Un Tratado Acerca Del Discernimiento de Los Espíritus - Anónimo
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8/20/2019 Un Tratado Acerca Del Discernimiento de Los Espíritus - Anónimo
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Casa de Espiritualidad y Reflexión San José , 25 de noviembre de 1988
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D INST R M NUSCRIPTI
Como quiera que existen diversos tipos de espíritus, debemos ser cuidadosos en dis-
tinguir unos de otros. Como el Apóstol Juan nos enseña, no podemos creerles a todos: Que-
ridos hermanos, no en todo espíritu podéis confiar (1 Jn 4,1). A aquéllos que tienen poca
comprensión sobre asuntos espirituales les puede parecer que todo pensamiento que ocupa la
mente de una persona puede provenir solamente de su propio espíritu. Este no es el caso.
David nos muestra en los salmos que podemos escuchar la voz de Dios: Estoy escuchándolo
¿Qué está diciendo Yahveh? (Sal 85,8 (85,9)) (1). Y el profeta Zacarías habla del ángel
que hablaba conmigo (Za 1,9). Otro Salmo nos dice que los espíritus perversos envían a la
gente malos pensamientos. Además de todo esto, Pablo nos muestra que hay un espíritu ma-
ligno de la carne, que puede extraviarnos y darnos un falso sentido de la importancia: la
gente como esa, gira en torno a alguna visión que ha tenido, vanamente hinchados por su
mente carnal (Col 2,18). El también nos muestra que hay un espíritu del mundo, cuando se
regocija de que él mismo y sus seguidores han recibido el mensaje no sólo como palabras,
sino también con poder y con el Espíritu Santo (1 Tes 1,5).
LOS TRES ESPIRITUS MALOS)
Estos dos espíritus, el de la carne y el del mundo, son sirvientes o secuaces del
espíritu perverso, el inmundo demonio, el principe del infierno; é mismo es e l espír i tu
del mal y dirige al espíritu de la carne y al espíritu del mundo. Cuando estos espíritus
nos hablan, no debemos confiar en ninguno de ellos porque se han propuesto arruinarnos en
cuerpo y alma. Podemos decir cuál de los tres nos está hablando en un momento determinado
por el tenor de lo que cada cual nos dice: el espíritu de la carne siempre busca lo fácil
y cómodo; el espiritu del mundo nos estimula a la vanidad y a la búsqueda de honores; y el
espír i tu del mal pone oscuros y amargos pensamientos en nuestras mentes .
De manera que, cuando pensamos acerca de comida y bebida, camas suaves y ropas cómo-
das, placeres sexuales y cualquier otra cosa que pertenece al reino de la carne, y cuando
sentimos nuestros corazones ardiendo dentro de nosotros, como si estuvieran deseosos o an-
siosos por todas estas cosas, entonces podemos estar seguros que el espíritu de la carne
nos las es tá sugir iendo.
Y cuando quiera que nuestros corazones estén llenos de pensamientos acerca de los
huecos placeres que el mundo puede dar -creyéndonos apuestos o bellos, recibiendo obse-
quios por doquier, siendo socialmente aceptados o considerados muy inteligentes o respeta-
bles, o teniendo una posición importante o un alto puesto- todos aquellos pensamientos, y
otros que puedan hacer a la gente parecer importante, no sólo ante los ojos de los demás
sino tambien ante sus propios ojos, entonces podemos estar seguros que es el espíritu del
mundo quien nos está hablando. El es un enemigo mucho más insidioso que el espíritu de la
carne, y es mucho más importante que sepamos cómo tratar con él.
EL ESPIRITU DE LA MALDAD)
Algunas veces estos dos secuaces del demonio, espíritu del mal y príncipe de las ti-
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nieblas, pueden ser firmemente vencidos y pisoteados, por la gracia y los poderes espiri-
tuales de la persona. Otras veces, sin embargo, su astuto y malicioso amo, el mismo gober-
nante del infierno, arteramente los llama, de tal forma que él mismo pueda abalanzarse
sobre nuestras pobres almas, cual león sobre su presa. Esto es lo que sucede cuando somos
cautivos no de la lujuria o el deseo de ser importantes, sino de la urgencia de murmurar y
quejarnos de otras personas, de alimentar resentimientos contra ellas, de molestarnos con
ellas, ser heridos por ellas, sentirnos enfadados e impacientes con ellas, llenos de auto-
compasión, mala voluntad, odio o envidia y otras cosas por el estilo. Entonces reacciona-
mos hoscamente frente a lo que cualquier persona nos diga o haga, en lugar de hacerlo con
la benevolencia que sabemos debemos mostrar; estamos más bien pendientes de lo que los
otros puedan estar hablando de nosotros, sospechando que se ríen a nuestras espaldas y
tomando como insul to cualquier cosa que se dice acerca de nosotros .
Todas estas reacciones e impulsos y cualesquier otras que destruyen nuestra tranqui-
lidad, deben rechazarse como al mismo demonio. Estos son sus ardides diabólicos y debemos
cuidarnos de ellos, si es que queremos salvarnos. Por supuesto que el espíritu de la carne
y el espiritu del mundo están trabajando con igual denuedo para perdernos, pero no son tan
astutos ni peligrosos como el espíritu de la maldad. Este es el mismo Maligno; mientras
que aquel los son solamente sus cr ia turas y no pueden exis t i r s in é l .
No obstante lo libre que pudieras estar de los deseos de la carne y los placeres del
mundo, si estás contaminado con este espíritu de maldad, amargura y malicia, estás en ca-
mino a la perdición, aun cuando puedas no ser culpable de pecados materiales o mundanos. Y
si estás consumido por las pasiones de la carne y los placeres del mundo, pero tienes, no
obstante, buena disposición hacia tus hermanos en Cristo (aunque esto es difícil de lograr
cuando el mundo y la carne te tienen en sus garras), estás menos propenso a perderte, a'
pesar de tus pecados mater ia les y mundanos.
ALGUNOS EFECTOS DE LOS ESPIRITUS)
Los deseos lujur iosos de la carne son nocivos, porque nos dis t raen de la vida devota;
el anhelar los placeres y honores del mundo es peor porque nos divorcia del verdadero gozo
que debemos sentir al contemplar las cosas del cielo, tal como las muestran los espíritus
buenos de Dios. Si es que buscas honores, favores y servicio de otros en este mundo, no
puedes merecer los honores espirituales, favores y servicio, que se derivan de haber con-
templado el cielo y las cosas celestiales durante toda la vida. Estas son mejores en si
mismas y constituyen una mayor recompensa que la que se hubiera conseguido al buscar ho-
nores mundanos. .Pero la amargura traída por el mismo espíritu del mal y del encono, es
peor que cualquier otra cosa. ¿Por qué? Porque nos desarraiga de aquéllo que es lo mejor
de todo: el amor, Dios mismo. Aquéllos cuyos corazones han sido ganados por la amargura y
la envidia, no pueden tener idea de la paz con la que gozan las almas benditas en el cie-
lo , que es e l mismo dulce Dios, bueno y miser icordioso.
Esto es a lo que David se refiere en el Salmo, cuando dice: Porque el Señor ha
elegido a Sión, deseándola para que sea su casa:'Aquí me quedaré por siempre, esta es la
casa que he escogido, porque la deseo (Sal 131,14 (133,13)). Aqui Sión, significa la
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visión de paz, el que tiene esta visión es aquél que está en paz y en donde Dios vendrá a
morar, como él mismo nos dice por intermedio del profeta Isaías: Yo vivo en un lugar alto
y sagrado, pero también estoy con el espíritu humillado y contrito, para darle nueva vida
al espíritu humillado, para reavivar los corazones contritos (Is 57,15).
SIEMPRE EN GUARDIA)
Entonces, si es que quieres que Dios viva en ti, así como vivir en la amorosa contem-
plación de la paz de Dios, la que es el mejor y más elevado objeto de contemplación que
puedes lograr en esta vida, estate siempre alerta para dominar a los espíritus de la carne
y del mundo cuando ellos vengan a ti, como seguro lo harán a cualquier hora del día o de
la noche. Estate especialmente en guardia contra el espíritu de la amargura y del encono,
pues él es e l verdadero espír i tu del mal : e l mismo vi l demonio.
Si quieres estar en guardia contra él de manera efectiva, necesitas conocer sus astu-
tos medios, pues la ignorancia no es defensa alguna contra sus engaños. Algunas veces el
astuto demonio se mostrará como un buen espíritu, de tal forma que pueda hacer mayor daño
bajo la apariencia de virtud. Pero por sus frutos los conoceréis, y si miramos bajo el
manto de santidad que parece estar propagando en estos casos, encontraremos las mismas
viejas semillas de amargura y encono sembradas en lo más profundo. Por ejemplo, él inspira
a algunas personas a simular una extraordinaria santidad más allá de las posibilidades de
la mayoría -y más allá de sus propias- posibilidades-, bajo la forma de ayunos o usando
cilicios u otros signos externos de gran devoción, llevándolos a criticar a los demás, por
faltas a que ellos no tienen derecho. Los incita a éstas y otras observancias, que apa-
rentan ser actos de devoción y caridad, no porque se regocije en cualquiera de aquellos
actos, sino porque ama el disentimiento y la calumnia que surgen de esas inapropiadas
exhibiciones de santidad. Si uno o dos miembros de una comunidad devota buscan sobresalir
por tales prácticas, por ser tontos, considerarán a los demás como menos dignos que ellos
y comparándose, los percibirán como inferiores. Sin embargo, las personas sensibles consi-
derarán como inferiores a aquellos que tratan de destacar de esta forma. Pero ya que hay
más tontos que personas sensibles, aquellos que tratan de sobresalir serán adulados por la
mayoría, mientras que si las cosas sucediesen como debiesen, ellos si todos sus imitadores
deberían ser vistos generalmente como tontos, como armas del demonio usadas para atacar a
los fieles sencillos bajo la cubierta de santidad y la apariencia de caridad. El diablo ha
podido engañar a muchís imas personas de esta forma.
EL PROPIO ESPIRITU MAL INCLINADO)
Aquellos que no caen en los ardides del demonio en este sentido, sino que se acercan
humildemente a la oración y a seguir el buen consejo, nunca serán engañados así. Pero si
somos honestos con nosotros mismos, debemos mirarnos y no a otras personas, y admitir que
algunas veces estamos tan ligadas a los espíritus de la carne y del mundo y al demonio,
tan expuestos, atrapados y debilitados por los tres, que presentamos una visión lastimera
de nosotros. Para nuestra gran confusión, nos encontramos que estamos haciéndoles el tra-
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bajo a estos tres espíritus. Esto es lo que sucede cuando hemos adquirido el hábito de
ceder a ellos cuando vienen a nosotros: eventualmente nos volvemos tan carnales en nues-
tros apetitos, tan mundanos en nuestros deseos, y tan perversamente malvados con los
demás, y aún nosotros, sin necesidad de ser incitados por ningún espíritu externo, engen-
dramos nuestros propios pensamientos lujuriosos, vanidades mundanas, y aún peor, pensa-
mientos de amargura y odio hacia otras personas, murmurando y difamando, maldiciendo y
haciendo juicios sobre el los .
Una vez que hemos caído en ese estado, es difícil, lo admito, saber si es que nuestro
propio espíritu nos está moviendo a hacer estas cosas, o si es que estos otros tres
espíritus están actuando en nosotros. Pero a fin de cuentas, ¿qué importa si somos noso-
t ros o e l los , cuando el resul tado es e l mismo? ¿En qué nos beneficia ident i f icar la causa,
cuando todo el efecto es maligno? Si la causa es el enemigo exterior, no cedas ante él
sino que humildemente reza y busca buen consejo, de tal forma que estés preparado a resis-
tirlo con fuerza.
Si se trata del enemigo interior, repróchalo amargamente y aflígete sinceramente por
haber caído con tal magnitud en las garras del demonio. Confiesa los hábitos en los que
has caído, así como tus pecados, de forma que la gracia de Dios te posibilite recuperar tu
libertad. Una vez que seas libre nuevamente, serás capaz de decir -y comprobar por los
efectos- cuándo es tu propio espíritu el que actúa en ti y cuándo es uno de estos espíri-
tus malignos que ponen pensamientos perversos en tu mente. Cuando puedas distinguir uno
del otro, estarás en una mejor posición para resistir sus ardides, pues la ignorancia es
la causa de muchos errores, mientras que el conocimiento te permite eludirlos. Si quieres
adquirir este conocimiento, .esto es lo que debes hacer:
LIBERACION Y RECONCILIACION)
Si estás en duda acerca de dónde proceden tus malos pensamientos, tanto si son pro-
ducto de tu propia mente o de un enemigo exterior, cuídate de ver o sé cuidadoso en
ver -consultando a tu consejero espiritual y a tu conciencia- si te has confesado ade-
cuadamente y hecho penitencia como tu confesor lo indicara, por todas las veces que re-
cuerdes haber cedido a aquella clase de pecado. Si no los has confesado, hazlo tan plena-
mente como la gracia y tu conciencia te lo permitan. Una vez que hayas hecho esto, puedes
estar seguro que cualquier tentación de cometer los mismos pecados será la obra de espíri-
tus dis t intos a l tuyo propio.- los t res a los cuales ya me he refer ido- .
No tienes que sentirte culpable acerca de tales pensamientos, por más viles y recu-
rrentes que éstos sean, a menos que seas negligente en resistirlos inmediatamente después
de la tentación. Si resistes constantemente a las tentaciones, no sólo merecerás la remi-
sión de parte del tiempo de tu condena en el purgatorio por haber cometido estos pecados,
sino que recibirás gracia en esta vida y merecerás una recompensa en el cielo.
Deberás sentirte responsable por todos los pensamientos perversos que te inciten a
pecar, una vez consentido tal pecado y antes de estar arrepentido y hacer el firme
propósito de confesarlo. Debes confesar tales pensamientos como tu propia falta. Pero es
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muy peligroso considerar como responsabilidad Luya los pensamientos que tu sabes que te
han llegado por agentes externos. Entonces, puedes sobrecargar tu conciencia consideran-
do como pecados algunas cosas que no lo son, y esto es un serio error que puede llevarte a
un grave peligro. Si todo pensamiento e impulso malvado a hacer el mal proviniese sólo de
tu propio espíritu y no de un agente externo, entonces tendríamos que considerar a nuestro
propio espíritu como el mismo demonio, y tal cosa es obviamente falsa y un error execra-
ble. Aun si nuestra debilidad y hábito de caer en pecado nos redujeran a un estado tal que
estemos haciendo el trabajo del diablo, incitándonos a nosotros mismos a cometer nuevos
pecados sin la necesidad de alguna influencia externa que nos lleve a cometerlos, esto no
nos hace demonios por naturaleza, sino sólo en nuestros actos. Podríamos ser llamados
diabólicos, porque nuestros actos son como los del demonio, incitándonos a nosotros mismos
a pecar, lo cual es obra del demonio, pero no deberiamos ser llamados demonios. No obstan-
te cuan sujetos seamos del pecado, cuan diabólicos en nuestros actos, el arrepentimiento
de nuestros pecados, la confesión y un firme propósito de enmienda, pueden todavía volver
a liberarnos y devolvernos al camino de la salvación. En efecto, aún podemos convertirnos
en amigos especiales de Dios en esta vida, no obstante cuan merecedores de condenación
podamos haber s ido antes .
Así, si bien es peligroso no atribuirnos a nosotros mismos los pecados que hemos co-
metido, y proponerse nunca volver a cometerlos, es igual de peligroso -y quizá aún más-
cargar nuestra conciencia con todo pensamiento o impulso pecaminoso que se nos presente.
Si ponemos todo ese peso sobre nuestra conciencia, podemos llegar a tener una falsa im-
presión de nosotros mismos que nos puede llevar a desesperarnos en nuestro corazón. Esto
surge por el desconocimiento de cómo distinguir un espíritu de otro. Este conocimiento
viene de la experiencia, según puedes averiguarlo al examinarte después que has sido lim-
piado en confesión.
DESPEES DE LA CONFESION)
Inmediatamente después de la confesión, un alma es como una limpia hoja de papel que
mostrará claramente lo que tiene escrita. Dios y sus buenos espíritus están listos para
escribir en un lado, mientras que el demonio y sus malos espíritus están esperando hacerlo
en el otro. El alma tiene la libertad de escoger a quién darle la pluma, y su elección es
su consentimiento al bien o al mal. Una nueva idea acerca del pecado o un nuevo impulso
hacia cualquier pecado que ya has confesado sólo puede ser obra de uno de los tres espíri-
tus -los cuales son tus enemigos- ofreciéndote escribir el mismo pecado en la hoja limpia
de tu alma, una vez más. No puede ser tu propia obra, puesto que no hay nada escrito ahí:
la confesión te ha dado una nueva hoja de papel y aún está limpia. No hay nada en tu alma
sino tan sólo el poder del libre consentimiento; algo inclinado hacia el mal, es cierto, .
desacostumbrado, pero también algo más capaz de hacer el bien que el mal, por haber sido
l impiado y fortalecido por el sacramento de la penitencia. No hay nada que le pertenezca
en este momento que la impulsará ya sea al bien o al mal, de modo que se entiende que
cualesquiera inclinaciones que luego tenga, ya sea al bien o al mal, no son producto de la
propia alma, sino tan sólo de su libre consentimiento al bien o al mal, cualquiera que
éste sea.
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LOS DIVERSOS ESPIRITUS)
Este consentimiento personal, al bien o al mal, es el que determina si es que el alma
merece recompensa o castigo. Si ésta consiente al mal, entonces el pecado la está empujan-
do a hacer la obra del espíritu del mal que primero le sugirió el pecado; si consiente al
bien, entonces la gracia la está ayudando 'a hacer la labor del buen espiritu, que en pri-
mer lugar le sugirió el bien. Cuando algún pensamiento puro venga a nuestra mente -de
castidad, sobriedad, desprecio del mundo, pobreza abrazada voluntariamente, paciencia,
humildad o caridad- podemos estar seguros que es puesto ahí por Dios y sus espíritus, ya
sea aquéllos que se encuentran trabajando en este mundo, aquéllos que nos enseñan la ver-
dad, o los ángeles en el cielo que nos inspiran a hacer el bien. Así como el hábito de
consentir a los tres malos espíritus por un largo periodo, puede hacernos tan carnales en
nuestros apetitos, tan mundanos en nuestros deseos y tan maliciosos frente a otros por
los cuales estamos trabajando, así tambien la práctica de la virtud durante un largo pe-
riodo puede tener el efecto inverso. Mediante una vida limpia y una vigilancia espiritual
podemos superar al espíritu de la carne; concentrando nuestros pensamientos en el cielo
podemos conquistar al espíritu del mundo; conservando la paz y la caridad hacia nuestros
semejantes en nuestro corazón podemos vencer al espíritu del rencor y el mal. Entonces
estaremos haciendo'el trabajo de los buenos espíritus -en la medida en que la fragilidad
propia de esta vida nos lo permita- 2) .
Entonces ahora puedes ver que todo pensamiento que viene a nuestras mentes, sea este
bueno o malo, no es siempre la obra de nuestro propio espíritu. Lo que siempre es obra de
nuestro espíritu es el libre consentimiento que damos a ese pensamiento. Dios nos conceda
la gracia de consent i r a los buenos y no a los malos. Amén. Gracias sean dadas a Dios.
NOTAS
1 ) Las citas bíblicas usadas por el autor y su correspondiente
umeración se han man-
tenido en su versión original. En algunas citas se ha puesto entre paréntesis
a
numeración
ue corresponde en la Bibl ia de Jerusalén.
(2) En esta parte se ve con claridad que el autor está hablando de espiritus buenos
(Dios, los angeles) y espíritus malos (carne, mundo y el espíritu de la maldad: el
demonio). Unos y otros influyen sobre el propio espiritu, que puede interiorizar los
impulsos buenos (haciéndose así espíritu bueno) o los malos (haciéndose así espíritu
malo). En resumen, son tres tipos de espíritu los que actuan sobre el hombre: dos
exter iores y uno propio, inter ior.
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