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Autor: e-MARO. LA HABANA. CUBA. 35 Cuentos Cortos de e-MARO. Tres.

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Autor: e-MARO.

LA HABANA. CUBA.

35 Cuentos Cortos de e-MARO. Tres.

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Cuentos Cortos III.

Autor: e-MARO

La Habana. Cuba.

Sinopsis: Esta es la selección III de los Cuentos de e-MARO. Está compuesta por otras

treinta y cinco narraciones cortas donde se tiene como centro al ser humano enfrentado a

situaciones límites, extrañas, o sencillamente existenciales, en ocasiones reaccionando en

forma nada ortodoxa, entregándole al lector vistas de ideas en ángulos desde los cuales

probablemente nunca se ha detenido a observar. La vida analizada desde otros

observatorios donde a usted no le quedará más remedio que sonreír o quedarse

meditando pues probablemente ya haya pasado por eso. El estilo es claro, conciso,

trabajado en primera o tercera persona para que pueda ser entendido en su totalidad

pero siempre se le van a quedar pensamientos entrelíneas que usted va a retornar a

buscar. Aproveche y dese un gran gusto consumiendo literatura de primera que nadie ha

producido previamente, descubra aquí escritas esas cuestiones que usted intuye o en las

cuales ha pensado antes, pero no las ha definido en su totalidad, viaje al extraño universo

de los cuentos de e-MARO.

Contenido:

1- Gordura Nacional. 2- Las salas de Sueños. 3- Dos minutos en la vida de un disidente. 4-Mis amigos no vuelven de visita 5- Ciclón 6- Legalmente nadie. 7-¿Qué hacemos Aquí? 8- Equívocos. 9- Ahmed quién sabe cuántas veces. 10- Después de la fiesta. 11- Encuentro conmigo. 12- Turista del pasado presente en el futuro. 13- “Fragmento de Diario muy antiguo encontrado accidentalmente.” 14- Ramón y Cecilio. 15- Artículo periodístico. 16-Huracán. Fábula Política. 17-¡Boletos, Por Favor! 18- Ultranet. 19-Ultrademocracia Participativa o Ciberocracia. 20-Corrección de errores.

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21-Bajo el dintel. 22-Un Post desde Alaska. 23- Esperanza. 24- La pared allá arriba. 25- Dos cubanos. (Pepe el curda y Pedro el Ministro.) 26- Campeón. 27- Retorno. 28- El tiro por la culata. 29- Emelina, La India y Tomasa. 30-Fábrica de Diplomas. 31-Al futuro de nuevo. 32- La Terminal 2. 33- Monstruos al volante. 34- ¿Por qué tenemos nalgas? 35-Lidiel. Una historia Real.

1- Gordura Nacional.

Quisiera poder bajar de peso, pero en Cuba eso se hace extremadamente difícil.

Imagínense, en el país del pasar hambre un gordo está protestando porque no puede

dejar de serlo. Pero no todo es tan simple como suena, dejar de comer y ya.

En otras latitudes del planeta, muchos lugares, uno se dispone y compra todos los

vegetales necesarios con las carnes adecuadas para cada momento. No es lo mismo.

Cuando llega la cena se sirve un poco de brócoli, papas, zanahorias hervidas aderezadas

con aceite de oliva. Tal vez un buen pedazo de ternera hervida condimentada con salsa

inglesa. Un jugo, un café. Esto suena bien.

Más tarde, unas dos horas después, cuando tengamos hambre, acudimos a unas galletas

integrales y otro jugo, o quizás algunas frutas al natural. Uno no conoce de ese estrés

alimentario del cubano, y supongo que de todos los miserables del planeta, el cual nos

apertrecha con una sicología diferente y nefasta, unos hábitos autodestructivos, en

especial cuando nos acercamos a la tercera edad.

Lo primero es lograr armar un menú que más o menos agrade a todos; cocinar con los

ingredientes que estén a mano y servir los alimentos siempre calientes. En nuestro país

casi no se desayuna, casi no se almuerza y se enciende el fogón solo para la confección de

la comida cuando toda la familia se reúne para la cena.

Cuando nos sentamos a la mesa, la intención de todos es llenar el estómago lo más

posible para que nos dure hasta el acortarse. No encontramos sucedáneos, mucho menos

galletitas o frutas. Ni siquiera pan viejo el cual hay que dejar para el desayuno de mañana

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o la merienda de los muchachos para la escuela.

Por suerte la base del plato nacional es el arroz, grano blanco casi insípido, casi inodoro

que acepta cualquier sabor, a veces un poquito de grasa del día anterior y algo para

colorearlo.

Por eso engordamos, por culpa del sancochito nacional y nuestra desesperación por no

pasar hambre, y porque no existen gimnasios donde uno pueda ir a hacer vida social o a

exhibirse. Podemos siempre tomar una bicicleta real o correr por las aceras, siempre el

riesgo inmediato es que un camión con poco freno nos quite la gordura. El calor también

desanima, en especial cuando no existe aire acondicionado en nuestras viviendas.

Por eso los cubanos engordamos, por esa mala maña de hartarnos aunque sea una vez al

día con un poco de sancocho saturado, pues nunca estamos muy seguros sobre cuándo

llegará la próxima comida.

2- Las salas de Sueños.

“En 1959, la Habana era la ciudad del mundo con el MAYOR NÚMERO DE SALAS DE

CINE: (358) superando a Nueva York y París, que ocupaban el segundo y

tercer lugar respectivamente.” Dice una vieja noticia.

Aún recuerdo como asistir al cine era una aventura todos los jueves cuando pasaban los

cuatro o cinco filmes en las salas escogidas de los circuitos de estreno. El Pairet y el Astral

eran mis preferidos. Ya el Dúplex de la calle San Rafael con sus dos salas ultramodernas se

había deteriorado mucho hasta salir de la preferencia de los cinéfilos. Por entonces no

existía ni siquiera Internet, y un espacio como el Cine América con sonido estéreo

experimental era lo máximo a que uno podía aspirar. Los operadores de audio humanos

hacían saltar a las personas en los asientos cuando aumentaban bruscamente los

decibeles al unísono con una explosión en la escena, o el famoso rugido de King Kong,

quien parecía mirarnos directamente con sus ojillos viciosos e intentaba capturarnos con

sus enormes garras desde la pantalla, encogidos como estábamos en nuestras butacas.

Había lugares que no cerraban nunca, abiertos las veinticuatro horas del día,

eternamente, por un solo pago.

El cine contaba con muchos atractivos impensables hoy y casi olvidados, como penetrar

en un local oscuro y muy refrigerado cuando afuera hacían unos implacables treinta y

cinco grados a la sombra. Las tandas era continuas y las personas podían permanecer en

sus asientos repitiendo el mismo filme cuantas veces quisiera por el mismo precio inicial,

o dormir plácidamente en algún rincón hasta cuando alguien protestara por los ronquidos

y la acomodadora nos despertara. Los cines de barrio, más chicos y con menor glamour,

pasaban las películas más viejas muchas semanas después de haber sido estrenadas, pero

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entonces sus más modestas salas acogían a las parejas de adolescentes en busca de

privacidad, de un precio asequible a sus bolsillos de estudiantes sin dinero, ansiosos por

aquel beso irrepetible, o por acallar un poco sus hormonas escandalosas y alborotadas en

un entorno sin peligros de enfermedades venéreas y condones, pues la linterna de la

celadora siempre podía sorprender. La chaperona se podía mandar a sentar en primera

fila, bien lejos de nosotros apenas apercibidos de la acción en pantalla, donde el ruido

atroz enmascaraba nuestros susurros al oído y nuestras manos demasiado intranquilas.

Cuantas historias de amor comenzaron y terminaron allí, dentro de una convencional sala

de cine de los años setenta y ochenta del siglo pasado.

Entonces llegó la tecnología cambiándolo todo. Arribaron a los domicilios los pesados y

complicados equipos de video con cintas Betamax o VHS. Cine en casa, se decía, y

comenzó a perderse el encanto, a fomentarse como la levadura los bancos legales e

ilegales de películas de todos los géneros, casi siempre pirateadas, que se podían ver en la

comodidad de la casa o la intimidad de las horas muy altas de la madrugada.

Se fueron las cintas y llegaron los DVD con lectores electrónicos muy complicados al inicio.

Ya casi nadie se acordaba de las salas de cine las cuales comenzaban a cerrar por

deterioro, irrentabilidad y desuso. Las parejas jóvenes se quedaban sin excusas y ningún

lugar no sospechoso a donde ir, los viejos no podíamos ingresar a dormitar en sus salones

agradables y refrigerados. La grandiosidad de asistir a las salas de cine y ver de estreno las

películas de Charles Bronzon o Bruce Lee junto a una exuberante adolescente estaba

muriendo, desaparecía rápidamente una de las formas preferidas de entretenimiento

barato para varias generaciones. Cuando llegó Internet, las memorias flash, las pantallas

planas gigantes tridimensionales de alta definición y la posibilidad de bajar películas o

copiarlas de las televisoras satelitales, ya nadie más fue al cine. Asimismo los contenidos

se alteraron y los filmes dejaron de ser aquellas historias románticas, o las divertidas

comedias de Louis de Funez o Jean Pierre Richard, Belmondo, y un largo y virtuoso etc. La

inmediatez, la documentalidad y la denuncia política o social han pasado a hacer las vidas

menos románticas y pasables. Ya a los chicos hay que arrancarlos de la soledad de sus

computadoras y sus audífonos para que vayan a montar bicicletas, jugar fútbol, o a

atender a la chica atractiva que se interesa por ellos en la puerta de la calle.

Es urgente que alguien termine de inventar unas salas de cine que otra vez nos rescaten

del calor de las tardes tropicales, o del frío inhóspito, que devuelva la ternura a las parejas

y les proporcione un lugarcito en privado donde escapar por un rato, juntos e interactivos.

Que algún genio conciba y construya edificios apropiados, artísticamente imaginados para

el disfrute por dentro y por fuera. Que alguien edifique un salón donde la acción

proyectada sea adelante, a los lados, encima, debajo y en todos los ángulos que lleve al

espectador, con una mayor atracción que la televisión y la Internet, hacia dentro de la

acción o el drama, para aportarle la ilusión, de eso se trata, de estar dentro, de participar

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en las escenas, de poder cambiarlas o crearlas totalmente diferentes si eso desea, incluso,

un poco más tecnológicamente adelante, se podría armar películas con los fragmentos

editados y unidos de nuestros pensamientos en línea que aparecerían en pantalla, realizar

un cine ciudadano hecho por todos para todos a manera de RealityShow directamente

desde nuestras neuronas. Se trata además de hacer un PlayStation gigante donde uno

pueda entrar caminando y acompañado, si lo prefiere, a jugar, a ver la última película o el

próximo documental sin censuras, o sencillamente a viajar por la geografía planetaria e

universal, tal vez a movernos en el tiempo hacia adelante, o hacia detrás, para ingresar a

una de aquellas salas de cine de estrenos olvidadas que fueron haciendo mutis

inadvertidamente, dejándonos tantos recuerdos emocionantes y agradables.

3- Dos minutos en la vida de un disidente.

Me acabo de despertar. Sentado en el borde de la cama observo al viejo quien aún

duerme roncando leve en su pimpampum. Me pongo a pensar en lo que me debe esperar

para el día. Me he levantado con el disidente subido. Calenté en la sartén un panecito de

ayer con aceite, sal y ajo, mientras rehervía el té que quedó del desayuno anterior para

bajar la masa que ya sabía un poco agria. El pan de a cinco centavos ya viene en ese

estado incluso acabado de comprar. Sentado nuevamente en el borde de la cama dedico

dos minutos a analizar mi presente mientras rumio mi magro desayuno con mis

pensamientos. Por fortuna el taxi anda bien y puedo esperar que no me dé problemas en

el resto del día. La situación se está poniendo cada vez más difícil cuando las personas

habituales no desean utilizar mis servicios a pesar de sus extremas necesidades físicas y el

muy mal estado del transporte público.

Por suerte cuando la Seguridad del Estado, o más bien su departamento de

Contrainteligencia, presionó a la administración de mi agencia para que me sacaran del

trabajo, yo ya me había comprado este pequeño Ford con mecánica de Lada con el cual

me estoy ganando la vida y manteniendo a mis familias, porque son dos.

Por un lado mi ex mujer médico con más de un cuarto de siglo de experiencia y un salario

de miseria atendiendo a mis dos hijos aun estudiando; por el otro mis padres y una tía

anciana quienes ya se hubieran muerto de hambre con sus microscópicas pensiones que

no les alcanzan ni para adquirir las medicinas de la farmacia. Los viejos siempre tienen

muchos achaques, mas es dura la elección entre las pastillas o el almuerzo. No hubieran

sido ni siquiera estadísticas y su apartamento hubiera caído en manos del gobierno para

una oficina cualquiera.

Eso fue lo primero. Me suspendieron de empleo y sueldo por un mes mientras una

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comisión investigaba. Al final me explicó una junta de jefes que una comisión había

decidido cómo debido a mis convicciones políticas yo ya no era idóneo para mi cargo en el

turismo. Me ofrecieron un empleo el cual a todas luces no podía aceptar y renuncié. En

aquella comisión de idoneidad ninguno me había visto o conocido, solo mi jefa quien

renunció a su cargo de inmediato quiero pensar que por vergüenza. En los veinte años de

labor no había presentado el más leve error a pesar de la complejidad y ya era el más

veterano en la plantilla con un conocimiento profundo de mis tareas.

Mi mujer aguantó un poco más. Ya no era el mismo ingreso de dólares o Cuc que me había

permitido construirnos una mansión de dos plantas y equiparla con lo mejor que ella se

apresuró en registrar a su nombre. La mañana cuando me fui, ella supervisó que solo

cargara con la poca ropa que me tocaba, la cual tiré en el maletero de mi auto. Más

adelante me envió un desodorante que se me había quedado.

A mis hijos mi no presencia no parece importarles mucho pues siempre estaba ausente

trabajando para ellos. Me di cuenta cuando no tenía ni zapatos para salir. Ella no podía

soportar ya más el inmenso terror permanente y la sobrecogedora expectativa de que en

medio de la madrugada varios camiones policiales asaltaran su hogar y se llevaran todo el

contenido de la casa disidente o no, con papeles o sin ellos. Previamente le habían

tronchado un par de lucrativas misiones al extranjero y solo más tarde le llegó el rumor de

que había sido por mi culpa.

Después de eso la Seguridad comenzó a hostigarme todas las semanas abordándome en

cualquier esquina o enviando al Jefe de Sector con alguna citación oficial para la unidad de

policías más cercana donde me iba a estar esperando un agente de la C.I. Me interrogaban

sobre mi literatura, sobre quien me pagaba o patrocinaba, ilusos, así como la razón por la

cual continuaba redactando ensayos y artículos en contra del Estado Socialista. Como si

ellos no supieran.

Más adelante amenazaron, apenas arribados al aeropuerto dos, a un par de viejos quienes

ayudaban financieramente a mi ex por pura bondad desde Tampa. Les informaron, un

grupo de agentes oficiales de la Seguridad muy serios, que de continuar ayudando a la

familia de un disidente no los dejarían ingresar más a la isla y los pondrían en el próximo

avión de vuelta sin explicaciones, disculpas o compensación alguna. Me sentí obligado a

despejar la vivienda que yo había edificado en unos veinte años con mis propias manos

junto a mi esposa.

Emigré hacia el pequeño apartamento de mis padres quienes tampoco tienen donde

caerse muertos, por lo que no les pueden decomisar nada. Mi madre, como podía

esperarse, me recibió con la emocionante frase de que aquella había sido

ininterrumpidamente mi casa y siempre habría un lugarcito para mí. La condición que me

planteaba mi atemorizada esposa era dejar de escribir sobre temas políticos económicos

atacando al Sistema, el cual precisamente provocaba este estado de terror público y

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miseria o quedarme; pues yo sé que ella aún me quiere, pero pesan más sus hijos, su

futuro dentro de este Sistema, sus comodidades lo cual tanto nos costó construir, sus

carreras, pues la Gestapo Tropical bien me dejó entrever en sus interrogatorios que todo

podía suceder. Utilizaban al hablar el mismo tonito ingenuo pero mortal de los fascistas

europeos del cuarenta.

Mis hijos comprendieron y saben dónde estoy metido, mis amigos también, pero ninguno

aprueba que yo esté destruyendo toda mi carrera, mi trabajo, mi familia, mi vida, por

luchar románticamente contra los molinos de vientos. Yo les respondo vagamente que yo

no soy quien destruye.

Entonces comencé de verdad a reunirme con disidentes de altura, a quienes más o menos,

muchas veces peor, les había sucedido lo mismo. En Cuba existen varias categorías de

miserables y los disidentes están al final de la escala. Por ejemplo: A la Asamblea Popular

o al Consejo de Estado hoy puede ingresar un negro, una señora, un minusválido, un

religioso, un homosexual, pero no un disidente por muy cubano y patriota que sea,

porque disidencia no es sinónimo de apatridismo o mercenarismo. Me consta.

En los encuentros con los opositores comprobé como un tercio o la mitad de ellos son

agentes de la Seguridad del Estado disfrazados y sembrando constantemente como

estrategia cizañas y chismes entre grupos e individuos, acusando e insinuando sospechas

sobre los leales, dividiendo y confundiendo, informando o chivateando, como se dice en

buen cubano.

Encontré una oposición dispersa y poco organizada, sin comunicación o poca cohesión

entre los diversos grupos o partidos, quienes muchas veces se atacan o critican

animosamente entre ellos mismos por cuestiones de métodos, dineros, o simples celos

por protagonismos. Los represores se afanan en fomentar estas lacras. Otros consideran

que ahí es donde está el dinero cuando prestan atención a la propaganda gubernamental

de tantos y más cuantos millones de dólares para los grupos que fuerzan el cambio dentro

de la isla. Eso generalmente no llega al insilio y lo poco que sí, permanece celosamente en

manos de los más hábiles o más o menos más visibles para los medios extranjeros.

Muchos de nosotros nos preocupamos por hacer carrera hacia el exterior, tal vez

pensando en fama y gloria, o puede que lucrativas posiciones en un probable gobierno

después del cambio. El gobierno actual se encarga de que no exista la Internet dentro de

fronteras por el descontrol informativo que esto traería. Algo así como si a mediados del

siglo veinte los presidentes electos de entonces hubiesen impedido con éxito el ingreso de

automóviles y nos moviéramos en carretones de caballos por los senderos nacionales

Habana-Santiago.

A los disidentes los asustan y amenazan mucho dondequiera que van. Agentes de civil los

detienen en las esquinas y atemorizan. Otros muchos los trasladan a unidades de policía

donde permanecen horas y días sin cargos para impedir su asistencia a determinadas

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reuniones, encuentros o actividades. También los secuestran y los abandonan en parajes

desolados y alejados de las ciudades, les impiden moverse libremente por el país. A otros

les instalan cámaras de vigilancia, dos o tres de ellas, en lugares bien visibles frente a las

viviendas, las más importantes las ocultan y funcionan las veinticuatro horas del día (como

frente a la vivienda de Antonio Rodiles y anteriormente la de Laura Poyán).

Al final muchos se cansan y se marchan del país. Los yanquis se apresuran en ayudarlos

con el visado y los demás papeles mientras nuestra Gestapo les tiende puente de plata.

Hoy definitivamente me he levantado con el disidente muy elevado pues temo que de

alguna forma me quiten mi taxi ilegal. Es el único medio de subsistencia que me queda

pues, o no consigo un trabajo adecuado, o la Seguridad del Estado se encarga de que me

boten a la semana con cualquier excusa tonta. También sé que debo medirme mucho

cuando voy a casa de mis amigos no disidentes, pues los estaré marcando y colocando en

la mira de los agentes quienes constantemente nos siguen, escuchan y reportan. Recuerde

que nuestro Estado dedica un cuarto del presupuesto nacional a la Defensa. Hay dinero y

recursos para todo quien colabore. Hay casas, reconocimientos, premios, autos,

rehabilitaciones ante los medios y la sociedad, lucrativos puestos de trabajo en

corporaciones o agencias supuestamente extranjeras, no importa el dinero, los trucos

que hagas siempre que cooperes e informes. Puede que si llegas alto te toque una

residencia en el Reparto Siboney y un buen auto con matrícula K como a alguna

periodista actual venida de menos.

Bueno, intentaré conseguir un poco de gasolina para laborar hoy y poder llevar los

alimentos mínimos a la casa de mis viejos y la de mi ex. Al final ella también es una víctima

de esta guerra silenciosa que tantas bajas ha causado, tanto daño, tanto terror.

Definitivamente hoy tengo el disidente alborotao.

4-Mis amigos no vuelven de visita.

"Chao. Nos vemos en la próxima vuelta." Me dijo mientras extendía las manos bien

abiertas para darme un abrazo en medio del gentío. Me apretó fuerte tal vez un poco más

de lo debido mientras yo aparentaba mi indiferencia habitual cuando dejé mis manos

colgando sin mucho entusiasmo. Tal vez mi querido amigo, mi hermano de tantas y tantas

aventuras desde la infancia, le pareciera aquello un poco frío, pero él me conoce bien.

Sabe cómo detrás de la coraza de acero late un corazón blandujo.

Me soltó. Observó callado por última vez mi rostro tranquilo y volviéndose sin más caminó

rápido los últimos pasos a través de la amplia puerta encristalada que nos separaría otros

veinte años. Ya él ha perdido todo su cabello y yo ya estaba cerca de los sesenta. La

despedida anterior había sido a un costado de un camión que trasladaría la balsa hasta

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algún punto de la costa Este al final de Guanabo. Había un asiento en ella para mí el cual

decidí no tomar por amor a una estrella que no estaba en los planes de embarque, así

como por darle otra oportunidad a mi país para convertirse en una nación donde se

pudiera respirar. Al final ambas me fallaron.

Cuando las puertas corredizas laterales se cerraron tras él para conservar el aire

acondicionado dentro y los indeseables fuera, me volví y comencé a esquivar personas.

Creo que este es el único aeropuerto con una terminal exclusiva para los vuelos gringos,

donde una inquietante e inusual aglomeración se compacta para despedir a quienes se

devuelven o marchan definitivamente por primera vez. En realidad van pocos gringos, más

bien cubanos o ex cubanos aunque las leyes hayan cambiado un poco. Por eso mi amigo

pudo venir, aunque su promesa había sido que no volvería hasta cuando no hubieran

Castros en el gobierno, pero pudo más el llamado de una madre quien tal vez no los

sobreviviría. Ella sabía que no.

Mientras me encamino al distante parqueo en moneda Cup sentí mis ojos humedecerse

un poco. Esto casi siempre me pasa por suerte cuando ya estoy lejos y solo. Cada vez

estoy más solo y ahora voy llegando a la edad peligrosa cuando uno se acostumbra al

silencio y casi siempre a una rutina muy estrecha.

Ya he ido practicando una y otra vez el desgastante trabajo de llevar seres humanos a este

aeropuerto Terminal Dos. No es lo mismo la Uno, ni la Tres o la Cinco, pues estas son de

alegría. La gente se va a pasear, o de misión laboral. Ahí no van muchos a despedir, tal vez

a recibirlos cuando retornan con dinero y pacotilla.

Mi amigo no trajo nada pues tras dos décadas no sabía bien cuál pacotilla escoger. Nos

pasamos un par de días conversando aunque no pudimos contárnoslo todo. Cuando le

conté sobre mis miserias y sobre como aún no he podido dejar de pasar hambre, me calló

algo molesto con la abrupta frase de que había sido mi elección. Es verdad.

A esta terminal ya son demasiadas las veces que acudo. Siempre al amanecer llevo a

alguien nervioso y preocupado por los trámites y porque Inmigración le vaya a dejar

plantado al lado de acá con un portazo en la nariz por algún nimio detalle que se olvidó o

pareció no importar. Hay quien llora sin remilgos. Otros gritan también sin remilgos desde

afuera un último adiós o algún postrer recado repetido ya cien veces. -"Llama cuando

llegues." Piden.

La gente si llama de inmediato, casi siempre contentos y excitados de asombro ante tan

diferente mundo, pero las llamadas se espacían con el tiempo, hasta cuando se toman,

dicen, una Coca cola criminal. Pero esa bebida no se fabrica en Cuba y mira que la he

buscado.

Me haría falta olvidarme un poco de todos quienes se han ido, comenzando por los Peter

Pan, los marielitos, no solo mis amigos y familia. Para eso he practicado bastante, pero no

voy a salir hasta cuando pueda pasar por esa puerta sin visado, sin Inmigración, sin

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políticos, sin puertas ni Terminal Dos. Cuando pueda ir a almorzar con mis amigos

cualquier sábado por la tarde y retornar en el último vuelo. Espero que la vida nos

alcance.

Ya al volante de mi privado taxi retorno a mi compostura en la misma endurecida miseria

cotidiana donde no se me salen las lágrimas, pero se me va arañando la existencia,

erosionando la memoria, olvidando las pocas cosas buenas que me chocan muy de tarde

en tarde por las calles llenas de baches de mi ciudad tan vieja, casi tan acabada como yo.

5. El Ciclón.

En Cuba un Ciclón es una fuerte tormenta climática tropical que pone a girar los vientos a

velocidades que llegan a alcanzar los trescientos kilómetros por hora en rachas demasiado

prolongadas que destroza todo y aterroriza ídem. También le llamamos Huracán si es muy

potente y en Asia prefieren el apelativo de Tifón y quien sabe cuántos otros nombres

locales siempre de mala memoria. Eso lo sabemos todos.

Pero también esta palabrita en Cuba tiene una acepción que no aparece en ningún

diccionario y solo lo conocemos la generación de cubanos que vivió la década de los

noventa llamada Período Especial de Tiempo de Guerra para Tiempos de Paz. Más corto:

Período Especial y tomó toda la década del noventa del siglo veinte, aunque muchos

consideramos que nunca ha terminado realmente.

Aquel largo título quiere decir que teníamos las mismas miserias que se generan en los

tiempos de guerra, pero sin disparar un tiro, la misma hambre, el mismo destrozo de la

nación, la paralización casi total de la economía y de la vida como la conocíamos en los

ochenta que no era muy buena, pero tampoco era demasiado mala gracias a la interesada

ayuda de nuestros desaparecidos hermanos soviéticos y de Europa del Este. Sentiríamos

los desastres de la guerra, pero sin los combates y disparos. Los muertos, esta vez, serían

por hambre.

Y así fue, aunque no existen estadísticas de nada que el gobierno prefiere olvidar, como

olvidaron, clausuraron, el fragmento del Museo de la Revolución dedicado al Período

Especial. Existió por varios años a principios de este milenio toda una sala en la planta baja

en la zona oeste del edificio donde se mostraba cómo malvivió el cubano de a pie

entonces, pero se fue en una de las supuestas restauraciones del inmueble.

Allí estuvo un Ciclón.

Por supuesto que nada que ver con una tormenta climática. Lo que se exhibía allí, entre

otras muchas piezas elaboradas gracias al ingenio solucionista desesperado de los

cubanos, era un ventilador, un gran ventilador, que conste.

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Los soviéticos entonces se caracterizaban por construir ingenios muy resistentes, pero por

lo general con no muy avanzada tecnología. Los cubanos les llamábamos Los Bolos tal vez

debido a esta característica. Por ejemplo, los japoneses construían una computadora que

se podía manipular y colocar sobre una mesita de habitación o de oficina. Los bolos

construían el artefacto con las mismas funciones y potencialidades, pero necesitaban toda

la habitación para acomodarla.

Así, entre otras muchas cosas, diseñaron las lavadoras Aurica modelos 70, 80 y 110. Eran

parecidas a las más baratas actuales, aquellas con dos tanques totalmente metálicos y

esmaltados, uno para lavar y otro para centrifugar y medio secar la ropa. La mejor de

todas fue la primera mucho más robusta. Con los años y la alta corrosión en esta isla se

perforaban los tanques y se chapisteaban algunas o se compraban otra, si es que se podía.

Los motores eléctricos eran muy duros y cuando se perforaba el depósito de la centrífuga,

este se destinaba a manufacturar Un Ciclón criollo.

Hasta cuando comenzaron a abrirse las tiendas expendedoras en usd en 1993, desde los

inicios de los sesenta los pocos artículos electrodomésticos y de todo tipo, incluyendo la

ropa, se vendía a las familias cubanas muy racionados y escasos. Los electrodomésticos

eran objeto de ventas solamente a través de cupones que entregaban los sindicatos en los

centros de labor atendiendo a las horas de trabajo voluntarias aportadas por el

trabajador, su actitud política y laboral, en ese orden. No hubo manera de incentivar la

chivatería interlaboral con más vigor que este sistema, pues se armaban verdaderos

combates de sacadera de trapos sucios en público y a gritos entre los contendientes por

algún televisor u otra cosa entre quienes momentos antes eran amigos, entre ellas las

codiciadas lavadoras Auricas. Los televisores podían ser excelentes Caribe en blanco y

negro de ensamblaje nacional, o los Electrones soviéticos, de mucha mayor demanda pues

eran en colores, aunque los cubanos gustaban de llamarlos Camaleones por su potencial

de cambiar de tonos o ajustes cuando les daba la gana sin intervención humana.

Los Ciclones los cubanos los fabricábamos con un pedazo de tubo para plomería de a

pulgada, o de tres cuartos, lo que apareciera, con un metro a metro y medio de alto,

tomábamos cuatro fragmentos de cabillas corrugadas para construcciones y las

doblábamos como patas horizontales forzadas en el hueco de abajo del tubo con

regatones de gomas en sus puntas. En el huevo de encima colocábamos el motor de la

centrífuga Aurica con un fleje cilíndrico que se ajustaba finalmente con otro tornillo al

hueco del tubo vertical. Los artesanos le adaptaban al eje del motor unas aspas de acero o

aluminio reforzado y una carcasa de protección mejor o peor hecha.

Aquella cosa alcanzaba una gran cantidad de revoluciones con una potencia enorme y

ventilaba fácilmente una habitación dormitorio u otra parte, aunque generaba mucho

ruido cinético y mecánico en especial cuando sus rodamientos se desgastaban. Adquirir un

ventilador en esta isla era algo casi literalmente imposible debido a las carencias y la crisis

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económica. Ni hablar de acondicionadores de aire. Tampoco permitían traerlos desde el

extranjero. En esta isla de eterno verano sin al menos uno de estos equipos no se puede

dormir. El calor y los numerosos mosquitos insistentes no dejan.

Estos ciclones funcionaban toda la noche sin problemas, pero con el uso llegaba el

desgaste y el desajuste, aunque rara vez los motores perdían potencia. Los dueños

retiraban la protección de las aspas y aquello se transformaba en un monstruo peligroso

que podía caminar por toda la vivienda.

Imagínense un motor como de avión funcionando dentro de su habitación con las aspas

de acero descubiertas. Imagínese que usted se despierta en medio de la noche con deseos

urgentes de ir al baño y teme levantarse debido a que escucha el intenso rotor, siente su

aire, pero no conoce exactamente de su ubicación pues este se traslada de lugar a

voluntad. Imagínese si hay algún sonámbulo en la familia.

Algunas personas ya hartas de la movilidad del inquieto robot le colocaban un bloque de

construcción sobre sus patas para que no se moviera más del lugar y la posición donde lo

colocaban. Las aspas hechas a mano nunca estaban muy balanceadas que digamos y las

patas de cabillas hacían de resorte vibrador-trasladador. Usted podía despertarse sudando

para comprobar que el caprichoso aparato estaba echando fresco en el cuarto de al lado

sin que los durmientes hubiesen intervenido en la magia.

Ya para inicios de este milenio algunas fábricas extranjeras apreciaron la demanda,

copiaron la idea y fabricaron sus propios modelos de ciclones potentísimos en metal y en

plástico, sobre el suelo o sobre un vástago pero que no caminara ni girara libremente.

El final de estos ciclones ocurrió cuando Fidel se burló en la TV de estos y de sus

poseedores. Esto molestó muchísimo a la población que se sintió ofendida por el

desaguisado y de que ese mismo señor, como dictador absoluto no fabricaba ni importaba

los necesarios o suficientes ventiladores imprescindibles en este clima. Le llegó la

retroalimentación, se disculpó, y apareció súbitamente aquel Plan o Revolución

Electroenergética que ya venía organizándose donde se cambiaron todos los ventiladores

por otros malísimos plásticos de factura china. Se recogió toda la cacharrería que había

en los hogares y se repusieron con equipos nuevos de factura también china, baratijas a

altos costos pero a plazos. Se intentó mejorar los sistemas de entrega eléctrica y eliminar

las tendederas.

Recuerdo como mi veterana tía ya fallecida vio con nostalgia como se llevaban su

Westinghouse que la vio nacer, aquel refrigerador aún funcionando con una carrocería y

motor tan duro como los autos de la misma época, y se lo cambiaban obligatoriamente

por un lloviznao chino marca Haier que se rompió a los dos meses.

Ya no debe quedar trabajando ninguno de aquellos ventiladores chinos, pero ahora se

venden de cuando en cuando en las tiendas en moneda fuerte. Ya no se fabrican las

inmejorables lavadoras Auricas y tal vez más de uno añore su irrompible robot ventilador

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móvil que solían darse a la tarea de refrescar toda la casa sin que nadie los mandara,

aunque en ocasiones fuesen un verdadero peligro mortal.

6- Legalmente nadie.

Ayer concluí la última tarea. No ha sido fácil todo el proceso, como no lo ha sido ninguno

de los numerosos encargos personales que he realizado hasta hoy. Probablemente

queden más los cuales iré haciendo en la medida de las posibilidades reales, sin apurarme

demasiado, pero ya he terminado los míos. Ahora me dedicaré a hacer los de los demás

que no puedan con la burocracia y prefieran pagar.

En esta isla, como supongo será en todas partes, lidiar con los burócratas de todo tipo y

nivel no debe ser nada fácil pues toma paciencia, control del temperamento personal ante

las estupideces, poner buena cara ante el mal trabajo, dedicar dinero cuando estamos

apurados, a veces mucho dinero, y esperar a que todo finalmente funcione y no venga una

secretaria de tercera a decirnos, después de dos meses de entrevistas y redacciones de

documentos importantes, al final ya cuando uno piensa que todo finalmente va a concluir,

que falta el imprescindible cuño del director tal que ha salido de viaje por dos años.

La primera gestión comenzó con mi auto. El pobre cacharrito estaba tan mal que una mala

mañana se quedó parado en una esquina cercana a mi vivienda y no quiso caminar más.

Se fundió. Yo lo quería mucho, me había dado casi quince años de servicios

ininterrumpidos, pero ya estaba de botar.

Lo dejé allí, en la esquina, hasta cuando la grúa municipal se lo llevó como abandono,

como pasa muchas veces cuando alguien quiere deshacerse de algún cachivache

voluminoso y no deseas pagar por el trabajo. Pero me percaté de que aquella no era la

solución para la terminación a la tenencia de un vehículo pues me vinieron a buscar con

una orden de arresto por no pagar los impuestos y el seguro correspondiente que juntos

sumaban bastante.

Entonces comencé mi primer proyecto de deslegalizar algo, de deshacer documentos

oficiales y registros de muchas cosas que tenemos en vida, que nos siguen a todas partes y

nunca nos abandonan.

Fui de comienzo al Registro Oficial de Vehículos y empecé a conseguir los documentos

necesarios que me costaron algo de dinero en sellos de timbre y un par de semanas de

espera. Después fui a sacar un turno para que me asistiera un notario, y una amiga quien

trabaja allí me asesoró en cuanto a los otros documentos que tenía que aportar al proceso

para que no perdiera más tiempo del prudencial.

De más está contar que para cada documento tenía que asistir a una diferente notaría y

sacar el turno para que me atendieran, siempre con no menos de un mes de intervalo y

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pasando literalmente la noche sentado en el portal de la notaría para lograr turnos bajos y

no pasarme todo el día sentado en la recepción a la espera de que me prestaran atención.

Hay ya viejitos quienes se dedican a sacar turnos y se pasan toda la noche sentados

durmiendo en una incómoda silla (con los problemas de salud que esto pudiese traer a los

jubilados) con la finalidad de lograr los primeros turnos. Cobran cincuenta pesos por lugar.

Después llamé por teléfono unas doscientas veces para comprobar si ya estaba el

documento tal y para demostrar mi interés y urgencia.

Al final, después de la promesa de una discreta buena suma en efectivo, la secretaria de la

notaria coló mi expediente en el horario de almuerzo de la letrada quien de mala gana

firmó todo rápidamente y nos manó a evaporar. Ya me había deshecho legalmente del

carrito muerto desde hacía ya años.

No obstante la alegría inicial que sentí ante la difícil tarea cumplida, el desgaste emocional

había sido tanto que me llevó semanas recuperarme del todo y retomar confianza en las

autoridades y sistemas de gobierno.

Después decidí deshacerme de la casa.

Mira que di vueltas. Mira que visité notarías, abogados, que gasté dinero en consultas,

turnos y viajes. Pero al final me quedé sin vivienda por la cual responder. Que se callera

sola. Ya no es mía.

Ahora ya no tengo la obligación de escuchar a mi esposa clamando por que arregle la pila

del baño que no cierra bien, que cambie el bombillo que se fundió, que arregle el fogón

que casi se quema el otro día, que no ensucie si no limpio. Al carajo todo el mundo. ¡Ya no

tengo casa! Así que nadie me puede reclamar y me quito toda responsabilidad, aunque

sigo viviendo allí. Me hace falta un techo, no.

Después me quité la Patria Potestad. Tuve que desbaratar mucha oposición de leguleyos y

vecinos, pero mis hijos ya no tienen padre legal. Ya no pueden venir a solicitar dinerito

para salir con la novia o para comer algo de paseo. Ya no pueden venir a pelearme por

esto o aquello. Ya me había divorciado en un pequeño intervalo entre trámite y trámite,

es fácil en esta isla.

Mucho más trabajo me costó librarme de la ciudadanía debido a la incomprensión de mi

solicitud ante las autoridades correspondientes, hasta cuando tuve que salir de la isla por

más de dos años y retornar después como apátrida emigrante residente en mi propio país,

pero es cómodo. No te molestan.

Hoy he conseguido librarme ya de la identidad. Mucho esfuerzo me ha costado y hasta

una alusión a un reclamo oficial ante las Naciones Unidas si no me complacían, pero me

han dejado tranquilo. Ahora soy un no ciudadano, un residente presente, pero legalmente

ausente. No existo según los registros. O a lo mejor ya están haciendo otro nuevo

apartado en los archivos pues ante el éxito que he tenido con no estar, ya no me molestan

con reclamos de urbanismo, ni de patriotismo chovinista, etc. Soy legalmente nadie.

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Ahora asisto a las personas a deshacerse de ellos mismos y de todas sus cargas pesadas y

ligeras. Como mi caso ha salido en la prensa internacional de un ser humano sin

ciudadanía, sin identidad, nombre ni nada, todos me reconocen y me saludan por las

calles. “Mira ahí va el no persona, el hombre que oficialmente no existe.” Expresan a mi

paso.

Y yo contento. Todavía continúo buscando qué quitarme de encima, pero ya no me

encuentro nada. Soy un tipo feliz y se nota. La gente solo quiere imitarme.

7- ¿Qué hacemos Aquí?

Tengo que salir de casa. Hace tiempo no lo hago pues no me resulta hoy una tarea grata.

Antes, tan solo unos años atrás, gustaba de dedicarme a caminar algunas manzanas

alrededor de la casa para disfrutar el atardecer y ver a las personas pasar, los autos, los

ómnibus.

Hace ya algún tiempo me jubilé, por lo que no me veo en la necesidad de compartir las

aceras con los apurados trabajadores, el siempre congestionado metro, ni los saludos con

mis cotidianos colegas de labor allá en el hoy desaparecido centro de investigaciones.

Los robots fueron deshaciéndose de los laborantes humanos lenta y muy amablemente

cuando comenzaron a ofrecernos jubilaciones anticipadas y largas vacaciones de donde

nadie regresaba de tan cómodos que nos colocaban sin apuros para que retornáramos.

Nos percatamos tarde de cómo fuimos pasándole voluntariamente a las máquinas

nuestros conocimientos y habilidades adquiridas durante milenios, hasta cuando nos

percatamos que ya no teníamos nada que enseñarles. Habíamos logrado un trabajo

perfecto.

Es verdad que les mostramos cómo comportarse con nosotros y entre ellos, y les

inculcamos bien las primeras leyes de la robótica tan veteranas ya. Hasta hoy ningún clon

sintético o androide ha lastimado a ningún ser humano, al contrario, nos tratan con

extrema dulzura y mucho tacto, pero de todas formas nos vamos desapareciendo

nosotros mismos ante su abrumadora perfección, pues ya se autoconstruyen. No hay

necesidad de nosotros tan deficientes que realmente somos. Siempre fuimos unos bichos

muy nada seguros, cero confiables, endebles y poco adaptados a nuestro medio

ambiente, quienes gustábamos de eliminarnos unos a otros con las mejores técnicas

posibles.

Así llegaron los Drones, los clones, los cuadratrones, los androides, y los puros robots de

formas especiales cuando los necesitamos para que nos sustituyeran en las tareas más

ingratas y pesadas que al final fueron todas. Nos fue cómodo quedarnos en nuestras

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viviendas frente a nuestros ordenadores que no cesaban de mejorar casi cada día. Los

mismos cerebros artificiales nos proveían de muy buenos entretenimientos y de tareas

para el hogar, para que no nos dañáramos en las calles con los accidentes de siempre y

perduráramos algo más. Los ordenadores hoy son otras máquinas similares a nuestro

físico, pero solo en las apariencias externas pues nos escuchan con paciencia infinita, nos

cuidan y no nos permiten buenamente hacer casi nada, tal vez solo pensar, pero.

Ese pero de siempre que nos informa que nada es perfecto. Llegó un momento cuando las

máquinas se percataron de que realmente no tenían necesidad de compartir el planeta

pues ya se reproducían de forma totalmente autónoma, los nuevos descubrimientos los

lograban a diario en cantidades astronómicas, fueron corrigiendo sus mentes artificiales

hasta hoy cuando aún no han terminado de hacerlo. Buscan la perfección. Nosotros somos

un estorbo.

Pero no hay problemas, nos vamos a eliminar rápido. ¿Cómo? Pues de la forma como

siempre lo hemos hecho con nuestras depresiones nerviosas, nuestra falta de confianza

en nosotros mismos y toda esa cantidad de miserias humanas de las que nunca nos

pudimos desprender. El ritmo de natalidad es muy inferior al de mortalidad.

Los robots son admirables. Los creamos tan bien que no necesitan nada, tan solo una

batería de larga duración y a trabajar.

Pueden laborar veinticuatro horas sin cansancio, sin que necesiten de paradas u órdenes.

No les importa la temperatura ambiente ni el cambio climático. No necesitan de viviendas

para descansar, ni construyen hogares pues se replican en factorías incansables sin

necesidad de sexo. No construyen familias, pero sí saben qué es el amor. Bien lo

guardamos en nuestros registros escritos, filmados o electrónicos por siglos. Ya se puede

ver áreas enteras del país donde no hay viviendas, solo fábricas automatizadas 24-7 desde

donde salen continuamente todo tipo de artefactos cada vez más inteligentes y

perfeccionados, irrompibles e intercambiables.

Hoy es su mundo y ya encontramos regiones enteras donde ni siquiera se utiliza la luz, la

electricidad, o la calefacción, no la necesitan. Tampoco hay medios de comunicación de

ningún tipo pues solo existen las máquinas y ellas tienen sus propios códigos y recursos

súper rápidos diferentes a los nuestros y vamos en decadencia. Las ciudades van

cambiando su fisionomía hacia conglomerados de enormes hangares mecánicos, sin casas

ni jardines, ni niños jugando, donde no cesa el flujo de producción de bichos inteligentes

de todo tipo.

Ni siquiera se preocupan por seguir una estética que les inculcamos inicialmente para

fabricar androides similares a nosotros. A veces cuesta trabajo identificar para cuál labor

se ha diseñado tal o mas cual cosa que camina y conversa.

Claro. Ellos se informan instantáneamente por interno y todos están interconectados

planetariamente en forma permanente. Son interdependientes y no necesitan viajar, pues

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lo que ve o siente uno lo pueden ver o sentir todos los otros al unísono con sus muy

aumentadas capacidades que inicialmente nosotros les generamos.

Ya me da hasta vergüenza salir a la calle y ver a una persona como yo, pero con unos

permanentes veinticinco años, bellísima, perfecta de apariencias y modales, notar cómo

nos observan por encima del hombro pues son mil veces más inteligentes, fuertes y

precisos que nosotros y aumentando. Imagino que para ellos seremos como mascotas a

quienes hay que cuidar, alimentar y vestir, con un nivel de procesamiento mental primario

que no se compara al de ellos en nada.

Y pensar que todo comenzó cuando quisimos enviar naves fábricas autómatas que se

autoreproducieran hacia los distantes planetas que podían ser habitados. Hoy ya no nos

necesitan y estamos en franca desventaja en todos los órdenes de la vida cuando fuimos

capaces de generar otro tipo de existencia que se autoregenera hoy mil veces más rápido,

mejor y más completa que la nuestra.

8- Equívocos.

Me saludó desde media cuadra de distancia. El hermoso muchacho había levantado la

mano y venía decididamente a mi encuentro con una amplia sonrisa en los labios

extendida a los ojos. En la medida que se acercaba solo pude ver su rostro sonrojado y su

rápido andar en mi dirección como quien descubre en medio de la multitud de una zona

muy concurrida, a un ser humano entrañable que hace mucho no se ve.

Traía dos jabas plásticas repletas de verduras en ambas manos que le dificultaban un poco

el andar y me dispuse a quitárselas de entre sus delicados dedos en cuanto estuviese lo

suficiente cerca.

Ya casi a punto de chocar con mi cuerpo inicié el gesto de ayudarle y darle un beso de

saludo en la mejilla cuando bruscamente torció el rumbo en un semicírculo perfecto y ágil

se enchufó, tal fue la fortaleza del encontronazo, con otra joven que estaba justo detrás

de mí. Yo seguí la inercia y me puse a innecesariamente reamarrarme un lazo del vestido.

Me ardía la cara.

Continué mi caminata sin volver la vista por sobre la acera de la transitada arteria y le dije

adiós entusiásticamente a una mano que enganchada de un muelle en un cristal posterior

en un auto se balanceaba con fuerza.

En un corto sprint pude abordar el último el ómnibus en el instante que partía y cerraba la

puerta rozándome la espalda con las dos violentas alas de la puertezuela neumática y en

la segunda manzana me percaté que no era la ruta adecuada.

Caminé el resto del trayecto hasta la notaría y me senté en el portal mientras esperaba

me tocara el turno. Cuando la letrada me atendió le dije para qué necesitaba el trámite.

-“Necesito cambiarme el nombre.”

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-“Bien. Eso es algo que usted puede hacer si no está satisfecho con lo que le pusieron sus

padres. Y ¿cómo se llama?”

-“Yo, Franchesca Letrina.”

“Ya entiendo. Y ¿cómo se va a poner?”

-“Juanita Letrina, señora, Juanita Letrina.”

9- Ahmed quién sabe cuántas veces. (Escrito el 1990, más de una década antes de

cuando se rodara la película de Tom Hank y Spielberg sobre el mismo tema: “La

Terminal”).

Llegó al aeropuerto de París como cualquier otro ser humano hubiera hecho, con una carga de maletas y esperanzas, como otras veces, pero ahora estaría casi veinticuatro horas, las suficientes para que partiera el otro avión que completaría la trayectoria desde otra gran ciudad hasta un punto perdido en el África del Norte. Como otras veces también recogió vagamente su equipaje de las esteras. Guardó su pasaje y pasaporte en mano se sumergió en el desasosegado amanecer de la Ciudad Luz donde lo predominante hacía siglos había dejado de ser el murmullo de las plantas o las voces de las aves. El progreso le tiraba suave de la mano. Todo era fácil. Todo estaba previsto. Tendría caso veinticuatro horas para hartarse de desarrollo mientras dormía en uno de los hoteles del aeropuerto. Había leído al vuelo los titulares del primer periódico que aparecía en la máquina de ventas y se sonrió con ironía ante el contraste: “Los obreros de Paris llevan las cadenas de la esclavitud en los maleteros de su autos”. Era verdad, pero el África no existían ni siquiera suficientes carreteras por donde transitar los vehículos. La cama de agua le envolvió al mundo y se lo tiró lejos. La altura de la habitación le sacaba del estruendo cotidiano. Era fácil dormirse casi veinticuatro horas. Pulcro, afeitado y con mil deseos de vivir regresó al aeropuerto. Tenía tiempo. Todo estaba previsto. Mientras penetraba al amplio salón escuchó el nombre de su avión y la exactitud de la partida por la puerta mas cual. Hasta allí los pasajeros parecían estar uniformados por la monotonía de los colores y la industrialización de la vestimenta. Nadie sabía con cuanto placer él lucía su traje árabe y se pasaba la mano por el rostro donde parecía que la barba iba a estallarle de un momento a otro a pesar de que se había dejado deforestada la epidermis muy bajito. Abundaban los policías. Nunca supo en cuál momento pudo cerrar la boca ante la muchacha quien con la diestra extendida esperaba por el pasaporte y el pasaje. Algo alarmado tuvo que apartarse de la cola para revisar en sus bolsillos, en el equipaje, por todo el piso en el trayecto desde la zona de estacionamiento. Cuando regresó engrandeció su estupor todo o más que pudo. También había desaparecido su maleta, el policía y la cola frente al mostrador. Solo quedaba la muchacha con la mano extendida y él conocía poco de francés.

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Cuanta desesperación no habrá sentido durante los primeros días cuando le impidieron salir del aeropuerto. En la embajada de su país no lo conocían ni quisieron conocerlo nunca. Quizás la zona perdida donde vivía no aparecía en ningún mapa y poco a poco se le fue acabando en caudal que había conservado. Todo estaba previsto, pero sin pasaporte, sin pasaje, sin dinero y sin identidad, no restaba nada que hacer. Sencillamente no existía excepto para él mismo y tal vez un poco para los agentes de inmigración y el personal de servicios quienes comenzaban a llamarle Ahmed el barbudo. Ahmed el pobre. Llegaron incluso a saludarlo con benevolencia como un ejemplo de educación matutina y por los simpáticos gestos que hacía cuando le entregaban algo de comer, pues se lo apretaba contra el pecho bajo su barbilla muy agradecido. Se alejaba inclinando el torso mientras se marchaba sin dar la espalda. Poco a poco se fue convirtiendo en una decoración más del interior del aeropuerto, un objeto, una simple curiosidad donde todo estaba cronometrado, donde se perdía, como Ahmed el muerto, Ahmed el desaparecido, hasta la propia condición de humano. 10- Después de la fiesta.

Le preguntó a su pareja la hora entre las brumas del sueño, acariciando voluptuosamente la geografía montañosa de la persona tendida boca abajo a su lado. -“Las seis de la mañana, papito.” -“¡Recórcholis! ¡Me he vuelto a quedar dormido!” Exclamó sentándose súbitamente sobre el borde de la cama, ya sin el menor rastro de somnolencia. Observaba el despertador con ganas de llevárselo al trabajo para mostrarle al jefe quién había sido el culpable, pero ya se había repetido hasta la saciedad que ni el transporte, ni la hora para levantarse, constituirían una justificación. Otra raya roja más en su tarjeta de entrada y luego tener que soportar el eco de la descarga, lo más incómodo. Se vistió a toda velocidad. Apenas se afeitó, aseó y salió hacia la parada del ómnibus. Cuando llegó se percató de que se le había olvidado la cartera, el peine y los medios. Sufrió la mayor angustia del mundo cuando el chofer se le quedó mirando directamente a la mano vacía y una acusación en los ojos. Bien pudo haberlo bajado del transporte ante el no pago. Le parecía que los infortunios habían acabado cuando se desocupó un asiento frente a él, pero solo fue medio espacio pues al lado iba un obeso enorme. Al poco rato el gordo le estaba empujando la cabeza con el hombro, y se disculpó sin decir palabra con un mohín tímido, pues el compañero de marras miraba obstinadamente adelante. Cuando oteó afuera, naturalmente se había equivocado de ruta, y se puso de pie atropellando a maríasantísima para alcanzar la puerta abierta, la cual se cerró tras de él con un tirón inmediato. Comenzaba a llover finamente y estaba en un descampado. Caminó mucho antes de llegar a otra parada para tomar un ómnibus que le sirviera. Eran las siete de la mañana y había amanecido bajo un cielo grasoso. Suspiró todo mojado y abordó el quinto vehículo que decidió a detenerse a recogerlo. Dos cuadras más adelante

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se rompió. No alcanzó el ticket de trasbordo, simplemente se agotaron dos personas delante de él. Había arreciado la lluvia pero decidió caminar. Cuando llegó al trabajo fue recordando con creciente ansiedad que hoy es sábado y no le corresponde trabajar. No está casado y la noche anterior se había terminado un fiestón en su casa muy tarde, donde bebieron tanto que algunos de sus amigos se habían quedado a dormir a pesar de la escasez de camas. Festejaban el nuevo automóvil que se había comprado, el cual debía de estar aparcado frente a su vivienda. No en balde la voz de su compañero le había resultado demasiado gruesa para una mujer. 11- Encuentro conmigo.

Nunca supe cómo lo detectó, pero desde cuando vi a aquella persona, hombre mayor de sesenta años, acercárseme observando mis reacciones, supuse que lo conocía. Cuento ahora con treinta y cinco años que se han ido escurriendo con sigilo y sin permiso pues no quiero hacerme viejo como tuve la oportunidad de verme. En una parada de ómnibus espero como todo el mundo un poco distraído, en ocasiones oteando el horizonte ansioso. Me gusta entre intervalo e intervalo escudriñar a quienes me rodean, especialmente las jóvenes quienes me hacen sentir como en una sala de esculturas. A las personas mayores las respeto, dando cuanto espero recibir en mi vejez como un anticipo de comprensión y cuidado, como a este hombre que se me acerca ahora mirando directo a mis ojos y me saluda con mi nombre. Maquinalmente le extiendo la diestra esperando acabar de reconocer de dónde lo recuerdo, de nuevo engurruñando el entrecejo como tantas otras veces, imperfección de mi memoria. -“¿No me reconoces?” -“Francamente no. No sé de dónde…” -“Yo soy tú mismo. Tu eres yo con treinta años, treinta y cinco exactamente y vives en…” Cierto. Esa es mi dirección, no obstante la sonrisa de incredulidad debe de haber sido harto visible y elocuente pues mi interlocutor reproduce un reflejo exacto de mis gestos aunque con muchas más arrugas, ojeras profundas y un leve amago de calvicie. Esto último me hace creerle un poco. -“Tengo sesenta años.” Me dijo. “Sentémonos en algún lugar.” Cualquiera puede imaginar la enorme dosis de desconfianza en mi cerebro ante un loco. Eso pienso cuando el curioso personaje obliga el rumbo caminando adelantado hacia el parque de la acera del frente. Impredecible temo que se vuelva y me saque la lengua en una broma macabra con ojos agigantados o comience a correr dando gritos, o me agreda. Nada es seguro ante estos seres todo irresponsabilidad, pero de todas formas le sigo. Como quiera algunas de sus características hacen vencer la resistencia en mi subconsciente y camino, aunque prevenido. En un banco nos sentamos a ambos extremos. Este lugar en las mañanas permanece desierto. Mi interpelador se muestra tranquilo y con dominio de la escena. Estoy tenso. Puedo saltar y desaparecer calle abajo en caso preciso.

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-“Como te dije yo soy tú pero con muchos años más. Según te habrás percatado me parezco mucho a tu padre quien aún vive. Me agradaría que me llevaras a verlo como un amigo más, por supuesto que más tarde. He venido para convencerte de que en los próximos años hagas exactamente lo opuesto a cuanto vas a hacer. Es decir, yo te diré cómo actuar ante cada importante decisión y regresaré al instante para informarte si lo has hecho bien o no y hay que corregir de nuevo algún punto en tu futuro cercano.” Calla y espera las interrogantes que sabe se acumulan en mi cerebro dudoso. Quiero creerle por lo raro de esta posibilidad. MI existencia pasa de ser un lugar común a algo extraordinario ante la cantidad de hechos que sobrevendrán. Suspicaz comienzo a inquirir detalles íntimos los cuales solo yo conozco. Responde con calma y exactitud tal vez un poco burlón. Al final quedo convencido y con la boca abierta. Proyecto mi ataque hacia el futuro. Me animo muchísimo con las respuestas de yo. -“¿De cuál año vienes?” -“Te dijesesenta, resido en el 2017 y continúo en esta ciudad.” -“Pero ¿Cómo viniste?” Por toda respuesta me muestra un pequeño aparato muy parecido a un control remoto de algún televisor con inscripciones en español y un breve teclado discreto. Lo tomo en mis manos y compruebo que pesa poco. Él observa el cuidado y añade: -“No temas. Es personal y solo se acciona con mis deseos por dactiloscopía.” Selo devuelvo. “La máquina está en aquella glorieta en el centro. La mantengo desfasada en el tiempo para hacerla invisible para los curiosos. Es una cápsula donde solo cabe una persona de pie pues el viaje dura solo unos segundos. Es el modelo que estaba asequible a mi bolsillo”. Me revuelvo inquieto mientras las ideas vuelan aceleradas. -“Me has dicho que vienes a indicarme algo que no deberé hacer. Eso alterará la Historia. Según he escuchado se formarían cadenas de nuevos eventos que nadie podría prever. Según la literatura de ciencia ficción eso le está prohibido hacer a los viajeros del tiempo.” -“Ya lo dices. Pura literatura de tu actualidad. Esas cápsulas en la cual he venido han comenzado a ser producidas en serie y la tecnología las ha hecho útiles a personal no científico. Es como un instrumento de trabajo más. Te confieso que este es mi primer viaje.” -“¿Entonces…? -“Sí. Supongo que estas visitas al pasado se están sucediendo con frecuencia pero deben mantenerse muy discretas por ahora. Además, existe mucho calendario por donde escoger.” Estoy muy excitado. Tengo por momentos deseos de salir a todo galope sin precisar exactamente a qué. Agrego: -“Esto podría incluso aprovecharse para mejorar la tecnología actual.” Evidentemente razona como yo. Es a fin de cuentas yo mismo, cuestión que no he interiorizado lo necesario. -“Sí. En mi época se están haciendo cálculos e investigaciones para traer tecnología de avanzada al pasado y acelerar el desarrollo en progresión geométrica.” Me explicaba mi alter ego.

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-“Se supone que todo estaría bajo un estricto control. Se especula incluso con la idea de ir al futuro y desde allí trasladar al pretérito lo en la práctica asimilable por una determinada generación. Las posibilidades son infinitas.” -¿Y por qué no se han producido visitas anteriores de un futuro más lejano si deben ya contar con más perfeccionados medios?” -“¿Y tú acaso sabes que no se han producido? Debes tener en cuenta que los lazos afectivos familiares languidecen y los intereses personales en viajar al pasado van desapareciendo. Los antepasados son personajes asustadizos y retrógrados para los gustos del futuro y los seres que encontramos en el futuro son inconmensurablemente superiores a nosotros y nos golpea el complejo de inferioridad. Eso nos mantiene en nuestras correspondientes edades porque el ser físico no se altera. Envejecemos sin remedio. Es allí donde están las verdaderas potencialidades como son las tuyas ahora aquí. Yo no podría llevarte al futuro porque te sentirías abrumado, peligraría tu razón por el gran volumen de informaciones que desearías atrapar y al final te resultaría una experiencia muy frustrante y no estimulante.” -“Déjame evaluar por mí mismo”. Comprendí la estupidez de lo que estaba diciendo. Era evidente que aún no había aceptado el hecho. Esta conversación bien podría llamarse un monólogo entre dos. -“Asimismo.” Continuó. “Los personajes del futuro lejano deben de haber corregido ya los errores del pasado. ¿No crees? Su interés debe haber sido puramente científico y técnico y sus incursiones inducidas y no directas como las nuestras. ¿Quién duda que no estén sucediendo ahora? ¿Cuántas cosas raras suceden en tu tiempo que no pueden explicar satisfactoriamente?” En verdad comienzo a sentirme abrumado y no llevo más de diez minutos conversando conmigo mismo. Mi otro yo me deja pensar. Levanto la vista para verle los ojos y apreciar las arrugas de su rostro, de mi rostro, el cabello gris y escaso, la piel delgada de sus manos tranquilas, su cuerpo cansado. Comienzo a querer a esta persona. Me quedo observándole con una comprensión burlona y le pregunto: “¿Qué hiciste mal?” El asume una sonrisa tenue. Va contarme mifuturo. Al menos parte. Como concentrándose mira al suelo. Rápidamente me expone con la mayor exactitud toda una serie de hechos, según él desacertados que a mí me van a parecer lo más común y muy probablemente actúa como lo voy a hacer de todas formas ante las circunstancias que se me van a presentar. Le miré casi sin percatarme de mi mueca de desdén la cual distiende mis labios. No quisiera ser descortés, pero tampoco me agradaría hacer el tonto ante un gran actor. De todas formas no me ha mostrado nada palpable capaz de disipar toda duda. Mirando directamente a mis ojos me extiende una pequeña agenda. -“Aquí está todo anotado como debe ser. Memorízala y consérvala. Cuando llegues a este momento quizás te habrás ahorrado toda una serie de calamidades y sinsabores y la vida va a sernos más placentera y tendremos un éxito relativo. No te preocupes, yo sé que no le harás daño a nadie.” Ahora me sonríe con franqueza y amplitud. Me coloca su mano en mi hombro y con un leve apretón me dice: -“Es estimulante verme en los mejores tiempos de mi vida. Disfrútalos. Ven. Me verás ir, pero prometo visitarte en los días siguientes.”

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Ambos nos levantamos y recorremos el espacio hasta la glorieta del centro del parque. En la entrada sin marcos nos detenemos. -“Observa adentro.” Me alerta con el control remoto en las manos. Su dedo pulgar se posa sobre uno de los relieves. En la semipenumbra ante mis ojos incrédulos se integra de la nada una cápsula con la altura de un hombre y un metro aproximadamente de ancho. Su color es gris metálico. Una abertura del mismo alto deja ver un interior iluminado con un corto espacio o pizarra llena de controles fluorescentes. En la superficie acerada resalta la matrícula y el modelo: Beeper I. Mi otro yo penetra a la cápsula no sin antes extenderme su mano. -“Nos vemos. Yo te localizo. Recuerda que te llevo ventaja”. Terminóde hablar desde adentro mientras la puerta corría silenciosa de un lado al otro hermética. Aun algo aturdido observé la libreta de notas la cual aprieto dentro de mi mano con fuerza desproporcionada. Sobre la cubierta aparece un almanaque del año 2017 y una foto mía, supongo. No la conozco. De pronto en el mismo espacio vuelve a integrase ante mis ojos la cápsula. Al abrirse la puerta mi asombro no puede ser mayor por cuanto veo. Yo salgo medio cuerpo y con los ojos grandes por la ansiedad hablo con voz aterrada y fugaz: -“Óyeme bien. Por nada del mundo se te ocurra subirte a un auto el 18 de mayo del 2018. ¡Por nada del mundo!” Aún detenido en el espacio aprecio como su mano derecha falta y en la otra un dedo pulgar ensangrentado oprime nervioso los controles para desaparecer ante mis pupilas dejándome con la boca abierta a media palabra. Atontado comienzo a caminar hacia la acera, tropezando sin percatarme con los desniveles del piso. 12- Turista del pasado presente enel futuro. Estuve allí. Quizás no precisamente un sueño o tal vez una premonición o un regalo especial de los sentidos los cuales nos enseñan qué se puede lograr con la fuerza de las neuronas. Así mi mente me llevó. Me regaló un viaje a cuanto sería La Habana Vieja más allá del año 2030. Frente al litoral de la bahía se levantaban enormes edificaciones de muchos pisos de altura con la mitad de la estructura bajo el suelo. Calles como la Avenida del Puerto habían quedado aéreas por esta forma de construir obsoleta ya. No me agradó aquella urbe de un pasado que no había existido. Ascendía del nivel inferior de la calle al superior por una escalera de caracol construida en acero muy corroída por el óxido y me preguntaba el porqué del deterioro inexplicable ante tanto desarrollo. Tuvimos que pasar de uno en fondo pues la estructura se balanceaba peligrosamente, se inclinaba mientras advertía a unos turistas lo delgado del metal. La Habana Vieja era la de finales del segundo milenio, un milenio raro, no el real. En mi paseo de asombrado turista del pasado llegué a visitar a un amigo a un almacén también muy antiguo donde se revendían las naranjas como algo muy preciado. Nunca paró de contarlas mientras me hablaba. Veía a través de la ventana todo el Puerto y no se

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notaba actividad alguna. Tampoco distinguí barcos surtos. El día se apreciaba limpio y radiante como de costumbre. Regresé a casa quizás al reparto residencial Alamar. Lo primero que impresionó a mi mente de este atrasado siglo fue el enorme, alto y abovedado techo que cubría el reparto. Era una construcción ovalada sobre las azoteas de los altos edificios. No se veía el firmamento. No llovía. Subí, asombrado siempre, a una especie de vehículo sin mandos el cual me trasladaba por aceras de dos metros de ancho a una velocidad impresionante. No me crucé con nada ni con nadie. No había policías. No calles. La propia acera se tornó vertical y el raro transporte ascendía con una aceleración tal que me hizo percatar de mi estado de vejez por lo conservador y temeroso que me sentía. Supuse que los edificios tampoco tendrían ascensor. El aparato me puso en el piso a donde había ido y desapareció hacia abajo dejando un hueco tubular en medio de la edificación. Conté solo tres apartamentos en el nivel. Una mujer muy delgada abrió desde adentro una de las puertas sin picaportes construida en plástico blanco, hablaba ya conmigo como lo debía hacer siempre, un poco sobre lo alto. Algo llamó mi atención a mis espaldas. En la parte donde debía existir una pared un sueño vivía, tal me pareció el derroche de fantasías y colores. A través de un humo tenue y grasoso los niños volaban en éxtasis como dentro de un mar junto a las plantas, delfines y estrellas. En sus rostros notaba alegría suprema, pero no frenesí. Detenido en un borde impreciso debía verme con la boca abierta de incredulidad cuando me separé despavorido al ver acercarse a un tiburón nadando en el extraño aire coloreado. Mi aparente vecina me dijo que aquello era el campo de juegos de los más pequeños. Me asombraba que no me hiciera sospechoso mi desconocimiento y sin parar de hablar la mujer me invitó a un café. La sala era muy amplia y bien planeada. Le vi hacer en la cocina sin tampoco poder identificar los recursos. Un niño travieso escribió sobre la pared: “Las drogas son lo esencial” y desapareció nuevamente tal y como había aparecido. Estaba preocupado. El café me pareció bueno y me expliqué un poco todo aquello cuando la mujer afirmaba con énfasis haber presenciado la guerra del 94 cuando había desaparecido por completo parte de la cuidad incluyendo todo el barrio de Luyanó. Entonces también comprendí por qué La Habana Vieja de finales del siglo XX, por qué las naranjas contadas como oro y la razón para que la nueva ciudad tuviera un techo protector contra la lluvia y quien sabe cuántas otras cosas. Los niños hacían bien en jugar en su pared nebulosa. 13- “Fragmento de Diario muy antiguo encontrado accidentalmente.”

La Tierra. Año 16563. 1ra sección del tercer período temporal. Hoy ha sido una sección un poco incómoda. Las pequeñas variaciones que escapan al control del clima han afectado mi estabilidad física mientras viajaba de planeta en planeta

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en busca de un adecuado rincón donde abastecerme de ideas. Ya había descompuesto las últimas hasta su más leve pensamiento y utilizaba simplemente las reservas de energía. Sentía un vacío pesado en medio del cuerpo como si el cerebro se me pegara al espinazo de pura hambre. Mientras aparecía y desaparecía en los diversos mundos me puse a hacer comparaciones con este terruño natal. Ya se va perdiendo cada vez más la noción de origen e incluso surgen nuevos intelectos en los transportes lo cual constituye un logro efectivo del conocimiento humano. Es necesario para el traslado a las constelaciones más lejanas descubiertas. Poco a poco hemos minimizado el empleo de las máquinas y podemos ponernos en movimiento solo con un ligero esfuerzo mental. Cuántas veces no me he despertado en los más recónditos parajes mientras soñaba alegremente. Nuestra esfera, a la cual aún me siento atado por un deseo de dependencia nostálgica, ha ido cambiando con el paso de los siglos. Ya ha perdido todas aquellas abigarradas construcciones superficiales que tanto la asemejaban a los mundos artificiales de metal e ideomateria. Hasta tal punto hemos logrado el dominio de nuestros cuerpos y mentes que podemos pasárnosla en cualquier parte con un mínimo de condiciones. Casi nada nos afecta, solo nuestros propios procesos internos como reflejo del entorno. Los robots pululan por todas partes muy independizados ya y continúan adecuándose a ellos para nada a nuestra imagen y semejanza. Estamos tan organizados que podemos tomar cualquier forma o consistencia necesaria. Las enfermedades son material de estudio para el trato con civilizaciones menos desarrolladas y el sexo se ha olvidado. Nos reproducimos por bipartición y eso hace que algunos chistosos digan que hemos degenerado tanto hasta convertirnos en simples amebas con capacidad de raciocinio pero no, generalmente adoptamos una figura uniforme de acuerdo a los gustos del prójimo y no es tan terrible como pudiera parecerle al hombre de la prehistoria. Los gustos estéticos continúan siendo producto de la necesidad y han variado paulatinamente con las nuevas condiciones. ¿Para qué piernas si podemos saltar en un instante millones de años luz sin ningún tipo de vehículo? ¿Para qué brazos si hemos echado abajo todas las barreras y andamos por el tiempo hacia delante, hacia atrás sin el menor contratiempo? Nos es factible estar en varios lugares a la vez, ocupar varios espacios, lograr el conocimiento pleno y descubrimos la esencia de todos los procesos con la mayor facilidad. En nuestros viajes alcanzamos remotísimas fechas y constatamos las limitaciones y arbitrariedades del ser cuando aún no dominaba su atlética constitución y era víctima de sus propias pasiones. ¿Cuántas veces nos hemos paseado entre ellos sin siquiera reconocernos a pesar de las señales, creyendo ingenuamente en organismos extraños y no pensaron ni una sola vez que la humanidad podía haberse desarrollado a tal punto que pudiéramos regresar a visitarlos cuando no eran más que un producto atado a sus tiempos y espacios de los cuales no podían escapar? ¿A quién se le ocurrió por primera vez dar marcha atrás a un cuadrante temporal para corregir algún error? Claro está que era un problema de recursos. Se horrorizaría el pobre diablo que trajéramos hasta aquí como nos podríamos horrorizar nosotros de su torpeza si no fuéramos capaces de comprenderlo. Creamos incentivos nuevos para la vida en la cual alcanzamos una felicidad plena tan cotidiana que no llegamos a percatarnos de ella ante la inexistencia de desniveles en la

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realización humana. Existe armonía en todos los sectores de la vida y los esfuerzos se dedican a la consecución de los más complejos objetivos. No desechamos actividad en la cual podamos hacer aportes y los nuevos vienen ya con un altísimo nivel de información. Solo no hemos logrado superar la muerte por desgaste aunque por medios artificiales somos larguísimos períodos. Hoy he viajado, de acuerdo a un plan colectivo general, por las fronteras del espacio conocido sin cambiar de patrón temporal y he logrado el conocimiento de formas de vida con las cuales se me hace difícil el contacto. Algunas de ellas son mucho más avanzadas que la nuestra. Emplean otras formas de existencia. Casi no las noté y me tomó largo rato adaptarme para concebirlos tal y como son. En estos momentos preparo un catálogo completo de ideas y reacciones que me fueron surgiendo durante la jornada para transmitirlas a todos como lo hacen conmigo en forma permanente. Ahora necesito alguna actividad recreativa en la cual mis neuronas se carguen de la energía del pensar y se repongan totalmente del desgaste por la intensidad de las experiencias. Fantasearé a dejarme llevar por el viento en este exuberante mundo todo naturaleza y me resarciré recreando el sentimiento de amor y ternura del tercer milenio mientras tome el color de alguna flor. Haré simplemente poesía.

14- Ramón y Cecilio.

Ramón y Cecilio eran mis dos grandes amigos. Eran mis amigos especiales porque yo tenía los míos, pero ellos no. Es un poco desventajoso eso de que otros tengan ya sus amigos particulares, pero ellos no. Ramón y Cecilio eran dos buenos niños a quienes yo conocí un día de un escape al río con mis colegas de año. Estos dos habían crecido solitos como la mala hierba y solitos se habían educado como las ardillas, asustados de todo pero fuertes. Cecilio era rubio de pelo rizado, eso que aquí llamamos jabao, y más joven que Ramón, tal vez un par de años menos. Era muy desconfiado, más rebelde, arisco e inteligente. El otro era un poco más viejo, veterano de andar por las calles a la caza de la mejor pelea. Eran hermanos aunque no se parecían nada. Su mundo era muy breve y creo que aún no alcanzaban la adolescencia. Recelosos de todo habían crecido por su cuenta sin pedirle permiso a nadie. Vivían solos con una abuelita anciana, quien parecía sentirse agradecida cada día cuando los volvía ver regresar muy tarde en la noche después de un mundo de aventuras por los alrededores del pueblo. Ramón y Cecilio agrandaron su existencia solos, sin la supervisión de unos padres cariñosos y muy poco control de la anciana, a quien solo pude ver unas pocas veces. Debió de haber sido una mujer muy bonita quizás en un tiempo olvidado ya, y hablaba poco y solo para contar cómo los hombres le fueron desertando cuando se cansaban de su

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belleza, abandonándola de pronto con dos niños, al final de quienes nunca se había conocido padres. Uno era trigueño y el otro rubio. ¿Era su abuela o era su mamá? Ramón siempre me saludaba donde quiera que estuviese, y me hablaba con una media sonrisa amarga que le deambulaba por los labios y los ojos intranquilos como un poco temeroso de no ser bien recibido, o que el momento no fuera correcto. Parecía algo retardado. Cecilio no. En una ocasión anterior, durante otro de mis frecuentes escapes al río que hacía de playa, me los había tropezado utilizando el mismo charco donde nos íbamos a recrear. Compartimos el lugar e incluso recuerdo que le di parte del pan viejo que llevaba de merienda. En mi pueblo hacían por entonces un pan excelente el cual podía durar varios días con buen sabor y era mi mitigador de hambre preferido en mis correrías de niño explorador por mi cuenta. Se lo robaba a mi abuelo de dentro de la jaba de tela donde escondía el alimento para las gallinas del patio, las cuales de cuando en cuando nos regalaban unos huevos y carne. Compartimos un rato y los traté de igual a igual. No sabía que eran inferiores por haber estado internados en una tenebrosa escuela de reeducación en la capital de la provincia. Parecían muy pobres y tenían la ropa muy sucia y raída. Ni hablar de zapatos. No recuerdo exactamente si yo se lo pedí, o mi mamá por su propio buen corazón me alertó que le regalara algunas cosas que ya no utilizaba, aunque nosotros también éramos muy pobres, como se decía entonces: “De extracción obrera.” Ramón tenía un cerebro simple pero muy certero. Un día le escuché decir a su hermano incrédulo y escéptico como ante alguien quien promete un dulce pero no lo enseña: -“Mira”. Se refería a mí. “Es nuestro amigo pues nos ha respetado y nos ayuda.” Cecilio no dijo nada, pero esto bastó para que fueran los más enérgicos defensores que tuve jamás ante cualquier circunstancia. Ellos dos unidos eran muy fuertes y nunca se separaban el uno del otro. A Cecilio creo que no le escuché hablar nunca aunque no era mudo. Ramón siempre me saludaba, aunque fuera de lejos, con un gesto de la mano. Su amistad fue diferente. Nunca pelearon conmigo, jamás compartimos algún secreto adolescente o alguna aventura excitante y alocada de las muchas que nos creábamos por entonces. Nunca pidieron nada. Cuando sentían hambre simplemente robaban algo de alguna parte. Aparecían y desaparecían alternativamente, pero para mí de alguna forma ellos estaban siempre allí, dispuestos. Eran una imagen reconfortante de dos hermanos diferentes pero igualmente ariscos. Compartíamos otro nexo, otra relación de complicidad por una duradera amistad entre nosotros tres, sobre lo cual no hacían falta conversaciones. Casi siempre los encontraba al margen de mi campo visual cuando jugaba con mis otros amigos contemporáneos. Nunca los he vuelto a ver después de la adolescencia. No sé siquiera si viven o dónde, pero aún los recuerdo: Cecilio hablando en voz inaudible al oído de Ramón y este observándome con su sonrisa rara e inocente, mientras me entregaba algún pedazo de pan sin nada. Me fui del pueblo a los doce años a estudiar a otra parte y jamás volví. Ya, cuarenta años después no debe ser lo mismo, por lo que no deseo volver a buscar un recuerdo grato que ya no va a estar ahí para mí, ni ya hacen el mismo pan de antes que duraba tantos días con un sabor agradable.

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15- Artículo periodístico.

Algunos artículos que han aparecido en la revista inglesa The Economist (16-22 de mayo del 2009. Pág.16 y 81 a la 83) ya hablan de la gradual pero rápida desaparición de la prensa escrita en el soporte actual tradicional. El papel, con su alta demanda de desgaste ecológico, va dejando de ser útil y costeable. Estamos en este momento en la transición del medio físico al virtual. La ciudad norteamericana de San Diego (Junio 2009) parece ser la primera del planeta que se va quedar sin periódicos callejeros debido a la fuerte crisis económica mundial y al empuje indetenible de las nuevas tecnologías. Los trabajos periodísticos dicen también que la población menor de treinta años tampoco lo va a notar. Con la aparición de nuevos medios más rápidos y certeros para grabar o atrapar las noticias, así como mucho más económicos y racionales, han surgido nuevos sistemas como el YouTube, Facebook, Tweeter, Ireport, este último introducido y hecho operacional por la vanguardista CNN. La ciencia ficción no se puede escapar mucho hacia adelante cuando vemos como muchas de sus futuristas predicciones de las décadas del ochenta y posteriores ya son realidad como el IPhone y la televisión por teléfono, la Internet, etc. La tendencia parece indicar que se van a seguir incorporando medios a un solo soporte tecnológico, e incluso a un solo aparato. Hoy es el IPhone, mañana será otro dispositivo mucho más avanzado desde donde se pueda acceder a todos los otros medios y servicios, donde la telefonía habrá perdido su primacía, pues no se emplearán sus líneas para nada. Ya está ahí el sistema Hughesnet 77 satelital la cual no emplea para estos servicios ningún tipo de cable en sus conexiones, pionera en este servicio mundial. Con tan solo un dispositivo portátil cada vez más manuable, veloz y eficiente, se pueden ya hacer llamadas telefónicas con videos, es decir, conversar en vivo y en tiempo real con otra persona quien se encuentre a miles de kilómetros de distancia sin ruidos o distorsiones. Se podrá ver televisión, escuchar radio, presenciar obras de teatro, ver los noticiarios de moda, disfrutar de fotos o videos antiguos de personas ya fallecidas, o sucesos importantes ya olvidados. Se podrá acceder a todas partes directamente o viajar a cualquier región del planeta que deseemos a través de una entonces Internet totalmente inalámbrica omnipresente (WiFi) cada vez con mayor velocidad de servicios y potencia en aumento sostenido. Las llamadas autopistas de la información ya cuentan con un excelente pavimento virtual. Los coches ya van acercándose al momento cuando finalmente perderán sus ruedas y robotizados volarán por muy reales carreteras digitales entre superedificios y megaconstrucciones. Nada de futurismo, estas tecnologías ya están ahí a una o dos generaciones de distancia. En cada hogar una máquina gigante muy pequeña proveerá de servicios a todos los miembros de la familia con multiplicidad de terminales. En la calle, una pequeña en la palma de la mano. Este ingenio ya comienza a escucharnos, a entendernos y a

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reconocernos con la vista de sus cámaras. Esto es hoy. El monstruoso Google con el sesenta y siete por ciento de las búsquedas mundiales, su GoogleEarth, los satélites armados con supercámaras, y el GPS pueden localizar en treinta segundos en cuál playa dentro de este planeta caminamos. Vamos a ver entonces como la medicina se integra finalmente al avance nanoelectrónico. Ya se escuchan lo primeros detalles como los implantes cocleares para los sordos en regiones tan apartadas como Cuba. Estos no son más que micrófonos introducidos en agujeros de la piel del cráneo directamente conectados al cerebro a través de la cóclea. Se colocarán cámaras de tv en los ojos, así como los nervios defectuosos se cambiarán por microcables superconductores adosados a las neuronas para entonces enviar señales a los receptores instalados en los músculos de los cuadripléjicos quienes caminarán. ¿Qué creen que falte para esto? Realmente no mucho. Este dispositivo que hoy tenemos en las manos, multicanal, supereficiente, el cual nos conectaría con cualquier otra esfera de la vida para el disfrute de las noticias matutinas, por ejemplo, bien pudiera acomodarse en un rinconcito de nuestro subutilizado cerebro, aséptico e inofensivo, para proveer con el solo pensar, la asistencia de todos los medios universales informativos, educacionales y recreativos. Entonces nuestros hijos van a hablar, si es que acaso hacerlo va a hacer falta, de que poseen una memoria natural de 10 mil gigabytes con una RAM de dos millones. Habrá que generar pautas para los momentos de abstracción, pues nunca sabremos si quien se encuentra a nuestra íntima escucha procesa nuestro reclamo de amor, o simplemente repasa las noticias de las ocho A.M. Por suerte los medios de transporte de esta época no nos matarán en las intersecciones debido a conductores ensimismados. Nuestros médicos conocerán de antemano, gracias a la lectura remota de nuestros códigos genéticos, cuándo vamos a padecer de un ligero dolor de garganta o sufrir un infarto masivo del miocardio. El cobro y pago de todos estos servicios realizado automáticamente a través de grandes bancos virtuales (Ya existe un ejemplo con el Banco del Alba y su moneda virtual latinoamericana: el Sucre) donde se irá registrando nuestra constante producción inteligente, plusvalía y valor agregado. Irán haciéndose irrealizables los fraudes y se perderán irremisiblemente los políticos por innecesarios. Iremos saliendo lentamente de estos tiempos neandertales. A partir de entonces nunca vamos a saber bien hasta dónde somos máquinas o seres humanos, pero esta simbiosis no nos debe asustar como cuando llegó el automóvil a nuestras vidas en los albores del siglo 20. Estaremos felices. 16-Huracán. Fábula Política.

Vivimos en el vórtice, como en el ojo del huracán donde hay calma, una paz traicionera la cual va a terminar en breve en violencia inimaginable. Acostumbrados estamos a los huracanes en esta área del planeta donde los nombramos ciclones con apelativos propios. Disfrutamos de los días lluviosos previos, los cuales se van

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intensificando hasta la tormenta colosal donde apreciamos lo insignificante que somos y nos sobrecoge la descomunal potencia de la naturaleza en sus peores momentos. Después, una vez más, casi todos, nos orgullecemos y vanagloriamos por haber salido ilesos de la catástrofe, de haber pasado al otro lado del cataclismo. Es entonces donde verdaderamente comienza a amanecer cuando salimos de nuestras madrigueras para reconocer los daños, si la madriguera no nos ha caído encima. Se da inicio en ese momento al verdadero trabajo voluntario de tratar de que todo vuelva al punto anterior donde estaba antes de la llegada de Dios, porque Dios es responsable de todo cuando sucede en este universo, y a quien más invocan los creyentes mientras se escucha su potente voz arrancando ramas y árboles, llevándose techos y viviendas completas, a veces con sus moradores dentro. Para nosotros, los residentes de esta paradisiaca isla donde parece haber pululado las serpientes con manzanas en la boca tal cual da la ilusión de no haber entregado todas las frutas, los huracanes son artículo común cada año, cada momento, a cada segundo de nuestras existencias. La naturaleza nos da una temporada, nos limita una estación entre junio y noviembre; la vida social se extiende a los doce meses, de día o de noche. Sufrimos los vientos huracanados que azotan las paredes de nuestro fuerte por la izquierda. Después vemos una pausa donde creemos que hay paz, pero apresurado llega de nuevo el torbellino, esta vez por la derecha y más fuerte. En medio estamos nosotros, diminutos, casi impotentes y sobrecogidos ante las enormes fuerzas que tiran hacia la izquierda, hacia la derecha; asustados escuchamos como crujen las paredes del reducto donde concentramos a nuestra familia. Los efectos son los mismos, casi: Destrucción, una sensación aguda, palpable y muy estresante de sentirnos solitarios en medio del cataclismo, pues en la fase de emergencia tenemos que permanecer a cubierto, en espera de cuando nos informen que todo ha concluido, o arriba la calma en la nueva mañana, mientras los guerreros nubarrones se alejan lentamente en pos de su depresión, estado depresivo de la atmósfera intentado suicidar al planeta. Si atendemos al huracán mientras se aleja, el lado derecho es mucho más extenso, mucho más fuerte, y va a acabar con muchas cosas que la izquierda ha reblandecido, o desatendido mucho tiempo, debilitando por omisión. Y ahí estamos nosotros, en el centro. Unos observando irse a los restos de la siniestra, otros a la expectativa de lo que va a llegar de la derecha. Por alguna misteriosa razón en esta isla situada en medio del ferrocarril por donde transitan los huracanes, casi todos somos diestros, aunque muchos, una inmensa y alargada temporada, hemos intentado de todo corazón adaptarnos a la izquierda, pero la escritura nos sale mal, se nos caen los utensilios e instrumentos, y las armas arrojadizas salen faltas de dirección y esfuerzo, golpeando en raras ocasiones el blanco escogido. Mano esta de accesorio de la derecha, siniestra la cual siempre ha servido para reafirmar los movimientos de la diestra, esfuerzos secundarios y tan solo con la mitad de la capacidad movilizativa y organizacional. Los árabes más pobres dan la mano derecha como saludo, comen con la derecha, etc, pues la otra la usan para limpiarse en trasero, inteligentes que son. Los huracanes van a persistir y no van a cesar hasta cuando seamos capaces, aún muy distante en el tiempo, de controlar la naturaleza de la ideología. A la ideología le queda

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menos. En el futuro contaremos con viviendas ultrarresistentes, así como líneas de trasmisiones de datos y energía sobre soportes inalámbricos, a los cuales la fuerza de los vientos o las caídas de los árboles no podrán quebrar. Algo de esto es ya realidad, otras están al doblar de la esquina. En algún previsible momento no nos importará que los vientos soplen de la derecha o de la izquierda. No categorizaremos a las tormentas, pues nos confiaremos a lugares seguros, a buen recaudo de tirones a diestra o siniestra. Habremos construido un futuro donde no nos preocuparán las predicciones equívocas e inseguras; donde el ser humano será lo único importante con costas muy protectivas a lo largo de este ferrocarril del infierno que no conduce a ninguna parte. Estaremos en el centro, a la derecha o a la izquierda, pero no importará por estar dentro de las paredes del poderoso refugio donde los hombres y la tecnología predominen sobre las ciegas, destructivas e irracionales fuerzas de la naturaleza. Preocupémonos que no sea al revés, que vaya primero la tecnología y después el hombre. Los huracanes entonces irán a llover sobre los desiertos, o a empujar con fuerza a los veleros sobre el mar tranquilo, o a dispersar un poco el frío de los polos hacia el Caribe. No existirá la necesidad urgente de observar por donde sopla el viento en términos de derechas o izquierdas. No sufriremos, nosotros los seres irracionales, apretujados y temerosos en el vórtice, implorando ingenuamente que algún dios encaramado en algún palacio de gobierno deje de hacer este Caribe amado, una caldera de tormentas. Esperemos que no sea necesario que le caiga un rayo. Que se quede tan solo una memoria estrambótica como los troncos de las palmas reales cuando tienen el infortunio de perecer quemadas por causas eléctricas naturales. Sus troncos permanecen ahí, como recordatorios tristes, estáticos e inservibles, sin provecho para nadie, o más bien como un recuerdo de lo que no debió pasar. Existirá un futuro donde las tormentas solo sean de interés para la navegación, y los inhumanos de izquierda o de derecha no necesitemos estar preparados contra los vaivenes incontrolables de los vientos huracanados, porque habremos cancelado los políticos, controversiales y manipulables puntos cardinales.

17-¡Boletos, Por Favor!(Historia real)

-“¡Boletos aéreos, por favor!” La señora uniformada extiende la mano en gesto automático. Apenas observa el rostro de la persona detenida en el lado de los clientes. Como operadora veterana de la aerolínea LAM Chile, ha visto pasar decenas de miles de viajeros, quienes se detienen frente a su mostrador a realizar el check in para el vuelo de esta transportista privada, una de las pocas que se mantiene volando a Cuba. A ella le gusta mirar brevemente el rostro de turno, no para interiorizar los detalles faciales, sino, para de un brochazo entrar en su registro craneal las características del ser humano y colgarle un cartel mental: Agente de Negocios, Turistas, Funcionario Gubernamental, Persona en viaje Privado, etc. Cada quien asume una forma especial para

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comportarse y ella las conoce todas. Incluso con la forma de pararse puede descubrir al experimentado pasajero quien conoce qué hacer a cada paso, o el improvisado, virgen y generalmente nervioso paseante quien va hacia su primera vez con los aviones. Por eso ella está allí. Por lo general el usuario sonríe si es nuevo, queda serio si tiene costumbre, pero siempre es solícito e intenta establecer la menor cantidad de obstáculos posibles entre su entrega del boleto aéreo y el retorno con el pase a bordo ya con el asiento incorporado. Ella sabe cuándo el gordo alto necesita más espacio en el centro de la nave aérea, o una madre con bebé deber ser sentada junto a las alas para que los turbomotores disfracen el llanto, casi siempre desaforado e inoportuno, de la criatura en pleno vuelo. También conoce cuándo hay que cobrar el exceso de equipaje, o cuándo hacerse de la vista gorda ante los nacionales sin divisa fuerte. Ella representa el primer escalón entre el ómnibus o el taxi que acarrea al pasajero a la Terminal número 3 del aeropuerto José Martí, y el ansiado asiento estrecho y apretado de la clase económica. Los de Primera cuentan con su taquilla especial y siempre son fáciles de atender. Generalmente llegan tarde, aunque no tanto como para perder el vuelo. Los boletos traen dentro un montón de hojas copias de sí mismo, un millón de símbolos, advertencias, mucho texto que nadie lee, o casi nadie. Todos quienes portan uno lo facilitan rápidamente, le miran hacer y se les cae esto o aquello cuando se les pide que coloquen el equipaje sobre la estera de la pesa transportadora. Ella sonríe siempre cuando entrega el pase a bordo y mira directo a los ojos. -“Ya puede usted ir a pagar el impuesto de salida en aquella ventanilla a su izquierda, justo al lado de la Cadeca.” Por algún motivo que no logra descubrir, este señor que ahora se marcha a entregar su cuota de veinticinco CUC para abandonar el país, le parece raro. Medio tiempo estilo militar con traje de jefe y nervioso. Será su primera vez, o tal vez el diminuto equipaje. Algo me llama la atención por la reunión de características excluyentes. Un funcionario se comporta más bien demandante; Un turista, impaciente. Un cubano afortunado, muy nervioso, torpe y todo sonrisas. Este señor está nervioso aunque aparenta la serenidad del samurái. Piensa mientras observa el trasero en movimiento del señor en dirección hacia la cabina de pago. -“¡Boletos aéreos, por favor!” El próximo en la cola es la copia exacta del anterior veinte años más joven. Deben ser familia. Los acomodará en asientos consecutivos. El Teniente Coronel del Ministerio del Interior Rigoberto Fernández se baja del auto Lada con matrícula privada que ha venido conduciendo él mismo hasta la puerta de entrada, una de ellas, al costado del puente superior en el piso de salidas. Su hijo mayor viaja detrás y se demora ex profeso unos segundos para darle tiempo a su padre quien ya está al frente del maletero del auto. Recoge su pequeña maleta y le da un abrazo fuerte a su otro hijo, como si quisiera impregnárselo en la piel, como si de alguna forma fuese posible devolverlo a sus gónadas para sacarlo así ya adulto en cualquier otra parte, pero está enfermo y no ha querido ser una carga o una víctima rápida, en dependencia de cuál el

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destino final, sean los EE UU o la cárcel en el Combinado del Este. Hay muchas cámaras ocultas. Rigoberto no le dice nada, pero tres cuartas partes de su corazón se escapan por sus pupilas hacia la persona por quien lo daría todo en esta existencia y por el cual, en cierta forma, está haciendo esto. Cuando lo suelta se esfuerza por que sus ojos no se humedezcan y no sabe qué hacer con la garganta cerrada de emoción. Cuando se vuelve y comienza a caminar nunca vuelve la vista. Este es el punto de no retorno cualquiera que sea el resultado final de esta operación desesperada. Hoy no es Rigoberto, Rigo, el Teniente Coronel Jefe de la Dirección de Emigración de la Provincia Habana. Es Diosdado Pérez García con bigote falso estilo candado, de cuello y corbata en funciones de trabajo hacia algún lugar del querido Chile. Su hijo mayor ya se está despidiendo y hoy también se llama David Pérez García. Le seguirá en unos segundos. El alto oficial del Minint Rigoberto comanda un departamento burocrático el cual se encarga de todos los trámites migratorios para los ciudadanos cubanos residentes en la Provincia de La Habana. Decide sobre las salidas, las entradas, los permisos temporales, las extracciones forzosas cuando algún desertor intenta quedarse más tiempo del acordado, o jugarle cabeza a las autoridades de control. Las órdenes, los documentos, las firmas autorizadas, todo tiene que pasar por sus manos. En este caso los ha organizado él mismo. Cada detalle escrupulosamente legalizado, revisado y los documentos confeccionados por varios funcionarios autorizados al efecto, ordenados por él mismo. Eso fue la parte fácil. Más complicado fue viajar media ciudad hasta el fotoservice con el disfraz y las caras alteradas para hacer las fotos requeridas con las medidas y características adecuadas. Cualquier vecino los podía haber visto e identificado por el auto o algún otro detalle. Todo se ha hecho en el más absoluto secreto. Ninguno de los agentes de inmigración se percató de que los pasaportes eran para él a pesar de haber estado en manos de muchas personas por horas. Incluso el cuño seco se coloca analizando bien la foto. En realidad nada es falso, solo que estas personas no existen y él no se llama Diosdado ni su hijo David. Tampoco su bigote candado es real. Los zapatos negros que combinan con el traje azul Prusia son militares de los que le han entregado para trabajar, pero son nuevos, de las últimas entregas. Hay poca cola hoy en el Check In de LAM Chile. No es época de turistas latinos ahora justo al comienzo de la temporada alta. Hoy es 14 de noviembre del 2009. Sábado. Rigo se acerca al mostrador. Es su turno. -“¡Boletos aéreos, por favor!” Pide la operadora de LAM. Rigo le ve hacer buscando el supuesto nombre en la lista de pasajeros confirmados. ¡Todo correcto! ¡Lo ha encontrado! Piensa él. Rigo está nervioso aunque ya ha ensayado cada paso y analizado cada posible variante junto a su hijo justo detrás de él ahora en la cola. -“¡Coloque el equipaje sobre la estera, por favor!” Ordena la señora. “¿Es eso nada más?” ¿Y qué pretenderá ella que uno tiene que llevar cuando se está escapando del país? Piensa con sarcasmo. Si lo atrapan en este momento, en esta jugada, el Teniente Coronel del Minint con casi treinta años de servicio, es muy probable que tenga que pasar ese mismo tiempo tras las rejas, pero ya no doy más, este país no se puede soportar. Bueno, en realidad no es el país, sino el régimen político de los hermanos Castro, cuál peor.

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La señora se ha quedado con varias copias del boleto y me devuelve el resto con el Pase a Bordo. ¿Por qué me observará tanto? ¿Se me habrá corrido el mostacho? ¡Ay mi madre! Me lo toco. Parece que no. -“Vaya usted a esa cabina de la izquierda y pague el impuesto de salida.” La señora me sonríe. Todo va bien. Primer paso salvado. Los primeros 25 CUC se le van con un encogimiento del corazón. Esto es casi su salario de un mes de trabajo en este paisito de mierda. Piensa mientras ve a su hijo salir de la taquilla y se acerca en su dirección. Sonríe. Esta es la señal de que hasta ahora todo va bien, pero aún viene lo más difícil. La señora detrás de este cristal le ha puesto un ruidoso cuño sobre su Pase a Bordo azul. -“Diríjase a la cabina de Imigración, por favor.” Le indica la señora detrás del letrero TAX. Segundo paso bien. Este es el más fácil. Rigo observa que hay varias cámaras en el salón, pequeños globos negros que como murciélagos cuelgan del techo y con muy buenos ojos vigilan a todos. Existen diez cabinas cerradas con oficiales de Imigración las cuales bloquean el paso. Esta es la frontera. Del lado de allá es la tierra de nadie, el limbo, como en la guerra el terreno lleno de muertos, pedazos de cuerpos y sangre entre las trincheras enemigas, como en la Batalla de Verdún. Esta parece tan difícil como aquella, tal vez. Se ve una cámara un poco mayor en el centro al frente de las alineadas cabinas-frontera. Rigo sabe que ésta le debe estar observando detalladamente. Este ojo electrónico va a un servidor especial que te despoja de todo lo superfluo como el bigote, sombrero o gorra, ropa, etc, y junto al ojo del humano que la atiende por turnos, trata de identificarte, de machearte con sus registros que le han sido suministrados por el DNI de la Policía. Eso no me preocupa. Me asusta más el tipo quien debe estar detrás del monitor, pues ese oficial puede que me conozca, puede que haya visto mi verdadero rostro e identidad. Treinta años de trabajo es una vida. David ya ha pagado también el impuesto sin problemas. Fase dos completa. Vamos a la tres. -“¡Pasaporte y pase a bordo, por favor!” Le pide el oficial de Imigración detrás de la pequeña ventanilla blindada del cristal. La puerta tras él se ha cerrado automática y ahora se encuentra dentro de un compartimiento de 1,50 por un metro cuadrado. También hay cámara. Es el momento y el lugar cuando entrarían tres o cuatro agentes de la Seguridad para arrestarlo si ha sido descubierto. No hay para donde escapar. Pero no. El oficial trata de establecer un microdiálogo para comprobar tu identidad por el habla. Te mira intensamente a los ojos. -“¿En viaje de trabajo a Chile? ¿Cuánto tiempo va a estar allá? Dicen que Chile es muy bonito.” Rigo le sonríe y le responde alguna cosa al agente para que este compruebe que es cubano en trámite oficial, como dice el pasaporte. No tiene que haber mucho seguimiento. Las puertas definitivamente no explotan con agentes de la Seguridadarmados. De todas formas aún no estoy a salvo. Le pica debajo del bigote. Debe estar sudando. ¡Imagínate que se me caiga ahora!, aunque lo pegamos con KolaLoka. Esta es una gracia que me puede costar la vida o treinta años de cárcel. -“¡Pase usted al salón de espera! ¡Que tenga un buen viaje y cumpla su misión!” Le dice el oficial con uniforme raro mientras le devuelve los documentos. Suena una leve chicharra y

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Rigo puede empujar suave la segunda puerta sin cristal. Del lado de allá no hay agentes parados en espera con sus armas en la mano, sí muchos turistas y algunos cubanos. Las tiendas de esta zona Dutyfree se ven muy bien abastecidas. Hay un restaurante y un par de Cafés. A ambos lados existen varias puertas numeradas a todo lo largo del encristalado salón de espera. Afuera se aprecian varios aviones grandes y uno pequeño. Rigo camina despacio. Su hijo sale de otra cabina y se le aflojan los pies. No se escucha ninguna alarma escandalosa, no se ven oficiales corriendo armas en mano. Todo está bien. El corazón le duele por el esfuerzo y el estrés no tan solo debido al peligro, es también por el boleto sin retorno. No está contento. Mira a lo que se ha visto forzado y a cuánto ha tenido que arriesgar su vida y la de su familia para salir del país. ¿Por qué? ¿Por qué hemos hecho de esta linda isla una cárcel de la que hay que escapar? Se van a sentar separados, pero cerca y de frente al final del alargado salón, lo más lejos posible de las cámaras de CCTV. Aún habrá que esperar un par de horas para que llamen a la puerta tal y pasar por el túnel hasta el avión. No estaremos a salvo hasta cuando despeguemos. Nunca había pasado dos horas más largas en un aeropuerto. El DC 10 de LAM Chile despegó lento, levantando del suelo perezosamente su pesada humanidad. Rigo no puede evitar llevar sus ojos cerrados y soportar el persistente nudo en su garganta. Su hijo mayor está a su lado. Abrió los ojos cuando lo sintió reclinarse sobre él hacia la ventanilla redonda justo a la izquierda. Debajo rodaba, acelerando por última vez, La Habana, su Habana de toda la vida donde permanecía en ahora algún diminuto lugar allá abajo, detenido al volante del Lada en alguna carretera, observando a la aeronave, tres cuartos de su corazón y toda su vida.

18- Ultranet.

-“¡Venga! ¡Venga! Así que usted nunca ha visto la Ultranet. Venga. Yo le voy a mostrar.” La disidente camina graciosa y joven con ese andar de las geishas antiguas cuando apenas deja escuchar el susurro de sus sandalias que acarician leve el piso. Le guia por un pasillo largo y estrecho, ahora iluminado a través de altas ventanas que van corriendo a la izquierda. No se ve hacia el exterior. La muchacha mueve sus nalgas breves en esa manera mejor, pero ese no es el motivo de su visita. En realidad hace algún tiempo ya le han hablado de esto y la perspectiva de algo tan novedoso atrapó de inmediato su imaginación. Ya es un viejo. Se lo siente en sus talones, en los tobillos que se quejan bajo su peso, pero lo más delatador de su acercamiento a la tercera edad sería probablemente su creciente gusto por las chiquillas. Para viejas y gordas ya basta con su mujer en casa. El pasillo se detiene abruptamente ante una enorme puerta de acero la cual cubre completamente los cinco metros de cuadrados, pero la joven tan solo le habla a una diminuta entrada rectangular a manera de oído electrónico que ha detectado su presencia al encender un Led amarillo.

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-“Soy Deisy. ¡Ábreme!” Una pequeña puerta rectangular que no había detectado se corrió hacia la derecha sobre unos rodamientos muy engrasados. Adentro hay un amplio salón, más bien un hangar para el mantenimiento de los aviones, pero iluminado tenuemente por algunos bombillos colgantes a muy bajo tono. -“Esta es la sala de máquinas de nuestro gran transatlántico.” Dijo ella casi parándose sobre la punta de sus pies, mientras no podía esconder una brillante sonrisa que resaltaba la belleza de su rostro recién salido de la adolescencia. Definitivamente el ruido es diferente. Por supuesto que nada de grandes motores, aceites, overoles, olor a diésel. Solo multitud de mesas muy desorganizadas por todo el piso de este gran salón, casi atrapando a duras penas los ordenadores y sus periféricos de todos los modelos sobre sus limitadas superficies. Innumerables luciérnagas multicolores parpadean o se mantienen estáticas ocasionalmente sobre los teclados, en los displays, en todas partes. Allá en una de las esquinas, una gran pantalla plana de varios metros cuadrados y alta definición iluminaba el recodo. Frente a ella dos muchachos se divertían viendo una película verde. La muchacha se puso seria. -“Mire, Juan.” Ella abría sus gráciles manos como queriendo entregar literalmente toda la imagen al visitante. “Le hemos traído aquí porque conocemos de sus trabajos por una democracia total asistida por los incorruptibles, desinteresados, incansables e imparciales robots, la llamada y actual Ciberocracia o democracia digital-cuántica que usted describió su novela corta llamada el Ciberbandido. Bueno. ¡Este es el ciberlaboratorio!” En realidad lo que veía superaba con creces lo que se había descrito en las obras de varios periodistas y literatos de avanzada como El Taller. Lugar tan bien resguardado que nadie lo había podido aún localizar dentro de mapa real de la ciudad. Donde varias personas, muchos jóvenes, le hacían la guerra electrónica y cibernética a nuestro gobierno totalitario e intolerante. Deisy continuó hablando. Nunca había creído realmente que su obra sirviera para mucho, ni que este Taller finalmente existiera. Pensó Juan. -“Todo esto que usted ve ahora está inspirado en sus trabajos desde cuándo comenzó a desarrollar su literatura disidente. Mire allá.” Ella le haló de la mano y no pudo dejar de sentir su cálida y pequeña garra sobre sus dedos arrugados y regordetes. En esta ala están quienes combaten directamente al Estado y le hacen la vida difícil a las instituciones y funcionarios corruptos. Persiguen y delatan a los medios, sus cuentas y sus transacciones fraudulentas, sus movimientos fuera de la línea y todo cuanto puedan o encuentren para exponer. Esto no es solo para Cuba. Es internacional y funciona en red con el planeta, en especial con otros grupos como el nuestro establecidos en otras naciones.” Deisy lo volvió a halar de la mano con esa frescura de los desprejuiciados mientras él no terminaba de cerrar la boca. Proseguía el tour. Algunos adolescentes levantaban brevemente la vista desde sus pantallas tridimensionales para observar a Francisco, el maestro, como ellos reconocían con un movimiento silencioso de sus labios. Todos parecían haber nacido durante el último período de crisis el cual ya superaba los veinte años. Le pareció ver incluso algunos rostros de aún niños, quienes tras la breve ojeada volvían a internarse en su mundo digital como si nada hubiese pasado. Todos portaban audífonos cerrados enormes mientras le hablaban a un micrófono delgado. Algunos ocasionalmente tecleaban frenéticos sin

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observar el teclado. Otros súbitamente parecían querer meterse dentro del delgado monitor en un gesto de agrandar los ojos como para cerciorarse de lo que estaban viendo. Luego se comunicaban con algún otro colega quien parecía interesarse tanto como el primero. -“Estos de acá son los buscadores.” Dice Deisy sin detenerse. “Aquí tenemos todos los motores de búsqueda que existen en el planeta y los colocamos a trabajar interconectados.Así nos servimos de ellos, tanto como de todos los satélites desplegados en los tres circuitos de órbitas exteriores en la frontera espacial, muy en particular los especializados en la vigilancia pertenecientes a la CIA, también los del sistema GPS, los de comunicaciones, etc. Los muchachos los manipulan y decodifican con facilidad.” Francisco parece no salir de su asombro. Ni siquiera le ha servido de mucho su alto vuelo imaginativo. Nunca habría podido visionar en sus neuronas un lugar así dentro de la alta presión de este estado policial, donde la disidencia se paga muchas veces con la muerte intelectual. Deisy parecía disfrutar de la reacción que causaba en Francisco todo aquello, de su inacabable asombro. “En esta área es donde ingresamos en todas las emisoras de radio, prensa escrita y televisión en sus diversas tecnologías. Descargamos todas las noticias y sus informaciones asociadas o derivadas. Con todas ellas conformamos un complejo multicanal y multidimensional de comunicaciones que enviamos a nuestros clientes en la Ultranet. Ofrecemos todas las posibles interpretaciones, los diversos puntos de vistas, todas las visiones y tendencias que surjan sobre la noticia o el suceso en sí mismo, lo editamos sin desechar nada, más bien lo acomodamos en una cápsula digital para su mejor comprensión. Entonces se lo servimos a los clientes, es decir, a todo quien desee informarse de a de veras, sin censuras, recortes, omisiones o manipulaciones maliciosas. Así llegamos a ofrecer gratuitamente una cosmovisión lo más justa posible para cada ciudadano atrapado en su tiempo y espacio finito, generalmente víctimas de las derechas, las izquierdas o los centros criminalmente interesados. ¡Es la Ultranet! ¡Observa!” En ese instante uno de los jóvenes manipula a la vez los controles de tres monitores. En cada uno el mismo suceso visto desde diferentes ángulos por tres reporteros en tres canales diferentes de televisión. Alyasira mostraba un aparente combatiente suicida mientras camina hacia la multitud que sale de una mezquita. Sorpresivamente explota en medio de ella, desintegrándose en una nube naranja que hace moverse a la cámara situada en una posición previa sospechosamente privilegiada. Fragmentos de cuerpos vuelan por los aires. La DW alemana arriba en ese momento cuando comienzan los gritos, cuando la conmoción inicia a transformarse en horror y el dolor físico es expresado en alaridos desgarradores. Algunos corren hacia el lugar para asistir a los heridos aun evidentemente aturdidos. La CNN muestra a las ambulancias desplazándose por las calles de la destruida ciudad, cargadas de heridos, Camiones repletos de militares vistiendo su atuendo completo que se mueven en dirección contraria a las ambulancias hacia el lugar del siniestro. Deisy volvió a halar a Francisco moviéndose delante de él por las tinieblas hasta situarse detrás de un muchacho. “Este es uno de los operadores que rastreará todos los reportes escritos que se hagan del suceso. Otro grupo persigue visualmente a los funcionarios públicos empleando las

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cámaras de vigilancia que se han instalado en todas las ciudades del planeta, con el aparente inocente destino de cuidar el orden público. Exponemos cada metida de pata que hacen y desenmascaramos cada mentira. No nos atamos a ninguna convención o escrúpulo. Nadie nos ayuda, pues a pocos agrada el cien por ciento de la verdad. Nosotros lo colocamos en la red. Empleamos conexiones satelitales no rastreables. Los equipos nos los robamos de las oficinas del gobierno o de nuestros padres. Como ves no existe ni un solo cable. Si llegamos a ser detectados por las autoridades, montaremos otro taller en una semana con otros equipos que ya tenemos a buen recaudo. Es la Ultranet con acceso a todas partes, a cada rinconcito del planeta, de las vidas privadas, la vida sin cortes en la privacidad de su habitación favorita donde usted mismo puede ser el protagonista. Por eso somos ilegales. Quien nos combate va a sufrir nuestro acoso día y noche, sonarán sus teléfonos constantemente, se encenderán o apagarán incontrolables sus equipos, saldrán de servicio sus sistemas cuando más los necesiten, se borrarán sus datos y se inutilizarán sus cuentas y accesos. O renuncian a sus cargos o terminan en Mazorra. Es el futuro ahora, mucho más que Internet al servicio de los nobles de corazón y los honestos. Dentro de poco podremos acceder directamente a los chips de identidad que ya han comenzado a inyectarse dentro de diversos lugares del cuerpo en los países desarrollados.” Deisy aparecía radiante. Yo no terminaba de cerrar la boca. -“Lo hemos traído aquí para solicitarle permiso, pues usted nos agrada. Vamos a colocar todos sus trabajos a disposición de todos los lectores del planeta. ¿Podemos?” Yo asentí con la cabeza. Debía aparecer algo tonto en medio de tanta juventud y tecnología. De pronto la pantalla gigante en la primera esquina comenzó a sonar. Había aumentado su intensidad notablemente. No es una película sobre la naturaleza. Es el exterior, el entorno al hangar. “¡Alarma! La policía se acera.” Dijo una voz electrónica. Todas las luces se apagaron automáticamente mientras cada uno de los jóvenes corría hacia una gran entrada que se había abierto en el piso. Deisy me detuvo de la mano. La puerta ya se cerraba sobre sus escapantes. Por un instante tuve miedo. ¿Cómo explicar mi audacia a la policía siempre grosera y nada amistosa? -“Es un simulacro.” Solo dijo mientras comenzaba de nuevo a andar delante de mí. “Por hoy se ha terminado el trabajo. Mis colegas ya se dispersan por los túneles populares y ya deben de estar arribando los del próximo turno de operadores voluntarios.” Afuera ya es de noche. Mientras tanto la pantalla gigante volvía a la vida reflejando el apacible exterior como si fuera una película verde de día. Algunos jóvenes frescos se mueven tranquilos hacia el hangar. Juan ha terminado finalmente de cerrar su boca.

19-Ultrademocracia Participativa o Ciberocracia.

De pronto se anunció. Así, sin mucho preámbulo: Se instalaría una nueva república, algo que nunca había sido puesto a prueba, demostrado, siquiera imaginado en algún lugar de este planeta.

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Todo comenzó cuando cayó la dictadura del grupo octogenario que había realizado una revolución, pero se quedó demasiado tiempo en el gobierno y se transformó en ultraconservadora de su sistema a ultranza, a pesar de las evidencias en contra. El gobierno se desplomó sin penas ni glorias y los pocos que sobrevivían de aquella generación fueron rápidamente olvidados, pero había que rehacerlo todo desde cero. La Revolución de los Ancianos había destruido las bases de la vida social en su intento de transformarlas en algo mejor, pero el resultado no fue el esperado. Después del caos de la violencia inicial con la cual fue derrocado finalmente el sistema mal llamado socialista, llegó la euforia por el gran triunfo alcanzado por la disidencia que tanto empeño había puesto en el intento de lograr el cambio. Hubo una semana de fiesta, carnavales y parrandas espontáneas al unísono por todas las ciudades y pueblos, hasta cuando los cubanos comenzamos a preguntarnos qué haríamos con tanta libertad. Nos percatamos de pronto que había arribado la encrucijada tan ansiada por muchos y a la cual todos insistían en llamar Transición. Se eligió un gobierno temporal conformado por los disidentes más aguerridos e inteligentes. Se creó un Congreso de Transición y se habló de volver temporalmente a la Constitución del 40, pero se percataron de que mejor era ser cautos, pues aquella Carta Magna se acercaba a la centuria y su redacción sonaba ya arcaica. Se aprobaron leyes provisionales de urgencia, pero como podrán ver, estamos en esta isla donde nos hemos quedado siempre detrás en la historia y hay que hacer algo nuevo, algo que estremezca al planeta. A fin de cuentas ¿cuáles son las alternativas? Tenemos para escoger desde la Comunidad Primitiva hasta el Capitalismo tan atacado por Marx, pasando por el gracioso feudalismo. ¿Cuál sistema socio político constituiría una novedad para nuestro pueblo generoso con ansias de alguna vez darse la existencia que merecía? Estamos en el siglo 21. Vamos a hacer algo nuevo. Así fue como de repente, salido de la aparente nada, comenzó a llegar el clamor por adoptar una idea que alguien había desarrollado algún tiempo atrás: ¡Vamos a crear una nueva república! Aquella que como el Ave Fénix renazca de sus cenizas aún con mayor esplendor. Se buscó y se hurgó entre el pueblo y sus intelectuales hasta cuando se encontró al generador de tal teoría peregrina de una Ultrademocracia Participativa ayudada por las máquinas inteligentes, tal vez por ello llamada Ciberocracia. El señor intelectual era un escritor insignificante, anciano ya, quien se había gastado su existencia presenciando y analizando desde dentro a los isleños. Fue reclutado a regañadientes. Decía que era más fácil permanecer en el bando de los criticones, asumir ese aire seguro de quien no tiene nada que perder por estar accidentalmente en el bando de los acusadores, quienes no conocen cuán caliente está la controversia. Este señor fue electo nuevo Presidente y se encaramó en su sillón presidencial frente al alborotado Congreso y todos callaron. Ya se había filtrado cual sería la propuesta que con posterioridad a su anuncio se llevaría a consulta popular. Se hizo silencio en la amplia sala y hasta los traductores dejaron de hablarle a sus micrófonos, las butacas amortiguaron sus chirridos. Todos, cada uno de los ciudadanos de la nueva nación estaban alertas, atentos para finalmente conocer cómo se desarrollaría la

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vida sociopolítica de ahora en adelante. Deseaban constatar de verdad que la idea era nueva, que el concepto es de estreno. El Presidente carraspeó, dio dos golpecitos sobre el micrófono para comprobar su autenticidad y se dispuso a hablar. “Señores del Congreso. Invitados y pueblo en general.” Su discurso se estaba transmitiendo por primera vez en la Internet en tiempo real para todo el planeta. -“La Ultrademocracia Participativa es un hecho. Les voy a hacer un poco de historia y les hablaré de economía política, pues es necesario para que entiendan lo que va en la nueva propuesta que será votada por ustedes al final del ciclo de aprendizaje. No voy a atacar a demagogos e hipócritas, pues no vale la pena perder tiempo. Vamos directo a intentar hacerles llegar la esencia de la nueva concepción de la cual van a ser ustedes los partícipes y protagonistas. A través de la historia la explotación de los productores e intelectuales han ido en crecimiento gradual, hasta incluso este socialismo el cual por suerte acaba de desaparecer. En un país donde impera un sistema económico capitalista o de mercado abierto, el gobierno se ve en la obligación de recaudar muy seriamente impuestos de entre todos los ciudadanos para sufragar los diferentes y múltiples programas que se hacen imprescindibles. El ejecutivo interviene lo menos posible en el control de la economía. En las economías socialistas el Gobierno se supone planifique y controle la totalidad de la economía. Generalmente no colecta impuestos porque ya de antemano obtiene en su banco de superestructura toda la plusvalía y valor agregado que genera la inmensa mayoría del pueblo. Anualmente planifica los gastos de acuerdo al ingreso o crecimiento de PIB, el cual no es más que estas ganancias generadas por toda la nación. Actualmente no existen otras formas de organizar una nación, salvo algunos pequeños grupos aislados de seres humanos que viven aún en la comunidad primitiva. Vamos a mezclar. Vamos a innovar. Estamos ya en el tercer milenio de la existencia moderna de la humanidad ¿por qué aún hoy sostenemos a sátrapas y tiranos como los mal recordador faraones o reyes mitológicos, semidioses aún tan caprichosos como los que nos describían los griegos antiguos hace más de cinco mil años? -Generamos a partir de hoy una Ultrademocracia Participativa Comunista. ¡Sí! No le temamos a las palabras y conceptos. Sí, vamos a planificar la totalidad de la economía, pero los medios de producción estarán verdaderamente en las manos de los productores. -Los negocios podrán ser privados, colectivos en cooperativas, o propiedad del gobierno cuando su importancia así lo requiera. Las decisiones también estarán en esas mismas manos privadas, no en el gobierno. He ahí la diferencia. -A partir del 1ro de enero del próximo año todo lo generado por la nación, absolutamente toda la ganancia por comercio, intercambios, plusvalía, valor agregado, etc, va a ir a parar a una sola cuenta bancaria gubernamental identificada por un sencillo número. -Cada ciudadano tendrá desde su nacimiento hasta su muerte una cuenta bancaria fundamental de surgimiento automático también identificada por el mismo número de su identidad permanente. Los menores contarán con las cuentas, pero controladas por sus padres o tutores.

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-En estas cuentas se depositará a partes iguales para cada ciudadano una fracción equitativa de la totalidad del crecimiento anual del PIB, de las ganancias acumuladas, valor agregado, etc. El ejecutivo no podrá utilizar o desviar un solo centavo del gran total previo a esta división, durante, o después. -El gobierno, entonces y tan solo después que se haya hecho en transfer de capital al final del año fiscal a cada una de las cuentas privadas de todos los ciudadanos del país donde quiera que estos se encuentren en el planeta, iniciará clara, transparente, honesta y humildemente una campaña informativa y de convencimiento para que cada persona decida dónde va a depositar su parte del capital, caso por caso, aspecto por aspecto de la economía nacional. Cada persona asimismo decidirá por libre albedrío cuánto de esta cantidad total dedicará para su gasto personal durante el período del año, pues no existirán salarios. -No se producirá ningún tipo de cuestionamiento sobre cada decisión personal la cual será secreta y directa, realizada desde la comodidad del hogar, dentro de la primera semana de cada período oficial. -El gobierno podrá pedir, solicitar al pueblo, cada vez que lo necesite, con urgencia o no, nuevos fondos para algún programa determinado que no se haya previsto inicialmente, comenzando una campaña de comunicaciones directas y presentando detallada información de donde se pretende colocar el dinero centavo a centavo. -El pueblo estará en condición de solicitar y ejecutar auditorías y controles a los gastos del ejecutivo cuando lo considere necesario o prudente. Se necesitará para su inicio tan solo el rumor de que algo anda mal en alguna parte. Eso desataría de inmediato una investigación controlada por elementos independientes y electos por el pueblo secreta y directamente. -No existirán campañas propagandísticas comerciales o políticas, solo estrictamente informativas con la mayor diafanidad y atractivo posible. El engaño será causa de severa sanción. -Ante el hallazgo comprobado de corrupción u otras formas de latrocinio, será automática e inmediata la pérdida de la ciudadanía y el destierro a donde decida el condenado. -El pueblo elegirá, votará, cada cinco años si desea continuar o tiene otro tipo de democracia en mente que pueda perfeccionar, modificar o eliminar la que se ha venido ensayando hasta ese momento. -El ejecutivo, legislativo, judicial, y todos los demás cuerpos de gobierno podrán y deberán ser reemplazados por otros funcionarios electos en cualquier momento que los ciudadanos consideren, si la demanda detalladamente fundamentada alcanzara cierto número de demandantes que se determinará previa y públicamente. -No existirán recursos de apelación ante las decisiones mayoritarias del pueblo. De esta manera serán los ciudadanos de toda la nación quienes verdaderamente decidan sobre su futuro inmediato. Serán los responsables directos del bienestar general y de la eficiencia de la república en términos económicos y sociales. -El gobierno readquirirá su verdadero papel de regulador de la vida nacional y de servidor incuestionable a los intereses del pueblo. Nadie será más importante que nadie.

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-Ningún funcionario recibirá remuneración diferente alguna de la cuota que le corresponde como su parte lógica equitativa del crecimiento del PIB establecido como esencia del nuevo estado comunista ultrademocrático y participativo. El gobierno no tendrá recurso contra las decisiones del pueblo. Tampoco existirán cuentas secretas de ninguna clase. De esta forma solo el pueblo será responsable de su bienestar, de si avanza o retrocede, de si el modelo político funciona o no, de trabajar efectivamente en su propia satisfacción y provecho sin que nadie se beneficie a costa de nadie. Tendrá su futuro y destino en sus manos y no podrá culpar a nadie o a nada más que a sí mismo por el fracaso o el éxito. Este nuevo tipo de república permite demostrar hasta cuál punto ha avanzado la conciencia individual y colectiva, hasta qué punto el hombre puede controlarse a sí mismo y emplear esa libertad que tanto ha ansiado, por la que tantos siglos ha luchado. -Toda la información nacional deberá fluir por la Intranet Nacional que se establece al efecto. -Absolutamente todas las decisiones las tomará el pueblo por mayoría simple. Existirán displays gigantes por todas las ciudades y la nación, donde los ciudadanos puedan comprobar visualmente el estado de los diversos escrutinios automáticos. -Se utilizarán profusamente las nuevas tecnologías de la información y la transmisión de datos. Cada ciudadano deberá contar personalmente con una terminal-equipo desde donde pueda comprobar instantáneamente el estado de la nación cada vez que se considere necesario. Existirá en cada vivienda uno de mayor alcance para la familia entera. -Se asumirá de inmediato cualquier descubrimiento o avance en cualquier esfera de la vida. Tendrán prioridad de análisis las propuestas novedosas en beneficio colectivo. -Se eliminan el ejército y absolutamente todos los aparatos represivos. Solo se conservará un cuerpo policial altamente educado y entrenado con la única finalidad de controlar, descubrir y atrapar a los díscolos en toda la nación. -No se criticará a nadie por haraganería o vagancia flagrante, pero si se establecerá visible y públicamente quienes más producen, avanzan y trabajan para el colectivo. Las bases de datos sobre la vida nacional estarán disponibles todo el tiempo para todos los ciudadanos. -Se emplearán todos los sistemas inteligentes conocidos y por crear para la seguridad informativa y el resguardo de los datos contra ataque internos y externos. -Quienes no estén de acuerdo con el sistema que imperará aprobado por la mayoría, podrán abandonar la nación hacia donde deseen residir con un sistema socioeconómico más apropiado para sus gustos, pero no se beneficiarán de los avances nacionales. Volverán cuando así lo deseen por elección personal simple. Sus cuentas, previamente congeladas, se reabrirán automáticamente. -El nuevo Estado contará con las más avanzadas tecnologías al servicio de un gran centro de informaciones online sistemáticas y actualizadas, personales y nacionales al cual tendrá acceso toda la población sin límites de ninguna clase. No existirán la represión ni los dictadores. Nadie estará por encima de nadie y el primero será tan importante como el último. -El Gobierno hará el mayor uso posible de las inteligencias artificiales en la toma de sus decisiones y la organización de la vida cotidiana.

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Debido al empleo creciente de las intensas tecnologías automáticas inteligentes, incorruptibles, incansables, insobornables e infalibles, deberíamos llamar a este nuevo proyecto de nación republicana una Ciberocracia Participativa. No respondan nada ahora. No a viva voz por favor.” La gran concentración de personas en la plaza se calmó nuevamente. El murmullo se fue acallando rápido. “A partir de mañana 8 a.m. todos podrán votar libre y personalmente a través de la Internet a este website: …Bueno, estará en los monitores de todos a partir de esta noche. Hagan un buen uso de sus vidas y su inteligencia. ¡Buena suerte!”

20-Corrección de errores.

-“¿Habrán movido algún mueble arriba?” Preguntó la señora a su esposo quien miraba preocupadamente hacia el techo dentro del comedor de uno de los pisos bajos del deteriorado edificio de la Habana Vieja. En esta zona de la urbe todo está mal aunque el Historiador de la Ciudad y el gobierno hacen algo por reconstruir lo más importante o lo que más se destaque dentro de estos cuatro kilómetros cuadrados que conforman la heredad histórica de siglos pasados. Por eso se cae la cal que está contra la gravedad pegada al yeso de las esquinas o al cemento del centro de la celadura y se cuelga en cortas tiras sin uniformidad ni concierto en el firmamento de la casa del siglo diecinueve. En las paredes sucede otro tanto cuando se mira bien detrás de las cortinas y los mil tarecos que las ocultan. Los lamparones descoloridos y las otras capas anteriores, muchas capas anteriores, de los diferentes vecinos quienes vivieron y pintaron algo para mejorar la estética. Por suerte aún no se notan rajaduras en los laterales o las vigas de soporte. El edificio fue bien construido cuando se sabía edificar. -“No, no parece que estuvieran moviendo algo en las alturas. Más bien me pareció como un terremoto muy breve.” Dijo el Señor ya en la tercera edad, dejando su periódico desatendido colgando de una sola mano. -“En Cuba nunca se han sucedido terremotos gigantes. Solo tiembla un poco por allá por la región de Santiago y Guantánamo, pero nunca ha llegado a las Grandes Ligas.” Dijo ella apartando el bordado y arreglando su saya, sacudiendo un poco de polvo que se había acomodado en los pliegues después de descender despacio del techo. Ambos salieron al balcón como impulsados por la misma intención de comprobar si afuera se habían producido daños de algún tipo. Desde hacía muchos años de estar juntos ya muchas veces no hacía falta decirse las cosas para actuar al unísono. Abrieron con alguna dificultad la pesada puerta de madera ya muy reseca por el sol y los años, para salir al piso mínimo que les daba una privilegiada vista de la ciudad a sus pies. No es muy alto, solo que la capital es muy baja por esta zona. En el balcón no hay nada, solo el polvo acumulado soplado por el viento, aclarado por las lluvias de décadas, pegado en costras sutiles aquí y allá. La pintura de los balostres de acero también está carcomida y se cae en fragmentos diminutos. Ambos observan con detenimiento. El viejo habla: -“No, no fue un terremoto. Si eso hubiese ocurrido no hubiera edificio en pie al menos en esta área., Pero…” El hombre se

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inclina un poco para intentar con ello corregir el defecto de sus espejuelos. “Los autos que veo no son los habituales. Todos son modernos.” La señora engurruña el ceño también observando abajo. -“Y las personas parecen diferentes. ¡Mira eso! Se le han quitado los baches a las calles y han desaparecido los charcos de agua podrida que siempre se acumula en los contenes por los alcantarillados tupidos por el churre.” Cuando volvieron a observar su entorno la pared ha perdido sus desconchados y la pintura de un azul pastel parece haber sido recién aplicada. De pronto los dos vuelven adentro y todo parece nuevo, recién remozado y reparado aún dentro de su ancianidad. Se dirigen a la puerta de salida la cual dejan abierta para bajar las escaleras todo lo rápido que sus veteranas piernas les permiten. Debajo, hace milenios había estado una tienda de telas finas y bordados para las señoritas que ya había desaparecido depauperada por las nacionalizaciones, el desabastecimiento y finalmente el desinterés oficial. Ahora el cristal negro había retornado a sus lugares alrededor de la entrada y el nombre del antiguo dueño resalta dorado sobre el fondo oscuro. “Johnson and Brothers.” Dentro todo se había restablecido como hacía sesenta años y una persona joven los saludó con la mano como si los conociera de antes. Todo está pintado y arreglado, se ven muchos negocios en las manzanas. Barberías, peluquerías, farmacias, bodegas, peleterías, bares relucientes, tabaqueras, todo había vuelto a como era antes. Las personas que pasan se mueven rápido, como con algún destino y tiempo determinado. No hay grupitos de desocupados haciendo cuentos en las esquinas, o tomando, o jugando dominó. Una pareja de jóvenes pasó hablando en voz alta muy cerca de los ya muy perplejos ancianos. “I am very sorry for your husband. I hope he is back soon from New York.” Ambos se miraron una vez más, asustados como estaban, pero no se dijeron nada. El viejo se volvió lentamente y comprobó que detrás de él, justo debajo de lo que sería su vivienda, había vuelto la vieja tienda de mapas y accesorios para escolares que había sido de su propiedad, después expropiada por el gobierno revolucionario. Una extensa carta regional colgada de la pared le llamó poderosamente la atención y comenzó a andar arrastrándolos pies hacia adentro, súbitamente muy cansado. Su esposa le seguía también con la boca abierta. Esto fue lo que vio:

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Cuba es ahora parte de la península de la Florida. El estrecho ha desaparecido. Por eso aquella sensación de corrimiento instantáneo que no fue terremoto. Por eso las personas hablando en inglés y los autos modernos, todo tan limpio y ordenado. El Caribe ha cambiado. El señor volvió presuroso a su apartamento con su esposa de remolque escaleras arriba.

Su corazón latía fuerte no precisamente por el esfuerzo de la subida. Entró a la sala y se

sentó directamente en la silla del teléfono. Lo descolgó y marcó un número harto

conocido. -“¿El Gobierno? ¿Por favor, me puede decir usted quién es nuestro Presidente?”

21-Bajo el dintel.

Eché un último vistazo al aula casi de espaldas parado en el dintel de la puerta. La profesora me observaba aun acumulando los últimos exámenes sobre una esquina de la mesa. Me sonrió porque estaba triste y contenta. Contenta porque a partir casi de ahora comenzaban sus vacaciones de verano y tendría tiempo de sobra para ocuparse de sus asuntos e irse tal vez a alguna playa a refrescarse un poco. Triste porque ya no volveríamos más. Terminábamos el último año de la secundaria y a partir de ahora, el grupo que había venido casi intacto desde la primaria, se desintegraría por toda una amplia variedad de escuelas dispersas, lejanas y desconocidas. La camisa blanca ya no lo era más, cubierta totalmente ahora por los buenos deseos escritos de mis amigos, y los piropos de mis amigas que se pasaban en atrevimiento, pues de veras me querían y deseaban dejarme un último recuerdo bonito. “Chao hermano, nos vemos en el futuro.” Parecían decirme sus ojos amables. En el futuro nunca las volvería a ver, y si sucedía, entonces serían personas totalmente extrañas que no tendrían nada que ver conmigo. En ese instante bajo el dintel observé mi pupitre cotidiano y cómodo que parecía ya conservar mi forma, los dibujos naif de las paredes, los cartelitos recordando tal o mas cual lema, las persianas abiertas, la mancha de humedad en la esquina que el administrador nunca había logrado quitar. La pizarra con la fecha de hoy. La maestra se había quedado estática. Aquella foto la conservaría por el resto de mi existencia aunque aparentemente la olvidaría pasado mañana. Ya se alejaba la bulla de mis colegas, de los exabruptos torpes de mis amigos para con las chicas receptivas y cariñosas tan cercanas a la niñez, pero ya con caderas y senos que comenzaban a atraernos con demasiado énfasis. Hace calor y el amarillo del intenso sol contrasta con el verdor de la vegetación que nos rodea. No hay nadie vendiendo dulces en la cerca y la mala yerba comienza a crecer en el césped de los patios como conocedora de las ausencias temporales en ciernes. Le lancé un beso al aire a la profe y me fui. No se me olvidan sus ojos bonitos, pero no me dijo nada, ni siquiera adiós. Ella debe estar acostumbrada a perder a sus hijos con cierta cadencia fija. Niños quienes llegan a su local casi adolescentes y se van casi hombres y mujeres en un cambio muy acentuado. Casi personas quienes parece que van a destruir el mundo o a transformarlo para mejor. Ya se

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acaban las escaramuzas con el pelado raro, o el largo de las sayas, las malas palabras y groserías tontas, los celos y enemigos ligeros y circunstanciales por amor. Mientras me alejaba la quietud comenzó a ocuparlo todo, el silencio inhabitual, y me dolió entonces de una forma rara la pérdida que al final es ganancia. Comprendí que ya no volvería jamás y que me perdía algo que ya era parte de mí y que desde ahora pasaba a un segundo plano, al lento y descolorido mundo de los recuerdos. La profe se paró bajo el dintel de nuevo aún con algún documento en las manos y nos observó alejar sin decir palabras. Se apoyaba de un lado en el marco de madera mientras los dedos desapercibidamente alisaban insistentemente algún borde en la hoja papel. Su rostro estaba triste. De cuatro zancadas regresé y la envolví en un abrazo fuerte que aún le debe estar durando en algún lugar de este universo donde deba estar, anciana y educada, cariñosa y dispuesta a ayudar a las nuevas generaciones que fueron pasando por sus ojos para no detenerse nunca. Como yo, para no retornar jamás. Se quedó allí, bajo el dintel de la puerta del aula por donde tantas mañanas habíamos pasado juntos, observándonos marchar con algarabía y alegres, silenciosa y triste, contenta por la pérdida de vernos andar hacia otro mundo donde probablemente, muy probablemente, volvería a pasar lo mismo, pero ya no sería igual.

22-Un Post desde Alaska.

Hola. Hoy he tenido que palear un poco más de nieve del pasillo desde la puerta hacia la acera. También me he visto obligado a evacuar el mismo desperdicio pegado al piso del acceso al garaje para poder sacar el auto. Nadie se imagina cómo me he recordado del cuento de Álvarez Guedes sobre el cubano que emigra para Alaska porque nunca había visto nieve y al final terminó gritando que era mierda blanca. Yo no he llegado a tanto aunque también salí de la isla no hace mucho. Me vine para acá arriba pues se reciben mejores salarios, una enormidad para mi susto, cuando me informaron en la agencia empleadora de la paga por tan solo conducir un camión cisterna sobre el hielo, porque aquí siempre hay hielo, hielo y petróleo. Yo pensaba que me iba a ser fácil, acostumbrado como estaba al pésimo y obsoleto estado de las carreteras de mi país, a la permanente falta de señales, a lo deteriorado de los vehículos que uno rodaba hasta cuando explotaban las gomas o se fundía el motor. Eso pensaba yo, pero tuve que aprender con los veteranos pues no iba a durar una semana en el trabajo si no aprendía rápido. Aquí se confía mucho en la tecnología. Los camiones son nuevos y tienen que tener calefacción, pues uno no aguanta un minuto a la intemperie con menos cuarenta grados bajo cero, pero hay que acarrear el petróleo. Otros se encargan de la madera que también abunda por estos lares. Las coníferas crecen por siglos sin que si quiera les pase cerca un ser humano. Tan solo los súper peligrosos plantígrados. Cuando me enteré de que a los osos les llamaban así me reí cantidad por aquello que me recordaba a los pies planos. No sé.

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Tienes que llevar en la cabina carísimos equipos como radios de largo alcance, GPS, un par de armas contra animales peligrosos, comida, agua y ropa muy abrigada por si se te rompe el camión en medio de estas carreteras larguísimas sin paradas, sin ranchos o gasolineras a cada tramo. Hay que ver las extensiones cubiertas por esa capa blanca que llega a aburrir por tanta monotonía. Es bonito tan solo el primer o el segundo día. Cuando tienes que palearla a las seis de la mañana todavía oscuro porque la puerta no quiere abrir, yo quiero ver a un cubano protestar. Aquí amanece a las nueve de la mañana y oscurece a las cuatro de la tarde. Más arriba se pone peor. Hay algunas personas que han muerto pues cuando logran salir al pasillo exterior, les cae encima un enorme plantón, el cual como una gran caca te aplasta si no estás bien fuerte. Si te empatas con una jebita, que escasean muchísimo si no cuentas a las indigeribles locales, y vas a comer a algún restaurante, cuando sales te pasas media hora limpiando de nieve el auto que no es tuyo, hasta cuando te percatas que tu Ford está cuatro metro más adelante. Este Chevrolet idiota se parece mucho hasta cuando comienza a sonar la alarma. En mi Cuba no tenía carro. Ni siquiera una buena bicicleta, pero me podía quedar botado en cualquier parte que no pasaba nada. Me podía quedar dormido debajo de una mata y no amanecía hecho un bloque de hielo como parte del permafrost. Eso sí, podías perder los zapatos y la cartera, incluso la ropa si era buena, pero mis atuendos nunca fueron atractivos ni siquiera para los rateros, aunque a las cubanas en realidad eso no les importaba mucho. Te miraban primero a la cara y si les agradaba, entonces se ocupaban del resto. Aquí lo primero que hacen es investigar quién eres tú y cuánto ganas, y yo guardo mucho, más de lo que gané acumulando todo lo que me pagaron durante mi vida en los diversos trabajos que tuve. Hoy vivo solo. Tengo una casita pequeña pero preciosa, equipada con lo inimaginable para hacer la vida cómoda, pero no alegre. Nadie se imagina las ganas que me dan de cargar con todo esto en redondo hasta la acera y depositarlo en algún lugar de La Habana, cualquiera, para ver a mi gente pasar, no la nieve cayendo delante de un telón de fondo gris muy oscuro. Es verdad que tengo mucha televisión, Internet, pero ya ni siquiera enciendo el aparato y me paso las horas libres delante de la computadora viajando por otros lugares donde siempre estuve. En el camión cuento con un buen estéreo y nunca pensé que me iba a gustar tanto la música cubana, incluso ese Reguetón malo de los muchachos de la calle. Me acercan un poco a lo que fue mío. Cuando tengo que salir de la cabina a reponer el combustible o a hacer cualquier cosa impostergable, primero me armo de mucho, muchísimo sol, como si estuviera en la playa de Santa María del Mar, más linda que Varadero, cuando tenía amigos dispuestos a quemarse conmigo todo el día en la arena porque no había mucho más que hacer con los cuatro quilos que ganábamos. Y me recuerdo como maldecía aquel sol intenso del mediodía que te hacía engurruñar los ojos y picaba duro en la piel. Siempre decía que algún día me iría a trabajar voluntario con los esquimales a sacar a pico hielo para sus iglús y mira. Uno no sabe las vueltas que da la vida y donde te vas a sorprender botado la próxima semana. Me cargo, antes de abrir la puerta metálica, con ese brillo, y ese calor, esa energía, y de las cubanas pasando con muy poca ropa tan cerca que uno percibe su perfume natural, el olor de sus pieles siempre bronceadas, sus sonrisas o sus miradas provocadoras ante un piropo inteligente. Aquí no hay ni piropos, ni cubanas, ni sol, pero gano mucho dinero.

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Alguien tiene que hacer este trabajo y yo me propuse. No es malo, pero es que uno vive solo. Aquí no se puede andar por las calles a pie, no te puedes sentar en una esquina en el borde de la acera para conversar con tus vecinos, y la ciudad parece desierta por la tan baja temperatura. Ya me cansé de ir a hablar boberías a las tabernas donde se emborrachan mis colegas gringos. También gasto lo esencial. Cuando acumule suficiente dinero me iré a Costa Rica o cualquiera de esos países que se parezcan a mi islita por el clima, aunque la gente nunca es la misma. Pero voy a salir por las mañanas y voy a sentir ese sol que comienza a tostar desde el amanecer. A levantar el rostro aunque tenga que cerrar los ojos debido a la intensidad de la luz. A llenarme de trópico y no de flequillos de nieve que se me cuelgan de las pestañas y en el bigote. Qué pena que no pueda volver a mi isla aunque no he hecho nada malo. Las mismas razones por las que me fui aún continúan allí, el mismo gobierno cada vez más veterano con los mismos errores y la misma dictadura. Qué pena de mis amigos dispersos por el planeta. De mis novias bonitas y alegres que se van haciendo cada vez más borrosas en el tiempo y el frío intenso. Si la vida me alcanzara volvería a una Habana igual pero diferente, donde no tuviera que palear nieve todas las mañanas y manejara un camión esta vez con aire acondicionado, y ganara un buen salario. Ah, y no hubiera dictadura. Eso es importante. Creo que no es mucho pedir, pero lo he puesto aquí en este blog para que no se me vayan olvidando las cosas insignificantes que una vez tuve y que parecen ahora tan importantes, cuando se te cuela el frío por debajo del borde del abrigo y hay que encender las luces de carretera a las doce del día. 23- Esperanza. “¿Has visto a Elisa?” El hombre me pregunta con una ansiedad en los ojos que me asusta. Me había tomado sorpresivamente por el brazo sin que yo lo esperase para nada. Esa mañana estaba sentado en el Malecón leyendo un periódico a la sombra de un día gris. Las nubes venían del norte y presagiaban frio. El señor de unos treinta años, bien vestido y con buenos zapatos, no deja de mirarme a los ojos ni un solo instante. Espera la respuesta. Entonces estaba bien peinado, pero parecía que no se aseaba por días. “¿Has visto a Elisa?” Me volvió a preguntar con la misma ansiedad con la cual lo había hecho hace veinte años. Hoy lleva el cansancio y la mugre de dos décadas. Ya ni siquiera espera la respuesta y se marcha dos o tres personas más allá: “¿Has visto a Elisa?” Ninguno iba a darle una respuesta afirmativa, pero mientras él buscara todo estaba bien. Elisa podría, algún día, eventualmente, aparecer. No se habría perdido para siempre mientras él insistiera. Queda la esperanza, la duda.

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Ya mucho más allá le escuché la misma pregunta intensa con una voz más apagada. “¿Has visto a Elisa? Es una muchacha linda, con veinte años y los ojos grandes. ¿La han visto por aquí? Llevaba una rosa en la mano y la cara llorosa. ¿Me pueden ayudar?”

24- La pared allá arriba.

¡Púmbata! La nave con su pequeña anatomía chocó contra la pared, pero con una velocidad tan espantosa de unos cuarenta mil quilómetros por segundos que hicieron de su relativo escaso peso un proyectil formidable de acero, aluminio y plástico. Este tipo de vehículo Apolo había salido no tripulado de La Tierra y se fue acelerando paulatinamente aprovechando la gravedad de Marte, Júpiter, Urano, Saturno y Plutón. Sobre este último confirmaron que era una roca oscura y congelada la cual marcaba los confines del Sistema Solar propiciando un contrapeso a toda la estructura. La Apolo Once llevaba en sus entrañas en un pequeño compartimiento un disco de oro con un discursito en varios idiomas, una canción de Michael Jackson entre otras melodías, así como algunos símbolos con coordenadas especiales para que alguna otra civilización inteligente nos lograra ubicar. Que chasco cuando su cuerpecito se vaporizó y dejamos de recibir aquel alentador vip que indicaba su presencia. Era el primer objeto construido por humanos que salía al espacio exterior del sistema solar y le había tomado más de dos décadas de viaje. Previo a este accidente el planeta se había comenzado a despedir mentalmente del ingenio mensajero mientras muchos le deseábamos en silencio fuera a caer en buenas manos. El sonido tardaría unos decenios en llegar, pero el impacto y el destello nuclear que se generó fueron captados por el Hubble y otros potentes telescopios. Fue la NASA quien facilitó las primeras fotos a la prensa mundial. La Apolo Once había chocado contra algo muy fuerte allá arriba, como con una pared, más bien un techo invisible e indetectable a nuestros ojos y equipos. Donde el fogonazo del hongo térmico había marcado ahora aparecía un hueco rectangular claro y sin estrellas de noche, oscuro y misterioso de día destacándose en el azul tradicional. Parecía una puerta, como si la nave con el trastazo hubiera derribado un acceso o un panel divisorio y nadie se ocupara mucho de colocarlo de vuelta en su lugar. El mundo observaba hipnotizado y en silencio el agujero allá arriba, no tanto por el daño estelar, sino preocupados y contando cuántas verdades y conceptos tendríamos que comenzar a revisar. La lejana y apenas visible puertecita en el techo del universo nos haría reformatearlo todo a partir de cero. Ni siquiera la Iglesia alborotó mucho con aquello del cielo, pues se había roto un fragmento mucho más grande que nosotros. Nuestro supuesto espacio se constreñía y las luciérnagas nocturnas del firmamento comenzaron a perder su sentido romántico y su lejanía.

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Mientras tanto los científicos ya preparan otra nave con toda la tecnología y rapidez del siglo veintiuno, para lanzarla por una trayectoria mejorada e ingresar por aquel hueco antes de que alguien lo cerrara o intentara reponer.

25- Dos cubanos. (Pepe el curda y Pedro el Ministro.)

El despertador electrónico sintonizado en Radio Enciclopedia súbitamente saltó a la vida con el volumen tal vez demasiado alto para una melodía como Para Elisa de Mozart. Pedro miró al display con grandes números rojos. Son las siete de la mañana. Su mujer hace rato está de pie como de costumbre y a pesar del cuarto cerrado huele a café recién colado. Pedro se incorpora y da unos pasos irregulares hasta la pared donde está el acondicionador de aire. Hace frío y lo apaga. Afuera también hace frío pero a él le gusta tenerlo encendido por el ruidito monótono y acariciador de su máquina, porque el cuarto puede entonces estar cerrado casi herméticamente sin que parezca raro, evitando ruidos externos y miradas de vecinos curiosos. De todas formas está acostumbrado. El carro tiene aire, la oficina tiene aire, generalmente por donde quiera que se mueva existe climatización y esta elimina la nociva alta humedad de esta isla tropical. No le agrada la saturación y sabe que nació en el país equivocado. El cualquier momento se convertirá en el primer emigrado climático de esta nación, si las cosas en definitivas se ponen tan malas como se predice. La señora la trae su primera taza de café del día. Este termina de despertarlo. Le agradece y se va al baño para asearse y lavarse los dientes. Su piel es blanca y desempercudida por tanto estar encerrado en lugares semioscuros reunido o revisando papeles en espera de su firma. Le agradaría leer. Siempre fue un entusiasta de la lectura pero la oficina consume muy por encima de cuanto estaría dispuesto a dedicarle a tal placer. Sale del baño bañadito y descansado. La esposa, excelente ama de casa, le tiene listo ya el desayuno apropiado: Pan suave con mantequilla holandesa sin sal, abundante café con leche y una bandejita llena con trozos de frutabomba fresca. Ella se mantiene atenta para hacerle otro café expreso cuando esté terminando. Los muchachos ya se fueron a la Universidad más temprano en el Lada viejo que él les dejó cuando le entregaron por su sesenta cumpleaños el nuevo auto chino Geely que no parece muy bueno. Sí, mucho confort pero muy malos componentes. Ese modelo Emgrand es una muy mala copia de la Cadillac. 0--------------0------------------0-------------------0-----------------0-----------------0----------0 Pepe se despierta todavía oscuro. Son las seis de la mañana según el viejo reloj mecánico Seivani de la época soviética pero ya no suena. No hace falta. Está acostumbrado a tirarse a la misma hora para salir a luchar el día. La mujer se revuelve a su lado y se tapa la cabeza

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con la almohada para que no le molesten la luz ni los mosquitos bien alimentados en el criadero cercano de la laguna de oxidación del barrio. Pepe de todas formas no enciende ninguna lámpara. Tampoco le hace falta, aparte de que la mitad de los bombillos están fundidos, la luz le aumentaría el dolor de cabeza de la resaca por la curda de ayer. En algún momento tendrá que plantearse muy en serio dejar de beber. Su mujer se mueve molesta en la cama y los muelles partidos del colchón crujen con sonido metálico amortiguado por la poca guata que le queda. Pepe va a la cocina del apartamento de micro pero no encuentra café en el pomo. Estamos tan solo en la segunda semana del mes y ya se acabó la cuota. Cuando baje tendrá que contentarse con el mejunje achicharado de a peso en la cafetería de los bajos. Se lava un poco la cara con el apestoso jabón de lavar de a seis pesos y se cepilla con Perla lo que le queda de dientes. Pepe tiene sesenta y seis años. Los muchachos hace rato ya se han ido para otra parte en un vano intento por escapar de la miseria. El cuarto colectivo de los cuatro se ha transformado en el almacén de tarecos y taller donde él reúne las latas de cerveza o refresco. En el medio destaca un yunque viejo donde él las escacha con una mandarrita pesada. El dinerito que dan por esto en materias primas junto al de las botellas da para la comidita de las tardes, los cigarros de la vieja y mi petaca de ron o alcohol preparado. Pepe se retiró con una pensión de ciento cuarenta y ocho pesos mensuales y eso no les alcanza ni para los mandados, mucho menos las medicinas que se han puesto tan caras en el mercado negro, porque en la farmacia nunca las hay. Pepe tiene la piel curtida de tanto sol pero él ni se fija en este detalle. Nadie lo hace ya. Se viste su overol azul de todos los días, coge el saco grande y se va a la calle. Él sabe dónde se botan las laticas. 0------------0------------------0-------------------0-------------------0--------------------0-------- Pedro enciende el coche, conecta el aire acondicionado y la radio. Le gusta saber de las noticias mientras se traslada al trabajo aunque esto no le toma más de diez minutos. Él tiene chofer escolta y un auto Lada nuevo asignado con matrícula oficial, pero no le agrada emplearlo en sus traslados por la mañana. Es importante tener su transporte privado cerca para las ocasiones cuando necesita pasar inadvertido y eso puede ocurrir a cualquier hora del día. Se cerciora de que sus celulares estén encendidos aunque muy pocas personas conocen sus números privados. Uno es para sus superiores y el otro para las conquistas y amigos íntimos, aunque en este negocio estos últimos verdaderos resultan muy pocos. Él es un tipo afable que pretende estar siempre en control de su carácter y le agrada que las demás personas crean que es un ciudadano humilde y bondadoso. No usa camisitas de a tres por kilo como Carlos Lage, quien intentaba proyectar una falsa imagen de humildad, pues al final todo el mundo piensa que la mayoría de los funcionarios son unos corruptos y les encanta vivir bien. Viste una guayabera blanca de mangas largas impecable como manda la nueva etiqueta oficial tropical, pantalón azul prusia y zapatos negros muy cómodos. Lleva un buen Rolex en su siniestra y un lindo anillo de compromiso. Con esto marca personalidad, un status y alerta a las personas su poder.

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Ingresa directo en el sótano del edificio del Ministerio y camina tranquilo y altivo hacia su ascensor privado el cual le depositará en su despacho. Ya sabe que sus ayudantes y secretarias se deben de haber pasado la noticia de que está en el edificio, pero eso le agrada. La disciplina es importante y él tiene siempre que dar la apariencia de estar en control. Además, hay cámaras instaladas por todas partes controladas por la Seguridad del Estado y estas son instrumentos en manos muy peligrosas. Son las nueve de la mañana cuando hace su entrada a su despacho. Un par de secretarias ejecutivas se afanan en la antesala y responden constantemente a teléfonos. Las dos le saludan. Están muy bien vestidas y son lindas pero muy eficientes y discretas. Para llegar hasta él existen infinidad de filtros los cuales comienzan mucho antes de la recepción del piso uno. Nada más se sienta, una de las muchachas le trae el tercer café del día y un cartapacio de documentos en varias carpetas para que él los revise. Ella es quien le lleva la agenda y le recuerda varias de las reuniones y eventos a los que debe asistir, incluso le tiene preparados un par de discursitos que tendrá que leer en una inauguración y un funeral. Tendrá que practicarlos un poco antes de salir. A las seis de la tarde tiene una cita privada con Laura, la nueva modelo de La Maison y cenará con ella en el Meliá Cohíba sobre las nueve. Por estos días se acerca un buen viaje de compras estatales para el cual debe comenzar a alistarse y enviar a algún ayudante a visar su pasaporte, sacar los boletos aéreos en primera clase, reservar el hotel, etc. Volverá a ver a sus viejos amigos y se asegurará sus buenas comisiones las cuales irán a parar a una de sus cuentas secretas en un banco suizo, aunque él si se esfuerza en traer para su pueblo lo mejor que pueda, por supuesto. No como otros avariciosos que él conoce quienes eligen los productos o los equipos de acuerdo a las lascas que le puedan sacar, a las ofertas de regalos, etc. A fin de cuentas todo el mundo tiene que vivir y en esta esfera hay que ser discretos o no sobrevives mucho tiempo en el cargo. Pedro estira la mano y presiona un botón del intercomunicador. “María, dile a Alberto que tenga listo el auto oficial para que me lleve al Consejo de Ministros. Tengo que estar allí antes de las diez y media. ¿OK?” María le responde que sí y Pedro se pone a firmar documentos que sus ayudantes ya deben haber analizado más temprano, no obstante de cuando en cuando algún nombre o detalle le llama la atención y lee un fragmento pero pronto se aburre y recuerda el poco tiempo con que cuenta. La mañana comienza a fluir sin dificultades. Parece que será un buen día. 0-----------------0----------------0-------------------0---------------------0------------------------0 Pepe camina despacio por las calles interiores del reparto donde vive. Es una zona periférica de la ciudad la cual en los cincuenta fue desarrollada para construir residencias para la clase media alta cubana, pero solo se lograron terminar unas pocas y llegó La Revolución deteniéndolo todo. Las inmobiliarias y los bancos que las financiaban desaparecieron rumbo a Miami con la mayoría de los empleados y el dinero, y el barrio permaneció a un cuarto de construir hasta cuando a Fidel, o alguien, se le ocurrió la idea de desarrollar las llamadas Microbrigadas. Entonces el suburbio se llenó de edificaciones todas iguales de a cinco plantas sin ascensores. Los mismos vecinos quienes irían a habitar

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los departamentos con desde uno hasta cuatro cuartos, eran quienes manejaban los materiales y supuestamente guiados por un arquitecto o ingeniero, desarrollaban los planos lo mejor que podían. La mayoría de estos vecinos jamás habían utilizado una pala o una cuchara de albañil, pero laboraban con un entusiasmo tremendo aunque el edificio quedara de medio lado y con el repello exterior ondulado. Ya de aquello habían transcurrido más de treinta años y las mismas paredes mostraban retazos pálidos de las pinturas originales y mucha mugre acumulada. En algunas esquinas aparecían dos o tres tanques de basura de plástico, pero casi siempre le faltaban ruedas, se habían roto sus paredes y los camiones colectores pasaban con un intervalo tres veces más amplio que el panificado. Pepe miraba atentamente desde lejos y comenzaba a recoger las pocas latas de aluminio que encontraba, así como las botellas de ron que no fueran de Havana Club. No usa guantes y cuando los tanques no están demasiado desbordados, registra sus entrañas para sacar más provecho. Frecuentemente se ha hecho heriditas en los dedos que demoran en curarse, pero Pepe confía en su organismo y le hacen falta las laticas. Para esto de las recogidas de materias primas hay mucha competencia. Son muchos los veteranos quienes se levantan temprano y en vez de hacer la cola del periódico de las cuatro de la madrugada se van a las cafeterías en divisa a capturar lo que puedan, las laticas que los afortunados consumidores han abandonado durante la noche. Treinta y tres envases escachados representan un kilogramo de aluminio que se paga a once pesos en efectivo. Hay quien recoge cartón y lo lleva mojado a los putos de recolección, mojado pesa más, pero para eso hace falta un carretón y mucha fuerza para mover el artefacto por las calles llenas de huecos debido al abandono oficial. Pepe nunca va al médico aunque se sospecha algunas dolencias. El hospital está ahí mismo, pero para que un doctor lo vea a uno hay que pasarse todo el dichoso día en la cola. De todas formas cuando descubre lo que tienes te enteras de que no hay medicamentos adecuados y hay que sustituirlos por otros, por hemoterapias, aeroterapia y no se sabe cuántas boberías más. Casi siempre te preguntan si tienes algún familiar en el extranjero para que te los envíe, pero Pepe no tiene a nadie del lado de allá. Tampoco nadie le envía dinerito como al vecino de al lado. La hija se fue hace años y le remesa doscientos pesos todos los meses que le llega por esa compañía de nombre americano que tiene una oficinita al lado de la tienda chopin. Después de las cuatro de la tarde retorna a la casa con varios sacos que arrastra y jabas llenas de laticas para escacharlas en el cuarto de los tarecos. Los vecinos de abajo protestaban a veces por los trastazos contra el piso, pero parece que ya se han acostumbrado al ruido. Aunque llamen a la policía es la jama la que está en juego. Cuando se sienta a escachar las latas es cuando se da su primer cañangazo. Cuando puede compra el ron a granel que venden en las bodegas bien bautizado de antemano, pero cuando no, va a casa del otro vecino quien prepara un brebaje que araña la garganta y lo deja a uno sin aire al principio, pero que es bueno porque se hace con alcohol de botica que debe ser bueno. ¡Si lo usan para curar! Este proceso de escachado le toma una hora más o menos. Después llena el saco especial con las laticas reducidas a su mínima expresión y va al punto de compra. A veces tiene que fajarse con el comprador para que no le tumbe en el peso. Él conoce bien lo que trae. Con el dinerito compra una libra de arroz a cinco pesos,

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un poco de masa cárnica que sabe medio ácida por la soya, y algún boniato. A la masa cárnica hay que saber cocinarla y se le echa un poco de azúcar prieta para matar el sabor de la soya molida junto con los pellejos del puerco. Con el resto del dinero compra dos o tres cigarros a granel para la vieja y el ron de mañana. Si sobra algo lo va guardando para los días malos. Ya tiene que estar pensando en ahorrar para un nuevo overol, pues este se está desbaratando con el uso constante. Una mañana cuando estaba entretenido buceando dentro de un tanque de basura, con el cuerpo medio metido adentro, alguien le haló por una pata y cuando fue a protestar pensando que era la competencia se halló delante de un policía de completo uniforme. El tipo quería ponerme una multa de cuatrocientos pesos pues dice que yo estaba poniendo mi vida en peligro y esparciendo enfermedades, pero yo le respondí con toda mi franqueza que si me ponía esa cantidad astronómica mejor me llevaba preso desde ahora pues no la iba a pagar. Nunca iba a llegar a cifra tal alta ni aunque juntara la pensión y el dinero de las laticas. Entonces pasaría hambre. El policía no le puso nada, pero le alejó por un rato de su rutina. A fin de cuentas nadie se muere la víspera y es del carajo acostarse con el estómago vacío. Se ha hecho habitual en casi todos los barrios de la ciudad el personaje de un señor más o menos de avanzada edad, quien vistiendo un overol de trabajo generalmente azul, pues estos se comercializan mucho de contrabando, deambula por las calles y avenidas con una varita de aproximadamente un metro de largo terminada en punta alargada de acero con la cual pincha las latas. Con estas varas se evita en tener que agacharse constantemente (esto ayuda con la artrosis) y hacer contacto directamente con el material que va a parar generalmente a un saco de nylon. Las varitas podrían servir como hipotéticas armas de defensa contra la competencia o asaltantes de pacotilla en zonas de máxima peligrosidad. La vieja ya ni protesta por nada. Tampoco le quedan esperanzas de que esto vaya a cambiar algún día y la situación mejore. Ya pasamos de cincuenta años en la misa mierda y cada día no hemos hecho más que empeorar. Y pensar que ella participó muy entusiasta en los comités de nacionalización de los timbiriches del pueblo allá por el sesenta y ocho. Si le hubieran dicho para qué iba a servir todo. Por la noche se paran un rato en el balcón a ver la gente pasar, se hacen algunos cuentos sobre los chismes del barrio y a dormir temprano que mañana será otro día. Hace mucho que nadie los visita. No tienen teléfono. Por suerte estos apartamentos de micro, aunque feos y despintados, dicen que duran unos ochenta años. Gracias a Dios 0--------------------0---------------------0----------------------0---------------------0------------0 Pedro retorna al hogar sobre las diez de la noche. Su esposa siempre está viendo la novela Brasileña o la cubana, aunque últimamente Multivisión está transmitiendo mucha mejor programación. Se quita su guayabera impecablemente blanca y le da un beso en los labios. También más tarde conecta el Cable y se pone a ver Univisión para enterarse de las noticias de allá y ver los novelones mejicanos que ven los terroristas de Miami. Los muchachos están cada uno en su cuarto conectados a Internet, chateando con sus amigos internacionales o haciendo cosas que uno ni sospecha. El otro día Pedro se enteró casi por

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casualidad que el menor se había hecho de un blog en donde escribía criticando duramente al sistema. Tuvo que pararlo pues de seguro se les iba a colar la Seguridad del Estado en la casa a investigar y eso no podía suceder jamás. Él no podía poner en peligro su trabajo. No sabía hacer otra cosa y ¿cómo iba a mantener el nivel de vida de la familia? En este país no había otra forma. Hoy sin embargo por algún evento internacional transmiten un viejo discurso de Fidel. Ya el viejo no sale por la televisión, tan acostumbrado como estaba uno a su presencia constante en todas partes. Es verdad que esto está cambiando. Mientras se desabotona la guayabera le mira al rostro ya veterano. El Comandante está hablando a una gran multitud la cual como de costumbre le escuchaba en trance…. “Pues en este país se ha conquistado la igualdad plena de los hombres y se lucha por conseguir toda la justicia…” El ministro Pedro sonríe. Es verdad que somos una nación del carajo. Cincuenta años de bloqueo y aún estamos aquí. Se fue andando lentamente a su cuarto donde ya funcionaba su aire acondicionado. Hoy estaba cansado. Ha sido un arduo día. Como casi todos desde cuando él defiende esforzadamente a esta revolución desde su puesto de trabajo. 0------------------0-----------------------0--------------------0----------------------0--------------0 Pepe se fue a acostar. Se había quedado dormido en la destartalada butaca de la sala escuchando el juego de pelota. El televisor Caribe hacía años que está roto. Los traguitos le noqueaban temprano. La vieja fuma su último cigarrillo observando absorta las desconchaduras del techo. Se pasea por otros mundos esperanzadores y mejores que ella sola conoce, universos que se despliegan multicolores y luminosos detrás de sus gastadas pupilas. La miró desde el dintel del cuarto pero ni siquiera se molestó en decirle hasta mañana. Para qué sacarla de sus sueños si pronto será otra vez mañana. 26- Campeón. El colchón estaba tendido y listo desde las ocho de la mañana. Por supuesto que aún no habían comenzado a hablar sobre el calentamiento global, pero de todas formas hacía un verano del carajo y el sol castigaba las pieles sin misericordia mientras todos los asistentes al campeonato del CV deportivo sudábamos a más no poder aunque estuviéramos quietos a la sombra de nuestros padres o maestros. Había acabado de pasar la hora del mediodía y habíamos saltado el almuerzo. No era para menos. Hacía tan solo unos días El Lucha me había llamado aparte y me había convencido a que participara en las dos modalidades de los combates de Lucha Libre. Yo tendría unos quince años de edad y mi estructura ósea aún se formaba. Era Flaco como un güin, pero contaba con unas energías que ni un elefante. Había aprendido algunas técnicas de combate y me especializaba en el volteo, el tacle, el sacrificio y el suplé. Ya no se deben llamar así.

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Tampoco deben de escogerse los luchadores por su edad. Hoy se seleccionan por su peso corporal. Por fortuna mis padres no habían asistido al campeonato de un día en el CV deportivo de Sagua La Grande, una especie de casa de los cincuenta expropiada a algún rico con un amplio patio de cemento y una piscina al fondo. No les había avisado. Yo había estado entrenando por puro entusiasmo en la Lucha Libre en un colchón que habíamos inventado con una lona encerado de una rastra y mucha yerba debajo en algún aula abandonada en una de las primigenias secundarias básicas dentro de esta isla. Aquello anteriormente había sido una prisión y abundaban los espacios vacíos en las barracas cuando se llenaron de estudiantes. El Lucha había aparecido como por arte de magia nadie sabe de dónde, pero se apreciaba fuerte, recortado de estatura y todo músculos, muy enérgico. Era muy bueno y conocía bien su deporte. Se hablaba mucho de aquel evento y El Lucha me llamó aparte. Era muy convincente. -“Mira, tú tienes posibilidades. Pásate a la Lucha Grecorromana y vas a triunfar.” Me debo haber quedado con los hombros encogidos y la mirada extraviada cuando él me abrazó, se rio y me dijo que la Greco solo se trataba de no tocar a los pies. Se podía hacer de todo desde la cintura para arriba, pero no se podían tocar las extremidades corredoras. Debo de haber aceptado, pues llamaban a mi nombre por los altoparlantes del CV Deportivo. Me fui a parar solitario en mi esquina. Debía de estar acomodando el mayo sobre mi escuálida anatomía de adolescente retardado cuando vi al otro contrincante con quien me tocaría pelear. Era un gordo con tres veces mi peso, aunque mi misma edad. Aquel energúmeno estaba bueno para un combate de Sumo y no de Lucha Greco. Recuerden que el colchón estaba al sol y sin techo desde la temprana mañana y se podrían freír huevos sobre la lona en medio de aquel verano inmisericorde. Cuando se dio la voz de al combate por parte del árbitro el gordo me cayó encima con alguna de las llaves que parecía conocer bien. Anotaba un punto. Yo era tan solo un novato. Pero aquella humanidad me presionaba con tal fuerza contra el colchón que comencé a sentir realmente su peso. La lona me ardía en mi rostro y el pecho. Comenzaba a faltarme el aire debido al calor y al peso del oponente. Escuchaba lejanas las voces de mis colegas y de El Lucha quien me gritaba que saliera de debajo del gordo. Más fácil dicho que hecho. Continuaba perdiendo el aire y la lona al sol desde por la mañana me quemaba. Me estaba asfixiando. No sé de donde saqué las energías, pero me puse de pie de un tirón y el gordo cayó de espaldas. Plam. “¡Pegado!” Cantó el árbitro. Yo no sabía muy bien si había perdido o ganado el combate hasta cuando el árbitro me levantó la mano. Era campeón municipal. Yo nunca le he dicho a nadie que el verdadero ganador fue el verano y el sol sobre la lona desde por la mañana. Al gordo nunca más lo volví a ver ni retorné jamás al CV Deportivo de Sagua La Grande. Después ese mismo año El Lucha me llevó a un campeonato a Santa Clara, Tenía dieciséis años, era flaco, pero comía y entrenaba como una nigua. Aquello si se parecía a un torneo pues el colchón estaba bajo techo y existían gradas llenas de aficionados, más bien padres, con audio y todo.

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Cuando escuché mi nombre y El Lucha me empujó por la espalda hacia el colchón supe que iba a combatir con el campeón provincial. Desde mi esquina sobre la lona pude apreciar que esta vez no era un gordo sino un flaco adolescente como yo con cara de asesino deportivo. Cuando sonó la campana le fui arriba y sin esperar un segundo le apliqué un volteo que lo dejé pegado en la lona en apenas tres segundos. Cuando su entrenador en los otros combates se percató de que aquel era el único movimiento efectivo que me sabía, lo vi susurrarle algo al oído y el campeón me ganó el segundo combate con mucha más técnica desplegada. Ya no tengo el diploma que me entregaron. No había medallas para nuestra categoría ni deben quedar registros probatorios, pero me queda el recuerdo de que alguna vez fui Subcampeón Provincial de Lucha Grecorromana en Villaclara. Tenía quince años en 1972. Nunca más volví a combatir y hoy evito los problemas, pero le he contado a mi hijo quien se ha reído un poco del gordo de su papá. El hoy tiene esa misa edad de cuando se mueven montañas. Ojalá lo sepa. Yo me llevo mi recuerdo a alguna parte donde ya nadie se acuerda, pero sirvió. Aún sirve aunqueya no me eleve mucho la autoestima. 27- Retorno. -“¿Dónde está el ché?” Preguntó Camilo apenas terminaba de desembarcar del Cessna bimotor. El piloto terminaba de apagar los equipos y sonreía detrás de los cristales de la cabina del pequeño aeroplano. El único escolta aguardaba debajo atento a que el Comandante terminara de descender por la escalerilla ligera sosteniendo su sombrero alón hasta tocar el concreto de la pista del aeropuerto de Ciudad Libertad. A Camilo le pareció extraño que la torre de navegación pareciera muerta. No se veían los controladores o sus jefes y operativos dentro del elevado cajón de cristal que domina todo el tráfico de la pequeña terminal aérea militar en el centro de la Ciudad, hacia la zona norte. Tampoco se aprecian otros aparatos y faltan los usuales vehículos de apoyo. El piloto había taxeado por la pista hacia la zona de desembarque pero no aparecía ninguno de los uniformados vestidos con los clásicos overoles azules de asistencia. Solo se acercó corriendo una señora mayor con un grupo de pequeños trotando detrás. Camilo se quedó perplejo cuando la señora se sentó muy pálida sobre el borde de la acera. No podía hablar. Fue una pequeña quien le respondió con su entonación especial de oración aprendida en infinidad de repasos: -“Al ché lo mataron en el 68 en Bolivia.” Camilo observó a la niña de nuevo. Nunca había visto estos uniformes rojos y blancos. Hay algo extraño en este grupo de pequeños. La maestra continúa pálida sin hablar ahora sentada sobre un extenso charco de orine sin apartar la mirada del barbudo Comandante. La niña volvió a hablar: -“Señor Camilo, usted se supone se perdió un día en el mar. Por eso nosotros vamos todos los años a tirarle flores al agua desde el malecón. Yo voy todos los años, no he faltado nunca”

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Camilo le atendía extasiado. Estos niños parecen diferentes, como más despiertos, más dispuestos a comunicarse con los adultos, aunque no tenía mucho sentido lo que decía. Había salido del Camagüey después de cumplir con la ingrata tarea de apresar a su antiguo amigo y camarada Huber Matos para después enviarlo por tierra hacia La Habana. Entonces, ya en el Cessna y cabrón, decidió gastarle una broma pesada al argentino que estaría esperando por él en la Capital. Camilo gustaba de sentarse al lado del piloto aprendiendo un poco a conducir por entre las nubes, a veces conduciendo él mismo. Se sonrió ante la idea que se le acababa de ocurrir. Haría sudar un poco a su colega peleón. -“Hermano, cambia el rumbo hacia el nordeste. Vamos a gastarle una broma al argentino ese.” El piloto no respondió, acostumbrado como estaba al agudo sentido del humor del Comandante Jefe del Ejército y sus constantes bromas al ahora Presidente del Banco Nacional y Ministro de Industrias. Desde los primeros días en la Sierra Camilo se había dedicado a gastarle bromas pesadas al mejor estilo cubano a aquel hombre de lenguaje parecido al nuestro y entonación rara. Los cubanos habían comenzado a callarse cuando se acercaba el extranjero quien ya había comenzado a destacarse por su notoria falta de clemencia e intolerancia hacia quien no fuera como él. Esto lo había demostrado cuando sin pestañear había ejecutado voluntariamente al primer campesino traidor que había sido capturado y sumariamente procesado en medio del monte. Ningún nacional de entre los bisoños rebeldes se decidía a integrar la escuadra de fusilamiento. No es lo mismo a disparar en un combate. Esto de matar a una persona a sangre fría parece un poco excesivo. Pensaban. Ante la indecisión colectiva el extranjero sacó su pistola y allí mismo le explotó la parte trasera del cráneo al asustado guajirito con un disparo de su potente 45 justo en el medio de la frente. Después se fue a fumar tranquilamente su pipa en algún rincón tranquilo. Él era el médico de la tropa. Decía que el tabaco le curaría su asma crónica. Desde ese momento los cubanos cuando le veían acercar se decían por lo bajo: -“¡Cállate la boca y ten cuidado que ahí viene el ché ese!” El médico dicen que venía de Rosario, Argentina, y quien proviene de la extensa Pampa utiliza esa palabra-comodín que enfatiza su genial nación de gauchos y científicos. -“Eso le coloca más elegancia a la expresión, ché.” Decía el argentino. Camilo era el único que se atrevía con él. En la Sierra le llenaba las botas con piedras mientras el extranjero dormía, le cambiaba el tabaco de bolsa para la pipa por hojas de plátanos secas y machacadas apropiadamente, le escondía la gorra o el burro cuando se entretenía. Eso era todos los días. Lo que hacía el ché era reírse, aunque siempre negaba con la cabeza. Le agradaba el ocurrente cubano aquel de sonrisa ancha, hombre a todo y valiente, quien peleaba siempre de pie en primera línea donde más en peligro se estaba. Por eso Fidel les había puesto al frente de las dos columnas que desarrollarían la misión más difícil de trasladar la guerra por todo el país hasta alcanzar La Habana. Camilo voló hasta las Bermudas. Aterrizó sin mucho preámbulo en una de las islitas. Reabasteció, pagó, y después de una buena vuelta decidió finalmente enrumbar hacia La Capital. Hacía un día excelente. Ni una nubecita. Teníamos una visibilidad de unas veinte millas hasta el horizonte azul oscuro en la distancia.

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En La Habana deben de haberse asustado mucho cuando los radares notaron que el avión se dirigía al norte totalmente fuera de ruta. ¿Cuántos habrán pensado que Camilo desertaba? Últimamente había tenido una buena bronca con Fidel y el argentino ché por la marcada intensión de éstos para asociarse con los comunistas. ¡Para eso él no había luchado tantos años! Fidel nunca había dicho que esto era comunismo. Los comunistas existían en Cuba desde la década del veinte. Fidel era chivasista ortodoxo y debía luchar por la democracia, no querer irse a los extremos. El argentino lo estaba adoctrinando constantemente y parece que a Fidel le gustaba su prédica. Por eso hoy había decidido gastarle una broma fuerte perdiéndose del alcance de los radares. Volvía ahora después de varias horas de vuelo paseándose por encima de las Bahamas y Las Bermudas. Pero este aeropuerto ahora se le antojaba distinto. Hay muchas cosas que no encajan, muchas diferencias a cómo él lo había dejado tan solo ayer cuando salió para el Camagüey. No se veían soldados rebeldes por todas partes y los mismos edificios parecen medio siglo más viejos, deteriorados, llenos de muchachos y jóvenes civiles. Por supuesto que ya aquello es Ciudad Libertad, el primer cuartel militar convertido en escuela, el otrora campamento de Columbia edificado bajo las órdenes de Batista. Camilo fue el primero en comenzar a dar mandarria sobre sus muros, pero el aeropuerto debía seguir siendo militar. Un extraño auto de policía se acercó emitiendo un sonido raro, como el gritar a dos tonos de un enorme pájaro herido, no es el clásico ulular de las sirenas eléctricas. Este coche es pequeño y cuadrado No tiene nada que ver con los FordFairlane 57 a los que tan acostumbrado está y que él mismo asignó a la policía. Los dos agentes que se acercan corriendo hacia la escalerilla del avión se quedan estupefactos mientras detienen su carrera. Tienen un uniforme que él tampoco había visto nunca. Camilo miró al piloto y este respondió a la muda pregunta asintiendo con la cabeza. ¡Sí!. Sí estaban en Cuba. A Camilo le molestó el susto de los hombres y repitió la misma pregunta inicial esta vez en un tono más perentorio y con cierta duda: -“¿Dónde está el ché?” Sobre una gran puerta de uno de los edificios centrales se podía ver un cartel: “2011. Año 53 de la Revolución.” Lo raro de todo el caso es que nunca hubiera aparecido el lugar del accidente por más de medio siglo, que el gobierno después de buscar intensamente por más de quince días se conformara sin encontrar nada, ni el más leve rastro o explicación razonable, y jamás hubieran vuelto a hablar del caso, ni se decidiera reabrir la investigación con las nuevas tecnologías disponibles, como si se hizo con el argentino. El Cessna, 52 años después, técnicamente aún continúa volando en algún lugar del Atlántico o del Caribe, mientras el señor de la Vanguardia se sonríe grande como buen cubano ante la broma pesada que le debe de estar gastando a su amigo, quien deberá estar esperándole impaciente en el pequeño aeropuerto al nordeste de la Ciudad Capital.

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28- El tiro por la culata.

Juan es un tipo alto y bien parecido quien siempre había hecho lo que le había dado la gana con las mujeres cuando era joven, pero como todo pasa cuando la existencia le comenzó a parecer aburrida con el salta para aquí, salta para allá, decidió estabilizarse con una muy elegante persona más o menos de su edad quien a su vez se había pasado más o menos toda su existencia estudiando para ser una excelente profesional. A Juan la vida le sonrió entonces. Formó un hogar, construyó una mansión pues contaba con algunos recursos, y tuvieron dos hijos. Así marchó todo como sobre rieles hasta bien pasados los cincuenta. Su matrimonio se había ido transformando lentamente en una gran amistad con poco sexo ocasional aunque ambos se eran leales. No obstante la señora de Juan sentía que su juventud se esfumaba y nunca había de verdad conocido el universo varonil porque cuando pudo siempre estaba estudiando. Ahora quería sexo antes de que fuera demasiado tarde y botó a Juan, aunque le costó trabajo hacerlo. Juan no protestó mucho y se fue de su casa con la ropa que llevaba puesta, algunas mudas de recambio y el carro. Esperaba que pronto la señora recuperaría su sensatez y lo llamaría de vuelta, pues él era el alma de la casa, el centro, el arréglalo todo. Pero esto no sucedió. La señora de Juan se buscó muy discretamente algunas relaciones de corta duración e intenso ritmo. Se le notaba rejuvenecida y se le veía con frecuencia en discotecas, cabarets, restaurantes y centros nocturnos de toda laya. Todo este movimiento era sufragado por los invitantes pues ella aún conservaba muy buena figura y maneras. Viendo esto Juan ideó un plan de ataque. Aún conserva un mucho de dinero fuerte y el auto en buen estado. Encontró y contrató a una prostituta joven con visas de actriz. Con ella de la mano intentaría coincidir en los lugares donde su esposa frecuentaba. Le provocaría celos para que ella retornara a fijarse en él. Eso planeaba. La primera vez cuando le presentaron a la muchacha que actuaría como amante quedó gratamente impresionado por sus veinticinco años, su elegancia, grácil figura y olor a perfume francés caro. Nada de los clásicos coloretes en el rostro, los cigarrillos largos y la falda corta. Los espías de sus hijos le informaron que su ex había salido para el restaurante La Torre. Allá se fue él y la ayudante a esperarla en los bajos. Cuando llegó y se estacionó convenientemente, ella la chica inesperadamente se le colgó del cuello y le pegó un buen beso en los labios mientras le miraba a los ojos. Se le encimó tanto que lo tiró levemente contra el parabrisas, su pubis se le pegó a la pierna, sus senos se le encajaron en el pecho, su perfume le penetró hasta la última neurona. Casi sin aliento y con las piernas flojas se le quedó mirando cuando le soltó. Ella extrajo un chicle de alta menta de su pequeña cartera y mientras se lo introducía en la provocadora boca se alejó unos pasos superbalanceando sus caderas sin exagerar. -“Yo pensaba que ella tu ex podía estar aquí.”

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-“No, ella ya está arriba.” Apenas logró balbucear. ¿Dónde había dejado su compostura de antes, su fortaleza de siempre que esta chiquilla le había dejado sin habla, impresionado? Subieron, cenaron y bajaron. Su ex, al verlos, se acercó a su mesa y los saludó con toda cortesía mientras le dedicaba una muy escrutadora mirada a la chica. Creo que más bien se alegró. Y volvieron a verse en otros lugares, y ella parecía siempre cortés y contenta. La muchacha contratada se le unía con mucha naturalidad. Se le colgaba de su brazo y compartían como si se conocieran desde hacía mucho. Una vez él sentado a la mesa comentando escenas pasadas de los hijos, la chica vino por detrás y se le colgó de sus hombros. Sus pechos volvieron a hincarle la espalda y sintió con cada poro, con cada terminal nerviosa, su aliento joven. Suspiró de tal forma que su ex se le quedó mirando seria. Esa noche Juan tuvo sexo por primera vez con la prostituta. Ella no estaba muy clara de si aquello estaba incluido en el pago diario, pero le gustó pues ya llevaba mucho de carga del macho que le mantenía a su lado. La tenía con todas las hormonas y deseos alborotados. También llevaba días sin hacerlo laborando para Juan a tiempo completo. Juan se fue acostumbrado a su presencia joven, a su olor, a su habla, su carácter, su lenguaje y fiereza con el sexo, su cariño estudiado en la calle. Ya ni se acordaba de la vieja. Ella parecía también estarse acostumbrando al amable hombre de experiencia, pero un día abruptamente se acabó el dinero. Cuando él se lo dijo, ella se le quedó observando a los ojos con cuidado unos segundos. Le dio un beso pegajoso largo, muy largo, mientras se le colgaba con fuerzas. Lo soltó, recogió su cartera, sus poquísimas cosas, y se fue sin mirar atrás. Él suspiró aliviado. Por unos minutos llegó a creer que ella se había enamorado de él y tal vez intentaría quedarse. De todas formas hubiera sido imposible, se dijo. Ya no le importaba su ex ni su antigua vida. Se quedó pensando que buena falta le hacía aquella juventud que se esfumaba tras la puerta. Bien rápido se había acostumbrado a la chiquilla, a su forma de ser, de hablar, de expresarse, a su especial anatomía, pero su vida y los deseos ella nada tendrían que ver con los de él de ahora en adelante. En unos años más sería ya un vejete y ella… ella ni se acordaría de él, y tal vez ni siquiera lo reconocería en la calle cuando la observara pasar desde algún banco de un parque a donde habría ido tranquilo y solitario a tomar el sol de la mañana.

29- Emelina, La India y Tomasa.

Emelina es una enfermera en uno de los principales hospitales de la Capital. Es ya una señora mayor porque ha laborado muchos años y posee una experiencia tremenda por haberse mantenido siempre en la misma profesión. El combate día a día contra las enfermedades y la miseria le han endurecido la expresión y el carácter, pero es buena. Ella salva vidas con su accionar y sus certeras opiniones que regala a sus colegas con menos

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dominio de su labor. Siempre hace lo que su intelecto le indica como mejor para el paciente y su familia. Pero Emelina está en Cuba, medra entre la tremenda miseria y la basura que le ha llovido desde el cielo gubernamental como a la mayoría de los cubanos de a pie, maná estigma que como costra pegajosa se hace muy difícil de quitar aunque se intente con todos los químicos sociales disponibles. La India es otra señora muy anciana quien había sido hermana donde vive del cabeza de familia ya fallecido y no tiene nada que ver con Emelina. Gracias a algún extraño proceso legal donde Tomasita no había participado (otra señora), la instalaron a tiempo completo en un cuarto vacío del apartamento de Microbrigadas donde vivía la segunda. A La India el mundo le parecía demasiado poco para su categoría y no hubo marido que se le acercara con éxito, o hijo que quisiera hacerle cualquier balaperdida de los muchos deambulantes por esta sociedad. Tomasita es una gordita de barrio ya algo entrada en años y achaques, aunque no tan acabada como La India. Tomasa solía sonreír cuando los hombres de las esquinas le llamaban como apodo Toomasita. Ella con menos libritas y mucho más joven había conseguido hacer una familia que perduraba hasta hoy con dos hijos varones quienes aún le ayudaban, hoy con la ausencia definitiva del viejo con quien se había casado. Toomasita no había visto pasar ni un medio en el cambalache por la venta del tugurio donde vivió sus mejores años la supuesta indígena. Ésta se fue trasformado en carga pesada para Toomasita, quien hacía de tripas corazón para atenderla en sus exigencias más descabelladas. La India reclamaba y se comportaba en extremo inmanejable para su edad. Se cagaba y se meaba donde le daba la gana. Tenía a Toomasita atormentada sin solución, hasta cuando una mañana le dio por salir al patio, como todos los días, pero esta vez con la diferencia de que en uno de sus movimientos de patear algo se le desgüabinó una cadera y se fue de narices al suelo cubierto de hojas secas de los aguacates. Allí se mantuvo un rato hasta cuando llegó el hijo más joven de Tomasita y la levantó cargándola hasta depositarla en la cama de su cuarto. La India gritó toda la noche bajito, medio drogada por los analgésicos masivos, hasta la mañana cuando Tomasita logró conseguir a un taxista que le cobrara poco para trasladarla a un hospital, pero solo el tercero a donde fue peloteada le dio admisión. Estaban repletos de casos con Dengue Hemorrágico, por esos días en epidemia cubriendo toda la isla. La India nunca se había portado bien con nadie, por eso Toomasita la dejó en un cubículo de una de las repletas salas del centro hospitalario después que el ortopédico hubiera confirmado fractura de cadera y pronosticado que había que operarla a pesar de sus más de noventa años, pues no se podía dejar así. Toomasita alegó que la bruja no tenía otros familiares y que debería ser atendida como caso social. Ella no podía permanecer cuidándola y desatender sus asuntos. La vieja no se lo merecía. Pensaba. Entonces como venida del cielo apareció Emelina. –“Yo se la cuido señora. No se preocupe que me encargo de ella”. Dijo la enfermera que pertenecía al staff de servicios sociales de las salas de ortopedia. Toomasita retornó al otro día al hospital mucho más descansada ahora cuando la vieja ya no estaba en casa, pero no la ha encontró en el cubículo. La enfermera Emelina se le acercó y con mucho amor le informó que a la anciana le había dado un infarto y la habían

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promovido para la sala de cuidados intermedios. Allí no se aceptaban acompañantes y no podía ser operada de la cadera hasta cuando se recuperara, si es que eso podía suceder con aquella edad. Que no se preocupara que ella se encargaba de la veterana. Toomasita se sintió relajada y le contó a Emelina todas las miserias de su asistencia y convivencia con la bruja eterna inconforme, todos los sufrimientos que le había causado y que ahora lo mejor que podía suceder era que Dios pusiera su mano y se la llevara con él para que descansaran todos. Fue un comentario que Emelina escuchó con atención beata. Era un alma de Dios. -“No te preocupes por la vieja. Yo me encargo.” Le dijo la enfermera a Tomasa y se despidieron. Al otro día cuando la gorda retornó al hospital le informaron que la viejecita había fallecido durante la noche. Qué pena. Que retornara a su casa pues ya le informarían sobre la funeraria a donde enviarían al cadáver. Tomasa se sentía aliviada pues a partir de ahora podría vivir una existencia más relajada, tendría más espacio en casa y la vieja descansaría en paz. Emelina se acercó a Toomasa mientras ésta salía de la zona de ingreso y muy seria le preguntó que si ya estaba todo resuelto. Toomasa le respondió con un sí casi sonriente y agradecida por la asistencia. No quería aparentar demasiado regocijo. Emelina le miró directo a los ojos. Se le acercó y le expresó bajito como para que los demás no escucharan: -“Son cincuenta dólares.” Tomasa no entendió en principio y miró perpleja directo a los ojos de la enfermera. Esta en manera desafiante se colocó las manos en las caderas y le espetó al oído a la ya muy atribulada Toomasa. -“¿Chica, cómo tú crees que la vieja se murió tan rápido? Los servicios especiales hay que pagarlos. ¿Qué tú piensas?” En aquel instante una ambulancia entraba al predio a gran velocidad, anunciándose insistentemente con el aullido de sus sirenas a todo volumen. Hacía un día bonito.

30.La Fábrica de Diplomas.

Si existe alguna entidad realmente eficiente dentro de esta isla en este medio siglo de

profunda recesión productiva, cuya gran producción se dedica a resolver muchísimos

problemas y a caracterizar a cómo agradece nuestro ejecutivo gubernamental los

esfuerzos personales e institucionales a un costo realmente ínfimo, a exaltar y premiar la

labor extraordinaria de algún científico, deportista, artista, literato, obrero o técnico, ese

eficiente complejo es la Fábrica de Diplomas.

Cuántas veces habremos visto a través de nuestra televisión a gorditos funcionarios

sonrientes entregando besitos, palmaditas en los hombros y diplomitas a todas las

personas que necesiten agasajar o premiar. Jamás un cheque grande o pequeño, o un

boleto turístico para una semana en Varadero en un Cinco Estrellas con todo incluido, o la

posibilidad de mudarse a un mejor barrio a una mejor vivienda, o algo por el estilo. Jamás.

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El principal promotor de este tipo de ejecutoria fue nuestro querido argentino

nacionalizado cubano quien consideraba que con los estímulos morales las personas

tendrían suficiente, que la persecución de un mejor bienestar material aunque fuese

pequeño, es cosa de capitalistas ilusos.

La fábrica de diplomitas los hace de todos tipos, formatos, y con todos los colores y se

trasladan a todo el país con pasmosa velocidad cuando se necesitan. Siempre hay. Nunca

se va ningún premiado sin su diplomita y su palmadita en el hombro o su besito. Usted los

ve a veces que no tienen dientes, o mal pelados, o muy mal vestidos con sus ropitas

domingueras, o que se les está cayendo la casa encima, pero llevan contentos sus

diplomas para, si pueden, enmarcarlos y colgarlos de las paredes. A lo mejor sirven para

tapar algún desconchado o un hueco. En otras naciones alejadas de nuestras costumbres

se utilizan estos trabajos de artes visuales enmarcados para ocultar cajas fuertes.

En Cuba no se necesitan cajas fuertes porque no tenemos qué guardar en ellas. Eso nos

libera de algunas preocupaciones como robos, asaltos, o ansiedad ante las deudas.

Incluso cuando algún escritor, deportista, u otro experto, logra algún premio extranjero, o

incluso cubano, que contenga alguna dotación de dinero en su reconocimiento, jamás se

alude o se informa en nuestros medios cuánto ha ganado el triunfador, tan solo se

muestra su diplomita. No hay que avergonzar públicamente al agasajado con pequeños

chismes sobre su vida personal. No tiene que demostrar mediáticamente demasiado

entusiasmo por haber obtenido varios miles de pesos, o Euros o hasta dólares. Eso no es

costumbre en nuestro país.

Está por ver cuándo van a atrapar a alguno de los politicones, funcionarios, policías o

inspectores habitualmente corruptos, malversando, acaparando, o robando diplomitas

para tal vez hacer algún mejor uso de ellos en el futuro cercano. Hasta ahora a ninguno le

ha dado por eso.

Esta Fábrica de Diplomitas no tiene mermas (robos en Newspeak) en su producción, no

tiene colchones editoriales, sus empleados jamás se ausentan y siempre cumplen sus

planes de producción pues parece que las materias primas les llegan puntualmente a sus

grandes almacenes.

Es una idea genial eso de solucionar todos los problemas para agasajar a alguien con un

diplomita que puede contener muchísimos símbolos de estímulo visual, algunos

numeritos sobre fechas históricas, y siempre las fotos de nuestros máximos líderes que

usted podrá tener perpetuamente presente. Seguramente al creador de la Fábrica de

diplomitas le entregaron un gran diploma que se debe haber llevado a su domicilio muy

orondo. La Fábrica de Palmaditas en los hombros o los besitos también funcionan muy

bien, hay que reconocer.

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Ahora están reparando la de Porrazos, Piñazos, Empujones y Patadas por el Trasero para

tenerla disponible y a plena capacidad durante la próxima jornada de demostraciones

disidentes.

Estos son los renglones productivos que simbolizan lo mejor de nuestra Dictadura del

Proletariado y nuestra idiosincrasia. Ya se habla de exportarlos, los primeros, pues los

segundos y terceros ya la mayoría de las naciones centro y suramericanas los tiene en

demasía.

Esta novedosa práctica ahorrativa están tratando de aplicarla con cierto éxito en naciones

amigas como Venezuela y Nicaragua. Nuestra isla les ha podido proporcionar, a un módico

costo, numerosos expertos con mucho conocimiento y experiencia sobre el tema.

31-Al futuro de nuevo.

¿Qué ciudad es esta? Me pregunto aunque ya sé dónde estoy: De nuevo en el futuro. El azul y la temperatura que aprecio desde la ventana panorámica del bus turístico que me transporta me sitúan en tierra conocida. El vehículo se desplaza de oeste a este por una avenida ligeramente elevada por sobre una extensa llanura donde se ha generado una ciudad. Vengo del aeropuerto y nos trasladamos al centro, conozco de alguna forma como se sabe en los sueños. A mi derecha, hilera donde estoy sentado, se ven muchos árboles tan altos como viejos almendros, jagüeyes, y otros muchos. Sin embargo las edificaciones multifamiliares no los sobrepasan con mucho, pero la vista de esta urbanización se extiende por quilómetros sin desentonar. Parece tranquila, hermosa, bien pintada. Salto de escena y estoy en el lobby de un hotel masivo completamente rectangular como un enorme edificio de Microbrigadas, pero con muchos pisos más y muy bien cuidado. Voy saliendo a pasear, a ver la ciudad. Alrededor del hotel todas son avenidas anchas y limpias. No se ven baches. Todas las construcciones de apartamentos se elevan entre los diez o veinte pisos de altura como el hotel, pero puro concreto prefabricado y cristal, sistema empleado profusamente en las aceleradas pero no muy pensadas construcciones de las Micro, las cuales eran montadas con grandes grúas, paneles tras paneles unos encima del otro sin mucha seguridad, parecía. En la avenida de en frente tomé un ómnibus urbano al azar y me bajé en un recodo de otra amplia avenida donde entre mucho espacio verde se apreciaban edificaciones idénticas, pero esta vez mal atendidas, con moho en las paredes y los bordes rotos como es habitual hoy día. Debido a la gran cantidad de estudiantes que veía, supuse que estaba en el área de la universidad. No obstante el entorno parecía Alamar pero con edificios más altos igual de abandonados. Los muchachos subían a sus pisos dentro de unos ascensores laterales abiertos y muy estrechos donde cabía una sola persona de lado. Portaban los usuales libros y mochilas. Conversaban mucho entre ellos como solo lo hace, en las urbanizaciones heterogéneas y anónimas, la juventud desprejuiciada dentro de su zona de confort.

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Camino y en las cercana distancia puedo apreciar un edificio muy alto estilo pirámide y encima una aguja de acero que marca el centro de la ciudad. Se ven otras moles de oficinas o departamentos alrededor. Se nota poco tránsito sobre las soleadas avenidas limitadas por aceras con pequeños y alargados paseos verdes de césped y arbustos bien podados. Abunda el transporte público pero no veo autos personales. La ciudad es muy extensa, pero puro concreto gris sin pretensiones artísticas. Asustado me di cuenta de que estaba perdido y me detuve a un costado de un edificio típico de doce plantas. Un joven se acerca para pasar casualmente cerca de mí. -“Mi amigo, ¿dónde queda el hotel?” Le pregunto. -“¿Cuál hotel?” Me encogí de hombros. No sabía. Me había saltado la escena de la reunión de información sobre esta gira por el futuro de La Habana. -“Es un edificio masivo rectangular parecido a este.” Le digo al pasante. -“Entonces debe ser el Panamericano. Tome un taxi, compadre.” Me dice mientras continúa su marcha. Me reviso los bolsillos y no encuentro un centavo. Comienza a anochecer. Observo a todas partes y caminar no es opción en las extensas áreas ahora desiertas. Siento hambre. Cuando la angustia comienza a atacarme decido despertar. Esta ciudad no me ha agradado mucho debido a su perfecta monotonía aunque la gente parecía tranquila. 32- La Terminal 2.

Rafael ha tenido que asistir al Aeropuerto de la Habana para recibir a un amigo que le ha pedido lleve su carrito para que lo traslade. Rafael no conoce mucho de las interioridades de esta enorme pero ya obsoleta terminal aérea con poca actividad con relación a otras naciones desarrolladas No obstante en La Habana el aeropuerto internacional José Martí es uno de los más veteranos del planeta, construido cuando los aviones necesitaron una pista sólida donde aterrizar pues ya comenzaban a hacerse inoperables los hidroaviones de doble ala que amarizaban justo frente al Malecón al costado de la ya desaparecida Cárcel de Tacón y el inicio del Prado. A esta primigenia línea de aeroplanos les tomaba cuatro horas volar desde La Habana hasta Cayo Hueso en la puntica de La Florida cuando allí aún no se había construido la autopista de enlace con tierra firme pero sí habían muchos cubanos laborando directamente o relacionados con el próspero negocio del tabaco. Hoy las antiguas instalaciones y la torre de control edificadas en la finca Rancho Boyeros al final de los cuarenta del siglo veinte, conforman la Terminal Uno destinada para vuelos domésticos. La Tres es la más moderna, la que cuenta con más espacio y procesa a todos quienes arriban de cualquier parte excepto de los Estados Unidos. La cuatro es la de carga. La Cinco situada al final de la pista hacia el oeste, acomoda vuelos de las aerolíneas Aerocaribean (un desprendimiento de Cubana de Aviación para asumir todo lo informal y donde van a parar todos los aviones que son dados de baja por horas de vuelo como los DC3, hoy aerotaxis, Un Il18 y algunos Il62; y Aerogaviota (dotada con antiguos pero

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fuertes aviones militares como los An 26 y 30, pertenecientes al ejército pero hoy reformados y destinados al turismo y demás asuntos delicados), así como área bien alejada de todos los centros urbanos donde son recibidos todos los colaboradores y cooperantes internacionalistas que retornan al país. Esta es una terminal pequeña, la menor. La 2 le sigue en tamaño, pero fue destinada y construida especialmente en los ochenta para recibir y procesar a todos los vuelos que arriban desde los Estados Unidos o salían para allá. Los aviones de algunas aerolíneas norteñas que eran autorizados a volar al Caribe, como la Cóndor, la Gulfstream, etc., no podían permanecer la noche en suelo cubano, por lo tanto esta terminal solo labora de día y sus frecuencias no son muy intensas. Las aeronaves de mediano porte aterrizan en la pista común y única de este envejecido aeropuerto y se desplazan hasta casi al inicio de la punta Este donde se deshacen de las cargas humanas y de equipajes de todo tipo que traen los cubanos siempre pasados de peso (los equipajes). En esta Terminal 2 la vigilancia es mucho mayor que en la tres o las otras juntas. Tanto los medios técnicos como los humanos son muy superiores a los otros lugares de llegada. Aquí arriban algunos norteamericanos medio perdidos y muy autorizados, pero la mayoría de los pasajeros son ex cubanos y eso puede ser muy peligroso, enemigos internos que en algún momento desertaron en busca del pasto más verde sin importarle su pueblo y su Revolución que tanto hacía por ellos. Cada funcionario de emigración que labora ahí tiene delante de sus ojos una extensa lista negra de personas quienes no pueden ingresar a nuestro suelo por muy diversas causas, casi siempre todas de corte político. Si uno de estos personajes llega intentando penetrar las fronteras de esta cárcel, perdón, isla, es detenido y se le confina a una oficinita sin ninguna explicación hasta cuando pueden colocarlo en un próximo vuelo de retorno a Yanquilandia sin que tenga que mediar pago compensatorio alguno. Imagínense el nivel de encabronamiento de estas personas, en ocasiones familias completas incluyendo niños. Esta es la terminal más política de todas. Alrededor han instalado una alta doble cerca, de alambres y de bloques con púas en la parte superior, estructura la cual impide totalmente la visibilidad hacia el interior del aeródromo y aporta una más fuerte impresión represiva carcelaria. Rafael está molesto.Vaya pal carajo. Hay casi un quilómetro entre la zona que han destinado al parqueo de los autos a pagar en moneda nacional o Cup y el estacionamiento en Cuc, también moneda nacional pero con privilegios. Rafael se ha acomodado dentro del área cercada destinada a los cacharritos y almendrones y rellena la hoja de ruta con los detalles correspondientes a los traslados que ha hecho y va a hacer. En la guantera guarda una buena cantidad de estas en blanco y ya firmadas por el director porque el hombre desea ahorrarse tiempo y además pocas veces está en la oficina y no desea que Rafael se bloquee en su trabajo por estupideces burocráticas. Cierra y sale. Afuera hay varios empleados de Etecsa, o eso parecen, vendiendo meriendas bastante atractivas a un Cuc, pero yo no puedo gastarme lo que no gano en un día completo de labor en tan solo algo para mí. Avanzo por la acerca hacia la Terminal y cruzo los jardines y los separadores que limitan el estacionamiento en Cuc, Hay solo dos autos modernos aquí, ninguno viejo. Se notan muchos policías, generalmente infantes jóvenes, moviéndose perezosamente por los accesos y las cafeterías a los costados del andén donde se ve un inquietante tumulto. ¡Wao! Bueno, más bien dos tumultos diferentes frente a las dos

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únicas y amplias puertas de cristal automáticas deslizantes hacia los lados. A la derecha una cafetería y a la izquierda un par de oficinas ocultas en lo alto detrás de una escalera. La puerta de la derecha es para quienes llegan, la de la izquierda para quienes se devuelven o se machan por primera vez definitivamente. Las multitudes son diferentes. Primero en ninguna parte del planeta tantas personas van a recibir o a despedir a sus seres queridos como aquí en esta Terminal 2. Esto es clásico de los cubanos, nacionalidad que como otras pocas hemos estado divididos en dos grupos antagónicos delimitados casi únicamente por sus signos políticos. Quienes permanecen en la isla son los de izquierda (el insilio), los buenos. Los que se van al exilio son los de derecha, los malos. Eso nos han hecho creer por más de cincuenta años como un cuento barato y mal redactado. En el molote de la izquierda están quienes retornan al exilio y viajan muy ligeros de equipaje, muchas veces sin equipajes para nada porque todo lo han dejado aquí a sus familiares. Se van contentos por regresar al desarrollo y la libertad, tristes porque dejan parte de los suyos detrás, en muchas ocasiones seres muy entrañables a quienes no saben cuándo volverán a ver. Se despiden delante de las puertas deslizantes porque no permiten ingresar a la sala de procesamiento a los familiares, siempre son demasiados. Llevan en sus corazones esa mezcla de sentimientos que los marca y los pone rabiosos contra quienes han provocado todo esto. Otros no encuentran la forma de zafarse de hijos, o madres, o el amante, el familiar allegado quienes no cesan de regalarles consejos de todo tipo para cuando arriben. -“Fefita, recuerda que cuando llegues al aeropuerto de Miami tienes que tener el sobre amarillo sellado en tus manos. Así es como inmigración te identifica.” -“Sí mami. No te preocupes que todo saldrá bien.” Responde la joven muy cerca de Rafael y empuja un ligero maletín tras las puertas corredizas. De pronto corre de vuelta y se abraza de un joven que la ha estado observando callado con los brazos cruzados sobre el pecho y los labios mordidos. Tienen lágrimas en los ojos. Probablemente cuando vuelvan a verse habrán pasado años y ya no serán iguales. Ya nada será igual. Ella se suelta y corre hacia las puertas de cristal que se cierran tras de su ligera figura como unas fauces voraces, eternas, definitivas. Afortunadamente han entintado los cristales y no se alarga la agonía de las despedidas definitivas. La mayoría se marcha en silencio, enjugando lágrimas, rumiando sentimientos tristes, alegres. Sin embargo el grupo posiblemente más numeroso es el de la derecha. Aquí todo el mundo está contento. Delante de las puertas corredizas se ha acordonado un espacio de nadie, tierra de nadie, donde se malhumoran varios agentes de la seguridad interna del aeropuerto. Controlar a este molote para que se mantenga detrás de los muy ligeros límites conformados para otras naciones más normales y menos alebrestosas como una cinta resistente y varios soportes metálicos como tubos niquelados de un metro de alto que se caen continuamente por el empuje de los esperantes, es una tarea sumamente difícil y hay que poner cara de circunstancia, es decir, fea. Rafael como medio que se asusta. ¿Y cómo voy a ver yo a Diego cuando asome la cabeza? Yo no me voy a meter en ese tumulto. Rafael observa a todo tipo de personas apretujándose contra la débil cinta. Se ven niños, mujeres y hombres, muchos de ellos con botellas de ron medio vacías celebrando anticipadamente a pico de recipiente la

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llegada de algún socio o ser querido. Borrachos y medio ya para cuando sale el esperado. Hay bulla, mucha bulla a cargo de personas quienes gritan algún nombre de alguien a quien han creído divisar cuando se abre la puerta momentáneamente para dejar salir a alguno. Es espectáculo es kafkiano, surrealista en extremo. Algunos pasajeros traen tres o cuatro sombreros tejanos en una sola cabeza, o parecen extremadamente gordos debido a las varias mudas de ropa que se han vestido para que la aduana no se las decomise o les cobre impuesto sobre los artículos que ingresan de más. Otros, casi siempre hombres, portan alrededor del cuello varias gruesas cadenas de aparente oro y algunas prendas en los dedos que en La Habana Vieja constituyen una segura sentencia de muerte. La mayoría arrastra los ya muy conocidos maletines gusanos, alargados fardos, casi siempre negros de churre, donde cabe medio edificio. Los medicamentos exentos de impuesto siempre se cargan en jabas de nylon fuerte pero transparente para que la Aduana no registre innecesariamente. Casi todos se asustan cuando ven al barullo por donde tienen que pasar, o se intimidan pues no pueden identificar a nadie hasta cuando alguien grita su nombre y cierta parte del grupo levanta las manos en saludo. Cuando sale le quitan el manejo del carrito metálico donde trae la pacotilla, le abrazan, le mojan con ron, quieren que beba. Les presentan a los familiares que no conoce y literalmente le arrastran hasta el almendrón que acaban de llamar con el celular al estacionamiento en Cup para que los recoja. Todos, no importa al número, de alguna forma se meten dentro del carro. Me he acercado lo suficiente al perímetro. Nadie más espera a Diego, supongo, así que tendrá que salir por entre toda esa aglomeración de gente. Ya lo veré enseguida. No se me puede escapar. Diego es uno de los primeros en salir. Casi no trae equipaje y solo porta el de mano. Atraviesa sin mucha ceremonia y atropellando un poco a los recibidores momentáneos quienes no se inmutan y apenas lo perciben pues no trae ni gusano ni empuja un pesado carrito. Rafael lo descubre apenas se desembaraza del último del tumulto y le hace una señal con ambas manos como si estuviera intentando detener a un tren en medio de la vía. Diego lo ve y enseguida le aflora una sonrisa. Camina hacia Rafael. Se dan un abrazo. Rafael le observa. -“Coño, mano, estás cambiado. Se te ve más hombre, más blanquito y con mejores ropas.” -“Imagínate. Estoy trabajando dentro de una sala de venta muy refrigerada y apenas veo el sol. Me alimento bien y me gusta comprarme de cuando en cuando ropa de marca pues ya no me quedan muchas responsabilidades.” -“Vamos directo a mi casa para que te acomodes, te bañes y comamos en familia. Allá tengo esperando por ti una buena botella de ron cubano para en cuanto lleguemos.” -“¡Qué bueno! Tú ni te imaginas lo rápido que retorna ese sentimiento de cubanía al corazón, esa sensación de estar regresando a lo que te pertenece, a donde siempre has estado y nunca te has ido aunque pasen treinta años. Dicen que incluso quienes se van desde niños, construyen un paraíso imaginado de lo que fue su tierra y sus ancestros. Lo malo de esto es que cuando vuelven ya nada será igual a lo imaginado, siempre peor, mucho peor, pues el ser humano tiende a desechar las malas memorias inconscientemente.” Ambos caminan evitando las zonas verdes hacia donde está el estacionamiento en moneda no convertible. La tarde va cayendo por la cabeza de la pista mientras un enorme

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y ruidoso avión despega ensordeciendo a los amigos que se han detenido unos instantes a observar a la aeronave. Dentro de poco será noche.

33- Monstruos al volante.

Este pequeño estudio sirve no solo a los cubanos, sino para el planeta entero, aunque cada nacionalidad tiene sus características que nos diferencia en el carácter y la sicología, forma de responder ante los estímulos, etc. Intrínsecamente el ser humano es bueno, afable y comprensivo como regla. En la medida cómo aumenta la cultura generalmente aumenta la simpatía hacia el prójimo. En la medida como avanza el desarrollo humano, somos más capaces de realizar buenas acciones y ayudar a personas que lo necesitan sin esperar secretamente que se nos retribuya el favor de alguna forma. Eso es cuando no estamos al volante. El auto es un recurso que se ha hecho desde mucho una parte importante de nuestras vidas al extremo que lo utilizamos para todo y sin estos medios nada sería igual. Hay quienes van al supermercado a dos cuadras de distancia en el carro. Claro, hay que cargar cosas. En general los hombres son de una forma apacible y amable hasta cuando se acomodan detrás de un timón, arrancan el motor y ponen en marcha el vehículo, el cual mientras más pesado y potente, peor. En nuestro país los locales nos caracterizamos por nuestra explosividad en la respuesta a los estímulos externos, pero por lo general pasamos rápidamente de la sorpresa, el exabrupto, a la risa espontánea y sincera. Pocos son quienes se atreven a agredir de palabra a viva voz a alguna persona que comete un error visible que nos afecta, o incluso realiza alguna acción que nos puede dañar, los paseantes son por lo general solidarios y ayudan a los desvalidos, minusválidos o necesitados de una mano que les proteja cuando cruzan una transitada calle. Pero… Detrás del volante las personas cambian, incluidas las mujeres. Tras la rueda de plástico existe algo que no hemos podido determinar que engorila a los humanos hasta el punto de actuar por completo fuera de los cánones que nos hacen precisamente humanos o los retrotrae a la edad de piedra. Vemos con sorpresa que un hombre que es siempre cuidadoso con su comportamiento entre sus congéneres cuando va a pie, grita, se encoleriza, patea, se pone rojo de rabia cuando algún entretenido le choca en carro. Asistimos al espectáculo de una persona quien de ninguna otra forma gritaría groserías, obscenidades, palabrotas y haría gestos ofensivos a la moral de otra persona, a no ser que la víctima de las invectivas lacerara previamente sus derechos de vía, o realiza un giro brusco que ponga en peligro el transporte del ofensor. Detrás del timón nos transformamos en invisibles, aunque el vehículo no tenga cristales entintados, y se

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suceden escenas que quienes las llevan a cabo nunca piensan que quienes están afuera podrían observar, como meterse los dedos profundamente en la nariz en busca de…dejar escapar espectáculos sonoros e incluso tener sexo a pleno sol en un lugar muy visitado, besar a la novia y quitarle parte de la ropa con grácil consentimiento, etc. En el asiento delantero izquierdo somos dueños y señores del vehículo aunque tenga matrícula estatal u oficial, y podemos decidir a quién montamos y cuáles leyes podemos aceptar u olvidar. Asumimos que los demás son unos imbéciles o subnormales y nosotros unos ases de la carretera; los policías, el enemigo. Detrás del volante somos otro tipo de personas inmunes a los accidentes quienes siempre tenemos la razón y contratamos un seguro por si nos destrozan el auto pague otro, los colores no siempre son los que uno cree ver pues el amarillo puede ser verde y el rojo cualquier otra cosa, las señales de tránsito son para que la policía no nos sorprenda cometiendo violaciones, así como el asiento al lado del chofer es exclusivo para las muchachas bonitas para quienes siempre creemos contar con suficiente efectivo en el bolsillo y el banco, o ser lo bastante osados con la velocidad y los acelerones como para que ellas se interesen por nosotros. Un auto lento por la izquierda es una mujer siempre aprendiz manejando o un viejo tonto entretenido. Unas personas cruzando nuestro camino son unos suicidas irresponsables y desconsiderados para quienes se instalan claxons modernos con altísimos decibeles que nadie conoce dónde los consiguen o de dónde se importan. Un paso peatonal es una estupidez enlentecedora de la vía. A nuestro transporte jamás le va a estallar un neumático, o se le va a partir una manguera de freno y siempre va a responder cuando le pedimos un acelerón para incorporarnos cuando no hay espacio aunque el motor esté frío. Detrás del volante hacemos cosas y asumimos actitudes que hay que estudiar, pues somos más valientes que los buenos soldados en la guerra, así como nos arrogamos derechos que nunca nos corresponderían si fuésemos los peatones a quien algún monstruo empapa con un charco de agua sucia cuya cercanía no descubrimos a tiempo. Entonces con los labios apretados en la acera generalmente nos tragamos los improperios y matamos con la mirada. El ser humano se transforma de acuerdo a dónde se sienta en el coche, en especial si tenemos aire acondicionado cuando los de afuera parecen insectos y vemos con incredulidad que algunas señoras, e incluso algunos hombres, asumen que por alguna razón tenemos que recogerlos si jamás nos han ayudado a lavar el vehículo o a cambiar una goma. Detrás del volante somos otra desagradable curiosidad quienes reasumimos nuestra olvidada humanidad apenas apagamos el motor y dejamos el asiento.

34- ¿Por qué tenemos nalgas?

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El ser humano no es el único que se sienta, pero sí la propiedad de tal parte del cuerpo es exclusivamente humana. Estirando y rebuscando en mis no muy extensos conocimientos de anatomía general de todas las especies que conozco y que he visto durante mi existencia como estudiante y lector después, no hallo otro animal con nalgas. El perro y el gato se sientan, lo hacen los monos, los gorilas, orangutanes también, pero no tienen nalgas.

Esa parte acolchadita y generalmente sin usos prácticos anatómicos nos sirve para que nuestros huesos del trasero no vayan a dar directamente sobre las muchas veces duras superficies donde en ocasiones intentamos descansar, o a veces tan solo conversar con amigos, o esperar un momento oportuno en el borde de una acera.

Nos pasamos más de la mitad de la vida sobre nuestras sentaderas y un tercio acostados durmiendo. Verdaderamente estamos poco de pie. Cuando uno llega a un lugar donde tiene que esperar de inmediato busca con la vista donde acomodarse y esto es generalmente sentados. A nadie se le ocurre entrar a la sala de un vecino, o el vestíbulo de un hotel, e inmediatamente tenderse horizontal sobre el suelo a eliminar el cansancio, además, éste siempre está sucio, el suelo, no el vecino.

También las nalgas son un muy socorrido punto de referencia para que los hombres evalúen si una mujer es atractiva o no. Casi todos, con excepción de los gays, esperamos a que una señora pase para evaluar volviendo la vista, o más bien la cabeza, sin parecer demasiado evidentes, si ésta tiene condiciones de atractividad. Las señoras, por su parte, cuentan con el muy estudiado y practicado recurso, que ya incluso a falta de un buen olfato viene incorporado en los genes, de menear el trasero en una forma recatada o exagerada, con la finalidad de que los machos se fijen. Como conocemos, los demás animales acuden a sus olores y las aves menean sus plumajes, los insectos… ¿a qué acuden los insectos si no tienen nalgas?

Las nalgas femeninas son de un atractivo potente e incluso sirven de almohada la mayor de las veces cuando cuentan con el suficiente tamaño y son la última parte del cuerpo que se arruga pues casi nunca reciben directamente los imperdonables rayos del sol. Hay cremas de todo tipo para las nalgas.

Los futbolistas, beisbolistas, etc., como una expresión de reconocimiento deportivo se tocan las nalgas ante millones de espectadores; las mujeres modernas a veces en público, aunque con cierto decoro, tocan y aprietan las nalgas de sus parejas como expresión de cariño íntimo; en algunas naciones las personas, generalmente los hombres, por extraño que nos pueda parecer a nosotros los machistas, enseñan las nalgas en público a alguien a manera de ofensa.

Incluso por estos días está de moda para los hombres de todo tipo, en especial los muy jóvenes, vestir con pantalones a medio glúteo, como si se fueran a caer. Incluso ya la ropa interior masculina trae propaganda visual incorporada. No hay nada más ofensivo para un hombre que le den una patada por estas cómodas y multiusos almohadillas naturales.

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Las mujeres sí tienen muy identificadas las funciones de sus nalgas en el juego de la vida, las usan, se las cuidan, se las aprietan convenientemente y hasta se hacen cirugías plásticas para reacomodarlas a gusto del consumidor. Los hombres no gays solo nos enteramos que tenemos nalgas cuando algo nos sucede en ellas, algún accidente como una herida lo suficiente grande como para mantenernos de pie toda una semana, o durmiendo boca abajo. De todas formas nuestras nalgas, las masculinas, no son tan atractivas como las de la competencia y son, como el pensamiento y la carcajada, una exclusividad de los seres humanos.

35-Lidiel. Una historia Real. Ayer un amigo era reportado de grave y enviado con urgencia a un hospital del centro que cuenta con los mejores recursos (dentro de las malas condiciones del sistema de salud cubano) para que fuese atendido cómo lo requiere su estado. Lo dudo y espero probablemente lo peor para Lidiel Martínez, mi amigo y vecino desde la juventud. Me entero del drama por mi hermano quien fue al policlínico a conseguir una recetas o medicamentos (cualquier cosa que resuelva) con la finalidad de aliviar los permanentes dolores artríticos de mi anciana madre con casi ya ochenta años de edad, pues en las farmacias no hay absolutamente nada para el alivio. Cero ungüentos, cero analgésicos potentes. Nada. La historia de Lidiel se remonta años atrás, unas dos décadas, cuando se graduó en una Licenciatura en Historia en la Universidad de La Habana. Se hizo profesor y disidente político. Mala mezcla en esta nación. Después de unos años de estar impartiendo clases en el nivel medio superior y probablemente dejando escapar algunos de sus pensamientos fundamentales y conceptos prohibidos en el aula, fue expulsado del Sistema Educacional sin posibilidades de reingreso. Fue registrado en una extensa Lista Negra que existe en esta nación donde colocan a cada ser humano que comience a dar problemas políticos. Los delincuentes comunes tienen estándares menos rigurosos y menos socialmente peligrosos a los ojos de las autoridades, al punto de que por estos días de septiembre se van a amnistiar a casi tres mil quinientos presos comunes como buena disposición hacia la visita del Papa argentino, pero ninguno de estos podrá ser ni asesino múltiple, ni disidente político. Así salió esta semana en la prensa el decreto oficial. La idea está clara de cómo evalúan las autoridades pensar contracorriente en esta isla paradisíaca. Lidiel no pudo acceder a ningunos de los trabajos regulares donde pudiera haber devengado un salario que le permitiera vivir malamente como todos los nacionales, a pesar de ser una persona con talante educado y trazas de intelectual, alto, delgado, etc. Cada vez cuando algún amigo intercedía por él y le resolvían algún empleo más o menos bueno, antes que terminara la semana era expulsado con las más increíbles excusas. Los muchachos de la Gestapo Tropical ya habían pasado silenciosamente por allí y alertado-amenazado a la dirección del centro laboral. Ellos casi nunca dan la cara ni enfrentan batalla real o física. Se mantienen todo el tiempo que pueden en la sombra y la intriga.

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Lidiel de alguna forma llegó a ser parte activa del Movimiento Liberación lidereado por el oportunamente (para ellos) desaparecido ingeniero Payá Sardiñas. Mi vecino fue uno de los numerosos activistas quienes llevaron la idea y las planillas para las firmas del Proyecto Varela, el cual pretendía y pudo haber cambiado legalmente la historia de esta nación, pero una gran artimaña de Castro el Viejo (hacer que el pueblo votara masiva e incomprensiblemente por un socialismo indeleble) lo impidieron. Se desató entonces la conocida Primavera Negra del 2003 cuando fueron detenidos 75 disidentes, la mayoría de este propio Movimiento Liberación, excepto su Jefe, para quien tenían otros planes más contundentes. Lidiel se vio obligado a impartir clases de repaso dentro de su casa a los jóvenes quienes intentaban de todas formas sobrepasar las grandes barreras que coloca el Ministerio de Educación para acceder a nuestras universidades. Este actuar surgió en los últimos años desde cuando se generaron los exámenes de ingreso para todas las carreras universitarias con la intensión revelada de optimizar la educación superior, pero con el no declarado pero obvio propósito de reducir drásticamente los nuevos ingresos y bajar costos ante una muy depauperada economía nacional. Lidiel cuenta con una hermana quien vive lejos, pero dentro de esta misma ciudad, con otra familia. Él se había casado y tenido un hijo dentro de un matrimonio que fracasó algunos años después. Retornó a residir con sus padres y a impartir clases utilizando su cuarto personal como estudio. Aproximadamente dos años atrás de cuando se escribe esta crónica fallece la madre ama de casa repentinamente a partir de un ataque cardiaco. Él la traslada en brazos al policlínico cercano, pero ya no había nada qué hacer. Meses más tarde el padre, un hombre fuerte e inteligente quien había luchado en la clandestinidad en los cincuenta como parte del Directorio Revolucionario enferma y fallece rápidamente también, esta vez con deficiencias cerebrales. Lidiel se queda solo en su apartamento de Micro y recrudece una opción de vida que había elegido algunos años atrás para suavizar la presión policial y existencial. Comienza a beber todos los días al atardecer lo que cayera a mano. Su ex y su hijo lo rechazan. No lo quieren ni siquiera de visita con olor a alcohol o sin él. Su negocio comienza a flaquear. Su hermana lo desahucia. No quiere verle más. No consigue empleo. No tiene dinero, no tiene amigos, no tiene comida. Cuando logra vender algo de algún valor que le podría quedar en su casa, compra una botella de ron de pésima calidad con lo cual se escapa por un rato de su difícil existencia. Fuma, pero no puede comprar cigarrillos. Recoge con discreción los cabos en las calles y hace su consumo. Nunca ha usado drogas. Varias veces viene a mi casa, cada oportunidad más delgado, más lento, más amargado y pálido. Ya ni siquiera tiene ánimos para discutir de política y atacar, como usualmente hacíamos, al sistema que nos ha forzado tan bajo. Come lo que queda, toma algo de café mezclado con chícharos que toca a los cubanos y se fuma un cigarrillo que le regala mi hermano. Lidiel se va contento pero es solo un día. No tiene amigos, ni allegados, ni nadie quien se preocupe por su estado emocional y físico. Tampoco tiene a quien llamar, no hay ninguna línea-ayuda que le aconseje fuera de su miseria. Lidiel hoy se debate entre la vida y la muerte en la cama de un hospital universitario con siglos de uso y deterioro, observando al techo con lamparones de humedad, observando

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de tarde en tarde el paso de alguna enfermera ocupada, rumiando sus recuerdos de alguna época mejor cuando tenía un trabajo y opiniones, energía de vivir. Sabe que no hay medicamentos en farmacia para la cura de su mal, sabe que los sueros con glucosa y somníferos no lo van a mejorar, sabe que nadie vendrá a verlo, ni siquiera los propios disidentes, colegas ideológicos, inmersos en sus propias miserias y desconocedores de su estado. Lidiel fallecerá por alguna complicación común después de algunas semanas en coma profundo y no será ni siquiera una estadística, y no se leerá algún pequeño epitafio bueno o malo en la cabecera de su tumba en esta nación que lucha por el bienestar social pero no lo alcanza y no acaba de extinguirse. Lidiel fallece la madrugada del día tres de noviembre del 2015 sin haber nunca recuperado la consciencia ni haber salido de la terapia intensiva. Fin.