de una lnea de inves-tigacin que el autor ha estado cultivando a lo largo devarios aos acerca de la inviabilidad del capitalismo

    como modo de produccin conducente al desarrollo enAmrica Latina. Los sucesivos avances parciales de in-vestigacin ueron presentados en numerosos congre-sos cientcos. En su orma original, luego convenien-temente corregida y aumentada, los tres captulos queconorman este libro, que se publica gracias al generosoesuerzo de Ediciones Luxemburg, ueron presentadosen los Encuentros sobre Globalizacin y Problemas del

    Desarrollo que ao tras ao organiza la Asociacin Na-cional de Economistas y Contadores de Cuba (ANEC) enLa Habana. Mi mayor gratitud, entonces, hacia su pre-sidente, Roberto Verrier Castro, quien tuvo la amabili-dad de invitarme a exponer mis ideas incluso cuandolas mismas no haban adquirido todava la precisin

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    propia de un discurso cientco. Quiero agradecer aquienes realizaron la edicin por haber lidiado, una vezms, con las sucesivas versiones del texto sin perder supaciencia y contribuyendo ecazmente a hacer su lec-tura ms llevadera y convincente. En el curso de estosaos tuve la ortuna de poder discutir estas refexionescon innumerables colegas y amigos, tanto en el marcode los encuentros de la ANEC como en otras reunionesacadmicas, en los paneles de las sucesivas edicionesdel Foro Social Mundial y en innumerables charlas condistintos movimientos sociales de la regin. Pretendernombrarlos a todos ellos sera una empresa imposible ycon certeza injusta, porque aun el mejor registro dejaraen las sombras a muchos de ellos que con sus preguntas,comentarios o sugerencias enriquecieron signicativa-mente este trabajo. Preero por eso mismo declarar queesta obra es producto de una genuina empresa colectivaen la que estamos empeados todos quienes concebi-mos al capitalismo como un sistema inherentementeinjusto e irreormable, y que coloca a la humanidad alborde de su propia destruccin. Las pginas que siguenpretenden ser un pequeo aporte en el intento por evi-tar tan deplorable resultado.

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    Por otra parte, las burguesas autctonas han

    perdido toda su capacidad de oposicin al

    imperialismo si alguna vez la tuvieron y slo orman

    su urgn de cola. No hay ms cambios que hacer; o

    revolucin socialista o caricatura de Revolucin.

    Mensaje a los pueblos del mundo a travs

    de la Tricontinental

    Ernesto Che Guevara

    Una ruta clausurada

    Hace casi medio siglo, cuando en las ciencias sociales dela poca prevalecan sin contrapeso las teoras de la mo-dernizacin y la de las etapas del desarrollo econmico,popularizadas por Walter W. Rostow en su amoso libroLas etapas del crecimiento econmico, vea la luz un textode Karl de Schweinitz Jr. en el que dicho autor planteabauna tesis radical, totalmente a contracorriente del con-

    senso dominante de su tiempo. Sintticamente, la mismasostena que, en lo concerniente al establecimiento deuna democracia liberal, el camino recorrido por EstadosUnidos y los pases ms avanzados de Europa ya no podaser transitado nuevamente por las naciones subdesarro-lladas. Si bien su pronstico sobre la industrializacin era

    Captulo I

    Duro de matar. El mito deldesarrollo capitalista nacionalen la nueva coyuntura polticade Amrica Latina

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    un poco menos pesimista, entre lneas el mensaje era cla-ro: el mundo de la perieria muy dicilmente podra emu-lar la trayectoria industrial de las potencias metropolita-nas. Rerindose especialmente al caso de la democracia,su diagnstico era an ms terminante: el desarrollo dela democracia en el siglo xix ue el resultado de una inu-sual conguracin de circunstancias histricas que nopueden repetirse. La ruta euro-norteamericana hacia lademocracia est clausurada (Schweinitz Jr., 1964: 10-11).

    Crticas al pensamiento convencionalPor supuesto, el libro de Schweinitz riguroso, docu-mentado, persuasivo ue olmpicamente ignorado porla academia, los intelectuales bienpensantes y los me-dios de comunicacin de masas. El gran pblico ni seenter, y en el mundo de la perieria las pesimistas ideasde nuestro autor que contradecan abiertamente lasrosadas expectativas cultivadas por la Alianza para elProgreso y, ms generalmente, la autoimpuesta misinde la Casa Blanca de exportar la democracia a todo elmundo ueron totalmente desconocidas. Estamos ha-blando de 1964. Eran las pocas en que la alternativa ala teora de la modernizacin y las etapas del desarrolloeconmico era una vertiente crtica de la CEPAL, enca-bezada por Ral Prebisch, o bien la elaboracin de los

    tericos de la dependencia que comenzaba a resonarcon creciente uerza en Amrica Latina, estimuladosellos por la radicalidad de los pioneros planteamientosque Andr Gunder Frank expusiera en su clsico librosobre el desarrollo del subdesarrollo en Brasil y Chi-le (Frank, 1964). Fuera del mundo acadmico y anti-cipndose a l, la Segunda Declaracin de La Habanay el clebre discurso del Che en Punta del Este haban

    planteado con total claridad los lmites inranqueablesdel desarrollo capitalista en la perieria3. Pero el impac-

    3 El Che particip, como ministro de Industrias de Cuba, en la Con-erencia del Consejo Interamericano Econmico y Social (CIES), unorganismo dependiente de la OEA, que sesion en Punta del Este en-

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    to de estas ideas en el debate de las ciencias sociales nosera inmediato. Su origen extramuros de la academiaarrojaba sobre ellas un manto de sospecha que para laortodoxia positivista dominante las descalicaba porcompleto. Sin embargo, con el paso del tiempo, tantola Segunda Declaracin como el discurso del Che ha-bran de convertirse en reerencias insoslayables delnuevo pensamiento crtico latinoamericano. El librode Rostow, cuyo ttulo completo era Las etapas del cre-cimiento econmico y cuyo subttulo, privado de todasutileza, era Un manifesto no comunista, haba sido pu-blicado en ingls en 1960 y al ao siguiente se traducaal espaol por el Fondo de Cultura Econmica. Este li-bro ejerci una infuencia arrolladora sobre las cienciassociales latinoamericanas de aquellos aos y, ni hablar,sobre los gobiernos y expertos en el rea econmica4.

    La idea bsica del argumento rostowiano era que ha-ba un solo proceso de desarrollo y que este era lineal,acumulativo e igual para todos los pases. La palabracapitalismo haba sido cuidadosamente desterradadel texto, con el obvio propsito de reorzar la natura-lizacin de este modo de produccin: al describir susleyes de desarrollo, el supuesto era que cualquier eco-noma, sin excepcin, deba enrentarse a una serie deimperativos tcnicos, no polticos. La consecuencia detodo esto era que haba un solo modo de enrentar los

    tre el 5 y el 18 de agosto de 1961, a escasos cuatro meses de la allidainvasin a Playa Girn. En su primera intervencin en la Conerencia,el Che pronunci un vibrante alegato denunciando los modestsimosalcances de un supuesto programa de desarrollo econmico auspi-ciado por EE.UU., la allida Alianza para el Progreso, representadoen la Conerencia por su secretario del Tesoro, Douglas Dillon, que,por su nasis en la construccin de redes cloacales, el revoluciona-rio argentino-cubano denomin sarcsticamente como la letriniza-cin de Amrica Latina. Los modestos objetivos que se propona la

    Alianza, que ni siquiera ueron alcanzados por ningn pas, contras-taban llamativamente con las grandes realizaciones que Cuba habalogrado en dos aos y medio de revolucin y que la haban converti-do, entre otras cosas, en el primer territorio libre de analabetos delas Amricas.

    4 Para un anlisis sobre la natura leza y el impacto de las ideas deRostow, ver Ronelli y Kohan (2003).

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    problemas econmicos, y que este modo estaba dictadopor cuestiones tcnicas que no admitan transgresinalguna. El proceso de desarrollo capitalista con sus lu-chas, despojos y saqueos, que lo hacen llegar al mundochorreando sangre y barro por todos sus poros, comodijera Marx en El Capital es as sublimado y descon-textualizado hasta llegar a convertirse en un despliegueahistrico, ormal y lineal de potencialidades presentesen cada una de las ormaciones sociales del planeta. Poreso, para esta tradicin de pensamiento, los pases hoydesarrollados ueron, en un tiempo no demasiado re-moto, naciones pobres y subdesarrolladas. Este razona-miento se asentaba sobre dos alsos supuestos: primero,que las sociedades localizadas en ambos extremos delcontinuo compartan la misma naturaleza y eran, enlo esencial, lo mismo. Sus dierencias, cuando existan,eran de grado, como casi medio siglo despus repetiransin brillo y sin gracia Hardt y Negri, lo cual era y es atodas luces also. Segundo supuesto: que la organiza-cin de los mercados internacionales careca de asime-tras estructurales que pudieran aectar las chances dedesarrollo de las naciones de la perieria. Para autorescomo los previamente mencionados, trminos talescomo dependencia o imperialismo no servan paradescribir las realidades del sistema y eran, antes quenada, un tributo a enoques polticos, y por lo tanto no

    cientcos, con los cuales se pretenda comprender losproblemas del desarrollo econmico5. En consecuencia,los llamados obstculos al desarrollo no tenan un-damentos estructurales o restricciones ancladas en laeconoma mundial, sino que eran el producto de torpesdecisiones polticas, de elecciones desaortunadas de

    5 No deja se ser asombrosa la coincidencia de perspectivas entre

    la obra de un terico conservador como Walter W. Rostow y la dequienes, desde una perspectiva presuntamente crtica, se inspiranen la obra de Hardt y Negri. En una entrevista concedida al matuti-no argentino Pgina/12, Cocco y Negri descalican el concepto deimperialismo y juzgan como lamentable al antiimperialismo. Nopodran haber estado ms de acuerdo con el terico preerido de laAdministracin Kennedy (ver Gago, 2006).

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    los gobernantes o de actores inerciales cilmente re-movibles. Las implicaciones conservadoras de este ra-zonamiento, que descarta apriorsticamente cualquierotra orma de organizacin econmica alternativa alcapitalismo y que ignora olmpicamente la realidad delimperialismo y la dependencia, son tan evidentes queno requieren ninguna demostracin ms all de su solaenunciacin. Como se ve, el pensamiento nico noes tan novedoso como se supone. Y su impacto sobre elpensamiento supuestamente contestatario ue tan de-letreo ayer como hoy6.

    Derrumbe y resurreccin de laortodoxia

    En la dcada del sesenta el infujo ideolgico de los pa-radigmas dominantes en las ciencias sociales se desva-nece considerablemente: basta considerar la consolida-cin de la Revolucin Cubana y su denicin socialistaluego de Playa Girn; el ascenso del movimiento popu-lar en toda Amrica Latina; el auge de la lucha de clasesen Europa, que culminara con las grandes conmocio-nes de 1968; los impetuosos movimientos en avor de losderechos civiles en EE.UU. y la rearmacin de los mo-vimientos de liberacin nacional en el Tercer Mundo, atodo lo cual se agregara, poco despus, el demoledor

    impacto de la Guerra de Vietnam que termina de hacer

    6 Un ejemplo de nuestros das lo orece la obra de Hardt y Negri, Im-perio, en la cual se asegura que pases como Bangladesh y Hait se en-en la cual se asegura que pases como Bangladesh y Hait se en-cuentran al interior del imperio puesto que este todo lo abarca. Perose hallan por eso en una posicin comparable a la de EE.UU., Francia,Alemania o Japn? Si bien aortunadamente admiten que estos pasesno son idnticos desde el punto de vista de la produccin y circulacincapitalistas, Hardt y Negri concluyen, para estupor de los estudiosos,que entre Estados Unidos y Brasil, Gran Bretaa y la India no hay di-

    erencias de naturaleza, slo dierencias de grado, tesis esta que sus-cribira con entusiasmo el propio Rostow (Hardt y Negri, 2000: 307).Como bien recuerda Amin, las perierias del sistema mundial no sontan slo ormaciones desigualmente desarrolladas, sino que se tratade ormaciones sociales interdependientes precisamente en uncinde esa desigualdad. Para una crtica a la visin radicalmente equivo-cada y uncional al imperialismo de Hardt y Negri, ver Boron (2002).

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    saltar por los aires el laborioso andamiaje construidopor las ciencias sociales norteamericanas desde nalesde la Segunda Guerra Mundial. El colapso terico delplanteo rostowiano tiene su correlato en el derrumbede la sociologa parsoniana, la crisis de las teoras de lamodernizacin y la bancarrota del conductismo en laciencia poltica. En Amrica Latina esta crisis terica seacenta por la presencia de la Revolucin Cubana y elprogresivo deterioro de la situacin econmica, social ypoltica de los pases de mayor desarrollo capitalista unavez agotado el ciclo de la industrializacin sustitutiva, loque promovi el breve auge de las diversas corrientes dela teora de la dependencia. En sus distintas variantes,que van desde la ya mencionada obra de Andr GunderFrank, Ruy Mauro Marini y Theotonio dos Santos hastaFernando H. Cardoso y Enzo Faletto, pasando por An-bal Quijano, Agustn Cueva y tantos otros, la teoriza-cin de la dependencia tena como rasgos unicadoresla crucial relevancia asignada al carcter histrico deldesarrollo capitalista, el papel de sus diversos agentes,la insercin de los pases en un mercado mundial signa-do por proundas asimetras y la centralidad de la pro-blemtica poltica y estatal. A mediados de los setenta lacrisis poltica generalizada en la regin, emblematizadapor la violenta liquidacin de la va chilena al socialis-mo liderada por Salvador Allende y la Unidad Popular y

    del experimento radical democrtico de Juan Jos Torresy la Asamblea Popular en Bolivia; el termidor surido porla revolucin peruana con el desplazamiento de VelascoAlvarado; y el sangriento desenlace del retorno del pe-ronismo en la Argentina, precipit un nuevo cambio enel paradigma dominante. En este caso, se trat muchomenos de una derrota en el plano de las ideas que de lasconsecuencias del perodo ms erozmente represivo

    conocido por la Amrica Latina contempornea, lo queimplic que muchos de los tericos de la dependenciay sus seguidores conocieran el exilio, la crcel y, en nopocos casos, la muerte.

    No es el propsito de este trabajo examinar los alcan-ces y lmites de las contribuciones de los dependentis-

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    tas, bien conocidas en nuestra regin. Nos basta simple-mente con resaltar la coincidencia entre sus pronsticospesimistas acerca del desarrollo del capitalismo en laperieria, ormulados desde una perspectiva de izquier-da, y los que brotan de la pluma de Schweinitz, una notadesanada en el monocorde ambiente de la academianorteamericana7.

    La centroizquierdalatinoamericana y su apuesta al

    desarrollo del capitalismoSi hemos sometido a la consideracin del lector estas te-sis pesimistas acerca de la imposibilidad del desarrolloen la perieria que no quiere decir imposibilidad de re-gistrar, por momentos, altas tasas de crecimiento econ-mico! es porque el devenir de la historia ha demostrado,transcurrido casi medio siglo, que los diagnsticos quese oponan al ingenuo mas no desinteresado optimismode Rostow y sus colegas estaban en lo cierto. Actualizaresta certeza es bien oportuno en nuestros das, cuandoprolieran una serie de gobiernos de centroizquierdaque, en Amrica Latina, proclaman con ciego entusias-mo su conanza en culminar exitosamente su marchahacia el desarrollo o entrar al Primer Mundo, como sedeca en los noventa transitando por una ruta que ue

    clausurada hace mucho tiempo

    8

    .

    7 Al momento de escribir su libro, nuestro autor era proesor de laNorthwestern University, una universidad de elite radicada nadamenos que en Chicago y muy infuenciada por el prestigio intelec-tual que por entonces gozaba la Escuela de Chicago de la que surgi-ra, entre otros, uno de los grandes idelogos de la contrarrevolucinneoliberal de los aos setenta. Nos reerimos a Milton Friedman, porsupuesto.

    8 Antes de proseguir con nuestra argumentacin se impone una acla-

    racin. Las usinas ideolgicas de la derecha, con el auxilio invalora-ble de algunos ex izquierdistas, han impuesto un lugar comn quepodra sintetizarse as: si bien se produjo en Amrica Latina un giroa la izquierda, Washington no debe reaccionar indiscriminadamen-te ante el peligro que esto podra entraar para la seguridad nacio-nal norteamericana, el normal uncionamiento de los mercados y laseguridad jurdica de las inversiones extranjeras en la regin. Exis-

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    En este sentido, los gobiernos de la llamada centroiz-quierda se han llevado todas las palmas. Su delidad alas orientaciones generales del Consenso de Washington,delidad que no es desmentida por una cierta retricaprogresista estentrea, a veces, como en el caso ar-gentino; afautada, otras, como en los casos de Brasil,Chile y Uruguay, les hace creer que si persisten en laspolticas ortodoxas recomendadas por el Fondo Mone-tario Internacional, el Banco Mundial y la OrganizacinMundial del Comercio algn da, ms pronto que tarde,llegarn a ser pases como los europeos o EE.UU. Des-de su tumba, el bueno de Schweinitz seguramente debeestar sonriendo burlonamente ante tamao disparate.Y, si pudiera regresar al reino de los vivos, seguramenteles preguntara a los voceros de esos gobiernos acerca delas razones por las cuales hace ya casi un siglo que pa-ses como la Argentina, Brasil y Mxico siguen siendo losdepositarios de un luminoso uturo capitalista que nun-ca se concreta y que, al contrario, los aleja cada da msde los capitalismos desarrollados, perpetuando su con-dicin de eternos pases del uturo. Antes de la GranDepresin de 1929 el pensamiento convencional de las

    ten, segn los Castaedas, Vargas Llosas, Fuentes y tantos otros, dosizquierdas: una seria y racional, que comprende la importancia deno intererir con la lgica de los mercados, y otra, anatemizada comoradical, populista o demaggica segn los diversos autores, em-

    peada en contradecirla. La primera vertiente incluye como ejemplosparadigmticos los casos de la Concertacin chilena y el gobierno deLula en Brasil, si bien hay otros en la regin que tambin podran en-cuadrarse en este modelo, como el de Tabar Vzquez en Uruguay yAlan Garca en el Per. Ejemplos rotundos de la segunda seran losde Cuba y Venezuela, a los que posteriormente se agreg el de EvoMorales en Bolivia y, ms recientemente an, el de Raael Correa enel Ecuador. El caso de Kirchner ocupa un lugar muy especial porque,si bien por su retrica podra ser encasillado junto a Chvez y Evo,la orientacin de sus polticas econmicas hecha excepcin de laquita en los bonos de la deuda externa se encuadra en los grandes

    lineamientos del Consenso de Washington. En realidad, cuando sehabla de izquierda en Amrica Latina, tal caracterizacin le cabeexclusivamente a los gobiernos de Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecua-dor. Los dems son, en el mejor de los casos, gobiernos de centro a loscuales el rtulo de centroizquierda les queda demasiado grande yaque constituye una distincin inmerecida en uncin de sus pobresdesempeos en materia de justicia social.

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    ta; en la tentativa de Juan Jos Torres en la Bolivia de laAsamblea Popular de 1971, siendo los casos ms impor-tantes, a partir de la contraoensiva capitalista lanzadadesde mediados de los setenta esa alternativa ue barri-da con un bao de sangre. El resultado es que hoy granparte de la centroizquierda, producto de aquella derro-ta en el crucial terreno de las ideas, renueva su creenciaen el desarrollo capitalista nacional impulsado por unagura espectral: la burguesa nacional.

    La persistencia de un mitoVeamos algunos ejemplos extrados de la presente co- yuntura. En la Argentina, por ejemplo, el presidenteNstor Kirchner rearma su decisin de construir uncapitalismo serio, alentando la constitucin de unaburguesa nacional capaz de conducir la maltratadaeconoma argentina hacia el puerto seguro del desa-rrollo. Esa ue una de sus primeras deniciones progra-mticas en el discurso inaugural de su mandato, el 25de mayo de 2003, cuando ante la Asamblea Legislativadeca que en nuestro proyecto ubicamos en un lugarcentral la idea de reconstruir un capitalismo nacionalque genere las alternativas que permitan reinstalar lamovilidad social ascendente.

    Esta obstinacin habra de acentuarse con el paso

    de los aos, lo que qued en evidencia en su viaje a laAsamblea General de la ONU, en Nueva York, en el mesde septiembre de 2006, ocasin en la cual tanto Kirchnercomo la senadora Cristina Fernndez de Kirchner, sueventual sucesora en la Casa Rosada, dieron muestrasde su incondicional adhesin al capitalismo y al mitodel desarrollo capitalista nacional. En esa ocasin elpresidente acept una invitacin de la Bolsa de Valores

    de Nueva York (NYSE) para visitar su sede y disrutardel dudoso privilegio de tocar la campana que indica elcierre de las operaciones del da. En dicha oportunidadKirchner dijo, evidenciando un sincero arrepentimien-to: agradezco el gesto del mercado de invitarnos aqu.La Argentina est volviendo al lugar del que nunca de-

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    bi haber salido (Rodrguez Yebra, 2006). Lo curiosodel caso es que, de hecho, la Argentina jams se habamarchado de ese lugar. Por el contrario, siempre estu-vo all, por lo menos desde mediados de la dcada delcincuenta, como uno de los pases ms endeudados delplaneta y jugosa presa de todo tipo de operaciones es-peculativas y de pillaje realizadas desde ese sagrado re-cinto: desde el doloso megacanje de la deuda externade la poca de De la Ra-Cavallo, hasta las raudulen-tas privatizaciones y la apertura indiscriminada de losmercados ordenadas por Menem-Cavallo, pasando porinnumerables tropelas y latrocinios de ese tipo. Igno-raba Kirchner al pronunciar sus palabras que cerca del95% de las operaciones que tienen lugar en el sistema -nanciero internacional del cual Wall Street es su cora-zn son de carcter especulativo, razn por la cual unainvestigadora como Susan Strange, nada sospechosade propensiones izquierdistas, bautiz a dicho sistemacomo capitalismo de casino, parasitario e irrespon-sable, depredador de mercados y naciones, cuya ebrilbsqueda de lucro no se detiene ante nada o ante nadiesembrando a su paso crisis, destruccin y muertes? Si-milares declaraciones expres Kirchner bajo el ampa-ro de un organismo como el Council o the Americas,uno de los principales sostenes ideolgicos del imperio,despejando cualquier duda que pudiera subsistir sobre

    la naturaleza de su gobierno: una variedad de cen-troizquierda, por momentos vocierante pero siempreinquebrantablemente identicada con la perpetuacindel capitalismo en la Argentina y, pese a gestos y retri-cas estridentes, cada vez ms dcil ante los dictados dela Casa Blanca.

    Hay que agregar que, ya con anterioridad a esta echa y en numerosas ocasiones, Kirchner se haba reerido

    reiteradamente a la necesidad de implantar en la Argen-tina un capitalismo serio, nacional e inteligente,adjetivos estos que supuestamente obraran el milagrode convertir a un rgimen basado en la explotacin deltrabajo asalariado en una raternal comunidad de igua-les. Uno de los problemas con que se enrenta el presi-

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    dente es que en la Argentina el capitalismo nada seriosino,por el contrario, sonriente, irresponsable, delos compinches (croony capitalism), transnacionali-zado y torpe, en vez de inteligente, produjo esplndidosresultados para los capitalistas, con tasas exorbitantesde ganancias y con la consolidacin de extraordinariosprivilegios que ningn burgus serio pensara que esrazonable abandonar por ms que lo solicitara el primermandatario. Cmo convencer a quien se encuentra ins-talado en el 10% ms rico de la Argentina y cuyos ingre-sos en 2003 eran 56 veces superiores a los del 10% mspobre de que es urgente y necesario pasar a un capita-lismo serio, que evite tan fagrante e intolerante injus-ticia? Lo ms probable es que el capitalista en cuestinconsidere poco seria la preocupacin presidencial porla seriedad de un capitalismo que produce tan magn-cos resultados, recompensando a los empresarios y alos inversores con tan enomenales ganancias.

    Esta explcita voluntad de situar los parmetros un-damentales de la sociedad capitalista uera de cual-quier posible impugnacin, no as sus maniestacionesms aberrantes, ue raticada en ese mismo viaje enuna conerencia dictada en la Universidad de Columbiapor la senadora Cristina Fernndez de Kirchner. En esaocasin, la esposa del presidente sin duda, una de susms autorizadas voceras declar que las polticas del

    gobierno de Kirchner se situaban del lado del capitalis-mo. Qu es el capitalismo?, se pregunt. Su respues-ta: lo que hizo caer el muro del Berln no ue el poderode Estados Unidos sino que el capitalismo es una mejoridea que el comunismo, y si el capitalismo se distinguerente a otras doctrinas es por la idea del consumo. Lascrticas al Fondo Monetario Internacional se apoyan enla inconsistencia de sus prdicas con el supuesto ncleo

    del capitalismo, sus mejores ideas, dado que con suspolticas de ajuste lo primero que hace es restringir elconsumo y, en consecuencia, debilitar el impulso capi-talista (Baron, 2006).

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    Un capitalismo nacional sin burguesanacional?

    Volviendo al discurso inaugural de Kirchner, qu gra-do de realismo tiene hoy, en un mundo de mercadostransnacionalizados y de impetuosa mundializacinde los procesos productivos, comerciales y nancieros,apostar a un desarrollo capitalista nacional? Preguntaindispensable sobre todo en una ormacin social comola argentina, en la cual el grado de extranjerizacin de laeconoma ha avanzado a ritmo desenrenado y es uno

    de los mayores de toda la regin. Respuesta: ningngrado de realismo. Es pura antasa. Ral Zibechi, en untexto sumamente interesante que desnuda el anacro-nismo de esta opcin, cita una categrica armacin deSamir Amin: ya no hay ms una burguesa nacional.Armacin un tanto excesiva pero que contiene impor-tantes elementos de verdad (Zibechi, 2003). Excesiva,decimos, porque algunos pases de las metrpolis capi-

    talistas todava se caracterizan por la presencia de cier-tos conglomerados empresariales equivalentes a unaburguesa nacional, si bien dierentes al modelo cl-sico de esta clase tal cual apareca en la segunda mitaddel siglo xix y comienzos del xx. Tal es el caso de EE.UU.,Japn, Corea y los principales pases europeos, cuyasgrandes empresas, si bien operan a escala planetaria ysu horizonte de acumulacin trasciende con creces lasronteras nacionales, tienen sus casas matrices en esospases, se protegen con sus jueces y sus leyes, cuentancon sus gobiernos para acudir en deensa de sus intere-ses cuando estos son amenazados y es hacia all dondecanalizan las ganancias que obtienen en los mercadosmundiales. Agrega adems Amin que el ltimo inten-to de burguesa nacional que hubo en la Argentina uePern. No creo que haya actualmente una burguesa na-cional en Argentina. Existe una burguesa compradoraque imagina su enriquecimiento, como proyecto, en elmarco del capitalismo global tal como es, sin ambicinalguna de modicar los trminos de este capitalismo.Amin no duda de que puedan existir proyectos de bur-

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    un agrupamiento heterclito de empresarios sin nin-guna visin de conjunto ni proyecto nacional se revelcomo extraordinariamente dbil y para nada dispuestaa luchar contra el imperialismo y sus poderosos aliadoslocales. Capitul con ignominia a los pocos aos, en1955, a manos de una alianza oligrquico-clerical quesupo movilizar el resentimiento de los vastos sectoresmedios que se sentan amenazados por las polticas depromocin social impulsadas por el peronismo que ha-ban dotado a los sectores populares de una gravitacineconmica y social sin precedentes. Dicha alianza, hayque decirlo, cont con el discreto apoyo del imperialis-mo norteamericano, que en 1945 se haba opuesto ron-talmente a Pern. Pero ahora le tema menos a las pol-ticas econmicas del peronismo, que a esas alturas yaestaban alineadas con las directivas imperiales, que alos eventuales desbordes populares que podran produ-cirse ante la descomposicin del rgimen y que, se decaen los pasillos ociales de Washington, corran el riesgode tener un desenlace revolucionario10.

    En el caso del Brasil, la persistencia de este mito(unido a la necesidad de edulcorar su imagen de sindi-calista combativo) impuls al candidato del PT para laselecciones de 2002, Luiz Incio Lula da Silva, a orjaruna alianza tan desmovilizadora como anacrnica conun representante de la burguesa nacional brasilea,

    un sector supuestamente identicado con el desarrolloeconmico y el ortalecimiento del mercado interno,la expansin del empleo y, por esta va, una cierta re-distribucin del ingreso. Sin embargo, la presencia delempresario Jos Alencar no traspas los lmites de lo

    10 Recordar la visita de Milton Eisenhower a la Argentina, testican-do el cambio en las relaciones con EE.UU., luego de que el gobiernoperonista admitiera el ingreso de las rmas petroleras norteamerica-

    nas y abandonara las polticas heterodoxas utilizadas en el perodo1946-1951. Para testimoniar esa reorientacin, que implicaba un pri-mer acercamiento al FMI, Eisenhower, enviado personal de su her-mano Ike, a la sazn presidente de EE.UU., ue condecorado con lamedalla de la lealtad peronista, el mximo galardn otorgado por elpartido a quienes sobresalan en su lucha por los principios de justi-cia social que supuestamente encarnaba el peronismo.

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    meramente ornamental: ue durante la primera presi-dencia de Lula que el capital nanciero obtuvo las msabulosas tasas de rentabilidad de toda la historia delBrasil, con el previsible impacto devastador sobre losrestos de una burguesa nacional absolutamente im-potente para torcer el rumbo de la poltica econmicaultraneoliberal que, con al aval de Lula, la estaba des-trozando. En ese sentido, los reiterados lamentos delvicepresidente por los eectos de las polticas del super-ministro ueron penosos testimonios de la incapacidadpoltica de una clase que, a pesar de los nostlgicos, yahaca tiempo que haba perdido los atributos que en elpasado le posibilitaran ejercer un papel ms decorosoen el escenario nacional.

    Claro est que los casos de Brasil y Mxico tampocoson idnticos. Tal como lo argumentara hace ya muchosaos Agustn Cueva, Mxico ue sede de la nica revolu-cin burguesa triunante en Amrica Latina. Otras ten-tativas, segn Cueva, como Guatemala en 1944 o Boliviaen 1952, racasaron en ese intento. La primera, ahogadaen sangre por la invasin de Castillo Armas, orquestadapor la CIA; y la segunda, producto de la erocidad de lareaccin termidoriana que puso n a la insurgencia po-pular de los mineros y campesinos bolivianos. El casode Mxico obliga a introducir una distincin que reite-radamente propusiera Lenin para comprender la pecu-

    liaridad de las revoluciones burguesas en los capitalis-mos periricos: una cosa son las uerzas motrices de larevolucin y otra bien distinta las uerzas dirigentes dela misma. En Mxico, las uerzas motrices de la Revolu-cin Mexicana ueron el campesinado y, en menor me-dida, los sectores populares urbanos; pero las uerzasdirigentes ueron la pequea burguesa y un incipientesector burgus que, montado sobre la oleada revolucio-

    naria proveniente desde abajo, liquid el viejo orden ysent las bases para un vigoroso desarrollo econmico,una de cuyas consecuencias sera la creacin de la mspujante burguesa nacional de Amrica Latina. En elcaso de Brasil, Florestan Fernandes ha sealado que larevolucin burguesa asumi ms bien las caractersticas

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    que Gramsci sintetizara en su concepto de revolucinpasiva, es decir, una tentativa de undar un orden bur-gus pero sin un proceso revolucionario que movilizaraa las clases y capas subalternas para destruir los cimien-tos del viejo orden. Revolucin burguesa tarda, porquecomenz simultneamente con la rpida transnaciona-lizacin del capitalismo de posguerra que producira elagotamiento del proyecto de desarrollo capitalista na-cional; y dbil, adems, porque la representacin de losintereses nacionales de los sectores burgueses aco-sados por la dinmica imperialista tanto como por unaimpetuosa movilizacin popular tuvo que descansaren manos de las uerzas armadas. Esto dio lugar a unasuerte de cesarismo regresivo, para utilizar una vezms una categora de anlisis gramsciano, en donde laburguesa nacional brasilea, para rearmar su pre-dominio, tuvo que subordinarse a y no slo hacerse re-presentar por las uerzas armadas durante veinte aos,con la irremediable distorsin de su lgica de acumula-cin. La cada del rgimen militar puso en evidencia loslmites de esta estrategia11.

    Lecciones de la historia econmica

    Las enseanzas que pueden extraerse de estos ejemplos,sucintamente presentados, son inequvocas. A comien-

    zos del sigloxxi

    , tanto Brasil como Mxico y en muchomayor medida, la Argentina atestiguan, por una parte,la acelerada descomposicin de la burguesa nacional;

    11 El superministro de las uerzas armadas brasileas en ese perodono ue otro que Delm Netto, quien en la actualidad se cuenta comouno de los principales asesores del presidente Lula. Este ha sealadorepetidamente la excelente vinculacin que lo une con el ex uncio-nario del rgimen militar. En una entrevista reciente, Lula arm:

    pas ms de 20 aos criticando a Delm [cuando Lula militaba enel sindicato metalrgico y luego en la Central nica de Trabajadores]y ahora l es mi amigo y yo soy su amigo. Luego asegur que quienva ms de derecha, va quedando ms de centro. Quien est ms deizquierda, va quedando ms socialdemcrata, menos a la izquierda.En esa misma entrevista, Lula declar que, habiendo cumplido 60aos, ya no est en edad para ser de izquierda (Clarn, 2006).

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    por la otra, que por ms que haya habido prolongadosperodos de crecimiento econmico estos no ueron su-cientes para hacer que aquellos pases superasen lasronteras del subdesarrollo.

    En Mxico la etapa del desarrollo nacional-bur-gus culmin en 1976. Se abri en ese momento un in-terregno que se prolong hasta agosto de 1982, cuandoel catastrco deaultmexicano precipit la crisis de ladeuda en todo el mundo. Comenz entonces un pero-do signado por la progresiva imposicin de las polticasneoliberales y, a partir de 1988, en el sexenio de Salinasde Gortari, por la capitulacin incondicional del PRI yla burguesa mexicana ante el capital norteamericanoy el desmantelamiento de casi todas las conquistas dela Revolucin Mexicana, lnea esta que habra de conti-nuarse y proundizarse en los gobiernos del PAN que lesucedieron. El triuno de este partido en las eleccionespresidenciales de 2000 y el del candidato de la derecharadical Felipe Caldern en los raudulentos comicios de2006 no hicieron sino raticar en el plano de las estruc-turas polticas y estatales la creciente subordinacin de

    acto de Mxico a los dictados de Washington y el some-timiento de la herida de muerte burguesa nacionala manos del capital extranjero. La privatizacin de lasempresas pblicas y la absorcin de las privadas nacio-nales amn de la competencia desigual acilitada por la

    rma del TLC hizo que grandes conglomerados trans-nacionales undamentalmente estadounidenses toma-ran bajo su control casi todos los sectores estratgicosde la economa mexicana, socavando el basamento ma-terial de lo que en sus pocas de gloria uera la burgue-sa nacional ms poderosa de Amrica Latina.

    Un proceso semejante se ha vivido en el Brasil, don-de la transnacionalizacin de su atractivo mercado in-

    terno potencialmente enorme ha ido desplazando alos viejos sectores burgueses nacionales hacia las reasmenos rentables de la economa. Las grandes empresaspblicas ueron privatizadas o bien desmanteladas parasu venta por partes, y las polticas de atraccin del ca-pital extranjero a cualquier costo, acilitadas por la es-

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    tructura ederal del estado brasileo, impulsaron unasuicida race to the bottom (corrida hacia el ondo) delos gobiernos estaduales que orecan un espiral ilimi-tado de exenciones tributarias y scales a las empresasextranjeras a n de atraerlas para que se radicasen ensu territorio, arrojando por la borda no slo eventualesingresos scales sino tambin controles medioambien-tales y laborales de diverso tipo. La Argentina, por suparte, ostenta el dudoso honor de ser el pas con mayorgrado de extranjerizacin de su economa, donde todoue malvendido y enajenado durante el atdico deceniodel capitalismo salvaje presidido por Carlos S. Menem.Venezuela, Bolivia, Colombia, adems de Brasil y Mxi-co, se las ingeniaron para preservar el control estatalde la riqueza petrolera; en Argentina, en cambio, YPFue privatizada. Y si Mxico pudo hasta hoy conservarel control pblico sobre la Comisin Federal de Electri-cidad, en la Argentina su homloga ue seccionada endos partes y privatizada a precio vil. Lo mismo ocurricon el gas, los telonos, la aeronavegacin, el agua y unsinn de empresas pblicas que haban sido undadascon los ahorros de los argentinos y que, en medio de unestival sin precedentes de corruptelas de todo tipo, ue-ron transeridas a manos extranjeras. En algunos casos,a empresas estatales extranjeras, como lo era Repsolcuando se adue de YPF. En otros, se pergearon las

    condiciones para que la segunda empresa petrolera ar-gentina, de capitales privados, uese adquirida por unaempresa pblica como Petrobrs, lo que contradecafagrantemente el discurso neoliberal acerca de la ine-ciencia propia de las empresas pblicas. De ah que laextranjerizacin de la economa argentina sea hoy undato grotesco para un pas cuyas empresas del estadoueron, en su mejor momento, puntales del desarrollo

    nacional, cumpliendo importantsimas unciones eco-nmicas y sociales que la pusilnime burguesa nacio-nal nunca se preocup por asumir y que el gobiernoactual no tiene intenciones de recuperar.

    Para resumir: la sucinta enumeracin anterior ilus-tra con elocuencia el proceso de descomposicin e irre-

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    problemas de Amrica Latina sintetiza adecuadamenteel resultado de numerosos estudios e investigaciones. Sihay una solucin y si tenemos tiempo de encontrar unasolucin, dada la amenaza de holocausto ecolgico quese cierne sobre el planeta, habr que buscarla uera delcapitalismo, en el campo del socialismo15.

    Por lo tanto, la propuesta de avanzar en la construc-cin del socialismo del siglo xxi es una invitacin que nodebe ser desechada. Claro est que, en el terreno econ-mico, se trata de un socialismo superador de la anacr-nica antinomia planicacin centralizada o mercadoincontrolado y que, en cambio, abre espacios para laimaginacin creadora de los pueblos en la bsqueda denuevos dispositivos de control popular de los procesoseconmicos, dotados de la fexibilidad suciente pararesponder con rapidez al torrente de innovaciones que daa da modica la sonoma del capitalismo contempor-neo. Un socialismo que potencie la descentralizacin yla autonoma de las empresas y unidades productivas y,al mismo tiempo, haga posible la eectiva coordinacinde las grandes orientaciones de la poltica econmica.Un socialismo que promueva diversas ormas de propie-dad social, desde empresas cooperativas hasta empresasestatales y asociaciones de estas con capitales privados,pasando por una amplia gama de ormas intermedias enlas que trabajadores, consumidores y tcnicos estatales

    se combinen de diversa orma para engendrar nuevas re-laciones de propiedad sujetas al control popular. Uno delos problemas ms serios que tuvo la experiencia sovi-tica, y todas las que en ella se inspiraron, ue el de con-undir propiedad pblica con propiedad estatal. Uno delos desaos ms grandes del socialismo del siglo xxi serdemostrar que existen ormas alternativas de control p-blico de la economa distintas a las del pasado. Pero es

    preciso tener en claro que, tal como lo dijera en su tiempo15 Existe ya una abundante bibliograa en torno a la cuestin delsocialismo del siglo xxi. Adems de las dierentes intervenciones delpresidente Hugo Chvez Fras, consultar Katz (2004a; 2006), Kohan(2002), Martnez Heredia (2005), Monedero (2005), Petras (2006),Puerta (2006), Regalado lvarez (2005) y Valds Gutirrez (2006).

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    Socialismo siglo xxi

    Rosa Luxemburgo, el uturo, especialmente para los so-brevivientes del holocausto social del neoliberalismo, esel socialismo o, en caso de que no logremos construirlo,lo que resta es ser testigos de la perpetuacin y agrava-miento de esta barbarie que pone en peligro la sobrevi-vencia misma de la especie humana.

    Estamos ante una situacin crtica en la cual, comodijera Simn Rodrguez, o inventamos o erramos. Nohay modelos por imitar. Puede haber experiencias quesirvan como uentes de inspiracin, pero nada ms. UnaChina que alimenta a diario a 1.300 millones de perso-nas seguramente tendr algo digno de ser aprendido enel terreno de la produccin agraria. Un Vietnam que re-nace de las cenizas de la destruccin de que uera objetoa manos de EE.UU. tambin tiene algo que ensearnos.Los extraordinarios logros de Cuba en materia de sa-lud y educacin contienen valiossimas lecciones quelos pases subdesarrollados deben estudiar con sumaatencin. Pero la construccin del socialismo del sigloxxi, condicin necesaria para el desarrollo de nuestrassociedades, no puede ser producto de actos imitativos.Fidel dijo reiteradamente que cada vez que copiamosnos equivocamos, subrayando la sabidura contenidaen la sentencia de Simn Rodrguez. Y un gran tericomarxista latinoamericano, Jos Carlos Maritegui, yahaba advertido los alcances de este desao cuando di-

    jera que el socialismo en Amrica Latina no puede sercalco y copia sino invencin heroica de nuestros pue-blos. Es con este predicamento que nuestros pueblosdebern construir el socialismo del siglo xxi, condicinnecesaria para salir denitivamente del subdesarrollo.

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    Fuera de la globalizacin no hay salvacin, dentro de

    la globalizacin no hay alternativa.

    Fernando H. CardosoEx presidente de Brasil

    There is no alternative.

    Margaret ThatcherEx primera ministra del Reino Unido

    Es gibt keine Alternativen.

    Gerhard SchrederEx canciller de la Repblica Federal Alemana

    La encrucijada civilizatoria

    Es cada da mayor el nmero de personas, desde intelec-tuales como Noam Chomsky hasta estadistas como FidelCastro, e instituciones, como las Naciones Unidas y toda

    una plyade de asociaciones voluntarias, que manies-tan su preocupacin por el uturo de la humanidad en elplaneta Tierra. Lo que hasta hace apenas una generacinhubiera sonado como una suerte de neomalthusianismotrasnochado hoy resuena como la sensata advertencialanzada por individuos e instituciones que vislumbran

    Captulo II

    Hay vida despus delneoliberalismo?

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    de ltimo momento de los noticieros radiales o televi-sivos. En cuatro aos se supera la cira de las vctimasde todas las guerras que se libraron en el siglo xx. Unlento holocausto, decamos; un sacricio producido porla intensicacin sin precedentes de las caractersticaspredatorias de un modo de produccin, el capitalista,que, al concebir a los hombres y mujeres, y a la naturale-za, como meras mercancas, como valores de uso que almercantilizarse se convierten en uentes de inagotablesganancias, pone en peligro la sobrevivencia misma de laespecie en nuestro planeta. Una Espaa, una Colombia,una Argentina desaparecen por ao de la az de la tierracomo consecuencia de la imposicin omnmoda del ca-pitalismo en el mundo. Con la implosin de la Unin So-vitica y la desintegracin del campo socialista, la solapresencia de China, Cuba y Vietnam no logra construirun contrapeso eectivo a las tendencias predatorias, ho-micidas y ecocidas del capitalismo. Y sin aquel recurso,este da rienda a su voracidad innita, rente a la cual nohay barreras ni lmites que valgan.

    Al promediar el siglo pasado, un destacado histo-riador, Karl Polanyi, escribi un libro clsico, La grantransormacin, en el cual replanteaba desde una pticaligeramente dierente la visin pesimista mantenida porMarx acerca de los resultados que ocasionara el augesin contrapesos de un tipo de organizacin econmica

    que retena como rehenes a la sociedad y a la natura-leza. Polanyi deca, al examinar la evidencia histricabritnica y en parte europea, que desde los albores delcapitalismo las diversas sociedades haban hecho todolo posible para evitar el despotismo de los mercados, sa-bedoras de que en tal caso las condiciones de su propiaviabilidad como especie estaran severamente amena-zadas. La idea de un mercado libre les resultaba absurda

    y temeraria, y ue por eso que idearon toda suerte de dis-positivos para impedir que su lgica egosta y destruc-tora prevaleciera en la vida social (Polanyi, 1992).

    Estos controles sobrevivieron durante largo tiempo,pero a partir de la segunda mitad del siglo xix hubo unsostenido proceso de debilitamiento que culmin, a -

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    nales de siglo, con el ugaz triuno del liberalismo eco-nmico en realidad, mejor llamado liberismo en lamedida en que amalgamaba las libertades econmicascon modelos polticos uertemente autoritarios y paranada liberales en el sentido losco-poltico del tr-mino. Sus maniestaciones ueron la belle poque y eloptimismo ilimitado en las virtudes del capitalismo,sostenido en la absurda creencia de que el patrn oro, lahegemona nanciera de la City londinense, la divisininternacional del trabajo y el reparto del mundo entrelas grandes potencias eran tan inconmovibles comolos montes del Himalaya. Esos sueos se convirtieronabruptamente en una horrorosa pesadilla en Sarajevo yse desvanecieron por completo con la carnicera de lasdos guerras mundiales, la Gran Depresin, la Revolu-cin Rusa y el auge de los ascismos. Esta nueva guerrade los treinta aos, como oportunamente caracterizaraeste perodo Immanuel Wallerstein, naliz con la ma-yor atrocidad jams conocida hasta ahora en la historiade la humanidad: las dos bombas atmicas arrojadassobre dos ciudades indeensas, Hiroshima y Nagasaki,todo un smbolo de la barbarie que se instalara pocasdcadas ms tarde, ya hacia nales del siglo xx.

    Pese a sus empeos, la restauracin capitalista de laposguerra racas en su intento de retrotraer el reloj dela historia hacia comienzos del siglo. La sola existencia

    de la URSS y el campo socialista era un actor decisivoen la correlacin mundial de uerzas que impeda que elcapitalismo diese rienda suelta a sus inclinaciones msproundas, aquello que un economista como JosephSchumpeter sublim bajo el nombre de destruccincreadora. El n del monopolio nuclear norteamerica-no; el auge de los partidos comunistas en algunos pasesde Europa occidental; la ormidable recuperacin de la

    economa sovitica; el triuno de la revolucin socialis-ta en China; la heroica lucha de los vietnamitas resis-tiendo el colonialismo rancs, la ocupacin japonesay luego la intervencin estadounidense; el triuno de laRevolucin Cubana y el auge de los procesos de desco-lonizacin en rica y Asia denieron un escenario en

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    el cual el capitalismo tuvo que aceptar a regaadientesmoderar sus impulsos, rmar una suerte de armisticioo tregua con sus tradicionales antagonistas y consentirel lanzamiento de una serie de reormas, inadmisibles eimpensables hasta haca poco tiempo, que cristalizaronen una verdadera edad de oro del capitalismo, el pero-do que se extiende entre 1948 y 1973. Nunca antes estemodo de produccin haba crecido tan rpido, en tantospases y por tanto tiempo. Nunca antes haba admitidouna democratizacin relativa de sus estructuras comola que se produjo en esos aos, dando lugar a lo que hoyse denomina el Estado keynesiano de Bienestar. Fueen esos aos que el capitalismo dio origen, al decir deEllen Meiksins Wood, a lo mejor que poda orecer. Perono porque ello uese un resultado natural de su lgicade uncionamiento y de sus estructuras, sino porque lapresencia de poderosos movimientos sindicales, gran-des partidos de masas de izquierda y una correlacinmundial de uerzas que le era desavorable hizo posibleque las contradicciones que se agitaban en su seno seresolvieran por el lado positivo. El resultado: grandesreormas econmicas, nacionalizaciones, regulacin delos mercados, derechos laborales y ciudadanos univer-sales, redistribucin de ingresos, expansin de los sis-temas educativos, mejoras en los programas asistencia-les y de salud, forecimiento de las libertades pblicas y

    tantas cosas ms (Meiksins Wood, 1995).Pero, como nos recuerda esta autora, eso se acabhace bastante tiempo y ya nunca ms el capitalismovolver a orecer un espectculo como el que viramosen los aos de la posguerra. Esos ueron sus logros perotambin sus lmites, inranqueables aun en las condi-ciones prevalecientes en esos aos. Es ms: en el terrenopropiamente poltico, tericos como Colin Crouch han

    armado que debemos acostumbrarnos a vivir en unaedad rancamente pos-democrtica. Que la democra-cia de la era keynesiana es un recuerdo nostlgico delpasado porque, como ya lo anticipara Gore Vidal, hasido secuestrada por las grandes corporaciones (Crouch,2004). Desde otro ngulo, Gianni Vattimo plantea una

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    tesis similar cuando en un lcido trabajo reciente con-cluye que todo el sistema de democracia modelo, comola norteamericana, es un testimonio estrepitoso de latraicin de los ideales democrticos a avor de la puray simple plutocracia (Vattimo, 2006: 102). Por lo tanto,no hay nada que esperar de la democracia dentro de lacamisa de uerza del capitalismo. Conar en que hoy elcapitalismo pueda reproducir, para no decir superar,aquellos resultados no es utpico sino quimrico, unadierencia que conviene tener muy en cuenta. Lo ltimoindica lo que no puede existir: un crculo cuadrado; loprimero se reere a lo que todava no existe, pero quebien podra hacerlo: una sociedad de hombres y mujereslibres o, en el siglo xviii, una jornada laboral de ocho ho-ras. Pensar hoy en un capitalismo democrtico, con mer-cados rigurosamente regulados, con un extenso abani-co de derechos ciudadanos, que proundice los logrosde los aos de la posguerra, es simplemente quimrico.Es tan realista como suponer que podemos volver a lostiempos de los gremios y las corporaciones medievales,o a la produccin comunal de las aldeas campesinas. Elcapitalismo demostr ser incorregible y, por eso mismo,irreormable. Los avances sociales, econmicos y polti-cos que se dieron en un breve intervalo a mediados delsiglo pasado no ueron producto del espritu capitalistasino de la ortaleza de las uerzas sociales adversarias

    que pudieron aprovechar, despus de la Segunda Gue-rra Mundial, un momento de refujo y debilidad de lospoderes constituidos para obtener signicativas y, un-damentalmente, transitorias concesiones.

    En este cuadro, ante el debilitamiento y la posteriorcrisis de las uerzas sociales y polticas que se le oponany ante la desaparicin de su contrapeso en el sistema in-ternacional, la Unin Sovitica, el capitalismo se des-

    poj de todas sus molestas mediaciones civilizatoriasy ciudadanas y se repleg sobre su ncleo duro, su ins-tinto primigenio: la maximizacin del lucro a cualquierprecio, aunque en su rentica bsqueda se destruyansociedades y medio ambiente. El neoliberalismo es laexpresin ideolgica de esta etapa; personajes como

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    Bush, Berlusconi y Aznar, o Menem, Moscoso, Flores yFujimori, son la clase de polticos que se necesitan parallevar este proyecto a trmino; y regmenes democr-ticos al estilo norteamericano en realidad, sistemaspolticos secuestrados por los grandes capitales y ma-nipulados a voluntad por la industria de la publicidad,el tipo de democracias que requiere esta nueva ase,suicida, terminal?, del capitalismo actual (Chomsky,2004: 29-33; 2005: 24-25). Es en este marco que se nosrepite, insistentemente, que no hay alternativas y quela resignacin es la nica actitud racional ante un mun-do que marcha aceleradamente hacia su propia des-truccin. Se nos convoca, por lo tanto, a la pasividad y alatalismo rente a un proyecto que conduce inexorable-mente a un callejn sin salida para la humanidad. Paracolmo de males, como bien lo recuerda reiteradamenteFranz Hinkelammert, esta conducta es alabada comoracional por los exgetas del imperio.

    Resignacin y chantaje: cul serael modelo de recambio, si no hayalternativas?

    La pregunta que los beneciarios y deensores del ca-pitalismo neoliberal nos ormulan, con una mezcla dedesdn y arrogancia, es siempre la misma: bien, pero

    cul es el modelo de recambio, cul es vuestra pro-puesta? Implcita en la pregunta, siempre planteada entono desaante y altanero, est la certidumbre de queno hay alternativas. La ormulacin que hiciera cle-bre Margaret Thatcher cuando dijera TINA, there is noalternative sigue siendo ahora tan inapelable como en-tonces y lo nico sensato es una diligente adaptacin alestado de cosas existente. Sorprende constatar que te-

    ricos que construyeron su reputacin mundial oponin-dose en nombre de la libertad y de la autonoma de lossujetos sociales al supuesto determinismo del pensa-miento marxista ahora prediquen con inslito ervor suadhesin al rgido determinismo economicista del neo-liberalismo que postula la inexistencia de alternativas.

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    Y lo que es ms sorprendente an es que estos proetasde la resignacin no parecen notar incoherencia algunaen su pensamiento, que antes combata al determinis-mo marxista y ahora aplaude a rabiar el determinismoeconomicista neoliberal. En lugar de posmodernos orenegados, como sola decirse, se los podra calicar,siguiendo a Russell Jacoby, de post-coherentes (1999:140-141). Se impone, nos dicen, actuar con realismo yarchivar las utopas del pasado. Debemos olvidar todolo que hemos dicho y escrito, o escuchado y ledo. Losgobernantes latinoamericanos hicieron suyo el esloganpublicitario de Margaret Thatcher,y no cesaron de ase-gurar con ngido realismo, y apelando a una sensatezincapaz de disimular que el rey est desnudo, que lo quese est haciendo es lo nico que se puede hacer. Paraesto cuentan con el asesoramiento de un ejrcito deidelogos y publicistas del capital transnacional, en nopocos casos reciclados izquierdistas que, con el pasodel tiempo, encontraron nuevas avenidas para encau-zar ms provechosamente su incurable devocin porlos dogmas y, de paso, abultar considerablemente suscuentas bancarias.

    Segn el pensamiento nico la globalizacin im-puso un modelo de gestin inexorable que, presunta-mente, es el que prevalece en los capitalismos desarro-llados. O nos adecuamos a sus mandatos y entramos al

    Primer Mundo, como deca el presidente Menem antesde precipitar a la Argentina la peor crisis de su histo-ria, o nos condenamos a la autoexclusin, la decaden-cia y, nalmente, a un desenlace apocalptico. No hayescapatoria ante los tentculos de la globalizacin: o seacepta la realidad tal cual es, como producto de uerzasincontrolables, o se paga un precio carsimo al ignorarsus exigencias. No hay otra opcin que escoger entre Bill

    Gates y Abimael Guzmn; Tony Blair o Pol Pot; o entreVicente Fox y Enver Hodja. Dentro de la globalizacinno hay alternativas, repeta el presidente Fernando H.Cardoso, y uera de la globalizacin no hay salvacin.En realidad, la alternativa no es entre la paz y el progreso,que supuestamente orecera el actual orden mundial,

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    o el caos y la anarqua que producira cualquier tentati-va de modicarlo, sino entre la aberrante inhumanidaddel mundo actual y la promesa, en consonancia con lastesis marxistas, de comenzar a escribir, por vez prime-ra, la verdadera historia de la humanidad, dejando atrsuna milenaria prehistoria de opresin y explotacin.

    Pero, se nos dice, los gobiernos tienen las manos ata-das y, si son sensatos y responsables, lo nico que puedenhacer es acompaar este proceso de la mejor manera po-sible, adaptndose a las nuevas realidades y tratando desacar partido de las oportunidades que la globalizacinorece a los ms audaces y desprejuiciados en ciertos ni-chos especcos del comercio internacional, conandoadems en que la poblacin no ser intimidada por laslgubres connotaciones de aquel trmino. En suma: lapoltica econmica nacional ue sustituida por las coti-zaciones de la bolsa de Nueva York, Tokio y Londres. Loque queda es el camino de una serena y constructiva re-signacin. Pararaseando un viejo adagio de la poltica,en la visin del neoliberalismo los estados reinan y losmercados gobiernan. Fue por eso que George Soros re-comend a los brasileos no excitarse demasiado antelas perspectivas de la eleccin de Lula porque, deca, ala larga gobernaran los mercados, que son quienes vo-tan todos los das. Lamentablemente los hechos pare-cen haberle dado la razn, pero no haba nada de atal e

    inexorable en tan lamentable desenlace.La pregunta con la cual abrimos este captulo, cules el modelo de recambio?, no es para nada inocentepues contiene varias trampas. Una, la de postular quela historia se mueve en uncin de un plan previamen-te elaborado. As, el capitalismo se habra desarrolladoporque algn todava ignoto terico del Renacimientoeuropeo habra diseado las lneas generales de su de-

    sarrollo y diligentes actores sociales se encargaron dellevar ese libreto a la prctica. Es una especie de Vul-gata hegeliana en donde todo el devenir histrico estcontenido en una Idea (as, con mayscula) que se en-carna en un Sujeto predestinado a ser el portador de lahistoria, tal como aquel Napolen a quien Hegel viera

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    deslando sobre su caballo blanco. Por lo tanto, si nohay plan, o boceto, no hay historia. No hace alta perderdemasiado tiempo para reutar este absurdo. Ni el ca-pitalismo se desarroll de esa manera, ni el socialismo,que representa en la historia la introduccin de una al-ternativa racional y consciente, lo hizo de igual modo.Las revoluciones socialistas no las hicieron masas quepreviamente haban ledo y meditado proundamentelas tesis expuestas en los tres tomos de El Capital. Quealgunos de sus protagonistas s lo haban ledo no esten cuestin. Pero la dinmica de masas que produjo eladvenimiento del socialismo en Rusia, China, Vietnamy Cuba nada tuvo que ver con la aplicacin de un plan,de una Idea hegeliana que de sbito se hizo carne en lospueblos. No ue otra la razn por la que el joven Gramsciescribi, en 1917 y en medio de los ragores de la Revo-lucin Rusa, su amoso artculo La revolucin contraEl Capital, tomando distancia de la escolstica quepostulaba que la revolucin no poda ser otra cosa quela puesta en estado prctico de lo que una buena teoraplanteaba en unos libros. La historia real es mucho mscompleja que eso.

    En segundo lugar, el reormismo keynesiano, quepermiti la salida de la Gran Depresin en el perodode entreguerras y, undamentalmente, hizo posible lareconstruccin capitalista en la posguerra, no ue pro-

    ducto de la cuidadosa lectura que los lderes europeosy Franklin D. Roosevelt en los Estados Unidos hicierandel clsico texto de Keynes: Teora general de la ocupa-cin, el inters y el dinero. Entre otras razones, porqueese libro recin se publicara en 1936, mientras que losgobiernos de los distintos pases, no slo en el mundocapitalista desarrollado sino tambin en Amrica Lati-na, comenzaron a implementar polticas que luego se

    llamaran keynesianas antes de que el eminente proe-sor de Cambridge diera a conocer su amoso texto. Conesto no queremos decir que Keynes no hizo otra cosaque codicar las polticas que su atenta mirada obser-vaba en dierentes pases. Pero, sin duda, los procesosreales que se estaban desenvolviendo ante su vista ju-

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    garon un papel insoslayable en su brillante elaboracinterica. Despus en realidad, mucho despus las ideasde Keynes terminaron dando nacimiento a una suertede consenso keynesiano que, en las postrimeras de suhegemona terica, hizo decir a Richard Nixon que hoytodos somos keynesianos.

    Por ltimo hay que aclarar que lo que suele denomi-narse modelos son en realidad simplicaciones aca-dmicas de realidades muy complejas. Pero, siendo ri-gurosos, se puede realmente hablar de un modelo ca-pitalista en la posguerra? Fue lo mismo la experiencianorteamericana, basada en una mnima intervencinestatal y en el mayor grado de desigualdad de ingresosdel mundo desarrollado, que lo ocurrido en el mbitode las socialdemocracias escandinavas, en Europa con-tinental o en la pennsula ibrica bajo los regmenes deFranco y Salazar? Cul era el modelo, para ni hablarde lo que estaba ocurriendo en Japn o en Corea del Sur?Y en el perodo de la globalizacin neoliberal, es posi-ble hablar de un modelo vlido para todos los pases?Nuevamente: es lo mismo EE.UU., de Reagan en ade-lante, que los amosos capitalismos renanos basadosen uertes sindicatos y amplias, si bien cambiantes, mo-dalidades de intervencin estatal en la economa? Y en-tre las economas alternativas, es lo mismo Cuba queChina, o que Vietnam? Por lo tanto, cualquier preten-

    sin de que antes de cambiar este mundo tengamos quedenir exactamente cul es el modelo de lo que vamosa hacer debe ser rechazada tajantemente, como se hacecon cualquier tentativa extorsiva. Se podra responder atan insolentes preguntas, para decirlo con las palabrasde nuestra querida Violeta Parra enMazrkica Modrni-ca, con una parrasis de Antonio Machado: caminan-te no hay modelo, se hace el modelo al andar.

    Hacer lo obvio

    Porque, vistas las cosas en perspectiva, la salida del neo-liberalismo se reduce ni ms ni menos que a hacer lo ob-vio. Qu es lo obvio? Primero que nada, abandonar de-

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    nitivamente las polticas inspiradas en el Consenso deWashington. Su racaso es evidente en todas partes. Noslo en Amrica Latina, sino tambin en Europa, EE.UU.y el Sudeste Asitico. All donde se impuso, racas enpromover el crecimiento econmico. Y si su capacidadde generar un patrn de crecimiento autosostenido uemnima, las consecuencias sociales de su hegemonaueron desastrosas en todos los pases sin excepcin.Produjo sociedades ms desiguales, con ms iniquida-des, con mayores ndices de exclusin social y margina-lidad. Para los ricos y poderosos ue, y todava es, unaexperiencia muy beneciosa. Fueron ellos los grandesganadores del ajuste neoliberal. Pero para la sociedad ensu conjunto, y sobre todo para los pobres y explotados,ue, y es, una desgracia. Dio origen a sociedades preca-riamente integradas y en las cuales la exclusin y la in-tensicacin de la explotacin originaron una espiral deviolencia que aument paso a paso con el aanzamien-to de las ideas neoliberales. Adems, el desgarramientoproducido por el neoliberalismo debilit, quizs irrepa-rablemente, la legitimidad y solidez de las institucionesdemocrticas. Las sucesivas encuestas de opinin levan-tadas por Latinobarmetro en 18 pases de Amrica La-tina demuestran concluyentemente la ntima conexinexistente entre la extendida insatisaccin con la econo-ma de mercado, la vulnerabilidad econmica experi-

    mentada por las mayoras y la debilidad de las creenciasdemocrticas de nuestras poblaciones16.Ante esta exigencia no altarn las voces de quienes,

    infuidos por el pensamiento nico pese a que en sus co-razones anhelen poner n a la pesadilla neoliberal, ase-guren que no hay espacio para desor sus preceptos; queel predominio de EE.UU., sobre todo en Amrica Latina,torna imposible el abandono de un patrn de polticas

    macroeconmicas que no slo tiene la bendicin de laCasa Blanca sino el respaldo econmico, poltico, ideo-lgico y propagandstico de una poderossima alianza

    16 Para acceder a un examen detallado sobre este tema, ver los traba-jos recientes de Boron (2007a; 2007b).

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    de clases dominantes a escala mundial. Esta sensacinde impotencia se ve avorecida por la extraordinaria di-usin que en el campo de las uerzas progresistas y deizquierda de la regin han tenido ciertas teorizacionesactualmente de moda. Mencionemos entre ellas dos: enprimer lugar, la concepcin sobre el imperialismo en-tendido como un benvolo y vaporoso imperio en laalucinada visin de Michael Hardt y Antonio Negri. Enun libro donde se compendia una ormidable acumula-cin de errores histricos y de apreciacin econmica ypoltica, se sugiere tambin la idea de un imperio que esa la vez invencible e inexpugnable, con la consiguientedesmoralizacin y desmovilizacin de las uerzas quese le oponen (Hardt y Negri, 2000). En segundo trmino,cabe sealar la obra de John Holloway, quien en su tra-bajo ms reciente exhorta a los militantes anticapitalis-tas a renunciar por completo a la toma del poder, a partirde un anlisis, no menos equivocado, sobre el presuntoracaso de todas las revoluciones socialistas todas sinexcepcin, lo que constituye una tremenda injusticiaacaecidas a lo largo del siglo xx (Holloway, 2002). En am-bos casos estamos rente a un discurso que, a partir depremisas tericas y polticas uertemente identicadascon el proyecto de crear una sociedad comunista, termi-nan por consagrar la utilidad de las luchas contra el ca-pital o la inconveniencia e inmoralidad de proponer una

    estrategia de conquista del poder del estado. El corolarioprctico de estos errores es la resignacin ante la globa-lizacin neoliberal y el reorzamiento de la idea de quenada puede cambiarse y que no hay alternativas. Nadapodra ser ms benecioso para perpetuar el dominiodel capital que la prolieracin de este tipo de ideas sur-gidas de las plumas de representantes de la izquierda.

    Hacer lo obvio signica, entre otras cosas, tomar

    nota de la amplia variedad de respuestas polticas sus-citadas por la globalizacin neoliberal. Si as no uera,cmo entender que en un mundo as de globalizadoy unicado los japoneses hayan tenido, hasta antes desu crisis y por un extenso perodo histrico, una tasa dedesempleo del 3% y los argentinos una que oscil entre

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    Muchas ms si se opta por cambiar las respuestas que losgobiernos orecen ante los desaos de la globalizacin.Muchas ms si se piensa que no hay nada atal e inexo-rable que nos condene a que esta sea la nica globali-zacin posible. Un mundo globalizado no tiene porquser necesariamente un mundo capitalista y neoliberal.O es acaso imposible imaginar que, como dice el mottodel Foro Social Mundial, otra globalizacin es posible?Hay otras alternativas, no slo posibles sino urgentes eimprescindibles, como lo prueba sobradamente la mag-nca compilacin de Franois Houtart y Franois Polet,Lautre Davos.Mondialisation des rsistences et des luttes(1999). A continuacin orecemos una visin panormi-ca del tipo de iniciativas concretas, viables, posiblesque deberan inormar cualquier propuesta de consti-tuir una alternativa posneoliberal.

    Una hoja de ruta

    Llegados a este punto queremos intentar esbozar unbreve listado de iniciativas que podran adoptar los go-biernos de la regin si se decidieran a abandonar deni-tivamente el Consenso de Washington y sus conocidasrecetas que tantos males han acarreado para nuestrospueblos. Esta enumeracin no tiene pretensin algunade exhaustividad puesto que apenas se propone identi-

    car algunas reas prioritarias en las cuales se requie-ren urgentes medidas para enrentar la crisis.

    a) Reconstruccin del estado y sus agencias y creacin deuna genuina burocracia estatal proesional. El neolibe-ralismo se ha impuesto en Amrica Latina destruyendoal estado. De qu orma? Desmantelando agencias gu-bernamentales; rematando o malvendiendo empresas

    pblicas, en muchos casos superavitarias; derogandolegislaciones y normas de regulacin de la actividadeconmica concebidas para garantizar un mnimo deequidad y proteccin para los ciudadanos; medianteel despido masivo de empleados pblicos, pagando enciertos casos la correspondiente indemnizacin contra-

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    yendo deuda externa con el Banco Mundial; desjerar-quizando la carrera administrativa; satanizando moral y polticamente al estado, concebido como una eseraintrnsecamente corrupta y necesariamente inecientede la vida social, contrapuesta a la supuesta pureza delmercado y la sociedad civil; convalidando su crnicaragilidad nanciera, asentada sobre su ancestral inca-pacidad para cobrar impuestos a los ricos.

    La conclusin irreutable es que con un estado enestas condiciones no es posible gestionar con un m-nimo de racionalidad la acumulacin capitalista, y nihablar de tratar de construir un paradigma de polticaseconmicas y sociales alternativo. Como lo prueba laexperiencia del rica subsahariana, luego de la obradestructiva del Consenso de Washington los restos quequedan del estado ni siquiera son capaces de canalizarla ayuda de la cooperacin internacional hacia la masade los indigentes generados por el neoliberalismo. Ental situacin, los estados de Amrica Latina no puedenni recaudar donde deben (como ocurre en los pases delcapitalismo metropolitano, que tienen una estructuraprogresiva de tributacin en la cual los ms ricos paganms impuestos); ni gastar juiciosamente lo poco que re-caudan (la prueba la otorgan las voluminosas partidasno ejecutadas que, ao tras ao, se acumulan en los pre-supuestos de los estados); ni asegurar un nivel elemen-

    tal de administracin racional de la vida social (garanti-zando, por ejemplo, acceso a agua potable, servicios sa-nitarios, salud pblica, educacin, seguridad, justicia,etctera). La reundacin del estado, en consecuencia,es un imperativo insoslayable de la hora actual.

    Podra objetarse que un estado capitalista debe un-cionar de esta manera, porque as es uncional a las nece-sidades de una burguesa rapaz y predatoria y a la estra-

    tegia del imperialismo. Y que mientras no se modiquenradicalmente las condiciones polticas prevalecientes enla regin, abriendo la posibilidad de construir un estadode nuevo tipo, cualquier tentativa de reorma estatal queno reconstruya al estado desde su raz adolecer de losmismos deectos. En otras palabras: la reconstruccin

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    del estado puede hacerse luego de la gran crisis social,econmica y poltica experimentada en nuestros pases yque coloc al neoliberalismo en una postura deensiva,pero a condicin de que la misma repose sobre nuevaspremisas que potencien la presencia de los intereses po-pulares, viabilicen el ortalecimiento de la ciudadana yposibiliten un control eectivo de los mercados y de losagentes sociales del imperialismo y la reaccin. Supo-ner que estas tareas pueden ser postergadas hasta uneventual triuno de una revolucin socialista equivalea convalidar el gigantesco holocausto social y ecolgi-co actualmente en curso en nuestros pases. Debemosplantearnos una estrategia de salida de la crisis sin msdilaciones. Si es mediante una alternativa revolucionariatanto mejor; pero