TERÁN - Historia de Las Ideas en La Argentina (Lección 9)
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Oscar Tern
Historia de las ideas
en la Argentina Diez lecciones iniciales, 1810-1980
Siglo XXI Editores
siglo veintiuno editores argentina s.a.
Tucumn 1621 7 N (C1O5OAAG), Buenos Aires, Argentina
siglo veintiuno editores, s.a. de c.v.
Cerro del agua 248, Delegacin Coyoacn (04310), D.F., Mxico
siglo veintiuno de Espaa editores, s.a.
c/Menndez Pida, 3 BIS (28006) Madrid, Espaa
ISBN 978-987-629-060-9
2008, Siglo XXI Editores Argentina S. A.
Impreso en Grafnor
Lamadrid 1576, Villa Ballester, en el mes de septiembre de 2008
Hecho el depsito que marca la ley 11.723
Impreso en Argentina // Made in Argentina
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AdministradorCuadro de texto05/076/295 16 Cop.(Pro. Lit. Arg.)
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Leccin 9
Rasgos de la cultura durante el primer peronismo.
Relecturas del peronismo, entre el tradicionalismo y
la radicalizacin (1946-1969)
Ms all de sus zonas grises, pareciera que durante el primer peronismo se repite en el
campo intelectual, invertida, la polarizacin que domina en el resto de la sociedad (una
minora de intelectuales adhiere al movimiento, mientras que la mayora lo rechaza). Sin
embargo, esta imagen oculta fenmenos de modernizacin en las diversas disciplinas (la
historia, la crtica literaria, la sociologa), algunos de los cuales comenzaron durante el
peronismo. La recepcin de nuevos horizontes tericos -como el existencialismo de Sartre-
va a confluir con una necesidad en la que distintas voces coinciden: inmediatamente despus
del 55, se transforma en un imperativo repensar el hecho peronista.
Esta leccin difiere de las anteriores en algunos aspectos. En primer lugar, ocupa menos
espacio relativo que las precedentes. Esto se debe a que mis exposiciones anteriores
dependieron, en buena medida, de conocimientos del pasado producidos por otros
investigadores a lo largo de mucho tiempo, incluso hasta la actualidad. En cambio, sucede
que, a medida que nos acercamos a nuestro presente, esos estudios son menores en cantidad
y sus afirmaciones resultan menos consolidadas.
Adems, tambin a medida que nos acercamos al presente, yo mismo me encuentro con un
tiempo y con acontecimientos que fueron parte de mi vida. Se sabe que, cuando ello
sucede, la distancia con respecto a lo estudiado es mucho menor que cuando hablamos, por
ejemplo, de Esteban Echeverra, y por ende resulta ms difcil asegurar la objetividad de lo
que se dice. Claro que eso que llamamos objetividad en ltima instancia no existe, puesto que siempre se piensa desde un conjunto de ideas y valores previos. Pero sin duda la
distancia temporal ayuda a que ese ideal de objetividad, inalcanzable aunque siempre de-
seable, resulte ms factible.
De todos modos, har ese esfuerzo, pero aqu los lectores deben afinar el espritu crtico para
poder someter a duda aquellos aspectos que les resulten poco confiables en el curso de lo
que sigue. Mi esfuerzo est representado en el hecho de que he utilizado desarrollos
propios sobre el tema, lo cual puede haber determinado el carcter menos abierto de la
exposicin que sigue.
Con estas prevenciones, ingresamos entonces en la dcada de 1940, nuevamente
refirindonos a la situacin poltica. Verificamos as que sta es prcticamente una
constante, o al menos una situacin recurrente. Es decir, que entre nosotros (y
seguramente en esto no somos originales en el mundo) la poltica ha sido un marco
condicionante de la prctica intelectual, ya sea porque se inmiscuy directamente en dicho
quehacer (por ejemplo, dictando desde el estado normas que deban respetarse, a riesgo de
sufrir desagradables consecuencias) o, ms frecuentemente, porque muchos intelectuales
mantuvieron una relacin estrecha con ella. Esto no significa que la poltica haya
determinado el contenido de la produccin intelectual. Significa en cambio que la poltica
construy los rieles, los caminos, o al menos los contornos, por los que circularon las ideas.
En lecciones anteriores hemos hablado acerca del principio de la autonoma como
definicin del intelectual moderno. Si ahora miramos hacia atrs en estas mismas
lecciones, podremos encontrar, de parte de escritores, artistas e intelectuales en general,
distancias mayores y menores con respecto a la poltica. Pueden mencionarse asimismo
casos de escritores que se dedicaron con empeo y xito a mantener la autonoma de su
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obra. Pero eso no depende solamente de la vocacin y el deseo de los intelectuales:
tambin depende en buen grado del papel que la poltica ocupe en un perodo determinado
en la vida de las sociedades. Es comprensible as que esa autonoma resulte ms difcil
(aunque por cierto no imposible) en momentos de fuerte politizacin e intensas tensiones
polticas.
Aqu quera llegar. Porque la etapa que ahora visitaremos se caracteriza justamente por una
presencia a veces abrumadora de la poltica en el escenario nacional. Muchos intelectuales se
vieron involucrados en dicha presencia, e incluso algunos optaron por una plena
participacin en ella.
Precisamente, desde los primeros aos de la dcada de 1940, los posicionamientos polticos
adquirieron crecientes rasgos de un enfrentamiento radical. Esto es claro con respecto al
plano internacional, definido por la confrontacin de la Segunda Guerra entre el Eje
(compuesto por la Alemania nazi, la Italia fascista y el Japn autocrtico), por un lado, y los
Aliados (Estados Unidos, Inglaterra, Francia y fuerzas afines), por el otro.
A diferencia de prcticamente todos los pases latinoamericanos, en esa contienda la
Argentina permaneci neutral; a eso se sumaron las conocidas simpatas pro fascistas e
incluso pro nazis de algunos miembros de los elencos de los gobiernos de facto de la poca.
En cambio, la mayora de los partidos tradicionales (conservadores, radicales, socialistas,
comunistas) formaron fila detrs de los Aliados.
Fueron justamente estas ltimas fuerzas las que, ante las elecciones de 1946, convocadas
por los ejecutores del golpe militar de 1943, determinaron que la opcin se jugaba entre
democracia y fascismo. En cambio, el coronel Juan Domingo Pern defini que en ellas se
dirima un partido de campeonato entre la injusticia y la justicia social. Ms all de quin tuviera mejores razones, lo que se instalaba como hecho definitorio era que se
trataba de dos consignas que apelaban a distintos e inconmensurables criterios de
legitimidad. En efecto, la democracia de sufragio universal responde a derechos polticos,
y la justicia social, a derechos sociales: bien pueden existir la una sin la otra.
Sea como fuere, lo cierto es que, evaluado en sus rendimientos a partir de su victoria
electoral, el perodo abierto ese ao se caracteriz por una notable redistribucin
econmica en favor de las clases populares, medida tanto en el nivel salarial como en
servicios sociales que otorgaron una amplia gama de beneficios. No se trat solamente de
indudables beneficios materiales; aquel fenmeno tambin fue acompaado de una cada
de la deferencia de los sectores populares hacia las escalas superiores de la sociedad. Esto
es, se quebr el reconocimiento que, en sistemas jerrquicos, los de abajo deben profesar a
los de arriba. Un ejemplo notorio tuvo lugar ya avanzado el gobierno peronista, en una
coyuntura fuertemente polarizada, por el incendio del Jockey Club (smbolo por excelencia
de las clases altas) a manos de adherentes al peronismo. (Podemos remitirnos aqu a la
leccin sobre la Generacin del 80 para recordar el lamento de Can por la cada de esa deferencia que vea nacer en la sociedad portea).
Volviendo a los aos 40, digamos que el liderazgo carismtico notoriamente popular de
Pern se defini por sus rasgos plebiscitarios, esto es, por una relacin directa entre el lder
y las masas, con la secundarizacin de las mediaciones institucionales. Los actos masivos
celebrados en la Plaza de Mayo, centrados en el vnculo dinmico pero jerrquico entre el
balcn y la plaza, entre el lder que habla desde arriba a una masa que responde e interpela
desde abajo, son la representacin espacial y escenogrfica de ese vnculo.
Pero he aqu, sin embargo, que el gobierno consensuado por la mayora no dej de apelar a
la coercin, violando libertades cvicas de los opositores mediante la censura, la obligacin
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de adhesin poltica de los funcionarios pblicos, el control de los medios de difusin y
aun el encarcelamiento de opositores. El peronismo manifest as una voluntad
monocrtica, donde toda disidencia deba ser eliminada para obtener un apoyo con
tendencias unanimistas. Se reiteraba as ese carcter de un proceso que marcha
progresivamente segn la lgica amigo/enemigo que hemos visto en la leccin 7 con
motivo del advenimiento del radicalismo yrigoyenista al gobierno, y la de cerrada
oposicin por parte de los dems partidos polticos del momento.
Al observar el panorama diseado hasta aqu, podemos traducir estos fenmenos en
trminos objetivos y concluir que, en esa mitad de la dcada de 1940, se efectiviz un
proceso de inclusin de las masas trabajadoras en la vida nacional por va de un populismo
con rasgos autoritarios, y que esos dos rostros del peronismo determinaron una evaluacin
igualmente antittica del perodo, segn se lo mire desde el privilegiamiento de la
ciudadana poltica o bien de la social; esto es, desde dos escenarios que se presentaron
superpuestos y simultneos: la violacin de derechos polticos de la oposicin y la
ampliacin de los derechos sociales de los trabajadores.
Es fundamental comprender bien esto: antes que atribuir virtudes o maldades innatas a las
fuerzas polticas actuantes, una visin que pretenda explicar y comprender ms que juzgar
podr observar as los formidables efectos histricos que se generan en las sociedades a
partir de circunstancias que incluso los mismos actores ignoran. Este tema fascinante y
discutible, que aqu slo puedo limitarme a mencionar, nos sirve empero para avanzar
hacia la siguiente consideracin, porque alrededor de esas miradas opuestas construidas
sobre el peronismo es posible percibir que, una vez ms en nuestra historia poltica, se
desat la ya conocida mutua denegacin de legitimidad. Como efecto de esta denegacin,
emergi el fantasma de las dos Argentinas, ya que, aun contando el oficialismo con un apoyo electoral que en 1954 toc el 63 por ciento, se mantuvo una oposicin irreductible
siempre dispuesta a negar legitimidad al rgimen gobernante. Insisto, la denegacin era
mutua: en ese mismo ao, el presidente Pern declar que slo haba dos fuerzas polticas
en la Argentina, y que ellas eran el pueblo y el anti-pueblo.
Estos rasgos polticos gravitaron profundamente sobre el mbito cultural. En principio,
porque la mayora de los intelectuales se encontr de hecho o de derecho y muchos en continuidad con su militancia antifascista formando en las filas del anti-peronismo. Menos son, por tanto, los nombres de intelectuales reconocidos que han de encuadrarse en
el movimiento gobernante. Podemos mencionar a Leopoldo Marechal, Elias Castelnuovo,
Nicols Olivari, Carlos Astrada, Manuel Ugarte, Ramn Dol, Ernesto Palacio, Arturo
Jauretche, Ral Scalabrini Ortiz, Hornero Manzi, Enrique Santos Discpolo, Manuel
Glvez, Delfina Bunge, Juan Jos Hernndez Arregui, Fermn Chvez, Ctulo Castillo,
Julia Prilutzky, Csar Tiempo, Mara Grnata, Eduardo Astesano, Hornero Guglielmini.
Tambin existieron otros intelectuales que, sin incluirse en principio en las filas peronistas,
les brindaron su apoyo crtico, como Juan Jos Real, Rodolfo Puiggrs o Jorge Abelardo
Ramos.
Traducido al terreno de la productividad intelectual, la revista peronista Sexto Continente,
dirigida por Alicia Eguren y Armando Cascella, resulta ilustrativa, dado que como seal Mariano Plotkin no pasar de ser una mezcla incoherente de nacionalismo, nativismo, catolicismo derechista y elogios al rgimen.
A su vez, y tambin en continuidad con lineamientos provenientes del golpe de 1943, el
gobierno peronista comenz por delegar la educacin en manos de la iglesia catlica,
dentro de la cual se ha subrayado el predominio del nacionalismo integrista, que obtuvo un
triunfo resonante con la implantacin por ley de la enseanza de la religin catlica en las
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escuelas. En verdad, es posible pensar que, carente de un programa estructurado para el
rea educativa, en este sector la gestin peronista se preocup antes bien por expulsar toda
voz disidente, por lo que contamin la cuestin cultural con una actitud de control poltico.
Se produjeron as numerosas cesantas de profesores opositores, y en las universidades la
suma de renunciantes y expulsados determin una enorme prdida de la planta docente.
Entonces, los resultados sobre la cultura universitaria fueron claramente negativos: basta
hojear la Revista de la Universidad de Buenos Aires de la poca para encontrarse no slo
con un contenido proveniente del rancio integrismo catlico, sino tambin con un nivel
intelectual escasamente estimulante, en especial si se lo coteja con las radicales
preocupaciones e innovaciones que habitaban el mundo de la segunda posguerra.
Pensemos, por ejemplo, que la Argentina permaneca cerrada a las inquietudes que
atravesaban ese mundo convulsionado, que se expresaban tanto en la literatura como en el
cine y en las artes en general (el existencialismo, el cine del neorrealismo italiano y de
Ingmar Bergman, el teatro de Samuel Beckett, el experimentalismo en las artes plsticas, y
un extenso etctera).
Por otra parte, la consigna Alpargatas s, libros no represent el abismo abierto entre el mundo de estudiantes e intelectuales y el mundo de los trabajadores, y result un
eslogan tan sentido que fue entonado en el asalto de una manifestacin peronista a la
Universidad de La Plata.
Esa fisura continu profundizndose, con las consecuencias imaginables sobre la
sociedad entera. Del mismo modo, la designacin de Oscar Ivanisevich como
interventor de la Universidad de Buenos Aires y ministro de Educacin hasta 1950 es la
muestra palpable del corte entre estado, por un lado, y cultura progresista y cosmopolita,
por el otro. Para eso debemos recordar la actitud anti-liberal e irracionalista no exenta
de histrionismo del funcionario peronista, quien no vacil en calificar de degenerado al arte abstracto. Otro tipo de funcin del autoritarismo en este terreno puede verse en
la expulsin de los miembros de la Academia de Letras por no haber avalado la
candidatura al premio Nobel de Literatura de Eva Duarte de Pern por su libro La
razn de mi vida, as como la circunstancia de que la cesanta penda constantemente
sobre maestros y profesores que no brindaran demostraciones de fidelidad o al menos de
obediencia a los mandatos gubernamentales.
No obstante, llegados a este punto, debemos esforzamos por dar cuenta de las diferencias y
los matices. As, tambin es cierto que, en 1948, desde el estado, era posible organizar un
encuentro internacional de filosofa con nombres relevantes dentro del campo, o promover
luego la participacin de artistas en algunas muestras y polticas culturales, ya que en el
terreno de las artes plsticas tambin el anti-peronismo nucleaba lo ms significativo de los
artistas del momento. Muchos de ellos haban participado, en septiembre de 1945, en el
Saln Independiente, ocasin que Antonio Berni aprovech para vincularlo con la reciente
manifestacin antiperonista denominada Marcha por la Constitucin y la Libertad. Mientras algunos ponan sus obras al servicio de la causa antifascista y antinazi (es el caso
de la artista plstica Raquel Forner), los movimientos abstractos geomtricos como Mad y
Arte Concreto / Invencin, con Gyula Kosice y Toms Maldonado, defendan la autonoma
del arte mediante el acceso a un mundo de valores abstractos correspondiente al
internacionalismo sin fronteras de Jorge Romero Brest.
Se evidencia as que existieron manifestaciones culturales que o bien no fueron reprimidas
por el estado, o bien llegaron a ser promovidas por ste, preservndose zonas donde
intelectuales opositores hallaron un espacio para continuar su prctica y su produccin. De
tal modo, en las artes plsticas continuaron celebrndose exposiciones tanto estatales como
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privadas de arte moderno europeo, y hacia 1952 como recuerda Andrea Giunta los artistas abstractos llegan a ocupar un lugar destacado en exposiciones oficiales, mientras la del Museo Nacional de Bellas Artes de 1952/1953 sobre arte argentino incluy todas las
tendencias, en un mbito de pluralismo ideolgico y esttico. Anloga permisividad as haya sido por desinters puede haber posibilitado, en la poesa, la supervivencia del surrealismo, siempre con la jefatura de Aldo Pellegrini, y la emergencia en 1950 de la
revista de vanguardia Poesa Buenos Aires, dirigida por Ral Gustavo Aguirre.
Naturalmente, podra decirse, el gobierno aplic prcticas de control y censura sobre las
manifestaciones artsticas o intelectuales que alcanzaban a sectores ms amplios que los
intelectuales, como es el caso del cine. Pero aun all el panorama resulta tambin algo
ms matizado que lo supuesto. Como ha sealado Clara Kriger, junto con los filmes
expresamente destinados a la propaganda oficial sobre los logros gubernamentales
(turismo social, planes de vivienda) o donde se explicitan tpicos del programa peronista
(conciliacin de clases y de conflictos mediante el arbitraje del estado), existieron otros
con una problemtica social de denuncia ms amplia, de los cuales Las aguas bajan turbias
(Hugo del Carril, 1952) es el ejemplo ms citado. De todos modos, en el reverso,
pelculas antinazis como El gran dictador slo pudieron exhibirse aceptando la censura de
un pasaje del discurso antiautoritario que enunciaba Charles Chaplin al final del filme. (Si
se me permite una intromisin personal, entre mis recuerdos de adolescencia figura la
sorpresa al final de dicha pelcula, cuando, en el cine del pueblo, los espectadores
veamos que Chaplin gesticulaba pero no podamos escuchar lo que deca porque su
voz haba sido acallada.)
Qu ocurri entre tanto con los escritores y artistas opositores? Pues bien, aqu tambin la
historia es ms matizada de lo que suele suponerse, puesto que ellos encontraron espacios
de resistencia y produccin cultural desde donde se editaron revistas como Realidad,
Imago Mundi o Ver y Estimar, mientras Sur configuraba an el principal medio de la
intelectualidad liberal. Adems siguieron funcionando espacios alternativos como el
Colegio Libre de Estudios Superiores y el Instituto Libre de Segunda Enseanza, a la par
que el teatro independiente no slo sobrevivi sino que alcanz desarrollos considerables;
numerosas y las ms importantes editoriales y libreras fueron otro campo de refugio y creacin para los intelectuales antiperonistas (alguna vez Leopoldo Marechal declar que
en esa poca le resultaba difcil publicar porque la mayora de las editoriales estaban en
manos de opositores al peronismo).
Entonces, hasta aqu hemos delineado un mapa del campo intelectual, que reproduca la
escisin poltica de la sociedad entre peronistas y antiperonistas. Slo que mientras en ella
el peronismo era francamente mayoritario, esta proporcin se inverta al llegar al mundo de
los intelectuales. Pero si bien la polarizacin as planteada era dominante, tambin es
cierto que no dejaron de existir franjas intermedias, zonas grises, que tuvieron su
representacin en el campo intelectual.
As, en un crculo aun ms interior de aquel mapa escindido en dos esferas, podemos
detectar una lnea de progresiva ruptura e innovacin. Si tomamos el caso de la ciudad de
Buenos Aires, el fenmeno ms destacado en la investigacin hasta el momento aqu
tratado es el de una constelacin de estudiantes que se constituye hacia 1950 en el Centro
de Estudiantes de Filosofa y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Sus posiciones
pueden seguirse a travs de las revistas Centro y luego Contorno. Son los llamados
denuncialistas entre quienes podemos mencionar a los hermanos Ismael y David Vias, Carlos Correas, Juan Jos Sebreli, Oscar Masotta, Len Rozitchner, No Jitrik, Ramn
Alcalde, Adolfo Prieto. Ellos mismos se conciben como tales y tambin como una
generacin sin padres, aunque hallaron en Ezequiel Martnez Estrada un referente en
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cuanto a su abordaje crtico de la realidad nacional, afinado con una tonalidad desgarrada y
comprometida.
En algunas notas de la revista Centro es posible percibir que la fuente de ese malestar en la
cultura se ubica en lo que podramos llamar un cruce de caminos. Dado que, si bien se observa que en otros sitios del mundo tambin los ms jvenes procesaban con furia los
resultados ms dramticos de la Segunda Guerra Mundial, los jvenes argentinos los
miraban con envidia al reconocer que aquellos otros podan obtener un beneficio
compensatorio en la apertura de un espacio de renovacin y experimentalismo. En
cambio, en la Argentina, estos estudiantes daban cuenta de su desazn ante el ambiente de
mediocridad imperante en la vida cultural en general y en la universidad peronista en
particular. Es lo que puede leerse en el nmero de mayo de 1953 de Centro: la enseanza
es deficiente, la ctedra revela incapacidades intelectuales o ticas, el libre intercambio de
ideas est bloqueado.
He aqu que, sin embargo, por senderos complejos y destinados a no encontrarse, el
existencialismo sartreano brind una estructura de sensibilidad adecuada. Sabemos que la
introduccin en la Argentina de los escritos literarios y filosficos de esta tendencia, en un
sentido amplio, haba comenzado tempranamente. Indiquemos a continuacin algunos de
ellos.
En 1939, Sur haba presentado una traduccin del cuento El cuarto de Jean-Paul Sartre. Tambin la novela El tnel de Ernesto Sbalo marc con su aparicin, en 1948, la
presencia de estas influencias entrelazadas con la obra de Albert Camus. Desde la revista
Capricornio, dirigida por Bernardo Kordon, se present al pblico argentino una clebre
polmica entre Jean-Paul Sartre y Albert Camus. Incluso la presencia del sartrismo puede
hallarse a travs de Miguel ngel Virasoro en la Facultad de Filosofa y Letras portea, a
la cual concurran los denuncialistas y que tenan como eje de su sociabilidad.
Prontamente, desde la editorial Losada se tradujo la obra de Sartre en forma sistemtica.
Tambin en la dcada de 1950, desde las mismas pginas de la revista de Victoria
Ocampo, Juan Jos Sebreli fue quien expres con mayor productividad la aplicacin del
credo sartreano a temas nacionales.
Ahora bien, podemos preguntarnos qu temas, estilos o imgenes de intelectual ofreca el
existencialismo francs a estos jvenes intelectuales. Sin duda, todos ellos se concentraban
en la nocin del compromiso, central en el credo existencialista. Esta idea formar parte del editorial de presentacin de la revista dirigida por Sartre y titulada Les Temps Modernes,
en septiembre de 1945: El escritor tiene una situacin en su poca; cada palabra suya repercute. Y cada silencio tambin. Aos despus, Sebreli repetir esa consigna entre nosotros: El hombre es responsable hasta de lo que no hace; todo silencio es una voz, toda prescindencia es eleccin. He aqu un fenmeno claro de recepcin de una misma temtica en contextos heterogneos, porque, en un caso, se hallaba inscripta en el mundo de
la ocupacin de Francia por Hitler, la resistencia y el colaboracionismo, y la posterior derrota
del nazismo, mientras en la Argentina se corresponda con el desarrollo y triunfo del
movimiento nacional-populista peronista.
El operador que permita esa traduccin se apoyaba precisamente en la nocin de
compromiso. Para entender esto debemos recordar que, para el canon existencialista sartreano, el intelectual como toda existencia humana est inexorablemente arrojado en una situacin (o un contorno), y debe dar cuenta de lo que hace en esa circunstancia a partir de su libertad, concebida como inexorable. Precisamente, el existencialismo haba
definido al ser humano a partir de su pura libertad, y por ende estaba condenado a
construirse a s mismo de manera permanente. Es decir, no hay nada en l que lo
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destine a ser algo ya definido, no hay ninguna naturaleza o esencia previa que tenga que
desarrollarse en l; no es ms que la suma de sus actos. Esto se expresaba en una consigna
que sonaba de este modo: ser es existir o, ms tcnicamente, la existencia precede a la esencia. Dicho de otra manera: no hay nada hecho de una vez y para siempre en nosotros; no somos sino la sumatoria de nuestros actos.
Es importante comprender entonces que la teora del compromiso permita as un doble movimiento: involucrarse en una situacin poltico-social determinada, pero sin
abandonar el campo intelectual. Esto es, el intelectual participa a la Sartre de los debates pblicos, pero lo hace desde su condicin de intelectual, manteniendo distancia
con la prctica poltica partidaria. Veremos de qu forma esta posicin ir variando en
los aos siguientes.
Hemos determinado entonces dos lneas que definen el tipo de participacin de los
intelectuales de Contorno: una actitud dramticamente denuncialista y un mandato de
compromiso con su situacin histrica y poltico-social. Summosle un ltimo rasgo, que
podramos llamar corporalista o materialista en un sentido amplio. Este rasgo est presente en algunos ttulos de las novelas de David Vias, como Dar la cara o Cuerpo a
cuerpo. Este posicionamiento se colocaba en las antpodas del espiritualismo (tambin dicho en un sentido amplio) de la revista Sur o del suplemento literario del diario La
Nacin. Es decir, lo que se buscaba era remarcar la densidad del enraizamiento de los
seres humanos en una realidad compleja, viscosa, inexorable, que no puede ser eludida
mediante las ensoaciones del espritu o las fugas de las llamadas almas bellas de su condicin terrenal y de las miserias de su poca.
Comprendemos ahora que algunos trminos que han ido apareciendo en esta leccin
(palabras como denuncialismo, compromiso y corporalismo) conforman una grilla, una perspectiva que permite organizar un primer sistema de simpatas y rechazos
dentro de la tradicin intelectual argentina. Desde el rea de los denuncialistas, por
ejemplo, simpatas hacia Ezequiel Martnez Estrada y Roberto Arlt, as como rechazos
hacia Eduardo Mallea y Jorge Luis Borges. De tal modo, en el nmero de Contorno de
diciembre de 1954, David Vias rescata al primero como uno de los que asumieron la dramtica ocupacin de ejercer la denuncia. En cambio, un ao antes y tambin desde Contorno, el mismo Vias caracterizaba a Mallea como miembro de esa
generacin de 1925 que en su mayora se debate en una introspeccin tan aguda como pasiva y que ha quedado reducida al ejercicio discursivo y a la labor estrictamente esttica. En 1955, desde la misma revista, Len Rozitchner cuestiona en Mallea la
ausencia de una apertura sobre lo prohibido, por la irreverencia ante el poder actual, por la infraccin que debe caracterizar a todo intelectual crtico.
Empero, exista un punto de distincin, una diferencia tambin con respecto a Martnez Estrada, que no dejar de ampliarse. Lo que se rechazaba de ste era su visin
determinista de la realidad nacional a partir del telurismo, es decir (segn vimos en la
leccin anterior), a partir de los caracteres de la naturaleza argentina o americana, segn
la cual la pampa apareca como un destino. Sebreli lo seal de ese modo en el epgrafe de
su libro sobre el autor de Radiografa de la pampa: La naturaleza es de derecha. Y es de derecha porque es inmodificable, mientras que el grupo Contorno apuesta a una
modificacin, a un cambio de la realidad que denuncia. Este punto de distincin marc
entonces un pasaje hacia lecturas de la realidad en clave histrica y social, donde aquellas
lacras nacionales tuvieran no slo una explicacin, sino adems una posible estrategia de
modificacin.
Dicha distincin se rebelaba asimismo contra el ontologismo telrico y ahistorizado,
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contra la observacin de la realidad americana como una esencia condenada a reiterar
siempre los mismos males incorregibles. Quien mejor expres esta ltima postura fue
Hctor A. Murena, quien desde El pecado original de Amrica, publicado en 1948,
persista en una lnea de anlisis martinezestradiana y extenda su influencia sobre Rodolfo
Kusch y F. J. Solero dentro de Contorno. En el caso de Murena, su escrito ya registra el
clima dramtico de la segunda posguerra y su ingreso en el perodo amenazador de la
guerra fra, para lo cual adoptar el estilo angustiado del existencialismo sartreano de El
ser y la nada. As, el exilio del mundo del espritu hara pesar sobre argentinos y
americanos una culpa acompaada por una soledad absoluta.
Empero, prestemos atencin a que un rasgo fundamental de la cultura intelectual de esos
aos reside en que este tipo de ensaystica esencialista fue cuestionado y desplazado desde
dos perspectivas de anlisis. Por un lado, a partir de la ya sealada interpretacin que
incluye variables sociales e histricas; por otro, debido a la emergencia de la sociologa
anglosajona importada por Gino Germani.
De todos modos, no bien se advierten en esta fraccin intelectual actitudes y opiniones
que revelan un talante diverso del que caracterizaba a la franja liberal, es evidente que
aquello que los segua reuniendo era la comn oposicin al peronismo. En un ambiente
de creciente violencia y radicalizacin entre peronistas y antiperonistas, este
emblocamiento pareca inevitable. De tal modo, la revista del CEFYL convoca para sus
conferencias y concursos a conspicuos representantes del ala liberal (Francisco
Romero, Vicente Fatone, Risieri Frondizi) y valora algunas de sus revistas, como
aquellas que escapan a la mediana generalizada.
No obstante, es cierto que no se encuentran en estas expresiones la sensacin de casa tomada o de autntico bestiario que Cortzar disear en 1951 en su descripcin de un baile popular en Las puertas del cielo, ni el rencoroso desconocimiento de la legitimidad del peronismo del cuento de Borges y Bioy Casares, La fiesta del monstruo. No obstante, no es menos cierto que el sector intelectual se siente tan agredido por los ocupantes del estado que le resulta muy difcil apreciar y menos an
justipreciar la ampliacin de la participacin econmica, social y cultural hacia sectores
sociales subalternos. De all que para que aquellas actitudes, opiniones y diferencias se
transformaran en un principio de escisin sera necesario que el peronismo dejara de ser
el factor aglutinante por oposicin, como ocurrir a partir de su derrocamiento en 1955.
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Si algo nos distingua de nuestros mayores, y an de los camaradas que se
incorporaban sin esfuerzo a la vida literaria, era la idea de que nuestra evolucin
intelectual deba asimilarse ntimamente a la de nuestro pas. Su destino era el
nuestro. La humanidad iba a alguna parte, la historia tena un sentido, y por lo
tanto, tambin lo tena mi existencia. Todo lo individual, salvo ese tributo a la
circunstancia, tena algo de escandaloso, de obsceno. [...]
El peronismo, y sobre todo su cada, nos puso dramticamente frente a nosotros
mismos, frente a una parte de nosotros que procurbamos ignorar. Era difcil,
s, vivir bajo la lava de abyeccin y estupidez que cubri nuestro pas; pero
nosotros, no habamos hecho de esa verdad evidente una razn secreta de
complacencia, una coartada para la inercia y el aislamiento?
Osiris Troiani, Examen de conciencia, en Contorno, n 7-8, julio de 1956.
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Otra estrategia significativa en el campo intelectual progresista fue la transitada por la
revista Imago Mundi, dirigida por Jos Luis Romero, que produjo doce nmeros entre
1953 y 1956. En ellos se despliega el proyecto de una universidad en las sombras, alternativa a la oficial cuyas puertas permanecan frreamente clausuradas para estos
intelectuales, dentro de los cuales figuraban Luis Amar, Jos Babini, Francisco Romero,
Jorge Romero Brest. Con un contenido centrado en las ciencias sociales y las
humanidades, hacia las cuales se dirige una labor de conexin y actualizacin desde esta
parte del mundo, la publicacin abordaba temas vinculados con la situacin argentina que
apelaban a instalarse en un registro que internacionalizaba la problemtica de esos aos:
asimilacin del anti intelectualismo con el fascismo, crticas al nacionalismo como
plataforma del cesarismo, defensa de la tradicin liberal progresista. En este marco, por
ejemplo, el comentario al libro de Karl Jaspers La razn y sus enemigos en nuestro tiempo
dio la ocasin para la defensa del legado de la Ilustracin y al mismo tiempo para coincidir
en que dicho emprendimiento deba tener su mbito privilegiado en la universidad.
Entre los jvenes, la revista Imago Mundi reclut una buena acogida, contraponindosela a
la atona e incapacidad para la vida intelectual a que han llegado nuestras llamadas facultades de humanidades, segn expres la revista Centro.
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Yo era todava chico cuando el advenimiento de Pern. He pasado, por tanto,
esos aos frenticos y desordenados en que intentamos comenzar a vivir en
momentos en que mi pas intentaba otro tanto. Toda una generacin que es la ma est indisolublemente ligada al peronismo para siempre. Podemos apoyarlo o combatirlo, cruzarnos de brazos creyendo que todo da lo mismo,
pero no podemos prescindir de l. Es nuestro lote. Est ah, ineludiblemente
como una esfinge, y tenemos que develar su enigma para saber lo que somos.
Juan Jos Sebreli, Aventura y revolucin peronista, en Contorno, n 7-8, julio de 1956.
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Era previsible, entonces, que cuando el presidente Pern fue derrocado en 1955 por un
golpe cvico-militar, muchos de los integrantes de Imago Mundi pasaran a desempear
cargos fundamentales en la estructura universitaria: sin ir ms lejos, Jos Luis Romero fue
interventor en la Universidad Nacional de Buenos Aires. Pero cuando ello ocurri, lejos de
retomar una situacin artificialmente interrumpida por el fenmeno peronista, se descubri
que lo sucedido haba develado dimensiones subterrneas, ms profundas, de la realidad
nacional y que aquella emergencia haba significado un autntico parte aguas en la historia
de la Argentina moderna. A partir de esta sospecha se inici una vertiginosa relectura del
hecho peronista que escindi a las fracciones intelectuales de la izquierda respecto de la liberal, y resquebraj incluso las propias estructuras internas de ambas fracciones. Fue un
cambio de enormes consecuencias, que se proyect hasta la dcada de 1980, por no decir
hasta el presente.
Entre la modernizacin, el tradicionalismo y la radicalizacin (1956-1969)
En ese momento de profunda brecha es posible marcar el nacimiento de otra va de
prolongadas y profundas resonancias. Nos centraremos aqu en uno de esos giros
fundamentales, cuando sectores de izquierda juveniles que haban militado en la
oposicin al gobierno encabezado por Pern comenzaron a desconfiar de los sucesores
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de la llamada Revolucin Libertadora. Esto empez a ocurrir cuando estos supuestos libertadores revelaron una actitud dispuesta a cegar autoritariamente hasta las fuentes simblicas de la identidad peronista. De hecho, fue prohibida hasta la mencin misma
de los nombres de Juan Pern y de Eva Pern. De all que los diarios, para referirse al
presidente depuesto, debieran nombrarlo como el tirano prfugo. Los ejemplos de este tratamiento de desperonizacin pueden multiplicarse fcilmente. Pero lo que result de semejante poltica fue un autntico boomerang dentro de los sectores de capas medias
intelectualizadas, y ese movimiento de desconfianza abri paso a una vertiginosa
relectura del peronismo. Sus consecuencias fueron numerosas y profundas.
Esa relectura se inscribi sobre, y contrast con las visiones de, la franja liberal y
socialista, dentro de las cuales haba dominado hasta 1955 una conviccin: que el
peronismo era un fenmeno accidental y pasajero, y que una vez desalojado del estado se
abrira una etapa de retorno a la Argentina anterior al 45.
Existen testimonios puntuales e ilustrativos dentro del campo intelectual que se orientaban
en esa direccin. Por caso, en el primer nmero posterior al golpe, Imago Mundi consider
que se trataba entonces de restaurar tanto en la universidad como en el pas la tradicin
Mayo-Caseros. Del mismo modo, en el ltimo nmero de 1955 de Sur, Borges escribi
que el perodo peronista constaba de dos historias: [...] una de ndole criminal, hecha de crceles, torturas, prostituciones, robos, muertes e incendios; otra, de carcter escnico,
hecha de necedades y fbulas para consumo de patanes.
Por su parte, Victoria Ocampo relataba su detencin en la crcel del Buen Pastor como la
experiencia que por fin le haba permitido ser ms libre que cuando estaba en las casas y
calles de Buenos Aires, porque nuestra vida misma era un mal sueo. Entonces, si la crcel permita vivir ms cerca de la verdad, era porque durante el remado peronista lo que
se crea la realidad era, una vez ms, una ficcin. Es interesante ver en esta ltima
intervencin el retorno del tema de la simulacin y el engao. Slo que para Ocampo, la
Argentina real era, en ese contexto, la del autoritarismo y la ausencia de libertad, y el pas
peronista era una ficcin, una ensoacin de la que se comenzaba a salir.
En suma, en esta y otras opiniones del arco liberal y de algunos miembros notorios del
Partido Socialista (como Amrico Ghioldi), se considera que el peronismo ha sido en el
fondo un fenmeno artificial promovido por la demagogia de un lder, ejercida sobre masas
ingenuas o ignorantes, y que por ende desaparecera cuando esas mismas masas
despertaran del engao.
Sabemos que se trataba de opiniones que muy pronto revelaran sus profundas
limitaciones. Fue as como otros posicionamientos agitaron rpidamente y de tal modo el
mbito intelectual que alcanzaron a usurar incluso el frente del grupo Sur. Estas fracturas
fueron potenciadas por la poltica represiva adoptada por la segunda etapa de la llamada
Revolucin Libertadora. sta alcanz uno de sus extremos con los fusilamientos de junio de 1956, los que dieron lugar a una investigacin clebre de Rodolfo Walsh cuyo
ttulo Operacin Masacre era ya un enjuiciamiento de la tcnica calificada de quirrgica, adoptada por el gobierno para extirpar el peronismo.
Esas fracturas buscaron y encontraron diversas fisuras para expresarse. As, rompiendo
con el frente liberal, en El otro rostro del peronismo, Ernesto Sbalo opt por una
estrategia que consisti en exculpar a las masas peronistas y mantener los juicios
severamente condenatorios hacia Pern. Este escenario construido con la presencia de
unas masas inocentes y un lder perverso volva a incluir el tpico del histrico divorcio
entre doctores y pueblo. Para entonces, empero, ya el operativo Frondizi de incorporacin del peronismo le permita a Sabato confiar en un proceso que permitiera
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integrar las partes de verdad de los doctrinarios y de los caudillos, reeditando, de algn
modo, el viejo sueo frustrado de la Generacin del 37.
Ezequiel Martnez Estrada fue otro de los intelectuales consagrados que intervinieron en la
toma de posiciones. Este escritor haba, adoptado una franca oposicin al rgimen
peronista; una ancdota lo ilustra bien: como adoleca en esa poca de una enfermedad de
la piel, declar que haba padecido de una perontis de la que se haba curado a partir del derrocamiento de 1955. No obstante, aun dentro de su terminante anti-peronismo, su
mirada sobre el pasado inmediato adopt un carcter problemtico, evidente ya en el ttulo
mismo de su nuevo libro: Qu es esto? Aqu, junto con la celebracin de la huida del
supuesto dspota, se inscribe al peronismo dentro de males que involucraban a la totalidad
de la sociedad y la cultura argentinas, segn el severo enjuiciamiento volcado en
Radiografa de la pampa. Pero es preciso reparar en que tambin denunciaba la ignorancia
de los letrados que el 17 de octubre slo vieron lo que les pareca una invasin de gentes de otro pas, hablando otro idioma, vistiendo trajes exticos, cuando en realidad eran parte del pueblo argentino, del pueblo del Himno. En una palabra, que el carcter literalmente diablico que Pern investa para Martnez Estrada no le impeda reconocer
que gracias a ese proceso los sectores populares haban cobrado conciencia de la injusticia
social a la que haban sido sometidos por parte de las clases superiores.
En este recorrido sobre las relecturas del peronismo en ese agitado debate de 1956, una de
las ms incisivas result desde el campo nacionalista catlico la que Mario Amadeo dio a conocer con el ttulo de Ayer, hoy, maana. Caracterizando la etapa que acababa de
cerrarse como anloga a una guerra perdida, indicaba que la argentina era una sociedad peligrosamente escindida que albergaba en sus entraas una guerra civil larvada, pronta a
estallar a menos que se adoptara una poltica que forjase la unidad compacta de toda la
nacin. Esa poltica no poda ser otra que la de asimilar a la masa peronista crispada y resentida.
Pero he aqu que la suerte de tal intento dependa de la interpretacin que se ofreciera del
hecho peronista. El antes funcionario del primer tramo de la Libertadora descarta entonces por incorrectas precisamente aquellas versiones que ven en el peronismo una
pesadilla pasajera o un producto de la demagogia asociada a los bajos instintos de la plebe,
corregibles mediante reeducacin y represin. A todas ellas, Amadeo antepone su propia
interpretacin, y argumenta que el proletariado argentino carece de representacin y
contencin poltica, porque hasta 1945 nadie se haba ocupado de hablarle su lenguaje, y ello determin que se lanzara tras el caudillo que advirti esa necesidad. Segn esta
perspectiva, la culpa de Pern residi en que, en lugar de resolver el divorcio entre pueblo
y clases dirigentes, lo exacerb. En definitiva, el golpe de septiembre no habra hecho ms
que poner frente a frente a dos Argentinas, escisin de perspectivas catastrficas que slo puede evitarse haciendo un silencio piadoso acerca de lo que puede dividirnos.
Otra opinin desde el campo catlico se lee en la nueva etapa de la revista Criterio. All
tambin se consideraba que la marginacin del peronismo inficionaba de ilegitimidad a
todo el sistema poltico y que, por ende, resultaba imprescindible reincorporarlo, previa
tarea de eliminacin de sus elementos menos asimilables; tarea de reincorporacin
imprescindible adems ante el riesgo se deca de que la extrema izquierda capturara a esa fuerza en disponibilidad.
Es preciso entonces prestar atencin justamente a esta nocin de masas en disponibilidad, puesto que ella jugar un papel estratgico dentro de la interpretacin implementada por Gino Germani en su artculo La integracin de las masas a la vida poltica y el totalitarismo, quien lo har desde la perspectiva que le ofreca la sociologa
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estructural funcionalista y la teora de la modernizacin. En la prxima leccin
aclararemos este concepto; baste ahora con decir que Germani elabor un esquema de
vasta influencia, que consista en despegar al peronismo de su identificacin con los
fascismos europeos, debido a su diversa base social, y luego en explicar los motivos por
los cuales en la Argentina fueron los sectores populares y no las clases medias los que
constituyeron la base humana del totalitarismo.
Segn Germani, el veloz proceso de industrializacin de la dcada del 30 haba generado
un movimiento igualmente veloz de migrantes del campo a la ciudad, los que atravesaban
as la frontera de una sociedad tradicional hacia otra de estructura moderna. Estos
migrantes arribaban a sus nuevas residencias sin experiencia sindical ni poltica y
experimentaron de tal modo la sensacin de haber perdido sus mbitos de referencia, de
pertenencia y de representacin, que quedaron en estado de disponibilidad para ser capturados por la pseudo-representacin que les ofreca un lder carismtico.
Esta versin de una nueva clase obrera diferenciada de la clsica proveniente de la inmigracin y proclive a las ideologas de izquierda tendr un xito considerable; de hecho,
habr que esperar al libro de Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero sobre los orgenes
del peronismo para que comience a ser cuestionada.
Empero, es preciso aclarar que la adhesin que Germani reconoca en esas masas hacia el
lder no deba entenderse a partir del simplismo despreciativo de la teora del plato de lentejas (designacin con que se comprenda una adhesin fundada en los beneficios materiales obtenidos por la clase trabajadora). En cambio, aquella adhesin se apoyaba en
la experiencia (ficticia o real) de que haba logrado ciertos derechos que afirmaban su dignidad personal y su orgullo frente a la clase patronal. Este reconocimiento no implicaba
ignorar que, precisamente, la tragedia poltica argentina residi en el hecho de que la integracin poltica de las masas populares se inici bajo el signo del totalitarismo. De all que la tarea que Germani concibe como inmensa resida en retomar esa misma
experiencia, aunque relacionndola con la teora y la prctica de la democracia y la
libertad.
Es evidente que se haban puesto en circulacin diversas relecturas del hecho peronista.
Precisamente, esta disparidad de interpretaciones ampliaba con rapidez la brecha entre los
antiguos aliados. Tan evidente era esta circunstancia que, ya a fines de 1956, Sur
registraba el fenmeno cuando afirmaba: [...] como la oposicin al tirano nos juntaba a todos algunos no se daban cuenta. Hoy aquella fisura alcanza proporciones cismticas.
As, en los extremos, mientras en el sector liberal persista el enjuiciamiento poco
dispuesto a los matices, desde las incipientes formaciones de la nueva izquierda se iniciaba
un viaje interpretativo de vastas consecuencias poltico-culturales. Estos jvenes
contaron para ello con quienes, como Jorge Abelardo Ramos y Rodolfo Puiggrs, se les
haban adelantado en la ruptura con la izquierda clsica. Entre fines de 1955 y principios
de 1956, Puiggrs haba escrito uno de los libros fundamentales para la relectura del
peronismo (Historia crtica de los partidos polticos argentinos), en el que replicaba la
acusacin contra esa misma izquierda de la que haba formado parte y a la que culpaba por
haber coincidido con la oligarqua y el imperialismo en la lucha contra un gobierno democrtico y progresista que contaba con el apoyo de las amplias masas populares.
En suma, tratando de dar cuenta de la supuesta ceguera de la izquierda ante el 17 de
octubre del 45 como acto fundacional del nuevo movimiento, aquellos jvenes renegaron
de la herencia de sus padres y produjeron una autntica ruptura generacional. En el mismo
movimiento, la presunta ceguera del 45 de la izquierda reactiv una serie de ideologemas
de la tradicin populista. Uno de ellos remita a la imagen de los intelectuales colocados
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siempre de espaldas al pueblo y al pas verdadero. Arturo Jauretche explot exitosamente
este tpico en libros como El medio pelo en la sociedad argentina o Los profetas del odio,
texto este ltimo que se abra con un epgrafe de Gandhi denunciando el duro corazn de los hombres cultos.
Se comprende entonces que con ello se abonaba el terreno para el retorno del tema de las
dos Argentinas, as como el de una falaz historia oficial y otra verdadera expresamente
ocultada y falsificada por los vencedores. En este punto se articular el revisionismo
histrico que, nacido' desde una constelacin poltica opuesta, teir de all en ms la
cultura poltica de la nueva izquierda.
Resulta fundamental registrar y comprender la importancia de esta recolocacin del
significado del proceso histrico reciente. Porque se trataba, en sntesis, de un sntoma y
un efecto del abandono de dicha izquierda de su relacin con la tradicin liberal, que ya no
ser considerada como un eslabn dentro de un sendero constructivo, sino como una etapa
de la dependencia nacional. Este giro tendr tambin extensas consecuencias.
Descalificado el liberalismo por haber sido la ideologa dominante del anti peronismo, a
poco andar la descalificacin alcanzara a todo el liberalismo, sin ms. En ese
emprendimiento se destac Juan Jos Hernndez Arregui, quien en un par de best sellers
de la poca (Imperialismo y cultura y La formacin de la conciencia nacional) efectiviz
el cruce entre marxismo y nacionalismo. Incluso desde el ala cultural del Partido
Comunista, Hctor P. Agosti en El mito liberal y Nacin y cultura, ambos de 1959 diferenci en la tradicin liberal argentina una lnea oligrquica y otra democrtica. Detrs
de esta toma de distancia, era la misma democracia liberal la impugnada, al ser considerada
un rgimen poltico ligado a los intereses de la clase dominante, al igual que las libertades
y los derechos que, por burgueses, pasaron a ser considerados puramente formales. Segn
esta perspectiva, los orgenes impregnados del mal del cosmopolitismo liberal habran
llevado por fin a la izquierda a su falta de comprensin de movimientos populares como el
yrigoyenismo y, naturalmente, el peronismo.
En este marco, es fundamental recordar que estas nuevas intervenciones no slo tenan
lugar dentro de nuevos posicionamientos polticos. Por el contrario, se trataba de toda una
nueva estructura de sensibilidad (ideas y creencias pero tambin valores, sentimientos y
pasiones) emergente en esos aos de la segunda posguerra. Comprobamos as que, en el
perodo 1956-1976, en el sector intelectual aunque con extensiones que van ms all hasta abarcar zonas considerables de las clases medias y hasta fracciones populares se sucedieron y cohabitaron estructuras de sentimiento anlogas a las que recorran el arco
occidental. stas fueron desde las sensaciones de angustia, soledad e incomunicacin
hasta las de confianza en que la voluntad tecnocrtica o poltica poda modificar, por va
reformista o revolucionaria, realidades tradicionales. Tambin la cultura juvenil en una
poca juvenilista imagin y muchas veces realiz una huida gozosa del moderno mundo
tecnocrtico hacia parasos naturales y artificiales. stas son las cuatro almas que
habitaron el perodo: el alma Beckett del sinsentido, el alma Kennedy de la Alianza para el
Progreso, el alma Lennon del flower power, el alma Che Guevara de la rebelda revolucionaria.
En uno de esos registros, a partir de 1958 y a la par con el programa desarrollista
encabezado por el presidente Arturo Frondizi, las lites modernizadoras irrumpieron con
visibilidad en el universo cultural argentino. Desde espacios generados en la sociedad civil
(editoriales, revistas, asociaciones intelectuales, grupos de estudio) se organizaron diversas
representaciones de la poltica y de la historia nacional. Precisamente entonces se
fundaron diversas instituciones estatales y privadas de gravitacin en la reconfiguracin
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cultural de la poca (CONICET, Eudeba, Fondo Nacional de las Artes y otras).
Este espritu modernizador tuvo una expresin notoria en el mbito intelectual de clase
media por excelencia: la universidad. All la renovacin fue considerable y abarc las
ascendentes disciplinas humansticas y sociales. Por su parte, la crtica literaria verificaba
una profunda renovacin: primero, mediante una lectura socio-poltica e histrica de la
literatura; inmediatamente despus, a travs del enfoque textualista (o intra textual, por el
cual la obra deba ser analizada y comprendida en s misma sin referencia al contexto).
Dentro del primer lineamiento, en 1964 David Vias daba a conocer un clsico de la
poca: Literatura argentina y realidad poltica.
Por su parte, la historia social, junto con las recin creadas carreras de Psicologa y
Sociologa, reclutaron numerosos adherentes y tuvieron con Jos Luis Romero, Jos Bleger y Gino Germani sus propios hroes modernizadores. Adems de su importancia estrictamente acadmica, es preciso subrayar que la sociologa desempe un papel
altamente significativo por el modo en que modific el abordaje de los fenmenos
nacionales, y lo mismo puede ser dicho con respecto al discurso historiogrfico. As, se
pas a disputar el espacio del ensayo de interpretacin ontolgico/intuicionista dominante
desde la dcada de 1930. Ahora, o bien el estudio de la sociedad deba ser cientfico como
condicin de neutralidad, y deba incluir un anlisis no valorativo, alejado de toda
ideologa, incluida la poltica, o bien deba comprenderse con una fuerte impregnacin
poltico-social. De todos modos, el gnero ensaystico no se retir ni dej de gozar de la
alta recepcin que mostr otro clsico de la poca: Buenos Aires, vida cotidiana y
alienacin, de Juan Jos Sebreli.
Pero resultar imposible comprender el despliegue de este y otros movimientos
intelectuales si no se los proyecta sobre el fondo omnipresente de la revolucin cubana, ya
que difcilmente podra exagerarse su gravitacin sobre la intelectualidad tanto en la
Argentina como en toda Latinoamrica.
En principio, esta revolucin fue leda como la demostracin evidente de que un
emprendimiento de transformacin radical poda triunfar a partir de un ncleo de militantes
a pocos kilmetros del territorio norteamericano. Esta emergencia de un estado
latinoamericano revolucionario coloc a muchos intelectuales ante la misin de brindarle
su apoyo, aun relativizando o abandonando su clsica posicin como conciencias crticas.
Estos lineamientos se fueron radicalizando en la reunin de la OLAS en 1967 y en el
Congreso Cultural de La Habana de 1968.
Un indicador relevante del cambio de hegemona en el campo intelectual lo constituye el
hecho de que la revista cubana de Casa de las Amricas result altamente exitosa en su
capacidad para reclutar adhesiones de intelectuales, artistas y escritores. As, los autores
del boom literario ya no pasaron por las pginas de Sur, y fue el proceso revolucionario
cubano el que recogi elogios y adhesiones no slo entre los recin llegados al campo
intelectual sino entre escritores consagrados provenientes de la generacin anterior, como
Ezequiel Martnez Estrada, Leopoldo Marechal o Jos Bianco.
En ese perodo, signado de tal modo en la franja crtica de los intelectuales por la relectura
del peronismo y por el deslumbramiento de la revolucin cubana, los afanes
modernizadores en la cultura contaban asimismo con una estela de difusin que
desbordaba los crculos acadmicos. As lo demuestran las preferencias de un pblico
ampliado por las lecturas de Marx y de Freud y, en este ltimo sendero, por la presencia
del lenguaje psicoanaltico en revistas populares, shows televisivos, obras de teatro, ficcin
y ensayos. As, el psicoanlisis form parte de la corriente de poca en la cual, en un
ambiente de criticismo y de experimentalismo, la categora de lo nuevo adquiri una
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marcada legitimidad. Cont adems con sus propios faros difusores, como Mane Langer,
Pichn Rivire, Amaldo Rascovsky o Eva Giberti.
Lo nuevo tambin ingres en la filosofa, con las corrientes del existencialismo, el
empirismo lgico, el marxismo y el estructuralismo; ingreso que coincidi con un elenco
acadmico suprstite que los jvenes filsofos descalificaron por tradicional. Siguiendo la
misma curva biogrfico-intelectual de Jean-Paul Sartre, muchos intelectuales de la franja
crtica desembocaron, en cambio, en las primeras lecturas en clave humanista del
marxismo. Las revistas El Grillo de Papel y El Escarabajo de Oro, dirigidas por Abelardo
Castillo, extendern hasta 1974 este entrecruzamiento entre marxismo, humanismo y
existencialismo sartreano.
Pronto, estas inspiraciones resultaron enriquecidas por la superposicin de la teora
freudiana y el estructuralismo, en una lnea que los desplazamientos tericos de Oscar
Masotta ilustraron en forma muy precisa. Otra lnea vena configurndose desde la dcada
anterior en el seno del Partido Comunista Argentino en torno de la traduccin de los textos
de Antonio Gramsci. All, un sector de la nueva izquierda encontr elementos para releer
el hecho peronista. Estos lineamientos definieron el carcter distintivo del grupo Pasado y
Presente mientras, desde inspiraciones tomadas del trotskismo, Silvio Frondizi y Milcades
Pea promovieron el estudio y la aplicacin del marxismo a la interpretacin socio-
histrica de la Argentina. Slo la exitosa penetracin de los escritos de Louis Althusser,
hacia mediados de la dcada de 1960, introdujo otro espacio terico de interlocucin,
preparado por la exitosa recepcin del estructuralismo en nuestro medio, activada por
Elseo Vern mediante su presentacin de la Antropologa estructural de Lvi-Strauss y la
edicin de su propio libro Conducta, estructura y comunicacin en 1967.
Tal como ocurra en Francia, y segn palabras de Jos Sazbn, tambin en la Argentina el
estructuralismo en poco tiempo instal un nimo 'cientifizador' y formalizante en la crtica literaria, la teora de la comunicacin y el anlisis de los media, el psicoanlisis, el
marxismo, la historia de las ideas, los estudios de costumbres, etctera, adems de impulsar
en el mismo sentido las investigaciones en el propio mbito fundador, la antropologa. En esa lnea, Marta Harnecker produjo en escala latinoamericana el manual marxista de
mayores alcances pedaggicos y de pblico: Conceptos fundamentales del materialismo
histrico, de 1969. Al dar cuenta de esa explosin productiva, en esos mismos aos Jos
Aric certificaba celebratoriamente desde la revista Los Libros la hegemona alcanzada por
el marxismo dentro del espacio intelectual: El marxismo escribi participa del Saber de nuestra poca y todos somos, de una manera u otra, marxistas.
Se trataba de una de las caras de aquella realidad, que progresivamente entrara en
contradiccin (catastrfica) con otros actores, fuerzas e intereses liberados en la sociedad
argentina de las dcadas del 60 y 70. A este ltimo tramo de nuestro relato se refiere la
prxima y ltima leccin.
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