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STAFF # 17

Dirección y ediciónAinize Salaberri

[email protected] Coordinadora sección tema central,

columnas de opinión y reportajes

Subdirección Fusa Díaz

[email protected] Coordinadora secciones Literatura e

Internet (blog y twitter del mes), talento del mes, recomendaciones y novedades

Consejo editorialIgnacio Ballestero

[email protected] Coordinador sección entrevistas

MaquetadorJordi Puig Forcada

[email protected]

Diseño logo y portadaInge Conde

[email protected]

Redactores (orden alfabético):Juan Carlos Aguirre

Laura Alonso David G. Ávila

Ignacio Ballestero José Braulio

Roxana ContrerasFusa Díaz Ana Feito

Robert FornesCarlos Alberto García

J. Álvaro Gómez Marta Gómez Garrido

Francisco JuradoAlejandro Larrañaga

Pedro Larrañaga Marga Martín

Begoña Martínez Ivan Mourin

Inés PlasenciaAnabel Rodríguez

Ainize Salaberri María Sevilla

Iraide Talavera Salvador J. Tamayo

Yanina RosenbergJanire Val

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Mine Enemy is growing old --I have at last Revenge --The Palate of the Hate departs --If any would avenge

EMILY DICKINSON

La ira no nos salva de morir. Tampoco de vivir. En realidad, ni la misma literatura nos asegura un aliento más; ni leer a T.S. Eliot, ni a Emily Dickinson. Ni tan siquiera leer a Woolf. El ser humano no tiene salvación. La ira tampoco, aunque se crea invencible. La ira es uno de nuestros pies: si lo perdemos, además de cojos, seremos destripadores. La ira es una de nuestras manos: si la perdemos, seremos piratas. Y sucios. Y feos. La ira. En nuestras palmas de las manos y los pies tenemos unas gotas de sangre que no vemos; nos sangra la nariz y no lo vemos; medio morimos y no nos damos cuenta. Somos inmunes al dolor de los demás y proclives al nuestro propio. Y cuando leemos, nos liberamos un poco, nos curamos otro poco. Este número 17 ni salva, ni cura, ni promete. Remueve. Revuelve. Vomita. En este número está lo peor del ser humano. No hay palabras bonitas, no hay florituras; la vida no sabe de adornos. En cada artículo está contenido la esencia de la vida (y de la realidad) misma de cada escritor, de cada obra. Está contenido todo aquello de lo que deseamos escapar. Siempre es más fácil mirar a otro lado. En el diecisiete no hay salvación: hay abismos. De letras, pero abismos. Los artículos son oraciones, como la literatura, pero son muertos vivientes.Ya sabemos que el mes más cruel no es abril, como decía T.S. Eliot. Sabemos que el mes más cruel es diciembre, por tener que escribir sobre la ira, y no morir en el intento.

Inge Conde

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Sum

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#17

4 Talento del mes

5 Literatura en internet

7 Columnas de opinión

10 Entrevista: Lorenzo Silva

14 Reportaje: Realismo histérico

17 Ira

67 Entrevista: Santiago Roncagliolo

70 Reportaje: Mi madre es un pez

73 Entrevista: Andeka Larrea

75 Voces

78 Recomendaciones

80 Novedades

81 Novedades poesía

82 Tablón de anuncios

Reuters

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Talento del mes

Canal de abstracción,MJ Romero

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MJ Romero (Alfaro, como la conocen en sus blogs “La Ciudad Sinnombre” o “Cuanto sé de vos”) escribe, parece, desde un lugar inalcanzable. Un sitio que, igual que su ciudad, no tiene nombre, y por lo tanto tampoco fácil acceso. Sus poemas y sus cuentos toman vida propia y son -siempre, en todos los casos, pero especialmente en la literatura de Alfaro- del que los lee: oscuros a veces, cerrados y de un mundo muy particular que ella alimenta cada vez, tienen una sencilla adaptabilidad al lector. Sus mensajes encriptados y su maravillosa manera de desnarrar la vida acaban por hacernos sentir que no sabemos qué exactamente hemos entendido de lo que ella quería mostrarnos, pero es hermoso. Siempre, de cualquier modo, lo que sea que se haya descifrado de sus palabras, acaba resultando de una hermosura rara.

-En “La Ciudad Sinnombre” no hay un claro lector, un claro motivo mas que el de escribir y recomponer lo que el día se ha ido encargando de destrozar. Sin embargo, en “Cuanto sé de vos” (que yo durante mucho tiempo leí como si dijera cuánto sé de ti) parece que hay un protagonista: ese vos.Creo que no hubiera podido expresarlo mejor, ‘recoger lo que el día se ha encargado de destrozar’, aunque no solo recojo los destrozos, también las búsquedas, lo que es patente, las ausencias…El nombre ‘Alfaro’, como el de los dos blogs, surgió por error. Hacía referencia al faro de mi ciudad, Avilés. Me vi con un seudónimo no elegido y con dos blogs cuyos títulos eran los títulos de dos entradas. Dediqué ‘Cuanto sé de vos’ a mi hijo, una especie de diario de estudiante, y ‘La ciudad sinnombre’ a los destrozos del día, como tú muy bien dices. Llegó un momento que mi hijo (que ahora ya tiene 20 años) no necesitaba que yo apuntara sus pequeñas aventuras. Y se impuso el vos, un vos plural que en cada etapa y poema hace referencia a un tú particular,

cada época tiene su protagonista de amor, dolor, enfermedad, muerte; los poemas-río, los delirios, los subidones…, están en ‘vos’. También es un refugio cuando ‘la ciudad’ me abruma, es el otro lado de la ciudad menos transitado.

-Dices en tu descripción: Entre tu ignorancia y la mía debe de estar todo el saber que necesito para escribir hoy. O sea, nada. No es una manera de hablar. En “La Ciudad Sinnombre” siempre ha tenido mucha importancia la otra ignorancia, y de hecho algunas entradas tenían su origen en los comentarios.‘La ciudad sinnombre’ es más parco de palabras y, sin embargo, más escritura del día a día, más testigo o mirada de lo que es mi vida. Es raro que no anote el detalle de lo cotidiano, que no tiene por qué referirse a mí. En él escribo casi diariamente. Es más abierto, más participativo, y procuro responder siempre los comentarios. Hay comentarios, que por sí mismos merecen ser entradas, de una gran sensibilidad y belleza, incluso rayan en el lirismo, por eso los convertí en entradas y finalmente acabaron en otro blog ‘Vuestros comentarios’, donde según el tiempo del que disponga voy pegando los seleccionados.

-Vemos a la derecha, en tu blog, un listado: En ellos. Ahí aparecen todas las menciones en otras páginas sobre tu poesía. ¿Qué caminos te ha abierto el blog?El blog ha supuesto no perder lo escrito, saber que está ahí. Al principio era como un caos, un desorden enorme, ahora en cierto modo me he organizado. Sin embargo, lo más importante es que gracias al blog he descubierto escritores que me interesan, que no han publicado todavía en papel, pero muchos van abriéndose camino en el mundo editorial. Es una literatura incipiente y que me gusta, en

el blog ya intuyes el futuro escritor que hay-habrá mañana, es algo que se lee en cada entrada, la originalidad y la forma peculiar de crear un mundo. Supone, además de la inmediatez, una cercanía y un conocimiento de lo que los demás escriben aunque no llegue a las librerías.(Muchas gracias por haberte acordado de ‘La ciudad’ y de’vos’).

En Granite & Rainbow recomendamos su poemario “Cuanto sé de vos” (www.graniteandrainbow.com/?p=2337) y os invitamos a que visitéis su blog: www.alfaro-laciudadsinnombre.blogspot.com. Encontraréis allí lo que sea que hayáis perdido.

SelecciónMírate escribir en un desierto escribir granitos de arena que se escapan imperceptiblemente de las manos bajo el cielo oculto por un mar de gaviotas al atardecer todas las caras del puerto hacia arriba bajo los brazos de grúas.

Es como un remolino de piedras en un estanque, sin saber qué piedra

coger, si al azar la primera que pille la mano o dejar que la mano

sea arrastrada por el remolino. La mano nunca podrá coger todas las piedras. El poder de las piedras en

el remolino lo desconocemos. El estanque es como nuestra mirada,

un elemento fijo.

Cualquier ciudad se vuelve gris con la llegada de las nubes que traen la tormenta y las aceras brillan con el agua y las burbujas que hace el agua sobre la carretera anuncian más lluvia. Hubo un mes de mayo que llovió durante treinta y un días y sus treinta y una noches el primer día de lluvia de aquel mes de mayo fue el día de tu partida a otra ciudad menos gris a primera hora de la mañana cuando el frío más se sentía al besar los labios.

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Blog del mes

Casa dorada para pájaros,www.casadorada-say.blogspot.com

Afortunadamente, esta casa dorada está abierta para que entren los pájaros, pero también para que salgan. Lo que pasa es que, cuando uno entra -vestido de pájaro o de otra cosa-, sólo desea que la puerta se acabe por cerrar de un buen golpe de aire. Say, la autora de este blog, dice que es literario, ecléctico, que se rige por coordenadas esenciales de una geometría ética, de rebelión, concienciación, feminismo y amor. Como dice Joseph Brondsky “La poesía como una forma de resistencia a la realidad”. A mí me quedan pocas palabras que añadir, excepto dar fe de su propia descripción, asentir a la cita de Joseph Brondsky y convenceros de que bajo la cita de John Berger que da pie a esta casa (“Así es como sobreviven los agotados”) hay, sobre todo, supervivencia... y que ese agotamiento se acaba transformando en palabra, y la palabra, en vuelo. Por eso la puerta, además de dorada, está abierta.

-Además de ser literario, ecléctico, además de las coordenadas de rebelión, feminismo y amor, en “Casa dorada para pájaros” hay una mezcla perfecta de sensualidad y ausencia. Parece como si siempre todo hubiera sido triste en este blog, y sin embargo atrae precisamente por la belleza de la pena. El conjuro es irresistible. ¿Qué se esconde tras todo esto?Tras todo esto se esconde mi ilógica en el laberinto delirante del corazón, mi abismo, mi amor a pesar del dolor, mis barcos hundidos entre las montañas, mis renacimientos ardientes, una casa abierta, donde están mis huellas, y el dolor de las pérdidas y de la vida. Es un lugar donde caerme, donde descender sin miedo. La ausencia está presente, donde antes siempre estuvo-está la presencia. La sensualidad está presente, es la naturaleza libre, del tacto, de la voz amada, lo emocional, lo sensitivo. Soy la criatura que vive en la dulzura incesante y despiadada de esa furia, la fiebre, la exacerbación de los sentidos y el sentimiento.

Y sé que todo es en vano si pretendo salir del agua a salvo, las tormentas viven dentro de mí, soy hambre de un infierno. Y perderé. Siempre perdemos. Los dados para el ser humano vienen marcados. La pérdida es el designio. Sólo los animales nos salvan de la profunda sima que hemos construido en este progreso que nos destruye. Cada palabra que escribo contiene mi historia, me disgrego. Quiero vivir sin consignas, sin fueros, sin leyes, sin predeterminaciones, sin mayorías excluyentes, sin destructivos machismos sexistas. Elijo amar a las mujeres. Soy la asocial, la fibra, el aullido, la terminación salvaje de las caricias. Entro en mi propio lugar. Sin escribirlo escribo secretamente de lo que está en el otro lado del límite.

-Al lado, como en una vitrina, hay citas -sobre todo de mujeres-. ¿Se pueden considerar todos esos autores los verdaderos pájaros de tu casa dorada?Los autores y sobre todo las autoras que habitan en la casa dorada son mis compañeras en las noches insomnes, guías en mi huida a través de los campos. Calzo sus botas… en todos mis viajes. Las poetas se revelan, no acatan. Sólo me fío de las que hablan desde el amor, la furia, la audacia, las que hablan desde sí mismas, denuncian, vuelan y caen heridas, y describen la caída, el sufrimiento… Dice Simone de Beauvoir “lo personal es político”. La mujer cuando habla de sí misma, trastoca el orden establecido. Ya no son las reinas del espacio doméstico, ni son definidas por su relación con los hombres, no son cómplices de la mordaza que se les impuso. Escriben desde la animalidad primigenia y libre. Me gusta lo periférico. Tal como está construida la sociedad, no soy capaz de integrarme. Ante mi incapacidad para establecer una relación viable con el mundo, cruzo por los universos dolorosos, líricos y visionarios de las mujeres poetas… a las que amo y en las que me reconozco.

-Cuidas perfectamente la armonía que se respira en el blog. Hay una unión genial entre imagen, cita y textos propios. Muchos autores, muchas fotos, mucha Say... y sin embargo todo parece extraído del mismo sitio, como si hubiera una marca dorada para pájaros. ¿Qué tienen en común... quizá la persona que lo selecciona?Las imágenes son lo que ocurre dentro de mí. En común… todo. Están extraídas del mismo lugar: de las sogas, de las dagas, de los alambres, de las verjas… pero también de la respiración de dos mujeres cuando se están amando, de lo frágil, de la ternura, de la desesperada fuerza de las navegantes libres… Todo acto de creación en este blog lo vivo como rebelión contra la banalidad y la cutrez que han erigido los amos de la cultura en esta sociedad alienada y aborregada, donde hablar de ciertos sentimientos, del dolor, de la tristeza, de nuestros pozos y nuestra oscuridad, está prohibido. La política de los cínicos lo ha envenenado todo. En contraposición, mi mirada exiliada, “una mirada desde la alcantarilla puede ser una visión del mundo, la rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos”.

Desde Granite & Rainbow os invitamos a descubrir ese silencio y esa tranquilidad que se respira en “Casa dorada para pájaros”. Los pájaros en este lugar no necesitan jaulas... ni alas.

las otras mujeres que trabajan en la fábrica no dicen nada, están ya tan curvadas sobre la cinta de producción, me gustaría decirles, incendiadlo todo, escaparos para vivir, ¿no tenéis un nudo en la garganta?, ¿no necesitáis romperlo todo?, compartir besos de saliva ardiente y comenzar a cortar, las sogas, los alambres, las verjas de los burgueses, ¿no necesitáis huir?, despertar en un río de amor en la noche, caer en la oscuridad, besar las canas blancas en las hermosas cabezas de vuestras compañeras, en las noches insomnes de todas nosotras. las diosas blancas no están aquí, ni están las que aparecen en antologías con nombres extremos, ni las del café del sol con el dj millonario en Ibiza. están aquí las cuerdas defraudadas en los perdidos de la historia contemporánea del absurdo, aquí está la enamorada de las bibliotecas o una de las que ha puesto en la palma de su mano cera ardiente para demostrar que se puede hacer...sólo en el amor se usan las manos con eficacia. alguna se perderá por las noches en un bar oscuro y tomará una cerveza mientras la vida late despeñándose, otra arrojará piedras de fuego a un corazón, las imagino silenciosas cuando ven el mar, depende de cómo las golpeen son, hablan de zumbar por este panal de forma desesperada...las chicas de la fábrica no sabemos proteger las yemas de nuestros dedos de los daños...

Selección

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Twitter del mesQué Leer: @QueLeerLectores caseros que buscamos experiencias literarias, para enrique-cer nuestro intelecto y nuestras bibliotecas.

La prueba de que Twitter es una herramienta de difusión cultural útil es que nosotros hemos conocido a @QueLeer a través de los múltiples retweets que reciben a diario. Con datos curiosos, fechas señaladas y citas de gran diversidad de autores, Melissa Nahmens y María Alejandra Bello han conseguido nada menos que 204. 983 seguidores. Dicen desde su página web que se trata de literatura para no literatos, pero a nosotros no nos engañan... cabemos también los que huimos de la falsa literatura.

-Decís que QuéLeer es una página de encuentro literario para el lector común; sin embargo, en Granite & Rainbow os hemos conocido precisamente porque os siguen y dan difusión grandes editoriales, escritores y gente del mundo literario. ¿Esperabais tan buena acogida?La receptividad que ha tenido QueLeer a nosotras nos tomó por sorpresa, no nos esperábamos en ningún momento que la gente nos diera este apoyo, y es por eso que hemos ido dándole una estructura a QueLeer y no sólo damos recomendaciones literarias, sino que hablamos del mundo literario en general.

-¿En qué momento se os ocurre abrir un portal como www.queleer.com.ve? Me imagino que bajo la sensación de que es necesario deshacer muros entre lector y escritor y acercarnos a todos más. ¿Lo habéis conseguido?Desde que empezamos a sentir que la gente necesitaba más información de la

que se puede dar en 140 caracteres, así como la información que compartimos con ellos durante el día permanezca más tiempo, es que se nos ocurrió la idea de realizar la página web para apoyar nuestro trabajo de comunicar literatura nacional e internacional.La página nació en el mes de octubre de 2011 un año y medio después de existir en twitter, y nuestros seguidores de una u otra manera nos han agradecido su aparición.

-En Twitter, que es donde nosotros os hemos conocido, tenéis un gran número de seguidores. A diario recibís retweets de citas, aniversarios y noticias relacionadas con el mundo de la literatura. ¿Cuánto tiempo le dedicáis?QueLeer nació como un hobby y hoy en día es un trabajo al cual le dedicamos todo nuestro tiempo y le pones toda la dedicación, pasión, constancia que se puede; porque estamos convencidas de que como leer es un placer, y apoyando a que la gente lea hacemos mejores ciudadanos.Por ese creemos en este proyecto y día a día trabajamos para impulsarlo más.

Aunque la misión de @QueLeer es Mantener informados a los diferentes tipos lectores de la movida literaria venezolana e internacional, lo cierto es que Melissa y María Alejandra han logrado traspasar el charco y conseguir su objetivo: estar todos más cerca. Desde la revista os animamos a que las sigáis, independientemente de si sois de Venezuela o no.

‘80 claves sobre el futuro del periodismo’ para entender “hacia dónde cambian los medios” http://bit.ly/uHZWGi

Recuperan paseos en burro de Robert Louis Stevenson por Francia http://bit.ly/sfegC9

Tomás Segovia por sí mismo http://bit.ly/sk2yrZ

“Mejor un buen libro que un partido” http://bit.ly/svkkRB

Cuentistas y Poetas centroamericanos serán presentados en FIL 2011 http://bit.ly/urBSXr

¿Cuánta vida útil les queda a nuestros libros? http://bit.ly/shZnpe

#novedadesliterarias “Un viaje desde la piel hacia el alma” de Germán Matos R y José R Goméz O.

#novedadesliterarias “La Señora Morcilla no tiene cosquillas” de Laura Antillano Editorial Alfaguara Juvenil @alfaguaravzla

#novedadesliterarias “Vagas desapariciones” de Ana Teresa Torres. Editorial Alfa @editorialalfa

#novedadesliterarias “El terror de sexto B” de Yolanda Reyes. Editorial Alfaguara Juvenil @alfaguaravzla

“El recuerdo es el único paraíso del cual no podemos ser expulsados.” Jean Paul

Selección

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La culpa es tuya, Gustavo. No puedes negarlo. Todos recordamos tu sentencia, aquella respuesta clara y directa, lanzada a los ojos de una muchacha como un dardo cargado de ambigüedad (¿era sólo una forma de querer llevarla a la cama?). ¡Por favor, Gustavo!¿Por qué lo hiciste? ¿¡POR QUÉ!?¿No se te ocurrió nada menos dañino? Poesía eres tú.Sí, ella es la poesía. Y los poetas como tú son unos crueles sátiros. No, no me vengas con la excusa de que estás muerto, porque sigo oyendo tus versos en lugares inesperados.Por una mirada, un mundo;por una sonrisa, un cielo;por un beso... ¡Yo no séqué te diera por un beso!(“Rima XXIII” de Gustavo Adolfo Bécquer)Como si la poesía fuera un monólogo de eternos adolescentes enamorados, que ven dientes de muchacha en el blanco de la luna o un mechón de pelo en hilos de oro. Pero no lo es, igual que la vida (TODA LA VIDA) tiene poco que ver con los años de efervescencia de la pubertad. ¿Acaso te atreverías a decirle a una muchacha que toda la vida vas a ser así, como es ahora, como cuando tiene quince años?No, porque la vida son más cosas. Es el tiempo, el frío y los lunes por la mañana. Todo eso y la sombra (allí, a lo lejos, pero clara y nítida) de la muerte. Hank lo dijo mucho más acertadamente que tú.No es mi muerte lo queme preocupa, es mi mujerque se quedará con estemontón denada.(“Confesión” de Charles Bukowski)Sí, a Bukowski le creo. A él le creo que esté muerto, porque sería imposible que siguiera con vida. Por eso le juzgo con la benevolencia de los que ya no están. Él también me engañó, lo sé. Me hizo creer (¿tal vez era el deseo de creer?) que lo simple es poesía. Pequé de debilidad porque la regla lógica era clara: si la poesía es sencillez, yo puedo ser poeta, porque no habría nada más simple. Sí, otra mentira más, porque la cuestión no es la complejidad de los versos, las rimas (o su ausencia) o los temas. La cuestión es otra, ¿verdad? Pero tú no me dijiste nada de eso, te limitaste a ese simple (otra vez la sencillez). Poesía eres tú.Y UNA MIERDA.Hace falta que pase el tiempo, que deje huellas,

cicatrices (grandes y pequeñas) y un poso en algún lugar de tu cuerpo que nunca terminas de encontrar. Da igual que seas grande o pequeño, ese poso nunca lo encuentras, es como un resto de comida entre los dientes que no terminas de ubicar.

Por mucho que escarbes con el palillo no consigues nada, tan sólo hacerte sangre en las encías.

Sin embargo, mira tú por dónde, de una molestia (ese resto de

comida sin encontrar) nace una virtud. ¡Qué afortunado!

Ahora, con sangre en la boca (te has hecho daño en las encías), eres capaz de darle color a tus palabras (color

rojo sangre, no lo olvidemos). Eso es la poesía, teñir de

sangre tus palabras mientras caen sobre el papel, para que ya no

sean simplemente palabras manchadas de rojo, si no palabras heridas.

tu espíritu no me deja sabertu cara o tu nombrey el viento a través de los huesoses todo lo que queda(Letra de la canción “Dirt” de Tom Waits)La poesía no eres tú. La poesía no soy yo. LA POESÍA ES EL VÓMITO.Piénsalo bien y verás que tengo razón. Un montón de palabras sueltas, restos de otras digestiones (el pasado), que salen de tu interior de un solo golpe,

de una contracción de tus entrañas tras la que sólo queda la sensación de cansancio y el

alivio de no tener aquella bola dentro (aunque sigues teniendo ardor). El

sabor es desagradable, pero si eres capaz de contemplar el vómito, debes admitir que, en ocasiones, crea formas que pueden llegar a ser hermosas (al menos simples no son, desde luego).No sé a ti, Gustavo, pero eso me parece lo más importante de la poesía. La posibilidad de coger pequeños pedazos de nosotros (los

buenos y los malos, los hermosos y los realmente horrendos) y escupirlos al papel para que se transformen en otra cosa. Eso sí, antes hay que coger las

palabras y retorcerlas, estrujarlas, pisotearlas y hacerlas sangrar, para que

puedan llegar a ser algo más que palabras. Sólo así lograremos

Un pensamiento tan vivo que, como el espíritu de una planta o de un animal, tiene una arquitectura propia, adorna la naturaleza como una cosa nueva.(“El Creacionismo, Manifiesto” de Vicente Huidobro)Gracias, Vicente, nadie podría explicarlo mejor. Sí, lo sé, Gustavo, lo de Altazor fue una locura, pero sólo los muy listos o los muy locos pueden ser poetas.

OpiniónPedro Larrañaga

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Opinión

El escritor necesita ese espacio único que le hace individualista para crear. De lo contrario, no podría sino sólo ser parte del común de la gente. En su individualismo radica esa bifurcación de su personalidad: la persona y el escritor. Es indiferente que si para ganarse la vida realiza actividades ajenas a la literatura o no. Siempre va a necesitar ese espacio personal para crear. Es ahí cuando se lleva a cabo ese aislamiento voluntario. Es así como se hace evidente la disertación del pensamiento entre la persona y el escritor.Un texto literario como producto es el resultado de previas operaciones (disertaciones) entre el lenguaje, razonamiento e imaginación. Este proceso se da de manera natural y fluida. Podemos así entender el proceso y sus mecanismos operativos, pero aún queda por mencionar las consecuencias cualitativas del resultado. Para ello se debe tomar en cuenta las influencias recibidas por el individuo, sean éstas de carácter teológico, ideológico, de su bagaje cultural y también de sus experiencias personales. Sin duda, de aquel resultado o texto literario no se puede esperar otra cosa que lo reflejado por las influencias que ha recibido el escritor a lo largo de su vida. Las influencias: lo aprehendido marca la vida de cualquier persona. El ser humano absorbe todo de su entorno inmediato. En cuanto a la educación y cultura, éstos también ejercen un papel importantísimo que serán plasmados en su literatura, debido a aquella influencia en la obra del autor. Y lo notamos en los diálogos, los personajes, los escenarios, la forma de expresarse o transmitir, el tratamiento de las diversas temáticas, etc. Repito, el lector no puede esperar otra cosa sino un retrato de las influencias tanto teológicas, ideológicas, de bagaje cultural y de experiencias personales en la obra de un escritor. El peso de la influencia recibida es la forma en la que se configura la realidad del proceso creativo de un autor. Desde luego que, si analizamos la totalidad de su obra, no vamos a poder hacer un diagnóstico psíquico pero sí acercarnos a su pensamiento o a parte de su personalidad. Como lectores sólo podemos consumir

literatura acorde a nuestros gustos y preferencias. Es ahí cuando se lleva a cabo la sintonía con el escritor. Cuando un lector lee una obra literaria y le gusta es porque previamente ha sintonizado con el escritor y, a su vez, con sus influencias. A menos que sea la primera vez que se lee a un autor, el lector decidirá si en un futuro continúa o no leyéndolo.Creo que más allá de la temática que trate el autor, el lector siempre será quién le escoja, como es lógico. No sé si la palabra prejuicio sea la más adecuada pero sí es cierto que el lector pasa por un filtro a un libro por medio de la valoración que le hace a la influencia de la obra en mención. También cabe destacar la opinión que el lector tiene de cada escritor en sus apariciones en los diversos medios de comunicación. Todo se suma: la valoración de la obra como escritor y las opiniones que manifiesta en los medios a título personal.El escritor no podrá hacer otra cosa que seguir la impronta de sus influencias. Si por alguna razón decide llevar a cabo el ejercicio de la omisión o de camuflaje literario sería engañarse a sí mismo y a sus lectores. Lo normal es que este ejercicio, de darse, le lleve por los senderos del error, porque la tendencia es esa. Con el tiempo, con las relecturas, saltaría a la vista.La creatividad del autor está supeditada a sus bases más primigenias: a su influencia. Digo primigenia no en el sentido cronológico sino más bien en el esencial, como parte subconsciente o inherente a la personalidad del individuo. Esto último aplicable a los escritores pero también a otras profesiones.

Muchos imaginan que el arte es como una religión o ideología, en el sentido de espacio abierto, libre de inquietudes intelectuales, pero se equivocan desde el planteamiento. El arte como territorio liberado es una utopía. El arte, en este caso, la literatura, es el fiel reflejo de las influencias recibidas por el escritor. La libertad que posee el arte, está intrínsecamente relacionado con las influencias del escritor.

Juan Carlos Aguirre

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Opinión

Hace unos días una joven escritora que comenzaba su andadura literaria me envió por correo el enlace a su blog. Estaba lleno de textos poéticos y relatos que aún no habían sido impresos en ningún papel, que sólo se habían mostrado al mundo en esa tinta digital cuyo poder aún no alcanzan a vislumbrar las editoriales. A pesar de no tener ninguna publicación, estrictamente hablando, tenía un enorme número de seguidores a través de ese espacio personal. Muchos de ellos desconocidos que habían descubierto ese rincón de letras y sentimientos y habían decidido quedarse. Junto con la dirección del blog me pedía encarecidamente mi opinión, buena o mala, sobre sus textos, la mayoría poéticos, si bien en alguna entrada perdida encontré pequeños relatos. Tras unos meses retrasando la tarea, finalmente decidí responder su petición; entré en la página con desconfianza, porque los nuevos medios de comunicación como internet abren puertas que no sólo amenazan con cambiar el mercado editorial, sino que, de hecho, ya están influyendo en él. Después observé el número de seguidores que tenía y los comentarios calurosos que le dedicaban

a sus poemas. Aunque cada crítica positiva no le diera a la autora ningún beneficio monetario, sentí cierta envidia por esa comunicación directa con sus lectores y su capacidad para atraer lectores sin un intermediario editorial. Por último comprobé su escritura: joven, fresca, sin expresiones recargadas, sencilla pero directa. Leí tres de los textos que flotaban en el ciberespacio y cerré el blog, cansada de las inseguridades que estaban naciendo en mi ánimo por culpa de aquel resquicio de futuro. Inmediatamente abrí el correo y le respondí. Antes que nada le hice ver lo difícil que estaba el mundo de las letras, que sólo los “mejores” son capaces de llegar a algo, porque si no, claramente, no merecía la pena seguir escribiendo para acabar defraudado. Le hice notar sutilmente que quizás sus textos no llegaban a esos requisitos básicos que se precisan para considerarse escritor,

porque un ESCRITOR, así, con mayúsculas, no podía serlo cualquiera, que juntar palabras era algo sencillo, pero lograr transmitir algo con ellas y lograr destacar era mucho más complicado y se requería de gran talento. Hice hincapié en que no le llevará a error las críticas positivas recibidas en su blog, que les diera su justo valor, ya que la gente a la que no le ha gustado no va a perder el tiempo escribiendo algo negativo, mientras que mucha gente decide hacer la pelota a todo aquel que ven que tiene una tribuna y se comunica con un grupo de gente, pero que no eran críticas realmente válidas. Para no quedar del todo mal, intenté darle un punto positivo a la crítica, por lo que le animé a seguir su camino, “porque en realidad nunca se sabe”. Cuando acabé de enviar el mensaje me quedé reconfortada por haber respondido a una petición de ayuda de alguien que empieza, por haberle brindado mi ayuda y también por haber defendido mi terreno, porque, al fin y al cabo, era el mío y no el suyo. Cuántas veces una crítica despiadada destruye el camino de escritores a los que sólo les ha dado tiempo

a poner un pie en su carrera literaria. A veces por miedo a los cambios que suponen

un texto innovador, por motivos

comerciales, por prejuicios personales, por

desconocimiento, por falta de empatía e

incluso por envidia, se echa por tierra el

trabajo de alguien que está

p i d i e n d o un apoyo. El gusto personal nunca podrá ser un factor inamovible ni universal, ni un motivo de crítica. Incluso el término calidad está sujeto a cierta subjetividad según el sujeto que hable sobre ella. Por ello, todos tenemos derecho a expresarnos, a compartir nuestro trabajo y a luchar por él. Cada texto tiene su lector, que sabrá valorarlo y crecer con él. Sólo a través de las críticas constructivas y de la libertad del escritor para aceptarlas o seguir su camino se puede mejorar un texto. Por lo demás, sólo queda la perseverancia.

Marta Gómez Garrido

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s vá

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Entrevista

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EntrevistaEntrevista

¿Qué es para usted la ira?El sentimiento ingobernable que nos convierte en agresores de quienes nos ofenden, en primer término, y de aquellos a quienes relacionamos con ellos, en a menudo injusta (y siempre desafortunada) segunda instancia. Una mente madura, con posibilidades de reflexionar y maniobrar, la sustituye por la legítima y proporcionada defensa, cuando la ofensa es perentoria, y por el olvido selectivo, cuando ha dejado de serlo.

Hay un momento en la novela en que hace referencia a la juventud y añade, a pie de página, una nota aclaratoria. En ella especifica que fue escrito antes del 15M y, por tanto, la crítica a la juventud no estaría ya tan justificada. Leyendo hoy en día “Niños feroces” es fácilmente reconocible la fecha y los acontecimientos, ¿cree que dentro de veinte años, por ejemplo, alguien podrá entender la nota sin necesidad de buscar?Si la pregunta es si dentro de veinte años quedará algún rastro del 15-M, por qué no: lo de mayo del 68 no fue mucho más (una revolución al calor del buen tiempo, por eso lo de mayo se repite) y hay tipos listos que han vivido de ello hasta hoy. Sí me interesa aclarar que mi personaje Lázaro el veinteañero, que es el que escribe, al poner los paréntesis expresa una duda. Si no hubiera dudado, habría borrado la frase sobre la inercia y la falta de rebeldía de su generación (pro 15-M) o la habría dejado sin paréntesis (anti 15-M).

En las primeras páginas el claro protagonista es Lázaro, un joven de 23 años. Cualquier aspirante a escritor de su generación se sentirá atraído por lo que en esas páginas encuentra. Se camufla bien bajo una voz juvenil y actual, y además nos consta que das voz, eco y oportunidad a los jóvenes emprendedores de hoy en día. ¿También le ayudaron en sus inicios?Lo que soy, como buen narrador, es esencialmente curioso. Una parte de mi oficio consiste en buscar voces de otros, escucharlas y, con cierta frecuencia, tratar de reproducirlas. He sido curioso respecto a la voz de los más jóvenes, últimamente, porque me parecía que eran ellos, los primeros excluidos de la fiesta, y ahora los primeros paganos de los platos rotos, a quienes había que prestar oído y quienes tenían una perspectiva más potente (por desesperada y descomprometida con los guardianes del cotarro) para contar la realidad. También la de la guerra, que es el asunto de “Niños feroces”, porque la siguen haciendo los jóvenes, aunque ya hayan quitado la mili. En mis inicios hubo, sí, alguna persona de mayor edad que yo que fue generosa conmigo. Recuerdo a un escritor fallecido y hoy casi olvidado, Jorge Ferrer-Vidal, pero también a otro mucho más conocido, José Luis Sampedro, o a un crítico de fuste, Ricardo Senabre, que puso mi primera novela por las nubes justo cuando salió, en una editorial pequeña y minoritaria.

“No me compete juzgar, ni tampoco ofrecer una explicación o

una enseñanza moral explícita. Una novela no es un manual y menos un veredicto, sino una tentativa de asomarse al misterio, que siempre se queda por decir.” ¿No es lícito, por tanto, que un autor juzgue el momento histórico, a sus personajes, sus elecciones o comportamientos? Bueno, ésa es la teoría del Lázaro veinteañero que narra mi novela, y que recibe de su profesor, el Lázaro cuarentón. Vale para ellos, tú y yo bien podemos hacer otra cosa. Pero tiendo a creer que un narrador, cada vez que juzga, desciende un poco en su arte, y hasta en cierto modo pierde pie. El que cuenta una historia no lo ha entendido todo, no lo hace todo bien, no es mejor que sus criaturas. Juzgarlas, aparte de desoír el sensato consejo del evangelio de Mateo, es un acto hasta cierto punto incongruente. Puede tener sus opiniones sobre los personajes, puede expresarlas, con carácter extensivo a los fenómenos sociales o históricos que representan, pero creo que hará

siempre mal si trata de situarse en un plano superior al de ellos. Y esto sólo es mi teoría. Tú puedes seguir haciendo lo que quieras.

En el libro usted escribe una cita de Joan Margarit que dice “La guerra no acaba nunca”. ¿Y la memoria? ¿Se pueden olvidar hechos tan atroces, se pueden alojar por siempre en nosotros, sin darnos escapatoria?La memoria se pierde, está comprobado, y en especial la de lo desagradable. Esto en general está bien, cargar con todas las oscuridades de la vida sería una lata y podría acabar impidiéndola. Pero hay oscuridades que no deben olvidarse, porque son mortíferas, y si bajamos la guardia ante ellas, puede matarnos el haberlas olvidado. En quien ha vivido cosas atroces, el delicado equilibrio está en no cargar con todas ellas todo el tiempo, pero tampoco olvidar cuáles amenazaron su supervivencia y cómo logró prevalecer.

Usted, en una entrevista en El Mundo, dice que “a la guerra sólo se va por ideales cuando se es joven”. ¿Cree usted que los jóvenes de hoy en día, llegado el momento de enfrentarse a una guerra, podrían “convertirse en niños feroces

voluntarios para una catástrofe”?Desde luego. No somos tan diferentes de los de hace 70 años. Hay una porción grande de cobardes y perezosos (como la había entonces), pero nunca faltan los “echaos p’alante” y el resto suele verse arrastrado por éstos. Sólo haría falta el estímulo adecuado, y el discurso necesario para convertirlo en motor de acción. No hace mucho yo vi en mi país a mucha gente entusiasmada por ir a la guerra contra un país limítrofe por un miserable islote. Incluso les oí planificar bombardeos aéreos de ciudades, bloqueos navales, etcétera. Normalmente el discurso guerrero lo ceba gente que sabe que no va a ir, por edad u otras razones. Y siempre acaba habiendo jóvenes vehementes para tomar el fusil.

¿Cómo puede un niño que no es feroz, como Lázaro, escribir sobre niños feroces?Porque es novelista, aunque él lo dude. Un novelista es un tipo

n Fusa Díaz, Janire Val y Ainize Salaberri

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(o una tipa) que puede pensar como si fuera otro, sentir como si viviera lo que realmente no ha vivido. Fuera de ahí, sólo hay poetas y redactores de diarios y memorias.

Cree usted que una vez se tienen las manos manchadas de sangre, ¿es difícil parar? ¿Aferrarse a una convicción, en el caso de Jorge la venganza, justifica la participación en una guerra? Es difícil parar cuando uno va subido en un tren que va a 200 por hora. Es difícil tirarse, sabiendo que en la caída se partirá alguna costilla. A partir de cierto momento, además, el tren es la vida del viajero, y pensar en estar fuera de él es pensar en el vacío. Y el hombre no sabe habitar el vacío. Necesita referencias, deberes, cometidos: aunque sean disparatados u horribles. En cuanto a lo que pueda justificar la participación en una guerra, creo que sólo una cosa: luchar por tu vida y tu libertad y las de los tuyos.

En el libro de la edición especial, “El misterio y la voz; inquisiciones sobre la novela”, habla de Proust, y dice que mantenía una intensa vida social, que recogía materiales y que cuando ya tenía su botín, podía aislarse casi por completo para escribir. ¿Cómo consigue alguien como usted estar en tantos sitios, hacer

tantas actividades, y dedicarse a escribir una novela con tanto estudio como ésta?Mi cuerpo está en muchos sitios, y mi mente y mi alma y mi corazón lo acompañan en esas excursiones. Pero cuando estoy escribiendo una novela, mi mente, mi alma y mi corazón le pertenecen al libro. Pueden ocuparse de otras cosas (y a veces deben hacerlo) pero siempre vuelven al libro y a sus personajes, a cuyo servicio están. No hay otro modo de hacerlo. Siendo así, teniendo la escritura como tu misión y tu lugar de pertenencia fundamental, las horas, que siempre hacen falta, se sacan de debajo de las piedras.

“Niños feroces” se ha definido como una “novela de aprendizaje”. ¿Dónde cree usted que se aprende más, en la guerra o en el después de la guerra? ¿Qué le enseñó más a Jorge?La guerra enseña algo muy importante: nuestras propias fuerzas, que siempre son muchas más de las que sospechamos. Pero también el después enseña mucho, al que sabe volver de la guerra. Y es que muchos, por desgracia, se quedan allí, incluso sin morir en ella. Jorge aprendió en su experiencia bélica y, por lo que sabemos, supo volver. Diría que lo que sabe de la vida se lo debe a la guerra y a ese después en una proporción del 50/50.

¿Esa voracidad de los niños feroces, de los niños perdidos, se apacigua con la edad? ¿Llega a desaparecer? Yo creo que uno siempre lleva dentro al niño, al adolescente y al joven que fue, lo que comporta una dosis irrenunciable de ferocidad. Lo que ocurre es que por el camino se une otra gente. Hay personas en las que esa gente nueva casi aniquila a los predecesores, lo que me parece de todo punto indeseable. Hay otras en las que esa gente nueva resulta demasiado débil, lo que las encadena a los errores juveniles, y esto me parece una catástrofe. Creo que no es malo que los niños feroces le ayuden a uno a mirar, y a ver lo intolerable, pero conviene que la respuesta, sin ser complaciente ni temerosa, tenga también la firma del gato escaldado que todos tendemos a ser con la edad.

En alguna reseña le han achacado el hecho de que “Niños feroces” camina entre dos aguas literarias muy distintas, que son la novela y el ensayo. ¿Que el libro resultase así fue deliberado u ocurrió según lo iba escribiendo?Yo los libros los delibero mucho, antes de empezar a escribirlos, y éste ya estaba deliberado así. Pero terminan de cuajarse en la escritura, y en esta fase me pareció que lo ensayístico me servía para narrar mejor mi historia, esto es, que el pensamiento

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era en este caso una pieza narrativa más, y digamos que no me corté. La historia es tanto lo que el narrador cuenta, como lo que piensa en el camino de elaborar su relato, que es, a su vez, el relato de su aprendizaje como escritor.

Es precisamente en “El misterio y la voz; inquisiciones sobre la novela” donde habla de los tres escritores que han sido sus maestros a lo largo de carrera literaria. ¿No hay lugar para una escritora? Hay lugar para más de una: Virginia Woolf, Jane Austen, Mary W. Shelley o Carmen Laforet, entre otras muchas, podrían estar ahí, en la lista de los autores cuyo magisterio acato. Pero el reto era reducir la lista a tres, y sí, siento decir que no hay ninguna mujer entre mis tres autores más influyentes (aunque haya más de una entre los diez).

Una de las coincidencias que hemos hallado en “El misterio y la voz; inquisiciones sobre la novela”, además de en “Niños feroces”, es que los escritores no lo tienen fácil para introducirse en el oficio de escribir, en el mundo editorial. ¿Es un todo indivisible las dificultades iniciales y el ser escritor? De la misma manera que, como dice en el libro, “No hay humano completo sin la noción del horror”, ¿tampoco hay escritor completo sin rechazos editoriales a la espalda, sin hambre, sin dudas? Sin hambre y sin dudas, me atrevo a afirmar que no hay escritor. Luego hay

quien tiene más y menos suerte. Yo no me quejo mucho: durante quince años nadie me hizo caso, pero publiqué antes de los 30 y tenía el Nadal con 33. De todos modos creo que es terapéutico que te rechacen: es como empiezas a aprender que no has nacido para seducir a todo el mundo. Y es que tampoco se trata de eso, sino, simplemente, de encontrar tus lectores, aquellos a los que puedes aportarles algo y que te pueden hacer existir como escritor.

El Getafe Negro es cada vez más conocido en el mundo literario, y sobre todo en el género policíaco. Funciona como una máquina perfecta. ¿Por qué Getafe y por qué la novela negra? Getafe, porque desde Getafe nos atrevimos. No es más (ni menos) negro que cualquier otro municipio de la periferia de la gran ciudad. Aunque, eso sí, es Madrid, para mí el espacio urbano español con más méritos para ser el centro de lo negro, aunque Barcelona, gracias al talento de sus escritores, nos haya disputado con éxito esa condición. La novela negra, gracias a su viveza y su ductilidad, nos proporciona el argumento perfecto para hacer un festival que trate temas de interés general y que tengan actualidad. Un festival cultural, sobre todo cuando paga el contribuyente (como es el caso, en buena medida) es una invitación a quienes ya gozan de la cultura, pero también a que se sumen a la fiesta quienes están fuera de ella. Y tener historias que interesan a muchos, ayuda.

Sobre la escritura

El escritor... ¿nace o se hace? Nace y luego no deja de hacerse

y deshacerse y rehacerse.

Escritor de cabecera. Franz Kafka.

Escritora de cabecera. Virginia Woolf.

Ciudad literaria. Praga.

¿Qué libro le hubiese gustado escribir?

El astillero, de Juan Carlos Onetti.

Ser escritor es... No estar a gusto con lo que hay.

- ¿Es posible escribir sin haber sufrido?

Sí. Pero costará leerlo, si tiene más de una página.

Robert Capa

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Cualquiera que haya leído la narrativa de Pynchon, DeLillo, Foster Wallace o Roth, entre otros, se habrá dado cuenta de que todos ellos comparten algo más que el oficio de escritor. Sus textos parecen arrancar de puntos de partida similares y por caminos relativamente parecidos, llegar a las mismas conclusiones. Esa situación es lo que un crítico literario consideraría una pepita de o r o en un río atestado de barro, agua y piedras. Es decir, una corriente literaria nueva. Eso, al menos, debió de pensar allá por 2009 el crítico James Wood al sacarse de la manga con mucha sorna el término “Realismo Histérico” cuando trataba de calificar la novela “Dientes blancos” de Zadie Smith, en su libro “Los mecanismos de la ficción” (Ed. Gredos, 2009).

Si tratamos de tomar como punto de partida que el Realismo Histérico es algún tipo de realismo formal, convendremos que esta afirmación es, cuanto menos, arriesgada. En la práctica, parece ser una tendencia afluente del posmodernismo y sus características, mucho más que surgir de ningún tipo de realismo. De ahí, quizás, lo de “histérico”. Si bien comparten alguna característica común con

R E P O R T A J E

n Robert Fornes

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El Realismo Histérico

(que Dios bendiga a América)

la estética realista clásica, aquél parece una adaptación sacada de madre y Made in

America del posmodernismo literario.

Todos los autores que comienzan a aparecer bajo este sello han experimentado en sus pieles la mayor parte del siglo XX, pues la mayoría rondan los setenta. El final de la era del colonialismo con la caída de los enormes imperios de ultramar, varias revoluciones ideológicas y sociales, una enorme crisis económica mundial a finales de los veinte, dos guerras mundiales, el nacimiento de la era nuclear, la guerra fría entre

rusos y americanos, la división del mundo en dos bloques contrapuestos,

la caída de ese mundo, el auge del terrorismo internacional a gran escala con los atentados del 11 de septiembre como gran origen, la revolución de las telecomunicaciones con Internet como cabeza visible, el surgimiento del modelo de sociedad del bienestar en los años cincuenta y la actual crisis del mismo p o r culpa de la especulación

financiera, el surgimiento d e los Estados Unidos como

potencia hegemónica mundial, y lo que parece ser, sesenta años después, el inicio del declive de la “American Way of Life”.

Todos estos hechos son

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los que la cultura, en los últimos cincuenta años, ha tratado de digerir y darles una respuesta creativa. Surgieron movimientos que alternaron en el tiempo sentimiento y razón, optimismo y desazón, fantasía y realidad. El realismo, el naturalismo, el expresionismo, el existencialismo y, por último, el postmodernismo, fueron las consecuencias intelectuales de tan errático siglo.

Dentro del marco de actuación norteameri-cano al que el Realismo Histérico se ciñe casi en exclusiva, refleja el desencanto con la sociedad en general a partir de los años cincuenta. Este desencanto fue gestado en la supresión más o menos escandalosa de derechos y libertades civiles en muchas partes del primer mundo. Como respuesta a la sensación de fracaso del hombre ante sus instituciones sociales, el individualismo se situó en el centro de la importancia y generó la búsqueda principal del progreso individual, no colectivo. Estados Unidos salió bautizado de la Segunda Guerra Mundial como líder del mundo, y su economía, basada en el capitalismo brutalmente orientado al consumo, ha venido promoviendo que las verdades sean inciertas e intercambiables y que el objetivo final sea la obtención de placer inmediato y fácil; de manera que, al fin,

todo sea fácilmente reemplazable, incluso las personas.

Los medios de comunicación en masa adoptaron más que nunca su posición de poder, convirtiéndose en el cuarto poder de las democracias. Esto les ha otorgado la capacidad de facto de generar, juzgar y administrar los contenidos transmitidos según criterios en los que no prima la veracidad o conveniencia ética del mensaje, sino el medio y el grado de convicción que es capaz de generar mediante el uso de conceptos tan bizarros como el de los factoides, haciendo más vigente que nunca una de las máximas de la propaganda del nazi Goebbels, el principio de la orquestación (repite un millón de veces una mentira para que se acabe haciendo verdad). El caso es que hoy más que nunca, para ser plenamente conscientes de esta realidad, no hace falta más que encender el televisor y dar un paseo de unos minutos por la espléndida parrilla de programación con la que somos obsequiados a diario.

La combinación de individualismo, hedonismo y superficialidad han promocionado durante todos estos años un culto desproporcionado a la imagen, en contraposición al cultivo interior de las personas. Éstas sólo quieren vivir el presente,

la sociedad es más relativista que nunca y sólo importa la satisfacción de necesidades individuales e inmediatas, aplaudiendo como vehículos de satisfacción de estas necesidades el culto a la tecnología y el vivir rápido, todo lo rápido que tus recursos te permitan. La pérdida de fe en la justicia, desaparición de los idealismos y pérdida del objetivo de autosuperación personal como vía para el éxito y reemplazo por la cultura del éxito rápido y fácil han generado corrientes muy peculiares y dañinas de negación personal ante los problemas de la sociedad, tendencias que no dejan de ser una estrambótica derivación nihilista de la realidad.

Para terminar, si aún algún haz de culpa pudiera caer, despistado, sobre nosotros, la sociedad posmoderna ha creado toda una categoría de teorías de la conspiración, las cuales tratan de explicar los grandes problemas de la sociedad de una manera cómoda y sin profundidad, actuando como grandes chivos expiatorios.

El Realismo Histérico. Una corriente literaria nueva.

Como ya he comentado al principio de este artículo, todos los escritores mencionados comparten algo más allá de la profesión. Todos ellos, en mayor o menor medida siguen en su escritura una serie de rasgos definitorios propios que los han hecho merecedores de formar, por lo menos ante los ojos de puñado creciente de críticos literarios, una corriente literaria nueva. Las bases comunes en las que se asientan son:

Velocidad y extensión.El Realismo Histérico busca captar el movimiento perpetuo, no parar de contar cualquier historia, subhistoria o intrahistoria que pueda o no ser relevante bajo un punto de vista narrativo en un bucle de proporciones grandiosas. Es un movimiento de corte básicamente norteamericano, cuyos formantes parecen perseguir lo que Walt Whitman consideraba “El Gran Poema Americano”; es decir, un texto con características metanarrativas que fuera, en sí, tan grande en extensión casi como los Estados Unidos. Por lo tanto, los escritores del Realismo Histérico buscan el mirlo de oro en la redacción de una novela generalmente enorme en extensión, que incluya variedad de subhistorias adyacentes y en la que se traten los problemas estructurales de la sociedad americana y sus posibles soluciones. Para ello se sirven de un desparrame histérico de energía en la narración.

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Tratamiento de la angustia existencialEs particularmente distintivo en el Realismo Histérico el tratamiento de la palpable sensación de deshuma-nización. Tanto Foster Wallace, como Pynchon, Palahniuk, Roth y otros dejan de prestar atención a las condiciones internas de las personas para intentar dibujar un enorme mural en el que salga reflejada la mayor porción posible de la realidad. Ésa es su contribución al realismo clásico. El enfoque de estos autores lleva a las tramas de sus libros al tratamiento de los males presentes en la sociedad americana:

-Profunda amargura existencial.-Las adicciones, los excesos.-El malestar ante la sociedad capitalista salvaje.-Relación del hombre con la tecnología.-El sexo como objeto de placer.-Agresividad autodestructiva como respuesta a los problemas de la sociedad (ficción transgresiva, según Palahniuk).-Reflexión sobre la cultura popular (sobre todo la urbana).-Descentramiento de la autoridad intelectual y científica (mediante el uso de las redes sociales e Internet como instrumento revolucionario).

Ahora bien, toda la narrativa realista leída procede de escritores norteamericanos, y, por tanto, todos ellos hablan de cuál es la realidad social de ese país. No hay referencias de ningún tipo a la realidad europea ni a sus posibles y complejas soluciones. Como escritor, y más aún, como lector, el lienzo que pintan ahonda en la sensación de hartazgo de los valores preponderantes en la cultura norteamericana, puesto que son inherentemente distintos a la europea. Europa, como ente propio, tiene una realidad muy compleja y diferenciada de la norteamericana. Los problemas de allí no son los de aquí. Las soluciones, por lo tanto, tampoco. Y pretender utilizar las mismas píldoras para sanar a los dos enfermos es pretender andar cómodo con un zapato de la talla 42 y otro de la 37.

Técnicas narrativasEsta corriente, que en la realidad está

más cercana al posmodernismo que al realismo, propone la hibridación de estilos y formatos, la fusión del espacio y el tiempo narrativo, así como la percepción difusa de la realidad. Esto, ayudado por la fusión de estilos narrativos y géneros (novela, ensayo, cómic, guión…) han provocado la abolición de las técnicas clásicas de narración, sustituidas por la libertad absoluta en estilo,

forma y fondo en la que realidad y ficción comparten el mismo espacio. Esto, por supuesto, choca frontalmente con el realismo, al menos en su versión más clásica del término.

Propone una nueva configuración y nuevo tratamiento del autor, el narrador, los personajes y las tramas literarias. Utiliza, a escala macroestructural, la metanarrativa, la recursividad, el pastiche, la parodia y la apropiación. A escala micro-estructural utiliza la metáfora literal, la alegoría, la polifonía y la especialización, así como el estilo indirecto libre. Utilizan en la mayoría de los casos un humor mordaz, punzante, como instrumento vehicular de sus quejas acerca de la sociedad.

ConclusiónA pesar de utilizar el nombre de pila del “realismo”, esta corriente se encuentra algo lejos de las posturas realistas, al menos como las entendían los escritores que dieron vida a esta tendencia a mediados del siglo XIX. La corriente se inserta más dentro de la convención posmodernista de la literatura que del mero realismo formal, y viene a coincidir con esta tendencia únicamente en su intento por plasmar la realidad de la sociedad que les rodea. Con todo, la corriente maximalista (que es otra forma de denominar al Realismo Histérico) busca suplir las carencias del modernismo literario prescindiendo por completo de las formas preconcebidas y los estilos encorsetados. Por el contrario, busca la flexibilidad formal, el uso de técnicas de hibridación, la superposición de tramas narrativas y el amontonamiento de información, a veces incluso hasta el hartazgo.

Como movimiento, supone un intento de plasmar el descontento social de manera creativa. Pero las valoraciones de sus escritores están basadas en la realidad social de los Estados Unidos. En próximos años habrá que comprobar si la tendencia ha conseguido cruzar el charco, y si, con sus adaptaciones pertinentes, es capaz de explicarnos a los europeos el porqué de tanta miseria actual.

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18Iraide TalaveraLA COMEDIA DE LO TRISTE

21 Inés Plasencia DE LO SINIESTRO EN NUESTRA HABITACIÓN

23 José BraulioLOS SENTIMIENTOS DESBORDADOS

25 Robert FornesUN BARRIL LLENO DE VENGANZA

27 Francisco Jurado LA IRA “ENTRE COMIDAS” DE DON CORLEONE

30 Ana Feito ¡YO SOY ESPARTACO!

32 María Sevilla A SANGRE FRÍA “LA INFECCIÓN DE LA IRA

34 Laura Alonso SED DE VENGANZA

36 Ignacio BallesteroTRANQUILO, TOM;ESTOY CON EL CHICO

38 José Braulio EL CASTIGO DE LA HERENCIA

40 Fusa Díaz NO ME DES TREGUA

43 Ainize Salaberri EN LA CANCÍON DEL SAUCE

45 Marga Martín LA NOVIA DE LA MUERTE

48 Álvaro Gómez FROM HELL

50 Roxana Contreras BUENOS DÍAS, IRA

52 Iván Mourin RABIA

54 Alejandro LarrañagaDIÁLOGO

56 Marta G. GarridoLA IRA EN BOCA POÉTICA

58 David G. Ávila OJO POR OJO, DIENTE POR DIENTE

60 Salvador J. Tamayo EL PERO ESCRITOR DE MI GENERACIÓN

62 Begoña Martínez LIBERTAD E IRA

64 Anabel RodríguezEL TÚNEL

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Ira

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n Iraide Talavera

Dicen que la ira esconde otras sensaciones que nos harían más daño. Cuando nos sentimos furiosos, parecemos estar dotados de una gran energía que necesita ser descargada. A veces, la orientamos hacia los demás, y no sentimos su dolor hasta que nuestras fuerzas se han agotado. Otras, el blanco somos nosotros mismos, y a la frustración se añade la sensación de culpa. Sin embargo, este sentimiento tan desagradable oculta otros que sólo afloran si nos quedamos quietos y escuchamos lo que nos pasa. Estar airado implica estar “fuera de sí”, por lo que, cuando nos detenemos a analizar lo que nos sucede, la rabia se diluye y aparecen la tristeza, el abatimiento o la impotencia.

Cuando pensamos en la ira, o la cólera, inmediatamente nos vienen a la cabeza las conductas agresivas sonoras, como los gritos o los golpes contra la pared. Por ello, a menudo obviamos que hay formas muy sutiles de agredir, imperceptibles para quien no puede ver cómo actúan los agentes que ejercen el daño. Esta tarea se vuelve aún más difícil de acometer cuando son algunas instituciones, o una porción de la sociedad, quienes de forma solapada descargan su furia en sus víctimas. Heinrich Böll, a través de la voz narrativa de Hans Schnier, el protagonista de “Opiniones de un payaso” (1963), dibuja una sociedad alemana recién salida del nazismo que, marcada por los presupuestos morales, convierte con fiereza al individuo en objeto de su afán adoctrinador.

La Alemania de BöllHeinrich Böll, premio Nobel de Literatura en 1972, nació en Colonia en 1917. Hijo de un escultor, inició su aprendizaje como librero una vez terminó la carrera. En el verano de 1939 entró en el ejército hasta que concluyó la guerra, y estuvo prisionero en un campo estadounidense en el este de Francia. En 1945 volvió a Colonia, donde estudió lengua y literatura alemanas al tiempo que trabajaba en una ebanistería. Poco tiempo después empezó a publicar en prensa y a escribir dramas radiofónicos. A partir de 1951, se dedicó exclusivamente a escribir y traducir, y pasó largas temporadas en Irlanda. La escritura del autor está marcada por su experiencia como soldado y, más tarde, por la reconstrucción de un país en el que el Este y el Oeste estaban enfrentados y predominaba el conservadurismo. Su primera etapa creativa está compuesta por una serie de relatos y novelas breves que evocan la atrocidad del enfrentamiento bélico y los sufrimientos de la posguerra durante los últimos años de la década de los 40 y los inicios de los años 50. Esta fase en la escritura del autor corresponde a una época literaria alemana en la que, como Böll afirma, se realiza una “literatura de guerra, ruinas y retorno a la patria”. De hecho, en Alemania se conoce como Trümmerliteratur (literatura de ruinas). Su primer relato fue “El tren llegó puntual” (1949), en el que se aborda el absurdo de la guerra: en el momento de volver al frente, un solado de permiso cree que pronto morirá; sin embargo, resulta ser el único superviviente del grupo. Otros escritos de la época son las novelas “Y no dijo una sola palabra” (1953), “Casa sin amo” (1954), que describe las miserias de un niño huérfano de padre y los problemas de la vida en familia tras la guerra, o “Billar a las

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Peca

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les:

Ira

La comedia de lo triste

(“Opiniones de un payaso”, de Heinrich Böll)

La ira es un sentimiento que se apodera de

nosotros. Cubre las mejillas con un calor

que agita la respiración y hierve la sangre.

Gritamos para expul-sarla, pero a la vez

no queremos echarla: cuando la furia amaina,

sólo queda la pena.

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nueve y media” (1959), uno de sus títulos más conocidos, que intenta simbolizar el destino histórico de Alemania durante la primera mitad del siglo XX. Al igual que él, autores como Wolfgang Borchert, Arno Schmidt o Hans Werner Richter también abordan la misma temática con un estilo similar. A partir de mediados de los 50, sin embargo, muchos se desligan de este movimiento, aunque otros continúan con el tema de la posguerra (por ejemplo, aquellos escritores pertenecientes al Grupo 47).A partir de los años 60, las obras de Heinrich Böll están caracterizadas por un mayor compromiso. Su objetivo es defender la libertad individual y denunciar cualquier forma de poder o imposición manipulados por una sociedad alienante. El tono humorístico-grotesco, que ya se podía entrever en el compendio de relatos “Los silencios del Dr. Murke y otras sátiras” (1958), gana fuerza en “Opiniones de un payaso” (1963), cuyo protagonista es forzado a formar parte de la galería de personajes socialmente rechazados y marginados que abundan en la narrativa del autor. Durante los setenta, Böll publica “Retrato de grupo con señora” (1971) y “El honor perdido de Katharina Blum” (1974). En ellos, refleja cómo el individuo es enfrentado al convencionalismo del entorno social, y critica duramente el clima de violencia antidemocrática, que por aquel entonces imperaba en Alemania, y el abuso que ejercía la prensa sensacionalista. Aquella misma década ven la luz “Ulrike Meinhof. Un artículo y sus consecuencias” (1975), en defensa de la joven miembro de la banda terrorista Baader-Meinhof, y “Asedio preventivo” (1979), obra en la que también aparece el tema del terrorismo y la inseguridad ciudadana. A principios de esta década, en 1972, Heinrich Böll recibe el premio Nobel de Literatura. Las últimas obras del autor son “El legado” (1982), “La herida” (1983) y la póstumamente publicada “Mujeres ante un paisaje fluvial” (1985), ambientada en la ciudad de Bonn.

Además de sus novelas, Böll deja escritos numerosos títulos críticos y ensayísticos, entre los que destacan “Artículos, críticas y otros escritos” (1967) y “Más allá de la literatura, ensayos políticos y literarios” (1979). Su extensa producción da cuenta de la angustia del autor ante una sociedad marcada por la incomprensión y revestida del peso de las ideologías. Frente a esta fuerza, los protagonistas de las novelas se descubren desvalidos, aplastados de forma cruel y arbitraria en nombre de principios abstractos, carentes de humanidad. Por lo tanto, el escritor aboga por que la solidaridad entre los seres humanos y la autenticidad de las relaciones prevalezcan sobre cualquier norma u organismo. Esta visión hace que, a pesar de ser un católico convencido, critique con dureza a las instituciones, sobre todo a las eclesiásticas, con el fin de defender a las minorías y preservar los valores humanos. Del mismo modo, el punto de vista que Böll plantea también alcanza a la sociedad cómplice del nazismo, que esconde su falsedad tras sus infladas manifestaciones de civismo y olvida los valores esenciales del individuo.

La mirada del payaso“Se había hecho culpable del peor de los pecados en un payaso: despertar compasión”. Ésta es la conclusión a la que llega Hans

Schnier, un cómico abandonado por su novia, Marie, a quien este hecho ha abocado a la ruina profesional

y económica. Durante una tarde en Bonn, los lectores podemos acompañarle y recorrer con él el transcurso de su vida, con las conversaciones telefónicas que mantiene con parientes y conocidos como hilo conductor de la historia. En ellas, el protagonista busca la compasión de sus allegados y algo de dinero para

subsistir, pero las voces sólo dan muestras de incomprensión. Todos parecen

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conocer la tragedia que está atravesando, pero sus excusas para no ofrecerle ayuda van construyendo un muro de aislamiento en torno a él, hasta que no le queda otra cosa que su “yo” frente al espejo.

A través de la narración de Schnier, que relata sus vivencias en primera persona, descubrimos a los dueños de las voces que, en los momentos de flaqueza, optan por rechazarlo con su silencio o su indiferencia. Con toques de humor amargo, nos describe los olores que percibe al otro lado del teléfono, los vicios secretos que esconden sus interlocutores, la respuesta que espera de ellos e incluso los sentimientos que albergan en el fondo de sus corazones. Como si fuera un narrador omnisciente, el protagonista sabe de antemano que no va a recibir la ayuda que solicita, y alcanza a intuir los motivos por los que esto va a suceder. Esta postura se aprecia de forma muy clara cuando reúne a sus conocidos en torno a su tumba en una recreación imaginaria de su funeral:

“Incluso sé con exactitud, lo que ocurrirá después de mi muerte: el panteón familiar de los Schnier no me será ahorrado. Mi madre llorará y afirmará haber sido la única en comprenderme. Después de mi muerte les contará a todos, ‘cómo era en realidad nuestro Hans’. (...) Kinkel llorará con lágrimas sinceras y cálidas, estará totalmente conmovido, pero demasiado tarde. (...) Marie no logrará creer que he muerto: abandonará a Züpfner e irá de hotel en hotel, preguntando en vano por mí”.

La mirada del payaso, que en su percepción de quienes le rodean podría antojarse cínica, se torna lúcida cuando sus sospechas se confirman. Está solo, y sólo sus propios ojos azules son capaces de contemplarlo sin esquivar su mirada. El resto, incluso quienes más han de quererle, rehúyen su trato. Su padre, la única persona que se reúne con él en su casa a lo largo de la historia, no soporta encararse con él. Permanece a su lado incómodo, removiéndose en la culpa de saber que no está brindando apoyo alguno a su hijo, y pronto se marcha dejando la casa sola. Su novia, Marie, se marcha repentinamente y sin explicaciones para casarse con un católico, y todos la protegen para librarla del contacto con Hans, que sólo busca aclarar lo sucedido y alberga la esperanza de que algún día vuelva a su lado. Su hermano Leo busca cualquier excusa para no verse cara a cara con él, e incluso su fiel amiga Monika Silvs busca maneras de posponer su encuentro.

La omisión de la ayuda de cada una de las personas que hablan con el cómico va retratando la impresión de una sociedad inhumana que mina al individuo, al tiempo que éste se ve humanizado en su indefensión y desamparo. Pero ¿qué es lo que convierte a Hans Schnier en un ser tan indigno a ojos de sus interlocutores? Él sólo es un hombre agnóstico y apolítico que desea desempeñar su labor de cómico y vivir con la mujer a la que ama. Por desgracia, la gente de su entorno no concibe la unión de dos amantes fuera del matrimonio, y tampoco aprecia la ausencia de posicionamiento político. Asimismo, reniega de una profesión que muestra las lacras de una sociedad de la que quieren mostrar una imagen de perfección. De esta forma, nuestro protagonista descubre que las abstractas reglas sociales le atañen directamente, y que si se resiste a ellas su ira caerá sobre él y lo condenará a la soledad.

Heinrich Böll, por lo tanto, disecciona la realidad social alemana de los años sesenta a través de un personaje con el cual no podemos evitar simpatizar. Su mirada mordaz, que asoma a través de la máscara blanca de un payaso lúcido, nos sirve para comprender las trampas de una sociedad hipócrita que sólo desea enseñar su parte más luminosa, y de instituciones cuya definición dicotómica del bien y del mal se vuelve muy elástica dependiendo de la persona a la que se aplique. Pero, sobre todo, lo que se nos muestra es el riesgo que corre el ser humano cuando, en pos de unos abstractos “principios del orden”, otros seres humanos rigen su propia vida.

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n Inés Plasencia Camps

Lo que le ocurre a Blanche, la protagonista de “Antichrista” de Amélie Nothomb (Kobe, Japón, 1967), es la materialización de uno de esos miedos que, aunque arraigados en la adolescencia, no nos abandonan nunca: que alguien se apropie de nuestra vida. Y lo que es peor, que lo haga en nuestra propia casa. El dolor, quizá cuando se presenta en su forma más radical, proviene de una persona de la que una vez esperamos algo, a la que estuvimos íntimamente unidos. La ira es ese sentimiento vengativo con el que queremos sublimar el dolor, y el nivel de nuestra venganza no dependerá sólo del mal que nos ha causado esa persona, sino sobre todo de lo que esperábamos de ella. Una adolescente invisible y solitaria llamada Blanche conoce en la universidad a una adolescente encantadora y luminosa llamada Christa: buena estudiante, hermosa y popular, es además trabajadora y proveniente de una clase social desfavorecida; lo cual, unido a lo anterior, la convierte en casi una heroína de cara a los demás. Por una razón que ni Blanche alcanza a comprender, Christa se acerca a ella y se hacen amigas. Para la protagonista, esta relación supone una especie de entrada al mundo, que hasta ese momento le parecía vetado, que se reducía a su habitación y a la casa en la que vive con sus padres. Pero a medida que Blanche, a modo de retribución amistosa, invita a Christa a “su” mundo, ésta irá adueñándose, cual parásito, de todo cuanto poseía. Sus padres, su espacio, su silencio e incluso su cuerpo irán siendo ocupados por “Anti-christa”, apodo a través del cual reconoce y formula la dualidad de su amiga: criticona, mitómana, ególatra y, lo más imperdonable, ridícula cuando nadie la mira. Una Christa embaucadora de cuya verdadera naturaleza Blanche parece ser el único personaje de la novela que se da cuenta y que la llevará a los extremos de la ira adolescente, no sólo por haberle robado su mundo, sino por haber traicionado a su fascinación. Una ira cuyo auténtico objetivo será liberar a sus padres y compañeros de universidad de ese atractivo monstruo que, cuanto más grotesco es, más admiración parece despertar en los demás, y con la que Blanche intentará borrar el recuerdo de

unos días en los que el mundo parecía merecerse que saliera de la habitación.

La dimensión épica de la misión de Blanche: desenmascarar al monstruo.Si bien “Antichrista” no se encuentra entre las mejores novelas de Nothomb (la familia, la incapacidad de integración, ser la rara del grupo y el célebre “el infierno son los demás” parecen esta vez lugares comunes, y la violencia inherente a la novela está plagada de trucos), la escritora belga hace alarde de ese sentido del humor y de esa peculiar visión de la vida y de las relaciones humanas que la convirtieron en una de las autoras más respetadas (y prósperas) en lengua francesa surgidas en los últimos veinte años. Tiene razón además al situar la novela en un momento vital como es la adolescencia, una de esas fronteras que, como la muerte, tanto interesan a Amélie Nothomb, pues en la adolescencia, lo que en otros momentos de la vida resulta anecdótico, llega a menudo a ser una cuestión de supervivencia. La elección de este período para situar la historia permite que lo que comienza siendo una historia de celos, de la construcción y aceptación de la propia identidad mediante la forma en que el mundo nos percibe y nos trata, y que termina siendo una llamada de vuelta al orden establecido, cobre en estos años, tierra de nadie entre la infancia y la edad adulta, dimensiones épicas. Con su particular visión del honor y sin escudero, Blanche cruzará los límites de la confianza de su “mejor” (por única) amiga y tejerá una estrategia para desenmascararla, en lo que para ella supone la liberación de familia y compañeros de universidad del yugo de su admiración por Christa.Como en todas las novelas de Nothomb, el personaje principal, en este caso Blanche, se enfrenta a un problema moral: ¿justicia o envidia? La imposición de no pensar mal de nadie sin conocerlo en profundidad nos vuelve en forma de culpa; Blanche duda de sí misma y de sus instintos mientras la realidad

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les:

Ira

De lo siniestro

en nuestra habitación

Si alguien usurpa nuestra vida, ocupa nuestra habitación y manipula a nuestros padres, no nos queda otro remedio que defendernos para evitar nuestra desaparición. En esa tierra de nadie que es la adolescencia, ese intruso puede ser nuestra mejor (por única) amiga.

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va convirtiéndose en algo peor que sus sospechas. Éste es el conflicto más interesante de “Antichrista”: la tensión se fundamenta en realidad en las diferencias en este sentido de ambos personajes; mientras Christa critica a todo el mundo, Blanche se cuestiona si no será ella la que, con su envidia, ha convertido a su amiga en un monstruo. La anagnórisis de nuestra “heroína” adolescente llegará cuando Christa comience a hablar mal y burlarse de los padres de Blanche; será el momento en que, en defensa de la pureza de sus progenitores, Blanche tenga que actuar para proteger su “reino”.

La sombra del intruso:hay algo si-niestro en casa.Decía un profesor mío que lo siniestro no es un monstruo con siete cabezas entrando en tu habitación de madrugada; lo siniestro es mirar algo o a alguien que vemos cada día y que de repente, quizá al girar la cabeza sentados junto a él en el sofá, y sin conocer muy bien el motivo, nos parezca extraño. Ese “intruso” que entra en nuestra casa puede no tener forma, o puede ser alguien conocido en las películas y novelas de terror. En ese sentido, quizá uno de los mejores valores de la novela de Nothomb es haber convertido una pelea adolescente, que prácticamente a todos nos resultará familiar, en una forma cómica (con toda la perversión que el humor puede albergar) y a la vez realista y terrorífica de ese género. En “Antichrista”, la “intrusa” es una chica estupenda, lo cual da mucho más miedo aún. Y hay algo de siniestro detrás de una sociedad que idealiza con demasiada facilidad a todo el que se maneje bien en el terreno de lo social. Christa comienza por ir un día por semana a casa de Blanche y termina por trasladarse allí durante el curso. El “terror” empieza tímidamente cuando Blanche tiene que renunciar a su cama, para que la invitada esté más cómoda, y es trasladada a una cama plegable, primer paso de una ocupación que se irá extendiendo como el humo: de las paredes pronto colgarán pósters de aterradores ídolos adolescentes y en ellas retumbarán las canciones de moda, algo de lo que, con todas sus consecuencias, Blanche ha huido toda su vida. La tranquilidad de sus lecturas y del silencio quedarán para Blanche reducidos a los fines de semana. Pero lo que es aún peor: Christa es en realidad Antichrista. Su doble es para Blanche la encarnación del Mal y tras la admiración que despierta en los demás está el desprecio que ella siente por quienes la admiran.

La ira o la desaparición.Las tramas literarias cambian, pero los temas en la tragedia son los mismos desde siempre, y entre éstos, la venganza es uno de los más apasionantes. Lo que en “Medea” terminaba con el asesinato de los propios hijos como venganza a Jasón por abandonarla, en el mundo adolescente de clase media-alta de “Antichrista” el castigo es el rechazo, la desacreditación, la vergüenza social. La vuelta a la realidad, el más profundo miedo del mitómano. Lo que despierta realmente la ira de Blanche, lo que supone no ya su despertar, sino su motivo para actuar, es la traición de Christa a sus padres, la conmoción de ver a los “autores de sus días” ridiculizados, traicionados, burlados. Porque Blanche se rebela contra Christa, en realidad, motivada por unos valores genéricos y necesarios para ella: la confianza en que, finalmente, la generosidad merece más admiración que la burda simulación de carisma.La ira, en definitiva, es un método de defensa mediante el cual advertimos a nuestro adversario de que lo siguiente es la violencia. Es la reacción física que actúa cuando las convenciones

o aprendizajes no nos dejan reaccionar intelectualmente, el mecanismo que viene a superar a la culpa para que logremos expulsar algo de nuestra vida, sin posibilidad de reparación. Blanche se siente culpable al pensar mal de Christa; Blanche la disculpa constantemente. Pero su cuerpo no lo soporta. Como en toda relación parasitaria, cuanto más fuerte está el parásito, más débil está su víctima. Cuanto más éxito tiene Christa, más invisible es Blanche. Cuanto más quieren sus padres a la intrusa, menos quieren a su hija. Si Blanche ya era invisible antes de que Christa llegara a sus vidas, en la novela Blanche se acerca

a la desaparición, y si entre sus compañeros ella ni siquiera existía, ahora tiene incluso mala fama. Blanche hará acopio de control de su ira, ya que en la novela nunca se llega a la violencia, para llevar a cabo esa vuelta al orden, hacer justicia y evitar su desaparición.Sin embargo, en “Antichrista” la ira no vive sólo en Blanche. Existe un modo de sentirla cuyo objeto es todo cuanto nos rodea. Siempre a la defensiva, algunas personas ven en el Otro una amenaza constante, un enemigo en lo que se convierte en una relación unidireccional de desconfianza y ataque, motor de la odiosa Christa, víctima de esa ira adolescente incomprendida. Conviven, entonces, en el libro, esos dos modos de ira que

funcionan como un espejo de una realidad en la que todo el mundo se siente atacado. La ira de Blanche está controlada y quiere que se haga justicia; la ira de Christa es incontrolada y su venganza proviene, tal vez, del dolor del caprichoso, de quien pensó que podía tenerlo todo. Quizá Blanche no siente ese dolor, y se debate sólo consigo misma, porque del mundo nunca esperó nada.

“A los seis años, desnudarse no significa nada. A los veintiséis

años, desnudarse ya se ha convertido en una vieja

costumbre.A los dieciséis años, desnudarse

es un acto de una inusitada violencia.”

“-Claro -comenté pensando que si la ridiculez fuera mortal, la intrusa habría desaparecido

tiempo ha.”

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n José Braulio Fernández Riesgo

También las épocas forjan el carácter de las personas. En un entorno rústico como el de “La barraca”, de Vicente Blasco Ibáñez (Valencia, 1867-Menton, Francia, 1928), los hombres, como los animales, deben proteger sus intereses y a sus familias, empleando para ello todas las armas a su alcance, construyendo incluso leyendas que los protejan de los intrusos, aunque éstas sólo sean un producto de sus propios temores.

Sería inconcebible en un entorno moderno y cosmopolita, como el que nos ha tocado vivir, en el que la Justicia vela por nuestros intereses y nos plegamos ante ella cuando dicta sentencia, que pretendiésemos impartirla con nuestras manos.

En “La barraca” los hombres son su propia Justicia, ni siquiera el respetable Tribunal de las Aguas impide que sus sentencias se transgredan. El mundo del huertano se limita al trabajo en sus campos y a su familia, y en menor grado a relacionarse con otros huertanos; todo lo demás pasa inadvertido, porque el resto del mundo no se preocupa por él y él no se preocupa por el resto del mundo. Y es su propia Justicia porque en la huerta impera la ley del más fuerte, o la del más hábil, lo saben hasta los más pequeños, como en la selva, como los animales.

“¿Y todo por qué? Por la injusticia de los hombres, porque hay leyes para molestar a los trabajadores honrados... No

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apita

les:

Ira

Los sentimientos

desbordados

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debía pasar por ello. Su familia antes que todo. ¿No se sentía capaz de defender a los suyos de los mayores peligros? ¿No tenía el deber de mantenerles? Hombre era él capaz de convertirse en ladrón para darles de comer. ¿Por qué había, pues, de someterse, cuando no se trataba de robar, sino de dar vida a la cosecha, a lo que era muy suyo?”

El autor gusta de agitar a las masas con algunos de sus escritos. “La barraca” está cargada de motivos que suscitan controversia, con personajes que nos mueven a la compasión, al rechazo, a la ternura, al odio. Batiste llega a una huerta árida, áspera, inculta, con el único equipaje de una familia hambrienta e ilusiones por las que se dejará la sangre en cada azada. Azotado por la vida, aquel pedazo de tierra encierra todo cuanto anhela, sobre él depositará cada gota de sudor, cada mandoble recibido en su espalda a manos de su pasado; ese pedazo de tierra representa todas las humildes aspiraciones que en su pasado le fueron negadas a él y a toda su familia, vagabundos en busca de un techo y un pedazo de pan que llevarse a la boca.

En una huerta privada de la guía de la humanidad y de la justicia, todas las imperfecciones y los vicios se reproducen como los hierbajos en la tierra abandonada. Vivir en la huerta nunca es una tarea sencilla: el trabajo es mucho y los beneficios no siempre son los esperados; un nubarrón puede dar al traste con semanas de abnegado trabajo. Sin embargo, las rentas no se perdonan, los terratenientes aprietan, los huertanos sufren, sufren sus familias. Es preciso recurrir a todo lo que se ponga al alcance para atenuar los sufrimientos, para sobrellevar la rígida e intransigente vida en la huerta, acogiéndose si es preciso a la amenaza, a la superstición, a la violencia, a la humillación. Y estos factores no se crean de forma premeditada: germinan al albur de las circunstancias, crecen espontáneamente junto al individuo, que, primario y montaraz, los considera propios de su condición, una característica más de su acervo, connatural al individuo.

Allá por el siglo XVI, Fray Antonio de Guevara escribió “Menosprecio de corte y alabanza de aldea”, obra en la que son varios los tópicos de la tradición literaria renacentista sobre los que diserta. Todos estos tópicos se encaminan a ensalzar la vida en el campo en detrimento de la cortesana, plagada de vicios e intrigas, idealizando la vida del campesino y del pastor por ser más virtuosa en contacto directo con la naturaleza. La “Arcadia”, de Jacopo Sannazaro, es una novela pastoril en la que el autor nos dibuja un entorno idílico lleno de paz y armonía, un entorno de pastores, carente de maldad, altruista, compasivo, humano. Ponemos estos dos ejemplos (hay muchos más) para oponerlos a la historia que nos ocupa. Blasco Ibáñez regresa al campo en “La barraca” más de tres siglos después, pero no es aquel campo ecológico de belleza inmarcesible, integridad, elevado sobre la corrupción de la que huían, casi onírico; se trata de un campo adusto, de un campo con todos los defectos de espíritu cortesanos rechazados por Sannazaro y Fray Antonio de Guevara (éste, por cierto, infatigable cortesano) en aquel Renacimiento que tan lejano nos queda. Los huertanos de Blasco Ibáñez (huertanos de alma cortesana) son intrigantes, son holgazanes, son desleales, son violentos. El contacto con aquella naturaleza renacentista dotaba a cada uno de sus ocupantes de facultades cuasi divinas, facilitaba la interacción, la comunicación entre los pastores que siempre poseían intereses comunes, despojados de aspiraciones materiales, disfrutando todos ellos de sanas costumbres y virtudes. Esta naturaleza de “La barraca” explota las pasiones primitivas de los seres humanos, conspira para extraer de ellos su lado más elemental, tosco y rudimentario: el contacto con esta naturaleza es el contacto

con una fuerza sobrehumana que explora el fondo atávico de los huertanos y los desnuda de su ya escaso civismo.

Cuando el hombre es despojado de los atributos fundamentales que lo humanizan, afloran los instintos primarios, las cualidades del hombre primitivo que encontraba en la violencia una fuente de recursos para alcanzar sus fines. Llegados a este estado de violencia latente residente en el hombre enrudecido, asilvestrado, vulgarizado a fuerza de escarmientos, una presunta amenaza personificada en una familia que rompe el statu quo desencadena la furia adormecida siempre a la expectativa. Cualquier desafío al orden establecido es pretexto suficiente para poner en práctica lo convenido, a toda costa, incluso a costa de la vida. Los fines justifican los medios. Las fieras defienden a su prole con su vida, la huerta está habitada por fieras, por fieras con su prole que se extiende a sus tierras amenazadas, a su tranquilidad, a su perezoso y cansado transcurrir de la vida. Esa humilde familia de Batiste intimida a los oriundos huertanos, a los que nada ni nadie disuade: el odio existe, está dormido, necesita una coartada para emerger; las simpatías están proscritas en pos de un propósito común; la huerta no admite extraños.

Y aquí es donde va a parar Batiste con su familia, a un lugar en el que cualquier visitante es odiado como mecanismo de defensa. Batiste es un hombre honrado y trabajador al que las circunstancias incitan a la violencia, quizá esas tierras realmente están malditas. La llegada a unas tierras largamente abandonadas excita el ánimo de Batiste y emprende los trabajos deseoso de obtener el rendimiento que alimente a su familia. El tío Tomba, un anciano que cuida de un rebaño de ovejas, le advierte del peligro de su estancia allí, es la única persona que ha dado señales de vida. La permanencia en el lugar acarrea unos hábitos de los que los miembros de la familia no pueden escaparse: los pequeños deben acudir a la escuela, los mayores deben trabajar en la huerta y la muchacha debe trabajar en la fábrica de seda de Valencia. Los niños probarán en sus carnes la maldad de los niños, individuos inocentes degradados por las habladurías de los mayores; la muchacha degusta las mieles del primer amor frustrado; y los mayores deben resistir y defender el fruto de su esfuerzo. Todo esto sería lo natural en condiciones normales, de no ser por

el entorno corrupto que rodea a su barraca, envidiada desde el primer día que la observan relucir y revivir.

“-¡Lladre... lladre: no t’escaparàs!- rugió Batiste, disparando su segundo tiro desde el fondo de la acequia, con la seguridad del tirador que puede apuntar bien y sabe que hace carne”.

Las disputas se dirimen con armas, porque si no matas, te matan: siempre es preferible acabar con su vida antes de ser pasto de los gusanos. La Justicia de los huertanos es de otra índole, se aplica cuando la huerta lo requiere, depende del odio acumulado y la rabia que brota en el momento de aplicarla. Después de cada efímera calma, una tempestad aguarda oculta en algún oscuro rincón. Blasco Ibáñez nos proporciona pocos momentos de tregua, el ambiente se hace irrespirable, la abyección atraviesa las páginas dejando en la retina escenas espantosas que causan una angustiosa impresión. Imposible abstraerse de tanta infamia.

En 1979 se estrenó en Televisión Española la serie homónima inspirada en la novela de Blasco Ibáñez, que se puede encontrar en los archivos de la página web de la cadena. Para escribir esta reseña tuvimos la feliz idea de visionarla por primera vez.

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Ira

n Robert Fornes

Un barril lleno de venganza

Ira y venganza son dos hermanas que compiten desde los extremos por el favor de los mortales agraviados. La primera es impulsiva, grosera y caliente, como una descarga eléctrica. La segunda, reflexiva, refinada y fría como una barra de acero galvanizado. Montresor, noble protagonista del cuento, conocía bien la diferencia de temperatura entre ambas. Había probado, injuria tras injuria, la sal picante de la rabia de manos de Fortunato, y al paladear el frío suave de la revancha decidió que ésa era la receta que iba a aplicar. Así que, justo desde el momento en el que la postrera gota del insulto colmó el vaso, Montresor tomó la determinación de vengarse de su agresor de una manera brutal y notoria, pues para él la venganza no es tal si el agraviador no es conocedor fehaciente de quién le propina el castigo. Pura ley del talión; tú me das, yo te la devuelvo.

Eligió para la consumación una noche festiva, en plena

celebración del carnaval. Los ánimos de juerga prendidos, serpenteando éstos por entre los húmedos adoquines de las calles que confluían quebradas una sí y otra también en dirección al río. Acondicionó su palazzo para la ocasión, dispensando ex profeso a los sirvientes hasta el día siguiente, y diseñando la trampa de manera que, una vez cerrados los portones de la entrada principal, nadie se percatara de la caída en la telaraña del italiano fanfarrón, que en el momento de ser abordado en la calle por su matarife iba vestido de payaso, coronado su disfraz por una ridícula campanita sonajeando en el ábside de su sombrero, y bebido como una cuba.

Montresor salió a su encuentro convencido de que la manera más indicada para conseguir atraer la atención de un fanfarrón es decirle que hay otro fanfarrón que le discute un argumento. Así, razonó él, dispondrás de tu víctima para la empresa que sea precisa, no importa la dificultad que

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conlleve. El bocazas de cuna no admite competencia. Él es el más ilustrado. Y en tema de vinos, Fortunato, como buen italiano, se creía una eminencia. Y seguramente lo fuera. ¿Pero sería el más entendido de la ciudad? ¿Más que su enemigo en las discusiones de salón, el lamentable Luchesi? Quién sabe. El caso es que Montresor lo atrajo hacia las catacumbas de la casa con la excusa sibilina de mostrarle un barril recién adquirido de lo que, a su juicio pretendidamente torpe, podría ser excelente amontillado. Fácil lo tuvo, pues Poe trazó al ajusticiado como alguien poderoso en otras circunstancias pero débil, grotesco e incluso pueril en el momento del asalto. Buen truco, Edgar; la sensación de venganza, cuando es pergeñada contra alguien aminorado, genera incluso mayor desazón en el espíritu. Para todo ello se valió de un truco: un señuelo. El barril de vino amontillado. Veamos; ¿qué ocurriría si yo detectara aquello que más te apasiona a ti y te dijera que vinieras a un lugar apartado a disfrutarlo? ¿Vendrías? ¿Y si hubiera vencido todos tus recelos a base de buenas maneras y vino? ¿Lo harías? ¿Y si finalmente te dijera que si tú no lo deseas, tu enemigo Luchesi sí querría disfrutarlo? ¿Lo harías entonces? Fortunato, sí. No importó que estuviera borracho. Quizás hasta eso estaba calculado. Ni con una gripe monumental. Ni vestido de bufón. Él tenía que evaluar la calidad del caldo de cualquiera de las maneras. Con esa hábil maniobra prendió la mecha de la curiosidad y condenó la existencia de Fortunato a un final horrible.

El calor de la ira y el solivianto se enfrentan con el frío de la revancha, así como el cálido bullicio festivo de las calles se refleja contra la humedad oscura y salina de las catacumbas. Y ambos termómetros bajan de temperatura de manera paralela en esta historia. Un viaje a las profundidades de la ciudad y de la mente humana. Conforme los dos protagonistas se adentran en lo más profundo y recóndito de los sótanos del palazzo, el frío y las tinieblas se adueñan poco a poco de la lastimosa existencia de la presa. Y poco importa en realidad que el verdugo lo mantenga motivado a base de darle a probar varios licores de los que reposan en botellas añejas tomadas de las cavas improvisadas entre osario y osario. Montresor juguetea con la víctima, lo emborracha, lo convierte en una triste veleta a merced de su macabro plan. Hace entrar a Fortunato en su oscuro cadalso particular por su propio pie y con aire decidido, sólo por demostrar que sabe distinguir senza problemi un amontillado de un jerez. Lo conduce hacia la parte más profunda de las catacumbas a través de bóvedas bajas, escaleras retorcidas, pasillos oscuros flanqueados por esqueletos y ratas pestilentes, desvistiendo con frío y licores la resistencia pasiva de la persona ajusticiada. Allí, en la oscuridad más absoluta, donde ni las luces de las antorchas son capaces de revelar el macabro fin que le espera, es donde Fortunato se adentra, engañado y borracho. Esa cripta de techo bajo es el lugar donde teóricamente descansa el tonel. En su estado, no es capaz de ver las gruesas cadenas

de hierro que penden de dos argollas en las paredes de la cueva. Y la angustia comienza a apoderarse de él sólo al notar que Montresor las ha descolgado y lo inmoviliza con ellas, impidiéndole moverse y escapar por lo tanto de su segura tumba. En principio su resistencia es tímida, desprovista de alarma y más tendente a pensar que se trata de una broma pesada. Es solamente consciente de su fatal desenlace al ver que Montresor lo abandona en la cripta, levantando con parsimonia aterradora un muro de piedra y mortero. Al apagarse su antorcha y sentir el abrazo gélido de la oscuridad, el pobre ajusticiado abandona la embriaguez de golpe y acelera el ritmo de sus gritos. Inútil. Está ya condenado.

Poe se saca de la manga un desenlace espantoso y truculento para restañar el honor herido. Podría haber dibujado para él un final a espada, o a arma de fuego. Un despeñamiento, un asalto en la noche con paliza mortal, una copa con veneno o unas botas de cemento luciendo pesadas en el fondo del canal. Pero el autor se asegura de proporcionarle al pobre Fortunato una muerte imaginativa, lenta y salvaje. Un mensaje definitivo sobre lo poco conveniente que resulta cruzarte en la vida con determinados personajes que tienen, como en el caso de Montresor, un lema del estilo de “Nadie me ofende impunemente”.

Toda la potencia narrativa del universo Poe se pone al servicio de la venganza. En la descripción y el diálogo. Se respira pura vendetta en las sensaciones primitivas que el bostoniano es capaz de utilizar para retratar con una exactitud fuera de lo común los acontecimientos que aparecen desfilando al leer el relato. Mezcla frío, horror, venganza e incluso una buena pizca de mordacidad –el brindis de Montresor por la larga vida de su víctima es sencillamente magistral– en un completo cóctel de fiesta que nos ofrece a todos en copa de cristal oscuro. Por ello, siendo conocedores del lado sombrío del ser humano que Poe retrata con tantos matices, convenimos que, quizás con menos imaginación, pero con semejante intensidad, nosotros probablemente habríamos actuado de una manera similar.

Tomemos la copa que el autor nos presta y, al desear a voces salud y eterno descanso, brindemos con alegría por la oscuridad del alma. Bebamos de ese licor por Montresor, por la cripta, por el barril de amontillado y por el pobre infeliz de Fortunato, al que ni la calidad de su propio nombre le salva de pagar en fría venganza por las injurias vertidas, pues todas estas diferentes facetas conforman, en suma, la piedra irregular, dura y porosa que es el comportamiento humano.

Requiescat in pace!

La ira no se podría entender por sí misma sin otras emociones con las que está íntimamente relacionada, como el amor y el orgullo, que, cuando se ven vulnerados, provocan esa sensación de indignación y enojo

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n Francisco Jurado Chueca

¿Por qué? Reían y gritaban y volvían a tirar los cubiertos sobre el plato y a reír implacables. Eran casi las 11 de la noche de un día hambriento y seguían allí, rompiendo el pan y riendo. Entonces giré. Sólo una vez giré para intentar entender, pero no. No entendía situación ni palabra alguna y ya pensaba en otra alternativa por los alrededores. Pero por qué otra alternativa. Sí, en San Lorenzo, barrio histórico y bombardeado de Roma, el

aire que se respiraba ya estaba contagiándose de mi ira aquella de preguntarse una y otra vez por qué debía de soportar esta falta de respeto. Pedí la cuenta. Dejé media botella de vino llena. Caminé. Caminamos de la mano. Apresuramos el paso porque el tranvía, el mítico 19, parecía que nos estaba esperando. Sí. Nos íbamos, pero para mí no habíamos festejado lo suficiente. Después de diez minutos, junto a los chirridos del freno, seguía

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Peca

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les:

Ira

La ira, la venganza, las ansias de ser juez y verdugo. Instintos animales que nos asaltan

cuando sentimos que los más débiles son pisoteados por la suela puntiaguda y pesada de

una sociedad deshumanizada. El mundo rural no es ajeno a esta irracionalidad.

“entre comidas” de Don Corleone

La ira

El Padrino consideraba que las amenazas eran peligrosas, cómo no, pero que la ira, si no había

sido previamente meditada, era aún más perjudicial que todas las amenazas juntas.

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ronroneándome el porqué. Dos y tres paradas. Dos chicas camino al baile sabatino. Tres paquistaníes sentados y dos italianos de pie con la bufanda en ristre que hablaban de la fantástica película que acababan de ver. El director era tal. La actriz maravillosa. Y a mí qué me importa y por qué os escucho. Che cazzo. Y claro. Eso es. Aquellos de la célebre trattoria que sigue con el mismo menú desde hace más de veinte años estaban hablando en siciliano. Claro. Y todo se reveló y todo se despertó y resonó:“Solo col figlio, sfogò la rabbia, imprecando contro il grosso Sony in dialetto siciliano, un linguaggio di gran lunga più efficace di qualsiasi altro per esprimere la collera”.Don Corleone lo sabía y yo ahora lo comprendía. Salvo que en esta ocasión la ira fue mía y no la de los sicilianos. No la que encontré en cada una de las páginas mientras leía “Il Padrino”, de Mario Puzo.Evidentemente, no es difícil toparse con la ira en estas páginas. Lo delicioso es ir descubriendo la infinidad de tipos de iras que pueden existir o brotar en uno mismo. O no. La suculencia del libro radica en que además de la infinidad de tipos de ira que podemos manifestar, nos revela los innumerables gestos que desarrolla nuestro cuerpo al ser contagiado o atacado por una de las iras. O no. Lo que sorprende en el paladar son las infinitas actitudes que volcamos para esconder la ira, y con más precisión podría afirmar las diversas y contradictorias situaciones que con facilidad nos llevan a convertirnos en mera ira. Entera. Sediciosos desde los pies hasta la punta del dedo índice en alto.En “El Padrino” lo primero que nos ofrece Mario Puzo es la ira de la impotencia. La rabia de una pequeña familia que no puede hacer mucho, mejor decir nada, al comprobar la forma en que la justicia se comporta con los que tienen poder y difunden. Ese poder de poder hacer lo que les apetezca y que a menudo corresponde a un paladar nada fino. Y frente a ello, la ira de pueblo. Ira proletaria y silenciosa que, paso a paso y en las calles, o tiritando dentro de casa, se va alimentando.Y así, acto seguido, Puzo nos brinda el segundo de los platos de los antipastos. Como escenario, una fiesta de gala en el cual poder disfrutar de otra de las iras, aquella que se asoma entre una torta de sagrado matrimonio y una de las

características principales y necesarias de “El Padrino” para poder seguir con vida, intacto y lejano. Ira que no entiende ni busca una amistad ni la complacencia. Si el Don debe socorrer a quienes lo necesitan y se lo piden, éstos deben tener clara y presente durante toda su existencia la más importante de las premisas: la retribución inmediata de aquel favor y de la manera que el Don Corleone lo solicite, no siempre cómo lo necesite. Si no es así, caería sobre ellos toda la ira jamás imaginada.Y entonces seguimos masticando y nos damos cuenta de que no se trata de la ira superficial, claro que no, no aquella que para mí es una de las iras más despiadadas. Aquella que no actúa en el momento inmediato, en medio de la euforia. No es la popular vendetta, la que muchas veces se convierte en venganza adolescente, cruda y paupérrima. No. No la más sangrienta y convincente que recae sobre los más próximos. Tampoco es la ira contenida que tiene como único fin acabar con

la vida de inmediato del causante de tan virulento pecado. O no. La ira que puede esperar días o años. No. Tampoco es la ira que carcome, que avisa, que te dice así no. Peor. Aquella que te sirve en la cama la cabeza de un caballo negro de pura estampa y de miles de millones de dólares. No la que genera más ira. La rústica y mal oliente. La que llama por teléfono y vocifera y te amenaza y se retuerce de pie y te restriega por la cara que el peor error es haber osado jugar con él y que escupe con los dientes infectados que no se te olvide a quién le pertenece esa rabia y que cuenta con amigos más atrevidos, regordetes y sin ningún r e m o r d i m i e n t o . Políticos en activo. No. No es ésa la ira que conduce al Don. O el Don. No la pusilánime ni la de inmediata cara roja.Un sorbo de agua y tenemos la certeza de que no es la que después calla para bajar la cabeza aunque siga rumiando y continúe creyendo que su madera de ira

es poderosa. No. La ira de “El Padrino” ondula y se bifurca entre aromas delicados, mientras un par de ‘familias’ en disputa intentan desmenuzar siempre su rabia por no poder hallar al Don para matarlo entero, aunque se piense lo contrario. Él se escabulle sin decir una palabra. Se contrae. Se difumina por segundos en la lengua de los otros jefes de las otras familias. Nunca se esconde. Conoce cada uno de los movimientos de sus compatriotas, y a veces enemigos,

“Nadie había visto al Don proferir

amenazas abiertas contra persona alguna, nadie le

había visto jamás irritado”.

Ser el que dice las dos primeras palabras en un escenario adverso en muchos casos es sinónimo ya

de no poder contener la rabia. De debilidad

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que a menudo se sientan en la mesa con la ira de saberse menos, no tan inteligentes y menos hábiles y elocuentes. El Don sabe que es dueño de la ira estudiada, la estratégica, la que se alimenta de la cólera y los golpes pequeños, aunque duros, de sus adversarios. Con coraje calla y alza la mirada. Así es “El Padrino” de Puzo. Constrictor. Sincero consigo mismo. Dependiente de la reserva despiadada y nunca impertinente. Nunca indiferente. Vehículo y creador de valores que pelean entre sí, que dan la cara sólo para embestir. Rostros que aprovechan su visibilidad para asestar el golpe en el momento más oportuno. La confianza de saberse vencedor es una debilidad. Decir apenas dos primeras palabras en muchos casos es sinónimo de no poder contener la rabia.Quizá tal vez por eso antes de saber su final, antes de tantos pasos. Plaf. En el centro de la novela, en medio de su vida, como un plato fuerte, Don Corleone por primera vez ha sido derrotado. Y ello sólo debido a una acción de uno de sus hijos. Santino. O Sonny, como lo llamaban todos.“A solas con su hijo, dio rienda suelta a su ira, reprendiendo muy duramente a Sonny en dialecto siciliano, el mejor de los lenguajes cuando se trataba de expresar ira y enfado”.Es el Don entonces quien en los inicios de consolidar sus dominios y formas reprende de manera constante a su hijo Sonny por los juveniles arrebatos de ira que este último está

protagonizando. No quiere que pierda tan pequeño esa batalla ni tampoco que muestre sus armas. El orgullo quiere mantenerlo discreto y en familia. Nadie había visto al Don irritado. Nadie verá en toda su vida a Don Corleone blandir amenazas. No. Su ira es tranquila, de siete corazones, y al parecer es uno de los instrumentos que lucha por ocultar, porque irradia sospecha, delata la posición de uno. Muestra a un sencillo ser de carne, sangre y huesos.No obstante, ello no fue suficiente. No debemos olvidar que años después vencerá la ira de sentirse culpable por creer estar fuera de todo. Ira que transformará un sueño intelectual en una fiera calculadora, animal en busca de su presa y su muerte. Un postre que con la miel en la boca nos afirma que sólo la ira que el Don va a dejar como herencia es la que vence.En conclusión, la ira no es un pecado. Tampoco comer tanto. Pecado es no saber manejar cada uno de los nervios internos y externos que nos conducen a enfrentarnos desnudos y a trompicones estúpidamente valientes. Pecado en “El Padrino” es creer que la ira es un arma eficiente que ha de comerse o beberse de un solo sorbo. Pecado es, por supuesto, conciliar la ira como pizza al taglio.Entonces nos bajamos del tranvía. Del 19. Dos calles oscuras. Aún más enfadado. Ya con todos. Por supuesto, no hallamos otra alternativa y me fui, una vez más un día de celebración, temprano y solo a la cama.

La ira de Don Corleone no es la popular vendetta. Aquella que se convierte en venganza adolescente,

paupérrima e iconoclasta

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n Ana Feito

— ¿Temes a la muerte, Espartaco? —No más que a la vida.Una publicación de Historia trae este mes un fantástico DVD sobre los siete monumentos más espectaculares de Roma: las Termas de Caracalla, el Panteón, la Vía Apia, el Circo Máximo, los acueductos, el Foro de Trajano Lo veo sin pestañear, pero el momento en que se me abren los ojos como platos es cuando aparece una imagen en 3D en la que se reconstruye lo que ellos llaman “el edificio más infame de la Historia”: el Coliseo. Triste descripción para uno de los edificios más impresionantes de la Historia. Pero, por mucho que me pese, es cierto que, si nos ceñimos a los hechos históricos, dentro de sus muros 80.000 personas podían disfrutar de las más espeluznantes escenas de combates, sangre y muerte. A la narración del DVD le acompañan imágenes de gladiadores

en la arena y romanos sedientos de sangre que gritan y apuestan en las gradas mientras hombres reducidos a la condición de bestias se despedazan. Eso también es Roma, la eterna.He podido visitar la Roma moderna, ver y tocar el Coliseo entre actores disfrazados de legionarios con los que te puedes sacar una foto y vendedores ambulantes de baratijas. Impresionada por su majestuosidad, fue muy fácil que mi imaginación echara a volar hacia el pasado. Gracias a Hollywood la imagen que tengo de esa época es la de hombres ataviados con ricas túnicas orladas en púrpura, mujeres de peinados elaborados que descansan en triclinios y disfrutan del frescor de los atrios de sus villas, emperadores que tañen liras y vuelven jubilosos de recientes conquistas mientras los romanos les aclaman como héroes. Roma, dueña del mundo

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¡Yo soy Espartaco!

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conocido. Pero Roma tiene otra cara. Como monarquía, república e imperio se apoyó durante siglos en los hombros desnudos y débiles de millones de esclavos robados de sus tierras y condenados por el único crimen de no ser ciudadanos romanos. Esclavos que trabajan, sirven, entretienen y luchan en la arena.Todos hemos visto en alguna ocasión escenas de luchas de gladiadores. Hombres armados que esperan en la arena de un anfiteatro a que salga la muerte disfrazada de hombre o de bestia. La imagen ha llegado a ser algo tan común en películas o series de romanos que ya no nos impacta demasiado, pero en un ataque irracional de empatía uno puede atreverse a pensar qué se podría sentir en esa situación. Abandonemos por un momento el sofá, o la cama, y la relativa seguridad de nuestra vida moderna. ¿Sentiríamos miedo? ¿Ira? ¿Rabia? ¿Sed de venganza? ¿Rezaríamos a nuestros dioses suplicando su ayuda? El escritor estadounidense Howard Fast nos ayuda en ese ejercicio empático al describir la condición del gladiador romano en su obra “Espartaco”, y sí, confieso que durante su lectura me dejé llevar por un profundo sentimiento de ira hacia Roma y apoyé al Tracio en cada una de sus acciones contra los romanos. Fast escribió “Espartaco” tras salir de la cárcel en 1951. Había sido condenado por negarse a entregar al Comité de Actividades Antiamericanas una lista de los miembros de la organización denominada Joint Antifascist Refugee Comittee (Comité de Ayuda a los Refugiados Antifascistas). Ser comunista en los EE.UU. durante la “caza de brujas” promovida por el senador McCarthy era casi comparable a ser terrorista hoy en día. Por dicha persecución el libro fue incluido en la lista negra y retirado, junto con otros 30.000, de las librerías y bibliotecas estadounidenses. Otra razón más para leerlo. La historia comienza con el viaje de tres acomodados jóvenes romanos desde Roma hacia Capua por los caminos que han sido reabiertos dos meses antes. La gran rebelión dirigida por Espartaco ha sido sofocada y los esclavos que en ella participaron han sido castigados de forma ejemplar. El resultado son cientos de cuerpos crucificados que se pudren a ambos lados de la vía Apia, bajo el sol. ¿Cuál de ellos es Espartaco? No pueden evitar preguntarse los viajeros. Como la mayoría de romanos no le conocen, el rostro del Tracio es recordado por muy pocos, ya que antes de la rebelión nadie se fijaría demasiado en los rasgos de un esclavo y menos aún en los de un gladiador. En su camino, el grupo para a descansar en casa de unos familiares, Villa Salaria, donde coinciden con el general Licinio Craso, vencedor de la guerra contra los esclavos, y el quaestor Marco Tulio Cicerón. Y es en esa Villa donde el general que se enfrentó a Espartaco cuenta su historia. “No era un hombre muy grande tampoco muy fuerte, pero estaba poseído por la furia. Ésa es la palabra, precisamente. Cuando luchaba con sus propios brazos, era algo así, una furia, una cólera”. Así recuerda el general Craso a su rival en una de las pocas descripciones que tenemos de Espartaco.“Roma da y Roma quita (…)”. ¿Quién era el hombre, Espartaco? Sabemos que nació en Tracia y que Roma le dio su condición de esclavo arrancándole de su tierra natal para llevarle a morir en vida a las minas de la lejana Nubia. Consiguió sobrevivir y, tiempo más tarde, Roma le otorgó el dudoso honor de convertirle en gladiador en la escuela de Lentulo Batiato, en la ciudad de Capua. Roma le quitó su libertad y su condición humana. “No es fácil tratar a los esclavos y los caballos ( )”, aseguran los romanos. Pero Roma no le supo quitar las ganas de vivir, y sobre todo Roma le dio la fuerza para originar y comandar uno de los mayores levantamientos en suelo romano de su historia. Espartaco, el Tracio, sacudió la República de Roma hasta sus cimientos.La rebelión de Espartaco comienza a gestarse de repente, en una mañana en la que se ha de enfrentar a muerte contra otro de los gladiadores; así lo han exigido los romanos que pagan por el espectáculo. Mientras le preparan para el combate con baños calientes y masajes de aceite, Espartaco piensa “( ) solamente en Roma había llegado a ver que se educara y adiestrara a hombres con el fin de que se despedazaran a cuchillazos y se desangraran en la arena para risa y emoción de hombres y mujeres bien educados.” Ya en la arena del

ludus, el gladiador contra el que se ha de enfrentar carga contra los romanos que asisten al combate, pero antes de poder acercarse a ellos, los soldados de Batiato acaban con su vida. Espartaco mira impasible lo que ocurre, sabe que si se mueve es hombre muerto, pero por dentro la ira ha encendido la llama del levantamiento.La ira es furia y violencia, enojo, deseo y apetito de venganza. A la cabeza de la rebelión que acaba de comenzar está el triunvirato formado por Espartaco, Enamao (Gannico en el libro de Fast) y Crixo. Una vez han escapado de la escuela de Batiato, esclavos y gladiadores tienen en sus manos la oportunidad de hacer realidad los deseos de venganza, de satisfacer ese apetito; la ira se extiende imparable contra Roma. Dos años tardarían las todopoderosas legiones romanas en ganar la que se conocerá como la III Guerra Servil o Guerra de los Esclavos.“Espartaco es un misterio, por lo menos en lo que a nosotros concierne”, dice Cicerón en el libro. Con el paso de los siglos, Espartaco continúa siéndolo. Tenemos pocos datos sobre su vida, centrados sobre todo en la rebelión iniciada en el 73 a.C., pero lo que podemos asegurar es que fue un hombre valiente que se atrevió a plantarle cara a la poderosa Roma; vivió y fue perseguido como un rebelde y murió luchando por la libertad. Quizás Espartaco hubiera sonreído al saber que siglos más tarde llegaría un día en que, según palabras de Howard Fast, “Roma sería arrasada, no solamente por los esclavos, sino por esclavos, siervos, campesinos y bárbaros libres que se les unirían.”Hace años, cuando pensaba en Espartaco, veía a Kirk Douglas colgado en aquella cruz en algún camino de Roma. De pequeña iba con los romanos, igual que iba con los vaqueros, porque los “malos” eran los que se sublevaban, luchaban y mataban a los “buenos” que les habían conquistado para darles una vida mejor y más civilizada. Ahora si pienso en Espartaco veo los ojos azules de Andy Whitfield y el salto que le lleva en el último capítulo de “Spartacus, Blood and Sand” al balcón donde los invitados de la casa de Batiato comen y ríen mientras en la arena mueren los gladiadores. Y grito con él con la misma rabia que le lleva a lanzarse contra su dominus: me dejo llevar por la ira y salto del sofá animándole a continuar.

“Sabemos lo que somos, pero aún no sabemos lo que podemos llegar a ser.”

Andy Whitfield (1972-2011) como Espartaco.

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Ira

n María Sevilla

“A sangre fría”,la infección de la ira

“¿Crees que me gusto a mí mismo? ¡Oh, Dios, el hombre que habría podido ser! Pero ese bastardo jamás me dio la oportunidad”

Truman Capote dijo, refiriéndose al ambiente en el que se sucedieron los hechos, que en la sociedad americana existían dos mundos paralelos que andaban a la zaga y que se encontraron en la noche del 14 de noviembre de 1959, en la sólida casa de la familia Clutter. Por un lado, la vida apacible y sosegada de los vecinos, el mundo servicial y anodino de las familias trabajadoras que asisten a la iglesia todos los domingos y preparan grandes fiestas de acción de gracias. Por otro, el

mundo de los asesinos Perry E. Smith y Richar Eugene (Dyck) Hickock, el mundo de los descastados, de los perdidos, de los nacidos con la marca de Caín. La tierra cenagosa en la que se hundían las raíces del propio Capote.

El escritor nació en 1924, en Nueva Orleans. Sus padres se divorciaron cuando contaba con tan sólo cuatro años. Su madre, alcohólica e inquieta, le dejó primero al cuidado de los abuelos y después de unos familiares de Moroeville (Alabama), en donde conoció a la que sería su gran amiga y confidente, Harper Lee, quien le asistió fielmente en los siete años de trabajo sujetos a la construcción y redacción de la brillante novela “A sangre

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fría”, publicada por Random House en 1965, cuando el ya más que presente Truman Capote decidió alejarse del escaparate neoyorquino de diamantes, champagne y fiestas, en que reinaba por aquel entonces, para sumergirse en un mundo que le era mucho más que cercano. Él, que no había intentado en toda su vida otra cosa que huir de sí mismo, de construirse una campana de cristal en la que resonaban sus risas histéricas y sus comentarios desbordantes de ingenio y mordacidad, decidió volver a su ciénaga personal para intentar salvarse del desastre inminente.

El propio Capote había tenido una infancia difícil, tormentosa a la manera tradicional. Un chico peculiar que sufrió burlas y golpes, un muchacho extraño en el sur, devuelto una y otra vez por la gente que lo acogía. Probablemente su ira, como la de Perry Smith, tenía un poso bien asentado. Quizá por eso se sintió extrañamente unido a él, arrastrado por su reflejo. No podía dejar de lado lo que éste había hecho, pero se acercó peligrosamente a la comprensión de lo que todo el mundo daba por incomprensible. Fueron los Clutter como podía haber sido cualquier otro.

“Quería correr aquel riesgo. Y tampoco fue por nada que pudieron haber hecho los Clutter. Ninguno de ellos me había hecho ningún daño. Como la otra gente que sí me lo ha hecho. Como esa gente que me ha ido cayendo en suerte en la vida. Puede que a los Clutter les tocara pagar por todos ellos”.

Perry Edward Smith no sintió nada mientras descargaba el rifle sobre sus cabezas. De cada uno de ellos. Dijo tiempo después que fue como si lo viese desde fuera, como una película sin sonido a la que asistía desde el otro lado del marco de la habitación. Que, desde allí, vio cómo él y Dick se movían entre las estancias, nerviosos y excitados, buscando un montón de miles de dólares que nunca encontraron porque jamás los hubo en aquella casa. Toda una mentira quizá elaborada para mitigar el sentimiento posterior, que no las consecuencias morales. Porque Perry no se arrepiente nunca, ni siquiera en el último instante en que pide perdón antes de subir los trece escalones de la horca en la que será ajusticiado. En ese momento –“Carece de sentido pedir perdón por lo que hice. Está casi fuera lugar. Pero lo hago. Pido perdón”- no se arrepiente por los hechos acontecidos, sino por la vida misma. Perry pide perdón por existir. Al mundo y a sí mismo. Es asombrosamente consciente de su estrella, porque se sabe marcado, y el hecho de caer en inocentes engaños acerca de una posible nueva vida que siempre fracasa (hacerse estrella del espectáculo, famoso, erudito…) no hace más que alimentar su ira hacia el mundo que le ha tocado vivir y, por extensión, hacia todos sus semejantes. La cólera aumenta cuando se da de bruces, una y otra vez, con la impasibilidad de su destino. Dick sí, Dick -a diferencia de Willie-Jay, esa especie de “salvador”, compañero de prisión en Lansing y que se evapora como toda esperanza posible- sí es de su misma naturaleza, o al menos sí que pertenece a ese mundo que es el suyo. Por eso, al caer en picado la idea de redimirse junto a Willie-Jay, decide seguirle en sus planes descabellados. A pesar de todo, precisamente a consecuencia de ello.

En el momento en que apretaba el gatillo, en el de la ira sosegada -ésa que no es un estallido, sino una supresión de toda consciencia, un acolchamiento de los sentidos, un entumecimiento de la voluntad-, Smith ve, entre las paredes blancas de la casa del granjero y en la

apacibilidad del sueño familiar, a su madre alcohólica resentida contra el mundo, a su padre refugiado de sí mismo y desencantado de la vida, al hermano capaz de llevar al suicidio a su mujer para luego quitarse la vida, a la hermana amada que se deja caer desde la habitación de un hotel, a las monjas que lo apalearon y casi lo pusieron al borde de la muerte, a los que se reían de su sensibilidad de “niña raquítica”, a la hermana superviviente dulcemente acomodada en un espejismo de convencionalidad y a la que odia con todas sus fuerzas, al compañero de prisión que suponía un espejismo de redención y que finalmente, como todos, también le ha abandonado. A tantos otros que son el pozo de la ira de Perry Smith. Una ira que corre de forma limpia, sin estertores, como el sedal de una caña en el claro de un río, implacable como el zarpazo de un oso.

Todos los que se miran en los ojos de Smith lo sienten.

“… porque la vida de Perry Smith no había sido un lecho de rosas sino una vida patética, un sombrío y solitario proceso de

persecución de un espejismo tras otro”.

Ese chico ha matado a cuatro personas indefensas sin pestañear, los ha arropado y les ha descerrajado sendos tiros en sus apacibles cabezas. Su soledad sobrecoge, y de más está disertar sobre los peligros de la soledad no escogida. Es lo que vio Truman Capote, puede que a él mismo. Capote de no haber escrito, de haber dejado correr el sedal de la ira fermentada.

“No tiene sentido, nada en este caso lo tiene”. Son las palabras que Alvin Dewey, inspector de la KBI (Kansas Bureau of Investigation), padre de familia y amigo del propio Herb Clutter y de todos los suyos, se repite a lo largo de toda la primera parte del libro documental. No tiene sentido por no existir un móvil plausible, no tiene sentido por atroz, no tiene sentido por innecesario e injustificado. Al menos en apariencia, en un primer vistazo que procede de “esa parte del mundo”. Porque incluso Al Dewey, personaje fundamental en la trama y con el que se cierra el libro, acaba

por comprender. Si es que eso es posible. Se sorprende cuando la ejecución de los chicos no calma su ira aposentada, cuando no siente el alivio que se espera. Ese chico no lo ha tenido fácil, eso pensaron todos los que lo conocieron por fin.

Y sin embargo, no hay ni un ápice de disculpa porque no existe tal posibilidad, Capote no trata en ningún momento de justificar el desastre, simplemente lo expone a las claras, pone sobre la mesa la “otra cara”, la doblez inevitable de la vida americana.

El colmo es que ni siquiera los familiares del clan de los Clutter pidan la cabeza de los chicos. “Dios proveerá”. La gente de Holcomb, todos desconfiados y aterrados, no se explican, piden muerte por muerte para volver al sosiego. Pero éste no llega nunca. La hendidura que se ha producido no cierra jamás. Los chicos deben morir, no hay otra. De nuevo la ira, la ira insatisfecha, poso de nuevos desastres. Capote supo también que no había salvación para los de su condición, si acaso la posibilidad de maquillar el camino, de escribir para evitar que salte –antes de tiempo– el cable del sedal que acabará por matarnos a todos.

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¿Qué puede haber más duro que la pérdida de un ser querido? Saber que esa ausencia se debe a que alguien ha querido deshacerse de él para conseguir lo que éste poseía. Y ¿cómo reaccionar cuando uno sabe que a su padre lo han asesinado para hacerse con un trono? Con ira o, más acertadamente, con ganas de venganza.

El joven príncipe danés, Hamlet, anda perdido tras la muerte de su padre. A sus sospechas sobre que su progenitor no ha muerto por causas naturales se le une que su madre, la reina Gertrudis, se ha casado en menos de un par de meses con su tío Claudio, hermano de su padre que, a su vez, se ha convertido en el nuevo rey de Dinamarca. Sus sospechas se ven aclaradas cuando, una noche, la sombra de su difunto padre se le aparece en las inmediaciones de palacio para contarle todos los detalles de su muerte: fue envenenado por su propio hermano para poder convertirse en rey. Hamlet enloquece de ira y sus

pensamientos se centran en vengar la muerte de su padre sin preocuparse por a quién pueda llevarse por el camino.

Su sed de venganza hace que se comporte como si estuviera trastornado. Todos le toman por loco, pero ¿hasta dónde llega la locura del heredero al trono? Si bien es cierto que sus discursos y sus actos se convierten en diatribas que nadie es capaz de entender, no es menos cierto que todo lo que dice y hace persigue un fin muy claro: el de vengarse. Dentro de su locura Hamlet guarda un resquicio de cordura a través del que, durante toda la obra, es capaz de ir tejiendo sus redes de venganza contra todos aquellos que cree que lo están traicionando.

En su cordura hace que un grupo de cómicos represente frente a los reyes la escena de una obra en la que la trama es parecida a la muerte de su padre, para desenmascarar a su tío y a su

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n Laura Alonso

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propia madre. Es capaz de tramar la manera en la que deshacerse de sus ‘amigos’, aliados del actual rey, cuando su tío lo destierra a Inglaterra donde tenía pensado asesinarlo. Además, es capaz de acusar a su madre y a su tío del asesinato de su padre y, hasta en su último instante de vida, encarga a Horacio, su hombre de confianza, que haga llegar por todo el reino la noticia de la traición del rey Claudio.

Pero en su locura también son muchas las personas que se ven involucradas y que salen dañadas. Debido al temprano matrimonio de su madre tras la muerte del rey, Hamlet ve a todas las mujeres como pecadoras, como seres que ocultan su verdadera cara cruel bajo los embelesos de su dulzura y como personas capaces de convertir a los hombres en fieras. Esto hace que deje de interesarse por la joven Ofelia, su hasta entonces enamorada, y se comporte con ella como si estuviera ante el reflejo de su madre y se comportara con ella como no es capaz de hacerlo ante su progenitora. El joven también acaba asesinando, dentro de uno de sus ataques de locura, al padre de su pretendienta. Ella no puede aguantar: los desaires de Hamlet y la muerte de su padre hacen que decida quitarse la vida.

Laertes, hermano de Ofelia, podría considerarse un álter ego del propio príncipe Hamlet. Este caballero vuelve a Dinamarca tras la muerte de su familia con la única intención de vengarse del asesino de su padre. Un camino en el que recibe la ayuda del propio rey Claudio, quien le propone batir en duelo al heredero, a quien envenenarán para que muera. Pero su plan no sale como ambos esperaban y son ellos quienes también acaban siendo víctimas de su propia trampa.Esta obra de teatro es, sin duda, una de las obras más importantes en la producción de William Shakespeare. Un drama en el que el escritor inglés muestra algunas de las características más importantes que utiliza en este género. Familias poderosas, reyes en este caso, que se desestructuran por un suceso trágico o por la codicia de algunos de sus miembros; seres fantasmales que se convierten en un personaje más de la trama capaces de hablar y de comunicarse con el resto; acciones que se desarrollan en ambientes fríos y lúgubres, y fatales desenlaces a los que los protagonistas se van acercando peligrosamente durante toda la obra, siendo las víctimas de sus propios actos y de las consecuencias que éstos traen consigo.

Hamlet, y en general Shakespeare, es un compendio sobre los defectos y las cualidades del hombre. El príncipe pone cara a la ira más absoluta, que lo ciega y no le deja ver más allá de sus ansias de venganza. El rey Claudio es la codicia y la ambición personificada: no duda en matar a su propio hermano para hacerse con la corona danesa. Y la reina Gertrudis ama a su hijo, pero no ha sido capaz de guardar el luto a su marido muerto ni dos meses.

Por otro lado está la joven Ofelia. Ella representa la bondad y la inocencia. Dos virtudes que Hamlet se encarga de corromper en su camino hacia la venganza. Ella es, quizá, la mayor víctima de este drama. Se enamora del joven Hamlet, es despreciada por él y, por si esto no fuera poco, él es quien asesina a su padre. En su camino por acabar con su tío, el heredero danés se da cuenta demasiado tarde de que ha hecho daño a la única persona que realmente lo quería. Su hermano Laertes también representa los ideales de la fidelidad y la valentía, que también se ven pervertidos tras la muerte de su familia cuando también le asalta la única idea de vengarse.

Al final se nos presenta una cuestión: la ira nos ciega sin dejarnos ver con claridad lo que hacemos y sin dejar que las personas que nos aprecian nos ayuden. Y en el camino de esa ceguera, causada por las ganas de venganza, dejamos de lado otras cuestiones importantes, y, lo peor de todo, nos podemos llevar por delante a gente que no lo merecía.

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n Ignacio Ballestero

Querido Tom:

Si estás leyendo esto, probablemente yo esté muerto. Tranquilo, no te preocupes por mí. A buen seguro, mi cuerpo pende aún de alguno de los cables eléctricos de Buckton, y de mis ropas mojadas gotean todavía mi sangre y los meados de los jóvenes del pueblo. Que no te importe. Debes saber que aunque mi cuerpo esté expuesto como una pieza de carne recién cazada, y los blancos apedreen mi cadáver para tratar de descargar su rabia sobre mí, yo estoy tranquilamente en alguna parte, caminando de la mano con el chico. Y la cuenta está más o menos saldada. En nuestro inventario particular, estamos empatados a dos. Lo hice, Tom. O lo haré. Te escribo estas líneas mientras apuro la última botella de bourbon que compré ayer en el bar de Ricardo, tendido en la cama, deleitándome sobre todo lo que voy a hacer a las zorras de Jean y Lou Asquith mañana. No se imaginan que enamorarse de un negro se va a convertir en su tumba. Jean está en un hotel en el sur, cerca de la frontera de México. Mañana recogeré a Lou y nos iremos en busca de su hermana. Cuando estén las dos juntas, les contaré la verdad: que el tipo del que se han enamorado no es el blanco que parece, sino un hombre con sangre negra por la que fluyen ríos de ira y odio puro. Ellos nos arrebataron al chico, y yo voy a arrancar de la familia Asquith sus dos perlas más preciadas. Esos viejos adinerados no se imaginan que a Jean no la van a volver a ver, y que Lou

desayunará mañana su última comida junto a ellos. Se lo tienen merecido. Nos veremos en el infierno. Tengo que confesar que engañar a Jean ha sido fácil. Esa zorra alcohólica es muy enamoradiza. Me bastó con tres sacudidas fuertes para tenerla comiendo de mi mano con una dependencia brutal. A sus veinte años, no se imagina la crueldad que le espera, ni la ira que esconde el hombre del que espera un hijo que jamás va a nacer. No va a nacer porque morirá mañana, con su madre. Dejaré que viva lo suficiente para ver cómo me empleo a fondo con su hermana Lou, con su hermanita sabionda, la estrecha, la moral. Tengo un revólver pero no pienso usarlo. La mataré a golpes mientras mira a su hermana. Matar a Jean, en cambio, será fácil. La miraré a los ojos mientras le aprieto el cuello con una mano y veo cómo ella y el hijo que esperamos abandonan la vida al mismo tiempo. Imagino la escena esta noche y no puedo evitar empalmarme. Se lo merecen. Lou, con quince años, odia a los negros. Tenías que ver cómo trata a sus criados. Me lo dijo el otro día, cuando intenté follármela en la habitación de su casa. Es dura de pelar. No es como esas otras chicas del pueblo a las que me he cepillado durante meses. Lou no. Se hace la difícil. Me costó un poco más hacer que se diera cuenta de su dependencia de mí, pero lo he conseguido. Hay pocos sentimientos más potentes que la ira, y a partir de la ira se pueden controlar los demás. Me aman porque las odio con toda mi alma. Y aún no lo saben, pero van a pagar por ello.

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Ira

Tranquilo, Tom;

estoy con el chico

(Nota encontrada en el Nash de Lee Anderson)

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Ahora que lo pienso, que me cuelguen es lo mejor que puede pasarme. Así la venganza será más duradera. Los miembros de la banda se acordarán de las canciones que tocaba con la guitarra de BJ desnudos en el río; y Jicky y Jude tendrán presente, cada vez que pasen por debajo de lo que quede de mi cadáver, las veces que tuvieron encima ese cuerpo de negro, empujando sobre ellas, haciendo que se retorcieran de placer. Se harán mujeres con ese recuerdo, y les durará toda la vida. Quizá también a Dexter. Oh, Dex, cómo recordará mi cara cuando vuelva a aquella casa a follarse a las negritas de diez años. Quizá se sienta superior, pero sabrá, cuando las haga llorar y sangrar en su regazo, que un negro le engañó para que le sirviera en bandeja a las hermanas Asquith. No te escandalices. Se lo debemos al chico. Los blancos nos lo quitaron, y ahora yo, un negro, les robo dos vidas para saldar la cuenta. Así debería ser. No conozco otra manera de apagar el odio. Quizá tú no lo sientas, pero yo lo acumulé por los dos, y sé que a pesar de que te horrorizará recibir esta nota, en el fondo te sentirás reconfortado.Cuídate, Tom. Espero que esta carta haya llegado a tus manos.

Si no ha llegado a tus manos, es que está en manos ajenas.

Tú, blanco de mierda, que lees ahora estas líneas y te mueres por ir a la plaza a darle una pedrada a mi cadáver. Que sepas que no me importa. Yo ya estoy muerto. Vosotros vais a vivir siempre con el recuerdo de lo que os he quitado. Cómo se retorcía Lou cuando deformaba su boca y su cara a patadas con mi pie de negro. Con qué docilidad se fue Jean de este mundo, con su hijo negro en el vientre.

Sabed, blancos, que no me he ido del todo. Acordaos de mí cuando lleguen las nubes. Porque desde algún lugar del cielo, este negro que os engañó y os jodió en vida, en su muerte, escupirá sobre vuestras tumbas.

Lee

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n José Braulio Fernández Riesgo

Nos hablaba Aristóteles en su “Poética” de la verosimilitud, de ese aspecto indispensable que se debe imprimir a lo escrito para que sus características no rebasen lo admisible. Cualquier historia puede ser creíble, la fantasía puede ser creíble; pero toda narración debe estar hilvanada de forma que el hilo no se rompa por el frágil cabo lo verosímil. Leyendo “La familia de Pascual Duarte”, de Camilo José Cela (Padrón, 11 de mayo de 1916 – Madrid, 17 de enero de 2002), y salvando la impronta del autor, nos encontramos con una historia verosímil en la que, con toda su crudeza, el lector siente el estruendo de las palabras y el sonido que los personajes producen arrastrando sus raídas alpargatas en la polvorienta realidad novelada.

Como si de una confesión epistolar se tratase, Cela nos narra la historia de Pascual Duarte, un hombre de la Extremadura rural de principios de siglo pasado que relata sus memorias desde la cárcel, salpicadas de escenas violentas de toda índole y con referencias a Dios constantes que revisten de sincero arrepentimiento las palabras del protagonista. Fueron años duros, de inestabilidad política y social, tanto nacional como internacionalmente, y Cela no fue ajeno a ellos, viéndose directamente afectado por distintos avatares, sobre todo durante la Guerra Civil, en la que pasó alguna época por aquella Extremadura primitiva y arisca de Pascual Duarte como joven cabo de artillería. Nos cuenta alguna de sus hazañas de aquellos años en sus memorias, con tan truculentas escenas como las que bien podrían verse en el libro que nos ocupa, despojadas de la morbosa violencia de éste, pero en las que late un mundo que solapa lo que se atrevió a revelarnos por boca del protagonista de la novela.

“Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo”. Así comienza su autobiografía Pascual Duarte, mostrando su naturaleza. Pascual Duarte no es malo, las circunstancias conducen sus acciones. Como en la fábula del escorpión y la rana, Pascual no puede actuar de forma distinta a la aprendida, de forma distinta a su naturaleza. Los amigos se escogen, con la familia se nace; y Pascual nace en una familia violenta, inhumana, ignorante, desconfiada, de viejas costumbres, invisible para el mundo en su viejo y cerrado pueblo. Desde pequeño ve violencia, vive la violencia; su padre, un portugués que se vanagloria de saber leer y tiene problemas con la justicia, propina palizas gratuitas a su madre, que se defiende, mientras Pascual, siempre por medio, recibe alguna patada de las muchas que en su infancia se escapan. Rosario, su hermana, una flor llena de espinas, es la única persona que despierta sus sepultados sentimientos -a veces parece una relación casi incestuosa-, y nuestro Pascual sufre las malas noticias y sus malas compañías como si de una hija se tratase. También su hermano Mario, un niño que nace desvalido de una relación que su madre mantiene con Rafael a la muerte de su padre, remueve su conciencia y padece y rumia el desdén con que le tratan. Cada canallada alimenta su carácter intransigente y embrutecido que desencadenará reacciones desproporcionadas, impropias de un ser humano civilizado, ante los obstáculos que se interpongan entre él y su reducida amplitud de miras ante la vida. Ésta es su familia, una familia sin méritos, agresiva, sin estructura, sin humanidad, pobre, de la que no puede desprenderse porque es su esencia, es todo él.

“Ya estaba armada. Ella le llamaba desgraciado y peludo, lo tachaba de hambriento y portugués, y él, como si esperara a

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El castigo de la herencia

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oír esa palabra para golpearla, se sacaba el cinturón y la corría todo alrededor de la cocina hasta que se hartaba. Yo, al principio, apañaba algún cintarazo que otro, pero cuando tuve más experiencia y aprendí que la única manera de no mojarse es no estando a la lluvia, lo que hacía, en cuanto veía que las cosas tomaban mal cariz, era dejarlos solos y marcharme. Allá ellos.”

Pascual es una flor que vive en un estercolero, como le dijo don Manuel, el cura del pueblo, al que no entendió y sintió deseos de agredir por ello. Sin instrucción escolar, su educación consiste en continuas lecciones de brutalidad, aunque sabe leer y escribir, pero eso no le ayudará a serenarse en los momentos de tensión: la instrucción es un pobre bagaje cuando la educación se hiere de muerte desde la más tierna infancia. El odio incuba en su interior mientras observa y sufre la violencia de sus padres, padres insensibles, indomables, y cuando un día su perra, la Chispa, un animal fiel, sin maldad, lo mira expectante, se siente enjuiciado y reacciona como ha aprendido a hacerlo, desatando su furia sobre ella con dos disparos que acaban con su vida. A “el estirao”, un chulo del que su hermana se prenda, se la tiene jurada. Es un tipo soberbio y pagado de sí mismo, todo un antagonista de Pascual, que termina de cavar su tumba cuando deja embarazada a Lola, la esposa de éste. Sólo hay una forma de paliar la ignominia, como hacían los antepasados, como hacen las bestias, como hacen los hombres: matando. Y aunque no siempre su odio acaba en tragedia, el odio se extiende por su cuerpo como un cáncer, es parte de su personalidad; a veces mata, a veces sólo odia; pero la cólera que encierra su piel en cualquier momento puede franquear la barrera de su frágil serenidad y participar en el estrago que se cierne sobre la víctima. Odia a Rafael, el padre de Mario, por golpearlo, por su crueldad, por amancebarse con su madre, por ser ajeno a su familia. Estos actos que entiende injustos e inhumanos sirven para que su odio crezca, para que en el momento de soltar su hiel emponzoñada se desate como una bestia desbocada. Como en el momento de matar a puñaladas a las yegua que tira a Lola y aborta al niño que esperan. Momentos antes había apuñalado a Zacarías en la taberna de Martinete por una discusión trivial, y aún caliente se encuentra con ese desaguisado: la yegua es la víctima que paga por su propios errores, la figura más débil y menos culpable. La mata por cobardía, porque no se atreve a matarse. Todo son desgracias en su vida. Tras abortar Lola a su primer hijo, esperan a un segundo que nace con toda la vitalidad. Diez meses disfruta del fruto de sus entrañas hasta que un mal aire se lo lleva. La secuencia de catástrofes que le acechan detrás de cada esquita constituye el sino de este desventurado extremeño, que no comprende por qué en la ciudad los hombres se insultan sin llegar a las manos, cuando él, por mucho menos, ya habría dado pasto a sus instintos y ajustado cuentas con un par de ágiles movimientos.“Forcejeamos, lo derribé, y con una rodilla en el pecho le hice la

confesión:-No te mato porque se lo prometí...-¿A quién?-A Lola.-¿Entonces, me quería?Era demasiada chulería. Pisé un poco más fuerte... La carne del pecho hacía el mismo ruido que si estuviera en el asador... Empezó a arrojar sangre por la boca. Cuando me levanté, se le fue la cabeza -sin fuerza- para un lado...”

Su vida es una concatenación de penares y desgracias. Decía Rafael Ferreres (Levante, 11-02-1943): “Pascual Duarte podía repetir aquella romántica y floja quintilla de Bécquer: Mi vida es un erial,/flor que toco se deshoja,/que en mi camino fatal/

alguien va sembrando el mal/para que yo lo recoja”. Podría ser el acertado epitafio para este desgraciado protagonista que encuentra en el crimen una atroz purificación para su fatalidad. Pascual tiene escrito su destino desde el día que nace. Para él, nacer donde nace es su destino; su familia, su entorno, su naturaleza, son estigmas imborrables que favorecen su conducta. Sólo borrando su pasado cree alterar su futuro, y para culminar sólo le resta borrar a la más culpable, a la que lo depositó en ese estercolero: a su madre. Toda la iracundia que acumula Pascual tiene su origen en su madre, que al darle la vida le arrebató la humanidad, y esto no merece indulgencia.

¿Qué es el tremendismo, ese género en el que nos hemos cansado de leer que está incluida “La familia de Pascual Duarte”? En palabras del Nobel el tremendismo es “la sanguinaria caricatura de la realidad; no su sangriento retrato”. ¿Y no nos recuerda esto al

esperpento valleinclanesco? La generación del 98 fue un espejo para Cela, no en vano Pío Baroja fue un gran amigo del coruñés, para el que incluso manifestó su deseo de que le fuese otorgado el Premio Nobel de Literatura. Esta generación del 98 sufrió una crisis política, social y moral causada por la derrota militar en la Guerra Hispano-Estadounidense que conllevó la pérdida para el país de Puerto Rico, Guam, Cuba y Filipinas. La generación de Cela no vivió una derrota como la del 98, pero vivió la Guerra Civil entre hermanos de patria. La analogía entre ambas realidades es manifiesta; no sorprende, pues, que Cela hubiera hecho migas con autores de aquella generación y que recogiera en su obra aquellas sensibilidades, tan próximas a las de su época.

En 1.976 Ricardo Franco llevó al cine la novela de Camilo José Cela con bastante éxito en la adaptación y en el reparto. Siempre es un aliciente para el lector encontrarse con una buena adaptación, la recomendamos humildemente desde aquí, advirtiendo de la crudeza y el verismo de algunas escenas.

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n Fusa Díaz / Imágenes:Mery Sales

Siempre cometo el mismo error: esparzo por el suelo todos los libros de poesía y abro el diccionario. Cualquiera diría que me expongo a dos abismos contradictorios, y cualquiera estaría en lo cierto. Necesito, ante la subjetividad y la infinitud poética, una definición de la palabra ira. De pronto, se vuelve extraña. Como cuando repites muchas veces vaso, coral, pintura. Ya nada es lo que parece. Ya el diccionario no es lo que parece, la poesía no es lo que parece. La ira no es lo que parece. ¿Rabia, venganza, furia? Una pasión del alma, dice la RAE. Entonces, veamos qué dice Josep Maria Fonollosa. Yo quiero que tú sufras lo que yo sufro: / aprenderé a rezar para lograrlo. // Yo quiero que te sientas tan inútil / como un vaso sin whisky entre las manos; / que sientas en el pecho el corazón / como si fuera el de otro y te doliese. // Yo quiero que te asomes a cada hora / como un preso aferrado a su

ventana / y que sean las piedras de la calle / el único paisaje de tus ojos. // Yo deseo tu muerte donde estés. / Aprenderé a rezar para lograrlo. Llegados a este punto, una de las mejores opciones es, además de disfrutar de la poesía fonollesca, cerrar el diccionario y fiarme de lo poéticamente fiable. Una de las cosas que más me ha gustado de la ira es la segunda persona del singular. Muchos de los pecados capitales son impersonales, como la gula, o introspectivos, como la lujuria... en la ira siempre necesitamos a alguien que nos sostenga la furia y la tensión. No basta con descargarla en el poema, necesitamos que vaya dirigido a alguien. En este caso, y como era fácilmente adivinable, la ira amorosa (por así llamarla) tiene el mejor de los protagonismos. Las definiciones del diccionario ya son sólo un pequeño eco, pero todavía recuerdo algunas palabras: furia, indignación, enojo. ¿Qué es mi

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Ira

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No me des tregua, no me perdones nunca.Hostígame en la sangre, que cada cosa cruel

seas tú que vuelves.

JULIO CORTÁZAR

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corazón para ti / si debes romperlo una y otra vez / como el sembrador que pone a prueba / sus nuevas especies? Louise Glück es una de esas poetas iradas que mantienen, ante todo, la calma. Por suerte he cerrado el diccionario y no hay precipicio ni dobleces. También la ira puede ser silenciosa, sutil, elegante. Louise Glück tiene un universo poético muy definido: éste está en el campo, es rural, hay nombres de plantas, se siembra un árbol cuando nace un amor y todo queda mezclado con esa ira discreta. ¿Qué es mi corazón para ti? De nuevo necesitamos de alguien que nos sostenga la furia, aunque sea una que se ha cansado, porque así Glück se deja caer sobre la ira... está demasiado agotada como para obedecer a un diccionario viejo como un dinosaurio. Se duerme sobre la ira, y es tanto el acomodo que se podría confundir con la tristeza. Sin embargo, Benjamín Prado... Tú vives / entregado / al temor y la furia. / Hieres para ocultarte, / golpeas / porque un puño / es lo contrario / de una mano vacía. // Hiciste de mi espalda / una diana. / Me enseñaste / que nada / se pierde como aquello / que se le da al ingrato. / Pero no tienes / mucho que ganar: / tu odio va a durar más que mi dolor / y el tiempo / que me cure / será tu penitencia. / Recuérdalo: / mientras tú enciendes lámparas / en mitad de la noche / para no ver tus sueños, / yo dormiré tranquilo. // ¿Aún crees / que has logrado / una victoria? Sin embargo, Benjamín Prado, valiéndose de esa necesaria segunda persona del singular para irear, apunta y, digamos, fuego. Éste es otro de los

modelos irienses: herir al otro, usar la ira (furia, enojo, indignación... el diccionario, aquel primer escalón) con una cierta valentía y dando por mudo al otro, obteniendo una victoria antes de empezar. El poema está dentro de “Marea humana”. En él se encuentran el vividor, el inmigrante, el humilde, el cínico... y éste, el traidor. Fuera del prototipo de ira amorosa (despecho), ira silenciosa (tan cercana a la tristeza) y de la ira de superioridad (otorgándole al que nos dirigimos su derrota, hablándole de sus propios fantasmas y sombras), fuera de la poesía, fuera de la literatura, fuera del diccionario, fuera de todo lo abarcable... Julio Cortázar. También un hombre que no sabe pronunciar la erre y que juega con las gotas de la lluvia en un cristal puede padecer la ira como una enfermedad... pero Cortázar no padece como padecemos los demás y su ira está teñida de tanta belleza que, si la de Glück era fácilmente considerada cansancio, la de Julio puede sonar a súplica, al mismísimo amor. No me des tregua, no me perdones nunca. / Hostígame en la sangre, que cada cosa cruel seas tú que / vuelves. / ¡No me dejes dormir, no me des paz! / Entonces ganaré mi reino, / naceré lentamente. / No me pierdas como una música fácil, no seas caricia ni / guante; / tállame como un sílex, desespérame. / Guarda tu amor humano, tu sonrisa, tu pelo. Dalos. / Ven a mí con tu cólera seca de fósforos y escamas. / Grita. Vomítame arena en la boca, rómpeme las fauces. / No me importa ignorarte en pleno día, / saber que juegas cara al sol y al hombre. / Compártelo. // Yo te pido la cruel ceremonia del tajo, / lo que nadie te pide: las espinas

/ hasta el hueso. Arráncame esta cara infame, / oblígame a gritar al fin mi verdadero nombre. Me quedo con la sensación de que el diccionario jamás podrá hablar de la ira como lo hace Julio Cortázar. Con la sensación de que nadie jamás podrá hablar de nada como lo hace Julio Cortázar. A su lado, la ira amorosa de Josep Maria Fonollosa es casi una obscenidad, un despropósito. También la ira puede ser hermosa, un lugar perfecto, redondo. Intacto. La súplica de Cortázar -guarda tu amor humano-, la ira de Cortázar -ven a mí con tu cólera seca de fósforos y escamas, vomítame arena en la boca-, el compromiso de Cortázar -te pido lo que nadie te pide-, la

Si has creído que este escombro es mi pasado hurgando en él para vender fragmentosentérate de que ya hace tiempo me mudé más hondo al centro de la cuestión

Si crees que puedes agarrarme, piensa otra vez: mi historia fluye en más de una direcciónun delta que surge del caucecon sus cinco dedos extendidos.

Adrienne Rich

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maestría con la que Cortázar se mete en el corazón de una palabra y la enciende por dentro (labor del diccionario; un traidor, si lo piensas). Adrienne Rich mezcla el cansancio de Glück con la superioridad de Prado: Si has creído que este escombro es mi pasado / hurgando en él para vender fragmentos / entérate de que ya hace tiempo me mudé / más hondo al centro de la cuestión // Si crees que puedes agarrarme, piensa otra vez: / mi historia fluye en más de una dirección / un delta que surge del cauce / con sus cinco dedos extendidos. Parece como si la ira de Adrienne Rich fuera, además, una defensa. Empieza con ese condicional, como si estuviera respondiendo a un ataque previo. Y después es casi tierna, casi dulce en su ira. Es casi buena. Una ira que no pretende hacer mucho ruido, una ira que pretende sobre todo aclarar que no ha sido dolida, que ha sabido reconducir el golpe y convertirlo en una lanza o, como mínimo, un escudo. El caso contrario nos lo da Rafael Alberti, que no se defiende de nada y además señala con el dedo desde la muerte misma: No quiero, no, que te rías, / ni que te pintes de azul los ojos, / ni que te empolves de arroz la cara, / ni que te pongas la blusa verde, / ni que te pongas la falda grana. // Que quiero verte muy seria, / que quiero verte siempre muy pálida, / que quiero verte siempre llorando, / que quiero verte siempre enlutada. Rafael Alberti concentra una tensión en todo este poema que va más allá de la ira, aunque pase por ella. Corta la respiración, corta con el filo de un papel el habla. Todo lo contrario que Adrienne Rich, que parece que, como gato panza arriba, aunque con cierta soltura, se defiende... Alberti ataca y hace de la espalda de esa segunda persona del singular una diana, como en el poema de Benjamín Prado. Y cuando parece que se me va a agotar la fuente de la ira, aparece (acompañado) Charles Simic: Niño del dolor. / Viejo mocoso. / Mierda extraviada de la mesa de los dioses. / Burro de carga / que resuella / y tose. // Tu problema es que / tu cuerpo y tu alma / no acaban de entenderse. / Pocilga para un

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cerebro. / ¡Haz que dejen de hacerse muecas / en el espejo! / Y luego retira las bobas alas de ángel / de tu traje de gorila. Indiscutiblemente hay una ira de superioridad en este poema, pero en nada se parece a la recatada poesía de Benjamín Prado. Charles Simic le habla y escribe con furia -de nuevo la segunda persona- a alguien, pero además sin ningún tipo de filtro. Este poema es casi un exorcismo, una magia negra contemporánea, sucia y sangrante que no tiene en absoluto piedad. Alejandra Pizarnik contesta para mí a este poema: Insiste en tu abrazo, / rebelde tu furia, / crea un espacio de injurias / entre el yo y el espejo / entre yo y la que me creo. Y digo que contesta para mí al poema de Simic porque de alguna manera se establece un juego de espejos y de injurias entre ambos poetas, sólo que Pizarnik parece esa jaula que se ha vuelto pájaro y el poeta pulitzeriano pretende desalmadamente arrasar con su vuelo. Los diccionarios cubren ya unas necesidades primerizas que en nada se corresponden con la realidad. Llegados a este punto en el que la ira fluye en más de una dirección, como en el poema de Rich, ya es inacotable su definición. Entonces, ya sólo puede darnos un último giro W.H. Auden con un epitafio: Buscaba cierto tipo de perfección, / Y la poesía que inventó era de fácil / lectura; // Conocía la insensatez de los hombres / como la palma de su mano, // Y le interesaban mucho los ejércitos / y las flotas; // Cuando reía, senadores respetables / soltaban la carcajada; // Cuando lloraba, los pequeños morían / en las calles. Auden no necesita la segunda persona del singular para descargar sobre alguien toda su ira, no necesita unos ojos que le sostengan la furia; sobre todo porque esos ojos a los que ella se dirige no pueden ya verla, muertos y ciegos como están. No le hace falta. Son lujos poéticos que pueden permitirse los más grandes. La poesía, la que trata o no la ira, la buena poesía no le debe respeto a nada ni a nadie, ni siquiera a la muerte. Ni siquiera a la segunda persona del singular.

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n Ainize Salaberri

Sobre Shakespeare podríamos decir casi cualquier cosa: que no es real, que era Francis Bacon, que detrás de los sonetos no se encontraba la mano de un hombre, de un bardo, sino de una mujer; que detrás de las palabras de personajes como Macbeth o Hamlet no había más que un embustero que encubría su identidad bajo un nombre falso. Lo que es cierto e innegable es que, fuera quien fuera, detrás de las grandes obras de la literatura universal se escondía un genio. Un genio que dio vida a los personajes más famosos –y más reales– de toda la historia. Quién no ha sido alguna vez Hamlet, un hombre llevado por la ira de la venganza, un hombre que va a la deriva, calavera en mano, por el dolor de la muerte a traición. Qué mujer no ha sido alguna vez Lady Macbeth, víctima y verdugo a la vez de sus propias hazañas. U Ofelia. Quién demonios no ha sido Ofelia alguna vez. Quién no se ha dejado llevar alguna vez por el amor al más puro estilo Romeo y Julieta, quién no ha soñado como si de una noche de verano se tratase, quién no ha llorado como Antonio y Cleopatra, o quién no se ha dejado llevar por los celos y por la ira como Yago lleva a Otelo hasta el fin de sus días. William Shakespeare retrató, ya en el siglo XVI, a lo peor de la sociedad, y sólo dejó resquicios del bien humano en alguna de las obras. “Otelo” es, junto con “Hamlet”, “Macbeth” y “El rey Lear”, una de las cuatro grandes tragedias de Shakespeare. Y menudo drama. Shakespeare consiguió abrazar al demonio, que bien podría ser Yago, y nos hizo un regalo: os lo doy, que a mí ya no me pertenece, y juzgarlo vosotros; vosotros

decidiréis si vive o muere, si es víctima o verdugo, si es cazador o cazado. A mí ya no me corresponde.

Sea probablemente la ira el pecado de moda en la sociedad actual. Al estado de rabia y ganas de venganza ha llegado el ser humano a través de muchos y disparatados sentimientos. A Otelo lo alcanzan los celos y empieza a estar ciego. A Yago lo invade la ira y la venganza por saberse rechazado, y comienza a maquinar su plan. Es eso a lo que lleva la ira: a romperse los nudillos pensando. Si siempre se ha dicho –y el mismo Shakespeare lo decía–, que es el amor lo que nos convierte en ciegos, la obra de “Otelo” nos demuestra que no es el único estado que nos lleva a ello: los celos son el principio y el final del círculo vicioso en el que nos enladrilla la ira. Porque la ira no se anda con tonterías: saca lo peor de nosotros y lo hace literatura. Siempre. Otelo y Yago son buenas muestras de ello.

“YAGO: (...) la niña (hablando de Desdémona, mujer de Otelo) también me gusta a mí, no para gozar de ella, sino más bien para darme el placer de que satisficiera mi venganza.”

Así es Yago, rotundo, como los pecados. Así es el pecado: como Yago; soberbio, vengativo, invencible. Y así es como comienza una de las más representativas obras de la literatura universal. Así es como todo el universo de Otelo comienza a desvanecerse en cientos, miles, millones de pedazos. Así es como la vida nos engaña: creyendo que

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Ira

En la cancióndel sauce

“Detrás de todo esto hay un pícaro ruin y astuto,

adulador y falso.” (Emilia)

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nos da un poder que no es más que aire envenenado. Y Yago, máximo protagonista en “Otelo”, es la serpiente de cascabel, es la cicuta que mató a Sócrates, es el cianuro, la estricnina, la soga en nuestro cuello, la guillotina. Es Yago la reencarnación del mal, Belcebú mismo, nuestros peores pensamientos para nuestros enemigos. Invocar a Yago, mentarle, recordarlo, es asomarse a un abismo para el que no hay salvación. Yago encarna la ira, la venganza, la envidia, la soberbia, la avaricia, todo aquello que no tiene cura. Yago es el cáncer de la sociedad, el cáncer del amor, de la verdad, del juicio. La justicia no es ciega; tampoco lo es Yago. Para ser el mal hay que ser inteligente. Otelo no lo es. Otelo es visceral; se deja llevar por sus sentimientos. Tiene sangre caliente. Yago es frío y calculador, y es inteligente: su cuerpo es de hielo, su mente es de hierro y carece de alma. Y Yago, además, es manipulador: con los personajes, con el escritor, con los lectores. Nos lleva a su terreno con sólo chasquear los dedos. Somos, ante él, perrillos falderos: buscamos los huesos, los buscamos para roerlos y deshacernos de nuestros malos sentimientos. Yago, en realidad, ni nos busca a nosotros ni los busca a ellos. Sólo busca la carne, la sangre, con la que hacerse la cruz y, si acaso, salvarse. Porque Yago también sabe que, una vez en el volcán de la ira, la salvación está perdida. Sabe que va a morir, sabe que alguien más va a matar, sabe que la sangre sólo con sangre se paga. Y está dispuesto, dispuestísimo, a honrar su ego a costa de los demás. Es la ira, es el grito en los ojos (del que mira y del que ve, y también del que no ve, tan poderosa es la hijoputez.)

“YAGO: (...) pero quien desfalca mi buen nombre, me despoja de una cosa que a él nada le da y que a mí me lo quita todo.”

Yago es el talón de Aquiles de Otelo. Y al revés, en realidad. Otelo es el talón de Aquiles de Yago. La decisión de Otelo de escoger a Casio como su hombre de confianza en vez de a él, ha sido la gota que, suponemos, ha colmado el vaso de Yago. Sentirse rechazado ha sido la granada en toda la cara; el principio del fin. Yago coge la espada y mira su reflejo en ella: debería haber sido yo, dice. La espada le contesta: házselo saber al moro. Otelo, de mientras, observa su reflejo en los ojos de Desdémona, su bella amada, por la que suspira sin cesar. Y en ese reflejo ve su futuro junto a ella; no hay amenazas, no hay giros inesperados. Será la inocencia la que dé comienzo a sus celos, y serán éstos los que calienten el filo de otra espada, de otras puntas, de otras amenazas. De la muerte.

“¡El diablo sólo aparece cuando comienza la función!”

“Otelo” es como los juegos públicos de la antigua Roma: dos gladiadores, que son como dos bestias, dispuestos a morir por la causa. Y se enfrentan a batallar desnudos, blandiendo una espada con su nombre en la empuñadura. Así de absurdo, así de real. Y el anfiteatro, lleno hasta los topes, lo invadimos los lectores, que nos vamos sumando a la leyendo como quien no quiere la cosa. Y seremos nosotros los que al final, antes de llegar a la última escena de la obra, decidamos con nuestros pulgares hacia arriba o hacia abajo, quien debe morir, quien debe vivir. Porque Shakespeare permite eso al lector: la libertad que no da a sus personajes nos la regala, y así poder vivir, nos dice, de acuerdo a las circunstancias, porque no hay más poder que el saber. Y quien opte por dejar vivir a Otelo, dejará vivir el amor, o el poder. Y quien deje vivir a Yago se retractará a sí mismo, y se lapidará en vida. Y al abandonar el anfiteatro, entre murmullos y silencios, entre lágrimas y orgullos, entre vísceras y huesos, acudiremos a la taberna más cercana, nos encontraremos con un tal William el Bardo, y le daremos palmaditas en la espalda mientras brindamos, copa de vino en mano, por Desdémona, por Ofelia, y por el Rey de Escocia.

“OTELO: (...) haced que el rigor de todo el peso de la ley caiga sobre mi cabeza.”

Alas! Poor Othello! Farewell.

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En la canción

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Ira

La novia de la muerte

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“Es una niña, Sayo. Mira que nacer en una cárcel. Qué karma, pobre niña. Aunque sea hija de una prisionera, ella es inocente. ¿Qué tal si le ponemos Yuki, que significa nieve? Es un nombre bonito. Es blanca y pura como la nieve”

Se abre una vieja caja de música. De ella emerge una figura con kimono antes blanca pero que el paso de los años ha ido amarilleando. En sus manos sujeta un paraguas...

Blanca y radiante va la novia (“Yuki... Lleva a cabo esta venganza...”)le sigue atrás un novio amante (“por tu padre, por tu hermano... y por mí”)y que al unir sus corazones (“Te he parido en esta cárcel”)harán morir mis ilusiones (“... para que cumplas esta venganza”.)

Año vigésimo de la era Meiji. Ecuador de un tiempo de transición entre el Japón feudal y la gran superpotencia mundial que a día de hoy conocemos. Época de cambio, de dejar atrás el despotismo del shogún (señor de la guerra) y sus terratenientes (daimyó) para instaurar al Emperador como figura regente en esta era moderna que tanto se resiste a llegar. Mientras tanto, en Occidente damos la bienvenida al siglo XX.

El viejo samurái comienza el ritual con la desgana que acompaña a los años de servicio y lealtad hoy mal recompensados. Ha bebido sake... quizá demasiado para un hombre austero y contenido como él, tan poco amante de los excesos. Abre su abanico de combate y se para un

segundo a pensar cuáles serán las palabras de su última pincelada, su zeppitsu. Sólo unas breves líneas para reunir sus pensamientos... Tan sólo un breve poema... ¡Qué ironía! Siempre presumió de ser parco en palabras, algo siempre bueno a los ojos de su señor, y ahora mismo podría escribir y escribir hasta agotar la tinta de su pluma.

Ahora los samuráis eran algo del pasado y el código del bushido, el camino del guerrero, se había perdido en el olvido. Esto no hacía más que incrementar su ira. La tan cacareada Restauración Meiji y su aclamado culto a las reglas se burlaba de la más antigua y arraigada de todas: la del honor del guerrero. Él mismo, sus antiguos compañeros... todos habían ido siendo despedidos, uno a uno en pos de la modernidad, de los nuevos tiempos. Los destinos de la nación

ya no les necesitaban, y los pocos que quedaban se veían obligados a trabajar como mercenarios, ronin sin honor al servicio de los vestigios de la antigua aristocracia, también venida a menos entre escándalos y exilios.

Y los yakuza... los yakuza... Los otrora defensores de la seguridad de pueblos enteros ahora se dedican a la extorsión

de los mismos controlando las apuestas, el mercadeo de armas, los burdeles... El viejo aprieta sus puños y aparta la mirada. Su gesto adusto se torna en mueca de dolor y, por un breve instante, los ojos se le humedecen y en su cabeza las ideas bullen como agua hirviendo: lo antiguo frente a lo moderno. Shogunato frente a Imperio. Honorabilidad frente a supervivencia. Samurái frente a yakuza. Y en el medio siempre una mujer, siempre Ella. Su rostro sereno y angelical, tan bello que duele contemplarlo... su tez nívea, pura... y a su paso la nieve se tiñe de sangre.

“––¿Aquella mujer es la yakuza viajera que ha llegado antes?––Sí, ha dicho que se llama Yuki, que ha nacido en Sanshu y que no pertenece a ningún sindicato. ¡Qué guapa es! ¡A mí no me importaría acostarme con ella!––Se ha presentado con mucha cortesía. No es una

n Marga Martín

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cualquiera…”

No... no lo era. Ni siquiera “una cualquiera” podía ser tan fría y despiadada para ejecutar los encargos de la elegante manera que ella lo hacía. Una gran yakuza, de eso no cabía duda alguna. Su fama la precedía. Poco tiempo tardó en ganarse su fama, leyendas enteras giraban en torno a su figura. Nadie sabía de dónde había salido y él desde luego no quería bajar a las entrañas del averno para averiguarlo. Era demasiado anciano, estaba demasiado cansado y, por primera vez en mucho tiempo, era consciente de que los años en el camino no habían pasado en balde.

Con mano temblorosa, el viejo escribe sobre su abanico: “Es Lady Snowblood. Una nieve blanca y pura no habría podido limpiar este mundo tan emponzoñado y tan turbio; ha tenido

que hacerlo esta nieve roja e infernal...”. Suelta la pluma y murmura: “Eres hija del infierno, y esto es lo que me da lástima”.

Ya de rodillas, el anciano abre su kimono dejando al descubierto las cicatrices que la vida le ha ido regalando. Las de Ella, sin embargo, nunca se podrán ver. Hija del odio que corría por las venas de su madre, nada parecía hacerle daño. Una lista con tres nombres era lo único que parecía remover algo en sus entrañas: Gishiro Tsukamoto, Okono Kitahama, Banzo Takemura... dos hombres... una mujer... ninguna cara.

Lady Snowblood nació mucho antes de que su madre la pariera, fruto de la sed de venganza de una mujer expuesta a unos tiempos que estaban cambiando. Cambia el gobierno, cambian las leyes y las reglas del juego. La gente desconfía de lo nuevo, de lo desconocido, y ante este temor surgen las alimañas en busca de carroña y los maleantes campan a sus anchas. Una lista... tres nombres... Cuatro malnacidos que matan a un hombre y a su hijo de cinco años. Su esposa, Sayo, es testigo de todo esto y durante días es violada y torturada.

En la lista de Lady Snowblood falta un nombre, el de Tokuichi Shoei. Su madre cumplía cadena perpetua por matarle de manera premeditada, y en la cárcel Sayo se ofrecía como perra en celo a cualquier hombre que pisara la prisión. Su obsesión era quedarse encinta y que el fruto de su vientre completara su macabra venganza. Al nacer la pequeña Yuki, Sayo por fin descansó en paz.

“Ha sido niña, pero he cumplido mi deseo de parir un hijo… Fuera he dejado un asunto pendiente… una venganza que tengo que ejecutar aunque, para ello, tenga que nacer siete veces. Estoy condenada a cadena perpetua… sabía que no saldría de aquí mientras viviera. Pero el hijo que naciera de mí sí podría salir enseguida. Yo traspasaría mi odio al corazón de ese hijo, moriría y le poseería… Ésta era la única manera. Otora, escucha mis palabras de rencor y, cuando esta niña sea mayor, comunícale lo que voy a decirte… Pobre niña, tendrá que cargar con todo mi odio… Es una hija del infierno…”

Pasan los años, los nombres de la lista se van tachando... El viejo coloca las mangas de su kimono bajo sus rodillas. Se toma su tiempo, quiere dejar intacto su recuerdo honorable, acorde a su pasado samurái. Con cuidado, va envolviendo la

hoja de su tanto para que la sangre no cubra sus manos y, sin miramientos, comienza el seppuku. De izquierda a derecha. De derecha al centro. Del centro hacia arriba. No grita. Sólo mira a su inesperada ayudante, sus pupilas fijas en las suyas por un fugaz instante. Ella se gira en dirección a la puerta. Una niña entra, buscando a su abuelo:

“––¿¡Qui… quién eres!?––Soy Lady Snowblood…”

“El rugido del mar gime sobre la mañana muerta. Es la mujer que anda por la playa de la vida, una mujer que hace tiempo renunció a las lágrimas. Es la mujer que anda por el camino del rencor, una mujer que hace tiempo renunció al amor”.

Blanca y radiante va la novia (“Yuki... Lleva a cabo esta venganza...”)le sigue atrás un novio amante (“por tu

padre, por tu hermano... y por mí”)y que al unir sus corazones (“Te he parido en esta cárcel”)harán morir mis ilusiones (“... para que cumplas esta venganza”.)

Ante el altar está llorando (Gishiro Tsukamoto...)todos dirán que es de alegría (Okono Kitahama...)dentro su alma está gritando (Banzo Takemura...)… gritando de IRA.

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n J. Álvaro Gómez

La ira es uno de los pecados capitales a los que menos se invoca o, por lo menos, es uno de los menos numerosos de los que sufrimos en este tiempo. También debemos reconocer que la ira es uno de los pecados que, cuando aparece, se produce de lo más salvaje, ya que la raíz y base es la violencia.

En este número, vamos a introducirnos en el mundo de Jack “the ripper” o, en castellano, Jack “el destripador”. Un personaje que ha seducido a lectores, escritores y gente cercana al misterio y la intriga. En esta novela gráfica los autores nos ofrecen una visión muy detallada y, sobre todo, muy estudiada sobre el caso y todo lo que rodeó en su momento a la muerte de las cinco prostitutas del barrio londinense de Whitechapel.

Pero ¿qué tiene que ver la ira con este asesino en serie? Según nos vamos introduciendo en la novela, y como muchos de nuestros lectores ya sabrán, uno de los principales sospechosos –pues a día de hoy aún no se sabe quién era el misterioso y brutal asesino–, desató su ira con las prostitutas asesinadas. Por ello, he creído conveniente darle cabida a esta magnífica obra de misterio que se introduce en el pecado de la ira por la puerta grande.

El título de este libro viene dado por la carta escrita, supuestamente, por Jack “el destripador”, y que inicia con la frase “From Hell”. En esta carta, es la primera que el propio asesino se da el pseudónimo de “el destripador”. Es una

carta que ha dado que hablar y que se cree que es del propio asesino.

Los autores de este libro, Alan Moore y Eddie Campbell, se han basado en muchos libros de la época para documentarse sobre los documentos oficiales, las crónicas de la época y la vida del Londres y de la Inglaterra victoriana. Pero también los autores se basan en uno de los más fiables libros escrito sobre aquellos asesinatos, el de Stephen Knight “Jack the Ripper: The Final Solution”, Grafton Books, 1977. Este libro no es un cómic normal, sino una obra muy bien estudiada y, sobre todo, documentada. Al final del libro hay ochenta páginas dedicadas a argumentar todo el relato.“From Hell” es, en palabras de los autores, “un melodrama en dieciséis partes” que empieza con la presentación de dos ancianos, el inspector Abberline y el Sr. Lees. El primero fue el encargado de llevar las pesquisas del caso. En el libro podemos comprobar que, como aquí ya nos adelantan los autores, jugó un papel importante en la no resolución de los asesinatos. El segundo es un vidente que, supuestamente, ayudó e identificó al asesino y que, en este prólogo, se jacta de fingir todo aquello y se confiesa que nunca tuvo ninguna visión relacionada con las muertes de aquellas prostitutas.

Los primeros capítulos del libro nos hablan de los hechos que marcarán el devenir de la historia. Todo gira en torno al príncipe Heddy, su frustrado matrimonio con Annie Crook y la

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From Hell

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Ira

de Alan Moore y Eddie Campbell.

Editorial Planeta DeAgostini, 2003.

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hija bastarda del príncipe. El inicio de todo son las palabras que Annie le dice al príncipe: “Haremos lo que queramos y no podrán evitarlo”. También, en estos primeros capítulos, nos van a ir desgranando la vida llevada por el supuesto asesino, el Sr. William Gull. En las primeras páginas nos lo presentan como un joven entusiasmado por la religión y la medicina. El mismo señor Gull que, poco a poco, comenzará a ascender como masón y como doctor cirujano, llegará a ser el médico personal de la realeza inglesa. Poco a poco, el doctor va intimando con la reina madre hasta que ésta le hace el siguiente encargo en la conversación que a continuación transcribimos:

“Reina: Sr. William, tenemos entendido que ya se ha recuperado del todo de su enfermedad del corazón, ¿cierto?Sr. Gull: Nunca he estado físicamente mejor. Su majestad, ¿me permite que le pregunte para qué me ha requerido?Reina: Por supuesto. Está relacionado con nuestro nieto, Edgard Albert Victor, segundo en la línea de sucesión… conocido entre sus allegados parece ser como “Príncipe Heddy”… Hemos separado a la fuerza a nuestro nieto y “su mujer”, a él le hemos castigado… La mujer ha sido llevada al hospital de Guy, en espera de que se ocupe usted de ella… pero para que este escándalo no haga que el trono se tambalee, hay que silenciarla”.

Aquí tenemos el inicio. En el libro, la reina aparece oscura, sin ningún tipo de movimiento, rígida como un retrato. Los autores del libro, hasta este momento, han decidido no presentarnos la cara del doctor Gull. Sólo cuando la reina decide hacerle partícipe del gran secreto de la corona, se decide representarle; es más, en la viñeta, él mismo dice su nombre de forma que puede intuirse como una presentación formal entre el lector y el próximo asesino. Pero esto es sólo el principio del nacimiento del señor Gull como tal, y el principio del final de las prostitutas de Whitechapel.

Por aquella época, Londres es un hervidero de pobreza, sobre todo para las prostitutas de esta zona de la ciudad. Los autores nos presentan un sitio donde las bandas se reparten territorios y donde las prostitutas deben pagar a esas bandas para poder seguir trabajando. En un primer inicio nos presentan la vida de estas cinco amigas y sus andaduras para buscar unos peniques. Una vida que se ve rodeada de pintas de cerveza y hombres que las utilizan como mera mercancía y desfogue. En ese momento, Polly Nichols, Annie Chapman, Liz Stride, Kate Eddowes y Marie Jeannette Nelly, las prostitutas asesinadas, se enteran del secreto de la realeza e intentan chantajear al príncipe deshonrado. Esta carta llega a manos de la reina y toma cartas en el asunto de la siguiente forma:

“Reina leyendo la carta: Traed al Dr. Gull.Hija de la reina: Pero… ¿no hay otra forma? Estoy convencida de que se podría comprar el silencio de estas mujeres…Reina: Traed al doctor Gull…. Si fuera necesario, contrate a un cómplice que esté más familiarizado con este tipo de personas y su hábitat. Dejamos los medios en sus manos, sir William, sólo queremos que se haga bien.Sr. Gull: ¿Todas ellas su majestad?Reina: Todas ellas…”.

Los autores de este libro nos presentan a una reina ambiciosa, a una reina introducida y salpicada por la logia. Una reina fría y meticulosa, que no le tiembla el pulso si debe tomar la decisión de acallar a unas mujeres que la chantajean.Aquí es cuando el Dr. Gull saca su ira. Ira aumentada por una sed de grandeza y del trabajo bien hecho. Ira que le hará perder la cabeza por llevar a buen puerto la misión que le ha encomendado la reina. Una misión que se le escapará de las manos y que traerá de cabeza a los investigadores de Scotland Yard. Pero la reina no se queda en la base. Su majestad, en su afán de no dejar nada al azar, tira de sus contactos en la logia y de sus influencias en la dirección del departamento de policía para que todo siga un rumbo silenciado. Un rumbo que, debido a la ira con al que el Dr. Gull asesina a las prostitutas, salta inmediatamente a los diarios de toda Inglaterra.Lo que después sucede… les recomiendo que sean ustedes mismos, queridos lectores, los que descubran y se introduzcan en la mente del Dr. Gull. Les invito a pasear, desde un lugar privilegiado, por los oscuros pasadizos del Londres más deprimente. Que sean testigos silenciosos de las muertes más crueles de la historia. Que disfruten de la literatura, sí, li-te-ra-tu-ra, de este género llamado novela gráfica. Seguro que, en un momento dado, se miran las manos o la ropa en busca de cualquier salpicadura de sangre (en los cómics, la sangre siempre es negra).Por supuesto que esta historia es un supuesto. Así lo deja claro el autor, Alan Moore, en el apéndice II del libro:“Poco a poco se me hace evidente que, a pesar del claro atractivo de la teoría de Gull, la idea de una solución, sea la que sea, no tiene sentido.El asesinato no es como en los libros”.

Por lo que, como ustedes verán, aun terminando esta historia, los autores de “From Hell” dejan abierta la leyenda. Recomiendo una película basada, en parte, en el libro: “Desde el infierno”, protagonizada por Johnny Depp y Heather Graham.

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Ira

n Roxana Contreras

Buenos días, Ira

Un cambio de voz para un mundo de posguerra. Escándalos que abren puertas y le permiten, con la publicación de su primera novela, hacerse un lugar seguro dentro de la literatura universal y desde allí

empezar a trazar un camino tratando, como sólo ella podría hacerlo, sus temas favoritos, entre los cuales destacaban: la vida fácil, los coches rápidos, las residencias burguesas, el sol, una mezcla de cinismo, de sensualidad, de indiferencia y de ociosidad -los cuales se convertirían en un sello personal de

toda su literatura-. Era el año 1954 cuando la directora de la revista Elle le encargó a la joven Françoise hacer una serie de artículos sobre las diferentes ciudades del sur de Italia para la revista. De este modo inicia

una serie de viajes, recorriendo dicho país, que da origen a su sección de artículos titulada “Buenos días, Venecia”, “Buenos días, Nápoles”, etc.; según la ciudad que le tocara visitar y dedicar su artículo. La palabra que se convirtió en una característica representativa de la autora dio origen al título de su primera obra, “Buenos días, tristeza”. Contando con tan sólo 18 años de edad, Françoise Sagan publica “Bonjour, tristesse” en 1954. Para poder publicarlo necesitó contar con la autorización de su padre y usar algún seudónimo, el cual encontró en “En busca del tiempo perdido” de Proust. “Buenos días, tristeza” representa una ruptura temática con el ambiente de posguerra de su país natal. La publicación de su primera novela envolvió a Françoise en la polémica y el escándalo. El revuelo se vio provocado por el mundo distinto que Françoise pintaba con sus palabras y por el enfoque en temas como la belleza, los amores, la sensualidad, el hastío y la ira, entre otros. En el libro no se hace referencia alguna a los acontecimientos históricos recientes de aquellos años, ni mención de los miles de caídos que dejara el paso de la Segunda Guerra Mundial. Además, se sumaba a la polémica el hecho de estar narrado por una mujer

Un paseo por la vida de la autora Françoise Sagan y de sus personajes para adentrarnos en la historia de “Bonjour, Tristesse” y ser atrapados por un placer vacío que provoca una onda tristeza, siendo testigos de cómo su joven protagonista combate monstruos que inventa su propia sinrazón.

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adolescente. Motivos más que suficientes para despertar el escándalo a mediados de los años cincuenta. Y como el escándalo despierta curiosidad, su primera publicación fue un gran éxito de ventas.

Una joven adolescente víctima condenada al escándalo. No resulta difícil encontrar a Françoise en Cécile, una de sus principales protagonistas. Cécile está hecha a imagen y semejanza de su creadora. Comparte vicios con la escritora, aunque la segunda le gane de mano en este aspecto. Su propia forma de ser, de pensar y sentir influye en las características asignadas a sus rutinarios y transparentes personajes. Françoise sentía, al igual que Cécile, una terrible afición por las fiestas extravagantes. Comparte con Elsa su adicción a los casinos. Elsa, en la novela, es una pobre afortunada en el juego pero desgraciada en el amor. A Françoise, su adicción a los juegos la hizo saborear momentos dulces y amargos. Primero, logrando construir una mansión en Normandía con lo que había ganado jugando a la ruleta; y segundo, sufriendo importantes quiebras financieras y derrochando gran parte de su fortuna. Así era Françoise, dejando algo de ella en cada uno de sus personajes. Una joven adolescente que se propone disfrutar a pleno de la vida sin preocupaciones, al igual que Cécile. Amante de los límites y los excesos, Françoise tenía una fuerte debilidad que la inclinó hacia el camino del alcohol y las drogas. Unos años más tarde, sufre un grave accidente automovilístico, el cual le causaría serias consecuencias: su acercamiento a la morfina. Hecho que la conduciría a esa fuerte debilidad que la inclinó hacia las drogas, de las cuales jamás se libraría. Sucedió en el año 1957, un año antes de que su novela fuera llevada al cine de la mano del director Otto Preminger. Víctima de sus adicciones, en octubre de 1985, tras su visita al Presidente Mitterrand, tuvo que ser internada en grave estado por una sobredosis de cocaína, que afectó seriamente a su sistema respiratorio. Pese a los altibajos de su vida, Françoise nunca perdió “los tres aspectos esenciales de su personalidad: su sensible condición humana, la lucidez de su inteligencia e imaginación y su envidiable capacidad de trabajo acreditada por la producción de novelas, teatro, canciones, dirección de películas, artículos, reportajes y algunos libros sobre temas diversos.” Los temas que interesaban y que trataba Françoise en sus novelas sirvieron de inspiración a muchos jóvenes escritores de diferentes lugares. “Eran reiterativas sus alusiones a la buena vida, a los carros de alta velocidad, al mar y las playas, al estilo burgués de vida y al ocio y la sensualidad.” La novela describe los juegos de una sociedad burguesa y acomodada, en donde se va tejiendo la telaraña de conflictos que atrapa y deja caer a sus personajes en la trampa de la ira. Sus protagonistas, Cécile, una joven adolescente de 17 años que regresa de un internado religioso para reencontrarse con su padre. Raymond, un viudo cuarentón bien galante, amante del lado ligero y liviano de la vida y de las mujeres sobre todo; Elsa, una chica encantadora, algunos años menor que él, muy simpática y divertida que rápidamente se hace muy amiga de Cécile, con quien compartirían muchas complicidades arriesgadas a lo largo de la historia; Anne, una mujer madura y refinada, galante y de muy buenos modales, una mujer con una cultura elevada y educación brillante, cuya distancia, frialdad e indiferencia opacan su costado más humano. La llegada de una carta interrumpe la deliciosa felicidad de la que gozan Cécile junto a su reencontrado padre, Raymond y su amante de turno: Elsa. Un feliz verano que comienza, poco a poco, a desfigurarse tras el veneno desparramado del enojo y la furia, que acecha en los bordes de una desfortuna no premeditada que aguarda a punto de caer. Algunos de los personajes se convierten en víctimas

desdichadas de su propio enojo, algunos con motivos aparentes y otros sin razón de ser. Primero Elsa, luego la joven Cécile. La madura y refinada Anne viene a quebrantar el orden de las desordenadas y libertinas vidas de Raymond, Elsa y Cécile. Anne versus Elsa. Con sus virtudes y defectos, con sus diferencias de edad y de experiencias vividas, con sus diferentes formas de pensar y estilo de vida, con sus distintas características personales y carácter; la balanza en Raymond comienza a sopesar y a desbaratarse. En medio de un manojo de opiniones y sentimientos ardientemente contradictorios hacia Anne, Cécile no sabe si alegrarse o entristecerse, si entusiasmarse o apenarse, si complacerse o deprimirse ante la presencia de Anne. Cécile, con sus apenas 17 años, comenzaba a mirar el mundo que la rodeaba, su mundo tan particular, sin saber, sin siquiera notar, que su feliz mundo personal se derrumbaría ante sus propios ojos incrédulos. Envuelta en ataques de ligera agitación, Cécile se debate consigo misma, combatiendo a

los monstruos que inventa su propia sin razón. Celosa, pelea por conservar intacto el amor que siente hacia su padre, y el que él siente por ella. Eternos cómplices confidentes y compinches en todo. Un fraternal amor particular, entre padre e hija, capaz de desatar severos enojos por cosas inofensivas. Cécile pelea por mantener las cosas en su lugar, como estaban antes, contra cualquier cosa o persona que se atreva a alterar el desordenado orden de sus vidas. Entre medio de sus ataques fugaces de enojo contra Anne, producto de amargas, violentas y fastidiosas discusiones con ella, Cécile comienza a gestar sus novelescos planes y estrategias para volver la vida de Raymond y Elsa, su apreciado Cyril y ella a la normalidad, a lo que era antes, antes de Anne. Cécile se siente sola enfrentándose a una íntima guerra interna librada secretamente en su contra. Amores encontrados que intentan ser separados o destruidos, amores verdaderos o falsos, amores incompletos o quebrados, como así también el miedo, miedo al aburrimiento, miedo a la estabilidad, miedo a vivir una vida tranquila son algunos de los sentimientos que despiertan un enfado incontenible, que van de lleno a estrellarse contra todo nuevo cambio para detener su avance, y desatan, poco a poco, una furia incontrolable y creciente en los distintos personajes de la novela. Placeres vacíos que provocan una onda tristeza. Ya nada puede vencer la ira desencadenada de Cécile, dominada por una fuerza invisible contra todo nuevo cambio que la enfrenta a la vida. Una fuerza de impulso, sin una fuente de origen clara, es la causante de la eminente desgracia que caerá, por culpa de los brotes de cólera desencadenados, sobre Cécile y Raymond. Ya nada volvería a ser como antes había sido.

Después de Anne, ya nada sería igual. Todo aquello por lo que tanto luchaba y defendía Cécile quedaría hecho polvo, y desaparecería, formando parte de la insignificante nada. Una irritación cegadora sin motivos aparentes es la causa de “ese sentimiento desconocido cuyo tedio, cuya dulzura obsesionan”, al cual Cécile duda “en darle el nombre, el hermoso y grave nombre de tristeza.” Ese punto final en la historia es el desencadenante de ese sentimiento desconocido tan total y egoísta que produce vergüenza. Cécile siente que algo la envuelve como una seda, inquietante y dulce, separándola de los demás. Es la voz de Cécile, que, a través de sus pensamientos, permite al lector meterse en su piel y revivir esta trágica y triste historia, originada por las fuerzas invisibles de un cruel enojo sin causa. Son las semillas de la ira que van germinando en el interior de los protagonistas de esta novela, generando impulsos descontrolados que los arrastran a la desgracia y a la condena eterna de padecer tristeza.

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n Iván Mourin

Una gota de veneno extraviada en el laberinto interminable de la mente; la bestia en el interior que a todos corrompe, que aguarda el momento de escapar; un momento de locura preparado para explotar como una pústula llena de odio, salpicando todo lo que esté próximo, destruyéndolo.Así es la rabia, uno de nuestros sentimientos más primigenios junto con el miedo, oculto en la caverna del cerebro, la amígdala. Algunos necios incautos separan a ésta de la ira, como dos hermanas siamesas a las que un bisturí ha profanado pero que siempre permanecen unidas por la cicatriz que las mancilla, como el miembro amputado que se niega a desaparecer.Un ejemplo: un joven llega a su instituto y dispara a dos profesores, seguido del secuestro de una clase entera. ¿Qué le lleva a hacerlo? ¿La rabia o la ira? ¿O las dos juntas? ¿O es tan sólo un enfermo?La historia de los Estados Unidos está plagada de este tipo de actos, como si a los niños los alimentasen con plomo y pólvora, y en lugar de nacer con una barra de pan bajo el brazo fuera con un buen escopetón. En la prensa no es extraño encontrar casos como el de Dustin L. Pierce, que el 18 de septiembre de 1989 mantuvo retenido durante nueve horas a los alumnos de una clase de álgebra en McKee, Kentucky; o el de Michael Carneal, que el 1 de diciembre de 1997 apareció en la escuela de su hermana con una pistola, un rifle y una escopeta, envueltos en una manta como si fuera una especie de trabajo y, tras ponerse unos tapones para los oídos, disparó en ocho ocasiones. Resultado: cinco heridos y tres muertos. Tras esto, dejó su arma y le pidió a un miembro del grupo de oración del lugar “Máteme, por favor. No puedo creer lo que hice”. Al poco, le diagnosticaron esquizofrenia, pero no fue lo más importante; la relevancia la obtuvo el libro una novela titulada

“Rage” (“Rabia”), del escritor Richard Bachman.La novela relata la historia de Charlie, un alumno problemático que acude al despacho del director de su instituto, llamado por éste, tras un incidente acaecido dos semanas antes, cuando agredió a uno de sus profesores, golpeándole con una llave inglesa en la cabeza, muy cerca de provocarle la muerte. Furioso, insulta al hombre y es directamente expulsado. En el momento en que abandona la reunión, inicia un pequeño incendio y aprovecha para tomar un arma de fuego que guarda en su taquilla, y vuelve a su clase, Álgebra II, donde dispara a su profesora, hiriéndola mortalmente, y retiene a sus compañeros. Pero no será la única muerte: otro de los profesores, que acude al aula para evacuarla, recibe otro disparo. Ante tal alboroto, tras la aparición de la policía y los medios, que rodean el edificio y tratan de comunicarse con él para que se rinda, Charlie se desmorona, arrepentido, sin comprender qué ha sucedido, mientras sus compañeros, afectados por el Síndrome de Estocolmo, al verse reflejados en el chico como una forma de liberación y de enfrentarse al sistema, le reprenden ese cambio de actitud. Durante las horas que pasan encerrados, los adolescentes absorben la ira que empañaba el juicio del secuestrador y utilizan ese tiempo como una terapia en la que todos cuentan sus secretos más íntimos, incluso los más vergonzosos, historias sobre abusos y odio. Sólo uno de ellos realmente está en contra de ellos, y cuando trata de huir, lo asesinan entre todos, causándole un colapso. Un policía logra colarse en las instalaciones y le dispara, con tanta suerte que el proyectil impacta en un candado que el chico lleva escondido en el bolsillo del pecho, saliendo ileso. Finalmente, Charlie es detenido y llevado a una institución mental, y el relato termina

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¿Puede llegar a

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manual del adolescente

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con una inquietante frase del muchacho, que te hace reflexionar.Bachman jamás llegaría a imaginar que su obra podría considerarse una especie de manual del adolescente homicida. Tal vez fue uno de los motivos por el que lo acabaran asesinando años después, aunque su biografía asegura que su esposa, llamada Claudia, fue la que lo encontró muerto de un cáncer cerebral. Pero no ratifico el crimen porque sea un investigador refutado ni me sienta intoxicado por series televisivas policíacas -aunque debo reconocer que paso un buen rato con éstas-, sino porque el propio asesino acabó confesando. ¿Un adolescente con las hormonas alteradas y un brote de enajenación mental transitoria por el metal que lleva en la mano? No. Lo hizo la misma persona que lo creó: Stephen King.Por consejo de sus editores, ya que no creían conveniente que el prolífico autor de Maine sacara al mercado una media de tres y cuatro libros anuales, elaboró este pseudónimo, yendo mucho más allá: le dio una vida propia, con esposa e hijo (éste murió a los seis años, unos dicen que al caer en un pozo, otros en un estanque), le diagnosticó un tumor cerebral, incluso le puso rostro, aprovechando la fotografía de una persona ya fallecida. Pero la auténtica personalidad que había detrás se descubrió casi sola, porque en los agradecimientos y dedicatorias de los libros de Bachman aparecían prácticamente las mismas personas que en las de King, y este último hacía menciones de Bachman en algunas de sus novelas, como en “La mitad oscura”.Pero, regresando a “Rabia”, después de la masacre de Michael

Carneal, con un sentimiento de culpa que no debería ser tal, Stephen King ordenó la retirada de la novela de las librerías y que dejara de imprimirse (para gran suerte nuestra, en nuestro país puede encontrarse fácilmente). Como curiosidad, en el prólogo de otra de sus novelas, “Blaze”, él escribe sobre “Rabia”: “Fuera de impresión, y es una cosa buena”. Otra más es que King la escribió en el último curso del instituto, con dieciocho años, antes de la obra que le hizo popular, “Carrie”, otra historia que contiene tres elementos similares a “Rabia”: adolescentes, masacre en el instituto y la ira latente en cada página. Lo que lleva a preguntarse si el joven Stephen tuvo problemas en el instituto, de falta de adaptación o del tan famoso actualmente ‘bulling’, y la escritura fue un método de terapia, como hacen muchos autores, una manera de liquidar a indeseables sin correr el peligro de que te apresen.Diga lo que diga el autor, todo aquel que haya tenido la suerte de leer “Rabia” encontrará una de sus mejores novelas -brutal sería la palabra que mejor la definiría-, una muestra de la facilidad que tiene el ser humano de corromperse, y más aún en masa, de dejarse llevar por la furia contra el sistema autoritario y costumbrista americano, la irascibilidad que todo adolescente guarda en su interior, y que unos pocos no consiguen contener, modelar y lograr que se desvanezca y, tal vez, como aseguró King, un manual para preparar un asesinato en masa, como si fuese un texto que profetizase lo que estaba por venir y que se ha extendido por otros países.

Bachman jamás llegaría a imaginar que su obra podía considerarse una especie de manual del adolescente

homicida. Tal vez fue uno de los motivos por el que lo acabaran asesinando años después

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n Alejandro Larrañaga Álvarez

- ¿Y ya está?- Sí.- ¿Seguro?- A ti te puede parecer muy fácil el proceso, pero esto tiene mucho trabajo detrás.- Si yo no te digo que sea fácil el proceso, lo que sorprende es que sea tan simple conseguir un resultado tan claro, obvio y espectacular.- ¿Por qué te crees que elegí la ira?- Es algo que se me escapa.- Porque es el único de los pecados capitales en el que el que importa no es sólo el “pecador”.- Bueno, eso que dices no es totalmente cierto. La lujuria, por ejemplo, también exige “colaboración”, por decirlo de alguna manera.- No me refiero a que no haya otros pecados en que más personas se vean afectadas, directa o indirectamente, sino que la conducta irascible está dirigida, salvo casos excepcionales, hacia fuera. Si a ti te diera un arrebato ahora mismo, provocado por mí o no, yo sería el primero en sufrirlo, de eso no tengas ninguna duda. De ahí que sea tan importante la planificación y la gestión de la rabia que quieras provocar a otro.- Para que no te explote en la cara la situación.- Veo que lo vas pillando.- Es que al principio, si no te paras a reflexionar un poco y te quedas solo con las consecuencias, sólo ves la reacción y no entiendes que las causas de esa reacción probablemente hayan empezado mucho antes.- Ahí reside la clave de todo nuestro trabajo. Conocer a tu objetivo, no hay dos que respondan igual ante las mismas situaciones, ya sea por su carácter, porque tienen más o menos que perder, por el miedo o por sus circunstancias particulares en ese momento. A mí al principio me chocaba mucho, porque pensaba que la sociedad y la educación que recibimos nos condicionaba mucho, y sí lo hace, pero queda en un segundo plano ante la propia persona y su entorno más cercano.- Entonces, ¿en qué te basas para realizar ese estudio?, ¿cuáles son los aspectos en los que más te fijas?- Como toma de contacto, me centro en dos cosas básicas. Por

un lado, la capacidad del individuo en cuestión para sentirse agraviado y, por otro, en el miedo. “Lo que quita el sueño no son los pasquines, sino el miedo a los pasquines.” “-Usted no sabe –dijo- lo que es levantarse todas las mañanas con la seguridad de que lo matarán a uno, y que pasen diez años sin que lo maten”.- Lo segundo lo entiendo, porque lo considero el motor principal de la vida, por encima incluso del amor o el afecto. Es fácil hacer reaccionar a alguien cuando lo atemorizas, aunque hay que saber también hasta dónde puedes apretar. Lo que no acabo de ver claro es lo del agravio.- Yo me tengo por una persona minuciosa, y este tema, si lo tratas de este modo, te va a mostrar a tu objetivo como un libro abierto. Es una de las debilidades básicas del ser humano. Una persona con tendencia a culpar a los demás, que siempre tiene un responsable para todo lo que le pasa, es un caramelo. - Porque son más fácilmente manipulables.- Efectivamente. Te sorprenderías de hasta dónde pueden llegar. Teniendo en cuenta lo perspicaz e inteligente que sea, puede identificar a culpables que lo fastidian de un modo burdo o de una manera más sutil o, incluso, convencerse a sí mismo de que un enemigo invisible se ha obsesionado con él. Esto último degenera la mayoría de las veces en que se vuelvan contra alguien de su entorno (generalmente es uno manifiestamente más débil) para volcar sobre él o ella todo lo que han ido acumulando. Son personas siempre dispuestas a contar lo que sufren y cómo son la diana de todo el que les rodea. Si además les das la razón, acabas por tenerlos comiendo en la mano.- Con el añadido de que puedes orientar su frustración e ira contra quien más te convenga.- Veo que nos vamos entendiendo. Aunque siempre tienes que tener cuidado con el factor miedo, porque si le “eliges” un destino muy ambicioso, puedes fracasar y conseguir que se busque otro blanco. Con respecto al tema del miedo, como bien apuntabas, hay que tener cuidado, pero no sólo porque puedas llegar a anular al atemorizado, sino porque es difícil predecir en qué momento van a explotar, con lo que aumentas tus posibilidades de error.

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A propósito de “La mala hora” y la ira.Conversación privada entre dos

desconocidos, con la ira como motor y “La mala hora” como telón de fondo.

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- Ahí es donde entra la sutileza, ¿no?- Es que provocar a uno que ya viene provocado de casa no tiene mérito. Lo interesante es crear un escenario de calma tensa, donde puedes conseguir que todos aspiren tanto a víctimas como a verdugos, trabajar con el ambiente, asfixiarlos para que las explosiones (controladas) sean catastróficas y den paso a nuevas situaciones. Para ello, aplicando un símil futbolístico, es fundamental saber moverse entre líneas. Actuar sin ser detectado por los mecanismos de control, saber qué se le dice a quién y en qué momento. - Algo así como la sociedad de la información sin censura, con todo el anonimato posible, pero a través del boca a boca.- Más o menos. Los grupos pequeños se prestan mejor porque el contacto directo y la imagen lo son todo. La fama que tengas (que te hayas podido labrar) ayuda. Opino que si la visión que tienen sobre ti los que te rodean es de una manera, es muy difícil cambiarla. Entonces, en cuanto te introduces en un ambiente y te ganas la confianza y el respeto de la gente, puedes lograr casi cualquier cosa.- Imagino que será un proceso lento.- Por supuesto. Yo me considero una especie de artista, uno cuyas obras nunca podrán ser vistas en un museo. Para inspirarme, como cualquier otro creador, echo mano de lo que sea, sobre todo algunos libros que se han convertido en auténticos referentes para mí. En este sentido siempre he sentido una especial debilidad por Gabriel García Márquez. Tiene un libro, que se llama “La mala hora”, que es un perfecto ejemplo de cuáles son mis inquietudes, mi forma de pensar y mi manera de trabajar.“El alcalde se inclinó por encima de la baranda y gritó con todo el poder de su voz, como para que lo oyeran no sólo la mujer y sus agentes, sino todo el pueblo.- Y no me sigan jodiendo con los papelitos”.- La verdad es que nunca te habría considerado un artista, pero has despertado mi curiosidad, así que no pares ahora, por favor.- Haces bien en halagarme (podría decirse que estás usando mis propios trucos, pero me gusta), demuestras respeto y buen gusto. Volviendo a García Márquez y a “La mala hora”, lo primero es conocer el terreno sobre el que te vas a mover. No sé si te acordarás de esos

comentarios de texto que hacíamos en el instituto. Lo primero es siempre situar el contexto y los antecedentes para empezar a entender el lugar y a los que allí viven.- Estoy empezando a comprender eso que dices de que es un trabajo largo y duro.- Hacer las cosas deprisa y corriendo es la mejor manera de hacerlas mal. Una vez te sitúas, debes buscar los puntos débiles. En un conjunto de personas no excesivamente grande, donde todos se conocen, es raro que falles si tiras por el tema del orgullo, el honor y el miedo al qué dirán. En sitios más grandes la

individualidad (aunque resulte paradójico que cuanta más gente haya, más tendamos hacia la individualidad y a “olvidarnos” de los que nos rodean) hace difícil este movimiento y, por lo general, hay que buscar los puntos flacos en la familia o los propios complejos de la víctima.- “Entonces fue cuando vio el papel pegado en la puerta de su casa.Lo dejó sin desmontar. El agua había disuelto el color, pero el texto escrito a pincel, con burdas letras de imprenta, seguía siendo comprensible. César Montero arrimó la mula a la pared, arrancó el papel y lo rompió a pedazos”.- A estas alturas ya me has convencido de que eres una especie de genio. Y creo que sólo me queda una última pregunta. ¿Cuáles son esas motivaciones?, ¿qué te impulsa a llevar tu arte hasta este punto?- Si quieres que te responda sinceramente, siempre he sentido una atracción irreprimible por incidir sobre la vida de los demás. Imagino que descargar mi propia ira y mis frustraciones sobre

seres manifiestamente inferiores a mí es mi forma de superar los agravios que el mundo ha tenido la desfachatez de tener conmigo, aunque puede que todo esto sea una tontería y todo sea sólo porque puedo y me aburro.- Grandioso, no esperaba menos de ti. La ira es el mejor material sobre el que trabajar y no hay duda de que nos vamos a entender.- Eso espero.

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Con respecto al tema del miedo, como bien

apuntabas, hay que tener cuidado, pero

no sólo porque puedas llegar a

anular al atemorizado, sino

porque es difícil predecir en qué mo-

mento van a explotar, con lo que aumentas

tus posibilidades de error.

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Ira

La ira, uno de los siete pecados capitales, definida por la Real Academia de la Lengua como “pasión del alma, que causa indignación y enojo”, se perfila como el pecado más emocional y, por ello, el más adecuado para empapar la tinta de las palabras de un texto poético. El artista canaliza esos pensamientos que le generan enfado y desagrado hacia el texto escrito. Si bien en las obras de ficción escritas en prosa, como las novelas, el artista puede canalizar sus emociones a través de otras personas que alzan como una bandera sus opiniones y miedos más profundos, poniéndolos en un espejo para verlos reflejados fuera de sí mismo, en la poesía el artista deja fluir sus emociones y las obras adquieren un importante grado de personalización. Sigmund Freud lo vio muy claro en sus teorías psicoanalíticas y en su discurso 75, denominado “El interés del psicoanálisis para la estética”, asegura que “las fuerzas impulsoras del arte son aquellos mismos conflictos que conducen a otros individuos a la neurosis y han movido a la sociedad a la creación de sus instituciones”. Es decir que los artistas convierten sus miedos, frustraciones y rencores en material artístico a través de un filtro que los depura para contener toda la fuerza de las emociones que el artista intenta plasmar sumado a la belleza de una obra de arte. Así, el creador no sólo se evita tener que ir en numerosas ocasiones al psicólogo, pudiendo gestionar sus problemas a través de la tinta y el papel, sino que además logra comunicarse con otras personas que también encuentran en sus textos un alivio a sus emociones más íntimas, incluida la ira. El psicoanalista austríaco-norteamericano Ernst Kris, que continuó estudiando y alimentando las teorías de Sigmund Freud, señaló en sus obras que el arte “libera las tensiones inconscientes y purga el alma”. En esta misma línea de argumentación se mueve la investigadora Diana Paris cuando concluye en su obra “Julia Kristeva y la gramática de la subjetividad” que “la producción artística constituye

otro modo de nombrar el sufrimiento, de complacerse en la depresión, de sobrepasar el duelo inacabado”. Una vez más, el lenguaje poético parece ser el más adecuado para esta especie de catarsis, ya que designa de forma diferente a la lengua usada para la comunicación ordinaria, reelabora el material real, la palabra común, para transformarla en una obra de arte.En la poesía de la artista catalana Ana María Martínez Sagi encontramos un ejemplo muy representativo de esta forma de escribir, con la que se plasma en el papel todas aquellas emociones y situaciones que el artista tiene que digerir. La relación entre ambos elementos fue tan evidente en la época de la vanguardia, a la que perteneció la autora, que Pío Baroja, nada relacionado en principio con el psicoanálisis, también llegó a afirmar que el arte actual nace del subconsciente, y concreta más: “el arte antiguo hablaba del entendimiento; el moderno, más carnal, habla sólo a la sensualidad y a la subconsciencia”.La ira no se podría entender por sí misma sin otras emociones con las que está íntimamente relacionada, como el amor y el orgullo, que, cuando se ven vulnerados, provocan esa sensación de indignación y enojo de la que habla la Real Academia. Una vez que hemos comprobado la importancia de las emociones en el arte y, en concreto, en la poesía, podemos entrar a ver la marca de la ira en los textos de la poeta catalana. En el poemario “Inquietud”, publicado en el año 1932, encontramos varias poesías en las que se perfila un sentimiento de ira hacia la vida y también hacia su situación sentimental y personal. En la composición “Tortura”, la poeta muestra su repulsa y enfado hacia un pensamiento que la deja desarrollar su vida como ella quisiera:

Déjame como soy: ¡fuerte y serena!¡No intentes de mi ruta desviarme! Que han de ser todas mis horas como un lagoen la paz de la tarde…

La ira en boca poética: Ana María Martínez Sagi

n Marta Gómez Garrido

“¿Qué volcanes feroces, qué bárbaras tormentas, qué azadones rabiosos, qué sañudas piquetas, qué

mordazas de olvido, qué losas justicieras conseguirán al fin hundirte bajo tierra?”

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Para más adelante pedirle que se aleje y la permita vivir libre:

¡Pensamiento! ¡Sembrador torvo y sombrío de simientes infernales! ¡Cuervo negro, maldito y agorero:apártate!

En “La defensa”, perteneciente al mismo poemario, la autora muestra cierta resistencia a dejarse llevar por la ira, intentado quedarse con la parte positiva de sus vivencias sin dejarse hundir por los elementos externos:

¿Quién enturbia la luz de mis pupilas buenas?¿Quién trunca mis quimeras, quién agosta mi vida?Un temblor de emoción hace presa en mis venasy me deja vencida.Me hieren en la sombra. Como el topo rastrero,babean en la tierra y manchan mi juventud: pero en el alma, oculto, tengo un claro lucero,y en lo azul de mis sueños: ¡tú!

En otras composiciones vemos cómo la ira va también acompañada por el orgullo y por la frustración. Un ejemplo es la poesía “Mi derrota”, en la que se lamenta de un amor perdido:

¡Me tenías tan cerca! ¡Me tenías tan cerca,y nunca me llamaste! Yo sigo altiva y solapor mi ruta sombría, sin proferir un grito,altanera y erguida, pero el alma me llora…

Un sentimiento muy similar al que muestra en “Desaliento”:

Me he mostrado siempre tal cual soy. Te he dadoel alma y la vida: hombre que a la tierra vives apegado,¡en tu carne un día se abrirá mi herida!

Sin embargo, en otras composiciones del poemario “Inquietud”, como “Desaliento”, la poeta muestra cierta atracción hacia el dolor

que la tiene presa y por el también que siente aversión:

Dolor yo te bendigo porque me haces fuerte.Dolor yo te bendigo porque me haces buena.Una extraña atracción me ha llevado a querertey a adorar el martirio de tu dura cadena.

Una compleja relación que se subsana en “Confesión” con la aceptación de su situación, con lo que le ira se torna en amargura:

Son ásperas mis manos, marchitas de cansancio,y las tuyas son finas, nevadas de azucenas…

En un poemario posterior llamado “Amor perdido”, Martínez Sagi aún mantiene esa lucha con la vida y se pueden comprobar resquicios de ira en sus versos por no poder ser libre de la influencia de ese dolor que la aprisiona, un dolor que se transforma, una vez asimilado en una ira matizada, que se deshilvana en su composición “Rencor” con la fuerza de la lucha por ser feliz, pero también con el pesimismo del que se sabe perdedor:

¿Qué volcanes feroces, qué bárbaras tormentas, qué azadones rabiosos, qué sañudas piquetas, qué mordazas de olvido, qué losas justicieras conseguirán al fin hundirte bajo tierra?

La poeta, como indicaron los estudiosos de psicoanálisis, deja así constancia en su obra literaria de la ira y el rencor que se desencadenaron dentro de ella a raíz de sus experiencias, unas vivencias que marcaron su vida y que, gracias a haberlas plasmado en papel, ahora llegan hasta los lectores como racimos de emociones dispuestos a ser leídos, ya sea como deleite personal o como herramienta de curación emocional, estableciéndose en este último caso una relación bidireccional de comprensión a través del texto poético que sobrevive al artista.

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n David G. Ávila

Ganará el instinto al fin, callado tan largo tiempo.Momento de lucidez en el que saldremos del rebaño,

aullando himnos de orgullo salvaje,gritando nuestra insumisión a los cuatro vientos.

[...]

Nostalgia de esencia animal, sin lastres, sin domesticar.De vuelta al origen, sin lastres, sin domesticar.

De vuelta a tu origen, revuelta aborigen.[...]

Sintiendo libertad, aprendiendo de nuevo,tratando de liberar a tantos como puedas,

no habrá amenazas que puedan pararnos los pies,no habrá miedo al fracaso.

Letra de la canción “De vuelta a tu origen” -

Interlude (grupo zaragozano de rock)

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Ira

Ojo por ojo, diente por diente

La ira, la venganza, las ansias de ser juez y verdugo. Instintos animales que nos asaltan

cuando sentimos que los más débiles son pisoteados por la suela puntiaguda y pesada de

una sociedad deshumanizada. El mundo rural no es ajeno a esta irracionalidad.

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¿Quién no ha sentido alguna vez la “pasión del alma, que causa indignación y enojo”, “el apetito o deseo de venganza”, la “furia o violencia de los elementos”? Éstas son algunas de las definiciones que nos hemos dado a nosotros mismos. Pero no hablamos de objetos, elementos de la naturaleza o de las ciencias matemáticas, sino de emociones humanas que nos acompañan en nuestra historia desde los confines de nuestras civilizaciones y más allá. Por eso me atrevo a preguntaros: ¿a quién no se le han pasado estas sensaciones entre las tripas? ¡Que levante la mano!, para así ser alzada al trono donde se alojan las personas que en apariencia nos son afines, pero que habitan otra dimensión. Ese lugar que comparten los ascetas, santas, anacoretas, yogis, monjes o pueblos que viven aislados y en armonía consigo mismos y con la naturaleza que les alimenta y cobija. Porque la globalidad de las religiones castiga la venganza y antepone el amor y la no violencia en contraposición a la agresión física o psicológica. Sin embargo, la ira es uno de los pecados más devastadores y apreciables en los medios de comunicación de masas. Tanto en oriente como en occidente. Y aunque no se ensalce o pongamos como ejemplo a seguir a las airadas de la tierra, compartimos ese reflejo humano de castigar a sangre y fuego a quien, desde nuestro punto de vista, lo merece.

Me he valido de las letras del grupo aragonés Interlude para animaros a morder el anzuelo de este texto dedicado a la ira. Aunque en esencia esta canción nos llame a revelarnos pacíficamente contra las injusticias, a abrir los ojos y no mirar para otro lado cuando las sintamos cerca, estas mismas palabras pueden ser interpretadas como un lema para encender esa incontrolable llama que nos invita a sembrar dolor a nuestro alrededor. Y es que tras leer el cómic “No moriré cazado” de Alfred, basado en la novela homónima del francés Guillaume Gèraud, la música de Interlude podría servir como banda sonora de una posible adaptación cinematográfica de esta desgarradora historia. Una adaptación al cine que, estoy seguro, nos haría movernos de nuestra butaca como si un puñado de alfileres nos estuvieran pinchando el trasero. Al igual que con el paso de las páginas del cómic nos sentimos más y más incómodos, al tiempo que atrapados en el torbellino de emociones del protagonista de esta historia.

Una adaptación de una novela al mundo de las viñetas, en la que el micromundo de un pueblo francés, con sus cotilleos, odios y rivalidades ancestrales termina por desatar, sin esperarlo, una masacre digna de tertulias radiofónicas y reality shows televisivos. Un suceso que haría correr ríos de tinta con análisis de psiquiatras y sociólogos. En ellas podrían darse razones para tratar de entender por qué un joven aparentemente normal decide asesinar a ocho personas a sangre fría. Depresión, desarreglos emocionales, antecedentes familiares de violencia, la presión social de un pequeño municipio rural... Sin embargo, Alfred es capaz de ponernos en la piel de un asesino en serie, dándonos la oportunidad de entender sus motivaciones, sin quitarle un ápice de culpabilidad. Pero al mismo tiempo, sin dejar de provocarnos la inquietante y

desagradable sensación de hacernos la terrible pregunta: ¿qué haríamos nosotras en su situación?

“No moriré cazado” nos narra un suceso fatal que nos recuerda tanto a la realidad, que a mí me dejó helado. Masacres como las ocurridas en Noruega este pasado verano, o el tiroteo del Instituto Columbine en Estados Unidos, o la ya histórica venganza entre dos familias en Puerto Hurraco (España) rebrotaron entre mis recuerdos al finalizar esta inquietante obra. Pero también nos evoca la claustrofóbica sensación que tenemos, en ocasiones, los urbanitas que hemos pasado largas temporadas en el campo o en pequeños pueblos. Yo reconozco, sin pudor, que me ha ocurrido. En varias ocasión, en la profunda, extensa y maravillosa dehesa extremeña, me he dado de bruces con la naturalización de la insensibilidad hacia el dolor ajeno. Una hipócrita, a veces, superioridad de las letradas gentes de la

ciudad. No nos damos cuenta de que las normas sociales en un pequeño núcleo rural no distan tanto de las que rigen las metrópolis superpobladas.

En la referencia que sobre este cómic se hace en la web de la editorial Astiberri, el propio autor nos explica que “la violencia tiene muchas caras en este relato. El interés para mí era enseñar sus diversas caras”. Y así es de inicio a fin. Porque, en cualquier historia en la que un grupo de personas o una sociedad antepone sus costumbres y moralidad para lanzar a los más débiles a los acantilados de sus márgenes, puede eclosionar un drama. Y es entonces cuando las personas que miramos desde posiciones cómodas -sentados frente a este espectáculo- se nos remueven todos nuestros cimientos. Y la congoja, la tristeza, el miedo nos pueden dejar inmóviles. Pero unos pocos se rebelan con la misma violencia e ira que sufren las más desfavorecidas.

En estas contradicciones se mueven las viñetas que nos presenta Alfred.

Un autor que en sus obras nos invita a zambullirnos en el barro de nuestras posturas ante el sufrimiento ajeno y la respuesta animal de unas pocas personas por calmar un dolor con otro dolor semejante o mayor. Otro de esos ejemplos del mismo autor es “Por qué he matado a Pierre” (Ponent Mon, 2007), que obtuvo un Premio Esencial y el Premio del Público en el Festival Internacional de Cómic de Angoulême. Esta fue su primera obra publicada en el estado español, que tuve la oportunidad de llevarla a las páginas de Granite & Rainbow en ediciones pasadas.

Una obra más que recomendable, pero con la advertencia de que podemos pasar por un mal trago. Y no sólo por tener que enfrentarnos con la visión de los valores que menos nos gustan de la sociedad en la que vivimos, sino más bien por tener que posicionarnos ante la radical respuesta que toman las personas sensibles a las injusticias y que sólo es posible enmendarlas desde la ira, a través de la fuerza. El ojo por ojo, diente por diente. Ya lo dijo el filosofo inglés Thomas Hobbes hace más de cuatrocientos años: “El hombre es un lobo para el hombre”. Aún seguimos buscando la fórmula mágica para no devorarnos los unos a los otros.

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Ira

n Salvador J. Tamayo

El peor escritor de mi generación

Sé que no soy el único que ha acudido al Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española para ver qué es lo que tenía que decir sobre la ira: “(Del Lat. Ira) Pasión del alma que causa indignación y enojo”. He querido ir un poco más allá. Ambrose Bierce, en su “Diccionario del Diablo” –uno de mis libros de cabecera–, da una definición un poco más precisa: “Irritación de calidad e intensidad superior a la media, apropiada para personalidades exaltadas y situaciones importantes; como, por ejemplo, en “la ira de Dios”, “el día de la ira”, etc. Entre los antiguos, la ira real se consideraba sagrada porque podía manifestarse con la ayuda de un dios o de un sacerdote. (…) Inmunidad es la de David cuando desató la ira de Yahvé al censar a sus súbditos, 70.000 de los cuales pagaron con sus vidas tal pecado. Hoy en día, Dios es Amor, y el director de la oficina del censo puede llevar a cabo su trabajo sin temer ninguna represalia”.

No voy a tratar la ira de la forma en la que pensé en hacerlo en un primer momento, comentando algún libro como “Las uvas de la ira”, de Steinbeck –prefiero mil veces “De ratones y hombres”–; “Los hijos de la ira”, de Dámaso Alonso; o “Fight Club”, de

Chuck Palathniuk. Escribiendo sobre la rabia que siente Tyler Durden contra la sociedad consumista y nihilista de finales del sXX, la misma a la que intenta sumir en la más profunda anarquía. No. Me interesan más aquellos escritores sosegados, parsimoniosos, que rebosan rabia donde parece que no existe nada. La ira no tiene que ser consecuencia, ni tampoco causa; puede ser simplemente una rémora que se adosa a la espalda y se termina soportando. Según Séneca, la ira surge porque

la gente tiene demasiadas esperanzas; si nos dejásemos abrazar por el pesimismo, aceptaríamos mejor la derrota,

la desgracia y quizás también la desesperación. No es necesaria una acción violenta que provoque una ruptura drástica para que surja el sentimiento en su estado puro.

En la novela corta de Juan Bonilla, “El mejor escritor de su generación”, precisamente,

vemos la aparición de una clase de ira, más allá del arrebato pasional o de la efervescencia de la sed de venganza: es la ira que se extiende con los años y que envenena al protagonista

alienándole hasta que se desee reducido a unos gramos de arena. Esta novela corta –o cuento largo de 180 páginas– se incluye en el libro de relatos “La compañía de los solitarios”, editado

“El infierno está en los otros”Sartre

La ira aparece en la novela de Juan Bonilla como parásito invisible que hace, del protagonista, víctima de su propia desesperación. Ni siquiera el intento por superar fantasmas que el tiempo le atribuye, y modifica en cuanto a forma y extensión. El padre. La muerte del madre. Su omnipresente ausencia. No escribir la rabia que le queda.

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de forma magistral por Pre-Textos en 1999. Juan Bonilla es un gran escritor, de esos que surgieron en los noventa y pertenece a la misma generación de Ray Loriga, aunque lo único que les una sea la edad. Lo ha demostrado con su estudio de las obras completas de Nabokov, con su empeño por “hacernos recordar”, junto a Georges Perec y sus “Je me Souviens”, con el libro de relatos “El estadio de mármol”, con la novela “Nadie conoce a nadie” y, en menor medida –no estaba a la altura del resto de su obra, pese a ser bastante buena–, con “Los príncipes nubios”, por citar algunos ejemplos.

“El mejor escritor de su generación” empieza y termina de esta forma:

“Tengo que escribir una novela. No es que me impulse una necesidad interior, o al menos no se trata de ese tipo de necesidad interior que hace declamar a los novelistas populares ante los micrófonos de los periodistas”.

“Quedan unas horas para que se cumpla el plazo. Decido escribir y enviar la novela que debo a la editorial. Se titulará “El lobo”. Auuuuuuhhh, auuuuuuuhhh. Creo que con doscientas páginas valdrá”.

La historia podemos resumirla en unas pocas líneas: El protagonista es un escritor frustrado que tiene que escribir una novela en el plazo de un año. Por ello, ha cobrado un adelanto editorial bastante importante. Es una joven promesa con una primera novela magnífica y se ve convertido en el nuevo enfant terrible –de esos que hoy nos sobran– de la literatura española. Todo sería estupendo si no fuera porque él no ha escrito la novela. La escribió su padre, con quien mantenía una relación fría y distante. Le veía como un muerto en vida, desidioso, sin coraje. Siempre bajo la mano férrea de su esposa hasta que murió y el azar hizo que su hijo la encontrase y se la apropiara.

Realmente, ¿qué tiene que ver esta novelita de Bonilla con la ira? Todo, lo tiene que ver todo. En ella Bonilla proyecta a través de un alter ego –que curiosamente ha publicado un libro llamado “Nadie conoce a nadie”– los miedos y las frustraciones, no sólo del escritor primerizo, sino del postadolescente que se siente rabioso al ver que se está convirtiendo en la proyección del padre que siempre odió, en un apéndice del ego y de los deseos de su autoritaria madre, en un zombie descarnado adicto a los programas de radio nocturnos, como el propio Bonilla –se repite la escena en otros textos, como el relato “Hablar por hablar”–, en todo lo que siempre detestó y que parece ser su destino escrito. Si a esto añadimos al personaje una confusa tendencia homosexual reprimida, tenemos una historia de juventud y autodescubrimiento no sólo triste, sino verídica hasta rozar lo

absurdo, lo molesto y lo incómodo. Y lo vemos en las decenas de situaciones que plantean sus páginas:

“Por ejemplo, el sexo: ¿por qué nunca he chupado una enorme polla si es una de las cosas con las que más he soñado en mi vida y no parece que sea descabellado afirmar que está al alcance de cualquiera dispuesto a pagar unos billetes?”

“––Tu padre tenía mucha imaginación –me dijo en una ocasión. Llegó a imaginarse que yo estaba enamorada de él”.

“Mi madre me levanta todas las mañanas a las ocho para que me ponga a escribir.––Si tu padre pudo hacerlo, no sé por qué no vas a poder tú –me riñe”.

“Tu padre acató el destino, que es lo peor que se puede hacer cuando te pasa algo así. Debió abandonaros de todas maneras y en vez de eso lo que hizo fue abandonarse él. Un tipo generoso”.

El protagonista sufre la ira de la sombra del padre al que odiaba, por el que sentía indiferencia, y que con los años y las ganas parece no sólo que no pudo superarle, sino que todo su universo no es más que una frágil estructura acartonada, que se sustenta sobre el pilar de una novela que para el protagonista lo es todo, y para su verdadero autor resultó ser tan sólo él mismo. El Dr. en Filosofía Maceiras escribió en 1988: “La vida individual es tan pésima que nada se pierde, pero a la vez es imposible evitar nuestros sufrimientos. La vida de los seres individuales es dolor y conflicto. La felicidad tiene un carácter negativo, ya que sólo existe como asco que una vez satisfecho nos produce hastío, aburrimiento. La única salida posible a este destino trágico será la anulación de la voluntad individual sólo posible en la ascética”. Bonilla introduce este planteamiento en su discurso –estoy convencido de que no lo hizo de forma consciente, lo que tiene aún más valor–. El pesimismo que siente el protagonista y su forma de enfrentarse a la vida ante una situación claramente provocada, demuestra gran fatalidad y cobardía. Es comprensible, e incluso sus decisiones se podrían tomar como propias. En la novela juegan un papel importante otros pecados capitales como la pereza, la soberbia y la envidia. Pero es la ira, más allá del pesimismo y de la desidia, la que hace que el propio protagonista se pudra desde las entrañas hasta la dermis, sin hacer nada por evitarlo. Si el propio Juan Bonilla tuviera la oportunidad de leer este texto, discreparía totalmente con mi postura y, seguramente, tenga razón; pero yo entiendo la situación de la historia como una senda de revelación personal, en el que lo mejor que le podría pasar al antihéroe es fracasar.

La ira no es un estado alterado del alma, de la pasión del alma, que causa indignación –tan de moda– y enojo, como nos quiere hacer creer el diccionario de la RAE; la ira es el hilo que hace que Bonilla proyecte de una forma soberbia toda su artillería emocional sobre esta novela y que el protagonista absorba todo y nada al mismo tiempo. Familia desestructurada, complejo de Edipo, homosexualidad frustrada: todo hubiera sido distinto si se hubiera comido una enorme y vigorosa polla, y se hubiese sentado a hablar de literatura con su padre. Quizás la pereza que precede a la frustración y al enfado no hubiera surgido como tal, o quizás sencillamente el protagonista se hubiera convertido en otro de tantos escritores que no escriben y que esperan “heredar”, o “reinterpretar”, esa ansiada novela que les libere del dulce yugo del enfado y la rabia; que les consagre, o que les convierta en el peor escritor de su generación.

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n Begoña Martínez Varela

“Cumbres borrascosas”, de Emily Brontë, bajo un prisma de ira, una de las emociones básicas de las que se nos ven en la cara y que, de la mano de la alegría, el miedo o el interés, nos ayuda a enfrentamos al mundo. Es el amor también una emoción envuelta en sentimiento, ya más elaborado, y que es el padre de esa ira que nos arrastra por un camino del que desconocemos casi todo, salvo la portada. ¿Qué esconden sus primeras páginas? ¿Cómo fluyen las emociones entre las páginas de una de las novelas más sinceras y poliédricas sobre el amor y sus descuidos? Leyendo el libro quizá se encuentren las respuestas.

Dominar la ira no es como atar un lazo sobre una de las emociones que nace en el mismo momento en el que tomamos aire, ni como acariciar, despacio y con suavidad, las orejas de un perro, o de un zorro, y domesticarlo. Lleva tiempo moldearnos desde el barro, somos pies, manos y labios, pero también la lluvia que nos corre por el cuello y nos deshace los hombros, y la llama que a voces grita al oído de nuestro corazón, acechante, cuando sentimos, alerta, que llega el momento de ser amenaza para quien es amenaza. Emily suelta las riendas y deja correr al caballo desbocado de la ira entre sus letras; persigue y ansía algo, no cesa en su búsqueda por reparar el daño recibido a lo largo de sus páramos de tinta llenos de sombras, que emborronan el cielo y lo tiñen de brezo, confundiéndolo con el suelo. Y como sucede con los sentimientos que nos acercan al límite, se desvanecen las fronteras, caen nuestros muros y nos mostramos como llegamos al mundo. ¿Quién no ha querido, alguna vez, alargar la mano hacia la libertad que la ira parece ofrecernos una vez que ponemos el pie en su reino? En cierta forma, parece que la ira, sea pecado o, sencillamente, una de las primeras emociones que expresamos, nos aleja del conformismo y actitudes rayanas a las de los borregos. Pero siempre hay un pero, y aunque la ira tenga, desde el punto de vista de quien escribe estas letras,

un halo positivo de empuje y movimiento contra algo que nos revuelve por dentro, puede hacernos escoger un camino de no retorno que nos lleve hasta la ceguera de un sentimiento que pierde el norte y nos desubica; por lo que ira sí, más en qué medida, podría ser una buena nota para agregar al post-it de la puerta por la que cada día salimos a la calle y nos encontramos con inhóspitos páramos y hostilidad por doquier, y nos falta el aire, y ansiamos recoger flores de brezo para llevarlas a casa y que nos acerquen a la naturaleza, madre, libre y fresca que leemos que dibujan las letras de Emily en su libro. Y es que la libertad va más allá del yo, y Kathy se sentía libre en Heathcliff, y Heathcliff en ella, y ambos, inseparables, cogieron el camino equivocado; quizá, por la asfixia del rostro humano de su entorno, que pretende ahogar, como a un gatito en el río, la belleza que hay en los rostros de Heathcliff y Kathy cuando se sienten uno con todo.

No es posible acercarse a “Cumbres borrascosas” sin mirar de frente a Emily Brontë e imaginar cómo era su vida en los páramos… Su hermana Charlotte nos lo cuenta: “Emily amaba los páramos. Para ella, en los brezales más sombríos florecían flores más brillantes que las rosas. De un lóbrego hueco en la lívida ladera de una colina, su espíritu podía hacer un Edén. Encontraba en los desolados campos

solitarios muchos y gratos placeres, y no el menor ni el menos querido era el de la libertad”. Esa libertad emerge en cada página del libro; a Catherine y a Heathcliff les oprime su falta de ella; a lo largo de la novela Emily nos relata cómo son, cómo sienten y cómo aman, y página a página vamos comprobando que Catherine es Heathcliff; y él, ella. Se identifican, se reconocen y se sienten, pero no se aceptan. Y ahí se abre una herida que hará que la ira les haga verter lágrimas que de puro amargo les hagan herir todo lo que tienen alrededor. Pero, otro pero, todo en la vida tiene su ciclo, y aunque el amor de Catherine y Heathcliff no da sus frutos en felicidad, el de Hareton y Kathy sí consigue abrirse camino, lo que supone,

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Ira

Emily, libertad e ira

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también, el fracaso del ansia de venganza de Heathcliff, ya que sus planes de destruir todo lo que se interpuso entre el amor de él y Catherine han fracasado. Aunque si bien la venganza, como brazo pervertido del amor de Heathcliff y Catherine, se va desvaneciendo a medida que crece el amor entre las nuevas generaciones de las dos familias, Hareton y Kathy, su amor, pervive más allá de la muerte, ya que es Catherine, desde el lugar donde habitan los muertos, quien viene a buscar a Heathcliff para llevarlo con ella, y al fin poder estar juntos. Y es que aunque su amor no les ha dado felicidad, sí es lo que les ha dado la fuerza que transmiten página a página y que desborda, incluso, sus vidas. Cuentan que en la época en la que se publicó “Cumbres borrascosas”, la acogida, tanto del público como de la crítica, fue muy fría; no encajaba en los cánones de la época, demasiada fuerza, quizá; se consideró, incluso, que era una obra anterior y menor de otra de las hermanas Brontë, Charlotte. La pátina del tiempo ha ido alejando los prejuicios con los que se tildaron sus letras, y ahora, con otros ojos, se aprecia toda la belleza y el lustre de su obra. Desconsiderando el origen de la ira de Heathcliff no sería difícil quedarnos sólo con un personaje plano, duro y cruel cuyo propósito no es otro que hacer daño, pero (de nuevo, otro) si le damos vueltas al hecho de que todo comenzó con un amor, como dice Catherine, fuerte como una roca, que se vuelve añicos, nos acercamos hasta él y podemos reflejarnos en la profundidad de sus ojos negros; y aunque él nos rechazase, por orgullo herido, ofrecerle una mirada de comprensión, la que quizá tendría que haberle dado Catherine y, así, salvarle y salvarse a sí misma. Hay ocasiones en las que pienso que hay personas que no saben vivir, que escogen el camino equivocado, y a veces son conscientes de que no es posible seguir por ahí, porque, como en las guerras, no hay ganador. Pero no hay otras opciones, o sí las hay, pero no están a la vista, y con la ira caemos en una vorágine que nos hace muy difícil escapar de su influencia. En cierta forma, en “Cumbres borrascosas” no se puede desligar la ira del amor. Hay venganza, sí, pero por amor. Hay amor, sí, pero (y quizás sea éste el peor de los peros) es un amor impedido, pero (y ahí su fuerza) que busca salidas, no se contenta con morir, se mezcla con los sueños,

con la vida y con la muerte, y es ya en las últimas páginas del libro cuando comprobamos que aún late, que aunque la venganza ha perdido su veneno, el amor de Catherine y Heathcliff es febril y se los lleva, juntos, entre los páramos. “Solo, y consciente de que dos yardas de tierra blanda era la única barrera entre los dos, me dije ‘La tendré entre mis brazos de nuevo: si está fría, pensaré que es el viento del norte que me hiela, y si está inmóvil es que duerme’. Cogí una azada del cobertizo de las herramientas y empecé a cavar con todas mis fuerzas; raspó el ataúd. Me puse a trabajar con las manos. La madera empezó a crujir por los tornillos, estaba a punto de alcanzar mi deseo, cuando me pareció oír un suspiro de alguien desde arriba,

junto al borde de la tumba. ‘Si sólo pudiera levantar esto’, murmuré, ‘quisiera que nos echaran tierra sobre los dos’ y me esforcé más desesperadamente aún. Oí otro suspiro junto a mi oído y me pareció sentir su aliento caliente desplazando al viento cargado de escarcha”. Con estas palabras Heathcliff cuenta, en el capítulo XXIX, cómo siente que aún está con ella, con Catherine, porque son indisolubles, y todo lo relaciona con ella. No fue el suyo un amor que termina en la última página, sino que todavía es; llega hasta nosotros cuajado de brezo y sentimientos, que si bien pueden ser considerados pecados, son también humanos y despiertan los ecos, quizá más pacientes, o no, de los nuestros.

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n Anabel Rodríguez

Los pecados deben vivir en la literatura. No lo digo como una posibilidad, sino casi casi como obligación: deben hacerlo. Las novelas, las poesías, han de contener signos de nuestra imperfección para ser creíbles, para no convertirse en cartillas de lectura, apropiadas sólo para el aprendizaje de los más pequeños. Los personajes pecaminosos resultan más redondos, complejos y completos. La blancura en sus comportamientos les lleva a aplanarse y aburrir a quien se enfrenta a ellos. Sin embargo, hay pecados y pecados, y

posiblemente la ira sea uno de los más arriesgados y complejos de aplicar si queremos hacer un personaje atractivo a los ojos del lector. Esta dificultad se acentúa cuando el protagonista es el encargado de transmitir la carga de ira, de violencia al público. “El Túnel” es uno de los ejemplos más complejos y brillantes en los que el protagonista compone un personaje inseguro, celoso, violento sin resultar ridículo: al contrario.La ira es un pecado al que no le gusta viajar solo. Otras actividades pecaminosas resultan más independientes: la

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“El T

únel” Ernesto

Sábato

“El Túnel” es una novela breve que nos muestra lo

más oscuro del alma humana, la obsesión que

destruye la pasión, la vida misma a manos de un ser

paranoico. Escrita en primera persona, sin

concesiones sentimentales ni al protagonista, ni a los

lectores, no ha perdido un ápice de vigencia en los más de cincuenta años que lleva

publicada.

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gula no necesita de la pereza, ni ésta de la lujuria. Sin embargo, son muchas las ocasiones en que la ira se sostiene sobre las muletas que le prestan la soberbia y la violencia. En el libro de Ernesto Sábato también sucede así. Muchas son las reseñas que nos muestran “El túnel” como un libro sobre el aislamiento. Sin embargo, creo que, aun siendo cierto esto, la novela va más allá y trata sobre una de las zonas más oscuras de la condición humana: la ira, los celos, la obsesión, la destrucción del amor –si llegó a existir en alguna ocasión.Narrado en primera persona, esta novela breve contiene uno de esos inicios que impacta y enganchan al lector desde el primer momento. De los que se han hecho un hueco en la memoria colectiva –aunque el protagonista piense que tal memoria no existe– y forman parte de la historia de la literatura, igual que el de Don Quijote, Anna Karenina, Moby Dick… repitiéndose en la memoria de quienes han saboreado sus páginas: “Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona”. De un plumazo el autor nos pone ante las narices todo lo que va a suceder: ya sabemos quién es el asesino, quién la víctima y hasta el delito que los une. Sólo nos quedan pendiente un asunto: la motivación del criminal. El asesino pretende explicarnos el porqué de su comportamiento.

A lo largo de la obra asistimos, a través del análisis que realiza

el protagonista, al nacimiento de la obsesión amorosa, a la persecución del objeto amado (pues María, en ciertas ocasiones, parece más objeto que persona) y a su destrucción a manos de quien se cree con derecho sobre la vida y muerte de los demás. Juan Pablo Castel fija sus ojos en ella en una exposición de su obra, al descubrir cómo María se fija en la escena secundaria de uno de sus cuadros: Maternidad. A partir de ese momento este depredador, de natural solitario y aislado, comienza la operación de búsqueda y captura de su presa. Primero en su mente y, tan pronto tenga oportunidad, físicamente.

Esa relación pseudoamorosa, obsesiva y paranoica en la que el pintor se sumerge lo tortura. El hecho de que María esté casada con un hombre ciego no supone ningún obstáculo para que se lance en pos de ella, pero sí traerá una enorme carga de celos y amargura, que Juan Pablo Castel llega a denominar “el problema Allende”. En realidad, todos los que rodean, o han rodeado en algún momento a María, atormentan al protagonista de alguna manera. Se obsesiona y siente celos de amantes reales o imaginarios, pasados, presentes o futuros, de personas y sombras que intuye, que crea desde la pesadilla en la que vive, y desde los celos. Todas sus inseguridades se vuelcan en el objeto amado: discuten, insulta a María, le pide perdón de todas las maneras posibles, se humilla, se reconcilian y sostienen su relación durante cierto tiempo, para dejar de nuevo paso a episodios violentos y reconciliaciones en un círculo vicioso que sólo se rompe cuando él, cumpliendo la

Esta novela breve contiene uno de esos inicios que impacta y enganchan al lector desde el primer

momento.

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amenaza que ha proferido previamente, la asesina. La forma de relacionarse con la víctima me ha llevado a preguntarme si no nos encontramos ante uno de los primeros retratos de un maltratador hecho en profundidad, con detalle y desde la perspectiva del propio delincuente; lo que no es fácil ni mucho menos.

Como he expuesto antes, en ocasiones he leído cómo se referían a “El Túnel” como una novela que trata el aislamiento, la soledad. Es cierto: Juan Pablo Castel mata, según él mismo reconoce, a la única persona que podía comprenderle, cortando cualquier posibilidad de comunicación y comunión con el resto del mundo. Sin embargo, Ernesto Sábato va más allá: nos muestra un complejo retrato de la condición humana más oscura; un hombre celoso, violento, que destruye una y otra vez cualquier posibilidad de felicidad que se le brinda al crear fantasmas, al pretender poseer de forma exclusiva, en cuerpo y mente a una persona: María Iribarne. Otro de los puntos brillantes de la novela es cómo el autor se las apaña para que podamos vernos reflejados en alguna de las reflexiones del protagonista: lanza un puente que nos permite contactar con este narrador-protagonista-asesino. Desde mi punto de vista, Juan Pablo Castel no es un loco. Es un hombre obcecado, paranoico, encerrado en sí mismo, violento y posesivo, pero no un enfermo mental; sabe lo que hace y asume el resultado de sus acciones. Esa forma de ser se plasma no sólo en su relación con María, sino también con el resto del mundo. Protagoniza varios incidentes en los bajos fondos, visita prostitutas cuando se siente rechazado por María, y monta diversos escándalos. A través de estos episodios,

podemos presentir la difícil relación que mantiene la humanidad a la que desprecia, pero ante la que pretende justificarse con la escritura de este libro. Bajo la aparente sencillez de esta obra de fácil lectura, nos encontramos con una lúcida y compleja reflexión sobre ciertos aspectos oscuros de nuestra esencia.

Fuera del ámbito airado, violento y pecaminoso que nos ocupa, son llamativas muchas de las reflexiones que sobre el mundo artístico salpican el libro. Recojo literalmente una de ellas, la que realiza el protagonista, Juan Pablo Castel, al referirse a los críticos de pictóricos, aunque es aplicable a cualquier ámbito artístico “Es una plaga que nunca pude entender. Si yo fuera un gran cirujano y un señor que jamás ha manejado un bisturí, ni es médico ni ha entablillado la pata de un gato, viniera a explicarme los errores de mi operación, ¿qué se pensaría? Lo mismo pasa con la pintura. Lo singular es que la gente no advierte que es lo mismo y aunque se ría de las pretensiones del crítico de cirugía, escucha con un increíble respeto a esos charlatanes. Se podría escuchar con cierto respeto los juicios de un crítico que alguna vez haya pintado, aunque no fuera más que telas mediocres. Pero aun en ese caso sería absurdo,

pues ¿cómo puede encontrarse razonable que un pintor mediocre dé consejos a uno bueno?”. Reconozco que me hizo sonreír cuando lo leí. Hay otras referencias que también resultan curiosas, como cuando Hunter, primo del Marido de María y objeto de los celos del protagonista, equipara la novela policíaca con la de caballería que hizo enloquecer a Don Quijote.

A pesar de los más de cincuenta años transcurridos desde su publicación, “El Túnel” no ha perdido ni un ápice de vigencia: es el resultado de un trabajo honesto, complejo y firme. El retrato de un personaje que no resulta ni agradecido a la hora de ser presentado en público, en contra de lo que sucede con los asesinos que habitan otras novelas. La obra de Sábato es realista: nos permite desmontar imágenes preconcebidas, quitar la máscara de monstruo que atribuyen los medios de comunicación a

los protagonistas de crímenes horrendos. Nos permite ver a Juan Pablo Castel como un hombre, nada más y nada menos. Y al final de la lectura tenemos la firme convicción de que, a pesar de sus explicaciones, no hay justificación alguna para ese crimen.

“Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne”

“Que el mundo es horrible, es una verdad que no necesita demostración”

“Existió una persona que podría entenderme. Pero fue, precisamente, la persona que maté.”

El autor nos muestra un complejo retrato de la condición humana más oscura

Los pecados deben vivir en la literatura.

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EntrevistaMadrid, a finales del 2003. Un amigo me llama y me invita a una reunión de escritores peruanos en “María Pandora”, acogedor y nostálgico pub-librería en Las Vistillas. Al llegar, Jorge Eduardo Benavides, que hacía de anfitrión, nos presentó a un novel escritor al que todos llamaban –si mal no recuerdo- “Roncayulo” (apelativo de un popular humorista de la televisión peruana), haciendo juego con su apellido. En las horas que duró la reunión, entre copas de

cava y ritmos de jazz como música de fondo, ‘Roncayulo’ no dejó de contarnos historias llenas de humor e imaginación, muchas inventadas esa misma noche. Nos contó de su vida en Barcelona, de algunos trabajos extra-literarios que tuvo que realizar, de su experiencia como negro literario, de sus viajes, aventuras, pero nada sobre sus proyectos literarios. En ese momento, aunque había publicado el libro de relatos Crecer es un oficio triste –con el que fue

n Carlos García Miranda

Santiago Roncagliolo

Santiago Roncagliolo (Lima, 1975), es uno de los escrito-res peruanos más importan-tes de las últimas décadas, ganador del Premio Alfa-guara de Novela 2006 y otros reconocimientos. Residente en España desde el año 2000, Roncagliolo ha publicado, a la fecha, las novelas El señor de los caimanes, Crecer es un oficio triste, Pudor, Abril Rojo, Memorias de una dama y Tan cerca de la vida; los ensayos El arte nazi, Jet lagy La cuarta espadas; y los libros para niños Rugort, el dragón enamorado y La gue-rra de Mostark. En general, la crítica se pronunciado favorablemente sobre sus obras, alentando a su lectu-ra y estudio. Recientemente, Carlos Fuentes lo incluyó en su restringido canon de escri-tores hispanoamericanos del siglo XX y XXI, afirmando que en el “Perú, después de la gran obra de Mario Vargas Llosa, que va de La ciudad y los perros a El sueño del cel-ta, se refundan los derechos no sólo de la imaginación, sino de la expansión, simulta-neidad y precipicios de la len-gua. Santiago Roncagliolo es un ejemplo” (Carlos Fuentes: “Estirpe de novelistas” en Babelia, suplemente cultural de El País, 27/08/2011)

“El sexo me parece un espacio en que es más difícil mentir. Si la relación entre dos personas es triste o violenta, el sexo también lo es”

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EntrevistaEntrevista

declarado Nuevo Talento FNAC 2003-, en el Perú –salvo pequeños círculos de amigos- era desconocido. Recuerdo que al salir, cuando entrábamos al metro, el amigo que me acompañó me dijo que aquel joven de sonrisa fácil le había causado buena impresión y que, si alguno de los que estábamos en aquella reunión habría de llegar lejos en la literatura, ese era ‘Roncayulo’. Años después, Santiago Roncagliolo –nunca más ‘Roncayulo’- se ha convertido en la mejor carta de presentación en la narrativa peruana en el mundo, logrando en menos de una década ser considerado por la crítica como uno de los mejores novelistas hispanoamericanos de las últimas décadas. En esta productiva etapa de su carrera literaria, Roncagliolo nos ha concedido la presente entrevista –sin derecho a réplica- para hablarnos de sus inicios literarios, sus éxitos, su visión de la literatura hispanoamericana actual, las claves de su última novela Cerca de la vida, y de sus futuros proyectos literarios.

C.G.M. Si tuviera que describirse, ¿cómo lo haría?SR. Preferiría no describirme, porque cambio con demasiada velocidad. Cuando me recuerdo a mí mismo en el pasado, nunca me gusto. Con frecuencia, ese pasado está a dos días de distancia. Así que, sea lo que sea, seré otra cosa pronto.

C.GM. ¿En qué circunstancias se le ocurrió el primer relato?S.R. Escribí mi primer cuento hace como quince años, en un momento de depresión. El mundo alrededor me parecía horrible, y ningún libro me gustaba, así que pensé que tendría que escribir mis propias historias para escapar de la realidad. Era un cuento muy breve, sobre un fantasma que le robaba la billetera a un chico. El siguiente transcurría en el Cielo, en la cola para entrar. Y los personajes eran un montón de muertos.

C.G.M. ¿Le hubiera gustado formar parte de algún grupo literario? S.R. Este año han publicado grandes novelas Guadalupe Nettel, Patricio Pron, Alejandro Zambra y Juan Gabriel Vásquez, en gran parte sobre sus padres, que son de la generación de los míos. Quizá pertenezco a ese grupo. Ojalá así sea.

C.G.M. ¿Podría mencionar a tres autores contemporáneos hispanoamericanos que todo escritor debería leer? ¿Por qué?S.R. Jorge Ibarguengoitia, porque nadie parece saber que los escritores latinoamericanos pueden ser divertidos. Guillermo Thorndike, porque todo el mundo cree que el género de la crónica se inventó ayer. Y Enrique Amorim, porque mi próximo libro será sobre él.

C.G.M. ¿En qué lugar del mundo le gustaría pasar una época solo para escribir? S.R. Me gustaría pasar una temporada en Berlín. Me encanta esa ciudad. Pero en verano.

C.G.M. ¿Aceptaría volver a trabajar de negro literario?S.R. Me encantaría volver a ser negro literario. Pero ahora, mi agente redactaría el contrato.

C.G.M. ¿Considera que España es el lugar de paso obligado para cualquier escritor latinoamericano en buscar de reconocimiento?

S.R. España es obligatorio para publicar, porque las grandes editoriales siguen siendo españolas. Pero no para vivir. A diferencia de antes, hoy muchos autores latinoamericanos de gran éxito siguen viviendo en sus países. C.G.M. ¿Qué opinión le genera Agustín Fernández Mallo y su Generación Nocilla?S.R. Agustín Fernández Mallo es uno de los escritores más creativos de su generación en España. Y cualquier renovación en la manera de contar me parece estimulante.

C.G.M. ¿Qué fue lo primero que pensó al ganar el premio Alfaguara de novela? S.R. Pensé: soy rico. No sabía que todo ese dinero, gracias a la burbuja inmobiliaria, sólo pagaba ocho metros cuadrados de propiedad.

C.G.M. ¿Qué le parece el Premio Nobel concedido a Mario Vargas Llosa?S.R. Ha sido un alivio que se le haya dado el Nobel a Vargas Llosa. Era casi una tarea pendiente.

C.G.M. ¿Qué director de cine le gustaría que plasmara una de sus novelas? S.R. Michael Winterbottom para Tan Cerca de la Vida, David Fincher para Abril Rojo... Y los hermanos Ulloa lo hicieron muy

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bien con Pudor.

C.G.M. Jorge Volpi sugiere que ha llegado “la muerte del papel”. Otros autores se han expresado en términos parecidos. ¿El futuro está en las ediciones digitales? S.R. Bueno, será una muerte lenta... Pero coincido con Jorge. Yo ya casi sólo leo en pantalla.

C.G.M. Tan cerca de la vida. ¿Por qué ese título? S.R. El título habla de cómo se sienten sus personajes: cerca de la vida, pero fuera de ella. Creo que es la definición de la soledad.

C.G.M. ¿Cuánto tiene la novela de autobiografía? S.R. Todas mis novelas son autobiográficas, pero los demás no saben cuánto. Esta habla de lo que yo he sido por mucho tiempo: un hombre sólo en un hotel, tratando de establecer contacto allá afuera.

C.G.M Algunos críticos apuntan a que en el texto existen referencias a filmes como Lost in traslation o Blade Runner. ¿Existen?S.R. El hotel donde transcurre la historia

es el mismo de Lost in Translation, y el Tokio que vive el personaje es muy Blade Runner. Yo añadiría las películas de terror japonesas, que también fueron una influencia importante para este libro.

C.G.M. Teniendo en cuenta el caso de Max, ¿cree que ante la incomunicación verbal sólo queda el contacto sexual? S.R. Ojalá! Pero no todos tienen tanta suerte. Mucha gente no consigue comunicación verbal ni de la otra. En todo caso, el sexo me parece un espacio en que es más difícil mentir. Si la relación entre dos personas es triste o violenta, el sexo también lo es. C.G.M. Max es un personaje sin nacionalidad… S.R. Max es cualquier persona. Es tú o yo. Un hombre en blanco.

C.G.M. En una entrevista resumió la novela como “misterio, sexo y Tokio”.S.R. La acción sólo podía ocurrir en Tokio, porque es lo más parecido a Saturno que puedes alcanzar sin abandonar la Tierra

C.G.M. ¿Se plantea asumir nuevas formas literarias, nuevos géneros? S.R. Ahora trabajo en una historia real: la historia real de un mentiroso, que además, es un recorrido por el arte del siglo XX. Mis personajes son Picasso, García Lorca, Neruda... Y mi siguiente proyecto es una comedia ambientada en la industria de la televisión en Miami. Pero después de eso quiero volver a contar historias que ocurran en el Perú. Lo que pasa es que he tenido que darle muchas vueltas a ese regreso.

C.G.M. ¿Habrá segunda parte de Abril rojo?S.R. El éxito de “Abril Rojo” me convirtió en muchos aspectos en un personaje político. De repente, me encontré respondiendo entrevistas sobre Hugo Chávez y la economía regional (?). Y a la vez, tuve encontronazos con gente muy poderosa, amenazas de muerte, líos con abogados, ataques en la prensa. De repente, me encontré pensando: “¿Qué hago yo aquí? ¡Yo soy un escritor!”. Así que abandoné los temas políticos, empecé a explorar nuevos territorios (literalmente), y sólo ahora, tras algunos años, sé cómo volver a enfocar el escenario en que crecí.

C.G.M. “Antes escribía novelas, pero hace mucho que sólo las promociono”. Es una cita suya. ¿Es esa la realidad del escritor actual?S.R. Publicar novelas es, en gran medida, un trabajo industrial. Pero para hacerlo bien debes estar atento a lo que ocurre en tu interior. Por eso, ahora escribo más y promociono menos (de hecho, casi no hago ni vida social). Escribo mucho, eso sí. Intento ser honesto con lo que vivo en cada momento y, por lo tanto, corro nuevos riesgos con cada libro. Lo excitante de este trabajo es la libertad, emoción que, a veces, uno lo olvida.

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El lug

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l que no se siente

Hijos que matan a su padre y desean a su madre para luego arrancarse los ojos. Padres traicionados por sus hijas. Príncipes que vengan a sus padres. Emperadores que mueren a manos del hijo amado. Bastardos. Fantasmas. Incestos. Tragedias. Éstas son algunas de las situaciones familioliterarias que Sergi Bellver y Juan Soto Ivars citan en el prólogo de la antología “Mi madre es un pez”. Vardaman Brundren, uno de los personajes de Willian Faulkner en “Mientras agonizo”, ve cómo sin querer le sacan un ojo, con un taladro para la madera, al cadáver de su madre. Cuando Vardaman pesca peces, se divierte sacándoles los ojos, creyendo, así, que su madre es un pez. Con esta presentación, Libros del Silencio, una editorial catalana, apuesta por la idea que Bellver y Soto Ivars miman y protegen desde hace algunos años.

Una antología de cuentos puede necesitar de un buen pretexto -o no- para salir a la luz. Puede que los cuentos tengan una calidad lo suficientemente alta como para no necesitar ninguna excusa, o puede que, a pesar de no necesitar tal pretexto, una justificación editorialmente convincente, la tengan. También puede ser que el envoltorio, el objetivo de una antología de relatos, el motor, tenga más peso que la propia literatura que después vamos a encontrar dentro, entre sus páginas. En “Mi madre es un pez” tenemos ambas cosas: una idea atractiva, que es la familia en la literatura; tenemos a Faulkner, tenemos un repaso de grandes momentos trágicos sobre un mismo tema, y tenemos -por suerte- un buen criterio a la hora de seleccionar a los autores (más de treinta) para componer el libro. Si además nos va a servir para hacernos una

R E P O R T A J E

n Fusa Díaz

Era, en cierto modo, el hogar, es

decir, el lugar en el que no se siente

FERNANDO PESSOA

He llegado a la conclusión de que para hablar sobre mi padre debo librarme de mi padre, para hablar so-bre mi madre debo librar-me de mi madre.

JAVIER AVILÉS

Todas las familias felices se parecen entre sí; todas las infelices son desgracia-das cada una a su manera.

LEÓN TOLSTÓI

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B. Berenika

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l que no se siente

idea bastante fiable y global del panorama actual de la literatura hispanoamericana, mejor que mejor.La familia en la literatura es, como el amor y la muerte, uno de los temas más socorridos para los escritores. Su universalidad y su evolución según la época y las condiciones hacen que sea una fuente de inspiración inagotable. Uno de los puntos positivos de “Mi madre es un pez”, que no tiene pocos, es la manera de plasmar la familia en la sociedad de hoy. Es cierto que hay dramas y tragedias que podrán ser leídos siempre sin tener la sensación de que hayan pasado de moda (y el claro ejemplo es “Mientras agonizo”, una de las obras que llevan por bandera la familia y que gestiona las emociones y los parentescos de una manera magistral). Pero ya sin ser libros estudiados y considerados grandes obras de la historia, también tenemos otras novelas que encierran los secretos y las sombras lo familiar. En el libro “Cuatro hermanas”, de Jetta Carleton (Libros del Asteroide), quedan retratados minuciosamente todos los personajes de los Soames; en la novela “Fragmentos de interior”, de Carmen Martín Gaite (publicado recientemente por Ediciones Siruela), hay buena cuenta de los silencios y las tensiones familiares; en “Mamá”, de Joyce Carol Oates (Alfaguara), la presencia y la ausencia maternal hacen desembocar en las hermanas huérfanas dilemas hasta entonces ocultos. Todas ellas de diferentes épocas y desde puntos de vista distintos, la familia siempre queda retratada como un lugar inhóspito, un lugar, como encabeza y titula este artículo con la cita de Fernando Pessoa (utilizada

por Ricardo Menéndez Salmón para su relato “Trayectoria de impacto”), un lugar en el que no se siente. Difícilmente encontraremos en los relatos y las historias familiares un lugar de refugio y paz: no lo hay. O por lo menos, cuando lo hay, no es motivo de literatureidad. Volviendo a la antología, uno de los puntos a favor de “Mi madre es un pez” es que nos dan perfecta cuenta de cómo se desarrollan las familias hoy en día. Los autores de los cuentos, jóvenes o muy jóvenes en su mayoría, no tienen problemas para hablar de familias que antes podían considerarse desestructuradas y que ahora son vistas -fuera y dentro de la literatura- con naturalidad: separaciones, madres solteras, padres solitarios. Seres perdidos y, contrariamente a lo que se entiende por madurez, completamente desconcertados. Casi adolescentes.Entonces, el hogar, que no tiene ese sabor que le otorgamos a la patria -por ejemplo-, de consuelo y paz, es ese lugar en el que no se siente; y los que allí viven, la familia, son esos seres que nos despiertan sentimientos totalmente contradictorios. Igual que en ciertas épocas era común

hablar de deslealtad e incestos en las

historias literarias, ahora abundan dos

lugares comunes que se dejan ver notoriamente en “Mi madre es un pez”: por un lado, el miedo a repetir esquemas que hemos criticado

durante toda nuestra vida; el miedo

a parecernos a nuestros padres, a cometer los

mismos errores. Por otro lado, la sensación

de que nuestros padres (sobre todo... más que los hijos o los hermanos) son personas respetadas y admiradas por el resto de la humanidad, son útiles, y, sin embargo, a nosotros no nos sirven. Los dos ejemplos más claros de este segundo punto vienen de la mano de Andrea Jeftanovic y Juan Terranova. En el primer caso, Jeftanovic nos muestra dos personas c o m p r o m e t i d a s política y socialmente, dos héroes de carne y hueso que luchan por

sus ideales y son consecuentes con la sociedad que les ha tocado vivir. Están comprometidos absolutamente con todo lo que les rodea, excepto con su paternidad. De modo que hay un gran contraste entre lo que de ellos puede decirse y lo que su hijo piensa

y siente con respecto a su paternidad. Igual que en el caso de Terranova,

que acierta y da un tono más distendido que la línea general de la antología, con la historia del hijo de dos de los Cuatro Fantásticos. Andrea habla de “la

enorme necesidad de ser hijo” y Juan trata de entender “cómo

gente que sale súper en la televisión resulta tan poco súper en la vida de los

de su alrededor”. Del primer ejemplo (el miedo a repetir incansablemente y pisar huellas de las que vamos huyendo), Carlo Padial, bajo la descripción de las diferentes paranoias que padece su personaje, intenta no convertirse en lo que detesta, hasta que su padre se instala, después de muerto, en su vida. “Comida en casa de mi padre: en realidad, ya ha asumido que el padre es él”. El padre ya no es la amenaza, ya no sólo teme parecerse é l ,

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Tratando de entender cómo gente que salía tan súper en la televisión podía ser tan poco súper en nuestras vidas.

JUAN TERRANOVA

Extendió la mano y cogió la de ella y entonces estuvo seguro: iba a ser arrastrado al fondo.

MATÍAS CANDEIRA

B. Berenika

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sino que el resto del mundo empieza a parecérsele. Jeftanovic vuelve a servirme, puesto que su necesidad de ser hijo se transforma y vuelve a cometer el mismo error que sus padres. “No te pudiste pajear al lado”. Empieza su cuento con un reproche y acaba él mismo siendo el que finalmente tampoco se pajeó al lado, dejando claro, en un quejido, que hay un orden: la necesidad de ser hijo antes que padre. Y la terrible certeza de que acabamos imitando a los nuestros. Katya Adaui también ejemplifica perfectamente su miedo y el de todos: “Uno acaba pareciéndose a lo que más detesta”. Pero en “Mi madre es un pez” no sólo reflexionamos a partir de la familia y de la sociedad, de cómo las herencias, los odios y el hermetismo a la hora de comunicarnos con nuestros parientes lo van tiñendo todo de una oscuridad que se traduce, siempre, en el drama que nos presentan los autores pecísticos. También, puesto que además de dar luz (arrojándola cruelmente) sobre un mismo tema, están exponiéndose a la crítica literaria, retratan sobre qué movimientos anda viva la literatura actual. Además de que reunimos a estos autores con un pretexto -necesario o no, motor potente o excusa-, el abanico de edades, condiciones y estilos nos muestran por dónde está la narrativa breve del panorama actual. Podemos ver cómo juega con la puntuación Javier Avilés, dotando a su cuento de originalidad, o como Celso Castro -con un relato sublime- renuncia a gran parte de la puntuación y a las mayúsculas. En esta antología no sólo hacemos un recorrido por hijos olvidados,

madres enamoradas de un frigorífico o padres atraídos por la adolescencia sensual de sus hijas... además podemos extraer de ello una radiografía de cómo se está escribiendo ahora. La literatura siempre está viva, y en los últimos tiempos de una manera excesiva (no es nueva la anécdota de que hoy en día todo el mundo tiene una novela

escrita en el cajón). Sergi Bellver y Juan Soto Ivars hacen una selección que pretende reunir a grandes autores ya reconocidos, como Rodrigo Fresán, con promesas de futuro, como Aixa de la Cruz. Muchos de los nombres son todavía desconocidos o se están abriendo camino con una obra literaria recién estrenada; otros están sobradamente consolidados. Como es predecible cuando la diversidad se cruza en nuestros caminos, hay para todos y para nadie. Mi clasificación personal va desde los que tienen una buena idea y la desarrollan mal, los que tienen un gran talento pero carecen de atractivo en el argumento, los que no tienen ni uno ni otro, pasando por los que buscan dejar bien alta su pose de tipo duro -usando muchos tacos, por ejemplo- a los que simplemente son brillantes desde la primera frase, dejando atrás y en evidencia los que todavía tienen mucho que recorrer. Afortunadamente es así en ésta y en todas las antologías, y sería absurdo calificar su totalidad según un único criterio.Por lo tanto, quedan al descubierto todas las virtudes de esta bonita edición: familia y tragedia, crítica, drama, sociedad actual y panorama literario en lengua hispana. Todo ello, unido a Faulkner y Eduardo Mendoza, que hace un recorrido familiar (con Barcelona de fondo) como epílogo, me parece suficiente como para tener en cuenta “Mi madre es un pez”. No es más que otra antología de cuentos inofensiva con buenas intenciones y grandes resultados, pero la literatura siempre basta en y para Granite & Rainbow.

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Mi madre no es mi madre, decido entonces, mi madre es un ser de otro planeta, mi madre viene de una galaxia lejana.

RODRIGO FRESÁN

¿Era mi padre el que comía con la boca abierta o soy yo?

CARLO PADIAL

Hay una enorme necesidad de ser hijo.

ANDREA JEFTANOVIC

Uno acaba pareciéndose a lo que más detesta.

KATYA ADAUI

Odio el olor de mi propia familia.

SARAH KANE

Scott Hunt

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idea bastante fiable y global del panorama actual de la literatura hispanoamericana, mejor que mejor.La familia en la literatura es, como el amor y la muerte, uno de los temas más socorridos para los escritores. Su universalidad y su evolución según la época y las condiciones hacen que sea una fuente de inspiración inagotable. Uno de los puntos positivos de “Mi madre es un pez”, que no tiene pocos, es la manera de plasmar la familia en la sociedad de hoy. Es cierto que hay dramas y tragedias que podrán ser leídos siempre sin tener la sensación de que hayan pasado de moda (y el claro ejemplo es “Mientras agonizo”, una de las obras que llevan por bandera la familia y que gestiona las emociones y los parentescos de una manera magistral). Pero ya sin ser libros estudiados y considerados grandes obras de la historia, también tenemos otras novelas que encierran los secretos y las sombras lo familiar. En el libro “Cuatro hermanas”, de Jetta Carleton (Libros del Asteroide), quedan retratados minuciosamente todos los personajes de los Soames; en la novela “Fragmentos de interior”, de Carmen Martín Gaite (publicado recientemente por Ediciones Siruela), hay buena cuenta de los silencios y las tensiones familiares; en “Mamá”, de Joyce Carol Oates (Alfaguara), la presencia y la ausencia maternal hacen desembocar en las hermanas huérfanas dilemas hasta entonces ocultos. Todas ellas de diferentes épocas y desde puntos de vista distintos, la familia siempre queda retratada como un lugar inhóspito, un lugar, como encabeza y titula este artículo con la cita de Fernando Pessoa (utilizada

por Ricardo Menéndez Salmón para su relato “Trayectoria de impacto”), un lugar en el que no se siente. Difícilmente encontraremos en los relatos y las historias familiares un lugar de refugio y paz: no lo hay. O por lo menos, cuando lo hay, no es motivo de literatureidad. Volviendo a la antología, uno de los puntos a favor de “Mi madre es un pez” es que nos dan perfecta cuenta de cómo se desarrollan las familias hoy en día. Los autores de los cuentos, jóvenes o muy jóvenes en su mayoría, no tienen problemas para hablar de familias que antes podían considerarse desestructuradas y que ahora son vistas -fuera y dentro de la literatura- con naturalidad: separaciones, madres solteras, padres solitarios. Seres perdidos y, contrariamente a lo que se entiende por madurez, completamente desconcertados. Casi adolescentes.Entonces, el hogar, que no tiene ese sabor que le otorgamos a la patria -por ejemplo-, de consuelo y paz, es ese lugar en el que no se siente; y los que allí viven, la familia, son esos seres que nos despiertan sentimientos totalmente contradictorios. Igual que en ciertas épocas era común

hablar de deslealtad e incestos en las

historias literarias, ahora abundan dos

lugares comunes que se dejan ver notoriamente en “Mi madre es un pez”: por un lado, el miedo a repetir esquemas que hemos criticado

durante toda nuestra vida; el miedo

a parecernos a nuestros padres, a cometer los

mismos errores. Por otro lado, la sensación

de que nuestros padres (sobre todo... más que los hijos o los hermanos) son personas respetadas y admiradas por el resto de la humanidad, son útiles, y, sin embargo, a nosotros no nos sirven. Los dos ejemplos más claros de este segundo punto vienen de la mano de Andrea Jeftanovic y Juan Terranova. En el primer caso, Jeftanovic nos muestra dos personas c o m p r o m e t i d a s política y socialmente, dos héroes de carne y hueso que luchan por

sus ideales y son consecuentes con la sociedad que les ha tocado vivir. Están comprometidos absolutamente con todo lo que les rodea, excepto con su paternidad. De modo que hay un gran contraste entre lo que de ellos puede decirse y lo que su hijo piensa

y siente con respecto a su paternidad. Igual que en el caso de Terranova,

que acierta y da un tono más distendido que la línea general de la antología, con la historia del hijo de dos de los Cuatro Fantásticos. Andrea habla de “la

enorme necesidad de ser hijo” y Juan trata de entender “cómo

gente que sale súper en la televisión resulta tan poco súper en la vida de los

de su alrededor”. Del primer ejemplo (el miedo a repetir incansablemente y pisar huellas de las que vamos huyendo), Carlo Padial, bajo la descripción de las diferentes paranoias que padece su personaje, intenta no convertirse en lo que detesta, hasta que su padre se instala, después de muerto, en su vida. “Comida en casa de mi padre: en realidad, ya ha asumido que el padre es él”. El padre ya no es la amenaza, ya no sólo teme parecerse é l ,

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Tratando de entender cómo gente que salía tan súper en la televisión podía ser tan poco súper en nuestras vidas.

JUAN TERRANOVA

Extendió la mano y cogió la de ella y entonces estuvo seguro: iba a ser arrastrado al fondo.

MATÍAS CANDEIRA

B. Berenika

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sino que el resto del mundo empieza a parecérsele. Jeftanovic vuelve a servirme, puesto que su necesidad de ser hijo se transforma y vuelve a cometer el mismo error que sus padres. “No te pudiste pajear al lado”. Empieza su cuento con un reproche y acaba él mismo siendo el que finalmente tampoco se pajeó al lado, dejando claro, en un quejido, que hay un orden: la necesidad de ser hijo antes que padre. Y la terrible certeza de que acabamos imitando a los nuestros. Katya Adaui también ejemplifica perfectamente su miedo y el de todos: “Uno acaba pareciéndose a lo que más detesta”. Pero en “Mi madre es un pez” no sólo reflexionamos a partir de la familia y de la sociedad, de cómo las herencias, los odios y el hermetismo a la hora de comunicarnos con nuestros parientes lo van tiñendo todo de una oscuridad que se traduce, siempre, en el drama que nos presentan los autores pecísticos. También, puesto que además de dar luz (arrojándola cruelmente) sobre un mismo tema, están exponiéndose a la crítica literaria, retratan sobre qué movimientos anda viva la literatura actual. Además de que reunimos a estos autores con un pretexto -necesario o no, motor potente o excusa-, el abanico de edades, condiciones y estilos nos muestran por dónde está la narrativa breve del panorama actual. Podemos ver cómo juega con la puntuación Javier Avilés, dotando a su cuento de originalidad, o como Celso Castro -con un relato sublime- renuncia a gran parte de la puntuación y a las mayúsculas. En esta antología no sólo hacemos un recorrido por hijos olvidados,

madres enamoradas de un frigorífico o padres atraídos por la adolescencia sensual de sus hijas... además podemos extraer de ello una radiografía de cómo se está escribiendo ahora. La literatura siempre está viva, y en los últimos tiempos de una manera excesiva (no es nueva la anécdota de que hoy en día todo el mundo tiene una novela

escrita en el cajón). Sergi Bellver y Juan Soto Ivars hacen una selección que pretende reunir a grandes autores ya reconocidos, como Rodrigo Fresán, con promesas de futuro, como Aixa de la Cruz. Muchos de los nombres son todavía desconocidos o se están abriendo camino con una obra literaria recién estrenada; otros están sobradamente consolidados. Como es predecible cuando la diversidad se cruza en nuestros caminos, hay para todos y para nadie. Mi clasificación personal va desde los que tienen una buena idea y la desarrollan mal, los que tienen un gran talento pero carecen de atractivo en el argumento, los que no tienen ni uno ni otro, pasando por los que buscan dejar bien alta su pose de tipo duro -usando muchos tacos, por ejemplo- a los que simplemente son brillantes desde la primera frase, dejando atrás y en evidencia los que todavía tienen mucho que recorrer. Afortunadamente es así en ésta y en todas las antologías, y sería absurdo calificar su totalidad según un único criterio.Por lo tanto, quedan al descubierto todas las virtudes de esta bonita edición: familia y tragedia, crítica, drama, sociedad actual y panorama literario en lengua hispana. Todo ello, unido a Faulkner y Eduardo Mendoza, que hace un recorrido familiar (con Barcelona de fondo) como epílogo, me parece suficiente como para tener en cuenta “Mi madre es un pez”. No es más que otra antología de cuentos inofensiva con buenas intenciones y grandes resultados, pero la literatura siempre basta en y para Granite & Rainbow.

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Mi madre no es mi madre, decido entonces, mi madre es un ser de otro planeta, mi madre viene de una galaxia lejana.

RODRIGO FRESÁN

¿Era mi padre el que comía con la boca abierta o soy yo?

CARLO PADIAL

Hay una enorme necesidad de ser hijo.

ANDREA JEFTANOVIC

Uno acaba pareciéndose a lo que más detesta.

KATYA ADAUI

Odio el olor de mi propia familia.

SARAH KANE

Scott Hunt

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David García: ¿Desde el principio que se planteó crear una obra, tenía en cuenta el trabajo que debería hacer como editor?Andeka Larrea: En el primer caso, no. Tenía la tesis doctoral de mi compañero, coautor, y con ello nos propusimos escribir juntos. Teníamos en mente que lo queríamos editar, pero más bien era intentar publicarlo. La autoedición no se nos vino a la cabeza de primeras, porque queríamos mover el libro. Comenzamos pensando en enviar la obra a editoriales grandes de Euskal Herria, pero sobre todo en pequeñas. Les enviamos el manuscrito a unas quince editoriales, pero sin saber si nos lo aceptarían, ni en qué condiciones ni nada. Sólo deseando que el libro saliera a la calle. Pero enseguida nos dimos cuenta de que sería muy difícil.

D.G.: ¿Qué reacciones o respuestas recibieron de los editores?A. L.: De las quince editoriales únicamente recibimos, lo que se llama “respuesta de cortesía”, de dos o tres. Llamamos a algunas de las que no respondieron para preguntar si habían recibido los manuscritos, si

los habían leído... Alguna a la que podía interesarle algo el tema nos dijo que la obra estaba en manos de un lector y que éste realizaría un informe. Confirmamos, con el tiempo, que editoriales grandes no publicarían un libro a dos personas que nunca habían tenido contacto con el mundo editorial. Es entonces cuando comenzamos a pensar en la autoedición.

D.G.: ¿Se llegaron a dar un tiempo, poner alguna fecha límite antes de dejar de esperar una posible respuesta de alguna editorial, hasta decidir lanzarse por la autoedición?A. L.: Pues sí, estuvimos como un año hasta decidirnos. Comenzamos a mirar desde lejos el mundo de la autoedición, y nos dijimos, ¡esto es muy difícil! Y complejo, porque hay que adelantar un dinero, hay que diseñar un libro, maquetarlo... Finalmente, en esta primera aventura, nos topamos con un pequeño colectivo editor (Gatazka) que estaba interesado en la temática del libro para comenzar su recorrido editorial. Fue algo circunstancial que llegó a través del boca a boca de amigos

EntrevistaAndeka Larrea

n David G. Ávila

La literatura, al convertirse en libro, se vuelve objeto de consumo y mercancía en manos de las editoria-les. Para evitar las trabas que los grupos editores y

distribuidores imponen a la creatividad intelectual de

muchas personas, algunas se lanzan a la aventura de

la autoedición. Una de ellas es Andeka Larrea (Bilbao, 1972), que nos explica en esta entrevista algunos de

los vericuetos y dificultades que se ha encontrado para publicar de forma autóno-ma e independiente dos de

sus obras.

La autoedicióncomo forma de supervivencia

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Entrevista

o personas conocidas. Para concluir, ellos mismos se hicieron cargo de adelantar el dinero, de hablar con una imprenta y de realizar la distribución.

D.G.: Sin embargo, en su segundo libro, esta vez como coordinador y autor, tuvo que decidirse por la autoedición pura y dura.A.L: Sí, pensé que podía asumir económicamente este gasto, y como para mí era muy importante sacar a la calle este libro, porque es una temática interesante, por el trabajo que había pedido a los colaboradores, y por el que yo mismo ya había llevado a cabo. Di con un colectivo, Diagonal, con el que simpatizo ideológicamente, que realiza tareas de diseño, maquetación y producción de libros con una imprenta. Me dieron un presupuesto y ya. No ponen trabas a la temática de la obra, ni negociar formatos. Lo producen y te dan las copias.

D.G.: Desde hace unos pocos años, salieron al mercado ofertas de empresas que ofertan este tipo de servicios a cualquier cliente o escritor que pueda pagarlo y no tenga otra forma de ver su trabajo negro sobre blanco.A.L: Hoy es más complicado. Porque puedes poner tus ideas al alcance de cualquiera a través de formatos digitales. Si eres un poco romántico, siempre tienes la posibilidad de la autoedición. Pero entonces te enfrentas a la distribución tú solo, donde las grandes distribuidoras pueden pedirte el 50 % de la venta de cada libro. Entonces te encuentras con el problema de no perder demasiado dinero con el libro. La ventaja de la gran distribución es que puedes llegar a presentar el libro, que te hagan entrevistas, reseñas, y eso produce un efecto llamada que pone a tu libro en conocimiento de mucha más gente. Si lo hace uno mismo, esto es un problema que tienes que solucionar tú mismo.

D.G.: ¿Y cómo le va a dar salida a esta segunda aventura editorial?A.L: Lo haré a través del colectivo editor con el que realizamos el primer libro, pero esta vez únicamente con la distribución. Así podré, también, mantener un precio popular para la obra, que era una de mis principales intenciones, ya que se llevan

Entrevista

un porcentaje menor de la venta de los libros.D.G.: ¿Cuánto le va a costar editar por su cuenta su segunda obra?A.L.: Contando la maquetación, el diseño del libro y una edición de 250 ejemplares, estaré en unos 4.000 euros. Imagino que puede haber cosas más baratas. Por ejemplo, si negocias directamente con una imprenta y sabes diseñar y maquetar un libro, los gastos serían la mitad. Para un libro modesto. Si lo quieres con tapas duras en color el precio se dispara. De media, en imprenta te puede

salir el libro entre diez y quince euros, dependiendo de las páginas.

D.G.: A nivel legal, ¿qué requisitos ha tenido que llevar a cabo?A.L.: He tenido que darme de alta como editor. Tuve que solicitar el ISBN. Es un trámite que haces con la agencia del ISBN. Debes entregar documentos con los autores, contenidos, materias de las obras que vas a publicar, y te dan un código que te permite que ese libro esté registrado, como todos los libros del mundo que se publican a diario. De esta forma, cualquier autor puede alegar un mérito, o quedar

confirmado que ha publicado de forma oficial.

D.G.: Además, tengo entendido que ha creado una editorial propia para enmarcar sus obras, de aquí al futuro.A.L.: Así es. He creado una especie de editorial fantasma que tenga continuidad, pero sin ninguna forma jurídica ni nada por el estilo. Para que así no tenga que aparecer simplemente mi nombre. De esta forma, parece que queda más digno cuando una persona encuentra un libro, con su autor,

su editorial...

D.G.: Y ¿por qué publicar con licencia creative commons? ¿Hay algo más que la intención de no hacer negocio con la literatura?A.L.: Por mucho más. Hay una intención directamente política. Nuestra licencia permite copiar todo lo que se quiera, y reproducirlo por cualquier medio, mientras se cite la fuente. Y no permite manipular su contenido. Así, cualquier persona puede citarte o utilizar este trabajo como fuente de información sin tener que pagarte parte del contenido de ese libro. Por lo que el libro está abierto al uso. Y es que estoy en contra de los derechos de autor, y yo ni siquiera creo que exista algo parecido a un autor. Porque lo que uno recoge y plasma en el papel es un compendio de lo que muchas otras ya han hecho en otros ámbitos. Yo esto de los derechos de autor lo veo como algo sagrado que no termino de entender. Que alguien tenga la exclusividad de un trabajo intelectual sólo lo entiendo en algunos espacios. En los demás, en los que alguien te cita, sin ninguna intención de lucrarse, no debería existir.

D.G.: Para finalizar, ¿por qué escribir y publicar un libro hoy en día?A.L.: Por un lado, por la parte más romántica, existencial o trayectoria vital. Yo tengo treinta y tantos años. Siempre he leído libros, he estudiado y trabajado con ellos. Y creo que los libros tienen algo de permanencia que no tienen otros formatos. Y digamos que el tiempo del libro no es el mismo que el de los formatos digitales. El libro permite una lectura más pausada, volver a él cuándo y dónde se quiera. En definitiva, me convence más el formato libro. Tienen una permanencia y una accesibilidad que el resto de soportes no tiene.

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Voces

Pedro Larrañaga

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Diálago iracundo en torno a “City”Venga, no fastidies. No, no fastidio. No lo he leído y no creo que lo lea en la vida.¿Y lo dices así, con semejante tranquilidad?Claro, ¿cómo quieres que lo diga?Pues con pena, hombre, con mucha pena. Con tanta pena como si dijeras “¡Oh! ¡Joder! Ya no se me va a levantar más en la vida” o con tanto dolor como “Dios, ¿¡por qué no volveré a echar un polvo en la vida!?”.Mira que eres dramático.¿¡Dramático!? Lo tuyo sí que es dramático. Te quedas ahí, sentado, tan tranquilo, con tu birra en la mano, sin haberte dignado siquiera a leer las primeras frases del libro. Unas frases de esas que no te dejan indiferente. Como cuando ves pasar a Loli, la del quinto, que ya no puedes dejar de mirarla y sigues con la mirada puesta en ella mucho tiempo después de que se haya ido. Tanto tiempo que su colonia, ésa tan dulce que casi te provoca una embolia al pasar a tu lado, no es más que un vago recuerdo.Se te va la cabeza, colega.La cabeza se te va, te lo juro, en cuanto lees las primeras frases.

“—Entonces, señor Klauser, ¿Mami Jane debe morir? —Por mí, ya se pueden ir todos a la mierda. —¿Eso es un sí o un no? —¿A usted qué le parece?”(Prólogo, pág. 3)

¿Quién coño es Mami Jane? ¡Ves! A eso me refiero. Tan sólo cuatro frases y ya tienes la cabeza llena de preguntas. ¿Qué pasa con Mami Jane? ¿Por qué le están preguntando al señor Klauser si debe morir? ¿Qué es lo que está pasando?Sí, para preguntas tengo yo la cabeza.Así que no tienes la cabeza para preguntas. Entonces, si se puede saber, ¿para qué tiene el señorito la cabeza? A ver, dime, ¿para qué? ¿Para llevar ese peinado tan hortera que llevas?No te metas con mi peinado, no te pases. Además, desde que lo tengo ya casi me he enrollado con dos tías, cosa que otros no pueden decir.“Casi me he enrollado”, eres patético, tío, te

merecías que Diesel y Poomerang vinieran aquí y te hicieran saber qué es lo que verdaderamente importa.¿Diesel y Poomerang? ¿De quién cojones me estás hablando?Ni Mami Jane, ni Diesel, ni Poomerang, ni nada. Eso es lo que pasa, que no sabes nada.

“—¿Quiere usted escucharme un momento? —Claro. —Vale, hágame el favor, eche un vistazo a su alrededor. —¿Yo? —Sí. —¿Aquí? —Sí, ahí, en esa habitación, hágame el favor. —De acuerdo, estoy mirando. —Bien. ¿Por casualidad ve a un chico rapado al cero que lleva de la mano a un tipo muy, pero que muy grande, una especie de gigante, con zapatos enormes y una americana verde? —No, no creo. —¿Está segura? —Sí, estoy segura. —Bien. Entonces todavía no han llegado. —No. —Okay, pues entonces quiero que sepa una cosa. —¿Sí? —Esos dos son buena gente. —¿De veras? —Sí. Cuando lleguen se pondrán a destrozarlo todo y, probablemente, cogerán su teléfono y se lo enroscarán alrededor del cuello, o algo de este calibre, pero son buena gente, se lo aseguro, lo que pasa es que...”(Prólogo, pág. 4)

Eso es lo que te merecías, un cable de teléfono enroscado alrededor del cuello.¿Qué dices? Si ahora los teléfonos no tienen cables, todo el mundo tiene móviles e inalámbricos.Precisamente por eso te merecías que te

lo enroscaran alrededor del cuello.Vamos, déjalo ya, te estás poniendo un poco pesado.¿Un poco pesado? ¿¡Un poco pesado!? ¿¡UN POCO PESADO!? Tío, ¿ES QUE NO TE DAS CUENTA DE LO GRAVE QUE ES ESTO!? No sabes quién es Mami Jane y por qué debe morir. No sabes quiénes son Diesel y Poomerang y por qué son amigos de Gould. No sabes que Shatzy se hizo ama de Gould, un niño que va a cumplir trece años, para que éste no estuviera solo en casa, para que tuviera un lugar al que volver, un lugar en el que alguien lo estuviera esperando, en vez de tener su habitación allí en la universidad mientras todos creían que deberían darle el Premio Nobel.

(“City”, de Alessandro Baricco, Editorial Anagrama)

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¿En la universidad? ¿Cómo va a estar un niño en la universidad? Los niños no tienen que estar en la universidad.Eso mismo piensa Shatzy.

“—Un niño no debería vivir en un college. Un niño ni siquiera debería estudiar en un sitio comoése. —¿Y qué es lo que debería hacer un niño? —No sé, jugar con su perro, falsificar las firmas de sus padres, tener siempre sangre en la nariz, cosas así. Pero nunca vivir en un college. —¿Y qué tendría que falsificar? —Mejor lo dejamos. —¿Falsificar? —Por lo menos un ama, por lo menos podrían contratar un ama, ¿no se lo ha planteado nunca tu padre? —Tengo un ama. —¿De verdad? —En cierto sentido. —¿En qué sentido, Gould? El padre de Gould estaba convencido de que Gould tenía un ama, y que se llamaba Lucy. Cada viernes, a las siete y cuarto, le llamaba para saber si todo seguía en orden. Entonces Gould le pasaba el teléfono a Poomerang. Poomerang imitaba muy bien la voz de Lucy. —Pero ¿Poomerang no estaba mudo? —Precisamente. También Lucy está muda. —¿Tienes un ama muda? —No exactamente. Mi padre cree que tengo un ama, le paga cada mes con un giro postal, y yo le he dicho que es muy eficiente, pero que está muda. —¿Y para saber cómo van las cosas la llama por teléfono? —Sí. —Genial. —Funciona. Poomerang es muy bueno. Sabes, no es lo mismo oír a uno que está callado que oír callar a un mudo. Es un silencio distinto. Mi padre no se lo tragaría. —Tu padre tiene que ser un hombre inteligente. —Trabaja en el ejército. —Ya”.(Capítulo 1, pág. 15)

Sí, vale, eso de los mudos y el teléfono tiene su gracia.Es algo más que gracia, es una ironía. Es más, es la ironía hecha vida. La ironía que hizo que un día chocaran dos partículas de hidrógeno y una de oxígeno para formar una molécula de agua. Ahí empezó todo, creo que en esa irónica primera molécula ya estaba la semilla de “City”. De hecho, estoy convencido de que esa irónica molécula surgió tan sólo para que todos nosotros, algún día, pudiéramos conocer “City”.Tío, metes miedo. Me voy a ir porque en un rato quiero ver el fútbol.¿El fútbol sí te gusta?Claro, ¿a quién no le gusta el fútbol? Incluso a ti te gusta el fútbol.A mí me encanta el fútbol, es el mejor teatro de la vida que existe en la actualidad. Mourinho es un Hamlet elevado a la perfección en todas sus facetas. Y Guardiola... ¿quién sería Guardiola?Me voy.¿Por qué? En “City” también tienes fútbol. Es más, te abrirá las puertas a un modo de ver el fútbol que jamás podrías ni haber imaginado.

“Podía reconocer a un delantero antes de que se cambiara y se pusiera la camiseta con el número nueve. Su especialidad era la lectura de las fotografías de los equipos: las estudiaba un poco y después sabía decir en qué posición jugaba el del bigote y quién era el extremo derecho. Tenía un porcentaje de errores del veintiocho por ciento. Trabajaba para llegar a situarse por debajo del diez por ciento, entrenándose siempre que podía con los chicos del campo de delante de su casa. Todavía le costaban mucho los laterales, porque identificarlos era relativamente fácil, pero determinar quién jugaba a la derecha y quién a la izquierda presentaba dificultades significativas. En general, el lateral derecho era físicamente más compacto y psicológicamente más

rudo. (…) Diesel miraba porque le gustaban los cabezazos. Sentía un placer muy particular al escuchar el impacto del cráneo contra el balón, y cada vez que ocurría decía ‘De locos’, todas y cada una de las veces, con una hermosa sonrisa en la cara. De locos. (…) Poomerang miraba porque buscaba una jugada que había visto años atrás en televisión. A su entender, fue tan hermosa que no podía haber desaparecido para siempre, seguro que tenía que rondar por todos los campos del mundo, y él estaba esperándola, allí, en aquel campo de críos”.(Capítulo 2, pág 16)

Caray, esos tipos sí que están jodidos de la cabeza.No es que estén jodidos, es que ven las cosas de un modo propio y particular. De un modo distinto al que todos los demás las vemos.¿Y eso es bueno?Bueno, no, ¡BUENÍSIMO! Si no, cómo íbamos a saber que no siempre hay que empezar las cosas por el principio. Ah, ¿no?No, sólo es una convención, un acuerdo. Algo que todos decidimos hacer de ese modo, pero que no podemos olvidar que no es más que eso.

“—Léeme la veintidós, —Pero es que tendrías que empezar por la primera. —¿Y eso quién lo dice? —Tiene el número uno, se empieza siempre por el número uno. —¿Gould? —Sí. —Mírame bien a los ojos. —Sí. —¿Tú crees de verdad que cuando las cosas tienen un número, y una de ellas, en particular, tiene el número uno, lo que tenemos que hacer, lo que tú tienes que hacer, y yo, y todo el mundo, es empezar precisamente por ella, por la única razón de que ésa es la cosa número uno? —No. —Fantástico. —¿Cuál querías? —La veintidós. —Veintidós. ¿Podría la candidata recordar lo más hermoso que le fue dado realizar cuando era niña?”(Capítulo 2, pág 19)

Genial, ¡absolutamente genial!Sí, tan genial como el cabrón del “Pises”, el que anda todo el día colgado de su carrito oliendo a meados y estrujando su cartón de vino.Sí, sí, búrlate, pero

“—NO HARÉIS TANTO CACHONDEO CUANDO VENGAN LOS HÚSARES —les gritó a sus espaldas Shatzy. —Pero... ¿tú has oído? —Venga, pasa de todo. —A LOS TÍOS COMO VOSOTROS LOS CUELGAN DE LAS PELOTAS, Y DESPUÉS HACEN TIRO AL BLANCO.”(Capítulo 6, pág 27)

Una cosa sí te voy a reconocer, tiene un buen repertorio de temas ese “City” tuyo.No es mío, animal. No es mío, ni tuyo, es de todos. Baricco lo creó para todos, para que el mundo sea de un modo distinto al que es ahora. Para que veas algo más en un partido de fútbol, para que te sorprendas porque a un niño pueden darle un Nobel y para que sepas que la muerte de Mami Jane, por mucho que ahora te parezca imposible, es el germen de todo y, por tanto, SÍ que debería importarte si debe morir o no.Tío, lo tuyo es puro teatro.Y lo tuyo pajearte en el baño mientras le dices a tu madre que te estás

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peinando y la pobre cree que te estás explotando las espinillas pero que te da vergüenza decírselo. Pero tras la puerta cerrada de un baño pueden pasar muchas más cosas. Puede hasta sonar un combate de boxeo.¿Boxeo?

“¿Y ESO QUÉ ES, LARRY? NO ESTÁS BAILANDO UN TANGO, POR DIOSSobilo no lo deja, mete otro jab, y otro..., gancho de derecha, OTRO DE IZQUIERDA, GORMAN VACILA..., BUSCA EL RINCÓN, TODOS EN PIE... Sobilo lo castiga, Gorman está encogido en el rincón...¡AHORA, LARRY!UPPERCUT DE GORMAN, GANCHO DF. DERECHA, IZQUIERDA AL CUERPO, SOBILO PARECE ESTAR TOCADO, RETROCEDE HACIA EL CENTRO DEL RINGACABA LARRY, COÑO, AHORA...Gorman lo acosa..., tiene los brazos extendidos a lo largo del cuerpo, de verdad que resulta un espectáculo extraño, amigos oyentes... Sobilo se para... Gorman flexiona la cintura, mantiene la guardia bajada..., jab de Sobilo, Gorman esquiva, Y ENTRA EN LA GUARDIA DE SOBILO,DERECHADIRECTO CON LA DERECHA...IZQUIERDAGANCHO DE IZQUIERDA... Y DERECHA GANCHO DE DERECHA, SOBILO A LA LONA, A LA LONA, SOBILO A LA LONA, UNA COMBINACIÓN LETAL, SOBILO A LA LONA, NO PARECE TENER FUERZAS PARA LEVANTARSE... DERECHA IZQUIERDA A UNA VELOCIDAD ENDIABLADA... SOBILO INTENTA LEVANTARSE, SOBILO EN PIE, LA CUENTA HA TERMINADO, SOBILO EN PIE PERO H A TERMINADO, HA TERMINADO, E l ÁRBITRO P ARA EL COMBA TE, HA TERMINADO, EN EL MINUTO Y DIECISÉIS SEGUNDOS DEL TERCER ASALTO, K.O. TÉCNICO, AMIGOS OYENTES, LARRY GORMAN HA TENIDO SUFICIENTE CON UN DESTELLO DE SU CLASE PARA HACERSE CON LA VICTORIA, AQUÍ, EN EL TOYOTA MASTER BUILDING...—¿Dónde cojones has aprendido ese paso de tango? —En el college, Maestro. —No digas chorradas. —Si quiere, se lo enseño.”(Capítulo 8, pág 32)

¿Ahora toca boxeo y tango?No, inútil, no has entendido nada. ESTÁS EN LA PARRA. Me recuerdas al pobre Doctor Mondrian Killroy, tan inteligente, pero tan incapacitado para centrarse en el mundo que le rodea. Creo que sólo tú y él podríais haber firmado aquel ensayo “Objecciones al puré de Vancouver”.¿Objecciones al puré?Sí, una locura, menos mal que Gould le convenció para que eligiera un título menos polémico.Ja, ja, ja, ja, ja. ¿Polémico el puré? Sí, JA, JA, JA, seguro, creo que es uno de los ‘trending topics’ en Twitter.No te rías, la comida es un tema muy serio. La comida y sobre todo el abuso del marketing y la publicidad con un bien que debería ser de acceso universal para todos las habitantes del planeta, no un arma arrojadiza a la cara de los incautos e indefensos consumidores.

“—Hola. —Hola —dijo Shatzy. —¿Qué queréis tomar? —Dos hamburguesas con queso y dos zumos de naranja. —¿Patatas fritas? —No, gracias. —Si tomáis patatas cuesta lo mismo. —No importa, gracias. —Hamburguesas con queso, bebida y patatas, es el combinado n.° 3 —dijo señalando la foto que

estaba a su espalda. —Bonita foto, pero no nos gustan las patatas. —Podéis tomar una hamburguesa doble con queso, combinado n.° 5, no lleva patatas y cuesta lo mismo. —¿Lo mismo que qué? —Que una hamburguesa con queso y zumo de naranja. —¿Una hamburguesa doble con queso cuesta lo mismo que una hamburguesa con queso sola? —Sí, si elegís el combinado n.° 5. —Increíble. —¿Combinado n.° 5? —No. Queremos una hamburguesa sola con queso. Una cada uno. Nada de hamburguesasdobles. —Como queráis. Pero estáis tirando el dinero. —No importa, gracias. —Entonces serán dos hamburguesas con queso y dos zumos de naranja. —Perfecto. —¿Postres? —¿Quieres tarta, Gould? —Sí. —Pues añade una tarta, gracias. —Esta semana, por cada postre que pidáis hay otro de regalo. —Fantástico. —¿Qué tornarás? —Nada, gracias. —Pero tienes que tomarlo, es de regalo. —No me gustan los postres, no quiero. —Pero yo tengo que traértelo. —¿Y eso por qué? ⎜Es la oferta de la semana. ⎜Ya entiendo. ⎜Por tanto, tengo que traértelo. ⎜Pero ¿cómo que tienes que traérmelo? No lo quiero, no me gusta, no quiero acabar tan gorda como Tina Turner, no quiero meterme bragas de la talla XXL, ¿qué tengo que hacer?,

¿esperar a la semana próxima para comerme una hamburguesa con queso y solamente eso?”(Capítulo 14, pág. 51)

¿Qué pasa? Ahora, además de a la literatura, también le pegas a la reivindicación social. No, qué va, paso, ésa es una droga muy mala, de ésa sí que no te recuperas.

“Si un ladrón de bancos va a la cárcel, ¿por qué los intelectuales se pasean libremente?”(Capítulo 22, pág. 94)

Es una lástima no haber conocido los tiempos del salvaje oeste, allí sí que sabían arreglar las cosas.Sí, seguro, sin ducharse todos los días, con los dientes hechos un asco y el culo lleno de callos de andar todo el día sobre la montura del caballo. Un plan cojonudo.No, ése no es el western del que te hablo, yo me refiero al que hay en las historias que escribe Shatzy.¡Joder para la Shatzy esa! Así que además de ama de Gould, de empezar los cuestionarios

por la pregunta número 22 y de no comer nada más que hamburguesas solas con queso, además de todo eso, la tía lista también escribía novelas del oeste. ¡LA LECHE, SÍ QUE ES UNA PIBA DIGNA DE CONOCERSE!No, capullo ignorante, Shatzy no escribía novelas del oeste. Shatzy creaba leyendas.

“Lo crea o no, hace treinta y cuatro años, dos meses y dieciséis días alguien arrebató el tiempo deClosingtown. Se levantó un viento terrible y de golpe se detuvieron todos los relojes del pueblo. No hubo forma de hacer que volvieran a funcionar. Había uno, enorme, que nuestro hermano había hecho construir sobre una torre de madera, justo en el centro de Main Street, bajo el depósito de agua. Estaba muy orgulloso, e iba él, en persona, a darle cuerda cada día. No había ninguno que fuera tan grande en todo el Oeste. Lo llamaban «el Viejo», porque iba lentamente, y parecía sabio. Se paró ese día y nunca más volvió a funcionar. Tenía las agujas clavadas sobre las doce y treinta y siete, y en ese estado parecía un ojo ciego que no dejaba nunca de mirarte. Al final decidieron recubrirlo con unos tablones. Al menos dejaba ya de espiar a todo el mundo. Ahora parece un depósito, más pequeño, debajo del grande. Pero allí dentro sigue estando él. Parado. Si piensa usted que se trata sólo de leyendas, escuche ésta.”(Capítulo 29, pág.129)

Una leyenda es algo que se te queda dentro una vez que la conoces y ya jamás puedes deshacerte de ella. Lo mismo que te pasa tan pronto como terminas de leer “City”. Y lo terminas, puedes estar seguro de que una vez lees a Shatzy preguntar si Mami Jane debe morir, ya está, ya jamás podrás abandonar esa ciudad. Y ahora me voy.

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LIBRO Experimentos sobre el VacíoAUTOR Nieves Vázquez Recio

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LIBRO: FamaAUTOR: Daniel KehlmannRECOMENDADO POR: Iraide Talavera

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RESEÑA BREVE: ¡Roma te necesita! Si desde pequeño tu mayor ilusión es ser legionario estás de suerte. Aquí tienes la mejor guía, no oficial, de cómo llegar a serlo y ser capaz de jubilarte con honores sin haber muerto en el intento. Como aspirante a legionario puedes tener muchas dudas: en qué legión alistarte, cómo cuidar de tu equipo, cómo luchan los enemigos de Roma, cómo tomar una ciudad (entrar y luego ser capaz de salir), qué inscripción es la mejor para tu lápida... ¡No hay de qué preocuparse! el profesor de Historia Antigua Philip Matyszak contesta a todas esas preguntas con un tono irónico cargado de humor y dando las claves de lo que Roma espera y necesita de sus soldados y de lo que tú, aguerrido romano, has de esperar de tu Imperio en la guía menos marcial y más divertida de la historia militar.Porque Roma no podría existir sin su ejército, ¡alístate en una de sus muchas legiones! (de las que no hayan sido aniquiladas), verás mundo y tal vez, siguiendo los útiles consejos de Matyszak, vivas para contárselo a tus nietos.

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RecomendacionesLIBRO: Siberia BluesAUTOR: Néstor SánchezRECOMENDADO POR: Yanina Rosenberg

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LIBRO De qué hablo cuando hablo de correrAUTOR Haruki Murakami

RECOMENDADO POR Anabel Rodríguez

RESEÑA BREVE: Atípico libro de memorias en el que el autor japonés reflexiona y se pregunta sobre lo que ha supuesto para él, como persona, el hecho de correr habitualmente. Obra corta, cercana, sencilla, pero con mucha

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interese reflexionar un poco.

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Novedades narrativa

Martina no puede dormir por las noches porque tiene miedo. Cree que bajo el suelo se esconde un mundo habitado por monstruos de colores que caminan con la cabeza hacia abajo. Quizá, si un día se ponen de acuerdo y empiezan a saltar todos a la vez, podrían romper el suelo y llevarse a Martina a su mundo, y obligarla a caminar al revés. Al otro lado del suelo, la niña-monstruo Anitram tiene miedo del mundo que hay bajo su cama. Está habitado por humanos que caminan con la cabeza hacia abajo y también teme que consigan llevársela a su mundo.Pero una noche, mientras Martina y Anitram duermen, sus brazos se deslizan fuera de la cama y se conocen por primera vez.

“El intendente Sansho” ofrece una selección de seis de los mejores relatos de Ogai Mori (1862-1922), una de las figuras más importantes e influyentes de la literatura japonesa.Cinco de los relatos (el que da título al volumen, “El barco del río Takase”, “Las últimas palabras”, “La señora Yasui” y “La historia de Iori y Run”) pertenecen al género de la ficción histórica, género en el que el autor logró sus mejores páginas. Por su parte, “Sakazuki” es, en palabras del prologuista, Carlos Rubio, “una delicada alegoría sobre el efecto perturbador producido en el grupo por un elemento extraño, más concretamente sobre la aparición del extranjero en la sociedad japonesa”.El relato con el que se abre el volumen, “El intendente Sansho”, una conmovedora historia protagonizada por dos niños que son separados de su madre y vendidos como esclavos a un despótico terrateniente, sirvió de base para una de las películas más conocidas del director japonés Kenji Mizoguchi.

En “La gran borrachera”, René Daumal explora los abismos del mundo materialista en un viaje iniciático dividido en tres etapas: el autor parte de un inframundo lleno de borrachos y personajes extravagantes para visitar después, en un rápido ascenso, a los abstemios incurables, los llamados Evadidos superiores –farsantes del arte, de la política y de la ciencia viven en los paraísos artificiales con sus falsos dioses–. Luego viene el despertar, la transformación hacia una nueva realidad. El autor aprenderá a conocerse mejor, a profundizar en la vía introspectiva, rechazando los círculos viciosos del alcohol y de la falsa sabiduría: «Mientras que la filosofía enseña cómo el hombre pretende pensar, la borrachera enseña cómo piensa».

Una silla esperando a alguien que no llega. Un zapato con memoria. Una madre que corre en sueños. Una pareja enamorada de lo que no hace. Un psiquiatra atendido por su paciente. Una moneda volando en un hospital. Una

mujer que se excita con Platón. Dos ensayistas en el baño. Un político perseguido por revolucionarios invisibles. Un asesino cubista. Un mundo donde los libros se borran. Un fusilado que piensa. Monólogos. Mirones. Todo esto, y

más, vive en “Hacerse el muerto”. En estos nuevos cuentos, Neuman explora el registro tragicómico hasta las últimas consecuencias, desplazándose de lo conmovedor a lo absurdo, del dolor de la muerte al más agudo sentido del humor. Breves piezas que buscan,

simultáneamente, la emoción y la experimentación. Un trabajo atrevido con el estilo, la voz y la temporalidad. Una impactante serie de reflexiones sobre la pérdida como manera lúcida de intensificar la vida, de interpretar nuestra

asombrada fugacidad.

Tras el formidable éxito de “La hija de Robert Poste”, Stella Gibbons nos deleita con una sátira sobre el estirado establishment artístico inglés. Humor inteligente con un delicioso aroma rústico, que nada tiene que envidiarle a su

antecesora en cuanto a descaro y afán de sátira.Dieciséis años después de haber puesto el pie por última vez en el pintoresco pueblo de Howling, Flora Poste, la

díscola y encantadora protagonista de “La hija de Robert Poste”, vuelve a la carga para socorrer a los atribulados Starkadder, propietarios de la granja de Cold Comfort. La finca ha sido rehabilitada como un museo decorado

en falso estilo rústico inglés, y se convierte en el lugar de celebración de una conferencia del Grupo de Expertos Internacionales, entre los que se cuentan inefables pintores, escultores insufribles, excéntricos sabios orientales, y

toda una plétora de intelectuales fastidiosos cuya máxima obsesión es dejar pasmados a los lugareños.

LIBRO Yo mataré monstruos por ti AUTOR Santi Balmes EDITORIAL Principal de los Libros PRECIO 13.50 €

LIBRO Flora Poste y los artistas AUTOR Stella Gibbons EDITORIAL Editorial Impedimenta PRECIO 17,95 €

LIBRO El intendente Sancho AUTOR Ogai Mori EDITORIAL Editorial Contraseña PRECIO 18.50 €

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LIBRO Hacerse el muerto AUTOR Andrés Neuman EDITORIAL Páginas de Espuma PRECIO 15 €

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LIBRO La gran borrachera AUTOR René Daumal EDITORIAL Cabaret Voltaire PRECIO 17.95 €

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Novedades poesía

Cuando Ana Martín Puigpelat me pidió que escribiera el prólogo de su última obra, no sabía si se trataba de una introducción a una obra dramática, poética o a una obra que combinara ambos aspectos, puesto que es la característica de la escritura de la autora. Al leer una y varias veces Lyon, 1943, decidí que la riqueza y profundidad de la obra merecían algo más que un prólogo de dos o tres folios. Por consiguiente, le propongo al lector más bien una introducción crítica al universo puigpelato que se dedica a un análisis detallado de la obra, en espera de que le permita apreciar, como bien se merece, un poemario que combina varios aspectos: históricos, lingüísticos, líricos e incluso filosóficos. Le debemos hacer también una advertencia al lector: como se dice para algunas películas (lo que muestra el aspecto pluridisciplinar de la lírica puigpelata), algunas de las temáticas podrían herir su sensibilidad, sobre todo cuando los versos se dedican a hablar de las relaciones amorosas, motor de la acción. Que el lector no vaya a pensar en escenas pornográficas, ¡no!, sino en una situación extrema, un dilema más bien filosófico... pero no quiero revelar más... le toca al lector leer la obra y hacerse su propio juicio. Texto introductorio del libro, por Philippe Merlo Morat.

Al reeditarse ahora este libro, surgido en el mes de mayo de 1936, podría argumentar que le expongo a una nueva aparición solamente por el incontenible deseo de verlo una vez más en letra de imprenta. Pero sucede que, desde la altura de mis años, temo que tal vez no prevalezca su gracia -en cierto modo caprichosa- suficiente para imponer -digamos ofrecer por disimular la imposición- al lector, un producto poético conservado durante ciincuenta años y perteneciente al sector de mi obra, no sólo no cultivado, sino manifiestamente autoprohibido...

Rafael Saravia realiza en “Llorar lo alegre” una audaz exploración de los sentimientos: volcado simultáneamente hacia dentro, hacia el bullir de la conciencia, y hacia fuera, hacia un mundo pleno de estímulos y desengaños, el poeta canta a la madre de la niñez y describe los paisajes de hoy, revive el amor pasado y se asombra ante el amor presente, evoca el deseo experimentado y analiza la pasión que aún lo arrastra. En este libro confluyen, pues, muchas experiencias y muchos lenguajes, aunque todos caracterizados por la plasticidad y el atrevimiento. Y las lágrimas lo atraviesan. Pero son unas lágrimas sin sal, jaspeadas de entusiasmo (Eduardo Moga).

«En “La hija del cazador” nos aguarda un mundo en claroscuro. La niña que es mujer, que se aleja de la casa y se adentra en el bosque. Que busca un universo nuevo e incierto a la vez. Que avanza en pos de la luz que advierte detrás de los árboles. El destino es el propio sendero. Allí las sombras huyen y a la vez acechan, aguarda la ceniza y aguardan las emociones nuevas que son, a su vez, trasunto de las emociones abandonadas. Amar al padre. Respetar al padre. /

Querer ser otra. Vivir y añorar la casa donde vive el pasado y edificar la casa del futuro con la frágil materia del presente. El libro de lo que huye y se ama y se sueña. De lo que vive y muere. De lo que nos contempla y nos da la espalda. Un

poemario intenso, evocador, hecho de los temores y de las extrañezas de una realidad en tránsito» (Manuel Rico).

En la primavera de 2008 Jordi Corominas i Julián terminó “Paseos simultáneos”, suite de 136 poemas en los que intentó captar la totalidad de una jornada. La idea de engarzar fragmentos para que cobraran unidad es una parte

importante de su obra, y las “Loopoesía(s)” de este volumen dan buena fe de ello. De lo extenso quiso pasar a lo concreto en piezas más cortas que en su esencia pudieran aunar experimentación formal y un cuerpo ideológico

sólido. La primera criatura nacida de este empeño fueron “Las nocheviejas del Patriarca”, delirante suite que prosigue el

concepto de moverse con los versos hacia confines inexplorados. Más tarde Corominas decidió musicarla, y así nació su proyecto performático Loopoesía, que cada año se renueva con nuevas suites, como si el poeta fuera un grupo de

música y sus creaciones una nueva colección de canciones. “Loopoesía(s)” engloba toda su labor de 2008 a 2011, del atrevimiento urbano de “Los jugadores de ajedrez de plaza Catalunya” a la feroz crítica que supone el poemario

dedicado al Negro de Banyoles, símbolo de la ceguera y la hipocresía del mundo contemporáneo.

LIBRO Lyon, 1943 AUTOR Ana Martín Puigpelat EDITORIAL El sastre de Apollinaire PRECIO 10 €

LIBRO Loopoesía(s) AUTOR Jordi Corominas i Julián EDITORIAL Descrito Ediciones PRECIO 4 €

LIBRO A la orilla de un pozo AUTOR Rosa Chacel EDITORIAL Editorial Pre-Textos PRECIO 6 €

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LIBRO La hija del cazador AUTOR Pilar Adón EDITORIAL La Bella Varsovia PRECIO 10 €

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LIBRO Llorar lo alegre AUTOR Rafael Saravia EDITORIAL Bartleby Editores PRECIO 9 €

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falsaria.comHoy por hoy, son pocas las iniciativas gratuitas que buscan divulgar por

internetobras de autores desconocidos. Falsaria.com es una Red Social Literaria

que nace con la vocación de convertirse en un espacio abierto para unir a escritores inquietos con lectores curiosos.

Falsaria es un catálogo de escritos en lengua española para ser leído en internet, en papel o mediante teléfono móvil, y que se completa con

perfiles de los escritores y foros de lectura o la posibilidad de que los usuarios puedan valorar los contenidos, elaborar rankings y seguir o

ponerse en contacto con los autores.En Falsaria.com, son los propios autores registrados quienes pueden

componer y publicar sus contenidos desde su Panel de Creación personal.Una de las grandes ventajas de publicar en Falsaria.com es la gran

cantidad delectores que visitan la web y la amplísima difusión las obras en redes

sociales como Facebook y Twitter.www.falsaria.com

Desde G&R queremos ofreceros, en cada uno de nuestros números, un tablón de anuncios (por supuesto, gratuito). Que no nos gusta hablarsólo de literatura, o que no nos gusta hablar sólo nosotros de la literatura y sus alrededores, así que hemos decidido contar con

vosotros. Tenéis cabida todos: editoriales, agencias, correctores, traductores, libreros, lectores, escritores. También queremos que aparezcanlas librerías de vuestras ciudades y los encuentros literarios que puedan haber: recitales, presentaciones de libros, cursos y talleres literarios, de

escritura, de edición, de lectura, etc. Si quieres publicitar tu novela, una autoedición, tu revista literaria o simplemente te apetece salir en el tablóncon alguna buena excusa literaria como un blog interactivo, ¡adelante!

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