America Latina

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LAS SOCIEDADES PREHISPÁNICASEN MESOAMÉRICA1.1. MESOAMÉRICA: UN PANORAMA GENERAL

¿Qué entenderemos por Mesoamérica en este trabajo? Se trata de una denominación regional en un sentido muy amplio. Pese a que todos los autores nos ponen en guardia acerca de la necesaria elasticidad de estas fronteras culturales, precisaremos más o menos su extensión geográfica. Hay una Mesoamérica «nuclear» que se extiende en el noroeste desde el límite marcado por los ríos Pánuco, Lerma y Balsas, incluyendo el actual estado mexicano de Guerrero. Hacia el sur limita con el río Ulúa, el lago Yohoa y el río Lempa, es decir, incluye una extensa región que llega hasta el oeste actual de Honduras y comprende también Belice, Guatemala y parte de El Salvador actuales. La Mesoamérica «marginal» en cambio alcanza el río Yaqui hacia el norte y hacia el sur incluye gran parte de Honduras, el resto de El Salvador, una parte de Nicaragua y llega hasta la península de Nicoya en la Costa Rica de hoy.

La agricultura mesoamericana

En general, la agricultura mesoamericana giraba alrededor de una serie de vegetales que, de acuerdo con las diferencias climáticas y en relación con los diversos pisos ecológicos, formaba parte de la dieta de la mayor parte de los grupos indígenas en el momento de la invasión. Su variedad es una de las más ricas y complejas de América. Desarrollaron diversas formas de cultivo de riego y humedad, con sistemas de asociación vegetal bastante complejos, como también, las chinampas, de las que hablaremos un poco más adelante.

A partir de los años 7000 a 6000 a.n.e., los cazadores y recolectores fueron domesticando lentamente las primeras plantas: guaje (Lagenaria vulgaris); chile (Capsicum annun); amaranto (Amaranthus spp.); aguacate (Persea americana) y la calabaza (Cucurbita mixta). Por supuesto, en ese momento, no más de un 15 por 100 de la dieta dependía de los vegetales domesticados y existían toda una panoplia de vegetales no domesticados con los cuales se había establecido relaciones muy próximas a la comensalidad (que indica cierta dependencia mutua sin llegar a la domesticación). Estos vegetales eran esencialmente el nopal (Opuntia spp.), la tuna (Opuntia ficus- indica), el maguey (Agave spp.) y el mesquite (Prosopis juliflom). Más tarde, entre el 4000 y el 2000 a.n.e., se domestican el maíz (Zea mays), el frijol (Phaseolus vulgo¬ris) y otra variedad de calabaza (Cucurbita moschata). A esto se sumarían algunas especies arbóreas como el zapote (Diospyros dignya) y el ciruelo (Spondias purpuro). El otro vegetal importante en la vida de los pueblos mesoamericanos, el algodón (Gossypium hirsutum), se domesticó en este periodo. También entonces surgieron los dos animales domesticados más importantes, el perro (Carvis familiares) y, más tarde, el guajolote (Meleagris gallopavo).

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Hacia el siglo xit a.n.e., probablemente más del 50 por 100 de la dieta estaba compuesta por vegetales domesticados y se apoyaba fundamentalmente en el maíz, que proporcionaba los carbohidratos, el frijol y las semillas de calabaza que daban las proteínas vegetales y los aguacates que aportaban la grasa y el aceite. A estos vegetales se irían agregando poco a poco muchos otros, entre los cuales mencionaremos sólo los más difundidos, como el maguey (Agave spp.), el tomate (Physalis spp.), el jito¬mate (Lycopersicum esculentum), que es el que conocemos como «tomate» en gran parte de Iberoamérica y España, el cacahuate (Amchis hypogea), la guayaba (Psidium guajava), la piña (Ananas spp.); se agregan a éstos, siete u ocho variedades de maíz y varias de frijol y calabaza. Un vegetal de las tierras cálidas, el cacao (Thoebroma cacao L.), tuvo un papel revelarte —más allá de su uso para elaborar el chocolate—como semimoneda y medida de los valores en las transacciones realizadas en los mercados. Se suman también la crianza y el control de las abejas y de la grana cochinilla (se trata de un insecto, Dactylopius cocan, que nidifica en una variedad del nopal, Opuntia ficus-indica L., y del cual se extrae el colorante granate). De todos modos, la caza y la recolección siguieron siendo elementos muy importantes en la composición de la dieta —en especial, en su provisión de proteínas de origen animal— de la mayor parte de los grupos mesoamericanos hasta el momento de la invasión europea.

La religiónEl sistema religioso en Mesoamérica y el valle central (que había adquirido sus

características más peculiares en el Periodo Clásico propiamente dicho de 200 a 650 d.n.e.) era de una extrema complejidad y el panteón estaba compuesto de las diversas divinidades que se fueron agregando y superponiendo en el curso de las distintas oleadas de migraciones y conquistas. En el momento de la Triple Alianza —es decir, antes de la invasión europea— varias figuras de muy diverso origen ocupaban un lugar dominante: Quetzalcáad, la serpiente emplumada, era la más antigua y su origen se relaciona con la civilización tolteca. Figura muy compleja, héroe civilizador, su influencia llegaba hasta lo que hoy es Guatemala. Tezcadipoca, con un origen similar en Tula, era su gran antagonista como dios de la muerte y la noche. 77áloc, el dios de la lluvia y del agua, era originario de las tierras del golfo. Finalmente, los mexicas impusieron a su divinidad máxima traída desde el norte, Huitzilopochtli, dios de la guerra, que ocuparía desde el siglo xv el centro de ese panteón, al menos en el marco de la Triple Alianza.

Pero aquí nos interesa subrayar un hecho que será más tarde, una vez llegados los invasores castellanos, de capital relevancia: el sistema religioso prehispánico era generalmente un sistema inclusivo y no exclusivo, es decir, el panteón religioso se volvió más complejo y se enriqueció en el curso de las sucesivas conquistas. pero las antiguas divinidades de los diversos grupos étnicos dominados por los recién llegados no resultaron

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eliminadas en el curso de las conquistas, sino asimiladas al nuevo panteón, aunque, obviamente, en una posición secundaria. De este modo, no había exclusiones en este panteón compuesto.

Las familias lingüísticasSi bien las discusiones entre los especialistas no parecen haber llegado todavía a un

punto general de acuerdo, no hay duda de que la diversidad lingüística mesoamericana es de una gran complejidad. Los arqueólogos calculan que el hombre llegó al continente americano por el estrecho de Behring —o por mar, según proponen regularmente algunas teorías— entre 40.000 y 30.000 años a.n.e. y es sabido que la separación de las lenguas a partir de un tronco común está íntimamente ligada a la dispersión de los grupos humanos y al paso del tiempo (bastan 3.000 años para que dos lenguas surgidas de un mismo tronco tengan sólo entre el 5 y el 10 por 100 de palabras comunes). Luca Cavalli-Sforza, siguiendo al. H. Greenberg, habla de tres familias fundamentales en las lenguas amerindias: las lenguas esquimales. las nadené y las amerindias (y esto coincide bastante con los datos genéticos que nos muestra el «reloj biológico» utilizado por Cavalli-Sforza).

Refiriéndonos ya exclusivamente al área mesoamericana, nos encontramos con una complejidad lingüística muy alta. Hay varias familias lingüísticas principales (casi sin excepción englobadas dentro de la ya mencionada gran familia amerindia) y más de 200 idiomas en total. Las grandes familias lingüísticas son: yutoazteca (el náhuatl y sus dialectos pili y nicarao, hablados en América Central); el macro maya, que comprende el maya de Yucatán, las lenguas chiapanecas, el totonaco, el mixe y el zoquc. El macrotomangue. que abarca el otomangue, el mazahua, el matlazinca —to¬dos del centro de México—, más otros dos alejados geográficamente de este núcleo central (el chiapaneco de Chiapa de Corzo y el mangue de Nicaragua) y se agregan el mixteco y el zapoteco de Oaxaca. El tarasco de Michoacán aparece aislado y sin conexiones con estas grandes familias lingüísticas. En el momento de la invasión europea, las lenguas más difundidas del área eran el náhuatl, el maya, el zapoteco, el mixteco y el tarasco. El náhuatl, del mismo modo que ocurriría con el quechua en los Andes, se había ido convirtiendo en la lingua franca de gran parte del área mesoamericana gracias a la expansión de la Triple Alianza del valle de México y, como en los Andes, este proceso continuaría después de la invasión hispana.

La evolución culturalDesde los más antiguos testimonios de domesticación de los primeros vegetales (c.

7000 a 6000 a.n.c.), hasta la llegada de los invasores europeos a comienzos del siglo xvi, la historia mesoamericana había asistido a diversos desarrollos culturales y no podemos detenernos sino sumariamente en ellos. Los olmeca, situados en la costa del golfo de

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México con prolongaciones en culturas olmecoides en Oaxaca, Chiapas y Guatemala. Constituyen desde el siglo xiii a.n.e. una de las primeras civilizaciones históricas; aparecen ya algunos elementos culturales mesoamericanos, como pirámides, patios hundidos y aglomeraciones urbanas de cierta entidad con construcciones realizadas en barro y madera. La escultura olmeca nos ha dejado las cabezas monumentales tan conocidas, pero también tenemos estelas, altares y otras piezas. La presencia de rasgos felinos y la importancia del jaguar en la estatuaria olmeca muestran bien su matriz selvática de origen. Los sitios arqueológicos más relevantes son La Venta, Tres Zapotes, San Lorenzo y Monte Albán. En este último sitio hay restos de obras de irrigación, construcciones en piedra y los inicios de la escritura y el calendario.

La época que sigue ha sido llamada «clásica» y abarca desde el comienzo de nuestra era hasta 650 o, según otros, el 900 d.n.e.; esta época presenta casi todos los rasgos que serán considerados como típicos de las culturas mesoamericanas y tuvo en Teotihuacán —hasta el 650— su momento más desarrollado (éste sería auténticamente el Período Clásico). Hay tres grandes áreas geográficas distintas pero que, sin embargo, tienen una serie de rasgos comunes. El área central alrededor de Teotihuacán —hoy en las proximidades de la ciudad de México—, el valle de Oaxaca, con la ciudad de Monte Albán como centro dominante y la zona maya, en el oriente. Lógicamente, existen también áreas secundarias, como el valle poblano, en donde Cholula ocuparía un lugar relevante. Algunos de los elementos más destacados de esta época serian el urbanismo (Teotihuacán habría superado los 100.000 habitantes), la existencia de una estratificación social bastante compleja, un sistema de construcción llamado de «tablero», las pinturas murales y un universo religioso muy rico que seguiría formando una parte básica del panteón y las creencias mesoamericanas hasta la llegada de los invasores europeos. Si bien Teotihuacán decae a partir del año 650, prolongaciones de su influencia cultural, como Tajín, Xochicalco y, sobre todo, Cholula seguirían teniendo vida propia hasta el 900 y en el caso de Cholula aún más allá, pues llegaría, aunque considerablemente disminuida, hasta el período azteca. La otra área cultural de particular importancia de esta época es el área maya, pero hablaremos detenidamente de ella más adelante.

Llegamos finalmente al último periodo cultural que antecede a la invasión europea, llamado a veces Posclásico o de los «señoríos militaristas», en el cual los aspectos militares aparecen sobredimensionados. En el Altiplano central este periodo se caracteriza por la presencia de los grupos tolteca y más tarde marica. En Michoacán por los tarascos. En Oaxaca por los mixteca y en Yucatán por los mayas. Los tolteca tendrían su capital en Tula: se trata de una civilización que constituye una mezcla de grupos exógenos al área central (sobre todo, originarios del norte) y de herederos de la tradición teotihuacana, los nonoalca. Tula caería en 1150, pero su tradición cultural le sobreviviría largamente. Los

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hechos que se sucedieron a partir de entonces serán examinados con detenimiento en las páginas que siguen.

Es necesario llamar la atención sobre un elemento que sería de capital relevancia en el momento de la invasión europea y que, por supuesto, le daría una fuerte impronta al sistema de dominio colonial impuesto por los vencedores: la mayor parte de las sociedades mesoamericanas anteriores a la invasión se hallaban estructuradas según un modelo típico de dominación —que presenta, por supuesto, fuertes variantes regionales— ejercido por un reducido estamento «nobiliario» sobre una gran masa campesina tributaria. Como parece obvio, esto tendría una influencia enorme en el período posterior a la llegada de los europeos. Asimismo es necesario recordar que la estructura social de estas comunidades autóctonas no estaba tan alejada de la que los castellanos conocían en sus tierras...

1.2. EL VALLE CENTRAL (SIGLOS XII-XV)El valle de México es una cuenca lacustre endorreica situada a más de 2.240 metros de altura y

enclavada entre altas montañas, cuyo pico máximo, el nevado Popocatépetl, alcanza los 5.452 metros. La formación del llamado «eje neo volcánico», del cual el citado Popocatépetl y el Iztaccihuatl (5.286 m) constituyen una parte, es uno de los movimientos tectónicos que modeló esa cuenca lacustre cerrada —es decir, sin salida al mar— a comienzos del cuaternario. Este valle, compuesto por una serie de lagos y lagunas de poca profundidad y por varias áreas pantanosas, abarca un total de alrededor de 8.000 kilómetros cuadrados. En las cercanías, otros valles —subtropicales hacia el sur y templados hacia el suroeste— constituyeron áreas de asentamiento y de atracción de población para los grupos étnicos del norte, situados en zonas semidesérticas y áridas. La cuenca del valle central fue entonces un área de atracción de diversas corrientes de población.

El clima del valle y su conformación geomorfológica tendría una influencia muy grande en el tipo de utilización agrícola. Las precipitaciones se acumulan en una estación lluviosa, muy irregular en términos de distribución geográfica dentro de la cuenca y en términos de distribución durante el año, con una época de lluvias que dura alrededor de cinco meses. Este régimen hídrico tiene consecuencias obvias: en algunas partes del valle llueve mucho, pero de golpe, de forma torrencial, y por otra parte, llueve más donde la instalación y la ocupación para el uso agrícola de las sociedades humanas es menos sencilla. Una de las primeras consecuencias de este hecho en relación con la ocupación humana de este espacio, fue la realización progresiva de un sistema de irrigación que combinó la construcción de terrazas de cultivo —para la utilización agrícola de los terrenos en declive y la conservación de la humidificación de esos terrenos así creados en las áreas más lluviosas— con la puesta a punto de diferentes formas de almacenamiento y de conducción del agua de los torrentes y sur-gentes montañosos. De este modo, la producción agrícola del área creció de forma progresiva y estas terrazas ampliaron la capacidad de producción maicera del valle.

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Sin embargo, el problema más serio era el aprovechamiento del sistema lacustre del fondo del valle. Y la respuesta más inteligente fueron las chinampas, áreas de cultivo de gran productividad ganadas poco a poco al lago, que se fueron extendiendo de forma progresiva hasta ocupar la extensa superficie que tuvieron en la época de la invasión europea (c. 10.000 h en ese momento). Además, el sistema lacustre ofrecía una gran ventaja para civilizaciones que no conocieron la rueda y no domesticaron animales para el acarreo y la tracción: los lagos y canales posibilitaron la creación de un sistema de transporte eficaz y muy barato en términos de ahorro de energía humana. La existencia de canales, acequias y esclusas como vías de paso para un número impresionantes de canoas de carga, es un hecho abundantemente documentado. De este modo, la producción agrícola, que se concentraba en el área chinampera del suroeste del valle, podía llegar hasta los mercados de los núcleos urbanos de forma rápida y económica en términos de ahorro energético, gracias al funcionamiento de un sistema de transporte constituido por miles de canoas y pequeñas embarcaciones.

Hagamos un breve resumen de la historia del valle en los dos siglos que anteceden a la invasión europea. Los tres «reinos» o señoríos más destacados (alteped) eran el de los repaneca en Azcapotzalco (del que dependían T'acopan y Coyohuacan) que se tenían de algún modo como herederos de la tradición teotihuacana, el de los culhuas de Culhuacan, cuyos orígenes los ligaban a Tula, y el señorío más reciente era el de Texcoco, en donde «chichimecas» —es decir, cazadores recolectores— llegados desde el norte durante el siglo xii conformarían uno de los grupos más relevantes. Los mexica formaban parte de esas migraciones y habrían sido los últimos en llegar. Por ello, durante cierto tiempo estuvieron sometidos a dominación tepaneca. El grupo mexica se divide en dos «reinos», el de Tenochtitlan y el de Tlatelolco, tomando como líder a un miembro del linaje culhua los de Tenochtitlan y a uno de linaje tepenaca los de Tlatelolco (nacen así las dos urbes insulares, elemento que sería de capital impor¬tancia defensiva). Después de varias incidencias, los mexica derrotan a los tepaneca de Azcapotzalco, independizándose de ellos y rearmando en 1430 una nueva Triple Alianza, encabezada ahora por Tenochtitlan, con Texcoco y Tlacopan.

Esta nueva Triple Alianza, en la cual, el líder mexica impondría finalmente su preeminencia (pero hay que señalar que la autonomía de cada uno de los segmentos que formaban la Alianza era muy grande), a medida que extendía sus campañas militares recibiría tributos de distintos grupos étnicos a través de un complejo sistema en el. cual un funcionario, el calpixe (traducido en las fuentes castellanas como «mandón») ocuparía un lugar destacado como administrador de los tributos debidos al segmento dominante. El radio de acción de esta Alianza se extendía desde la Huasteca en el noreste, hasta Soconusco en el sur, aun cuando subsistían espacios intermedios ocupados por etnias independientes, como veremos seguidamente. Este sistema «salpica¬do» de control discontinuo del territorio —que hallamos en todos los niveles de la organización territorial mesoamericana— se justifica en función del acceso a recursos diversos y podría ser el reflejo, una «copia» ampliada y revisada, del propio sistema campesino de control discontinuo del territorio.

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La organización social de los pueblos del valle central en el momento de la invasión europea era sumamente compleja (y. por supuesto, variaba mucho regionalmente). La organización territorial de base era el alteped («reino» en la traducción castellana más habitual, aun cuando su campo semántico es muchísimo más extendido, como señala James Lockhart) y el tlahroca3vnl, expresión que la documentación hispana traduce como «parcialidad», «parte», «casa» y, asimismo, específicamente «señorío». La diferencia entre ambos se asemeja, swazis mutandis, a la que existe entre «reino» y «señorío» en nuestra lengua. A veces se dice teccalli o tecpan, es decir, «palacio». El titular es llamado tlahtoani (plural dahtoque), aun cuando otras veces se usa teuctli, cuyo sentido es cercano, aunque no idéntico. En el momento de la invasión europea, además de los ya mencionados «reinos principales» que integraban la Triple Alianza, existían varios otros alreperl en el valle central (como Chalco, Xichi¬milco, etc.), que habían ido perdiendo independencia y que estaban bajo el dominio eminente de la Alianza.

Los miembros de la «familia» —en un sentido muy amplio que se aproxima al de linaje— de los señores principales recibían el nombre de pi/li (plural pipihin, aun cuando se suele hacer un plural hispanizado en Las fuentes hispanas asimilan esta palabra al «noble» o «principales». Una de las funciones básicas, aunque no la única, de los pipiltin sería la guerra, la maquinaria de división social más eficaz del período prehispánico en Mesoamérica. De ella podían surgir obligaciones, premios y castigos. Fray Diego Durán es quien lo expone más claramente en su Historia de las Indias. La guerra era una de las formas de «ascenso social» más habituales; de hecho muchas casas señoriales surgían a partir de la actuación guerrera de algún pilli (y hay autores que piensan que esto era válido incluso para los macehualrin). En la época de la segunda Triple Alianza todo el sistema político y religioso estaba dominado por la figura del huehueydathoani mexica (el «gran líder»), que cumplía funciones políticas y, sobre todo, religiosas y ceremoniales. Él era el centro nodal de un complejo sistema simbólico —como interlocutor privilegiado del propio dios Huitzilopochtli— y redistributivo, abarcando unas treinta y ocho «provincias» dependientes de la Alianza.

El sector opuesto, el de los campesinos tributarios de los señores, es el de los macehualtin (también aquí se castellaniza un plural en macehuales; este término sería utilizado en México hasta finales del periodo colonial como equivalente a campesinos), que debían sostener con su trabajo a sus autoridades inmediatas —los responsables de los calpolli (al parecer, divisiones territoriales y si bien su real significado sigue siendo muy discutido, pues hay autores que hablan de una forma de organización gentilicia, hoy nos alejamos cada vez más de la antigua acepción estricta de «comunidad campesina»)—, a los nobles y al tlathoani. Además. si formaban parte de un segmento dominado por otro grupo étnico, eran los macehualtin los que producían el excedente tributario debido a la autoridad de ese grupo dominante. Por supuesto, también había tributarios no campesinos (artesanos diversos, cazadores, etc.) que tributaban en el producto de su oficio. Por ello la palabra utilizada generalmente para «tributo» era tequitl (regulo castellanizada), que resulta mucho más amplia como concepto, pues abarca «trabajo», «oficio». «Tarea» y también «tributo», pero incluye

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asimismo todo tipo de obligaciones (el tlathoani, por ejemplo, tenía como tequid el ejercicio del gobierno).

Un sector especializado, el de los comerciantes de larga distancia (pochieca) ocupaba también un lugar muy particular en la estructura social. Estos mercaderes (y. con frecuencia, también espías) tenían la función de expandir el dominio de los grupos vencedores, pero, sobre todo, permitían que una serie de mercancías de alto valor estuviesen presentes en los tianguis (mercados), una pieza fundamental en el sistema de circulación prehispánico. Los mercaderes parecen haber alcanzado hacia finales del periodo mexica una importancia particular. Algunos lejanísimos «puertos de intercambio». Como los ha llamado Anne Chapman. tal como el de Xicalango en Yucatán —en donde se establecían los contactos de los mercaderes del valle de México con sus homólogos mayas patanes—, tuvieron una función primordial en esta trama de intercambios. Los mercaderes mayas a su vez, habrían llegado hasta el actual Panamá en sus tratos a larga distancia.

De este modo, sea a través de las corrientes debidas al tributo y su redistribución posterior o gracias al sistema de tianguis, una serie muy variada de bienes circulaban en todo el vasto espacio dominado por la Triple Alianza. Las facilidades para el transporte por vía acuática en el área lacustre hicieron que algunos de estos mercados fueran realmente impresionantes, como es el caso de Tlatelolco, que un cronista como Bcmal Díaz del Castillo no puede evitar compararlo con las ferias de su tierra, allá en Medina del Campo, dedicándole varias páginas a su detallada descripción en la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. El propio Hernán Cortés, que por cieno no era nada dado a la hipérbole. Calcula que era el doble de grande que la Plaza Mayor de Salamanca y afirma que había «arriba de sesenta mil almas comprando y vendiendo», haciendo seguidamente una minuciosa descripción de las decenas y decenas de mercancías allí presentes, para agregar que «en los dichos mercados se venden todas cuantas cosas se hallan en toda la tierra». Los relatos de los primeros cronistas europeos dejan traslucir el asombro de esos testigos ante las multitudes que se despliegan ante sus ojos y que transitaban ese sistema lacustre urbano.

Las ciudades estaban ubicadas en diversos lugares del área lacustre. Esta área, compuesta de cuatro lagos principales de agua dulce y uno de agua salada, Texcoco, situado en la zona más baja, tenía diversas obras hidráulicas que impedían el paso del agua salada a la dulce, pero no a la inversa (de ese modo, el lago salado, situado en la parte más baja, era el «regulador general» de la altura de todo el sistema lacustre del valle). Varios diques, construidos en diferentes momentos de la historia del valle, permitían entonces el paso del agua dulce al lago salado en los momentos de creciente —es decir, durante la estación de las lluvias— a través de un sistema de compuertas y esclusas. Algunas de las ciudades (como México-Tenochtitlan y su gemela, México¬Tlatelolco) habrían superado los 200.000 habitantes en el momento de la llegada de los invasores y el valle central contaría en ese entonces con algo más de un millón de habitantes.

I.S. EL VALLE POBLANO TLAXCALTECA

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El valle poblano es una inmensa depresión situada entre los contrafuertes de la sierra Madre occidental —cuyos picos más altos son los volcanes ya mencionados Popocatépetl e Iztaccihuatl que los separan del valle de México— y la oriental, en los límites donde hoy se halla Veracruz; allí el pico de Orizaba (5.610 m) presenta todo el año sus cumbres nevadas. Esta depresión, situada a unos 1.800-2.200 metros de altitud, posee una gran variedad climática, pero el sector que más nos interesa —los alrededores de la actual ciudad de Puebla, los llanos de Tepeaca y el valle de Atlixco¬tiene un clima templado con precipitaciones durante el verano boreal (la estación de las lluvias) y una larga estación seca que abarca el invierno y la primavera.

Examinaremos la evolución del valle poblano tlaxcalteca desde la irrupción de los olmeca-xicalanca, grupo de lengua náhuatl, pero de filiación probablemente popo¬loca-mixteca y que parece contar con elementos culturales originados en el centro y el golfo; éstos llegan al valle alrededor del 500-600 d.n.e., fundan Cacaxtla que sería el nuevo centro militar y político, desplazando a Cholula, que lo había sido hasta entonces. Hacia el siglo ix, una nueva migración, la de los tolteca-chichimeca (nuevamen¬te, es muy probable que aquí «chichimeca» se refiera a un estadio cultural, como cazadores y recolectores y no a una identidad étnica) desplazaría a su vez a los ante¬riores. Comenzaba así la historia política cercana del valle poblano con sus señoríos independientes y aquellos ligados a los grupos del valle de México, como Tochimilco. La llegada de los tolteca-chichimeca dio lugar a un nuevo periodo de preeminencia de Cholula, inaugurando una etapa llamada cholulteca. La ciudad se convertiría en el centro religioso más importante del valle. A partir del xt d.n.e. se consolidaron algunos de los señoríos iniciados en la etapa anterior. En Cholula se erigió la gran pirámide dedicada a Quetzalcóatl; los señoríos más importantes de este periodo son Cholula (Cholollan), Huexotzinco, Cuauhtinchan, Huaquechula (Quauhquechollan), Tepeaca (Tepeyacac) y Tlaxcala. Algunos llegarían hasta el momento de la invasión de los castellanos. Como es imposible en el marco de este manual detenerse en la historia detallada de cada uno de estos señoríos, haremos un breve examen de uno de ellos, el de Tepeyacac o Tepeaca, según su gratia habitual castellana.

La población nativa de Tepeaca antes de la llegada del tolteca-chichimeca formaba parte de los olmeca-xicalanca coexistiendo con enclaves de otros grupos étnicos. El señorío que llegaría hasta la invasión europea se fundó alrededor de 1168 o 1176 (la cronología exacta está aún en discusión). La villa se llamaría Tepeyacac Tlayhtic y el grupo fundador formaría parte de los colhuaque huexotzinca, que llamados por los de Cuauhtinchan vecinos, se habrían aliado a éstos recibiendo sus mujeres como prenda de la alianza; ellos darían tributo y algún servicio militar a cambio. Además de este primer grupo, después de los chimalpaneca llegaron algunos grupos mixteca popoloca y más tarde, durante el siglo xiii, varios capulleque de Cholula. Como se puede comprobar, la frase de Paul Kirchoff llamándolos «pueblos compuestos», se aplica perfectamente a esta historia local (es decir, aunque constituyesen unidades políticas y con frecuencia, emigrasen juntos, eran, de hecho, pueblos constituidos por diversos elementos étnicos). En 1398 los tlatelolca del valle de México vencieron a Cuauhtinchan y en 1466 los mexicanos hicieron lo propio con el señorío de Tepeyacac y obligaron a

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los señores locales a instalar allí un tianguis que sería ampliamente conocido en la región, pues hasta él llegarían mercancías desde Soconusco y Guatemala. En una fecha tan tardía como 1552 todavía había más de un millar de mercaderes en Tepeaca.

Hablemos ahora de la organización del señorío, tal como nos lo muestran los documentos de los inicios de la invasión europea (en 1520, Cortés pasó por Tepeaca, dominándola). En ese momento, el señorío —que según hemos visto era ya entonces tributario de los mexica— poseía dos «casas señoriales» principales (tlahtocayot1). Señalemos, pata mostrar la complejidad de esta organización social, que en Tepeaca, amén de dos señoríos principales, existían otros —más de una decena— de menor entidad a mediados del siglo xvi.

Los dos señores principales de Tepeaca en ese momento eran don Luis de Guzmán y don Hernando de la Cruz, de acuerdo con los nombres hispanos que adoptaron des pues de su bautismo. Ambos son considerados «la cabeza» del señorío. Los liderazgos múltiples son bastante habituales en la región. Veamos qué los distingue de los restantes señores locales. Ante todo, la cantidad de tierras que se hallan bajo su dominio. Mediante el mismo sistema de control discontinuo del territorio ya descrito, doña Isabel de Guzmán, heredera de don Luis, controlaba parcelas en 60 «pueblos» distintos, en tanto que doña Francisca de la Cruz, heredera de don Hernando, lo hacía en 53 «pueblos» diferentes. ¿Cuánta tierra significa eso en realidad? Es difícil dar cifras totalmente certeras, pero a finales del siglo XVI eran más de 3.000 hectáreas para los Guzmán.

Pero la tierra sin los hombres no vale nada, pues sólo puede ser valorizada por el trabajo humano. Doña Francisca de la Cruz tenía bajo su «señorío» —nunca tan apropiada la expresión— a 1.610 tributarios o, como dicen certeramente las fuentes castellanas, «terrazgueros». Cada uno de ellos trabajaba una cantidad variable de parcelas (cuyo tamaño era de c. 0,669 ha) que iba de 5 a 8 unidades según los casos (nuevamente, el control discontinuo del territorio resulta evidente, pues cada una de las parcelas se halla en terrenos alejados entre sí, a los efectos de acceder a recursos múltiples y a la vez repartir el riesgo). A cambio de la «entrega» de esas parcelas por parte del señor —es obvio que no existió tal «entrega» y se trata muy probablemente del resultado de un hecho de conquista violento—, los macehualtin trabajaban una parcela de forma individual y una parcela y media de forma colectiva. De ese modo, doña Francisca de la Cruz controlaba el trabajo de un 20 por 100 de los tributarios que poseía Tepeaca en 1580.

Así pues, la estructura social del señorío era, aparentemente, bastante simple; había dos grupos sociales, los pipiltin y los macehualtin. El centro neurálgico es el datohani, que disfrutaba de la mayor parte de las tierras y de los tributarios, teniendo la facultad de pasar este derecho a sus hijos. Pero, además, debía proporcionar a los pipiltin casa y sustento. Se hallaba así en el centro de los círculos de redistribución. Y para sustentar a los pipiltin lo normal era que el señor les asignase tierras y tributarios. En contrapartida, los pipiltin estaban obligados a reconocer el señorío del datohani y, por supuesto, no entregaban servicios personales, sino que cumplían determinadas funciones militares, administrativas y de organización del trabajo: vigilar la forma y el tiempo de la tributación de los

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macehuales, controlar las tareas colectivas, etc. Y también debían entregar al señor principal una parte del tributo de sus macehuales.

¿Cómo cumplían los macehuales sus obligaciones? Ante todo había en Tepeaca diversos tipos de tributarios: labradores, artesanos, mercaderes y cazadores, siendo los primeros la mayoría. Para acercarnos más concretamente al tema, veamos la lista de las prestaciones de los labradores tributarios de un pilli de Acatzingo, perteneciente a Tepeaca, don Juan Rodríguez en 1571 (mótese que han pasado cincuenta años de la invasión europea!):

Juan Rodríguez, según su nombre hispano, no merecía ni siquiera el «don» en el documento, es decir, era un pilli muy poco relevante. Recibía un tributo de 33 unida¬des familiares que consistía en servicios personales (trabajo agrícola y doméstico de hombres y mujeres) y tributos en especie (pavos, leña y cacao, que no se cultiva en la región y hay que procurárselo acudiendo al tianguis con sus propios productos). Todo ello «a cambio» de las 7 o 8 parcelas que los macehuales habían «recibido» supuestamente de mano de Juan Rodríguez. Vemos nuevamente que los macehuales poseen varias parcelas, pues en un área sin irrigación era indispensable dejar un largo descanso para que la tierra se recuperase; además, es probable que no todas las tierras tuviesen idéntica vocación productiva y finalmente esto permitía repartir los riesgos climáticos. Por otra parte, el trabajo en las parcelas del señor es probable que fuese realizado de forma colectiva. Para ello, los macehuales se hallaban organizados en grupos de 20 —el sistema en Mesoamérica es vigesimal y no decimal— dirigidos por un calpixe (figura que ya conocemos en el caso de los administradores de tributos representantes de la Triple Alianza en los grupos dominados). Los derechos a la percepción del tributo de los macehuales se transmitían junto con las tierras por ellos trabajadas (como veremos, tendría mucha importancia en el periodo colonial temprano).

Pero también había tributarios artesanos. Éstos doblaban su tributo sobre todo en cacao y en productos derivados de su oficio (aun cuando algunos también eran la-bradores): mercaderes, cazadores, tejedores de mantas de plumas, pintores, joyeros, herreros, canteros, etc. Para tener una idea cuantitativa, en las cinco «casas señoriales» de Tepeaca en 1571, un 74 por 100 de los tributarios eran labradores, siendo el 26 por 100 restante compuesto por los diversos tipos de artesanos y por mercaderes. Y nótese que, a medio siglo de transcurrida la invasión europea, todavía existían artesanos como los «tejedores de mantas de plumas» (amantecad) o los joyeros, artesanías cuyo destino eran objetos suntuarios de fuerte contenido ritual en la cultura indígena.

Dejemos ahora el señorío de Tepeaca y veamos cuál era el panorama general del valle poblano antes de la llegada de los invasores europeos. Tenemos una serie de señoríos que habían ido perdiendo su independencia en el curso del siglo y medio que precede a la invasión por acción de los ejércitos de la Triple Alianza del valle de México: Huexotzinco-Calpan, Cholula, Tepeaca, Cuauhtinchan, Huaquechula y Tecali. Existía un gran señorío que continuaba manteniendo su autonomía y se hallaba enfrentado duramente a la Triple Alianza, Tlaxcala (por eso se transformaría muy rápidamente en aliado de Cortés). Otro señorío, Tochimilco-Ocopetlayuca, era el resultado de

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una migración de un grupo xochimilca desde el valle central hacia Atlixco, en el sureste del área. Como veremos, éste parece distinguirse de los restantes señoríos del valle poblano tlaxcalteca.

1 .4. TARASCOS Y MIXTECOSLos tarascosEn donde hoy se ubica el estado mexicano de Michoacán —al occidente de México— existió

desde alrededor del siglo x111 d.n.e. una civilización con rasgos muy característicos: los tarascos. Su lengua es de origen desconocido, formando un auténtico «islote» en el marco de las familias lingüísticas mesoamericanas. Por otra parte, el origen mismo de sus habitantes es objeto de fuertes controversias entre los especialistas. Se han propuesto las más diversas hipótesis (hasta algunas que proponen un origen sudamericano). En todo caso, cienos rasgos culturales —no sólo su aislamiento lingüístico, sino también el uso difundido de la metalurgia, con algunas características casi únicas en Mesoamérica y que la acercan a la tecnología chibcha — dan rica materia para muchas de estas hipótesis, por más descabelladas que parezcan a primera vista.

Al parecer, dos grupos diferentes, con un origen emparentado, poblaron esta área en donde varios lagos (Páztcuaro y Cuitzeo son los más importantes) y una formación de tipo volcánico otorgan al paisaje un aire muy peculiar. El primero de estos grupos, llegado alrededor del siglo xm, se asentó como pescadores en algunas islas del lago de Páztcuaro —Xanitzio, Xarácuaro, Pacandan— y como agricultores en las costas. La actividad de pesca llegó a ser tan importante que el nombre que los nahua les dieron, «michuacan» (lugar que tiene peces), pasó a la región entera. Más tarde se agregó a estos primitivos pobladores un grupo de «chichimecas» —cazadores— que resultó, según la versión de las crónicas (en especial, la conocida como Relación de Michoacán), «emparentado» lejanamente con los anteriores. Las relaciones entre ambos grupos pasaron por todos los estados, desde la oposición violenta hasta la convivencia; por último, uno de los líderes de los recién llegados, Tariácuri, hegemonizó a todo el grupo tarasco. A su muerte, dos sobrinos y un hijo formarían un señorío «tripartito», pero, finalmente, una de las cabeceras, la ubicada en Tzintzunztan, terminarla imponiéndose sobre las otras dos.

El líder de esta cabecera, llamado Tzitzispandácuare, tomaría el título señorial de cazonci —con el que se conocerían desde entonces a los «reyes» tarascos— y extendería el poderío tarasco hasta las regiones próximas de Colima y Zacatula, enfrentándose duramente con los mexica, quienes nunca pudieron someterlos. Del mismo modo que entre los mexica, el cazonci era el interlocutor privilegiado de la divinidad máxima, el dios Cuaricaueri. El señorío pasa a convenirse desde ese momento en un poderoso segmento independiente en las fronteras de la Triple Alianza del valle central. Además, desde entonces se acrecienta internamente el poder despótico del cazonci sobre una sociedad de carácter fuertemente tributario, asentado en el trabajo de los campesinos dependientes y los pescadores (los purépecha, que equivaldría al nahua macehualtin, término que muchas fuentes utilizan para denominar a la lengua tarasca). Alonso de Zorita ha señalado la relativa

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libertad de los campesinos tarascos en la disposición de sus parcelas, pero en su obra no presenta demasiados elementos como para evaluar con certeza esa posición. Aquí, también un sector señorial —los achaecha en tarasco—, componen un grupo específico que ejerce todos los cargos «burocráticos» del señorío tarasco. Aparentemente, todos los señores deberían pertenecer a los linajes «chichimecas» originales; junto a éstos, los sacerdotes ocuparían asimismo un lugar de privilegio en esta sociedad encabezados por el pelámuli, sumo sacerdote.

Uno de los hechos más originales de la cultura material tarasca fue el grado de avance de la metalurgia y, sobre todo, la metalurgia con fines estrictamente prácticos, hasta tal punto que —caso único en Mesoamérica— algunos de sus instrumentos agrícolas (hachas, coas, «palos cavadores») estaban parcialmente realizados en cobre. Los cascabeles de cobre tarascos fueron uno de los objetos que mayor circulación tuvo en el espacio mesoamericano. Conocieron también la aleación de oro y cobre (llama¬da tumbaga en el área chibcha) y supieron realizar el vaciado en moldes y utilizar la técnica de la «cera perdida», además del martillado y el templado.

Los mixtecosEn Oaxaca, durante el Posclásico, la fragmentación política y lingüística fue muy intensa. Con

sistemas de control del territorio englobando diversos nichos ecológicos, que algunos autores imaginan semejantes a los imperantes en el área andina, los señoríos mixtecos eran básicamente autosuficientes. Fuertemente estructurados en grupo sociales diferenciados, encontramos —además de los «reyes»— a los señores principales, dzayya yya, los hombres libres, lay Pum, los terrazgueros, tay situndayu, los sir-vientes, lay sinoquachi. y los esclavos, dahasaha. Una institución muy importante era el sigui (que suele ser comparada con el calpolli) compuesto por varias familias extensas de dzayya yya, dirigidas por un <frena yya. Estas entidades gentilicias encabezaban sistemas de intercambio tanto local como regional y de media distancia, dado que los mixtecos fueron artesanos reputados de una serie muy variada de productos: tejidos, joyas, piedras preciosas, cerámica. Las campañas militares de los mexica emprendidas en la región desde 1458 tendían justamente, entre otras cosas, a apropiarse, mediante tributo, de estos productos artesanales oaxaqueños. Salvo unos pocos señoríos, como el de Tututepec o el de Tehuantepec —éste terminaría enlazándose gracias a una alianza matrimonial con un tlatoani technoca—. Pudieron conservar su independencia durante el siglo previo a la invasión europea.

1.5. EL ÁREA MAYAEn el momento de la irrupción de los europeos, el área de influencia de la cultura maya abarcaba

un territorio muy extenso, que tenía en la península de Yucatán su centro de difusión, pero que llegaba hasta más allá del territorio de la actual república de Honduras. El Periodo Posclásico de la cultura maya, es decir, desde el siglo tx d.n.e., está dominado en un primer lapso —hasta el siglo xm— por un complejo sistema de «ciudades estado» y más tarde, hasta el momento de la invasión europea, por una serie de señoríos independientes. Esta característica y las dificultades resultantes de

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la conformación geográfica del área hicieron que la colonización europea tardase más de un siglo en afirmarse en esta región que, a la postre, mantuvo un carácter bastante periférico durante toda la época colonial.

La extensa área maya (que incluye el actual territorio de los estados mexicanos de Yucatán, Campeche, Quintana Roo como parte de los de Tabasco y Chiapas, además de Guatemala, Belice, y el extremo occidental de Honduras y El Salvador) puede ser dividida en tres grandes zonas: sur, centro y norte. La primera comprende las tierras altas de Guatemala y Chiapas. incluyendo la costa del Pacífico hasta donde hoy se hallan El Salvador, Nicaragua y Costa Rica. La zona central, tierras bajas del río Usumacinta, de Petén y Palenque, se extiende desde Tabasco hasta Honduras. Finalmente, el área sur de la península de Yucatán, también de tierras bajas, donde floreció la cultura maya en el período que precede a la invasión europea, corresponde a la zona norte. Cada una de estas tres grandes áreas geográficas tiene una configuración regional peculiar. La zona de las tierras altas posee un clima templado en verano y frío y seco en invierno, contrastando con su franja costera sobre el Pacifico, calurosa y húmeda. El área central está atravesada por muchos ríos y tiene incontables lagos, lagunas y zonas pantanosas. Al recorrerla en avión, se pueden observar una interminable sucesión de cursos de agua y de áreas pantanosas en medio de una selva alta muy espesa. La zona norte, en cambio, es mucho más seca, pero aquí existen dos fenómenos naturales, los chultunes y los cenotes, que le darían su característica hidro-lógica peculiar; los chuhunes son depósitos de agua subterráneos que, en general, sólo se presentan muy parcialmente en la superficie, como si fueran pozos de agua en forma de botella, y los cenotes constituyen aberturas naturales que permiten el acceso a corrientes subterráneas. El extremo noroeste de la península yucateca es casi desértico.

En el área maya, el sistema agrícola combinaba (y lo continúa haciendo en muchas partes hoy en día) el sistema llamado «de roza», organizado en forma colectiva, con los «jardines» individuales de las familias campesinas, que asociaban una serie de especies arbóreas y diversos vegetales, todos ellos útiles. En el sistema de roza se elige una superficie selvática a ser desbrozada en plena época de lluvias (agosto-septiembre) y se la deja así hasta los meses de marzo-abril (cenit de la estación seca). Cuando la vegetación cortada está bien seca se inicia la quema de la parcela. La ceniza resultante de la quema será enterrada cuando comiencen las lluvias de la nueva temporada, abonando la tierra: es entonces cuando se puede iniciar la siembra. Normalmente, la siembra —como en casi todas las culturas mesoamericanas— asocia maíz y frijol y, con frecuencia, también se agrega la calabaza. Esta siembra asociada tiene efectos benéficos tanto para las plantas, como para la dieta humana. El maíz consume nitrógeno y el frijol, por el contrario, lo produce —mediante la acción de una bacteria asociada en sus raíces; además, el frijol, al treparse por la caña del maíz, gracias a una acción fotosintética más eficaz, se desarrolla mejor. Y finalmente, el consumo humano asociado de maíz en tortitas, acompañada de frijol o pepitas de calabaza, permite contar con una dieta rica en hidratos de carbono y en proteínas vegetales.

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En los dos siglos previos a la invasión europea, el área maya había sufrido grandes cambios. Desde el siglo xiii hasta 1450, la llamada «Liga de Mayapán» había conseguido unificar parcialmente bajo una cierta hegemonía política a la región y Chichen Itzá siguió manteniendo su carácter de centro ceremonial y de peregrinación (tal como había ocurrido con Cholula en la meseta poblana). Desde ese momento, y hasta la invasión, el área maya se hallaba dividida en unas dieciséis entidades políticas independientes. Cada una de estas entidades independientes poseía formas de estructuración del poder y de organización territorial bastante diversas, desde aquellas que estaban bajo el férreo dominio de un solo señor, hasta las que parecían más pequeñas confederaciones cuyos segmentos mantenían un grado muy alto de autonomía. Como hemos dicho, esta estructura fraccionada de poder dificultó la penetración colonial en toda el área maya.

Generalmente, a la cabeza del señorío estaba el halach uinic o Ahau y, al parecer, existía un «consejo» conformado por sacerdotes y señores que lo asesoraba. En cada pueblo, un batab aseguraba el gobierno local, asistido por los señores de menor rango, los ahkuleles. Los sacerdotes desempeñaban también un papel importante. Los campesinos, Ah chembal uinicoob —los hombres inferiores o vulgares—, sostenían con su trabajo, mediante un sistema parecido al del resto de Mesoamérica, a los señores, a los sacerdotes y a los «funcionarios» (término obviamente anacrónico que designa a aquellos que cumplían cargos en la jerarquía política y militar). Los mercaderes, en especial entre los mayas putunes o chontales —que fueron llamados por Eric Thompson los «fenicios» de Mesoamérica—, tenían un papel bastante destacado y controlaban una extensa red mercantil que contaba con varios «puertos de intercambio» (como Xicalango o Tulum) en la península yucateca con extensiones hacia América Central, como es el caso de Nito en el golfo de Honduras, llegando incluso hasta el istmo de Panamá.

Desde el punto de vista tecnológico, las diversas etapas de la cultura maya habían desarrollado una serie de instrumentos que los colocan claramente a la cabeza de una serie de conocimientos científicos. En primer lugar, la escritura maya —que ha sido ya descifrada en gran parte— es indudablemente la más adelantada de todas las que existieron en la América prehispánica y nos ha permitido últimamente un conocimiento bastante pormenorizado de la historia política de los mayas. En segundo lugar, sus conocimientos astronómicos eran sorprendentes: inventaron varios tipos de calendarios, utilizados simultáneamente en relación con la observación astral (calendario solar, lunar y venusino), que poseían un grado de exactitud impresionante, tomando en consideración la humildad extrema del instrumental con que contaban. Por último, el descubrimiento capital del cero, muy anterior al Viejo Mundo, que, como es sabido, lo ha heredado de la India a través de los árabes. Este descubrimiento fue capital para poder establecer un calendario con fechas absolutas (la llamada «cuenta larga») que permitía datar cualquier acontecimiento partiendo de una fecha arbitraria en la cual los mayas habían situado el inicio del mundo, o sea, en el año 3114 a.n.c. Gracias a este calendario, compuesto por una serie de ciclos fundados en el típico sistema vigesimal mesoamericano —kin = día; uinal = 20 días; tun = 360 días (es decir, 18 uinales);

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katun = 7.200 días (o también 20 :unes), etc., los mayas —como también hoy en día los arqueólogos— pudieron datar cualquier acontecimiento del pasado, colocándolo en un registro temporal absoluto.