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Llamadas telefónicas

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Roberto Bolaño

Llamadas telefónicas

EDITORIAL ANAGRAMABARCELONA

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Diseño de la colección: Julio Vivas y Estudio AIlustración: «Sally Robertson», foto © Ann Rhoney

Primera edición en «Narrativas hispánicas»: noviembre 1997Primera edición en «Compactos»: abril 2002Segunda edición en «Compactos»: diciembre 2003Tercera edición en «Compactos»: octubre 2004Cuarta edición en «Compactos»: octubre 2005Quinta edición en «Compactos»: septiembre 2006Sexta edición en «Compactos»: septiembre 2007Séptima edición en «Compactos»: julio 2008Octava edición en «Compactos»: abril 2009Novena edición en «Compactos»: marzo 2010Décima edición en «Compactos»: octubre 2011Undécima edición en «Compactos»: diciembre 2012Duodécima edición en «Compactos»: octubre 2013Decimotercera edición en «Compactos»: enero 2014Primera edición en «Compactos» impresa en Argentina: junio 2013Segunda edición en «Compactos» impresa en Argentina: septiembre 2014

© Roberto Bolaño, 1997

© EDITORIAL ANAGRAMA, S. A., 1997Pedró de la Creu, 5808034 Barcelona

ISBN: 978-84-339-6713-8Depósito Legal: B. 35771-2011 La presente edición ha sido realizada por convenio con Riverside Agency, S.A.C. Impreso en Argentina Artes Gráficas Rioplatense S.A. - Ciudad de Buenos Aires

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Para Carolina López

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¿Quién puede comprender mi terror mejor que usted?

CHÉJOV

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SENSINI

La forma en que se desarrolló mi amistad con Sensinisin duda se sale de lo corriente. En aquella época yo teníaveintitantos años y era más pobre que una rata. Vivía en lasafueras de Girona, en una casa en ruinas que me habían de-jado mi hermana y mi cuñado tras marcharse a México yacababa de perder un trabajo de vigilante nocturno en uncámping de Barcelona, el cual había acentuado mi disposi-ción a no dormir durante las noches. Casi no tenía amigos ylo único que hacía era escribir y dar largos paseos que co-menzaban a las siete de la tarde, tras despertar, momentoen el cual mi cuerpo experimentaba algo semejante al jet-lag, una sensación de estar y no estar, de distancia con res-pecto a lo que me rodeaba, de indefinida fragilidad. Vivíacon lo que había ahorrado durante el verano y aunque ape-nas gastaba mis ahorros iban menguando al paso del otoño.Tal vez eso fue lo que me impulsó a participar en el Concur-so Nacional de Literatura de Alcoy, abierto a escritores delengua castellana, cualquiera que fuera su nacionalidad ylugar de residencia. El premio estaba divido en tres modali-dades: poesía, cuento y ensayo. Primero pensé en presentar-me en poesía, pero enviar a luchar con los leones (o con lashienas) aquello que era lo que mejor hacía me pareció inde-coroso. Después pensé en presentarme en ensayo, perocuando me enviaron las bases descubrí que éste debía ver-

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sar sobre Alcoy, sus alrededores, su historia, sus hombresilustres, su proyección en el futuro y eso me excedía. Decidí,pues, presentarme en cuento y envié por triplicado el mejorque tenía (no tenía muchos) y me senté a esperar.

Cuando el premio se falló trabajaba de vendedor ambu-lante en una feria de artesanía en donde absolutamente na-die vendía artesanías. Obtuve el tercer accésit y diez mil pe-setas que el Ayuntamiento de Alcoy me pagó religiosamente.Poco después me llegó el libro, en el que no escaseaban laserratas, con el ganador y los seis finalistas. Por supuesto, micuento era mejor que el que se había llevado el premio gor-do, lo que me llevó a maldecir al jurado y a decirme que, enfin, eso siempre pasa. Pero lo que realmente me sorprendiófue encontrar en el mismo libro a Luis Antonio Sensini, elescritor argentino, segundo accésit, con un cuento en dondeel narrador se iba al campo y allí se le moría su hijo o conun cuento en donde el narrador se iba al campo porque enla ciudad se le había muerto su hijo, no quedaba nada claro,lo cierto es que en el campo, un campo plano y más bienyermo, el hijo del narrador se seguía muriendo, en fin, elcuento era claustrofóbico, muy al estilo de Sensini, de losgrandes espacios geográficos de Sensini que de pronto seachicaban hasta tener el tamaño de un ataúd, y superior alganador y al primer accésit y también superior al tercer ac-césit y al cuarto, quinto y sexto.

No sé qué fue lo que me impulsó a pedirle al Ayunta-miento de Alcoy la dirección de Sensini. Yo había leído unanovela suya y algunos de sus cuentos en revistas latinoame-ricanas. La novela era de las que hacen lectores. Se llamabaUgarte y trataba sobre algunos momentos de la vida de Juande Ugarte, burócrata en el Virreinato del Río de la Plata a fi-nales del siglo XVIII. Algunos críticos, sobre todo españoles,la habían despachado diciendo que se trataba de una espe-cie de Kafka colonial, pero poco a poco la novela fue ha-ciendo sus propios lectores y para cuando me encontré aSensini en el libro de cuentos de Alcoy, Ugarte tenía reparti-

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dos en varios rincones de América y España unos pocos yfervorosos lectores, casi todos amigos o enemigos gratuitosentre sí. Sensini, por descontado, tenía otros libros, publica-dos en Argentina o en editoriales españolas desaparecidas, ypertenecía a esa generación intermedia de escritores naci-dos en los años veinte, después de Cortázar, Bioy, Sabato,Mujica Lainez, y cuyo exponente más conocido (al menospor entonces, al menos para mí) era Haroldo Conti, desapa-recido en uno de los campos especiales de la dictadura deVidela y sus secuaces. De esta generación (aunque tal vez lapalabra generación sea excesiva) quedaba poco, pero no porfalta de brillantez o talento; seguidores de Roberto Arlt, pe-riodistas y profesores y traductores, de alguna manera anun-ciaron lo que vendría a continuación, y lo anunciaron a sumanera triste y escéptica que al final se los fue tragando atodos.

A mí me gustaban. En una época lejana de mi vida habíaleído las obras de teatro de Abelardo Castillo, los cuentos deRodolfo Walsh (como Conti asesinado por la dictadura), loscuentos de Daniel Moyano, lecturas parciales y fragmenta-das que ofrecían las revistas argentinas o mexicanas o cuba-nas, libros encontrados en las librerías de viejo del D.F., an-tologías piratas de la literatura bonaerense, probablementela mejor en lengua española de este siglo, literatura de laque ellos formaban parte y que no era ciertamente la deBorges o Cortázar y a la que no tardarían en dejar atrás Ma-nuel Puig y Osvaldo Soriano, pero que ofrecía al lector tex-tos compactos, inteligentes, que propiciaban la complicidady la alegría. Mi favorito, de más está decirlo, era Sensini, yel hecho de alguna manera sangrante y de alguna manerahalagador de encontrármelo en un concurso literario deprovincias me impulsó a intentar establecer contacto con él,saludarlo, decirle cuánto lo quería.

Así pues, el Ayuntamiento de Alcoy no tardó en enviarmesu dirección, vivía en Madrid, y una noche, después de ce-nar o comer o merendar, le escribí una larga carta en donde

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hablaba de Ugarte, de los otros cuentos suyos que había leí-do en revistas, de mí, de mi casa en las afueras de Girona,del concurso literario (me reía del ganador), de la situaciónpolítica chilena y argentina (todavía estaban bien estableci-das ambas dictaduras), de los cuentos de Walsh (que era elotro a quien más quería junto con Sensini), de la vida enEspaña y de la vida en general. Contra lo que esperaba, reci-bí una carta suya apenas una semana después. Comenzabadándome las gracias por la mía, decía que en efecto el Ayun-tamiento de Alcoy también le había enviado a él el libro conlos cuentos galardonados pero que, al contrario que yo, élno había encontrado tiempo (aunque después, cuando vol-vía de forma sesgada sobre el mismo tema, decía que no ha-bía encontrado ánimo suficiente) para repasar el relato ga-nador y los accésits, aunque en estos días se había leído elmío y lo había encontrado de calidad, «un cuento de primerorden», decía, conservo la carta, y al mismo tiempo me ins-taba a perseverar, pero no, como al principio entendí, a per-severar en la escritura sino a perseverar en los concursos,algo que él, me aseguraba, también haría. Acto seguido pa-saba a preguntarme por los certámenes literarios que se«avizoraban en el horizonte», encomiándome que apenassupiera de uno se lo hiciera saber en el acto. En contraparti-da me adjuntaba las señas de dos concursos de relatos, unoen Plasencia y el otro en Écija, de 25.000 y 30.000 pesetasrespectivamente, cuyas bases según pude comprobar mástarde extraía de periódicos y revistas madrileñas cuya solaexistencia era un crimen o un milagro, depende. Ambosconcursos aún estaban a mi alcance y Sensini terminaba sucarta de manera más bien entusiasta, como si ambos estu-viéramos en la línea de salida de una carrera interminable,amén de dura y sin sentido. «Valor y a trabajar», decía.

Recuerdo que pensé: qué extraña carta, recuerdo que re-leí algunas capítulos de Ugarte, por esos días aparecieron enla plaza de los cines de Girona los vendedores ambulantesde libros, gente que montaba sus tenderetes alrededor de la

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plaza y que ofrecía mayormente stocks invendibles, los sal-dos de las editoriales que no hacía mucho habían quebrado,libros de la Segunda Guerra Mundial, novelas de amor y devaqueros, colecciones de postales. En uno de los tenderetesencontré un libro de cuentos de Sensini y lo compré. Estabacomo nuevo –de hecho era un libro nuevo, de aquellos quelas editoriales venden rebajados a los únicos que mueveneste material, los ambulantes, cuando ya ninguna librería,ningún distribuidor quiere meter las manos en ese fuego– yaquella semana fue una semana Sensini en todos los senti-dos. A veces releía por centésima vez su carta, otras veceshojeaba Ugarte, y cuando quería acción, novedad, leía suscuentos. Éstos, aunque trataban sobre una gama variada detemas y situaciones, generalmente se desarrollaban en elcampo, en la pampa, y eran lo que al menos antiguamentese llamaban historias de hombres a caballo. Es decir histo-rias de gente armada, desafortunada, solitaria o con un pe-culiar sentido de la sociabilidad. Todo lo que en Ugarte erafrialdad, un pulso preciso de neurocirujano, en el libro decuentos era calidez, paisajes que se alejaban del lector muylentamente (y que a veces se alejaban con el lector), perso-najes valientes y a la deriva.

En el concurso de Plasencia no alcancé a participar, peroen el de Écija sí. Apenas hube puesto los ejemplares de micuento (seudónimo: Aloysius Acker) en el correo, compren-dí que si me quedaba esperando el resultado las cosas nopodían sino empeorar. Así que decidí buscar otros concur-sos y de paso cumplir con el pedido de Sensini. Los días si-guientes, cuando bajaba a Girona, los dediqué a trajinar pe-riódicos atrasados en busca de información: en algunosocupaban una columna junto a ecos de sociedad, en otrosaparecían entre sucesos y deportes, el más serio de todos lossituaba a mitad de camino del informe del tiempo y las no-tas necrológicas, ninguno, claro, en las páginas culturales.Descubrí, asimismo, una revista de la Generalitat que entrebecas, intercambios, avisos de trabajo, cursos de posgrado,

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insertaba anuncios de concursos literarios, la mayoría deámbito catalán y en lengua catalana, pero no todos. Prontotuve tres concursos en ciernes en los que Sensini y yo podía-mos participar y le escribí una carta.

Como siempre, la respuesta me llegó a vuelta de correo.La carta de Sensini era breve. Contestaba algunas de mispreguntas, la mayoría de ellas relativas a su libro de cuentosrecién comprado, y adjuntaba a su vez las fotocopias de lasbases de otros tres concursos de cuento, uno de ellos auspi-ciado por los Ferrocarriles del Estado, premio gordo y diezfinalistas a 50.000 pesetas por barba, decía textualmente, elque no se presenta no gana, que por la intención no quede.Le contesté diciéndole que no tenía tantos cuentos comopara cubrir los seis concursos en marcha, pero sobre todointenté tocar otros temas, la carta se me fue de la mano, lehablé de viajes, amores perdidos, Walsh, Conti, FranciscoUrondo, le pregunté por Gelman al que sin duda conocía,terminé contándole mi historia por capítulos, siempre quehablo con argentinos termino enzarzándome con el tango yel laberinto, les sucede a muchos chilenos.

La respuesta de Sensini fue puntual y extensa, al menosen lo tocante a la producción y los concursos. En un folioescrito a un solo espacio y por ambas caras exponía unasuerte de estrategia general con respecto a los premios lite-rarios de provincias. Le hablo por experiencia, decía. La car-ta comenzaba por santificarlos (nunca supe si en serio o enbroma), fuente de ingresos que ayudaban al diario sustento.Al referirse a las entidades patrocinadoras, ayuntamientos ycajas de ahorro, decía «esa buena gente que cree en la lite-ratura», o «esos lectores puros y un poco forzados». No sehacía en cambio ninguna ilusión con respecto a la informa-ción de la «buena gente», los lectores que previsiblemente(o no tan previsiblemente) consumirían aquellos libros invi-sibles. Insistía en que participara en el mayor número posi-ble de premios, aunque sugería que como medida de pre-caución les cambiara el título a los cuentos si con uno solo,

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por ejemplo, acudía a tres concursos cuyos fallos coincidíanpor las mismas fechas. Exponía como ejemplo de esto su re-lato Al amanecer, relato que yo no conocía, y que él habíaenviado a varios certámenes literarios casi de manera expe-rimental, como el conejillo de Indias destinado a probar losefectos de una vacuna desconocida. En el primer concurso,el mejor pagado, Al amanecer fue como Al amanecer, en elsegundo concurso se presentó como Los gauchos, en el ter-cer concurso su título era En la otra pampa, y en el últimose llamaba Sin remordimientos. Ganó en el segundo y en elúltimo, y con la plata obtenida en ambos premios pudo pa-gar un mes y medio de alquiler, en Madrid los precios esta-ban por las nubes. Por supuesto, nadie se enteró de que Losgauchos y Sin remordimientos eran el mismo cuento con eltítulo cambiado, aunque siempre existía el riesgo de coin -cidir en más de una liza con un mismo jurado, oficio singu-lar que en España ejercían de forma contumaz una pléyadede escritores y poetas menores o autores laureados en ante-riores fiestas. El mundo de la literatura es terrible, ademásde ridículo, decía. Y añadía que ni siquiera el repetido en-cuentro con un mismo jurado constituía de hecho un peli-gro, pues éstos generalmente no leían las obras presentadaso las leían por encima o las leían a medias. Y a mayor abun-damiento, decía, quién sabe si Los gauchos y Sin remor -dimientos no sean dos relatos distintos cuya singularidadresida precisamente en el título. Parecidos, incluso muy pa-recidos, pero distintos. La carta concluía enfatizando que loideal sería hacer otra cosa, por ejemplo vivir y escribir enBuenos Aires, sobre el particular pocas dudas tenía, peroque la realidad era la realidad, y uno tenía que ganarse losporotos (no sé si en Argentina llaman porotos a las judías,en Chile sí) y que por ahora la salida era ésa. Es como pa -sear por la geografía española, decía. Voy a cumplir sesentaaños, pero me siento como si tuviera veinticinco, afirmabaal final de la carta o tal vez en la posdata. Al principio mepareció una declaración muy triste, pero cuando la leí por

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segunda o tercera vez comprendí que era como si me dijera:¿cuántos años tenés vos, pibe? Mi respuesta, lo recuerdo,fue inmediata. Le dije que tenía veintiocho, tres más que él.Aquella mañana fue como si recuperara si no la felicidad, síla energía, una energía que se parecía mucho al humor, unhumor que se parecía mucho a la memoria.

No me dediqué, como me sugería Sensini, a los concur-sos de cuentos, aunque sí participé en los últimos que entreél y yo habíamos descubierto. No gané en ninguno, Sensinivolvió a hacer doblete en Don Benito y en Écija, con un re-lato que originalmente se titulaba Los sables y que en Écijase llamó Dos espadas y en Don Benito El tajo más profundo.Y ganó un accésit en el premio de los ferrocarriles, lo que leproporcionó no sólo dinero sino también un billete francopara viajar durante un año por la red de la Renfe.

Con el tiempo fui sabiendo más cosas de él. Vivía en unpiso de Madrid con su mujer y su única hija, de diecisieteaños, llamada Miranda. Otro hijo, de su primer matrimo-nio, andaba perdido por Latinoamérica o eso quería creer.Se llamaba Gregorio, tenía treintaicinco años, era periodis-ta. A veces Sensini me contaba de sus diligencias en orga-nismos humanitarios o vinculados a los departamentos dederechos humanos de la Unión Europea para averiguar elparadero de Gregorio. En esas ocasiones las cartas solíanser pesadas, monótonas, como si mediante la descripcióndel laberinto burocrático Sensini exorcizara a sus propiosfantasmas. Dejé de vivir con Gregorio, me dijo en una oca-sión, cuando el pibe tenía cinco años. No añadía nada más,pero yo vi a Gregorio de cinco años y vi a Sensini escribien-do en la redacción de un periódico y todo era irremediable.También me pregunté por el nombre y no sé por qué lleguéa la conclusión de que había sido una suerte de homenajeinconsciente a Gregorio Samsa. Esto último, por supuesto,nunca se lo dije. Cuando hablaba de Miranda, por el contra-rio, Sensini se ponía alegre, Miranda era joven, tenía ganasde comerse el mundo, una curiosidad insaciable, y además,

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decía, era linda y buena. Se parece a Gregorio, decía, sóloque Miranda es mujer (obviamente) y no tuvo que pasar porlo que pasó mi hijo mayor.

Poco a poco las cartas de Sensini se fueron haciendomás largas. Vivía en un barrio desangelado de Madrid, enun piso de dos habitaciones más sala comedor, cocina ybaño. Saber que yo disponía de más espacio que él me pare-ció sorprendente y después injusto. Sensini escribía en elcomedor, de noche, «cuando la señora y la nena ya estándormidas», y abusaba del tabaco. Sus ingresos provenían deunos vagos trabajos editoriales (creo que corregía traduc-ciones) y de los cuentos que salían a pelear a provincias. Devez en cuando le llegaba algún cheque por alguno de susnumerosos libros publicados, pero la mayoría de las edito-riales se hacían las olvidadizas o habían quebrado. El únicoque seguía produciendo dinero era Ugarte, cuyos derechostenía una editorial de Barcelona. Vivía, no tardé en com-prenderlo, en la pobreza, no una pobreza absoluta sino unade clase media baja, de clase media desafortunada y decen-te. Su mujer (que ostentaba el curioso nombre de CarmelaZajdman) trabajaba ocasionalmente en labores editoriales ydando clases particulares de inglés, francés y hebreo, aun-que en más de una ocasión se había visto abocada a realizarfaenas de limpieza. La hija sólo se dedicaba a los estudios ysu ingreso en la universidad era inminente. En una de miscartas le pregunté a Sensini si Miranda también se iba a de-dicar a la literatura. En su respuesta decía: no, por Dios, lanena estudiará medicina.

Una noche le escribí pidiéndole una foto de su familia.Sólo después de dejar la carta en el correo me di cuenta deque lo que quería era conocer a Miranda. Una semana des-pués me llegó una fotografía tomada seguramente en el Re-tiro en donde se veía a un viejo y a una mujer de medianaedad junto a una adolescente de pelo liso, delgada y alta,con los pechos muy grandes. El viejo sonreía feliz, la mujerde mediana edad miraba el rostro de su hija, como si le dije-

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ra algo, y Miranda contemplaba al fotógrafo con una serie-dad que me resultó conmovedora e inquietante. Junto a lafoto me envió la fotocopia de otra foto. En ésta aparecía untipo más o menos de mi edad, de rasgos acentuados, los la-bios muy delgados, los pómulos pronunciados, la frente am-plia, sin duda un tipo alto y fuerte que miraba a la cámara(era una foto de estudio) con seguridad y acaso con algo deimpaciencia. Era Gregorio Sensini, antes de desaparecer, alos veintidós años, es decir bastante más joven de lo que yoera entonces, pero con un aire de madurez que lo hacía pa-recer mayor.

Durante mucho tiempo la foto y la fotocopia estuvieronen mi mesa de trabajo. A veces me pasaba mucho rato con-templándolas, otras veces me las llevaba al dormitorio y lasmiraba hasta caerme dormido. En su carta Sensini me ha-bía pedido que yo también les enviara una foto mía. No te-nía ninguna reciente y decidí hacerme una en el fotomatónde la estación, en esos años el único fotomatón de toda Gi-rona. Pero las fotos que me hice no me gustaron. Me encon-traba feo, flaco, con el pelo mal cortado. Así que cada díaiba postergando el envío de mi foto y cada día iba gastandomás dinero en el fotomatón. Finalmente cogí una al azar, lametí en un sobre junto con una postal y se la envié. La res-puesta tardó en llegar. En el ínterin recuerdo que escribí unpoema muy largo, muy malo, lleno de voces y de rostrosque parecían distintos pero que sólo eran uno, el rostro deMiranda Sensini, y que cuando yo por fin podía reconocer-lo, nombrarlo, decirle Miranda, soy yo, el amigo epistolarde tu padre, ella se daba media vuelta y echaba a correr enbusca de su hermano, Gregorio Samsa, en busca de los ojosde Gregorio Samsa que brillaban al fondo de un corredor entinieblas donde se movían imperceptiblemente los bultososcuros del terror latinoamericano.

La respuesta fue larga y cordial. Decía que Carmela y élme encontraron muy simpático, tal como me imaginaban,un poco flaco, tal vez, pero con buena pinta y que también

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les había gustado la postal de la catedral de Girona que espe-raban ver personalmente dentro de poco, apenas se hallaranmás desahogados de algunas contingencias económicas ydomésticas. En la carta se daba por entendido que no sólopasarían a verme sino que se alojarían en mi casa. De pasome ofrecían la suya para cuando yo quisiera ir a Madrid. Lacasa es pobre, pero tampoco es limpia, decía Sensini imitan-do a un famoso gaucho de tira cómica que fue muy famosoen el Cono Sur a principios de los setenta. De sus tareas lite-rarias no decía nada. Tampoco hablaba de los concursos.

Al principio pensé en mandarle a Miranda mi poema,pero después de muchas dudas y vacilaciones decidí no ha-cerlo. Me estoy volviendo loco, pensé, si le mando esto a Mi-randa se acabaron las cartas de Sensini y además con todala razón del mundo. Así que no se lo mandé. Durante untiempo me dediqué a rastrearle bases de concursos. En unacarta Sensini me decía que temía que la cuerda se le estu-viera acabando. Interpreté sus palabras erróneamente, en elsentido de que ya no tenía suficientes certámenes literariosadonde enviar sus relatos.

Insistí en que viajaran a Girona. Les dije que Carmela yél tenían mi casa a su disposición, incluso durante unosdías me obligué a limpiar, barrer, fregar y sacarle el polvo alas habitaciones en la seguridad (totalmente infundada) deque ellos y Miranda estaban al caer. Argüí que con el billeteabierto de la Renfe en realidad sólo tendrían que comprardos pasajes, uno para Carmela y otro para Miranda, y queCataluña tenía cosas maravillosas que ofrecer al viajero.Hablé de Barcelona, de Olot, de la Costa Brava, de los díasfelices que sin duda pasaríamos juntos. En una larga cartade respuesta, en donde me daba las gracias por mi invita-ción, Sensini me informaba que por ahora no podían mo-verse de Madrid. La carta, por primera vez, era confusa,aunque a eso de la mitad se ponía a hablar de los premios(creo que se había ganado otro) y me daba ánimos para nodesfallecer y seguir participando. En esta parte de la carta

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hablaba también del oficio de escritor, de la profesión, y yotuve la impresión de que las palabras que vertía eran enparte para mí y en parte un recordatorio que se hacía a símismo. El resto, como ya digo, era confuso. Al terminar deleer tuve la impresión de que alguien de su familia no esta-ba bien de salud.

Dos o tres meses después me llegó la noticia de que pro-bablemente habían encontrado el cadáver de Gregorio enun cementerio clandestino. En su carta Sensini era parco enexpresiones de dolor, sólo me decía que tal día, a tal hora,un grupo de forenses, miembros de organizaciones de dere-chos humanos, una fosa común con más de cincuenta cadá-veres de jóvenes, etc. Por primera vez no tuve ganas de es-cribirle. Me hubiera gustado llamarlo por teléfono, perocreo que nunca tuvo teléfono y si lo tuvo yo ignoraba su nú-mero. Mi contestación fue escueta. Le dije que lo sentía,aventuré la posibilidad de que tal vez el cadáver de Gregoriono fuera el cadáver de Gregorio.

Luego llegó el verano y me puse a trabajar en un hotel dela costa. En Madrid ese verano fue pródigo en conferencias,cursos, actividades culturales de toda índole, pero en ningu-na de ellas participó Sensini y si participó en alguna el pe-riódico que yo leía no lo reseñó.

A finales de agosto le envié una tarjeta. Le decía que po-siblemente cuando acabara la temporada fuera a hacerleuna visita. Nada más. Cuando volví a Girona, a mediados deseptiembre, entre la poca correspondencia acumulada bajola puerta encontré una carta de Sensini con fecha 7 de agos-to. Era una carta de despedida. Decía que volvía a la Argen-tina, que con la democracia ya nadie le iba a hacer nada yque por tanto era ocioso permanecer más tiempo fuera.Además, si quería saber a ciencia cierta el destino final deGregorio no había más remedio que volver. Carmela, porsupuesto, regresa conmigo, anunciaba, pero Miranda sequeda. Le escribí de inmediato, a la única dirección que te-nía, pero no recibí respuesta.

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