«Viaje del Parnaso»: un ensayo de interpretación

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VIAJE DEL PARNASO: UN ENSAYO DE INTERPRETACIÓN Jordi Gracia García La indebida valoración que todavía oscurece el Viaje del Parnaso ha converti- do el extenso poema cervantino en un frecuente testimonio crítico de mate- rias o autores concretos, pero muy escasamente reconocido como testimonio personal, irónico y veraz, áspero e inteligente. Puede modificar esta óptica un análisis temático que asuma la invitación implícita de su autor a conocer, en el Viaje y su Adjunta, algunas de las verdades -realidades- que oculta una escenificación posible del mundo, pero no la única ni la mejor. Ese conoci- miento tiene por objeto su propia obra y personalidad como problemática re- lación -atracción y desdén a la vez- con el mundo que desvela como quien no lo quiere: criterios de evaluación de la poesía, adulteración de su cometido y servidumbre recompensada, injusticia de apreciaciones poéticas más pen- dientes de méritos extraliterarios -riquezas, favor, poder- que de los propia- mente poéticos, la falsedad hipócrita y laudatoria, etc. Sobre todo ello, presi- diéndolo, Cervantes sitúa su propia voz, que modela muy característicamente infinidad de pasajes del Viaje y ofrece elementos sobrados para comprender desde una óptica testimonial y confesional los materiales de un libro que, de perder esta clave, quedaría como mediocre! revisión crítica de la literatura de la época o, en cualquier caso, como texto radicalmente empobrecido: todo lo contrario de lo que es ahora. Un análisis temático atento, en la línea del que breve y brillantemente ensayó Elías L. Rivers, 2 puede verificar estas estimaciones sobre un libro que nace con su autor socarrón, poeta ya viejo (VIII, 409) Y que raramente perdo- 1. o no tanto, como defiende razonadamente Herrero García en su edición del Viaje del Parnaso, Madrid, CSIC, 1983, pp. 16·17 (Clásicos Hispánicos. V). 2. Cfr. el espacio que le dedica en su "Viaje del Parnaso y poesías suehas", en J.B. Avalle·Arce y E.e. Riley, (eds.) Suma cervantina, Londres, Tamesis Book, 1973, pp. 135·145. Citaré siempre la referencia del Viaje entre paréntesis -capítulo y verso- por la edición de Vicente Gaos como primer tomo de Poesias completas. Madrid, Castalia. 1984 (aunque la introducción, "Cervantes, poeta» es de 1971: repáre· se en las distintas soluciones editoriales para los mismos pasajes; por ejemplo: 1, 100-103, cit. en páginas 21·22 y en el texto, p. 57). 333

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VIAJE DEL PARNASO: UN ENSAYO DE INTERPRETACIÓN

Jordi Gracia García

La indebida valoración que todavía oscurece el Viaje del Parnaso ha converti­do el extenso poema cervantino en un frecuente testimonio crítico de mate­rias o autores concretos, pero muy escasamente reconocido como testimonio personal, irónico y veraz, áspero e inteligente. Puede modificar esta óptica un análisis temático que asuma la invitación implícita de su autor a conocer, en el Viaje y su Adjunta, algunas de las verdades -realidades- que oculta una escenificación posible del mundo, pero no la única ni la mejor. Ese conoci­miento tiene por objeto su propia obra y personalidad como problemática re­lación -atracción y desdén a la vez- con el mundo que desvela como quien no lo quiere: criterios de evaluación de la poesía, adulteración de su cometido y servidumbre recompensada, injusticia de apreciaciones poéticas más pen­dientes de méritos extraliterarios -riquezas, favor, poder- que de los propia­mente poéticos, la falsedad hipócrita y laudatoria, etc. Sobre todo ello, presi­diéndolo, Cervantes sitúa su propia voz, que modela muy característicamente infinidad de pasajes del Viaje y ofrece elementos sobrados para comprender desde una óptica testimonial y confesional los materiales de un libro que, de perder esta clave, quedaría como mediocre! revisión crítica de la literatura de la época o, en cualquier caso, como texto radicalmente empobrecido: todo lo contrario de lo que es ahora.

Un análisis temático atento, en la línea del que breve y brillantemente ensayó Elías L. Rivers, 2 puede verificar estas estimaciones sobre un libro que nace con su autor socarrón, poeta ya viejo (VIII, 409) Y que raramente perdo-

1. o no tanto, como defiende razonadamente Herrero García en su edición del Viaje del Parnaso, Madrid, CSIC, 1983, pp. 16·17 (Clásicos Hispánicos. V).

2. Cfr. el espacio que le dedica en su "Viaje del Parnaso y poesías suehas", en J.B. Avalle·Arce y E.e. Riley, (eds.) Suma cervantina, Londres, Tamesis Book, 1973, pp. 135·145. Citaré siempre la referencia del Viaje entre paréntesis -capítulo y verso- por la edición de Vicente Gaos como primer tomo de Poesias completas. Madrid, Castalia. 1984 (aunque la introducción, "Cervantes, poeta» es de 1971: repáre· se en las distintas soluciones editoriales para los mismos pasajes; por ejemplo: 1, 100-103, cit. en páginas 21·22 y en el texto, p. 57).

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naría lecturas literales, sordas a la versatilidad irónica de la mayoría de mo­mentos del Viaje o, mejor aún, a cuanto tiene de «testamento espiritual con perfume de autobiografía», en palabras de su reciente biógrafo, Jean Cana­vaggio.3

Si bien a primera vista aparece el Viaje como ese panorama crítico aludi­do, basta discriminar su plano argumental -que eso viene a ser el encuentro, lluvia y batalla de poetas- del meditativo,4 reflexivo o confesional, para sor­prender en esa trama anecdótica el soporte para una intención de mayor tras­cendencia: significa no solamente la autorizada voz de un hombre que ironiza sobre vivos y muertos sino también, por encima de ello, la desengañada cons­tatación de la condición humana, pobre y mezquina, referida específicamente a los bártulos de una profesión que es la poesía, como hubiera podido ser la gastronomía de pertenecer Cervantes al gremio. Quiero precisar que este criterio no responde a una necesidad de dignificar desde la crítica actual la obra poética del autor del Quijote, pero sí obedece a la voluntad de ajustar la valoración crítica del poema a lo que es y no a lo que pueda parecer. Esto es, a su tema y no al sostén argumental a que recurre para transmitirlo. Es innecesario subrayar ahora lo transparente: Cervantes no desaprovecha la oca­sión para ridiculizar la impericia poética y a veces ironizar -con el estereoti­po elogioso- sobre los que admira.

Esta valoración general es hija de un interrogante clave para leer el Viaje y que se debe al profesor José Manuel Blecua: «¿Es Cervantes un poeta lírico con las mismas inquietudes que asedian la obra de otros escritores de su épo­ca?».5 Por su cuenta contestó Vicente Caos años después, en términos tan su­gestivos como estos: "Otras eran sus preocupaciones como poeta: las luismas esencialmente, y en cuanto el verso lo permitía, que las que tuvo como prosis­ta».6 Tras definir el Viaje como «epopeya burlesca de las ilusiones y vanida­des del hombre», señala su intención de:

[ ... ] hacer patente que el hombre suele juzgarse pOI' encima de sus propios méritos, de qué modo le arrastra su quimérico concepto de si mismo, hasta qué punto sus aspiraciones, deseos y sueños sobrepasan la posibilidad real que tiene de satisfacerlos.'

Estas líneas marcan con holgura los límites del análisis temático que sigo a continuación. Porque el Viaje del Pamaso contiene entre otras una línea de continuidad razonada que lo vertebra de principio a fin. Incluso, puede decir­se, es la que fundamenta la vinculación de este poema con el resto de la obra cervantina. Estoy refiriéndome a las relaciones implícitas de depen­dencia que Cervantes, lejos de la mera crítica literaria, establece entre los

3. Jean Canavaggio, Cervantes, Madrid, Espasa·Calpe, 1987, p. 62. Y Elías L Rivers, art. cit., 135. 4. Así lo lIam6 L Cernuda, «Cervantes, poeta», en Poesía y Ii/eraltlra. 1 y ll, Barcelona, Seix Barral,

1971, p. 252. 5. J.M. Blecua, "La poesía lírica de Cervantes» (Joseph M. Claube), en Homenaje a Cervan/es, Ma·

drid, ínsula, 1947, p. 157. 6. V. Gaos. Introducción cit., p. 23. 7. Ibídem, p. 32.

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valores comprendidos en estos tres campos: alabanza falsa o adulación, hipo­cresía y falta en general a la verdad poética, y riqueza o favor social y econó­mico. El punto de convergencia es, naturalmente, la poesía, un modo de en­tender la poesía, y la relación del autor con su propia sociedad: ya no como mero productor de un artículo supuestamente de consumo sino como elemen­to crítico y socialmente incómodo por su inflexibilidad moraL Los tres cam­pos arriba enunciados adquieren para Cervantes formulación precisa: la dig­nidad únicamente de la poesía verdadera (IV, 160 ss.), la auténtica, la justa alabanza de ésta por sus méritos literarios al margen de consideraciones ex­traliterarias o de orden social y, finalmente, la tangencialidad que, para el apre­cio social y literario de la poesía, debería tener el gozar o no del favor de príncipes y señores.

Creo fuera de duda el origen íntimamente personal de esta postura de finneza ante la poesía como fenómeno de repercusión social: el éxito, la fama, la gloria que, como poeta y creador verdadero cree merecer, pertenecen a la poesía que denuncia: laudatoria, falsa o embustera, interesada y pobre. Desde la óptica cervantina, no puede ser otra la representación alegórica de toda esta poesía más que la Vanagloria, tal como aparece en el sueño del capítulo VI. Sus hennanas son, exactamente, la Adulación y la Mentira (VI, 219). El dato puede resumir el desprecio de Cervantes por quienes utilizan la poesía para perseguir la fama en lugar de dejarse vocear por ella y, a la vez, la cen­sura más agria todavía de quienes practican este tipo de ejercicio social, como apreciadores de poesía mediatizada y adulterada, incapaces de otra cosa que el adocenado discurso de una poesía vacía y halagadora gratuita del oído:

[ ... ] falsa, ansiosa, torpe y vieja, amiga de sonaja y morteruelo, que ni tabaco ni taberna deja.

No se alza dos ni aun un coto del suelo, grande amiga de bodas y bautismos, larga de manos, corta de cerbelo [IV, 169-174].

En este terreno se encuentran los fundamentos argumentales para la iro­nía sostenida -no la sátira, que repugna moralmente a Cervantes por guiar «a infames premios» (IV, 36)- que preside la mayor parte de formulismos fáciles con que alaba a las multitudes de poetas que pueblan algunos de los capítulos.

La perspectiva que antecede puede obedecer satisfactoriamente a la in­tención del Viaje del Parnaso como libro de un hombre ya maduro -«Yo, so­carrón; yo, poetón ya viejo» (VIII, 409)-, que no parece querer salir de este valle sin desprenderse de una irónica lágrima, resentida, de poeta insatisfecho consigo mismo, en efecto, pero tanto como pueda estarlo con los demás y con la inadecuada apreciación crítica de las obras, en verso o prosa, de que cada cual es objeto. Al detallar ahora este sistema de oposiciones indicado, soslayo la crítica cervantina estrictamente literaria para detenenne en lo que funda­menta esa crítica; es decir, una preocupación moral y social definida suficien-

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temente, y que hace inevitable el reencuentro con el autor del Quijote. Escribe V. Gaos:

[ ... ] las únicas obras con las que guarda estrecha relación el Viaje no son sino las restantes del propio Cen'llntes en sus sueños postreros -el Quijote, el Persiles-, y es en este contexto corno hay que entenderlo.8

Son numerosos los rasgos que permiten pensar en el carácter confesional del Viaje, aceptando la invitación tácita de Rivers o Canavaggi09 a examinar el libro desde su componente autobiográfico e incluso su esguince reivindica­dor, como sostiene V. Gaos. lO Basta reparar ya no en las recapitulaciones que sobre sí mismo traza Cervantes en el poema sino en el sistemático distancia­miento del yo poético con respecto de la pluralidad: los otros, los poetas, los demás; no importa ahora el quién sino el fenómeno en sí del distanciamiento explícito y constante, incluso alardeado. Entiendo que no es, además, un rasgo exigido por la trama argumental, la misión asignada por Mercurio, sino más bien depende del concepto mismo de la poesía que defiende y cuya vindica­ción está estrecha e inseparablemente unida a la de su propia obra. Es éste uno de los elementos temáticos cruciales del Viaje porque en él -esto es, la poesía verdadera (IV; 160), "la buena, la importante Poesía" (VIII, 130) y su apreciación- convergen los elementos más interesantes, es decir, las impli­caciones personales que explican biográfica, moral y sociológicamente este Viaje del Parnaso. Sólo desde el viejo socarrón que Cervantes es, puede esperarse una burla sistemática de una poesía convencional e insincera, aficionada a bodas, bautizos y alabanzas interesadas y el rechazo de unos modos ajenos al verdadero compromiso poético. Como en seguida precisaré, la vinculación del concepto de poesía con el fenómeno sociológico, más que poético -o lo uno con lo otro, desde la óptica cervantina-, de la adulación conduce a una conclusión irreversible: la crítica ácida a una poesía hipócrita que vive pen­diente materialmente de elementos distintos de sí misma, que se sabe produci­da con fines ajenos a los literarios -sociales, ornamentales-, y cuya calidad, pues, es supravalorada por motivaciones económicas básicamente o intereses análogos. La ultima ratio de este planteamiento es, por descontado, lo que Cervantes concibe como su marginación de los círculos literario-sociales y la flaqueza, en consecuencia directa, con que sopla la fama para él.

Los elementos temáticos, como se ve, son abundantes, y no menores las implicaciones personales que su autor puso en esta tardía obra: a través de la fabricación de un andamiaje mitológico, Cervantes está pasando cuentas morales a un mundillo mínimo, el de la literatura, del que aparece injusta­mente excluido o casi. El fundamento de su queja, de la sinceridad de su posición es doble: la vindicación de su calidad como poeta verdadero -que incluye la prosa-, hecha de manera explícita y directa, es el reverso de su

8. Ibídem, p. 28. Cfr. también la Introducción de Herrero Garda a su edición ya citada, pp. 1 H3 y 18. 9. Cfr. B.L. Rivers, arto cit., p. 135 y J. Canavaggio, op. cit., p. 62. 10. V Gaos, op. cit., p. 30.

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desprecio por aquellos que son estimados por motivos extraliterarios: los que han mendigado alabanzas mientras las obras cervantinas aguardaban al lec­tor que las gustase y apreciase en lo que valen. Por eso la temática relativa a la adulación está en la base de las reflexiones sobre sí mismo corno autor más que aceptable, lastimoso ahora «por verme solo en pie» (IV, 44). Así cie­rra sus consideraciones sobre el valor de su obra (IV, 58-63):

Tuve, tengo y tendré los pensamientos, merced al cielo que a tal bien me inclina, de lada adulación libres y exentos.

Nunca pongo los pies por do camina la mentira, la fraude y el engaño, de la santa virtud total ruina.

Cervantes ha privilegiado la adulación por delante de la misma menti­ra o el engaño porque no está escribiendo desde la serenidad del satisfecbo contemplador del devenir histórico sino desde la irritada conciencia de la injusticia, de la inmoralidad o flaqueza consustancial al hombre, inclinado por mezquindades, favores, compensaciones; sólo que ahora su asunto es la vinculación de esta actitud general -el engaño- a lo literario socio-crí­tico: la adulación.

La Adjunta al Parnaso, corno recolección de los motivos temáticos disemi­nados en los ocho capítulos que la preceden, sienta la oposición entre la adula­ción y el valor, que, sin príncipe, autoridad o favor corno respaldo, merecen las obras en sí. Es categórica la réplica de Apolo al malestar de algunos poe­tas excluidos:

Yo les dije que la culpa era mía y no de vuesa merced [Miguel de Cervantes]; pero que el remedio deste daño estaba en que procurasen ellos ser famosos por sus obras, que ellas por sí mismas les darían fama y claro renombre, sin andar mendigando ajenas alabanzas [Adjunta, p. 187: subrayo por mi cuenta).

La evocación del soneto preliminar castellano, que aparece "in luogo dell'epigramma latino» de D. Agustini de Casanate, en la edición milanesa de 1624, según B. Croce,ll es obligada: un análisis que ahora no puedo detallar permitiría comprobar su inteligente dosificación de un mínimo de arrogancia, un mucho de sentido de la dignidad y el aplomo de una autocrítica aprobato­ria sobre el Viaje ejercida con los dos rasgos anteriores ya asumidos por el lector. Y el último engranaje que optimiza el rendimiento del soneto: la conju­gación en el primer cuarteto de la marginalidad, cierto sentimentalismo y la ironía que persistirá hasta el finaL Su defensa implícita del valor propio por sí misma -en terminología de ApoIo- de una obra, sin otra autoridad que su validez intrínseca, significa consecuentemente la orfandad literaria del Viaje -a excepción del irrelevante epigrama latino- y una velada censura, sin ostentación, a quienes praetican y admiten ese tipo de composiciones.

11. Benedetto Croce, "Due iIlustrazioni al Viaje del Parnaso del c.", en Homenaje a Menéndez. Pe/ayo, Madrid, Suárez, 1899. p. 169.

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Al hilo del tema de la alabanza, algún autor ha manifestado su sorpre­sa por el desacuerdo entre la favorable autocrítica del soneto -«de sal un panecillo por lo menos», verso 13- y el resignado -e irónico- desengaño con que encabeza el primer capítulo. Si la lectura tradicional del famoso terceto en que se niega la gracia de poeta (1, 25-27) fue corregida lúcida­mente por un lejano estudio de José Manuel Blecua, y más modernamente por Elías L. Rivers,12 los versos que Cervantes pone en boca de Apolo de­berían ser mucho más alarmantes. En ellos Mercurio ensalza a Cervantes por «aquel instinto sobrehumano / que de raro inventor tu pecho encierra» y que no en vano le ha dado el padre Apolo; se destaca la considerable difusión de su obra, que responde a la verdad histórica, e indica una envi­dia que se verá confirmada en el Quijote de Avellaneda; tampoco es fácil desmentir la sutileza de los «designios» que se le atribuyen para cerrar así la serie de virtudes que justificadamente persuaden a Mercurio de la im­portancia de la ayuda de Cervantes, lejos como autor en ese pasaje (todo en 1, 208-225) de vanagloria alguna y muy cerca, en cambio, de una ajusta­da aquilatación del propio valer.

Cierto momento del Viaje parece concebido expresamente para contra­pesar desde la lucidez analítica estas impresiones favorables. Porque Cer­vantes no olvida justificar desde el interior de la ficción el balance positivo con que salda sus propias cuentas estéticas. Naturalmente, se trata de una revisión muy cuidadosa, nada improvisada y cuya licitud Cervantes objeti­va y dramatiza en el episodio de las «seis personas religiosas» (IV, 229 ss.). En el marco de un pasaje singularmente rico en niveles de lectura, ahora me interesa sólo destacar el tratamiento de las personas religiosas como objetivaciones del fenómeno socio-moral de la ocultación hipócrita de una actividad secretamente venerada, admirada y suscitadora de vanaglorias o éxitos personales, y una actitud pública falsamente indiferente, modesta y afectada, quizá a causa de una cierta condición social.!3

En cualquier caso, el examen de los cien versos que les dedica eviden­cia su crítica a la gloria obtenida por métodos elusivos e indirectos. Dando a pocos, y amigos, lo que debiera ofrecerse al juicio crítico de la «turba vil del suelo» (IV, 249), se obtiene la fama que ni puede ser contrastada como justa ni como promovida interesadamente. Pero es, sobre todo, la con­clusión del episodio -los tres tercetos finales (IV, 334-342)- la que intro­duce el prisma necesario para detectar la verdadera implicación perso­nal cervantina en ello. Con el último terceto, convierte todo el episodio en explicación dramatizada del ánimo vindicativo que mueve este Viaje del Par­naso, a la vez que la objetivación de su desprecio por unas prioridades hipócritas -y finalmente falsas-, a las que ha aludido en versos inmedia­tamente anteriores a estos finales:

12. J.M. Blecua, arto cit., pp. 152-153; Elías L Rivers, art. cit., p, 122. Véase también Gaos, op. cit., pp. 10 ss.

13. Lo apunta F. Rodríguez Marín, «Apéndice a la edición crítica del Via;e del Parnaso», Separa­ta, Madrid. Bermejo, 1934, p. 91.

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Jamás me contenté ni satisfice de hipócritas melindres. Llanamente quise alabanza de lo que bien hice.

[IV, 340-342]

Adulación, mentira, hipocresía, son la negación de los valores morales que fundamentan la dimensión ética que les es propia, pero también la estética que de ellos se deriva, la requisitoria contra una sociedad más o menos litera­ria, más o menos mezquina y corrompida. Y evoco ahora la motivación más personal porque subraya con exactitud la motivación universal a que se eleva la vivencia de su propia marginación: reclamar una auténtica poesía verda­dera -con la implícita convicción de que la suya participa de ese ideal que incluye la prosa, aducida en su defensa (IV, 13 SS.)-, cuyo valor no ven­ga determinado por el favor, la riqueza, la adulación; fundamentos todos ellos de la Vanagloria, que ataca a algunos de los poetas como mal universal hu­mano.

Hay estructuralmente en el Viaje una habilidosa astucia inicial: recono­cer, primero, el fracaso de un empeño poético -los primeros tereetos del libro- y, segundo, ironizar poco después sobre sus propias fantasías, tejidas con filtros mágicos, bebedizos, encantamientos mitológicos, que conjuntamen­te habían de convertirle en magnífico poeta. Ambos puntos respaldan y auto­rizan el ejercicio severo de la crítica que por distintos procedimientos practi­cará en adelante. Este esquema diseñado ahora sucintamente es sólo el instrumento literario que dispone para defender su concepto de la poesía y tratar de desmentir cualquier correspondencia entre la gloria poética o la fama y el verdadero valor de la poesía y su autor. El aviso cervantino no debía haber sido olvidado (1, 100-105):

Vayatl j pues, los leyentes con le tu ra, cual dice el vulgo mal limado y bronco, que yo soy un poeta desta hechura:

cisne en las canas, y en la voz un ronco y negro cuervo, sin que el tiempo pueda desbastar de mi ingenio el rudo tronco.

La idoneidad de estos versos para introducir algunas reflexiones sobre el carácter grave, filosófico o meditativo, que Cervantes quiere imprimir a la poesía, queda subrayada con evocar el tópico que aquí está manejando. Vicen­te Gaos aduce estos versos como testimonio cervantino relativo a su expresión lírica, que se le «antoja inevitablemente algo tosca, a la vez que superada". Oportunamente, en nota al pasaje, escribe: "El cisne es símbolo del buen poe­ta, como el cuervo lo es del malo».14

No cabe desmentir la observación, evidentemente cierta -IV, 565: «que piensen que soy cisne ["']"-, de v. Gaos, pero sí conviene ir algo más allá en la posible intención, que afectaría al cisne pero sólo en tanto que es adya-

14. V. Gaos, op. cil., pp. 21 Y 57.

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cente sen1ántico de canas como, en un quiasmo impuro, cuervo caracteriza a voz. Los centros de significación son canas y voz: las primeras asociadas positivamente con el cisne y la segunda contagiada por el cuervo y el valor negativo directamente aludido: ronquera, negrura. Cervantes parece estar asu­miendo la impericia y tosquedad versificadora que habitualmente se le impu­ta -V. Gaos, G. Diego o M. de Riquer. IS Ahora bien, las canas no están sola­mente en su valor metonímico sino también metafórico. Y es este valor el que sitúa estas canas en la tradición bíblica de que se ocupó Emst Robert Curtius:

La sabiduría de Salomón, 1\1, 8 SS., declara que la vejez es cosa venerable, pero que no ha de medirse por los años: Cani sunt sensus hominis. El pelo gris del aneiano es, pues, símbolo gráfieo de la sabiduría [ ... ] [que] puede encontrarse también en los jóvenes. Tal es el paralelo bíblico del puer senex. Las palabras canus, canities pasan corno metáforas al lenguaje de los Padres de la Iglesia [ ... ].16

En efecto, éste es el sentido que llena estas canas de Cervantes; y no es casual la asociación con la sabiduría porque es el fin y asunto de la poesía verdadera a cuyo cultivo aspira Cervantes:

Ella abre los secretos y los cierra, toca y apunta de cualquier ciencia la superficie y lo mejor que encierra [ ... ].

Moran con ella en una misma estancia la divina y moral filosofía, el estilo más puro y la elegancia.

[1\1, 184-192]

Son abundantes los momentos del Viaje que traslucen la personalidad mo­ral de quien escribe. Justamente por ello, aunque no por necesidad, es bastan­te sistemática la valoración sobre criterios -para entendemos- de contenido -filosóficos, morales, intelectuales- de la poesía en sus revisiones o comen­tarios. O mejor, la persistente manifestación de la insuficiencia de la gala del decir para crear poesía valiosa, aspecto obviamente vinculado a su rechazo de la poética barroca de estricta observancia. Véase, por ejemplo, el irritado reparo que opone a los «alfeñicados y deshechos I en puro azúcar, con la voz süave, I de su melifluidad muy satisfechos» (IlI, 22-24) -que, como se ve, no son propiamente la encarnación de la estética barroca, sino muy al contrario­cuando escriben églogas o pastorales de tonos tan sin esa «vivacidad», «espí­ritu y vigon>, que Herrera exigía al verso l7 que la necesidad hace evocar a Cervantes "la gala y la agudeza» que sí caben en la égloga, aunque a esta última -la agudeza- se la hayan olvidado (HI, 27). Se entiende, así, la acusa­ción a esos ...

15. V Gaos. ibídem; G. Diego, "Cervantes y la poesía .. , RFE, XXXII (1948), pp. 218-220; M. de Riquer, Aproximación al Quijote, Barcelona, Salvat, 1982, pp. 31-33.

16. Emst R. Curtius, Literatura europea y Edad Media latina, t. 1, Madrid, Fondo de Cultura Econó­mica, 1981, pp. 150-151.

17. A. Gallego Morell, CIll,cilaso de la Vega y sus comenraristas, Madrid, Gredos, 19722, p. 315.

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falsos y malditos trovadores, que pasáis plaza de poetas sabíos, [ ... ] haciendo a la virtud cien mil agravios.

Poetas de atrevida hipocresía. .. [VII, 139-145]

que olvidan que la poesía «no está en las manos, sino en el entendimiento», como escribe en el Persiles. 18 Los autores de las églogas, lamenta Cervantes, han olvidado que en ellas caben "la gala del decir, la sutíleza I de la ciencia más docta que se sabe» (VI, 260-261).

Desde un análogo compromiso con una verdad literariamente válida es posible leer algún pasaje que en seguida emite destellos muy sintomáticos. No se ha reparado, como tantas veces en este Viaje del Parnaso, en la conside­rable hondura poética de la alarma que Cervantes sonda en sí mismo -o finge en su personaje, para el caso es lo mismo- al escuchar las acusaciones que un poeta discriminándole formula:

-¡Oh tú, dijo, traidor, que los poetas canonizaste de la larga lista, por causas y por vías indirectas!

[IV, 490-492]

Los versos que presentan a éstos reClen transcritos traslucen la sinceri­dad y la autenticidad esencial con que Cervantes parece sentir tocada una fibra íntima de su personalidad moral (los términos existenciales en que me expreso no deben eclipsar la entidad literaria del planteamiento pero sí desta­car fuertemente dónde están, en verdad, los compromisos morales que mue­ven este libro cervantino):

[ ... ] vi sus razones ser saetas que iban mi alma y corazón c/avanda

[IV. 488-489]

Es apreciable la contundencia expresiva que Cervantes ha reservado para el momento en que le son cuestionadas la moralidad, justicia y honestidad de su quehacer crítico- Una de las vetas temáticas más importantes del Viaje aflora en este momento, que, seguramente, recibe luz definitiva de un pasaje del Quijote, también recogido por Gaos en el Apéndice ya citado (n. 18). En las justas literarias,

[ ... ] procure vuesa merced llevar el segundo premio; que el primero siempre se lleva el favor o la gran calidad de la persona, el segundo se le lleva la mera justicia, y el tercero viene a ser el segundo, y el primero, a esta cuenta, será el tercero [ ... ] [Il, XVIII, Apéndice, p. 196].

18. l, 18: cito por el útil «Apéndice: poética de Cervantes» con el que completa Vicente Gaos su edición, p, 202. J.R Avalle-Arce cifra «la suma de los eSfUer7.DS cognoscitivos cervantinos), precisamente en los versos VI, 134-135 de este Viaje (cfr. "Conocimiento y vida en c.", en Nuevos deslindes cervantinos, Barcelona. Ariel, 19752, p. 17).

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Un rápido balance del examen practicado hasta ahora presenta un Viaje del Parnaso leído como testimonio confesional y personal de Cervantes, en que le guía el propósito de utilizar su experiencia literaria, biográfica y social como instrumento -también como fin en sí mismo: su cara confesional- para censurar con acritud unas veces, más irónicamente otras, el mundo de depen­dencias, engaños, hipocresías, falsedades y absurdas encumbraciones o margi­naciones poéticas que teje la sociedad humana, muy a menudo con el fin de evitar su propia dinamitación interna a cargo de voces excesivamente críticas o independientes como parece querer serlo la cervantina: la verdad es siem­pre subversiva,

que 11.0 está en la elegancia y modo de decir el fundamento y principal sustancia del verdadero cuento, que en la pura verdad tiene su asiento. 19

Un motivo específico surge de este mundo retratado fragmentariamente: el desajuste que suele concurrir entre la calidad intrínseca de una obra y el género de aplauso, gloria y fama de que su autor es objeto. Sin duda, el ele­mento más entrañablemente cervantino, desde el punto de vista personal, in­cluso biográfico, alienta en esos momentos, pero es algo tan incuestionable como su misma amplitud de miras o la capacidad de análisis que exhibe: es el favor, la riqueza, el afán de gloria a cualquier precio, lo que rige la activi­dad social del ser humano y, por supuesto, la del mundo del escritor. La insis­tencia de Cervantes en que la poesía verdadera sea, precisarnente, transmisora de la verdad -tanto moral y filosófica como científica, según declara insta­lándose perfectamente en la brecha de una sólida tradición-,2o no debe man­tenerse sólo como derivación de un concepto medieval de la literatura o la poesía asociada a la transmisión fiel de saberes preservados, sino, creo, ha de implicar también el pronunciamiento justo, sincero -otro de los adjetivos que caracterizan la poesía verdadera-, veraz y fiel sobre la realidad y lo que su autor siente y advierte ante ella. Nada basta para abdicar del deber poéti­co, por llamarlo así, que exige como actitud moral la huida de la adulación, en uno u otro sentido, del favor personal, el rechazo de argumentos sobre la calidad de una obra basados en la calidad social de su destinatario o de su protector. Una relectura atenta de la Adjunta podrá apoyar algunas de las afir­maciones que preceden.

Algún pasaje parece especialmente revelador:

19. ú;¡ Ga/mea, III, cít. del Apéndice de Gaos, p. 192. Y véanse las observaciones de E.e. Ríley sobre poesía en «Teoría literaria», en Sun1a cervantina, ed. cit., pp. 295-302.

20. Cfr., prímero, América Castro, El pensamiento de Cerval1les (nueva ed. ampliada y con notas del autor y J. Rodríguez·Puértolas) Barcelona, Noguer, 1980, pp. 41-43. No es posible alargar esta nota con los textos, sí cabe remitír a Herrera (Gallego~Morell, op. cit., pp. 340-342 ss.), a Francisco de Medina, prologuista las Anotaciones (Sevilla, Alonso de la Barrera, 1580, p. 6; texto cuya consulta he de decer a la profesora Rosa Navarro) y, en gene!'al, a Antonio Vílanova, «Preceptístas españoles de siglos XVI y XVII", en G. Díaz·Plaja (ed.), HGLH, t. ITI, Barcelona, Vergara, 19682, pp. 565·692, Y su Intro­ducción a Ú;¡S fuentes V los temas del «Folifemo» de Góngora, Madrid, Anejo LXVI de RFE, 1957, pp. 13-41.

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Viaje del Parnaso: interpretación

[ ... ] ningún poeta sea osado de escribir versos en alabanzas de príncipes y señores, pOI' ser mi intención y advertida voluntad que la lisonja ni la adulación no atraviesen los umbrales de mi casa [Adjunta, p. 189],

argumento en el que reincide, ahora desde la óptica de las dedicatorias (cfr. ibídem), y al que oblicuamente regresa para traslucir una reserva inquieta ante el poder:

[ ... ] si algún poeta fuese favorecido de algún príncipe, ni le visite a menudo, ni le pida nada, sino déjese llevar de la corriente de su ventura: que el aire que tiene providencia de sustentar las sabandijas de la tierra y los gusarapos del agua la tendrá de alimentar a un poeta, por sabandija que sea [p. 190].

¿Cómo justificar la inesperada virulencia con que Cervantes increpa al poeta instalado, favorecido de un poder personal, palaciego? No basta, me pa­rece, el recurso al resentimiento personal más o menos explicable desde la conciencia de un valor no reconocido. Quizá algún indicio razonable pueda ofrecerlo este impagable testimonio leído en todas sus alusiones y no como mero quejido de draroaturgo sin éxito. En los términos siguientes trata de los autores -empresarios teatrales- y sus propias piezas inéditas:

[ ... ] como tienen sus poetas paniaguados y les va bien con ellos, no buscan pan de tras trigo. Pero yo pienso darlas a la estampa, para que se vea de espacio lo que pasa apriesa, y se disimula, o no se entiende, cuando las representan. y las comedias tienen sus sazones y tiempos, como los cantares [p. 183].

sólo el conservadurismo empresarial lo que irrita a Cervantes? ¿La ausencia de este sacrosanto sentido moderno del riesgo capitalista y la inver­sión dinamizadora de lo social? Cervantes está hablando en distintos tros. Si las primeras líneas inducen una respuesta cautelosamente afirmativa, el recurso al refrán buscar el pan de trastrigo -muy infrecuente-21 es, en todo caso, semánticamente inquietante porque perturba la nitidez de la infor­mación, más rica de sentido en algún dato. Creo que debe vincularse estre­chamente con la densidad intelectual o ideológica que, según Cervantes, con­tienen sus comedias y tal y como defiende el concepto de poesía que aparece en el Viaje, ya esbozado. No sólo están hechas de halagos al oído -que sabe insuficientes en sí, pero también en los demás cuando andan solos- sino bá­sicamente de una dieta mucho menos comercial y algo más arriesgada: el cisne de las canas, una sabiduría moral, una verdad que justifica los términos en que he expuesto uno de los trasfondos más sólidos del poema: la concien­cia cervantina de los tupidos filtros convencionales, falsos e inválidos, a que debe sacrificarse la expresión poética.

Algunos pasajes del Viaje sugieren la ampliación de los perfiles todavía imprecisos de esta interpretación: la imagen acrítica de un Cervantes autor de sabias comedias incomprendidas casa mal con el disimulo a que alude en un pasaje citado arriba y con el sentido lúcido que de la condición huma-

21. Herrero Garda. ed. cit., pp. 920·921, lo localiza en el Quijote apenas en algún otro raro autor.

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na y sus insuficiencias evidencia en tantas ocasiones. Para no desatender lo mucho que tiene el libro de reivindicación, tmigo ahora a colación la posible nebulosa de resentimiento que planea sobre el Viaje, pero pam integmrla como un elemento importante en los fundamentos de la convicción de llevar una razón válida:

Que tal vez suele un venturoso estado, cuando le niega sin razón la suerte, honrar más merecido que alcanzado.

[IV, 85·87]

Derivaciones de este motivo son muy frecuentes. Y por derivación entien­do la pobreza consustancial a que parece condenado el poeta, casi como ga­mnlía inexcusable de su honestidad poético-literaria y, sobre todo, de su inde­pendencia. Una irrenunciable conciencia de la realidad y la necesidad de su captación crítica22 es lo que tmsluce el Viaje del Parnaso, la conciencia de la vinculación socialmente establecida entre poesía laudatoria, falsaria, de ga­las y campanillas, y la riqueza o el estado económica y socialmente próspero del poeta. Las alusiones a la situación socio-económica del poeta en el Viaje y su misma frecuencia ocupan un lugar decisivo en el conjunto del libro: evi­dencian la estrecha dependencia del favor o el disfavor del poder. Y Cervantes no habita, precisamente, los circulas áureos de interés y riqueza. Su fortuna se ha mostmdo esquiva y lo recuerda en distintos momentos; por ejemplo, el cap. J, 106-108, o el IV, 64-66:

Con mi corta fortuna no rile ensmlo, aunque por verme en pie como me veo, y en tal lugar, pondero así mi daño.

El sesgo estoico del primer verso rivaliza con la misma adversativa gm­matical: el aunque introduce ese punto de ambigüedad que enturbia el orgu­lloso estoicismo que puede advertirse inicialmente. Si bien el tópico conocido, «Tú mismo te has forjado tu ventum)} (1, 79), ha de corregir el asomo de queja cervantina, subsiste la conciencia de la frágil frontera entre el «más orgulloso de los sistemas morales)}, el estoicismo, en palabms de A. Castro,23 con su característico sentido de la resistencia, y el saberse en no poca medida responsable del estado actual. Todo el Viaje recibe luz de esta posición de Cervantes ante la existencia y, por ello, la obm se sitúa en la estrecha franja que une, fluctuante, el orgulloso y lúcido desdén del estoico y el reproche sentimental que la conciencia no sabe acallar por lo que se estima como una injusta valoración de sí mismo: la resignación estoica a la fatalidad de nues­tm conducta parece estar cediendo aquí a la presión de la entraña dolori­da que no quiere, momlmente, combatir, ensañarse con la fortuna, aunque, incluso involuntariamente, por verse donde se ve, reconsidere su resignación (JV, 64-65).

22. Cfr. A. Castro, op. cit., pp. 339 ss. 23. Ibídem, p. 339,

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Desde esta óptica, cobra una coherencia inesperada la insistencia de Cer­vantes en la situación social del poeta, necesariamente pobre: no tanto porque lo sea efectivamente, en cuyo caso se trata sin más del uso retórico de un tópico social de la época, como porque su condición de cultivador de la poe­sía verdadera, de la que no participa de la adulación y vive hermanada con la filosofía moral y divina «en una misma estancia» (Iv, 190), exige un aleja­miento de los círculos mismos que no la resisten, y que obviamente suelen coincidir con los mejor situados económicamente. El carácter independiente, crítico, verdadero y no adulatorio -esto es, donde la alabanza se justifica por méritos propios de la obra- borra el camino a la gloria literaria o social cuyos mecanismos dominan las dependencias, favores, compensaciones, aje­nos a la integridad de un moralista como Cervantes fue:

quedéme en pie, que no hay asiento bueno si el favor no le labra o la riqueza.

[IV, 95-96]

y ambas cosas -favor y riqueza-, a juzgar por los testimonios que fácil­mente cede la obra cervantina, se encuentran bastante lejos del poeta verda­dero. O cuando menos, de la poesía verdadera. Por una parte, aunque Mereurio sostenga que «siempre con vestidura rozagante / se muestra en cualquier acto en que se halla» (IV, 163-164), lo relevante de verdad, y lo que ilumina la acti­tud que opone Cervantes -que «ha que la trata[s] infinitos años» (IV, 152)­es haber visto siempre a la poesía verdadera

[ ... ] en pob/'es paños [ ... ]; jamás la vi compuesta con adornos tan ricos y tamaiíos;

parece que la he visto descompuesta, vestida de color de primavera en los días de cutio y los de fiesta.

[IV, 154-159]

Aunque no sean todo lo explícitos que fuera de desear, sí parecen subra­yar estos versos el único traje que conoce la poesía -en día ocioso o laborable-: el del color de la primavera, como en VIII, 193-195:

en vestido sucinto, a la ligera, el monte discurrió y abrazó a todos, hermosa sobre todo y placente¡·a.

Si traigo ahora estos versos últimos es más por la propia intervención de la Poesía, terminante frente al olímpico optimismo de un exultante Mercurio:

[ ... ] de aquí adelante ser tratada con más süaves y discretos modos

espero ser, y siempre respectada del ignorante vulgo, que no alcanza que, puesto que soy pobre, soy honrada.

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[VIII, 197-201]

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Jordi Gracia Careta

La estrecha vinculación -que he subrayado- entre honradez y pobreza remite a un pasaje muy anterior en que Apolo celebra saludar a un Cervantes quejoso por carecer de capa (IV, 90-93):

[ ... ] Aunque sea así, gusto de vate. La virtud es 1<11 manto COI? que tapa

y cubre su indecencia la estrecheza, que exenta y libre de la envidia escapa.

Versos que con toda idoneidad se adecuan a estos ecos tan machadianos: «[ ... ] la carga de un poeta, I siempre ligera, [ ... ] I [ ... ] pues carece de maleta» (1, 70-72). Y a propósito de sus alforjas y traje, contesta un Cervantes de reso­nancias no menos machadianas:

-Señor: voy al Parnaso, Y. como pobre, CO/l este aliño mi jornada sigo-o

[1, 206-207]

Las estrecheces tanto de la poesía verdadera como de quien la cultiva derivan necesariamente de la no abdicación ante el deber de un empeño lite­rario. Con toda intención y transparencia clarifica Cervantes la distancia que media entre los beneficios de la poesía verdadera y las riquezas que de otra pueden esperarse:

[oo.] nu produce rnil1as este valle, aguas si, salutíferas y buenas, y munas que de cisnes tieHen talle.

[VIII, 208-210]

La intencionada paronomasia quiere subrayar, probablemente, la delga­dez de la frontera entre una y otra poesía; incluso, más allá -y maliciosa­mente-, bromear y prevenir sobre la engañosa apariencia -talle- que de poesía verdadera puede fingir otra más tosca y deficiente. El predominio que lee E.L. Rivers de «un profundo escepticismo amargo, una ironía radical que se burla de la cuestión misma»24 emite aquí algún ambiguo destello.

En fin, desde mi punto de vista, una clave interpretativa para este Viaje del Parnaso debe localizarse en la precaria situación personal de una mente lúcida que juzga su lugar en el panorama contemporáneo y denuncia con hu­mor las deficiencias de un estado de cosas que permite tenerle donde le tiene. Es claro que la raíz de las deficiencias aludidas es social y moral en la misma medida, y que, como tales, repercuten de una manera decisiva en la creación literaria y su mundo. En sentido estricto, pero también en una acepción nece­sariamente amplia; es decir, repercute en la valoración diferenciada de cada autor y obra. El Viaje nace de la conciencia irritada por una injusta reparti­ción de la gloria y el reconocimiento público al que Cervantes no renuncia ni se resigna a perder. De ahí que el Viaje haga concurrir tanto la veta confc-

24. E.L. Rivers, arl. cit., p. 143.

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Viaje del Parnaso: interpretación

siona!, corrigiendo siempre e! brote sentimental con el humor y la autoironía, como la más radicalmente crítica, que acaba significando la proposición im­plícita de algunas explicaciones: social, por una parte, moral, por otra, y una tercera que armoniza ambas.

En cuanto a lo primero, para Cervantes es intransitable una poesía cuyo aprecio rige la condición social del creador o bien -lo que casi parece más grave- la del destinatario de la obra. Para lo segundo, Cervantes estima hu­millante e indigno que la poesía -el poeta- persiga la fama o la gloria utili­zando el género laudatorio o encomiástico y preñe de banalidades hipócritas y convencionales, de compromisos extraliterarios pero rentables, un oficio cuyo cometido, desde su óptica, está muy lejos de todo ello. La requisitoria, en este extremo, es probablemente lo bastante lúcida para incluirse a sí mismo, a la vista de las obligaciones insuperables de tipo social que el contexto no excesi­vamente flexible -lítotes para decir que inflexible- en que nació el Viaje debía imponer.

Finalmente, por lo que hace al tercer punto, Cervantes explica globalmen­te este conflicto desde la marginación y olvido de la poesía verdadera, que se nutre de ciencias y sabiduría, y entonces se engalana también, como cum­plía al ideal poético de un amplio y riguroso sector de autores, o del mismo don Quijote:

[ ... ] doncella tierna y de poca edad, y en todo estremo hermosa, a quien tie­nen cuidado de enriquecer, pulir y adornar otras muchas doncellas, que son to­das las otras ciencias, y ella se ha de servir de todas. y todas se han de autorizar con ella.25

Para Cervantes, el conflicto no está tanto en la ignorancia del poeta o del pú­blico como en el nulo eco que una poesía que opta por caminos distintos consigue en su audiencia. Y la explicación es en términos de rendimiento, sea económico -los prósperos autores teatrales- sea socio-económico -favores e intereses. Frente a ello, y a la vez sin renunciar a cobrar e! premio que cree merecer, Cervantes vindica su valor por medio de la acusación explícita por él cultivo de una poesía falaz, banal, decorativa. Frente a ella, la que exige el trabajo severo, sin claudicar ante la tentación a la adulación fácil y omni­presente. Vuelve a ser en el Quijote (IT, XVIII) donde se lee: «¡Oh fuerza de la adulación, a cuánto te estiendes, y cuán dilatados límites son los de tu jurisdicción agradable! ».26

Pero algún momento cede Cervantes a la ira. Descubre entonces, en dos, tres versos, alguna de las motivaciones más directamente personales y, por tanto, últimas: la conciencia de ser sólo el favor, la riqueza o el sistema lauda­torio y sus mecanismos interiores, extraliterarios, lo computable para la situa­ción social del creador. Jerarquía de valores en la que sólo la pérdida de la independencia, la abdicación prácticamente total de la propia conciencia de!

25. Quijote, II, XVI, dI. del Apéndice de V. Gaos, op. cit., p. 194. 26, Ibidem, p. 196.

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Jordi Gracia Garda

deber poético -sus temas, sus formas-, puede franquear el paso a la desea­da buena fortuna que tan esquiva le es; precio demasiado elevado para una obra que, como la de Cervantes, y también en este Viaje del Parrzaso, opta sin titubeos por el sentido crítico de la realidad frente a la integración parti­cipativa satisfecha y claudicante.

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