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    _______________SANGRE CORRUPTA

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    (Coleccin: "WarHammer")

    (Serie: "Corazones Negros", vol.03)Nathan Long

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    "Tainted Blood" 2006Traduccin: Diana FalcnDigitalizacin: Ardet

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    PREMBULO`

    sta es una poca oscura, una poca de demonios y de brujera. Esuna poca de batallas y muerte, y de fin del mundo. En medio de todo elfuego, las llamas y la furia, tambin es una poca de poderosos hroes, de

    osadas hazaas y grandiosa valenta.

    En el corazn del Viejo Mundo se extiende el Imperio, el ms grandey poderoso de todos los reinos humanos. Conocido por sus ingenieros,hechiceros, comerciantes y soldados, es un territorio de grandes montaas,caudalosos ros, oscuros bosques y enormes ciudades. Y desde su trono deAltdorf reina el emperador Karl Franz, sagrado descendiente del fundador deestos territorios, Sigmar, portador del martillo de guerra mgico.

    Pero estos tiempos estn lejos de ser civilizados. A todo lo largo yancho del Viejo Mundo, desde los caballerescos palacios de Bretonia hastaKislev, rodeada de hielo y situada en el extremo septentrional, resuena elestruendo de la guerra. En las gigantescas Montaas del Fin del Mundo, lastribus de orcos se renen para llevar a cabo un nuevo ataque. Bandidos yrenegados asuelan las salvajes tierras meridionales de los Reinos

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    Fronterizos. Corren rumores de que los hombres rata, los skavens, surgen decloacas y pantanos por todo el territorio. Y, procedente de los salvajesterritorios del norte, persiste la siempre presente amenaza del Caos, dedemonios y hombres bestia corrompidos por los inmundos poderes de los

    Dioses Oscuros. A medida que el momento de la batalla se aproxima, elImperio necesita hroes como nunca antes.

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    _____ 1 _____La marea del Caos

    ~ ~ ~El cuerpo de Abel Halstieg yaca a los pies de Reiner Hetzau

    con un rictus sonriente en la cara y la lengua, hinchada, asomndole

    entre los dientes desnudos. Tena las extremidades tan torcidas por

    el veneno que le inundaba las venas que casi parecan partidas. Los

    compaeros de Reiner--Pavel y Hals, Franka (la muchacha que se

    haca pasar por arquero), Gert y Jergen--, tambin contemplaban

    fijamente el cadver. Reiner los mir, sabedor de que uno de ellos lo

    haba envenenado y tena el poder de envenenar a los otros con una

    palabra. Pero cul haba sido? Quin era el espa?

    Todos alzaron la mirada hacia l. Hals y Pavel sonrieron como

    si compartieran un secreto. Los ojos de Gert destellaron con

    maliciosa alegra. Jergen lo mir con ferocidad. Franka sonri

    afectadamente. El miedo aferr el corazn de Reiner. Acaso todoseran espas? Estaba solo? No haba nadie en quien pudiera...?

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    Reiner despert con un estremecimiento, el corazn acelerado.Parpade en la oscuridad que el claro de luna apenas iluminaba. Seencontraba en la cama que ocupaba en la casa que el conde

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    Manfred Valdenheim tena en la ciudad de Altdorf.Slo haba sido una pesadilla. Ri amargamente entre dientes.

    Qu haca uno cuando sus pesadillas no eran ms que la verdad?Alguien llam con unos golpecitos. Reiner rod sobre el lecho y

    clav los ojos en la puerta. Tena que ser eso lo que lo habadespertado. Dese tener una daga, pero el conde Manfred nopermita que los Corazones Negros llevaran arma alguna dentro dela casa.

    --Quin es? --grit.La puerta se abri, y entr una figura esbelta con una vela en

    una mano. Era Franka; an vesta con ropas de muchacho, aunquelos dems Corazones Negros conocan su secreto.

    --Slo vuestra ayuda de cmara, mi seor--susurr mientrascerraba la puerta e iba de puntillas hasta el lecho--. Vengo a sacarlebrillo a vuestra... espada.

    --Eh? --pregunt Reiner, que an tena la mente enturbiadapor la pesadilla.

    Franka sonri.--Venga, ya. Estoy segura de que un hombre tan mundano

    como vos no puede ser tan obtuso.Reiner la miraba con perplejidad. Ella suspir y se sent sobre

    el edredn, tras lo cual dej la vela en la mesilla de noche.--De acuerdo, te lo explicar con todo detalle. Ya hace un ao

    que muri Yarl, y mi duelo ha concluido. En realidad, he dejado pasarun ao y una semana para no dar la impresin de tener una prisaindecorosa. Pero ahora... --Call, repentinamente tmida--. Ahoraestoy a las rdenes de mi seor.

    Reiner parpade. Desde que los Corazones Negros habanregresado del fuerte de las Montaas Negras, haba estado tan

    absorto en sus tortuosos pensamientos que el tema que antes habaocupado sus momentos de vigilia --y tambin los de sueo-- se lehaba ido completamente de la cabeza. Recordaba haber contado losdas, las horas, hasta poder estar con Franka, pero ahora, aunque sudeseo de ella era ms ardiente que nunca, ahora...

    --Tal vez... --contest--, tal vez deberamos esperar un pocoms.

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    --Tal vez...? --Franka se ech a rer--, Reiner! Vaya bufneres! Casi has... --Call al ver que Reiner no sonrea--. No estsbromeando?

    l neg con la cabeza.

    --Pero por qu? --inquiri, perpleja.

    Reiner no poda mirarla. Si ella slo hubiese sido una de entrela legin de busconas y seguidoras de campamento con las que sehaba enredado a lo largo de los aos, ya habran estado de lleno enello; pero Franka no era el tipo de muchacha que uno usa y tiradespus.

    --No..., no somos libres. Eso arruinara las cosas. No quieroestar contigo si tenemos que ocultarlo.

    Franka frunci el entrecejo.--Es ste el mismo hombre que quera poseerme en una

    tienda rodeada por nuestros ignorantes compaeros? No mepresentaste entonces unos argumentos diametralmente opuestos aldecir que estaramos robando momentos de libertad? Qu te andapor dentro?

    --Veneno! --dijo Reiner. La frase sali de l como unaexplosin antes de que pudiera evitarlo--. Me anda veneno pordentro.

    Franka se encogi de hombros.--Pero han pasado todos estos meses, y ya por entonces no

    hiciste muchos aspavientos con el asunto.--No me refiero a ese veneno --replic Reiner--. Me refiero al

    veneno de la desconfianza que nos ha perseguido desde...--Desde que encontramos a Abel.Reiner asinti con la cabeza.--Uno de nosotros es espa de Manfred. Uno de nosotros hizo

    el hechizo que envenen a Halstieg. Ya has visto cmo nos haperjudicado eso. Apuesto a que nuestros compaeros no hanintercambiado ni diez palabras entre s desde que regresamos a

    Altdorf.--T, desde luego, no --dijo Franka--. Pero lo entiendo. Gert y

    Jergen son buenos compaeros. Soy tan reacia como t a pensarque uno de ellos podra ser el secuaz de Manfred.

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    --Y quin dice que tiene que tratarse de Gert o Jergen? --leespet Reiner, y luego maldijo y cerr la boca. Demasiado tarde...

    Franka lo mir con perplejidad.--A qu te refieres, entonces?

    --A nada. Olvida lo que he dicho.

    --Reiner, qu quieres decir?Reiner mir al suelo.--S que soy un estpido, pero desde aquel da no he sido

    capaz de quitrmelo de la cabeza. Manfred ha podido convertir en suespa a uno de nosotros, uno del grupo original, mediante algunapromesa, una oferta de libertad, oro, lo que sea, a cambio de queespiara al resto.

    --Pero, Reiner--dijo Franka--, los nicos que quedamos delgrupo original somos Hals, Pavel, t y yo. Seguro que no puedessospechar... --Se qued petrificada al pensarlo, y luego se pusobruscamente de pie, temblorosa--. Por eso no quieres estarconmigo?

    --No, yo...Franka se encamin hacia la puerta. Reiner apart las mantas

    y corri tras ella.--Franka, escchame!

    Ella abri.--Qu tienes que decir? Piensas de verdad que yo soy la

    espa de Manfred?--No! Por supuesto que no! --No poda mirarla a los ojos--.

    Pero... no tengo modo de estar seguro.Se hizo un silencio. Reiner senta que los ojos de Franka lo

    taladraban.--Ests loco --dijo--. Te has vuelto loco. --Sali al corredor y

    cerr la puerta de golpe.--S --le respondi l a la puerta cerrada--. Creo que s.

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    A los Corazones Negros les servan la comida en el saln delos sirvientes para mantenerlos fuera de la vista de los frecuentes

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    visitantes de Manfred. En esos das, los compaeros que anteshaban chanceado y haban discutido como pescaderas de Altdorfcoman como ceudos autmatas, del mismo modo que lo habanhecho desde su regreso de las Montaas Negras. Franka mantena

    la vista fija en el plato. Hals y Pavel murmuraban el uno al odo delotro, con las cabezas juntas. El fornido maestro de espada, Jergen,miraba al vaco mientras masticaba. Gert les lanzaba miradas tristesa los dems. El ballestero de pecho de barril era un narrador nato, ypareca causarle dolor fsico no tener a nadie con quien hablar.

    Por tanto, fue un alivio cuando, al da siguiente, justo cuandoReiner limpiaba el plato con un trozo de pan, en la escalera sonarontacones de botas y Manfred entr en la cocina y agach la leoninacabeza plateada para pasar por debajo de las vigas ennegrecidas.Los cocineros y lacayos desaparecieron a un gesto de su mano, y lse sent a la mesa con un suspiro. Reiner vio que estaba cansado ypreocupado, aunque mantena una expresin tan plcida comosiempre.

    --Maana salgo hacia Talabheim --dijo-- para acompaar almago elfo Teclis en una misin diplomtica. Vendris conmigo comosirvientes. --Sonri al ver la reaccin de los Corazones Negros--.Vuestra misin se vera perjudicara si os diera el nombre de espas,

    no os parece? Y voy a aadir a otros cuatro a vuestro grupo; losconoceris maana.

    Los Corazones Negros se pusieron tensos al or la noticia. Lascosas ya eran lo bastante tirantes, sin aadir extraos a la cazuela.

    --Creis que tendris necesidad de espas en Talabheim?--pregunt Reiner--. No es un territorio extranjero.

    Manfred baj la mirada y se puso a jugar con un cuchillo demesa.

    --

    Es algo que no debe comentarse, como comprenderis, peroha sucedido algo en Talabheim: una erupcin de fuerzas del Caostan potente que anoche despert a Teclis, que est en Altdorf. lcree que si no se la detiene, Talabheim caer en manos del Caos, sies que no lo ha hecho ya. --Pinch la mesa con el cuchillo--. Ycuando la ola del Caos se alza, mi deber es sospechar que hay pormedio agentes de los Poderes de la Destruccin. Ah es donde

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    intervens vosotros. --Manfred alz la mirada--. Yo encabezar unaembajada de Reikland que le ofrecer ayuda a nuestros hermanosde Talabecland en su hora de necesidad. Pero mientras estemos all,pronunciando discursos de apoyo mutuo, vosotros andaris a la caza

    de miembros de cultos, criminales y conspiradores, pues no me cabeduda de que resultarn ser la causa del problema.

    Suspir y se levant.--Saldremos maana antes del amanecer. Espero que durmis

    bien. --Y acto seguido volvi a subir la escalera con pesados pasos.Reiner y los otros permanecieron sentados y en silencio.--Una ola del Caos se alza en Talabheim? --dijo Pavel, al fin,

    mientras se rascaba la cuenca ocular vaca por debajo del parcheque se la ocultaba--. Y nosotros vamos de cabeza hacia ella? Muybonito, ya lo creo.

    --Al menos, no volvemos a las malditas montaas otra vez--gru Hals.

    --Quiz en esta ocasin moriremos todos, y acabaremos con elasunto --dijo Franka con los ojos fijos en el plato.

    La tristeza de la muchacha era como una pualada en elcorazn de Reiner.

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    _____ 2 _____Una profesin honorable

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    Reiner se encontraba sentado en el opulento carruaje de

    Manfred, esperando a que la caravana del conde se pusiera enmarcha. La oscuridad era an absoluta, y en el patio oscilaba laamarilla luz de las antorchas. Vesta un sencillo jubn que todavaola ligeramente a amanuense. Llevaba un tintero colgado delcinturn, y un hermoso estuche para pergaminos descansaba sobresu regazo. A travs de la ventanilla del carruaje captaba atisbos dePavel, Hals y Gert, que ocupaban sus nuevos cargos: Pavel silbaba

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    sobre el asiento de un carro de provisiones en el que Gert,malhumorado, cargaba jamones curados y sacos de harina, y Hals,con la calva brillante de sudor, ataba bales y bultos de equipajesobre un segundo carro.

    Otros hombres ayudaban con los preparativos. Reiner losobservaba con atencin. No eran sirvientes de la casa de Manfred.Acaso se trataba de los nuevos Corazones Negros? Haba unimpresionante tipo de pecho de barril y erizada barba roja que seencargaba de los caballos. Un tranquilo muchacho, ms o menosigual de corpulento, pero con andares perezosos, segua al de labarba roja, al que ayudaba y le rea obsequiosamente los constanteschistes. De pie junto a una mula cargada de cartapacios de cuerohaba un joven delgado que vesta los ropones grises del Colegio deCirujanos, y miraba alrededor, parpadeando, como perplejo. Junto al haba un villano alto y nervudo, de ojos inquietos, que resultabamuy poco convincente con la blusa y calzas grises de los ayudantesde cirujano.

    Manfred subi al carruaje acompaado por Jergen, que llevabael uniforme de la guardia del conde, y por Franka, vestida con libreade paje blasonada con el len de oro de Manfred. Jergen se sent

    junto a Reiner e intent en vano evitar arrinconarlo con sus anchos

    hombros. Franka, que se sent al lado de Manfred, se negaba amirar a Reiner a los ojos.

    Manfred sonri al ver el atavo de Reiner.--Creo que al fin habis hallado vuestra vocacin, Hetzau.

    Tenis todo el aspecto de un amanuense; tal vez el de uno de esostipos que escriben cartas para los analfabetos por un pfennig lapgina.

    --Gracias, mi seor--dijo Reiner--. Al menos es una profesin

    honorable.Manfred frunci el ceo.--No hay profesin ms honorable que la de defender la tierra

    natal. Me duele que un noble hijo del Imperio deba ser obligado acumplir con esa tarea.

    --Si no recuerdo mal, mi seor--replic Reiner--, a nosotrosnadie nos lo consult.

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    --Eso se debe a que soy un astuto conocedor de los hombres.--Manfred dio unos golpecitos en el techo del carruaje--. Kluger! Enmarcha. Ya es tarde!

    El ltigo del cochero restall y el carruaje parti. Por la

    ventanilla, Reiner vio que Hals y Pavel hacan girar el carro paraseguir a Manfred hacia el exterior.

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    La procesin recorri las sinuosas calles de Altdorf en la grisclaridad previa a la aurora. El grandioso palacio del emperador KarlFranz se alzaba en la niebla como un gigantesco grifo que guardarael nido, con los edificios del gobierno imperial reunidos en torno a lcomo polluelos. Tras dejar atrs el barrio de los comerciantes,llegaron al ro y los amarraderos privados del emperador, recinto quecerraban por tres lados barracas, establos y almacenes, y el ro, porel cuarto.

    Cuando entraron a travs del portn, Reiner comenz acomprender la importancia de la misin. Haba supuesto que, comomximo, Manfred viajara con una escolta de caballeros yespadachines, pero el recinto estaba atestado de hombres de armas

    de media docena de casas nobles, y todos intentaban al mismotiempo cargar sus caballos y equipos en cuatro grandes barcazasfluviales.

    La luz de las antorchas brillaba en los cascos de los diezcaballeros del conde Manfred, y en los de veinte lanceros y veinteespadachines de su squito de Altdorf, que eran slo una fraccin delas tropas reunidas. All estaban los espadones del seor Schott, uncapitn de la guardia de honor de Karl Franz, discutiendo con los

    caballeros del seor Raichskell, Gran Maestre de la Orden del YelmoAlado. Detrs de ellos, los pistoleros del seor Boellengen,subsecretario de la baronesa Lotte Hochsvoll, canciller del TesoroImperial, estaban trabados en una acalorada competicin de gritoscon los Portadores del Martillo del padre Olin Totkrieg, representantedel Gran Teogonista EsmerIII, mientras los encapuchados iniciadosque acompaaban al mago Nichtladen de los Colegios Imperiales de

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    Magia los contemplaban, impasibles.Cada seor llevaba tambin un squito de secretarios, ayudas

    de cmara, cocineros y mozos que rivalizaba con el de Manfred,adems de carros cargados de bales, cajas fuertes y provisiones.

    Reiner haba visto ejrcitos enteros ponerse en marcha concaravanas ms reducidas.

    En el centro de aquella agitada locura haba una blanca isla decalma, lo que hizo que Reiner y Franka contuvieran el aliento. Elfos.

    Aunque Reiner se consideraba un hombre muy viajado y bieneducado, nunca antes haba visto un elfo. La raza hermosa no salaa menudo de su territorio, y cuando lo hacan no se mezclaban con lagente de tabernas como Las Tres Plumas o El Grifo. Se reunan con

    jefes de Estado, se los agasajaba con banquetes oficiales, ynavegaban de vuelta al hogar con esplndidos regalos. As pues, pormucho que Reiner intent mantenerse indiferente y altivo, se quedmirando fijamente, como todos los dems, a los seis guerrerosesculturales, con peto plateado y sobrevesta blanca, quepermanecan de pie, inmviles, ante la plancha de la barcazacapitana.

    Los rostros de los elfos estaban tan serios como si los hubieranforjado en hierro: afilados, orgullosos y cruelmente bellos. De sus

    costados pendan largas espadas delgadas, y de las fundas de cueroque llevaban a la espalda se alzaban curvos arcos. Al principio, aReiner le cost diferenciarlos; parecan hechos con un mismo molde.Pero al fijarse mejor, comenz a reparar en diferencias sutiles: unotena la nariz aguilea, otro los labios ms carnosos. De todosmodos, esperaba no tener que recordar quin era quin.

    --Esperad aqu --dijo Manfred, antes de bajar del carruaje yencaminarse hacia un edificio que en parte estaba construido en

    madera.Los ojos de Reiner y Franka permanecieron fijos en los elfos,que no miraban ni a derecha ni a izquierda, ni hablaban entre s.

    --Pensaba --dijo Franka en voz baja-- que no seran ms quehombres de orejas puntiagudas, pero... no son hombres.

    --No --replic Reiner--, no ms de lo que nosotros somosmonos.

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    l y Franka intercambiaron una mirada, y luego apartaron losojos.

    Para ocultar la incomodidad que senta, Reiner se volvi amirar a Jergen, que tena los ojos perdidos, como si estuviera sumido

    en una ensoacin.--No pareces impresionado por nuestros hermosos primos,

    Rohmner.--S que estoy impresionado --replic Jergen--. Tienen un gran

    control.--Control? --pregunt Reiner. Era raro que el taciturno

    espadachn expresara voluntariamente una observacin.--Se dan cuenta de todo lo que sucede, pero nada los distrae.

    Es un rasgo que merece ser emulado.Reiner ri entre dientes.--Lo ests logrando muy bien, muchacho.El estruendo del recinto ces, y todos volvieron la cabeza.

    Reiner se inclin por encima de Jergen para mirar por la otraventanilla. Del edificio salan Manfred y un grupo de funcionarios. Enel centro iba un elfo ataviado con ropones blancos como la nieve ytocado con una mitra. Caminaba con una leve cojera y se apoyabaen un bculo intrincadamente labrado, pero no haba debilidad

    ninguna en l. Su porte impona atencin; era majestuoso y aterradoral mismo tiempo. Reiner no poda apartar los ojos de aquella figura.

    Aunque el semblante del elfo era tan suave y libre de arrugas comolos de sus guardias, lo rodeaba un aura de vejez imposible; laprofundidad de los ojos opalinos --una mezcla de sabidura, dolor yconocimientos terribles-- poda ser vista desde el otro lado del oscuroembarcadero. Los hombres balbuceaban tras l, todos con laintencin de atraer su atencin.

    --

    Pero, seor Teclis--

    grit el seor Boellengen--

    , nosotrostenemos que acompaaros. El Tesoro tiene que evaluar los daos!Era un hombre descarnado y carente de mentn, con el pelo

    cortado en forma de cuenco, y con la armadura de desfile parecauna tortuga con un caparazn demasiado grande.

    --El Emperador me ha pedido que supervise personalmente lasituacin --grit el seor Schott, un soldado cuadrado, con barba

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    negra bien recortada--. No puedo desobedecerle.--El Gran Teogonista tiene que conocer la extensin de esta

    plaga del Caos! --bram el padre Totkrieg, un sacerdote guerrero, deblanca barba, que llevaba el ropn blanco sobre la lustrosa

    armadura--. No nos quedaremos atrs.--Si hay que luchar contra el Caos --dijo el alto seor

    Raichskell con ferocidad--, la Orden del Yelmo Alado no permitirque le impidan luchar. No es honorable permanecer en Altdorfmientras los demonios se pasean por Talabheim. --Su rubio cabellopenda en dos trenzas gruesas sobre la armadura esmaltada deverde.

    --La investigacin de las amenazas arcanas esresponsabilidad de los Colegios de Magia! --dijo el mago Nichtladen,hombre de mejillas hundidas y barba gris, ataviado con un ropncolor borgoa--. Debe permitrsenos cumplir con nuestro deber!

    Teclis se mostraba sordo a todos ellos. Acompaado por suguardia, ascendi por la plancha hasta la barcaza, habl brevementecon Manfred y desapareci bajo cubierta.

    Manfred regres a grandes zancadas al carruaje, entr y cerrde golpe la puerta, furibundo.

    --Necios presuntuosos --dijo al dejarse caer en el asiento.

    El carruaje comenz a avanzar y maniobr para ascender porla plancha hasta la parte posterior de la primera barcaza.

    --Slo tenan que ir la guardia de Teclis y la ma. Una legacin,no un ejrcito. Ahora somos ms de doscientos. Pero si dejamos aalguno de ellos aqu, el Emperador no parar de or sus quejas. Aveces no le reprocho a la raza hermosa que mire con desprecio yburla la chinchorrera de los hombres.

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    Navegaron hacia el nordeste remontando el ancho Talabecgris, serpenteando con lentitud a travs de tierras de cultivo haciaTalabheim, la Ciudad de los Jardines, ciudad-estado independiente,oculta en las profundidades de los oscuros bosques de Talabecland.Reiner estaba impaciente por verla, dado que era una de las

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    maravillas del Imperio, una ciudad enteramente construida dentro deun crter, de cuyas murallas se deca que eran inexpugnables.

    Las barcazas pasaron entre pasturas verdes y campos pardos,donde macilentos campesinos araban para mezclar los restos de la

    cosecha del ao con el fin de que abonaran la tierra para la siembrade la primavera siguiente. Tambin se vea tierra recin removida enmuchos cementerios, ya que haba sido un ao duro para el Imperio.Muchos hijos de campesinos haban regresado en atades trasluchar contra la invasin de Archaon, en el caso de que hubieranvuelto. Y haba habido hambruna, aunque el trigo madurara en lasespigas, porque la mayor parte del grano del ltimo ao haba sidoenviada al norte para alimentar a los ejrcitos, y los campesinoscuyas granjas haban sido quemadas por el invasor haban acudidoal sur, donde se haban convertido en bandidos y haban robado lacosecha restante.

    Reiner, Franka y Jergen estuvieron ocupados durante todo elda, haciendo las veces de sirvientes de Manfred mientras stepermaneca reunido con Teclis y otros miembros de la legacin en sucamarote. A ltima hora de la tarde, en el punto en que el ro seadentraba en el Gran Bosque, Manfred orden que las barcazasanclaran junto a la orilla y los sirvientes plantaran el campamento.

    Nadie lo tuvo en menos por esa precaucin. Ejrcitos enteros habandesaparecido bajo el espeso dosel de ese viejo bosque, y ni siquieraera seguro navegar por el ro, que describa meandros entre losaltsimos rboles. De todos modos, ya permaneceran dentro de lcinco das con sus noches antes de llegar a Talabheim. No habaninguna necesidad de tentar a la suerte pasando una sexta nocheentre sus sombras.

    Manfred hizo que le plantaran una tienda grandiosa en un

    campo en barbecho y cen con los otros dignatarios. Reiner y Jergenfueron despedidos y se reunieron con sus camaradas en torno a unfuego, donde Reiner pudo por fin conocer a los nuevos reclutas. SloFranka, ocupada en servirle a Manfred el vino y el faisn, no estabapresente.

    Pavel y Hals ya se haban hecho amigos --o al menos parecanamistosos compaeros de esgrima verbal-- del corpulento mozo de

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    roja barba, con quien intercambiaban alegres insultos mientras seservan estofado de una olla, y Gert rea entre dientes,apreciativamente, junto a ellos.

    --Un hombre de Talabecland vale por diez de Ostland --estaba

    diciendo el de la barba roja.--En un concurso de meados, a lo mejor--dijo Hals--. Lo nico

    que los piqueros de Talabecland llegaron a defender con xito fueuna cervecera, y se rindieron en cuanto se acab la cerveza.

    --Ja! --contraatac el de la barba roja--. Lo nico quedefienden los piqueros de Ostland son sus ovejas, y slo si les sonfieles.

    Reiner ri.--Hals, quin es el tipo feroz con el que guerreas?Hals se volvi a mirarlo, y a Reiner le doli ver la desconfianza

    que pasaba por el rostro del piquero al comprobar quin le hablaba.--Eh..., s, capitn --dijo--. ste es Augustus Kolbein, de

    Talabheim. Es uno de nosotros. Kolbein, ste es el capitn Hetzau,nuestro jefe.

    Augustus lo salud con la cabeza y se toc el copete con unamano como un jamn.

    --Es un placer, sin duda, capitn --dijo--, aunque no pueda

    decir que me alegre, en trminos de servicio.--Como ninguno de nosotros --replic Reiner--. Y aunque me

    sienta complacido de tener entre los mos a un soldado tan fuerte,lamento que hayis tenido el infortunio de veros obligado a formarparte de nuestra compaa maldita. Pero, veamos, contadnos cmohabis cado en desgracia ante el Imperio.

    Augustus le dedic una ancha sonrisa, lo que hizo que la barbase le erizara an ms.

    --

    Bueno, debo decir que ha sido totalmente por mi culpa,capitn. Veris, tengo un temperamento tan ardiente como mi pelo, yen una taberna de Altdorf haba un capitn de espada de Reikland,un petimetre de nariz alzada..., eh, con vuestro perdn, seor--dijo,y se puso colorado de repente.

    --No pasa nada --replic Reiner--. A m tampoco me gusta esaclase de tipos. Continuad.

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    --S, seor. Bueno, el caso es que estaba echando pestes deTalabecland, cosa mala, diciendo que ramos todos unos borrachosy unos patanes, y que, eh..., hacamos cosas contra natura con losrboles y cosas parecidas, y yo me lo estaba tomando bastante bien.

    Los de Talabecland tenemos el pellejo grueso para las tonteras.Pero luego tuvo que decir cosas contra la condesa, llamarla putataalista y soltar que se acostaba con leadores mugrientos y no scuntas cosas ms. Bueno, lo vi todo rojo, y lo siguiente querecuerdo es estar en el calabozo y que el carcelero me cuenta que lehe roto el cuello al delicadito aqul y le he sacado un ojo con unpulgar. --Augustus se encogi de hombros--. No me cabe duda deque lo hice, pero que me aspen si lo recuerdo.

    Reiner asinti con la cabeza.--Mutilacin de un oficial superior. S, no cabe duda de que

    vuestro sitio est entre nosotros, aunque, lo repito, lamento quehayis llegado a una situacin como sta.

    El piquero se encogi de hombros.--Es mejor esto que el lazo.Reiner gru.--Puede ser que lleguis a cambiar de opinin a ese respecto.Los dems apartaron la mirada.

    Reiner se volvi hacia el joven mofletudo que se encontrabasentado junto a Augustus.

    --Y vos, muchacho? --pregunt--. Cul es vuestra historia?Sois un asesino de hombres, un devorador de nios...? A lo largodel tiempo los hemos tenido de todas las clases, as que no temisescandalizarnos.

    --Gracias, capitn, seor--dijo el muchacho con sonora voznasal--. Gracias. Me llamo Rumpolt Hafner, y es un honor servir a

    vuestras rdenes, seor.--I

    nclin la cabeza--

    . Eh..., lamento decirque no soy un villano importante, aunque har todo lo que puedapara no decepcionaros. Y, eh..., ciertamente cometer asesinato sivuelvo a encontrarme con los inmundos guardias negros que mellevaron a esto.

    --No podris decepcionarme si hacis todo lo posible ydepositis vuestra confianza en m como yo la deposito en vos --dijo

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    Reiner.La frase le pareci falsa al decirla, y Hals y Pavel le lanzaron

    miradas penetrantes por encima de las llamas, tras haberlameditado. Se alegr de que Franka no se encontrara presente.

    --Pero contad vuestra historia, y nosotros juzgaremos qu

    clase de villano sois.Rumpolt adelant el labio inferior.--An no entiendo por qu lo mo fue un delito de horca. Lo

    nico que hice fue robar un estandarte. Fue un reto. Acababa deunirme a los pistoleros del seor Loefler en Stockhausen. All habaotros que eran rivales de Loefler, los hombres del seor Gruenstad, ymi sargento y sus camaradas dijeron que si realmente quera ser unode ellos deba llevar a cabo un acto de valenta contra esos rivales.

    Hals y Pavel sonrieron con expresin presuntuosa.Rumpolt apret los puos.--Me dijeron que tena que robar el estandarte del seor

    Gruenstad y plantarlo en el retrete del campamento! Cmo iba yo asaber que apoderarse de un estandarte se considera robo de unapropiedad del Emperador?

    --No es slo eso, muchacho --intervino Gert, con las manoscruzadas sobre el pesado vientre--. El estandarte es el honor de una

    compaa. Lo defienden con sus vidas en el campo de batalla.Creas que se tomaran a bien que un mentecato al que an no sele ha secado la leche de los labios lo clavara en la mierda?

    --Pero yo no lo saba! --gimote Rumpolt--. Y cuando meatraparon y le cont al capitn que me lo haban hecho hacer elsargento y sus compaeros, los villanos negaron saber nada delasunto. --Los mir a todos con expresin implorante--. Estoy segurode que os dais cuenta de que se me trat con injusticia.

    --

    Bueno, muchacho--

    dijo Reiner, con tono consolador--

    , noimporta. Ms de uno de nosotros afirma ser inocente, as que estisen buena compaa. Bienvenido.

    --Gracias, capitn --dijo Rumpolt--. Har todo lo que pueda. Lojuro.

    A continuacin, Reiner se volvi a mirar al joven de pelo finovestido con ropones de cirujano.

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    --Y vos, mdico, cmo os llamis?El tipo dio un respingo cuando le habl.--Eh..., me llamo Darius Balthus-Rossen. Soy originario de

    Nuln.

    --No tenis aspecto de soldado --dijo Reiner--. Estoy seguro de

    que Manfred no os reclut en un calabozo militar.--No, seor. Me encontr en la prisin de la ciudad de Altdorf.

    --Se estremeci--. Una hora antes de que me ahorcaran.--Y por qu iban a ahorcaros?El joven vacil y mir alrededor con incertidumbre.Reiner suspir.--Somos una compaa de hombres convictos y perdidos,

    muchacho. No podis ser ms malvado que algunos de los quehemos llamado camaradas.

    El erudito se encogi de hombros y abri las manos ante s.--No soy nada, slo un estudioso de las plantas y los misterios

    del proceso natural de la vida. No he matado ni he mutilado a nadie,ni he traicionado al Imperio. En realidad, no soy para nada un villano.

    --Tenis que haber hecho algo --insisti Reiner, con tonoseco--. A fin de cuentas, iban a ahorcaros.

    Darius vacil durante tanto tiempo que Reiner pens que no

    iba a decir una sola palabra.--Descubrieron..., descubrieron que estaba en posesin de un

    libro prohibido.--Qu clase de libro? --pregunt Reiner, aunque ya se haba

    formado una idea.--Eh..hummm, no era nada. Nada. Un tratado sobre el uso

    medicinal de ciertas..., eh..., plantas raras.--Y por qu estaba prohibido, entonces?--

    Porque--

    replic el erudito, repentinamente enfadado--

    missabios profesores son ciegos, conservadores, demagogos carentesde curiosidad que no estn interesados en aprender nada que nosepan ya. Cmo puede ampliarse el conocimiento del mundo si auno le prohben probar cosas nuevas? --Cerr las finas manos enapretados puos--. Un experimento no es un experimento si ha sidollevado a cabo antes. Sabemos tan poco sobre cmo funciona el

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    mundo, por qu crecen las plantas y los animales, cmo los vientosde la magia deforman ese crecimiento, cmo nos deforman anosotros! Los pretendidos hombres sabios le tienen demasiadomiedo a lo desconocido. Cmo...?

    --Magia --lo interrumpi Reiner--. As que sois un brujo.

    Darius alz los ojos y vio que los otros lo miraban coninquietud.

    --No --dijo--. No, soy un erudito.--Un erudito en magia --insisti Reiner.El joven suspir.--Lo veis? Miedo a lo desconocido. Si yo fuera un devorador

    de infantes, os habrais encogido de hombros y me habrais dado labienvenida, pero como he estudiado lo arcano, por muyacadmicamente que lo haya hecho, soy un paria.

    --Pero sois un brujo? --pregunt Hals, amenazador.Darius dej caer los hombros.--No. No, no lo soy. Aunque, por supuesto, ahora no me

    creeris. Soy un terico. Tengo menos conocimientos prcticos deese arte que una curandera de pueblo. Y, desde luego, no puedoembrujaros, si eso es lo que os preocupa.

    Hals y Pavel hicieron el signo del martillo, y Gert escupi por

    encima de un hombro.Reiner tosi.--Por qu estis aqu, entonces? Seguro que Manfred no os

    sac de la crcel de Altdorf debido a vuestros conocimientos sobreplantas.

    Darius volvi a encogerse de hombros.--El conde me dijo que deba ocuparme de vuestras heridas.

    Tengo algunos conocimientos de medicina. Mi padre era cirujano.

    Puedo reducir una fractura y curar una herida.--

    Baj los ojos hacialos ropones de cirujano con una dbil sonrisa--. Parece que aqu soyel nico cuyo atuendo no es un disfraz.

    En torno al fuego se produjo un silencio. Estaba claro que losotros no le crean.

    Reiner, tampoco. Si Manfred quera un cirujano, fcilmentepodra haber encontrado uno con experiencia en batalla dentro de los

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    calabozos militares. Era obvio que Darius haba sido escogido porotra razn.

    --Bueno --dijo al fin--, parece que nos habis escandalizado,despus de todo. Pero dadme vuestra palabra de que os guardaris

    vuestra brujera para vos, y os dar la bienvenida. Y al resto devosotros --dijo, y los mir a todos--, os pido que dejis que elmuchacho demuestre quin es por sus acciones, como habis hechocon todos nuestros otros camaradas.

    Darius suspir.--No soy un brujo. Pero, de todos modos, os doy mi palabra.--Puedes sacarnos el veneno de la sangre con magia?

    --pregunt Rumpolt.El corazn de Reiner dio un salto. La espontaneidad de los

    nios! No haba pensado en eso. Por Sigmar, era verdad!Darius ri.--Si pudiera, estara aqu, soportando este interrogatorio?Reiner suspir. Qu cosa tan necia era la esperanza. Manfred

    jams escogera a un brujo con tanta pericia. Se volvi a mirar alayudante de Darius, de rostro aquilino, que arrojaba ramitas al fuego.

    --Y vos, amigo --dijo Reiner con el tono ms alegre que pudoemplear--, tenis algn oscuro secreto que contarnos? O al menos

    un nombre que darnos?El hombre alz los ojos con cansado desprecio.--No soy vuestro amigo, caballerete, ni amigo de ninguno de

    vosotros --dijo mientras sus ojos miraban velozmente a los dems--.Mi nombre es Dieter Neff. Estoy aqu porque era una muerte menossegura que la del lazo. Y me marchar tan pronto como averigecmo burlar el veneno, as que no hay razn para hablar de cmoson las cosas ni para contar historias.

    --

    Dieter Neff!--

    exclam Reiner con una carcajada--

    . Osconozco. Sois la Sombra de la Calle Elgin, el Prncipe del Asesinato,con un centenar de muertos a vuestra espalda. Os vi una vez en laplaza Stossi, donde yo sola desplumar a los primos.

    --Ciento diecisiete --lo corrigi Dieter.--As que al fin os atraparon.--Nunca --replic Dieter con una sonrisa burlona--. Me vendi

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    un cliente que no quiso pagarme cuando acab un trabajo. --Echotra ramita al fuego--. Ir por...

    Reiner esper a que Neff continuara, pero el hombre se limit aclavar los ojos en el fuego. Reiner suspir.

    --Bien, si maese Neff no quiere hablar, yo s que puedo

    contaros lo que s. Es el mejor ladrn y asesino profesional deAltdorf, conocido por entrar y salir de lugares que para otros soninaccesibles. En una ocasin mat a pualadas a un hombre enmedio del banquete anual del seor Von Toelinger, delante de unosdoscientos caballeros armados, y sali ileso.

    Dieter lanz una carcajada, aunque no alz los ojos.--No sabis de la misa la mitad, caballerete. Ese villano era el

    que me haba contratado. Y yo no lo mat.--Qu? --pregunt Rumpolt--. Qu queris decir?Dieter guard silencio, y Reiner vio que estaba contrapesando

    el desprecio que senta por los oyentes y su deseo de jactancia.--El canalla era un comerciante de lana de apellido Echert

    --explic, al fin--. Le deba dinero a mucha gente peligrosa, as quedecidi que lo mejor era morirse. Me contrat a m para que fingieraque lo mataba y que lo pareciera de verdad. --Se encogi dehombros--. No es mi lnea habitual de trabajo, pero me gustan los

    retos, de modo que trabaj en el asunto. Le dije que fuera a esebanquete, y luego lo ataqu durante el plato de pescado. Lo cort demala manera, pero no le di ni una sola pualada. Y chill de formamuy creble porque no le haba dicho que lo hara sangrar. Luego, ledije que se quedara tumbado y quieto, y sus sirvientes entraron y selo llevaron antes de que nadie pudiera echarle un buen vistazo.Funcion de maravilla. Sali hacia Marienburgo en un carruajecerrado antes de que se cansaran de buscarme.

    Darius buf.--Entonces, ser mejor para ese Echert que muramos todos,

    porque nos habis contado su secreto.Los ojos de Dieter se encendieron.--Nunca he traicionado a un cliente. Echert est muerto. Muri

    de sfilis dos meses despus de haber huido, el canalla estpido.Todo el dinero que me pag, un desperdicio.

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    Pavel, Hals y Augustus rieron. Darius se encogi de hombros.Jergen miraba fijamente hacia la oscuridad del otro lado del fuego.

    --Bueno --dijo Reiner--, aunque no tengis intencin dequedaros mucho tiempo con nosotros, maese Neff, puede ser que el

    enigma del veneno de Manfred os resulte ms difcil de descifrar delo que esperis, as que bienvenido. Nos alegra tener con nosotros aun hombre de vuestra pericia.

    --Yo cuido de mi propio pellejo --dijo Dieter--. El resto devosotros apaaos como podis.

    Reiner suspir.--En ese caso, es muy probable que tengis que cuidar de

    vuestro propio pellejo, porque nadie ms estar ansioso por hacerlo.Continuad, muchachos, yo ya he hecho mi parte. --Se sent y semeti en la boca una cucharada de estofado, que tragapresuradamente al ocurrrsele algo--. Eh..., una ltima cosa.

    Los otros alzaron la mirada.--Os lo contar ahora, para que luego no haya problemas --dijo

    Reiner--. Uno de nosotros es una mujer.--Qu? --dijo Rumpolt, que mir a los que lo rodeaban.Reiner ri.--Estos rufianes, no. Nuestro arquero, que hace las veces de

    paje de Manfred en este momento. Lo hemos mantenido en secreto,y lo mismo haris vosotros.

    --Un arquero? --pregunt Augustus, consternado--. Essoldado?

    --S. Y mejor soldado que algunos hombres que he conocido--replic Reiner--. Pero, odme bien, si os estis haciendo algunailusin, olvidadla. El hombre que le haga dao responder ante m.

    --Y ante m --aadieron Hals y Pavel al unsono.--

    Y ante m--

    dijo Jergen.Los nuevos miraron con curiosidad a los otros hombres, yasintieron con la cabeza. Cuando Reiner volva a su estofado, oyque Augustus murmuraba, descontento, con Hals y Pavel.

    --Ya s que no es correcto --dijo Hals--, pero ella no quiere niornos.

    --Y pueden matarla --aadi Pavel.

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    Jergen le habl a Reiner al odo.--Alguien est vigilndonos.Reiner se volvi y mir hacia atrs.--Quin? Dnde?

    --No lo s --replic Jergen, que inclin la cabeza hacia el ro

    sumido en la oscuridad que rodeaba el campamento de Manfred--.Pero estn all.

    Reiner mir hacia donde haba sealado el espadachn. No vionada. Se estremeci.

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    _____ 3 _____La Ciudad de los Jardines

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    Despus de remontar la corriente del ro durante cinco das,

    mientras todos observaban las orillas en busca de sombras furtivas,las barcazas de Manfred, en la maana del sexto da, rodearon unmeandro y Reiner vio el alto crter que conformaba la inexpugnabledefensa natural de Talabheim. Era una vista pasmosa; se alzaba adecenas de metros por encima de la alfombra de rboles, con unaamplitud de circunferencia tal que la muralla natural no parecacurvarse. Se extenda como un risco interminable hacia la distancia,en ambas direcciones.

    Junto a la borda, Augustus sonri abiertamente.--La fortaleza de Taal.--La jarra de bebida de Taal, dira yo, ms bien --aadi Hals

    con una risa.Augustus ri entre dientes, de buena fe.Una hora ms tarde, unos botes de remos los guiaron hasta las

    gradas situadas entre los muelles de Taalagad, el puerto de

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    Talabheim, una pequea poblacin castigada por los elementos quese acurrucaba a la sombra de la pared del crter. Era un lugarhmedo y deslucido que pareca consistir en nada ms quealmacenes y tabernas. Estas ltimas estaban abarrotadas de gente,

    pero los primeros se encontraban desiertos; daba la impresin deque el comercio haba cesado. Pilas de cajones, barriles y sacos dearpillera descansaban bajo lienzos alquitranados sobre los muelles yen torno a las oficinas de aranceles sin que nadie los reclamara.

    Los seores y sus squitos desembarcaron y compusieron suaspecto mientras se enviaba a Talabheim noticia de la llegada de lalegacin. Reiner alz la mirada hacia el crter, que llenaba casi todosu campo visual. Un camino zigzagueante ascenda hasta un terciode la altura y llegaba a una enorme puerta fortificada, la entrada alfabuloso paseo del Hechicero, as llamado debido al rumor de quehaba sido tallado mediante brujera, no por obra de seres humanos.

    Tras una larga espera, una compaa ataviada con los coloresrojo y blanco de la guardia de la ciudad de Talabheim descendi porel camino, con las picas destellantes, hasta los muelles. Tenanaspecto cansado y trasojado, como hombres que llevaran demasiadotiempo en el frente de una gran guerra. Con ellos iba un anciano delarga barba, vestido con ricos ropones y un gorro de terciopelo, que

    se inclin ante Manfred.--Os saludo, conde Valdenheim --dijo--. Soy el seor Dalvern

    Neubalten, heraldo de la condesa. Os doy la bienvenida a Talabheimen nombre de su excelencia y la corte.

    --Sois muy amable, seor Neubalten --replic Manfred, que seinclin a su vez--. Agradezco a su excelencia la cortesa en nombredel emperador Karl Franz.

    --Gracias, conde --dijo Neubalten--. La condesa ha sido

    informada de las razones de vuestra visita, y concede al seor Teclisy vuestra legacin permiso para entrar en la ciudad. Os solicita, noobstante, que les pidis a vuestras compaas que aguarden aqu,en Taalagad, hasta que os hayis reunido con ella. Os escoltarhasta su presencia cuando estis preparados.

    --Desde luego --replic Manfred, que volvi a inclinarse, y seretir para hablar con el seor Schott y los dems.

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    --Dejar nuestras compaas fuera de la ciudad? --pregunt elseor Schott--. En este nido de pulgas? Desconfa de nosotros?

    --De ser as, nos insulta --dijo el Gran Maestre Raichskell--.Nos enva el propio Karl Franz.

    --Es mera precaucin, pienso yo --dijo Manfred--. Es un

    gobernante necio el que deja entrar doscientos hombres armados ensu ciudad sin haber parlamentado antes.

    --Pero no ha dicho el seor Teclis que hay peligro dentro?--intervino el seor Boellengen, que alz los ojos con nerviosismohacia la puerta de la ciudad--. Estaremos a salvo?

    --Sigmar est con nosotros --se burl el padre Totkrieg--. Nohay nada que temer.

    Media hora ms tarde, las compaas se acuartelaron junto alro y los emisarios se reunieron en los carruajes, con los sirvientes yel equipaje en fila detrs de ellos, dispuestos para la partida.

    --Vos iris a pie, Hetzau --dijo Manfred al regresar al carruajeacompaado por el heraldo--. El seor Neubalten ir conmigo.

    --Muy bien, mi seor--replic Reiner, y le hizo una reverenciaa Neubalten para que subiera al carruaje.

    Manfred apart a Reiner algunos pasos y baj la voz.--Vuestra misin comienza ahora --dijo--. Estaris junto a m,

    pluma en mano, cuando nos presenten a la condesa, y vuestroautntico propsito ser observar su corte, tomar nota de nombres ytemperamentos. Con independencia de lo que suceda en Talabheim,podis tener la seguridad de que los miembros del Parlamento de suexcelencia estarn intentando aprovechar la ocasin para obtenerventaja sobre sus colegas. Utilizaremos esas rivalidades paradesbaratar los intentos que hagan los de Talabheim para salvarse desus problemas.

    Reiner frunci el entrecejo.--No queris salvar Talabheim? Por qu hemos venido,

    entonces?--Me habis entendido mal --replic Manfred, impaciente--. Es

    precisamente lo que quiero. Quiero que sean Teclis y las fuerzas deReikland las que salven Talabheim. Vosotros estis aqu paraaseguraros de que a Talabheim le resulte imposible salvarse por s

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    misma. --Inclin la cabeza hacia los guardias de la ciudad, formadospara escoltarlos al interior de la urbe--. ltimamente, estos leadoresse han vuelto demasiado independientes. Deben entender que estnmejor dentro del Imperio que fuera de l.

    --Har todo lo posible, mi seor--dijo Reiner.

    Cuando Manfred se march hacia el carruaje, Reiner sonri.Manfred, el eterno manipulador. Indudablemente, calculaba el efectopoltico de lo que desayunaba cada maana.

    Reiner se uni al tren del equipaje con el resto de losCorazones Negros, y se sent con Augustus y Gert en el carro deprovisiones; la procesin se puso en marcha por el zigzagueantecamino que llegaba hasta la inmensa puerta fortificada conocidacomo Atalaya Alta. Pasaron ante las caoneras y bajo las afiladaspuntas del rastrillo, y desaparecieron en la oscuridad de aquellaenorme boca como si se adentraran por el gaznate de un behemothlegendario.

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    Talabheim se haba vuelto loca.Ya desde que salieron al paseo del Hechicero, situado muy en

    lo alto de la muralla interior del crter, Reiner lo supo. Por encima dela ciudad se alzaban columnas de humo que se extendan por debajode la comitiva para formar un palio que ocultaba el borde opuesto delcrter, situado a cuarenta y ocho kilmetros de distancia. Dentro delmanto de humo relumbraban extraos colores, como si se tratara derayos que se produjeran en el interior, pero no se oa el truenoconcomitante. Reiner haba visto algo parecido en una ocasinanterior, sobre un campo de batalla de Kislev, cuando su compaa

    de pistoleros se haba enfrentado con una horda de norses. Seestremeci. Hals y Augustus escupieron e hicieron el signo delmartillo. Darius se encogi de miedo.

    La ciudad ascenda por el interior del crter casi hasta el paseodel Hechicero, y chozas derrumbadas y moradas primitivas talladasen la misma roca trepaban por la pendiente como pecios dejados alretroceder una inundacin. Ms abajo, lejos de la muralla natural,

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    haba viviendas, edificios y casas solariegas cada vez ms grandes yprsperos, y por todas partes se vean parques, jardines y espaciosabiertos. Era la ciudad ms verde que Reiner hubiese visto jams.En la periferia de su campo visual, enturbiado por el humo,

    vislumbraba bosques y tierras completamente salvajes: elTaalgrunhaar, el bosque sagrado de Taal, que tanto figuraba en loschistes sobre las gentes de Talabecland y sus salvajes festividades.

    Cuando la legacin descendi por un camino gemelo al quehaba en el exterior del crter y que discurra en direccin contraria aste, Reiner vio senderos que se alejaban para adentrarse en loscasi verticales barrios pobres. Por los callejones merodeaban figurasfurtivas que se ocultaban tras chozas precariamente afianzadas alpaso de la procesin. El aire heda a muerte, vegetacin putrefacta ycosas ms extraas, y los odos de Reiner fueron asaltados porsonoros lamentos y estruendos lejanos. La pared del crter se alzabaamenazadoramente sobre su cabeza. Se sinti acorralado, atrapadodentro de un manicomio.

    Las cosas no hicieron ms que empeorar al llegar al nivel delsuelo. La ciudad rodeada de rboles a la que los condujo la escoltahaba sido, en otros tiempos, hermosa y bien cuidada. Ahora,muchos de los edificios no eran ms que esqueletos calcinados.

    Otros tenan destrozadas todas las ventanas y por ellas seasomaban caras furtivas para observar con ojos vacuos a la legacinque pasaba. En una plaza arda una pila de cuerpos desnudos:hombres, mujeres y nios, todos en llamas. Uno de los cuerpos tenauna cara con colmillos donde debera haber tenido el estmago.Haba cadveres que colgaban de un cadalso erigido en unascaballerizas.

    Reiner oy un sollozo ahogado a su espalda. Augustus miraba

    alrededor, y las lgrimas le corran por la roja barba.--Qu ha sido de ella? --gimote--. Qu ha sido de ella?Reiner asinti con la cabeza.--S, es terrible.--Y qu sabis vos? --le gru el piquero--. Es mi hogar! Y

    lo... --Lo interrumpi un sollozo--. Lo han aniquilado. Aniquilado!Un hombre vestido con harapos sali corriendo de una casa

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    hacia un callejn. Su cabeza era un saco de carne suelta que seagitaba con cada paso. Unos campesinos armados con garrotes lopersiguieron y lo golpearon despiadadamente mientras chillaba ylloraba. Los guardias de Talabheim continuaron marchando,

    impasibles.Augustus apart la mirada.--No puede ser. Talabheim es la ciudad ms hermosa del

    Imperio, la Ciudad de los Jardines. La...Call repentinamente. Al otro lado de la calle haba una

    taberna destrozada. Slo se mantenan en pie la puerta delantera yel cartel que tena encima, tan ennegrecido que resultaba ilegible.

    --El Ciervo y la Guirnalda! --grit Augustus--. Y entonces,est muerto Hans, el tabernero? --Apret los puos--. Alguien tieneque pagar por esto. Alguien tiene que morir por esto.

    Al acercarse al centro de la ciudad, las calles estaban msconcurridas. Sacerdotes de Morr, con la cara cubierta de arpillera,arrojaban cuerpos a las piras. Ladrones descarados acarreabancuadros y objetos de plata sacados de las casas. Un hombre quevenda amuletos de latn en forma de martillo gritaba que habansido bendecidos por el mismsimo Gran Teogonista, y que estabangarantizados para proteger contra la locura y la mutacin. Y haca

    buen negocio. Campesinos macilentos se agrupaban en torno a unsacerdote de Taal, de ojos desorbitados, que agitaba un bculo demadera envuelto en hojas de plantas sagradas.

    --Es que el despertar de los rboles y la destruccin de lostemplos sigmaritas no son seales del disgusto de Taal? --gritaba--.Taal est enfadado con nosotros por permitir que el advenedizoSigmar sea adorado en nuestra tierra. sta es la tierra de Taal, y lohemos traicionado al besar los pies del tirano extranjero Karl Franz.

    Arrepentos, infieles! Arrepentos!Antes de que las palabras se desvanecieran detrs de laprocesin de Manfred, los bramidos de un sacerdote de Sigmar quearengaba a otro grupo llegaron a los odos de Reiner.

    --El despertar de los rboles no demuestra que Taal es undemonio? --ruga--. Quin sino un demonio lanzara a susservidores contra sus adoradores? Quin sino un demonio volvera

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    locos a los hombres y deformara sus cuerpos con inmundasmutaciones? Quin sino un demonio arrasara el nuevo templo deSigmar? Debemos ir con antorchas contra los bosques, valientessigmaritas, y destruir sus templos ocultos como ellos han destruido el

    nuestro!--Escoria sigmarita! --gru Augustus en voz baja.--Hablas contra Sigmar? --pregunt Gert, cuyo bigote se

    haba erizado--. Quieres un ojo a la funerala?--Ya basta --intervino Reiner con tono cortante.--Pero, capitn, no has odo...? --dijo Gert.Reiner lo interrumpi.--He odo a un par de estpidos delirantes. Y vosotros sois

    tambin un par de estpidos si los escuchis. Ahora, basta.Tanto Gert como Augustus abrieron la boca para protestar,

    pero los distrajo un movimiento brusco que se produjo a la derecha.Hombres, mujeres y nios de mejillas hundidas salieron corriendo deun edificio abandonado, con las manos tendidas hacia ellos.

    --Comida, seores! --chill uno.--Un pfennig, por piedad --pidi otro.--Ayudadnos --solloz una mujer.Los guardias los hacan caer sobre el adoquinado a fuerza de

    empujones y patadas. Los mendigos se quedaban donde habancado y se aferraban la cabeza sangrante entre lamentos. No hacamucho que eran mendigos. Llevaban la ropa sucia pero an entera,aunque la esperanza ya haba abandonado sus ojos.

    --Pueden ser stas realmente gentes de Talabheim?--pregunt Augustus, consternado--. Los de Talabheim no mendigan.No se arredran ante la lucha. Qu los aqueja? Deberan robarnoshasta los calzones, o al menos intentarlo.

    --

    Han sido testigos de demasiadas cosas, te lo garantizo, y esolos ha quebrantado --dijo Gert--. He visto esto antes. Toda unacompaa de espadachines de Ostermark. Lucharon contra... algo,en la defensa de Hergig, y aunque lo derrotaron, despus fue comosi aquella cosa les hubiera arrancado el corazn y les hubiera dejadoel resto intacto. Es peor que la muerte, en mi opinin.

    Augustus se estremeci, y luego asinti con la cabeza. Los dos

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    parecan haber olvidado la discusin anterior.En un parque cubierto de malas hierbas, una multitud de

    burlones rodeaba a una muchacha desnuda atada a una estaca. Learrojaban guijarros y puados de tierra, mientras la joven se

    lamentaba e imploraba misericordia. A los pies tena balas de heno, yun tipo con una capucha roja puntiaguda danzaba en torno a ella conuna antorcha. Era muy hermosa, aunque tena la caraensangrentada y amoratada, pero sus piernas eran peludas yestaban rematadas en pezuas como las de una cabra, y tena unacola calva color prpura. Su voz aguda penetraba a travs de losaullidos de la turba.

    --Por favor! No he hecho nada --gema--. No es culpa ma.Simplemente me sucedi.

    El hombre encapuchado acerc la antorcha al heno, que seencendi de golpe. La muchacha comenz a chillar. Reiner volvi lacabeza, pero los alaridos lo persiguieron un buen rato.

    A lo largo de todo el recorrido vieron barricadas que cerrabancalles. Estaban defendidas por guardias cansados, algunosataviados con el uniforme rojo y blanco de la guardia de la ciudad,otros con la librea de este o aquel seor o sin uniforme ninguno;protegan de invasores calles o vecindarios. En algunos casos

    pareca que los guardias y las barricadas estaban all para impedirque los habitantes salieran. Aparte de esto, reinaba una destruccingeneralizada y abundaban las figuras furtivas que tal vez hubieransido seres humanos alguna vez.

    Ms adelante pasaron entre el enorme edificio de piedra grisdel Gran Tribunal de Edictos, donde se reuna el Parlamento deTalabheim, y las Oquedades, en cuyas entraas cumplan condenalos sentenciados por los tribunales. Los cadalsos y las jaulas de

    castigo del patio delantero de los tribunales estaban tan atestados decadveres que parecan la ventana de una carnicera.Por encima de los tejados con buhardilla de los bajos edificios

    del distrito de juzgados, Reiner vio las construcciones del barrio delos templos, conocido como la Ciudad de los Dioses: la doradaMyrmidia blandiendo una lanza en lo alto de una columna de granito,el esbelto campanario blanco de Shallya, los altos fresnos de Taal y,

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    por encima de todo esto, los severos campanarios de piedra deSigmar. Pareca un lugar calmo y sereno, hasta que Reiner repar enlas columnas de humo que ascendan entre las torres.

    Poco despus, la comitiva lleg a una alta muralla de piedra

    con una gran puerta bien defendida. Ante ella haba caballerosmontados en formacin de desfile, y onagros sobre torretas a cadalado. Por encima de la muralla, Reiner vio los hastiales de bellascasas y las copas de altos rboles. Por la puerta sala una procesinde sacerdotes de Morr que llevaban un hermoso atad. Reiner sonriafectadamente. Al parecer, a los ricos no los quemaban como leaen las plazas de la ciudad.

    El capitn de la escolta habl con el capitn de la puerta, y lalegacin de Manfred penetr una vez ms en otro mundo. El horror yel estruendo del barrio de los comerciantes se desvaneci al instantepara ser reemplazado por una serena calma y una regia belleza. Lacalle desierta estaba flanqueada por grandes casas solariegas,elegantes y rodeadas de extravagantes jardines. Las moradaspresentaban profusin de ondulantes adornos de hojas de roble, viay bellotos, y ornamentados extremos de viga en forma de cabeza deciervo, jabal y oso. No se vea a nadie por la calle, y Reinercomenz a darse cuenta de que lo que haba tomado errneamente

    por calma era, en realidad, parlisis. Los nobles se ocultaban en suscasas a la espera de que pasara la tormenta.

    Se detuvieron ante otra alta muralla an mejor defendida que laanterior y, tras ms conversaciones y conferencias, les permitieronpasar. Al otro lado haba una finca grandiosa, con extensos terrenos,

    jardines, arboledas y edificios anexos, y en el centro, una gran casasolariega; era antigua y estaba cubierta de hiedra, pero pareca tangrande como las cinco casas nobles ante las que acababan de pasar

    juntas. Y, en efecto, era exactamente tal como pareca, ya queReiner cont al menos siete estilos arquitectnicos diferentes en lassecciones que poda ver, y que representaban aadidos que sehaban hecho en un nmero igual de siglos.

    --sta es la residencia de la condesa? --pregunt al mismotiempo que se volva a mirar a Augustus, confuso.

    El piquero asinti con la cabeza.

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    --S, la Gran Mansin.--Pero..., pero no vive en el castillo?--Claro que s --respondi Augustus--. Mirad a vuestro

    alrededor. --Abarc con una mano la pared del crter, ahora a

    kilmetros de distancia, pero an visible entre los rboles en todasdirecciones--. El castillo ms grandioso del Imperio.

    --Ah, claro! --dijo Reiner.--En otros tiempos fue un castillo --explic Augustus--, en la

    poca de Talgris, cuando an no se haba colonizado todo el crter.All puede verse an la vieja fortaleza.

    Seal hacia el centro de la casa solariega, donde unaachaparrada roqueta de piedra toscamente tallada asomaba la feacabeza almenada por encima de los civilizados hastiales ybuhardillas de los aadidos posteriores.

    --An se utilizan las mazmorras y las cmaras de tesoros, ytambin las cocinas, y cosas por el estilo, pero ya nadie se aloja all.Es fra y tiene muchas corrientes de aire.

    La escolta los condujo por una avenida bordeada de rbolesque pasaba ante barracas y puestos fortificados de centinelas, y sedetuvieron en un patio delantero cubierto de grava, situado en el ladooccidental de la Gran Mansin, donde los aguardaba una compaa

    de espadones de la condesa.Manfred sali del carruaje con el seor Neubalten, y Reiner

    ocup su lugar tres pasos por detrs de ellos. En el patio se hizo unsilencio an mayor cuando se les uni Teclis. Al parecer, los deTalabecland no eran ms inmunes que los de Reikland a lareverencia que inspiraban los elfos.

    La delegacin atraves las altas puertas dobles, donde laaguardaban los espadones, todos vestidos de verde y piel de ante,

    con petos de acero bien lustrosos. El capitn, un hombre alto, decabeza estrecha y pelo rubio muy corto, con los ojos severos de unveterano, avanz un paso y los salud.

    --Seor Teclis, conde Valdenheim --dijo Neubalten--,permitidme que os presente a Heinrich von Pfaltzen, capitn de laguardia personal de la condesa Elise.

    El capitn entrechoc los tacones e hizo una reverencia,

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    esforzndose cuanto pudo para no mostrarse conmocionado por lapresencia de Teclis.

    --Mis seores --dijo--, la condesa os espera.La delegacin, escoltada por los espadones, sigui a Von

    Pfaltzen a travs de una serie de amplios corredores alfombrados. Aintervalos regulares haba colgados ricos tapices de escenasforestales, y arcadas que daban paso a salas de estar, bibliotecas ygaleras lujosamente amuebladas. Era un lugar magnificente yadecuado para la residencia de una condesa, aunque conservaba unambiente ligeramente rstico, como una cabaa de caza de larealeza.

    Ante un par de altas puertas de madera intrincadamentelabradas, dos alabarderos ataviados con elaborada librea de piel deante le dieron el alto a Von Pfaltzen. ste anunci que el seor Teclisde Ulthuan, el conde Manfred de la corte del emperador Karl Franzde Altdorf, y su squito, le imploraban a la condesa permiso paraentrar.

    Los alabarderos saludaron y dijeron que la condesa lesconceda a sus huspedes permiso para entrar, y a continuacinabrieron las puertas.

    El seor Neubalten hizo una reverencia para que Teclis,

    Manfred y su grupo entraran en la alta y hermosa sala del trono. Unaclaraboya de cristales verdes y amarillos pintaba la sala con unasuave luz dorada. Hileras de columnas forradas de madera tallada amodo de troncos de rboles, que se extendan en ramas abiertaspara dar soporte al techo verde labrado como hojas, producan lasensacin de que uno se encontraba dentro de una arboledailuminada por el sol.

    El heraldo condujo al grupo entre las columnas hasta una

    plataforma elevada, cubierta con un dosel de terciopelo verde,mientras Von Pfaltzen y sus hombres ocupaban posiciones a amboslados de sta.

    En lo alto de la plataforma, sentada en un ornamentado tronode roble, se encontraba la condesa Elise Krieglitz-Untern, gobernantede la ciudad libre de Talabheim. Despus de toda la belleza de laGran Mansin, ella resultaba un poco decepcionante. Achaparrada,

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    corpulenta y poco atractiva pese al vestido verde y oro de exquisitafactura que luca, con facciones pesadas en un rostro redondo y rojo,pareca ms una pescadera que una condesa.

    No es de extraar que el pueblo llano la adore, pens Reiner.

    Podan sentir que era una de ellos. Lo nico que evidenciaba sunobleza era la actitud. Mostraba una altanera regia suficiente paratres condesas: una postura tiesa como una vara, la bulbosa nariz altay orgullosa, los ojos duros y destellantes.

    Los cortesanos nobles se reunan en grupos en torno a laplataforma. Todos miraban fijamente a Teclis, que pareca relumbrarcon su propia luz interior en la umbra sala verde. Incluso la condesalo miraba con ojos fijos.

    El seor Neubalten avanz y comenz a anunciar los nombresde quienes se presentaban ante la condesa, enumerando todos susttulos y honores. Aburrido, Reiner recorri la sala con la mirada y,segn las rdenes de Manfred, intent determinar los caracteres y laimportancia de las damas y los caballeros de la corte de la condesasegn su atuendo y modales. Ese de barba pulcramente recortadaera, sin duda, un imbcil. Y aquel de hombros cados y posturadesgarbada era un pcaro nato donde los hubiera. Y la mujer que seencontraba detrs de la columna junto a un joven seor era...

    El corazn de Reiner se detuvo. La mujer era la dama MagdaBandauer, la tortuosa bruja que haba intentado matarlo con el poderdel estandarte maldito, el Azote de Valnir, la ltima vez que la habatenido delante. La mano de Reiner fue hacia la empuadura de laespada, pero luego la solt. Ciertamente, la muy perra mereca quela cortaran en pedazos, pero tal vez se no era el sitio para hacerlo.Qu estaba haciendo all?, se pregunt. Saba aquella pobregente a qu malvada haban acogido en su corte?

    Magda se volvi como si sintiera que los ojos de Reiner laestaban escrutando. Al principio su mirada pas de largo, pero luegovolvi precipitadamente hacia l, y la expresin de miedo queapareci en su cara result gratificante, aunque fuese desafortunadoel hecho de que lo identificara. Se contemplaron el uno al otro, ensilencio, a travs de la sala del trono, antes de que la voz de lacondesa hiciera que Reiner volviera a prestar atencin a lo que

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    suceda.--Seor Teclis --estaba diciendo--, el ms sabio de la raza

    hermosa, el ms benevolente consejero de los hombres, os damos labienvenida a nuestra humilde corte y a la ciudad libre de Talabheim,

    joya de Talabecland.Teclis inclin la cabeza.--Os lo agradezco, condesa. --Su voz era suave, pero tena

    una resonancia antinatural.--Tambin os damos la bienvenida a vos, conde Valdenheim

    --dijo la condesa en un tono mucho ms fro--, aunque admitimossentir desconcierto ante vuestra presencia aqu con una fuerza tannumerosa y sin previo aviso de vuestra llegada.

    Manfred hizo una profunda reverencia.--Gracias, condesa, y os imploro que aceptis mis disculpas

    por esta visita no anunciada. Hemos venido por solicitud del granTeclis, y con las ms pacficas de las intenciones. l le advirti a KarlFranz que un gran mal haba cado sobre Talabheim, y con espritude preocupacin fraternal, el Emperador envi esta humildeembajada para prestaros toda la ayuda posible.

    El semblante de la condesa permaneci impasible, pero Reinerse dio cuenta de que interpretaba la diplomtica hiprbole de

    Manfred como lo que era en realidad.--Nos sentimos conmovidos por la preocupacin del

    Emperador, pero no tena ninguna necesidad de molestarse. Aunqueacogeremos con agradecimiento la sabidura del seor Teclis encualquier momento, tenemos la situacin bien controlada.Esperamos desentraar muy pronto la causa de las alteraciones, ysomos perfectamente capaces de defender nuestra ciudad hasta quellegue ese momento.

    --

    No tenis la situacin controlada--

    intervino Teclis, cuya vozson tan serena como antes--. Las corrientes del Caos se hacendiariamente ms fuertes en Talabheim, vuestros sbditos mueren enlas calles y no tenis los recursos humanos necesarios para deteneresto, sino slo para proteger los vecindarios menos afectados y lasmoradas de los ricos. Y si la causa es la que yo creo, ni siquieravuestros grandiosos eruditos podrn corregirla.

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    Reiner vio que los ojos de la condesa se encendan ante esafranca exposicin de los hechos, pero no poda decir gran cosa.Teclis era un elfo. No tena ninguna necesidad de entregarse acortesas porque su condicin no se vea afectada por las maniobras

    polticas. Haba visto a muchos emperadores aparecer ydesaparecer, y muy probablemente sera testigo de otros tresascensos al trono de Altdorf.

    --Agradeceremos cualquier ayuda que podis prestarnos, granTeclis --respondi con los labios apretados--. Pero, si como decs, nohay nada que los humanos podamos hacer, no habra sido lomismo que acudierais vos solo?

    Manfred intervino antes de que pudiera responder Teclis.--El Emperador no permitira que un husped tan noble viajara

    en solitario por sus dominios, ni tampoco que las sutilezas de lacortesa demoraran la llegada de auxilio a nuestra bella hermanaTalabheim, si lo necesitara. Hemos acudido en gran nmero, perocon la esperanza de que no se nos precisara. Y aunque puede serque vuestros soldados tengan la situacin bien controlada, no existeninguna razn para enviar de vuelta unas reservas que estn aqupara ayudar.

    --Para interferir, querris decir--corrigi la condesa--. Para

    llevarse el mrito de la victoria de Talabheim sobre esta situacin.--Condesa --comenz Manfred--, os aseguro...--Y yo os aseguro que vuestra ayuda no es necesaria. Habis

    acompaado al gran Teclis hasta aqu, y por eso os damos lasgracias. Ahora podis retiraros con la seguridad de que lomantendremos a salvo y no avergonzaremos al Imperio mientras seanuestro husped. Gracias.

    Era una despedida inconfundible, pero Manfred se limit a

    inclinarse y sacar un rollo de pergamino del jubn.--Condesa, me aflige tener que recordaros que, aunque

    Talabheim es una ciudad libre, se halla dentro de Talabecland, yTalabecland es un estado del Imperio, sujeto a sus leyes y a lasrdenes del Emperador. --Alz el pergamino--. Aunque estredactado en suaves trminos, este documento no es una oferta deauxilio, sino una orden de Karl Franz, firmada por su propia mano,

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    donde os exige que permitis que sus representantes os ayudenhasta habernos asegurado de que ha pasado el peligro paraTalabheim y el Imperio.

    Manfred le entreg el pergamino a Neubalten, quien se lo llev

    a la condesa. Ella se lo pas a un escriba, que avanz rpidamentedesde detrs de la plataforma. El hombre lo ley de prisa y luego lesusurr al odo, mientras los nudillos de la condesa se ponan cadavez ms blancos sobre los reposabrazos del trono.

    --Esto es un ultraje --dijo ella, al fin--. El Emperador ha pasadopor encima de las leyes imperiales. Los ducados ejercen el gobiernode sus propios territorios y no necesitan tolerar interferencia algunadel Emperador, como no sea en asuntos que afecten a la totalidaddel Imperio. Esto es claramente un problema de Talabheim y...

    --Perdonadme, condesa --intervino Teclis--. Yo no tomo partidoen los asuntos de los hombres, pero estis equivocada. Aunque estaalteracin tiene lugar en Talabheim, si no se la detiene, afectar noslo a Talabecland y al Imperio, sino tambin a la estabilidad delmundo entero. De otro modo, yo no estara aqu.

    La condesa palideci.--De verdad es un asunto tan serio?Teclis asinti con aire grave.

    --Lo es.

    --Entonces --dijo al mismo tiempo que le lanzaba a Manfreduna penetrante mirada--, por vuestra autoridad, gran Teclis, y slopor ella, me someter a esta interferencia indeseada por parte deseores extranjeros.

    --Gracias, condesa --respondi Teclis--. Me reunir con losmiembros de vuestra corte a los que concierna este asunto tanpronto como sea conveniente para vos, con el fin de enterarme de

    qu han averiguado.--Por supuesto --dijo la condesa--. Convocar una reunin de

    emergencia del Parlamento para esta noche. Os ilustraremos a vos ya la embajada del Emperador sobre nuestros asuntos. Hastaentonces, si tenis la amabilidad de seguir al seor Neubalten, ltomar las disposiciones necesarias para vuestro alojamiento.

    Teclis, Manfred y todos los dems de Reikland hicieron una

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    reverencia y retrocedieron.--Gracias, condesa --repiti Teclis.--Vuestra excelencia es la ms bondadosa --dijo Manfred.Mientras el grupo segua a Neubalten fuera de la sala del trono,

    Reiner se inclin hacia Manfred.--Mi seor, recordis a la dama Magda Bandauer?--Cmo podra no recordarla? --dijo Manfred con el ceo

    fruncido--. Esa mujer llev a mi hermano a la guerra contra m. Porqu?

    --Est aqu --explic Reiner--, con el joven vestido de azul yborgoa que se halla a la izquierda de la plataforma.

    Manfred mir discretamente por encima de un hombro, y luegoasinti con expresin ceuda.

    --Ya la veo.--Mi seor--dijo Reiner--, me causara un gran placer que me

    dierais la orden de acabar con ella.--Y a m me proporcionara un gran placer daros esa orden

    --replic Manfred--. Desgraciadamente, el joven es el barn RodickUntern, y la dama Magda viste sus colores. Por mucho que puedadesear la muerte de la corruptora de mi hermano, en este momentono sera polticamente conveniente asesinar a la esposa del primo de

    la condesa.`

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    _____ 4 _____Una gran oportunidad

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    Aquel anochecer, el Parlamento de Talabheim se reuni enuna gran sala forrada de madera del Gran Tribunal de Edictos. La

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    condesa Elise ocupaba el asiento situado ms al norte de la granmesa en forma de U. Los miembros del Parlamento --representantesde las familias nobles de Talabheim, de los gremios de mercaderes,de los templos de la ciudad, de los Colegios de Magia, el tesorero de

    la condesa y tres generales del Consejo de Cazadores (ChristophStallmaier, comandante del Taalbaston; Detlef Keinholtz,comandante de la guardia de la ciudad, y Joerg Hafner, comandantede la milicia), el ministro de Comercio y el de Obras Pblicas--ocupaban los otros asientos. Se haban colocado sillas adicionalespara Teclis y Manfred, y situaron otras a lo largo de las paredes paralos de Reikland. Reiner se sent entre ellos e intent emparejarnombres con caras y ttulos.

    Estaba hablando el archilector Farador, voz de Sigmar enTalabheim.

    --Los hermanos de la Orden de la Llama Purificadora les hanarrancado muchas confesiones a los mutantes capturados, peropoco se ha averiguado por este mtodo. Parece que algunosmintieron, incluso bajo tortura, y aunque las confesiones de otros noscondujeron a nuevos nidos de mutantes y herejes, an no hemosencontrado al villano que ha lanzado esta maldicin sobre nosotros.

    --Los hermanos de Taal tampoco han permanecido ociosos

    --intervino Heinrich Geltwasser, representante del templo de Taal--.

    Aunque despreciamos los incivilizados mtodos de los sigmaritas, lehemos rezado incesantemente al padre Taal y hemos oficiadoceremonias para tranquilizar a los rboles, aunque admito quehemos tenido poco xito. --Le lanz una ttrica mirada a Farador--.Demasiados de nuestros fieles estn siendo captados por otrasreligiones, y nuestras plegarias ya no tienen la fuerza de antes.

    --La plegaria no puede reemplazar a la accin --dijo Farador--.

    Si hubierais estado persiguiendo mutantes en lugar de danzardesnudos en el bosque, quiz esta crisis ya se habra resuelto.--Os burlis de los misterios de Taal? --grit Geltwasser.--Si el tesorero no fuese tan tacao --intervino el seor Otto

    Scharnholt, un dandi de ancha quijada con anillos en todos los dedosque era el ministro de Comercio de Talabheim--, tendramos mssoldados en las calles y estaran mejor pertrechados.

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    Mi seor se ha enriquecido con su cargo --pens Reiner alcontemplar la prominente barriga--. Sin duda, saca tajada de cadacargamento que pasa por Taalagad.

    --Y de dnde espera el ministro de Comercio que salga ese

    dinero? --pregunt el seor Klaus Danziger, tesorero de la condesa,hombre serio y carilargo, vestido con jubn negro del ms sencillocorte--. El tesoro est vaco, mi seor, vaco!

    --Padres, seores, por favor. --La suave voz de Teclis atravescon facilidad el vocero de los otros--. Los intentos que habis hechopara acabar con el problema son encomiables, pero la locura y lasmutaciones no son el resultado de la falta de fe y no pueden serderrotadas por soldados. En algn lugar de la ciudad se ha producidouna grandiosa erupcin de energas del Caos. Slo cuando se halleel emplazamiento de esa erupcin y se la... tape, cesarn lasmutaciones, y la locura desaparecer. --Recorri a los que seencontraban en torno a la mesa con su penetrante mirada--. Lo queyo debo saber es lo siguiente: en qu zona de la ciudad prevalecenms las mutaciones?, se ha desenterrado dentro de los lmites de laciudad alguna ruina antigua o artefacto extrao?, se ha robadoalguna arma o artefacto de gran poder? Cualquiera de esas cosaspodra sealar el origen de las alteraciones.

    Todos los miembros del Parlamento comenzaron a hablar a lavez.

    --La calle Pfaffen est plagada de mutantes --dijo el maestredel gremio de comerciantes de lana.

    --La calle Pfaffen no es nada comparada con la plazaGirlaeden --intervino el maestre del sindicato de toneleros ycarreteros--. All son ms numerosos.

    --Son esos mugrientos campesinos del barrio de los rboles

    del Sebo--

    declar Scharnholt--

    . Mis inquilinos se han vuelto locos.Me han quemado la finca. Los rboles...--En el distrito de la Gran Mansin no hay ninguno --afirm

    Danziger, remilgado--. No se atreveran.--Procede de los bosques --dijo un sigmarita.--Lo trae el viento --intervino un taalista.--Sale de los pozos de agua --declar el maestre del gremio de

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    panaderos.--Caballeros, por favor! --La condesa golpe la mesa con la

    maza que le corresponda por su cargo--. Todos tendris oportunidadde hablar. Ahora...

    --Perdonad, condesa --la interrumpi Teclis con una mano

    alzada.Los presentes guardaron silencio y se volvieron a mirarlo.

    Teclis seal con un largo dedo a un altivo mago ataviado conropones verdes y dorados, que trag con nerviosismo.

    --Vuestro nombre, mago? --pregunt Teclis.--Yo, seor? Eh..., soy el magster seor Dieter Vogt,

    representante del Colegio de Magia Jade de Talabheim.--Acabis de decir algo, seor magster--dijo Teclis--.

    Repetidlo, por favor.--Eh..., bueno, he dicho que unos miembros del colegio

    hallaron recientemente una gran piedra. Pero no sali nada de ella--aadi con presteza--. No tena ningn poder.

    Teclis apoy las palmas de las manos sobre la mesa.--Ya veo. --En su voz haba un ligero temblor--. Y dnde

    encontrasteis esa piedra?El magster seor Vogt tosi, muy consciente de que Teclis se

    senta disgustado.--Eh..., bueno, cuando el templo de Sigmar se derrumb...--El templo no se derrumb! --grit el archilector Farador--.

    Fue destruido por miembros de un culto!--No fue as --intervino el ministro de Obras Pblicas--. Lo

    construisteis sobre un hoyo de desage que se hundi y acab pordesplomarlo todo dentro de las cuevas.

    --Una seal --dijo el sacerdote de Taal, Geltwasser--, como si

    la necesitramos, de que la fe de los sigmaritas est fundada sobreuna doctrina insensata.--Qu cuevas son sas? --le pregunt Teclis al ministro de

    Obras Pblicas.--Eh..., bueno, seora --comenz el ministro, que agach la

    cabeza--, no supimos de su existencia hasta que el templo las abri,pero hay cuevas debajo de la ciudad. An no hemos tenido la

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    oportunidad de inspeccionarlas con toda esta locura.--Es en esas cuevas donde encontramos la piedra, mi seor

    --explic el magster seor Vogt--. Cuando se enviaron hombrespara buscar supervivientes, descubrieron que las piedras del templo

    haban abierto una cripta antigua excavada en el suelo de una cueva.Se le pidi a nuestro colegio que determinara si la cripta era unaamenaza arcana.

    --Era lfica --dijo Teclis.El seor Vogt alz la mirada con sorpresa.--Eh..., s, lo era. Cmo...?--Y contena una piedra cubierta de runas de la altura de un

    hombre.--En efecto, mi seor--asinti el mago--. La mayor parte de la

    cripta fue destruida por el derrumbamiento del templo, y la piedrarnica fue derribada de su pedestal, pero, milagrosamente, quedintacta.

    Al or esto, Teclis suspir de alivio.--As que tenis la piedra, entonces.Vogt asinti con la cabeza.--S, seor. Nuestros eruditos pensaron que podra tener

    algunas propiedades mgicas, as que la trasladaron a nuestra

    morada para examinarla, pero no tena magia alguna ni parecaservir a ningn propsito ms elevado.

    --Ninguno ms elevado que el de mantener la estabilidad delmundo --dijo Teclis. Se reclin en el respaldo de la silla y se presionel pecho con las manos, como si le doliera; luego, alz la mirada--.Lo que descubrieron vuestros eruditos es una piedra conductora.Parece mgicamente inerte porque su finalidad es alejar la magia.

    Absorbe las emanaciones de energa mgica, energa del Caos, y las

    encierra en... otro lugar. Sin ella, la fuente del Caos que hay debajode vuestra ciudad se propaga sin estorbos.--Pero, seor Teclis --dijo el magster seor Vogt--, Talabheim

    es uno de los lugares menos mgicos del Imperio. Aqu, incluso paralanzar el ms sencillo de los hechizos hace falta una concentracinenorme. Al menos, as era hasta que... Ah, ya entiendo!

    --S --asinti Teclis--. Desde que estall la plaga de locura,

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    habis descubierto que vuestros poderes han aumentadomuchsimo. Pero tambin ha aumentado el riesgo de influencia delos hechizos, y muchos magos se han vuelto locos. No es as?

    Vogt pareca reacio a hablar, y fue la condesa quien lo hizo en

    su lugar.--Durante la pasada semana se ha dado muerte a diez magos

    que haban sucumbido a la locura. He decretado una moratoriacontra la prctica de ese arte hasta que haya pasado la crisis.

    Teclis asinti con la cabeza.--Este crter, donde Krugar, jefe de la tribu Talabec, fund la

    ciudad hace miles de aos, se form miles de aos antes de eso,cuando un grandioso meteorito de piedra de disformidad pura cayen la tierra. Mis ancestros, a quienes perteneca el territorio enaquella poca, colocaron la piedra conductora sobre los fragmentosdel meteorito con el fin de que la zona volviera a ser habitable. Haymuchas piedras conductoras como sa enterradas por todo elmundo, que cubren sitios similares de energas del Caos. Cuando seretira una de estas piedras, el peligro no slo surge para el territoriodel entorno, sino para el mundo en general. Porque del mismo modoque la eliminacin de un eslabn debilita toda una cota de malla, laprdida de una de las piedras conductoras debilita todas las dems y

    hace que se deshaga el tejido de proteccin con que rodean elmundo. Si se deja el lugar sin cubrir, las emanaciones queenvenenan vuestra ciudad se propagarn como ondas en unestanque y desplazarn otras piedras conductoras cercanas que a suvez desplazarn otras, hasta que la tierra se convierta en lainterminable pesadilla de locura que fue cuando se abrieron porprimera vez las grietas del Caos, hace eones. --Teclis tosi y volvi atocarse el pecho--. Y esta vez, los elfos no podramos contener el

    proceso porque ya no estamos donde estbamos antes.La condesa y el Parlamento palidecieron ante aquella visinapocalptica.

    --Sois afortunados --continu Teclis-- de que me encontrara lobastante cerca de aqu como para percibir la erupcin cuando lapiedra fue retirada, ya que slo un mago elfo con conocimiento de lasabidura antigua puede volver a colocarla adecuadamente. Si

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    hubierais tenido que enviar un mensajero a Ulthuan en busca deayuda, tal vez yo habra llegado demasiado tarde. --Se volvi a mirara la condesa--. Me llevar la piedra conductora y la preparar. En elentretanto, la cripta donde fue encontrada debe limpiarse de

    escombros, y prepararlo todo para sellarla de nuevo una vez que yohaya vuelto a colocarla. Ya se ha perdido mucho tiempo. Mientrashablamos, mueren hombres innecesariamente.

    --S, seor Teclis --replic la condesa con la cabezainclinada--. As se har. Magster seor Vogt, escoltad a nuestrohusped hasta vuestra morada.

    Vogt se puso de pie e hizo una reverencia.--S, condesa. De inmediato.

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    * * *

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    --La han perdido! --ri Manfred al cerrar la portezuela delcarruaje y reclinarse contra el respaldo del asiento--. Media toneladade piedra tan alta como un hombre, y la han perdido!

    Reiner haba permanecido sentado dentro del carruaje durantela ltima hora, ante el complejo arbolado del Colegio de Magia Jade,esperando mientras Manfred, Teclis, el mago Nichtladen y la

    condesa --nicas personas cuyo acceso haban permitido lossecretistas magos-- entraban con el magster seor Vogt pararecuperar la piedra.

    --La han perdido? --pregunt.--S! --asinti Manfred con una risa entre dientes--. Haba

    magos correteando por todas partes como doncellas de servicio,mirando dentro de armarios y ticos. Pero ha desaparecido. Lo msprobable es que la hayan robado --dijo frotndose las manos.

    --

    Y eso os complace?--Eh? --dijo Manfred--. No seis necio! Claro que me

    complace. Si Vogt la hubiera entregado, el Colegio Jade se habrallevado el mrito, pero ahora nosotros tenemos tantas probabilidadescomo cualquiera de encontrarla. Es una gran oportunidad.

    --Vuestra preocupacin por los ciudadanos de Talabheim esadmirable, mi seor--coment Reiner con tono seco.

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    --Mi preocupacin --contest Manfred-- es por el Imperio en sutotalidad, y si deben morir unos pocos para asegurar su estabilidad alargo plazo, estoy dispuesto a cargar con esas muertes sobre miconciencia.

    Reiner sonri afectadamente.--Muy noble por vuestra parte.

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    * * *

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    Cuando regresaron a la casa del distrito de juzgados que lacondesa haba puesto a disposicin de la legacin de Reikland paraque se alojaran sus miembros, encontraron al seor Danziger, elremilgado tesorero ataviado de negro, esperando a Manfred en elsaln.

    --Podra hablar en privado con vos, seor conde? --pregunt.Tena modales tan rgidos como el cuello duro del jubn que vesta,al igual que lo era su postura.

    --Desde luego, seor Danziger--replic Manfred--. Hetzau,acompaad a su excelencia a mis aposentos.

    Cuando se hubieron instalado en las habitaciones privadas deManfred, y Reiner hubo servido vino de Reikland, Danziger comenz

    a hablar.--Como tesorero de la condesa --dijo--, me duele ver todos los

    fondos que se han derrochado hasta ahora en atacar este problemadesde el ngulo errneo. Como ya habis visto, el Parlamento es ungrupo dividido. Todos estn demasiado preocupados por quitarse deencima la culpa como para emprender acciones decididas y, aunquedetesto decirlo, creo que algunos miembros tienen la esperanza desacar beneficio de este problema. Por eso he venido a veros. Contis

    con la confianza de Karl Franz y Teclis. S que debis situar losintereses del Imperio por encima de todo, y deseis poner fin a estadesagradable situacin con toda la rapidez posible.

    --En efecto --replic Manfred, cuya actitud tena toda laapariencia de la sinceridad--. Y si vos tenis alguna informacin quepueda contribuir a esa meta, estar extremadamente complacido deorla.

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    --Creo tenerla, seor--replic Danziger--. Yo, como la mayorade hombres de buena posicin de la ciudad, he ofrecidovoluntariamente la guardia de mi casa para que ayude a proteger lasbarriadas que continan intactas. Cuando el seor Teclis habl de

    esa piedra conductora, record un incidente que me comentrecientemente el capitn Gerde, de mi guardia. No me pareci quefuera nada importante en ese momento, pero ahora...

    --Por favor, continuad, seor--pidi Manfred, y Reiner vio queintentaba disimular la ansiedad.

    --Gerde estaba defendiendo las barricadas de Schwartz Hold--explic Danziger--, y justo despus de medianoche vio a un grupode hombres que llevaban un bulto pesado al interior de un viejogranero que haba sido quemado a comienzos de la plaga de locura.Gerde envi a uno de sus hombres a seguirlos y ver en quandaban.

    --Y qu descub