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8. LA RESTAURACIÓN

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EL DIRECTORIO O “SISTEMA METTERNICH”

La caída de Napoleón (1814- 1815) fue al mismo tiempo, la caída en Europa del Nuevo Régimen erigido por la Revolución francesa, que el corso había pretendido llevar, aunque atenuado, a todas partes.

Ahora, las potencias vencedoras intentan restablecer la vigencia del Antiguo Régimen bajo un sistema sólido, el Directorio o «Sistema Metternich».

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LOS PRINCIPIOS Y LOS CONGRESOS (I)

Solo los más fuertes de los vencedores formaron parte del Directorio: Rusia, Austria, Prusia y Gran Bretaña, (Tetrarquía) a las que se añadió pronto la restaurada Francia de los Borbones, sobre la base de que el enemigo de Europa había sido Napoleón, no Francia; y Francia había sido, por tanto, la primera víctima de Napoleón (Pentarquía).

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LOS PRINCIPIOS Y LOS CONGRESOS (II)

El mayor sacrificado fue España, que había desempeñado un papel tan importante en la lucha contra Napoleón y en su definitivo vencimiento; a la que ahora, deshecha, arruinada y despojada de sus colonias, apenas se la tuvo en cuenta. Comenzaba el aislamiento de España, un fenómeno característico de casi toda la Edad Contemporánea.

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LOS PRINCIPIOS Y LOS CONGRESOS (III)

El nuevo Directorio europeo, por definición, no tenía una cabeza visible. En aquellos momentos, lo que menos podía permitirse una potencia era esbozar un intento de hegemonía.

Pero el hombre clave fue sin duda el canciller austríaco, Clemens Von Metternich, uno de los diplomáticos más hábiles de todos los tiempos.

El orden europeo que resolvió o se mantuvo por obra de una serie de Congresos, en que Metternich tuvo siempre un papel determinante (Châtillon, Viena, Soissons, Troppau, Laybach, Verona).

Por eso a la Europa de la Restauración se la llama también la Europa de los Congresos.

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LOS PRINCIPIOS Y LOS CONGRESOS (IV)

Los principios formulados por Metternich y aceptados por las grandes potencias son tres:

El principio de legitimidad. Las naciones siguen siendo «propiedad» de sus príncipes. Este principio, que nunca fue considerado al pie de la letra, tampoco lo fue ahora: se trataba únicamente de reconocer que la soberanía del monarca o príncipe legítimo es inherente a la propia soberanía del territorio; de suerte que cada trozo de Europa debería volver a «pertenecer» a su soberano legítimo, es decir, a la dinastía vigente en el momento de estallar la Revolución.

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LOS PRINCIPIOS Y LOS CONGRESOS (V)

El principio de equilibrio. Es preciso evitar en adelante cualquier intento hegemónico. Las nuevas fronteras no deben favorecer especialmente a ninguna potencia europea; y si una de ellas pretende predominar, las demás tienen derecho a evitarlo. Todas ellas tratarán de igual a igual, resolviendo los contenciosos mediante la discusión razonable por medio de Congresos, cuyas conclusiones vinculan a todos.

El principio de intervención. Una revolución en cualquier país de Europa es una revolución en Europa, y Europa tiene el derecho de intervenir para yugularla en ese país: las fuerzas encargadas de tal misión tienen hasta cierto punto, y por primera vez en la historia, un carácter de fuerza multinacional, que opera en nombre del conjunto.

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EL CONGRESO DE VIENA (I)

El Congreso de Viena (1814-1815), fue el primer acto de la concertación internacional para dejar las cosas en su sitio.

El mapa de Europa quedó como en 1792, con ligeras modificaciones: Rusia se anexionaba Finlandia, y

aunque Polonia se declaraba independiente, su soberano sería el zar de Rusia.

Austria se quedaba con el sur de Polonia, incluida Cracovia, y en Italia mantenía la posesión de Lombardía y Venecia, más una especie de protectorado sobre aquella península.

El Papa volvía a sus Estados, lo mismo que los Borbones a Nápoles; se restituían las pequeñas soberanías de Módena y Toscana.

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EL CONGRESO DE VIENA (II)

Alemania se reducía a 39 Estados (de los 300 que había tenido antes de las guerras revolucionarias), circunstancia que favorecería su ulterior unificación. Su cabeza sería Prusia, que adquiría parte de Renania y Westfalia. Es decir, importantes territorios en el Oeste.

Bélgica y Holanda se constituían en un solo Estado bajo la dinastía de los Orange y también unificaban Suecia y Noruega.

A Francia se le respetaron todos sus territorios anteriores a la Revolución, y desde 1816 se la admitió entre los «grandes».

Se declaraba la libertad de navegación por todos los ríos europeos, en un primer intento de mancomunación general.

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EL CONGRESO DE VIENA (III)

Alejandro I, ambicioso, soñador y desconcertante insinuó ciertos deseos de erigirse en cabeza del nuevo sistema, y aun tal vez pudo imaginársele el más caracterizado sucesor de Napoleón.

Metternich supo detener sus pretensiones europeas, encaminándolo a vagas cruzadas asiáticas, o antiturcas, siempre que respetara a Constantinopla.

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EL CONGRESO DE VIENA (IV)

Obra del idealista Alejandro fue la «Santa Alianza», compromiso de todos los reinos de Europa para la defensa de la paz y de los valores cristianos.

No falta quien haya querido ver en la Santa Alianza un instrumento para el imperialismo de Rusia, mientras la visión tópica la traduce por un compromiso antiliberal.

En realidad, y como ha dejado en claro Bertier de Sauvigny, no fue más que un papel mojado, fruto del extraño misticismo del emperador ruso, pero carente de efectividad alguna.

Todas las acciones europeas de las potencias se realizaron en nombre de la Cuádruple Alianza, luego de la Pentarquía (incluida Francia); nunca en nombre de una Santa Alianza que jamás existió, pese a la leyenda forjada por la historiografía romántica liberal.

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EL CICLO REVOLUCIONARIO DE 1820 (I)

Entre 1815 y 1821 proliferaron las conspiraciones, obra casi siempre de intelectuales o de militares —o de personas de los dos grupos unidas en la empresa—.

Por otra parte, nunca como entonces abundaron y tuvieron una finalidad conspiradora tan decidida las sociedades secretas: los masones, carbonarios y Amis de la Liberté en Francia; masones y comuneros en España; carbonarios, adelfi y federati en Italia; el Sinedrio en Portugal, la Hetaira en Grecia.

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EL CICLO REVOLUCIONARIO DE 1820 (II)

En Francia fracasaron las intentonas conspiradoras del Bazar, de Didier, de Berton o de los Cuatro Sargentos de La Rochelle.

En Alemania las conjuraciones, obra sobre todo de intelectuales y estudiantes, sin duda más especulativas que prácticas, fueron descubiertas apenas iniciadas. Metternich reunió el congreso de Carlsbad, y el orden del Antiguo Régimen quedó asegurado por largo tiempo en el espacio germánico.

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EL CICLO REVOLUCIONARIO DE 1820 (III)

En España, las conspiraciones fueron muy numerosas (Mina, Porlier, el Triángulo, Torrijos, Lacy, Polo, Vidal); pero todas fracasaron hasta que en 1820 la conjunción de las logias gaditanas con los independentistas del Río de la Plata logró que el Ejército Expedicionario de Ultramar, en vez de embarcar rumbo a América, se sublevara proclamando la Constitución liberal elaborada ocho años antes por las Cortes de Cádiz, y suprimida a su regreso por Fernando VII.

El efecto de la revolución española de 1820 fue doble: la consagración ya sin contestación posible de la independencia sudamericana y el cambio de régimen en España.

España se convertía así en el único país liberal de Europa, y con ello en asilo de refugiados y aliento de otras revoluciones.

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EL CICLO REVOLUCIONARIO DE 1820 (IV)

En Portugal, se sublevaron en agosto de 1820 el general Gomes Freire y otros militares, que obligaron a Juan VI a regresar de Brasil, y proclamaron una Constitución calcada de la española.

En Italia, la sublevación estalló en Nápoles (1820) bajo la dirección del general Pepe, y en Piamonte (1821), donde el dubitativo monarca, Víctor Manuel I, hubo de abdicar en su hermano Carlos Félix. En ambos países se adoptó también la Constitución española.

En Grecia la revolución liberal fue al mismo tiempo un movimiento de emancipación respecto del imperio turco. Un caudillo romántico, Ypsilanti, se apoderó en 1821 de Morea y en 1822, dueño ya de buena parte de Grecia, se reunió el Congreso de Epidauro, que redactaría la primera Constitución del país heleno.

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EL CICLO REVOLUCIONARIO

DE 1820 (V)

Los hechos ocurrieron con algún retraso en Rusia, obra en su mayor parte de oficiales que habían estado en Francia en la época final de las guerras napoleónicas, y se habían afiliado a sociedades secretas.

En 1820 fracasó una intentona dirigida por el coronel Schwarz.

Pero en 1825, al morir Alejandro I sin hijos, se planteó un pleito sucesorio entre sus hermanos Nicolás y Constantino. El primero tenía más derechos, pero el segundo era más liberal, y en su favor se levantaron algunos regimientos al grito de Constantino y Constitución (bien es verdad que los soldados creían que Constitución era la mujer de Constantino).

Pero este príncipe, temeroso de las consecuencias de aquella revolución, y no deseoso de una guerra civil, se negó a aceptar el poder, y Nicolás I, al subir al trono, castigó a los sediciosos con mano dura.

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EL CICLO REVOLUCIONARIO DE 1820 (VI)

Los congresos de Troppau y Laybach dejaron las manos libres a Austria para restablecer el orden en Italia, y tanto Piamonte como Nápoles volvieron al Antiguo Régimen.

Más importante era el foco español. España era el único país liberal en la Europa de 1822, y, lo que era más peligroso para la Pentarquía, aglutinaba a liberales de todas las procedencias, que allí se habían refugiado y mantenían una actitud militante: italianos, franceses, portugueses, alemanes. Se formó una Legión Europea, que soñaba con llevar la República a todo el continente.

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EL CICLO REVOLUCIONARIO DE 1820 (VII)

Para resolver el problema español se reunió un Congreso más laborioso, el de Verona, en 1822. Los ingleses se opusieron a una intervención directa (no les interesaba una España fuerte que pudiera detener la emancipación hispanoamericana), Austria se negó a conceder esta misión a los rusos que se comprometían a trasladar hasta un millón de hombres por toda Europa (peligro), y al fin se decidió encomendar la operación a los franceses, ya integrados en la Pentarquía.

Fue así como se formo un ejército francés —los Cien Mil Hijos de San Luis—, que entraría en España en nombre no de Francia, sino del Directorio en general. Se temía un fracaso de la expedición como había ocurrido en los tiempos napoleónicos; en realidad, Francia se jugaba mucho en el envite, y no faltaba quien pensara en una guerra interminable.

Pero esta vez los españoles, en su mayoría realistas, acogieron con gusto a los irruptores, y repusieron en su plena soberanía a Fernando VII.

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EL CICLO REVOLUCIONARIO DE 1820 (VIII)

El ciclo revolucionario de 1820 fracasó en todas partes, excepto en Grecia, país que quedó neutralizado por los mutuos recelos de Rusia y Austria.

Los griegos fueron aplastados en Misolonghi, en 1824, pero nuevas sublevaciones darían lugar a una larga guerra hasta que la independencia de Grecia tuvo que ser reconocida por los turcos en 1830.

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EL CICLO REVOLUCIONARIO DE 1820 (IX)

El sistema europeo, a partir del Congreso de Verona, empezó a resentirse.

Austria y Rusia tenían intereses contrapuestos en los Balcanes, e Inglaterra, con su oposición a la intervención en España, comenzó su progresiva separación de los países absolutistas.

También hasta cierto punto la Francia de Luis XVIII, que con un régimen de carta otorgada y un parlamento moderado, buscaba un equilibrio entre el Antiguo y el Nuevo Régimen.

También los ingleses tenían un régimen parlamentario, y avanzaban, sin revolución, por ese camino.

Las diferencias con las «Potencias del Norte», como se llamó a Rusia, Prusia y Austria, se hacían notar cada vez más.

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EL «CIERRE DE LA FRONTERA» Y LA CRISIS ECONÓMICA (I)

La emancipación de América significó una disminución o hasta un cese de contactos con Europa.

Hasta entonces, el Atlántico había sido el Mediterráneo de la Edad Moderna, el mar del tráfico, de la riqueza, y de la civilización

Ambas orillas tenían economías complementarias, y de esa complementariedad se habían aprovechado unos y otros.

El «cierre de la frontera» contribuyó a prolongar en cierto modo el aislamiento de Europa, vivido ya en los tiempos del sistema continental napoleónico.

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EL «CIERRE DE LA FRONTERA» Y LA CRISIS ECONÓMICA (II)

A la falta de exportaciones de productos manufacturados al Nuevo Mundo se une la escasez de metal precioso, ya que las minas continentales no eran suficientes para proporcionarlo, y durante tres siglos Europa había acuñado fundamentalmente oro y plata procedentes de América.

La consecuencia es un descenso de precios —por falta de dinero circulante— dificultades en el crédito, exceso de producción agrícola, ahora que grandes sumas han sido «enterradas» en forma de propiedad (Francia y Prusia, sobre todo), escasez de producción industrial, y una reducción del volumen de los intercambios.

Bajan los precios: Deflación.

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EL «CIERRE DE LA FRONTERA» Y LA CRISIS

ECONÓMICA (III)

Los europeos no pasaban hambre, pero la bajada de los precios no estimulaba la inversión y por tanto frenaba el desarrollo.

La excepción, ya lo sabemos, fue Gran Bretaña, que, precisamente gracias al bloqueo, conquistó nuevos mercados ultramarinos, mejoró su producción industrial y vivió, sobre todo después de 1812, una etapa de plena expansión.

Muchos ingleses pudieron pasar hambre, debido a las «corn laws» o leyes que prohibían la importación de trigo, para estimular la producción propia: aquí los precios subieron, y como los salarios, debido a la competencia de las casas industriales, se mantuvieron bajos, hubo descontento y abundantes desórdenes

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EL «CIERRE DE LA FRONTERA» Y LA CRISIS

ECONÓMICA (IV)

Los que vivieron una mayor prosperidad fueron los Estados Unidos, precisamente porque mantuvieron sus intercambios con los británicos.

El presidente Washington unificó el país, y aun respetando la condición de los Estados, estableció una capital federal, un Banco federal y una moneda única, el dólar.

Se crearon los nuevos Estados de Vermont, Kentucky y Tennesee.

Sus sucesores — Madison, Jefferson, Adams—, fueron menos centralistas pero sí proteccionistas, para favorecer el despliegue industrial.

Los americanos se extendieron hasta el Missisipi. Compraron la Luisiana a Francia y Florida a España —por cinco millones de dólares— y crearon luego nuevos Estados, como Indiana, Illinois y Alabama.

El presidente Monroe, al tiempo que lanzaba en 1820 el eslogan de «América para los americanos» — sobre todo contra la presencia española —, insinuaba una doble interpretación de esa frase (“América para los norteamericanos”), aumentando el comercio con las excolonias españolas, e intentando influir en ellas, sin otro competidor que la Gran Bretaña.

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EL «CIERRE DE LA FRONTERA» Y LA CRISIS ECONÓMICA (V)

Argentina salió bastante bien librada, vendiendo materias primas a los ingleses y comprándoles géneros manufacturados (es decir, sustituyendo una dependencia por otra).

La mayoría de los países suramericanos sujetos a continuas convulsiones, sin unir esfuerzos entre sí, vivieron años azarosos, y solo pudieron encontrar una precaria paz a costa de regímenes autoritarios o hasta dictatoriales, como los de Rosas en Argentina, Portales en Chile, el doctor Francia en Paraguay, Páez en Venezuela o el general Santa Ana en México.