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TEORIA DEL VOTO ECONOMICO. Manfred Nolte El largo ciclo electoral español que se inició semanas atrás con los comicios andaluces y que culminará con las generales, aún sin convocar, ha celebrado ayer domingo su segundo examen, con las votaciones locales y autonómicas, arrojando unos resultados que constituirán tema de encendido debate en los próximos días o tal vez semanas. Cuento con la fe del lector para aceptar que tales resultados eran obviamente desconocidos para el autor de estas líneas a la hora de redactarlas, ya que los plazos editoriales exigen la remisión de los escritos a la redacción con una antelación tal, que justifican el referido desconocimiento. Lógicamente, el argumento que sigue debería ser aplicable a unos resultados que son los que son, debido a sus leyes inexorables, sin que su conocimiento previo influya en su posterior justificación. El voto es la base de todo sistema político de estirpe democrática, en el que los electores deciden, en libertad, el carácter de la representación pública. La morfología del voto es múltiple y compleja. Comenzaremos con el votante emocional. En la decisión de este tipo de ciudadano, el desempeño del partido votado es secundario comparado con una determinada misión o principios que la sigla representa, principios que se reputan sagrados e 1

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TEORIA DEL VOTO ECONOMICO.

Manfred NolteEl largo ciclo electoral español que se inició semanas atrás con los comicios andaluces y que culminará con las generales, aún sin convocar, ha celebrado ayer domingo su segundo examen, con las votaciones locales y autonómicas, arrojando unos resultados que constituirán tema de encendido debate en los próximos días o tal vez semanas. Cuento con la fe del lector para aceptar que tales resultados eran obviamente desconocidos para el autor de estas líneas a la hora de redactarlas, ya que los plazos editoriales exigen la remisión de los escritos a la redacción con una antelación tal, que justifican el referido desconocimiento.

Lógicamente, el argumento que sigue debería ser aplicable a unos resultados que son los que son, debido a sus leyes inexorables, sin que su conocimiento previo influya en su posterior justificación.

El voto es la base de todo sistema político de estirpe democrática, en el que los electores deciden, en libertad, el carácter de la representación pública. La morfología del voto es múltiple y compleja. Comenzaremos con el votante emocional. En la decisión de este tipo de ciudadano, el desempeño del partido votado es secundario comparado con una determinada misión o principios que la sigla representa, principios que se reputan sagrados e irreductibles. Dicho juicio hunde sus raíces en tradiciones de clase social, familiares, étnicas, históricas o personales que han configurado un esquema emocional interior perenne en el tiempo. Se es de tal partido ‘de toda la vida’. Es el voto ‘duro’ al que se enfrenta el voto opositor, o sea, el voto duro de otros partidos. Este colectivo carece de indecisos.

Seguidamente se abren las hipótesis tradicionales del voto en torno a la noción del ‘clivaje’ (del inglés ‘cleavage’) que significa escisión o

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fisura y que cataloga a los votantes en distintos bloques surgidos de la elección racional que estos hacen de tal o cual partido, en función de las opciones que estos defiendan y en el modo que estas encajen en sus propias preferencias y valores . El clivaje va clasificando a los votantes en defensores o adversarios de un ideario, de una política, estrategia o simple acción política. Lipset y Rokkan han establecido cuatro clivajes básicos de la civilización occidental en torno a las disyuntivas centralismo-descentralización, confesionalidad-laicismo, empresariado-clase trabajadora y moradores en grandes conurbaciones versus agricultores o pueblerinos. Los idearios, lógicamente, pueden elevarse al infinito.

Pero el voto ha hallado una motivación fundamental en la economía como centro de las preocupaciones sociales, caricaturizada en aquella frase de Perón cuando sostenía que “de todas, el bolsillo es la víscera más sensible”. Frente a los idealismos de mayor o menor pureza que sitúan el foco en los valores y en las Instituciones y que son sensibles a la racionalidad de aspectos éticos, estéticos, o medioambientales se alza el positivismo de aquellos individuos para quienes sus intereses inmediatos y vitales explican, antes que otros factores, la conducta social.

Schumpeter contrapuso capitalismo y democracia sugiriendo que el bien común y la voluntad popular pueden disociarse debido a que los individuos anteponen los intereses particulares a los valores comunitarios. El economista austriaco reduce el ciudadano a un mero consumidor y la democracia se convierte en una subasta en la que los caudillos políticos compiten por el voto que el votante les otorga evaluando este último las ofertas que recibe y eligiendo la que considera más ventajosa. La democracia se diluye en la microeconomía de las preferencias del consumidor, aspecto que posteriormente Anthony Downs eleva a teoría económica(‘economic voting’): el elector castiga siempre al Gobierno que ha perjudicado sus intereses económicos y elige la alternativa que considera más propicia para mejorar su propia situación relativa en el sistema. Por otra parte la economía afecta no solo a los resortes subjetivos de la conducta humana en su faceta de votante (arena electoral) sino que, ocasionalmente, es argumento para la protesta ciudadana (arena reivindicativa). El segundo aspecto obviamente se legitima en el primero y forma parte del voto de rebeldía o de castigo, que tienen una última raíz económica. Dutch y Stevenson sostienen que la motivación económica del voto es al menos de igual importancia que el factor ideológico, de tal manera que lo material, el bolsillo, se sitúa en amplias capas sociales a igual nivel que el corazón o el credo político.

De la influencia del factor económico surgen dos preguntas inmediatas: en primer lugar discernir si el voto se centra en la memoria de lo pasado o en las expectativas sobre el futuro, esto es, si a la hora de votar pensamos más en cómo nos fue que en cómo nos

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irá. En segundo lugar el enfoque difiere al apuntar a la evolución social de la economía como un todo (enfoque sociotrópico) o meramente individualista(enfoque egotrópico).

Las incursiones analíticas en el ‘voto económico’ son aun exploratorias como advierte Kriesi. Con el actual utillaje doctrinal no resulta sencillo explicar, por ejemplo, por qué perdió Al Gore las presidenciales estadounidenses de 2000 en un entorno económico favorable. De todas maneras, de los sucesos pasados deberemos inducir algunos de los futuros.

Un repaso a las elecciones parlamentarias celebradas tras el colapso de Lehman Brothers de 2008 en 30 países europeos (27 miembros de la UE, Noruega, Islandia y Suiza) confirma las secuelas políticas de la crisis en términos de actuación del ‘voto económico’. En ellas, los partidos gobernantes fueron castigados por las consecuencias negativas de la crisis, las políticas de austeridad, tanto más severamente cuanto los electores les achacasen una responsabilidad directa y específica en sus infortunios. Islandia, Irlanda, Francia, Grecia, Portugal, Italia y España son casos de estudio aunque con ajustes peculiares y motivaciones específicas, dependiendo de los contextos. En algunos (Italia y Grecia) el tránsito se produjo primero de lo político a lo tecnocrático, con cambios sucesivos, hasta la deriva hacia la izquierda radical en el caso de Grecia. El 12 de mayo de 2010, el Presidente Zapatero, acosado por la evidencia de la insostenibilidad de las finanzas españolas, anunció ante el pleno del Congreso el mayor recorte presupuestario de la democracia hasta aquella fecha, firmando, con ello, la posterior derrota electoral de su partido y sentenciando su propia defunción política.

La rotación drástica –cambiar el signo del partido votado- alterna en determinados países con la erosión de los partidos mayoritarios que, sin perder mayorías relativas se ven obligados a formar coaliciones, escenario que parece aplicable a España si se consolida, como parece, a lo largo del año electoral el fin del bipartidismo. Análogamente los votantes pueden mostrar un resentimiento hacia los partidos ‘clásicos’ y desviar su voto hacia nuevos partidos, en ocasiones de signo populista, en particular en los países de Europa oriental con un sistema de partidos más volátil y menos institucionalizado, aunque también en Europa occidental se observan signos inquietantes de institucionalización de partidos de dudoso talante democrático. También descubriremos en penúltimo lugar a los abstencionistas, aquellos que nunca votarán. Finalmente los votantes más desilusionados han apoyado alternativas ‘anti-partidos’, como las del cómico Jon Gnarr en Islandia, Beppe Grillo en Italia o Manuel Coelho en Portugal.

En el contexto español de una economía que remonta decididamente una crisis brutal, las pautas señaladas tejerán las futuras consultas, y tampoco será difícil discernirlas en los resultados de los comicios de

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ayer.

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