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    PERSPECTIVAS DE LA HISTORIOGRAF~ALATINOAMERICANA* n7

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    En historiografa, como en toda actividad cientfica, tres elementos corren pa-ralelamente y es difcil arribar a conclusiones precisas sobre tendencias y conteni-dos de la produccin si no se toma en cuenta a todos y se les interrelaciona: laciencia, la tcnica y la profesin. El primero se refiere al contenido sustantivo; elsegundo, al modo de hacer; y el tercero, a las condiciones sociales en las cualesse busca el contenido y se desarrolla el modo de hacer.Varias e tapas son bien discernibles en la ruta recorrida por la creacin histri-ca latinoamericana desde principios del siglo XIX, aunque es obvio que existennumerosas variantes locales y que cada una de esas etapas es susceptible de unamicroperiodizacin.Durante el siglo XIX, la reconstruccin del pasado se haba hecho, con m uchafrecuencia, como parte de una definicin del historiador en la lucha poltica de sutiempo. Opinar es siempre polemizar, pero en esa etapa el nimo polmico ocupaun primer frente en la reconstruccin del pasado. Esta observacin no prejuzga, sinembargo, el valor cultural de esa reconstruccin, que en no pocos casos fue ele-vado.Cuando ya se inicia el siglo XX, la m ultiplicacin de las ctedras un iversitariasy la fundacin de academias de historia son sntomas de la expansin de u na co-rriente terica que bien podra denom inarse neopositivismo historiogrfico, cuyas

    Conferenc ia de clausura del Congreso Internacional de Historia de Amrica La tina y el Ca ribe,1974-1994, Asociacin de Historiadores Latinoamericanos y del Caribe, Quertaro, Qro., junio de1994. Publicada en Dialctica (Universidad Autnoma de Puebla), Puebla, Mxico, n V 7 , primave-ra 1995.

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    races pued en encon trarse en E uropa en la segunda mitad del siglo XIX. E s labsqueda en archivos del dato preciso muy predominantemente poltico y su pre-sentacin objetiva, como si el autor se desligara de todo p rejuicio partidista.Hasta 1945, el campo observable es predom inantemente el fenmeno poltico,concebido como la lucha por el poder estatal central, aunque se encuentran excep-ciones notables en autores cuya preocupacin por lo econmico, lo social y locultural parece anunciar los nuevos objetivos de la investigacin.

    Despus de la segunda guerra mundial, aparecen en el horizonte conceptualnuevas actitudes, y en este caso Amrica Latina corre paralelamente con los Es-tados Unidos y Europa. Se trata de reivindicar la importancia extraordinaria delfenmeno econmico, de complicar el acontecimiento poltico entremezclndoleelementos de la estructura social y descubrir el subsuelo demogrfico en todas lascorrientes de acontecimientos del pasado y del presente.Fcilmente podramos insertar este ultimo captulo entre 1945 y 1975. En esosaos es cuando se diferencian claramente aquellos tres elementos que mencionaba:la ciencia, la tcnica y la profesin. Despus de mucho andar aparece en nuestrospases la posibilidad de llegar a un nivel superior de profesionalizacin: vivir dereconstruir la histo ria o bien, a lo sumo, dividir la profesin entre investigacin ydocencia.Aqu adqu ieren carcteres diferenciales bastante especficos los tres elementos:la historia-ciencia, la h istoria-tcnica y la historia-profesin. La dependencia profe-siona l del historiador a lo largo de este periodo -el colegio, la universidad, el institu-to, la fundacin, el Estado- contribuy a acen tuar la importancia de la tcnica y aatenuar el horizonte poltico dentro del cual el historiador acta y a veces se definepblicamente. Los condicionamientos profesionales ncidieron nevitablementeen elmodo de interpretar el pasado y en el objetivo mismo de la bsqueda del dato.Por cierto que no fue sta la nica tendencia que se advierte en esa etapacercana. Por una parte, hay un renacer y un importante reformarse de todas lasciencias sociales, lo cual inevitablemente se proyecta sobre las diversas facetas

    del trabajo del historiador. Simultneamente, el vigoroso renacimiento en EuropaOccidental del estudio de las obras de Federico Engels y Carlos Marx, inmediata-mente despus de 1945, se proyecta con rapidez sobre Amrica Latina y todas susciencias sociales, incluyendo la reconstruccin del pasado. Esta corriente cen traltuvo los ms diversos m atices, desde aportes creadores has ta rutinarias repeticio-nes manualsticas sin valor cientfico.En m ateria especficamente historiogrfica referida a Amrica Latina, debemenc ionarse en un primer p lano la vasta influencia de la escuela francesa de losAnnales, muy especialmente en materia histrico-econm ica. Tamb in es impor-tante la expansin de las investigaciones sobre historia de la poblacin, que correpara lela con la creciente tecnificacin del levantam iento censal y la valoracin delos viejos censos .

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    Menos importante result, entre estas corrientes renovadoras, la investigacinsobre historia social, y an menos sobre historia poltica e historia cultural.

    Lo ms recienteEn los ltimos veinte aos se presentaron tambin algunos importantes cam-bios de rum bo. En primer trmino, la profesin acentu los rasgos de dependen-cia institucional que se haban advertido durante los lustros anteriores, lo cual co -rre paralelamente con una mayor preocupacin tecnolgica y metodologica, ascomo una m enor difusin terica. Las fuentes de financiamiento estrecharon mssu modalidad institucional, con lo que la carrera profesional y la recompensa eco-nmica fueron inevitablemente imponiendo normas profesionales de tipo formal,acompaadas de cierto menosprecio por el valor de los contenidos.Entre la m ateria histrica y el profesional de la investigacin se interpuso, conmayor fuerza en este periodo, la figura del burcrata que juzga y distribuye fondos.Com o nunca antes, las exigencias formales de la carrera profesional condiciona-ron los contenidos y la temtica de la produccin escrita.En el terreno conceptual es fcil advertir un generalizado abandono del tipo deplanteamientos y an de temticas que en el pasado inmediato aparecan comovinculados con corrientes marxistas.

    El concepto de cienciaNo puedo extenderme exageradamente en esta exposicin pero tampoco de-jar de mencionar una materia que, desde cierto ngulo, podra considerarse sloparalela, pero que en realidad subyace en cualquier reflexin sistemtica sobre elpresente y sobre e l pasado de las sociedades humanas. Me refiero al conceptomismo.de ciencia, cuyas proyecciones alcanzan, por supuesto, todas las discipli-nas cientficas.Recuerdo con bastante nitidez, como si e l episodio hubiera ocurrido ayer mis-mo, cuando e ra comn el argumento de que la historia de las sociedades huma-

    nas no poda ser ciencia porque los hechos que estudiaba no se repetan en e l tiem-po. Este concepto estaba fuertemente respaldado por la imagen del verdaderoinvestigador cientfico, aquel que en el labora torio repeta cientos de veces exac-tamente el m ismo experimento pa ra extraer conclusiones cientficamente vlidas.Ya s que desde finales del siglo XIX la nocin epistemolgica subyacente eneste concepto haba comenzado a debilitarse. El relativismo de Einstein, la teoracuntica y otras corrientes paralelas introdujeron temticas inditas en la men temisma de las ciencias fsicas, exactas y naturales.Hace veinte aos, aproximadam ente, cuando comenz a esbozarse la teoradel caos en ciencias fsicas, la conmocin epistemolgica se extendi an m s. E lclculo electrnico, al hacerse extraordinariamente complejo, parece com pletar -por paradjico que resulte- el ciclo de la duda acerca de la perfectibilidad del cono-

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    cimiento en las ciencias duras. Una de las noticias que nos llegan con cierta fre-cuencia nos hace saber que algn aparato espacial, orientado por las supercompu-tadoras ms increblemente perfectas, se ha perdido en la nada por errores declculo, como aquel que en 1993 la agencia espacial NASA, de los Estados Uni-dos, denom in M ars Observer y que cost a la humanidad mil millones de dlares.Anotemos, entre parntesis, que los errores que noso tros cometemos en las cien-cias sociales son mucho ms baratos.Otra de las noticias al respecto se refiere a las primeras opiniones de especia-listas segn las cuales el clculo matemtico ha llegado ya a ser tan extraordina-riamente complejo que no hay verificacin posible.Casi dira que la ltima novedad que espera a los investigadores de las cien-cias sociales es la extensin de la teora del caos, originada en las ciencias duras,al anlisis del presente y del pasado de las sociedades humanas. Desde luego, esmenester aclarar aqu que lo que en las ciencias fsicas y naturales ha comenzadoa denominarse caos no es la impredecibilidad absoluta en la cadena de fenme-nos, sino la existencia de sistemas irregulares que no por ello p ierden su naturale-za bsica causal, sino que la hacen no tablemente compleja y casi impredecible siel investigador maneja slo una lgica tradicional. Trasladado este nuevo concep-to a los fenmenos de la personalidad y de las sociedades humanas, la denomina-cin de caos parece acercarnos ms a su verdadero contenido. Ahora s podemosrefutar aquella antigua objecin de la irrepetibilidad de los procesos observablesen las ciencias sociales, recordando que los procesos fsico-naturales tambin Ile-van implcita la condicin de irrepetibilidad y que la diferencia con los fenm enoshumanos reside en que estos ltimos manifiestan su irrepetibilidad en plazos m u-chsimos ms breves.Pero este no significa, en m odo alguno, la negacin del concepto de ciencia.Muy por e l contrario, a partir de todos estos nuevos horizontes, originados muchosde ellos en las ciencias duras y en la matemtica, slo aparece la necesidad deadmitir la extraordinaria complejidad de las estructuras, de los sistemas y de losprocesos que se extienden en el tiempo. Esto nos lleva al corazn mismo de lasciencias sociales y, por lo tanto, de la historiografa, oficio este que tiene comoobjetivo fundamental descubrir el tiempo en el pasado y en el presente de las so-ciedades humanas.

    Memoria y estructura socialDesde aque llos m omentos, cuando se le negaba a la reconstruccin histricala calidad de la ciencia por em pearse en descifrar lo que no se repite, hasta nues-tros d as, en que el antiguo concepto de repetibilidad ya no es la pauta de las cien-cias duras, han transcurrido decenios de intensa bsqueda en materia epistemo-lgica. La calidad cientfica de la reconstruccin de los procesos de las socieda-des humanas en el tiempo no puede ya ponerse en duda desde ningn ngulo.Podemos ir an ms lejos. A partir de lo que hoy sabemos sobre la estructurasocial de las comunidades humanas en el pasado y el presente, se comprueba que

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    la funcin que cumplan aquellos lejanos cronistas de las comunidades elementa-les, que consista en conservar la memoria -mitad verdad y mitad mito- de esascomunidades, constitua un elemento de cohesin comunitaria, lo que hoy Ilama-ramos el elem ento cultural de la estructura social. El oficio ha cambiado de estilo,pero su funcin sigue siendo sa: proporcionar el elemento cultural de la estructu-ra social, aunque desde luego abandonando el mito y aferrndose totalmente a laverdad.

    La teora econmica como modeloPor lo dems, despus de 1945 se acentu una tendencia que procede , cuan-do menos, de l siglo XIX. Implcita o explcitamente, la economa apareci com omodelo para todas las ciencias sociales, incluyendo la historiografa. Desde el puntode vista argum ental, la economa era, evidentemente, la que mane jaba conceptosms matematizables. Se poda expresar fcilmente en nmeros, lo cua l invitaba atodo gnero de especulaciones cuantitativas. En el fondo, palpitaba una realidadpsicosocial profunda: las sociedades occidentales haban incorporado el c lculoeconmico, aunque en su forma ms elemental, a las necesidades de la vida dia-ria de cada individuo. Era la primera vez que esto ocurra en el largo transcurso delas sociedades humanas.La economa es, sin duda alguna, la ms matematizable entre las cienciassociales, ms an que la demografa, que le sigue en esa peculiaridad, pero -val-

    ga la paradoja-, es por eso la ms cientfica? En el fondo, se trata del prob lemabsico de la naturaleza del conocimiento cientfico.Cmo se puede conocer la realidad social global; cmo se puede descubrir suhistoricidad; cmo se puede formular ese conocimiento. Estas son las tres clavesde la historiografa como ciencia y la posibilidad de formular respuestas a esaspreguntas obliga a recurrir a los aportes de todas las ciencias de la sociedad y dela personalidad humanas. Desmesurados requisitos para el ejercicio de la profe-sin de historiador, pero todos ellos vlidos en un terreno lgico.Pensar que la economa es la pauta inapelable para todas las ciencias socia-les es reducir notablemente el campo de investigacin, transformando en norm auniversal lo que en rea lidad es slo uno de los elementos bsicos de ese universoextraordinariamente complejo que es la dinmica global de las comunidades hu-manas.En el terreno terico, ese tipo de apologa de la ciencia econmica es reduccio-nista, pero en el terreno prctico ese reduccionismo adquiere proporciones extre-mas. S i la ciencia social se reduce slo a lo que es economa, el prximo paso puedeser reducir la economa a uno solo de sus captulos. Eso es an ms preocupante,porque la tendenc ia no se manifiesta slo en el terreno especulativo, sino que in-vade todos los campos cientficos y profesionales.

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    El Premio Nobel de economaQuiero referirme aqu a una sola institucin contempornea, que en nuestrosdas se proyecta como foco de orientacin conceptual y me todolgica de alcanceinternacional.Creado en 1969 por el Banco de Suecia, ste es el nico premio Nobel que seotorga en ciencias de la sociedad y de la personalidad humanas. El reduccionismoya comienza con esa extrema definicin. La nm ina de los premiados hasta el I-timo, otorgado en 1993, ya es suficientemente prolongada como para descubrir unaverdad de fondo.Comenzando con los que nunca lo recibieron, tres nombres aparecen rpida-mente en la memoria: Joan R obinson, John Kenneth Galbraith y Ral Prebisch,todos ellos autores de una larga bibliografa en la especialidad. Los dos p rimeros

    -Joan Rob inson ya desapa recida- son tericos de primer rango, que insuflaron ensus anlisis una amplia visin filosfica e histrica, sin dejar de m anejar, aunquemesuradam ente, el elemento matemtico. Prebisch -tambin fallecido- dedic msde c incuenta aos al an lisis de la economa latinoamericana.Entre los premiados desde 1969 hay, sin la menor duda, econom istas muy m e-ritorios. Pero esta comprobacin tiene sus limitaciones, de las cuales slo es posi-ble enunciar aqu algunos casos elocuentes.En 1990 el premio fue compartido por Hairy Markowitz, por su teora de elec-cin de la cartera de valores; William Sharpe, por su teora sobre la formac in deprecios para activos financ ieros; y Merton Miller, por su teora sobre las finanzascorporativas. A juzgar por la informacin periodstica, se trata de tcnicas aplica-bles al mejor m anejo de las grandes corporaciones contemporneas. La tcnica,ya lo sabemos, no es ciencia.En 1993 la recomp ensa fue otorgada, por primera vez, a dos historiadoreseconmicos. Uno de ellos es Robert William Fogel, quien, en colaboracin conStanley L. Engerm an, public en 1974 una obra titulada Time on the Cross / TheEconomics ofAm erican Negro Slavery(Litt1e Brown, Boston-Toronto). El argumentocentral de esa obra, sostenido por una larga faena de m anejo estadstico, consisteen que en los Estados U nidos, hasta el mom ento de la guerra civil y la abolicin dela esclavitud, la plantacin esclavista funcionaba como una em presa privada mseficiente y con mayor xito de mercado que m uchas empresas industriales del norte.Esta tesis fue amplia y rpidamente refutada en un importante volumen que setitu a Reckoning with Slavery A Critica1Study of the Quantitative History of AmericanNeg ro Slav ery(0 xfo rd University Press, Nueva York, 1976), redactado por varioshistoriadores cuantitativistas, con un excelente prlogo de Kenneth Stam p. Nopuedo entrar aqu en el detalle de la polmica, pero es menester dejar constanciade que la refutacin, la cual abarca todos los aspectos, es realmente terminante.Slo parece ausente el aspecto no cientfico, que en este caso es el tico.La apologa de la plantacin esclavista durante la segunda m itad del siglo XIXque hacen Fogel y Engerman con el argumento de su eficiencia gira en torno deuna lgica elemental que, sin necesidad de apoyo cuantitativo, podra researsecon estas palabras: si existi, fue po rque era un buen negocio.

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    Lo era, sin duda, si se juega con la m entalidad del empresario esclavista. Peroel testimon io ms actual que tenemos para analizarlo nos lo ofrece -histrica yelocuente coincidencia- Toni Morrison, novelista estadounidense, nieta de escla-vos que vivieron oprimidos ferozmente en las plantaciones del sur de los EstadosUnidos, por cuyas novelas, que tratan sobre los negros de esa regin y la esclavi-tud, recibi el Premio Nobel, no de Econom a, precisamente, sino de Literatura, elmismo ao.En sntesis, lo que recompensa preponderantemente el P remio Nobel de Eco-noma es el xito empresarial, a cuyas tcnicas llama ciencia econmica. Pareceinnecesario aclarar que no es el instrumento -en este caso el clculo electrnico-lo criticable, sino e l tipo de mentalidad con que se maneja.

    Cuatro obras recientesCuatro obras importantes han aparecido muy recientemente, en las cuales, apartir de planteamientos muy dismiles, surge con fuerza la conviccin de que eldescubrimiento del sentido del proceso histrico es indispensable para juzgar elpresente y pronosticar el futuro.Una se titula Hispanoamrica-Angloamrica / Causas y factores de su diferen-te evolucin, por D omingo Maza Zavala, Editorial Mapfre, Madrid, 1992. El autores uno de los econom istas ms importantes de Amrica Latina en el presente y haproducido num erosos trabajos en su especialidad, con una larga carrera institucio-

    nal. Esta obra marca un punto de inflexin en esa intensa bibliografa altamenteespecializada. Ahora el economista reconstruye una extensa trayectoria histricapara explicarse el presente y lo hace apelando al ngulo comparativo, otro de losmtodos sobre e l cual podramos detenernos largamente para sealar su impor-tancia lgica.Otro libro se titula Preparing for the Twenty-First Cen tury, Harper-Collins, Lon-dres, 1993. Paul Kennedy, su autor, es el nico historiador entre los cuatro. M ane-ja una vasta informacin procedente de diversas disciplinas cientficas, pero nopierde su intento bsico, que consiste en trazar un largo recorrido en el pasado pa raarticular conjeturas sobre el futuro inmediato.Las dos ob ras restantes proceden de otros tantos e importantes investigado-res en ciencias muy distantes de las sociales.Jared Diamond es un bilogo estadounidense especializado en aves y, a la vez,evolucion ista mportante. Su obra ms reciente se titula The Third Chim panze e/TheEvolution and Future of the Human Animal, Harper Perennial, Nueva York, 1992.Diamond recurre a la historia de las comunidades hum anas para pronosticar elfuturo de l Hom o sapiens. Maneja indistintamente desde los datos histricos msremotos hasta la actualidad ms palpitante, que incluye el genocidio cometido porel rgimen m ilitar que se inicia en Argentina en 1976.Los temas expuestos por Diam ond inciden directamente sobre la materia quenos preocupa. U no se refiere a la reconstruccin que se h a hecho de la historia dela isla de Pascua, cuyo nom bre original es Rapa-Nui, territorio chileno en el oca-

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    no Pacfico a varios miles de kilmetros de la costa. Hasta hace muy poco, la pre-sencia de una cantidad de esculturas monumentales y la comunidad que las creconstituan verdaderos misterios. Su pasado ha sido reconstruido, no por h istoria-dores, s ino por arquelogos y pa leontlogos. All vivi, en siglos lejanos, una co-mun idad que durante un largo perodo se mantuvo con una agricultura depredadora,sin nocin del riesgo que implicaba la destruccin de la capa vegetal. Mientras esaagricultura atraves la etapa expansiva, la comunidad vivi pacficamente y alcan-z un nivel de existencia aceptable. Cuando la carga vegetal comenz a p resentarsignos de agotamiento, se produjeron divisiones agudas en tre grupos sociales,luchas desgastadoras y gobiernos despticos, todo lo cual agreg el empobreci-miento hum ario al empobrecimiento del medio ambiente. Simultneamente cam-bia la concepcin religiosa y el arte adquiere otro sentido y, en consecuencia, otraforma expresiva.Diamond com pleta su cuadro histrico con otros numerosos casos de genoci-dio y de agotamiento de los recursos naturales por defectos graves de su adminis-tracin, aunque no siempre coinciden ambos procesos. Todos estos casos le sir-ven para advertir que la presencia de las comunidades humanas en la cortezaterrestre no es un dato asegurado en la vida del planeta.Dos amenazas bsicas encuentra Diamond para la supervivencia de la espe-cie hum ana. Una es la guerra atmica, cuyo riesgo, observa, parece alejarse conla desaparicin de la Unin Sovitica. Otra es la extincin de los recursos natura-les indispensables para la sobrevivencia humana. Si contina la destruccin indis-criminada de esos recursos, la existencia de la especie corre un serio riesgo. Elevolucionista nos advierte: ms de la mitad de las especies animales registradaspor el investigador ha desaparecido de la tierra. No existe ningn argumento cien-tfico -concluye- pa ra negarse a aceptar la posibilidad de la desaparicin de laespecie Homo sapiens.Es oportuno recordar aqu que en los Estados Unidos se est realizando actual-mente una importante investigacin, en la que participan treinta cientficos, sobrela relacin entre la decadencia de los recursos renovables, el aumento de la po-blacin y los conflictos sociales violentos (Th. F. Boutwell y G. W. Rathjebs,

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    do, con ediciones en varias lenguas y distribucin internacional. Piel, como es lgicosuponer, procede de las ciencias duras y no es exagerado considerarlo como orien-tador de la investigacin en ese campo. Al parecer, su incursin en el terreno de losproblemas mundiales contemporneos y de la historia de grandes sectores de lapoblac in mund ial obedece a preocupaciones relativamente recientes.Esta obra es de tipo verdaderamente enciclopdico y slo pudo haber sido em-prendida por un solo autor si est respaldado por un extraordinario archivo de datos.En una seccin del libro, Piel hace un recuento general del prob lema fundam entalcontem porneo de grandes masas continentales. Cuando llega a Am rica Latina,hace una observacin de fondo. Este subcontinente -advierte- posee vastos recur-sos naturales, una densidad dem ogrfica apenas mediana y una intelectualidadnumerosa y bien preparada. Sin embargo -observa-, mantiene en la pobreza a un a ltoporcentaje de su poblacin. Cmo explicarse una contradiccin tan notoria?Gerard Piel recurre al conocimiento histrico para descubrir la continuidad se-cular que le permita llegar a una conclusin sobre lo contemporneo. No se trataen esta ocasin de juzgar la validez de la interpre tacin histrica del autor. Lo fun-damental es el interrogante que Piel se plantea: cules son los procesos histri-cos que han impedido que un subcontinente como Amrica Latina supere los ni-veles de atraso, miseria e injusticia que hoy la perturban tan seriamente?No es oportuno intentar aqu una respuesta que, por supuesto, debe evadir lassimplificaciones y afrontar toda la extrema complejidad de un proceso de siglos yde un presente saturado de contradicciones. Pero el planteamiento de Piel debegravitar sobre nosotros como una invitacin que encierra cierta dosis de acusacinpara la intelectualidad latinoamericana.Amrica Latina tiene, en efecto, una vasta intelectualidad que, en trminosgenerales, se caracteriza por la universalidad de su formacin cultural y la aptitudprofesional. Es a intelectualidad de hoy recoge una tradicin ya antigua en este

    / subcontinente: la avidez por el conocimiento de otras culturas y el m anejo fcil delas lenguas que antes y hoy constituyen la clave del conocimiento directo de esasculturas. En dos de sus lenguas -el espaol y el portugus- se traduce desde haceun siglo lo que probablemente sea el mayor nmero de autores de otras lenguasen todo el mundo. El acceso a las fuentes informativas procedentes de Europa ylos Estados Unidos constituye para esa intelectualidad una norma heredada de susabuelos. Su aptitud de interpretacin, en trminos generales, es, por decirlo conprudencia, realmente considerable. Todos estos datos de la realidad acentan unaresponsabilidad social muy grande.

    Una tendencia persistente y una som bra ilustreCuando este importante congreso de h istoriadores latinoamericanos llega a sufin, corresponde recordar una tendencia persistente y evocar una sombra ilustre,una y otra relacionadas con el oficio de historiador.Para el ser humano, para la comunidad del H omo sapiens, reconstruir el pasa-do -ya lo sabemos- es una necesidad del presente. Poltico es el individuo que cree

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    tener una frmula para solucionar problemas de su tiempo y su lugar, pero cuandoel po ltico quiere ascender a niveles de responsabilidad social y cultural apela a lahistoria para justificar su programa del presente. Tanto el socialismo como el libe-ralismo, las dos corrientes polticas que en el siglo XIX adquieren fuerza multitu-dinaria, hicieron grandes esfuerzos de reconstruccin y de lgica para encontrarel hilo histrico que formara la columna vertebral de sus teoras y sus programas.Latente o explcito, el dato histrico refuerza la actitud poltica, pero, al ingre-sar, solapada o abiertamente, en la polmica pblica afronta el riesgo de la distor-sin. En ese terreno se acenta la obligacin del historiador, que es un cientfico alservicio de la verdad. Vale la pena menc ionar aqu un caso nada estridente parailustrarlo. Cuando Benazir Bhutto gan las elecciones y lleg al poder en Pakistnen 1988, y luego en 1993, los adversarios polticos de esta mujer alegaron quenunca antes en un pas musulmn haba ocurrido tamaa afrenta. El argumento fueretomado por la prensa occidental y difundido mund ialmente, porque pareca re-forzar la notoria inferioridad femenina en los territorios adscritos al Islam.Ftima M ernissi, historiadora nacida en Marruecos, ha publicado recientementeen francs una obra de investigacin, ya traducida al ingls, que se titula Las rei-nas olvidadas del Islam, donde reconstruye con de talles la trayectoria de diec isismujeres que entre 1000 y 1800 gobernaron pases islmicos. La omisin intencio-nal de esos importantes antecedentes es la obra -asegura- de lo que ella denomi-na e l Islam poltico, que tergiversa intenciona lmente al Islam del Corn.Por nuestra parte, nos es fcil recordar que en los pases occidentales de tra-dicin cristiana a la actividad poltica estuvo por ley rigurosamente reservada a loshom bres hasta despus de 1945, salvo algunas muy contadas excepciones dereinas, aunque la mujer se hizo presente en la militancia sindical y poltica en muchospases, sin esperar que la ley se lo permitiera. (Tomo los datos sobre la obra deFtima Mernissi de MECCNews Report,Middle East Council of Churches, Limassol,Chipre, marzo-abril de 1994.)Ms an; en 1992 la Unin lnterparlamentaria present en la sede de las Na-ciones Unidas en G inebra el resultado de una investigacin de alcance mundial,que titul

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    neracin de especialistas latinoamericanos, recordar que la idea bsica de losAnnales y la revista misma fueron lanzadas por Marc Bloch, quiz el historiadoreuropeo ms importante de este siglo. Precisamente en los das en que se hacelebrado este congreso se cumple m edio siglo desde que Marc Bloch fue fusila-do en un campo d e concentracin nazi en su propio suelo francs. Bloch n o fuefusilado por su obra histrica, sino por su participacin en el mov imiento de resis-tencia a la ocupacin nazi. El, que nunca haba sido militante poltico, sab a quearriesgaba su vida -cmo no saberlo!- cuando se defini contra el nazismo. Bloches una pauta, no porque invite a la militancia poltica ineluctablemente, sino po r-que supo conciliar, hasta el sacrifico personal, su virtud de cientfico co n su d igni-dad de ser humano.