TRES CUENTOS LEONESES EN LA HABANA

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Extracto de libro "TRES CUENTOS LEONESES EN LA HABANA" del autor Alfonso García

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TresCUENTOS LEONESES EN

La Habana ALFONSO GARCÍA

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Para Elena, entre tantas razones por compartir y vivir conmigo estas y otras historias en la ciudad luminosa de La Habana.

Para nuestros amigos de la Colonia Leonesa de Cuba al cumplir su primer siglo de vida y saber que su cercanía hace que nos

sintamos siempre en casa.

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Genarín vive en La Habana

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Habíamos quedado para conocernos y hablar en el Palacio de la Artesanía, en la calle Cuba, prácticamente frente al canal de entrada de la histórica bahía de La Habana.

Llegó puntual.Vicente Choma Tacués me había llamado al hotel para con-

certar la cita. A las doce. En la puerta. Él luciría guayabera blanca de algodón. Yo, gorra azul.

Nos abrazamos. Vicente Choma Tacués llegaba desde la cer-cana oficina en que trabajaba desde hacía apenas diez meses. Pero conocía la ciudad y su respiración tan bien como el pue-blecito leonés en que había nacido con la mitad del siglo pa-sado. Eso pensaba yo, al menos, en esos segundos iniciales en que tratas de situar a alguien recién conocido.

- ¿Qué tal por La Habana?- Muy bien –respondí.- ¿Pasamos?El patio del Palacio de la Artesanía es coqueto, recogido,

fresco. Las palmeras añaden elegancia al espacio, un verdade-ro remanso de paz frente al calor padecido durante la mañana.

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- Dos cervezas. Bucanero –recalcó Vicente.La camarera, joven, morena y hermosa llegó sonriente.Y hablamos. Hablamos de todo. Él explicaba y advertía. Yo

simplemente escuchaba, aunque de vez en cuando preguntaba y ponía sobre la mesa mis asombros. Muchos asombros.

- Al primer sitio donde vamos a ir hoy –me dijo- es a la Plaza del Santo Ángel Custodio. Frente a la iglesia, donde bau-tizaron a José Martí, hay un busto dedicado a Cirilo Villaverde, el autor de Cecilia Valdés o la loma del Ángel, una novela cos-tumbrista del siglo XIX que se ha convertido en un gran mito de la literatura cubana. Como ves, al lugar no le falta tradi-ción literaria...

Vicente Choma Tacués detuvo aquí su narración. Abrió la cartera que traía colgada al hombro cuando llegó y me rega-ló la obra, en dos tomos, en una ya vieja edición de 1980. Se lo agradecí.

- Junto al busto –concluyó-, un gran ventanal, prácticamen-te a la altura de la calle, hermosamente enrejado. Y en la es-tancia, una mujer que se mece solemnemente en una hamaca de caoba. Me tiene intrigado con las historias que cuenta. Pero prefiero no adelantarte ninguna.

Caminamos despacio hacia la loma. Atravesamos rostros vi-vos, olores singulares, escenas de una vida hecha en la calle, con la alegría respirando el aire cálido y húmedo.

Yaremis Reyes –este es el nombre de la mujer que buscá-bamos tras el amplio ventanal enrejado- se balanceaba en la hamaca con la mirada perdida y el rostro recortado por los

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movimientos acompasados de un abanico de colores chillones. Rondará los sesenta. Hay en su cuerpo todo señales inequívo-cas de la dignidad de una belleza que aún incita a la mirada. Su rostro, aterciopelado bajo el dulce y suave color de mulata, tiene atrapado en sus facciones el mundo de cualquier fascina-ción. Es hermosa. Muy hermosa.

- Aquí la tienes –dijo Vicente, señalándola apenas con la mirada.

La estancia tenía las paredes repletas de cuadros y foto-grafías. En lugar bien visible, este texto definía, al parecer, su actividad: “Yaremis Reyes, coleccionista de sueños y otras vaporosidades”.

Me extrañó la cartela. O no la entendía bien del todo.- Suele contar al atardecer –añadió Vicente-. Y acuden a oír

sus historias cubanos y turistas. Entonces se gira hacia la gen-te que permanece en la calle y pone toda su vida, su empeño y pasión en la palabra. Lo comprobarás tú mismo. Ahora te dejo. Nos vemos, de nuevo, a las ocho, otra vez en el Palacio de la Artesanía. Después vas a probar una auténtica cena cubana.

Nos despedimos.Me habían asegurado que antes de las cinco de la tarde ya

contaba algunas historias. Y después, cada media hora aproxi-madamente, volvía con otras nuevas.

Hice tiempo caminando, saboreando las calles de la Habana Vieja. En la Plaza de la Catedral, más desangelada que anta-ño, ultimaban los preparativos para la solemne llegada del Secretario de Estado de Su Santidad. Cientos de turistas pre-guntaban por aquellas tarimas forradas en moqueta. Y cientos

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de respuestas diferentes resonaban sobre la austeridad barro-ca de la fachada del templo. Recorrí un par de veces la calle Obispo, que vertebra el corazón de esta parte íntima de la ciu-dad. Libros viejos, comercios que buscan aires nuevos, fritan-gas y bebidas mágicas y refrescantes, bullicio infinito que ape-nas levanta la voz, colas que esperan cualquier cosa, la charla practicada en la lentitud de cualquier corrillo... La vida tiene aquí la mirada humilde y el alma a flor de piel, como un abra-zo que pone la luz azul del mar en la sonrisa.

Mientras tomé un tentempié, leí el “Mensaje del Comandante en Jefe” que el periódico oficial Gramma resproducía en pri-mera. Me sentía afortunado, en alguna medida al menos, de asistir a un acontecimiento que desde España se miraba como histórico.

Era martes y 19 de febrero de 2008.

Definitivamente creí, estaba convencido de que sería, en realidad, un día histórico. Por otras razones, eso sí. Llegaban a la plaza los personajes más variopintos, con la galbana del ca-lor de la tarde atrapada en la respiración.

Estaríamos treinta o treinta y cinco espectadores pendientes del balcón enrejado.

Yaremis Reyes se giró lentamente hacia la concurrencia. Puso a nuestro alcance una cestita trenzada con hojas de pal-mera. Y en ella, una nota: “Historias para soñar: 1 peso”. No sé por qué me vino a la memoria la figura de aquel poeta asturia-no que sobrevivió en Italia vendiendo “Poemas a 10 liras”, per-seguido y admirado por damas de alto copete que también le

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regalaban los favores de la hospitalidad y la caricia. Desfilamos todos para depositar el requerimiento.

Yaremis Reyes rompió el silencio abierto en la curiosidad de todos, en la expectación de nuestras miradas.

Tres historias, tres, nos regaló aquella mujer. Tres historias aderezadas con la cadencia dulce de su voz y cien registros para dar vida a la narración. Los ojos, el rostro, las manos, el cuerpo todo, los gestos y el movimiento servían de apoyo a la fabulación y la palabra.

Contó una historia de ambiciones de Colón y su enterra-miento en la catedral cercana. Contó cómo la Virgen de Regla pasó a ser un orisha africano: Yemayá, el orisha de las aguas. Contó la historia de una monjita que murió de amor soñando con un capitán del ejército español que se alojaba en la forta-leza de San Carlos de la Cabaña.

Cuando acabó la última historia, recogió la cesta del suelo, giró la hamaca y se balanceó plácidamente con la mirada per-dida dibujando los personajes en la cercanía de los escenarios en que habían sido reales en otro tiempo.

Aplaudimos. Y los aplausos subieron en espiral hasta la mueca sonriente de agradecimiento que nos regaló.

Decidí esperar hasta una próxima intervención.Tomé algunas notas.

- ¿Cómo fueron las cosas? –preguntó Vicente Choma al en-contrarnos de nuevo.

- Impresionante –respondí, escueto.- ¿Qué historias contó?

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Le esbocé apenas el argumento de cada una de ellas.- Faltan muchísimas. Tiene un repertorio amplísimo...Fue desgranando, durante la cena, las que a él más le habían

impresionado.

No pude evitar volver al día siguiente, prácticamente a la misma hora. No solo por las historias que contaba Yaremis Reyes, también porque adivinaba más de un secreto en ciertos silencios que Vicente Choma sostenía.

Yaremis desgranó tres historias. Después, otras tres. Supe más tarde que era el contenido de cada bloque, lo que le per-mitía ciclos originales de más de veinte días. Cada cierto tiem-po añadía al repertorio otros sueños y otras ficciones –vapo-rosidades las llamaba ella, lo que me despejaba una duda al menos-, a veces rescatadas de los propios asistentes.

La última me dejó lleno de sorpresas.- En una ciudad española del norte, León –comenzó, sose-

gada y narrativa-, vivió en el primer tercio del pasado siglo un pellejero, Genaro Blanco, al que todos los habitantes de la ciu-dad llaman Genarín...”.

Incrédulo, seguí con detalle, aunque no poco aturdido, la historia. Enriquecida, pero respetuosamente precisa. Tardé en salir de mi asombro.

Se rió estrepitosamente Vicente Choma cuando se lo conté.Le dije que quería hablar con ella. Me acompañó.- Cuento estas historias que he ido coleccionando –nos dijo

después de los saludos y primeras impresiones- para turistas

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asombrados y para cubanos de la vecindad... Los pequeños sueños siempre ayudan a vivir.

Sobre las paredes de la estancia, cuadros que la interpretan y fotografías que la definen. Da explicaciones sobre su origen y autor. También entonces desvela su mirada profundas e infi-nitas resonancias de otros sueños y otros paisajes.

Supimos que la suya es una historia de amor que pocas ve-ces cuenta. La historia de un amor roto.

Enamorada de un madrileño, viajó con él a España, con-vencidos los dos de compartir soledad y vida. El trabajo obli-gó a fijar su residencia en León a principios de 1981. Conoció entonces la Semana Santa, no faltó a ningún acto de la Feria del Libro, que se celebró entre los días 21 y 27 del mes de abril, entre ellos la presentación de El entierro de Genarín, de Julio Llamazares, con quien conversó durante unos minutos. Le en-tusiasmó la historia.

- En la Plaza de San Marcelo había mucha animación, a pe-sar del mal tiempo, aunque fue mejorando a medida que pa-saban los días. Recuerdo el homenaje que hicieron a un poeta, creo recordar que se llamaba Crémer. Y recuerdo un artículo que publicó por aquellos días un músico, Barja, en el que afir-maba que un país que lee es un país joven. Pienso yo que es un país también joven el que escucha historias. Y el que las cuenta.

- Toma nota –advirtió Vicente Choma, dirigiéndose a mí- y compruébalo en las hemerotecas.

Lo cierto es que Yaremis Reyes rompió con aquel hombre cuyo nombre nunca cita –sabe que sigue viviendo en León- y

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regresó a La Habana. Aquel mismo año, a finales, empujada por la decepción pero motivada por la nostalgia.

- No podía dejar de contar esta historia que tanto me impre-sionó, aunque no es fácil hacerla entender a gentes tan diver-sas como llegan aquí cada día.

- ¿Y por qué has elegido ser contadora de todas estas histo-rias? –pregunté.

Me miró con ternura.- ¿Cómo hubiese podido soportar esta vida sin amor y sin

sueños?

Nos despedimos.Vicente Choma Tacués caminaba a buen paso. Me miraba

con una sonrisa larga y pícara. A mí me asaltaba ahora única-mente una duda. ¿Habrá sido todo esto un montaje suyo?

- Ya tengo otro sitio para llevar a los amigos cuando vengan a visitar la ciudad, especialmente si son leoneses... Has confir-mado mi interés. Les diré, simplemente, que Genarín vive en La Habana. Y como es cierto, creo que dará resultado.

Cuando atravesábamos El Malecón, un sol de rojo inten-so se diluía, recortado, detrás del Castillo de los Tres Reyes del Morro. Adivinaba yo la silueta hermosa de Yaremis Reyes emerger desde el horizonte del mar.

Desde aquel momento La Habana se grabó para siempre en mi corazón.

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Índice��

Genarín vive en La Habana

7Botillo navideño en el Caribe

17La novia leonesa del Che Guevara

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© de los textos, Alfonso García.© de las fotografías, Alfonso García.© de la edición, EOLAS EDICIONES.

Diseño y maquetación: contactovisual.esISBN: 978-84-15603-62-7Depósito legal: LE-772-2014Impreso en España - Printed in Spain

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