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    W. Benjamin y el tiempo mesinicocontra el huracn destructivo del capitalismo

    Jos Antonio ZamoraInstituto de Filosofa CCHS/CSIC (Madrid)

    Todo instante lleva en s una oportunidad revolucionaria.

    La conciencia de hacer saltar por los aires el continuo de la historiaes propia de las clases revolucionarias en el instante de su accin.

    W. Benjamin

    A travs de un largo proceso y de numerosos debates y controversias en torno a su figura,

    W. Benjamin ha ido abandonando progresivamente la posicin marginal que ocup en vida en el

    mbito acadmico y en el espacio cultural europeo para convertirse en un pensador clave para la

    interpretacin de la modernidad y sus crisis. Quizs habra que sorprenderse de que esto haya

    ocurrido, pues W. Benjamin no es un pensador fcilmente asimilable por la maquinaria cultu-

    ral. Su obra posee en lo fundamental un carcter fragmentario e inacabado. Su vida estuvo mar-

    cada por una precariedad creciente y en la ltima fase por una absoluta penuria existencial:

    Desde hace muchas semanas domina mi vida la completa incertidumbre de lo que traern el

    prximo da o las prximas horas, escribe en su ltima carta a Adorno desde Lourdes, poco an-

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    tes de su muerte.1

    Las fuentes de las que bebe su reflexin se encuentran muchas veces en tradiciones esot-

    ricas o en los mrgenes de las tradiciones dominantes y los conceptos e imgenes que emplea son

    un reto permanente a la interpretacin. sta se ve obligada a abandonar los caminos ya conocidosy a aventurarse por sendas de trnsito difcil y arriesgado. Incluso el ngulo desde el que Benja-

    min se aproxima a conceptos muy arraigados en la tradicin cultural occidental es un ngulo ex-

    tremadamente original que trastoca las perspectivas ms convencionales y sorprende a los ms

    avisados. Pero, sobre todo, lo expuesto de su vida y sus posiciones tericas desafiando frentes

    comnmente establecidos, poniendo en relacin lo que se consideraba definitivamente separado,

    buscando un compromiso absolutamente radical con la realidad histrica que le toc vivir,... son

    rasgos todos que lo hacen incmodo y refractario a una recepcin de tipo esteticista hoy tan en

    boga.

    Todo esto tiene tanta ms vigencia cuando se intenta, como es nuestro caso, desentraar

    la constelacin que forman los conceptos de tiempo, memoria, experiencia, praxis poltica, me-

    sianismo y revolucin. Nos ha parecido oportuno, por esa razn, preparar el camino a los textos

    de Benjamin y su interpretacin un apartado previos que aborda la significacin del factor tiem-

    po y la cultura del consumo en la configuracin de la modernidad capitalista. Se trata de sealar

    los cambios de las estructuras temporales en el capitalismo y sus repercusiones sobre el conjunto

    de la vida social, as como las trasformaciones sufridas por la cultura del consumo.

    1. Tiempo y consumo en la configuracin de la modernidad capitalista

    Uno de los conceptos ms recurrentes a la hora de describir la situacin vital de los individuos en

    la modernidad tarda es el de aceleracin. Continuamente nos falta tiempo o el tiempo parece

    haber aumentado vertiginosamente de ritmo, de modo que el presente se vuelve extremadamente

    fugaz, implosiona en pura instantaneidad.2 La vida se encuentra sometida a imperativos de flexi-

    bilidad, dinamismo y velocidad, a los que casi nadie puede escapar y que alcanzan cotas a veces

    difcilmente soportables y provocan movimientos reactivos de bsqueda de mbitos desacelera-

    dos como escape a la vertiginosidad del da a da.

    Ya Nietzsche, en sus Consideraciones intempestivas, caracterizaba la cultura moderna

    1G. Scholem - Th.W. Adorno (eds.):Briefe. Frankfurt: Suhrkamp 1978, p. 861.2

    Cf. H. Lbbe: Gegenwartsschrumpfung, en: K. Backhaus/H. Bonus (eds.):Die Beschleunigungsfalleoder der Triumph der Schildkrte, 3 ed. ampliada. Stuttgart: Schffer/Pschel 1998, p. 129-164; Id.: Im Zug derZeit. Verkrzter Aufenthalt in der Gegenwart. Berlin et al.: Springer 1992.

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    como un vertiginoso e irreflexivo hacer aicos y un desintegrar todos los fundamentos llevados

    a cabo por el hombre moderno, su disolucin en un devenir permanente y disolvente, un incansa-

    ble deshilar e historizar todo lo devenido.3 Y quizs todos tengamos en mente la conocida y

    repetida frase de Marx y Engel en elManifiesto comunista: Todo lo estamental y estable se des-vanece en el aire4.

    Una de las ms influyentes interpretaciones actuales del cambio epocal que representa la

    modernidad, la de R. Koselleck, asocia precisamente a la transformacin de las estructuras tem-

    porales, es decir, no de lo que ocurre en el tiempo, sino del tiempo mismo, el nacimiento de la

    modernidad, cuya clave est en lo que el llama la temporizacin del tiempo (Verzeitlichung der

    Zeit)5 y en su aceleracin.6

    Por otro lado nos encontramos con discursos no menos influyentes sobre elfin de la his-

    toria, y junto con l sobre el fin de la razn, del sujeto, de la poltica, de las ideologas, etc.7 Un

    sentimiento muy extendido de agotamiento de todas las energas utpicas y una sensacin de que

    nada realmente esencial cambia, de que nada verdaderamente nuevo puede acontecer, de que nos

    encontramos ante un horizonte histrico irrebasable parecen servir de pretexto a dichos discursos

    que ponen el acento en las cristalizaciones y en las estructuras subyacentes al cambio, as como

    en la experiencia subjetiva que reflejaba la metfora weberiana de la jaula de acero.

    Estamos ante las dos caras de un mismo fenmeno?Lleva la completa aceleracin a una

    especie de simultaneidad de lo diverso y heterogneo, sin jerarquas ni progresividad, de modo

    que carece de sentido hablar de una evolucin, una meta o un avance, como ya sealara el visio-

    nario Nietzsche? Existe una modernidad clsica y una modernidad lquida8, reflexiva,

    segunda9 en la que la aceleracin da un vuelco en pura simultaneidad de lo diverso? Lo que a

    3F. Nietzsche: Unzeitgeme Betrachtungen I-IV, en: Id.: Smtliche Werke, KSA, T I, Mnchen et al.:dtv/de Gruyter 1988, p. 313.

    4K. Marx/F. Engels:Manifest der kommunistischer Partei (MEW 4, p. 464).5R. Koselleck: Futuro Pasado. Para una semntica de los tiempos histricos. Trad. de N. Smilg, Barcelona

    et. al.: Paids 1993 (orig. ale. 1979), p. 287ss.6Cf. R. Koselleck:Aceleracin, prognosis y secularizacin. Trad. de F. Oncina, Valencia: Pre-Textos 2003;

    P. Conrad:Modern Times and Modern Places. How Life and Art were Transformes in a Century of Revolution, In-novation and Radical Change. New York: Alfred A. Knopf 1999.

    7 De modo representativo, cf. A. Kojve: Introdution la lecture de Hegel. Paris: Gallimard 1947; AGehlen: Ende der Geschichte?, en: Id.:Einblicke. Frankfurt: Vittorio Klostermann 1978, p. 115s., F. FukujamaThe End of History and the Last Man. Nueva York: The Free Press 1992 (trad. esp. de P. Elas, Barcelona 1992).Para un panorama y anlisis crtico de las diferentes posiciones, cf. L. Niethammer: Posthistorie. Ist die Geschichte

    zu Ende?, Reinbeck bei Hamburg: Rowohlt 1989.8Z. Bauman:Modernidad lquida. Buenos Aires: FCE 2003; Id.:Modernidad y ambivalencia. Rub: Anth-

    ropos 2005; Id.: Vida lquida. Barcelona: Paids 2006.9U. Beck, A. Giddens, S. Lash:Modernizacin reflexiva: poltica, tradicin y esttica en el orden social

    moderno. Madrid: Alianza 1997.

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    primera vista parece una paradoja de la experiencia del tiempo en la modernidad tarda tiene que

    ver con los factores econmicos, culturales y sociales que determinan la transformacin de sus

    estructuras temporales y la dialctica que le es inherente. Por ello resulta necesario clarificar cul

    o cules son los factores determinantes (innovacin tcnica, lgica econmica, diferenciacinsocial, cambios culturales) de dicha transformacin y las relaciones que existen entre ellos.

    Economa capitalista del tiempo

    Para desentraar la paradoja de la aceleracin y la inmovilidad que parecen caracterizar

    las estructuras temporales de la modernidad la tradicin marxista recurre a la dinmica del capi-

    tal y a la dimensin temporal del valor en la que se despliega la dialctica entre trabajo abstracto

    y trabajo concreto, entre valor y riqueza material, entre tiempo abstracto y tiempo concreto.10 La

    clave est en la conversin del tiempo en factor de medida del valor, es decir, en la conversin de

    los resultados de una actividad individual en norma temporal abstracta de esa actividad a travs

    de la mediacin del sistema productivo capitalista.

    Esta conexin entre tiempo y valor abstracto es omnipresente en la vida econmica capi-

    talista. El trabajo, los beneficios y las ganancias no son calculables sin referencia al tiempo. El

    tiempo de vida de las mquinas lo mismo que la productividad, las horas extraordinarias tanto

    como las horas perdidas por enfermedad o huelgas, etc. Pero slo un tiempo abstracto, estandari-

    zado y descompuesto en fracciones iguales puede ser empleado como medio en los procesos de

    intercambio, como parmetro neutral en el clculo de la eficiencia y los beneficios. Que podamos

    dominar el tiempo de otros seres humanos y equiparar el tiempo con el dinero slo es posible

    porque se ha eliminado del tiempo su contexto y contenido, establecindolo como fenmeno uni-

    versal, abstracto, vaco y neutral que atribuye a cada hora el mismo valor.

    Pero, dada esta configuracin del tiempo, cul es la relacin interna que establece el ca-

    pitalismo entre tiempo y valor abstracto? El crecimiento de la productividad es un atributo del

    valor de uso del trabajo11, pero la magnitud del valor de cambio es una funcin del tiempo abs-

    tracto de trabajo (el tiempo de trabajo socialmente necesario), que media entre aumento de la

    productividad y obtencin del beneficio. Esto explica que la generalizacin de un determinado

    10Cf. M. Postone: Tiempo, trabajo y dominacin social: una reinterpretacin de la teora crtica de Marx,Trad. de M. Serrano, Madrid: Marcial Pons 2006, a quien sigo en este punto.

    11La fuerza productiva del trabajo, tal como seala Marx enEl Capital (MEW 23,54), no depende slo deltrabajo directo del trabajador, sino de una combinacin social en la que interviene el grado de desarrollo cientfico y

    de aplicacin tecnolgica, que determinan de modo creciente el nivel de productividad. Pero no por ello deja de teneruna dimensin material relativa a la produccin efectiva de un producto determinado en la que se objetiva el cono-cimiento cientfico-tcnico acumulado histricamente.

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    aumento de la productividad, aumento que supone un crecimiento de la riqueza material produ-

    cida por unidad de tiempo, haga que se obtenga la misma cantidad de valor de cambio que antes

    del aumento. La cantidad de valor de cambio por unidad abstracta de tiempo se iguala con la

    generalizacin del aumento de la productividad, una generalizacin que, por otra parte, resultainevitable en un marco de competitividad.

    Lo caracterstico de esta dinmica es, pues, el efecto de nivelacin que empuja a su vez a

    una elevacin constante del nivel de productividad. La innovacin tecnolgica y la introduccin

    de nuevos mtodos para aumentar la productividad produce un aumento del valor de cambio a

    corto plazo que desaparece con la generalizacin del nivel de productividad, de lo que se deriva

    una dinmica objetiva e independiente de la voluntad de los sujetos que intervienen en su mante-

    nimiento, una especie de espiral de aceleracin potencialmente infinita. El marco temporal abs-

    tracto en el que se producen los cambios de productividad permanece esttico, mientras que el

    movimiento de evolucin y transformacin permanente de las formas de trabajo y de vida, de las

    relaciones sociales, de las estructuras polticas y jurdicas, de la produccin y transmisin del

    conocimiento, de los medios de comunicacin y transporte, de las formas de subjetividad e inter-

    accin y de los valores sociales acompaa la continua y necesaria reconstruccin de dicho mar-

    co.12

    El tiempo abstracto y el tiempo histrico estn imbricados de tal forma que a pesar de que

    los sujetos sean los actores del proceso histrico de las aceleradas transformaciones sociales im-

    pulsadas de modo determinante por la exigencia de elevacin del nivel de productividad, dado el

    carcter alienante de las formas sociales del capitalismo, la historia de la que son sujetos queda

    sustrada en buena parte a su control. Como seala Postone:

    En el anlisis de Marx la estructura bsica de las formas sociales del capitalismo es tal que la acumulacin

    de tiempo histrico no socava, en y por s misma, la necesidad representada por el valor, esto es, la necesi-

    dad del presente. Ms bien, transforma la condicin concreta de posibilidad de ese presente, reconstituyen-

    do por ello de nuevo su necesidad. La necesidad presente no es automticamente negada sino paradji-camente reforzada. Es impulsada hacia delante en el tiempo como un presente perenne, como aparente ne-

    cesidad eterna.13

    Tanto la transformacin permanente del mundo como la reconstruccin de su marco abs-

    12Es importante atender a todos los mbitos en los que se producen cambios acelerados. El mbito de la in-

    novacin tecnolgica es muy importante, pero no es el nico. sta va de la mano de una evolucin permanente en laorganizacin del trabajo y en otras esferas sociales como la administracin moderna, el desarrollo cientfico o elsistema jurdico. Pero los cambios que se producen en esas esferas comportan a su vez una continua transformacindel horizonte de expectativas y de experiencias orientadoras que acelera el cambio social y afecta poderosamente alas valoraciones y los marcos de accin de los individuos y grupos obligados a una adaptacin permanente a esoscambios.

    13M. Postone: Op. cit., p. 389.

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    tracto dominado por la ley del valor se condicionan y se refuerzan mutuamente. El necesario

    proceso de transformacin permanente no menos que la reconstruccin del rgido marco del do-

    minio del valor abstracto representan dos dimensiones de la dominacin social abstracta en la

    sociedad capitalista moderna.Sin embargo, la innovacin tecnolgica y la elevacin del nivel de productividad no im-

    ponen por s mismas una aceleracin del ritmo de vida, es su vinculacin con el crecimiento exi-

    gido por el mantenimiento del nivel de beneficio lo que produce la celeridad. Lo que impide

    convertir dicha innovacin en ms tiempo disponible, es decir, en posibilidad de desaceleracin

    del ritmo vital, es la dialctica entre tiempo concreto y tiempo abstracto, el hecho de que cada

    vez sea necesario producir ms riqueza material por unidad de tiempo para obtener el mismo

    beneficio, as como la exigencia de hacer circular y consumir lo producido a una mayor veloci-

    dad para darle salida. La aceleracin de la produccin por medio del crecimiento de la producti-

    vidad obliga, pues, a un incremento de la cantidad de produccin, es decir, al crecimiento eco-

    nmico, si se quiere mantener el desempleo en niveles que no hagan peligrar el sistema.

    Por tanto, para comprender la economa del tiempo capitalista es necesario atender al

    cambio de finalidad de la economa: de la satisfaccin de necesidades a la produccin de benefi-

    cio.14 Esto no quiere decir que no se satisfagan necesidades, por mucho que el sistema sea ciego

    a las necesidades sin capacidad de compra o cree permanentemente nuevas necesidades (artcu-

    los de lujo) para quienes tienen esa capacidad, pero dicha satisfaccin se convierte en instrumen-

    to de una accin econmica orientada a la maximizacin del beneficio que conduce a la autono-

    mizacin de la produccin por la produccin.15 La nueva finalidad impone un aumento imparable

    de la produccin y la productividad en una especie de carrera impulsada por la necesaria bsque-

    da de ventajas comparativas basadas en una eficacia medida en tiempo. ste pasa a ser un bien

    escaso y mercantilizado (en todas sus formas: tiempo del trabajo, tiempo libre, tiempo del con-

    sumo, etc.), de modo que se produce aquella equivalencia que Benjamin Franklin hiciese famosa

    entre tiempo y dinero.

    Mientras que en la economa precapitalista el dinero es simplemente un medio de clculo

    y de intercambio, el desarrollo de las finanzas modernas convierte al dinero en capital multipli-

    cable a travs de los intereses. Lo nuevo ciertamente no son los intereses, sino que stos dejan de

    tener un funcin parasitaria y de ser cuestionados moralmente, y sobre todo que la multiplicacin

    14Cfr. A. Schlote: Widersprche sozialer Zeit. Zeitorganisation im Alltag zwischen Herrschaft und Freiheit.Opladen: Leske und Budrich 1996, p. 63.

    15Es este peculiar proceso de acumulacin por la acumulacin que lleva a la produccin por la produc-cin lo que centra la crtica de Marx y no slo la distribucin de la riqueza, cfr. M. Postone: Op. cit., p. 401ss.

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    del dinero se convierte en el objetivo ltimo al que se somete el conjunto de la produccin. El

    crdito es un elemento fundamental del sistema econmico para sostener ese objetivo.

    El crdito es esencialmente unfenmeno temporal. El capital es una suma de dinero que

    despus de un lapso de tiempo retorna incrementado. Cuanto ms corto es el lapso de tiempo,tanto ms rpidamente puede reinvertirse y producir nuevos intereses. El resultado universal del

    sometimiento de todos los mbitos de vida al dominio del dinero, del mercado y de la aspiracin

    a multiplicar el capital es pues una continua aceleracin.16

    El objetivo de la multiplicacin del dinero es un objetivo infinito, lo que contrasta con la

    finitud de los medios que definen el horizonte de escasez que determina la actividad econmica.

    Por esa razn, la contradiccin entre el objetivo infinito de la multiplicacin del dinero y la fini-

    tud de los medios para alcanzar ese objetivo se despliega de manera temporal, como proceso de

    una permanente revolucin de los medios. Esto supone un sometimiento creciente de la accin

    humana en cada vez ms mbitos a ese objetivo infinito. La infinitud de la lgica de la acumula-

    cin del capital, de la multiplicacin del dinero, no se detiene ante lmite natural o humano algu-

    no. Slo reconoce como meta el incremento de un quantum abstracto. Y para esta abstraccin

    todas las singularidades no son ms que obstculos a superar.

    Como percibi K. Marx, el capital no posee ningn lmite interno, no existe un punto de

    equilibrio y descanso.17 Cada vez est ms a la vista, que si no cambia la racionalidad econmica

    del crecimiento por el crecimiento ese final slo puede alcanzarse por medio de una catstrofe

    humana o ecolgica. Y cuando los sujetos son reducidos a medios de la reproduccin del capital,

    no slo queda arruinada su autonoma, su vida entera pende de dicha reproduccin, que es al

    mismo tiempo la de las relaciones de dominacin que la constituyen.

    Vida acelerada y transformacin de la experiencia

    Esto lo experimentan no slo en la esfera de la produccin, sino tambin en la esfera de la

    circulacin y el consumo, que, como hemos visto, est sometida a los mismos imperativos y con-

    tradicciones. La realizacin del beneficio obliga a una constante aceleracin de la velocidad de

    las ventas y de los actos de consumo por unidad de tiempo. Dicha aceleracin se manifiesta co-

    mo crecimiento exponencial de las vivencias y las acciones, no menos que como exigencia de

    16Cfr. F. Reheis: Die Kreativitt der Langsamkeit. Neuer Wohlstand durch Entschleuningung. 2 ed.ampliada. Darmstadt: Primus 1998, p. 181ss.

    17

    Para el valor multiplicar coincide con conservar y slo se conserva sobrepasando continuamente su lmitecuantitativo,[...]. En cuanto valor [...] es un impulso continuo a ir ms all de su lmite cuantitativo; proceso infinito(K. Marx: Grundrisse der Kritik der politischen konomie. Berln: Dietz 1974, p. 936).

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    mayor rapidez en su realizacin, de eliminar pausas y vacos o de emplear tecnologas y formas

    de organizar la vida cotidiana que conocemos bajo la denominacin de multitarea.

    As pues, junto al disciplinamiento de la economa temporal de los trabajadores que el

    capitalismo industrial introduce en los procesos de produccin

    18

    , encontramos una aceleracinespecfica del consumo que se sirve tambin de innovaciones tecnolgicas y organizativas que

    producen un aumento del ritmo de vida. Dicho aumento y la sensacin de escasez de tiempo que

    lo acompaa no surgenporque, sino a pesar de que podamos consignar en casi todos los mbitos

    de la vida social enormes ganancias de tiempo gracias a la ayuda de la tcnica, ya que hoy se

    pueden resolver tareas o salvar distancias mucho ms rpidamente.

    Desde el punto de vista de los individuos, el incremento vinculado al crecimiento y la

    aceleracin supone encontrarse ante una abundancia tentadora de posibilidades. Pero en realidad

    se produce una sobreoferta que reproduce la escasez de tiempo. Vivimos con el temor de no po-

    der aprovechar la mayora de esas posibilidades o, en todo caso, las mejores, y con la sensacin

    de encontrarnos en una carrera contra el tiempo. La paradoja es que el intento de responder al

    aumento de posibilidades que produce la aceleracin apropindose las tcnicas y los trucos que

    ofrece dicha aceleracin para aumentar el ritmo de vida, termina agrandando el abismo entre el

    tiempo de vida y las posibilidades de mundo. Los mismos medios que sirven al individuo para

    ampliar su yo, aumentan la cantidad de posibilidades de mundo de modo exponencial.

    La aceleracin, a la que estn sometidos todos los cambios sociales, produce una sensa-

    cin de velocidad imparable. Pero al mismo tiempo los acontecimientos y hechos sometidos a

    esa velocidad carecen de duracin y, en cierto sentido, de consecuencias duraderas. Vivimos

    pues con la sensacin de que nada esencial cambia, de que no sucede nada realmente nuevo.

    Como constata Baudrillard, la historia no llega a ocurrir,... la historia se hunde en su efecto in-

    mediato, se agota en sus efectos especiales, implosiona en actualidad19

    El proceso de aceleracin se acompaa de un hambre casi insaciable de experiencia del

    mundo, de captar el mundo en todas sus producciones, desentraarlo hasta sus fundamentos,

    probarlo todo. Sin embargo, ese mismo proceso slo permite una relacin mediada con el mun-

    do. Ganar tiempo supone renunciar a la intensidad de la experiencia. Para ahorrar tiempo y am-

    pliar la estrechez temporal el mundo debe ser predispuesto de modo general para ser posedo

    rpidamente. Pero para despacharse con rapidez es necesario un mundo dispuesto y troquelado

    18E. P. Thompson: Time, Work-discipline, and Industrial Capitalism, en: Past and Present36, 1967, p.52-97.

    19J. Baudrillard:La ilusin del fin. La huelga de los acontecimientos. Barcelona: Anagrama 1993, p. 13s.

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    para el consumo. Los individuos no slo estn llamados a racionalizar y economizar el tiempo en

    la esfera productiva, tambin el consumo funciona bajo las mismas reglas. El mundo en el que

    pensaba el individuo aceleradamente hambriento de experiencia desaparece sin brillo para dejar

    sitio a un mundo preparado y adaptado a sus deseos de velocidad. En realidad no es posible ex-perimentar un mundo preparado para el consumo, slo se puede comprar y consumir.20

    Una vez canjeada la competencia para dar forma a la propia vida por un dejarse abastecer

    con fragmentos de mundo preparados para consumir, los individuos se vuelven demandantes

    menesterosos de individualidad, pero sta, una vez perdida aquella competencia, ya slo depende

    de la capacidad adquisitiva, de la fuerza para imponerse a la competencia y del refinamiento del

    gusto. La singularidad se diversifica segn la clase de mercancas que pueden adquirirse.21

    Al mismo tiempo la exigencia de evitar todo vaco obliga a un timing preciso, a proce-

    dimientos secuenciales purificados de todo azar, a una eliminacin implacable de todo lo super-

    fluo.22 El tiempo de la espera pierde todo valor en s mismo, no es ms que tiempo perdido in-

    tilmente. Desaparece como tiempo de experiencia que es sacrificada al resultado inmediato bajo

    el dictado de la aceleracin, un dictado que termina imponiendo una unificacin de los procedi-

    mientos, una nivelacin de las diferencias, a pesar de la variedad de objetos, eventos, aconteci-

    mientos y opciones sobre las que se aplican. Bajo el imperativo de la aceleracin queda destruida

    una verdadera experiencia de lo diverso y diferente que desaparece tras la apariencia de una in-

    mensa diversidad sometida a esquemas de consumo acelerado.

    Por eso, desde el punto de vista de los individuos, tambin se impone una sensacin de

    paralizacin e inmovilidad, de destemporalizacin por acumulacin y multiplicacin de aconte-

    cimientos, posibilidades, vivencias, acciones, etc. todas de carcter episdico, fugaces, inco-

    20M. Gronemeyer:Das Leben als letzte Gelegenheit. Sicherheitsbedrfnisse und Zeitknappheit. Darmstadt:

    WBG 1993, p. 121ss.21No podemos entrar aqu en la relacin que mantiene la temporizacin del tiempo bajo los imperativos de

    la aceleracin y las nuevas formas de construccin de la identidad flexible en lo que se ha venido llamando postmo-dernidad, modernidad tarda o ultramodernidad. Cfr. G. Lipovestky:La era del vaco: ensayos sobre el individualis-mo contemporneo. Barcelona: Anagrama 1994;U. Beck y Elisabeth Beck-Gernsheim:La individualizacin: elindividualismo institucionalizado y sus consecuencias sociales y polticas. Barcelona: Paids 2003; Z. Bauman:Lasociedad individualizada. Madrid: Ctedra 2001; Id.:Identidad. Madrid: Losada 2005; Id.: Vida lquida. Barcelona:Paids 2006.

    22Esto no queda desmentido por la desregulacin espacial del trabajo, por nuevas formas de flexibilizacinde su rgimen temporal y de la produccin. La flexibilizacin puede parecer superficialmente en algunas de sus ex-

    presiones un retorno a formas de produccin y de vida preindustriales. Dichas formas parecen regidas por las tareas ylos objetos y no tanto por el tiempo vaco, lineal y abstracto de la poca industrial. Pero en realidad, si el mundolaboral moderno, industrial y capitalista deba ser protegido de toda ingerencia del mundo de vida para poder esta-

    blecer su rgimen temporal y as posibilitar la aceleracin dentro de sus lmites, hoy nuestras concepciones de buena

    vida han sido de tal modo adaptadas a esas exigencias y hemos interiorizado dicho rgimen temporal y su lgica detal manera que es posible realizar la colonizacin contraria: incluso los potenciales de desacelaracin y sus oasis enla cotidianidad son crecientemente erosionados por aquella lgica.

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    nexas, descontextualizadora, que apenas dejan huella y escasamente pueden ser integradas en

    una secuencia biogrfica capaz de dotarlas de sentido. La novedad y el cambio acelerado parecen

    confundirse con un eterno retorno de lo mismo o, para emplear una imagen usada por P. Virilio,

    un remolino que no se mueve del sitio.

    23

    El encanto de un mundo desencantado:La cultura del consumo en el hipercapitalismo

    Desde el punto de vista cultural no cabe duda de que la cultura del consumo ha adquirido

    una nueva dimensin y un papel determinante en esta fase de capitalismo avanzado o hipercapi-

    talismo.24 Ciertamente nada hay de novedoso en el hecho de que las mercancas no sean simple-

    mente bienes para el uso y disfrute, no slo satisfagan necesidades, sino que desarrollen una vida

    propia y posean otras dimensiones. Esto ya vena recogido en el concepto defetichismo de la

    mercanca de K. Marx. Pero este concepto puede que haya adquirido una nueva cualidad. A esto

    apuntaban ya algunos trabajos pioneros de W. Benjamin en la primera mitad del siglo XX que

    nos ponan sobre la pista de transformaciones importantes que vendran ms tarde y que l acert

    a atisbar.

    La cuestin que nos vamos a plantear aqu es si para caracterizar la nueva fase del capita-

    lismo es preciso atender de modo especfico al salto cualitativo que ha tenido lugar en lo que

    23Cfr. P. Virilio:Inercia polar. Madrid: Trama 1999.24 La configuracin capitalista de la sociedad va asociada a la formacin de la cultura moderna y de las pro-

    puestas tericas y polticas de la ilustracin. Ambas se condicionan y posibilitan mutuamente. A los ojos de Marx lacultura que acompaa al capitalismo o lo que l llama ideologa burguesa representa un reflejo del fetichismo de lamercanca, es expresin de la apariencia de la esfera de la circulacin de las mercancas que encubre las relacionessociales de dominacin. stas quedan ocultas no slo bajo el valor de cambio y su naturalizacin en la EconomaPoltica burguesa, sino tambin bajo los grandes ideales de una humanidad universal fundada en la libertad, la igual-dad y la fraternidad. En la concepcin de Marx dichos ideales antropolgicos, sociales y polticos nicamente podanser realizados suprimiendo las relaciones sociales de dominacin, lo que de producirse no slo supondra su realiza-cin, sino tambin su supresin en cuanto meros ideales. La humanidad reconciliada ya no necesitara de ellos, pues

    seran realidad cumplida. La irona de la evolucin del capitalismo es que ha confirmado en parte las previsiones deMarx. El capitalismo avanzado ya no necesita de esos ideales como fuente de legitimidad, por mucho que pervivanen los discursos polticos convencionales. La lealtad de los ciudadanos o el reconocimiento de la legitimidad del

    poder poltico se basa cada vez ms en una creciente conciencia de inevitabilidad del modo de produccin capitalista,que parece capaz de superar todas las crisis, y en una fidelizacin de los ciudadanos convertidos en consumidores vacultura del consumo. Como ha sealado Jeremy Rifkin, para los estadounidense el derecho a consumir, a comprar y

    poseer, se ha vuelto ms importante que el ejercicio del derecho al voto (La era del acceso, la revolucin de la nuevaeconoma, Paids, Barcelona 2004). No es que pretendamos sumarnos aqu a la problemtica tesis del fin de lasideologas, pero s defender que la cultura dominante en el capitalismo avanzado es la cultura del consumo y quedicha cultura posee unas caractersticas diferentes a lo que tradicionalmente se conoca como ideologas. stas pose-an un carcter discursivo y basaban su poder legitimador en las pretensiones de verdad, justicia o autenticidad de susargumentos siempre contrastables con la realidad que les serva de referente. Los discursos filosficos, morales o

    polticos poseen actualmente, si los comparamos con el poder de la cultura del consumo, un valor considerablemente

    menor, lo que tambin puede decirse de las religiones tradiciones. Uno de los signos quizs ms llamativos de esasuperioridad es que tanto las viejas religiones como las modernas ideologas se sometan ms o menos gustosamente,pero de manera creciente a las lgicas, los modelos y las maneras de reproduccin de la nueva cultura del consumo.

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    podra caracterizarse como cultura del consumo o consumo como cultura, entendida como una

    gran variedad de experiencias nuevas, nuevos modos de nombrar y representarnos el universo del

    consumo y nuevas formas de entendernos a nosotros mismos. Quizs lo novedoso consista en

    que el consumo se ha convertido en un hecho global en el que estn implicadas prcticas socia-les, identificaciones y ensoaciones y que, por tanto, abarca la totalidad de nuestra vida, un

    hecho global que se apodera de nuestros espacios y tiempos, redefiniendo nuestras identidades.

    El terico de los medios de comunicacin, Norbert Bolz, distingue en su obraEl mani-

    fiesto consumista tres estadios en la cultura del consumo25. En el primero el cliente busca el pro-

    ducto. Lo que cuenta es la necesidad y su satisfaccin. En el segundo el producto busca al clien-

    te, domina pues la sobreabundancia y el estmulo del deseo. En el tercero el consumidor mismo

    se convierte en producto. Lo que importa es el sentido y la identidad.

    Cuando todava un nmero importante de familias careca de lavadora, frigorfico o tele-

    visor, cada producto de la emergente industria de bienes de consumo serva para satisfacer de-

    terminadas necesidades de modo directo. La publicidad se centraba en influir sobre las preferen-

    cias del consumidor.26 Con el rpido crecimiento de la industria de bienes de consumo y la dis-

    tribucin masiva de mercancas baratas, esta sencilla relacin entre necesidades y bienes de con-

    sumo pronto tocara techo, por ms que en muchos hogares se haya llegado a contar con ms de

    un coche por familia, varas cadenas de msica o un televisor en cada sala de la casa, por nom-

    brar algunos de los bienes de consumo ms solicitados en esa etapa.

    En el momento en que para la mayora de la poblacin en las sociedades capitalistas des-

    arrolladas las necesidades fundamentales estaban cubiertas, el mercado empez a convertirse en

    un lugar de seduccin. Los consumidores no slo deban ser abastecidos con bienes necesarios,

    sino que adems haba que decirles qu es lo que deban desear. Queran ser seducidos para

    comprar productos prescindibles y superfluos por medio de la publicidad que les presentaba sus

    verdaderos deseos. De esta manera ha sido posible convertir productos superfluos en objetos

    25 N. Bolz,Das konsumistische Manifest, Mnchen, Wilhelm Fink Verlag, 2002. Por su parte Jos-MiguelMarinas enLa fbula del bazar. Orgenes de la cultura del consumo (Madrid: La balsa de la medusa 2001) tambinha distinguido tres fases histricas en el desarrollo que conduce a la sociedad del consumo actual: Antiguo Rgimen,Capitalismo de Produccin, Capitalismo de Consumo. La primera se caracteriza por formas de produccin-consumoregidas por el modo de produccin monetarista-fisiocrtico, que da lugar a las identidades derivadas del linaje o delorigen. El espacio de interaccin es comunitario. La segunda entra en juego con la industrializacin y la democracia

    burguesa. La construccin de la identidad se centra en la ocupacin. Las formas de comunicacin e intercambioestn mediadas por las nuevas formas de mercado y los circuitos de comunicacin masiva. En la tercera las formasde identidad aparecen ms directamente mediadas por la relacin con los objetos, marcas y metamarcas que por ellugar que se ocupa en el proceso de produccin.

    26 El preferencialismo microeconmico se fija exclusivamente en esta relacin simplificadora de la realidad

    del consumo, que queda reducida a los actos de compra y apropiacin regidos por la ley de la oferta y la demanda.

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    imprescindibles de la vida cotidiana.

    Sin embargo, en estos dos estadios del consumo todava tenemos que ver de modo fun-

    damental con bienes y servicios en sentido estricto, aunque sea dotados de un halo mgico o

    simblico. El mundo del consumo correspondiente al tercer estadio, que sera el que caracterizaal hipercapitalismo actual, va ms all de un modo muy significativo. El mismo consumo se con-

    vierte en una vivencia especial que transforma radicalmente la persona del consumidor.27 Los

    mercados ms desarrollados son aquellos que nos ayudan a ubicarnos en el mundo a travs de

    historias preelaboradas y vinculadas por la publicidad a las marcas.28 Sus mensajes se orientan

    ms a las personas que los han de recibir que a los productos que anuncian; cuentan historias

    que, con ayuda de ofertas de identificacin continuamente actualizadas, les permiten a los con-

    sumidores narrarse de nuevo a s mismos. Las empresas saben que su xito depende de su ca-

    pacidad para crear una corporate religion, resultado de la unin de una visin empresarial con

    una religin de marca, unin que da cobijo al cliente y busca fidelizarlo de modo continuado.

    Esto ocurre sobre todo a travs de los valores inmateriales y emocionales de las marcas y no tan-

    to por medio de las caractersticas materiales de las mercancas.

    En la segunda mitad del siglo XX hemos asistido a una gran transformacin de los esce-

    narios de consumo que ha tenido enormes efectos sobre la propia naturaleza del consumo y del

    conjunto de la vida social. G. Ritzer29 ha llamado a estos escenarios medios de consumo para

    contraponerlo de algn modo a los medios de produccin en los que centraba su atencin el

    anlisis de K. Marx. Su funcin no es slo facilitar la compra de mercancas, sino estimular,

    cuando no forzar al consumo. Para referirse a estos nuevos escenarios se suele utilizar la expre-

    sin catedrales del consumo. Esta denominacin apunta a su naturaleza encantada, casi religio-

    Los sujetos slo aparecen en escena como preferidores racionales. Es evidente que esto slo recoge un aspecto delconsumo, y por cierto cada vez menos relevante en las sociedades desarrolladas.

    27 J. Baudrillard es un autor clave a la hora de describir la manera en que el consumo se convierte primero

    en un nuevo eje del orden social y moldea la conducta a travs de un complejo sistema simblico Le Systme desobjets (1968),La Socit de consommation (1970), Pour une critique de l'conomie politique du signe (1972) yLeMiroir de la production (1973), para terminar apuntando a partir de finales de los aos 70 hacia una nueva formade cultura en la que la realidad es sustituida por el simulacro, en la que la produccin se desvanece como punto dereferencia y de interpretacin gracias a un sistema omnipotente de reflejos y simulacros Simulacres et simulation(1981) yLe Crime parfait(1995). Podemos de decir que primero el artefacto ha dado paso al fetiche y que ste a suvez cede su lugar al simulacro.

    28Aunque todos los estudios de publicidad resaltan la significacin de las marcas en el nuevo capitalismoglobal y las sealan como el verdadero producto de las grandes empresas convertidas en global player, quizs sea elbest sellerde la autora N. Klein (No-Logo: El poder de las marcas, Barcelona, Paids, 2001) el que ha catalizado laatencin sobre este hecho fundamental. Cfr. la magnfica sntesis sobre el papel de las marcas y la publicidad en laltima etapa del capitalismo realizada por Mara Jos Lucerga, Cultura y publicidad en el nuevo capitalismo globali-

    zado, Murcia: Foro I. Ellacura, 2003; en relacin con los jvenes tambin su artculo Los jvenes en el mundo-

    marca, en Foro I. Ellacura:Informe 8 (2005), p. 10-23.29 G. Ritzer,El encanto de un mundo desencantado. Revolucin en los medios de consumo. Barcelona,Ariel, 2000.

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    sa. En ellas se brinda a los consumidores una nueva posibilidad de encanto en una sociedad des-

    encantada como la moderna. A pesar de todo, este nuevo encantamiento debe servir a los objeti-

    vos de aumentar el beneficio, est pues sometido a la lgica econmica. Y como sabemos dicha

    lgica exige una gestin racionalizada y rentable que somete a control a los consumidores e in-tenta programar bajo la mxima previsibilidad las ventas.

    Como cualquier proceso de racionalizacin econmica, tambin ste tiene su fundamento

    en la eficacia, la predecibilidad, la calculabilidad y el control por medio de la tecnologa. Esto

    conduce irremisible a una progresiva prdida de encanto de los medios movilizados al servicio

    del encantamiento, que poco a poco dejan de seducir y se vuelven aburridos. Este desencanto ha

    de ser combatido con nuevos medios ms espectaculares y con mayor capacidad para crear ilu-

    sin. Se produce entonces una espiral en la que la simulacin y la exhibicin fastuosa slo supe-

    ran el desencanto provisionalmente para repetir el gesto a un nuevo nivel y as sucesivamente.

    La realidad que le sirve de referencia a Ritzer para realizar su anlisis de los nuevos me-

    dios de consumo es el universo Disney, que aprovechando el mundo de los parques temticos,

    sin embargo va decisivamente ms all. La clave de este universo de xito incuestionable es la

    creacin de un escenario predecible, controlado y autosuficiente, al mismo tiempo que se simula

    el asalto permanente de la sorpresa y el prodigio, vinculado a la cuidada escenificacin de un

    orden moral libre todos los elementos srdidos que pueblan la vida cotidiana. El resultado es

    claramente identificable y exportable a todo tipo de producciones televisivas, deportivas, recrea-

    tivas, etc. que terminan conformado un universo generador de identificacin masiva, en el que

    intervienen y se coordinan produccin, distribucin, publicidad, marketing, ventas, gustos, estilo

    y moda.

    Todos los nuevos centros comerciales siguen el modelo Disney. Su arquitectura es teatral

    y comercial al mismo tiempo. En ellos el consumo se convierte en una vivencia, en una ocupa-

    cin de tiempo libre. Se diluyen los lmites entre el entretenimiento y la compra. En su interior se

    crea un universo en el que los individuos experimentan con el deseo, con su aplazamiento o

    cumplimiento, con su estimulacin o su acallamiento. La eleccin de las mercancas se confunde

    con el esparcimiento, el propio acto de comprar pierde su marcado carcter comercial y se trans-

    forma en un acto divertido, en un acto festivo. Hoy los centros comerciales son centros de diver-

    sin, lugares en los que se pasa una buena parte del tiempo libre, y lugares de encuentro, sobre

    todo para los jvenes. La convivencia social se traslada de los lugares pblicos a un mbito que

    es privado, en el que ya no cabe ms libertad que la comercial. Los conflictos sociales, las con-

    frontaciones ideolgicas, los efectos sociales de la desigualdad, todo aquello que recuerde al

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    mundo real, las incomodidades, la suciedad y los desechos humanos del orden social vigente,

    debe quedar fuera. Un cuerpo de empleados de limpieza, de asesoramiento y acompaamiento,

    de seguridad se encarga de ello. El centro comercial es una zona pacificada. Se imitan las pla-

    zas y los lugares pblicos de la ciudad, pero en realidad es un lugar privado donde nadie puede ircontra las normas que establezcan sus dueos.

    Las tiendas, los supermercados, los negocios de todo tipo se mezclan sin solucin de con-

    tinuidad con los restaurantes, los cines, las atracciones para nios, las discotecas y, en los gran-

    des centros, con hoteles, centros deportivos, centros de tratamientos de salud y paisajes artificia-

    les ms o menos exticos. Los centros comerciales son medios de comunicacin, de entreteni-

    miento y de consumo concebidos de manera refinada como escenarios exuberantes en los que

    mantener y desplegar el drama o la comedia, segn se vea, del consumo. Pero si los productos

    han de entretenernos, esto es fundamental, no debe reconocrseles nada que revele su produccin

    real. El sudor del esfuerzo, el trabajo nocturno o infantil, los bajos salarios, etc., todo esto debe

    desaparecer oculto bajo la apariencia deslumbrante de las mercancas. Nada resulta ms adecua-

    do para esta finalidad que la fusin entre consumo y entretenimiento.

    Como ha sealado P. Bruckner30, el universo Disney reduce el mundo a tamao de un

    juguete fabuloso y lo despoja de todo carcter turbador o de amenaza. Frente a ese mundo idli-

    co, el mundo exterior aparece como impuro, anodino, sucio y contradictorio. No aguanta la com-

    paracin de su doble liberado de muerte, enfermedad o maldad. De esta manera se entroniza al

    nio y su versin divertida del universo. Esta combinacin de mxima evasin con al ausencia de

    obligaciones se convierte en el distintivo del nuevo modo de vida. Como en el medio televisivo,

    la mente y los afectos vagan de modo ininterrumpido por un sinfn de objetos seducidos por su

    atractivo tan intenso como fugaz. Cualquier nimiedad o detalle atrae, distrae, sirve de soporte a

    ese vagar sin rumbo, que se despega tan rpidamente como vuelve a colgarse en el prximo ins-

    tante de lo siguiente que reclama y capta nuestra atencin. Esta forma de relacin con lo real es

    fundamental para el entretenimiento y el consumo. La televisin nos entretiene hasta tal punto

    que nos distrae de s misma, de su contemplacin. En el consumo ocurre algo parecido. La fusin

    de consumo y entretenimiento convierte al propio consumo en invisible, en un acto desapercibi-

    do. Se consume como distraccin, como si no se consumiese. Y por eso es tan poderosa la cultu-

    ra del consumo, por eso resulta tan difcil ganar distancia frente a ella.

    No es de extraar que existan intentos de cambiar la denominacin de Centro Comer-

    cial por el de Lifestyle Center o Destination Entertainment Center. Esta tendencia apunta ya

    30 P. Bruckner,La tentacin de la inocencia, Barcelona; Anagrama, 1996.

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    en los EEUU hacia una nueva idea de urbanismo, hacia las ciudades de fantasa en las que el

    turismo, el entretenimiento, el consumo, la residencia y el trabajo se dan la mano. Disney ofrece

    ya la posibilidad de comprar una forma de vivir conforme al estilo de vida de los centros comer-

    ciales. Se llama Celebration City y se encuentra en Florida.

    31

    En la pgina de bienvenida enInternet nos encontramos con el siguiente mensaje: Celebration ha combinado con xito la edu-

    cacin, la salud, la comunidad, la tecnologa y la arquitectura en una comunidad con un fuerte

    sentido de identidad propia. Arquitectos de renombre mundial disearon Celebration para que

    fuera un lugar nuevo y excitante para vivir, trabajar y jugar.32 Como puede apreciarse, esta ur-

    banizacin presta ms atencin al estilo de vida de sus habitantes que a las casas que van habitar.

    No se trata tanto de construir un barrio de ciudad o una urbanizacin en sentido convencional,

    cuanto de glorificar un estilo de vida, de formar una comunidad con un fuerte sentido de identi-

    dad caracterizado por la amabilidad y la limpieza, por las condiciones de existencia supuesta-

    mente idlicas de las pequeas ciudades del siglo pasado y los adelantos tecnolgicos del presen-

    te, por el orden y la adaptacin a las normas dadas. Un mundo inmaculado y sano. Todo lo que

    tiene que ver con la administracin, la seguridad, la organizacin simula la existencia de un es-

    pacio pblico, pero en realidad tiene carcter privado. Quien compra una casa se compromete a

    una serie de normas que sirven para mantener el estilo propio de Celebration, desde la apariencia

    externa de las viviendas y su entorno, hasta los aspectos de vida comunitaria (home parties, actos

    con fines benficos, asociacionismo, etc.) que forman parte del contrato de compra.

    Lo ms significativo es que una empresa asuma la invencin y el mantenimiento del es-

    pacio pblico y simule la creacin de una ciudad, que en realidad es un servicio: la vida comuni-

    taria convertida en mercanca, en la que todo gira en torno al universo simblico del consumo.

    Estamos ante la forma ms avanzada de economa del espectculo. La ciudad y la vida social

    made in Disney, la vida social reducida a marca.

    Como hemos visto, el consumo significa hoy mucho ms que la compra de determinados

    productos. Representa una relacin especfica con nosotros mismos y con nuestro mundo. Se ha

    convertido en nuestra religin, en lo que funda nuestra identidad y en nuestra moral. Transforma

    e incluso empieza a sustituir la poltica, la esfera pblica y las relaciones sociales. No slo com-

    bina cultura, publicidad, deseos identitarios y atencin personal, tambin amenaza con apoderar-

    se de las resistencias contra el sistema global.

    Gnter Henn, el arquitecto de la ciudad construida en Wolfsburg (Alemania) por la em-

    31Cfr. Douglas Frantz and Catherine Collins, Celebration, U.S.A.: Living in Disney's Brave New Town, Owl

    Books, New York, 2000.

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    presa de automviles Volkswagen33, en la que cada modelo de coche posee un pabelln propio,

    revelaba en una entrevista: Qu si no ofrece todava orientacin? Qu queda de nuestra reli-

    giosidad infantil? (...) Las iglesias estn muertas, el Estado se retira, las ideologas han perdido

    su poder. Lo que queda son las empresas. (...) Ellas sern las donantes de sentido en el futuro.

    34

    G. Henn presenta las empresas como las nuevas instancias dadoras de sentido a una poblacin

    que ha roto sus vnculos con las tradiciones religiosas e ideolgicas. Pero, cmo pueden hacer

    esto? Desde luego presentando algo ms que cuentas de resultados. No queda otra alternativa que

    aprovechar la publicidad para conseguir una sacralizacin de las marcas que las convierta en

    signo identificador de una comunidad, en fundamento de identidad y en referente de las dimen-

    siones inmateriales de la existencia.

    En los aos posteriores a la crisis de los setenta hemos asistido a un doble movimiento.

    Por un lado, a lo que se ha dado en denominaroutsourcing, que consiste en externalizar el mayor

    nmero posible de tareas que componen el proceso productivo y abaratar los costos de esas ta-

    reas, si es necesario deslocalizndolas. Por otro, elevar los gastos en el marketing y la publicidad,

    que se convierten en departamentos estrella dentro de la empresa. En muchas ocasiones la pro-

    duccin material de la mercanca constituye una parte muy pequea del coste final de la misma.

    De este modo el producto se convierte en soporte material, ms o menos banal, de una marca

    singularizada por su elevado contenido espiritual.

    Las empresas apuestan decididamente por estrategias de reencantamiento. Las marcas se

    convierten en el sustituto de los antiguos smbolos religiosos. No cabe duda, hoy son una de las

    fuentes ms importantes de la identidad, y la publicidad se encarga de hacer posible esta rela-

    cin. Asistimos a un resurgimiento del animismo de las cosas. Tras siglos de secularizacin y

    crtica de la religin, la publicidad vuelve a dotar a las cosas de alma: Los productos expues-

    tos en los templos comerciales (...) viven, respiran y, como los espritus, tienen alma y nombre.

    La tarea de la publicidad es conferirles una personalidad a travs de la marca, concederles el arte

    del lenguaje, transformarlos en personas parlanchinas, aburridas o alegres, que por lo general

    difunden felicidad.35 Pero no slo revive el fetichismo de los objetos, la marca funciona como

    un totem que expresa la vinculacin de los miembros del clan. Los consumidores deben sentirse

    parte de ese clan, experimentar la proteccin y el amparo que ste brinda e identificarse con l.

    Como seala M. J. Lucerga en relacin con la publicidad dirigida a los jvenes, su mensaje es:

    32 http://www.celebration.fl.us/towninfo.html33 http://www.autostadt.de/portal/site/www/34 Citado por H. Rauterberg: Glaube, Lieb, Auspuff. Der VW-Konzern baut sich eine eigene Stadt und

    verklrt den Autokult als Religion, enDie Zeit, n 36, 1999.

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    yo soy de los tuyos, yo soy como t, yo soy t o si quieres ser t, debes ser yo.36

    En torno al acto de consumir se han elevado grandes universos que lo ponen en relacin

    con la vivencia y la experiencia de trasformacin personal. La escenificacin del consumo con-

    duce a lo que los estadounidenses llama Self-Fashioning: Lo que se quiere decir con esto esque hoy las cuestiones existenciales se tratan de manera esttica. La vida se convierte en el mate-

    rial de una obra de arte; es un experimento permanente de s mismo, que considera el consumo

    como un arte elevado.37 En el consumismo la vida se escenifica a s misma e inventa su identi-

    dad. En realidad no se trata de llevar a cabo transformaciones reales, sino de degustar la escenifi-

    cacin de la transformacin, de relacionarse con una alteridad ilusoria. Si no puedes cambiar

    realmente, te queda la posibilidad de narrarte de otras maneras, probar otro make-up de tu identi-

    dad. En este contexto adquiere su verdadera significacin el boom que han experimentado las

    operaciones estticas. La cosmtica de la existencia se ha convertido en el instrumento ms soco-

    rrido para hacer de uno mismo una marca. La sociedad de consumo no se detiene ante la morfo-

    loga del cuerpo humano. sta tambin puede tratarse como una mercanca. As nos convertimos

    en objeto de consumo de nosotros mismos. La superestrellas que pueblan el universo del consu-

    mo, ellas mismas convertidas en complemento o smbolo de las marcas, son el modelo a imitar.

    Las adolescentes quieren tener sus mismos ojos, labios, pechos, etc., porque esto les permitir ser

    ellas mismas la marca que la publicidad ha creado y con la que se identifican.

    Cuando nos referimos a la identidad de marca no estamos hablando tanto de las propie-

    dades asociadas a una marca por medio de la publicidad, cuanto a nuestra propia identidad cons-

    truida a partir de los productos de consumo. Para comprender a qu nos referimos puede ser de

    ayuda ponerlo en relacin con lo que ahora se denomina Yo, S.A.38 Esta expresin atiende a la

    creciente autocomercilizacin de los individuos en el mercado de trabajo flexibilizado, desregu-

    lado e inestable, es decir, a la necesidad de tratarse a s mismos como empresa que comercializa

    como producto al mismo individuo. Mientras que la venta de la fuerza de trabajo en condiciones

    de competitividad extrema impone una administracin rigurosa de las propias capacidades, mri-

    tos y ttulos, convertir al yo en una marca significa llevar a cabo un marketing de s mismo, de

    la propia personalidad como capital. Quizs se trata de la ltima consecuencia de una situacin

    en la que los individuos compiten como si fueran miniempresas. Todos necesitan aprovechar

    35 P. Bruckner,La tentacin de la inocencia, Barcelona; Anagrama, 1996, p. 61.36 M.J. Lucerga, Los jvenes en el mundo-marca, en Foro I. Ellacura:Informe 8 (2005), p. 14.37N. Bolz,Das konsumistische Manifest, Mnchen, Wilhelm Fink Verlag, 2002, p. 96.38

    U. Brckling, Das unternehmerische Selbst. Soziologie einer Subjektivierungsform, Frankfurt a.M.:Suhrkamp 2007; tambin P. Tom, Top-50-Selbstmanagement. Machen Sie aus sich die ICH AG, Mnchen, Econ,2001.

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    econmicamente las cualidades de la personalidad y construir una identidad comercial o, para

    decirlo de otra manera, aplicar al propio yo las estrategias que se aplican en relacin con las mar-

    cas.

    Esto supone entrar en una nueva fase de la publicidad. Si hasta este momento se tratabade poner el entorno vital de los individuos al servicio de la venta de las mercancas, el marketing

    atrapa ahora a los individuos mismos. El estilo de vida es fruto del autodiseo, de una especie de

    bricolaje del yo, en el que intervienen desde las reglas de diettica a los consejos de psicologa

    popular. Pero son sobre todo las posibilidades y preferencias de consumo lo que determina dicho

    estilo presidido por el eclecticismo y la heterogeneidad. Y stos se proyectan constantemente

    sobre objetos cambiantes al servicio de la satisfaccin del deseo. Caractersticas como la flexibi-

    lidad, la experimentacin, las alianzas cambiantes y coyunturales, el cambio permanente de es-

    cenarios, la obsolescencia programada de los productos, la innovacin, la publicidad y la incenti-

    vacin constante del consumo, etc., que definen la fase actual del capitalismo, han terminado

    estableciendo los rasgos del nuevo individualismo.

    Si la crtica tradicional de la forma de la mercanca poda movilizar el concepto de fetiche

    para denunciar los mecanismos de ocultamiento de las relaciones sociales de produccin y las

    formas de dominacin que le son constitutivas en el sistema capitalista, la nueva cultura del con-

    sumo, al instaurar el imperio del simulacro, es decir, al establecer una imagen ms real que lo

    real en lugar de la realidad, parece hacer inviable todo intento de desvelamiento, de desoculta-

    cin de una supuesta realidad existente ms all del simulacro, sea del lado de los objetos o de

    los sujetos que los producen y los intercambian. La referencia a la praxis social concreta en la

    que surgieron desaparece tras un juego de espejos. Las dificultades de para romper el hechizo de

    la identidad como mercanca producida por el propio sujeto o de la marca que sustituye al objeto

    real parecen volverse insalvables. Todo queda sometido a la lgica de la simulacin propia del

    mercado: espacios y tiempos, gneros, clases y cuerpos, objetos e individuos.

    Pero la cultura del consumo no deja por ello de tener una cara oculta. Se trata de esa rea-

    lidad que no debe aparecer, sobre la que la mirada socializada en el espectculo de las mercanc-

    as y la publicidad nunca se detiene: la coaccin al crecimiento que impone violentamente el sis-

    tema econmico capitalista, desatendiendo todo conocimiento y asuncin responsable de los l-

    mites, la desigualdad sangrante que deja fuera de un festn no universalizable a la mayora em-

    pobrecida del planeta, el carcter inconsciente del proceso econmico sustrado a la capacidad de

    decisin de los sujetos que lo sufren, el vaciamiento de las identidades convertidas en mero pro-

    ducto del mercado y la publicidad, la domesticacin de los anhelos y bsquedas de trascendencia

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    juramentndola con eslganes sin soporte real o con los reflejos fugaces de realidades que no

    pueden cumplir lo que prometen.

    El culto de la mercanca oculta que la nueva cultura del consumo en el hipercapitalismo

    constituye una explotacin sin medida tambin de los consumidores, que no se detiene tampocoante sus dimensiones espirituales. La marketing y la publicidad han desplegado una estrategia

    gigantesca que supone la utilizacin total del ser humano. Al dolo hay que sacrificarle todo,

    tambin el alma. Por eso este culto consumista representa una forma de ampliacin extraordina-

    ria de poder. Si el poder econmico es capaz de convertir el ser humano en todas sus dimensio-

    nes en una mercanca, de determinar sus dimensiones sociales, identitarias y, finalmente, espiri-

    tuales desde la lgica de la mercanca, se trata de un poder con pretensiones absolutas, un poder

    totalitario.

    2. Tiempo y capitalismo en W. Bejamin

    Benjamin ya se haba confrontado con el reverso oscuro y terrible de la industrializacin capita-

    lista en la experiencia de la Primera Guerra Mundial y haba barruntado la quiebra que represen-

    tara la dominacin nacionalsocialista. Su propio destino, su huida de los nazis y su muerte en

    Port Bou ante una frontera, la espaola, que se cerraba al intento de escapar de sus perseguidores

    y, cmo no, el carcter fragmentario e inacabado de su obra, resultan pues completamente rele-

    vantes para la interpretacin de todos sus textos.39 Benjamin es antes que nada un testigo del

    peligro nacionalsocialista y su carcter destructor. Su suerte est unida al desmoronamiento del

    sujeto con poder histrico para oponerse al fascismo: la clase obrera. Por eso no pueden leerse

    sus escritos de un modo meramente esteticista.

    A veces se intenta establecer una evolucin en su pensamiento desde una fase ms teol-

    gico-metafsica hasta una fase ms poltica. Como todas las esquematizaciones tambin sta re-

    sulta insuficiente si se quiere hacer justicia a su pensamiento, que ciertamente sufre modulacio-

    nes y reformulaciones, pero que mantiene intenciones originarias hasta el final y desafa perma-

    39Mi aproximacin a los textos de Bejamin debe mucho a Ottmar John, cuyas publicaciones son un referente

    permanente de mis trabajos, entre otros cfr. O. John: ...und dieser Feind hat zu siegen nicht aufgehrt. DieBedeutung Walter Benjamins fr eine Theologie nach Auschwitz. (Tesis doct.) Mnster 1982; Fortschrittskritik undErinnerung. Walter Benjamin, ein Zeuge der Gefahr: E. Arens, O. John - P. Rottlnder, Erinnerung, Befreiung,Solidaritt: Benjamin, Marcuse, Habermas und die politische Theologie , Dsseldorf: Patmos 1991, p. 13-80;Einfhlung in die Ware - Eine zentrale Kategorie Benjamins zur Bestimmung der Moderne: Concordia 21(1992), p. 20-40; Benjamins mikrologisches Denken. berlegungen aus theologischer Perspektive, en: K. Garber

    y L. Rehm (eds.): benjamin global. Internationaler Walter-Benjamin-Kongre 1992, Mnchen: W. Fink 1999, p. 73-71- 91; Zwischen Gnosis und Messianismus. Jdische Elemente im Werk Walter Benjamins, en: J. Valentin y S.Wendel (eds.):Jdische Traditionen in der Philosophie des 20. Jahrhunderts. Darmstadt: WBG 2000, p. 51-68.

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    nentemente el dualismo entre lo teolgico y lo poltico, sin caer en la trampa de una teologa po-

    ltica afirmativa.

    Leamos el texto que sigue a continuacin e intentemos ponerle una fecha de modo espon-

    tneo.Hay una concepcin de la historia que, partiendo de la base de un tiempo considerado infinito, distingue la

    velocidad de los hombres y pocas en funcin de la mayor o menor rapidez con que transcurren por el ca-

    mino del progreso. De ah la carencia de conexin, la falta de precisin y de rigor de dicha concepcin con

    respecto al presente. La reflexin que viene a continuacin, por el contrario, seala una situacin en la que

    la historia parece hallarse concentrada en un ncleo tal y como antiguamente apareca en las concepciones

    de los pensadores utpicos. Los elementos del estado final no se manifiestan en una tendencia progresiva

    an sin configurar, sino que se encuentran incrustados en el presente en forma de obras y pensamientos ab-

    solutamente amenazados, precarios y hasta burlados. La tarea de la historia no es otra, en consecuencia, que

    representar el estado inmanente de la perfeccin como algo absoluto, y hacerlo visible y actuante en el pre-

    sente. Ahora bien, este estado no debe definirse mediante una descripcin pragmtica de particularidades

    (instituciones, costumbres, etc.), pues se encuentra muy lejos de todo eso, sino que ha de captarse en su es-

    tructura metafsica, como, por ejemplo, el reino del Mesas o la idea de Revolucin Francesa.40

    En este texto de juventud (1914-15) se encuentran apuntados todos los temas que acom-

    paarn la reflexin de W. Benjamin sobre la historia a lo largo de su vida: la crtica de la idea

    de progreso, en la medida en que se basa en una visin lineal y continua del tiempo histrico; la

    correlacin de esta visin de la historia con una actitud poltica de resignacin respecto al pre-

    sente; la definicin de un mtodo histrico nuevo, que ya no tiende a seguir los procesos histri-

    cos en su evolucin, sino a inmovilizarlos y a describir (en la sincrona y no en la diacrona) arti-

    culaciones fundamentales, a identificar en estas articulaciones los elementos utpicos y a evocar-

    los en forma de imgenes, descifrando el momento utpico precisamente en todo lo que, en el

    pasado, ha venido a cuestionar el orden establecido o ha sido aniquilado por l; la lectura, en fin,

    de la imagen de la utopa desde el doble modelo, teolgico y poltico, del Mesianismo y de la

    Revolucin. Pero vayamos por partes.

    Capitalismo como religin

    Entre los muchos fragmentos bejaminianos que no llegaron a alcanzar forma acabada y

    slo han sido editados postumamente destaca uno que lleva por ttulo Capitalismo como reli-

    40W. Benjamin: Das Leben der Studenten, en: Gesammelte Schriften, con la colab. de Th.W. Adorno y G.

    Scholem, ed. por R. Tiedemann/H. Schweppenhuser. 7 Tomos y supl. Frankfurt: Suhrkamp 1972-1989, T. II, p. 75.Las referencias de las citas Benjamin se indicarn en el cuerpo del texto consignado nmero de tomo y pgina deesta edicin; en la notas como GS, tomo y pgina.

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    gin (1921).41 Este ttulo evoca inmediatamente asociaciones con la conocida tesis de M. We-

    ber, segn la cual las actitudes y el comportamiento que toman forma en la idea de profesin y en

    el estilo de vida ascticos del calvinismo puritano influyeron poderosamente en el desarrollo del

    capitalismo en Europa, es decir, que el capitalismo est condicionado en su gnesis por la reli-gin. Pero ya se encarga Benjamin de advertirnos desde el comienzo que l pretende ir ms all

    de esa tesis para mostrar no slo un condicionamiento religioso, sino la estructura religiosa del

    capitalismo, es decir, para mostrar que se trata de un fenmeno esencialmente religioso (VI,

    100). La igualdad funcional que sustenta esta afirmacin es que ambos, religin y capitalismo,

    dan respuesta a las mismas preocupaciones, suplicios e intranquilidades.

    Pero, cules son los rasgos que definen al capitalismo como religin? En primer lugar,

    nos dice Benjamin, se trata de una religin puramente cultual, sin dogmtica ni teologa. Est

    orientada a una prctica ritual. Un rasgo que la identifica como religin pagana. En segundo lu-

    gar, su culto es continuo, no conoce pausa ni treguas. Todos los das son festivos, el ciclo de pro-

    duccin y consumo no tiene interrupcin ni conoce descanso. En tercer lugar, se trata de un culto

    que produce culpa/deuda. No est destinado a expiarla, sino a reproducirla. Estamos pues ante el

    primer caso de una religin que no produce expiacin. Al contrario de las religiones tradiciona-

    les, el capitalismo universaliza el endeudamiento, culpabiliza a todos. Es ms, su lgica endeu-

    dadora y culpabilizadora no conoce lmite. Atrapa incluso al mismo dios en un proceso de en-

    deudamiento, que convierte todo cuanto somete a su lgica en desecho y escombro. Y en cuarto

    lugar, desaparece la referencia trascendente. El superhombre es el cumplimiento de la religin

    capitalista en que queda entronizada la inmanencia total. Estos rasgos ciertamente van ms all

    de las tesis weberianas. A los ojos de Benjamin el capitalismo acta como un parsito que absor-

    be la sustancia de las religiones que le han precedido, especialmente el cristianismo, para aban-

    donarlas como cscaras vacas. Se apropia de sus elementos mticos para constituir su propio

    mito (VI, 102).

    41La importancia de este fragmento viene avalada por el inters que ha despertado entre los estudiosos delpensamiento de W. Benjamin. Sin pretensin de exhaustividad, cfr. R. Thiessen: Kapitalismus als Religion, en:PROKLA 24/3 (1994), p. 400-418; N. Bolz: Kapitalistische Religion - Die Antike in Walter Benjamins Moderne,en: W. Mller-Funk (ed.):Die berechnende Vernunft. ber das konomische in allen Lebenslagen. Wien: Picus1993, p. 253-269; Id.: Der bucklichte Zwerg, en: R. Buchholz y J.A. Kruse (eds.): Magnetisches Hingezogenseinoder schaudernde Abwehr. Walter Benjamin 1892-1940. Stuttgart/Weimar: Metzler 1994, p. 42-58; U. Steiner:Kapitalismus als Religion. Anmerkungen zu einem Fragment Walter Benjamins, en:Deutsche Vierteljahresschrift

    fr Literaturwisseschaft und Geistesgeschichte 72 (1998), p. 147-171; W. Hamacher: Schuldgeschichte - ZuBenjamins Skizze Kapitalismus als Religion, en: A. Noor/J. Wohlmuth (eds.): Jdische und christlicheSprachfiguren im 20. Jahrhundert. Paderborn et.al.: Schningh 2002, p. 215-242; D. Baecker (ed.): Kapitalismus als

    Religion. Berlin: Kadmos 2003; D. Schttker: Kapitalismus als Religion und seine Folgen. Benjamins Deutung derkapitalistischen Moderne zwischen Weber, Nietzsche und Blanqui, en: B. Witte/M. Ponzi: Theologie und Politik.Walter Benjamin und ein Paradigma der Moderne. Berlin: E. Schmitt 2005, p. 70-81.

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    Este fragmento es en muchos sentidos sugerente, por ms que sus afirmaciones constitu-

    yan tan slo un esbozo sobre el que se pueden formular muchas conjeturas. Aqu nos interesa

    subrayar algunos elementos que apuntan a la crtica del tiempo estructurado por el capitalismo.

    Por un lado, Benjamin afirma que el capitalismo rompe con el dualismo entre la inmanencia de lareproduccin material de la vida y la esfera trascendente de una divinidad solcita con sus criatu-

    ras. Las preocupaciones de la vida pueden ser afrontadas desde la pura inmanencia. Pero, por

    otro lado, esa inmanencia clausurada sobre s adquiere un carcter mtico, el del fetichismo de la

    mercanca y el del culto sin pausa de la reproduccin e incremento del capital, el nuevo dios, que

    exige un sacrificio continuo y en ltima instancia la destruccin del mundo. En el furor producti-

    vo y consumidor del capitalismo se manifiesta un instinto de supervivencia desbocado que aban-

    donado a s mismo pone en peligro la propia supervivencia.

    Este carcter mtico del capitalismo se condensa en el concepto de culpa/deuda (Schuld),

    cuya doble significacin econmica y religiosa se pierde en otros idiomas. Benjamin caracteriza

    el tiempo de la culpa en una nota prxima cronolgicamente al fragmento en cuestin de la si-

    guiente manera: El tiempo del destino es el tiempo que puede realizarse en cada momento si-

    multneamente (no de modo presente). Se encuentra bajo el orden de la culpa que determina en

    l la estructura. Es un tiempo no autnomo y no hay en l ni presente, ni pasado, ni futuro (VI,

    91). No hay ningn instante que no sea intercambiable con otro, que no retorne en cada otro ins-

    tante o sea el retorno de cualquier otro. Cada instante est en deuda con otro y endeuda al si-

    guiente. Se trata de un tiempo sincronizado que no permite desprenderse de l, ganar la distancia

    y la libertad que haran posible un comportamiento moral. La festividad sin pausa del culto capi-

    talista produce un tiempo sin vida, en el que el movimiento de produccin y autoproduccin

    nunca alcanza descanso. Es el tiempo suspendido de la expectativa de ms produccin. Festivi-

    dad y trabajo coinciden. El domingo de este culto es el perenne da laborable de la plusvala y el

    plustrabajo. Un tiempo sin final que convierte la historia en una eternidad muerta.

    Este ceremonial sin respiro del invertir y obtener ganancias no puede ser detenido. No

    hay otra manera de saldar las deudas que por medio de nuevas inversiones y obteniendo ganan-

    cias que exigen nuevo endeudamiento. La promesa de dar respuesta a las preocupaciones y an-

    gustias de las criaturas se revela pues engaosa, porque el culto capitalista aumenta la preocupa-

    cin y la inseguridad existencial, convierte a todos en deudores/culpables. Pero si el capitalismo,

    considerado como el proyecto histrico ms importante de endeudamiento (inversin) de cara a

    obtener mayores rditos (beneficios) para proyectar expiacin, debe ser visto como una opera-

    cin que lleva irremediablemente a la culpa/deuda, ciertamente es un proyecto que ha fracasado

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    en su promesa de bienestar, de liberacin de la existencia de intranquilidades y angustias.

    La promesa de expiacin no puede cumplirse en un sistema que produce y reproduce la

    deuda: El capitalismo, en cuanto sistema objetivo de compensacin de todos los intercambios y

    crditos, en toda liquidacin deja algo no compensado, aparentemente fond perdu, pero que nocesa de crecer, un fondo de deuda cada vez mayor, que no es capitalizado, ni capitalizable y por

    ello tampoco es saldable, sino que, en cuanto acumulacin de carcter secundario, representa

    algo insaldable de proporciones inmensas.42 La instancia ms elevada de esta religin, el capi-

    tal/dios, que debera expiar la culpa, est pues sometido a ella. Como Marx describe en su anli-

    sis de la acumulacin primitiva del capital, el capital se constituye a partir de un crdito y una

    plusvala sin garantas, que nunca encuentra en la produccin y circulacin de mercancas una

    correspondencia real. El capital absoluto no es ms que crdito. El dios/capital no es ms que

    deuda/culpa. En cuanto sujeto automtico de la revalorizacin es pura deuda de s mismo. Y co-

    mo Benjamin advierte en relacin con otro fenmeno mtico, el derecho, bajo la relacin de cul-

    pa y venganza no puede haber experiencia del tiempo, que no es una figura del derecho, sino de

    la justicia y el perdn, es decir, que tiene que ver con la posibilidad de algo verdaderamente nue-

    vo que escape a la coaccin de la repeticin.

    La percepcin surrealista del carcter devorador del capitalismo

    Si el culto capitalista no es, como sostiene Benjamin, reforma del ser, sino su destruc-

    cin (VI, 100), ser preciso atender a los mbitos sociales, los movimientos polticos y las ex-

    presiones culturales que han captado el carcter devorador del capitalismo. Es aqu donde ad-

    quiere especial relevancia el surrealismo. Benjamin se vena mostrando interesado desde 1927

    por asumir filosficamente la herencia del surrealismo.43 Lo que le fascinaba de l es la forma

    como los surrealistas separan trozos del mundo de los objetos, cosas que empiezan a desapare-

    cer44, y los presentan en sus montajes como ruinas de la modernidad intentando producir un

    sobresalto, un choque. De modo que, para l, el desciframiento crtico de la modernidad no se va

    a producir por medio del conocimiento de la totalidad del proceso social, tal como propona G.

    Lukcs, sino aplicando una mirada microlgica a los fragmentos del mundo objetual, tal como

    hacen los surrealistas. Slo una cercana extraordinaria a las cosas congela el movimiento en que

    42B. P. Priddat: Deus Creditor: Walter Benjamins Kapitalismus als Religion, en: D. Baecker (ed.):Kapitalismus als Religion, op. cit, p. 209-247, aqu 237.

    43Carta de W. Benjamin a G. Scholem del 30 de octubre de 1928, en: G. Scholem - Th.W. Adorno (eds.):

    Briefe. Frankfurt: Suhrkamp 1978, p. 483.44W. Benjamin: Der Surrealismus. Die letzte Momentanaufnahme der europischen Intelligenz, en: GSII,

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    se encuentran inmersas y ofrece una perspectiva inesperada.

    Balzac fue el primero escribe W. Benjamin en suExpossobre la Obra de los pasa-

    jes en hablar de las ruinas de la burguesa. Pero el surrealismo ha liberado la mirada para las

    mismas. Con las sacudidas de la economa centrada en la mercanca comenzamos a reconocercomo ruinas los monumentos de la burguesa ya antes de que se hayan derrumbado.45 La furia

    devoradora del capitalismo se hace visible de manera especial en las mercancas rpidamente

    cadas en desuso y en los pasajes anticuados de la ciudad, que los surrealistas hacen objeto de sus

    montajes literarios.46

    Los surrealistas no pretenden obtener las fuerzas revolucionarias y la apertura de nuevas

    posibilidades de experiencia de lo ms reciente, sino de los desechos culturales, de lo que ha en-

    vejecido recientemente. La magia de las cosas que han sido expulsadas del universo de la pro-

    duccin y el consumo, la magia de los productos de desecho, se manifiesta gracias a la ilumina-

    cin profana, que los hace aparecer en un horizonte onrico liberado de las estructuras de utili-

    dad y aprovechamiento.

    El Passage de lOpra, que sucumbi en 1925 a la construccin del Boulevard Hausmann,

    haba dejado ya haca tiempo de ser un lugar de moda cuando L. Aragon, el autor deLe Paysan

    de Paris, se paseaba por l. Los nuevos almacenes de los pasajes de la Avenue Champs-Elyses

    gozaban del favor del Paris de moda. Precisamente por esto, en el espacio de los viejos pasajes,

    el pasado inmediato se condensa hasta convertirse en ndice de la decadencia, y los objetos, las

    mercancas, los anuncios y las personas hasta hace poco familiares y actuales, adquieren extra-

    eza alucinatoria. Esos fragmentos de lo real aparecen como natures mortes, como escritura

    cifrada de un progreso imparable, que excluye personas y cosas del espacio de explotacin y

    aprovechamiento, para dejarlas caer como cscaras vacas.

    No los nuevos pasajes de moda, sino los viejos pasajes condenados al derribo, revelan

    como presencia de lo caduco la caducidad de lo nuevo y de la moda.47 Pero el orden instru-

    mental de los viejos pasajes, en cuanto lugares de exposicin de las mercancas, estaba insepara-

    blemente unido a las fantasas y sueos de la burguesa en expansin del siglo XIX. La prdida

    creciente de su funcionalidad originaria y su destruccin inminente sacan a la luz el aura de la

    p. 299.45W. Benjamin: Paris, die Hauptstadt des XIX. Jahrhunderts, en: GSV, p. 59.46En un comentario a una carta de Adorno, Benjamin escribe que en el siglo XIX el nmero de cosas va-

    cas crece en una medida y a una velocidad desconocida hasta entonces, dado que el progreso tcnico arroja fuera dela circulacin cada vez ms objetos de uso (GSV, p. 582).

    47J. Frnks: Surrealismus als Erkenntnis. Walter Benjamin Weimarer Einbahnstrae und PariserPassagen. Stuttgart 1988, p. 51.

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    mitologa moderna y hacen aparecer el microcosmos de los pasajes como imagen enigmtica del

    conjunto de la vida moderna.48

    En el pensamiento de Benjamin los fragmentos y las ruinas poseen un carcter clave para

    el conocimiento histrico. No son un invento del historiador materialista, como si se tratara delresultado de una clasificacin y ordenamiento subjetivos del material histrico, sino que se trata

    de los fragmentos y ruinas producidos realmente por el proceso histrico. Por eso es por lo que

    entre los fragmentos de las obras de arte vanguardistas y las constelaciones del trabajo interpreta-

    tivo se produce una conexin que permite arrojar una mirada crtica y salvadora sobre la reali-

    dad.49 Los fragmentos dispersos y no la autocomprensin totalizadora de una poca son los que

    permiten acceder a la realidad histrica sin quedar totalmente sometidos a su propia obnubila-

    cin. Esto significa asumir el principio del montaje en la historia.50

    Que el historiador materialista dirija precisamente su mirada a los desechos de la historia,

    a la escoria del mundo de los fenmenos (Freud), significa que ha de desmarcarse crticamente

    de la filosofa idealista de la historia, que dedica su atencin a los protagonistas de la misma,

    esto es, a los que marchan con el espritu de la poca en la cresta de la ola histrica. Para esa

    filosofa lo que queda por debajo de la cresta es quantit negligeable; lo que no est conforme

    con el plan de la historia slo es existencia indolente.51 Por el contrario, el historiador materia-

    lista piensa que nada puede informarnos mejor sobre el proceso histrico, que los desechos que

    l excreta. Aquello que no queda subsumido y superado en la tendencia dominante es lo que

    muestra lo que sta es verdaderamente. Como el ngel de la historia de P. Klee tampoco el histo-

    riador mira hacia el futuro, para escudriar signos que confirmen la visin global, sino que mira

    al montn de ruinas que se van acumulando a espaldas de la historia y seala atnito hacia

    ellas. Su tarea no es la interpretacin, que slo conseguira la integracin de esas ruinas en el

    sistema de significacin dominante. Como un trapero, que guarda los fragmentos desechados, el

    historiador se convierte en heraldo de la revolucin todava pendiente, aquella que hara justicia

    48[...] porque slo ahora, cuando la piqueta los amenaza, es cuando se han convertido de veras en santua-rios de un culto a lo efmero, se han transformado en el paisaje espectral de los placeres y las profesiones malditas,incomprensibles ayer y que maana nadie conocer. L. Aragon:Le Paysan de Paris (reimp. de 1 ed.1926) Paris:Gallimard (Le livre de poche)1966, p. 21.

    49Trapero o poeta a ambos le ataen los residuos; ambos ejercen su oficio en soledad, a horas en que elciudadano se entrega a su sueo; incluso el gesto es el mismo en ambos (GSI, p. 583). Pero tambin el historiadormaterialista viene a hacerles compaa, ya que en su proceder tampoco se diferencia de ellos. Cfr. I. Wohlfahrt: Etcetera? Der Historiker als Lumpensammler, en: N. Bolz - B. Witte: Passagen. Walter Benjamins Urgeschichte desneunzehnten Jahrhunderts. Munich 1984, p. 70-95, esp. 80s.

    50As pues, construir las grandes construcciones a partir de los elementos ms pequeos, confeccionados

    con precisin y de modo cortante. Incluso en el anlisis de los pequeos factores concretos descubrir el cristal delacontecer total. [...] Desechos de la historia. (GSV, p. 575).

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    por fin a las vctimas: lo verdaderamente nuevo continuamente saboteado.

    Capitalismo: lo nuevo y lo siempre igual

    Es en el capitalismo avanzado del siglo XIX cuando la novedad alcanza verdadera signi-ficacin, hasta convertirse en el nuevo canon de las imgenes dialcticas (V, 56). Para Benjamin

    lo nuevo no puede separarse de su opuesto, lo siempre igual. Pero en vez de pensar esta relacin

    como mera contraposicin de contrarios, l la piensa de modo dialctico. Y lo que revela dicha

    relacin dialctica es precisamente que ambas categoras son reflejo ideolgico de un proceso

    que contribuyen a enmascarar. Sacar a la luz su poder ideolgico y contrarrestarlo es la tarea de

    la protohistoria de la modernidad que Benjamin pretende llevar a cabo al servicio de la posibili-

    dad de lo verdaderamente nuevo. Pero este calificativo est sealando que no estamos ante una

    categora unvoca. Si por un lado lo nuevo representa la quintaesencia de la falsa conciencia

    (V, 55), por otro es el signo inequvoco del verdadero progreso, de un progreso que no encuen-

    tra acomodo en la continuidad del curso temporal, sino all donde por primera vez algo verdade-

    ramente nuevo se hace sentir con la sobriedad del amanecer (V, 593).

    Benjamin subraya el crecimiento desorbitado y hasta entonces desconocido de la produc-

    cin de mercancas en el capitalismo del siglo XIX: cambios en las comunicaciones, innovacio-

    nes tecnolgicas, produccin en masa de bienes de consumo y crecimiento de las poblaciones

    urbanas. La aparicin de las masas tanto de personas, como de cosas o acontecimientos bajo el

    modelo del valor de cambio que las convierte en magnitudes comparables lleva a que sea perci-

    bida una igualdad ilusoria, que, sin embargo, las hace manejables para la conciencia. Una con-

    ciencia que no est en condiciones de dominar esa masificacin ni la velocidad de los cambios.

    De modo que el esquema de la igualdad que le ofrece el valor de cambio es aplicado a todo lo

    que ya no puede convertirse en objeto de experiencia. Dicho valor de cambio acta como sus-

    trato de igualdad de las mercancas (V, 488). Y dado que su origen permanece en gran medida

    inconsciente, este esquema de igualdad resulta tremendamente efectivo, adquiere un carcter casi

    sensible: lo siempre igual aparece plsticamente por primera vez en la produccin en masa (I,

    680). Algo similar ocurre con el trabajo.52

    En la fetichizacin modernista de lo nuevo la sociedad burguesa se oculta a s misma el

    hecho de que slo sucede lo siempre igual: la revalorizacin del valor de cambio. De ello da

    51G.W.F. Hegel: Vorlesungen ber die Philosophie der Geschichte, en: TWA 12, Frncfort 1986, p. 53.52

    El valor de Baudelaire consiste para Benjamin en haber captado el fenmeno de la masificacin, de la em-patizacin con el alma de la mercanca, de la desindividualizacin, sin percibir en ello la falsedad de la categora dela igualdad. Y, sin embargo, intenta contraponerle algo a esa masificacin, prestarle a la masa amorfa un alma.

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    cuenta su aparente contrario: el eterno retorno de lo mismo. Esta idea representa a los ojos de

    Benjamin una consecuente aplicacin del carcter fetichista de la mercanca a la historia (V,

    1166). La idea de eterno retorno convierte el acontecer histrico en artculo de masas (I, 663).

    Nietzsche, su ms afamado representante, la contrapone a la idea de progreso que dominaba sinrestricciones la visin de la historia desde el racionalismo optimista del siglo XVII hasta el siglo

    XIX. Convertida en ideologa dicha idea de progreso no pone el acento en la definicin cualitati-

    va de lo nuevo, sino que convierte el proceso histrico en un movimiento automtico que confie-

    re a lo nuevo una significacin meramente temporal. Lo ms reciente es lo mejor, independien-

    temente de cualquier anlisis cualitativo. Contra esta mistificacin de la idea de progreso se diri-

    ge la crtica de Nietzsche, Blanqui o Baudelaire.

    Pero la concepcin del progreso como secuencia lineal y continua de cambios de un

    tiempo que trascurre de forma completamente homognea produce paradjicamente la impresin

    de un completo vaco del curso del tiempo (V, 444). La conciencia que sucumbe al spleen

    ofrece un modelo en miniatura del espritu universal, al que habra que atribuir la idea del eterno

    retorno (V, 693). La sensacin de aburrimiento tematizada por Baudelaire es radicalizada por

    Nietzsche en la idea del eterno retorno de lo mismo, con la que ste se hace cargo de la desapari-

    cin de cualquiertelos inmanente al proceso histrico. Para Benjamin, sin embargo, esta nega-

    cin de la idea de progreso es tan falsa como ella misma. Es su complemento. Ambas terminan

    negando la posibilidad de una autntica novedad.

    Bajo el imperio de la producci