Semanario de Efemérides Nº2

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Resumen Felipe Varela Semanario de efemérides “Mariano Moreno” Posadas, Misiones, Argentina Año I - Nº 2 Abril 2011 Marandu de la Patria DESTACADO DE LA SEMANA! MASACRE DE PUEBLO ORIGINARIO: LOS CHARRUAS DE ARTIGAS ANTECEDENTES DE LA UNION AMERICANA Asesinato de Justo José de Urquiza www.encuentroamericano.com.ar Fuente: Revisionistas.com ESCUELA DE GOBIERNO NÉSTOR KIRCHNER LO IMPORTANTE PERSONALIDADES Masacre de Salsipuedes El loco Villegas funda Trenque Lauquen Mascarilla Lopez “El feo” Nacimiento de León Ortiz de Rosas (1760) Nacimiento de Francisco Crespo (1791) Masacre de Salsipuedes (1831) Elecciones legislativas en la provincia de Buenos Aires (1852). Fallecimiento de Justo José de Urquiza (1870) Armisticio de San Lorenzo (1819) Fundación de la ciudad de Trenque Lauquen (1876). La escuadra española toma la isla de Chinchas, Perú (1864)... y más...

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Semanario de Efemérides Nº2 Marandu de la Patria

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Resumen

Felipe Varela

Semanario de efemérides

“Mariano Moreno”Posadas, Misiones, Argentina Año I - Nº 2 Abril 2011

Marandu de la Patria

DESTACADO DE LA SEMANA!

MASACRE DE PUEBLO

ORIGINARIO: LOS CHARRUAS

DE ARTIGAS

ANTECEDENTES DE LA UNION AMERICANA

Asesinato de Justo José de Urquiza

www.encuentroamericano.com.arFuente: Revisionistas.com

ESCUELA DE GOBIERNO NÉSTOR KIRCHNER

LO IMPORTANTE

PERSONALIDADES

Masacre de Salsipuedes

El loco Villegas funda Trenque Lauquen

Mascarilla Lopez “El feo”

Nacimiento de León Ortiz de Rosas (1760)Nacimiento de Francisco Crespo (1791)Masacre de Salsipuedes (1831)Elecciones legislativas en la provincia de Buenos Aires (1852).Fallecimiento de Justo José de Urquiza (1870)Armisticio de San Lorenzo (1819)Fundación de la ciudad de Trenque Lauquen (1876).La escuadra española toma la isla de Chinchas, Perú (1864)... y más...

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11 de Abril León Ortiz de Rozas

León Ortiz de Rozas (1760­1839)

Nació en Buenos Aires, siendo sus padres, el capitán Domingo Ortiz de Rosas y Catalina de la Cuadra. El 5 de mayo de 1767 fue dado de alta como cadete en el Batallón de Infantería Antigua de Buenos Aires, cuerpo en el que sirvió hasta el 1º de enero de 1772, en que pasó al Regimiento de Infantería de esta ciudad; siendo promovido a subteniente el 30 de abril de 1779, pasando con esta jerarquía a la compañía de granaderos del mismo cuerpo el 10 de setiembre de 1787.

Ascendió a teniente el 18 de marzo de 1789 y a capitán el 17 de diciembre de 1801, de la 3ra compañía del 2do batallón del mismo cuerpo. Formó parte en 1781­82 de la memorable expedición de Antonio de Biedma a la cordillera andina.

Tomó parte en la expedición que condujo Juan de la Piedra, “Comisario Superintendente de la Bahía Sin Fondo”, junto con los alfereces Francisco Javier Piera y Domingo Piera. Intervino en la cruzada del mencionado Piedra, quien dejó el gobierno interino de Patagones en manos del teniente del Regimiento Fijo de Buenos Aires, Isidro Bermúdez, y a mediados de diciembre de 1784 dio orden de marchar con rumbo al Norte, camino del Colorado, llevando de segundo a Basilio Villarino y Bermúdez y al alférez Lázaro Gómez.

Llegada la columna a las inmediaciones de la Sierra de la Ventana, estableció allí De la Piedra su cuartel general, y destacó una gruesa fracción de su fuerza contra las tolderías cercanas. Esto fue aprovechado por los indios para atacar el desguarnecido campamento de De la Piedra, en una feroz e incontenible embestida, en la que cayó muerto este último, que fue reemplazado en el mando superior por el alférez Lázaro Gómez, quien procediendo juiciosamente, decidió retroceder y fortificarse, como lo hizo, a orillas del río Sauce que corre al Sur de la Sierra de la Ventana y desemboca en el Océano a la altura de Bahía Blanca, a esperar allí la incorporación de la fracción de fuerza destacada por el malogrado De la Piedra. Aquella había salido al mando del piloto Villarino, a quien prestaban su cooperación los alfereces Piera y Ortiz de Rozas.

Sorprendidas las tolderías, fueron rápidamente asaltadas y no difícilmente derrotados sus habitantes, que sufrieron el consiguiente estrago. Cargados de botín y ufanos de la victoria regresaban, cuando a mitad de camino volvióles la espalda la inconsecuente fortuna, permitiendo ser sorprendidos y asaltados a su vez por numerosos indios con los que se trabó recio combate. La refriega fue terrible por sus resultados: en aquel campo quedaron tendidos Villarino, el alférez del Regimiento de Dragones, Francisco Javier Piera, el bravo sargento del mismo cuerpo Manuel Bores y otros muchos después de pelear desesperadamente; y prisioneros de guerra los alfereces León Ortiz de Rozas y Domingo Piera, el capellán Francisco Montañés y varios individuos de tropa.

Pero afortunadamente, los indios se comportaron con los cristianos que cayeron en su poder en una forma inusitada: el cacique Lorenzo Calpisqui se presentó al alférez Gómez y a nombre de sus compañeros ofreció condiciones de amistoso arreglo que diera fin al estado de guerra y consolidara definitivamente la concordia entre indios y cristianos. Gómez se apresuró a aceptar la proposición, pues solucionaba su

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dificilísima situación personal y pactó con los indios un armisticio, apresurándose a despachar desde aquel punto con pliegos para el Virrey, noticiándole lo ocurrido, al sargento Juan Antonio Chichón; emprendiendo poco después de enterrar en la costa armamento, municiones y otros enseres de que los enemigos se apoderaron, la retirada a Patagones, donde comunicó el desenlace de la campaña al comandante Bermúdez, quien le ordenó en el acto se trasladara a Buenos Aires a dar cuenta de ello personalmente al Virrey Loreto.

Se ajustó, pues, la paz con los indios y los prisioneros de más importancia que éstos tenían fueron canjeados, y entre ellos, el alférez Ortiz de Rozas. Según el historiador Adolfo Saldías, este último fue recompensado con el nombramiento de administrador de los bienes de la corona, pero muy tarde, pues expresa aquél que León Ortiz de Rosas ejerció el cargo de referencia desde 1797 a 1806. Según manifiesta Eduardo Gutiérrez en su obra “Juan Manuel de Rosas”, el padre del Restaurador permaneció en poder de los indios 19 meses y 21 días, soportando todas las penurias inherentes a tan penosa situación; ni una sola vez le fue posible hablar con sus compañeros de infortunio, pues cada uno estaba en un toldo distinto; se le molestaba durante el sueño; cuando no entendía lo que se le mandaba se le hacía comprender a palos y bolazos; se le quitaron las prendas de vestir, etc. Según una declaratoria de familia, Ortiz de Rosas sólo estuvo 7 meses prisionero.

El 26 de enero de 1785 cayó prisionero de los indios y si el tiempo de su cautiverio es exacto, quedó en libertad el 16 de setiembre de 1786. Como capitán, tuvo a su cargo la 5ª compañía del 2º batallón del Regimiento de Infantería de Buenos Aires. En este cargo se hallaba cuando tuvo lugar la primera invasión británica y la ocupación de la capital del Virreinato por el general Beresford.

Intervino en la Reconquista de Buenos Aires, el 12 de agosto de 1806, así como también en la Defensa de la misma ciudad, en las jornadas del 2 al 7 de julio de 1807. Obtuvo su retiro del servicio de las armas en 1809.

Desde entonces se dedicó a atender sus cuantiosos intereses y a cuidar la educación de su numerosa prole, nacida de su matrimonio con Agustina López de Osornio, el que se realizó en la ciudad de Buenos Aires, el 30 de setiembre de 1790. Esta última nació en Buenos Aires el 28 de agosto de 1769 y falleció en la misma ciudad, el 12 de diciembre de 1845, siendo hija de Clemente López de Osornio y María Manuela de Rubio.

Veinte hijos hubieron del matrimonio de León Ortiz de Rozas con Agustina, de los cuales 10 murieron de corta edad; siendo el primogénito de los que sobrevivieron, Juan Manuel Ortiz de Rozas, quien por una disidencia con sus progenitores adoptó sólo el apellido de Rosas.

León Ortiz de Rosas fue llamado a ocupar importantes cargos en el gobierno bonaerense, y más de una vez formó parte del Consejo Provincial y de la Cámara de Diputados. Falleció en Buenos Aires, el 13 de agosto de 1839.

Fuente: Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado Gutiérrez, Eduardo – Juan Manuel de Rosas. Saldías, Adolfo – Historia de la Confederación Argentina. Yaben, Jacinto R – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1939).

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11 de Abril Francisco Crespo

Coronel Francisco Crespo (1791­1849)

Guerrero de la Independencia sudamericana. Nació en Buenos Aires, el 11 de abril de 1791. Inició su carrera militar el 4 de julio de 1808, como cadete en el Batallón de Andaluces, cuerpo en el cual fue promovido a subteniente de Granaderos del mismo batallón. El 26 de febrero de 1810 es teniente 2º del Batallón Nº 5, grado en el que lo sorprende el movimiento emancipador del 25 de mayo. Fue de los primeros en incorporarse al primer ejército patriota, al mando del coronel Francisco Antonio Ortiz de Ocampo, que llevaba como segundo al comandante Antonio González Balcarce. Se halló en la batalla de Suipacha, el 7 de noviembre de 1810 y posteriormente en la desgraciada acción de Huaqui, el 20 de junio del año siguiente. Formó parte del ejército sitiador de Montevideo desde el 20 de octubre de 1812 hasta el 23 de junio de 1814, fecha en que el general Vigodet capituló con toda la guarnición de aquella plaza. Este acontecimiento se produjo a los pocos días de haber pasado Crespo a la 4ª Compañía del Regimiento Nº 8 de Infantería, con fecha 5 de mayo. El 21 de noviembre de 1814, es promovido a teniente 1º de la misma compañía del Nº 8 y a ayudante mayor del mismo cuerpo, el 3 de julio de 1815. Poco después pasó a formar parte del Ejército de los Andes, marchando a Mendoza con el 1er Batallón del Regimiento Nº 8. El 21 de febrero de 1816 el Director Pueyrredón dispuso que el ayudante mayor Crespo regrese a Buenos Aires por haber sido promovido a aquel empleo en el 1er Batallón, Toribio Reyes. Crespo se incorpora al 2º Batallón del Nº 8, el cual poco después marchó también para Mendoza, y recibió el nombre de Regimiento Nº 7 de Infantería. Con este regimiento Crespo atravesó los Andes y se batió con denuedo en Chacabuco, el 12 de febrero de 1817, mereciendo la medalla discernida por las Provincias Unidas a los vencedores. Más adelante se le otorgó (noviembre de aquel año) la “Legión del Mérito” de Chile.

El Regimiento Nº 7 marchó con la columna de O’Higgins en abril de 1817, para tomar parte en las operaciones contra los españoles en el Sud de Chile y el capitán Crespo (grado al que había sido ascendido el 11 de enero de 1817), tomó intervención en las acciones que tuvieron lugar en los alrededores de Concepción y Talcahuano en el segundo semestre de aquel año. El 6 de diciembre tomó parte en el furioso asalto a Talcahuano, correspondiendo a su cuerpo ser uno de los componentes de la columna del coronel Conde, que atacó la fortaleza por el sector derecho de la defensa. Crespo se batió con denuedo en aquella memorable acción de guerra.

Marchó en la expedición al Perú, formando parte del Regimiento Nº 7, bajo el mando del coronel Conde. Asistió a la segunda campaña de la Sierra, bajo las órdenes del general Arenales, entrando a la ciudad de Lima a fines de julio de 1821. Estuvo en el sitio del Callao, en la defensa de Lima cuando fue amenazada por los españoles y en el asalto al Callao y toma de la fortaleza, el 21 de setiembre del mismo año.

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Posteriormente los Regimientos Nº 7 y 8 de los Andes, se refundieron en un cuerpo que se llamó Regimiento Río de la Plata, que fuerte de 1.100 plazas, tomó parte en la famosa campaña de Puertos Intermedios, bajo el mando del coronel Cirilo Correa. Esta expedición fue dirigida por el general Alvarado y las fuerzas se empezaron a embarcar en el Callao a mitad de octubre de 1822, para desembarcar al mes siguiente en los puertos de Tacna y Arica. Se concentraron a comienzos de diciembre en la primera de las ciudades nombradas. Desde allí partieron en busca del general Valdés, a fines de aquel mes; el 1º de enero de 1823, se combatía en Calana y los días 19 y 21 del mismo, en las sangrientas y desastrosas batallas de Toraya y Moquehuá, donde el ejército de Alvarado fue reducido a la cuarta parte; y en las que se encontró el mayor Crespo, quien tuvo la suerte de figurar entre los que se salvaron de aquella memorable y desastrosa expedición.

Cuando se produjo la sublevación del Callao, en la noche de 5 de febrero de 1824, el ya teniente coronel Crespo era segundo jefe del regimiento Río de la Plata. Cayó entre los prisioneros de los sublevados, que los entregaron a los españoles. Fue brutalmente herido por el general realista Mateo Ramírez, siendo canjeado en 1825, época en que obtuvo su pasaporte para regresar a Buenos Aires. El 17 de abril de 1826 revalidó sus despachos de teniente coronel de infantería.

El 1º de noviembre de 1826 se incorporó al cuartel general del Ejército Republicano. El 1º del mes siguiente fue dado de alta en el Estado Mayor divisionario del 4º Cuerpo de Ejército, donde en junio y julio de 1827 figura como “comandante de armas”. Se distinguió por su comportamiento en la batalla de Ituzaingó, por lo cual fue promovido al grado de coronel por despachos extendidos el 31 de mayo de 1827 con antigüedad del 23 de febrero del mismo año; obteniendo la efectividad del cargo el 6 de mayo de 1830. Figura en el ejército sitiador de Montevideo desde mayo a diciembre de 1827. Como 2º Jefe del Estado Mayor del Ejército de Operaciones, figura a cargo del mismo desde el 15 de abril de 1828 hasta octubre de igual año.

Fue comandante militar de Patagones, desde enero de 1830 hasta los primeros días de 1833. En Patagones, el coronel Crespo contrajo enlace con Angela Ocampo, hija de Ramón de Ocampo y Carmen French, de la familia patricia. Crespo ostentaba en su pecho la “Orden del Sol” del Perú, otorgada por el Protector general San Martín.

Durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas, Crespo fue un tiempo edecán del Restaurador a quien sirvió con inquebrantable fidelidad. Revistó en la Plana Mayor del Ejército y P. M. A., desde el 1º de diciembre de 1828 hasta el 1º de enero de 1841. Nombrado capitán del Puerto de Buenos Aires, a principios de 1841 pasó a la isla Martín García. Estando a cargo de la guarnición de la misma desde el 26 de junio de 1842, sostuvo un fuerte cañoneo contra las fuerzas navales que mandaba el coronel Giuseppe Garibaldi, enviado por el gobierno uruguayo en socorro de la provincia de Corrientes, a raíz del triunfo del general Paz en Caaguazú. Garibaldi empleando un ardid prohibido por el Derecho Internacional, enarboló bandera argentina en sus tres unidades, lo cual hizo creer a los defensores de la Isla que se trataba de buques de Rosas. Cuando la superchería fue descubierta, ya habían pasado el canal de Martín García dos buques de Garibaldi, de modo que el efecto de las baterías de Crespo se hizo sentir sobre el tercero de los buques enemigos, el “Constitución”.

Jefe de las baterías establecidas en la Vuelta de Obligado y segundo del general Lucio Norberto Mansilla, en la violenta acción sostenida el 20 de noviembre de 1845, contra la escuadra anglo­ francesa que pretendía forzar el paso del Paraná aguas arriba, su conducta fue digna del renombre del valeroso soldado de la guerra de la independencia sudamericana. Cuando el general Mansilla en lo más recio del combate, recibió un golpe de metralla en el estómago que lo dejó sin sentido, el coronel Crespo lo reemplazó en el comando, no obstante haber recibido una contusión poco antes. Fue digno relevante del glorioso general en jefe en aquella magnífica acción de guerra, donde las fuerzas argentinas defendieron el honor del pabellón nacional con altura y con valor, digno de sus gloriosas tradiciones. El coronel Crespo firmó el parte de la acción elevado a Rosas a consecuencia de las heridas sufridas por el general Mansilla. También

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se halló en las batallas del Tonelero y del Quebracho, en enero y junio de 1846 contra la escuadra anglo­francesa.

El coronel Francisco Crespo y Denis dejó de existir en el pueblo de San Isidro, el 7 de setiembre de 1849, a sus exequias concurrió su antiguo compañero de armas el brigadier general Miguel Estanislao de Soler, quien se hallaba en aquellos días algo enfermo. La asistencia al entierro del coronel Crespo le fue fatal, pues su dolencia se agravó y falleció pocos días después.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

Yabén, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938).

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11 de Abril

Masacre de Salsipuedes

Memorial Charrúa, junto al arroyo Salsipuedes, Uruguay

Luego de derrotado Artigas, los indígenas fueron considerados como problemas insolubles a efectos de consolidar la estabilidad social y económica de la campaña oriental, en base a los intereses que predominaban en ese momento histórico. Los mismos que habían sido protagonistas decisivos en los ejércitos orientales de la revolución, fueron perseguidos y exterminados en ese sombrío día del mes de abril.

“Mirá Frutos, tus soldados matando amigos”, le gritó el cacique Vaimaca Perú a Fructuoso Rivera, mientras los hombres del primer presidente de la República masacraban a traición a los charrúas en Salsipuedes. Esta matanza ocurrida el 11 de abril de 1831, durante la primera presidencia de Rivera, dio inicio a un plan de exterminio de los indios charrúas. Para ejecutar el crimen los indios fueron llevados mediante engaños a reunirse con las tropas del presidente. Una vez allí, según el relato de Acevedo Díaz, basado en los apuntes inéditos de su abuelo Antonio Díaz, “el presidente Rivera llamaba en voz alta de amigo a Venado y reía con él marchando un poco lejos… En presencia de tales agasajos, la hueste avanzó hasta el lugar señalado y a un ademán del cacique todos los mocetones echaron pie a tierra. Apenas el general Rivera, cuya astucia se igualaba a su serenidad y flema, hubo observado el movimiento, dirigióse a Venado, diciéndole con calma: “Empréstame tu cuchillo para picar tabaco”. El cacique desnudó el que llevaba a la cintura y se lo dio en silencio. Al tomarlo, Rivera sacó una pistola e hizo fuego sobre Venado. Era la señal de la matanza”.

Posteriormente, el 15 de abril de 1831, el presidente Rivera firmó una orden de exterminio de los charrúas. En ella hace constar que los indios que huyeron son perseguidos por las fuerzas del Ejército, las cuales “prosiguen en su alcance hasta su exterminio”, y ordena la “persecución de este puñado de bandidos hasta su total exterminio”.

Durante la Guerra Grande, bajo el gobierno del Cerrito presidido por Manuel Oribe, que enfrentaba a las flotas imperiales francesa e inglesa, se publicó en el periódico “El Defensor de la Independencia Americana” una “Refutación de la Nueva Troya”, contra el libelo que hacía la apología de la intervención imperial en el Río de la Plata. En la “Refutación”, firmada con el seudónimo “Demófilo”, se exponía una de las primeras y más desgarradoras denuncias de la matanza de los charrúas, dando comienzo temprano a una dimensión diferente y poco reconocida del revisionismo histórico rioplatense.

Allí se decía lo siguiente: “¿Queréis comprender, lectores, toda la ferocidad de Rivera? Mirad: ved cómo la columna que hasta entonces se había prolongado a lo largo de la costa, da frente al

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arroyo y a una señal acordada forma una especie de semicírculo dentro del cual quedan los charrúas; y cómo los escuadrones, al toque de carga, con lanza enristrada, se abalanzan súbitamente sobre aquellos infelices indios. A un penetrante alarido de tenor producido por la sorpresa, se pone toda la indiada de pie. Ved correr a los valientes charrúas de una parte a otra, buscando inútilmente una defensa; y en medio de aquel conflicto, de aquella grande desesperación, escuchad los lastimeros y penetrantes gritos de los ancianos y las mujeres, que se confunden con el llanto de los niños. ¡Mirad aquella muchedumbre de infelices indias, cómo se apoderan instantáneamente de sus tiernos hijos; cómo los estrechan a su corazón y cubriéndolos con su cuerpo, corren con ellos atribuladas de un lado al otro, hasta que se agrupan detrás de sus valientes y queridos compañeros, que, desvalidos, a pie, indefensos, sin más recursos que su valor, oponen entre sus asesinos y sus amadas familias, una muralla de sus pechos, que presentan desnudos a las lanzas homicidas!. El exterminio está decretado”.

La “Refutación” también menciona la participación de soldados unitarios argentinos en la masacre de los charrúas: “Veíase a Rivera contemplar con la más profunda calma aquel espantoso cuadro, en tanto que un otro genio cruel y traidor le felicitaba por aquella empresa. ¿Quién podía ser aquel hombre que felicitaba a Rivera a la vista de un espectáculo tan sangriento, tan doloroso? … Ese hombre era Juan Lavalle. El torpe y feroz asesino de Dorrego”.

Al genocidio y al etnocidio le sucedieron diversos intentos de borrar la memoria de los charrúas de nuestra sociedad, en sucesivos “Salsipuedes simbólicos”. Se ha negado sistemáticamente la riqueza cultural de dicho pueblo, tanto como su importancia numérica entre los indígenas de estas tierras y se ha llegado al extremo inaudito de catalogar a los charrúas de “mito”.

La matanza de charrúas, a través de las car tas de Rivera

Cuando se leen las instrucciones que Rivera enviaba al Gral. Julián Laguna y otros subordinados, se aquilata cuál fue su verdadera participación en el genocidio concretado el 11 de abril de 1831. Se podría decir que Ribera “confiesa” ser el autor del genocidio a través de las mismas.

1) Durazno, Marzo 10 de 1831: “… Es de mayor importancia que el Sr. Gral. emplee todo su tino y destreza para hacer entender a los Caciques que el Ejército necesita de ellos para ir a guardar las Fronteras del Estado y que el punto de reunión será en las puntas del Queguay Grande; para cuyo efecto, se dirigen cartas a los Caciques Rondeau, y Juan Pedro, y que el Sr. Gral. les hará entregar instruyéndoles de su contenido. Si ellos no cumpliesen lo prevenido en las citadas notas particulares, es preciso no alarmarse por esto, disimularles y conservarse siempre a su inmediación, y si posible fuese, reunido a ellos.

Si se moviesen para el centro de la Campaña es preciso seguirlos con cualesquier pretexto, hasta ver si se consigue que el todo o parte del Ejército se incorpore a la fuerza de las ordenes del Sr. Gral.

El Sr. Gral. conocerá, que en todas las medidas prevenidas es importante la mayor prudencia, para no aventurar una empresa que, realizada traerá bienes muy efectivos al País, consolidando el crédito y reputación militar de los Jefes que la han presidido…” Fructuoso Rivera (rubricado)

2) “Julián amigo. Salsipuedes en el potrero donde ya has estado. Marzo­28­1831” (Se trata de su amigo Julián de Gregorio Espinoza).

“(Reservado) yo voy a marchar esta noche todo tengo listo en muy buen estado para la operación de los charrúas, nada he querido decir al Gobierno de mis disposiciones, el buen estado en que las tengo para tener el gusto si logro como lo creo de que esta difícil operación

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aparezca como de los abismos y que tenga más bulla que la que causó el arribo de Garzón a esa después del tinterazo. No lo dudes Julián la operación está casi echa y una obra que los desvelos de 8 Virreyes y por más de 40 años no lograron realizarla. Será grande. Será lindísimo si tus mejores amigos, si tus compañeros de disgustos y de días de Gloria dan a nuestra patria esa satisfacción, ha! que glorioso será si se consigue sin que esta tierra tan privilegiada no se manchase con sangre humana.” (……………..) tu amigo verdadero. Fructuoso”.

Esto es una verdadera “confesión” y de una persona que se siente “culpable”. ¿Por qué, si no, quiere ocultar los hechos?, (“nada he querido decir al Gobierno de mis disposiciones”). Rivera toma esta matanza como una fiesta, en la que será reconocido como no lo fueron 8 Virreyes que también querían exterminar a los charrúas. Y el concepto que tenía sobre los indios se aprecia cuando da a entender que ellos no tendrían “sangre humana”.

3) Campo, Abril 5 de 1831 “Mi estimado amigo D. Julián es en mi poder su nota de ayer y soy impuesto de las medidas tomadas para hacer venir a los indios a este punto, con este objeto fue Bernabelito y no dudo que el los haga venir prontamente, Yo no he querido moverme más adelante ya por que podía ponerlos en desconfianzas o por que si se logra hacerlos pasar el Queguay ya no seria difícil el sujetarlos del modo que uno quiera. Sin embargo estamos prontos para en caso sea preciso marchar sobre ellos lo que yo quiero evitar a todo trance pues nos será ventajosisimamente el sujetarlos sin estrépito así es que estoy resuelto a esperar aquí hasta ver si Uds. logran hacerlos venir Aquí (¿se niegan?) espero sus avisos continuados para (¿variar?) mis disposiciones…”. F. Rivera (rubricado).

Estas 3 cartas de Rivera son auténticas. Véase el propósito de engañar a los charrúas y atraerlos hacia un lugar donde quedaran prácticamente encerrados y tener la mayor facilidad para masacrarlos. Por supuesto que los charrúas no sospechaban las intenciones del Gobierno Oriental o mejor dicho, del que sería su ejecutor, el General Rivera.

Reconoce Rivera en la 2ª carta, que en campo abierto sería muy difícil aniquilarlos, por más que contaban con escuadras de soldados guaraníes al servicio del Ejército uruguayo, escuadrones del Ejército nacional, del argentino y del brasileño, que fácilmente cuadriplicaban el número de los charrúas.

Pero el Presidente no quería una batalla, “la quería evitar a todo trance”; quería un asesinato en masa, una acción “que no fuera difícil”, y en que los charrúas no pudieran salvarse, según se entiende en su carta.

En una carta de José Catalá a Gabriel Pereira ­del 23 de agosto de 1831, le informa que “ni uno solo ha escapado del lazo maestro que les armó este experto Jefe (Rivera)” y las ventajas políticas que la masacre representaría para el “riverismo” (en realidad José Catalá no informa correctamente ya que algunos charrúas pudieron escapar de la emboscada).

Rivera intenta engañar nuevamente, años después, sobre los hechos que él mismo confesó y dejó documentados.

Durante su estadía en Brasil, Rivera es increpado por la prensa por la masacre de charrúas, y contesta mediante una publicación en “El Iris” fechada en Río de Janeiro el 30 de octubre de 1848. Dice: “… Se a min coube a fortuna e glória de acabar com uma horda de selvagens nomados e ferozes, abrigada nas escabrosidades do paiz, fiz o que outros nao puderam alcanzar antes de mim, e cumpri as ordens do gobernó, com grande satisfacçao das populaçoes, que por tantos annos foram victimas de correrias, roubos e mortes d´ aquelles bandidos.

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Limitarme­hei porêm aos factos inventados. E´falso que houvesse necessidade de atraiçoar os selvagens para os­destruir: nem estes selvagens foram nunca alliados do gobernó oriental, nem os orientaes, com quem eu tive a fortuna e honra de combater para cima de 35 annos, em mais de cem batallas, podian tener taes homens, desde que por utilidade geral, se­decretava o seu exterminio…” (Textual).

En esta carta que escribe en Río de Janeiro, acomoda los hechos del modo que más le conviene contradiciendo lo escrito años atrás. Niega que tuviese necesidad de atraerlos y traicionarlos para destruirlos. También falta a la verdad cuando dice que los charrúas no combatieron con los soldados orientales de nuestra independencia, (desconociendo que el propio Artigas ya varias veces había mencionado la decisiva colaboración de los charrúas en diversas batallas).

Y todavía se siente orgulloso del asesinato cuando dice que a él le cupo la fortuna y la gloria de acabar con una horda de salvajes que otros (españoles, portugueses y brasileros) no pudieron alcanzar antes que él, en 3 siglos. Reiteramos que el secreto del aniquilamiento estuvo en el engaño, y en el ataque a traición cuando los charrúas estaban confiados y descuidados, lejos de sus caballos e incluso, algunos desarmados.

Fue la peor de las traiciones, aquella en que se recurre a la confianza de los amigos para hacerlos caer en una trampa sanguinaria, cruel e inhumana. Los niveles más bajos de los códigos morales del ser humano pudieron forjar esas maniobras genocidas.

Y de los documentos surge que lo tomaban como una diversión, y Bernabé Rivera se refería a la matanza con la frase “la jarana de los indios”.

¿Qué clase de moral pública y de valores éticos tenían estas personas?

¿Cómo en este momento de la civilización aún se pretende justificarlos?

Los documentos descubiertos no presentan dudas: Rivera fue el responsable del genocidio charrúa. Y a confesión de parte relevo de pruebas, aunque abundan las pruebas.

Otras matanzas

La “matanza” más conocida de charrúas es la que tomo lugar en Salsipuedes. Pero lejos de haber ocurrido un exterminio, los charrúas fueron casados y matados aún después. Los charrúas no fueron atacados en una oportunidad, fueron en tres y en lugares diferentes: en el paso del Sauce del Queguay, en Salsipuedes y en el paraje llamado la Cueva del Tigre.

Una de las masacres más terribles fue la ocurrida en la “estancia del viejo Bonifacio Penda”. Participaron el capitán Fortunato Silva y cuarenta hombres destinados por Bernabé Rivera. Según un relato de Manuel Lavalleja, Bernabé Rivera persiguió a los que habían escapado de Salsipuedes y al cacique Polidorio. En camino se encontró con el cacique Venado que estaba con doce charrúas. Bernabé habló con Venado y le prometió entregarle su familia y las de los demás si se sometían al gobierno y a vivir en un punto que le designasen sin salir de ahí. Venado aceptó y se entregó, marchando él y los suyos con Bernabé. Este los mandó a Durazno, diciéndole a Venado que era para que recibiesen a sus familias. Le entregó una carta para entregarle a Fructuoso Rivera para que diese a las familias. Junto con Venado y el resto de charrúas, Bernabé mandó un oficial con un asistente.

Luego, Bernabé mando a Silva y los 40 hombres a la estancia para que se emboscaran hasta que llegara Venado con el oficial que lo acompañaba. Se ocultaron y esperaron a que los charrúas dejaran sus lanzas y fueran a la cocina. Una vez ahí, los charrúas fueron fusilados.

Otra fue en la barra del Mataojo Grande. Sucedió el 17 de agosto de 1831. Bernabé Rivera y

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sus hombres dan muerte a quince indios, dos caciques, toman 26 hombres y 56 personas mas entre mujeres y jóvenes de ambos sexos. Lograron escapar 31. Entre los charrúas atrapados se encuentra un indio que se bautizara como Ramón Mataojo y que es el supuesto primer Charrúa llevado a París. También mueren varios charrúas en el enfrentamiento en el que logran dar muerte a Bernabé Rivera.

Yacaré Cururú, la venganza

La venganza, porque eso fue lo que los charrúas se tomaron. Mataron a uno de los responsables directos de ese intento de exterminio: Bernabé Rivera, sobrino de Fructuoso. Bernabé se encuentra en la barra de Yacaré Cururú con un grupo de charrúas. Eran más de treinta, pero Bernabé vio solo a algo más de 10. Los charrúas al ver a Bernabé emprendieron la retirada y éste los empezó a seguir, sabiendo que serían “presa fácil”. Sin embargo, luego de un tiempo de persecución, tenía sus fuerzas bastante separadas uno de otros y con sus caballos cansados. Así, volvieron los charrúas sus caras y empezaron ellos a atacar. En ese momento fue sencillo para ellos hacer prisionero a Bernabé, luego de que su caballo rodó. Ya los charrúas habían matado varios de sus hombres. Atrapado Bernabé, le empezaron a culpar por los asesinatos de los compañeros y sus familias. Fue un charrúa llamado cabo Joaquín quien lo pasó de una lanzada y luego de él lo hicieron otros. Bernabé murió, le cortaron nariz y venas para envolverlas en las lanzas. Los charrúas fueron liderados por el cacique Sepé.

Rivera entregó charrúas a diestra y siniestra y para pagar distintos favores: entrego como esclavos en Montevideo, mandó indias charrúas para las tropas en Durazno para satisfacción sexual, etc. Al extranjero son los más conocidos los charrúas enviados a Francia, pero también dio 5 charrúas a unos ingleses como homenaje por haber ocupado las Malvinas.

Ramón Mataojo fue el primer charrúa llevado a Francia. Su apellido muestra el lugar donde lo atraparon: el arroyo Mataojo. Grande. Louis Maruis Barrl es quien lo lleva a Francia, en el barco L`Emulation, el 18 de enero de 1832.

Del 22 al 29 de abril de 1832 figura internado en el hospital de Toulón. Muere embarcado el 21 de setiembre de 1832.

Los cuatro últimos char rúas

Así se les llamó erróneamente al cacique Vaimaca Piru, Senaque, Guyunusa y Tacuabé. Fueron llevados a Francia por François de Curel. Su intención era presentárselos al Rey de Francia, a las Sociedades Científicas y otros. El 25 de febrero de 1833 son embarcados en el buque Faiçón rumbo a Francia. Su ingreso en dicho país fue ilegal y una vez allí son expuestos a la curiosidad y sometidos a estudios. En Francia son visitados por varios famosos. En una de las exhibiciones participo Federico Chopin.

Una vez en Francia los charrúas fueron muriendo de a poco. El primero fue Senaque, el 26 de julio de 1833. Alcanzó a vivir en París sólo 80 días. Luego Vaimaca Piru, quien había sido sableado al ser apresado por las tropas de Rivera. Murió el 13 de setiembre de 1833. Vaimaca, el cacique, había luchado junto a Artigas y también junto a Rivera, quien evita que Vaimaca sea asesinado, sin saberse exactamente porque lo hizo. Luego murió Guyunusa, compañera de Vaimaca Piru quien había partido a Francia embarazada. En Paris dará a luz a su hija una semana después de la muerte de Vaimaca. Tacuabé se hará cargo de su hija por la muerte de su padre y porque Guyunusa le había comunicado a Vaimaca que ahora era la pareja de Tacuabé. Guyunusa moriría de tuberculosis 10 meses después de haber tenido a su hija. El último en morir fue Tacuabé, aunque no se sabe cómo, ya que se le perdió el rastro, a él y a la hija de Vaimaca y Guyunusa.

Fuente

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Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado. Picerno, Psic. José Eduardo – La confesión de Rivera, autor del genocidio Charrúa en 1831 Saravia Marcelo – La hecatombe de Salsipuedes Varela Brown – La Masacre de Salsipuedes – Montevideo

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11 de Abril Elecciones del 11 de abril de 1852

Caído Juan Manuel de Rosas, los ex emigrados intentaron dominar la escena. Designado gobernador Vicente López y Planes, ambos grupos lucharon por su mayoría en la legislatura bonaerense en las elecciones del 11 de abril de 1852. Urquiza apoyó sus candidatos con el voto de sus batallones completos. Los porteños, frente a la fuerza, emplearon la astucia para condicionar el resultado mediante inscripciones falsas y el voto repetido de las mismas personas bajo otros apellidos y en diferentes mesas. Así lo recordó un actuante en la legislatura de Buenos Aires el 31 de mayo de 1878. Dijo el diputado Héctor Varela que “en aquella época memorable, el pueblo sintió una necesidad suprema: vencer a Urquiza en las elecciones de abril… El señor Bartolomé Mitre, nuestro compañero político, poniéndose al frente de las necesidades en aquel momento solemne… desenterró los muertos del cementerio, levó sus nombres a los registros y venció a Urquiza”. Y eso era un complemento de cuanto escribió antes en “La Tribuna” del 7 de octubre de 1874: “…las elecciones le fueron ganadas al partido que sostenía la política de Caseros, por 9.000 y tantos votos, contra 2.000… Buenos Aires no tenía 4.000 ciudadanos. En 1874 se han inscripto 8.000, de los cuales no han votado sino 3.000 por cada parte; y como es dogma de fe que una de esas ha sido producida por el fraude, resulta que la ciudad de Buenos Aires 22 años después… no puede todavía presentar 4.000 votos sinceros. Los 9.000 de 1852 eran obra del fraude patriótico, la creación del director de las elecciones”. Y agregaba: “ese día yo encabezaba unos 60 buenos muchachos. Votamos en 9 parroquias”.

Y comparando la situación de 1878 con la de 1852, agregaba Varela: “… ¿Hay acaso alguien que pueda decir y menos creer, que los diputados aquí presentes representamos la voluntad genuina de la Nación? No señor presidente, sería una farsa tal afirmación. Todos sabemos cómo se hacen las elecciones entre nosotros y que no siempre los partidos políticos llevan a las cámaras a sus hombres más idóneos y competentes, sino a los que en una parroquia o pueblo de campaña han revelado las mejores condiciones de caudillos… Después de consumado el hecho y aprobada la elección se pide que se revisen los registros nuevamente. Pero señores ¿a qué nos estamos engañando? ¿Hay alguno que ignore que en todos los registros ha de haber nombres como los que se ponían en 1852 y que Serapio Ludo y Felipe Lotas, han de aparecer votando?”. Y tanto Carlos Pellegrini en diputados de 1902 (20 de diciembre), como Sarmiento en 1874 emitieron juicios coincidentes y muy severos sobre esa elección.

Separado el Estado de Buenos Aires del resto del país por la revolución del 11 de setiembre de 1852, se llevó a cabo la célebre elección del 30 de marzo de 1856.

Entonces el “partido porteñista”, único organizado y permitido (dispersos aún los elementos federales), concurrió a la elección dividido en dos fracciones. La “conservadora” llevó su “lista blanca”, y la “progresista”, la amarilla, aunque ambas tenían candidatos comunes.

Los dos grupos deseaban controlar la legislatura y luego la gobernación, y el 30 de marzo de 1856 el comicio fue tremendo; “a bala, piedra y puñal”. En la ciudad no hubo prácticamente mesa tranquila; en la parroquia del Colegio las riñas perturbaron el desarrollo de toda la jornada, con traslado de mesa, votos repetidos y triunfo conservador­gubernista. En la Merced, venta de votos y luchas variadas con puñal y garrotes para conquistar la mesa; en San Miguel, asalto directo con explosivos y heridos, mientras el juez Atucha innovó en el trastoque de documentos; en San Nicolás varios jinetes coparon la mesa. Y, en la Concepción también se dio el clásico ataque con piedras “desde la torre de la iglesia donde se habían parapetado al fin los defensores de la mesa, con el resultado de un muerto y varios heridos graves”.

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Demás está indicar el triunfo de los conservadores, que para la “campaña” dieron órdenes a los jueces de paz como esta: “Participo a Ud. que el gobierno tendrá especial satisfacción en que estos señores…. sean electos”. Por cuanto “el señor Ministro” los “recomendaba como sus candidatos” y se acompañaban “los paquetes con las listas”.

Hubo también otra batalla en la legislatura para aprobar tal comicio, donde se llegó a una transacción luego de discusiones, escenas de fuerza e intervención de diputados, milicias y “barra” asistente.

Un año después, el 29 de marzo de 1857 compitieron los “porteñistas” con sus eternos enemigos “federales”, en las ajetreadas elecciones de esos tiempos.

De inmediato se motejó a éstos de “mazorqueos”, “rosines” y también “chupandinos” por sus asados políticos, mientras los federales calificaban de “pandilleros” al adversario por su tendencia al ataque a personas y domicilios. Ambos grupos destacaban las historias del otro: los porteñistas en “El Nacional”, “La Tribuna” y “El Orden” y los federales en “La Reforma Pacífica”, “La Constitución” y “La Prensa”.

Un testigo francés, horrorizado de cuanto veía, narró que “la camarilla (porteñista) cuya influencia es tan perniciosa, ha empleado todos sus medios para triunfar, con menosprecio de las leyes del país y de la Constitución; las libertades electorales han sido holladas con el pie… Los segundos (federales) que tenían la simpatía de los extranjeros, contaban poco sobre esta fuerza moral y se limitaban a proclamaciones, llamamientos a las armas, inventivas contra el gobierno…”.

Las violencias e irregularidades fueron el fruto de toda la jornada. Pero los “pandilleros” triunfaron sobre una mayoría desarticulada. Controlaron las mesas, las cifras y los nombres de los registros. Explica un autor que los violentos pandilleros “hicieron votar hasta seis y siete veces a los peones y hasta a los niños”, entre la Catedral Sud (Colegio), Catedral al Norte y la Merced; en la Piedad, Socorro y la temible Balvanera, los “pandilleros” votaron solos. En San Telmo esta vez hubo tranquilidad, pero en San Miguel trituraron la mesa a golpes y hubo heridos en el combate entre tropa y pueblo; en Montserrat hubo un acuerdo inicial y luego gritos, protestas y asalto.

Fuente Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado. Ortega, Exequiel – Las elecciones del 1874. Todo es Historia – Año III, Nº 29, Setiembre de 1969. www.revisionistas.com.ar

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11 de Abril

Urquiza el especulador

Muerte de Justo José de Urquiza en su residencia, el 11 de abril de 1870

En la proclama del 6 de noviembre, Felipe Varela hace una apelación a Urquiza, dando por sentado que éste apoya el pronunciamiento. Es que Varela, sagazmente, incita al levantamiento del pueblo entrerriano. Si bien es cierto que Varela vivió un tiempo con López Jordán y fue edecán de Urquiza, sería tan aventurado como incorrecto creer que el jefe montonero dependió de Urquiza o fue instrumento en algún momento, de la política de éste. La denuncia que Elizalde le hiciera a Mitre en tal sentido, carece de fundamento y resulta totalmente falsa e intrigante, por fundarse exclusivamente en la rivalidad electoral existente entre Urquiza y Elizalde, como candidatos que eran a la presidencia.

Al producirse el levantamiento del Coronel del pueblo, el “Eco de Corrientes”, informó que: “Una carta del Paraná asegura que hoy los reaccionarios están furibundamente enojados contra el Gral. Urquiza por la cesación de los periódicos y que asegura que aquel General ha enviado al Gral. Mitre el borrador de un manifiesto en que condena terminantemente la revolución del interior”.

¿Se trató simplemente de un error de Varela, en el sentido de creer en las insinceras, o en todo caso vacilantes, promesas de Urquiza, de que apoyaría el pronunciamiento? ¿Era, una vez más, una maniobra del entrerriano para negociar con el Banco de Londres y el Gobierno de Buenos Aires ventajas personales, a cambio de su “neutralidad”? El rico hacendado de San José, que controlaba el Banco Entrerriano, el estanciero con mil acciones del británico “Ferrocarril Central Argentino”, tal vez pensó utilizar a Varela como había hecho con Angel Vicente Peñaloza.

Si bien el pronunciamiento del Chacho careció de un plan político y una base seria, y tenía como único punto de apoyo la heroica resistencia del caudillo al mitrismo, Urquiza capitalizó su neutralidad, con simulacros de apoyo al mismo. Cada vez que aparentaba solidarizarse con el montonero, el Banco de Londres le compraba sus producciones de lana, huesos, cenizas, etc., y Urquiza volvía, entonces, a la “legalidad”.

Felipe Varela, en cambio, trató de incorporar a su gesta libertadora a Urquiza. El caudillo revolucionario buscaba el apoyo entrerriano, explotando políticamente el pronunciamiento de Urquiza contra Rosas. Sabía Varela que, de esa manera, lograría mover emotivamente a los entrerrianos contra el mitrismo. Mitre, a su vez, “atacaba y adulaba alternativamente al pueblo de Entre Ríos y al general Urquiza”, como bien lo señalaba la prensa paraguaya (“El Semanario”).

Era necesario, entonces establecer un calculado paralelismo entre Rosas y Mitre, que resultara eficaz desde un punto de vista político, inmediato y táctico, con respecto a Entre Ríos. No

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bastaba sin embargo, con la estimulación emotiva. El proyecto resultaba coherente también, porque nuevos acontecimientos habían ocurrido en el litoral mesopotámico que facilitaban una alianza con la montonera provinciana. En primer lugar, el fracaso total de la libre navegación de los ríos, luego la esterilidad de las medidas aparentemente proteccionistas tomadas por Urquiza. Y por último, la sumisión y dependencia total del litoral mesopotámico, simbolizada y encarnada por Justo José, con respecto a la banca británica.

Todo este sometimiento económico financiero, encontraba su máxima expresión política en la guerra imperialista llevada a cabo contra el Paraguay.

Por eso, en realidad, la invitación revolucionaria de Varela no tenía por destinatario a Justo José de Urquiza. Este sólo revestía en esa época, el carácter –caduco, pero significativo­ de ser el portador simbólico de la bandera entrerriana. El caudillo real, al cual estaba dirigida la invitación montonera, era Ricardo López Jordán.

López Jordán era el hombre que se había opuesto de antemano, a la guerra contra el Paraguay, y que junto con Varela, organizara el desbande de las tropas reunidas por Urquiza en Basualdo y Toledo.

Fermín Chávez, en sus investigaciones, ha probado que el levantamiento de López Jordán estaba preparado para estallar coetáneamente con el de Varela. Sin embargo, Urquiza, que se informaba continuamente de lo que ocurría en el interior mediterráneo argentino por la correspondencia de Manuel Lucero, astuto político cordobés, impidió el levantamiento de López Jordán.

En carta de Urquiza a Emilio Conesa, de fecha 16 de febrero de 1867, aquél sostenía: “Entre tanto viene a tranquilizar mi agitado espíritu la convicción de que el carácter conciliador del Gral. Mitre, su experiencia de la vida política y el respeto que inspira la autoridad cuando se usa en discreta parsimonia, dará a la lucha la pacífica solución que conviene entre hermanos (…)”. Entre líneas, Urquiza rogaba que Mitre tranquilizara el país, para poder ser él, Urquiza, presidente del “orden”. El 1º de febrero de ese año 1867, Urquiza le había escrito a Felipe Saá, pidiéndole la libertad del ex gobernador Daract, puesto en prisión por los revolucionarios. Esa era la respuesta del caudillo, a la comunicación que once días antes, le había dirigido Carlos Juan Rodríguez y Felipe Saá, requiriéndole apoyo para la revolución y haciéndole saber el estado de la misma. El pronunciamiento perturbaba en realidad, sus planes políticos y es obvio, sus intereses económicos, fundamentos reales, estos últimos, de la calculada política urquicista.

Al saberse la revolución varelista, José Buschental le escribiría a Julio Victorica: “Montevideo, 26 de noviembre de 1866. Mi querido Victorica: (…) Parece que la cosa de Cuyo amenaza de tomar cuerpo, espero que S. E. no se comprometa con esa gente. C’est trop prompt’ (…)” (“es demasiado pronto”, aclara Urquiza en el documento, traduciendo la expresión de Buschental). El experimentado “capitán de industria” no se equivocaba. El general Urquiza no apoyaría a “esa gente”. Porque no tenía “recelos” del Brasil, y efectivamente, recordaba “las glorias de Caseros”. Este “recuerdo” constante y sus derivadas complicaciones económicas, fueron las que impidieron a Urquiza apoyar la revolución popular, como se lo manifestaría en carta a Mauá. Se cumplía lo que éste le escribiera a Mitre con fecha 14 de diciembre de 1861: “No comprendo la conducta de la prensa de Buenos Aires contra el general Urquiza; porque es evidente que la influencia personal de este General puede ser hábilmente aprovechada para comprimir y modificar completamente el elemento “gaucho”, y es positivo que si se le “dirige bien” y es convenientemente aconsejado, puede ser instrumento vigoroso para dar vigor al funcionamiento de las instituciones”.

El 9 de diciembre de 1867, Urquiza le escribirá a José León a Córdoba, para que “descubra la conspiración que se hace en su nombre”; el 10 del mismo mes y año se dirige a Manuel Lucero, pidiéndole cautela, para que no se comprometa con “mashorqueros y salvajes”; el 3 de marzo de 1868, Urquiza se cartea con Tomás Armstrong, disculpándose por no haber pagado puntualmente los vencimientos de sus cuotas en el Ferrocarril Central Argentino; el 25 de marzo le escribe a Antonio Taboada, refiriéndose a la necesaria “pacificación” que debe reinar en el

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país y a la “simpatía que tiene por sus ideas políticas”. Estas cuatro cartas, bastarían para revisar totalmente la figura oblicua de Urquiza, su pensamiento de clase acerca de la montonera estrechamente ligado a sus compromisos económicos y políticos, que en los momentos decisivos siempre lo volcaron hacia el lado de Buenos Aires contra el país.

Nada más revelador, para comprender su actitud hacia el interior provinciano, que analizar el papel cumplido por el “Ferrocarril Central Argentino” –del cual él fuera principal accionista e impulsor­ en relación al mercado interno. El ferrocarril debía avanzar de Rosario hacia Córdoba, ciudad esta última, que desde la época virreinal, era el centro de todas las comunicaciones del interior provinciano. Por eso, el “manco” Paz, en 1829, no había vacilado, como buen estratega que era, en ocuparla militarmente. Mitre le escribiría, precisamente a Elizalde, respecto a Córdoba: “Los recursos que la Aduana de Rosario ha de producir, se han de aplicar a objetos nacionales, es decir de la revolución, incluso gastos del Ejército de Buenos Aires, considerado como ejército libertador. Pero la aduana de Rosario apenas pagará sus gastos mientras no abramos los caminos comerciales y por ello mi empeño en dominar a Córdoba”. También Mr. Wheelright insistiría en los oficios dirigidos al gobierno en hacer resaltar la importancia de Córdoba, como centro de comunicaciones.

Los accionistas entre los que se encontraba Otto Bemberg y Cía. –uno de cuyos integrantes sería nombrado cónsul argentino en París­, sabía perfectamente que la función del ferrocarril sería muy distinta a la esperada por los provincianos mediterráneos.

El ferrocarril avanzaba lentamente. Al comenzar la guerra contra el Paraguay, se había construido el tramo Rosario­Las Tortuguitas. Ya era “útil”, por de pronto, para trasladar a los contingentes de “voluntarios” hasta su muerte en tierra paraguaya. A pesar de los agudos informes técnicos adversos, como el de Kurt Lindmark –autor que no pudiera consultar Raúl Scalabrini Ortiz­ se seguía utilizando “capital extranjero”, para la construcción de un ferrocarril que debía y podía ser nacional. Sarmiento le diría a Posse, en carta de 5 de abril de 1866: “Llevado del celo del bien, y entrando esto en mis instrucciones, pasé una nota al Ministro de Gobierno de cuatro renglones indicando la idea. Me contestó una de los pliegos de polémica, para probar, que él se lo debía y que las leyes de los Estados Unidos le habían servido de modelo, al dar la línea de Córdoba a Rosario toda entera a una compañía extranjera”.

Sarmiento no objetaba la entrega, y en su momento la completaría y complementaría.

Los compromisos de Urquiza, que eran los de la clase ganadera del litoral mesopotámico, no podían ser afectados por las necesidades del mercado interno provinciano. Había que colocar la producción inglesa allí, en el interior. Ese era el “obsequio” que se le debía realizar a nuestro único comprador de productos ganaderos. Urquiza trataba de aparecer, como encarnando el “orden” y la “pacificación”. Buscaba lograr de ese modo, una especie de síntesis o integración, entre “mashorqueros” y “salvajes unitarios”. Con la cabeza puesta en la presidencia, los pies apoyados en el ferrocarril y las manos atesorando sus riquezas ganaderas, Justo José de Urquiza encarnaba la más perfecta imagen del especulador.

En julio de 1867, al aproximarse las fechas electorales, preocupado por la campaña de Felipe Varela, envía a su secretario Victorica a entrevistarlo. El Dr. Victorica hace el penoso camino hasta Santa Cruz de la Sierra, de allí a Chuquisaca y por último, previo paso por Atacama, llega a Antofagasta. El secretario de Urquiza trata de convencer a Varela que debe desistir de su campaña revolucionaria. Pero el jefe montonero, advertirá perfectamente, que nada puede esperar del viejo servidor del Brasil, y rechazará indignado los ofrecimientos del especulador.

Urquiza, fracasada la misión encomendada a Victorica, afectado por la insurrección montonera, sostendrá el 11 de febrero de 1868, cuando se enfrentaba con Rufino de Elizalde, como candidato a la presidencia: “Varela y su montonera, producto legítimo de los excesos del poder y de una política bastarda, jamás pudo ser para nadie, la expresión o el agente de mis ideas. La mejor prueba era que él abusaba de mi nombre, sin que ningún hecho mío lo autorizase. Los que han abusado del nombre de Dios y de la Religión para explotar a las masas crédulas, tienen tanta razón para ser creídos como la que ha tenido Varela, si sus bandas se entregaban a la

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disolución o el pillaje (…). Usted ha tenido ocasión de conocer mis sentimientos personalmente. Mi Patria sabe que soy hombre de principios y no de partido, y menos de montonera. Jamás las he tolerado siquiera. Reprobé todas las que se lanzaron a Buenos Aires en tiempo de su rebelión contra la República (…) Mi deferencia hasta con los enemigos que me insultaban, mi respecto al gobierno que surgió de la preponderancia de mis enemigos (…) ¿No bastaban a salvarme de la imputación absurda de alentar una lucha como la que ha hecho Varela? (…) ¿A qué amigo de los que tengo en las provincias he escrito sin condenar semejante esfuerzos tan estériles como dolorosos y desacreditadores para el país? (…) Y la autoridad tenía una prueba de mi admiración (…) esa prueba que aludo es la guerra con el Paraguay (…) La guerra estalló, el Presidente solicitó mi concurso, y se lo presté arrastrando forzadamente a un pueblo, para quien esa lucha era terriblemente antipática (…) No; yo no he alentado esa lucha desordenada; por el contrario, he hecho esfuerzos poderosos por salvar al litoral de comprometerse en ella, y de ello se hace por otros un crimen”.

Este era el pensamiento de Urquiza acerca de Varela y de la guerra imperialista. El condenaba a la montonera, es decir, a las clases provincianas oprimidas, que se levantaban en combate, por su subsistencia. Presionado por su mala conciencia, Justo José de Urquiza le escribía a Juan Eastman, en enero 15 de 1869: “Ahí tiene V. a Coronado, mi víctima. Después de colmarlo de beneficios, fue desleal, porque decía que yo me había vendido a los enemigos del país que gobernaban Buenos Aires”.

Tiempo después de la muerte de Urquiza, José Hernández sostendría: “Urquiza, era el Gobernador tirano de Entre Ríos, pero era más que todo, el Jefe Traidor del Gran partido Federal, y su muerte mil veces merecida, es una justicia tremenda y ejemplar del partido otras tantas veces sacrificado y vendido por él. La reacción del partido debía por lo tanto iniciarse por un acto de moral política, como era el justo castigo del Jefe Traidor”.

Por eso, para poder llevar a cabo Ricardo López Jordán, el último pronunciamiento montonero de significación de la historia argentina, la expiación debía precederlo. Los hombres de Simón Luengo, que entraron a detener a Urquiza, al matarlo, vengaban a los montoneros sacrificados en la grandiosa lucha por nuestra liberación obscurecida por la historiografía infame de los vencedores, que no en vano han convertido a Urquiza, un provinciano como Sarmiento, traidor a las provincias, en prócer esplendente. (1)

Referencia

(1) La referencia al “Eco de Corrientes”, en Chávez Fermín, “Vida y Muerte de López Jordán”. En 1868, Urquiza tenía, según los cálculos de Burton, 200.000 ovejas y 800.000 cabezas de ganado, estimándose el valor en 8 pesos fuertes la cabeza. Que Urquiza era accionista del Ferrocarril Central Argentino, al igual que Otto Bemberg y Cía. Cfr. Carrasco E., “Anales de Rosario”, página 622 y Archivo General de la Nación, Archivo Urquiza.

Fuente

Peña, R. O. y Duhalde. E. – Felipe Varela – Schapire editor – Buenos Aires (1975).

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12 de Abril

Armisticio de San Lorenzo

Convento de San Carlos Borromeo, donde el 12 de abril de 1819 se firmó el armisticio entre Belgrano y Estanislao López.

A partir de 1819 en el país se fueron definiendo claramente dos tendencias políticas: los federales, partidarios de las autonomías provinciales, y los unitarios, partidarios del poder central de Buenos Aires. Los movimientos federalistas encabezados por caudillos, representantes de los intereses locales y con apoyo popular, encabezaron el proceso de autonomías provinciales. Las provincias comienzan a firmar pactos y reconocen la necesidad de una organización nacional.

Los representantes del gobierno santafesino firmaron con los del gobierno porteño los Tratados del 28 de mayo de 1816. En ellos se acordaba que Buenos Aires reconocería a Santa Fe por libre e independiente hasta que se estableciera la Constitución que debía redactar el Congreso. Santa Fe mandaría su diputado al Congreso. No se interrumpirían los caminos hacia Perú y Chile para el giro de los correos. Se aseveraba que a pesar de haberse realizado el convenio sin la intervención de Artigas como “auxiliante” de Santa Fe “dadas las apuradas circunstancias políticas”, ello se había decidido así en consideración a que “los Diputados de Buenos Ayres pasaran a ajustar igualmente Tratados con dicho Jefe, una vez concluido este”. Miguel del Corro, elegido por Santa Fe como diputado por la provincia ante el soberano Congreso Nacional, sería garante del cumplimiento del tratado por ambas partes. El tratado debía ser ratificado por los gobiernos firmantes.

Fracasadas estas tratativas, Pueyrredón intentó, a fines de 1816 y a principios de 1817, por medios alternativos someter a Santa Fe y desligar el litoral de la influencia artiguista en Corrientes. No obstante los esfuerzos porteños, las vinculaciones de Santa Fe con la Banda

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Oriental continuaron. A lo largo de 1817, en una nutrida correspondencia Mariano Vera hacía referencia al envío a la Banda Oriental de armas, provisiones, pólvora e incluso dos médicos cirujanos. Una carta enviada por el gobernador de Santa Fe al de Salta, Martín Miguel de Güemes, revelaba cómo hacia fines de 1817 la balanza tendía a inclinarse a favor de los orientales:

“…El Gobierno de Bs As a tentado de nuevo incomodar al Jefe de los Orientales. Se sintió en el Entre‐Ríos una insurrección sin duda fomentada por aquel, pues ha remitido auxilios de Armas y gente en favor de los Insurgentes…”.

”…Con respecto a este Gobierno a observado el de Buenos Ayres una correspondencia amigable pero insidiosa: Para sondear sus proyectos envié un Apoderado que contratase en Buenos Ayres mil fusiles y otros menesteres de Guerra cuya diligencia no tuvo efecto por oposición hecha por el Gobierno y aun se le expresó al comisionado que sería una inconsecuencia permitir traer Armas a Santa Fe el tiempo mismo que se remitían auxilios contra el Jefe de los Orientales…”

La carta continuaba criticando los planes egoístas de Buenos Aires y advirtiendo que aquélla pensaba atacar primero la Banda Oriental y luego Santa Fe. Luego señalaba:

“…De este antecedente con facilidad deducirían la consecuencia de que el Oriente y el pueblo de Santa Fe tienen algún poderoso estorbo que les impide el enlace con los demás y, no faltos de historia, con igual facilidad conocerían este impedimento y nos harían justicia, lejos de titularnos rebeldes y anarquistas …”.

Buenos Aires enviaba en marzo de 1818 una nueva invasión al Litoral. El general Juan Ramón Balcarce se instalaba en la frontera de Santa Fe, mientras el coronel Marcos Balcarce marchaba hacia Entre Ríos. Esta situación tan desgastante fue debilitando políticamente a

Mariano Vera y dejando lugar al predominio de Estanislao López.

El 23 de julio de 1818 Estanislao López asumía la jefatura del gobierno de Santa Fe. La operación defensiva de López obligó a Balcarce a retirarse, aunque no por ello Santa Fe se libró de una nueva invasión en febrero de 1819 al mando del general Viamonte. Estas continuas acciones de desgaste obligaron finalmente a Estanislao López a aceptar un armisticio para evitar la ruina de la provincia.

El armisticio de San Lorenzo, del 12 de abril de 1819, firmado en el Refectorio del Convento San Carlos entre representantes del Brig. Estanislao López y Manuel Belgrano implicaba el retiro de las tropas porteñas del territorio de Santa Fe y Entre Ríos, la garantía de la no

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interrupción de las comunicaciones con el interior, y el mutuo auxilio en la persecución de malhechores.

La tradición local insiste en que aquel 12 de abril estuvieron presentes en el histórico Convento de San Carlos, Belgrano y López, y que en las mismas celdas monacales que poco tiempo antes habían presenciado el temple de San Martín y sus Granaderos, ajustaron un pacto tan importante y trascendente, que tiempo después transformaríase en tratado final, mediante el cual quedaría sellada “para siempre la concordia entre pueblos hermanos”.

Si bien para Santa Fe este armisticio implicaba una paz necesaria y anhelada desde hacía tiempo por la provincia, para Artigas era un signo de debilidad frente a Buenos Aires.

Con este armisticio se iniciaba un nuevo ciclo de intentos pactistas promovidos por Estanislao López y que luego derivarían en el Tratado de Pilar, de Benegas del Cuadrilátero y el Federal.

Estas disputas políticas desembocaron en una larga guerra civil cuyo primer episodio fue la batalla de Cepeda en febrero de 1820, cuando los caudillos federales de Santa Fe, Estanislao López, y de Entre Ríos, Francisco Ramírez, derrocaron al directorio. A partir de entonces, cada provincia se gobernará por su cuenta. La principal beneficiada por la situación será Buenos Aires, la provincia más rica, que retendrá para sí las rentas de la Aduana y los negocios del puerto.

Fuente

Biraghi, Roberto Iván. El País de las Batatas. Editorial Dunken, 2º edición, página 200, Buenos Aires (2006).

Cervera, Manuel – Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe, Contribución a la Historia de la República Argentina (1573‐1853), 2 edición, tomo II, página 509, Santa Fe de la Veracruz (1980)

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

López Rosas, José Rafael – El pronunciamiento federal de Santa Fe, Departamento de Ciencias Jurídicas y Sociales, Universidad del Litoral, p. 125‐128, Santa Fe (1968).

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12 de Abril

Trenque Lauquen

Fortín 12 de Abril – Trenque Lauquen – Pcia. de Buenos Aires

La progresiva utilización del suelo del territorio nacional en su totalidad, debido a la expansión demográfica, se realizó a partir del primer gobierno Patrio durante un largo período de setenta y cinco años, durante el cual se realizaron operaciones bélicas entre los llamados “huincas” y los indígenas, en las que el heroísmo de los protagonistas alcanzó los límites de lo inverosímil.

Durante ese prolongado periodo, la línea que podría determinar la separación de dos medios de vida, de dos culturas disímiles y que se menciona como “la Frontera Interior”, sufrió sucesivos avances hacia el oeste y, con frecuencia regresiones, motivadas por el “despoblamiento” de las zonas “fronterizas”, debido a los cruentos malones indígenas.

La campaña al Desier to de 1876

Durante la presidencia del Dr. Nicolás Avellaneda, llega al Ministerio de Guerra y Marina, en octubre de 1874, el Dr. Adolfo Alsina; encontrando el dilatado y angustioso problema que tendría que resolver: la “Frontera Interior”. Ésta, en lo que a la provincia de Buenos Aires se refiere, seguía una línea –dibujada en mapas­ que unía Fortín Gainza (hoy Santa Regina), General Lavalle Norte (actual General Pinto), San Carlos (en las cercanías de la hoy ciudad de Bolívar), General Lavalle Sur (ahora Sanquilcó, en Gral. Lamadrid), Fuerte Argentino (en el Partido de Tornquist) y Nueva Roma (cercana a Bahía Blanca).

Más allá de esa “Línea”, para la mentalidad porteña de esos años, moraban el misterio y el terror. Prueba de este pensamiento la encontramos en la Proclama de nuestro fundador, el Gral. Villegas, que al tomar posesión del territorio en Trenque Lauquen expresaba: “…hanse creído que nuestra marcha al desierto era caminar a la tumba”.

En esos remotos lugares, que sólo se llegaba por una intrincada red de rastrilladas sólo por los indígenas conocidas, estaban las tolderías en las que se gestaban los malones que cegaban vidas y haciendas, porque se desataban con la velocidad de un rayo y caían sobre las indefensas poblaciones fronterizas.

En esas primitivas “cortes”, donde señoreaban los Caciques (mayormente de origen chileno), gemían su desgracia las cautivas y hallaban asilo los fugitivos de la justicia.

Tres “Tribus” principales dominaban para 1876 el desierto frente a esa Línea de Frontera: al norte, los “Ranqueles”, que bajo el mando del Cacique Mariano Rozas se encontraban en los montes de Leuvucó (al norte de la actual Pcia. de La Pampa); al oeste, entre la Laguna de Toay y Trenque Lauquen, se había situado la indiada de Pincén, en tanto que la Confederación de Calfucurá, soberano del desierto, además de ser chileno, se encontraba en las cercanías de Salinas Grandes (actual Pcia. de La Pampa).

El Plan Alsina

El Dr. Alsina estaba decidido a resolver este problema inquietante, y convencido que la hora era propicia para resolverlo, se dedica a estudiar cuidadosamente la situación elaborando un plan de acción.

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El “Plan Alsina”, procuraba primordialmente ocupar permanentemente las zonas que estaban señaladas como “Paraderos indígenas” y que se utilizaban para los malones, invasiones o incursiones. Ellas eran: Italoó en el sur de Córdoba; y Trenque Lauquen, Laguna del Monte, Carhué y Puán, en la provincia de Buenos Aires.

Expresaba que ocupados esos puntos, se señalaría la línea de la nueva frontera con un foso gigantesco, de más de 500 km. de longitud al que custodiarían un centenar de fortines; se extenderían las líneas telegráficas, y se colonizarían las tierras que estaban dentro del nuevo avance.

Alsina puntualizó claramente que pese al aparato militar que utilizaba, “las fuerzas no van a sorprender toldos ni a pelear indios: van a tomar posiciones avanzadas y puntos estratégicos”. Reiterando de manera categórica: “El Plan del Poder Ejecutivo es contra el desierto, para poblarlo, y no contra los indios para destruirlos”.

Las pasiones políticas hacían oír sus más diversas alocuciones de indignación al Plan del Ministro de Guerra y Marina, y la idea del “foso”, se prestó para las bromas y ridiculeces duras y crueles.

Pero a Alsina sólo lo preocupaban los problemas de su campaña elaborada meticulosamente, en especial por el desconocimiento del territorio en el cual se iba a operar, que era totalmente desconocido, y expresaba:

“Pero si es verdad que se conocen donde están Salinas Grandes, Carhué, Laguna del Monte, Trenque Lauquen, e Italoó, como también de donde arrancan los caminos que a ellos conducen, no lo es menos que son casi desconocidas las zonas intermedias”.

“…De la zona entre Laguna del Monte y Trenque Lauquen nada se sabe y no hay línea de comunicación entre ambos de la extensión que media entre Trenque Lauquen e Italoó”.

Entendía Alsina mejorar el estado económico­social del país, a la par que resolver un problema de seguridad:

“…Hacer que el país produzca, si es posible más de lo que consume y esto sólo se conseguirá cuando facilitemos y estimulemos la producción, dándole para su vasto desarrollo mucha tierra y muy barata…”.

“…Dar incremento a la ganadería, y esto sólo se consigue entregando a la explotación particular y por precios ínfimos dos mil leguas superficiales, que representan para el pastoreo y la producción de cinco millones de vacunos”.

Consideraba además que el problema del desierto “es cuestión de rentas, porque esas tierras prescindiendo del precio por que pasen a la propiedad privada, serán materia de contribución para el fisco. Es cuestión de riqueza, porque multiplica la materia sobre la cual se ejercita el trabajo, y el trabajo es la actividad del hombre aplicada a la producción. Es cuestión social porque se relaciona íntimamente con el bienestar del individuo, que engendra hábitos de orden…”

La decisión de ocupar “permanentemente” los puntos alcanzados y brindar todas las posibilidades de subsistencia a las nuevas poblaciones es tratada reiteradamente en su “Memoria de Guerra”:

“…No basta establecer Comandancias y fortines donde sólo se escucha el alerta de los centinelas. Es preciso hacer sacrificios para llevar a éstos elementos de población, dar alicientes a ésta, regalar materiales a los que quieran edificar, prodigar la tierra, y dar al soldado como al paisano, semillas, herramientas y cuanto necesite para formar su hogar”.

Finalmente, fijaba la magnitud de su avance que a primera vista aparecía como poco considerable, y reafirmaba su decisión de llevar la frontera hacia las más remotas zonas del territorio nacional:

“…y si se ha propuesto como hipótesis que se conquistarán al desierto y a la barbarie dos mil leguas, no es en verdad porque tal sea el límite de la ocupación definitiva, sino porque el Plan del Poder Ejecutivo es ir ganando zonas por medio de líneas sucesivas”.

“…Empezar a cubrir la línea del Río Negro, dejando a la espalda el Desierto, equivale a querer edificar reservando para lo último los cimientos”.

“El Río Negro, pues, no debe ser la primera, sino, por el contrario la línea final de esta cruzada contra la barbarie, hasta conseguir que los moradores del desierto acepten, por el rigor o la templanza, los beneficios que la civilización les ofrece”.

Al resumir su Plan en un mensaje al Congreso de la Nación, en agosto de 1875, solicita una autorización para invertir doscientos mil pesos fuertes ($ 200.000), que se destinarían a fundar poblaciones, establecer sementeras, levantar fortines, prolongar las líneas telegráficas hacia los nuevos territorios, uniendo así, rápidamente las Comandancias con la ciudad de Buenos Aires. Proyectaba, también, la construcción de un ferrocarril económico entre Salinas Grandes (La Pampa) y Bahía Blanca para favorecer la explotación de esa enorme zona cubierta por el avance a realizar, por ser muy apta para la agricultura y la ganadería.

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Aprobado su Plan por el Congreso de la Nación y votadas las leyes correspondientes, en octubre de 1875, se inicia el largo y discutido movimiento, que tuvo retraso por cuestiones ajenas al Ministro Alsina y de las que no fue la menos importante la sublevación de indios de Catriel en diciembre de 1875, que motivó una serie de combates y marchas entre la indiada alzada y las tropas que se preparaban para salir de expedición.

Inicialmente se había fijado la fecha de inicio para el 1º de marzo de 1876, pero debido a las cuestiones precedentes se retrasó la puesta en marcha unos días.

El Ministro Alsina era por demás meticuloso en todo lo correspondiente a su Plan de Avance de fronteras. Trataba con especial cuidado a las tropas, su alimentación, armamentos, caballadas, bombas para la extracción de agua en los lugares de sequía, elementos de zapa, ganado extra, y un sin fin de elementos necesarios más.

Luego de los contratiempos, Alsina convoca a los mandos a una reunión en Olavarría para el 16 de marzo de 1876. En este lugar les explicó su plan y les entregó las “Instrucciones” a los Jefes de las Divisiones Expedicionarias.

Las operaciones estaban a cargo de cinco Divisiones las que actuarían armónicamente, ­como lo hicieron­ y cuyo desplazamiento fue de la siguiente forma:

La División Sur de Santa Fe debía marchar desde Fuerte Gainza hasta Italoó, bajo el mando del Coronel Leopoldo Nelson y formada por el Regimiento 8 de caballería de Línea y una Compañía de Guardias Nacionales de Santa Fe, con un total de 3 Jefes, 6 Oficiales y 346 hombres de tropa. Inició su marcha el 19 de marzo de 1876, guarneciendo una línea de 137 km. de frente.

La División Oeste partió desde San Carlos hacia Salinas Grandes el 19 de marzo, luego de mantener un encuentro con fuerzas de Catriel, el día 24. Llegó a su destino: Laguna del Monte (Guaminí) el 30 de marzo.

Estas fuerzas eran comandadas por el Teniente Coronel Marcelino Freyre y la integraban el Regimiento 2 de caballería de Línea, el batallón 7 de Infantería de Línea un batallón de Guardias Nacionales y otro de indios amigos; en total: 6 Jefes, 35 Oficiales y 345 hombres de tropa, guarneciendo un frente de 98 km. con su Comandancia en Fuerte San Martín, hoy la ciudad de Guaminí.

La División Norte cuya Jefatura era ejercida por el Coronel Conrado E. Villegas y cuyo destino era la Laguna Trenque Lauquen y fundar un pueblo, la formaban el Regimiento 3 de caballería de Línea y el Regimiento 2 de Línea, un cuerpo de Guardias Nacionales de Junín y un piquete de artillería. A esta columna la acompañaban revistando como auxiliares: 68 familias de los dos Cuerpos regulares del Ejército. La dotación completa fue de 8 Jefes, 42 Oficiales, y 655 soldados; su frontera tenía 153 km. de frente y abrió la marcha el día 22 de marzo de 1876, alcanzando el punto señalado, las márgenes de la Trenque Lauquen el 12 de abril a las 5hs. 23m. P.M..

Ordenaba el Ministro en su informe: “Respecto a la División Norte, debo hacer presente, que si el lugar denominado Trenque Lauquen ofrece inconvenientes por falta de agua o por mala calidad de los campos, el Coronel Villegas podrá fijar sus posiciones en cualquier punto de la zona comprendida entre Sanquilcó y Las Tunas”.

El Coronel Nicolás Levalle comandó la columna conocida como División Sur, estaba integrada por el batallón 5 de Infantería de Línea y un piquete de Artillería, con una dotación de 12 Jefes, 84 Oficiales, 1015 soldados y un centenar de indios mansos. Partió de Fuerte Gral. Lavalle Sur el 14 de abril y uniéndosele el 22 de ese mes la División Costa Sur, bajo las ordenes del Teniente Coronel Salvador Maldonado, con 751 Soldados, 6 Jefes y 42 Oficiales de los Regimientos 1º y 2º de caballería de Línea, un Batallón de Gendarmes de Rosario, un escuadrón de indios amigos y un piquete de Artillería.

Esta última División salió desde Fuerte General San Martín el día 15 de abril, y siguiendo juntas ambas Divisiones hacia Carhué, llegaron al paradero el 23 de abril, acampando sobre el médano Carhué sobre la costa del arroyo Pigüé, levantando poco después el Fuerte General Belgrano, Comandancia de esta frontera que cubría 80km. de longitud sobre el desierto.

Posteriormente la División Costa Sur avanzó hacia el médano de Masallé y luego hacia la Laguna de Puán, donde llegó el 5 de junio, estableciendo la Comandancia que dio origen a la ciudad homónima y desde la que se custodiaba un frente de 52 km.

Las r ecomendaciones del Ministr o

Otras peticiones de Alsina para esta Operación de marcha: ….“recomiendo de una manera muy especial a los Jefes de División el orden y la adopción de todas aquellas medidas de precaución que hagan imposible una sorpresa, sobre las caballadas y arreo, como también las disparadas espontáneas en aquellas, y que podrían originar consecuencias a cuales más fatales”.

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“En el trayecto se irán haciendo jagüeles de distancia en distancia, para asegurar en todo ´.aso una retirada apresurada”….. “Los ingenieros irán consignando por su parte, las rectificaciones o ratificaciones que el estudio les sugiera, a fin de ir levantando la primera carta de la Pampa que tendrá la República Argentina”….

“En cada División se llevará un diario de la manera más prolija, en que se anoten todos los accidentes de la travesía, marcando las jornadas, determinando las distancias, consignando las aguadas, naturales o artificiales, naturaleza de los pastos, sinuosidades del terreno, y trabajos que se hayan hecho de zapa o de desmonte”.

Establecía que: …..“Llegadas las fuerzas a los puntos de ocupación que les están designadas, el primer cuidado como el primer deber de los Jefes, será ordenar que empiece el zanjeo para tres potreros en los cuales entren holgadamente los caballos, hacienda vacuna y las yeguas”.

…. “Terminados los potreros y aquellas construcciones más necesarias que puedan llevarse a cabo con los elementos que se encuentren sobre el terreno, encontrada la relación precisa de un punto con relación a otro, los Jefes de División ordenarán el zanjeo de todo su frente, hasta llegar por cada flanco, a media distancia de las posiciones vecinas”.

….. “El Gobierno está resuelto a no omitir gastos: ha de hacerse el foso que dejo indicado, inviértase en él el tiempo que se invierta, debiendo tener cuatro varas de ancho por tres de profundidad y cargando toda la tierra que se extraiga sobre la parte interior”.

“Los Jefes de División quedan autorizados para ofrecer a la tropa la propiedad de toda la extensión que se zanjeé con una legua de fondo, garantizando que el Gobierno comprará después las tierras si así lo prefiriese, y al mismo tiempo, haciéndole comprender las ventajas que ella misma le ha de reportar para su seguridad y para su vida”.

La construcción de los fortines, Comandancias, la zanja, y demás necesidades estaban bajo las órdenes de los Ingenieros Melchert y Wisocki. También trabajó en la construcción de la famosa “Zanja de Alsina”, el Ingeniero Ebelot, de nacionalidad francesa.

La realización de la defensiva zanja costó muchas horas de trabajo intenso para el ejército de línea, los guardias nacionales, peones contratados y presos que estaban encomendados a esa misión.

Marcha hacia la nueva fr ontera: la laguna Trenque Lauquen

La División Norte, comandada por el entonces Coronel Villegas al inicio de las operaciones contó con las siguientes fuerzas:

­ Plana Mayor: 4 jefes y 13 oficiales. ­ Piquete de artillería: 3 de tropa. ­ Batallón 2º de Línea: 2 jefes, 9 oficiales y 62 soldados de tropa. ­ Regimiento 3º de Caballería: 2 jefes, 11 oficiales, 332 soldados de tropa y 30 familias. ­ Equipo de siete carros a caballo, 205 mulas, 18 bueyes, 506 vacunos, 1600 lanares y un carro de vivandero. ­ Su armamento: 475 fusiles Remington, 330 carabinas, 223 sables, 87.730 municiones de Remington y 8 cañones con 10 cajas de municiones útiles.

En General Lavalle Norte (Ancaló) el 20 de marzo de 1876, el Coronel Conrado Villegas dictó una Orden General, fijando el inicio de la expedición hacia la nueva frontera para el día 22 de marzo.

El rumbo que seguirían era el marcado pocos días antes por una partida de exploración, compuesta por cincuenta hombres a las órdenes del Sargento Mayor Demetrio Solís, que buscaba aguadas y buenos pastos en su recorrido.

La vanguardia de la columna estaba formada por la Guardia Nacional de Junín y por la partida de campo que marcharía una legua adelante, seguida por la Artillería, luego el Regimiento 3º de Caballería, después venían los cargueros de la División, a continuación les seguían el Batallón 2º y a su retaguardia las familias con las mujeres.

Los carros formaban detrás y cerraban la marcha el comandante de Campo con una guardia. Las caballadas y el arreo de haciendas marchaban sobre los costados para evitar levantar polvo sobre la columna central e iban custodiados por soldados.

Las mujeres sin familia arreaban las caballadas y cada mujer sin marido era considerada como un soldado.

El Diario de Marcha, cuidadosamente llevado por el Coronel Villegas de acuerdo a las órdenes recibidas del Ministro Alsina, narra cada episodio del avance detalladamente; en forma abreviada dice:

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­ marzo 22: “A las 13 hs. se puso en marcha la Columna Expedicionaria y se recorren 12 km., bautizando durante la marcha a una laguna como “Laguna de Cururú” y a otra como “Laguna de Binora”.

­ marzo 23: Tormenta y lluvias; a las 15,30 se reinicia la marcha, recorriendo en esa jornada 15.720 metros, incorporándose en la noche el contingente de Guardias Nacionales de Junín, todos armados de lanzas de bandoleras rojas, sables y carabinas o naranjeros.

­ marzo 24: En marcha a las 7,15 hs., se llega hasta la Laguna de la “Gama Muerta”, a 35.723 metros del Fuerte Gral. Lavalle Norte.

­ marzo 25: Nublado, en marcha a las 6,15hs. Fuerte aguacero al montar. Al llegar a la laguna Foro­malan se acampa, distando ese sitio de General Lavalle 57.118 metros. Se notan vestigios de antiguas tolderías.

­ marzo 26: En Foro­malan se inicia la construcción de un Fortín.

­ marzo 27: Se continúan los trabajos, calor insoportable y nubes de tábanos.

­ marzo 28: En la tarde se termina el Fortín, que se denomina “Coronel Timote”. Latitud 35º 12’00” y longitud 3º46’32”. (Se medía con meridiano 0º en Buenos Aires).

­ marzo 29: En marcha a las 6.30 hs., dejando una guarnición en el Fortín “Coronel Timote” un Sargento y 9 de tropa, con 1.000 caballos de los peores hasta su restablecimiento. Se acampa a las 11.46 hs. a 82.680 metros de General Lavalle, en el Paraje llamado Anquicheluá, que ha sido paradero de Pincén.

­ marzo 30: Lluvia en la noche. Se cavan dos jagüeles grandes.

­ marzo 31: Descanso en Anquicheluá. Se determina la longitud por la distancia lunar.

­ abril 1º: En marcha a las 6.07 hs. hasta el médano Epú­Lobo a 96.693 metros de General Lavalle. Se traza un Fortín, que será denominado “Comandante Heredia” y tendrá una guarnición de un Sargento con cinco soldados.

­ abril 2: A las 6 hs. se siguen los trabajos del Fortín empleando 80 hombres.

­ abril 3: Se continúa trabajando en el Fortín. Se toma la altura del sol y la distancia lunar.

­ abril 4: No se marcha este día. Llegan 22 Guardias Nacionales de Junín y un practicante de medicina.

­ abril 5: En marcha a las 5.54 hs. Se sigue una rastrillada conocida como “Camino Real” de los indios. Se descansa en “Siete Médanos” y se sigue hasta llegar a una laguna donde se cavan jagüeles.

­ abril 6: Se sigue trabajando en los jagüeles. Se descansa a la tarde.

­ abril 7: A las 8 hs. se inicia la construcción de un Fortín igual al “Timote”.

­ abril 8: A las 6.30 hs., se sigue la construcción de jagüeles. Es apresado un desertor de la Columna y juzgado por el Consejo de Guerra a la última pena, dado que abandonó su puesto estando de facción.

­ abril 9: A las 2.50 hs, se ejecuta al soldado condenado ayer.

­ abril 10: Se terminó el Fortín, que se denominó “Carmelo Salinas”.

­ abril 11: En la mañana llegan los caballos dejados en Timote y dos carros con vicios de entretenimientos. La vanguardia avisa que en “Trenquelauquén” abunda agua dulce y buenos pastos.

­ abril 12: A las 6.22 hs., se pone en marcha la División. El trayecto abunda en pastos. Hay numerosas cañadas. Se llega a los médanos de “Ancar­lobo”, donde se descansa.

A las 13.04 hs., se reanuda la marcha, llegando hasta dos lagunas, una de ellas con una isleta en el medio y desde donde se distinguen a 4 km. al oeste los médanos de Trenquelauquén. El nombre indígena Trenque Lauquen, significa “Laguna Redonda”. Sus aguas son dulces. Al oeste está rodeada de médanos de considerable elevación.

A las 17.23 hs. se acampa en la orilla de la laguna, tomando posesión del territorio, y enarbolando la bandera patria, solemnizando el acto con 21 cañonazos.”

Nacimiento de la ciudad de Trenque Lauquen

En la misma tarde del 13 de abril, Villegas en cumplimiento de las órdenes recibidas, marcha con su escolta hacia “Las Tunas” para reconocer el paraje; pero por falta de agua en ese lugar prefirió la “Trenque Lauquen” para establecer la Comandancia de la Frontera Norte.

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En todo el trayecto recorrido y en las primeras inspecciones realizadas por el Coronel Villegas no se encontró ninguna población indígena. El territorio de la Trenque Lauquen y alrededores no tenía ninguna señal de habitantes.

El día 13 de abril, el Coronel Conrado Villegas dictó una Orden General, impartida a sus tropas que acababan de ocupar Trenque Lauquen, que por constituir el primer documento público fechado en este sitio, ha sido tenida en cuenta como acta fundacional de la ciudad ya que no se realizó la ceremonia específica de la fundación:

El Coronel Villegas con voz vibrante leyó a su División:

“Soldados de la División Norte: Al estampido del cañón habéis visto en el día de ayer, flamear el pabellón nacional, símbolo de las glorias de la Patria; hoy día centinela avanzado de la civilización.

Algunos espíritus malvados o pusilánimes hanse creído que vuestra marcha al desierto era caminar a la tumba.

Ya lo habéis visto: ningún compañero ha sucumbido por los peligros y necesidades que, según ellos, debíais experimentar.

Tenemos alimentos para un mes, y en estos días nos llegarán más. Así, pues, en cuanto a vuestras comodidades os garantizo que mejorarán; aquí tenemos leña en abundancia que no teníais en el punto que habéis dejado.

Más tarde cuando el Gobierno os dé vuestras Licencias, al regresar a vuestro hogar, podréis con orgullo exclamar:

¡Yo soy de los Conquistadores del Desierto! Y en vuestras conciencias sentiréis la voz de la Patria que os dirá: ¡Hijo mío has cumplido con tu deber!

Señores Jefes y Oficiales:

Yo os estoy grato, pues todos me habéis ayudado con la mejor voluntad para dar cumplimiento a las órdenes superiores. Más tarde el Gobierno sabrá recompensar vuestros sacrificios y desvelos.

Señores Jefes , Oficiales y Soldados de la División Norte:

¡Viva el Presidente de la República! ¡Viva el Ministro de Guerra!

Vuestro Jefe y compañero: Villegas”.

Se levantó un “Mangrullo” el día 15 de abril de siete metros de alto sobre el médano más elevado de los que rodeaban a la laguna. (Estaba situado en lo que hoy es Avda. García Salinas 1075).

En cumplimiento del pensamiento del Ministro Alsina, se realizaban operaciones de exploración, recorriendo la zona asignada cuidadosamente y el día 27 de abril al mediodía se inició el trazado y delineado del pueblo con las primeras nueve manzanas. Se reservó el centro de este ejido para una plaza, en el sitio de la actual Plaza Gral. San Martín.

Esta operación se terminó el 28 de abril.

El 10 de mayo, a las 10 de la mañana, se dio comienzo a la obra de construcción de 64 ranchos destinados a la tropa del Regimiento 3 de Caballería. Se utilizó para este caserío la manzana en la que hoy se erige la Iglesia Ntra. Sra. de los Dolores.

El 11 de mayo se inició la construcción de 48 ranchos más para los soldados del Batallón 2 de Línea; y también se destina para ello una manzana, la que actualmente delimitan las calles Uruguay, Villegas, San Martín y 9 de Julio.

Testigos de la Fundación

Los oficiales de la División Norte que acompañaron al Coronel Villegas en aquellas jornadas de marcha y que resultaron testigos de la fundación de la actual gran ciudad, fueron:

En la Plana Mayor de División: mayor Manuel López, mayor Anastasio Vera, mayor Eleuterio Barros, mayor graduado Evaristo Ruiz, mayor graduado Alejandro Montes de Oca; capitán Torcuato Cabot, capitán Juan Guerra, capitán G. N. Francisco Escobar, capitán G. N. Pablo Vargas, ayudante mayor Alfredo Conde, Tte. 1º Nicolás Medina, Tte. 1º Lorenzo Balmaceda, alférez Fermín Sánchez, alférez Galo Guevara y alférez Saturnino Gorordo. Como Jefe del Piquete de Artillería se desempeñaba el mayor Germán Sosa.

En el Regimiento 3º de Caballería: Revistaban el mayor Rafael Solís, capitán G. N. José R. Pérez, alférez José Silva, portaestandarte Fernando Mota, teniente Juan Spikerman, teniente 2º Gervasio Alarcón, teniente 2º

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Arturo Turdera, alférez Domingo Vera, alférez Miguel Minoni, teniente 1º Julio Alba, teniente 2º Arturo Garay, capitán Julio Morosini y teniente 1º José Arteaga.

En el Batallón 2º de Infantería de Línea estaban: el teniente coronel Emiliano Sáenz, mayor Benjamín Moritán, subtenientes: Diógenes Sáenz y Pedro Wirnos, abanderado Medardo Latorre, teniente 2º Adolfo Sáenz, subteniente Antonio Leyte, teniente 1º Germán Vidal, teniente 1º Joaquín Scarnichia, capitán Ernesto Boero, teniente 2º Guillermo Dameli; y como Jefe del Piquete de Guardias Nacionales estuvo presente el Teniente 1º Marcelino Cuello. (1)

La División Norte con su Comandancia en Trenque Lauquen, a retaguardia dejaba una comunicación fluida con su antigua Línea, sosteniendo el abastecimiento y las comunicaciones, habiendo dejado construidos fortines unidos con ese fin, a la nueva frontera al mando del Coronel Conrado E. Villegas.

De Lavalle Norte (Ancaló) ­desde donde partió la División Norte­ a Trenque Lauquen la línea de fortines construidos fue: Coronel Timote, Comandante Heredia, Chañar (llamado después Desobedientes), Carmelo Salinas y Sargento Farías. Todos contaron con una guarnición de un Sargento y cinco Soldados.

El Coronel Conrado E. Villegas contaba con 35 años de edad cuando llegó al paradero “Trenquelauquen” con la orden de fundar un pueblo, construir Fortines, realizar la zanja, además de sus obligaciones de soldado cumplió acabadamente con las tareas de un capataz, de un labrador y un sin fin de tareas más, lo que enaltece más su don de mando y de trabajo y hombría de bien que enaltece esta gesta heroica de 1876.

El pueblo crecía…

En el nuevo pueblo de frontera se trabajaba mucho durante todo el día. El Comandante Manuel Prado, que fue testigo de los trabajos de la División Norte en Trenque Lauquen, escribió sobre el Regimiento 3º de Caballería y sus diarias tareas: “todo el Regimiento, todo absolutamente todo, excepción hecha a los enfermos y de la Guardia de Prevención, fue dispersado en numerosas cuadrillas: una, al pisadero a fabricar adobes; otra, a las chacras del Estado a preparar las tierras para sembrar alfalfa; otras, a hacer fosos y fortines; otra a seguir la construcción de ranchos para cuadros de tropas y alojamiento de Oficiales, etc. A las once de la mañana, se daba un descanso de una hora para preparar la comida y almorzar, trascurrido esto, vuelta al trabajo hasta la entrada del sol”.

Esto ocurría en los demás cuerpos de esta División, pues el Coronel Villegas sostenía la idea de lo importante que era que los hombres estuvieran ocupados y no tuvieran tiempo que los llevaran a la comisión de faltas de disciplina o delitos de variada naturaleza.

En la visita que realizó el Ministro Alsina a Trenque Lauquen en enero de 1877, dejó su opinión sobre los trabajos realizados por el Coronel Villegas y su División en sus “Memorias”:

“El pueblo estaba ya trazado, con una plaza hermosa; y los cercos de tapia alrededor de cada manzana, le daban a la distancia el aspecto de una ciudad pequeña”…. “era entonces la frontera más adelantada en sementeras”.

En el resumen final de su obra, Alsina expresa: “la Frontera Norte de Buenos Aires con una Comandancia y 15 Fortines, con un frente de Línea de 153 km. 200 m. es la más extensa de toda la nueva Línea, habiendo ejecutado en su totalidad los 153 km. 200 m. de zanja proyectada, cubriendo una superficie de 17.472 km. de tierra conquistada, la mayor superficie de todo el avance”.

El fundador de Trenque Lauquen, en su informe de la “Memoria”, escrito el 15 de abril de 1877 y elevado a la Superioridad, en la parte correspondiente a nuestra ciudad expresa:

“En el Campamento Trenquelauquen se ha delineado un pueblo, el que tiene una plaza de 100 metros de frente, atravesada por cuatro calles con sauces (en número de 700) estando a más sembradas de alfalfa; en el centro se está armando un reducto de 24 m. de diámetro, que servirá para colocar un cañón para la defensa del pueblo. Este tiene hasta ahora 14 manzanas de 100 m. por costado, divididas en cuatro solares de 50 por 50, con calles de 30 metros de ancho: todas las manzanas están cercadas con pared de césped de 1.50m de alto en los sitios particulares, y 2 metros en las cuadras de los Cuarteles del Regimiento 3 de Caballería de Línea y Batallón 2 de Infantería de Línea: en los sitios particulares hay una casa de techo de zinc y se están construyendo 3 más, todas pertenecientes al comercio, con un frente que varía entre 15 y 20 metros, dos de éstas con frente a la plaza y la otra una cuadra al oeste. Además la proveeduría construye un galpón de 18 m. de largo por 6 m. de ancho; en los sitios pertenecientes a Jefes, Oficiales y Tropa hay cuatro casas con techos de paja y se están haciendo 13 habitaciones más. Todos estos sitios están sembrados con verduras de todas clases, teniendo además sauces que, junto con los de la Plaza y calles hacen un total de 3.000 plantas en el pueblo”.

“El Regimiento 3º y el Batallón 2º tienen cada uno, una quinta de 324 metros de costado, sembrada de: maíz, zapallos, coles, porotos, melones y sandías, de lo que se reparte ración diariamente a la tropa; estas quintas están rodeadas de tapiales de césped de un metro de alto”.

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“Hay dos grandes corrales zanjeados, uno de 300 m. de largo por 150 m. de ancho, y otro de 150 m. de costado, a más uno de 25 m. por 20, con pared de césped para ovejas”.

“La alfalfa sembrada es una quinta de 245 m. de ancho por 490 m. de largo, tres quintas más de: 245 m. por costado, están sembradas de maíz y zapallos en algunas de ellas; otras quintas de 150 m. por 450 m. están sembradas también de maíz, papas y zapallos; quedan aún dos quintas aradas de 245 m. de ancho por 735 m. de largo, las que están prontas a sembrar alfalfa tan luego como llegue la semilla. Las quintas sembradas están cercadas de pared de césped de un metro de alto”.

“El año pasado se levantó un “Fortincito” a 15 cuadras al Norte de este Campamento, llamado “Nicolet”, el que servía para establecer la guardia de la caballada. Tiene 8 metros de diámetro con una altura de 3 varas y un foso de 3 metros de boca por 2 metros de profundidad”.

“En la parte S.E. de este Campamento y a 500 metros de la Plaza, en el médano más alto, hay un mangrullo hecho con palmas de 7 m. de alto sobre el nivel del médano, con una plataforma de madera dónde se coloca un centinela que distingue perfectamente hasta los que andan a pie en los Fortines 2 y 3 de Línea, colocados a dos leguas a derecha e izquierda de este Campamento; por el costado de este ‘Mangrullo’ pasa un camino que trae dirección S.O. y toma al N.E. Este camino viene de Salinas Grandes, y se comunican con los que pasan al sur y al norte de esta Provincia con los Ranqueles”.

“Dos almácigos de acacia, de los que están bastante crecidos ya, serán trasplantados durante el mes de mayo en lugar conveniente para su propio desarrollo…”. (2)

La Zanja de Alsina en la Fronter a Norte

Es de importancia consignar que la tradición denominó “la Zanja de Alsina” al tramo de frontera comprendida entre Italoó llegando a Carhué, pero desde este punto hacia el sur, la denominaron “el Paredón de Alsina”, porque era con un alto terraplén del lado interior del foso. Al ser terminados los Fortines de la Línea correspondientes a la Frontera Norte fueron ocupados por las distintas fracciones, el resto de las tropas de la División dio comienzo a la tercera fase del Plan del Ministro Alsina que fue la construcción de un obstáculo para desalentar a los indígenas de malonear: una zanja con parapeto.

El proyecto era defender la ahora zona ocupada y se harían unos 650 km. de zanja, desde el Fortín Cuatreros, en Bahía Blanca hasta la Laguna la Amarga en Córdoba. Sólo pudieron construirse 374 km. a raíz de distintos acontecimientos, pero quedaron resguardados por la zanja los lugares que usaban comúnmente los indígenas para hacer malones.

Los ingenieros que trabajaron en la proyección y dirección de la zanja fueron Ebelot, Wisocki, Holst, y Melchert.

La zanja era una hendidura de tres metros de ancho y dos metros de profundidad en los terrenos blandos, como los de la frontera norte y de un metro en terrenos duros o de tosca como los de la zona de Carhué, Puán, esta variaba de acuerdo a la geografía del lugar. La tierra que se sacaba al cavar la zanja se utilizó para construir el parapeto a 50 cm. de la parte interior de la línea, el que medía un metro de altura sobre una base de 4,50m. En el segundo caso era de 2 metros, con lo cual en ambos casos los indios debían sortear con sus ganados tres metros. Al parapeto se lo aseguraba con adobes de césped, y los ingenieros Ebelot, Wisocki, aconsejaron hacer plantaciones para asegurarlos.

El Coronel Villegas, comenzó prontamente los trabajos de zanjeo, en el cual trabajaron soldados y civiles contratados a los que se les pagaba 12 pesos fuertes por cada metro de zanja construida.

En corto tiempo se ejecutaron 152 km. con 200 m. de zanja proyectada, cubriendo una superficie de 127.472 km. de tierra conquistada, la mayor superficie de todo el avance. El Coronel Villegas informó a la Superioridad la concreción de los trabajos. Esta realización provocó expresiones de satisfacción del Ministro Alsina.

El Ministro sabía que esta zanja no acabaría con los malones, pero sabía que con este avance los indígenas habían sido despojados de sus mejores aguadas de descanso luego de malonear o cometer todo tipo de tropelías en poblados y estancias. Ahora sería más fácil el trabajo de demorarlos o repelerlos, ya que la Comandancia estaba cerca y más comunicada tanto con la anterior Línea y con la nueva frontera, para actuar con rapidez en la persecución en caso de malón, merodeos, correrías, etc.

Líneas de Fortines en Trenque Lauquen

Una de las Líneas cubría las comunicaciones del Campamento Militar de la División Norte­ Trenque Lauquen, con el Fuerte General Lavalle Norte o Ancaló (hoy ciudad de General Pinto), que fue realizada durante la marcha entre marzo y abril de 1876, bajo el mando y supervisión del Coronel Conrado Villegas.

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Corría desde la Comandancia Trenque Lauquen (actualmente protegida por un templete dentro del Palacio Municipal) rumbo nordeste, hacia Lavalle Norte o Ancaló, y la formaban como se detalló precedentemente, cinco Fortines, dos de ellos dentro del actual Partido de Trenque Lauquen y los otros tres fuera del mismo.

De los cinco Fortines, el primero, el “Timote”, se hallaba a 58 km, de Lavalle Norte (hoy proximidades de la ciudad de Carlos Tejedor). Su guarnición: un Sargento y nueve soldados.

A unos 36 km. del anterior, se levantó el Fortín “Heredia” con una dotación de un Sargento y 5 soldados.

El Fortín “Chañar”, llamado luego “Desobedientes”, sin una fecha determinada de construcción (estimada entre los días 4 y 6 de abril de 1876) se encontraba a unos 13 km. del “Heredia” y tenía solamente una dotación de un Sargento y 3 soldados.

Dentro del actual Partido de Trenque Lauquen, a unos 35 km. de esta ciudad, en la “Estancia Maya”, se levantó el 8 de abril de 1876 el Fortín “Salinas”, con dotación de dos Sargentos, dos Soldados de Infantería, dos de Caballería y dos clases.

A 31km. de la ciudad de Trenque Lauquen se construyó, el 14 de mayo de 1876, el Fortín “Farías” guarnecido por un Sargento y cuatro Soldados.

Luego se construyó en este mismo rumbo, a 1.500m de la Comandancia (dentro de la actual planta urbana de la ciudad) un Fortín pequeño, llamado “Nicolet” que servía como custodia de los potreros destinados a las caballadas de la columna expedicionaria. De allí fueron robados tiempo después los famosos “blancos de Villegas”.

Fortines sobr e la Zanja de Alsina

La segunda Línea de Fortines que se erigieron dentro del Partido de Trenque Lauquen entre 1877 y 1878, formaba parte del sistema defensivo adoptado, que se conoce como de “la zanja de Alsina” y corría a lo largo del viejo trazado de la ruta nacional Nº 33; los kilometrajes que siguen corresponden a esa traza (los mismos fueron señalizados con precisión absoluta por José F. Mayo, fotografiando en vuelos de avión restos de fortines y rastrilladas indígenas hacia Guaminí, y que sentaron un precedente en Argentina del uso de aerofotografía como auxiliar de la Arqueología):

El ala derecha de esta frontera empezaba con el “Fortín Lamadrid” (hoy Partido de Rivadavia) que por su condición de extremo de la Línea asignada a la División comandada por el Coronel Villegas, era reconocido como Comandancia con una guarnición compuesta por 1 Jefe, 22 Infantes, un soldado de Caballería, y 3 artilleros que servían un cañón del 12.

Luego seguía el “Fortín Campos” a unos 8,5 km. del anterior, el cual era custodiado por 8 Infantes.

A sólo 9 km. de este último se encontraba el “Fortín Martínez de Hoz”.

El “Fortín Rauch”, con una guarnición de 10 Infantes, se hallaba a 10,5 km. del “Martínez de Hoz”, sobre la misma línea que se indicó, o sea en la prolongación de la antigua Ruta Nacional Nº 33 que corre sobre el Partido de Trenque Lauquen.

El inmediato, era el “Fortín Olavaria”, que dio origen a la población del mismo nombre, en el actual Partido de Rivadavia. José F. Mayo dejaba constancia en sus investigaciones que “Los vestigios de esa guarnición aún se podían ver, hasta hace algunos años, en la sección de chacras de esa ciudad, ubicada a unos 100 m. a la vera de la traza de la ruta Nº 33”. Su guarnición estaba formada de la siguiente forma: 7 Infantes y dos Artilleros con un cañón del 12.

Aproximándose a Trenque Lauquen, le seguía el “Fortín Vega” ubicado sobre el campo conocido como “La Cristina”. Este fortín estaba custodiado por un Oficial, 6 soldados de Caballería, un Infante y dos artilleros con un cañón del 12.

En territorio del partido de Trenque Lauquen, siempre sobre la Ruta Nº 33, se hallaba el “Fortín Orellano”, en el campo “El Moro” actualmente, y que tenía una guarnición de 8 Infantes.

En el ángulo noroeste de la sección chacras, frente a la esquina sur del campo “El Moro” –chacra Nº 263­ se hallaba el “Fortín Batallón 2º de Línea”, así denominado en homenaje a uno de los Cuerpos fundadores de Trenque Lauquen y estaba custodiado por 8 Infantes artillados con un cañón del 4.

En la sección chacras de Trenque Lauquen hacia el sur, en la intersección de las actual avenida Juan D. Perón y Ruta Nº 33 (chacras de Fossatti), se hallaba el “Fortín Vanguardia”, del que no se conocen demasiados datos.

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En el campo de Arrastúa, siempre siguiendo ese rumbo a la altura del km. 335 de la ruta 33, frente al gran monte de “El Mate” se ubicaba el “Fortín Regimiento 3º que recordaba a otro de los Cuerpos fundadores de Trenque Lauquen y cuya dotación era de 10 soldados, con un cañón de 4.

Entre los campos de Arrastúa­Uribarry, frente al km. 331 de la ruta 33, se levantó el “Fortín Junineros” tercer Cuerpo fundador de esta ciudad, y tenía como guarnición a 7 soldados de Caballería y 3 artilleros con un cañón del 12.

En el km. 325 de la Ruta 33, sobre el campo del Dr. Rovaro, se levantó el “Fortín 25 de Mayo” que estaba custodiado por una guarnición de 1 Oficial, 10 Soldados y artillado con un cañón del 12.

Pasando el “salitral de los indios”, en la ruta 33, km. 308.5 y al borde del camino se alzan aún visible los restos del “Fortín 24 de Mayo”, llamado así en recuerdo de la fecha del día de su terminación en 1876; tenía una guarnición para su custodia de 1 Oficial y 10 Soldados. Una fotografía aérea tomada por José Francisco Mayo en 1950 y difundida por la Revista Nacional de Aeronáutica sentando un precedente como auxiliar de la Antropología. La Municipalidad de Trenque Lauquen ha erigido en ese lugar una réplica del “mangrullo” que formaba parte del citado fortín.

A unos 20,5 km. de este último, se hallaba la Comandancia, en el extremo sur de nuestra frontera, teniendo por dotación a 2 Oficiales, 50 soldados de Caballería y 3 artilleros con un cañón del 12.

En territorio de nuestro partido, pero como parte de la “frontera Oeste” de Buenos Aires, que tenía su asiento central en Guaminí, se hallaban sobre la misma Ruta 33, los Fortines: “Farías”, “Necochea”, “Pringles” y “Lavalle”, sobre los que no hay información.

Es de importancia aclarar que en la tradición oral de Trenque Lauquen se menciona un fortín, denominado Deheza, que no figura ni en los planos ni en las memorias militares consultadas.

Sólo se hallaron referencias a un Paraje denominado General Deheza o Comandancia Deheza, o Dehesa que aparece como depósito de materiales de las Columnas expedicionarias y que, por el foseado de sus corrales, puede haber inducido al equívoco.

En Trenque Lauquen, en el Parque Municipal Conrado E. Villegas, se levantó una muy fiel reconstrucción del fortín tipo de nuestra frontera, bajo la denominación “Fortín 12 de Abril”. Estos trabajos fueron realizados bajo la dirección y supervisión de José F. Mayo, y esta réplica ha logrado con el paso del tiempo en pobladores, estudiosos, viajeros una sugestión enorme que emana de sus humildes materiales, y es el sitio dilecto de la emoción patria lugareña.

Este feliz movimiento realizado en 1876 en sólo 34 días, durante la Presidencia del Doctor Nicolás Avellaneda, ideado y dirigido por el Ministro de Guerra y Marina, el Doctor Adolfo Alsina y cumplido acabadamente por los Jefes de las cinco Divisiones, los Coroneles: Nelson, Freyre, Maldonado, Levalle y Villegas, como también por las tropas a sus mandos, indios amigos, familias, etc.; permitió al país lograr que 56.000 km. de tierras vírgenes fueran puestas al servicio del trabajo y la producción; la fundación de una decena de ciudades bonaerenses y una cordobesa, traer la tranquilidad y el sosiego para el trabajo sobre una amplia zona ubicada a espaldas de la “nueva Línea de Frontera interior”.

El juicio de los historiadores es laudatorio de la empresa tan agriamente criticada en sus días. El Teniente Coronel Ramírez Suárez, en “La estupenda conquista” dice: … “El proyecto del doctor Alsina fue magnífico en su ejecución y concepción…”; agregando el Coronel Walther, en la “Conquista del Desierto”: … “Gracias al espíritu emprendedor y decidido del doctor Alsina se había logrado ganar al desierto unos 56.000 km. de tierras vírgenes, acortar en 186 km. la frontera bonaerense, empujar los bárbaros hacia el interior del desierto, levantar nuevos pueblos, extender la red telegráfica, abrir nuevos caminos, y facilitar a la provincia de Buenos Aires y a la Nación nuevas posibilidades para su progreso económico y social”.

La calumniada “Zanja de Alsina” no fue inexpugnable, ciertamente, como no lo fue la milenaria Muralla China, con la que se la llegó a comparar, ni las modernas líneas Maginot y Sigfrido, pero, como lo quiso su creador, hizo imposible las grandes invasiones y dificultó las pequeñas.

El dilatado foso no fue realizado en toda la extensión proyectada: se concretó en una zona intermedia entre Italoó y Trenque Lauquen, hasta cerca de Carhué, y desde este punto la dureza del subsuelo hizo que se lo reemplazara por un parapeto de dos metros de alto por un espesor de un metro aproximadamente, que los viejos vecinos de la zona de Puán lo recordaban como el “Paredón de Alsina”.

Fallecido el doctor Alsina, ocupó la cartera de Guerra y Marina el Gral. Julio A. Roca, y desde esa línea alcanzada en 1876, comenzó con el avance ofensivo, capturando a los principales caciques y capitanejos –la mayoría de origen chileno­, restituyendo sus fuerzas de lanceros y boleadores, dio el salto hacia Choele Choel. La centenaria “Zanja de Alsina”, cumplió con su misión: su alargada traza sobre la llanura bonaerense, visible

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aún hoy desde el aire, y el pedazo que de ella se conserva en Trenque Lauquen en la ruta nacional Nº 5 (hacia Pellegrini) y señalizada con un Monolito de Homenaje permanente como tremenda cicatriz gloriosa, habla elocuentemente de la brillante página que con su símbolo se ha escrito en la historia nacional. (3)

Refer encias

(1) Scunio, Alberto – Del Río IV al Limé Leuvú, C. M., página 122. (2) Un Titán del Desierto”­ Rec. de José F. Mayo. Ed. 2003­ H. C. D. Pcia. Bs. As. (3) Un Titán del Desierto, Ob. Cit.

Autor a: Patricia A. Cabeza Miró.

Bibliografía Mayo, José F. – “Un Titán del Desierto” – Recopilación trabajos Derechos de Autor: Expte. Nº 552553.­ Ed. HCD Pcia. Bs. As. (2003)

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12 de abr il

Andrés Vaccarezza

Andrés Vaccarezza (1831­1925)

Nació en San Bartolomé, pueblo próximo a la ciudad de Chiavari, Génova (Italia), el 4 de marzo de 1831. A los 17 años en compañía de su pariente y amigo Antonio Devoto, se embarcó en Génova a bordo del bergantín “General San Martín”. El viaje fue una odisea; a los 110 días de la partida, a causa de una larga cuarentena en la isla de Martín García por una epidemia de peste en los puertos del Brasil, llegaba a Buenos Aires, en octubre de 1848.

Comenzó a trabajar de peón de albañil, y luego se empleó en la fábrica de cartuchos de pólvora en la residencia de Juan Manuel de Rosas, de San Benito de Palermo. Después de la batalla de Caseros fue contratado por Pedro Plomer, un fuerte hacendado bonaerense, para la plantación de 50 hectáreas de monte en su estancia “El Durazno”, situada en el actual Partido de General Las Heras. Poco después fue ascendido a mayordomo, y se puso a su cuidado las primeras ovejas sajonas de pedigree que se trajeron al país.

En 1860 contrajo matrimonio con Catalina Ottonello. Más tarde formó una sociedad con Devoto para la explotación de una estancia en La Salada (hoy partido de Suipacha), dedicada a la ganadería, y en poco tiempo, obtuvo un rápido progreso. En 1868 debió sortear la fuerte epidemia de cólera que atacó a la estancia y sus alrededores. Muchos vecinos se acercaron a su establecimiento para pedir su consejo y ayuda durante la peste.

Devoto disolvió la sociedad con su antiguo amigo, para dedicarse principalmente a la fundación en Buenos Aires del Banco de Italia y Río de la Plata, mientras los médicos aconsejaban a Vaccarezza volver a su patria para reponerse de una grave enfermedad en los órganos respiratorios. Cuando tenía todo dispuesto para la partida hacia Europa, cambió de idea y se quedó en el país, para emprender la mayor obra de su vida.

En 1872 adquirió tierras en el Partido de Chivilcoy, en la pampa desierta, y se ocupó en la dura tarea de su labranza. El campo tenía 337 hectáreas que luego amplió a 500, situado a un par de kilómetros del río Salado, límite natural que servía de frontera con los indios, quienes tenían instaladas sus tolderías en la margen oeste. Creó en él una colonia agrícola e industrial, estableciendo a ese efecto, un importante molino harinero, que funcionó a vapor, lo que constituyó una novedad en el país. Para ello había adquirido una caldera con una máquina de 20 caballos de fuerza, que pertenecía a un barco fondeado en el puerto de Buenos Aires.

Para poblar la colonia, don Andrés hizo venir de Italia muchos parientes y amigos, que empezaron las faenas rurales ayudados por varias decenas de peones contratados en el lugar. A todos ellos, se preocupó de ofrecerles una vivienda digna, para cuyo fin instaló varios hornos de ladrillos.

Hospedó en su casa a maestros que enseñaban a sus hijos y a los de los demás pobladores; trajo sacerdotes que oficiaron misas, y para precaverse contra las frecuentes invasiones de indios en la región, hizo edificar una casa provisoria a corta distancia de las obras, a la cual rodeó de una defensa de palos a pique.

La siembra del trigo y maíz fue sin duda la primera preocupación del fundador, pero éste no descuidó su antigua pasión por la forestación. Plantó así 600.000 ejemplares de álamos, sauces y acacias; los primeros para leña y fabricación de cajones y los últimos para postes necesarios en el sostén del alambrado de los campos.

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Tampoco descuidó la plantación de vides, con las cuales fabricaba vino en grandes toneles importados de Europa, y de montes de árboles frutales, principalmente duraznos.

Junto a sus familiares y paisanos fue dando forma a la idea de fundar un pueblo en la inmensidad de los pajonales, cruzados por los dos caminos que hacían el viaje de Chivilcoy a Bragado, y de Chacabuco a 25 de Mayo.

Eran 68 personas las que, con sus familias, constituyeron el núcleo inicial del poblado, que fue creciendo a medida que el fundador creó otras fuentes de trabajo (aserradero, herrería, etc.). Pronto el molino se vio rodeado de viviendas, iniciándose así, la formación del poblado.

Cuando ya el lugar había tomado formas concretas de pueblo, don Andrés dividió sus tierras en manzanas y efectuó el trazado de las calles; a partir de entonces esos solares fueron ocupados en forma paulatina por personas que, junto a las ya establecidas, constituyeron los primeros pobladores lugareños.

En momento oportuno levantó un plano que, prácticamente, no ha sufrido modificaciones con el actual. Corría por ese entonces el año 1877, y ya estaba prácticamente constituido el pueblo. El plano de referencia, bajo el nombre de “Pueblo de Vaccarezza” está firmado en Chivilcoy el 1° de noviembre de 1877, y establece como fecha de fundación el 27 de octubre de 1877.

El primer trazado se limitaba a 80 manzanas ubicadas alrededor de las vías ferroviarias, en cambio en el trabajo efectuado por Souza, la extensión del campo de don Andrés Vaccarezza fue fraccionado, y es así como éste fue dividido en 166 manzanas de 100 metros de lado, separadas por calles de 20 metros cada una. Cada manzana estaba dividida a su vez en cuatro solares, lo que arrojaba un total de 664 solares.

Fue la culminación de un proceso lleno de esfuerzos y anhelos. Tuvo como base el molino harinero levantado por don Andrés. Su alta chimenea era la señal de que la civilización y el progreso habían sentado sus reales en los campos bonaerenses.

En 1885 llamó al agrimensor Vicente Souza para que realizara su trazado definitivo, y de acuerdo con el trabajo realizado por dicho profesional, el plano es el que actualmente está reconocido como tal y figura en documentos oficiales.

Andrés Vaccarezza obtuvo que se levantara una estación en las inmediaciones de su pueblo, mediante incansables trámites y la donación de los terrenos necesarios para la instalación de las vías, costeando la construcción del edificio. Otro impulso a su obra civilizadora, que coronó una iniciativa por él tomada desde 1894.

Cuando el ferrocarril unió el pueblo de Vaccarezza con los centros de consumo, su primitiva denominación fue sustituida por la de Alberti, como se llamó a la estación ferroviaria en homenaje al hombre de Mayo. El 10 de junio de 1910, ante las gestiones del vecindario, el entonces gobernador de la provincia, general José I. Arias, vinculado a la zona en que tenía su campo, dictó la ley de creación del Partido de Alberti, con cabecera en el pueblo Vaccarezza y tierras tomadas de los partidos de Bragado, Chacabuco, Chivilcoy y 25 de Mayo, que marca el punto inicial de un camino ascendente.

Por orden de la Secretaría de Transporte de la Nación, el 12 de diciembre de 1966, a la estación se le asigna el nombre de Andrés Vaccarezza, teniendo en cuenta para ello lo solicitado por la Comisión Pro Homenaje a Don Andrés Vaccarezza.

Falleció en ese pueblo, el 12 de abril de 1925, a los 94 años de edad, rodeado por once hijos y numerosos nietos y bisnietos. Los diarios locales dedicaron todas sus páginas a redactar la biografía del fundador. El gobierno de la provincia de Bueno Aires decretó sendas honras fúnebres; las expresiones de pesar recibidas fueron innumerables, desde las más altas personalidades del país hasta los más modestos vecinos que lo querían como un padre y lo llamaban “el patriarca”. Dos mil quinientas personas acompañaron el cortejo a la necrópolis, y se pronunciaron discursos en su homenaje.

Una avenida del pueblo de Alberti y su monumento lo recuerdan imperecederamente.

Fuente Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo diccionario biográfico argentino – Buenos Aires (1971) Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado Molinos de Alberti S. A. – Fundación de Alberti

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14 de Abril

La Guerra del Guano

Almirante Luis Hernández Pinzón (1816­1891), dirigió la escuadra del Pacífico en la guerra contra Perú por el control del guano.

A raíz de la suspensión de pagos España, Francia e Inglaterra encontraron el pretexto idóneo para intervenir en los asuntos mexicanos. El 31 de octubre de 1861, en Londres, las tres naciones suscribieron un convenio por el cual adoptaron las medidas necesarias para enviar a las costas de México fuerzas combinadas de mar y tierra. La intervención tenía el objetivo de cobrar deudas acumuladas desde tiempo atrás y, si bien las demandas no resultaban extrañas, su cumplimiento era difícil en las circunstancias en que se hallaba México. Sin embargo, el gobierno juarista se vio obligado a dar una respuesta. Reconoció la situación ruinosa del erario y, al mismo tiempo, advirtió los esfuerzos que mantendría para enfrentar dignamente los reclamos. A pesar de la buena voluntad mostrada, algunas tropas españolas arribaron, en diciembre, al puerto de Veracruz, y para enero de 1862 ejércitos de las tres potencias europeas desembarcaron en territorio mexicano.

También en España, como en Inglaterra y Francia, los Rothschild eran amos financieros. Los herederos del viejo Amschel, contaban con testaferros en los países de su influencia. En España tenían a José de Salamanca, socio de José Buschental, banquero de la Confederación Argentina, al igual que el Barón de Mauá.

Los Rothschild y Salamanca, habían formado la “Sociedad Española Mercantil e Industrial”, que controlaba la línea de ferrocarriles que iba de Madrid a Zaragoza y Alicante, con un capital de 456 millones de reales. Los ferrocarriles les otorgaban el control del país. Por depender financieramente de la Alta Banca, España pedirá a Londres, en el curso de la Guarra del Guano, un empréstito de 50 millones de libras, que se lanzará sobre Londres, París, Madrid, Hamburgo, Frankfurt, Bruselas, Amberes y Viena. El enorme aumento de las inversiones externas británicas, que se advierte en el período 1862­1872, tiene por deudora principal a España. Durante ese lapso, su deuda con Inglaterra alcanza la fabulosa suma de 220 millones de libras.

Hacia 1862, los Rothschild se afirman también en Francia, liquidando al “Crédito Mobiliario” de los portugueses Pereira, y a la “Unión General”, entidades financieras que habían intentado vanamente, hacerles frente.

El proceso de expansión capitalista es cada vez más acentuado, y con él, el factor individual en la historia va perdiendo importancia. Ahora, los personajes visibles, encarnan clases sociales ligadas a las grandes metrópolis colonialistas, cuyos intereses monopolistas, cada vez más concentrados, deciden la política de los nuevos países americanos dependientes.

A la luz de esa interpretación, es que vemos a los Rothschild, a través de Salamanca, promover y financiar la expedición española del almirante Pinzón, que avanza hacia el Perú.

La flota llega a principios de 1864, a las costas peruanas, previo aprovisionamiento en puertos brasileños. Pretextan estar realizando una expedición científica. Al igual que contra México, se preparaba un ataque, por razones puramente económicas. El Perú era, en esos momentos, el principal productor mundial de guano. Este último había alcanzado en el mercado mundial una alta cotización, por ser el fertilizante indispensable para el desarrollo intensivo de la agricultura europea. Mantendría esa importancia, hasta que las investigaciones del genial químico Liebig, tendientes a producir fertilizantes artificiales pasasen del campo experimental a la química industrial en gran escala. Al lograrse tal industrialización, el salitre reemplazará al guano y se luchará

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en el Pacífico por los nitratos (1879). La brutal lucha por el dominio de materias primas coloniales se desata con sin igual violencia.

“El nitrato de soda –se decía en 1860 por voz autorizada­ está llamado a reemplazar algún día a los guanos en los mercados de Europa y cuando éstos se hallen exhaustos, el salitre durará todavía siglos y la Europa estará obligada a comprarlo para alimentar sus tierras empobrecidas por la agricultura”.

El guano, fertilizante codiciado, se extraía fundamentalmente, de la Isla de Chinchas, perteneciente al Perú. Millares de “coolies” oriundos de China, serían llevados a ese país, entre 1859 y 1874, como mano de obra barata, para la explotación de algodón y guano.

Mediante contratos de “consignación” el guano se comercializaba en Europa, que eran en realidad administraciones, con amplias facultades. Los consignatarios fueron siempre banqueros londinenses. De 1842 a 1848, había distribuido el guano en Europa, la casa “Myers, Quirós y Cía.”; desde 1849 lo hacía la casa “Gibbs y Cía.”, en todo el continente, fundamentalmente en Inglaterra y España.

Al producirse el vencimiento del contrato de consignación del guano en Europa, la República del Perú decidió no renovarlo, administrándolo por sí misma. La medida, surgida de un proteccionismo nacional, afectaba directamente a los intereses bancarios y agrícolas británicos. Especialmente a estos últimos, ya que ante la crisis de algodón sobrevenida, los fertilizantes –indispensables para el plan intensivo de cultivos­ se volvían más preciados que nunca.

Inglaterra movió entonces sus hilos diplomáticos, y éstos arrastraron a la escuadra del almirante Pinzón al Océano Pacífico. El 14 de abril, la escuadra española tomó la Isla de Chinchas. El 30, Sarmiento le escribía a Elizalde: “¡Moros en la costa! Los godos han tomado a Chinchas, en el Perú, es decir, ¡la bolsa o la vida! Pues el Perú vive por el huano”.

El Gobierno peruano, ante tal situación, firmó un tratado por el cual el guano garantizaba la deuda externa del Perú con la Alta Banca Británica, y las compañías explotadoras deberían rendir cuentas directamente al Gobierno de España.

Al quedar así asegurado que el guano no escaparía de las manos de su oculto mandante, Pareja, el otro jefe de la escuadra española, propone devolver las islas. Pero el pueblo reacciona contra la maniobra oligárquica, y exige la declaración de guerra, produciéndose la revolución que derriba al gobierno peruano de Pezet.

La escuadra española, entre tanto, avanza hacia Chile, pues quiere asegurarse también la zona salitrera de este país. Chile declara la guerra a España, el 19 de setiembre de 1865. El 26 del mismo mes, en Coquimbo (Chile), el comandante chileno Robledo, con la corbeta “Esmeralda”, derrota a la cañonera española “Covadonga”, tomándola. El anciano almirante chileno Blanco Encalada desafía a pelear a los españoles, con los pequeños y viejos barcos de su escuadra, fuera de la costa, para no dañar a los civiles.

Derrotados los españoles, el almirante Pareja, que ha sustituido a Pinzón, se suicida. Asume entonces el mando de la escuadra el almirante Castro Méndez Núnez, junto a su segundo Pinzón.

El nuevo jefe invasor, en represalia y desesperado ante la derrota, bombardea el puerto comercial de Valparaíso, disparándole 5.000 bombas. Las escuadras inglesas y norteamericanas, que estaban allí de estadía, nada hacen para impedir la destrucción de la ciudad. Los diplomáticos extranjeros sólo piden al Sr. Almirante que no bombardee sus edificios. Méndez Núñez los tranquiliza: únicamente destruirá las edificaciones chilenas. La connivencia es total.

La intelectualidad chilena recuerda en esos días por boca de Arteaga Alemparte, que “Inglaterra se había aliado con Francia para atacar a México”, pero que a “último momento había dejado que Francia invadiera sola”. América debe enterarse del infame ataque, que se vincula a la situación pasada anteriormente por México. Los diplomáticos americanos se movilizan.

La cancillería peruana y la chilena solicitan el apoyo argentino, a raíz del ataque europeo. Mitre, comprometido con el Brasil, lo niega. Perú denunciará por ello a toda América, la existencia de una alianza secreta entre el Brasil y España, para agredir a las repúblicas americanas. Alianza a la cual Mitre también está vinculado.

La reacción popular en todas las Repúblicas es inmediata. El julio de 1864, la Sociedad “Unión Americana” de Buenos Aires, envía al Congreso de la República un documento protestando contra el ataque español. Entre otros firman el mismo, Lucio Mansilla (padre), Tomás Guido, Tomás Iriarte, José María Zapiola, Manuel Olazábal, Isidro Quesada y Angel Pacheco.

Miguel Navarro Viola pronuncia un vibrante discurso en el Teatro Colón, también como consecuencia del ataque. De Navarro Viola diría en su sepelio Aurelio Palacios –padre del absurdo Alfredo­: “… bregó por la democracia americana contra Napoleón, en Méjico, contra Pinzón en el Pacífico; contra Mitre, Flores y Don

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Pedro II a favor de las Repúblicas Argentina y Uruguay. Combatió la Triple Alianza y el cobarde bombardeo de Paysandú por la escuadra del Imperio….”.

Se denuncia la actitud de la cancillería argentina, que no es por cierto novedosa. El 10 de noviembre de 1862, Elizalde había contestado a la nota de 18 de julio de 1862 del canciller del Perú, que invitaba a la Argentina a adherirse al “Tratado Continental” celebrado en Chile el 15 de setiembre de 1856, con esta vergonzosa, para su autor y la clase a la que pertenecía, ilevantable carta:

“Buenos Aires, Noviembre 10 de 1862 – Señor Ministro: Comprendiendo S. E. el Sr. Presidente de la República la importancia de la nota de V. E. de 18 de julio pasado, pidiendo la adhesión al Tratado Continental celebrado en Chile, en 15 de setiembre de 1856 y la adopción de medidas que su ejecución requiere (…) el Gobierno Argentino ha formado el juicio que el abajo firmado tiene el honor de transmitir a V. E. por orden del Sr. Presidente.

“En la nota y tratado, encuentra el Gobierno Argentino un pensamiento político y la iniciación de medios para realizarlo, que le es sensible no poder prestarles su asentimiento.

“Se cree la existencia de una amenaza general a la América independiente a presencia de los sucesos de Santo Domingo y Méjico, y se juzga que una de las primeras medidas que se debieran tomar para alejar o conjurar el peligro, es la de uniformar en las Repúblicas del Continente, ciertos principios que debiesen hacer parte de su derecho internacional, y estrechar los vínculos de amistad y buena inteligencia entre los pueblos y gobiernos, para evitar en lo sucesivo todo género de guerras.

“El Gobierno Argentino no tiene motivos para admitir la existencia de esta amenaza, ni cree que serían suficientes los medios que se proporcionen para conjurar ese peligro si realmente existiese.

“La América independiente es una entidad política que no existe ni es posible constituir por combinaciones diplomáticas. La América, conteniendo naciones independientes, con necesidades y medio de Gobiernos propios, no puede nunca formar una sola entidad política.

“La naturaleza y los hechos la han dividido, y los esfuerzos de la diplomacia son estériles para contrariar la existencia de esas nacionalidades, con todas las consecuencias forzosas que se derivan de ellas.

“No es, pues, posible una amenaza a todas esas Naciones que están esparcidas en un vasto territorio, y que no habría poder bastante en ninguna nación para hacer efectiva.

“Sólo podría existir esa amenaza en el caso de una liga europea contra América, y esto no es posible, ni tendría medios de llevar a fin su propósito.

“Esa liga no podría hacerse a nombre de los intereses materiales y comerciales de la Europa, porque esos intereses están en armonía con los de las Naciones Americanas y no habría poder humano que pudiera crear un antagonismo que no tendría razón de ser ….”.

“… Por lo que hace a la República Argentina, jamás ha temido por ninguna amenaza de la Europa en conjunto, ni de ninguna de las naciones que la forman.

“Durante la guerra de la Independencia contó con la simpatía y cooperación de las más poderosas Naciones. Cuando se encontró en guerra con sus vecinos, fue por la mediación de una potencia Europea que ajustó la paz.

“En la larga época de la dictadura de los elementos bárbaros que tenía en su seno, como consecuencia de la colonia y de la guerra civil, las potencias europeas le prestaron servicios muy señalados.

“La acción de la Europa en la República Argentina ha sido siempre protectora y civilizadora y si alguna vez hemos tenido desinteligencia con algunos Gobiernos europeos, no siempre ha podido decirse, que los abusos de los poderes irregulares que han surgido de nuestras revoluciones no hayan sido la causa.

“Ligados a la Europa por los vínculos de sangre de millares de personas que se ligan con nuestras familias y cuyos hijos son nacionales, fomentándose la inmigración de modo que cada vez se mezcla y confunde con la población del país robusteciendo por ella nuestra nacionalidad, recibiendo de Europa los capitales que nuestra industria requiere; existiendo un cambio mutuo de productos: puede decirse que la República está identificada con la Europa hasta lo más que es posible. La población extranjera siempre ha sido un elemento poderoso con que ha contado la causa de la civilización en la República Argentina… – Rufino de Elizalde”.

Esta contestación se haría famosa en toda América. Por su infamia. Era la confesión más notable del servilismo mitrista, de su falta de solidaridad americana, de su dependencia para con la Europa colonizadora.

Si bien el verdadero autor del ataque a Perú y Chile, aparecía sutilmente oculto a los ojos de los agredidos, éstos entreveían algo. Por ejemplo, Justo Arosemena, miembro peruano del Congreso Americano de 1864,

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sostenía: “No tememos pues, nada en el sentido de la reconquista; pero tememos mucho en el de la monarquización violenta de los Estados Hispano­Americanos, si éstos no aúnan y centuplican sus esfuerzos mientras no sea ya demasiado tarde. Chincha puede venir a ser la introducción de un drama destinado a tomar grandes proporciones, y un desarrollo muy distinto de lo que hoy parece pretenderse por los detentadores de las islas. España no sería la autora de ese plan. Sería sólo el instrumento de que algún poder, con miras más elevadas, se valiese para poner en Sud América otra columna, que armonizando con la de Méjico, sirviese en esta región de sustentáculo al gran edificio de una política universal”.

Cuando los barcos de la escuadra española amenazaban las costas del Pacífico, el Gobierno de Mitre reconocía los créditos de los súbditos españoles. La diplomacia de Inglaterra exigía una sumisión total, que la clase ganadera porteña, estaba dispuesta a aceptar plenamente, aún en los más mínimos detalles.

Sarmiento mismo le escribía el 29 de enero de 1866 al canciller argentino: “Si ningún vínculo liga a las repúblicas americanas entre sí, dos facciones correspondientes a las causas indicadas le son comunes sin embargo. La primera es la de estar en terreno mal poblado, y en estado de colonización. La segunda es hallarse todas ellas en condiciones de fuerza naval relativamente débiles a las grandes potencias marítimas (…). Las repúblicas americanas no tienen estas garantías, y si las recientes complicaciones de la España en el Pacífico y la resistencia en México a la imposición de un gobierno, no escarmientan a los poderes europeos, la situación de aquéllas será siempre azarosa, forzadas a contemporizar con exigencias que menoscaben su dignidad como Estados soberanos. Las cuestiones suscitadas a México, la intentada reincorporación de Santo Domingo o la anunciada reivindicación de las islas de Chincha, han partido de una tentativa hecha por las potencias europeas para recolonizar la América del Sur…”.

Desde Asunción, el joven e inteligente Francisco Solano López, le escribía al diplomático guaraní Félix Eguisquiza, el 6 de julio de 1864: “El suceso de la isla de Chincha no debe considerarse sino como una circunstancia venida a propósito para el desarrollo ostensible de planes previamente combinados según las noticias que allí se tenían….”.

El 14 de enero de 1866, Perú, Chile, Ecuador y Bolivia están en guerra contra esta España dirigida por Inglaterra. La solidaridad de las Repúblicas del Pacífico, es total.

Luego de ser rechazados de la costa chilena, los españoles esperan refuerzos, los que llegan previo paso y aprovisionamiento por los puertos de Montevideo y Buenos Aires. “El Inválido Argentino”, de 1º de enero de 1867, informaba que el almirante Méndez Núñez se encontraba en el Puerto de Buenos Aires. La indignación continental aumenta momento a momento. Están cercanos los días del ataque español a Santo Domingo, de la agresión española a Haití, y de la organización colonial que Inglaterra ha dado a la usurpada isla de Bélice, y esto enardece a las masas populares.

Los americanos están preparados para seguir peleando.

La guerra origina algunas consecuencias económicas sorprendentes, pero reveladoras para Chile. Se nota una disminución de las importaciones de origen europeo, y un aumento de las importaciones de origen americano, especialmente de la Argentina ($196.697), Bolivia ($169.279) y Perú ($116.697). La restricción forzada de las importaciones europeas, permite hacia 1867, una recuperación de la economía chilena, no buscada ni prevista por los ingleses.

Inglaterra aprieta con el guante blanco de su diplomacia al gobierno español. La “operación guano” debe concretarse. La escuadra española avanza hacia El Callao, a fin de bombardear el puerto.

Juan Bautista Alberdi denuncia la agresión, pero sin comprenderla en toda su gravedad, y por supuesto, sin señalar al verdadero promotor de la misma: “Veía en estos sucesos el juego de una pinza, española y lusitana, que amenazaba estrangular a la América del Sur, por el Atlántico y por el Pacífico, cerrándole las comunicaciones y cortando su comercio, hasta reducirla otra vez a la obediencia”.

Felipe Varela, que había contemplado la insólita y despiadada actuación de la escuadra española en Valparaíso, escribirá años después al analizar las etapas de su pronunciamiento: “Así andaban las cosas en la República Argentina, cuando otro traidor vendía por un pacto infame la República Peruana a las aspiraciones mezquinas de la corona Española, después de la piratería famosa de las islas de Chinchas.

“A pesar de los males profundos que acongojaban a mi patria, los ojos del patriotismo argentino tendieron su vista al Perú, y maldijeron a su gran traidor el criminal Pezet.

“No tardaron los nobles hijos de ese suelo en arrojarlo a balazos, rompiendo de un solo golpe sus perversos tratados y prefiriendo todos los horrores de la guerra, antes que pasar por la más vil de las infamias. Fue entonces que se formó el Gran Congreso Americano, se hizo un hecho real la Unión iniciada por el general Melgarejo siendo invitada especialmente a tomar parte en ella la República del Plata.

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“La asombrosa negativa del general Mitre, en nombre de la Nación, burlando así todas las esperanzas del país, exasperó hasta el infinito el patriotismo de los ciudadanos que vestían luto a la presencia de la horrible carnicería que tenía lugar al pie de los eternos muros de Humaitá…”.

“Entonces llevado del amor a mi Patria y a los grandes intereses de la América, amenazada por la corona de España, creí un deber mío, como soldado de la libertad, unir mis esfuerzos a los de mis compatriotas, invitándolos a empuñar la espada para combatir al tirano que así jugaba con nuestros derechos y nuestras instituciones, desertando sus deberes de hombre honrado y burlando la voluntad de la Nación”.

La agresión a Perú y Chile, ratificó y exaltó la solidaridad americana. Varela sería uno de los principales propulsores históricos de la misma.

Pero esta solidaridad se pondría a prueba, aún más duramente, con motivo de la guerra al Paraguay. Las causas que generaron esa guerra demuestran claramente la maniobra británica, y simultáneamente, explica la reacción multitudinaria americana ante el atropello continental.

Fuente

Intervenciones de Francia en México – Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Peña, R. O. y Duhalde. E. – Felipe Varela – Schapire editor – Buenos Aires (1975).

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14 de Abril Ataque paraguayo a Corrientes

Mariscal Francisco Solano López (1826­1870)

En 1857 se preparó la alianza contra el Paraguay, entre la Confederación Argentina y el Imperio del Brasil. La suscripción del “Protocolo” entre José María Paranhos y los representantes de la Confederación, Derqui y López, le valieron a Urquiza el beneficio de un empréstito efectuado por el Banco Mauá, de 300.000 patacones. Pero el Barón, obtendría también sus ventajas por el acuerdo, ya que el mismo día, Justo José de Urquiza, lo autorizaría a crear la sucursal Rosario del banco brasileño.

En el “Protocolo”, se establecía el derecho de paso, que la Confederación debía dar al Brasil, en caso de producirse el ataque al Paraguay.

Al efectuarse la misión Paranhos al Río de la Plata, el diplomático brasileño le entregó al canciller argentino el original de dicho protocolo, luego de copiarlo cuidadosamente, tomó nota de la concesión que otorgaba dicho protocolo. El 3 de junio de 1868, Rufino de Elizalde en el Congreso recordaría, aunque en forma vaga e imprecisa, la existencia de un Protocolo que otorgaba dicho derecho de paso a los brasileños. La vaguedad respondía a la necesidad de ocultar la fecha del protocolo, que había sido, por otra parte, duramente atacado por el mitrismo en su oportunidad y que además no había sido ratificado por el Congreso, con lo cual el gobierno de Mitre se hubiera visto en la necesidad de reconocer que el derecho de paso otorgado a los brasileños, no estaba fundado en ninguna norma legal válida.

De cualquier manera, el Paraguay sabía perfectamente que el gobierno de Mitre, que ya había autorizado la concentración de las tropas imperiales frente a Corrientes, iba a otorgar a los brasileños el derecho de paso.

¿Qué fue lo que determinó la invasión de Francisco Solano López al suelo argentino? Autores como Carlos Pereyra, aún reconociendo que López confiaba en el pronunciamiento de Urquiza, le censuran haber dado ese paso, que lo hacía aparecer como un invasor en tren de conquista. Desde ya, toda la planificación del ataque contra el Paraguay fue muy anterior a este hecho, y la seguridad política del primer estado moderno americano, había peligrado desde que Venancio Flores invadiera la República Oriental del Uruguay. Pero un estadista militar brillante como Francisco Solano López, debió prever los efectos morales y no simplemente militares de su ataque. Había algo más que eso. Algo más, también, que el hipotético y dudoso apoyo de Urquiza, era lo que motivaba la posición asumida por López:

Pelham Horton Box, entrevió con claridad la cuestión. “Puede haber poca duda –dice el autor norteamericano­ acerca de la múltiple inteligencia de López con poderosos caudillos argentinos, pues hemos visto, que no se atenía a un “solo disidente”, y hacia febrero de 1865 había abandonado sus esperanzas en Urquiza (…) Pero como invadió Río Grande por vía Misiones, nos encontramos ante el problema de por qué exigió el pasaje a través de Corrientes.

“Todavía esperamos la publicación de los documentos que iluminen sus relaciones con los elementos reaccionarios de la Argentina. Pero un examen de las pruebas existentes, sugiere que la exigencia del derecho de tránsito por Corrientes, iba encaminada a servir de réplica a la supuesta colaboración de Mitre con el Brasil, y a ofrecer una oportunidad para que se alzaran los enemigos de Buenos Aires, en el caso de una negativa”.

Si bien Fermín Chávez, ha demostrado la forma en que se ocultó la declaración de guerra previa, enviada por López, es indudable que no se trata de un planteamiento jurídico en el orden del derecho internacional. El pedido de paso, fue formulado con el objeto de recibir una negativa, y permitir así el pronunciamiento de los elementos reaccionarios adictos de que disponía el Paraguay en la Argentina. es decir, que López contaba con que los federales de Corrientes, y los demás elementos vinculados a ellos, se pronunciaran a su favor. En

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cuanto al apoyo de Urquiza, según Elizalde, el entrerriano le había ofrecido al mandatario paraguayo el paso por nuestro territorio, y asimismo, la cesión de inmensos territorios para someter a Buenos Aires. Al respecto, en carta del 26 de febrero de 1865, López recuerda que Urquiza le había manifestado que en caso que Mitre se negara a darle paso, él se pondría al lado del Paraguay, “para cuyo fin ha pedido la copia de la solicitud de tránsito y su contestación en caso negativo”.

Por otra parte, en “Memorandum” de 22 de octubre de 1864, Francisco Solano López había sugerido que se designara como comisionado a Sagastume, Virasoro o López Jordán. Recordemos que el pronunciamiento de Virasoro, era esperado ya, desde la época de los levantamientos del Chacho. La “conjuración del Litiral”, como la llama Cárcano, existió, y fue la razón esencial, a raíz de la cual López aceleraría el proceso, pidiendo el paso por Corrientes.

Desde Tucumán, el 29 de noviembre de 1864, Emilio Salvigni le advertiría a Wenceslao Paunero: “ (…) Las noticias que corren aquí del litoral son alarmantes y producen una angustia general. Mientras V. me dice: “Que mandaremos sobre Paraguai (…) cosacos correntinos” López Jordán va a Corrientes y se entiende con aquel Gobierno y el del Paraguai para marchar contra el Brasil y Flores y por consiguiente contra Buenos Aires, secundado con la milicia de Entre Ríos. Dicen que el Paraguai tiene buques con los que pasará un ejército a este lado del río –que Mitre no tiene ejército y que por consiguiente la reacción está hecha, sublevando algunas provincias apoyadas por el ejército de Urquiza (…)”.

Pero el apoyo falló, con lo cual el jefe paraguayo se vio obligado a invadir, por razones militares, a través de Misiones.

Este hecho, unido al retardo en la publicación de la declaración de guerra efectuada por Francisco Solano López, hicieron que Mitre tratara de dar un carácter defensivo nacional, a la guerra. Pero las clases oprimidas no se equivocaban: la verdadera guerra nacional consistió en enfrentar a Mitre, al Brasil y al Imperio Británico, a favor de la Unidad Americana.

Fuente

Cárcano, Ramón J. – Guerra del Paraguay, Buenos Aires (1941).

Chávez, Fermín – Vida y Muerte de López Jordán – Ed. Theoria – Buenos Aires (1957).

Peña, R. O. y Duhalde, E. – Felipe Varela – Schapire editor – Buenos Aires (1975).

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15 de Abril

La ruleta

La ruleta

En 1809 Agustín de la Cuesta, alcalde de barrio del cuartel 12 de Buenos Aires, alega su preocupación ante el Cabildo, por un juego llamado “rueda de la fortuna” que estaba ocasionando grandes perjuicios en todas las clases sociales de la época. Al decir de un cronista de entonces, la pasión por ese juego “había picado en abastecedores, jornaleros, hijos de familia e incluso esclavos”, aunque cabe el interrogante sobre el valor o calidad de las apuestas que pudieron haber hecho estos últimos.

Entre los precursores de la ruleta, tal vez Calvimonte y Núñez merezca figurar en primer lugar. En junio de 1810 se dirigió a la Junta de Gobierno, presidida por Cornelio Saavedra, solicitando el permiso para explotarla, destacando en su pedido que el virrey Cisneros le había otorgado anteriormente una autorización especial para hacerlo, en razón de la incapacidad física que padecía por haber peleado heroicamente durante las invasiones inglesas.

La maledicencia se cebó sobre Calvimonte y Núñez. Se le acusó de haber obtenido dicha concesión en tiempo de la dominación española, valiéndose de “raras influencias” (?). Lo cierto es que en los meses finales del virreinato aquel personaje había sido encarcelado, trabándosele embargo por la suma de 378 pesos, importe del remate de sus escasas pertenencias y considerándosele víctima de la injusticia del régimen anterior se dirigió a la Junta de Gobierno en demanda de una reparación, más ésta denegó su pedido el 28 de junio de 1810.

Dos años más tarde. La “rueda de la fortuna” aparece nuevamente entre las preocupaciones oficiales y un decreto de entonces estableció que los locales en donde aquella funcionase, deberían pagar una “contribución anual”, al Estado, de 12.000 pesos.

Indudablemente, las casas de juego prosperaban y la Revolución no se curaba del origen de los fondos que debía subvenir el esfuerzo emancipador. Sin embargo, una solicitud anónima que se halla en el Archivo General de la Nación, postula con fecha 15 de agosto de 1815, el establecimiento de una casa pública donde se pueda jugar libremente, para poder así “poner coto a los desórdenes ocasionados por la cantidad de lugares de juego, instalados clandestinamente en el territorio de las Provincias Unidas”.

Se deduce que la proliferación de “timbas” era por entonces muy amplia. Tanto, como que el 3 de mayo de 1816, el Congreso reunido en Tucumán, decide por decreto la prohibición de “todo juego conocido bajo la denominación de ruleta y envite”.

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Pero una cosa era la prohibición oficial y otra la realidad. Tres años después de la drástica resolución del Congreso de Tucumán, Pedro Lezica se dirige al gobierno, proponiendo establecer el juego de la “roleta”. Los argumentos expuestos entonces decían que en Europa se había descubierto que la tal “roleta”, había paralizado “los efectos funestos del juego” (?).

Se ignora la suerte que corrió tan “filantrópico” pedido, pero ese mismo año, el Alcalde de 2º voto se dirigió al Cabildo, pidiendo que el cuerpo solicitara al Superior Gobierno la suspensión de aquel juego. El Cabildo aprobó el pedido y el Director Supremo de las Provincias Unidas, don Juan Martín de Pueyrredón, prometió arbitrar las medidas para que la solicitud se proveyera favorablemente.

Ese mismo año, Domingo de Eyzaga pidió permiso al Cabildo para establecer dos mesas de juego de “roleta”, por el término de tres años. Más realista o tal vez menos hipócrita que su antecesor, Eyzaga ofreció pagar por la concesión ocho mil pesos anuales, pero el síndico del Cabildo se opuso a su pedido.

Las ventajas y los inconvenientes de la “roleta” suscitaron una polémica que se manifestó en las páginas de “El Americano”, un periódico porteño de la época, que el 9 de julio de 1819 publicó una carta enviada a su redacción en la que alguien utilizando el seudónimo de “Un quidam del país” hacía referencia del discutido juego, en estos términos: “Sublime política es sin duda, tener a la vista tanto número de ciudadanos embriagados por la ilusión del juego, envenenados por las pérdidas (porque allí nadie gana) y tentando medios difíciles o violentos para repararlas y volver al desquite”. Y haciendo mención a lo que los partidarios de dicho juego expresaban, definiendo a la ruleta como “termómetro del espíritu popular” el intransigente articulista continuaba: “¿Y que termómetro, ni que berenjenas, cuando lo que se trata o se piensa antes y en el juego, es el modo cómo se ha de jugar, y después de concluido el sacrificio lo que se escucha y se ve son reniegos, arrepentimientos, protestas y semblantes taciturnos y amohinados?”.

La pintoresca publicación provocó en las páginas de “El Americano” un debate en el que los seudónimos de los polemizantes fueron desde “Otro quidam” hasta “Todo es bueno para mí”.

Muchas de las razones que invocaron loa atacantes de la ruleta se basaron en la existencia de “coimas” recibidas por las autoridades para permitir su explotación. Ni siquiera la Logia Lautaro pudo mantenerse alejada a las versiones y a los trascendidos de la época y no faltaron historiadores que afirman que la misma logia alimentaba sus arcas con el porcentaje de beneficios que le proporcionaba la ruleta.

El 12 de febrero de 1820, el Cabildo de Buenos Aires, pese a las urgencias de la hora, debió considerar nuevamente el caso y luego de extensas deliberaciones, resolvió proscribir en toda la extensión de la provincia “ese juego tan perjudicial”, solicitando al gobernador que adoptase las medidas a su alcance “para que no volviera a repetirse un mal tan funesto a la prosperidad y sosiego de la Provincia”.

“La Gaceta”, inclusive, se hizo eco de la disposición mencionada y como sucede siempre, se produjo el conflicto de jurisdicciones, al decidirse el gobernador político Miguel de Irigoyen a retirar el permiso a la única casa de ruleta habilitada, que pertenecía a Martín Echarte. Este apeló ante el Tribunal de Justicia y el alto cuerpo mandó suspender la medida y la multa. En conocimiento de la “litis”, el gobierno dirigió un mensaje al Tribunal, expresando su preocupación por la medida y previniéndole que no actuara en “asuntos de policía”.

Pese a ello y en forma reiterativa, el 2 de marzo de 1821, el secretario de gobierno, Juan Manuel de Luca, pasó una nota a la policía en la que expresaba que ante el auge que tomaban las casas de juego “refugio de todas las inmoralidades” se procediese contra ellas, sus propietarios y concurrencia “con todo el rigor de la Ley”.

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Una hábil maniobra parlamentaria impide que en 1821 la Sala de Representantes dictaminara acerca de su competencia para reformar las atribuciones conferidas al Juez de Policía, de perseguir el juego de ruleta.

No es fácil establecer cuándo, ni en virtud de qué, pero lo cierto es que existe documentación por la que se comprueba que un decreto del 15 de abril de 1826, que lleva las firmas de Rivadavia y Julián Agüero, declaró restablecidas todas las disposiciones que prohibían los juegos de azar y fijaban severas multas a los infractores.

Una enconada puja de intereses, conforme al gusto y a la necesidad de los funcionarios gubernamentales, se fueron sucediendo a través de un siglo manteniendo una casi permanente prohibición, hasta que por Decreto 31.090 de 1944 y 7867/46 el Gobierno se decidió a tomar el toro por las astas y pasó a ser el único banquero, con todos los beneficios que otorga esa “mágica bolita” propensa a caer irremisiblemente en cualquier número, menos en el nuestro.

Fuente

Ceres, Hernán – Viejo Vicio

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Todo es Historia – Año II, Nº 9, Enero de 1968

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17 de Abril Tercera Expedición al Alto Perú

General José Rondeau (1775­1844)

En enero de 1815 el Ejército Auxiliar del Alto Perú inició desde Jujuy su avance hacia el Norte, siguiendo el histórico camino de la Quebrada de Humahuaca hasta Uquía. No se ha podido establecer fehacientemente –por no contar con elementos de juicio­ si Rondeau tuvo planes concretos para operar en el Altiplano, suponiéndose que su idea inicial puede resumirse en su decisión de apoyar a los caudillos altoperuanos que hostilizaban a los realistas, manteniendo encendida la llama de la independencia.

El Ejército Patriota se componía de 4.000 hombres de las tres armas, encuadrados en las siguientes unidades:

Infantería: Batallón de Cazadores, Regimiento Nº 1 de Infantería “Patricios”, Regimiento Nº 6 de Infantería, Regimiento Nº 7 de Infantería, Regimiento Nº 9 de Infantería.

Caballería: 2 Escuadrones de Granaderos a Caballo, 2 Escuadrones de Dragones del Perú.

Artillería: 2 Baterías de Artillería.

Parque, Columnas de Munición y Bagajes.

El Ejército Realista, con efectivos apreciados en más de 4.500 hombres, contaba solamente con unos 2.000 concentrados en el cuartel general, estando el resto repartido en varios destacamentos alejados, entre los cuales cabe mencionar a una División a las órdenes del coronel Orosco, que integrada por 1.200 infantes, con 4 piezas de artillería, marchó al Cuzco a sofocar el levantamiento del patriota peruano indígena Mateo Pumakahua.

Una de las primeras medidas que adoptó Rondeau al ponerse en movimiento, fue adelantar a Martín Miguel de Güemes en misión de exploración y seguridad, que al frente de sus gauchos avanzó resueltamente hasta las cercanías de Yaví, donde sabía que importantes efectivos enemigos se reunían para ulteriores operaciones. El grueso del Ejército se situó en el siguiente dispositivo: la vanguardia en Humahuaca y los demás cuerpos escalonados entre Tilcara y Uquía, cubriendo con fuertes fracciones los angostos de Yacoraite y Perchel y los accesos hacia la Quebrada desde la Puna y el Oriente Salteño.

Sorpresa de El Tejar

La vanguardia, que de acuerdo con las órdenes de Rondeau debía ocupar Humahuaca, a mediados de febrero ya se hallaba en su emplazamiento. Estaba constituida por la caballería (granaderos y dragones) y un batallón de infantería a las órdenes del coronel Martín Rodríguez.

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Con la finalidad de establecer contacto con el enemigo para determinar su dispositivo, se adelantó una fracción montada al caserío de El Tejar, distante unas doce leguas al Norte de Humahuaca, estableciéndose en la estancia sin adoptar las más mínimas medidas de seguridad.

El 19 de febrero, Rodríguez, acompañado por una escolta de 40 granaderos que comandaba Mariano Necochea, se hizo presente en El Tejar para inspeccionar la avanzada y obtener informaciones sobre la situación, soltando la caballada a pastar sin tener en cuenta las posibilidades de una sorpresa por parte de los españoles.

En momentos en que Martín Rodríguez recorría el caserío y cambiaba impresiones con el jefe de la avanzada y con los pobladores –en pleno día­ el comandante Antonio Vigil, con unos 400 hombres desprendidos desde Yaví por el coronel Olañeta, cayó como una tromba sobre los inadvertidos ocupantes de El Tejar, apresándolos en su casi totalidad. Solamente escapó a la redada el capitán Mariano Necochea, que con 25 soldados intentó resistir en un corral de piedras para salvar aunque fuera el honor y que, ante lo inútil de su actitud, montó a caballo en pelos y gritando: ¡Que me siga el que quiera! y a sablazos se abrió paso entre una abigarrada cortina de bayonetas. Nadie lo pudo seguir y horas más tarde llegaba a Humahuaca con la ropa hecha jirones, poniendo en conocimiento de Rondeau lo acontecido y la suerte corrida por el jefe de la vanguardia y los componentes de la avanzada de El Tejar.

Martín Rodríguez y los prisioneros fueron conducidos al cuartel general español, donde Pezuela dialogó con Rodríguez sobre el estado y la causa de la guerra, llegándose a un acuerdo para sentar las bases para una negociación. Dos factores favorecían el entendimiento: primero, el hecho de que Pezuela, Goyeneche y varios de los jefes que dominaban la política en Lima, eran americanos y, segundo, que en esos momentos carecían de fuerzas para intentar una penetración profunda hacia el Sur, como fuera el sueño del Virrey Abascal.

Pezuela liberó a todos los prisioneros –inclusive a Rodríguez­ comprometiéndose éste, a su vez, a obtener la libertad de los coroneles Sotomayor y Huici, cuestión que no consiguió por oponerse terminantemente a ello Rondeau, que en cambio dejó libres a dos viejos coroneles apellidados Suárez y Guiburu.

Batalla de Puesto del Marqués

Luego de la reunión con Martín Rodríguez, Pezuela permaneció inactivo a la espera de ver cómo evolucionaba la situación. En general, la tregua le posibilitaría traer refuerzos y lograr que algunas de sus unidades empeñadas en misiones secundarias pusiera término a las mismas. Olañeta siguió en Yaví, manteniendo en observación a 300 hombres de caballería en Puesto del Marqués

En conocimiento Rondeau, por una comunicación de Pezuela de la liberación de Rodríguez, se adelantó desde Humahuaca para recibirlo. Tal cosa sucedió el 10 a la mañana, a un cuarto de legua al Norte de la población. Cambiados los saludos de estilo, Rondeau recriminó a su subordinado por los acuerdos que hizo con el jefe realista sin consultarlo, argumentando Rodríguez que estaba dentro de la política del gobierno central, lo cual era exacto. Llegados al alojamiento Rondeau llamó a una reunión de comandos, donde descartó toda negociación de paz y pidiendo, por el contrario, se analizaran las posibilidades para un ataque inmediato. En esta reunión se hallaba, entre otros jefes, Martín Güemes, que discutió violentamente con Hilarión de la Quintana sobre la forma de conducir las operaciones, lo que derivó en una toma de posiciones por parte de los comandos presentes.

Como resultado de esta verdadera “Junta de Guerra” se decidió avanzar hacia el Norte, previo un ataque por sorpresa a las unidades españolas que ocupaban Puesto del Marqués, fijando al amanecer del día siguiente para la iniciación de la acción. Para ello se organizó una fuerza compuesta por: el Batallón de Infantería (Cazadores) a las órdenes de Rudecindo Alvarado, la Caballería (granaderos y dragones) y unos milicianos de Güemes en número de 600 jinetes, todos bajo la supervisión del coronel Francisco Fernández de la Cruz.

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Existen diversas versiones de cómo se desarrolló el ataque al Puesto, una de ellas menciona que fue obra de todas las fuerzas, y otra que sólo participaron en el combate las milicias salteñas, que sin otra intervención decidieron favorablemente la acción. Por razones comprensibles recordaremos sólo dos de ellas; la de Dámaso Uriburu y la del general Paz.

Alistado el contingente, marchó aprovechando la oscuridad para velar el movimiento y obtener la sorpresa. Los “gauchos salteños” conocedores de la región, con Güemes a la cabeza guiaron a la columna, siguiéndolos los “granaderos y dragones”, que llevaban en sus grupas a los infantes del Batallón de Cazadores.

Dámaso Uriburu reconstruyó el episodio del siguiente modo: Güemes, que iba a la vanguardia de la agrupación se adelantó imprudentemente, y ya sea llevado por su temperamento vehemente o por la poca confianza que le merecían las tropas regulares que lo acompañaban, se lanzó por propia decisión al ataque sin esperar órdenes, convencido de que con sus gauchos resolvería el problema. Para el combate fraccionó sus huestes en dos mitades: una bajo el mando del comandante Luis Burela para caer por la retaguardia y la otra a su cargo para el asalto desde el Sur. La operación fue rápida y los gauchos saltando pircas y entre pedregales acometieron a los realistas, consumando una despiadada carnicería. Quedaron en el terreno 4 oficiales y 105 soldados y prisioneros, todo el armamento, equipaje y municiones, salvándose el comandante Antonio Vigil, un capitán y 12 soldados que pudieron escapar hacia Cangrejos. (1)

La versión del general Paz es parecida en cuanto a los resultados, pero de ninguna manera adjudica a Güemes la paternidad del triunfo. El ataque, según Paz, fue ejecutado por la infantería –los cazadores­ encuadrados entre los granaderos y los dragones, citando muy al pasar la presencia de Güemes. De acuerdo con este relato, que coincide con el del general español García Camba, quedaron en el campo de combate 157 realistas entre muertos y heridos, esparcidos a lo largo de unas tres leguas entre el Puesto del Marqués y Cangrejos. (2)

El descalabro sufrido por Vigil produjo una considerable alarma en el Cuartel General de Pezuela en Cotagaita, que lo obligó a efectuar un movimiento retrógrado para situarse en Challapata. A partir del 21 de abril, el Ejército Español marchó por el camino del Despoblado, atravesando la nevada cordillera del Fraile hasta alcanzar su objetivo. En el nuevo dispositivo vigilaba la transitada ruta a Potosí y cubría los accesos a las provincias de Cochabamba, Oruro y La Paz. Además, con el fin de reunir la mayor cantidad de fuerzas, retiró las guarniciones de Potosí, Chuquisaca y Oruro y dispuso que se le incorporara la División que había puesto término a la insurrección de Pumakahua.

Una de las consecuencias inmediatas del combate de Puesto del Marqués, fue el retiro de Güemes del Ejército. Las causas que dieron origen a esta actitud no aparecen explícitas, pero probablemente se hayan derivado de sus continuos disentimientos con Rondeau y de su preocupación por la situación política imperante en su provincia. El historiador salteño Atilio Cornejo expresó sobre este particular:

“Influyeron en el ánimo de Güemes para tomar esta actitud, las razones siguientes: 1) La misión secreta del coronel Vázquez ante Pezuela; 2) Las sospechas respecto de algunos jefes del Ejército; 3) El estado deplorable en que se encontraba el Ejército y su inacción; 4) La falta de energía de Rondeau para con los oficiales insubordinados; 5) La situación política de Salta después de la segregación de Tucumán”. (3)

El coronel Vázquez que menciona Cornejo, era un jefe adicto a Alvear, que llegó al Norte para asumir el mando de la unidad más fuerte del Ejército, el Regimiento Nº 1 de Infantería (Patricios) a cargo hasta entonces del teniente coronel Carlos Forest. Posiblemente traía una misión de Alvear para cumplir ante Pezuela que, al trascender, provocó su relevo y que se dijese de él “que había insultado el decoro y heroicidad del ejército…”.

Los acontecimientos políticos que se vivieron en Buenos Aires durante los últimos meses descolocando a Alvear y a sus amigos, permitieron a Rondeau efectuar una serie de cambios en los comandos de las unidades facilitando el desplazamiento de los elementos adictos a aquella

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fracción. El Regimiento Nº 2 de Infantería que, en forma honoraria mandaba Alvear, fue disuelto y su tropa agregada al Nº 9 del coronel Pagola, decidido partidario de Rondeau; el Batallón de Cazadores fue entregado al coronel Zelaya; el Nº 1 quedó en manos de Carlos Forest ascendido por Alvarez Thomas a coronel; el Nº 6, en las del comandante Zelada; el Nº 7, que mandaba Luzuriaga –partidario de Alvear­ quedó a las órdenes del comandante Vidal; y los granaderos y dragones bajo la dirección del comandante Juan Manuel Rojas y del coronel Martín Rodríguez, respectivamente.

En su marcha hacia el Norte, que en ningún momento se vio perturbada por el enemigo, el Ejército Auxiliar del Norte alcanzó La Quiaca, desde donde se adelantó a la caballería. En Moraya se vivaqueó dos días con el fin de que se recuperaran algunos enfermos. Para entonces –mes de mayo­ las temperaturas eran muy bajas, sobre todo durante las noches, lo que afectaba en especial a la tropa dificultando sus desplazamientos.

Tupiza fue el siguiente lugar abordado por el Ejército. Allí se recibió la información de que los españoles habían evacuado Potosí. Ello hizo que Rondeau dispusiera el adelanto de un destacamento comandado por el coronel Fernández de la Cruz, formado por un batallón de infantería y la caballería con la misión de apoderarse de Potosí y esperar la llegada del grueso de las fuerzas. Logrado el objetivo, las tropas de Fernández de la Cruz, demostrando absoluta falta de disciplina, cometieron toda clase de desmanes, sorprendiendo a la población que los había recibido con enorme alegría.

Batalla de Venta y Media

Al replegarse las unidades realistas, los patriotas altoperuanos se pusieron en movimiento para ocupar distintos puntos estratégicos desde donde pudieran continuar acosando al enemigo. Zárate, al frente de 4.000 indios ocupó Potosí. Arenales, secundado por Padilla y Camargo se apoderó de Chuquisaca e invadió la provincia de Cochabamba, cuya capital ocupó el 21 de mayo de 1815 al frente de una columna de 800 hombres de infantería y caballería.

En el bando español, el coronel Juan Ramírez, con una División de más de 2.000 hombres, se incorporó al grueso del Ejército, haciéndolo asimismo el Batallón Castro (chilotes) procedentes de Chile, desembarcado en Arica con 32 cargas de armas, municiones y pertrechos enviados desde Lima.

El 8 de agosto, en el Cuartel General de Pezuela se tuvo la noticia de que la “Expedición Morillo”, destinada inicialmente al Río de la Plata, al producirse la caída de Montevideo en poder de las tropas de Buenos Aires, modificó su rumbo, orientando una parte de los transportes de tropa hacia la costa de Venezuela y otros hacia el Perú, de donde se desprendió un contingente de unos 1.600 hombres que reforzó al Ejército de Pezuela desde Sipe­Sipe.

Para ese entonces el comando realista consideraba probable que Rondeau y Arenales, aprovechando su favorable situación estratégica, buscaran privarlo de recursos, aislándolo y desatando una ofensiva general, de la que participarían todos los grupos patriotas del Alto Perú. Para evitarlo, desplegó el grueso de sus fuerzas en Sora Sora, desde donde apreciaba poder cubrir Oruro y La Paz y su línea de retirada por el Desaguadero, en tanto una fuerte vanguardia se establecería en el pueblo de Venta y Media a sólo cuatro leguas al Sur.

Pero las cosas en el Ejército Patriota se hicieron con extremada lentitud. En lugar de aprovechar la iniciativa obtenida para desatar la ofensiva esperada por los españoles, que no hubieran podido neutralizar, Rondeau se quedó cuatro meses en los lugares conquistados, ordenando al coronel Arenales que abandonara con su División (dos batallones de más de 400 hombres cada uno) la ciudad de Cochabamba y se incorporara al Ejército de Challanta. Como única medida precautoria para evitar sorpresas se adelantó una avanzada, constituida por el Batallón de Cazadores (400 hombres) comandado por el teniente coronel Rudecindo Alvarado y el Regimiento de Dragones (con 200 plazas) a las órdenes del coronel Diego Balcarce, ambas unidades subordinadas al flamante brigadier Martín Rodríguez –recientemente ascendido­ quien

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no obstante desempeñar las funciones de presidente de la Audiencia de Charcas, continuaba prestando servicios en el Ejército.

Gregorio Aráoz de Lamadrid fue adelantado con su Compañía de Dragones a reconocer la posición de Venta y Media, informando que en la localidad se alojaba un Batallón de Infantería con un grupo de jinetes. Un reconocimiento posterior efectuado por Diego Balcarce llegó a la misma conclusión. Sin embargo, en Venta y Media el coronel Olañeta disponía de muchos más efectivos que los reconocidos, remontándose sus fuerzas a un total de 1.200 hombres, pertenecientes a los Batallones de Cazadores y Partidarios (450 y 575 infantes respectivamente) y al Escuadrón San Carlos (120 jinetes). Los patriotas sumaban 600 hombres, es decir la mitad.

En la tarde del 17 de octubre, Martín Rodríguez reunió a los jefes subordinados para cambiar ideas sobre la posibilidad de intentar un golpe de mano sobre la avanzada enemiga. En general encontró apoyo entre los presentes, con la excepción de Rudecindo Alvarado, que se mostró contrario a la idea si antes no se efectuaba un reconocimiento ofensivo que diera datos más concretos.

Resuelta la operación se recabó la autorización pertinente a Rondeau, quien contestó negativamente, lo que indujo a Rodríguez a trasladarse a Challanta para plantear personalmente el problema. Una vez en el Cuartel General, insistió sobre las ventajas que aportaría su proyecto, convocando Rondeau a una “Junta de Guerra” para considerarlo. Arenales se opuso, recomendando, por el contrario, replegarse hasta Potosí, a la espera de los refuerzos prometidos desde Buenos Aires (una columna de infantería y algunos cañones a las órdenes de los coroneles Domingo French y Juan Bautista Bustos). Esta argumentación contó con la adhesión de varios jefes, siendo replicadas por Martín Rodríguez, que bregó por imponer su criterio, a pesar de que Rondeau la considero: “audaz, temeraria e inútil…”.

Una vez que hubo regresado a su puesto adelantado, Rodríguez impartió diversas órdenes y a raíz de una de ellas, al anochecer del 18, la columna avanzó alcanzando la altura de las propias avanzadas. A la mañana siguiente y mientras las tropas descansaban, el Jefe de la agrupación acompañado por el coronel Diego Balcarce, su hermano el comandante Antonio Rodríguez, Rudecindo Alvarado, Lamadrid y algunos otros oficiales, se adelantó hasta una altura que dominaba el pueblo de Venta y Media, donde permaneció largo rato observando los movimientos de militares y pobladores y las características topográficas de la zona.

Sin abandonar su observatorio, Rodríguez dispuso que el sargento mayor José María Paz, que había quedado a retaguardia a cargo de las unidades, las condujera hasta la hondonada situada detrás de la altura elegida como puesto de observación. Producido el desplazamiento y ya en la posición, alrededor de las 9 de la noche se adoptó el siguiente dispositivo: a vanguardia, los “dragones” de Lamadrid; a su izquierda y algo más atrás, los “cazadores” de Alvarado; y a unos 500 o 600 metros a retaguardia, el resto de los “dragones” con Balcarce.

Con este escalonamiento las unidades se desplazaron en la oscuridad sobre un terreno muy accidentado, sufriendo los efectos de la baja temperatura y la puna que afectó a muchos combatientes y en forma más acentuada al propio brigadier Rodríguez.

Como a las tres de la madrugada, Lamadrid sorprendió a un puesto enemigo situado al Norte de la población, causándole muchas bajas y alarmando por este hecho a toda la guarnición realista, que reaccionó con más de 100 fusileros y desde unas alturas próximas al puesto asaltado abrieron un nutrido fuego. Afortunadamente, por la oscuridad, el triunfo inicial de Lamadrid no se convirtió en un desastre de proporciones para sus aguerridos “dragones”.

Cuando ya amanecía, una columna de más de 200 infantes salió del pueblo para atacar a los “dragones”, que luego del exitoso ataque permanecían detrás de unas lomadas, llevándose prácticamente por delante al “Batallón de Cazadores” que marchaba hacia el caserío. En un primer momento la suerte favoreció a los patriotas, pero a medida que transcurrieron los minutos y que llegaron refuerzos a las unidades españolas empeñadas, la situación sufrió un

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violento cambio, cundiendo el desorden entre los “cazadores” de Alvarado. Tomado entre dos fuegos el Batallón se desbandó, dejando en el terreno numerosos muertos y heridos.

Los dragones de Lamadrid, junto con otra Compañía similar a las órdenes de Paz, no se amilanaron con lo que les ocurría a los cazadores y, a pesar de su inferioridad numérica, treparon los cerros que circundaban por el Norte al poblado y acuchillaron a los infantes que defendían esas alturas. El coronel Balcarce con el resto de los dragones, ignorando lo que acabamos de indicar, emprendió también la subida de las lomas que antes transitaron Paz y Lamadrid, siendo rechazado con pérdidas junto con lo que quedaba de las compañías que comandaban aquéllos.

Ausente Martín Rodríguez de estos episodios por estar afectado de puna, como ya se indicó, Balcarce dispuso la retirada, que se efectuó en completo desorden y con un hostigamiento continuo por parte de los realistas, que se prolongó hasta unas tres leguas del campo de combate.

Este fue el epílogo de la brillante maniobra proyectada por Martín Rodríguez, que adoleció de fallas garrafales en su planteo y ejecución. En esta amarga jornada desarrollada el 20 de octubre de 1815, que tuvo alrededor de cuatro horas de duración, los patriotas sufrieron más de 300 bajas, es decir, la mitad de los efectivos que se empeñaron. El Batallón de Cazadores, una de las mejores unidades del Ejército, quedó orgánicamente deshecho, siendo necesario reorganizarlo íntegramente. Durante la retirada, el sargento mayor José María Paz, que junto a otros oficiales trató de encauzar el repliegue para que no se convirtiera en fuga, fue alcanzado por un proyectil que le produjo una fractura que le inutilizó su brazo derecho. Veamos su propio relato sobre ese grave accidente:

“Todo el esfuerzo para reunir nuestra tropa me pareció inútil, y me contraje a seguir la retirada entre los que venían más próximos al enemigo para salvar mi honor individual, dar ejemplo y remediar lo que pudiese. Venía solo, porque el porta­estandarte Ferro, que me acompañaba, había recibido un balazo, en la carga, que lo había hecho retirarse. Alcé a la grupa, para salvarlo, a un oficial de Cazadores, e iba haciendo recoger los fusiles que encontraba tirados, con los soldados de caballería que llegaban a aproximarse, y yo mismo quise llevar uno y dar otro al oficial que conducía a la grupa, para lo que había parado mi caballo y dado frente al enemigo, mientras un soldado, que se había desmontado, me lo alcanzaba. En ese momento sentí un fuerte golpe en el brazo derecho, que si bien conocí que era de bala, creí que sólo fuese una contusión, por el poco dolor que de pronto me causó.

“Sin embargo, el brazo perdió su fuerza y yo tuve que dejar el fusil y tomar la espada con la otra mano, pero sin ver sangre ni herida, porque el frío me había obligado a conservarme con un capote de grandes cuellos que me cubrían el pecho y los brazos hasta la cintura. Por otra parte, con mi detención se había aproximado tanto el enemigo, que no se podía pensar en otra cosa que en alejarse, lo que me era tanto más urgente por ser de los últimos que lo verificaban. Mi brazo se entorpecía cada vez más y el dolor que sobrevino me advirtió que era algo más que contusión lo que lo afectaba; un poco más tarde observé que la sangre salía en abundancia por la manga de la casaca y que el pantalón, la bota, la falda de la silla, el mandil y hasta la barriga del caballo iban cubiertos de ella; su pérdida empezaba a producir la debilidad, y ésta a causarme desavenencias de cabeza, lo que hizo ver que era preciso contener la hemorragia. Recuerdo que se aproximó un cabo Soria, de mi regimiento, a quien di mi pañuelo y le previne que me atase el brazo; el lo tomó y se dispuso a hacerlo; pero viendo que era indispensable detenernos algo, me dijo: ‘Mi mayor, tenga un poco de paciencia y trate de adelantar un poco más, antes de que reciba otro balazo que acabe de inutilizarlo’. Era justa la observación del cabo, pues el enemigo estaba muy inmediato, nos perseguía con tenacidad y sus fuegos no se debilitaban. Cerca de dos leguas duró la persecución, y yo tuve que seguir desangrándome copiosamente, hasta que el teniente don Felipe Heredia (hoy general, en Buenos Aires), me ligó el brazo con su corbata y me lo puso en cabrestillo lo mejor que pudo.

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“Cuando el enemigo dejó de perseguirnos, yo estaba tan debilitado con la falta de alimentos del día anterior y la mucha pérdida de sangre, que se me iba la cabeza y me faltaba la fuerza para sostenerme en el caballo; pero me dieron unos tragos de aguardiente con agua y me recuperé, no consintiendo que me tuviese un soldado por detrás ni me tirasen el caballo, para lo que ya me habían quitado las riendas de la mano. Sólo cuando se me pudo administrar un pésimo caldo, fue cuando me recuperé”. (4)

Es interesante observar que José María Paz, a pesar de estar gravemente herido, quiere organizar de algún modo la retirada, manteniéndose próximo al enemigo y buscando salvar a los dispersos que pudieron caer en manos del perseguidor y hasta recoger los fusiles abandonados en el campo de batalla. ¿A qué se debe esta última preocupación? En tiempo de la Guerra de la Independencia, y aún posteriormente, los fusiles o arcabuces eran escasos, por lo que con frecuencia, no se podían organizar algunas unidades de infantería por falta de esas armas. Otras veces se recurría al arbitrio de dotar a los infantes, para la lucha a pie, con lanzas, sables o machetes, lo cual resultaba inaceptable.

Batalla de Sipe­Sipe

Después de la derrota de Venta y Media, Martín Rodríguez perdió gran parte del prestigio que tenía en el Ejército. Se lo señalaba como el posible sucesor de Rondeau que, como era de esperar, en algún momento abandonaría sus actividades militares para asumir el cargo de Director del Estado al que había sido exaltado. Entendiéndolo así, Rodríguez pidió se lo reintegrara al gobierno de Chuquisaca, accediendo Rondeau que, de esta manera, conseguía recuperar un buen gobernante y de paso alejaba del Ejército a uno de los elementos más disociadores.

Al informarse Pezuela de la victoria obtenida por Olañeta en Venta y Media, adelantó hacia aquel lugar a una parte del Ejército, aprovechando el desconcierto que el desastre causó en las filas patriotas. Además, su optimismo creció, apreciando que a partir de aquel hecho las cosas en el bando enemigo se complicarían.

Una vez que la masa del Ejército Realista se situó en Venta y Media, decidió su comandante por la favorable situación, proseguir hasta Challanta, escalando las altas serranías que separaban esa provincia de Oruro. Pero una circunstancia fortuita alteró los planes de Pezuela, que deseaba alcanzar cuanto antes a Rondeau para obligarlo a empeñarse en una acción decisiva. Una copiosa nevada, excepcional en la época, convirtió en fangales a los precarios caminos y le dejó fuera de combate a la mayoría de los animales de carga que perecieron de frío y hambre.

El Ejército Patriota inició su repliegue el 3 de noviembre por el camino Challanta­Oruro­ Cochabamba, llegando a Arque tres días después. En este sitio permaneció varios días para luego dirigirse a Cochabamba. Al ocupar este último punto, Rondeau estimó juicioso no establecerse allí sino en sus proximidades, tomando una senda que se orientaba hacia el Oeste y alcanzaba la llanura de Sipe Sipe, a sólo cuatro leguas de la ciudad, donde ordenó acampar.

Salvado el inconveniente de la nevada y la falta de animales de carga, Pezuela marchó sobre Cochabamba en seguimiento de los patriotas y lo hizo por el camino Challanta­ Oruro­Tapacarí­ Sipe Sipe­Cochabamba, es decir, evitando pasar por Arque.

El llano o la pampa de Sipe Sipe constituía una verdadera hoya totalmente rodeada de altas cumbres, en cuyo centro se levantaban lomadas que podían servir para proteger a fracciones de tropa que las ocuparan defensivamente. A la pampa se entraba desde el Oeste, luego de descender la cuesta de Tapacarí por un estrecho y empinado desfiladero, o desde el Este por el camino de Cochabamba­Sipe Sipe­Tapacarí. La entrada de la dirección Oeste, que tendría que tomar el Ejército Realista, estaba dominada desde las sierras que limitan el llano de Sipe Sipe por el Oeste. Los altos cerros que circundaban la llanura por el Norte se consideraban inaccesibles por ser abruptos y escarpados.

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Según lo que ha trascendido por algunas memorias y documentos, el brigadier Pezuela quiso aprovechar la iniciativa que le proporcionó el éxito de Venta y Media para tomar la ofensiva, obligando a su antagonista a batirse en una batalla donde se jugara la suerte de la guerra. Para ello trató de hacerlo en Challanta, viéndose defraudado por el incidente de la nevada que dio tiempo a Rondeau para retirarse a Cochabamba. Pezuela, en síntesis, quiso enfrentar a Rondeau donde lo encontrara, convencido de su superioridad anímica y material.

El comandante del Ejército Patriota, por el contrario, buscaba mantenerse a la defensiva hasta la llegada de la Divsión French, para entonces montar su contraofensiva.

Constitución y efectivos de ambos Ejércitos

1. Ejército Auxiliar del Alto Perú

Comandante en Jefe: brigadier general José Rondeau

Mayor General: coronel mayor Francisco Fernández de la Cruz.

Infantería: Batallón de Cazadores (383 plazas), coronel Cornelio Zelaya y teniente coronel Rudecindo Alvarado; Regimiento Nº 1 de Infantería (673 plazas), coronel Carlos Forest; Regimiento Nº 6 de Infantería (282 plazas), teniente coronel Francisco Zelada; Regimiento Nº 7 de Infantería (664 plazas), teniente coronel Celestino Vidal; Regimiento Nº 9 de Infantería (337 plazas), reorganizado sobre la base de las tropas que quedaron del Nº 2 que fue disuelto y los restos del Nº 9 que por bajas y deserciones había quedado muy disminuido, coronel Manuel Vicente Pagola; Regimiento Nº 12 de Infantería (800 plazas), teniente coronel Diego de la Riva.

Caballería: Regimiento de Granaderos a Caballo (2 escuadrones con un total de 286 plazas), teniente coronel Juan Ramón Rojas.

Artillería: Agrupación de Artillería (un obús de 7 pulgadas, una batería de 2 cañones de a 2, una batería con 4 cañones de a 4), sargento mayor Pedro José Luna.

El total de los efectivos patriotas que se batieron en Sipe Sipe pueden apreciarse en unos 4.200 hombres de las tres armas. Esta cifra resulta bastante reducida si se tienen en cuenta los refuerzos que llegaron desde Buenos Aires en distintos momentos, la incorporación de las unidades del coronel Juan Antonio Alvarez de Arenales y de otros jefes altoperuanos, y el reclutamiento de personal ordenado por Rondeau que se hizo en toda la zona donde operaba el Ejército. Es que las deserciones y fugas superaron siempre a las incorporaciones, de donde los efectivos totales, en el mejor de los casos, se mantenían estacionarios. (5)

La moral y la disciplina del Ejército –sobre todo la de sus cuadros de oficiales y clases­ distaba mucho de ser la que logró mantener, a pesar de los innumerables contrastes y dificultades que signaron su gestión, el general Belgrano. Ciertamente, Rondeau no era el comandante más indicado para superar la honda crisis que minaba la estructura institucional de la fuerza estacionada en la pampa de Sipe Sipe, que muy pronto tendría que medirse con los experimentados realistas.

Las bajas sufridas en combate por determinadas unidades, especialmente en Puesto del Marqués y Venta y Media y las enfermedades que asolaron al personal durante su prolongada permanencia en acantonamientos en la Quebrada de Humahuaca, la Puna y zonas elevadas, diezmaron aún más los efectivos del Ejército Auxiliar y le restaron posibilidades en el campo táctico.

2. Ejército Realista

Comandante en Jefe: brigadier general Joaquín de la Pezuela.

Segundo comandante: brigadier general Juan Ramírez

Mayor General: coronel Miguel Tacón

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Comandante de Artillería: coronel Casimiro Valdés

Comandante de Ingenieros: Francisco Javier Mendizábal

Infantería: Batallón de Cazadores (500 plazas), coronel Pedro Antonio Olañeta; Batallón de Partidarios (400 plazas), coronel Joaquín Blanco; Batallón de Granaderos de Reserva (500 plazas), teniente coronel Pedro Herrera; Batallón Fernando VII (500 plazas), coronel Francisco Javier Aguilera; Batallón del Centro (500 plazas), coronel José Santos La Hera; Batallón de Voluntarios Chilotes (300 plazas), coronel Agustín Benavente. Esta unidad estaba integrada por voluntarios procedentes de Chile; Regimiento Nº 2 de Infantería (dos batallones), coronel Marrón Lombera; Regimiento Nº 1 de Cuzco (sin datos de efectivos), coronel Antonio María Rodríguez.

Artillería: 20 piezas de montaña de distinto calibre, dotadas de una considerable cantidad de munición.

Caballería: Escuadrón Escolta (Guardia de Honor), teniente coronel Francisco Olavarría; Regimiento de Cazadores (2 escuadrones), coronel Guillermo Marquieguy; Escuadrón de San Carlos (120 plazas), teniente coronel Melchor Sainz. (6)

La batalla

El Ejército Patriota ocupó posiciones en una larga lomada de varios kilómetros de extensión, situada en la parte central de la pampa de Sipe Sipe. El general Rondeau dispuso que los cerros que dominaban el desemboque del camino Tapacarí­Sipe Sipe fueran ocupados por una vanguardia, formada por el Batallón de Cazadores y 4 piezas de artillería a las órdenes del coronel Cornelio Zelaya. Rondeau estaba firmemente convencido de que el Ejército Realista no podría quebrar la resistencia que le opondría dicha vanguardia, sino a costa de grandes sacrificios, descartando por ello un rápido avance hacia el Este.

El 26 de noviembre apareció el Ejército de Pezuela por la quebrada que por el Oeste conduce al llano de Sipe Sipe. Las fuerzas de Zelaya, sacando partido de la buena posición que ocupaban, abrieron un nutrido fuego, deteniendo el avance enemigo y obligándolo a retirarse el 27 a la mañana a una legua del campo de batalla. En la tarde de ese mismo día, Pezuela resolvió insistir por la quebrada por la que se había avanzado anteriormente, empeñando un batallón por allí, en tanto otras fuerzas de infantería escalaban los escarpados cerros de Viluma, cuestión que no estaba dentro de las apreciaciones hechas por el Estado Mayor de Rondeau.

La maniobra tuvo éxito, y el grueso del Ejército Realista llevando la artillería a brazo, cruzó las alturas, y en la madrugada del 28 de noviembre la infantería española comenzó el descenso de los hasta entonces inaccesibles cerros de Viluma por su falda Sur, ante el asombro de los patriotas. Una vez en el llano, las primeras fracciones atacaron por el flanco y por la espalda de los “cazadores”, que en pocos minutos abandonaron la posición, retirándose precipitadamente hacia el Este con fuertes pérdidas. Nuevamente el Batallón de Cazadores sufrió las consecuencias de haber sido empleado desacertadamente.

Después de esta primera victoria parcial, el atacante continuó su avance, situándose a menos de media legua del Ejército Auxiliar, ya con la casi totalidad de sus fuerzas en plena pampa de Sipe Sipe.

En la madrugada del 29, luego de dos reconocimientos que personalmente efectuó Pezuela (uno durante la noche y el otro antes de la salida del sol) ordenó al Ejército desplazarse hacia el Este a efectos de colocarse en el flanco adversario. Con esta maniobra, el astuto comandante español demostraba –según la gráfica expresión de Mitre­ querer repetir lo que le diera tan buen resultado en Ayohuma, es decir, “no agarrar al toro por las astas…”.

Rondeau que esperaba ser atacado desde el Este y que vio a su vanguardia fracasar, se apresuró a disponer un cambio de frente de 90º con todo el Ejército, lo suficientemente amplio para no dejar su flanco a expensas de los realistas. Los “Cazadores” de Zelaya, maltrechos y

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desmoralizados, recibieron la misión de proteger el movimiento y, una vez cumplida esa tarea, ocupar defensivamente la barranca del arroyo que de Este a Oeste cruza la pampa de Sipe Sipe.

El dispositivo del Ejército de Rondeau, producido el movimiento de flanco, quedó así: a la derecha de la línea, el Regimiento Nº 1 de Infantería (Patricios) con su jefe el coronel Forest; en el centro, los Regimientos Nº 7 y Nº 9 de Infantería a las órdenes del teniente coronel Vidal y del coronel Pagola respectivamente; a la izquierda, el Regimiento Nº 12 de Infantería; de reserva, el Regimiento Nº 6 de Infantería; los dos escuadrones de Granaderos comandados por Rojas y Necochea al lado opuesto; la Artillería con el sargento mayor Luna se situó entre los batallones de primera línea.

Las unidades realistas, después de ser arengadas por el brigadier Pezuela, al son de toques de clarín atacaron en el siguiente dispositivo: a la izquierda, el Regimiento Nº 2 de Infantería y los Batallones Centro y Partidarios de la misma arma, con los dos escuadrones de Cazadores Montados formando un escalón aparte a retaguardia; en el centro, una parte de la Artillería, lo que hace suponer que el resto había quedado en las montañas de Viluma; y a la derecha, los Batallones de Cazadores y Chilotes con el Escuadrón de Dragones, en el mismo dispositivo de los jinetes de ala izquierda.

Pronto el ataque se generalizó en todo el frente, desalojando los primeros infantes que lo encabezaron a los cazadores que defendían el barranco. El ala derecha (Regimiento Nº 1 de Infantería) que fue asaltada por la mejor infantería española, cedió enseguida posiciones y se replegó en desorden; el ala izquierda, violentamente irrumpida por dos batallones realistas, también abandonó la línea de combate; el centro, que al principio se mantuvo, luego se vio arrastrado por la retirada de las unidades de las alas, iniciando el movimiento retrógrado los dos batallones del Regimiento Nº 12 de Infantería; la reserva (Regimiento Nº 6 de Infantería) que recibió orden de apoyar el ala derecha, cuando avanzó para hacerlo, las tropas se desbandaron sin disparar un solo tiro y sin que la acción del adversario tuviera alguna influencia. Las únicas unidades que mantuvieron su cohesión fueron los “granaderos” y “dragones”. Necochea en el ala derecha, dio una brillante carga que contuvo parcialmente la penetración enemiga y los “dragones” de Balcarce, en el otro extremo, acuchillaron y pararon momentáneamente a los infantes enemigos.

Cuando la retirada de la Infantería patriota era total y los españoles se aprestaban para perseguirla, nuevas cargas de los escuadrones de Necochea y de Rojas en el ala derecha y de los “dragones”, ahora a las órdenes de Lamadrid, en el ala izquierda, detuvieron la persecución y posibilitaron la retirada. El propio enemigo reconoció el valor y el denuedo con que la caballería patriota se batió en Sipe Sipe, al consignar Pezuela este párrafo en una carta que remitió al Virrey de Lima, donde decía: “Fueron los enemigos batidos, pero reuniéndose siempre y perdiendo terreno palmo a palmo, con tesón y una disciplina como pueden tener las mejores tropas. Su caballería trabajó admirablemente”.

El desbande que sobrevino a la retirada asumió una proyección inusitada. Varios días después de la batalla continuaban deambulando por las sendas y caminos que conducían a Potosí y Chuquisaca los restos del Ejército Auxiliar que se batió en Sipe Sipe. Hasta Chuquisaca – distante 80 leguas del campo de la acción­ llegaban los dispersos, muchos de los cuales se perdían definitivamente para el Ejército y para la causa de la libertad. Del general Rondeau no se tuvo ninguna noticia hasta doce días después de la derrota, cuando llegó a Chuquisaca acompañado sólo por sus dos ayudantes. Durante ese lapso no impartió ninguna orden a sus subordinados, ni se preocupó por la suerte que corrieron.

El general Paz, al comentar el desastre de Sipe Sipe, recuerda al general Belgrano expresando:

“¡Qué comparaciones hacíamos con esas retiradas del general Belgrano, en que, habiendo dejado tres cuartas partes de su ejército en el campo de batalla, salvaba la que le quedaba, conservando la disciplina y el honor de nuestras armas! ¡Qué comparación con aquellas espantosas fugas, en que, habiéndose salvado todo el ejército, se perdió su mayor parte por la inepcia y la más crasa incapacidad! (7)

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Las pérdidas

De acuerdo con lo que asegura Mitre, el Ejército Auxiliar del Alto Perú tuvo 1.000 bajas entre muertos, heridos y prisioneros, perdiendo además una bandera –la del Regimiento Nº 7 de Infantería­ nueve piezas de artillería y 1.500 fusiles. Pezuela consigna cifras mayores: 1.500 muertos, 500 prisioneros y 500 heridos. Y el general García Camba, que se distingue por la justeza de sus afirmaciones que siempre se basan en documentación seria, dice que los patriotas perdieron 2.000 hombres con el siguiente detalle: 500 muertos, 500 prisioneros y 1.000 heridos en su mayoría de bala.

El Ejército Español, por su parte, tuvo muchas menos pérdidas. De acuerdo con el informe elevado por Pezuela al Virrey de Lima, en la acción de Sipe Sipe murieron 40 hombres, llegando a 200 el número de heridos, en su mayoría por proyectiles.

Movimientos de los Ejércitos después de la batalla

El coronel Zelaya y el teniente coronel Alejandro Heredia fueron los únicos jefes que consiguieron reunir grupos de dispersos que condujeron a Chuquisaca. El primero, organizó una columna de alrededor de 400 hombres, y Heredia una de menores efectivos que llegó a destino el 18 de diciembre.

El Ejército Realista, después de una persecución que se prolongó por dos leguas, si situó nuevamente en el llano de Sipe Sipe, aprovechando sus buenas características para formar campamento, que abandonó días más tarde para dirigirse a Chuquisaca en busca de Rondeau.

Al finalizar el año, el Ejército Auxiliar, que contaba solamente con unos 1.500 hombres, tras abandonar Chuquisaca hacia donde tenía noticias marchaba Pezuela, se desplazó hacia el Sur en busca de una posición estratégica donde los refuerzos que se le enviaban desde Buenos Aires pudieran llegarle sin dificultad. Para evitarse inconvenientes no entró en Potosí, tomando el camino que corría al Este de la ciudad y pasaba por Punta­Calza­Torocalpa­Quirve y Tumusla, alcanzando Escara (a 5 leguas al Norte de Cotagaita), donde se le unió un contingente que traía de Potosí Apolinario Figueroa, gobernador de la provincia.

Rondeau pretendió hacerse fuerte en un principio en Tupiza y después en Moraya, pero el estado calamitoso de sus tropas hizo que, al solo anuncio de la aparición de la vanguardia realista, abandonara su intento y continuase la retirada hasta Humahuaca, donde se unieron al Ejército las milicias enviadas por el gobernador de Salta, Martín Miguel de Güemes, que, adelantadas a Moraya, fueron batidas por un destacamento enemigo que las dispersó.

Al llegar el Ejército a Humahuaca, se tuvo información que había llegado a Jujuy una columna de refuerzo enviada desde Buenos Aires, formada por dos regimientos de infantería y una batería de artillería de 6 cañones, muy bien instruidos y equipados, a las órdenes de los coroneles Domingo French y Juan Bautista Bustos que, después de una serie de contingencias de toda índole lograron arribar a destino. Además, el Gobierno adelantaba que llegarían nuevos refuerzos, consistentes –por ahora­ en el Batallón Nº 10 de Infantería, dos escuadrones de dragones y dos compañías de infantería (granaderos).

Nunca el Ejército Auxiliar del Alto Perú había tenido tantos medios a su disposición para obtener una resonante victoria contra las armas adversarias, que en vísperas de la batalla de Sipe Sipe. No obstante ello, por una pésima conducción por parte de todos los comandos patriotas, la pampa de Sipe Sipe fue mudo testigo de uno de los mayores desastres. El Ejército de Rondeau debió abandonar el campo de batalla perdiendo un cuantioso botín, por falta absoluta de reservas morales entre los integrantes de la fuerza. No fue el denuedo del vencedor, ni las atinadas disposiciones de los jefes realistas los que triunfaron en la batalla, sino la desidia, la falta de aptitudes para el mando de Rondeau y la indisciplina y falta de cohesión de comandos y tropa.

La victoria de Viluma –según denominan los españoles a Sipe Sipe­ fue festejada clamorosamente en la parte de América que aún no había conquistado la independencia, y en la

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Península se realizaron “Te Deums” en acción de gracias y se efectuaron fiestas como no se recordaban desde San Quintín. En realidad esta euforia era comprensible, puesto que la Corona y quienes manejaban la política en su nombre, necesitaban un triunfo de estas proporciones para acallar las críticas que se hacían al gobierno, por la forma como se conducía la guerra contra los rebeldes americanos, particularmente contra los de Buenos Aires.

Sipe Sipe constituyó un duro golpe para la integridad territorial de lo que fuera el Virreinato del Río de la Plata, pues, a partir de entonces, prácticamente se perdieron las provincias “bajas” del Sur del Alto Perú o de “arriba” para los porteños, e implícitamente la libre salida al Pacífico.

Referencias

(1) Dámaso Uriburu – Memorias­ Buenos Aires (1867).

(2) José María Paz – Memorias Póstumas. Tomo I. Edición del Círculo Militar Argentino (anotada por Juan Beverina) – Buenos Aires (1924).

(3) Atilio Cornejo – Historia de Güemes – Salta (1846).

(4) José María Paz – Obra citada.

(5) Academia Nacional de la Historia – Historia de la Nación Argentina – Buenos Aires (1941).

(6) El general García de Gamba asignó un total de 4.730 hombres al Ejército Realista, consignando en general los datos aquí expuesto sobre encuadramiento en unidades.

(7) José María Paz – Obra citada.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

Serrano, Mario Arturo – Arequito, ¿Por qué se sublevó el Ejército del Norte? – Círculo Militar – Buenos Aires (1996).

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17 de abril

Batalla de Paso de Aguirre

Brigadier general Pacual Echagüe (1797­1867)

El gobernador de Santa Fe, Juan Pablo López (apodado “Mascarilla” por su fealdad), en abril de 1842 se pronunció abiertamente contra Rosas y no considerándose con fuerzas suficientes para dar una batalla, se dispuso a seguir la guerra de guerrillas.

El 12 de abril en el combate de Coronda, las fuerzas leales al gobernador santafesino fueron vencidas a pesar de la acción del coronel Juan Apóstol Martínez que terminó siendo prisionero y fusilado por orden de Oribe. Juan Pablo López logró escapar hacia el norte, llegó hasta el Chaco santafesino y cruzó a Corrientes. Sabido es que el coronel Martínez triunfó en sucesivas batallas durante la guerra por la Independencia y que en ese combate se mantuvo en la retaguardia para que los batallones comandados por López pudieran retirarse hacia el norte.

Oribe siguió avanzando hacia Santa Fe, después de tres días de marcha pasó por Ascochingas (ex distrito santafecino). El 16 de abril de 1842 junto al general Pascual Echagüe llegaron hasta la capital provincial y ya estaban al noreste de la ciudad cuando se enfrentaron los ejércitos en Colastiné.

Finalmente López con su segundo, el coronel Santiago Oroño, fue derrotado en el combate del Paso de Aguirre (17 de abril de 1842) huyendo ambos con su gente dispersa hasta el Paso de Rubio en Corrientes. Andrada triunfante, degolló a cuantos encontró, dispersos u ocultos por lo montes. Echagüe entró en Santa Fe y desde ella el 23 de abril de 1842 decía a Oribe: “El traidor salvaje Mascarilla se ha embarcado con sólo cinco hombres: se le tomaron dos asistentes con dos valijas. Estas y $33 que en ellas se encontraron, le he ordenado al Coronel Andrada distribuya entre los aprensores, y espero sea de su aprobación. Cumplo con el deber de remitir a V. los únicos papeles que se le han encontrado, pues según verá valen muy poco”.

Par te de la batalla

Parte del general Echagüe al jefe del Ejército de Vanguardia de la Confederación Argentina, general Manuel Oribe. Le comunica el triunfo obtenido por el coronel Andrada juntamente con las divisiones Flores y Barcena en el Paso de Aguirre (17 de abril de 1842)

¡Viva la Federación! San Pedro, Abril 20 de 1842 Año 33 de la Libertad, 27 de la Independencia y 13 de la Confederación Argentina

Al Excelentísimo Señor Presidente del Estado Oriental General en Jefe del Ejército de Vanguardia de la Confederación Argentina, Brigadier Manuel Oribe.

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Excelentísimo Señor.

Desde que por disposición de S. E. me avancé en persecución del salvaje unitario traidor Mascarilla, apuré mis marchas cuanto me fue posible hasta ponerme sobre él, así fue que al día siguiente por la mañana estuve en las inmediaciones del Tala donde según todos los pasados que se me presentaban debía él ofrecerme la batalla. Sospechando sin embargo, que no fuese sino un arbitrio para entretener a sus soldados que propagaba semejante plan, oculté la fuerza y le hice ver solamente ochocientos hombres con el objeto de comprometerlo a que cumpliese su palabra; más no sucedió así porque a la sola vista de esta columna se puso en una retirada tan precipitada que se confundía con una fuga vergonzosa. En el momento me puse en marcha con todas las Divisiones esforzándome en cuanto me fue posible para alcanzarlo, pero todo mi empeño fue inútil a pesar de haber andado como tres leguas al trote en las que se inutilizaron muchos de nuestros caballos rendidos de tan larga distancia. Determiné no obstante, continuar la persecución del modo que era posible, y como a las doce del día recibí parte del coronel Andrada que el traidor vadeaba el Salado por el paso de Miura y por insinuación de este mismo jefe continué mi marcha por la banda occidental de dicho río hasta el paso de Aguirre con la mira de salirle adelante como lo conseguí.

Alucinado el traidor con la idea de que ninguna fuerza extraña le saldría por el Norte, dirigió toda su vigilancia hacia los pasos de Catalán y Miura mas desafortunadamente una partida de indios aprendió a un soldado nuestro extraviado y éste le informó de la dirección de nuestra marcha pero con la precaución de asegurarle que sólo el Coronel Andrada era el que con solo su División de seiscientos hombres venía por este punto. Marchó entonces con su titulado ejército fuerte de mil setecientos a batirlo, y se encontró además con las Divisiones Flores y Barcena que noticiosas del movimiento del salvaje marcharon precipitadamente al campo donde ayer ha sido su sepulcro (Paso de Aguirre) de que se informará V. S. por el parte original que tengo la satisfacción de dirigirle adjunto. Si en él no se menciona la benemérita División Barcena que tuvo una parte muy gloriosa en el suceso es porque el jefe que lo firma ignoraba que el día anterior la había mandado adelantar con su valiente coronel, a ponerse a las órdenes del bravo coronel Flores, quien en el momento del combate entró con la mayor decisión acuchillando la izquierda del enemigo.

En el momento de emprender el ataque iba yo en marcha a una legua de distancia en el Batallón Rincón y las Divisiones Hidalgo y Santa Coloma, pero le aseguro a V. E. que no se cuáles tendrían más mérito, si las que triunfaron denodadamente sobre los salvajes unitarios, o estos virtuosos cuerpos que por subordinación y disciplina se sometieron al orden que les intimé, sofocando en sus pechos el ardoroso deseo de tomar parte del combate.

Según los informes que acabo de recibir pasan de doscientos los muertos. El Escuadrón Peredo de la División Barcena tuvo la fortuna de entrar por donde logró acuchillar más enemigos. El Batallón Rincón está animado del espíritu de su jefe, en menos de once horas marchó nueve leguas bajo un sol abrasador, y con muy escasa agua, mostrándose siempre contento y entusiasta para combatir.

Las indiadas han cumplido fielmente su palabra: en los momentos de presentarse la batalla abandonaron al traidor salvaje Mascarilla, mandándoseme ofrecer todos para presentárseme cuando los necesite.

Al felicitar a V. E. y al ejército por la gloriosa terminación de esta campaña, no puedo excusarme de recomendarle a todos los Señores Jefes, Oficiales y tropa que componen estas virtuosas Divisiones que se ha dignado V. E. poner a mis órdenes.

Dios guarde a V. E. muchos años.

Pascual Echagüe

Fuente Archivo General de la Nación, VII. 22­2­1 – Colección Celesia, Rosas (1842­1845). Zinny, Antonio – Historia de los gobernadores de las provincias argentinas – Buenos Aires (1879).

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17 de abril

Unión Americana

Mausoleo que guarda la urna con los restos del coronel Felipe Varela, en el cementerio Municipal de Catamarca.

Felipe Varela, jefe de la montonera se presentaba a los combates como “representante de Sud América” y de la “Unión Americana”. Su lucha por la “América Unida”, por la “unidad del Sud del Nuevo Mundo”, no era una cuestión accidental.

La “Unión Americana” tenía un antecedente histórico remoto, en las tentativas de Bolívar y su Congreso de Panamá, y otro inmediato, la situación que en 1862, los hombres que promueven la “Unión Americana” anuncian irónicamente: “Civilizar al nuevo mundo. Magnífica empresa, misión cristiana, caridad imperial; para civilizar es necesario colonizar, y para colonizar, conquistar. La presa es grande. Dividamos la herencia. Hay para España las Antillas; para Inglaterra la zona del Amazonas, el Perú donde hay bastante algodón y alcohol, y Buenos Aires por sus lanas y cueros; para la Austria que agoniza, una promesa; para la Francia, México y el Uruguay. Después veremos lo que deba hacerse con nuestra vanguardia del Brasil y el Paraguay”. (1) La “Unión Americana” es al principio sólo un sentimiento. Pero se institucionaliza, organizándose. Surge a raíz de los ataques de Francia a México, y específicamente, por la protesta del gobierno de Perú contra España, ante la invasión a Haití.

En Chile también se instala la “Unión Americana”, al principio en Valparaíso, el 17 de abril de 1862 y se propone los siguientes objetivos: “Compondrán la sociedad todos los interesados en el porvenir de las repúblicas americanas y en todos los principios en que se basó su independencia. Su objetivo principal será: 1º) Trabajar por la unificación del sentimiento americano y por la conservación y subsistencia de las ideas republicanas en América, por todos los medios a su alcance. 2º) promover y activar las relaciones de amistad entre todos los hombres pensadores y libres de la América republicana a fin de popularizar el pensamiento de la “Unión Americana” y acelerar su realización por medio de un congreso de plenipotenciarios”. En Chile, en Santiago, Copiapó, La Serena, Quillota, y en el Perú, Bolivia, Uruguay y Buenos Aires, la “Unión Americana” instaló sedes inicialmente. Sería en la filial de Copiapó, que Felipe Varela se imbuiría de la doctrina de la Unión Americana, al ingresar a la agrupación revolucionaria continental. “El Mensajero Franco­Americano”, había hecho referencia al tratado de alianza suscripto entre El Salvador, Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador, Perú y Venezuela. Tratado estipulado por quince años, y que debía ser ratificado por plenipotenciarios en Lima, a los dos años. El Foreign Office temió la consolidación de la alianza. Cuando el Congreso se realizó, en la fecha prevista, en 1864, Sarmiento asistió invocando una confusa representación argentina. Reaccionaba, por su inveterado odio a todo lo español, contra el ataque de España al Perú. Pero no tardó en “comprender”, gracias a las cartas que le enviaran Elizalde y Mitre, que Inglaterra estaba detrás de España, y que por consiguiente, la Argentina no debía apoyar de ningún modo,

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ni al Perú ni al Congreso de Plenipotenciarios. Con lo que su aversión hacia España se extendía a la América Hispánica. Sarmiento, desmentido, abandonó el Congreso. “Usted parece haber olvidado –le escribió Mitre al sanjuanino­ la historia del pretendido Congreso. Bolívar lo inventó para dominar a la América y el móvil egoísta que lo aconsejó mató la idea por cuarenta años”.

El ministro Elizalde le escribiría a Balcarce, el 23 de mayo de 1864, encargándole averiguar, “de una manera cierta qué haría Inglaterra”, “¿Nos dejará solos?”. Pero no quedarían solos…… S. M. Británica imponía, en total combinación con el gabinete de San Cristóbal, su férreo puño diplomático a la complaciente servidumbre mitrista. Nada mejor, como prueba de este aserto, que leer la carta de Elizalde a Saraiva, del 11 de octubre de 1864: “… Nosotros, y con nosotros todo el país estamos íntimamente persuadidos que nuestra Alianza es la condición, no sólo de la solución de las dificultades presentes, sino del progreso y bienestar de los pueblos del Río de la Plata y del Brasil. Cultivo y cultivaré siempre con los Agentes del Gobierno Imperial las más íntimas y cordiales relaciones y les he transmitido cuanto creo útil y conveniente”. Meses después le reiterará: “Hoy es preciso ser más que aliados, es preciso ser hermanos; es preciso que argentinos, brasileños y orientales seamos una misma cosa. Nosotros vemos ya al Brasil como vemos a nuestro país y de esa gran idea nacen todos nuestros medios de proceder. Como hermanos pedimos al Gobierno Imperial lo que necesitamos y estamos dispuestos a dar cuanto tenemos…”. Por eso, la “Unión Americana” encontraba que: “su tarea (…) queda reducida a tratar una sola cuestión, pero la más elevada, la más ardua, y compleja cuestión de oportunidad para la América en todo tiempo y hoy más que nunca: la de la “Unión de las naciones del continente”. La conclusión, altamente dolorosa a la que he de llegar, es que hemos ya pisado la era funesta de la reacción, en orden a Unión Americana, y que el Gobierno de Chile es el que se presenta con un valor bien poco envidiable por cierto, como el adalid de esa reacción. Si nuestro Gobierno tiene bastante entereza para combatir de frente la más cara aspiración de los americanos, es preciso que éstos, y principalmente los chilenos, la tengan también para poder dirigir a esa incalificable reacción. El indiferentismo, en estas circunstancias, sería un crimen, todavía mayor que la intentona proditoria, que vemos en plena campaña contra las tendencias. Clara y elocuente manifestadas, de nuestros pueblos (…) ¿Quién no ha oído preconizar esta grandiosa idea en todos los tonos, hasta el último diapasón del ditirambo? ¿Qué hombre público, de los que hoy figuran en América, si se exceptúa a ciertos corifeos de la República Argentina, no le ha vendido culto de un modo ferviente? ¿Cuántos no han enarbolado esa bandera para congraciarse con los pueblos y acaso para hacerse perdonar pasadas faltas? (2)

La “Unión Americana”, toma conciencia de que debe superar la balcanización efectuada por el Imperio Británico desde la época de Canning, porque: “Las secciones aisladas de la América, serán siempre entidades políticas insignificantes, incapaces de inspirar respeto a los que desprecian y conculcan las leyes de la moralidad, que unidos no formarán, es cierto, un poder muy fuerte, pero se bastarán a si mismos para la defensa de su autonomía e independencia”. (3)

Imbuido de estos principios, como caudillo de la Unión Americana, Varela sostendría, con elevada visión americana: “Los pueblos generosos de la América, como se ha dicho, acogieron llenos de entusiasmo la iniciación de esa grande idea, porque ella es el escudo de la garantía de su orden social, de sus derechos adquiridos con su sangre”. Pero así como el Congreso de Panamá convocado por Bolívar en defensa americana frente a los intentos de la Santa Alianza, fracasaría por la acción entorpecedora británica, ejercida a través de Mr. Dawking, la “Unión Americana”, tampoco tendría éxito, merced a la acción destructiva de la diplomacia de Su Majestad.

Referencias (1) Francisco Bilbao, “La América en peligro”, 1862.

(2) Marcial Martínez, La Unión Americana, Santiago (1869).

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(3) Idem anterior.

Fuente Peña, R. O. y Duhalde. E. – Felipe Varela – Schapire editor – Buenos Aires (1975).