Sobre delirios filosóficos y aproximaciones ortodoxas

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Sobre delirios filosóficos y aproximaciones ortodoxas ANTHONY CLOSE Universidad de Cambridge E N ESTA CONFERENCIA quisiera plantear como problema el mismo tema de nuestro Convivio, y preguntar si es o no lícito distinguir entre el camino real del cervantismo y sus desviaciones lúdicas, o dicho de otro modo y a mi manera, entre aproximaciones ortodoxas y delirios filosóficos. Para hacerlo, me veo obligado a referirme a otros trabajos míos, infracción contra el decoro que creo excusable por el hecho de que me propongo poner en tela de juicio lo sostenido en ocasiones anteriores. Entra éstas, la que más me interesa fue una polémica reciente en que aproximaciones ortodoxas y delirios filosóficos chocaron de frente. Claro está, en esta batalla de los buenos y los malos yo creía actuar como uno de aquéllos, pero al contemplarla desde una perspectiva históri- ca, considero que las dos posturas son tal vez reversibles, lo cual implicaría lo ilusorio de la distinción que da por sentado el nombre de nuestro Convivio. En el fondo, el problema que quisiera examinar corresponde al que planteó Foucault en sus obras de historia intelectual y sociológica: a saber, ¿cómo distinguir entre la razón y la sinrazón de acuerdo con normas que no estén limitadas a un círculo histórico, por ende transitorio, de actores competentes? En mayo de I994, se celebró en Alcalá de Henares un congreso destinado a culminar en la colección de estudios cervantinos titulada Cervantes (Alcalá de Henares: Centro de Estudios Cervantinos, 1995); mi propia contribución fue

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Sobre delirios filosóficos y aproximaciones ortodoxas

ANTHONY CLOSE Universidad de Cambridge

E N ESTA CONFERENCIA quisiera plantear como problema el mismo tema de nuestro Convivio, y preguntar si es o

no lícito distinguir entre el camino real del cervantismo y sus desviaciones lúdicas, o dicho de otro modo y a mi manera, entre aproximaciones ortodoxas y delirios filosóficos. Para hacerlo, me veo obligado a referirme a otros trabajos míos, infracción contra el decoro que creo excusable por el hecho de que me propongo poner en tela de juicio lo sostenido en ocasiones anteriores. Entra éstas, la que más me interesa fue una polémica reciente en que aproximaciones ortodoxas y delirios filosóficos chocaron de frente. Claro está, en esta batalla de los buenos y los malos yo creía actuar como uno de aquéllos, pero al contemplarla desde una perspectiva históri­ca, considero que las dos posturas son tal vez reversibles, lo cual implicaría lo ilusorio de la distinción que da por sentado el nombre de nuestro Convivio. En el fondo, el problema que quisiera examinar corresponde al que planteó Foucault en sus obras de historia intelectual y sociológica: a saber, ¿cómo distinguir entre la razón y la sinrazón de acuerdo con normas que no estén limitadas a un círculo histórico, por ende transitorio, de actores competentes?

En mayo de I994, se celebró en Alcalá de Henares un congreso destinado a culminar en la colección de estudios cervantinos titulada Cervantes (Alcalá de Henares: Centro de Estudios Cervantinos, 1995); mi propia contribución fue

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una conferencia sobre 'La crítica del Quijote desde 1925 hasta ahora', cuyo texto figura en el volumen complutense (pp. 311-333), Y que, hacia el final, llamó la atención sobre el cisma que dentro del cervantismo actual va dividiendo cada vez más a la tradición humanista de las nuevas escuelas de teoría de vanguardia. Entre éstas, que disfrutan de gran aceptación en el mundo anglosajón, sobre todo en Estados Unidos, se cuentan neo-marxistas, poscolonialistas, lacania­nos, Bajtinianos con ribetes de posestructuralismo, seguido­res de Foucault, y, 'last but not least', la imponente falange del feminismo. Entre el auditorio estaba Carroll ]ohnson, quien, despertado tal vez por el desaforado cinismo con que expresé estas opiniones -pero en los párrafos finales, como en las burlas, todo cabe- decidió desempeñar el papel de Car­los v, y al día siguiente, propuso la idea de convocar un con­cilio en Los Angeles, con el fin de abrir un diálogo construc­tivo entre las sectas enemigas. El congreso, organizado con la eficacia, la generosidad y el espíritu pionero congénitos al pueblo norteamericano, se celebró en mayo del año siguien­te -'que por mayo era, por mayo, cuando hace la calor .. .'­temporada que resultó menos sintonizada con cantos de calandria y respuestas de ruiseñor que con la temperatura de algunos de los debates.

Debo confesar que de este acaloramiento yo fui en gran parte responsable. Sentado en mi torre de marfil de la Uni­versidad de Cambridge, compuse, unas pocas semanas antes del comienzo del congreso, sin tener una idea muy clara de quiénes iban a ser los congresistas, un discurso que reforza­ba, si cabe, el tono de cinismo del remate de la conferencia previamente aludida, aunque en vez de achacarle el delito de subjetividad anti-historicista, o contemplación colectiva del propio ombligo, al cervantismo moderno en conjunto, diri­gí la acusación a los teóricos de vanguardia norteamericanos, tildando de barbarie medieval su descuido por el rigor histó­rico, y redondeando la censura con una parodia del tipo de aproximación que en Estados Unidos disfruta de mayor popularidad: el feminismo l. Aunque sigo considerando mi

1 ANTHONY CLOSE, «Theory versus the Humanist Tradition stem­ming from América CastrQ», Cervantes and his Postmodern Con.rlituencies, eru­tado por Anne J. Cruz y Carrol Johnson (Nueva York; Garland, '998), 1-21.

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reseña crítica del ensayo lesbiano-desconstruccionista de la doctora Alicia Newberg como honra principal de mis escri­tos, esta opinión no fue compartida, ni mucho menos, de modo unánime por los oyentes. La sesión de debate que siguió a la conferencia estuvo, que digamos, animada; y al día siguiente se planteó en serio dedicar toda la jornada a escar­necer pública y colectivamente a Clase, como en los ritos de escarnio caballerescos de antaño. Pero al fin y al cabo se impuso el espíritu de concordia, y, en el banquete de clausu­ra, toda la disensión anterior se resolvió en sonrisas, brindis, abrazos, e incluso en castos besos entre los contrincantes.

A pesar de 1 a tonalidad bufonesca de una parte de mi discurso, las inquietudes que expresaba, y que han venido formulándose por diversos críticos y teóricos desde aproxi­madamente 1970, iban en serio. Sostuve que la crítica cer­vantina moderna constituye una tradición más o menos coherente, derivada del Pensamiento de Cervantes de América Castro, y que sus valores fundamentales coinciden con los asociados a grandes nombres como Ortega, Eliot, Curtius, Spitzer, Auerbach, Trilling: me refiero a la fe en la coheren­cia de las tradiciones culturales de Occidente, en la recupera­bilidad del mundo conceptual y artístico de sus grandes escritores, yen el valor único de éstos como eslabón entre el presente yel pasado. Ni que decir tiene que la misma existen­cia de una asociación como la nuestra, dedicada a estudiar la vida y obra de Cervantes, es en sí misma un acto de solidari­dad con estos valores. Pues bien, el ataque que contra ellos ha lanzado la Teoría en sus diversas ramas ha sido radical, y pienso que incurren en ingenuidad quienes creen que las dos orientaciones son cómodamente compatibles. Por ejem­plo, el tipo de arqueología histórica practicada por Michel Foucault en la década de los 60, notablemente Les mots et les choses (1966) Y L' archéologie du savoir (1969), se presenta como un asalto contra los estudios humanísticos de un Curtius o un Spitzer y aspira a sustituir sus conceptos rectores por otros de signo contrario: 'ruptura' en lugar de 'tradición', 'espacio discursivo' en lugar de 'influencia', etcétera. Aunque la melodramática consigna de 'muerte al autor' no fue acuñada por el propio Foucault, la condena a la glorificación del ser humano racional como fundamento y fin del sentido de la historia está muy presente en esos libros, igual que en el

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famoso ensayo suyo 'Qu'est ce qu'un auteur?', publicado en el Bulletin de la Société de la Philosophie Pranfaise (febrero de 1969), donde sostiene que el autor no es más que una instan­cia nocional necesaria para resolver las contradicciones inter­nas del texto 2. El mismo tipo de tendencia anti-humanista se refleja en las demás ramas de la Teoría, y suele acompañar­se de un cuestionamiento de la Autoridad, con 'a' mayúscula, que relega al limbo de lo racionalmente inasequible o al infierno de los mitos tiránicos, no sólo al yo autorial, sino también el capitalismo, el poder patriarcal, cualquier tipo de realidad transcendente, incluida la fijeza del sentido textual establecido por un discurso institucionalizado. En la Francia de fines de los sesenta, el sub texto político que comportaban estas doctrinas era evidente, y apenas si vale la pena recalcar su importancia en movimientos hoy en día florecientes, como el feminisimo y el pos colonialismo. Con estas reflexio­nes, no pienso negar el impacto renovador que sobre la críti­ca literaria tradicional ha tenido el experimento de ir más allá de sus fronteras, para enriquecerla con las aportaciones de la lingüística, la semántica, la filosofía, la antropología, y la psicología; en ciertos campos -pienso en la narratología de Genette, Bajtín, Segre y otros- es innegable la solidez de los resultados. El argumento de esta misma conferencia se inspira en las intuiciones del Foucault de los años 60. No obstante, considerada en conjunto, la teoría de vanguardia, tal como la definí al principio, dista mucho de presentar el rigor de las mencionadas disciplinas; aunque cuente con exponentes brillantes como Foucault y Barthes, Eagleton y Said, Kristeva y Derrida, su tendencia a barajar intuiciones y métodos sacados de las más diversas disciplinas, combi­nándolos, a menudo caprichosamente, con las teorías de Marx, Nietzsche, Bergson, el freudianismo francés, Heideg­ger, Austin, Althusser, Lévy-Strauss, Lyotard, etcétera, tiene mucho de especulación especiosa y oportunista, mayormen­te en quienes carecen de la sofisticación filosófica necesaria para evitar los escollos inherentes a este tipo de empresa.

2 Lo conozco a través de la traducción inglesa, 'What is ao Author?', que figura en Textual Strategics: Perspectives in Post Struc!urolút Criticism, ed. Josué V. Harari (London: Methuen, '980), 141-60.

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Así, pues, las premisas de la teoría de vanguardia se opo­nen diametralmente al humanismo tradicional, por lo cual podríamos suponer que sus exponentes dentro del mundo anglo-sajón se han rebelado conscientemente contra las tra­diciones autorizadas del cervantismo de este siglo. Pero, ni ha ocurrido esto, ni tampoco parece verosímil que ocurra, paradoja que se explica por el hecho de que se sienten escin­didos entre dos impulsos contrarios. Por un lado, se ven cada vez más presionados a hacer alarde de su familiaridad con los métodos practicados con fervor por los departamentos de inglés y de literatura comparada, hasta tal punto que en mi propia Facultad de Lenguas de la Universidad de Cambrid­ge, todos los investigadores posgraduados de primer año, al emprender el curso que culmina en el doctorado, tienen la obligación de estudiar una asignatura denominada 'Critical Theory', que abarca la teoría literaria desde Kant hasta las vanguardias más recientes. Esto tiene la previsible conse­cuencia de que estos jóvenes investigadores, al preparar su tesis doctoral, suelen seguir los rumbos teóricos que se les señalaron desde el principio. En mi país, pues, como en Esta­dos Unidos, la Teoría ya disfruta de esta tus institucional. Pero por otro lado, mis colegas, si trabajan en el campo áureo, necesitan mantener sus vínculos con la tradición de erudición histórica y pensamiento crítico que les brinda sus mismos materiales e instrumentos de trabajo, y además, necesitan exhibir el rigor metodológico intrínseco a su ofi­cio. Por consiguiente, si tenemos en cuenta que la Teoría suele comportar un rechazo a la Autoridad, entendida en un sentido lato del término, su aplicación dentro de la esfera aca­démica suele presentarse en un aspecto sumamente ambiguo.

Perrnítaseme ilustrarlo haciendo referencia a la conferen­cia con que contribuyó Carroll ]ohnson, con el título de 'Cómo se lee hoy clQuijote', al citado congreso complutense, conferencia publicada, como la mía, en el volumen Cervantes (pp. 335 -48). El ensayo desarrolla el argumento de que la combinación de las teorías de Baktín con el posestructuralis­mo ha cambiado por completo nuestra concepción de la intencionalidad y autoridad final del Quijote, y nos ha puesto en condiciones para entender correctamente la poética revo­lucionaria que implementó Cervantes, muy a sabiendas, en el Quijote de 1605. Cito: 'La relación entre realidad y lenguaje,

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lenguaje y la construcción de la realidad como operaclOn mental, la lógica de causa y efecto, las bases y el origen del discurso mismo, todo queda minado por este libro' (345). Pues si todo esto es así, pregunto yo, ¿con qué derecho puede afi rmarse nada sobre el Quijote y la poética de Cervantes? Si Cervantes ha roto la relación entre lenguaje y concepto, ¿cómo podemos afirmar que en cierto capítulo de la novela un hidalgo enloquecido arremete contra unos molinos de viento creyendo que son gigantes? Si Cervantes ha minado las bases y el origen del discurso mismo, ¿cómo atribuirle este mismo propósito? ¿No será suma impropiedad ahijar la novela en cuestión al sujeto histórico Cervantes? ¿Por qué no a cualquiera o, mejor aún, a nadie? Aquí conviene recordar que el hombre cuya memoria honramos con este Convivio solía tachar el nombre de Cervantes en los trabajos en que se refería a su obra 3. Procedimiento, a mi entender, insuficien­te, ya que el único discurso legítimo sobre el Quijote, si se admite la epistemología posestructuralista de Molho y de ]ohnson, es el mutismo. Las palabras nunca surgen en un vacío referencial, y la referencia más importante que conlle­van es su mismo punto de origen.

Para mí, pues, el punto de vista expuesto por mi estima­do amigo Carrol! Johnson es un delirio filosófico, 'filosófi­co' en el sentido de que intenta atribuir a Cervantes ideas basadas en la lingüística, la estética y la narratología de la época posmodernista, y 'delirio' en dos sentidos. El primero equivale a 'monstruosamente ajeno a la verosimilitud'; yel segundo y más significativo es de origen foucauldiano, capaz de infundirle al primero un poder reversible, o sea, hacer que la acusación le salga por la culata al acusador. Vaya ilustrar­lo con un ejemplo sacado de un estudio temprano de Pou­cault, Naissance de la clinique (1963). En este libro, intenta escalerecer los códigos latentes que organizan el discurso y la práctica de una de las llamadas 'ciencias del hombre' -en este caso, la medicina- y, de acuerdo con las premisas de su méto­do arqueológico, se desentiende por completo de la validez de esas disciplinas consideradas como un conjunto de asertos

3 MAURICIO MOLHO, El nombre tachado, ensayo publicado en tirada limitada por la Faculté des Lettres et des Sciences Humaines de Limoges, en 1989.

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que aspiran a la verdad científica. Lo mismo que otros traba­jos suyos, éste da por sentada la profunda ruptura epistemo­lógica que se produjo hacia fines del siglo XVIIl, separando la edad Clásica de la edad Moderna, y empieza con un ejemplo dramático, hasta espeluznante, para ilustrarla 4. Foucault cita el lenguaje empleado en un texto de mediados del siglo XVIII

para describir el tratamiento clínico de un caso de histeria: el médico, todavía influido por la teoría antigua de los humo­res, recetó un régimen diario y prolongado de baños para contrarrestar el exceso de calor y la desecación del cuerpo ocasionados por la enfermedad, y al final del tratamiento, que duró diez meses, afirmó que trozos de membrana pareci­dos a pergamino mojado se habían desprendido de los intes­tinos, la tráquea, el esófago, el uréter, y la lengua, expelién­dose o en la orina o por medio de vómitos. Con lo cual el enfermo quedó sano. Desde un criterio científico moderno, estas observaciones, que en su día pasaban por objetivas y expertas, resultan no meramente pintorescamente anticua­das, sino ininteligibles, debido a sus premisas arcaicas, estilo metafórico, falta de precisión e incluso de verosimilitud. Foucault coteja este pasaje con otro que está sacado de un texto médico publicado en 1825 y describe síntomas seme­jantes relacionados con un caso de meningitis; para el lector del siglo XIX o XX, el segundo pasaje, al comparárse!e con el primero, se destaca por la modernidad de su lenguaje y méto­dos de observación.

Claro está, Foucault se propone estudiar el complejo de factores que explica la transición del discurso clínico autori­zado del siglo XVIII al que le sucede, pero en vez de concluir, como sería de esperar y como suele afirmar el pensamiento científico de hoy en día, que el cambio obedece al gradual triunfo de la razón científica sobre arraigados prejuicios supersticiosos, lo considera debido, en cambio, al reemplaza­miento de todo un sistema epistemológico por otro nuevo, que rige y unifica por igual los discursos científicos, repercu­tiendo asimismo en la organización interna de las institucio­nes correspondientes, las estructuras políticas, las relaciones familiares, el arte y la poesía. Lo anticuado e ineficaz del tra-

4 Vid. la edición publicada por Presses Universitaires de France, Vendóme, '988, 'Préface'.

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tado médico de mediados del XVIII obedece, pues, a que se contempla desde un universo mental distinto, no meramente desde criterios científicos más ilustrados. Puesto que, para Foucault, el proceso mediante el cual se instituyen los dis­cursos autorizados de un nuevo episteme está motivado siempre por una especie de lucha por el poder, ésta resulta en la relegación de las antiguas maneras de pensar y discurrir al limbo de la sinrazón. En fin, lo que se saca de la arqueología foucauldiana es una lección de relativismo radical, que abar­ca con su mirada irónica los discursos autorizados de nuestro propio tiempo, destinados, lo mismo que los del pasado, a quedar arrinconados por la historia.

Se me ocurrieron estas reflexiones foucauldianas des­pués del congreso de Los Angeles, y me hicieron ver con una óptica escéptica mi propia intervención en el mismo. Me di cuenta que mi enfrentamiento con los teóricos de vanguardia norteamericanos no era más que una manifestación reciente de un conflicto histórico que viene escindiendo la crítica cer­vantina desde 1800 hasta ahora, y que pudiera describirse en los términos siguientes. Una escuela de crítica innovadora, entusiasmada con el aire de modernidad del Quijote, intenta fundamentar esta impresión buscando en la novela un siste­ma de pensamiento oculto, que a menudo se denomina 'filo­sófico' o 'filosofía'. Contra esta innovación lucha la tenden­cia conservadora en aras de la verosimilitud histórica y el rigor filológico, tratando a los innovadores de delirantes. Esta resistencia de retaguardia, que al principio parece inex­pugnable, acaba, después de diversas peripecias, por ser derrotada por el adversario. Los avatares de este histórico conflicto fueron descritos en mi libro The Romantic Approach to 'Don Quixote' (Cambridge: Cambridge University Press, 1978), donde hice ver que atravesó una serie de etapas jalo­nadas a lo largo de más de ciento cincuenta años. Empezó con los románticos alemanes, quienes rechazaron como superficial y frívola la interpretación satírica y burlesca del Quijote vigente en los dos siglos anteriores, y lo reinterpreta­ron a la luz de su propia estética, metafísica, novelística, sub­jetividad artística y sentido de la ironía. No nos interesa por­menorizar el proceso mediante el cual estas ideas penetraron en España, pero sí señalar rápidamente algunas de las fases más importantes. Una de ellas fueron los famosos comenta-

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rios sobre el Quijote de Díaz de Benjumea, que pretenden descubrir su mensaje 'filosófico', 'oculto', 'esotérico', o 'sim­bólico', anunciador de los ideales republicanos y humanita­rios del siglo XIX. La cabeza de turco que se deleita en fusti­gar este incansable aficionado de Cervantes es el editor Diego Clemencín, culpable, según Benjumea, de haberse ocupado meramente de la superficie gramatical y retórica del texto, con menoscabo de su sentido profundo. Luego vino el opúsculo Cervantesy lafi/osofia española (1870), del krausista Federico de Castro, en cierta manera precursor del Pensa­miento de Cervantes de su famoso tocayo. Este trabajo es una de los primeras tentativas de desentrañar el pensamiento colectivo del pueblo español, tipo de encuesta que tomará un sesgo sistemático y político bajo la pluma de Joaquín Costa, en su Poesía popular española de 1880. En la justificación que de su proyecto ofrece Costa, surge de nuevo la apelación a la profundidad filosófica: 'El literato sólo busca en las obras literarias bellezas artísticas absolutas: el historiador y el filó­sofo indicaciones ... para la historia especial de un pueblo' 5.

Palabras que anuncian a los noventaiochistas, quienes, con Unamuno a la cabeza, buscan en el Quijote una filosofía capaz de desencadenar la regeneración de España, o, para decirlo con palabras del propio Unamuno, 'todo un método, toda una epistemología, toda una estética, toda una lógica, toda una ética, toda una religión ... toda una esperanza en lo absur­do racional' 6. A cada paso, estos pioneros exegéticas, que suelen operar en los arrabales o afueras del cervantismo ins­titucional, son rebatidos y condenados por sus portavoces principales: Juan Valera, Manuel Revilla, Menéndez Pelayo, Rodríguez Marín. En su Historia de las ideas estéticas en Espa­ña, Menéndez Pelayo fulmina con un derroche de epítetos rebajadores los críticos esotéricos y panegíricos de la época -vano, extravagante, fetichismo, risible, maraña- 7. Contra

5 Poesia popular española y mitnlogia y literatura celto-hispanas (Madrid, 1881), '9.

6 Vid. Del sentimiento trágico de la vida, 'Conclusión', en MIGUEL DE UNAMUNO, Obras completas, ed. M. García Blanco, 9 tomos (Madrid: Esceli­cer, '966-7'), vii, 299.

7 Vid. la edición de E. Sánchez Reyes, 5 tomos (Santander: Aldus, '946-47), ii, 264-65.

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esta machacona insistencia en la validez del sentido fijado por la erudición filológica, es Unamuno quien contesta con mayor vigor. No obstante, Azorín le supera en fineza de argumentos, observando, a propósito de un pasaje del trilla­do Manual de literatura de Gil y Zárate, donde el autor dice que la mentalidad de los españoles del siglo de oro estaba cir­cunscrita por e! ideario de la Antigüedad, los Padres de la Iglesia, y los escolásticos: 'La concepción que e! autor se forma de los clásicos es ... terminantemente estática. Y ... ¿no es, por e! contrario, dinámica nuestra concepción de la vida? ¿ Hasta qué punto los clásico.r, así genéricamente, armonizan con nuestros sentimientos e ideas? Y luego -tarea larga, tarea del crítico- ¿cuáles son ... los que más se adaptan a nuestro ambiente y los que menos se adaptan?' 8. Preguntas que han planteado en años recientes Carroll Johnson y George Mariscal 9, entre otros, y que constituyen la motivación fun­damental de! aludido afán de bucear en honduras filosóficas.

El proceso que acabo de esbozar culmina en El pensa­miento de Cervantes de Américo Castro, que apareció en 1925 como si fuera una respuesta al llamamiento que hizo Ortega en sus Meditaciones del 'Quijote' de 1914: 'En estas cimas espi­rituales [el Quijote] reina inquebrantable solidaridad y un estilo poético lleva consigo una filosofía y una moral, una ciencia y una política. Si algún día viniera alguien y nos des­cubriera e! perfil del estilo de Cervantes, bastaría con que prolongáramos sus líneas sobre los demás problemas colecti­vos para que despertáramos a nueva vida' 10. Afán que se cumple al pie de la letra en e! libro de Castro, que descubre en e! estilo artístico de Cervantes, o mejor dicho, en los apartes, las connotaciones, y supuestos implícitos de su arte de nove­lar, toda una filosofía, una moral, una ciencia, y una política.

Ahora bien, en un principio parece un contrasentido ali­near el Pensamiento de Cervantes con la tendencia regeneracio-

8 Vid. 'Los clásicos' en Clásicosy modernos (Madrid: Renacimiento, 19 1 3)' 32 2 - 2 3.

9 Vid. CARROLL JOHNSON, Inside 'Guzmán de Aljarache' (Berkeley: University of California Press, 1978), 8; GEORG E MARISCAL, Contradictory Suhjects: Quevedo, Cervantes and Seventeenth Century Spanish Culture (Ithaca: Cornel! University Press, 1991), prefacio.

10 Vid. ORTEGA y GASSET, Obras completas, séptima edición (Madrid: Revista de Occidente, 1966), i, ,6,.

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nista y rebuscadora de profundidades simbólicas representa­da por Benjumea, Costa, y la generación de noventaiocho. Para la época en que fue escrito, el libro de Castro tenía un aspecto de imponente rigor académico, muy lejano de las ingenuas intuiciones de Benjumea y de la postura anti­pedantesca de Unamuno JI. Castro no busca para nada poner a Cervantes en relación con el problema de España, ni atri­buirle burda y anacrónicamente la ideología de siglos poste­riores, sino traZar los rasgos individuales de su pensamiento, de manera sistemática, verosímil y bien documentada, den­tro del contexto renacentista que le corresponde. Además, Castro se muestra perfectamente familiarizado con las teorías estéticas e instrumentos críticos más avanzados de su época, que él aprovecha de modo revolucionario para enseñar un nuevo método de estudiar la obra cervantina, consistente en tratarla como un complejo sistemáticamente unido, en que cada pieza demuestra las leyes de organización o supuestos mentales que lo rigen todo.

Sí, todo ello es cierto; pero no lo es menos que hay una profunda solidaridad entre la manera en que Ortega ve en el estilo artístico de Cervantes un humanismo comprensivo que apunta a la posibilidad de una nueva España, y la mane­ra en que Castro ve en el mismo fenómeno el perfil de una España que pudo haber sido, de no haber sido ahogada por las consabidas fuerzas de represión 12. El verdadero adversa­rio con quien Castro se enfrenta en el prólogo del Pensamien­to de Cervantes es el mismo con quien se enfrenta Ortega en sus Meditaciones del 'Quijote': es decir, la generación de Menéndez Pelayo, que se empeñaba en recalcar la mediocri­dad intelectual de Cervantes y la diáfana claridad de su obra maestra. Mensaje conservador, propio de la época de la Restauración en la que, según Ortega, llegó el coraZón de España a dar el menor número de latidos por minuto. El pensamiento de Cervantes aspira a derribar de su pedestal a ese Cervantes irreflexivo y conformista, para reemplazarlo con un Cervantes más digno de la nueva España, la de la inmi­nente Segunda República. La orientación europeizante,

11 Vid. el análisis del libro de Castro en el capítulo 6 de mi Tbe Roman­tic Approach lo 'Don Quixote'.

12 El pensamiento de Cervantes (Madrid: Hernando, '925), 308.

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intelectual, científica y secular del Cervantes pintado en el libro de Castro está perfectamente a tono con el ideal de la cultura proyectado por las meditaciones orteguianas, que, en términos generales, articulan las aspiraciones de dos genera­ciones -la de 1914 y la de 192.7- encarnándose en la labor de sus mejores hombres y sus instituciones más ilustradas: las investigaciones de Menéndez Pidal, la Junta para Amplia­ción de Estudios, el Centro de Estudios Históricos, la Resi­dencia de Estudiantes, el periódico El Sol, las publicaciones de Revista de Occidente 13. El sistema de pensamiento pers­pectivista que Castro atribuye a Cervantes -la idea de que el mundo se fragmenta en múltiples facetas, cada una de las cuales da a un espectador individual; la idea de que cada uno debe permanecer fiel a los impulsos de su propia naturaleza­se hace eco sutilmente de la filosofia de la razón vital que Orte­ga expone en El tema de nuestro tiempo (192.3), y que resuena en los ensayos contemporáneos de Eugenio d'Drs, y algo después, en la filosofía de García Morente. No olvidemos que para Ortega la regeneración de España dependía de una campaña de educación no sólo política sino ética y cultural; de manera que cuando Castro afirma que la moral cervantina rivaliza en belleza, originalidad y temple secular con las de Moliere y Montaigne, y nos muestra a un Cervantes familia­rizado con lo más granado y progresivo del pensamiento europeo del quinientos, leemos entre líneas un subtexto ide­ológico claro.

Como sabemos, las grandes líneas de la aproximación a Cervantes de Américo Castro, sobre todo el Castro de aquel libro, contribuyen a marcar los cauces más autorizados del cervantismo del siglo xx. Este resultado no se produjo de la noche a la mañana: el libro hubo de superar varios obstácu­los -la Guerra Civil española, la Segunda Guerra Mundial, la oposición del cervantismo de índole tradicionalista y conser­vadora- antes de alcanzar este estatus privilegiado. No obs­tante, para la década de los 70, y a pesar de su relación algo conflictiva con los escritos del Castro tardío, disfrutaba de

13 Los rasgos culturales de aquella época están bien definidos en el prólogo de Pedro Laín Entralgo al tomo 39, La edad de plata de la cultura espa­Rola (Madrid: Espasa Calpe, 1993), de la Historia de EspaRa dirigida por R. Menéndez Pida!'

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un consenso de apoyo entre las figuras más destacadas del cervantismo, y sintonizaba, además, con las interpretaciones que de textos áureos no cervantinos iba ofreciendo la crítica más autorizada de aquellos años: Lida de Malkiel, Lázaro Carreter, Bataillon. Valga un solo ejemplo. En un libro que había de ser fundamental para la interpretación de la novela picaresca a partir de 1970, Francisco Rico define así el men­saje de Lazarillo de Tormes: 'No hay valores: hay vidas, y lo que sirve para una tal vez es inútil para otra' 14. Aserto que lleva el sello inconfundible del perspectivismo del Pensamien­to de Cervantes.

Constatemos la paradoja: la postura interpretativa denunciada como delirante por Menéndez Pelayo y compa­ñía ya se ha convertido en discurso autorizado, cuyos porta­voces ocupan cátedras, difunden sus ideas entre alumnos y discípulos, son galardonados con libros homenaje y doctora­dos honoris causa. ¿Cómo explicar este misterio? ¿Por los indudables méritos académicos del Pensamiento de Cervantes -lo revolucionario de su metodología, lo sugerente y persua­sivo de su tratamiento de Cervantes como novelista culto e inteligente-? En parte, sí; de no tener estas cualidades, el libro nunca habría repercutido como hizo en el cervantismo posterior. Pero esta razón por sí sola es insuficiente, como puede inferirse del hecho de que su acogida favorable des­pués de 1925, Y en especial después de 1950, no estaba perju­dicada para nada por los graves y numerosos errores que comete al describir el pensamiento renacentista y cervantino. El motivo fundamental de su triunfo estriba en que cuando salió, y durante mucho tiempo después, estaba sintonizado, como ya hemos visto, con los valores y premisas del sector intelectual más progresivo e ilustrado de la época. No me refiero solamente al movimiento regeneracionista y a cir­cunstancias españolas, sino también a factores comunes al mundo occidental; las nuevas tendencias artísticas diagnosti­cadas por Ortega en La deshumanización del arte, el existencia­lismo predominante en la primera mitad del siglo xx, la men­talidad secular, agnóstica, liberal, permisiva y humanitaria del intelectual medio de nuestro siglo. Es decir, que el éxito del libro de Castro se debía a factores semejantes a los

14 La novela picaresca y el punto de vista (Barcelona: Seix Barra], 1970), jO.

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analizados por Foucault en Naíssance de la clinique: para sim­plificar el asunto, no es que dijera más verdad que lo escrito anteriormente sobre Cervantes, sino que enunciaba sus asertos en un discurso al parecer bien fundamentado que disfrutaba de la gran ventaja de estar armoniosamente acor­de con el universo mental del modernismo, incluidas sus instituciones, sus modas artísticas y sus valores morales y políticos. La lección que impartía era la que los hombres ya querían escuchar; a Menéndez Pelayo y su generación, en cuanto críticos literarios si no en cuanto almacenes de datos, ya no les quería escuchar nadie.

La lucha histórica que entre la crítica 'filosófica' y su adversario historicista he venido esbozando refleja una dico­tomía inherente a la tradición de pensamiento moderno naci­da en los albores del siglo XIX; y el libro de Castro coincide con una de sus etapas decisivas, correspondiente a los comienzos del siglo xx: aquélla en que el llamado modernis­mo empezó a desviarse radicalmente de su precursor, el posi­tivismo, rechazando sus premisas como deficientes y anti­cuadas. Proceso complejo y dilatado, que después de varias mutaciones había de desembocar en la escisión más reciente entre el posestructuralismo y el estructuralismo, que es en cierta manera simétrica con la etapa anterior, en la que una aproximación supuestamente científica al texto literario cedió a un nuevo sentido de su relación polifacética con la realidad y la complejidad polisémica de su lenguaje. Tal es el trasfondo histórico de mi propia contienda con los teóricos norteamericanos. Desde 1925, son los rebuscadores de com­plejidades filosóficas quienes han llevado la voz cantante, por lo cual cabe prever que Clase, y demás críticos 'duros', padecerán el mismo destino que los neo-clásicos frente a los románticos, o Menéndez Pelayo frente a Castro. No obstan­te, creo que sería una simplificación ver el desarrollo y desen­lace del conflicto en términos propios de un encuentro de campeonato de pesos pesados. Fijémonos en que las dos pos­turas antagónicas son complementarias e interdependientes, más bien que exclusivas. Las tensiones internas de la de un Carroll J ohnson se deben precisamente a que su impulso 'acomodaticio' -el de acomodar el sentido del Quijote a una mentalidad posmodernista- va unido a un impulso histori­cista. Mi propia postura 'anti-acomodaticia' se ha visto obli-

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gada a adaptarse a los discursos teóricos que conforman su contexto intelectual inmediato. Lo más probable y verosímil es que la amenaza de relegación al trastero de lo anticuado pese por igual sobre ambos adversarios, cuyo diálogo es una discusión entre miembros de la misma familia, y constituye un capítulo tardío de la aproximación romántica al Quijote.

Pero si no me propongo atisbar el resultado de la con­tienda en un mágico globo de cristal, sí puedo contestar a algunas de las preguntas que planteé al comienzo de esta con­ferencia. Sub specie aeternitatis, me parece temerario distinguir entre delirios filosóficos y aproximaciones ortodoxas. La tra­yectoria general de la crítica cervantina desde 1800 confirma ejemplarmente la verdad de la letrilla gongorina:

Da bienes Fortuna que no están escritos: cuando pítos,flautas; cuando flautas, pitos. ¡Cuán diversas sendas se suelen seguir en el repartir honras y haciendas! A unos da encomiendas a otros sambeniros. Cuando Pitos,¡lautas, cuando ¡Iautas, pitos.

y si pensamos en la fortuna que han tenido reputaciones individuales llegamos a la misma conclusión. Tomemos el caso ejemplar de Benjumea. A Benjumea le miraron con des­precio tanto Menéndez Pelayo como América Castro, desde sus universos mentales distintos. Pero obsérvese que los cri­terios que determinaban su desprecio no eran los mismos. A Menéndez Pelayo le dolían las aportaciones de Benjumea por el mismo motivo que a un director de museo le apenaría que un maniático pusiera bigotes a una Madonna de Cimabúe; su rechazo al gesto obedece a un motivo estético, a la convic­ción de que cargar el artefacto de un lastre alegórico impide apreciar su verdadera belleza, de naturaleza pura, armoniosa, transparente, perfectamente lograda. Castro, en cambio, al calificar de puerilidades los comentarios esotéricos, está motivado por sofisticados criterios metodológicos propios

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del siglo xx: él se ríe del pobre señor que se cree que hace alarde de sutileza exegética al convertir elQllijote en tosca ale­goría republicana, donde Dulcinea personifica los ideales de Libertad, Igualdad, y Fraternidad, Sansón Carrasco repre­senta al doctor Juan Blanco de Paz y al Santo Oficio, y así por el estilo. Para Castro, a diferencia de Menéndez Pelayo, sí hay sentido oculto y profundidad filosófica en elQllijote; se apar­ta de Benjumea en cuanto a la naturaleza de este contenido y al medio más indicado para descubrirlo. El desnivel entre las dos valoraciones deja entrever la posibilidad de que, juzgado desde un universo mental más favorable, Benjumea disfruta­ra de un fallo más positivo. Lo cual sucedió con Unamuno, cuyas intuiciones acerca del Quijote fueron tratadas de extra­vagantes por Menéndez Pelayo 1 1, Y acogidas con simpatía en el mundo de múltiples perspectivas de Américo Castro r6.

Así que, atención, colegas y amigos: el rasero con que medís las desviaciones de los demás tal vez servirá algún día para medir las vuestras.

'1 Vid. su conferencia 'Cultura literaria de Miguel de Cervantes yela­boración del Quijote,' Estudiosy discursos de critica histórica y Jiteraria, ed. E. Sánchez Reyes, 7 tomos (Santander: Aldus, '941-42.), i, 337, donde alude a 'algunos singulares cervantistas de última hora, para quienes la apoteosis del Quijote implica el vilipendio de toda la literatura española y hasta de la pro­pia persona de Cervantes, a quien declaran incapaz de comprender toda la trascendencia y valor de su obra, tratándole poco menos que como un idio­ta de genio que acertó por casualidad en un solo momento de su vida'. Para la perpetuación de este tipo de sarcasmo hacia Unamuno, véanse las nume­rosas referencias al mismo, debidamente recogidas en el índice, en las notas de F. Rodríguez Marín a su Nueva Edición Crítica del Quijote, diez tomos (Madrid: Atlas, '947-49)'

.6 La tendencia a admitir la interpretación unamunesca del Quijote ya está implícita en El pensamiento de Cervantes: por ejemplo, en los comen­tarios sobre la aventura de los galeotes, que recogen lo esencial de lo dicho a este respecto por Unamuno en su Vida de don Quijotey Sancho (19°1), pri­mera parte, cap. Z2. (cfr. El pensamiento de Cervantes, 208-°9)' La tendencia se pone más de manifiesto en los libros y ensayos posteriores de Castro, que reniegan del intelectualismo europeizante del libro de 1921. Véase, por ejemplo, el siguiente pasaje de 'La palabra escrita y El Quijote': 'Para los muchachos de la calle, Don Quijote será un divertido esperpento; un tonto para el boto eclesiástico; un paradigma de la más noble y despesperada angustia para quienes sean capaces de sentirla ... '. Cito por la versión publi­cada en el número especial de Cuadernos de Insula: Homenaje a Cervantes (1947),9-44 (25)·

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Quisiera terminar esta conferencia con la reflexión de que la óptica foucauldiana de que me he servido en la misma es en parte penetrante y en parte cuestionable. Penetrante en la medida en que llama la atención sobre la indudable cuota de arbitrariedad que rige el proceso de institucionalización de nuestros discursos autorizados; cuestionable en cuanto no se da cuenta de que la misma posibilidad de sacar a la luz estos prejuicios implica que nuestro pensamiento no está fatalmente determinado por ellos. No creo, con Foucault, en rupturas radicales entre las distintas fases de la historia del pensamiento. Tanto la historia de la ciencia como la de la crítica del Quijote la desmiente. La teoría de la circulación de la sangre, propuesta a comienzos del XVII, sigue siendo váli­da hoy en día, a pesar de los indudables avances de la ciencia médica que se han logrado a partir de fines del XVIII. Los tra­bajos de Bowle, Clemencin, Menéndez Pelayo, Rodríguez Marín, y de tantos otros, a pesar de que sus criterios estéticos no son los nuestros, siguen siendo imprescindibles. Lo cual comporta la estabilidad del significado del Quijote, la continuidad del trabajo erudito que lo comenta, y la sujeción de éste a normas que permiten discriminar entre exactitud e inexactitud, o al menos, entre mayor o menor probabilidad.