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  • ANUARIOde la Academia de Historia Militar

    N 26, AO 2012

    N 26, AO 2012

  • ANUARIOACADEMIA DE HISTORIA MILITAR

    Ao 2012, N 26

  • ANUARIO N 26

    DIRECTORIO 2011 2014

    PresidenteGeneral Marcos Lpez Ardiles

    VicepresidenteDr. Isidoro Vsquez de Acua y Garca del Postigo

    DirectorGeneral Patricio Chacn Guerrero

    DirectorGeneral Roberto Arancibia Clavel

    DirectorGeneral Cristin Le Dantec Gallardo

    DirectorBrigadier Ral Dinator Moreno

    DirectorCoronel Alberto Mrquez Allison

    DirectorDr. Claudio Tapia Figueroa

  • MIEMBROS FUNDADORES

    Mons. Florencio Infante D. Guillermo Krumm S.

    Sergio Larran E.Alberto Marn M.

    Mons. Joaqun Matte V. Toms Opazo S. Luis Ramrez P.

    Manuel Reyno G. Sergio Rodrguez R.Juan Carlos Stack S.Carlos Valenzuela S. Julio Von Chrismar E.

    Juan Bancalari Z. Hctor Barrera V.

    Luis Beas V. Ral Campusano K.

    Washington Carrasco F.Miguel Caviedes L.

    Carlos Cobo V.Vctor Chvez D.Ramn Elzo B.

    Virgilio Espinoza p. Rafael Gonzlez N.

    Edmundo Gonzlez S.

    COMIT EDITORIAL ANUARIO N 26, AO 2012

    General Erwin Herbstaedt GlvezCoronel Luis Olivares Dysli

    Coronel Luis Rothkegel Santiago

  • Anuario de la Academia de Historia Militar 5

    NUESTRA PORTADA

    Nuestra portada de este ao muestra uno de los retratos del general Manuel Baquedano, de auto-ra de Fray Pedro Subercaseaux.

    El cuadro est pintado sobre una tela de gran for-mato y se ubica en el hall central de la Escuela Militar. Esta obra fue ejecutada en el ao 1912 y se titula El general Baquedano revistando sus tropas en Quebrada Honda.

    Esta es una clara referencia al artculo La campa-a que se pudo evitar, que se puede leer en nues-tro anuario.

    REVISTA ANUARIO

    La Revista Anuario es el rgano oficial de difusin de la Academia de Historia Militar, la que fue crea-da el 9 de agosto de 1977 como una corporacin de derecho privado sin fines de lucro, cuya finali-dad es investigar y difundir la historia militar, con nfasis en la de Chile y su Ejrcito.

    Las opiniones contenidas en los artculos que se exponen en la presente publicacin son de exclu-siva responsabilidad de sus autores y no represen-tan necesariamente el pensamiento de la Acade-mia de Historia Militar.

    La reproduccin total o parcial de cualquiera de los artculos contenidos en la presente edicin, sin la expresa autorizacin de la Academia, est pro-hibida. Se reserva el derecho de edicin y adapta-cin de los artculos recibidos.

  • 6 Anuario de la Academia de Historia Militar

    ndice AnuArio

    1. Presentacin. Pg. 7

    2. El motn de Talca del 21 de julio de 1827. Contexto, acontecimiento y significado. Por Valentina Verbal Stockmeyer Pg. 9

    3. La campaa que se pudo evitar. Por Waldo Zauritz Seplveda Pg. 20

    4. Evolucin de la educacin del Ejrcito chileno, bajo las influencias de los modelos francs y alemn (1840 - 1890).

    Por Claudio Tapia Figueroa Pg. 32

    5. Un recorrido por el Fondo Ministerio de Guerra. Por Eduardo Arriagada Aljaro Pg. 61

    6. Los generales que han servido al Ejrcito de Chile en tiempos de la Repblica. Por la Academia de Historia Militar Pg. 101

    7. Fotografa del recuerdo Pg. 162

  • Anuario de la Academia de Historia Militar 7

    PresentAcin del AnuArio 2012

    Por fin la Academia de Historia Militar ha regresa-do a su sede del viejo alczar de Blanco Encalada, cuartel que alberga al Museo Histrico y Militar de Chile, en una atmsfera que est plagada de historia y tradicin. Despus del terremoto del 27 de febrero de 2010 y a raz de graves daos en la estructura de ese viejo cuartel, debimos tras-ladarnos a una sede provisoria que nos facilit el Ejrcito, en la calle Manuel Antonio Prieto de la comuna de Providencia, donde permanecimos por casi dos aos.

    Aqu, de vuelta en Blanco Encalada, hemos prepa-rado la publicacin de la vigsima sexta edicin del Anuario que tiene en sus manos, del cual hemos aumentado el nmero de ejemplares para poder ampliar la distribucin a instituciones de estudios histricos de Chile y del extranjero.

    El primer trabajo del contenido de este Anuario se titula El motn de Talca del 21 de julio de 1827 y se debe a un aporte efectuado por la seorita Valentina Verbal Stockmeyer, quien nos presenta un episodio poco conocido de nuestros inicios republicanos, el que da cuenta de una poca de gran inestabilidad poltica y de aisladas subleva-ciones militares. Algunos historiadores han dado a este periodo, entre 1923 y 1929, el calificativo de anarqua, sin embargo hay otros que discre-pan de esta denominacin, lo que se refleja en el trabajo de nuestra autora, quien es Licenciada en Historia por la Universidad de Los Andes y estu-diante del programa de magster en Historia que desarrolla la Universidad de Chile.

    En las pginas siguientes encontramos una cola-boracin del ex presidente de nuestra Academia, el general de divisin Waldo Zauritz Seplveda,

    quien bajo el ttulo La campaa que se pudo evi-tar desarrolla un tema de la Guerra del Pacfico que ha sido analizado de manera insuficiente por la historiografa. En efecto, a partir de dos oficios muy poco conocidos que el general Manuel Ba-quedano dirigi al ministro Jos Francisco Verga-ra, el autor nos demuestra la oposicin del general en jefe a la desmovilizacin de las tropas chilenas en el Per y concluye que su permanencia en te-rritorio ocupado habra evitado la costosa campa-a de la Sierra, que seg tantas vidas y posterg la firma de la paz. Ms all de estas importantes con-secuencias, este episodio refleja tambin el grado de profesionalismo del general Baquedano, que con franca crudeza pone de manifiesto la equivo-cacin poltica que se va a cometer, la que, muy a su pesar, se ve finalmente obligado a cumplir de la mejor forma. No hay en l ni un asomo de obsecuencia frente al poder poltico, ni tampoco una posicin calculadamente ambigua, la que de seguro habra sido la ms oportuna (u oportunis-ta), considerando que haba sectores que queran levantar su candidatura a la presidencia.

    El profesor Claudio Tapia Figueroa, jefe del De-partamento de Historia de la Escuela Militar y doctor en Estudios Americanos, en su condicin de miembro del Directorio de nuestra Academia, nos hace una interesante contribucin a travs de un artculo sobre la educacin en el Ejrcito chi-leno bajo la influencia de los modelos francs y alemn (1840-1890). El trabajo describe en forma pormenorizada la evolucin que en el Ejrcito ex-periment la docencia y hace un reconocimiento al general Manuel Bulnes, quien durante su man-dato adopt especiales medidas en beneficio de la educacin en el pas y en el Ejrcito. Nuestro autor pone de relieve el rol protagnico que cupo

  • 8 Anuario de la Academia de Historia Militar

    al Ejrcito, desde mediados del siglo XIX, como actor de un proceso sistemtico de apoyo a la edu-cacin nacional. En suma, un trabajo novedoso que hace un interesante aporte a la historiografa educacional.

    Un colaborador ya tradicional de este Anuario es el magster en historia militar e historiador residente de nuestra Academia, el seor Eduar-do Arriagada Aljaro, quien ahora nos presenta un artculo titulado Un recorrido por el Fondo Ministerio de Guerra. Este artculo es en cierta medida continuacin de otro que se present en el Anuario del ao 2011, teniendo el que ahora incluimos, un carcter ms especfico, por cuanto se concentra en el Fondo Ministerio de Guerra del Archivo Nacional Histrico. El trabajo busca ha-cer una exploracin en su catlogo para extraer de este ltimo los volmenes (y sus respectivas des-cripciones) ms emblemticos de ese Fondo y que naturalmente sirven para el cultivo de la historia militar chilena. Esa extraccin tiene como crite-rio las campaas militares que tuvieron lugar en Chile durante el siglo XIX, y conforme a ellas se ordena y presenta la informacin extractada. Por lo tanto, el concepto de historia militar que se uti-liza, dice relacin con la historia de los hechos de armas. Son pocos los investigadores de la historia que pueden tropezarse con una ayuda como la que generosamente nos aporta Eduardo Arriagada.

    En un esfuerzo mancomunado, la Academia se propuso terminar la investigacin referida a los generales del Ejrcito de Chile, que aos atrs ha-ba iniciado el general Manuel Barros Recabaren, cuando era presidente de nuestra corporacin. Bajo el ttulo Los generales que han servido al Ejrcito de Chile en tiempos de la Repblica, se presenta un estudio y un completo listado de los 867 oficiales que han alcanzado ese grado en-tre los aos 1810 y 2012. Lo que aparentemen-te puede verse como una sencilla recopilacin, la

    verdad es que no resulta tan fcil, especialmente al abordar a los generales del siglo XIX, pues la documentacin que ha llegado hasta nuestros das es muy escasa. Estimamos que esta completa rela-cin puede servir a los historiadores militares para iniciar investigaciones diversas, como aquellas so-bre el desarrollo profesional de los oficiales, sobre las circunstancias polticas que en determinadas pocas afectaron al Ejrcito y a sus generales, y sobre los procedimientos de ascenso a los grados superiores, entre muchos otros temas que estn pendientes en la historiografa militar.

    Para terminar, como en anteriores Anuarios, fina-lizamos las pginas de esta edicin con una curiosa fotografa que est muy relacionada con el trabajo que se presenta sobre los generales del Ejrcito. Ella nos ha sido gentilmente facilitada por el co-ronel Francisco Riveros Lagrze y perteneci a su abuelo, el general Francisco Lagrze Frick. Es me-jor quedarnos en el solo anuncio para que el lector pueda apreciar esta fotografa, que no dudamos en calificarla de histrica.

    Antes de terminar estas lneas, aprovechamos de exhortar a los miembros de la Academia y a nues-tros lectores para que nos sigan enviando artculos para este Anuario o para otros rganos de difusin que estn relacionados con nosotros. Si la historia de Chile y particularmente su historia militar son poco conocidas para nuestra juventud, en alguna medida tambin nosotros somos responsables.

    General Marcos Lpez Ardiles

    Presidente de la Academia

  • Anuario de la Academia de Historia Militar 9

    el motn de tAlcA del 21 de julio de 1827. contexto, Acontecimiento y significAdo

    VAlentinA VerbAl stockmeyer

    INTRODUccIN

    Pero qu se entiende por estabilidad poltica? Se-gn el diccionario de la Real Academia Espaola (RAE), estable es aquello que se mantiene sin pe-ligro de cambiar, caer o desaparecer2. Y, en tr-minos institucionales, estabilidad poltica puede entenderse como la sucesin regular de gobier-nos, segn un orden constitucional preestablecido (escrito o consuetudinario), y la trascendencia de dicho orden en el tiempo. A contrario sensu, ines-tabilidad poltica es la ausencia de esta sucesin y trascendencia temporal; caracterizada, cual crcu-lo vicioso, por los tres fenmenos arriba indica-dos: constitucionalismo, anarqua y militarismo.

    Aunque para algunos politlogos y especialistas en derecho constitucional, la palabra constitucionalismo sea entendida, en trminos positivos, como el pro-ceso histrico de sometimiento del Estado a sistemas constitucionales escritos y definidos, garantizando el principio de separacin de poderes y la consagracin de derechos individuales3, para otros estudiosos, es-

    2 Real Academia Espaola, Estable, en Diccionario de la Len-gua Espaola. Disponible en Internet: http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=estable [ltimo acceso: mayo de 2012].

    3 En este sentido, el diccionario de la RAE define el constitu-cionalismo como el sistema poltico regulado por un sistema constitucional (Real Academia Espaola, Constitucionalis-mo, en Diccionario de la Lengua Espaola. Disponible en Internet: http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_

    Una de las constantes principales en la historia de Latinoamrica, especialmente en el siglo XIX, ha sido su gran inestabilidad poltica. Expresio-nes de esta inestabilidad han sido tres fenmenos concretos: el constitucionalismo, la anarqua y el militarismo. Estas expresiones, muchas veces han sido estudiadas en forma aislada, sin explicarse las conexiones entre ellas. Sobre las relaciones entre el constitucionalismo y el militarismo, Bernardi-no Bravo Lira seala: En general hasta ahora se ha estudiado mucho el uno y solo ltimamente se comienza a estudiar el otro. Adems se exalta al constitucionalismo y se repudia al militarismo. Lo cual es tan absurdo como querer disociar el anver-so del reverso de una moneda1.

    1 Bravo Lira, Bernardino, Gobiernos civiles y gobiernos mili-tares en Hispanoamrica. 1810-1889. Estudio histrico-insti-tucional, en Poder y respeto a las personas en Iberoamrica. Siglos XVI a XX, Ediciones Universitarias de Valparaso, Universidad Catlica de Valparaso, Valparaso, 1989, p. 125.

    Licenciada en Historia por la Universidad de los Andes y estudiante de magster en

    la misma disciplina en la Universidad de Chile.

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    pecialmente historiadores polticos y del derecho, el trmino asume una connotacin ms bien nega-tiva. Es el caso del mismo Bravo Lira, quien en otra de sus obras afirma: El papel lo aguanta todo. Pero el pas no. Por eso, las constituciones pasan y las instituciones quedan4. Este autor subraya que, incluso en los pa-ses occidentales, fuertemente influidos por la Revo-lucin francesa, y aunque hayan dictado numerosas constituciones escritas, al final, la estabilidad poltica de ellos no deriva de dichos documentos, sino de las instituciones permanentes, consolidadas a lo largo de siglos. Es lo que llama constitucin histrica.5

    Si bien la tesis del profesor Bravo Lira es sumamen-te discutible (existen realmente las instituciones permanentes?6), resulta dramtico constatar que en casi doscientos aos de vida republicana los es-tados de Latinoamrica han dictado un nmero si-milar de constituciones escritas. Parece que nun-ca, por motivos diversos, ha cesado el utopismo legalista que ve en la promulgacin de leyes y de constituciones, moral y tcnicamente perfectas, la puerta de entrada hacia parasos terrenales, ha-cia procesos histricos nuevos y venturosos.

    Sobre las otras dos expresiones de inestabilidad, diga-mos algunas palabras. Por anarqua ha de entenderse la escasa duracin de los gobiernos, particularmente civiles, siendo derrocados por la fuerza, por ejemplo,

    BUS=3&LEMA=constitucionalismo [ltimo acceso: mayo de 2012].

    4 Bravo Lira, Bernardino, El Estado de Derecho en la Historia de Chile, Ediciones Universidad Catlica de Chile, Santiago, 1996, p. 31.

    5 Ibd., p. 66ss.6 No cabe duda de que el trnsito de la Colonia a la Independen-

    cia supuso una mixtura entre tradicin y modernidad, que la emancipacin fue una revolucin sobre la base de una cierta evolucin institucional, desarrollada en el perodo llamado de anarqua, en el que, justamente, se inserta este trabajo. Para el carcter, a la vez, tradicional y reformista de la Independencia chilena, vanse: Villalobos, Sergio, Tradicin y reforma en 1810, RIL Editores, Santiago, 2006; y Collier, Simon, Ideas y Poltica de la Independencia chilena, Editorial Andrs Bello, Santiago, 1977.

    por la accin de caudillos o de facciones oligrquicas; muchas veces, siendo apoyados por ejrcitos o por algunos sectores de estos. Y por militarismo, la sub-ordinacin del estamento civil al militar, lo que se expresa no solo en el ejercicio del poder por parte de los militares, sino tambin, al decir de Richard Konetzke, en una intervencin de mentalidades es-pecficamente militares en el mbito civil 7.

    Latinoamrica ha sido testigo y vctima de estas expresiones en el siglo XIX no solo de manera epi-sdica, sino de un modo constante y crudo duran-te toda la centuria. La estabilidad, lo que debera haber sido la regla, se convirti en la excepcin. Por ejemplo, el Per, entre 1839 y 1879 es decir, entre el trmino de la Guerra contra la Confede-racin y el comienzo de la Guerra del Pacfico lleg a tener treinta y dos gobiernos, casi todos nacidos a partir de golpes militares.8

    Este trabajo apunta a iniciar un acercamiento al perodo llamado de anarqua o de ensayos cons-titucionales (segn sea la postura del autor) en la perspectiva de si responde o no a una inestabilidad poltica estructural, especialmente desde el punto de vista del militarismo, aspecto poco estudiado por la historiografa chilena, al menos en compa-racin con los elementos institucionales o cons-titucionales de este y otros perodos de nuestra historia.9 Este inicio tendr como tema central un acontecimiento concreto: el motn de Talca del 21 de julio de 1827. Para ello, en primer lugar, da-

    7 Citado por Kalhe Gnter, El ejrcito y la formacin del Estado en los comienzos de la Independencia de Mxico, Fondo de Cultura Econmica, Mxico DF, 1997, p. 15.

    8 Cfr. Klarn, Peter F., Nacin y sociedad en la Historia del Per, Instituto de Estudios Peruanos (IEP), Lima, 2004, pp. 525-526.

    9 Dos conocidas obras que centran el estudio del perodo en el en-foque especficamente institucional-constitucional son: Edwards, Alberto, La organizacin poltica de Chile. 1810-1833, Editorial Di-fusin Chilena, Santiago, 1943; y Heise, Julio, Aos de formacin y aprendizaje polticos, Editorial Universitaria, Santiago, 1978.

  • Anuario de la Academia de Historia Militar 11

    remos algunas pinceladas sobre el contexto de la poca. Y, luego de referir el acontecimiento mis-mo, abordaremos, a modo de conclusin, su signi-ficado; es decir, si responde o no a un episodio de inestabilidad poltica estructural, especialmente en clave militarista.

    cONTExTO

    Los historiadores discuten si el perodo 1823-29 merece o no el calificativo de anarqua, optando algunos por el ms elegante de ensayos constitu-cionales.10 Jaime Etchepare Jensen y Mario Valds Urrutia hacen un distingo que no deja de tener importancia. Sostienen que dicha denominacin no cabe si comparamos la realidad de nuestro pas con la del resto de Latinoamrica, ya que la anar-qua chilena habra sido de muy corta duracin, a diferencia de la acontecida en la gran mayora de los otros estados de nuestro continente. Sin em-bargo, estos mismos autores aaden que si anali-zamos el problema con el prisma exclusivo de la historia nacional se justificara la tipificacin, ya que es el nico

    perodo, a excepcin de la anarqua de los aos 1931-1932, en que se suceden con tanta rapidez los gobiernos y existe tal indefinicin respecto de los objetivos y los

    medios para lograrlos. 11

    10 Para el perodo 1810-1830, vase a Etchepare Jensen, Jaime, Manual de Historia poltica y constitucional de Chile, 1810-1830, Vicerrectora Acadmica Direccin de Docencia, Univer-sidad de Concepcin, Concepcin, 1999. Esta obra inclu-ye, ntegramente, los textos constitucionales promulgados durante esos aos. Una visin optimista de este perodo es la de Julio Heise Gonzlez, quien afirma que los siete aos [1823-1829] de lucha por la organizacin del Estado, impro-piamente denominados Anarqua, constituyen un trozo de la vida histrica de nuestra patria, que se nos presenta como un perodo de agitacin aparentemente intil, pero en el fondo y en su conjunto fecundo (Heise Gonzlez, Julio, Historia cons-titucional de Chile, Editorial Jurdica de Chile, Santiago, 1959, p. 45).

    11 Etchepare Jensen, Jaime, y Mario Valds Urrutia, Curso de Historia de Chile. Para la enseanza media y para pruebas de

    En el estudio de este perodo, normalmente,12 la historiografa pone el acento en los gobiernos de Ramn Freire (que suele circunscribirse a los aos 1823-1826) y al de Francisco Antonio Pinto (que se acostumbra a ceir a los de 1827-1829). No obstante, Etchepare y Valds enumeran en treinta y uno la cantidad de gobiernos que se sucedieron entre enero de 1823 y marzo de 183113. Adems de lo cual otro factor que justifica, para el caso de nuestro pas, la denominacin de anarqua en estos cortos nueve aos, se promulgaron dos constituciones14: la moralista de 182315 y la liberal de 182816, amn del llamado ensayo federal de 1826, del que hablaremos ms adelante.

    Este catico estado imperante explicara el can-sancio de muchos connacionales. Por ejemplo, en la misma senda de Diego Portales, y despus de haber sido su adversario17, Mariano Egaa, quien entre los aos 1824 y 1829 residi en Inglaterra como ministro plenipotenciario de Chile18 y que

    ingreso a la educacin superior, Volumen 1, Editorial Univer-sidad de Concepcin, Concepcin, 2005, p. 177.

    12 Al decir normalmente excluimos, como excepciones que confirman la regla, las historias de Chile ms extensas, en especial: Barros Arana, Diego, Historia General de Chile, 16 vo-lmenes, 2000-2005; y Encina, Francisco Antonio, Historia de Chile, 37 volmenes, Editorial Ercilla, Santiago, 1984.

    13 Cfr. Etchepare Jensen, Jaime, y Mario Valds Urrutia, op. cit., p. 181.

    14 Para la evolucin constitucional chilena, vase a Heise Gon-zlez, Julio, Historia constitucional de Chile; y Campos Harriet, Fernando, Historia constitucional de Chile. Las instituciones polti-cas y sociales, Editorial Jurdica de Chile, Santiago, 1969. Para los textos constitucionales promulgados en Chile, vase a Va-lencia Avaria, Luis, Anales de la Repblica. Textos constitucionales de Chile y Registro de los ciudadanos que han integrado los poderes Ejecutivo y Legislativo desde 1810, Editorial Andrs Bello, San-tiago, 1986.

    15 Elaborada por Juan Egaa (1769-1836).16 Escrita por el espaol Jos Joaqun de Mora (1783-1864).17 Cfr. Brahm Garca, Enrique. Mariano Egaa. Derecho y Poltica

    en la formacin de la Repblica Conservadora, Centro de Estudios Bicentenario, Santiago, 2007, pp. 41-43.

    18 Perodo que casi exactamente coincide con el perodo ahora referido.

  • 12 Anuario de la Academia de Historia Militar

    en tal calidad tuvo como principal misin el lo-grar el reconocimiento europeo de nuestro pas como Estado independiente se lamentaba pro-fundamente, con la perspectiva que le otorgaba la distancia geogrfica amn de la comprobacin, en los hechos, de un verdadero Estado en forma, como lo era el britnico del desorden existente en el Chile de esos aos. Enrique Brahm describe esta desazn de don Mariano del siguiente modo: Desde Europa, Egaa observaba con particular desespe-racin estos hechos. Ms todava cuando reciba noticias muchas veces fragmentarias de los mismos, a travs de la prensa, fundamentalmente extranjera, sin tener con-firmacin oficial de ellos por parte de su gobierno. Su

    molestia aumentaba cuando vea que, como consecuencia del desorden poltico reinante, Chile perda credibilidad ante las monarquas europeas, y por lo tanto se alejaba la posibilidad de que se le reconociera su independencia. 19

    19 Brahm Garca, Enrique, op. cit., pp. 52 y 53.

    Ahora bien, el contexto poltico preciso del acon-tecimiento que es materia de este trabajo es la vi-gencia de las leyes federales. El federalismo fue el proyecto poltico liderado por Jos Miguel Infante Rojas (1778-1844) que consisti en la dictacin de un conjunto de leyes, entre los meses de julio y agosto de 1826. La primera de ellas estableci el sistema federal para Chile (14 de julio) y la lti-ma cre asambleas legislativas en cada una de las provincias de nuestro pas (30 de agosto).20 Con cierto realismo, los federalistas optaron por dictar leyes, dejando como meta final la promulgacin de una constitucin que regulase de manera ge-neral el rgimen que se deseaba implantar, bajo la influencia de la revolucin estadounidense.

    Como contexto econmico, puede sealarse la existencia de una grave crisis fiscal. Manuel Jos Gandarillas, el ministro de Hacienda de la poca, sealaba: El sistema de nuestras rentas, en su distribu-cin, recaudacin y administracin, es el ms malo que pudo inventarse. Los oficinistas y sus partidarios confesa-rn la exactitud de esta proporcin cuando vean demos-trado claramente que los dos tercios de lo que la nacin contribuye para los gastos pblicos, se evapora, por decir-lo as, antes de ingresar en las arcas nacionales.21

    Y, con respecto a un contexto que podemos califi-car de militar, se trataba de una poca de fuerte lu-cha contra bandas de malhechores, como la de Los Pincheira. Barros Arana dice que Por la prolongacin de la guerra contra la bandas de malhechores que ejercan sus depravaciones en las provincias del sur, y con el prop-sito de mantener el orden interno, el gobierno se crea en la precisin de conservar un ejrcito superior a las verdaderas necesidades y a los recursos del pas, que el erario no poda

    20 Cfr. Etchepare Jensen, Jaime, y Mario Valds Urrutia, op. cit., p. 184.

    21 La Aurora, Nmero 11, del 11 de agosto de 1827. Citado por Barros Arana, Diego, Historia General de Chile, Tomo XV, Edi-torial Universitaria, Santiago, 2005, p. 132.

    Francisco Antonio Pinto y Daz de la PuentePresidente de Chile

    (5 de mayo de 1827 - 16 de septiembre de 1829)

  • Anuario de la Academia de Historia Militar 13

    pagar, y que comenzaba a ser objeto de las ms tormento-sas inquietudes 22. Y agrega que los oficiales inscritos en el ejrcito excedan con mucho al que corresponda al nmero de soldados; y muchos de ellos no tenan ms que el ttulo de tales, pues nunca haban prestado servicios efectivos, si bien gozaban de sueldos y de prominencias. 23

    Importante es indicar que en el momento del motn de Talca del 21 de julio de 1827 gobernaba Francisco Antonio Pinto, quien tuvo que hacer frente a todas estas dificultades, amn de suspender el rgimen fe-deral y reemplazarlo por uno de corte liberal.24

    Por ltimo, fundamental es sealar lo que se re-laciona directamente con el tema de este trabajo que la tropa se encontraba mal pagada y desmo-ralizada. Segn Barros Arana, esto se explica por el contexto de general inestabilidad, por ejemplo, por la existencia de [] oficiales turbulentos y revoltosos,25 protagonistas de reiterados y escanda-losos motines.

    AcONTEcImIENTO

    Como contexto poltico local, muy importante fue el proceso de demarcacin territorial que es-taba enfrentando el pueblo de Talca. En efecto, la ciudad maulina se haba negado a incorporarse a la provincia de Colchagua y a enviar representantes a la asamblea de esta que funcionaba en Curic. Esto hizo que se formara entre los vecinos una junta llamada comisin representativa. Esta asam-blea, reunida el 19 de mayo de 1827, dio cuenta al Congreso y al Gobierno de su instalacin, y man-d retirar a los diputados que este distrito tena en Santiago. Barros Arana recalca que, sin embargo, las tropas que en su mayor parte regresaban des-

    22 Ibd.23 Ibd.24 Cfr. Collier, Simon, op. cit., p. 272.25 Barros Arana, Diego, op. cit., p. 132.

    de el sur de su campaa en contra de los mon-toneros, como los mencionados Pincheira eran completamente extraas a estas perturbaciones polticas, y nada haca temer acto alguno de insurreccin 26.

    Y, al momento de retornar las tropas desde el sur, el pueblo de Talca estaba resguardado por un es-cuadrn de cazadores a caballo que mandaba el teniente coronel don Manuel Urquizo, y por el batalln nmero 1 (Chacabuco), en ese momento a cargo del sargento don Manuel Navarro.

    Qu sucedi?

    La noche del 21 de julio, a las tres de la madruga-da, los soldados del escuadrn de cazadores, lide-rados por algunos sargentos y cabos, se sublevaron en el convento de San Agustn que haca las veces de cuartel militar. Asimismo, [] apresaron a los oficiales que dorman en l; se apoderaron de la guardia

    de la crcel y del depsito de armas que all haba, y tomaron, adems, como prisioneros a otros oficiales que

    vivan en la ciudad.27

    Como fuentes principales de este acontecimiento, han de considerarse los dos partes militares del co-mandante Manuel Urquizo: uno breve e inmediato del 21 de julio de 1827, y otro largo y posterior del 23 de julio del mismo ao. Asimismo, interesante, aunque no tan detallado, es el oficio del goberna-dor de Talca, don Juan Nepumoceno de la Cruz del 24 de julio de 1827. Estos tres documentos fueron transcritos en el peridico La Clave del 1 de agosto de 1827, as como en las Sesiones de los Cuerpos Le-gislativos. Adems, este acontecimiento fue tratado por algunos peridicos de la poca, especialmente por El Verdadero Liberal de Santiago (31 de julio de

    26 Ibd., p. 136.27 Ibd.

  • 14 Anuario de la Academia de Historia Militar

    1827), situacin que trajo consigo algunos efectos secundarios que mencionaremos ms adelante.28

    Un primer elemento de hecho a considerar, y en el que coinciden todas las fuentes histricas men-cionadas ut supra, es que este motn tuvo como causa inmediata el atraso en el pago de los sueldos de la tropa. En efecto, el parte del comandante Urquizo del mismo da 21, que hemos calificado de breve e inmediato, consigna que a [] las nue-ve de la maana se me hizo llamar por los sublevados, y lo verifiqu en el acto; en la entrevista me hicieron

    saber que nicamente reclamaban sus pagos, a lo que contest: que no estaba en mis alcances el condescender con su peticin, y aunque para contenerlos apur todos los medios que en iguales casos dicta la prudencia me fue enteramente imposible y el desorden tomaba ya un aspecto de gravedad.29 Citemos in extenso, para una mejor comprensin de este primer elemento, el parte del da 23, que hemos calificado de largo y posterior, en el que Urquizo afirma:

    Cerciorado plenamente que este cuerpo se hallaba fuera de todo comprometimiento y que estaba ciego al obedecimiento de mis rdenes, mand a mi cuar-tel a mi asistente, (nico hombre que se hallaba en franqua de todo el escuadrn) para que se me permitiese hablar con el que comandaba la tropa, pues hasta entonces yo lo ignoraba.

    Se me accedi, y en el momento fui con ellos, entr al cuartel y encontr en l el mayor desorden. Los oficiales todos presos con centinelas; el escuadrn;

    formado y los sargentos desarmados, aunque en sus puestos. El almacn descerrajado, y puestos al fren-te de la lnea las municiones sobrantes despus de municionados a tres paquetes.

    28 No encontramos prensa local de Talca para el tiempo de nues-tro estudio.

    29 Sesiones de los Cuerpos Legislativos, Tomo XV, N 41, p. 29.

    Observ que el que comandaba era el cabo de la 1., Bernardo Prez, pues al preguntarse por m quin era el autor de aquel movimiento y con quin me deba entender, se me contest por ste que con l. Sali al frente, y hchole por m los cargos del buen trato, y la exacta asistencia en un todo, con cuanto ms pudo sugerirme la prudencia y el tino con que deba con-ducirme en aquel caso a fin de retraerlos al orden, se

    me contest que todo era muy cierto, pero que carecan absolutamente de sus pagos, que se hallaban debiendo en el pueblo; que no tenan lo necesario de sus vicios, y que precisamente antes de deponer las armas haban de ser completamente ajustados.

    Se le reprodujo por m que el Gobierno no poda hacer ms que lo que haca; que acababan de re-cibir un vestuario; que trescientos y ms pesos se me haban suplido a crdito en el pueblo para so-correrles seis das antes; que se esperaba al oficial

    conductor de caudales por momentos, en que seran socorridos de un modo bastante: que un escuadrn, que jams haba dado que notar en este orden me era muy sensible lo verificase ahora, en un pueblo

    de quien haba merecido las mayores consideracio-nes y mejor hospitalidad. Le hice infinitas otras

    reflexiones; pero tenaz en su capricho, unas me re-bata y otras me despreciaba.

    Viendo su terquedad trat de entrar en pacto, y des-pus de varios debates quedamos acordes en que si se les daba cuatro pesos a cada uno, cesaran de la empresa. Convine en ello y me fui al Ilustre Cabildo que se hallaba reunido, e igualmente a la Asamblea, para que ambos cuerpos meditasen de dnde deba salir este dinero. 30

    El oficio del gobernador de Talca, Juan Nepumo-ceno Cruz, confirma que el motn tuvo como cau-

    30 Ibd., N 42, p. 29.

  • Anuario de la Academia de Historia Militar 15

    sa inmediata una motivacin esencialmente eco-nmica:

    Bien avenido con los cuerpos militares estacio-nados en su centro, el batalln Chacabuco y es-cuadrn Cazadores a caballo: en el mejor orden y tranquilidad pblica: seguros de hostilidades en razn de la estacin en que nos hallamos a cubier-to de Pincheira y sus satlites: entregados al reposo que los mismos militares lograban para desahogo de sus fatigas y trabajos consiguientes a la anterior campaa; entonces es que el antedicho cuerpo de Cazadores forja, sin que por otros se trascienda, un proyecto de sublevarse escandalosamente en esta plaza, como lo verific el da 21 del que rige a pre-texto de no estar pagados mucho tiempo ha de sus sueldos, y exigiendo sus ajustes de las existencias que suponan en esta tesorera y administracin, o en caso de que con tales fondos no alcanzaren a pagarse, lo verificara el pueblo bajo el mas serio

    apercibimiento de un saqueo. 31

    Un segundo elemento de hecho importante es que, finalmente, el incidente se resolvi por la va armada. Dice Urquizo en su parte del da 21: Acord en Junta de Guerra lo que se deba hacer en esta materia, y se resolvi repelerlos con el batalln Chacabu-co y las milicias que pude reunir: ellos hicieron resisten-cia en la guardia de la crcel y en el cuartel con bastante obstinacin. Al ver que me eran infructuosas todas las medidas de pacificacin me determin a rendirlos a fue-go, como efectivamente se verific. Me anticipo a avisar

    a Ud. este resultado porque ms de treinta sublevados se han dirigido a esa capital.32 En el parte del da 23, Urquizo da cuenta con ms detalles del enfrenta-miento armado a que dio lugar la intransigencia de los amotinados:

    31 Ibd., N 43, p. 30.32 Sesiones de los Cuerpos Legislativos, Tomo XV, N 41, p. 29.

    Efectivamente se acord que sin perder momento, se repeliesen los sublevados con la fuerza del batalln Chacabuco y el cuerpo de Nacionales que ya estaba reunido. Se dio parte a la Asamblea y Cabildo de la resolucin antecedente, y estando ambos Cuerpos conforme en la determinacin por ser llegado el ltimo caso, y que se haban ya tocado todos los medios que dicta la buena razn, puse en prctica el ataque dando al efecto las rdenes siguientes. Al bravo teniente Barraza lo estaqu con 20 hombres a forzar y tomarse a todo trance la guardia de la crcel, por ser la ms importante, pues se hallaban bajo su custodia los diez mil tiros y el armamento de Nacionales. El batalln, en seguida de la van-guardia, march bajo mis rdenes a distancia de 50 pasos. La intrepidez del teniente Barraza hizo rendirse por la fuerza a la citada guardia a pesar de haberse sostenido con vivo fuego. 33

    Esta accin de armas concluy con la muerte del teniente Barraza y de tres soldados de Cazadores. Urquizo informa de la prdida total de veintin hombres entre fugados y muertos,34 incluyendo a los sublevados, ya que habla de fugados. En todo caso, resulta claro que los cabecillas del motn Bernardo Prez, Pablo Arriagada, Jos Mara Re-yes y Rosauro Muoz fueron fusilados al da si-guiente, es decir, el 22 de julio de 1827. En suma, y coordinando este documento con el oficio del gobernador de Talca, Juan Nepumoceno Cruz, es posible concluir que, a lo menos, murieron cua-tro hombres por el lado del Gobierno y, a su vez, cuatro por el lado de los amotinados: los cabecillas fusilados.35

    Por ltimo, y como un tercer elemento fctico, el peridico El Verdadero Liberal de 31 de julio de 1827, si bien acoge la misma tesis econmica de

    33 Ibd., N 42, p. 29.34 Ibd.35 Cfr. Ibd., N 43, p. 30.

  • 16 Anuario de la Academia de Historia Militar

    las fuentes arriba citadas, pone el acento en un clima poltico general de desorden, culpando al gobierno del acontecimiento aqu referido: En esta ocasin como en muchas otras hemos sido profetas, para lo cual no nos ha sido necesaria mucha perspicacia, sino solo un poco de buen sentido, y el conocimiento del estado actual del pas. Ninguno habr experimentado la menor sorpresa al saber lo acontecido en Talca, pues el rbol ha dado su fruto.36 Esta nota, escrita por el francs Juan Chapuis, editor del peridico, fue fuertemente rechazada por el Gobierno. En efec-to, y tal como da cuenta el peridico La Aurora del 8 de agosto de 1827:

    El 1 del corriente fue encarcelado Mr. Chapuis, editor del Verdadero Liberal, de orden de su exce-lencia el Vicepresidente de la Repblica, comunica-da por escrito al juez de letras en lo criminal, por el artculo Acontecimientos de Talca publicado en el nm. 60. El cargo de escribir para el pblico nos impone registrar este suceso en nuestras pginas para defender la ley de libertad de imprenta que se ha infringido por un golpe de autoridad. Con-fesamos que este artculo es descarado, indiscreto y ofensivo del respeto que se debe al gobierno; pero teniendo ste un camino demarcado por las leyes para hacer vengar su ofensa, y castigar la licen-ciosa manera con que ese escritor se ha producido; cuando se le haba presentado la oportunidad ms favorable de ofrecer un escarmiento que enfrente la audacia de los que intentasen seguir su ejemplo pernicioso, es muy sensible que haya abusado del poder, invadiendo las frmulas legales del juicio de imprenta, que constituyen las garantas ms apre-ciables de las libertades pblicas. 37

    36 El Verdadero Liberal, Acontecimientos de Talca, 31 de julio de 1827, pp. 1 y 2. Disponible en Biblioteca Nacional de Chile, Seccin Peridicos.

    37 La Aurora, 8 de agosto de 1827, p. 1. Disponible en Biblioteca Nacional de Chile, Seccin Peridicos.

    Como se observa, un efecto secundario del mo-tn de Talca del 21 de julio de 1827, y a raz del apresamiento de Juan Chapuis, editor de El Verda-dero Liberal, fue una cierta discusin en los diarios (y, suponemos, en determinados crculos elita-rios) de la capital en torno a la libertad de im-prenta. Diramos, a la luz de nuestra revisin de la prensa peridica de esos das, que este punto ocup mucho ms espacio que el acontecimiento mismo aqu tratado.

    A mODO DE cONclUSIN: SIgNIfIcADO DEl mOTN DE TAlcA DEl 21 DE jUlIO DE 1827

    Intentemos ahora, a modo de conclusin, captar el significado del acontecimiento aqu abordado a partir de algunas preguntas. La primera y ms b-sica es la siguiente: el motn de Talca del 21 de julio de 1827 tuvo motivaciones de carcter principalmen-te poltico o econmico? En otras palabras, se trat de una sublevacin en contra del Gobierno o que obedeci, ms bien, a razones gremiales, como el no pago de suel-dos en forma oportuna? Claramente, a la luz de las fuentes citadas partes militares del comandante Urquizo, oficio del gobernador de Talca y notas de prensa se trat de un conflicto bsicamente gremial, originado en el no pago de sueldos en forma oportuna. El mismo Barros Arana, a pesar del contexto general anrquico que describe po-ltico, econmico, militar y local seala que las tropas eran completamente extraas a las pertur-baciones polticas de dicha poca.38

    Sin embargo, lo anterior no implica, como tam-bin lo insina Barros Arana39 y, como fuente di-recta, Juan Chapuis40 que este y otros motines de

    38 Cfr. Barros Arana. Diego, op. cit., p. 136.39 Cfr. Ibd., p. 132.40 El Verdadero Liberal, Acontecimientos de Talca, 31 de julio de

    1827, pp. 1 y 2.

  • Anuario de la Academia de Historia Militar 17

    la poca en estudio se encuentren efectivamente insertos en un contexto general de inestabilidad poltica, concretamente de anarqua. Como se-alamos en el primer apartado de este trabajo, si bien la anarqua chilena del siglo XIX fue corta, no extendindose durante la mayor parte de la centuria, al menos en los trminos del resto de Latinoamrica con excepcin del caso de Brasil s fue intensa, llegando a sucederse ms de treinta gobiernos y promulgarse tres rdenes constitu-cionales distintos, aunque uno de ellos, el llamado ensayo federal, se construy formalmente sobre la base de leyes. Recordemos, por lo dems, que una de las causas de la dificultad del reconocimiento internacional de la Independencia de nuestro pas fue, justamente, el clima de desorden polticoinstitucional reinante en el Chile de esos aos. En suma, y si bien, por ejemplo, el motn en estu-dio no respondi a la oposicin a la demarcacin territorial emanada de las leyes federales, el am-biente de desorden poltico existente posibilit la emergencia de sublevaciones militares a un nivel de mando descentralizado. En otros trminos, resulta bastante lgico pensar que la falta de una autoridad fuerte a un nivel central debilite a las autoridades descentralizadas, incluso en aquellas de tipo jerarquizado como las del ejrcito.

    La segunda interrogante que nos planteamos es si el motn en cuestin constituye o no una expre-sin de militarismo. En parte, esta pregunta ya ha sido respondida. Si la palabra militarismo la en-tendemos en sentido material, como la primaca poltica del estamento militar por sobre el civil, nos parece que no, que no se trat de un motn con tintes militaristas, puesto que los militares su-blevados no manifestaron la intencin de tomarse el gobierno. Sin embargo, si el trmino militaris-mo lo consideramos en un sentido formal, como la influencia de lo militar en el mbito civil, el conflicto en cuestin s tendra un carcter mi-litarista, puesto que manifiesta una influencia de

    lo militar en el plano civil. En otras palabras, se rompi, al menos en un mbito descentralizado y local, el carcter jerrquico y no deliberante que debe reinar en toda institucin castrense. Hay que decir que, en trminos formales, este carcter ya se encontraba en constituciones tempranas. Por ejemplo, la de 1823 establece en su artculo 226 que la [] fuerza pblica [armada] es esencialmente obediente: ningn cuerpo armado puede deliberar 41

    Cabe consignar que en los tomos del Ministerio de Guerra de 1827 relativos a sublevaciones militares no encontramos juicios asociados al acontecimiento que es materia de este trabajo. Hay que recordar que los cabecillas del motn fueron fusilados al da siguiente, o sea, a partir de juicios sumarsimos. Y que en ese tiempo an estaban vigentes las orde-nanzas militares de Carlos III, rey de Espaa entre 1759 y 1788.42 Dice esta norma: Los que emprendie-ren cualquiera sedicin, conspiracin o motn, indujeren a cometer estos delitos contra mi real servicio, seguridad de las plazas y pases de mis dominios, contra la tropa, su comandante u oficiales, sern ahorcados en cualquiera

    nmero que sean; y los que hubieren tenido noticia y no los delaten luego que puedan, recibirn la misma pena 43.

    En tercer lugar, la pregunta ms compleja la que en parte tambin ha sido ya respondida es si exis-te alguna conexin entre las expresiones de ines-tabilidad poltica reseadas en la introduccin de este trabajo: el constitucionalismo, la anarqua y el militarismo. Si bien este tema ha sido analiza-do, ms bien en perspectiva poltico-institucional por la historiografa chilena, cabe sealar que s

    41 Citada por Etchepare Jensen, Jaime, Manual de Historia Poltica y Constitucional, p. 317.

    42 Para este monarca, vase: Domnguez Ortiz, Antonio, Carlos III y la Espaa de la Ilustracin, Alianza Editorial, Madrid, 2005.

    43 Ordenanzas del Ejrcito para su rgimen, disciplina, subor-dinacin y servicio dadas por su Majestad catlica en 22 de octubre de 1768, Imprenta de V. Espinal, Caracas, 1941, pp. 276 y 277.

  • 18 Anuario de la Academia de Historia Militar

    existira tal conexin. Precisamente la existencia de rdenes constitucionales que consagraban un Poder Ejecutivo dbil, como fueron las constitu-ciones y leyes federales del perodo 1823-29, dio pie a la sucesin irregular de diversos gobiernos y a la dificultad de asentar gobiernos civiles por sobre los militares. Fue recin a partir de la carta de 1833 en que se consolid en Chile un rgimen poltico estable, aunque con ciertas variantes en su texto y dificultades prcticas, incluso de carcter revolucionario (1851, 1859 y 1891). La particula-ridad de esta carta fundamental, a diferencia de las anteriores, todas de corta duracin, es que alcan-z una larga vigencia en el tiempo: desde mayo de 1833 hasta septiembre de 1924.

    Y, justamente, la existencia de este orden cons-titucional estable para el caso de Chile, presi-dencialista fue lo que posibilit un clima de gran estabilidad poltica, aunque en el marco de una democracia censitaria y oligrquica, lo que, por lo dems, se ajustaba a la poca: en el siglo XIX no haba sufragio universal y ni siquiera una par-ticipacin poltica mesocrtica, lo que comenzara recin en la primera mitad del siglo XX.

    El motn de Talca del 21 de julio de 1827, pese a tratarse de un evento especfico por tanto, no necesariamente representativo de todas las suble-vaciones militares del perodo 1823-29 da cuen-ta de un tiempo de gran inestabilidad poltica, aunque de corta duracin y no extremadamente cruenta. Importante es seguir, en el futuro, estu-diando los otros motines del perodo con el objeto de tener un panorama ms amplio del enfoque de este trabajo: las conexiones entre las diversas ex-presiones de inestabilidad poltica, especialmente con relacin al militarismo, aspecto mucho menos estudiado por la historiografa.

    Fuentes

    1. El Verdadero Liberal, Acontecimientos de Talca, 31 de julio de 1827. Disponible en Biblioteca Nacional de Chile, Seccin Peridicos.

    2. La Aurora, 8 de agosto de 1827. Disponible en Bi-blioteca Nacional de Chile, Seccin Peridicos.

    3. Ordenanzas del Ejrcito para su rgimen, dis-ciplina, subordinacin y servicio dadas por su Majestad catlica en 22 de octubre de 1768, Imprenta de V. Espinal, Caracas, 1941.

    4. Sesiones de los Cuerpos Legislativos (SCL), Tomo XV, N 41, 42 y 43.

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  • 20 Anuario de la Academia de Historia Militar

    lA cAmPAA que se Pudo eVitAr generAl WAldo ZAuritZ sePlVedA

    Es de conocimiento general que durante el desa-rrollo de la Guerra del Pacfico, las relaciones en-tre los mandos militares y las autoridades polticas que representaban al Gobierno de Chile en el tea-tro de operaciones no fueron siempre buenas, de-bido fundamentalmente a una legislacin que no delimitaba perfectamente el campo de atribucio-nes entre los distintos niveles, pero que tambin fue producida por el choque entre las personalida-des de esas autoridades civiles y militares, lo que muchas veces provoc roces y disputas que solo el patriotismo de unos y otros permiti superar, para salir adelante en la titnica tarea que haba emprendido nuestro pas en contra de dos enemi-gos, que aliados, aparecan como muy superiores a las capacidades chilenas.

    Mientras el ministro de Guerra en Campaa fue don Rafael Sotomayor, esas disputas fueron ami-noradas gracias a la prudencia del ministro, de quien el historiador Gonzalo Bulnes dice: Pocos ejemplos ofrece la historia de una consagracin ms efi-caz y modesta que la que prest Sotomayor desde el da que se inici la campaa martima hasta que lo fulmin la fatiga, el hasto de la lucha personal, el exceso de

    trabajo, y por eso cuando la posteridad recuerde lo que hizo Chile en 1879 y 1880, tendr que decir que el obrero ms poderoso de su grandeza fue ese ciudadano que se exceda en las horas opacas y se ocultaba en las del triunfo. En la cooperacin de Pinto y de Sotoma-yor encuentra el historiador la llave de los sucesos que se desarrollaron hasta mayo de 1880. Generalmente la iniciativa parte del ltimo y el primero la acepta y de esa concordancia resulta el plan que se realiza. Sotoma-yor dirige a los hombres, armoniza voluntades, nombra y separa Generales y Almirantes y el Presidente ratifica

    lo hecho por su Ministro, en cuya prudencia tiene una confianza absoluta. 1

    Efectivamente fue Sotomayor quien propuso como general en jefe al general Baquedano, lue-go de la renuncia del general Erasmo Escala, con quien haba tenido serias disputas. Lamentable-mente, en pleno desarrollo de la campaa de Tac-na y Arica, el ministro falleci el da 20 de mayo de 1880, cuando el ejrcito haba completado su concentracin en Yaras y Buena Vista, aprestndo-se para asaltar las posiciones peruano-bolivianas de Campo de la Alianza. Ante la emergencia, el Gobierno design un triunvirato compuesto por el general en jefe Manuel Baquedano, su Jefe de Estado Mayor coronel Jos Velsquez y el tenien-te coronel de milicias don Jos Francisco Vergara, que se haba desempaado como secretario del general Escala.

    1 Bulnes, Gonzalo. Guerra del Pacfico. De Tarapac a Lima. Tomo II; Valparaso, 1914, Sociedad Imprenta y Litografa Universo, p. 723.

    General de Divisin; magster en Historia Militar y Pensamiento Estratgico.

    Miembro y ex Presidente de la Academia de Historia

    Militar.

  • Anuario de la Academia de Historia Militar 21

    perdi el 88% de sus efectivos. Por su parte, los chilenos sufrieron la prdida de 500 muertos y 1.700 heridos, sumando las bajas un 15%.

    Despechado, Vergara abandon esa noche el esce-nario de las operaciones, haciendo trascender su propia visin de lo ocurrido, por lo que las autori-dades en Santiago fueron inicialmente informadas que dicha batalla haba tenido un resultado incierto y que era comparable con lo sucedido en Tarapac, lo que desde luego produjo una gran inquietud. Al recibir las noticias de Vergara, su ntimo ami-go y aliado poltico Domingo Santa Mara le envi un telegrama a Patricio Lynch en que deca: Los seores militares han obrado a sus anchas y han hecho una terrible barbaridad. Estamos en un inmenso peligro, si Dios no viene en nuestra ayuda..2 Tambin le es-cribi a Eulogio Altamirano indicando: Resulta en pocas palabras que la batalla de Tacna es un remedo de la batalla de Dolores: que hemos sacrificado brutalmente

    nuestra infantera hasta perder dos mil hombres; que no hemos sabido aprovechar ni la artillera ni la caballera; que el enemigo se ha escapado sin dejarnos un solo pri-sionero ni un solo trofeo de victoria, y hemos entrado a Tacna solo porque se nos dijo que podamos hacerlo, pues victoriosos ignorbamos que habamos vencido. 3

    Cuando la verdad de lo ocurrido se supo en Chile, a travs de los partes oficiales, la pesadumbre se transform en euforia, la que sera refrendada a los pocos das con la noticia de la conquista de Ari-ca, sellando de esa forma una campaa victoriosa que dejaba en poder de Chile todos los territorios desde Moquegua hacia el sur.

    El general Baquedano solicit se le completaran 18.000 hombres para ir de inmediato a la conquis-ta de Lima. El Gobierno vacil.

    2 Bulnes; op. cit. Tomo II, p. 355.3 Ibd, p. 356.

    Vergara propuso un plan de ataque, que consis-ta en rodear con todo el ejrcito la posicin de-fensiva por el este, para caer al flanco y espalda, mientras la caballera sera enviada por el cajn del ro Caplina para desviar las aguas, cortando el su-ministro a los aliados. Ese plan, rechazado por el coronel Jos Velsquez en la junta de guerra que se realiz, era imposible de cumplir, por cuanto la artillera no sera capaz de hacer el rodeo en los arenales, adems que era altamente peligroso hacer desfilar en orden al ejrcito por el frente de la posicin defensiva, exponindolo de flanco al fuego y los ataques que haran los aliados, toda vez que Vergara no consideraba fuerzas para amarrar a los defensores en sus posiciones.

    Cuatro das antes del ataque, Baquedano realiz un minucioso reconocimiento, el que repiti el da 24 de mayo ahora como un reconocimiento en fuerza al mando de Velsquez, apreciando el dispositivo defensivo, la ubicacin de las unida-des, el alcance de la artillera y las direcciones de aproximacin, a raz del cual resolvi desechar lo propuesto por Vergara, adoptando un dispositivo ofensivo que consista en un ataque frontal con un fuerte centro de gravedad en su ala derecha.

    La batalla de Tacna culmin con un completo xito para las fuerzas chilenas que derrotaron decisiva-mente al enemigo, marcando el punto de inflexin en la guerra al destruir completamente a las fuer-zas de lnea del ejrcito aliado. El aniquilamiento fue total; en el campo de combate perdieron al 33% de sus efectivos, con 2.000 muertos y heri-dos y 2.500 prisioneros. Pero quizs, lo ms grave fueron sus 7.500 dispersos, que no pudieron ser reunidos por los jefes en su retirada. Solo rescata-ron a 1.300 soldados bolivianos que acompaaron al general Campero hacia La Paz y menos de 400 peruanos que se dirigieron hacia Arequipa. En sn-tesis, el Primer Ejrcito del Sur, que al comenzar la batalla present en combate a 15.000 hombres,

  • 22 Anuario de la Academia de Historia Militar

    Segn Gonzalo Bulnes, el presidente Pinto estaba fatigado con ao y medio de zozobras y de res-ponsabilidades, y lo peor, haba perdido a Rafael Sotomayor, en quien depositaba toda su confianza y no encontraba otro para reemplazarlo en la de-licada misin de imponer tino y previsin en el ejrcito, por lo que antes de exponer lo ya logra-do, era remiso a dar un paso en falso, arriesgando lo adquirido.

    El mismo historiador indica que al interior del Gobierno existan divergencias sobre los pasos a seguir en la continuacin de la guerra, explican-do que no haba cordialidad ni trabajo en equipo entre los diferentes ministros. Pinto atribua esas divergencias a problemas de carcter de los personeros, seguramente por la enemistad evidente que haba entre Gandarillas con Santa Mara, pero en realidad la causa era ms honda. Se relacionaba con la cuestin presiden-cial o ms bien con la candidatura de Santa Mara que miraba con desapego la mayora de los miembros del ga-binete. 4

    Mientras viva Sotomayor, no haba duda alguna que sera el elegido por el Presidente para suce-derle. Con la muerte de Sotomayor, se abran las posibilidades para muchos, y Santa Mara aprove-ch la ocasin, lo que no fue aceptado por Gan-darillas.

    Segn Francisco Machuca, Santa Mara tena dos motivos para no apoyar la campaa a Lima: Se ganaba la buena voluntad presidencial y terminada la guerra, no se forjaba el general vencedor capaz de dispu-tarle la banda. 5

    Como resultado de esa lucha al interior del gabi-nete, cuatro das despus de la toma de Arica se

    4 Ibd., p. 403.5 Machuca, Francisco. Las cuatro campaas de la Guerra del Pacfi-

    co. Valparaso, 1929. Imprenta Victoria, Tomo III, p. 72.

    nombra un nuevo ministerio, que representaba un triunfo completo para la lnea de Santa Mara, incluyendo entre sus integrantes, como ministro de Guerra y Marina a don Eusebio Lillo, quien se desempeaba en esa fecha como secretario del al-mirante Riveros. Lillo no acept el nombramien-to, a pesar de las insistencias personales del propio Presidente, por cuanto no estaba de acuerdo con la existencia de un ministro de Guerra en Cam-paa.

    Al no poder convencer a Lillo, el da 15 de julio de 1880, el Presidente Pinto nombr como nuevo ministro de Guerra y Marina a don Jos Francis-co Vergara. Esa decisin tuvo un efecto desastroso en la moral del ejrcito de operaciones del norte. Al cucaln, como despectivamente lo llamaban, le atribuan buena parte del desastre de Tarapac, al haber sido el responsable de la mala explora-cin que condujo al error en la apreciacin de las fuerzas que se encontraban en esa quebrada; pero lo peor era el resentimiento que despert por su actuacin despus de la batalla de Tacna.

    El general Baquedano y el coronel Velsquez se aprestaron a renunciar, junto a muchos jefes del ejrcito, lo que fue comunicado por don Mximo Lira, que era el nuevo secretario de Baquedano, en un telegrama que le envi al primer manda-tario desde Iquique, cuyo texto completo era el siguiente:

    Tacna, 23 de julio de 1880. Seor don Anbal Pinto. Santiago. Distinguido seor: Estimo como un deber de lealtad y previsin, comunicar a Ud. lo que por ac ocurre desde ayer y aprovecho para ello la demora del vapor que ha de conducir la correspondencia.

    El nombramiento de don Jos Francisco Vergara para Ministro de Guerra ha causado en el ejrcito el efecto de la explosin de una bomba y ha veni-

  • Anuario de la Academia de Historia Militar 23

    do a perturbar profundamente la tranquilidad de que estbamos gozando. Y como presumo que Ud. no conoce las causas de esta agitacin, voy a comu-nicrselas aqu, aunque sea brevemente.

    Estbamos sitiando a Arica, cuando principiaron a llegar de a bordo noticias de la inquietud que haban causado en el sur las noticias que el seor Vergara haba transmitido y comunicado verbal-mente sobre la batalla de Tacna y sus resultados. Exagerando mucho, sin duda, como sucede siempre en estos casos, se le atribuan palabras y conceptos destinados a herir profundamente el amor propio de los principales jefes del ejrcito. Resumiendo la impresin dejada por las que se decan revelacio-nes del seor Vergara, se aseguraba que Tacna haba sido un segundo Tarapac.

    Tomado Arica, las diversas personas que iban ba-jando a tierra confirmaban estos rumores; y des-pus, las cartas que llegaban del sur venan a ro-bustecer la creencia de que el seor Vergara haba procurado empequeecer la accin de Tacna. Puso el sello a esta impresin la correspondencia de El Mercurio, que se crey inspirada por el mismo ca-ballero, con quien hizo su viaje al sur, el correspon-sal de aquel diario.

    Le advierto que soy en este momento simple relator de lo que he visto y he odo, y que no exagero ni ateno nada.

    Hubo, con ese motivo en el ejrcito un verdadero alboroto, que se tradujo en murmuraciones violen-tas y en censuras acres contra los cucalones, nom-bres que se complacen en dar al seor Vergara.

    Sin embargo, aquello pas sin dejar huellas al pa-recer. Pero viene ahora su nombramiento de Minis-tro, y he aqu que han renacido todas las quejas y todas las censuras con mayor violencia que antes. El general dice que se retira porque es incompatible

    con su dignidad su permanencia en el puesto que ocupa, siendo ministro el seor Vergara. El coronel Velsquez se propone hacer lo mismo y dice que lo acompaarn los artilleros que fueron son sus palabras- los ms indignamente calumniados por el seor Vergara. Cuntos jefes acompaarn a s-tos? No lo s an, porque la noticia no es conocida de todos, pero s temo que sean algunos.

    Sera posible dominar esta tormenta que amenaza traer una desorganizacin funesta en las actuales circunstancias? Por el momento no, porque la irri-tacin es muy grande. Se dar una idea de ella el telegrama que le ha dirigido en la maana de hoy el general Baquedano, de acuerdo con el coronel Velsquez. Atenuada en lo posible la dureza de las expresiones y disfrazado cuanto era dable su pensa-miento fundamental, siempre ha quedado algo que bien pudiera traer una crisis, cuya solucin no veo.

    Era el nico hombre, oigo decir a cada momento, que no poda ser Ministro de Guerra, porque nos haba injuriado: aunque se den explicaciones, la mala impresin que alcanz a robustecerse, se ha hecho indeleble. 6

    El da 17 de julio, el ministro Vergara se pre-sent por primera vez ante la Cmara de Diputados, ocasin en que el representante de Vichuqun don Segundo Molina propuso una interpelacin contra l, en los siguientes trminos: La cmara de diputados cree incon-veniente para la marcha de la presente guerra la designacin del seor don Jos Francisco Vergara como secretario de Estado en los Departamentos de Guerra y Marina. 7

    6 Machuca, op. cit., p. 75.7 Ibd.; p. 76.

  • 24 Anuario de la Academia de Historia Militar

    Vergara pidi tratar el asunto en sesin secreta. En la ocasin, expres ser duro para l iniciarse en la vida pblica con una cuestin de carcter personal, procediendo luego a descartar las des-avenencias con el general Baquedano, con quien se haba despedido de manos en Tacna y que jams se haban interrumpido sus buenas relaciones con el coronel Velsquez, asegurando que el desacuer-do con los jefes del ejrcito era completamente falso, calumnioso, rumor de calle, de club o de corresponsales de diarios que lamentaba que fuera recogido y trado al seno de la cmara.8

    De cualquier forma, fue extrao que el presidente Pinto se decidiera por Vergara en esas circunstan-cias, existiendo tantos otros posibles personeros que pudieron cumplir igual funcin. Machuca se-ala que: El nombramiento de don Jos Francisco Ver-gara, como Ministro de la Guerra, causa viva alarma en el pas que lo consideraba como un brulote9 para hacer saltar al general Baquedano, imposibilitndolo para continuar en el mando del ejrcito. Los opositores a la candidatura de Santa Mara vean en el seor Vergara la influencia ministerial puesta al servicio de este caudillo,

    que teje la madeja y envuelve en ella a los principales funcionarios de la administracin. 10

    El hecho concreto es que Vergara continu como ministro, y tanto Baquedano como Velsquez no renunciaron al ejrcito.

    Una vez decidida la campaa sobre Lima, Vergara lleg a Arica junto a un numeroso grupo de jefes, oficiales y civiles que se integraron al ejrcito. En el desempeo de sus funciones demostr una no-table actividad, apuntada principalmente a la pre-paracin logstica del ejrcito que se haba aumen-tado a la cantidad de 26.000 hombres, para cuyo

    8 Ibd.; extrado del Acta de la sesin del 17 de julio de 1980.9 Brulote: Torpedo incendiario. En Chile, palabrota, dicho ofensivo.10 Machuca, op. cit., p. 74.

    transporte martimo tambin dedic gran parte de su tiempo y de sus esfuerzos.

    Durante ese perodo, las relaciones con el gene-ral Baquedano que permaneca en Tacna no mejoraron, marcadas por decisiones del ministro nombrando oficiales y proponiendo ascensos sin la consulta al general, de lo cual existe constancia en numerosos documentos que remiti Baqueda-no a Vergara que ni siquiera fueron contestados. Tambin enturbi las relaciones, el incidente en que Baquedano hizo aprisionar a Eloy Caviedes, el corresponsal que haba trasmitido las opiniones de Vergara despus de la batalla de Tacna, instruyn-dole un sumario para averiguar cmo haba ob-tenido Caviedes los partes oficiales, antes de que estos llegaran a poder del Gobierno, y para esta-blecer quin le haba dado autorizacin para viajar en un buque destinado exclusivamente al servicio del Estado. En esta oportunidad, s que hubo un duro intercambio epistolar entre el general y el ministro, que desde luego abog a favor del pe-riodista, sacndolo de la prisin y embarcndolo en la expedicin que preparaba Lynch sobre las costas del norte del Per, para alejarlo as de la dura mano del general.

    Cansado de estas luchas sordas, en que se ponan en tela de juicio sus atribuciones, al disponer in-cluso una reorganizacin del ejrcito por parte del ministro, Baquedano envi al coronel Velsquez a Santiago, para que se entrevistase con el Presiden-te, a fin de obtener una declaracin franca sobre su situacin. Velsquez cumpli a cabalidad, remi-tindole una carta el da 12 de septiembre, en la que le informaba: He hablado largamente con don Anbal Pinto, y me he convencido que este seor es un muy buen amigo de Ud.11 y que sigue con espritu levan-

    11 El Presidente Pinto, don Eusebio Lillo y el general Baqueda-no haban sido compaeros de curso en la escuela primaria en Santiago.

  • Anuario de la Academia de Historia Militar 25

    tado los asuntos de la guerra; creo que Ud. est garantido con l y por ms que hagan los politiqueros del da, el general Baquedano ser el que lleve el ejrcito a Lima, si es necesario ir all. Mi llegada no pudo ser ms a tiempo. A Ud. se le consultar sobre los nombramientos de jefes de divisiones, y en todo lo concerniente a la direccin de la guerra. No se dividir la Artillera.12 En una palabra, las cosas tomarn un aspecto muy distinto al que tenan en el momento de mi llegada. 13

    Con el pronunciamiento presidencial sealado y, encontrndose ahora el ejrcito concentrado en Lurn aprestndose para la batalla de Chorrillos, nuevamente surgieron las diferencias sobre el plan que deba adoptarse. El general Baquedano, des-pus de doce reconocimientos sobre las posicio-nes enemigas, decidi un ataque frontal con un marcado centro de gravedad en su ala izquierda, bajo la responsabilidad de la primera divisin que estaba compuesta por ms de 9.500 hombres de los cuales el 60% de ellos eran veteranos, a los que deba apoyar una poderosa reserva, tambin constituida por veteranos, sumando en total casi 13.000 hombres, vale decir, ms del 50% del total de las fuerzas atacantes. Las otras dos divisiones, deban presionar por el centro y la derecha res-pectivamente, amarrando a los defensores a sus posiciones. El plan era simple pero eficaz, toda vez que el esfuerzo principal poda ser reforzado por los fuegos de la escuadra.

    No obstante que la conduccin de las operacio-nes era atribucin exclusiva del general en jefe, conforme lo estableca la Ordenanza General del Ejrcito,14 el ministro Vergara propuso un envol-

    12 Vergara haba propuesto distribuir la artillera de campaa en las divisiones, con lo que Velsquez, comandante general de esa Arma, habra perdido toda su influencia y el contacto di-recto con el general en jefe.

    13 Machuca, op. cit.; Tomo III, p. 116.14 Ordenanza General del Ejrcito. 1840. Ttulo LIX, Art. 27 y

    28.

    vimiento por el oriente, a travs de la quebrada de Manchay, que significaba triplicar la distancia de marcha que deban ejecutar las tropas, por un desfiladero arenoso que impeda el desplazamien-to de la artillera de campaa y que poda ser fcil-mente bloqueado por los defensores, con el agra-vante que abandonaba el apoyo naval y, ante un revs, impeda la retirada de las fuerzas atacantes. Como el plan afectaba principalmente el desplaza-miento de la artillera de campaa, fue nuevamen-te Velsquez, comandante general del Arma, quien se opuso a l, siendo secundado en esta ocasin por el jefe del Estado Mayor, el general Marcos Maturana.

    Ante la insistencia del ministro, se orden un nue-vo reconocimiento en fuerza, a cargo del coronel Orozimbo Barbosa, quien se intern por dicha quebrada con una fuerza de las tres armas, demos-trando al trmino del ejercicio lo impracticable de la propuesta ministerial. Qued, de esa forma, decidido el plan de ataque de Baquedano, que se ejecut perfectamente, resolviendo la batalla de Chorrillos a favor de las fuerzas chilenas. Dos das despus, en la batalla de Miraflores, qued aniqui-lado el resto del ejrcito peruano.

    El da 17 de enero de 1881, el Ejrcito de Chile haca su entrada a la rendida capital enemiga.

    Sin embargo, la celebracin que debi haber sido unnime por la trascendencia del logro alcanzado, se vio empaada por un incidente que hizo aflorar la pugna subyacente que perduraba entre los mi-litares y los personeros civiles que acompaaban al ejrcito.

    Para referir el mencionado incidente, tomemos el relato que de l hace Gonzalo Bulnes: El da de la entrada del ejrcito a la ciudad se encontraron alrededor de la mesa de un hotel gran parte de los oficiales chilenos,

    entre otros Velsquez con sus ayudantes, y algunos civiles

  • 26 Anuario de la Academia de Historia Militar

    entre los cuales don Isidoro Errzuriz, don Adolfo Carras-co, el corresponsal de El Ferrocarril, diario de Santiago, etc. La disidencia latente no tard en manifestarse.

    Errzuriz brind contra la guerra que se dirige sin cien-cia, en forma de embestida; hubo quien hizo insinuacin a los ambiciosos que iban a recoger los laureles que sega-ban otras manos, alusiones que claramente se referan al General y al Ministro. Se dice que quienes exteriorizaron ms la crtica acerba y personal contra el representante del gobierno fueron los oficiales de artillera, cuya eficiencia

    haba sido puesta en duda en las versiones de la batalla de Tacna, que suponan inspiradas por Vergara, a tal punto que Errzuriz, secretario del ministro, se crey en el deber de retirarse de la sala. ste es el resmen descarnado de ese lamentable episodio. Tengo de l versiones de Lira, de Err-zuriz, de Vergara, que no dar a conocer porque el tema es penoso y desagradable y porque basta para el objeto que me propongo dejar constancia del hecho.15

    Desde luego que las noticias del incidente en el hotel debieron llegar rpidamente a Vergara. Na-rra Bulnes: Vergara crey necesario deslindar su situa-cin ante el Cuartel General y en vista de la actitud asumida por los oficiales de artillera en el banquete ya

    recordado orden de palabra a Baquedano que envia-se a Arica al coronel Velsquez y al Estado Mayor de su regimiento, a organizar ah las fuerzas de su arma en previsin de una posible campaa a Arequipa.

    Ya desde su oficina le reiter la orden por escrito y como

    Baquedano se encerrara en la misma negativa, le repiti el oficio por segunda vez, dicindole que lo haca por dis-posicin del Presidente de la Repblica, a lo cual volvi a contestar en igual forma que la vez anterior. De hecho la autoridad del Ministro quedaba desconocida. Altamirano crey llegado el caso de intervenir y manifest al General que lo sucedido no dejaba otro camino abierto sino que Vergara o Velsquez se marchasen al sur. Lo que Baquedano

    15 Bulnes, op. cit., Tomo II, p. 713.

    le contest lo expresa Lira en estos trminos: Enero 21. A Lillo. El General muy exaltado contest a Altamirano que l no se hara jams instrumento de venganzas personales contra jefes meritorios y que no daba la orden. 16

    No dudamos de la veracidad de lo relatado por Bulnes, en cuanto al enojo que debi haber produ-cido en el nimo del general Baquedano el intento de Vergara, pero s estamos seguros que el general en jefe contest por escrito al ministro haciendo uso de una fina irona, sin ceder en nada a las pre-tensiones de Vergara. La carta, fechada en Lima el 19 de enero de 1881 dice as: Seor Ministro de la Guerra. Acuso recibo de sus dos notas fecha de hoy.

    Voy a pedir al Estado Mayor General una lista de los oficiales que no estn en servicio activo para enviarlos al

    sur segn los deseos de US.

    En cuanto a la preparacin de los elementos que puedan necesitarse para una probable expedicin sobre Arequipa, puedo asegurar a US. que ella ya estar hecha cuando el Supremo Gobierno acuerde realizarla. De entre ellos, la artillera, como US. sabe, se encuentra aqu; por consi-guiente no hay necesidad de ir a Arica a alistarla. Ade-ms, las funciones del Comandante General de Artillera son de tal importancia que no considero conveniente por el momento su separacin del lugar donde se encuentran reunidos los dos regimientos de esa arma.

    Dios guarde a US.Fdo. Manuel Baquedano.17

    Indignado, Vergara viaj a Arica ese mismo da, y el 21 de enero le telegrafiaba al Presidente: La ocupacin de Lima ha sido empresa liviana al lado de la desorganizacin y establecimiento de nuestro poder en este suelo que nos espera erizado de dificultades. Des-

    16 Ibd., p. 715.17 Archivo General del Ejrcito, Correspondencia del general

    en jefe Manuel Baquedano.

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    de luego mis relaciones con el General se encuentran en abierto rompimiento porque l quiere abarcarlo todo, se-gn su propio entendimiento sin sujetarse a traba ningu-na, creyndose ya con una autoridad tan soberana como la que resida en los aposentos que ha ocupado. (Se re-fiere al Palacio de los Virreyes que us Baquedano y luego Lynch).

    Le habl de pensar en ir enviando al sur algunos cuerpos para descargarnos del enorme cuanto innecesario peso que soporta el pas y me manifest muy perceptiblemente que no se encontraba dispuesto a permitir que se des-membrase un solo batalln de su ejrcito y que si se daba la orden no la obedecera. Como vi con evidencia venir una borrasca inevitable cre ms conveniente provocarla, ya para aclarar la atmsfera si de desenlazaba bien, ya para saber a qu atenerme y definir bien la situacin si

    la cosa iba por mal. Con este objeto le dirig una nota dicindole que ordenase al coronel Velsquez y todo su Estado Mayor que se dirigiese a Arica a preparar las bateras de artillera que existan, para el caso que se emprendiese una expedicin sobre Arequipa.

    Me contest que necesitaba esa artillera y que los ser-vicios del coronel Velsquez eran indispensables en este ejrcito. Le repliqu que de todos modos tena que partir Velsquez para el sur en cumplimiento de las instruccio-nes que tena de S. E. el Presidente y a esto me contest con objeciones, pero declarando de viva voz que no obe-deca tal orden. Estamos pues en plena rebelin 18

    El documento de Vergara es esclarecedor. Uti-lizando verdades a medias, reconoce que fue l quien busc el enfrentamiento con el general Ba-quedano, pero disfraza el fondo del asunto su encono contra el coronel Velsquez indicndole al Presidente que haba propuesto ir enviando al sur algunos cuerpos para descargarnos del enor-me cuanto innecesario peso que soporta el pas.

    18 Bulnes, op. cit., p. 717, al pie de pgina.

    El presidente le contest el da 26 de enero en los siguientes trminos: Esta campaa de Lima nos dar mucha gloria, pero dejar las cosas en el mismo estado en que se encontraban despus de Tacna y Arica. Por el mo-mento no podemos hacer otra cosa que lo que usted indica; dejar en Lima y Callao unos 10.000 hombres y esperar all algn tiempo el rumbo de los acontecimientos 19

    El historiador don Gonzalo Bulnes, a quien hemos citado repetidamente en este estudio, sintetiza la situacin de la siguiente forma: Los telegramas que Vergara despach desde Arica para Santiago, decan: Que la paz se vea muy lejana; Que convena reducir al ejrcito de ocupacin a 10.000 hombres. Ambas cosas eran muy aceptadas por Pinto.

    Respecto de la Escuadra, peda Vergara que se decretara su disolucin, o en otros trminos, que se suprimiera al Almirante con quien se entenda menos an que con Ba-quedano y que cada buque quedara a cargo de su coman-dante. Y por fin exiga que el Presidente demarcase las fa-cultades del General en Jefe y del Ministro de Guerra en campaa para concluir con las dificultades que ponan

    en peligro la autoridad del Gobierno. Este era el punto grave. En ese momento era imposible para ste tomar nin-guna medida en contra de Baquedano, porque su presti-gio haba crecido tanto que lo amparaba fuertemente la opinin pblica. Algo parecido, aunque en menor escala, le ocurra a Riveros. Los dos haban volado tan alto que se haban colocado casi fuera del alcance de sus fuegos. Pero como Vergara planteaba el caso diciendo, o se acepta mi renuncia o el Gobierno decide el punto de preeminen-cia, ste recurri a un procedimiento de transaccin: que la Escuadra volviese a Valparaso donde se procedera a su disolucin sin ruido, y decir a Vergara que ofreciese a Baquedano o regresar a Santiago con la parte del ejr-cito que se iba a repatriar o quedarse con el que seguira guarneciendo la capital peruana. Se contaba con que Baquedano aceptara la primera proposicin y as suce-

    19 Bulnes; op. cit., tomo II, p. 702. El subrayado es del autor.

  • 28 Anuario de la Academia de Historia Militar

    di. En cuanto a quedarse l en Lima con Baquedano, si ste rehusaba lo que se le propona, eso no lo aceptaba Vergara en ningn caso.

    Vergara volvi a Lima e hizo a Baquedano la proposicin indicada por el Gobierno, la cual determin el regreso a Chile del General en Jefe. 20

    El ilustre historiador se detiene aqu, en su rela-cin de lo sucedido desde el momento de la ocu-pacin de Lima hasta el retorno de las primeras unidades a Chile, pasando a continuacin a rela-tar la llegada a Valparaso y Santiago, en medio de grandes celebraciones.

    Extraamente, no hace ninguna mencin a que Baquedano se opuso, con fundadas razones, a la precipitada desmovilizacin dispuesta por el mi-nistro, de lo que hay constancia en dos documen-tos oficiales remitidos a Vergara por el general, los que se encuentran foliados y con el timbre seco del general en jefe del Ejrcito de Operaciones del Norte, por lo que debieron ser conocidos por don Gonzalo Bulnes, tal como s los vio Francisco Ma-chuca, que si bien no los desarrolla textualmente, hace un resumen del pensamiento de Baquedano, el que se encuentra claramente establecido en esos documentos.21 Tambin aparecen, copiados textualmente, en la obra de don Mximo Lira, dedicada a hacer aclaraciones y observaciones a la Memoria que haba presentado el ministro Vergara el ao 1881 ante el Congreso.22

    Un punto tan importante, que tuvo serias reper-cusiones en el desarrollo de la guerra, debi ser

    20 Ibd; p. 717 a 719.21 Machuca, op. cit., tomo III, p. 413.22 Lira R., Mximo. Observaciones y exposicin a la Memoria

    del ex Ministro de la Guerra y Marina Jos Francisco Vergara. Santiago; 1882. Reedicin del Instituto Geogrfico Militar, Santiago, 1987, p. 72 y ss.

    tratado por Bulnes, pero sobre l no encontramos ninguna referencia en su obra.

    En efecto, cuando Vergara retorn a Lima desde Arica, con las instrucciones del presidente Pinto, se reuni en dos ocasiones con el general Baque-dano, en las que debe haberle ordenado preparar el regreso de las unidades que se desmovilizaran. Baquedano contest por escrito, a travs del do-cumento N 502 del Cuartel General, fechado en Lima el 6 de febrero de 1881, en los siguientes trminos:

    Seor Ministro: Refirindome a las dos conferen-cias que hemos celebrado para cambiar ideas sobre la reduccin del ejrcito de operaciones, creo opor-tuno manifestar a US. por escrito cual es la opi-nin que sobre este punto me he formado despus de maduras reflexiones.

    Creo, como US., que despus de destruido como est el poder militar del Per, ha llegado el caso de re-ducir en lo posible los gastos que ocasiona a la Re-pblica el mantenimiento de un numeroso ejrcito. Pero de acuerdo en el fondo, no s si tambin lo es-tamos en la apreciacin de la oportunidad de esta medida y en el modo de conseguir aquel resultado.

    Para m, la reduccin del ejrcito de ocupacin no es oportuna por el momento. Sin que la cam-paa haya llegado an al trmino natural de la paz afianzada por tratados, el licenciamiento de

    algunas tropas sera para el enemigo indicio de que nuestras fuerzas o nuestros recursos se haban agotado y le servira de estmulo para no apre-surar las negociaciones ya iniciadas. Presumiendo, fundadamente, que nuestra fatiga era ya grande, esperara que fuera mayor para sacar ventajas de esa situacin.

    Esperar pues, para principiar a efectuar el licen-ciamiento de nuestras tropas, que se despeje un

  • Anuario de la Academia de Historia Militar 29

    poco el horizonte de la paz, me parece un arbitrio necesario y prudente, tanto ms cuanto que la so-lucin de esas cuestiones no puede demorar largo tiempo. Ajustado un tratado cualquiera, la reduc-cin del ejrcito podr hacerse sin inconveniente.

    Pienso, al mismo tiempo, que en este perodo de expectativa, forzosamente corto, los gastos de ma-nutencin del ejrcito no deben pesar sobre el era-rio chileno. A este respecto creo que sera del caso pensar en que el territorio ocupado principie a pa-garlos. Lima puede soportar fcilmente una contri-bucin con ese objeto y, adems, hay otras medidas que podran adoptarse con idntico propsito.

    La parte del ejrcito que debiera licenciarse y an una mayor podra ser enviada a los ricos valles del norte a vivir de los recursos del pas, dejando en Lima y en el Callao nicamente la guarnicin su-ficiente para nuestra seguridad.

    De este modo se conseguira el triple resultado de mantener sobre el pas la presin de una fuerza considerable, de apresurar la realizacin de los tratados por medio de las contribuciones de gue-rra para el sostenimiento de nuestras tropas, y de suprimir los inconvenientes que resultan de una grande aglomeracin de soldados en las ciudades.

    Otro punto hacia el cual llamo la atencin de US. es la necesidad de completar la dotacin de los re-gimientos de lnea, que han tenido en los ltimos combates ms de dos mil bajas. Me parece que esta operacin debe ser anterior al licenciamiento, por-que es ilusorio pensar que pueda reclutarse gente en Chile cuando principien a llegar tropas licen-ciadas, y tampoco es posible por razones de segu-ridad, reducir el ejrcito sin dejar los cuerpos de lnea con su dotacin completa.

    A mayor abundamiento, permtame US. recordarle que, no siendo la presente la poca en que se nece-

    sitan en Chile muchos brazos para las faenas agr-colas, la repatriacin de un considerable nmero de soldados que no hallaran ocupacin pronta, sera hasta cierto punto inconveniente.

    Por todas estas razones, que me limito a sealar, sin explayarlas, es mi opinin que se aplace el li-cenciamiento proyectado de algunas tropas hasta que no tengamos alguna garanta efectiva de paz.

    Dios guarde a US.Fdo. Manuel Baquedano.

    Vergara insisti en la orden, desechando los fun-damentos del general, por lo que Baquedano le envi otro oficio, el N 503, fechado en Lima el 9 de febrero de 1881.

    Seor Ministro de Guerra y Marina en Campaa: Quedo impuesto del contenido de la nota de US. N 291, fecha de antes de ayer, y de que US. no encuentra fundadas las objeciones que tuve el ho-nor de presentarle contra la inmediata reduccin del ejrcito de mi mando dispuesta por US.

    No insistir, pues, sobre este punto aunque cada da me convenzo ms de que esa reduccin no es prudente en el momento actual en que va a ser necesario apoyar con fuerzas respetables las medi-das de rigor que es forzoso aplicar a este pas para inclinarlo a la paz, ni conveniente cuando todo nos aconseja extender nuestra dominacin a territorios ricos que proporcionan al enemigo recursos que de-beran arrebatrsele.

    A este respecto US. convendr conmigo en que diez mil hombres de las tres armas sern insuficientes

    para ocupar los valles del norte y an algunos del sur como los de Ica, Chincha y Caete. Ms, ya que US. tiene formada una resolucin sobre el particu-lar, lo que me cumple hacer es consignar mi opinin y someterme a las decisiones del Supremo Gobierno.

  • 30 Anuario de la Academia de Historia Militar

    US. me dice en la nota que contesto que participa de mi convencimiento en lo que toca a la necesidad de llenar las bajas de los cuerpos de lnea antes de proceder al licenciamiento de algunos de los mo-vilizados. Creo tambin, aunque US. no lo exprese, que ser su propsito completar la dotacin de los regimientos Esmeralda, Lautaro y Talca que, segn me lo indica, deben quedar formando parte de la guarnicin de Lima y el Callao.

    Si esto es as US. va a ver cun difcil ser conse-guir ese resultado teniendo en cuenta que faltan 4.780 hombres para llenar las bajas de todos esos cuerpos como se demuestra con el siguiente estado:

    Faltan al Buin ...................... 570 al 2 ........................ 680 al 3 ........................ 532 al 4 ........................ 676 al Zapadores ............... 680 al Esmeralda ............... 322 al Lautaro .................. 257 al Talca ................... 533Total ............................... 4.780

    Para llenar estas bajas o, si se quiere, solamente las de los cuerpos de lnea, que ascienden a 3.668, ha-br que esperar forzosamente ms tiempo del que US. querra fijar para dar principio al licencia-miento de algunos cuerpos movilizados.

    Si US., conociendo estos datos, insiste en que d in-mediatamente la orden de prepararse para regresar al sur a los cuerpos enumerados en su nota, lo har y para ello espero solamente su contestacin.

    Dios guarde a US.FDO. Manuel Baquedano. 23

    23 Archivo General del Ejrcito. Correspondencia del General en Jefe Manuel Baquedano.

    Lamentablemente para nuestro ejrcito, la animad-versin del ministro en contra de Baquedano y del coronel Velsquez, a quienes quera sacar de Lima a toda costa, prim por sobre las fundadas razones que con una lgica irrefutable le plante el general, recurriendo para ello a una precipitada desmovili-zacin que caus los efectos pronosticados por el general en jefe en los documentos expuestos.

    Las conversaciones de paz se dilataron por ms de dos aos y ante la imposibilidad de ejecutar una extensiva ocupacin del territorio, se permiti al enemigo organizar la resistencia con montoneras y fuerzas regulares que se desarrollaron justamen-te donde el ejrcito chileno no poda ejercer su dominio por carecer de los efectivos suficientes.

    A comienzos de marzo, Baquedano se embarc en El Callao junto a 8.000 hombres de los batallones cvicos que fueron los primeros en desmovilizarse. Ya en abril, las primeras montoneras peruanas ac-tuaban en Cienaguillas, a pocos kilmetros al sur de Lima, cumpliendo el vaticinio del General en Jefe.

    Entre marzo y julio se desmovilizaron todas las unidades que haban retornado a Chile, sin em-bargo, el 16 de agosto se decret la movilizacin del batalln de lnea N 8, reclutado en San Ber-nardo. Las autoridades chilenas trataban de en-mendar el error cometido, por cuanto se haba generalizado la insurreccin en La Sierra, cuyo sometimiento definitivo nos cost 1.119 muer-tos y heridos en combate y otros 1.700 muertos por enfermedades, vale decir mil bajas ms de lo que haba significado la gran batalla de Tacna, que fue la que defini la suerte de la guerra. Entre agosto de 1881 y junio de 1884, nos vimos en la necesidad de movilizar otros 10.000 soldados,24

    24 Aravena Carrasco, Lisandro. El reclutamiento durante la Guerra del Pacfico. En Revista Anuario, N 30, Academia de Historia Militar, Santiago, 2007, p. 74.

  • Anuario de la Academia de Historia Militar 31

    a los que hubo que duplicar el dinero de la prima de enganche, por la falta de inters en participar en una guerra que ya no tena el atractivo de la gloria. La gran mayora de ellos eran veteranos desmovilizados, que no encontraban puestos de trabajo en Chile.

    Esa campaa pudo haberse evitado, si se hubiese atendido la opinin del general que haba conquis-tado Lima. Lamentablemente, la pasin prim so-bre la razn.Pero las ironas del destino, todava le reservaran algunos pesares al ministro Vergara en su relacin con el coronel.

    Velsquez, en efecto, abandon Lima acompaando a Baquedano en su retorno a Chile, volviendo luego al Per para asumir el mando de las fuerzas que realiza-ran la ltima operacin militar de la guerra, conquis-tando Arequipa y Puno en octubre y noviembre de 1883, despus de derrotar a las fuerzas del almirante Montero en la cuesta de Huasacache.

    Siendo ya general y encontrndose en Quillota en febrero de 1889, recibi la orden de trasladarse a Via del Mar, para presidir en representacin del Gobierno las exequias de un ex ministro de Esta-do fallecido el da 15 de ese mes; el difunto era don