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Versicuenteando

Luis Alfredo Silva

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A las personas más sencillas, a las que son “nervio y alma...” de la etnia, como dijera una vez Sandino, van dedicados estos poemas y cuentos.

Y de manera especial con gratitud a mi fra-terno Freddy Alberto, prologista de la obra, y a mi hija, Mary Yuruaní, autora de la totalidad de imágenes que ilustran los textos y al diseñador gráfico del Fondo Editorial de la Universidad Nacional Experimental de Guayana (UNEG) Adannys Malavé.

Dedicatoria y agradecimiento

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UNIVERSIDAD NACIONAL EXPERIMENTAL DE GUAYANASECRETARÍAFONDO EDITORIAL UNEG

VERSICUENTEANDO ©

Luis Alfredo Silva

Publicaciones Fondo Editorial UNEG

Editor ©

Fondo Editorial UNEGhttp://fondoeditorial.uneg.edu.ve/

Dirección EditorialIng. Yris Zapata E.

Correción de EstiloLcdo. Jatniel VillarroelBr. Revilla Andrea (Estudiante UNEG)

Br. Ruz Deyreg (Estudiante UNEG)

Diseño, Diagramación y MontajeT.S.U. Adannys Malavé

Diseño de PortadaMary Yuruaní SilvaT.S.U. Adannys MalavéTSU. Laura Octavé

Ciudad Guayana, octubre de 2018

Hecho el Depósito de LeyDepósito Legal: BO2018000071ISBN: 978-980-6864-78-8

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la ley que establece penas de prisión y/o multa además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios para quienes reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente en todo una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicado a través de cualquier medio sin la respectiva autorización.

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ÍNDICE

PrólogoPoemasTu tiempo Resistencia Pueblo Jorge Rodríguez Del verbo al cañón En memoria de Oswaldo Bruzual Tibia leche, miel y ternura Paraitepui del Roraima Por la vida Sufrimiento Cúpira Caserío Fiebre adentro Atrevimiento Erreuteache

CuentosLa abuela Estrellas, frío y merú Siriaco Kukenam siempre ahí El Padre que llegó para luchar Sueños y golpe Diversion y susto Crisis Iluminación Picho Pito, el turpial

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6 PrólogoDescribir a una persona y su obra es tratar de re-

flejar o mostrar aquellos rasgos o características que definen la esencia de su creación y por consiguiente lo relevante del autor. Eso, podríamos decir, es algo sen-cillo de hacer y sin mayores complicaciones literarias. Sin embargo, cuando lo que se quiere es mostrar el “retrato” de un contexto histórico y sus protagonistas, es diferente.

En ese caso, se requiere conocer facetas, vi-vencias y experiencias que se aproximen a nuestro cometido. En este sentido, creo tener esas herramien-tas contextuales que me permiten acercarme a Luis Alfredo, “el compa”, (quien con su constante expresión de “compa” saludaba y saluda a casi todo el mundo...en un gesto de camaradería y sincera amistad), para referirme a este pequeño pero significativo conjunto de “versicuentos”, que contiene un relevante número de aconteceres y experiencias propias de su pasado lleno de sueños, fantasías, amores de juventud, querencia por su patria, su gente, su andar apresurado y desin-teresado por todo aquello que pueda parecer vanidad.

En este revelador “Versicuenteando”, el compa Luis nos regala la posibilidad de entrar en una esfe-ra de sueños, al igual que los de aquel muchacho de Orihuela que le cantaba a las flores, a los pájaros y a las cosas más sencillas pero hermosas y llenas de gran valor para quien “sabe vivirlas a plenitud”, sin mezquindad ni presunción.

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Así es el Compa. Quien más que yo, quien junto a él pudo ser en parte protagonista de alguno de sus mo-mentos mágicos. Como él mismo dice en ese poema denominado “Del verbo al cañón”:

No solo del verbo, los labios apretados y lamirada tendida al porvenir.Productores de utopías para la felicidad ruedenlos cañones de la palabra para decir.

Allí, en ese extracto poético podemos ver el poder, la fuerza de su palabra, la esencia de su verbo.

En esta otra de sus creaciones: “Tibia leche, miel y ternura”, al igual que Miguel de Orihuela en sus Nanas de la Cebolla, el Compa le canta a su progenitora, tam-bién la nuestra, Juanita:

Si madre, tu y yo en exacta simbiosis nosidentificamos profundamente y aprendí a sentirla vida desde los matices de la leche materna:la miel con el más fulguroso aroma, hasta lasoledad a ratos, la algarabía y tus desvelos.

Tengo los más vivos y bellos recuerdos de nues-tra infancia y juventud. Cuando Luis Alfredo agarraba un tema, quiero decir algún juego, aspectos de su mo-mento, personaje o vivencia no lo soltaba así no más... Recuerdo que pasaba horas (literalmente…) elevando papagayos hasta que se fuera el último rayo de luz so-lar; no hacían mella ni los regaños de nuestra madre o el aroma de las deliciosas comidas que preparaba con

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tanto amor para nosotros. A él solo le importaba ese momento lúdico que disfrutaba y alimentaba su ser.

Él ama la brisa, las flores, las aves (recuerdo a su bello turpial Pito), a la gente curtida, al pueblo, a la humilde campesina, al niño, al barrio. No tiene distin-ción ni privilegios. Él no conoce diferencias entre las personas, solo son personas sin importar su condición social.

En esta corta pero muy particular producción lite-raria contentiva de sucesos, anécdotas y relatos reales se puede palpar la cosmovisión de un hombre lleno de increíbles sensaciones, expresadas con palabras que nacen desde lo más profundo del alma. Pero no quiero ser yo quien delate todo lo fantástico y anecdótico de este pequeño libro que, Versicuenteando, nos adentra a un universo pletórico de travesías por la interminable senda de nuestra existencia.

Freddy Alberto Silva

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Poemas

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Tu tiempo

Quiero despejar briznas entorpecientes,

tu tiempo indefinido, intermediome lacera hondo.

Portador de amor socialquiero que lo agasajemos perennes y consolidados.

El atrás, el aún, el luego,el progreso, el atraso.

Un campo deslindado a la aperturadaría una nueva luz, forjaría y haría de nuestras fibras acero,un acero con sensibilidady me equilibrarías, porque la soledad....

Caracas, 14/08/76

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Resistencia

Ando dentro de un acontecer,

la tregua no tiene lugar.

Ubico mis días ya sólidos:la resistencia a la

oscuridadmantiene mi luz...

No permitiré el apagamiento

porque la vigencia del sentimiento

puede más que la amarga gota de la soledad.

Caracas, 18/10/76

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Pueblo

Ayeribas decidido,tomado de la mano:expresión madura de tu sufrimiento.

Ayer enrojeciste la historia patriaque andaba oscura y te pisoteaba.

Buscabas ser niño, hombre, mujer, joven y anciano.sonreíste y también lloraste: saboreaste una hermosa gota libertaria.

Pasó el canto del gallo, la canción, la unión.No te estableciste pueblo libre, alegre, unido, trabajador feliz.

No te dirigió tu posición,tu expresión profunda y clasista.

Ahora vas despertando.Emerjo parido por ti, Asidos hermanadamente de nuestras manos y corazonespara ir cada tiempo, minuto a minutolabrando el camino de flores para hacer de la vida un jardín.

Caracas, 31/01/77

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Jorge Rodríguez, In memoriam

Cuando cae un hombre-luzcae el hombre-pueblocae una espiga y llora

la tierra paridora y ensangrentada.

Es la vida misma, a quien tu muerte,

hombre-luz-mundoempuja hacia su

engrandecimento.

Cuando caes, “luz” se llora hondopero se empuña la desesperada luchapor la vida verdadera, la impostergable

batalla por el amor a la humanidad.

Caracas, 31/01/77

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Del verbo al cañón

No solo del verbo,los labios apretadosy la mirada tendida al porvenir.

Productores de utopíaspara la felicidadrueden los cañones las palabras para decir.

Es, interpretativamente curtir carne, latidosen verbos y hechos, recogidos en los rostros,manos suaves y callosas;en custodia de hombres hoy niños y aquelque se edifica sueños a coloresdespertando luego gris.

Caracas, 23/06/83

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En memoria de Oswaldo Bruzual

Crujen las hojas y las gramíneas:tus pasos dominan la Gran Sabana.

Expande tu claro timbre de campana trovas que se entralazan

con grillos, tucanes, ranas y lagartos que pueblan selvas y sabanas.

Derrama el Kamá sus profundas aguas y tú, erguido, eres su custodio.

Protector feliz de tanto suelo y cieloque tus ojos miran con profundidad.

Curtido del astro rey y del satélite

planetario capturas tanta hermosura en un solo haz cuando avanzas por los

senderos que el pemón labró hace miles de años.

Fuiste en busca de la viday ella se cautivó con la sencillez,

la perseverancia, el optimismo y la disciplina: manantial de tu ser.

Atraparon los dantos, los tepuyes, los vientos, los habitantes todos,

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tu estirpe de gigantepara empaparse de tu savia de joven luchador.Hoy nos duele tu partida.

Perdimos a un combatiente por la vidapero nos dejaste en nuestros corazonesla huella y la sonrisa del hombre nuevo que buscamos inquebrantablemente.

Caracas, 26/04/84

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Tibia leche, miel y ternura

Madre soy produto del instinto, la pasión y la

paz.

Alimentaste mi ser des-de tu pecho nutricio,

mi más segura trinchera

y desde mi primer llan-to al irrumpir en esta

vida.

Si madre, tú y yo en exacta simbiosis

nos identificamos profundamente

y aprendí a sentir la vidadesde los matices de la leche materna:

la miel con el más fulguroso aroma,hasta mi soledad a ratos, la algarabía

y tus desvelos.

Como la arquitecta, la artesana,la orfebre tenaz

o la escultora paciente,desbordaste tanta ternura

y reciedad para que me convirtiera

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en el hombre más feliz de la faz terrena.

Un volcán, un manso riachuelo, una intrincada foresta,

una tormenta, una trova a la fraternidad, y una chispa

en los montes, se desprendieron de tu luz hasta curtirme

y empaparme en acto de gratitud a la vida,

para sentirme terremoto divino dentro de ti

y forjarme en la faena de siempre:

procurar la alegría, también la necesaria rabia y el amor

al pueblo que se va despertando y apoderando de mis entrañas.

Caracas, 07/05/84

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Paraitepui del Roraima

Asciendo la lomael viento prístino mueve

las gramíneas.

Abajo los verdores claroscuros lo dominan todo.

El murmullo del río parece acercarse

adosado con la corriente.

Distante, pero a los ojos cercael Matauí, el Roraima y el

Uadacapiapué descorren su cortina;se muestran tal cual son:

oscuros, macizos y misteriosos tepuyes.

Sobre una roca colosal auscultocon tenacidad el follaje buscando

los grillos que trovan en la quietud.El firmamenteo se cubre de blancura.

Pienso en ti.

Las chozas pardas armonizan con lo esplendoroso del escenario.

El pemón, en la lejanía, señorea en su tierra, en el enramado que

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surca sobre las lomas y las sabanas.

La tarde asume su rol.El astro rey refleja su máxima

plenitud y se apodera del caseríoLos rostros trasmutan felicidad:

Indígenas y estudiantes truecan, conversan y se hermanan en la

diversidad.

Caracas, 19/08/84

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Por la vida

¿Quién eres?

Eres manto blanco,mirada inmensamente

limpia, llanto puroy cuerpo emergente

ante el infamante mundo de grandes

obstinados en roer los parámetros vitales

que se añican por sus quehaceres, vistos

desde cualquier mirador.

¿Qué podrás hacer en esta guerra?

Síntesis gerencial, etnia conjugada y raíz perenne.

¿Qué podrás hacer?Abrirte con certero paso y con las manos amorosas apretar la palabra paz y su contenido de contienda.

Será necesario que vibres, vibres al ritmo fiel del equilibrio natural porque serás mirada serena,

aliento tibio, mano amigable y palabra libertariaante los que necesitarán vivir a plenitud.

Caracas, 30/01/85

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Sufrimiento

Violentas las mañanas,las tardes y la noches.

El golpela cárcel la enfermedadla muerte.

La escuela en ruinasla tierra cercadael conuco abandonadola obra inconclusala ley parcialel trabajo perdidosin casa el hambre.

Tu hambre trae la violencia.Tu dedo acusa.

Guarenas, 29/07/85

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Cúpira

Brigada negra:dolor, llanto, rejas.

Cúpira en fiestaCúpira flagelada

por la mano oscurade la ley.

Guarenas, 29/07/85

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Caserío

Yuca, naranja, plátano, mapuey y hombres agredidos.

Dueños falsos de la tierracercan la vidadel arado y del cultivo.

Sombreros,tez morena,ropa sencilla,adoloridos.

¿De qué lado está la ley?

Guarenas, 29/07/85

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Fiebre adentro

Hombres palúdicospueblo enfermoanófeles activos

pantanal. Cloroquina.

vuelta atrás:cuatro décadas

reactivación del paludismo.

Guarenas, 29/07/85

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Atrevimiento

Me atreví a soñar,a creer en ese niñocobijado en tu corazón de grande.

Quise sentir hondamente tus angustias, tu sed, tus anhelos frustrados.

En la acequia de la vidaestrené mis pasos subrepticios,mis andanzas futuristas.

Tu techo, tu cobija, tu almohadaarroparon mis utopíasen cualquier madrugada.

Caracas, 22/12/85

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Erreuteache

Rompes con esa dulzura y frescor tan contagiantes cualquier vestigio de negros designios y monotonías

cuando te presentas.

Al unísono nos brota así sin proponérnoslo

la frase que te hace sonreiry te muestras más linda para los dos:

¡Hola beautiful girl!

Y es que nos emocionamos de verdad, verdad.Tienes esa cualidad de hechizar

y de inquietarnoscon esa fuerza oculta del cuadrado,

del magnetismo misterioso.

Figura diminuta y ágil. Voz que escuchamos

luego de absorber toda la miel de esta comarca universala la que

luego regresas para quebrantarnos.¡Cómo nos gusta!

Al mirartese suavizan todas las rudezas del varón

porque los pigmentos que desprendespenetran con profundidad como latidos

de corazón materno a su bebé,

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por nuestros porosque se abren en procura de tu energía.

Erreuteache: RUTH.Un nombre sencillo e interrogativo.

No sabes de los suspiros y la admiración clandestinaque provocas cuando apareces

y te miran a hurtadillas sin que te percatesy hasta preguntan:

“¿Cuál es el nombre de esa muchacha tan linda?”Y nosotros, con el temor de perder tu encanto

nos hacemos los tontos y respondemos con desgano:“No lo sabemos”.

¿Y comó se lo vamos a decir?”. Verdad que no.

Caracas, 09/09/85

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Cuentos

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La abuela

A tu mocedad de los trece y procedente del ambien-

te campestre nadie era capaz de imaginar que podías ser tan temeraria, abuela. Se cuenta que te viniste por tus propios pies desde tu pueblito natal Güigüe, en la entidad ca-rabobeña, hasta Caracas por esos caminos de Dios hace cincuenta o sesenta años y pico. Siempre lo desmentiste cuando te lo preguntábamos. En lo particular, se lo creímos a don José, aquel señor pul-pero de blanca cabellera que tu criaste desde pequeño y a quien nosotros hasta le de-cíamos tío y le pedíamos la bendición. Fue toda una revelación para mi y mi primo mayor que yo esa confi-dencia tuya, que aceptamos sin chistar porque aunque eras una mujer humilde y de rasgos indígenas, anda-bas por estas calles del barrio con gran resolución en tus quehaceres cristianos. Abuela, ¿por qué dejaste tu terruño natal para echar a andar tan lejos siendo toda-vía una mocosa? Nunca lo supimos.

Bajo el manto cristiano y moral levantaste a tu par de espigas, nuestras madres, y emergimos en esta orbe nosotros, tus siempre inquietos nietos varones

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que te dabamos mucho que hacer por las diabluras propias de la niñez, y en menor grado de nuestras her-manitas. Así nos aventamos en la acequia de la vida al calor de la cruz y tus rezos en nombre de Jesús.

Abuelita, con el correr de las décadas, me veo de carajito junto a ti recorriendo las quebradas y el ranche-río del barrio. ¿Lo recuerdas?. Tú preparando diantres, erejes y fariseos, como así tildabas a los muchachitos, para que hicieran la primera comunión. Te confieso que lo que más disfrutábamos eran las chupetas, cara-melos y torontos que nos dabas como premio cada vez que nos encaminabas al encuentro del Señor. !Que feliz me hacía sentir todo aquello!

Aún conservo fresquesito en mi memoria tu sim-pática figura de facciones aborígenes: tez curtida por el sol, cabello lacio crecido hasta la cintura, vestido floreado, lento andar, de joroba y baja estatura, que te colocaba a la altura de lo que medíamos tus nietos varones de siete y ocho años de edad, por sobre todo eso, recuerdo el trajín vigoroso que le emprendías al peregrinar por la comunidad y al diario trajinar por el callejón en el que morábamos, hasta que llegabas a la iglesia, ubicada en uno de los extremos de la Plaza Bolívar de la parroquia caraqueña de La Vega.

Abuela, como me encantaba apreciar tu seguridad y reconocerte como militante vigorosa y consecuen-te con Jesús, el hijo del carpintero de Belén y todo el santoral. Madrugabas y antes del primer rayo solar,

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ya ibas resuelta hacia el templo. Sacudías entonces, desde hacía muchísimos años, el sueño del cura sin-vergüenza para que abriera de par en par las puertas de la casa de paz para arrodillarte y dar junto a tus cole-gas, otras viejecitas como tú, de la barriada, la oración inicial del día por todos y para toda la feligresía.

Eras menudita y de costumbres pueblerinas. Atesorabas monedas guardadas en pañuelos y bojotes y tenías un respeto sacramental por el altar. Siempre estabas rodeadas de esas añejas amigas rezanderas como tú, que reconocían tu liderazgo.

Con tus sagrados libros te calificaba de clandes-tina, porque aunque hablaban de bautismo, Dios, salmos, oraciones y eucaristía, conservabas con especial celo esos escritos en bolsas en tu cuarto, prin-cipalmente bajo el colchón. Un secreto bien guardado, que sin embargo conocíamos. No sabías leer ni una papa, pero cuantos libritos y folletos había allí.

Y que decir, mi preciosa abuela, de tus cuadernos y lápices en los que trazabas letras grandotas y nú-meros al escuchar con profunda atención el programa de radio y mirar unas cartillas, decidida en tu sole-dad, a aprender a leer y escribir sin el auxilio familiar. Sinceramente, eras genial, abuelita María.

Caracas, 08/07/81

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Estrellas, frío y merú

Nueve grados. Los párpados en close up. Miro al cielo plomizo. Ladeo el cuerpo, esquivo ramas y

siento la tierra húmeda.

Ocho cuerpos en paralela formación observamos con intensidad los cocuyos en el cielo, embojotados contra, once, diez y nueve grados de temperatura. La boveda celeste se presenta hermosa y de baja ilumi-nación con la oscurana de contorno. Los sleepings agigantan nuestras humanidades que sólo dejan nari-ces y ojos para oler y ver la noche. El rocío, la neblina y la oscuridad son la condición perfecta para que se deslicen una a una las gotas: tin, tin, tin, para mojar algunos plásticos colocados en nuestros entumecidos pies.

Al caer la tarde todo llama a la vuelta al refugio, al abrigo en la semicueva. Afuera, monstruos grises petrificados, gélidos vientos y escurrimientos superfi-

ciles espían nuestros desvelos y sueños.

Caracas, 13/01/84

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Siriaco

Avanzo con afán por este risco barrio arriba. Los escaños muy en pendiente me hacen jadear una

y otra vez. Hace pocos minutos fuimos a tu encuen-tro. Llegaste con ese contagioso sabor que tiene lo prohibido. Avanzaste flanqueado por el Chiro y otros camaradas. Los postes y las luces de las casas con su pobre iluminación dan un toque de tristeza. Adentro, en la piecita principal del rancho, la penumbra se aclara un poco con las velitas que tiritan y emprenden un lúdico vaivén con las sombras que se proyectan en los lato-nes de zinc y exageran y deforman nuestros cuerpos. Tú no puedes negar que con tus mostachos gruesos y rubios, el color catire de tu piel, tus 1.90 metros de altura y el acento de tu voz, que eres europeo. Hablas sintiendo al rojo vivo la esperanza que empuñas des-de tu Bélgica natal, aunque estás convencido de que tu patria es el universo y tu pueblo la humanidad que

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ahoga sus quejidos en el conglomerado más humilde, en la fábrica, en el campo. Te observo, al igual que el Chiro, Alderse, Romas y Ribarlo, mientras brotan los proyectos que se lanzan como cartas en la pequeña y coja mesa en la que nos reunimos. Me embargo de emoción y altivez porque abrazamos la causa de los nuestros. Me incorporo del banquito, nos levantamos todos y extiendes tus brazos para confundirnos en un solo sentimento. Sentimos latir una verdad muy fuerte.

Los postes quedan como testigos inermes de nues-tra presencia en la barriada, solos con sus cocuyos alumbrando. Ladran unos perros callejeros y calladi-tos bajamos con rapidez. La maraña de laberintos son seguros y te sientes bien transitando por territorio hu-milde. Llegamos abajo. Puntual es tu retirada...

Prefieres, como ayer, nuestro mismo ropaje. Te fa-cilitamos unos bluyines y camisas que necesitas y que esta gente tuya te ofrece. Mi ánimo se encuentra a cien por hora cuando mis compañeros conversan y se refie-ren a ti, acerca de lo que tenemos proyectado ejecutar juntos. Expones tus ideas en la práxis, arriesgando tus carnes y tus huesos, sabiendo los poderosos que ya están alerta, porque no te perdonan esa comunión cierta que te ata al pueblo.

Un día, dos, tres; una semana después me llené de mucha rabia, dolor e indignación. Persiste el llamado del campanario durante toda la mañana. Hay mucha comunidad indignada. Oigo voces condenatorias con-

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tra los ordenadores y ordenados por el gobierno, de la iglesia acomodaticia y de sus acólitos en el vecinda-rio que no pueden aceptar a un hombre que expande la luz y sus manos por los pobres. Tú, sacerdote del Cristo de los pobres, eres cazado por una jauría ra-biosa que te golpea, te rompe, nos maltrata y nos destroza. Ecucho las campanas. La huella me queda profunda.

Caracas, 17/01/84

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Kukenam, siempre ahí

A pesar de nuestros pasos presurosos y que ha-bía transcurrido ya casi ocho horas de camino, el

Kukenam se mantenía allí, frente a nuestras narices; imperturbable. La senda, una extensa lombriz tendi-da sobre el lomerío, se renovaba una y otra vez. De todas maneras nuestro ánimo se encontraba siempre renovado. Los sabanales a cada lado mostraban los pequeños oasis color del monte con sus quebradas hasta donde se perdía la vista, al tiempo que la re-solana hacía su trabajo sobre nuestras humanidades. Disfrutaba rendido el paisaje descubierto por primera vez.

-Oswaldo, ¿qué tal si redoblamos la marcha? –alcancé a decirle a uno del equipo expedicionario de integrantes del Grupo Ingeniería de Arborización (Gida) de la UCV.

-Compa, no se acelere, porque al Kukenam no lo vamos a coronar tan pronto como usted cree, ni que vayamos a mil por hora.

La ansiedad que no solo llevaba en la mente sino en el morral era inmensa. Quería estar ya encaramado en el piedemonte, internándome en los bosquecitos, en el ambiente selvático, para poder ver, si corría con suerte, a los osos hormigueros que vio Virgilio, el jefe del grupo, cuando vino hace un año en el primer opera-

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tivo. Se me antojaba tan fácil que podía ser eso, pero la realidad más adelante me mostraría lo contrario.

Eramos un equipo de ocho estudiantes excursio-nistas dispuestos a coronar la cima del tepui. Cada uno con sus expectativas apoderado de un espíritu aventu-rero y con un cierto temor a lo desconocido. Esto me lo hacía recordar cada vez que alcanzaba a Basilio, el indígena marcador del camino, armado de escopeta y con su machete bien afilado al cinto, quien se des-plazaba por el terreno con tanta seguridad y con una tímida sonrisa.

-Basilio, ¿A esta marcha que llevamos llegaremos a La Piedra antes de que anochezca? –alcancé a pre-guntarle cuando se detuvo a acomodarse el guayare –su morral- y a recoger un insecto del suelo para en-gullirlo imediatamente bajo mi incredulidad.

Parecía no haberme oído, pero poco después me miró de reojo, sonrió y me dijo que debíamos apurar el paso porque así como ibamos nos podía coger la no-che y eso no era bueno. Suspiré y me dije: Kukenam, mañana será que llegaremos arriba.

Caracas, 07/03/84

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El Padre que llegó para luchar

En el fragor del combate cotidiano del pueblo de los Toromaimas surgió una figura que pondría en

jaque a las autoridades. Desde hacía mucho tiempo no había surgido en esa comarca una persona que encarnara todas las alegrías y penurias materiales y espirituales de esos seres. No se trataba de un reden-tor o de un José Gregorio, el Médico de los Pobres, no. Se trataba de un hombre que a brazo partido enarbola-ría las aspiraciones más sentidas de los Toromaimas.

Lo vi una vez saludando a los muchachos de la co-munidad, a los operarios de las fábricas. Lo encontré también conversando con los carajitos cuando detuvo su potente moto negra de gran cilindrada. En otra oca-sión aproveché la oportunidad para contactarlo cuando se dirigia a la plaza. Recuerdo que le dije: “Mire, Padre mi madre quiere hablar con usted”. Nos fuimos char-lando; su sencillez, su serenidad y la firmeza de sus palabras comenzaron a cautivarme, a empaparme. Me miraba con sus ojos verdes de porte europeo. Lo observaba profundamente, como auscultándolo para desentrañarle sus secretos. Otra vez subí con él a lo alto del cerro. Era una persona ágil, ponía un pie aquí y otro en Beijing. Se comía las escalinatas en un abrir y cerrar de ojos. Yo tenía que andar con rapidez para no quedarme atrás.

Nos reunimos al llegar a un ranchito ubicado en la cima del cerro. La mesita de patas cojas del veci-

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no Ramón se convirtió en nuestra mesa redonda. Recuerdo que él esbozó una sonrisa de agrado y sus gruesos mostachos rubios se explanaron más aún. Expuso entonces que había que ir de las palabras a los hechos, de la teoría a la práctica. Dijo que los servicios de agua potable, luz eléctrica y vivienda va-lían la pena lucharlos por el pueblo y con el pueblo, arriesgando el pellejo, como parte de una pelea más profunda contra las injusticias y por el poder obrero... Vino a mi mente el caso de un dirigente popular que se había encadenado, que había atado su cuerpo junto a unos pobladores, a las rejas del Congreso Nacional, para exigir esos y otros derechos a los que se estaba refiriendo hoy. Estaba seguro que era él.

El pueblo lo quería; de eso me volví a percatar cuando al final de la reunión lo vinieron a buscar un obrero y su esposa para que pasara la noche en su vivienda.

Caracas, 21/03/84

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Sueños y golpe

Mientras en la pieza contigua roncan imperturba-bles el policía ebrio y sus dos camaradas del

orden, Rodrigo y yo preparamos muy despiertos nues-tro próximo golpe. El rancho, de apenas dos cuartitos separados por láminas de cartón expropiadas al parti-do recién vencedor, es una contradicción: la ley y la subversión en dos actos.

Casi listos, recogemos los paqueticos de hojas multigrafiadas, no sin antes echar una mirada furtiva al hermano de sangre, más no de sueños y principios, de mi compañero. Ya nos estamos viendo caminar sigilo-samente por los callejones, esquivando parroquianos trasnochados para no ser vistos, y así aproximarnos a nuestro objetivo lo mejor posible. Al salir de la barraca nos violenta un viento gélido que nos azota con fero-cidad y un abismo que está al voltear la vista, que nos muestra lo hondo y su negrura. La ruta se encuentra más calmada de lo que esperamos. No se divisan ni si-quiera los hombres saturados de ron barato o de cocuy que frecuentan los amaneceres.

Nuestras pasos son calmados, pero enérgicos. Llegaremos justo a la hora convenida para comenzar a distribuir las hojas portadoras de mensajes rebeldes: “El pasaje caro no debe pagarse”, “Ni un solo real más para los explotadores del transporte”, “El gobierno: cul-pable del alto costo de la vida”.... Una patrulla policial hace su aparición repentina, aunque no se percata de nuestra presencia. Avanzamos hasta la parada princi-

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pal de autobuses, donde dentro de poco comenzarán a aglomerarse los trabajadores que se adelantan al gallo de las cinco de la mañana. Se ven bonitas en la inmensa negrura las maripositas blancas que libres se posan en la acera y la calzada, en los techos, y encima de los vehículos. Sí, se ven increíbles nuestras hojitas blancas y largas, que lanzamos con entusiasmo y con premura por los aires cuando vamos dando pasos jus-tos y exactos. Los que ahora sueñan no se imaginan un inquieto despertar...

Caracas, 02/05/84

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Diversión y susto

Ustedes se divierten en Nochebuena repartiendo las tarjetas navideñas que trajeron desde la capi-

tal. Si no se apuran, los negros, con el madero grande que traen, van a derribar la puerta. La señora de la casa vendrá del patio desde donde le echa maíz a las picatierras y se va dar cuenta del problemón que hay. La muchacha que ven y que conocieron en la proce-sión de ayer está bien buena y no se imagina que le trajeron una tarjeta escrita en letras rojas y bien gran-des que dice: “Para este querido pueblo representado en ti”.

¡Tun, tun, tun! La puerta tiende a ceder y ustedes no son capaces de sostenerla. La señora llegará ex-trañada por tanto ruido y les dirá: “¡Epa, epa!, ¿Qué pasa?, ¡Van a tumbar la puerta, coños de madre! Al llegar y abrazarlos se les hincha el corazón de orgu-llo: es una escultural morena quien lo hace. Después vienen los palos de guaco tan sabrosos, pero que los puede marear en un santiamén. “No señora –dicen los negros desde la calle, pero sin dejar de darle con toda fuerza al portal de la entrada de la casa– esos carajos que están allá dentro le faltaron el respeto a mi mamá. “¡Abra, abra! que los vamos a linchar, carajo”, ya se los dije, empiezan a subírseles los guamazos de guaco.

Toman de las manos a la amiga y se van a las ca-sas, que de par en par dan la bienvenida a todo aquel que entre. Que divinas se ven esas mujeres cuando mueven sus pailas con tal provocación. Las sacan a bailar, pero, caraqueños al fin no bailan el tambor como

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los negros de Cuyagua. No tienen vida. Salen corrien-do a toda prisa hacia el patio cuando la señora, muy enojada, les grita a los tumbadores de la puerta que les abrirá. El patio está bordeado de paredes de bloques altas. Miran asustados hacia todos lados buscando un punto de fuga hacia el río. Al fin se percatan de la mata de mango que desde el patio asoma sus ramas hacia afuera. Se sientan junto a un anciano que les pela los escasos dientes que le quedan y lo saludan.

Empiezan los cuentos de los entierros guardados a la pata de los árboles que se encuentran a una hora río arriba del poblado; y el del burro que hace desapa-recer a los forasteros en la carretera... Uno de ustedes se levanta de un taburete, se va al patio, y detrás de unas matas, orina un ejército de hormigas que trabaja afanosamente cargando en equipo unos insectos sin vida. Al regresar, se juntan todos y recuerdan que va a ser medianoche, cuando nacerá el Niño Dios. Se despiden, porque el resto de sus compañeros los está esperando. Eso es lo que creen. Los agresores y la doña furiosa corren a la parte de atrás de la vivienda. Ya ustedes están al otro lado. Cruzan el río y tantean-do se van perdiendo en la oscuridad.

Caracas, 23/05/84

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Crisis

Ahora si es verdad que me embromé. Pero menos mal que conseguí un empleo, aunque sea en esa

fábrica de ropa donde me sacan la chicha de sol a sol. Ese gran carajo que es el padre de mis hijos me cayó a patadas y golpes. Todavía me duelen los morados que me hizo en las piernas y en los brazos. Mi hijo más pequeño, de apenas 16 años, que valiente es al atre-verse a enfrentársele, cuadrársele como un boxeador a esa fiera para protegerme.

Cada día, desde que vendí mi ranchito para huir del condenado ese que casi hasta me ahorca, me voy poniendo más delgada, deprimida, sin ganas de co-mer, ni de vivir, ni de nada. Todo el santo día siento un nudo en la garganta como si atrapara todo el llanto con la capacidad desbordar los embalses de agua del Guri, capaz de saciar de una vez por todas toda la sed de las barriadas enteras. Me veo en el espejo y ensayo una sonrisa, pero se me convierte en mueca al instante, al ver mis ojeras y mi casi blanca palidez, a pesar de que soy de tez morena.

Aunque ya pasó el momento angustioso, luego de salir de las garras de ese malparido, me causa mucha angustia recordar que mi hijo varón y las tres niñas, especialmente la de menor edad, estuvieron luego de este bochornoso suceso, a los días, deambulando unas horas por esa peligrosa vía de la carretera vieja Caracas – Guarenas.

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Estoy sentada en la calzada frente a la casa de mi mamá, quien me tendió su mano luego de este tran-ce doloroso, luego de permanecer dos semanas en el apartamento de una amiga, que al final comenzó a de-cir, a punta de chismes en el vecindario, que mi ropa olía mal y que eran unos trapos viejos y feos. Cómo lloré de rabia e impotencia. Eso no se le hace a quien dice ser amiga de una. Eso no es amistad. ¿Cómo no van a estar vencidos y malolientes mis trapitos si nunca he contado, como esa lengualarga, con una la-vadora, agua a toda hora y detergentes, una vivienda digna y todo lo demás?

Caramba, yo sí pienso. En esta acera llevo ya como dos horas sentada, sin moverme y con la cabeza apoyada entre las manos. Ahora el loco de mi herma-no la ha cogido conmigo desde hace un año para acá cada vez que vengo a visitar a mi madre, y más ahora. Sale de la vivienda y en su monólogo comienza a de-cirle a las muchachas del callejón desde putas pa´rriba y a los hombres, cabrones. Se desplaza desde el frente de la casa hasta el final de la calle y vuelve frente a mi para reclamarme que si estoy pensando en buscar otra vez al desgraciado de mi marido para que me haga el favor... y que me vaya con mi “chorrera de lambusios”. Reacciono. Salgo de mi estado de dejadez y agarro un palo. Le grito: “Dejame en paz, maldito” y le asesto un palazo por el lomo y él, el muy muérgano, me da tremenda patada que me hace rodar por el suelo.

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Ahora es cuando se complica más el asunto, cuan-do mi otro hermano sale de la casa en mi defensa. Él, recién llegó del hospital en el que estuvo recluido por esas crisis que le dan de vez en cuando y enton-ces hay que salir corriendo pa´donde los matasanos. Cómo me duele que a él le ocurra eso, pero es que el hecho de que le hayan practicado una cirugía delica-da en su organismo y encima haya sido operado del corazón, y de que se encuentre en un hogar como el de mi madre sin gobierno, ¿qué no le puede pasar a uno? Alberto, sin embargo, es muy inteligente, le gusta mucho la lectura y saber de todo; además me quiere mucho. Cuando salió del cuarto en el que se encon-traba durmiendo, al escuchar el alboroto entre el loco y yo, se indignó mucho debido a su gran sensibilidad. Salió y le reclamo de palabras y hechos encimándose-le al Miguel con tal fuerza sacada de su débil cuerpo, que Miguel se asustó un poco, echó hacia atrás y se le safó. Como ahora somos dos, él arrancó del sitio, no sin antes lanzar unas tremendas culebras por la boca que no me atrevo a repetir.

Estoy segura de que si Abdón, mi hermano mayor, estuviera aquí, las cosas serían diferentes, a pesar de que el es medio alcahuete con el loco, y no se pondría con esos arranques de tostadez que tiene. !Ah caram-ba!, es imposible que esté, porque –no se lo vayan a decir a nadie- está tras las rejas, por…bueno, por buscarse unos churupos, con tan mala suerte que lo agarraron.

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Para mí, de acuerdo con lo que refieren algunos vecinos, lo que le ocurre a Miguel es que, como no tiene afecto de nadie, se pone peleón para llamar la atención, y como aquí en esta casa nadie, ni mamá, tiene consciencia de que el problema de los que están medio chiflados se resuelve de otra manera, lo que se hace es poner el asunto de este tamañote.

Ya ha pasado todo por ahora. ¿Iré o no a la fies-tecita a la que me invitó Margarita en la otra calle?. Debería ir porque si sigo así me van a seguir dando ganas de llegarme hasta el desfiladero y acabar con esta vaina de una vez.

Caracas, 28/06/84

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Iluminación

Cuando en la noche nos coloquemos en hilera de a uno y en horizontalidad, por primera vez en aque-

lla loma jamás imaginaremos que nos gustará mucho escrutar en la bóveda celeste sus cocuyos. Las noches restantes ocurrirá lo mismo, pero con el añadido a la inspiración de la víspera, la presencia de quien, con una visión más natural y propia de la vida, del hombre y del entorno, sonreirá al vernos hablar y maravillarnos por esas estrellas tan lejanas: nuestro guía pemón.

El sol integro de energía cósmica se retirará con su fuerte color naranja. El firmamento perderá poco a poco su claridad y dejará vislumbrar paulatinamente los haces de luces titilantes. Las estrellas brotarán de un manto oscuro en la noche alta. Doce ojos mirarán con fascinación e inquietud sus formaciones y la co-municación adquirirá el misterio de un código extraño para el que no será capaz de entender tanta lujuria por la penumbra, el cosmos y las lumbreras celestes.

Hará una gélida temperatura cuando salgamos de la choza-escuela para repetir este ritual en un silen-cio cautivante. Solo las chicharras serán capaces de quebrar la paz. De pronto identificaremos a las osas, a Cáncer y Sagitario y a muchas otras. Comenzaremos a usar entonces los códigos. Nos iremos como en hip-nosis a dormir; antes me detendré a mirar de nuevo al más brillante cocuyo, me hartaré de tremendo suspiro y entonces echaré una mirada al racimo de tepuyes en

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las que la prole pemón sueña quizás en una estrella matinal. Me sumiré en sopores y avistaré un profundo atajo en el que andaremos abriéndonos paso entre el ramaje y escalando el pedrerío hasta apoderarnos no solamente del sonido de las quebradas, de la ventisca y del habitante primario, sino finalmente del gran tepui.

Caracas, 06/07/84

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Picho

-¿Con una media me-nos en tu pie derecho en ese acto dentro de tantos señores, Picho Carrión?.

-No puede ser –te di-ces ruborizado y bajas el pie que tienes sobre el otro cruzado, cuando preten-días lucir también elegante entre tanta gente que con-sideras culta.

Es para ti un placer salir de tu habitación aún en sombras con los escarpines más bonitos calzados para asistir a tan interesante reunión a la que te invita-ron en Cumaná, bien distante para ti del conuco y de Liona, tu compañera de tantos años, que friega los co-rotos en la tarimba bajo improvisados galerones, polos y coplas que canta allá en el patio contra el aumento del precio de la leche, la carne, el café o alusivas al carnaval, las comparsas y otros temas, con la emoción que siente en el alma por la trova.

Picho Carrión -mejor dicho, Pichocarrión,- así de un solo jalón como lo pronuncian aquí, lo que te ha faltado en letras y números, que se te antoja como un algoritmo extraño, pero necesario, te sobra en voz y agilidad cuando largas, sin mayores preámbulos, las

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décimas a mi como visitante que te mira cristalinamen-te cuando relatas lo del incidente de la media menos.

Tú, muy vergatario en Playa Grande, de Carúpano, haces la crónica festiva de ese hecho en versos que corren en rimas armoniosas por el poblado. No podía quedarse rezagada tu Liona, la que no pela un san-cochoepescao para mantenerse en forma a pesar de quejarse porque “la salud la tengo mala”, aunque no parece, porque uno la observa en ese patio cantando, fregando y arreglando los disfraces de material plásti-co que prepara para las fiestas. Ella hasta te compuso unas coplas sobre el incidente de la media menos que al oirlas a uno le causa mucha risa.

Pichocarrión, tu si que tienes bríos al decirme que

me vas a traer una teta fría para que me la chupe y chupe. Me sonrojo entonces porque lo anuncias a todo volumen frente a mi esposa, quien al verme todo apenado echa tremenda carcajada. Allí es donde te chocas las manos, abres bien los ojitos, te acomo-das el sombrerito redondo y comienzas a reír a todo pulmón.

Total, no sabe mal la tetica que tomaste de la ne-vera y que le exprimo todo el sabor que le pusieron ustedes con ingenio y con segunda intención chisto-sa en las bolsistas para que los heladitos adquirieran la forma de la fuente primaria que nos nutres durante nuestros primeros días y meses de vida al nacer.

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En la sala de tu casa, Picho, en la que escucho las trovas de tu inseparable mujer y tus trovos siempre novedosos, todos estamos a gusto. Cierro un ins-tante los ojos y recuerdo días atrás cuando estabas guarapeao, echándote palos de las mulitas que com-praron los amigos en la bodeguita para oír una y otra vez las anécdotas ocurridas a ti y algunos de tus veci-nos, de las que aprovechas para sacarle lo gracioso. Parece que el ron bien picoso que siempre trasiegas o las cervecitas te aceleran la máquina para que bro-ten sin dificultad ninguna tanta rima como la de tus compañeros:

-Nicolás puede manejar en el centro de Caracas porque no hay burros ni vacas ni cerca que tumbar...

Sigo recordado y de pronto me detengo, porque ahora estoy en la calle y miro a Liona, quien sin ningu-na tibiera danza con entusiasmo con el traje puesto de colores que se elaboró para las festividades del Rey Momo. Ella baila afanosamente a pesar de que el azú-car y la tensión la embroman mucho, según ella misma afirma, y de que su nieto Luis, el que saluda a todo el mundo con el dedo medio derecho, cual falo, si la ve, se da por descontado que la regañará porque ese tra-je de materia plástico más el baile la pueden acalorar demasiado y ocasionarle un patatún. El no está ahora por allí; por eso su abuela goza y goza danzando con unas muchachas.

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Liona y yo entramos a su casa. Tengo en mis ma-nos uno de los disfraces que elaboró el año pasado para las catorce muchachitas del barrio que preparó para el desfile de las comparsas de Carúpano.

¡Que originalidad!, ¡qué creatividad tiene usted, señora Liona! -exclamo, admirado ante tanto empeño para lograr que las piezas de amarillo, azul y blanco encajen con lo festivo de la carnestolenda local.

Liona entra al lugar de sus aposentos y trae un

conjunto que lució ayer junto a una corona grande fo-rrada del mismo material. Me la coloca en la cabeza y se vuelve un mar de risas.

Pasan las horas en un santiamén y decido dejar a Pichocarrión y Liona. Me voy calle arriba lamentando de no disponer de tiempo para continuar compartiendo con ella, que se queda rondando en los cuartos de la vivenda, y más allá en el patio cubierto de corotos y matas, junto a los pollos criollos, los puercos, los pa-tos, las cholingas, y susurrando entre las panas que lava animosamente y que servirán de soporte para el apetitoso sancochoebagre con las vituallas que siem-pre consume con sus hijos, los padres de Luis.

Voy a buscar un tabaco en compañía de mi tocayo Wicho y encuentro que Lencha Candallo se encuentra en la esquina y le ordena a un muchachito:

-Mijo, tráele al señor un bolívar de tabaco en pasta”. -Al volver con el mandado, sus manos expertas cogen

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las hojas bien marrones y al poco rato tengo unos ta-baquitos delgados que me elaboró con prontitud.

Sin mucho protocolo, fumo uno de los puros mien-tras Lencha Candallo elabora el resto y me va contando parte de su biografía familiar.

Ya es hora de partir y me despido lanzando bo-canadas de humo que le queda por absorverle a las hojitas, cuando tú, Pichocarrión, apareces en la calle y me lanzas otras de las tuyas que hacen prenderme más aún del sentimento pueblerino. Así nos vamos an-dando con la profundidad, la claridad y la sencillez de ustedes.

Caracas, 12/03/85

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Pito, el turpial

Nadie sabía en tu hogar que ese pa-

jarito tan hermoso que tenías era un ave na-cional, que el gobierno protege al prohibir su caza, su comercio o enjaularlo. Mucho menos tú, a tus doce años, tan compenetra-do con ese animalito trajeado de amarillo y negro y de lindos ojos que parecían irradiar toda la inocencia del mundo entero. Esos negrísimos ojos bordeados de blanco y de azul inten-sos se miraban con los tuyos cuando tomabas a Pito entre tus manos con tanta ternura que, a cualquiera le provocaba envidia, pero no podían hacerlo porque él no se dejaba agarrar y acariciar sino nada más conti-go. Recuerdo que acostumbrabas meterlo dentro de la camisa que llevabas puesta y él se mostraba contento moviéndose con sus patas de largas uñas por toda tu espalda, para luego aparecer por una de las mangas hasta que le decías: “Pito Ainero, Pito Ainero”, porque así lo habías bautizado cuando, a los cinco días de haberlo recibido, gracias a un cambalache que hizo tu papá por un pollo, le habías empezado a tomar cariño,

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ese sentimento cristalino que tiene los niños hacia los seres que aman.

Como me encantaba verlo comer los pepinos cor-tados en tajadas. Los devoraba con ese pico que se le partió un poquito, al acabársele una vez la ración que le dejaste. Eso ocurrió en una oportunidad en la que saliste de viaje con la familia por tres días... Me diver-tía muchísimo oír el canto de tu pajarito porque no era como el de sus semejantes. Había aprendido uno especial de tanto oír el merengue dominicano “Coquí, coquí, coquí, el merengue del Coquí” que tu tía ponía en el toca-discos por las tardes.

Ese Pito si que era agresivo con los demás, pero contigo toda una docilidad. Más de una vez vi saltar-le a las paraparas de los muchachitos de al lado de tu casa, cuando venían a jugar contigo. Se agarra-ba firmemente con sus patas en la cara y comenzaba a martillar como un pájaro carpintero. Ante los “ayes ¡ay, ay! ayes” y los “¡quítenmelo!, ¡quítenmelo!”, tu ibas corriendo y le decías “cuidado si me lo aporreas” y en-tonces le quitabas el pájaro del ojo al muchacho.

Caracas, 16/05/85

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