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nº 177 julio 2006 4 >>> Sería bueno tener una lista de indicadores, señales, mensajes, discursos, actitudes o medidas que debemos observar atentamente para saber si Alan García ha tomado o no el camino más adecuado para el país, en función del cumplimento de la agenda que levantó en las elecciones y que lo llevó de nuevo al poder (contra la exclusión, respeto del juego democrático, renovación de la política, construcción de institucionalidad, etcétera). O, ¿qué debemos esperar que diga o no diga, que haga o no haga en el primer tramo de su gestión para creer o no creer que cambió, y que esta vez sí se viene un buen gobierno desde la perspectiva de lo que necesita el país como nación? Las respuestas de nuestros invitados plantean un primer menú para el ejercicio. Gustavo Gorriti Periodista ‘Despresidencializar’ la política cotidiana Señales para saber hacia GARCÍA DÓNDE VA En el caso de Alan García, antes de escuchar qué dice es más importante ver cómo lo dice, y saber cuándo lo dice. ¿Signos de inquietud? En cuanto a estilo personal: a) ges- tos que traicionen fantasías mesiánicas; b) un exceso de excitación nerviosa o propensión a la hiperactividad en los primeros tramos de gobierno; c) acciones que muestren que delega poco y que concentra casi todas las decisiones; d) ‘balconazos’ con anuncios efectistas, de esos que provocan aplausos hoy y a los que el mismo que los pronunció les saca la vuelta calladamente mañana. En cuanto a la administración de gobierno: ¿a quiénes nombra, y en qué funciones? Si empieza dándole pro- minencia ejecutiva, por ejemplo, a la gente de Kouri, y si luego hay acercamientos con la bancada fujmorista mientras se empieza a hablar de que no hay que manejar mirando el espejo retrovisor y que él, en particular, no tiene “memoria para los agravios”, y se sigue con aquello de que hay que voltear la página, entonces eso supondría que no hay que buscar los signos de peligro, porque el peligro ya está parado a nuestro lado. Un problema histórico del APRA en general, y de García en particular, es su labilidad política. Pactar y trabajar con quienes los persiguieron, por ejemplo. Pelear por fuera, negociar por dentro. Claro que hay quienes dirán que eso se llama adaptabilidad, que es una característica de los organismos que sobreviven, y que gracias a eso el APRA es longevo. Yo no lo creo. El problema es que tal actitud crea imprevisibilidad política y de gobierno y, cuando se acentúa, esa imprevisibilidad deviene esquizofrenia. Otros puntos de suspenso, ya que no de inquietud, serán el ver la perspectiva y la acción del APRA y de García en los temas fundamentales: derechos humanos, lucha contra la corrupción pasada, enjuiciamiento de la mafia montesinis- ta y fujimorista, autoridad civil sobre la Fuerza Armada, control de organismos reguladores y de otros poderes del Estado (en especial el Judicial). En lo que atañe a nombramientos, habrá que observar con cuidado quién va a dónde. Hay algunas personas que tienen muy mala reputación en materia de honestidad con el dinero del público, aunque algunos de ellos sean también eficientes.

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Sería bueno tener una lista de indicadores, señales, mensajes, discursos, actitudes o medidas que debemos observar atentamente para saber si Alan García ha tomado o no el camino más adecuado para el país, en función del cumplimento de la agenda que levantó en las elecciones y que lo llevó de nuevo al poder (contra la exclusión, respeto del juego democrático, renovación de la política, construcción de institucionalidad, etcétera).

O, ¿qué debemos esperar que diga o no diga, que haga o no haga en el primer tramo de su gestión para creer o no creer que cambió, y que esta vez sí se viene un buen gobierno desde la perspectiva de lo que necesita el país como nación? Las respuestas de nuestros invitados plantean un primer menú para el ejercicio.

Gustavo GorritiPeriodista

‘Despresidencializar’ la política cotidiana

Señales para saber hacia

GARCÍA DÓNDE VA

En el caso de Alan García, antes de escuchar qué dice es más importante ver cómo lo dice, y saber cuándo lo dice.

¿Signos de inquietud? En cuanto a estilo personal: a) ges-tos que traicionen fantasías mesiánicas; b) un exceso de excitación nerviosa o propensión a la hiperactividad en los primeros tramos de gobierno; c) acciones que muestren que delega poco y que concentra casi todas las decisiones; d) ‘balconazos’ con anuncios efectistas, de esos que provocan aplausos hoy y a los que el mismo que los pronunció les saca la vuelta calladamente mañana.

En cuanto a la administración de gobierno: ¿a quiénes nombra, y en qué funciones? Si empieza dándole pro-minencia ejecutiva, por ejemplo, a la gente de Kouri, y si luego hay acercamientos con la bancada fujmorista mientras se empieza a hablar de que no hay que manejar mirando el espejo retrovisor y que él, en particular, no tiene “memoria para los agravios”, y se sigue con aquello de que hay que voltear la página, entonces eso supondría que no hay que buscar los signos de peligro, porque el peligro ya está parado a nuestro lado.

Un problema histórico del APRA en general, y de García en particular, es su labilidad política. Pactar y trabajar con quienes los persiguieron, por ejemplo. Pelear por fuera, negociar por dentro. Claro que hay quienes dirán que eso se llama adaptabilidad, que es una característica de los organismos que sobreviven, y que gracias a eso el APRA es longevo. Yo no lo creo. El problema es que tal actitud crea imprevisibilidad política y de gobierno y, cuando se acentúa, esa imprevisibilidad deviene esquizofrenia.

Otros puntos de suspenso, ya que no de inquietud, serán el ver la perspectiva y la acción del APRA y de García en los temas fundamentales: derechos humanos, lucha contra la corrupción pasada, enjuiciamiento de la mafia montesinis-ta y fujimorista, autoridad civil sobre la Fuerza Armada, control de organismos reguladores y de otros poderes del Estado (en especial el Judicial).

En lo que atañe a nombramientos, habrá que observar con cuidado quién va a dónde. Hay algunas personas que tienen muy mala reputación en materia de honestidad con el dinero del público, aunque algunos de ellos sean también eficientes.

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Política 5

Remontar la crisis moral e institucional

Carlos Fernández SessaregoJurista

Son varias las tareas prioritarias que debe asumir el nuevo Gobierno, en concordancia con su oferta electoral. Nos ocuparemos tan solo de algunas de ellas.

1. Son dos, a nuestro entender, las prioridades del nuevo Gobierno, sin que ello signifique descuidar otras impor-tantes y urgentes tareas. La primera consiste en empezar, de inmediato, con convicción y decisión, a remontar la profunda crisis moral e institucional en que sumió al país el Gobierno de Fujimori y recuperar, así, el tiempo perdido para emprender esta labor durante el régimen de Toledo. Es urgente restablecer la confianza y la credibilidad de las gentes en su clase política, en sus dirigentes y en sus instituciones. Para ello hay que demostrar, con hechos, que existe decisión y firmeza para llevar adelante una política de moralización, de lucha contra la corrupción y de respeto de los derechos humanos. El ejemplo proviene siempre de la cúpula gobernante.

Las bases o supuestos a partir de los cuales se han de llevar adelante todas las demás reformas o cambios estructurales que el país reclama se hallan en el resta-blecimiento de la moral pública y en el de la mejora de la educación. Una acción evidente y rápida en estos campos se reflejará en la disminución de la pobreza, en la atención de la salud, en la pérdida de fuerza de los movimientos

En general, creo que el mayor peligro que existe con el inminente régimen aprista es un estilo inconsistente y demagógico de gobernar, mañoso en lo táctico y contra-producente en lo estratégico.

Terminado el contexto pesimista.

¿Cuáles son los mejores escenarios para un gobierno aprista exitoso?

En primer lugar, no deshacer lo que ha sido muy bien logrado por el Gobierno actual: estabilidad y crecimiento macroeconómico. Mantener una política previsible, clara y consistente en lo económico.

En segundo lugar, sin abandonar el cuidado y orden fis-cales, tener una política basada en estrategias intensas

y creativas de lucha contra la pobreza. Seguir creciendo, pero con mucha mayor redistribución.

En lo que concierne al estilo de García: ‘despresidencializar’ la política cotidiana. Reservarse para las grandes decisiones y estrategias. Asumir el papel de abanderado regional de una socialdemocracia moderna que propugna con la misma ener-gía la defensa de la democracia, el crecimiento económico y la mejor redistribución de logros y oportunidades.

Creo que si García administra su figura con cuidado y tiene un estilo más reservado, austero en la expresión y la exposición pública, acrecentará su autoridad y, por ende, la gobernabilidad de su régimen. Tiene toda la posibilidad de hacerlo. Pero la tentación en contrario también existe. Pronto sabremos a qué atenernos.

antisistema, en la recuperación o reforzamiento de la fe en la democracia.

El indicador de que el Gobierno del APRA cumplirá con su promesa de luchar contra esos flagelos estará dado por las medidas que se adopten en el primer tramo de su gestión para reforzar la estructura de los organismos destinados a evitar que la corrupción y la desmoralizante impunidad sigan campeando.

2. La segunda prioridad es la educacional. Se requiere de una política sustentada en las necesidades y apetencias reales de las gentes de las diversas regiones del país, que sea capaz de dotarlas de una educación para la vida sin

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Remontar la crisis moral e institucional

Carlos Fernández SessaregoJurista

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nº 177 julio 20066

Basta recordar su brillante discurso frente a la “Casa del Pueblo” la noche de su victoria del 9 de junio recién pasado para imaginar lo que habremos de escuchar el día de su juramentación. ¿Puede alguien dudar de que Alan García Pérez es uno de los grandes oradores de nuestra historia republicana? Más aun: si el reto que se ha impuesto para su segunda presidencia es ir al “encuentro —de sí mismo y de su partido— con la historia”, ¿qué menos podrá esperarse que un discurso de veras “histórico”?

El problema con él no pertenece al reino de las palabras; tiene que ver, más bien, con esa capacidad suya para seducir y encantar sin poder, más tarde, hacerse cargo de las ilusiones creadas.

Me viene a la memoria un comentario de Carlos Franco —quien había estado cerca de García Pérez durante su primera Presidencia— formulado en 1992:

“[García Pérez] actuaba como si estuviera en el Estado en representación de fuerzas que no estaban incluidas en ese Estado. Sus planes de desarrollo estaban concebidos como impulsos para movilizar a la población antes que como propuestas sistemáticas. No advierte las dificultades que la burocracia revestía, tiene hacia esta una actitud des-pectiva. Carece de un plan sistemático de reforma de la administración pública. Y cuando se le señala este vacío, responde que no hay compromiso posible”.

Con el correr de los años me he preguntado si, más que una supuesta inmadurez personal, no habría tras aquella actitud como gobernante una especie de reflejo histórico aprista explicable por su trayectoria de jacobinismo, sufrida militancia y sucesivos —y a veces vergonzan-tes— acomodamientos: un viejo partido radical que se convierte en guardián del orden establecido para poder mantener su vigencia, con la secreta esperanza de —una vez en el poder— lanzar su propia “revolución aprista”. ¿Cómo habrá operado aquel “reflejo histórico aprista” en medio de la vorágine gubernativa que lo confrontaba, ora con la impavidez de una encallecida democracia, ora con el reclamo de los comuneros del altiplano; que

descuidar la formación humanista. El cambio debe rea-lizarse en todos los frentes: el humano, el curricular, el institucional, el económico, el de las estructuras y el del equipamiento. El proceso debe comenzar por la educación inicial, pero sin dejar de lado los otros niveles, incluyendo el universitario, en el que existen instituciones en las cua-les predomina el afán de lucro sobre su específica misión educativa. Una tarea imprescindible es la formación de los maestros y su consiguiente capacitación.

3. Un tercer indicador importante para apreciar el cumplimiento de las promesas del nuevo Gobierno se encuentra en lo que realice para atender las demandas de la población más necesitada, sobre todo las del sur y centro del país.

La inversión pública debe acrecentarse con el fin de ofrecer mayores oportunidades de empleo, para lo cual se debe aumentar la presión tributaria, sin perjuicio del necesario equilibrio fiscal y sin desalentar las inversiones. Ello es indispensable para restablecer la preterida justicia y evitar el caos y el proceso de disgregación social que nos amena-za. La solidaridad es el valor que debe prevalecer.

4. La salud es otro campo en el que se podrá apreciar el cumplimiento de las promesas electorales. Ante la tradi-cional y fría indiferencia de los dirigentes del sector, la

población carente de recursos económicos no solo está desatendida sino que es, además, duramente maltratada. El alto costo y la carencia de medicinas es un problema por resolver.

5. Hay que modificar, como lo venimos sosteniendo des-de hace años, la estructura del Estado, para diferenciar claramente las funciones propias del Jefe del Estado, que encarna a la Nación, de aquella que cumplen los jefes de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial.

Es urgente la formación, más que la capacitación, de los actuales jueces. La Academia de la Magistratura debe renovarse, cambiar de mentalidad y de política. No debe estar dirigida por los propios jueces, sin menoscabo de su intervención en ella.

De la calidad de las personas designadas para dirigir las instituciones del Estado depende su correcta adminis-tración. Es inapropiado referirse a la “fragilidad” de las “instituciones”. Estas, que son entes abstractos, no son frágiles ni fuertes. Los ética y profesionalmente frágiles son los hombres que las dirigen. En su nombramiento está notoriamente comprometida la responsabilidad del Gobierno. Las instituciones no prestigian a los hombres, sino estos a las instituciones, y la actuación de ellas refleja la calidad humana, ética y profesional de sus dirigentes.

Alan ¿sí?... alanismo ¡no! José Luis RéniqueHistoriador

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Política 7

lo exponía en la mañana a los compañeros de larga trayectoria que le recordaban a su padre y luego a los perversos “doce apóstoles”? Lo que sí conocemos son los resultados: cómo fue que aquel joven y prometedor Presidente fue perdiendo el equilibrio hasta caer en un verdadero desmadre.

El mundo es mucho más agitado dos décadas después. Hay muchos más pobres en el Perú (a cuya manufactura la primera gestión presidencial alanista hizo lamentable contribución), y las correntadas geopolíticas y econó-micas de la globalización son más portentosas aun. ¿Podrá esta vez este notable prestidigitador mantener las bolitas en el aire por el tiempo necesario? ¿Será capaz de convertir su “encuentro con la historia” no en el desparrame mesiánico de 1985-1990 sino en una serie de circunspectos actos administrativos? En pocas palabras, ¿podrá Alan hacer una presidencia “normal”

y será esta suficiente para “cumplir con la historia” en un país que reclama un cambio ya y ahora?

Si se trata entonces —como dice la pregunta de ideele— “de buscar los indicadores, señales, mensajes, discursos, actitu-des o medidas que debemos mirar atentamente para saber si Alan García ha tomado o no el camino más adecuado para el país”, para mí lo central es saber si el régimen que se inicia está inmunizado contra los posibles desbordes de su propio líder; si en la selección de su equipo y en su diseño estratégico existen los contrapesos y las garantías de que ese secular y poco estudiado reflejo aprista está bajo control.

La paradoja, en última instancia, no puede ser más enre-vesada: un país desmoralizado requiere de su verbo para reflotar, para alejar a los monstruos de turno; ese mismo país que reclama su dosis de “alanismo”, sin embargo, pasará a odiarlo si su mística y su energía no se traducen esta vez en orden y bienestar.

ideele me obliga otra vez a analizar si Alan cambió. Confieso que me ciega mi deseo más sincero de que así sea, y creo que lo mismo deben de haber pensado los millones de peruanos que votaron por él. No creo que haya nada que cobrarle, como piensan algunos; se trata, más bien, de desearle lo mejor, por nuestro propio interés.

Todos queremos que el país progrese. Pero me traiciona mi formación de economista, que me dice que las pro-mesas deben ser corroboradas por acciones. Y lo más probable es que así lo juzgarán los mercados y los fríos inversionistas, entre los cuales hoy me encuentro. Pienso

que el verdadero Alan —y esto se aplica a la gran mayoría de individuos— va a sacar a relucir su “yo” más interior cuando esté bajo presión, y será entonces cuando debamos analizar si realmente cambió.

En el ámbito económico-social se le van a presentar tres puntos de presión. Primero es el fino balance entre crecimiento y distribución. El mandato de Alan es hacer más justo el crecimiento económico. Y no falta razón, pues las grandes mayorías no se han beneficiado del crecimiento económico. Su mayor reto en este campo consiste entonces en llegar a los sectores marginados. Pero al girar el péndulo al lado distributivo, bien podría generar desincentivos al crecimiento económico, que es la única forma que conocemos los economistas para genera riqueza y capacidad de distribución.

Así, por ejemplo, aumentos de salarios o una legislación que genere rigideces en el mercado laboral, que podrían ser vistas como medidas redistributivas, podrían también erosionar la competitividad y, por tanto, reducir el creci-miento económico. Alan ha tratado de convencernos de que se trata de atraer “economistas independientes”. Yo no lo creo. Más bien, hay que aplicar las políticas que sabe-mos que funcionan. Esto es más un arte que una ciencia, y es en el logro de este balance fino entre crecimiento y redistribución donde podrá hacer la diferencia.

El segundo punto de presión es el balance entre lo interno y lo externo. Trataré de no ser tan simplista, pero a veces la reducción al absurdo funciona: la economía crece cuando el resto del mundo también crece y cuando los precios de las materias primas aumentan. Olvidarse de este fino

Alfredo ThorneEconomista*Desnudando a Alan

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Comenzaré por señalar que el segundo gobierno de Alan García se inicia en una coyuntura económica extraordinariamente favorable, pero adversa desde el punto de vista social, y en un ambiente político cargado de expectativas y ansiedad. Por ello, sus principales desafíos son dos: cómo hacer para que el crecimiento económico ‘chorree’ o por lo menos ‘gotee’ a los bolsillos de todos, y cómo convencer a la población que no votó por él, y que estará a la expectativa del cumplimiento de sus promesas, de que hará un gobierno distinto del de sus predecesores, pero sobre todo diferente del que él mismo realizó entre 1985 y 1990.

En este escenario de alta tensión en expectativas se requiere:

Primero: Un shock de credibilidad, hacia dentro y hacia fuera. Es necesario que las primeras medidas que adopte el nuevo Gobierno sirvan para dar señales claras de que se puede creer en él. Para ello necesita actuar en tres niveles: personas (dime con quién andas y te diré quién eres), medidas (dime de qué presumes y te diré de qué careces) y alianzas (la unión hace la fuerza).

Es crucial que presente un Gabinete multipartidario y que incluya a algunos técnicos independientes. Ya no se requiere

un ministro del “Consenso de Washington”, como lo fueron Carlos Boloña o Pedro Pablo Kuczynski; ahora se necesita uno del “Consenso por el Perú”.

De manera complementaria, deberá mostrar que habrá continuidad en aquellas instituciones que han funcionado bien, como el Banco Central de Reserva (recordemos que el BCR está catalogado como el mejor de América Latina), las reguladoras, Indecopi, la Sunat. Ellas deberían mantener a sus principales directivos, e incorporar solo algunos nuevos. La credibilidad aquí viene por el lado de la continuidad.

También será importante un Ministro del Interior con capacidad de frenar la delincuencia. No sería mala idea pensar en alguien como Gino Costa o Fernando Rospi-gliosi, que tienen una imagen de eficacia en este tema. En contextos de debilidad institucional, las personas son la base de la credibilidad.

Es necesario, asimismo, que el Gobierno presente aquellas medidas principales que le permitirán no solo dar una imagen de cambio y amplitud, sino que señalen también los objetivos que pretende alcanzar en los próximos cinco años. Entre ellas: mantenimiento del equilibrio fiscal; promoción de la inversión pública hasta alcanzar 5 por ciento del producto bruto interno (PBI); incremento de la presión tributaria del Gobierno Central con una meta de 18 por ciento en el 2011; preservación de la política monetaria con meta inflacionaria; señalamiento de un plan de políticas sectoriales cuyos objetivos sean incrementar la inversión privada hasta 20 por ciento del PBI, aumentar las exportaciones hasta 25 mil millones de dólares, que el

* Las ideas aquí expresadas son responsabilidad del autor y no reflejan necesariamente las opiniones de la institución para la que trabaja, ni la comprometen.

Del Consenso de Washington al Consenso por el Perú

Efraín Gonzales de OlarteEconomista

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balance entre lo interno y lo externo ha producido muchas de las crisis económicas.

No le falta razón a Alan cuando dice que en su Gobierno anterior tuvo mala suerte, pues le tocó un periodo inter-nacional complicado —Estados Unidos salía de una de sus recesiones mas complicadas, y pasaba por un periodo de altas tasas de interés internacionales—. Pero más allá de la suerte está la destreza de un buen presidente. Alan debió contraer el gasto en su anterior Gobierno y no expandirlo como lo hizo. ¡Pequeño error!

Por último, me queda lo más difícil: ¿un presidente del APRA o del Perú? Alan ha sido el primero en reconocer este error, y creo que hace bien. En el Perú no estamos acostumbrados a ver al Presidente elevarse por encima de su propio partido y erigirse como el Presidente de todos los peruanos. Es quizá lo más difícil, pues el pri-

mer mandatario necesita del apoyo de su partido en el Congreso. Pero es necesario reconocer que los logros de un buen Presidente son los logros futuros del partido y, finalmente, les brindan la oportunidad de acceder otra vez al Gobierno.

Alan está en lo correcto al pensar que, al final, es la lucha contra la corrupción y los excesos lo que lo va a legitimar como el Presidente de todos. Y si alguien resulta perjudicado por estos excesos son los sectores marginados y pobres, aquellos que Alan necesita incor-porar al sistema, los que necesitan ver los beneficios del crecimiento económico.

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Política 9

María del Carmen RamosPsicoanalista SPP/IPA

Un mérito que no debemos recortarle a Alan García es que ha logrado crear en nosotros la ilusión del cambio. Ahora solo nos resta esperar —por el bien del país— que esa ilusión sea de verdad también suya. En una sociedad posmodernista como la nuestra, en la que el ser y el parecer se conjugan como un solo verbo, ya no es necesario —disculpen el cinismo— preguntarnos si se trata de un verdadero cambio o no.

La ilusión del cambio

Si tan solo el presidente electo se cree lo que nos ha hecho creer a nosotros y actúa de acuerdo con esa imagen, tal vez podríamos continuar manteniendo la ilusión de una posibilidad real de cambio para el país. Es, por ahora, con lo único que contamos.

De ser así, tendríamos entonces un presidente que sí aprendió de la experiencia, y que por tanto es ahora capaz de soslayar los imperativos narcisistas —que anteriormente lo goberna-ban— y asumir un compromiso serio con el otro, dispuesto a reconocer sus errores responsablemente. Haber recibido esta segunda oportunidad merecería que en su discurso de toma de mando destinase algún párrafo a pedir perdón al país por

su anterior gestión, sin atenuante alguno.

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empleo adecuado crezca a 50 por ciento de la población

económicamente activa y el subempleo se reduzca a menos

de 30 por ciento de ella.

En los cien primeros días hay tres reformas pendientes

que deberían ser anunciadas, incluyendo sus metas: 1) La

reforma del Poder Ejecutivo, para dar la ley de funciones del

Gobierno Central. Con esto se tendría el marco completo

para la descentralización. 2) Dar una señal clara e inequívoca

sobre la voluntad de reformar el Poder Judicial; por ejem-

plo, encomendándola a una comisión externa al Gobierno

conformada por los mejores juristas del Perú. 3) Retomar

la reforma de la Constitución, sobre la base de lo avanzado

en la Comisión presidida por Jorge del Castillo.

El Gobierno deberá demostrar en los hechos su capacidad

de llegar a acuerdos y hacer alianzas sin utilizar la escopeta

de dos cañones. Para ello, debería mostrar desde el inicio

la voluntad de establecer una alianza política mínima en

el Congreso que le permita alcanzar mayoría para votar

las principales reformas.

Finalmente, esperamos un estilo de gobierno con me-

nos ‘balconazos’ y más reuniones de concertación, que

destierre el ‘tarjetazo’, que no ‘apristice’ los organismos

públicos, que muestre mano dura contra todo lo que sea

corrupción. Sobre todos estos temas debemos tener seña-

les claras en los cien primeros meses. Solo así creeremos

que en realidad la historia está cambiando.

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nº 177 julio 200610

Moisés Lemlij Psicoanalista

Reflexiones post-electorales

A diferencia de algunos amigos y conocidos que afirmaban a voz en cuello que tendrían que taparse la nariz para votar por Alan, o que a pesar de todo iban a votar en blanco, yo no tuve problemas para elegir. Y así lo he afirmado siempre. Siempre que haya candidatos se debe elegir. No estamos en un cantón suizo, y ni yo ni mis amistades somos banqueros, granjeros o psiquiatras suizos. Soy un peruano que en estas últimas elecciones votó en una particular coyuntura social, política

e histórica del país y Latinoamérica. Primero, por un Parlamento y luego por alguien que considero que debe ser el Presidente elegido dentro de un grupo de otros candidatos. Esa es la opción real. Por eso, sin problemas de conciencia, evalué la situación y llegué a la conclusión de que lo peor de Alan García es mejor que lo mejor de los Humala, y que el APRA y sus acompañantes me ofrecían menos angustias que los nacionalistas y sus adjuntos.

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Si aprendió de la experiencia, tendrá mayor conciencia de sus

límites y se mostrará menos arrogante y más humilde. Sabrá

escuchar reflexivamente, y elegirá a sus ministros y asesores

priorizando la trayectoria y calidad profesional antes que la

filiación partidaria. Aceptará consejos, cosa fundamental en

un buen estadista, y preferirá estar acompañado de personas

que lo cuestionen e interpelen creativamente que de gente

que lo adule y se someta pasivamente. Tolerará mejor el

no ser querido —talón de Aquiles de muchos gobernan-

tes— como para no deslizarse hacia políticas populistas

o que desconozcan las instancias institucionales, práctica

común de gobiernos autoritarios.

Si parece que está dispuesto al cambio, ya habrá guardado

bajo siete llaves su “escopeta de dos cañones” que en el

pasado le permitió una comunicación que solo nos llevaba

a la confusión general, pues no se puede estar a favor y en

contra simultáneamente.

En definitiva, si parece que ha cambiado, entonces dejará

de tener una relación corrupta con la palabra. Su discurso

ya no se encaminará a lograr la seducción masiva por

la vía de la promesa falsa, el ‘vale todo’ impune, sino

que su palabra habrá adquirido consistencia y reflejará

su integridad.

En este juego de espejismos entre el ser y el parecer, la

necesidad imperiosa de ejercer el poder nos da la sensación

transitoria pero intensamente adictiva de creer que somos

lo que tan solo parecemos ser.

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Política 11

Es verdad que tenemos que recordar y tener presente lo que

significó el Gobierno aprista anterior, y no me siento contento

(como muchos) respecto de algunos de los que van a ser au-

toridades a partir del 28 de julio. Sí, debemos mantenernos

informados y alertas. Pero la alternativa, expresada muy

claramente por el clan Humala (cuyos representantes más

destacados son partidarios de una misma ideología), es un mo-

delo fascistón, nacionalista e incontrolable. Así que la elección

era sencilla. Naturalmente, a muchas de mis amistades les ha

parecido que mi posición es simplista, cándida e incluso casi

estúpida. El tiempo le dará la razón a quien la tenga.

El problema, ahora, es cómo lograr que quienes votaron por Alan García (convencidos, resignados o temerosos) pero no son apristas puedan ejercer el derecho de parti-cipar de alguna manera para evitar que las circunstancias de la nación se salgan de su cauce, ya sea con buenas o malas intenciones. Si estuviéramos en un cantón suizo la situación sería más sencilla, pues tendríamos el derecho de revocar a nuestros representantes. Y aquí me permito citar de memoria a Karl Popper en La sociedad abierta: “¿Cómo podemos escribir una Constitución de manera en que seamos capaces de deshacernos de los gobernantes que no nos gustan sin que exista un baño de sangre?”. El problema central no es el modo de elegir el Gobierno, sino encontrar una manera adecuada de cambiar a nuestros

representantes si su desempeño no es aceptable.

En nuestra realidad, pienso que lo ideal sería poner

en práctica la remoción por tercios y por regiones,

así como algún sistema de control de poderes que sea

efectivo. Y de esta manera reemplazar el sistema de

impunidad actual, pues pareciera que se expide a los

representantes una carta en blanco para los cinco años

como legislador o como Presidente. Otro problema es

que, como en el caso del Parlamento inglés o la Cámara

de Representantes de los Estados Unidos, los congre-

sistas tendrían que estar en contacto directo con sus

electores y cuidarlos, y no ser representantes de una

masa amorfa sin rostro, lo que establece una enorme

distancia entre el electorado y el elegido.

¿Cómo lograr la introducción de estos cambios? ¿Qué

otros sistemas de control sobre los gobernantes pueden

plantearse? Existe la Defensoría del Pueblo, pero no tiene

ninguna autoridad práctica, concreta, efectiva y ejecutiva.

La fuerza moral en el Perú, si es tan solo eso, termina siendo

una declaración lírica.

Existe también el Tribunal Constitucional, cuyo impacto

nunca he logrado entender. No dudo de su eficacia y su

eficiencia, pero no es un mecanismo de control de la calidad

del Gobierno y del cumplimiento de promesas electorales.

El Acuerdo Nacional es una herramienta muy interesante,

con una representación múltiple, capaz de producir pro-

yectos de valor, pero también carece de potencia ejecutiva.

Ambas instituciones me hacen pensar en la Comisión de

la Verdad y Reconciliación y, como me comentó Lord Al-

derdice, miembro de la Cámara de los Lores, lo magnífico

de ella era la “verdad”, pero no se pudo pasar a la acción

(reconciliación) porque no tenía fuerza propia y quedó a

la deriva por falta de decisión ejecutiva.

Existen también los gremios, los sindicales y los patronales, que evidentemente analizan la situación y reaccionan según sus propios intereses. Y lo hacen, por supuesto, con todo el derecho. A su vez, los medios constituyen un mosaico de posibilidades del blanco al negro, pasando por el rojo y de-teniéndose en el amarillo. Sin embargo, de una forma u otra todos participamos en el mundo civil, pues podemos publicar nuestras opiniones y hacer escuchar nuestra voz en nuestras instituciones. Considero necesaria una toma de conciencia política general. En estas circunstancias se debe politizar, no despolitizar, y discutir, en las universidades, colegios profe-sionales y otras instituciones. Debemos manifestar nuestra opinión en la prensa, transformarnos todos en consejeros y guardianes de la democracia y el buen gobierno. Un simple ejemplo son estos artículos que está publicando ideele. Cada uno de nosotros tiene que hacer oír su voz. Ya lo dijo Hannah

Segal: “El peor crimen es callar”. Están nuestras voces indivi-

duales y también la posibilidad de hacer escuchar nuestras

voces institucionales, el tradicional derecho de protestar de

manera individual pero también organizada. El gran enemigo

es siempre la soberbia del poder, la arrogancia del que tiene

el control. Hay que enfrentarlos sin miedo.

Como muchos, recibí con alivio el triunfo de Alan García.

Ahora ha llegado el momento de ejercer nuestra responsabili-

dad. Espero que quienes nos gobiernen a partir del 28 de julio

aprovechen las ventajas que tienen, que sorteen los escollos,

que superen las desventajas, pero, sobre todo, que escuchen

los consejos (filtrándolos) y valoren las críticas. Exijamos, por

encima de todo, que se responda a la pregunta de Popper.

Sigue en la pág. 50