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Dagnas Estrella muerta

1ª Parte

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Dagnas Por Daisy L V

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Título del libro: Dagnas. Estrella muerta. Autor del libro: Daisy L V © 2010 Daisy L V Autoedición Identificador: 1012248128988 / 1104229040379 http:/ /es.safecreative .net/

Portada:

Identificador: 1102018395983 http:/ /es.safecreative .net/ TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS. Este libro contiene material protegido bajo las Normas Internacionales y las Leyes Federales y Tratados de Derecho de Autor. Cualquier reimpresión o uso no autorizado de este material está prohibida. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico, mecánico, fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación sin el permiso expreso y por escrito del autor / editor.

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Dedicado a:

A todas aquellas personas que me han apoyado para que continuase escribiendo esta historia.

Mi hermano Alex por hacerme ver momentos divertidos.

Mi prima Elsa por tener la paciencia de leer el manuscrito.

Os quiero.

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Preámbulo

Un amigo me dijo una vez que los mejores best sellers son escritos por vampiros, modificando algunos aspectos y detalles para no dar demasiada información sobre nuestro mundo.

Yo he terminado haciendo lo mismo hasta donde he podido. No tengo la misma experiencia ni soltura que mis compañeros, pero espero que sirva de algo, pues los acontecimientos que se han desarrollado desde el día en que mi destino se unió al de ellos, deberían de ser conocidos.

Será un libro insignificante para los humanos, tosco y sin sentido, pero con un mensaje oculto para todos los de nuestra especie. Con algunas claves para no ser descubierta por otras tribus. Siento comunicar que he preferido no poner nuestros nombres reales, ante todo, tenemos que seguir ocultos.

La batalla precede a la guerra.

Espero que con esto pueda ayudar a mis amigos.

Por si no nos vemos antes, solo quiero deciros:

"Os veré en Dagnas."

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Capítulo 1

Dentro de la vida más sencilla, hay misterios que ni su portador conoce .

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El solsticio de verano hace presencia en la ciudad. Otro verano más en el transcurso de mi vida. Veinticinco veranos. Siempre lo mismo, misma rutina – del trabajo a casa y de casa al trabajo – toda una monotonía.

De la vida lo único que he aprendido hasta ahora es que no hay nada que la cambie. No hay príncipes azules que te rescaten de la amargura que nos viste. Ni la suerte necesaria para salir de los agujeros que se producen a lo largo de ella. Los sueños no se hacen realidad, por mucho que luches por ellos. La vida en general no es más que desgracias, tristeza y desesperanza, un castigo del que no podemos escapar. Cada vez que intentamos luchar por algo que deseamos es como ir contra la corriente en medio del océano, frustrante, agónico y fatigoso, una lucha que está perdida antes de comenzarla. El infierno no aparece una vez que muramos, estamos en él mientras estamos vivos.

Mi primer día de vacaciones después de nueve largos meses de trabajo. Solo quince para descansar, y pensar. Eso me ayudará a romper con la rutina. Anhelo sentir la libertad, pasear

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bajo el sol, dejarlo acariciar mi desvaída piel, sentir el calor que fluye en el aire, exhalar la brisa del mar, percibir al resto de la gente de mi alrededor. Sin duda, un paseo no me vendría mal, pero sola no me apetece.

Sin más dilación, me levanté de un salto del duro sofá y eché un vistazo a mi alrededor. En el sofá azul que había heredado de mis padres bajo la ventana del piso, sobresalía un pequeño bulto negro, mi gatita, la había recogido hacía pocos meses de la calle, se había acostumbrado rápidamente a mí, inseparable y muy dormilona. Indagué a mi alrededor en busca de las llaves de mi abandonado coche, todo estaba inalterable, más que de costumbre, lo normal era que estuviera todo revuelto y tirado por donde podía, las localice con facilidad bajo el televisor que estaba colgado de la pared como si fuese un cuadro. Salí del piso como si hubiese un incendio en él. La expectativa de volver a sentirme libre de hacer cualquier cosa en cualquier momento sin órdenes ni horarios, se apoderó de mí. Solo una vaga preocupación asomaba en mi mente, de tanto tiempo que había pasado desde la última vez que fui a algún sitio con mi coche, no sabía si conseguiría encenderlo, pero arrancó a la primera sin casi esfuerzo alguno. Baje las ventanillas para dejar entrar el aire a su voluntad, sentir la libertad. Subí el volumen del CD que estaba puesto, hacía un montón de tiempo que no lo escuchaba, ya ni recordaba las

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canciones que tenía en él, sonaba “waiting for the end” de Linkin Park, una de mis favoritas, sonaba algo bajo, la subí hasta dejar que resonara en todo el coche, dejándome llevar por ella.

Dejé el edificio atrás, dirigiéndome por la amplia calle fuera del pueblo, dirección sur. El sol, su calor, seducían mi piel. El viento me acariciaba y despeinaba las ondulaciones de mi pelo.

La casa de mis padres no se hallaba demasiado lejos. Lo suficiente como para poder disfrutar del viaje, un pequeño paseo en coche, unos nueve kilómetros.

Dejé atrás el pueblo, los primeros árboles se exhibían al borde de la estrecha carretera privando al asfalto de los rayos del sol, hacía de este un lugar sombrío y tenebroso. Una casa al lado izquierdo de la carreta, un par de cruces, y una pequeña aldea en medio.

La mayoría de las casas se ve que han sido rehabilitadas, luciendo la piedra con que habían sido construidas antaño. Dos casa nuevas y poco destacables, y otras dos cayéndose a pedazos. La casa a la que me diri jo es la de mis padres, la última casa de la aldea a la derecha, un poco más alejada de las demás, eso les permitía cierta intimidad. Puesto que aquí no hay mucha. Todos quieren saber todo de todo el mundo. Cuando mis padres instalaron una pequeña piscina en la parte trasera de la casa - ¡Buff! -, hasta que

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consiguieron entrar para verla no pararon, preguntas y más preguntas, indirectas, etc. - ¡Todo un suplicio! -.

Aparqué mi coche enfrente a la casa, mi Volkswagen Jetta del 2006 plateado. El coche de mi madre estaba allí, un Ford Fusion negro, de apariencia similar al del mío, mi fuerte nunca han sido los coches, para mi todos eran prácticamente iguales, salvo alguna excepción que otra.-Un Ferrari o un lamborghini, son una excepción-.

Las ventanas estaban abiertas, al igual que la puerta, dejando entrar el aire fresco por toda la casa. El índice de criminalidad en el pueblo es tan bajo que nadie se molesta en pasar el cerrojo cuando está en casa, ni tampoco cuando salen de ella.

La casa de mi padres es una de las casa rehabilitadas, mostrando la rustica piedra del color de la tierra por fuera. Entre en la casa llamando a mi madre - ¡Helen! -, anunciando mi llegada. El salón estaba vacío, el sol entraba iluminándolo por completo, el espejo del aparador brillaba con fuerza causando el efecto de doble luminosidad, y haciendo parecer el salón más grande de lo que en realidad era. Me dirigí al fondo del estrecho pasillo en dirección a la cocina y al baño de la planta baja, tampoco estaba. Atravesé la cocina en su busca, dirigiéndome a la puerta que da al patio trasero. La piscina estaba cubierta con una lona azul y se

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veía que aún no la habían utilizado, el verano empezaba hoy, era el primer día de sol. En la mesa de madera a mi derecha no había nadie.

Prácticamente rendida, me disponía a marcharme de casa, cuando una voz algo ronca gritó:

- ¡Avi! – El tono de sorpresa no se vio oscurecido por su tono ronco.

Mi hermano Josh asomaba la cabeza por la ventana del piso superior, sus ojos intentaban abrirse del todo para mostrar su asombro al verme allí, sin conseguirlo del todo. Estaba completamente despeinado y la marca de su cara le delataban, estaba durmiendo.

- ¿Dónde está Mamá? – Mi propia voz sonaba pastosa, el calor me había resecado la garganta.

- ¡Buah! – Su cara mostraba una mueca de desaprobación - Se ha marchado con su hermana, hoy puedes olvidarte de ella . – No paraba de restregarse las manos por la cara. Una clara señal de que aun no se habia despejado del todo.

- ¿Te vienes a dar una vuelta? No me apetece quedarme en casa mi primer día de vacaciones. – Intente decirlo en tono despreocupado, para que no se sintiese obligado.

Esperé junto a la piscina a que se preparase, dejando vagar mi mente con la vista fi ja en la lona azul, ahora más que brillante al sol.

Mi cara para cualquiera que me mirase

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reflejaba tristeza. En mi mente recordaba un programa que había visto hacía ya varias semanas. New york de la “A” a la “Z”. Las concurridas calles, los altísimos edificios, los restaurantes, las tiendas… Todo se paseaba por mi mente. Ésta al igual que yo, quería salir de la pesadilla de una vida sin futuro, viajar por todo el mundo, sentirme libre sin ataduras de ningún tipo…

Sentí que alguien me empujaba, precipitándome encima de la lona azul, sacándome de golpe de mis pensamientos. Miré irritada en dirección al culpable. Mi hermano Josh estaba sentado en la yerba, con las manos alrededor de su barriga, su escandalosa risa hacía eco en las paredes de la casa. Me incorporé en el inestable suelo para salir de la piscina. Salí a grandes zancadas, pasando por al lado de mi hermano, y aproveche para darle una colleja.

- ¿Te vienes o te quedas? – Dije un poco mosqueada. Aunque, por poco tiempo.

- Espérame. – Dijo entre carcajadas – Recogemos a Scott de paso, había quedado con él. Si no te importa . – Su cara aún tenía una amplia sonrisa dibujada, que era incapaz de deshacer. El brillo de sus ojos castaños delataban su pillería. Y su pelo ondulado, aun despeinado. ¡¡Adolescentes!! - .

Me subí al coche mientras él cerraba con llave la puerta de casa. Se sentó en el asiento del copiloto aun incapaz de borrar la sonrisa del

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rostro. Cuando mi mirada enojada se cruzó con la suya estalló en otra escandalosa risotada, no pude remediarlo y terminé riendo a carcajadas con él. La verdad es que había sido buena la broma, y nadie había salido herido, solo mi orgullo.

Di la vuelta en dirección al pueblo. Si no recordaba mal, la amarillenta casa de Scott se encontraba en la otra punta de la aldea. Cerca.

Paré el coche en el arcén frente a la casa y propiné dos bocinazos para que saliera Scott. La casa era una de las dos de edificación nueva, su aspecto era moderno, líneas rectas, muy cuadriculada, pero no exageradamente, no se hacía destacar. Una amplia vitrina cubría la entrada dejando ver todo el salón, solo unas cortinas anaranjadas colgaban a ambos lados. Era de planta baja, desde fuera se podía apreciar lo sencilla que era, y decorada con buen gusto, en cálida armonía, salvo alguna excepción, como el sillón de piel azul en medio de los dos chaislonge de tonos anaranjados, formando dibujos como las camiseta hippies. No encajaba, para nada.

Scott entro en el coche sentándose detrás de Josh. Hubo un extraño saludo al unísono, que provocó miradas a ambos lados por parte de los tres y unas medias sonrisas.

Seguí en dirección a las montañas. Hace tiempo mi padre Kevin, me había hablado de un lugar donde encontrar cuarzo cristalino en su

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forma natural de romboedro. Como geólogos aficionados, siempre buscamos las piedras y gemas más raras en nuestro entorno, comprando todas aquellas que no encontramos, siempre y cuando nuestro ajustado presupuesto nos lo permita. Hasta ahora la más extraña era una pequeña piedra similar al ónix negro, pero de aspecto menos encantador, casi parecía carbón aunque no lo era, teníamos nuestras especulaciones y según lo que habíamos leído lo más probable es que fuese obsidiana, lo extraño es que este tipo de gema solo se aparece cerca de los volcanes y aquí nunca ha habido ninguno.

Pasamos por unas pistas de tierra hasta que los baches eran ya insoportables para el coche, y para nuestros traseros. Seguimos el resto del camino a pie. Unos viejos pinos se alzaban a ambos lados, no median más de cuatro metros de alto, como mucho cuatro y medio. La sequedad de la tierra no los dejaba crecer en abundancia. Aunque su forma era perfecta, se veía el paso de los años en su frágil corteza. El aire era cálido. Solo corría una ligera brisa que te hacía sentir libre, justo lo que estaba buscando. El silencio del bosque se veía alterado por mi hermano y su compañero, que como dos niños pequeños habían cogido dos ramas secas para jugar con ellas.- ¡A los yedais! ¡Vaya par! - . Corrían de un lado para otro del camino, escondiéndose entre los pinos y volviendo al camino, gritando y riendo. Mientras yo caminaba tranquilamente disfrutando de todo

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lo que me rodeaba, y riéndome de ellos por supuesto, como para no hacerlo. Quien podría evitarlo.

Unas grandes rocas se hallaban al final del camino, ya casi habíamos llegado. Les avise solo para intentar relajarlos, pero lo único que no me esperaba fue lo que hicieron. ¿O si me lo esperaba? Levantaron las ramas como si se tratasen de espadas, con un grito de guerra Scott salió corriendo en dirección opuesta a Josh, este se echó a correr detrás de él. De sopetón, Josh se echó la mano detrás suya intentando alcanzar algo, fi je la vista y me di cuenta de lo que estaba intentando agarrar era su pantalón, que con tanta carrera y sin prácticamente sujeción se le había empezado a caer, hasta llegarle a los tobillos. Casi se cae de bruces, aunque logró mantener el equilibrio. No me di cuenta hasta que se paró, de que no podía respirar, el ataque de risa que nos había dado a Scott y a mí nos dejó sin aliento, los dos quedamos de rodillas en el suelo, no había manera de contenernos, al igual que le había pasado a Josh cuando me gastó la bromita.

Josh se subió los pantalones, entre risas y maldiciones abrochaba el cinturón, finalizando su lucha con un: “¡Como te vuelvas a desabrochar, te tiro por el acantilado! A este le domestico yo”.

En cuanto casi estuvimos recuperados, continuamos nuestro camino.

Una linda ardilla cruzaba el camino. Muy

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coqueta. Preciosa. Su pelo amarronado era brillante. Se detuvo un instante, mirándome, o eso me pareció. Me gustaría saber que opinaría al verme a mí allí contemplándola. Soy bastante más grande que ella, aunque tampoco una exageración, mi metro cincuenta y nueve no era más que la altura media de una chica. Pestañeaba rápidamente, en uno de esos parpadeos me pareció que me guiñaba un ojo. - Vale, de acuerdo, las vacaciones no estaban empezando nada bien. Ver alucinaciones es empezar mal, muy mal. - Olfateo algo en el aire mientras miraba de un lado a otro. Cuando de pronto, ésta se echó a correr hacia mí, pensé que se asustaría cuando estuviese lo suficientemente cerca, pero en vez de eso se me subió a la pierna y me clavo sus pequeños pero afilados dientes.

Di una fuerte patada al aire, - ¡Porras! Y parecía no matar ni una mosca. ¡Au! - en un vago intento de quitármela de encima. Scott que en ese momento se giraba para defenderse de Josh, me vio, con un suave toque en el hombro de Josh, hizo que éste se diese la vuelta para mirarme. Los dos se me quedaron observando y se echaron a reír, hasta que Scott vio la sangre que corría por mi pantalón, bajando por la zapatilla. Scott echo a correr propinándole un codazo a mi hermano para que reaccionara.

Al sentirlos cerca la maldita ardilla se soltó de mi pierna y huyó despavorida.

- ¿Estás bien? – Me preguntó con tono

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preocupado Scott. - ¿Qué le has hecho a la ardilla? ¿Le robaste

su comida o algo por el estilo? – Josh y su sentido del humor.

Scott sacó un pañuelo rojo de su bolsillo y lo ató alrededor de mi pierna, cortando así la hemorragia. Me levanté con su ayuda, pero me escocía la mordedura. Seguro que tenía la rabia. ¿Desde cuando una ardilla ataca a una persona? Normalmente escapan aterrorizadas.

- Chicos. Creo que será mejor dejar la expedición para otro día. Ya me va a costar l legar al coche. – Un pinchazo en la pierna, me provocó una mueca de dolor en el rostro.

- Ya volveremos. Tenemos todo el verano por delante. – Matizó con tono suave y calmante Josh.

Volvimos al coche con un paso esta vez algo más apresurado de lo necesario, Scott y Josh, que median como metro ochenta, habían pasado mis brazos por sus cuellos, yendo yo por los aires, me faltaban varios centímetros para poder tocar el suelo.

La pierna me escocía. El viento que tocaba mi rostro se había vuelto más frío y seco. La cabeza me daba vueltas. Miré a Josh, su cara reflejaba ahora preocupación, su piel rosada enrojecía más y más según avanzábamos, el agotamiento se notaba en su mirada. Volví la vista hacia Scott, con la tez de su piel más oscura – aunque solo un poco, se veía que había estado tomando el sol en pequeñas dosis - , casi no se le

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notaba el enrojecimiento, solo lo delataban las pequeñas y escasa gotas de sudor que asomaban por su frente.

No tardamos más de diez minutos en llegar al coche, aunque el camino que habíamos realizado nos llevara unos cuarenta. Me ayudaron a colocarme en el asiento del conductor, no estaba en condiciones de conducir un coche, pero ellos no podían, solo tienen dieciséis años y carecen de permiso, me sacarían el carné si les dejase. Subieron a toda prisa. Josh se colocó en el asiento del copiloto como había hecho antes, esta vez ignoró por completo el cinturón de seguridad. Scott, que antes iba cómodamente detrás del asiento del copiloto, ahora se situó en el asiento central. No paraban de decirme si sería capaz o no, de llegar con el coche al hospital. A lo que yo solo les respondía que estaba bien. Mentía. Que iba hacer sino. La cabeza me daba vueltas, la vista se me nublaba, estaba empapada en sudor, y tenía frío, la mordedura cada vez me escocía más y más, al igual que a las caras de mí alrededor aumentaba la preocupación. No pasaba de treinta kilómetros por hora. No me sentía capaz de conducir a una velocidad normal. El camino al hospital fue muy largo. Pasamos los bosques, escuchaba a Josh contar los árboles que íbamos dejando atrás, en un intento de distraerse. La pequeña aldea donde los había recogido. El bosque que la separaba del pueblo. Ahora Scott también contaba los árboles.

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No dejaban de emanar nervios por doquier, llegando a ser contagiosos.

Me arriesgué a cruzar el pueblo doblando la velocidad a la que iba, con suerte no se interpondría en mi camino ningún coche, ni habría ningún peatón lo suficientemente arriesgado para cruzar en esos momentos la carretera. Llegué a la puerta del hospital, por fortuna había un pequeño hueco donde dejar el coche. No me molesté en aparcarlo y no es que no supiera hacerlo, sino que tenía la vista tan nublada que no entendía ni como había visto el hueco donde estaba aparcando.

Scott fue el primero en bajarse, seguido de Josh. Me sacaron del coche y me llevaron hasta el hospital.

Luego, no recuerdo nada más. Todo se desvaneció. Solo veía una profunda oscuridad, sin principio ni fin.

Me desperté en medio de un agudo dolor de cabeza, sentí mi garganta como un estropajo de alambre, mis músculos rígidos, doloridos y agotados. Seguía teniendo frío, aunque varias gotas de sudor recorrían mi frente. El tacto de una tela áspera y ruda bajo mis manos. Un extraño olor, que se me hacía muy conocido, una mezcla de químicos, medicamentos, o un combinado de alcohol, creolina, cloro, sangre, penicilina.. . en resumen, esperanza y amargura. Oía los pasos de la gente no muy lejanos. El

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respirar agitado de alguien a mi lado y el resoplar de otro a mis pies. Sentí la liviana luz en mis ojos. Los abrí con cautela, molestándome esa claridad en cada parpadeo.

Mi hermano estaba sentado a mi lado, la cara con la sonrisa inalterable había desaparecido por completo, solo se veía sufrimiento en ella, y preguntas. Scott me miraba con discreción desde los pies de la cama, apoyado con los brazos estirados en la barandilla metálica.

- Bienvenida al mundo “Bloody Mary”. – Me solto Scott, desvelando una gran sonrisa, que inspiraba alivio a sus ojos.

- ¿Qué hora es? – Era lo único que me preocupaba en ese momento, saber qué hora era, los chicos ya deberían de estar de vuelta en casa. Padres estrictos.

- Temprano, solo te has echado una larga siesta. – El tono de voz de Josh no era el de siempre, se veía disgustado por algo.

- Sigo sin saber qué hora és. – Salir del hospital y llevarlos a casa, era en lo único que pensaba.

- Las ocho pasadas. Descansa, te hace falta. No sabes bien que pinta tienes, pareces salida de la niña del exorcista. – Vaya, por fin Josh deja ver una sonrisa y un poco de su sutil humor.

- ¿Sabías que tu queridísima amiga, la ardilla fugitiva, debía de tener la gripe? Porque te la ha contagiado. – Dijo Scott. En un intento de

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seguir manteniendo un cálido ambiente. Y una corta oleada de risas invadió la pequeña habitación del hospital.

La calma y el alivio nos envolvieron. Esperamos varios minutos hasta que llegó el doctor, solo quería salir de aquel lugar, los hospitales no eran compatibles conmigo. -”Alergia“ es la mejor palabra para describir ese antagonismo. - Scott y Josh se pusieron a hablar de… sus cosas, por llamarlo de alguna manera, videojuegos y películas. Yo me hundí en mi mente. Mire la habitación tan blanca, los mesados de acero, las estanterías llenas de cajas con vendajes, gasas, suero, jeringuillas… - ¡Uff! Solo de ver todo eso, parece que me estoy mareando. - Volví la mirada hacia los chicos que seguían sumergidos en su conversación, mientras esperaba a que se me pasara el vahído.

El doctor llego justo a tiempo, - el mareo se me pasó justo a tiempo – invitó a salir a los chicos para poder examinarme de nuevo y comprobar que todo iba bien. Me dió el alta sin ponerme muchos problemas, me cargó de medicamentos para la gripe y no me dejó marchar hasta que mi madre llegara, para evitar que yo cogiese el coche, según él aún no estaba en condiciones para conducir. Cuando Helen llegó me llenó de preguntas, a las que Josh respondió amablemente evitando que me atosigara con su preocupación. Y nos dirigimos a mi piso.

De camino me quedé mirando fijamente, sin

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pestañear, a través del cristal delantero del coche, con la vista perdida dentro de mis pensamientos.

No recordaba nada de mi estado de inconsciencia, solo un pequeño atisbo de un extraño sueño. No era un recuerdo tangible ni exacto, ni siquiera lo recordaba continuo, sino que a saltos, faltándome imágenes para enlazarlo todo.

El pinar donde habíamos estado esta tarde, más sombrío, como en un atardecer de tormenta. La ardilla – esa ardilla griposa – estirada ante mí, sus ojos verde y brillantes como el neón, me miraban con furia. Inclinó su cabeza hacia delante con suavidad y la volvió a su sitio, como si estuviese haciendo una reverencia.

Luego todo se oscureció.

Lo siguiente que vi, no lo reconocí.

Era una noche muy clara a pesar de la

ausencia de la luna, se podían apreciar todas las estrellas del firmamento. Estaba sentada fuera, en la parte delantera de mi coche, rodeada de grandes árboles que no distinguía claramente, al lado de un acantilado, sentía el batir de las olas en las rocas como si realmente me encontrase

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allí , la brisa rozando mis brazos desnudos. Un coche negro se descubría al lado del mío. Un hombre bajo del interior, era muy joven, veintipocos como mucho, si es que alcanzaba los veinte. Su pelo brillaba a la luz de la noche, causando un efecto espectacular como abriéndole paso a un arcoíris, indescriptible, en un tono rubio brillante casi albino, sus ojos tampoco me pasaron inadvertidos, de un azul profundo e intenso, cegadores, era extraño mirarle. La calma invadía mi cuerpo, pero al mismo tiempo en mi fuero interno algo gritaba - ¡Huye! -.

Todo volvió a quedarse en negro, dejando

paso a otra imagen que tampoco conocía.

Un gran caserón se ensalzaba ante mí,

desde donde yo estaba podía contemplar una torre de cuatro pisos, el resto del edificio no consegui verlo. Sus paredes de piedra gris claro le daban un aspecto duro, resistente y al mismo tiempo distinguido, sus ventanas de un pálido color cobrizo, degastado seguramente con el paso de los años. El sol brillaba con intensidad encima de este emblemático lugar.

La oscuridad volvió.

Luego apareció algo que sí reconocí al

momento, bueno, más que algo era a alguien. En

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medio de una distorsionada calle se hallaba Freddy, un antiguo compañero de instituto al que hacía mucho tiempo que no veía, años para ser exactos. Estaba inmóvil. Me acerqué a él y pude observar que bajaba por su mejilla una lágrima, quise alzar la mano para limpiársela y preguntarle que le pasaba. No me salían las palabras y cuando llegué a tocarle se disgregó como la arena de un reloj.

Sombra.

Un bosque, una mujer agazapada, enfurecida. Sus ojos del color del café, aunque mucho más brillantes, miraba de un lado para otro sin cesar. ¿Querría atacarme o es que intentaba huir? Pegó un salto en mi dirección, su larga y apagada melena negra como el carbón se elevó con ella, cayendo con sutileza segundo ella descendía.

No llegué a ver qué pasaba, pues el sueño

cambió de nuevo.

Esta vez no era Freddy a quien tenía delante, si no a su hermano Michael, con ropas araposas. Temblaba de frío, aunque el sudor recorría su frente y su torso semidesnudo. Estaba sentado en una roca. Una estrecha cascada lucía