Yvonne Do Amaral Pereira. Memorias de Un Suicida (1.1 Ozzeman)

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El escritor Camilo Castelo Branco fue uno de los exponentes del Romanticismo en Portugal. Casi ciego, oprimido por sus adversarios intelectuales, se suicid en 18 90. El propio Castelo Branco narra lo sucedido a continuacin de su muerte en este libro que se ha transformado en una obra clsica de la literatura medimnica. Memor ias de un Suicida revela noticias impactantes sobre el sufrimiento de los suicid as, el ambiente espiritual en que se encuentran y el socorro que les dispensan l os buenos Espritus. La ltima parte del libro describe la vida en una ciudad universitaria, donde los Espritus realizan estudios relacionados con el Evangelio y el conocimiento de s mi smos, al mismo tiempo que se ejercitan en la prctica de la caridad, con la perspe ctiva de sus futuras reencarnaciones.Yvonne do Amaral PereiraMemorias de un suicida Por el espritu Camilo Cndido BotelhoePUB v1.1 Ozzeman 20.06.12 Federao Esprita Brasileira; 2 edition (January 1, 2008) ISBN: 978-857-328372-3PREFACIO A LA EDICIN ESPAOLA He acometido, con gran placer, el trabajo de traducir al castellano, por encargo de la Federacin Espirita Espaola, esta obra maravillosa, debida a la mediumnidad de Yvonne Amaral Pereira y a los espritus de "Camilo Candido Botelho" y de Len Den is, que efectu la revisin de la misma. Desde el Ms All, con una pluma digna de su brillantez literaria, el autor espiritu al principal, bajo el pseudnimo citado antes, relata el cambio de plano efectuado por l mismo, mediante el suicidio, algo tan comn entonces, a finales del siglo XI X como en nuestros tiempos. Su narracin puede valer a cualquiera, pero en especial a aquel que, imaginando el vaco y la nada despus de la muerte fsica, intenta esca par a travs de la destruccin de su cuerpo, a las dolorosas pruebas que todos venim os a intentar superar en nuestra vida en este planeta de expiacin: nuestra amada y querida Tierra. La mdium permite en su Introduccin, al hacerlo ella misma, que realicemos una pequ ea resea biogrfica para el pblico hispanohablante del autor espiritual con su person alidad real en la anterior existencia: Camilo Ferreira Botelho Castelo Branco es uno de los autores ms representativos d e la literatura portuguesa de todos los tiempos y uno de los ms ledos.Nacido de una relacin extramatrimonial en Lisboa el 16 de marzo de 1825, muy pron to se qued hurfano de padre y madre. Su educacin corri entonces a cargo de parientes ms o menos prximos. En la adolescencia se form leyendo a los clsicos portugueses y latinos. A los diecisis aos se cas con Joaquina Pereira a quien pronto olvid y de qu ien tuvo una hija que muri a los cinco aos. Empez a estudiar Medicina pero no acab l a carrera. Cuando todava no haba enviudado de Joaquina Pereira, en Vila Real rapt a una joven hurfana de quien tuvo otra hija y a la que tambin abandon. A lo largo de su vida se sucedieron los amores tumultuosos (con Patricia Emilia e Isabel Cndid a, entre muchas otras mujeres). En 1848 inici su carrera literaria establecido en la ciudad de Oporto, donde frec uentaba la tertulia del caf Guichard junto con algunas promesas de la generacin ro mntica. En esta poca, mientras haca vida bohemia, escribi sus stiras anticabralistas y sus primeras novelas publicadas en forma de folletn en los peridicos "Eco popula r" y en "Nacional". Su vida personal sigui por el mismo camino de escndalos, perip ecias e intrigas hasta que se enamor locamente de Ana Plcido. Sucumbi a una crisis mstica cuando ella decidi casarse con Pinheiro Alves, un brasileo que ms tarde le se rvira de inspiracin en algunas novelas, y por esta razn permaneci dos aos en el semin ario de Oporto (desde 1850 a 1852). Ya famoso en el panorama literario portugus, volvi a protagonizar un escndalo cuando Ana Plcido abandon a su marido para vivir co n l en Lisboa. A partir de ese momento, la vida y la obra de Camilo maduran por las penalidades : persecuciones, graves problemas econmicos y la prisin despus de ser los dos juzga dos por adulterio. Camilo entr en prisin el 1 de octubre de 1860 y sali el 16 de oc tubre de 1861. Una vez absueltos, Camilo y Ana viven juntos y ella ser fuente de inspiracin de algunas de sus novelas (se llamar Enriqueta en Poesa o dinero, Raquel en Aos de prosa, Adriana en El buen Jess del Monte o Leonor en Un hombre rico). C amilo tendr que escribir a un ritmo trepidante debido a graves problemas econmicos que no acaban. En 1862 se va a vivir a Lisboa. En 1864 se traslada a la casa de S. Miguel de Ceide del que fuera marido de Ana, que ya ha muerto. Aqu escribir lo mejor de su obra, aunque desgraciadamente, no encontrar tampoco la tranquilidad ni la paz. En 1868 su hijo Jorge enferma y ya no se recuperar nunca de sus graves problemas mentales. En 1878 sufre un accidente en un tren y como consecuencia de eso, le quedarn secu elas en la vista. Otros disgustos como la muerte de una nieta de tres aos o la ir responsabilidad de su hijo mayor le llevan a la desesperacin. Camilo sigue escrib iendo, sus amigos intentan ayudarle y le preparan homenajes. En 1885 se le da el ttulo de Vizconde de Correia Botello. En 1888 se casa con Ana Plcido. Se le recon oce pblicamente como escritor y en 1889 se le da una pensin anual de 1.000$000 ris, pero nada le da sosiego ni encuentra la estabilidad. El 1 de Junio de 1890, desesperado por la confirmacin de un oftalmlogo de que su p rogresiva ceguera no tiene cura, se pega un tiro en la sien derecha y muere a las pocas horas en su casa de Sao Miguel de Ceide. La muerte de Camilo Castelo Bra nco caus una consternacin general y la prensa, unnime al lamentar su muerte, public numerosos artculos donde se le ensalzaba como escritor. Nos debe quedar muy claro, sin ningn gnero de dudas, que debemos respetar siempre nuestra existencia aqu el tiempo que el Creador haya estimado como permanencia de nuestro espritu en el cuerpo fsico. Si atentamos, mediante el suicidio, en cualqu iera de sus formas, contra ello, estaremos rompiendo no slo su Ley, sino nuestra propia estabilidad, por as decirlo, fsico-espiritual, ya que nuestro periespritu se encontrar afectado en gran medida por este acto, deteriorado, herido o casi desi ntegrado, y la nica forma de poder recomponerle ser a travs de una reencarnacin, don de, con total seguridad, encontraremos los mismos problemas que tenamos antes de cometer suicidio en la anterior, agravados por el mal estado en que se encontrar nuestro cuerpo astral, que indudablemente se reflejar en nuestras condiciones fsic as. No slo no ganamos nada con el suicidio, sino que perdemos mucho ms de lo que n unca podramos imaginar: el tiempo para nuestro propio progreso en la evolucin mora l, la nica necesaria como principal misin en esta vida terrenal. Agradezco a los buenos espritus su ayuda en este trabajo y a mi esposa, Maribel, su paciencia y buenas prcticas de fotocomposicin, que han permitido que esta tradu ccin pueda llegar al pblico hispanohablante.Alfredo Alonso Yuste Madrid, Abril de 2009INTRODUCCIN Debo estas pginas a la caridad de un eminente habitante del mundo espiritual, al cual me siento unida por un sentimiento de gratitud que presiento se extender ms a ll de la vida presente. Si no fuera por la amorosa solicitud de ese iluminado rep resentante de la doctrina de los espritus que prometi, en las pginas fulgurantes de los volmenes que dej en la Tierra sobre filosofa espirita, acudir a la llamada de t odo corazn sincera que recurriese a su auxilio con la intencin de progresar, una v ez que l haya pasado al plano invisible siempre que la condescendencia de los cie los le permitiesen se perderan apuntes que, desde el ao 1926, es decir, desde los da s de mi juventud y los albores de mi mediumnidad, que juntos florecieron en mi v ida, penosamente yo vena obteniendo de espritus de suicidas que voluntariamente ac udan a las reuniones del antiguo "Centro Espirita de Lavras", en la ciudad del mi smo nombre, en el extremo sur del Estado de Minas Gerais, y de cuya direccin form parte durante algn tiempo. Me refiero a Leon Denis, el gran apstol del Espiritismo , tan admirado por los adeptos de la magna filosofa, y a quien tengo los mejores motivos para atribuirle las intuiciones venidas para la compilacin y redaccin de l a presente obra. Durante cerca de veinte aos tuve la felicidad de sentir la atencin de tan noble en tidad del mundo espiritual piadosamente vuelta hacia m, inspirndome un da, aconsejnd ome otro, enjugndome las lgrimas en los momentos decisivos en que renuncias doloro sas se imponan como rescates indispensables para la elevacin de mi conciencia, hun dida todava en el oprobio de las consecuencias de un suicidio en la existencia pa sada.Y durante veinte aos conviv, por as decirlo, con ese hermano venerable cuyas leccio nes llenaron mi alma de consuelo y esperanza, cuyos consejos trate siempre de po ner en prctica, y que hoy como nunca, cuando la existencia ya declina hacia su oc aso, me habla ms tiernamente todava en el secreto del recinto humilde donde estas lneas son escritas. Entre los numerosos espritus de suicidas con quienes mantuve intercambio a travs d e las facultades mediumnidad que dispongo, uno se destac por la asiduidad y simpa ta con que siempre me honr, y, principalmente, por el nombre glorioso que dej en la literatura de la lengua portuguesa, pues se trataba de un novelista fecundo y c on talento, dueo de una cultura tan amplia que hasta hoy me pregunto la razn por l a que me haba distinguido con tanto afecto si yo, tan oscura, trayendo un bagaje intelectual reducidsimo, solamente posea para ofrecer a su sabidura, como instrumen to, mi corazn respetuoso y la firmeza en la aceptacin de la doctrina, ya que, por aquel tiempo, ni siquiera tena una cultura doctrinaria aceptable. Le llamaremos en estas pginas Camilo Candido Botello, aun contrariando sus propio s deseos de ser mencionado con su verdadera identidad. Ese noble espritu, a quien poderosas corrientes afectivas espirituales me unan, frecuentemente se haca visib le, satisfecho de sentirse bien querido y aceptado. Hasta el ao 1926, sin embargo , haba odo mencionar su nombre slo de vez en cuando. No conoca siquiera su bagaje li terario, abundante y erudito. No obstante, l me descubri en una mesa de sesin experimental, realizada en la hacie nda del coronel cristiano Jos de Souza, antiguo presidente del "Centro Espirita d e Lavras", donde me dio su primer mensaje. De ah en adelante, ya en sesiones norm almente organizadas o en reuniones ntimas llevadas a cabo en domicilios particula res, o en el silencio de mi aposento, a altas horas de la noche, me daba apuntes , noticias peridicas, escritas o verbales, ensayos literarios, verdaderos reporta jes relativos a casos de suicidio y sus tristes consecuencias ms all de la tumba, en una poca difcil para m. Sin embargo, mucho ms frecuentemente, me arrebataban, l y otros amigos y protectores espirituales, de la crcel corprea para, de esa manera cm oda y eficiente, ampliar dictados y experiencias. Entonces, mi espritu se elevaba a convivir en el mundo invisible y los mensajes ya no eran escritos sino narrad os, mostrados, exhibidos a mi facultad medimnica para que al despertar, yo encont rase mayor facilidad para comprender aquello que, por merced inestimable del cie lo, me pudiese auxiliar a describirlas, pues yo no era escritora para hacerlo po r m misma. Estas pginas, en verdad no fueron psicografiadas, pues yo vea y oa ntidamente las es cenas aqu descritas, vea a los personajes, los lugares, con claridad y certeza abs olutas, como si los visitase y en todo estuviese presente y no como si slo tuvies e noticias a travs de una simple narracin. Si describan un personaje o algn paisaje, la configuracin de lo expuesto se defina inmediatamente, a medida que la palabra fulgurante de Camilo, o la onda vibratoria de su pensamiento, la creaban. Fue as, de esa forma esencialmente potica, maravillosa, que obtuve la larga serie de ens ayos literarios proporcionados por los habitantes de lo invisible y hasta hoy ma ntenidos en el armario, y no psicogrficamente. Los espritus que me asistan slo usaba n la psicografa para los servicios de recetas y pequeos mensajes instructivos refe rentes al ambiente en que trabajbamos. Y puedo realmente decir que fue gracias a esa extraa convivencia con los espritus, cuando tuve las nicas horas de felicidad y alegra que disfrut en este mundo, como un blsamo para las pruebas que deba sufrir a nte la gran ley. Sin embargo, los mensajes y los apuntes hechos al despertar eran bastante vagos, no presentando ni el aspecto novelesco ni las conclusiones doctrinarias que, de spus, para ellos cre su compilador, al suavizarles para exponer verdades amargas, pero necesarias al momento que vivimos. El lector se preguntar por qu el mismo Cam ilo no lo hizo, pues tena capacidad para eso.Responder que hasta el momento lo ignoro tanto como cualquier otra persona. Jams p regunt a los espritus la razn de tal acontecimiento. Por otro lado, durante cerca d e cuatro aos me vi en la imposibilidad de mantener un intercambio normal con los espritus, por motivos ajenos a mi voluntad. Y cuando las barreras existentes caye ron, el autor de los mensajes slo acudi a mis reiteradas llamadas para notificarme su prximo retorno a la existencia planetaria. Me vi entonces en una situacin difci l para escribir, dndole un aspecto doctrinario y educativo a las revelaciones con cedidas a mi espritu durante el sueo magntico, las que yo saba que las nobles entida des asistentes deseaban que fuesen transmitidas a la colectividad, pues yo no er a una escritora, y no tena capacidad para intentar esa experiencia por m misma. Los relegu, por tanto, al olvido del cajn de un escritorio y or, suplicando ayuda e inspiracin. Or, sin embargo, durante ocho aos, diariamente, sintiendo en el corazn el ardor de una llama viva de intuicin susurrndome que aguardase el futuro, no des truyendo los antiguos manuscritos. Hasta que hace cerca de un ao, recib instruccio nes para proseguir, pues me sera concedida la necesaria asistencia. Poseo razones de peso para afirmar que la palabra de los espritus es como una esc ena viva y creadora, real, perfecta, siendo tambin una vibracin del pensamiento ca paz de mantener, por la accin de la voluntad, lo que desee. Durante cerca de trei nta aos he penetrado, de algn modo, en los misterios del mundo invisible, y es lo que all percib. Quiero destacar que, al despertar, el recuerdo solo me acompaaba cu ando los asistentes me autorizaban a recordar. La mayora de las veces en que me p ermitieron esos vuelos, apenas me qued la impresin de lo sucedido, la intima certe za de que conviviera por instantes con los espritus, pero no el recuerdo. Los ms insignificantes detalles se notarn cuando un Espritu iluminado o noble "habl e", como, por ejemplo una capa de polvo sobre un mueble; la brisa agitando una c ortina o un velo o un lazo de cinta en un vestido femenino; el titilar de las ll amas en el hogar y hasta el perfume, pues todo eso tuve la ocasin de observar en la palabra mgica de Camilo, de Vctor Hugo, de Charles y hasta del apstol del Espiri tismo en el Brasil, Bezerra de Menezes, a quien desde la cuna vener, enseada por m is padres. En cierta ocasin que Camilo describa una tarde de invierno riguroso en Portugal, a pesar de estar en una habitacin con chimenea, sent que me invada tal se nsacin de fro que tirit, buscando las llamas para calentarme, mientras, satisfecho con la experiencia, l se echaba a rer Adems, el fenmeno no era nuevo. Fue as como Juan el Evangelista obtuvo los dictados para el Apocalipsis y los antiguos profetas hebreos reciban las revelaciones con que instruan al pueblo.En el Apocalipsis, versculos 10, 11 y siguientes, del primer captulo, el eminente siervo del Seor evidencia el fenmeno al que aludimos, en pocas palabras: "fui arre batado en espritu el da del Seor y o tras de m una voz fuerte, como de trompeta, que deca: Lo que vieres, escrbelo en un libro y envalo a las siete iglesias:" etc., etc.; todo el importante volumen le fue narrado al apstol as, a travs de escenas reales, palpitantes, vivas, en visiones detalladas y precisas! El Espiritismo ha tratado ampliamente todos esos interesantes casos para que nad ie se admire por lo que estamos exponiendo y, en el primer captulo de la magistra l obra de Allan Kardec La Gnesis existe este tpico, por cierto muy conocido por lo s estudiantes de la Doctrina Esprita: "Las instrucciones (de los espritus) pueden ser transmitidas por diversos medios: por la simple inspiracin, por la audicin de la palabra, por la visin de los espritus instructores, en las visiones y aparicion es, ya sea en sueos ya sea en estado de vigilia, de lo que hay muchos ejemplos en el Evangelio, en la Biblia y en los libros sagrados de todos los pueblos". Lejos de m la vanidad de ponerme en un plano equivalente al de Juan el Evangelist a. Por las dificultades con que luch para componer este volumen, reconoc los bagaj es de inferioridad que deprimen mi espritu. El discpulo amado que, aun siendo un m isionero escogido era tambin un modesto pescador, tuvo sin duda su asistente espiritual para poder describir las bellas pginas aureoladas de ciencia y otras ensean zas de valor incontestable, que atravesaran los siglos glorificando la verdad. Es bien probable que el mismo maestro fuese aquel asistente No puedo juzgar respecto a los mritos de esta obra. Me prohib, durante mucho tiemp o, llevarla a conocimiento ajeno, reconocindome incapaz de analizarla. No me sien to siquiera a la altura de rechazarla, como tampoco me atrevo a aceptarla. Vosot ros lo haris por m. De una cosa, sin embargo, estoy bien segura, que estas pginas f ueron elaboradas, del principio al fin, con el mximo respeto a la Doctrina Esprita y bajo la invocacin sincera del nombre sacrosanto del Altsimo.Ro de Janeiro, 18 de mayo de 1954. Yvonne A. PereiraPREFACIO DE LA SEGUNDA EDICIN Una revisin con criterio se impona a esta obra que hace algunos aos me fue confiada para examen y compilacin, en virtud de las tareas confiadas espiritualmente a m, y de la ascendencia adquirida sobre el instrumento medimnico a mi disposicin. Lo hice, sin embargo, algo extemporneamente, ya que no me haba sido posible hacerl o en su momento, por motivos debidos ms a los prejuicios de las sociedades terren as contra las que el mismo instrumento se debata, que a mi voluntad de operario a tento en el cumplimiento del deber. Y la revisin se impona, tanto ms cuanto al tran smitir la obra, me fue necesario ampliar las vibraciones an rudas del cerebro med imnico, operando en l posibilidades psquicas para la captacin de las visiones ms indi spensable para ese trabajo, que activadas al grado mximo que aquel podra soportar, tan excitadas se volvieron que fueron como cataratas rebeldes no siempre obedec iendo con facilidad a la presin que les haca, procurando evitar excesos de vocabul ario, acumulacin de figuras representativas, que ahora fueron suprimidas. Nada se alter en el aspecto doctrinario de la obra ni en su particular carcter rev elador. La entrego al lector, por segunda vez, tal como fue recibida de los Mayo res que me encargaron la espinosa tarea de presentarla a los hombres. Y si, busc ando aclarar al pblico, por facilitarle el entendimiento de los anales espiritual es, no siempre conserv el modo literario de los originales que tena ante mis ojos; sin embargo, no alter ni los informes preciosos ni las conclusiones, que respet c omo labor sagrada de origen ajeno. Medita sobre estas pginas, lector, aunque sea duro para tu orgullo personal el ace ptarlas! Y si las lgrimas alguna vez rocan tus mejillas, al observar un lance ms dra mtico, no resistas contra el impulso generoso de exaltar tu corazn en oracin piados a, por aquellos que se retuercen en las trgicas convulsiones de la inconsecuencia de infracciones contra la Ley de Dios!Belo Horizonte, 04 de abril de 1957.Len DenisPRIMERA PARTE LOS CONDENADOSCAPTULO I EL VALLE DE LOS SUICIDAS En el mes de enero de 1891, me encontraba aprisionado en la regin del mundo invis ible cuyo desolador panorama estaba compuesto por valles profundos, presidido po r las sombras: gargantas sinuosas y cavernas siniestras, en el interior de las c uales aullaban, como demonios enfurecidos, espritus que haban sido hombres, enloqu ecidos por la intensidad y el espanto, verdaderamente inconcebibles, de los sufr imientos que les martirizaban. En ese paraje aflictivo la vista torturada del forzado no poda distinguir siquier a la dulce imagen de un bosquecillo que testificase sus horas de desesperacin; ta mpoco paisajes reconfortantes, que pudiesen distraerle de la contemplacin de esas gargantas donde no penetraba otra forma de vida que no fuese la traducida por e l supremo horror. El suelo, cubierto de materias ennegrecidas y ftidas, recordando el holln, era inmu ndo, pastoso, resbaladizo, repugnante! El aire pesadsimo, asfixiante, helado, osc urecido por volcanes amenazadores como si eternas tempestades rugiesen alrededor ; y, al respirarlo, los espritus all encarcelados se sofocaban como si materias pu lverizadas, ms nocivas que la ceniza y la cal, invadiesen las vas respiratorias, m artirizndoles con un suplicio inconcebible al cerebro humano habituado a las glor iosas claridades del Sol ddiva celeste que diariamente bendice la Tierra y las corr ientes vivificadoras de los vientos sanos que tonifican la organizacin fsica de su s habitantes. No haba entonces all, como no habr jams, ni paz, ni consuelo, ni esperanza: todo era miseria, asombro, desesperacin y horror. Se podra decir en realidad que era la ca verna ttrica de lo incomprensible e indescriptible, para un espritu que sufriese e l dolor de habitar en ella. El valle de los leprosos, lugar repulsivo de la antigua Jerusaln, de tan emociona ntes tradiciones, y que en el orbe terrqueo evoca el ltimo grado de la abyeccin y d el sufrimiento humano, sera un lugar de consuelo y reposo comparado al sitio que intento describir. Por lo menos, all exista solidaridad entre los leprosos los de s exo diferente llegaban hasta a amarse! Se hacan buenas amistades hermanndose en el seno del dolor y para suavizarle, creaban su sociedad, se divertan y hacan favores , dorman y soaban que eran felices Pero en el presidio que deseo daros a conocer nada de eso era posible, porque las lgrimas que all se lloraban eran tan ardientes como para permitirse otras atencio nes que no fuesen las derivadas de su misma intensidad!En el valle de los leprosos exista la magnitud compensatoria del Sol para templar los corazones. Exista el aire fresco de las madrugadas con su roco regenerador. E l reo all detenido poda contemplar el cielo azul Seguir, con la mirada enternecida, bandos de golondrinas o de palomas que pasaban revoloteando l soara, quin sabe? lleno de amargura, al potico clarear del plenilunio, enamorndose del suave centelleo de las estrellas que, all en lo inalcanzable, saludaban a su desdicha, dndole consue lo en el aislamiento al que le forzaban las frreas leyes de la poca Y, despus, la pr imavera fecunda volva, rejuveneca las plantas para embalsamar con su perfume acari ciador las corrientes de aire que la brisa diariamente tonificaba con otros tant os blsamos generosos que traan en su seno amoroso Y todo eso era como una ddiva cele stial para reconciliarle con Dios, dndole una tregua en la desgracia. Pero en la caverna donde padec el martirio que me sorprendi ms all de la tumba, no h aba nada de eso. Aqu, era el dolor que nada consuela, la desgracia que ningn favor ameniza, la tragedia que ninguna idea tranquilizadora viene a rociar de esperanz a. No hay cielo, no hay luz, no hay sol, no hay perfumes, no hay tregua, lo que hay es el llanto convulsivo e inconsolable de los condenados que nunca cesa. El terrorfico "crujir de dientes" de la advertencia del sabio Maestro de Nazaret. La blasfemia premeditada del condenado al acusarse a cada nuevo ataque de la mente flagelada por los recuerdos penosos! La locura inalterable de conciencias azotada s por el latigazo infame de los remordimientos! Lo que s hay es la rabia envenenad a de aquel que ya no puede llorar, porque qued exhausto bajo el exceso de las lgri mas! Lo que hay es la decepcin, la sorpresa aterradora de aquel que se siente vivo a despecho de haberse arrojado en la muerte! Es la rebelin, la maldicin, el insult o, el ulular de corazones que la repercusin monstruosa de la expiacin transform en fieras! Lo que hay es la conciencia en lucha, el alma ofendida por la imprudencia de las acciones cometidas, la mente revolucionada, las facultades espirituales envueltas en las tinieblas oriundas de s mismas! Lo que hay es el "crujir de dient es en las tinieblas exteriores de un presidio creado por el crimen, dedicado al martirio y consagrado a la correccin! Es el infierno, en la ms hedionda y dramtica e xposicin, porque, adems, existen escenas repulsivas de animalidad y prcticas abyect as de los ms srdidos instintos, que no me atrevo a revelar a mis hermanos, los hom bres!". Quien all queda temporalmente, como a m me pas, son grandes personajes del crimen! E s la escoria del mundo espiritual, grupos de suicidas que fluyen peridicamente a sus canales llevados por el torbellino de las desgracias en que se haban sumido, al despojarse de las fuerzas vitales que se encuentran, generalmente intactas, r evistiendo sus periespritus, por las secuencias sacrlegas del suicidio, y provenie ntes, preferentemente, de Portugal, Espaa, Brasil y colonias portuguesas de frica, infelices carentes del auxilio fortificante de la oracin; aquellos, imprudentes e inconsecuentes, que, hartos de la vida que no quisieron comprender, se aventur aron a lo desconocido, en busca del olvido, en los despeaderos de la muerte. El Ms All de la tumba est lejos de ser la abstraccin que en la Tierra se supone, o l as regiones paradisacas fciles de conquistar con algunas pocas frmulas inexpresivas . Es, antes que nada, simplemente la vida real, lo que encontramos al entrar en sus regiones es vida! Una vida intensa desarrollndose en modalidades infinitas de expresin, sabiamente dividida en continentes y grupos como la Tierra lo est en nac iones y razas; con organizaciones sociales y educativas modelo, que servirn de mo delo para el progreso de la humanidad. All en lo Invisible, ms que en mundos plane tarios, es donde las criaturas humanas toman su inspiracin para los progresos que lentamente aplican en el orbe. No s cmo sern los trabajos correccionales para suicidas en los dems ncleos o colonias espirituales destinadas a los mismos fines y que se desarrollan bajo cielos por tugueses, espaoles y otros. Slo s que form parte de un siniestro grupo detenido por causas naturales y lgicas, en ese paraje horrendo cuyo recuerdo todava hoy repugna mi sensibilidad. Es bien posible que haya quien se ponga a discutir mordazmentela veracidad de lo que se expone en estas pginas. Dirn que la fantasa mrbida de un inconsciente exhausto de asimilar a Dante habr producido por cuenta propia este r elato, olvidando que, al contrario, el vate florentino es el que conocera lo que el presente siglo siente dificultad en aceptar No os invitar a creer. La creencia no es asunto que se imponga simplemente, y s al razonamiento, al examen, a la investigacin. Si sabis razonar y podis investigar ha cedlo, y llegaris a conclusiones lgicas que os situarn en la pista de verdades muy interesantes para toda la especie humana. A lo que os invito, lo que ardientemen te deseo y para lo que tengo todo el inters en combatir, es que renunciis a conoce r esa realidad a travs de los canales tenebrosos que atraves, al suicidarme, por n o entender la advertencia de que la muerte no es ms que la verdadera forma de exi stir. De otro modo, qu pretendera el lector que exista en las capas invisibles que rodean los mundos o planetas, sino la matriz de todo cuanto en ellos se refleja? En ningn lugar se encontrara la abstraccin, o la nada, puesto que semejantes vocablo s son inexpresivos en el universo creado y regido por una inteligencia omnipoten te! Negar lo que se desconoce, por no estar a la altura de comprender lo que se niega, es una locura incompatible con los das actuales. El siglo convida al hombr e a la investigacin y al libre examen, porque la ciencia en sus mltiples manifesta ciones viene probando la inexactitud de lo imposible dentro de su cada vez ms dil atado radio de accin. Y las pruebas de la realidad de los continentes extraterren ales se encuentran en los arcanos de las ciencias psquicas transcendentales, a la s que el hombre ha dado muy relativa importancia hasta hoy. Que conoce el hombre, adems de su propio planeta donde ha renacido desde hace mile nios, para rechazar razonablemente lo que el futuro ha de divulgar bajo los ausp icios del psiquismo? Su pas, su capital, su aldea, su choza o, si es ms ambicioso, a lgunas naciones vecinas cuyas costumbres se parecen a las que le son conocidas? Por todas partes, a su alrededor, existen mundos reales, llenos de vida abundant e e intensa: y si lo ignora ser porque se complace en la ceguera, perdiendo el ti empo en futilidades y pasiones acuadas por l mismo. No investig jams las profundidad es ocenicas y no podr realmente hacerlo, por ahora, no obstante existir bajo las a guas verdes y agitadas no slo un mundo perfectamente organizado, sino un universo que asombrara por su grandiosidad y perfeccin. En el mismo aire que respira, en e l suelo donde pisa encontrara el hombre otros ncleos organizados de vida, obedecie ndo al impulso inteligente y sabio de leyes magnnimas basadas en el Pensamiento D ivino, que las acciona para el progreso, en la conquista de lo ms perfecto. Basta ra que tuviese aparatos ms precisos, para comprobar la existencia de esas colectiv idades desconocidas que, por ser invisible unas, y otras apenas sospechadas, no por eso dejan de ser concretas, armoniosas, verdaderas. Siendo as, se debe prepar ar tambin, desarrollando los dones psquicos que hered de su divino origen Impulsando el pensamiento, la voluntad, accin y el corazn, a travs de las vas sublimes de la e spiritualidad superior, y alcanzar las esferas astrales que circundan la Tierra. * * * Yo era, pues, un presidiario en ese antro del horror, pero no estaba solo. Me ac ompaaba una colectividad, un grupo extenso de delincuentes, como yo. Entonces todava me senta ciego. Por lo menos, me sugestionaba pensando que lo era, y, como tal, me mantena, no obstante mi ceguera estuviese marcada, en verdad, po r la inferioridad moral de un espritu distanciado de la Luz. Sin embargo, an ciego , no me pasaba desapercibido lo que se presentaba de malo, feo, siniestro, inmor al u obsceno, ya que mis ojos conservaban bastante visin para ver toda esa escori a, agravando as mi desdicha.Dotado de gran sensibilidad, para mayor mal la tena ahora como sobrexcitada, lo q ue me llevaba a experimentar tambin los sufrimientos de los otros mrtires, mis igu ales, fenmeno ese ocasionado por las corrientes mentales que se vertan sobre todo el grupo y oriundas de l mismo, que as realizaba una impresionante afinidad de cla ses, lo que es lo mismo que afirmar que suframos tambin las sugestiones de los suf rimientos unos de otros, adems de las insidias a que nos sometan nuestros mismos s ufrimientos. [1]. A veces, se producan conflictos brutales en los lodazales donde se alineaban las cavernas que nos servan de domicilio. Invariablemente irritados, nos tirbamos unos contra otros por motivos insignificantes en luchas corporales violentas, en las cuales, tal como sucede en las bajas capas sociales terrenas, llevara siempre la mejor parte aquel que mayor destreza y truculencia presentaba. Frecuentemente f ui all insultado, ridiculizado en mis sentimientos ms queridos y delicados con chi stes y sarcasmos que me llevaban a la rebelda, apedreado y golpeado hasta que, ex citado por una fobia idntica, me arrojaba a represalias salvajes, rivalizando con los agresores y recrendome con ellos en el barro del mismo antro espiritual. El hambre, la sed, el fro, la fatiga, el insomnio y las exigencias fsicas martiriz antes, fciles de comprender por el lector, la naturaleza agudizada en todos sus d eseos y apetitos, como si todava estuviramos en el cuerpo fsico, la promiscuidad, m uy vejatoria, con espritus que haban sido hombres y mujeres, tempestades constante s, grandes inundaciones, el barro, la fetidez, las sombras perennes, la desesper acin de no podernos ver libres de tantos martirios continuos, el supremo desconsu elo fsico y moral, ese era el panorama, por as decirlo, "material" que enmarcaba n uestros todava ms punzantes padecimientos morales! Ni soar con lo bello o entregarse a devaneos suavizantes o a recuerdos beneficios os era concedido a aquel que tuviese capacidad para hacerlo. En aquel ambiente l leno de males el pensamiento yaca encarcelado en las fraguas que lo rodeaban, pud iendo slo emitir vibraciones que se afinasen al tono de la propia perfidia del lu gar Y, envueltos en tan enloquecedores fuegos, no haba nadie que pudiese alcanzar un instante de serenidad y de reflexin para acordarse de Dios y clamar por Su pat ernal misericordia. No se poda orar porque la oracin es un bien, un blsamo, una tre gua y una esperanza. Y a los desgraciados que se arrojaban en los torrentes del suicidio les era imposible alcanzar tan alto favor. No sabamos cuando era de da o de noche, porque sombras perennes rodeaban las horas que vivamos. Perdimos la nocin del tiempo. Solo haba quedado una sensacin de distan cia y longevidad de lo que representaba el pasado, imaginando que estbamos unidos a ese calvario desde haca siglos. De all no esperbamos salir, aunque fuese tal des eo una de las tremendas obsesiones que nos alucinaban, pues el desnimo generador de la desesperanza que nos haba provocado el suicidio nos deca que tal estado de c osas sera eterno. La cuenta del tiempo, para aquellos que se sumergieron en ese abismo, se haba est acionado en el momento exacto en que hicieron caer para siempre su propia armadu ra de carne. Desde ah solo existan: terror, confusin, engaosas inducciones y suposic iones insidiosas. Igualmente ignorbamos dnde nos encontrbamos, qu significado tendra nuestra espantosa situacin. Intentbamos, afligidos, huir de ella, sin percibir que era patrimonio de nuestra propia mente en lucha, de nuestras vibraciones afecta das por mil maleficios indescriptibles. Intentbamos huir del lugar maldito para volver a nuestros hogares, y lo hacamos pr ecipitadamente, en dementes correras de locos furiosos. Prisionero maldito, sin c onsuelo, sin paz, sin descanso en ningn lugar mientras que corrientes irresistible s, como imanes poderosos, nos atraan de vuelta al sombro tugurio, arrastrndonos con fusamente a un tenebroso torbellino de nubes sofocantes y perturbadoras.Otras veces, tanteando en las sombras, all bamos, entre gargantas, callejones, sin lograr indicios de salida Cavernas, siempre cavernas, todas numeradas o anchos e spacios pantanosos como lodazales rodeados de abruptas murallas, que creamos ser de piedra y hierro, como si estuviramos sepultados vivos en la profundidad tenebr osa de algn volcn. Era un laberinto donde nos perdamos sin jams poder alcanzar el fi n. A veces suceda que no sabamos volver al punto de partida, es decir, a las caver nas que nos servan de domicilio, lo que forzaba la permanencia al relente hasta q ue encontrsemos alguna cueva deshabitada para abrigarnos. Nuestra impresin ms comn e ra que nos encontrbamos encarcelados en el subsuelo, en un presidio excavado en l a Tierra, quin sabe si en las entraas de una cordillera de la cual formaba parte ta mbin algn volcn extinto, como lo parecan atestiguar aquellos inconmensurables pozos de limo con paredes agujereadas que nos recordaban la apariencia de minerales pe sados? Aterrados, brambamos a coro, furiosamente, como bandas de chacales furiosos, para que nos sacasen de all, devolvindonos la libertad. Las ms violentas manifestacione s de terror seguan entonces, y todo cuanto el lector pueda imaginar, dentro de la confusin de escenas patticas, quedar lejos de la expresin real vivida por nosotros en esas horas creadas por nuestros mismos pensamientos distanciados de la luz y del amor de Dios. Como si fantsticos espejos persiguiesen obsesivamente nuestras facultades, all se reproduca la visin macabra: el cuerpo descomponindose bajo el ataque de los gusanos hambrientos, siguiendo su curso natural de destruccin orgnica, acabando con nuest ras carnes, vsceras, sangre y nuestro cuerpo en fin, que desapareca para siempre e n un banquete asqueroso, nuestro cuerpo, que era carcomido lentamente, ante nues tra vista estupefacta mora, bien cierto, mientras que nosotros, sus dueos, nuestro Ego sensible, pensante, inteligente, que le haba utilizado como un vestido trans itorio, continuaba vivo, sensible, pensante, inteligente, embotado, desafiando l a posibilidad de tambin morir. Es la ttrica magia que sobrepasaba todo el poder de reflexin y comprensin, el casti go inevitable del renegado que os insultar a la naturaleza destruyendo prematuram ente lo que slo ella poda decidir y realizar. Nosotros, estbamos vivos, en espritu, ante el cuerpo putrefacto y sentamos que nos alcanzaba la corrupcin Nos dolan, en nu estro cuerpo astral, los mordiscos monstruosos de los gusanos. Nos enfureca hasta la demencia la martirizante repercusin que llevaba a nuestro periespritu, todava a nimalizado y lleno de abundantes fuerzas vitales, a reflexionar lo que pasaba co n su antiguo cuerpo fsico, como el eco de un rumor reproducindose de quebrada en q uebrada de la montaa, a lo largo de todo el valle Nuestra cobarda, la misma que nos haba animalizado inducindonos al suicidio, nos fo rzaba entonces a retroceder. Retrocedamos. Pero el suicidio es una red envolvente en que la vctima el suicida slo se debate par a confundirse cada vez ms, enredarse y complicarse. Se sobrepona a la confusin. Aho ra, ante la persistencia de la autosugestin malfica recordaba las leyendas superst iciosas, odas en la infancia y guardadas por largo tiempo en el subconsciente que se corporizaba en visiones extravagantes, a las que prestaba una realidad integ ral. Nos juzgbamos nada menos que ante el tribunal de los infiernos S! Vivamos en la plenitud de la regin de las sombras Y espritus de nfima clase de lo Invisible, obses ores que pululan por todas las capas inferiores, tanto de la Tierra como del Ms A ll, los mismos que haban alimentado en nuestras mentes las sugestiones para el sui cidio, divirtindose con nuestras angustias, se aprovechaban de la situacin anormal en la que habamos cado, para convencernos de que eran jueces que nos deberan juzga r y castigar, presentndose a nuestras facultades turbadas por el sufrimiento como seres fantsticos, fantasmas impresionantes y trgicos. Inventaban escenas satnicas, con las que nos torturaban. Nos sometan a vejmenes indescriptibles. Nos hacan entregarnos a torpezas y liviandades, obligndonos a transigir con sus infames obsceni dades. Jovencitas que se haban suicidado, justificndose con motivos de amor, olvid ando que el verdadero amor es paciente, virtuoso y obediente a Dios y tambin, en su egosmo pasional, el amor sacrosanto de una madre que qued inconsolable ni las c anas venerables de un padre, que jams olvidaran el golpe en sus corazones heridos por la hija ingrata que prefiri la muerte a continuar en el hogar paterno, eran a hora insultadas en su corazn y en su pudor por esas entidades animalizadas y vile s, que les hacan creer que deban ser esclavas por ser ellos los dueos del imperio d e tinieblas que haban escogido en lugar del hogar que abandonaron Realmente, esas entidades eran espritus que tambin fueron hombres, pero haban vivid o en el crimen sensuales, alcohlicos, libertinos, intrigantes, hipcritas, perjuros, traidores, seductores, asesinos perversos, calumniadores, stiros en fin, ese grup o malfico que causa desdicha a la sociedad terrena y que muchas veces tienen fune rales pomposos y exequias solemnes, pero que en la existencia espiritual se incl uyen en la canalla repugnante que mencionamos hasta que reencarnaciones expiatori as, miserables y rastreras, les impulsen a nuevos intentos de progreso. A estas deplorables secuencias sucedan otras no menos dramticas: los actos incorre ctos practicados por nosotros durante la encarnacin, nuestros errores, nuestras c adas pecaminosas, nuestros crmenes, se corporeizaban ante nuestras conciencias com o visiones acusadoras, intransigentes en la condena perenne a que nos sometan. La s vctimas de nuestro egosmo reaparecan ahora, en reminiscencias vergonzosas y contu maces, yendo y viniendo a nuestro lado en confusin pertinaz, infundiendo a nuestr o ya abatido periespritu el ms angustioso desequilibrio nervioso creado por el rem ordimiento. Sobreponindose, sin embargo, a tan lamentable conjunto de iniquidades, por encima de tanta vergenza y de tan rudas humillaciones estaba, vigilante y compasiva, la paternal misericordia de Dios Altsimo, del Padre justo y bueno que "no quiere la muerte del pecador, y si que viva y se arrepienta". En las peripecias que el suicida sufre despus del acto que le llev a la tumba prem aturamente, el Valle siniestro slo representa una etapa temporal, siendo dirigido por un movimiento de impulso natural, con el que se afina, hasta que se deshaga n las pesadas cadenas que le unen al cuerpo fsico, destruido antes de la ocasin pr evista por la ley natural. Es necesario que se desprendan de l los fluidos vitale s que revestan su cuerpo fsico, unidos por afinidades especiales de la naturaleza al periespritu, que guardan en l reservas suficientes para una vida completa, que se pierdan, por fin, las mismas afinidades, labor que en un suicida est acompaada de muchas dificultades, de una lentitud impresionante, para, slo entonces, obtene r un estado vibratorio que le permita el alivio y progreso [2]. Es decir que, en funcin de la ndole de su carcter, imperfecciones y grado de responsabilidad genera l as ser el perjuicio de la situacin, y la intensidad de los padecimientos a experi mentar, pues, en estos casos, no son slo las consecuencias del suicidio las que a fligen su alma, sino tambin el pago por los actos pecaminosos anteriormente comet idos. Peridicamente, una singular caravana visitaba ese antro de sombras. Era como la inspeccin de alguna asociacin caritativa, una asistencia protectora de alguna institucin humanitaria, cuyos abnegados fines no se podran poner en duda. Vena a buscar a aquellos de nosotros cuyos fluidos vitales, aplacados por la desi ntegracin completa de la materia, permitiesen su traslado a los niveles intermedi os o de transicin de lo Invisible. Suponamos que la caravana se compona de un grupo de hombres. Pero en realidad eran espritus que extendan la fraternidad al extremo de materializarse lo suficiente para hacerse percibir plenamente a nuestra prec aria visin e infundirnos confianza en el socorro que nos daban. Vestidos de blanc o, se presentaban caminando por los lodazales del Valle, en columna de a uno rig urosamente disciplinada, y mirndoles atentamente, podamos distinguir, a la alturade su pecho una pequea cruz azul-celeste, que pareca ser un emblema o un distintiv o. Tambin haba damas que formaban parte de esa caravana. Preceda a la columna un pequeo pelotn de lanceros exploradores, mientras que otros milicianos rodeaban a los vi sitadores, tejiendo un cordn de aislamiento, lo que indicaba que stos estaban muy bien guardados contra cualquier hostilidad que pudiese venir del exterior. Con l a diestra el comandante ergua una blanqusima banderola, en la que se lea, en caract eres azul-celeste, esta extraordinaria leyenda, que tena el don de infundir un in vencible y singular temor: Legin de los siervos de Mara Los lanceros, ostentando escudo y lanza, tenan la tez bronceada y vestan con sobri edad, recordando a guerreros egipcios de la antigedad. Y, dirigiendo la expedicin, se destacaba un varn respetable, que traa una bata blanca e insignias de mdico ade ms de la cruz ya citada. Le cubra la cabeza, en vez del gorro caracterstico, un tur bante hind sujeto en la frente por la tradicional esmeralda[3], smbolo de los mdico s. Entraban aqu y all, por el interior de las cavernas habitadas, examinando a sus oc upantes. Se paraban llenos de piedad, junto a las cunetas, levantando a algn desg raciado tumbado bajo el exceso de sufrimiento, retiraban a los que presentasen c ondiciones de poder ser socorridos y les colocaban en las camillas conducidas po r hombres que deban ser servidores o aprendices. La voz grave y dominante, de alguien invisible que hablaba en el aire, les guiab a en su caritativo afn, aclarando detalles o arreglando confusiones momentneamente suscitadas. La misma voz hacia la llamada a los prisioneros a ser socorridos, d iciendo sus nombres, lo que haca que se presentasen sin la necesidad de ser busca dos, aquellos que se encontrasen en mejores condiciones, facilitando as el servic io de los camilleros. Hoy puedo decir que todas esas voces amigas y protectoras eran transmitidas a travs de ondas delicadas y sensibles del ter, con la sublime a yuda de aparatos magnticos mantenidos para fines humanitarios en determinados pun tos de lo Invisible, es decir, justamente en el lugar que nos recibira al salir d el Valle. Pero entonces, no sabamos este detalle y nos sentamos muy confusos. Las camillas, transportadas cuidadosamente, eran resguardadas por el cordn de ais lamiento ya citado y situadas en el interior de grandes vehculos o convoyes, que acompaaban la expedicin. Esos convoyes, sin embargo, tenan un detalle interesante, digno de relatar. En vez de tener los vagones comunes de los trenes, como los qu e conocamos parecan un medio de transporte primitivo, pues se componan de pequeas di ligencias atadas unas a las otras y rodeadas de persianas muy opacas, lo que imp eda al pasajero ver los lugares por donde deberan transitar. Blancos, leves, como hechos con materias especficas hbilmente laqueadas, eran tirados por hermosas pare jas de caballos tambin blancos, nobles animales cuya extraordinaria belleza y ele gancia poco comn habran despertado nuestra atencin si estuvisemos en condiciones de notar algo ms all de las desgracias que nos mantenan absortos dentro de nuestro mbit o personal. Parecan ejemplares de la ms alta raza normanda, vigorosos e inteligent es, las bellas crines ondulantes y graciosas adornando sus altivos pescuezos com o blancos mantos de seda. En los carros se poda distinguir el mismo emblema azulceleste y la leyenda respetable. Generalmente, los infelices as socorridos se encontraban desfallecidos, exnimes, c omo en un especial estado comatoso. Otros, sin embargo, alucinados o doloridos, infundan compasin por el estado de supremo desaliento en que estaban. Despus de una rigurosa bsqueda, la extraa columna se retiraba hasta el lugar donde estaba el convoy, igualmente defendido por los lanceros hindes. Silenciosamente s e retiraba a travs de los callejones, se alejaban ms y ms, desapareciendo otra vez en la pesada soledad que nos rodeaba En vano pedan socorro los que se sentan rechaza dos, incapaces de comprender que, si pasaba eso, era porque no todos se encontra ban en condiciones vibratorias para emigrar a regiones menos hostiles. En vano s uplicaban justicia y compasin o se amotinaban, sublevados, exigiendo que les deja sen tambin seguir con los que fueron. Los del convoy no respondan ni siquiera con un gesto; y si alguno ms desgraciado o audaz intentaba asaltarlo para alcanzarle e ingresar en l, diez, veinte lanzas le hacan retroceder, interceptndole el paso. Entonces, un coro hediondo de aullidos y siniestro llanto, de imprecaciones y ca rcajadas satnicas, el crujir de dientes comn al condenado que agoniza en las tinie blas de los males forjados por s mismo, repercuta larga y dolorosamente por los lo dazales, dando la impresin que una locura colectiva haba atacado a los miserables detenidos, elevando su rabia a lo incomprensible en el lenguaje humano. Y as quedaban cunto tiempo? Oh, Dios piadoso! Cunto tiempo? Hasta que sus inimaginables condiciones de suicidas, de muertos-vivos, permities en su transferencia a un lugar menos trgicoCAPTULO II LOS CONDENADOS En general aquellos que se arrojan al suicidio, esperan librarse para siempre de los sinsabores que creen insoportables y de sufrimientos y problemas considerad os insolubles por la tibieza de la voluntad sin educacin, que se acobarda muchas veces ante la vergenza del descrdito o de la deshonra y de los remordimientos depr imentes que ensucian su conciencia, consecuencias de acciones practicadas contra las leyes del Bien y la Justicia. Yo tambin pens as, muy a pesar de la aureola de idealista que mi vanidad crea de m mi smo. Me enga, sin embargo, y luchas infinitamente ms graves me esperaban dentro de la tumba para castigar a mi alma de incrdulo y rebelde, con merecida justicia. Las primeras horas que siguieron al gesto brutal que us para conmigo mismo, pasar on sin que verdaderamente yo pudiese darme cuenta. Mi espritu, gravemente violent ado, pareca haberse desmayado sufriendo un colapso. Los sentidos, las facultades que traducen el "yo" racional, se paralizaron como si un indescriptible cataclis mo hubiese desbaratado el mundo. Sin embargo, prevaleca por encima de los destroz os, la fuerte sensacin del aniquilamiento que sobre m acababa de caer. Era como si aquel estampido maldito, que hasta hoy resuena siniestramente en mis vibracione s mentales, siempre que, abriendo los velos de la memoria como en este instante, revivo el pasado hubiese dispersado una a una las molculas que constituan la vida e n mi ser. El lenguaje humano carece de vocablos comprensibles para definir las impresiones absolutamente inconcebibles que pasan a contaminar el "yo" de un suicida despus de las primeras horas que siguen al desastre, que suben y se agrandan, se convie rten en trastornos y se radican y cristalizan cada vez ms en un estado vibratorio y mental que el hombre no puede comprender, porque est fuera de sus posibilidade s de criatura que, gracias a Dios, se conserv exento de esa anormalidad. Entenderl o y medir con precisin la intensidad de esa dramtica sorpresa, slo lo puede hacer o tro espritu cuyas facultades se hayan quemado en las efervescencias del mismo dol or!En esas primeras horas, que por s mismas configuran el abismo en que se precipit si no representasen slo el preludio de la diablica sinfona que estar obligado a interp retar por las disposiciones lgicas de las leyes naturales que viol, el suicida, sem i-inconsciente, atormentado, desmayado sin que, para mayor suplicio, se le oscur ezca del todo la percepcin de los sentidos, se siente dolorosamente confundido, n ulo y disperso en sus millones de filamentos psquicos violentamente alcanzados po r el malvado acontecimiento. Lo absurdo en torbellino gira a su alrededor, afligiendo su percepcin con martiri zantes explosiones de sensaciones confusas. Se pierde en el vaco Se ignora Sin emba rgo se aterra, se acobarda, siente la profundidad asustadora del error contra el que choc, se deprime en la aniquiladora certeza de que sobrepas los lmites de las acciones que le eran permitidas practicar, se desorienta entreviendo que avanz de masiado, ms all de la demarcacin trazada por la razn. Es el traumatismo psquico, el c hoque nefasto que le desgarr con sus tenazas inevitables, y que, para ser compens ado, le exigir un camino de espinas y lgrimas, decenios de rudos testimonios hasta que se reconduzca a las vas naturales del progreso, interrumpidas por el acto ar bitrario y contraproducente. Poco a poco, me sent resucitando de las sombras confusas en que sumerg mi pobre es pritu, despus de la cada del cuerpo fsico, el atributo mximo que la Paternidad divina impuso sobre aquellos que, al paso de los milenios, debern reflejar su imagen y semejanza: la conciencia, la memoria y el divino don de pensar. Me sent helado de fro y tiritaba. La impresin incmoda de tener vestimentas de hielo que se me pegaba n al cuerpo, me provoc un increble malestar. Me faltaba adems el aire para el libre mecanismo de los pulmones, lo que me llev a creer que, ya que yo haba deseado hui r de la vida, era la muerte que se aproximaba con su cortejo de sntomas dilaceran tes. Unos olores ftidos y nauseabundos atacaban brutalmente mi olfato. Un dolor agudo, violento, enloquecedor, acometi instantneamente mi cuerpo por entero, localizndose particularmente en el cerebro e inicindose en el aparato auditivo. Presa de conv ulsiones indescriptibles de dolor fsico, llev la diestra al odo derecho: la sangre que corra del orificio causado por el proyectil del arma de fuego que haba usado p ara el suicidio, me manch las manos, las ropas, el cuerpo Sin embargo, no vea nada. Conviene recordar que mi suicidio se deriv de la rebelda por encontrarme ciego, e xpiacin que consider superior a mis fuerzas, injusto castigo de la naturaleza para mis ojos necesitados de ver, con los que obtena, con el trabajo, la subsistencia honrada. Me senta pues, todava ciego; y, para colmo de mi estado de desorientacin, me encont raba herido. Solo herido y no muerto! porque la vida continuaba en m como antes de l suicidio. Recopil ideas, a mi pesar. Volv a ver mi vida en retrospeccin hasta la infancia y s in siquiera omitir el drama del ltimo acto, programacin extra bajo mi entera respo nsabilidad. Sintindome vivo comprob que la herida que tena, intentando matarme, haba sido insuficiente, aumentando as los ya tan grandes sufrimientos que desde haca m ucho tiempo venan persiguiendo mi existencia. Supuse que estaba preso a un lecho de hospital o en mi propia casa. Pero la imposibilidad de reconocer el lugar, pu es no vea nada, la incomodidad que me afliga y la soledad que me rodeaba, fueron a ngustindome profundamente, mientras lgubres presentimientos me avisaban que los ac ontecimientos irremediables se haban confirmado. Grit pidiendo ayuda a mis familiares, a amigos que yo conoca y que me haban acompaad o en los momentos crticos. Slo tuve por respuesta el ms sorprendente silencio. Preg unt malhumorado por enfermeros, por mdicos que posiblemente me atenderan, dado que no me encontraba en mi residencia sino retenido en algn hospital; por servidores, criados, fuese quien fuese, que me pudiese ayudar, abriendo las ventanas del ap osento donde crea que estaba, para que las corrientes de aire puro reconfortasenmis pulmones, que me diesen calor, que encendiesen la chimenea para aminorar el fro que me entorpeca los miembros y proporcionasen un blsamo a los dolores que me t orturaban el organismo, y alimento y agua, porque yo tena hambre y sed. Con espanto, en vez de las respuestas amistosas por las que tanto suspiraba, lo que pude or, pasadas algunas horas, fue un vocero ensordecedor, que, indeciso y le jano al principio, como salido de una pesadilla, se defini gradualmente hasta hac erse realidad en sus menores detalles. Era un coro siniestro, de muchas voces me zcladas confusamente, perturbadas, como si fuese una asamblea de locos. Sin embargo, estas voces no hablaban entre s, no conversaban. Blasfemaban, se que jaban de mltiples desventuras, se lamentaban, reclamaban, aullaban, gritaban enfu recidas, geman, se extinguan, lloraban desoladoramente, derramando un hediondo lla nto, por el tono de desesperacin con que se emitan, suplicando rabiosas, socorro y compasin. Aterrado sent que extraos empujones, como escalofros irresistibles, me transmitan in fluencias abominables, venidas de ese todo que se revelaba a travs de la audicin, estableciendo una corriente similar entre mi ser sobrexcitado y aquellos cuyo vo cero distingua. Ese coro, rutinario, rigurosamente observado y medido en sus inter valos, me infundi tan gran terror que, reuniendo todas las fuerzas que podra mi es pritu disponer en tan molesta situacin, me mov con intencin de alejarme de donde me encontraba para un lugar en el que no le oyese ms. Tanteando en las tinieblas intent caminar. Pero pareca que unas vigorosas races me retenan en aquel lugar hmedo y helado en que me encontraba. No poda despegarme! S! Era n pesadas cadenas que me prendan, races llenas de savia, que me tenan sujeto en aqu el extraordinario lecho desconocido, imposibilitndome el deseado alejamiento. Ade ms, cmo huir si estaba herido, destruyndome en hemorragias internas, con las ropas m anchadas de sangre, y ciego, positivamente ciego? Cmo presentarme al pblico en tan repugnante estado?La cobarda la misma hidra que me llev al abismo en el que ahora me convulsionaba pro long an ms sus tentculos insaciables y se apoder de m, irremediablemente. Me olvid que era hombre, por segunda vez. Y que deba luchar para intentar vencer, aunque lo pa gase en sufrimientos. Me reduje a la miseria del vencido. Y, considerando insolu ble la situacin, me entregu a las lgrimas y llor angustiosamente, no sabiendo que in tentar para mi socorro. Pero mientras me deshaca en llanto, el coro de locos, sie mpre el mismo, trgico, fnebre, regular como el pndulo de un reloj, me acompaaba con singular similitud, atrayndome como imantado por irresistibles afinidades Insist en el deseo de huir de la terrible audicin. Despus de desesperados esfuerzos , me levant. Mi cuerpo helado, los msculos tensos por el entorpecimiento general, me dificultaban sobremanera el intento. Sin embargo, me levant. Al hacerlo, un ol or penetrante a sangre y vsceras putrefactas apareci a m alrededor, repugnndome hast a las nuseas. Parta del lugar exacto donde yo estaba acostado. No comprenda cmo poda oler tan desagradablemente el lecho donde me encontraba, que para m era el mismo que me acoga todas las noches. Y, sin embargo, multitud de olores ftidos me sorpre ndan ahora. Atribu el hecho a la herida que me hice con la intencin de matarme, para explicar de algn modo la extraa angustia, por la sangre que corra, manchndome las ropas. Me e ncontraba empapado de secreciones, que como un lodo asqueroso que chorrease de m i propio cuerpo, cubra la indumentaria que usaba, pues, con sorpresa, me vi traje ado ceremoniosamente, acostado en un lecho de dolor. Pero, al mismo tiempo que a s me justificaba, me confunda interrogndome cmo podra ser as, visto que no era posible que una simple herida, aunque la cantidad de sangre derramada fuese mucha, pudi ese exhalar tanta podredumbre sin que mis amigos y enfermeros lo limpiasen. Inquieto, tante en la oscuridad con la intencin de encontrar mi habitual puerta desalida, ya que todos me abandonaban en una hora tan crtica. Tropec, sin embargo, en un momento dado con algo e, instintivamente, me agach, para examinar lo que as me interceptaba el paso. Entonces, repentinamente, la locura irremediable se apo der de mis facultades y comenc a gritar y aullar como un demonio enfurecido, respo ndiendo en la misma dramtica tonalidad a la macabra sinfona cuyo coro de voces no cesaba de perseguir mi audicin en intermitencias de angustiosa expectativa. El montn de escombros era nada menos que la tierra de una tumba recientemente cerr ada! No s cmo, estando ciego, pude entrever, en medio de las sombras que me rodeaban, lo que haba a mi alrededor! Me encontraba en un cementerio! Las tumbas, con sus tris tes cruces en mrmol blanco o madera negra, al lado de imgenes sugestivas de ngeles pensativos, se alineaban en la inmovilidad majestuosa del drama que simbolizaban . La confusin creci: Por qu me encontrara all? Cmo vine si no tena ningn recuerdo? Y qu haba venido a hacer slo, herido, dolorido, uado? Era verdad que "haba intentado" suicidarme, pero Un susurro macabro, cual sugestin inevitable de la conciencia aclarando a la memo ria aturdida por lo inaudito que presenciaba, repercuti estruendosamente por los ms recnditos rincones alarmados de mi ser: No quisiste el suicidio? Pues ah lo tienesPero, cmo? Cmo poda ser si yo no mor? Acaso no me senta all vivo? Por qu enton n la soledad ttrica de la morada de los muertos? Los hechos irremediables, sin embargo, se imponen a los hombres como a los esprit us con una majestuosa naturalidad. No haba acabado todava con mis ingenuas y dramtic as preguntas, y me veo, a m mismo como ante un espejo, muerto, tendido en un atad, en franco estado de descomposicin, en el fondo de una sepultura, justamente esa sobre la que acababa de tropezar! Hui despavorido, deseoso de ocultarme de m mismo, obsesionado por el ms tenebroso horror, mientras unas carcajadas estruendosas, de individuos que yo no lograba v er explotaban detrs de m y el coro nefasto persegua mis odos torturados, donde quier a que me refugiase. Como un loco, que realmente me haba vuelto, yo corra, corra, mi entras a mis ojos ciegos se dibujaba la hediondez satnica de mi propio cadver pudr indose en la tumba, empapado en barro, cubierto de asquerosos gusanos que, vorace s, luchaban por saciar en sus pstulas el hambre inextinguible que traan, transformn dole en el ms repugnante e infernal monstruo que nunca hubiese conocido. Quise esconderme de mi presencia, tratando de recaer en el acto que me haba lleva do a la desgracia, es decir, reproduje mentalmente la escena pattica de mi suicid io, como si por segunda vez tratase de morir para desaparecer en la regin que, en mi ignorancia de los hechos de ms all de la muerte, yo supona, que exista el eterno olvido. Pero no haba nada capaz de aplacar la malvada visin. Todo era verdad! Una imagen perfecta de la realidad que se reflejaba sobre mi periespritu, y por eso m e acompaaba donde quiera que fuese, persegua mis retinas sin luz, invada mis facult ades anmicas en choque y se impona a mi ceguera de espritu cado en pecado, torturndom e sin remisin. En la fuga precipitada que emprend, iba entrando en todas las puertas que encontr aba abiertas, para ocultarme en alguna parte. Pero en cada lugar en que me refug iaba, en la insensatez de mi locura, era expulsado a pedradas sin poder distingu ir quin me trataba as, con tanto desprecio. Vagaba por las calles tanteando aqu, tr opezando all, en la misma ciudad donde mi nombre era endiosado como el de un geni o, siempre afligido y perseguido. Respecto a los acontecimientos que se relacion aban con mi persona, o comentarios destilados en crticas mordaces e irreverentes,o llenos de pesar sincero por mi fallecimiento, que lamentaban. Volv a mi casa. Haba un sorprendente desorden en mis aposentos, alcanzando a objet os de mi uso personal, mis libros, manuscritos y apuntes, que ya no se encontrab an en el lugar acostumbrado, lo que me enfureci. Pareca que se haba prescindido de t odo! Me encontr como un extrao en mi propia casa! Busqu a amigos y parientes. La ind iferencia que sorprend en ellos hacia mi desgracia me choc dolorosamente, agravand o mi estado de excitacin. Me dirig entonces a consultorios mdicos. Intent quedarme e n hospitales, ya que sufra, tena fiebre y alucinaciones y un supremo malestar tort uraba mi ser, reducindome a este estado desolador de humillacin y amargura. Pero d onde iba, me senta desprotegido, me negaban atenciones, todos estaban despreocupa dos e indiferentes ante mi situacin. En vano les reprenda presentndome y exponiendo mi estado y las cualidades personales que mi incorregible orgullo reputaba impo rtantes: parecan ajenos a mis alegaciones, no concedindome nadie ni siquiera el fa vor de una mirada. Afligido, impaciente, alucinado y absorto por las ondas de agobiantes amarguras, no encontraba en ningn lugar la posibilidad de estabilizarme para lograr consuel o y alivio. Me faltaba algo irremediable, me senta incompleto. Haba perdido algo q ue me dejaba as, atontado, y esa "cosa" que yo perd, una parte de m mismo, me atraa al lugar en que se encontraba, con la fuerza irresistible de un imn, me llamaba i mperiosa e irremediablemente. Y era tal la atraccin que ejerca sobre m, tal el vaco que haba producido en m ese irreparable acontecimiento, tan profunda la afinidad, verdaderamente vital, que a esa "cosa" me una que, no siendo posible, de ninguna manera, quedarme en ningn lugar, volv al sitio tenebroso de donde haba venido: el ce menterio! Esa "cosa", cuya falta me enloqueca, era mi propio cuerpo mi cadver! Pudrindose en la scuridad de una tumba! [4]. Me inclin, sollozante e inconsolable, sobre la sepultura que guardaba mis mseros d espojos corporales, y me retorc en pavorosas convulsiones de dolor y de rabia, re volcndome en crisis de furor diablico, comprendiendo que me haba suicidado, que est aba sepultado, pero que, no obstante, continuaba vivo y sufriendo, ms, mucho ms de lo que sufra antes, superlativa y monstruosamente ms que antes del gesto cobarde impensado. Cerca de dos meses deambul desorientado y atontado, en un atribulado estado de in comprensin. Ligado al cuerpo que se pudra, vivan en m todas las imperiosas necesidad es de ese cuerpo, amargura que, aliada a las dems incomodidades, me llevaba a una constante desesperacin. Rebeliones, blasfemias, crisis de furor me acometan como si el mismo infierno soplase sobre m sus nefastas inspiraciones, coronando as las vibraciones malficas que me rodeaban de tinieblas. Vea fantasmas deambulando por la s calles del campo santo, no obstante mi ceguera, llorosos y afligidos, y, a vec es, terrores inconcebibles me sacudan el sistema vibratorio a tal punto que me re ducan a un singular estado de desmayo, como si mis potencias anmicas desfalleciese n, sin fuerzas para continuar vibrando! Desesperado ante el extraordinario problema, me entregaba cada vez ms al deseo de desaparecer, de huir de m mismo para no interrogarme ms sin lograr lucidez para r esponder, incapaz de razonar que, en verdad, el cuerpo fsico, modelado del barro terrestre, haba sido realmente aniquilado por el suicidio; y que lo que ahora yo senta era confundirme con l, porque estaba slidamente unido a l por leyes naturales de afinidad que el suicidio definitivamente no destruye, era el periespritu, inde structible e inmortal, organizacin viva, semimaterial, predestinada a elevados de stinos, a un porvenir glorioso en el seno del progreso infinito, relicario donde se archivan, cual cofre que encerrase valores, nuestros sentimientos y actos, n uestras realizaciones y pensamientos, envoltorio de la centella sublime que rige al hombre, es decir, del alma! Eterna e inmortal como aquel que de S Mismo la cre!En una ocasin en que iba y vena, tanteando por las calles irreconocibles a amigos y admiradores, pobre ciego humillado en el Ms All de la tumba gracias a la deshonr a de un suicidio; mendigo en la sociedad espiritual, hambriento en la miseria de Luz en que me debata; angustiado fantasma vagabundo, sin hogar, sin refugio en e l mundo inmenso, en el mundo infinito de los espritus; expuesto a peligros deplor ables, que tambin los hay entre los desencarnados; perseguido por entidades perve rsas, bandoleros de la erraticidad, que gustan de sorprender, con celadas odiosa s, a criaturas en las condiciones amargas en que me vea, para esclavizarlas y eng rosar con ellas las filas obsesoras que desbaratan a las sociedades terrenas y a rruinan a los hombres llevndoles a las tentaciones ms torpes, a travs de influencia s letales, al doblar una esquina me top con una multitud, cerca de doscientos ind ividuos de ambos sexos. Era de noche. Por lo menos yo as lo supona, pues como siem pre, las tinieblas me envolvan, y yo, todo lo que vengo narrando, lo perciba ms o m enos bien dentro de la oscuridad, como si viese ms por la percepcin de los sentido s que por la misma visin. Adems, yo me consideraba ciego, pero no me explicaba has ta entonces como, destituido del inestimable sentido, posea no obstante la capaci dad para ver tantas torpezas mientras que no la tena siquiera para reconocer la l uz del Sol y del azul del firmamento. Esa multitud, sin embargo, era la misma que vena concertando el coro siniestro qu e me aterraba, habindola reconocido porque, en el momento en que nos encontramos, comenz a aullar desesperadamente, lanzando a los cielos blasfemias ante las cual es las mas seran meras sombras. Intent retroceder, huir, ocultarme de ella, aterrorizado por haberme reconocido. S in embargo, como marchaba en sentido contrario al que yo segua, me envolvi rpidamen te, mezclndome en ella para absorberme completamente en sus ondas! Fui llevado en tropel, empujado, arrastrado, a mi pesar; y tal era la aglomeracin que me perd totalmente entre ellos. Apenas me percataba de un hecho, porque eso mismo oa murmurar alrededor, y era que estbamos todos guardados por soldados, que nos conducan. La multitud acababa de ser aprisionada! Cada momento se juntaba a el la otro y otro vagabundo, como haba sucedido conmigo, que del mismo modo, no podra n salir ms. Se dira que el escuadrn completo de milicianos montados nos conduca a la prisin. Se oan los cascos de los caballos sobre el pavimento de las calles y lanz as afiladas brillaban en la oscuridad, imponiendo temor. Protest contra la violencia de la que me reconoca objeto. A los gritos dije que no era un criminal y me hice conocer, enumerando mis ttulos y cualidades. Pero los caballeros, si me oan, no se dignaban responder. Silenciosos y mudos, marchaban e n sus monturas rodendonos en un crculo infranqueable. Al frente el comandante, abr iendo camino dentro de las tinieblas, empuaba un bastn en lo alto del cual fluctua ba una pequea llama, donde adivinbamos una inscripcin. Sin embargo eran tan acentua das las sombras que no podramos leerla, aunque la desesperacin que nos fustigaba n os diese una pausa para manifestar tal deseo. La caminata fue larga. El fro cortante nos congelaba. Mezcl mis lgrimas y gritos de dolor y desesperacin al coro horripilante y particip de la atroz sinfona de blasfe mias y lamentaciones. Presentamos que jams podramos escapar. Llevados lentamente, s in que logrsemos arrancar un nico monoslabo a nuestros conductores, comenzamos fina lmente a caminar penosamente por un valle profundo, donde nos vimos obligados a enfilarnos de dos en dos, mientras hacan una idntica maniobra nuestros vigilantes. Surgieron cavernas de un lado y otro de las calles que parecan estrechas garganta s entre montaas abruptas y sombras, todas numeradas. Se trataba, ciertamente, de u na extraa "poblacin", una "ciudad" en la que las habitaciones eran cavernas, dada la miseria de sus habitantes, que no tendran dinero suficiente para hacerlas agra dables y habitables. Sin embargo, lo que era cierto, es que todo all estaba por h acer y que bien podra ser aquella la morada exacta de la Desgracia. No se vean ter renos, sino piedras, barrizales, sombras, pantanos Bajo los ardores de la fiebreexcitante de mi desgracia, llegu a pensar que, si tal regin no fuese un pequeo antr o de la Luna, existiran all, lugares muy semejantes Nos internaban cada vez ms en aquel abismo Seguamos, seguamos Y, finalmente, en el ce ntro de una gran plaza encharcada como un pantano, los caballeros hicieron alto. Con ellos par la multitud. En medio del silencio que repentinamente se estableci, vimos que los soldados vol van sobre sus propios pasos para retirarse. En efecto!, uno a uno vimos que se ale jaban todos en las curvas tortuosas de los callejones embarrados, abandonndonos a ll. Confusos y atemorizados seguimos su rastro, ansiosos por irnos tambin. Pero fue en vano! Las callejas, las cavernas y los pantanos se sucedan, barajndose en un labe rinto en que nos perdamos, pues, adonde nos dirigisemos, encontrbamos siempre el mi smo escenario y la misma topografa. Un inconcebible terror se apoder del grupo. A mi vez, no poda siquiera pensar o reflexionar, buscando la solucin para el momento . Me senta como envuelto en los tentculos de una horrible pesadilla, y, cuanto may ores esfuerzos haca para explicarme racionalmente que pasaba, menos comprenda los acontecimientos y ms abatido me confesaba en mi terrible asombro. Mis compaeros eran hediondos, como tambin los dems desgraciados que encontramos en ese valle maldito, que nos recibieron entre lgrimas y estertores idnticos a los nu estros. Feos, dejando ver rostros asustados por el horror; esculidos, desfigurado s por la intensidad de los sufrimientos; desaliados, inconcebiblemente trgicos, se ran irreconocibles por aquellos mismos que les amasen, a los que repugnaran. Me pu se a gritar desesperadamente, acometido de una odiosa fobia o pavor? Un hombre no rmal, sin que haya cado en las garras de la demencia, no ser capaz de evaluar lo q ue padec desde que me convenc de que lo que vea no era un sueo, una pesadilla motiva da por la deplorable locura de la embriaguez No! No era un alcohlico para verme as e n las garras de tan perverso delirio! No era tampoco un sueo, o pesadilla, creada en mi mente, prostituida por el libertinaje de los hbitos, lo que se presentaba a mis ojos alarmados por la infernal sorpresa como la ms punzante realidad que lo s infiernos pudiesen inventar la realidad maldita, asombrosa, feroz, creada por un grupo de condenados del suicidio aprisionado en un medio ambiente de acuerdo a su crtico estado, como precaucin y caridad para con el gnero humano, que no sopor tara, sin grandes confusiones y desgracias, la intromisin de tales infelices en su vida cotidiana [5]. Imaginad una asamblea numerosa de criaturas deformes hombres y mujeres caracterizad a por la alucinacin de cada uno, correspondiente a casos ntimos, vistiendo, todos, ropas impregnadas del lodo de las sepulturas, con las facciones alteradas y dol oridas mostrando los estigmas de penosos sufrimientos! imaginad un lugar, un pobl ado envuelto en densos velos de penumbra, glida y asfixiante, donde se aglomerase n habitantes del Ms All de la tumba abatidos por el suicidio, ostentando, cada uno , el estigma infame del gnero de muerte escogido en el intento de burlar la Ley D ivina que les haba concedido la vida corporal terrestre como preciosa oportunidad de progreso, invalorable instrumento para el pago de pesadas faltas del pasado! Pues as era la multitud de criaturas que mis ojos asombrados encontraron en las tinieblas que les eran favorables al terrible genero de percepcin, olvidando, en la locura de mi orgullo, que tambin yo perteneca a tan repugnante todo, que era ig ualmente un feo alucinado, un pegajoso ignominioso. Les vea por todos lados manifestando, de cuando en cuando, con reflejos nerviosos , las ansias del ahorcamiento, con gestos instintivos, altamente emocionantes, p ara librar su cuello, entumecido y violceo, de los harapos de cuerdas o de paos qu e se reflejaban en las repercusiones periespirituales, ante las vibraciones ment ales faltas de armona que les torturaban. Yendo y viniendo como locos, en correras espantosas, pidiendo auxilio con voces estentreas, creyndose, a veces, envueltos en llamas, aterrorizndose con el fuego que les devoraba el cuerpo fsico y que, desde entonces, arda sin tregua en la sensibilidad semimaterial del periespritu. Me d i cuenta que estos ltimos eran, generalmente, mujeres. De repente aparecan otros c on el pecho, el odo o la garganta baados en sangre inalterable, permanente, que ve rdaderamente nada conseguira hacer desaparecer de la sutileza del periespritu sino la reencarnacin expiatoria y reparadora. Esos infelices, adems de las mltiples modalidades de penurias por las que se vean a tacados, estaban siempre preocupados, por intentar estancar aquella sangre chorr eante, bien con las manos, con las ropas o con cualquier otra cosa que encontras en a su alcance, sin conseguirlo nunca, pues se trataba de un deplorable estado mental que les incomodaba e impresionaba hasta la desesperacin. La presencia de e stos desgraciados impresionaba hasta la locura, dado el inconcebible dramatismo de los gestos rutinarios, inalterables, a los que, sin proponrselo, se vean forzad os. Y aquellos otros, sofocndose en la brbara asfixia del ahogamiento braceando en ansias furiosas en busca de algo que les pudiese socorrer, tal como haba sucedid o en la hora extrema y que sus mentes registraron, ingiriendo agua en gorgoteos ininterrumpidos, exhaustivos, prolongando indefinidamente escenas de agona salvaj e, que los ojos humanos seran incapaces de presenciar sin alcanzar la demencia. Haba ms todava! El lector debe perdonar a mi memoria estos detalles poco interesantes quizs para su buen gusto literario, pero tiles como advertencia a su posible carct er impetuoso, llamado a vivir las inconveniencias de un siglo en que el morbo te rrible del suicidio se volvi un mal endmico. No pretendemos, adems, presentar una o bra literaria para deleitar el gusto y temperamento artsticos. Cumplimos tan slo u n deber sagrado, buscando hablar a los que sufren, diciendo la verdad sobre el a bismo que con malvadas seducciones, ha perdido a muchas almas incrdulas en medio de los disgustos comunes a la vida de cada uno. Mientras, prximo al lugar en que me haba encerrado buscando refugiarme del siniest ro grupo, se destacaban, por su fealdad impresionante, media docena de desgracia dos que haban buscado el "olvido eterno" tirndose bajo las ruedas de un tren. Con los periespritus desfigurados, con monstruosa deformidad, las ropas en harapos fl otantes, cubiertos de cicatrices sanguinolentas, despedazadas, confusas, en una maraa de golpes, as estaba fotografiada, en aquella placa sensible y sutil, es dec ir, en el periespritu, la deplorable condicin a la que el suicidio haba reducido su cuerpo ese templo, oh Dios mo, que el Divino Maestro recomienda como vehculo preci oso y eficiente para auxiliarnos en el camino en busca de las gloriosas conquist as espirituales! Enloquecidos por tremendos sufrimientos, llenos de la suprema afliccin que pueda alcanzar el alma creada en la centella divina, presentando a los ojos del observ ador lo que lo invisible inferior tiene de ms trgico, emocionante y horrible, esos desgraciados aullaban con lamentos tan dramticos e impresionantes que inmediatam ente contagiaban con su influencia dolorosa a quien quiera que se encontrase ind efenso en su camino, que entrara a participar de la locura inconsolable que manif estaban pues ese terrible gnero del suicidio, de los ms deplorables que tenemos par a registrar en nuestras pginas, haba conmovido tan violenta y profundamente su org anizacin nerviosa y la sensibilidad general del cuerpo astral entorpeciendo, por la brutalidad usada, incluso los valores de la inteligencia, que yaca incapaz de orientarse, dispersa y confusa en medio del caos que se formaba alrededor suyo. * * * La mente edifica y produce! El pensamiento es creador, y, por tanto, fabrica, corp orifica, retiene imgenes engendradas por l mismo, realiza, fija lo que pas y, con p oderosas garras, lo conserva presente hasta cuando se desee! Cada uno de nosotros, en el Valle Siniestro, vibrando violentamente y reteniendo con las fuerzas mentales el momento atroz en que nos suicidamos, crebamos los escenarios y respectivas escenas que vivimos en nuestros ltimos momentos en la Tier ra. Tales escenas, reflejadas alrededor de cada uno, llevaban la confusin al luga r, esparcan tragedia e infierno por todas partes, aumentando la afliccin de los de sgraciados prisioneros. Se topaban, aqu y all, con escenas que balanceaban el cuer po del propio suicida, evocando la hora en que se precipit en la muerte voluntari a. Vehculos de todas clases, trenes humeantes y rpidos, atropellaban y trituraban bajo sus ruedas a esos mseros desvariados que buscaron matar su propio cuerpo por ese medio execrable, y que ahora, con la mente "impregnada" del momento siniest ro, reflejaban sin cesar el episodio, poniendo a la vista de los compaeros afines sus hediondos recuerdos [6]. Ros caudalosos e incluso trechos lejanos e aquellas callejuelas sombras: eran una loquecida, dejando muestras de escenas de el trgico recuerdo de cuando se tiraron del ocano surgan repentinamente en medio d media docena de condenados que pasaba en ahogamiento, por arrastrar en su mente a sus aguasHombres y mujeres transitaban desesperados: unos ensangrentados, otros retorcindo se en el suplicio de los dolores del envenenamiento, y, lo que era peor, dejando a la vista el reflejo de sus entraas carnales corrodas por el txico ingerido, mien tras otros ms excitados pedan ayuda en correras insensatas, contagiando un pnico tod ava mayor entre los compaeros de desgracia, que teman quemarse a su contacto, posedo s todos por la locura colectiva. Y, coronando la profundidad e intensidad de eso s inimaginables martirios, las penas morales: los remordimientos, la aoranza de l os seres amados, de los que no tenan noticias, los mismos sinsabores que haban dad o origen a la desesperacin y que persistan Y las penas fsico-materiales: el hambre, e l fro, la sed, exigencias fisiolgicas en general, torturantes, irritantes, desespe rantes. La fatiga, el insomnio depresivo, la debilidad, el sncope Necesidades imperiosas, desconsuelos de toda especie, insolubles, desafiando posibilidades de suavizacin. La visin insidiosa del cadver pudrindose, su fetidez asquerosa, la repercusin, en l a mente excitada, de los gusanos consumiendo el cuerpo, haciendo que el desgraci ado mrtir se creyese igualmente atacado de la podredumbre. Algo sorprendente! Esa escoria traa, pendiente de s, fragmentos de un cordn luminoso, fosforescente, despe dazado, como violentamente roto, que se desprenda en astillas como un cable compa cto de hilos elctricos reventados, desprendiendo fluidos que deberan permanecer or ganizados para determinado fin. Ese detalle, aparentemente insignificante, tena u na importancia capital, pues era justamente donde se estableca la desorganizacin d el estado del suicida. Hoy sabemos que ese cordn fludico-magntico, que une el alma al cuerpo fsico y le da la vida, solamente deber estar en condiciones apropiadas para separarse de este, con ocasin de la muerte natural, lo que entonces se har naturalmente, sin choques, sin violencia. Con el suicidio, sin embargo, una vez roto y no desprendido, rud amente arrancado, despedazado cuando todava estaba en toda a su pujanza fludica y magntica, producir gran parte de los desequilibrios que venimos indicando, ya que, en la constitucin vital para la existencia que debera ser, muchas veces, larga, l a reserva de fuerzas magnticas aun no se haba extinguido, lo que lleva al suicida a sentirse un "muerto-vivo" en la ms expresiva significacin del trmino. Pero en la ocasin en que lo vimos por primera vez, desconocamos el hecho natural, imaginndonos que era un motivo ms de confusin y terror. Ese deplorable estado de cosas, para las que el hombre no tiene vocabulario ni i mgenes adecuadas, se prolonga hasta que se agoten las reservas de fuerzas vitales y magnticas, lo que vara segn el grado de vitalidad de cada uno. El mismo carcter i ndividual influye en la prolongacin del delicado estado, cuando la persona haya e stado ms o menos atrada por los sentidos materiales, groseros e inferiores. Es pue s, un trastorno, que slo el tiempo, con una extensa ristra de sufrimientos, conse guir corregir.* * * Un da, tuve una profunda postracin a causa de la prolongada excitacin. Una debilida d inslita me conserv quieto, desfallecido. Muchos otros de mi grupo y yo estbamos e xtenuados, incapaces de resistir por ms tiempo la situacin tan desesperante. La ur gencia de reposo nos haca desmayarnos frecuentemente, obligndonos a recogernos en nuestras incmodas cavernas. No haban pasado ni siquiera veinticuatro horas desde este nuevo estado, cuando un a vez ms nos alarm el significativo rumor de aquella misma caravana o "convoy", qu e ya en otras ocasiones haba aparecido en nuestro Valle. Yo comparta el mismo antro con otros cuatro individuos, portugueses como yo, y, a lo largo del tiempo en comn, nos hicimos inseparables, a fuerza de sufrir juntos en el mismo tugurio de dolor. De todos, uno me irritaba sobremanera, predisponin dome a la discusin, ya que usaba, a pesar de la situacin precaria, el inseparable monculo, el frac bien entallado y el respectivo bastn con mango de oro, conjunto q ue, bajo mi punto de vista neurastnico e impertinente, le haca pedante y antiptico, en un lugar donde se viva torturado con olores ftidos y podredumbre y en el que n uestra indumentaria pareca empapada de extraas substancias grasas, reflejos mental es de la podredumbre elaborada alrededor de nuestro cuerpo fsico. Yo, no obstante , me olvidaba de que continuaba usando mi atuendo, la capa de los das ceremonioso s, el poblado bigote peinado Confieso que entonces, a pesar de la larga convivenc ia, no saba sus nombres. En el Valle Siniestro la desgracia es demasiado ardiente para que el condenado se preocupe de la identidad ajena El conocido rumor se aproximaba cada vez ms Salimos de un salto a la calle Las callejas y plazas se llenaron de condenados co mo en otras ocasiones, al mismo tiempo que los mismos angustiosos gritos de soco rro resonaban por las quebradas sombras, con la intencin de despertar la atencin de los que venan para el acostumbrado registro Hasta que, dentro de la atmsfera densa y la penumbra, surgieron los carros blanco s, rompiendo las tinieblas con poderosos reflectores. Par la caravana en la plaza embarrada y baj un pelotn de lanceros. Enseguida, damas y caballeros, que parecan e nfermeros, ms el jefe de la expedicin, el cual, como anteriormente aclaramos, usab a turbante y tnica hindes silenciosos y discretos iniciaron el reconocimiento de aq uellos que pudieran ser socorridos. La misma voz austera de ocasiones anteriores hizo, pacientemente, la llamada de los que deberan ser recogidos, que, al or sus propios nombres, se presentaban por s mismos. Otros, sin embargo, por no presentarse a tiempo, imponan a los socorristas la nec esidad de buscarles. Pero la extraa voz indicaba el lugar exacto en el que estaran los mseros, diciendo simplemente: refugio nmero tal calle nmero tal O, conforme a la circunstancia: demente inconsciente no se encuentra en el refugio vagando en tal calle no atender por el nombre reconocible por tal detalle Se dira que alguien, desde muy lejos, apuntaba un poderoso telescopio hasta nuest ra desgraciada morada, para as informar detalladamente a los expedicionarios Los obreros de la Fraternidad consultaban un plano, iban rpidamente al lugar indi cado y traan a los llamados, algunos cargados en sus brazos generosos, otros en c amillas De repente reson en la atmsfera dramtica de aquel infierno donde tanto padec, reperc utiendo estruendosamente por los ms profundos rincones de mi ser mi nombre, llamad o para la liberacin! Enseguida, se oyeron los de los cuatro compaeros que estabanconmigo en la plaza. Entonces conoc sus nombres y ellos el mo. Dijo la voz lejana, sirvindose del desconocido y poderoso altavoz: refugio nmero 3 6 de la calle numero 48. Atencin! refugio nmero 36, ingresar al convoy de socorro. At encin! Camilo Candido Botelho, Belarmino de Queiroz y Souza, Jernimo de Arajo Silvei ra, Juan de Acevedo, Mario Sobral, subid al convoy [7]. Entre lgrimas de emocin indefinible sub los pequeos escalones de la plataforma que u n enfermero indicaba, atento y paciente, mientras los guardias cerraban el cerco alrededor mo y de mis cuatro compaeros, evitando que los desgraciados que todava q uedaban subiesen con nosotros o nos arrastrasen en su torbellino, creando confus in y retrasando el regreso de la expedicin. Entr. Eran vagones amplios, cmodos, confortables, con butacas individuales acolcha das con armio blanco que presentaban el respaldo vuelto hacia los respiradores, q ue parecan las ventanillas de los modernos aviones terrestres. En el centro haba c uatro butacas idnticas, donde se acomodaron los enfermeros, dando a entender que permanecan all para cuidarnos. En las puertas de entrada se lea la leyenda entrevis ta antes, en el estandarte empuado por el comandante del pelotn de guardias: Legin de los Siervos de Mara Al rato la tarea de los abnegados legionarios estaba cumplida. Se oa en el interi or el tintinear apagado de una campanilla, seguido de un movimiento rpido de subi da de puentes de acceso y embarque de los obreros. Por lo menos esa fue la serie de imgenes mentales que conceb El extrao convoy oscil sin que ninguna sensacin de temblor ni el ms leve balanceo im presionase nuestra sensibilidad. No contuvimos las lgrimas, sin embargo, al or el ensordecedor coro de blasfemias, la gritera desesperada y salvaje de los desgraci ados que quedaron, por no estar suficientemente desmaterializados todava para alc anzar niveles invisibles menos densos. Las seoras que nos acompaaban, velando por nosotros durante el viaje, nos hablaban con dulzura, convidndonos a reposar, confirmndonos su solidaridad. Nos acomodaron cuidadosamente en las almohadas de las butacas, como desveladas y bondadosas he rmanas de la Caridad Se alejaba el vehculo Poco a poco la cerrazn de cenizas se iba disipando a nuestros ojos torturados, durante tantos aos, por la ms acuciante de las cegueras: la de la conciencia culpable! Se apresuraba la marcha La neblina de sombras quedaba atrs como una pesadilla mald ita que se extingua al despertar de un mal sueo Ahora los caminos eran amplios y re ctos, perdindose a lo lejos La atmsfera se haca blanca como la nieve Vientos fertiliz antes soplaban, alegrando el aireDios Misericordioso! Habamos dejado el Valle Siniestro! All qued, perdido en las tini as de lo abominable! Qued all, incrustado en los abismos invisibles creados por el p ecado de los hombres, fustigando el alma de aquel que se olvid de su Dios y Cread or! Conmovido y plido, pude entonces, elevar el pensamiento a la fuente inmortal del b ien eterno, para humildemente agradecer la gran merced que reciba!CAPTULO IIIEN EL HOSPITAL MARA DE NAZARET Despus de algn tiempo de marcha, teniendo la impresin de estar venciendo grandes di stancias, vimos que se abrieron las persianas, dndonos la posibilidad de distingu ir, en el horizonte an lejano, un severo conjunto de murallas fortificadas. Una p esada fortaleza se elevaba imponiendo respeto y temor en la soledad que le cerca ba. Era una regin triste y desolada, envuelta en la neblina como si todo el paisaje e stuviese recubierto por el sudario de continuas nevadas, aunque ofreciendo posib ilidad de visin. No se distingua al