Viajar y algo más

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4/5 | LA CAPITAL | Domingo 8 de febrero de 2015 Primer intento de viaje 20/10/14 Estoy sentada frente a un mensaje de Face- book y siento un poco de miedo. Un tipo de más o menos treinta años que tiene una foto de perfil con un vaso de cerveza y una de portada con un grupo de amigos, en lo que parece ser un casamiento, respondió mi so- licitud en Carpoolear, para ir a Buenos Aires este fin de semana. Me pasa su teléfono para coordinar el viaje y me cuenta que planea salir al mediodía. In- tento convencerme de que es un hombre de- cente y de que no hay probabilidades de que me mate o me viole en la autopista Rosario- Buenos Aires. Reviso su perfil una y otra vez. Incluso le muestro la foto a algunos amigos esperando que puedan identificar un posible psicópata a partir de una imagen. Le contesto que al final no tengo que viajar y que gracias por responderme. Le miento. Segundo intento 27/10/14 Una cosa es hacer dedo y otra carpooling, sin embargo ambas comparten la similitud de viajar con extraños en un mismo auto y yo nunca hice ninguna de las dos. La práctica de carpooling es muy frecuente en Europa y Estados Unidos y consiste en utilizar platafor- mas digitales para publicar viajes en auto y que personas con el mismo destino se sumen para dividir gastos, cuidar el medio ambiente, reducir el tránsito y, en consecuencia, la posi- bilidad de accidentes. El mecanismo es senci- llo, los conductores comparten detalles sobre el auto, horario de salida, la zona donde dejan a sus compañeros y los pasajeros informan el destino al que se dirigen, el horario y otros da- tos, como si cuentan con registro de conducir. Hace días que navego por la lista de viajes disponibles en Carpoolear, uno de los servi- cios de carpooling local, creado por la ONG STS Rosario. Veo en la lista mujeres solas que ofrecen su auto, grupos de jóvenes buscando un transporte para un festival de rock en Ca- pital, alguien que cruza a Santiago de Chile desde Mendoza. Todos están a la espera de una pequeña serie de coincidencias. ¿Todos tendrán dudas? ¿Soy la única que tiene mie- do de que le toque un inconsciente que ma- neja 180 km/h, por el carril izquierdo, pasa autos por la derecha y a lo mejor no tiene luces? ¿Puedo reconocer a un asesino por su foto de perfil? Abro cualquier viaje, viajes al azar que ni siquiera me importan para ver los perfiles de los conductores y encontrar una cara que me convenza, algo que me inspire confianza en el servicio. Hay fotos de familias, de parejas, otras recortadas de una imagen grupal. Fa- cebook es una construcción de la identidad, todos somos potenciales asesinos. Si alguien cree que puede sobrevivir a un viaje de nue- ve horas a Chile con un colorado que tiene cara de psicópata sin que lo arroje del auto en plena cordillera, entonces es improbable que mi conductor pueda matarme en 300 ki- lómetros de llanura y vacas en una autopista muy transitada y que conozco mucho. Respiro hondo, tomo coraje y vuelvo a crear un viaje de pasajero. Destino: Buenos Aires. Fecha: sábado. Mensaje: “Puedo salir a cualquier hora, tengo carnet y equipo de mate”. Publicar. ¿Otro intento fallido? 28.10.14 Es viernes y todavía no tengo respuesta. Ya estoy por armar planes de fin de semana en Rosario cuando recibo un mensaje de un tal Emilio que recomienda que vuelva a mirar la lista de viajes creados por conductores, hay nuevos y es probable que pueda sumarme a alguno. Emilio no es un aficionado buena onda sino uno de los creadores de Carpoolear que cada noche busca coincidencias entre viajes para ayudar a los más inexpertos en la plataforma. Tiene razón. Un tal Juan Ma- nuel creó un viaje que parece hecho para mí. Propone salir a una hora que me queda bien, el día que yo quiero y encima vamos para la misma zona. Doy algunas vueltas, hago un café y miro llover, redacto un mensaje, lo borro, hago otro café y miro por la ventana los charcos de agua que ya se están secando, doy una vuelta más. ¿Por qué tengo tantas dudas sobre esto? Abro Facebook, busco el grupo “Viajo o vuelvo de/a Buenos Aires-Rosario”, una co- munidad anárquica que tiene las mismas finalidades que Carpoolear pero en la que falta un poco de orden y claridad. Leo las solicitudes que aparecen minuto a minuto. Es complicado encontrar un viaje entre tan- tas opciones, propuestas y variantes. Pero nadie tiene el miedo que tengo yo. Todos pa- recen mucho más confiados, es su medio de transporte de cabecera. Según leo, algunos ni siquiera contemplan los métodos tradicio- nales de transporte, recurren siempre a que alguien los lleve o en todo caso los acompa- ñe en su auto. No debe ser tan peligroso. “Hola Juan Manuel. Tu viaje me viene fenómeno y si te parece bien me gustaría acompañarte. Tengo registro de conductor y cebo buenos mates!”. A los cinco minutos el viaje figura cancelado y tengo un mensaje privado de Juan Manuel. Se cayó, pienso. “Hola Gala, buenísimo, con vos entonces ya somos cuatro. Di de baja el viaje para que no intentara subirse más gente. Nos encon- tramos mañana a la una del mediodía en la puerta del Teatro La Comedia porque tengo el auto en el garaje que está enfrente. Te paso los nombres y apellidos de los que via- jan con nosotros por si conocés a alguno”. O Juan Manuel es igual de miedoso u olfateó mis dudas. Tenemos unos cuantos amigos en común. Con Nadia, la otra pasajera, tam- bién, y al tercero, Hugo, no lo encuentro, no existe. Llegó el día 29/10/14 Es sábado al mediodía y estoy en la puerta de La Comedia. Busco alguna persona que tenga cara de estar buscando a otra que no conoce y veo una chica parada delante de un garaje y un rubio que se le acerca. Él parece estar preguntándole algo, ella le responde y recién ahí se saludan. Tienen que ser ellos. Cruzo y repito la acción. Son Nadia y Hugo, y ahora estamos esperando que Juan Manuel salga de la cochera. De las profundidades del estacionamiento emerge un pequeño auto negro manejado por un muchacho de pelo largo y barba. Es Juan Manuel. Nos saluda- mos todos y subimos al auto. Nadia es extrovertida y nos ofrece una bo- tella de Sprite para matar la sed, el cemento, el sol y el calor. “No se ilusionen, es soda en realidad”, dice riéndose. Enseguida nos hace sentir que nos conocemos desde hace tiem- po y se lo agradezco. Me siento más cómoda y creo que los chicos también se alegran de que Nadia descomprima el aire. Más tarde descubriré que su facilidad para desenvol- verse en estas situaciones se debe a que es actriz y también a que su padre, cuando ella era chica, acostumbraba subir desconocidos que encontraba en la ruta. Hugo no es de acá. Llegó hace tres meses como activista desde Portugal. Habla un es- Soy la copiloto. No sé si es porque ten- go el mate o porque encaré la puerta del acompañante antes que nadie, pero estoy sentada al frente y debo tomar responsabi- lidades. Juan Manuel pide que lo llamemos Juanchi y dice que en la guantera hay una caja de discos, que elijamos uno. El gusto de Juanchi es amplio, va desde Goyeneche hasta los Rolling Stones, pasando por un grupo italiano. Optamos por un grandes éxitos de Chuck Berry para animar el viaje y decidimos que el próximo será el com- pilado de los Rolling Stones. Para cuando estemos llegando a Retiro sonará el grupo italiano y Nadia, que vivió en Italia, inten- tará traducirle a Juanchi algunas letras mientras yo le explico a Hugo que eso que ve es la estación de trenes, aquello Aero- parque y ese río marrón ahora se llama Río de la Plata. Cerca de San Pedro ya sabemos la vida de cada uno. Que Hugo va a estar acá por unos cuantos meses más, que no le gusta mucho el ritmo laboral argentino, “son un poco vagos”, dice. Nadia está un poco ner- viosa por su regreso a Buenos Aires. Vivió allá hasta que se peleó con su novio, vino a Rosario y nunca más volvió a verlo. “Me preocupa cruzármelo”, confiesa mirando para abajo. Nadia es del sur pero vivió un poco allá, acá, en Buenos Aires y en Italia. Desde ese desamor da clases en Rosario, y dice que Capital sigue siendo una herida abierta. Juanchi bromea con la cantidad de habitantes y la escasa probabilidad de verlo, me río y ella explica que es posible que lo cruce en un evento. Hay un silencio incó- modo. El disco se terminó, Hugo se quedó dormido y Juanchi y yo nos arrepentimos de habernos reído. Todavía me pregunto si lo habrá visto. En Campana recibo un mensaje de mi amigo que me espera en su casa de Chaca- rita. Pregunta cómo viene todo, si estoy viva y cuánto me falta. Me siento una tonta por haber estado tan preocupada por el viaje. Me justifico con que es la primera vez que lo hago y con que mis dudas no eran tan ri- dículas. Tal vez debería repetirlo para saber si todas las experiencias son así. En el peaje de la General Paz propongo una selfie gru- pal. Clic y este viaje queda para el recuerdo. Mandala, dicen. Les cuento mis miedos y Juanchi dice que también es su primera vez pero que no le preocupaba tanto el asunto. Hugo agrega que esto es muy común en Europa y que existen muchos servicios como Carpoolear para encontrar viajes. Nadia es la experta: “Yo no sé si a mi viejo no le importaba poner en riesgo a la familia o era muy confianzu- do, pero no recuerdo un viaje familiar sin que subiera con nosotros a cuanto vago en- contraba en la ruta. Antes de arrancar le hacía prometer que en algún punto compra- ría facturas y vamos andando”. Cuando entramos a la 9 de Julio el auto se vuelve un griterío. Son las cuatro y me- dia, Juanchi está llegando tardísimo y todos sugerimos formas de ganar tiempo, “tiranos por acá, boludo, que te tenés que ir”. Juan- chi insiste en que si nos organizamos po- demos encontrar un camino que nos quede bien a todos. Nadia es la primera en bajarse y el comienzo del fin del viaje. De su parada a la mía hay un par de calles, así que divi- dimos los gastos cuando ella se queda en avenida Córdoba. Nos saludamos como si en unos días nos volviéramos a ver en un asado o en el trabajo. Bajo en avenida Corrientes y antes de despedirme lo aliento a Juanchi con su reu- nión y le doy algunos consejos a Hugo para manejarse en la gran ciudad. Juanchi toca la bocina y arranca. Mientras cruzo la calle veo que va a llover. Miro para arriba, hay grandes nubes grises cargadas de agua. NOTA DE TAPA Viajar y algo más Gala Décima Kozameh [email protected] Ir de Rosario a Buenos Aires no tiene en principio nada de particular. Salvo que sea con desconocidos, como se cuenta en esta crónica, de acuerdo a un servicio que se ofrece por internet El grupo. Un viaje compartido, acordado por internet, para unir Rosario con Buenos Aires. Una hábito que comenzó a instalarse como costumbre. En el álbum. Imágenes de una travesía por la autopista Rosario-Buenos Aires. pañol prolijo y en un tono de voz tan bajito que no escuchamos casi nada de lo que dice sobre su procedencia y su vida en el centro rosarino. Juan Manuel, por su parte, es un cineasta de 32 años y está viajando a Buenos Aires a una reunión sobre un documental que está en producción. “Traje sandwiches de pollo”, dice Nadia, estamos llegando al City Center, empezando oficialmente el viaje. “Y yo el mate”, agrego, tímida. Afuera es noviembre, hace mucho ca- lor y la conversación empieza a girar sobre si esta humedad densa y típica es el preámbulo de una tormenta. Son las 2 p.m. cuando vemos pasar el cartel que anuncia la entrada a San Nico- lás. A las cuatro Juan Manuel debería estar en Flores, pero todos menos Hugo, que no caza una, sabemos que es imposible. Hugo va despreocupado mirando por la ventana, tiene 23 años y está yendo a Capital a un festival de rock que comienza esta noche. Todavía no tiene la entrada pero piensa en- contrarse con un tipo en Palermo que le va a vender una. No sabe dónde es Palermo, tampoco sabe bien qué es Palermo. “¿Es una calle o un sitio?”. No importa, el paisa- je le interesa más que la información. Está viajando a lo que le han dicho es una de las ciudades más hermosas del mundo y la idea de perderse en Buenos Aires le fascina. Lo miramos sorprendidos. “Este portugués va a salir en los noticieros”, dice alguien. Nos reímos. Hugo no entiende. Más risas. Guía básica para conocer el carpooling Hace años que en varios lugares del mundo la práctica de compartir viajes en auto con desconocidos, carpooling, está tomando fuerza. En Argentina existen varias plataformas digitales que brindan el servicio de conectar personas con el mismo destino para compartir la trave- sía. La mayoría son una sucursal digital de una red multinacional. Sin embargo, en los últimos dos años la ONG Soluciones Tecnológicas Sustentables Rosario (STS) desarrolló una plataforma exclusiva a ni- vel regional que varía de las ya existentes por brindar niveles de privacidad y estar alojada en Facebook, entre otras cosas. Emilio Gentile es el coordinador del proyecto Carpoolear. Junto a él trabaja un equipo de diseñadores gráficos e indus- triales, programadores y comunicadores de la UNR. En diálogo con Señales, Emilio cuenta cómo surgió el proyecto, en qué se distingue de los otros servicios de carpoo- ling y cómo se genera la confianza entre los usuarios. ¿Cómo surge Carpoolear? —Comienza como un proyecto de la ONG STS de la cual soy parte. Un com- pañero había visto cómo funcionaban en Europa servicios similares y vino con la propuesta de crear una plataforma con la finalidad de estimular la práctica de carpooling en la región, formando co- munidades de viajeros y así contribuir a disminuir la contaminación ambiental, el tráfico y los accidentes en ruta. Em- pezamos en 2011 buscando quién podía programarlo y fuimos con la propuesta a Global Labs, que es una empresa mul- tinacional argentina de software que tie- ne un área de desarrollo social. Es decir, cuando tienen tiempo libre lo utilizan en proyectos con fines sociales. A ellos les interesó la idea y tomaron el desafío. La primer versión vio la luz al año siguiente, pero no fue hasta el 2013 que pudimos lanzarla oficialmente. —¿Cuál es la diferencia entre Carpoo- lear y otros servicios similares? —Al ser un servicio que está alojado dentro de la plataforma de Facebook ofrecer a los usuarios distintos niveles de privacidad para sus viajes. Pueden ser públicos, compartidos con amigos de amigos o entre amigos nada más. Cuando pensamos en hacer Carpoolear miramos cómo eran las plataformas ya existentes y todas requerían completar un perfil, que pocas veces lograba verse verídico del todo. Esto no inspiraba confianza entre los usuarios. Por otra parte, todos los viajes eran públicos, entonces por una cuestión de seguridad la gente dudaba a la hora de cargarlos porque no siempre quería que cualquier desconocido supiera sus planes. Hicimos una encuesta entre amigos y co- nocidos y les preguntamos si comparti- rían sus viajes con amigos de amigos y la mayoría respondió que de esa forma sí se animarían utilizar el servicio. Buscamos, entonces, un sistema de carpooling que le diera a las personas la posibilidad de elegir con quién compartir su viaje. Que no fuera totalmente abierto pero tampo- co cerrado donde sólo los amigos podían verlos, y Facebook fue el lugar indicado para alojar la plataforma porque las redes de amistad ya están creadas, los perfiles de los usuarios también y a partir de ahí una persona puede decidir cómo manejar las opciones de privacidad de sus viajes. Además, Carpoolear no es una multina- cional de carpooling de viajes como otras que buscan ganar dinero. Es un proyecto real de gente a nivel regional y que crea comunidades de viajeros que buscamos promover el carpooling en Argentina. —¿Cómo se estimula a los usuarios a sumarse a Carpoolear cuando la descon- fianza y el miedo son puntos tan fuertes? —Confiar es una decisión de cada uno. No hay mucho que podamos hacer más que darles herramientas en la pla- taforma para que puedan desarrollar esa confianza. Con nuevos fondos que obtuvi- mos de un proyecto de Movistar y otro de Ideame pensamos agregar el sistema de calificación de usuarios, así la gente tam- bién puede basarse en la opinión de otros para elegir a un compañero de viaje. Los mismos usuarios también desarrollan sus técnicas para cuidarse. Por ejemplo, tene- mos casos de mujeres que viajan solas y solo aceptan mujeres en sus autos para sentirse más seguras. —¿Les han reportado alguna mala experiencia en viajes? —Por suerte hasta ahora no. Lo que a veces pasa es que la gente se enoja mu- cho cuando se bajan los acompañantes o los conductores del viaje, pero es una cuestión de compromiso por parte de las personas y depende mucho de cada uno. Hay equipo. Los creadores de Carpoolear, el sistema rosarino para compartir viajes. GUSTAVO DE LOS RIOS / LA CAPITAL SILVINA SALINAS / LA CAPITAL CELINA MUTTI LOVERA / LA CAPITAL SILVINA SALINAS / LA CAPITAL SILVINA SALINAS / LA CAPITAL

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Crónica sobre el servicio carpooling. Nota de tapa del suplemento Señales - La Capital. Publicada en febrero de 2015.

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4/5 | LA CAPITAL | Domingo 8 de febrero de 2015

Primer intento de viaje20/10/14

Estoy sentada frente a un mensaje de Face-book y siento un poco de miedo. Un tipo de más o menos treinta años que tiene una foto de perfil con un vaso de cerveza y una de portada con un grupo de amigos, en lo que parece ser un casamiento, respondió mi so-licitud en Carpoolear, para ir a Buenos Aires este fin de semana. Me pasa su teléfono para coordinar el viaje y me cuenta que planea salir al mediodía. In-tento convencerme de que es un hombre de-cente y de que no hay probabilidades de que me mate o me viole en la autopista Rosario-Buenos Aires. Reviso su perfil una y otra vez.

Incluso le muestro la foto a algunos amigos esperando que puedan identificar un posible psicópata a partir de una imagen. Le contesto que al final no tengo que viajar y que gracias por responderme. Le miento.

Segundo intento27/10/14

Una cosa es hacer dedo y otra carpooling, sin embargo ambas comparten la similitud de viajar con extraños en un mismo auto y yo nunca hice ninguna de las dos. La práctica de carpooling es muy frecuente en Europa y Estados Unidos y consiste en utilizar platafor-mas digitales para publicar viajes en auto y que personas con el mismo destino se sumen para dividir gastos, cuidar el medio ambiente, reducir el tránsito y, en consecuencia, la posi-bilidad de accidentes. El mecanismo es senci-llo, los conductores comparten detalles sobre el auto, horario de salida, la zona donde dejan a sus compañeros y los pasajeros informan el destino al que se dirigen, el horario y otros da-tos, como si cuentan con registro de conducir. Hace días que navego por la lista de viajes disponibles en Carpoolear, uno de los servi-cios de carpooling local, creado por la ONG STS Rosario. Veo en la lista mujeres solas que ofrecen su auto, grupos de jóvenes buscando un transporte para un festival de rock en Ca-pital, alguien que cruza a Santiago de Chile desde Mendoza. Todos están a la espera de

una pequeña serie de coincidencias. ¿Todos tendrán dudas? ¿Soy la única que tiene mie-do de que le toque un inconsciente que ma-neja 180 km/h, por el carril izquierdo, pasa autos por la derecha y a lo mejor no tiene luces? ¿Puedo reconocer a un asesino por su foto de perfil? Abro cualquier viaje, viajes al azar que ni siquiera me importan para ver los perfiles de los conductores y encontrar una cara que me convenza, algo que me inspire confianza en el servicio. Hay fotos de familias, de parejas, otras recortadas de una imagen grupal. Fa-cebook es una construcción de la identidad, todos somos potenciales asesinos. Si alguien cree que puede sobrevivir a un viaje de nue-ve horas a Chile con un colorado que tiene cara de psicópata sin que lo arroje del auto en plena cordillera, entonces es improbable que mi conductor pueda matarme en 300 ki-lómetros de llanura y vacas en una autopista muy transitada y que conozco mucho. Respiro hondo, tomo coraje y vuelvo a crear un viaje de pasajero. Destino: Buenos Aires. Fecha: sábado. Mensaje: “Puedo salir a cualquier hora, tengo carnet y equipo de mate”. Publicar.

¿Otro intento fallido?28.10.14

Es viernes y todavía no tengo respuesta. Ya estoy por armar planes de fin de semana en

Rosario cuando recibo un mensaje de un tal Emilio que recomienda que vuelva a mirar la lista de viajes creados por conductores, hay nuevos y es probable que pueda sumarme a alguno. Emilio no es un aficionado buena onda sino uno de los creadores de Carpoolear que cada noche busca coincidencias entre viajes para ayudar a los más inexpertos en la plataforma. Tiene razón. Un tal Juan Ma-nuel creó un viaje que parece hecho para mí. Propone salir a una hora que me queda bien, el día que yo quiero y encima vamos para la misma zona. Doy algunas vueltas, hago un café y miro llover, redacto un mensaje, lo borro, hago otro café y miro por la ventana los charcos de agua que ya se están secando, doy una vuelta más. ¿Por qué tengo tantas dudas sobre esto? Abro Facebook, busco el grupo “Viajo o vuelvo de/a Buenos Aires-Rosario”, una co-munidad anárquica que tiene las mismas finalidades que Carpoolear pero en la que falta un poco de orden y claridad. Leo las solicitudes que aparecen minuto a minuto. Es complicado encontrar un viaje entre tan-tas opciones, propuestas y variantes. Pero nadie tiene el miedo que tengo yo. Todos pa-recen mucho más confiados, es su medio de transporte de cabecera. Según leo, algunos ni siquiera contemplan los métodos tradicio-nales de transporte, recurren siempre a que alguien los lleve o en todo caso los acompa-ñe en su auto. No debe ser tan peligroso. “Hola Juan Manuel. Tu viaje me viene fenómeno y si te parece bien me gustaría acompañarte. Tengo registro de conductor y cebo buenos mates!”. A los cinco minutos el viaje figura cancelado y tengo un mensaje privado de Juan Manuel. Se cayó, pienso. “Hola Gala, buenísimo, con vos entonces ya somos cuatro. Di de baja el viaje para que no intentara subirse más gente. Nos encon-tramos mañana a la una del mediodía en la puerta del Teatro La Comedia porque tengo el auto en el garaje que está enfrente. Te paso los nombres y apellidos de los que via-jan con nosotros por si conocés a alguno”. O Juan Manuel es igual de miedoso u olfateó mis dudas. Tenemos unos cuantos amigos en común. Con Nadia, la otra pasajera, tam-bién, y al tercero, Hugo, no lo encuentro, no existe.

Llegó el día29/10/14

Es sábado al mediodía y estoy en la puerta de La Comedia. Busco alguna persona que tenga cara de estar buscando a otra que no conoce y veo una chica parada delante de un garaje y un rubio que se le acerca. Él parece estar preguntándole algo, ella le responde y recién ahí se saludan. Tienen que ser ellos. Cruzo y repito la acción. Son Nadia y Hugo, y ahora estamos esperando que Juan Manuel salga de la cochera. De las profundidades del estacionamiento emerge un pequeño auto negro manejado por un muchacho de pelo largo y barba. Es Juan Manuel. Nos saluda-mos todos y subimos al auto. Nadia es extrovertida y nos ofrece una bo-tella de Sprite para matar la sed, el cemento, el sol y el calor. “No se ilusionen, es soda en realidad”, dice riéndose. Enseguida nos hace sentir que nos conocemos desde hace tiem-po y se lo agradezco. Me siento más cómoda y creo que los chicos también se alegran de que Nadia descomprima el aire. Más tarde descubriré que su facilidad para desenvol-verse en estas situaciones se debe a que es actriz y también a que su padre, cuando ella era chica, acostumbraba subir desconocidos que encontraba en la ruta. Hugo no es de acá. Llegó hace tres meses como activista desde Portugal. Habla un es-

Soy la copiloto. No sé si es porque ten-go el mate o porque encaré la puerta del acompañante antes que nadie, pero estoy sentada al frente y debo tomar responsabi-lidades. Juan Manuel pide que lo llamemos Juanchi y dice que en la guantera hay una caja de discos, que elijamos uno. El gusto de Juanchi es amplio, va desde Goyeneche hasta los Rolling Stones, pasando por un grupo italiano. Optamos por un grandes éxitos de Chuck Berry para animar el viaje y decidimos que el próximo será el com-pilado de los Rolling Stones. Para cuando estemos llegando a Retiro sonará el grupo italiano y Nadia, que vivió en Italia, inten-tará traducirle a Juanchi algunas letras mientras yo le explico a Hugo que eso que ve es la estación de trenes, aquello Aero-parque y ese río marrón ahora se llama Río de la Plata. Cerca de San Pedro ya sabemos la vida de cada uno. Que Hugo va a estar acá por unos cuantos meses más, que no le gusta mucho el ritmo laboral argentino, “son un poco vagos”, dice. Nadia está un poco ner-viosa por su regreso a Buenos Aires. Vivió allá hasta que se peleó con su novio, vino a Rosario y nunca más volvió a verlo. “Me preocupa cruzármelo”, confiesa mirando para abajo. Nadia es del sur pero vivió un poco allá, acá, en Buenos Aires y en Italia. Desde ese desamor da clases en Rosario, y dice que Capital sigue siendo una herida abierta. Juanchi bromea con la cantidad de habitantes y la escasa probabilidad de verlo, me río y ella explica que es posible que lo cruce en un evento. Hay un silencio incó-modo. El disco se terminó, Hugo se quedó dormido y Juanchi y yo nos arrepentimos de habernos reído. Todavía me pregunto si lo habrá visto. En Campana recibo un mensaje de mi amigo que me espera en su casa de Chaca-rita. Pregunta cómo viene todo, si estoy viva y cuánto me falta. Me siento una tonta por haber estado tan preocupada por el viaje. Me justifico con que es la primera vez que lo hago y con que mis dudas no eran tan ri-dículas. Tal vez debería repetirlo para saber si todas las experiencias son así. En el peaje de la General Paz propongo una selfie gru-pal. Clic y este viaje queda para el recuerdo. Mandala, dicen. Les cuento mis miedos y Juanchi dice que también es su primera vez pero que no le preocupaba tanto el asunto. Hugo agrega que esto es muy común en Europa y que existen muchos servicios como Carpoolear para encontrar viajes. Nadia es la experta: “Yo no sé si a mi viejo no le importaba poner en riesgo a la familia o era muy confianzu-do, pero no recuerdo un viaje familiar sin que subiera con nosotros a cuanto vago en-contraba en la ruta. Antes de arrancar le hacía prometer que en algún punto compra-ría facturas y vamos andando”. Cuando entramos a la 9 de Julio el auto se vuelve un griterío. Son las cuatro y me-dia, Juanchi está llegando tardísimo y todos sugerimos formas de ganar tiempo, “tiranos por acá, boludo, que te tenés que ir”. Juan-chi insiste en que si nos organizamos po-demos encontrar un camino que nos quede bien a todos. Nadia es la primera en bajarse y el comienzo del fin del viaje. De su parada a la mía hay un par de calles, así que divi-dimos los gastos cuando ella se queda en avenida Córdoba. Nos saludamos como si en unos días nos volviéramos a ver en un asado o en el trabajo. Bajo en avenida Corrientes y antes de despedirme lo aliento a Juanchi con su reu-nión y le doy algunos consejos a Hugo para manejarse en la gran ciudad. Juanchi toca la bocina y arranca. Mientras cruzo la calle veo que va a llover. Miro para arriba, hay grandes nubes grises cargadas de agua.

NoTA de TAPA

Viajar y algo más

Gala Décima [email protected]

Ir de Rosario a Buenos Aires no tiene en principio nada de particular. Salvo que sea con desconocidos, como se cuenta en esta crónica, de acuerdo a un servicio que se ofrece por internet

El grupo. Un viaje compartido, acordado por internet, para unir Rosario con Buenos Aires. Una hábito que comenzó a instalarse como costumbre.

En el álbum. Imágenes de una travesía por la autopista Rosario-Buenos Aires.

pañol prolijo y en un tono de voz tan bajito que no escuchamos casi nada de lo que dice sobre su procedencia y su vida en el centro rosarino. Juan Manuel, por su parte, es un cineasta de 32 años y está viajando a Buenos Aires a una reunión sobre un documental que está en producción. “Traje sandwiches de pollo”, dice Nadia, estamos llegando al City Center, empezando oficialmente el viaje. “Y yo el mate”, agrego, tímida. Afuera es noviembre, hace mucho ca-lor y la conversación empieza a girar sobre si esta humedad densa y típica es el preámbulo de una tormenta. Son las 2 p.m. cuando vemos pasar el cartel que anuncia la entrada a San Nico-lás. A las cuatro Juan Manuel debería estar

en Flores, pero todos menos Hugo, que no caza una, sabemos que es imposible. Hugo va despreocupado mirando por la ventana, tiene 23 años y está yendo a Capital a un festival de rock que comienza esta noche. Todavía no tiene la entrada pero piensa en-contrarse con un tipo en Palermo que le va a vender una. No sabe dónde es Palermo, tampoco sabe bien qué es Palermo. “¿Es una calle o un sitio?”. No importa, el paisa-je le interesa más que la información. Está viajando a lo que le han dicho es una de las ciudades más hermosas del mundo y la idea de perderse en Buenos Aires le fascina. Lo miramos sorprendidos. “Este portugués va a salir en los noticieros”, dice alguien. Nos reímos. Hugo no entiende. Más risas.

Guía básica para conocer el carpoolingHace años que en varios lugares del mundo la práctica de compartir viajes en auto con desconocidos, carpooling, está tomando fuerza. En Argentina existen varias plataformas digitales que brindan el servicio de conectar personas con el mismo destino para compartir la trave-sía. La mayoría son una sucursal digital de una red multinacional. Sin embargo, en los últimos dos años la ONG Soluciones Tecnológicas Sustentables Rosario (STS) desarrolló una plataforma exclusiva a ni-vel regional que varía de las ya existentes por brindar niveles de privacidad y estar alojada en Facebook, entre otras cosas. Emilio Gentile es el coordinador del proyecto Carpoolear. Junto a él trabaja un equipo de diseñadores gráficos e indus-triales, programadores y comunicadores de la UNR. En diálogo con Señales, Emilio cuenta cómo surgió el proyecto, en qué se distingue de los otros servicios de carpoo-ling y cómo se genera la confianza entre los usuarios. —¿Cómo surge Carpoolear? —Comienza como un proyecto de la ONG STS de la cual soy parte. Un com-pañero había visto cómo funcionaban en Europa servicios similares y vino con la propuesta de crear una plataforma con la finalidad de estimular la práctica de carpooling en la región, formando co-munidades de viajeros y así contribuir a disminuir la contaminación ambiental, el tráfico y los accidentes en ruta. Em-pezamos en 2011 buscando quién podía programarlo y fuimos con la propuesta a Global Labs, que es una empresa mul-tinacional argentina de software que tie-ne un área de desarrollo social. Es decir, cuando tienen tiempo libre lo utilizan en proyectos con fines sociales. A ellos les interesó la idea y tomaron el desafío. La primer versión vio la luz al año siguiente, pero no fue hasta el 2013 que pudimos lanzarla oficialmente. —¿Cuál es la diferencia entre Carpoo-lear y otros servicios similares? —Al ser un servicio que está alojado dentro de la plataforma de Facebook ofrecer a los usuarios distintos niveles de privacidad para sus viajes. Pueden ser públicos, compartidos con amigos de amigos o entre amigos nada más. Cuando pensamos en hacer Carpoolear miramos cómo eran las plataformas ya existentes y

todas requerían completar un perfil, que pocas veces lograba verse verídico del todo. Esto no inspiraba confianza entre los usuarios. Por otra parte, todos los viajes eran públicos, entonces por una cuestión de seguridad la gente dudaba a la hora de cargarlos porque no siempre quería que cualquier desconocido supiera sus planes. Hicimos una encuesta entre amigos y co-nocidos y les preguntamos si comparti-rían sus viajes con amigos de amigos y la mayoría respondió que de esa forma sí se animarían utilizar el servicio. Buscamos, entonces, un sistema de carpooling que le diera a las personas la posibilidad de elegir con quién compartir su viaje. Que no fuera totalmente abierto pero tampo-co cerrado donde sólo los amigos podían verlos, y Facebook fue el lugar indicado para alojar la plataforma porque las redes de amistad ya están creadas, los perfiles de los usuarios también y a partir de ahí una persona puede decidir cómo manejar las opciones de privacidad de sus viajes. Además, Carpoolear no es una multina-cional de carpooling de viajes como otras que buscan ganar dinero. Es un proyecto real de gente a nivel regional y que crea comunidades de viajeros que buscamos promover el carpooling en Argentina. —¿Cómo se estimula a los usuarios a sumarse a Carpoolear cuando la descon-fianza y el miedo son puntos tan fuertes? —Confiar es una decisión de cada uno. No hay mucho que podamos hacer más que darles herramientas en la pla-taforma para que puedan desarrollar esa confianza. Con nuevos fondos que obtuvi-mos de un proyecto de Movistar y otro de Ideame pensamos agregar el sistema de calificación de usuarios, así la gente tam-bién puede basarse en la opinión de otros para elegir a un compañero de viaje. Los mismos usuarios también desarrollan sus técnicas para cuidarse. Por ejemplo, tene-mos casos de mujeres que viajan solas y solo aceptan mujeres en sus autos para sentirse más seguras. —¿Les han reportado alguna mala experiencia en viajes? —Por suerte hasta ahora no. Lo que a veces pasa es que la gente se enoja mu-cho cuando se bajan los acompañantes o los conductores del viaje, pero es una cuestión de compromiso por parte de las personas y depende mucho de cada uno.

Hay equipo. Los creadores de Carpoolear, el sistema rosarino para compartir viajes.

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