Saur, Reflexiones Metodológicas

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200 Reflexiones metodológicas: Tres dimensiones recomendables para la investigación sobre discursos sociales Daniel Guillermo Saur 1 El desafío de “pensar” y la posibilidad de hacerlo sistemáticamente Durante gran parte de su trayectoria académica Foucault planteó como horizonte de su trabajo un postulado que guió, en gran medida, su decurso intelectual. Su compromiso ético político se caracterizó por una militancia original que no respondió al canon progresista de la época, y además, por una actitud frente al saber que fue consecuente con una consigna muy precisa, la que definió su responsabilidad como hombre de ciencia: “pensar de otro modo”. En los últimos años de su vida, modificó este postulado, cambiándolo sencillamente por la consigna de “pensar”, debido a que arribó a la idea de que siempre que se piensa, indefectiblemente, se lo hace de “otro modo”. 2 La primera conclusión que se puede sacar del compromiso foucaultiano es que el “pensar”, evidentemente, no es algo que suceda con demasiada frecuencia, al menos desde el punto de vista del filósofo francés y, a partir de compartir esta consigna, del nuestro propio. Esta limitación incluye a la actividad académica, ya que si bien es considerada el principal motor en la generación de conocimiento de la época actual, no es muy frecuente la producción de pensamiento innovador o que ayude a mirar la realidad de un “modo distinto”. Lo que Foucault llamó “formaciones discursivas” en su etapa arqueológica, refiere a reglas de funcionamiento que regulan los distintos discursos, trazando límites a lo visible y lo enunciable, imposibilitando todo decir no previsto por dichas 1 Licenciado en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Córdoba en Argentina, y Maestro en Sociosemiótica por el Centro de Estudios Avanzados de la misma universidad. En la actualidad cursa su doctorado en Análisis Político de Discurso en el DIE, del Centro de Investigación y Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional de México. 2 Debemos esta observación al Dr. Miguel Morey, destacado discípulo de M. Foucault. La observación fue realizada en el marco del “Coloquio Internacional Michel Foucault”, organizado por la Universidad Autónoma Metropolitana, la Universidad de París XII y el Centro M. Foucault de Francia, realizado en la ciudad de México DF, del 9 al 12 de febrero de 2004.

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Metodología en investigación educativa

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Reflexiones metodológicas: Tres dimensiones recomendables para la investigación sobre discursos sociales

Daniel Guillermo Saur1

El desafío de “pensar” y la posibilidad de hacerlo sistemáticamente

Durante gran parte de su trayectoria académica Foucault planteó como horizonte

de su trabajo un postulado que guió, en gran medida, su decurso intelectual. Su

compromiso ético político se caracterizó por una militancia original que no

respondió al canon progresista de la época, y además, por una actitud frente al

saber que fue consecuente con una consigna muy precisa, la que definió su

responsabilidad como hombre de ciencia: “pensar de otro modo”. En los últimos

años de su vida, modificó este postulado, cambiándolo sencillamente por la

consigna de “pensar”, debido a que arribó a la idea de que siempre que se piensa,

indefectiblemente, se lo hace de “otro modo”.2

La primera conclusión que se puede sacar del compromiso foucaultiano es

que el “pensar”, evidentemente, no es algo que suceda con demasiada frecuencia,

al menos desde el punto de vista del filósofo francés y, a partir de compartir esta

consigna, del nuestro propio. Esta limitación incluye a la actividad académica, ya

que si bien es considerada el principal motor en la generación de conocimiento de

la época actual, no es muy frecuente la producción de pensamiento innovador o

que ayude a mirar la realidad de un “modo distinto”.

Lo que Foucault llamó “formaciones discursivas” en su etapa arqueológica,

refiere a reglas de funcionamiento que regulan los distintos discursos, trazando

límites a lo visible y lo enunciable, imposibilitando todo decir no previsto por dichas

1 Licenciado en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Córdoba en Argentina, y Maestro en Sociosemiótica por el Centro de Estudios Avanzados de la misma universidad. En la actualidad cursa su doctorado en Análisis Político de Discurso en el DIE, del Centro de Investigación y Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional de México. 2 Debemos esta observación al Dr. Miguel Morey, destacado discípulo de M. Foucault. La observación fue realizada en el marco del “Coloquio Internacional Michel Foucault”, organizado por la Universidad Autónoma Metropolitana, la Universidad de París XII y el Centro M. Foucault de Francia, realizado en la ciudad de México DF, del 9 al 12 de febrero de 2004.

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201 reglas. Los enunciados científicos, a pesar de poseer especificidades que los

caracterizan, no escapan a este funcionamiento donde las regularidades se

imponen. Esto podría explicar en parte, que en las ciencias sociales y humanas en

general, y en el campo de la analítica de discurso en particular, es habitual

encontrar una significativa presencia de trabajos reproductivos, obsecuentes frente

a la ley o ingenuos ante la misma. Trabajos que no hacen más que sedimentar

ciertas discursividades que ya se encuentran naturalizadas en el espacio público,

atentos a la preocupación para que “lo semejante engendre indefinidamente lo

semejante” (De Certeau, 1994: 87). Toda hegemonía pone en funcionamiento

reglas de reproducción y autoconservación para ser tal, y la actividad académica

no escapa a esta lógica.3

Ahora bien, la estimulante consigna foucaultina impone un desafío para

todo investigador, aunque creemos que se encuentra con ciertos obstáculos o

dificultades conceptuales sobre los cuales vale la pena detenernos unos instantes.

En primer lugar, si la regularidad en la dispersión que caracteriza a toda

“formación discursiva” instituye el límite de lo que puede ser dicho y visto es, en

principio, imposible que algún registro discursivo eluda la lógica de la semiosis

imperante.4 Si un enunciado escapara a la estructuralidad impuesta por la

discursividad social, sencillamente, no podría ser escuchado ni visto, ya que sería

un registro “otro”, ajeno, que no encontraría sitio en las reglas establecidas y por lo

tanto no alcanzaría jamás el estatuto de enunciado y no llegaría a integrar ninguna

“formación discursiva”. Esto crea cierta dificultad en relación a lo novedoso, a la

posibilidad misma de “pensar de otro modo”, como la generación de algo que no

está, en cierta medida, programado y llamado a que acontezca. El problema que

se plantea, en síntesis, es cómo entender el cambio, la aparición de un

3 Entendemos a hegemonía en el sentido que la conceptualizan Laclau y Mouffe, (1987); aunque creemos que esta noción es solidaria con lo que plantea M. Angenot, cuando sugiere que la hegemonía sobredetermina globalmente lo pensable y enunciable, privando de medios de enunciación a lo nuevo. 4 Entendemos a la significación social como “semiosis”, en la tradición pierciana; es decir, como un proceso de significación de remisiones ilimitadas, que trama una red interdiscursiva inseparable de lo histórico y lo social, constituyendo lo que Verón conceptualiza como la “realidad de lo social”, o “lo real social en devenir” (1987: 126).

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202 pensamiento nuevo y no previsto; es decir, cómo dar cuenta del acontecimiento

cuando el funcionamiento discursivo está organizado por reglas que deben operar

indefectiblemente para que un enunciado sea visto o escuchado.

Foucault (1992) avanzó sobre el problema del cambio profundizando, como

en otros varios aspectos, la tradición nietzscheana. El azar vino a resolver el tema:

el cruce de series discursivas, el atravesamiento de umbrales, la emergencia de lo

inesperado pasó a ser el resultado de contingencias que encuentran su

fundamento en lo aleatorio de la historia y en una lógica que no responde,

siquiera, a la probabilística que pudiera explicar un golpe de dados. La metáfora

del cruce de espadas tomada de Nietzsche es sumamente ilustrativa: el encuentro

de dos hojas de metal puede generar una chispa, un centelleo, o no, y si la chispa

se produce, en función del lugar donde emerja, puede activar un gran incendio o

morir instantáneamente casi sin dejar rastros;5 nada en este orden es previsible de

antemano y los sucesos sólo pueden ser analizados con posterioridad.

El modo de conceptualizar a las “formaciones” como los mecanismos que

regulan la dispersión del funcionamiento discursivo, así, como dar cuenta del

cambio a través del azar, aporta elementos sumamente interesantes, pero plantea

también nuevos problemas. En primer lugar, podríamos aludir a la aparente

contradicción entre regulación discursiva y acontecimiento.6 Si lo que puede ser

dicho y visto responde a regularidades establecidas que fijan límites, cómo podría

ser enunciable o visible algún acontecimiento ajeno, exterior, que impone o

responde a lógicas que previamente no estaban estatuidas. Lo nuevo no podría

conocer la luz, porque no podría ser incorporado dada las limitaciones impuestas

por las reglas de sentido imperantes.

En segundo lugar, partimos de la pertinencia de establecer una asociación

entre acontecimiento, como expresión de algo que escapa, en alguna medida, a la

regulación social -por más que el mismo funcionamiento social lo produzca- y el

5 Agradecemos parte de este ejemplo a Rosa Nidia Buenfil Burgos. 6 Consideramos que la conceptualización foucaultiana de “acontecimiento” es solidaria con la propuesta por Nora, quien entiende al acontecimiento como un “lugar de proyecciones sociales [...] un desgarramiento del tejido social”, punto nodal de “un haz de significaciones dispersas” (1974: 225-227).

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203 “pensar” foucaultiano, como manifestación de una mirada/construcción de la

realidad que no responde a los criterios establecidos y a las significaciones

sociales sedimentadas. Es decir, el intelectual que realmente cumpla con su tarea

de “pensar”, estaría destinado a producir acontecimientos que afecten la

organización del saber/poder vigente.

Ahora bien, si la asociación entre acontecimiento y “pensar de otro modo”

es legítima, nos encontramos con una nueva dificultad: ¿cómo podría un

intelectual -cuya actividad se presupone sistemática, metódica y programada-

“pensar de otro modo”? En síntesis, cómo podría un académico producir un

acontecimiento, un hecho imprevisible y disruptivo con una actividad sujeta a

todas las regulaciones y rituales que debe contemplar la producción científica;

considerando además, que parte del protocolo de la ciencia es procurar neutralizar

el azar y la contingencia. La actividad científica estaría así, para cumplir con su

cometido, involucrada en una paradoja, que como tal, no podría resolver.

Afortunadamente, la semiosis, aunque condicionada en el ámbito intelectual por

los rituales de la ciencia, no está determinada, conservando aspectos propios que

no pueden ser controlados; la significación no se puede apresar y el sentido,

finalmente, siempre estará escapando a cualquier tipo de regulación.

En el marco de esta discusión, sabemos de las críticas y reparos que

ciertas corrientes posmodernas efectúan sobre las recomendaciones de orden

metodológico, a partir de las cuales sería lícito preguntar si se puede plantear una

metodología entendida en el sentido convencional -como serie de

recomendaciones procedimentales- para “pensar de otro modo”.

Ante la imposibilidad de agotar la complejidad de esta problemática, y

considerando que la relación entre conocimiento imperante y pensamiento

innovador plantea una tensión tan interesante como compleja, y sólo con la

intensión de dejar la cuestión expuesta, consideramos que existen algunas zonas

desde donde reflexionar y ciertos cuidados que permiten acercarse al

cumplimiento de la consigna foucaultiana y además, evitar atribuir la producción

científica novedosa a un funcionamiento puramente azaroso, invalidando cualquier

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204 acción procedimental y planteando, consecuentemente, la inutilidad de todo tipo

de indagación sistemática.

Es en el contexto de esta discusión que este trabajo pretende ingresar,

aunque de modo introductorio, a una tarea necesaria y que nos desborda, la que

se encamina –al menos tentativamente- por ese sendero paradójico al menos en

su propio planteamiento- y centrado en la tensión entre lo estatuido y lo nuevo.

Sin intensiones y a sabiendas de la imposibilidad de salirse de la episteme7

imperante, consideramos que existen ciertas zonas discursivas que escapan a la

lógica dominante de lo central, lo hegemónico y lo naturalizado, zonas donde el

investigador puede posicionarse para realizar exploraciones con cierto rigor y

sistematicidad, teniendo como horizonte el estimulante postulado: “pensar de otro

modo”.

1. Posicionamiento onto-epistemológico

La posibilidad misma de toda mirada depende del foco que se realice sobre los

objetos, así como de la luminosidad que estos generen. La visibilidad de las cosas

está en función de la forma en que proyecten la luz que reciben y de que algún

dispositivo óptico esté orientado correctamente para captar esa proyección. A su

vez, la posibilidad de que un enunciado sea escuchado está en relación a las

características y orientación del sonido que emane, y al hecho de que algún

dispositivo auditivo esté a la suficiente proximidad y con la sensibilidad adecuada

para captar la frecuencia de la voz emitida.

Las sencillas formulaciones anteriores, correspondientes al universo de la

óptica y la acústica, pueden servir para introducir la cuestión que queremos

remarcar: lo visible y audible depende de la relación que se establezca entre los

elementos involucrados, y por lo tanto, de la posición que ocupen en la generación

7 La episteme “es el conjunto de las relaciones que se pueden descubrir, para un época dada, entre las ciencias cuando se las analiza al nivel de las regularidades discursivas” (Foucault , 1991: 323)

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205 del vínculo.8 Las palabras claves en este funcionamiento son, sin dudas, relación y

posición, ya que lo visible y audible es, en principio, un vínculo que enlaza

elementos -del orden de la producción y del reconocimiento discursivo- que deben

estar correctamente ubicados y orientados para poder asociarse.

El campo de la investigación en ciencias sociales, así como la analítica de

discurso, no escapan a esta lógica. El investigador es un sujeto que debe ver y oír

con una agudeza fuera de lo común, donde su mirada/escucha depende al menos,

a nuestro criterio, de tres cuestiones centrales:

v En primer lugar, de la luminosidad que proyecten los fenómenos y procesos

de su entorno, así como de la intensidad con la que se emita el sonido

social a su alrededor, el que puede ir del susurro al grito, de acuerdo a las

condiciones socio-histórica de enunciación.9

v En segundo término, la percepción del investigador va a depender del

aparato óptico y auditivo (dispositivo analítico-interpretativo) del que

disponga para captar las señales visuales o acústicas que está estudiando.

v Por último, y relacionado con los dos aspectos anteriores, su mirada y oído

va a estar condicionado por el lugar onto-epistemológico donde se

posicione en relación con los objetos que desea ver y/o escuchar. Es en

este tercer punto, vinculado con los previamente mencionados, donde

queremos detenernos con un poco más de atención.

De estos tres factores, aunque no sólo de ellos, depende la suerte que corra una

investigación en ciencias sociales en general y de análisis de discurso en

particular. Por un lado, el estudio debe contemplar objetos reales, es decir, 8 Por supuesto que somos conscientes de la dimensión social e histórica que está presente en la construcción de todo objeto y de todo proceso cultural, tanto como en la capacidad de brindarles inteligibilidad. 9 Existen objetos y procesos sociales de difícil captura debido al silencio y las sombras que los rodean o, por un efecto contrario, a la fuerte luminosidad o sonoridad que libran, lo que genera un efecto encandilante y/o ensordecedor.

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206 fenómenos y procesos sociales e históricos que tengan el estatuto de tales. Si son

procesos que están aconteciendo, y no están sólo radicados en la cabeza del

investigador, sin dudas van a tener alguna forma de manifestación en el seno de la

sociedad, ya que el carácter significativo de los objetos y procesos culturales es

indisociable de su integración a la vida social. Todo objeto o práctica se manifiesta

de algún modo (audible o visible) y es significado de alguna manera al ser

apropiado por los agentes sociales; por este motivo, acordamos con la doble

“hipótesis que afirma que toda producción de sentido es necesariamente social y

todo fenómeno social es, en alguna de sus dimensiones constitutivas, un proceso

de producción de sentido” (Verón, 1987: 125). O dicho de otra manera, toda

manifestación social tiene una dimensión discursiva, lo que es lo mismo que

afirmar que el discurso es una realidad construida socialmente y la realidad es una

significación discursivamente elaborada.

Lo anterior es central para llegar a un acuerdo sobre un punto básico. Si los

objetos o procesos que queremos estudiar son hechos de cultura –integrados a la

vida social- van a tener indefectiblemente expresión en alguna materialidad que

los haga perceptibles (superficies de inscripción). Es decir, que van a tener algún

tipo de visibilidad y/o voz, caso contrario no estarían aconteciendo más que en

algún nivel de la fantasía del investigador. El primer requisito para la realización de

una investigación feliz que se desprende de lo mencionado, es obvio: los objetos a

investigar deben ser hechos de cultura, realmente existentes y por lo tanto,

significantes; si esto es así, siempre habrá alguna superficie de inscripción

(soporte material) donde la significación se manifieste –se hará visible y/o

escuchable- y por lo tanto, será susceptible de aprehensión.

En segundo término, el encuentro entre manifestación social y

captación/asimilación del investigador, va a depender del dispositivo visual y de

escucha que el intelectual construya. Un sonido estridente o una luz refulgente

emitida por la dinámica social pueden pasar desapercibidos para un oído u ojo

incauto. Insistimos nuevamente en la importancia que tiene para la generación de

conocimiento el encuentro, es decir la relación, entre los hechos sociales y la

capacidad de percepción del estudioso de la cuestión. Aquí es donde cobra central

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207 importancia la caja de herramientas (Foucault, 1992) que el investigador posea, lo

que va a condicionar su capacidad de indagación, al igual que la apropiación y uso

que realice de estos instrumentos.

El primer requisito que un investigador debe cumplir es poseer un

background teórico pertinente y suficiente, una formación que le haya permitido

incorporar “utensilios”, que al igual que un orfebre, pueda emplear artesanalmente

para interrogar la realidad. Ahora bien, no sólo debe contar con las herramientas

adecuadas, sino también debe saber emplearlas correctamente; de nada sirve un

cofre repleto de sofisticados instrumentos si no se está en condiciones de

seleccionarlos, ordenarlos, jerarquizarlos y manipularlos con pericia a la hora de

efectuar un estudio.

Poseer las herramientas es indispensable, pero no garantiza por sí solo una

buena investigación, ya que se puede ser un académico sólidamente formado y un

avezado conocedor de las teorías a nivel abstracto más actualizadas, y no poseer

una capacidad analítico-interpretativa que le permita emplear su formación para

abordar problemáticas concretas y otorgar inteligibilidad a los procesos y objetos

sociales que está estudiando.

Acordamos con Wittgenstein (1988) cuando alude a la relación indisociable

que se establece entre significación y uso, es decir que el lenguaje se instituye en

su ejercicio. Por este motivo sabemos que se puede tener un conocimiento

profundo (lenguaje teórico) de las distintas vertientes del pensamiento científico

vigente y una variedad importante de categorías conceptuales almacenadas,

aunque éstas resulten infructuosas debido a las condiciones de su empleo. Para

que un bagaje teórico sea útil, debe haber pericia en su uso al indagar la realidad.

Se deben poseer los instrumentos más vastos, refinados y agudos a nivel

abstracto, pero además, hay que saber emplearlos en la práctica investigativa,

siendo allí donde se juega su eficacia.

La finalidad de este doble requisito es la de construir un dispositivo

(Foucault, 1989) adecuado para mirar y oír pertinentemente. Las herramientas

deben ser articuladas para la construcción de una “máquina” de ver y escuchar,

una suerte de ensamblaje teórico-metodológico puesto en función del problema al

Page 9: Saur, Reflexiones Metodológicas

208 cual el investigador está abocado, para poder percibir con mayor pericia la luz y el

sonido -tenue o intenso- que están emitiendo los procesos en estudio.

Un buen cirujano sabe, en función del problema que enfrenta, si requiere un

bisturí, una sierra o una tijera, debe conocer también las posibilidades de cada

instrumento, cómo manipularlos, la secuencia con la cual emplearlos y los efectos

que conseguirá a los fines de cumplir con su objetivo final. De modo similar, cada

problema que enfrente el investigador social requiere de “máquinas” teórico-

metodológicas específicas, considerando siempre que el armado de estos

dispositivos es de carácter estrictamente artesanal.10

En tercer lugar, el ajuste entre el tipo de “máquina” de ver/escuchar que el

investigador ensamble y las significaciones producidas por la dinámica social,

dependerá del lugar desde donde el estudioso la construya y del sitio donde la

emplace para ponerla a trabajar. El tipo de “máquina” analítico-interpretativa que

debe armar todo investigador está condicionado fuertemente por el lugar óntico-

epistemológico seleccionado.

Todo dispositivo de estudio está constituido en su propia lógica de

funcionamiento por el lugar que adopte, en relación a la problemática que esté

focalizando, debido a que el emplazamiento afectará su situación y orientación en

relación al problema en cuestión. Vale aclarar, que cuando hablamos de

emplazamiento nos referimos a un posicionamiento topográfico en el campo de las

opciones que nos ofrecen las disciplinas científicas –y su encuadre filosófico- en

las que estamos trabajando. Para decirlo con Foucault, hablamos de un

emplazamiento en la episteme (1991) de una época; es decir, de una ubicación en

el marco de las formaciones discursivas vinculadas al saber, en sus relaciones con

las figuras epistemológicas y las ciencias en un momento dado, lo que a nuestro

criterio, involucra el orden del ser de los objetos, el nivel de su fundamento.

10 Para rebatir lo dicho hasta aquí, alguien podría aludir al uso de modelos explicativos en ciencias sociales o en análisis de discurso; no obstante, a nuestro entender, los modelos, más allá de la mayor o menor pericia con la que sean empleados, producen un forzamiento de la realidad que adapta la singularidad y especificidad de los fenómenos sociales a los criterios establecidos por el modelo. En este sentido, nada más lejos que el empleo de modelos para respetar la consigna foucaultiana del “pensar de otro modo”.

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El lugar seleccionado en la topografía desplegada por las ciencias sociales

donde se emplace/construya el dispositivo analítico-interpretativo, condicionará la

mirada y por lo tanto al propio dispositivo, lo que permitirá ver y escuchar cosas

específicas, dejando en sombra y silencio a otras.

Todo estudio científico va a ser una producción discursiva en relación a la

recepción que se efectúe sobre ciertas cuestiones en estudio, e indefectiblemente,

el enunciado que produzca el investigador lo va a realizar desde algún sitio de la

topografía social, lo que Benveniste (1983) llamó lugar de enunciación. El sitio

desde donde se mira y se escucha es fundamental para la eficacia de la

focalización que se realiza y para que lo dicho, a partir de lo analizado e

interpretado, sea escuchado. Se puede ser conciente de estos condicionamientos

o no, lo cierto es que ningún investigador escapa a esta lógica. No reparar en esta

cuestión es dejar librado el tema del posicionamiento al azar, a la contingencia y a

lo que la propia dinámica discursiva social impone como sitial naturalizado para

mirar la realidad.

Sólo a modo de ejemplo, podemos mencionar un par de posicionamientos

diferentes, que aunque con matices en su interior, dejan claro que de acuerdo al

emplazamiento onto-epistemológico se va a incluir/excluir aspectos muy distintos:

a) El estudio de los discursos sociales abordados desde un dispositivo inscripto en

la tradición estructuralista, implica cierto ángulo que demarcará su campo de

posibilidades y de imposibilidades. Por caso, un estudio en línea greimasiana

(Greimas, 1971; Latella, 1985; Henault, 1993) será una indagación particular que

partirá de un sitio con supuestos específicos que operaran en la mirada que se

ejerza sobre el objeto. Emplazarse en este lugar epistémico significa

buscar/mirar/indagar en ciertos comportamientos estructurantes de los objetos

significantes en cuestión. El dispositivo procurará encontrar en el análisis las leyes

generales de la significación que se esconden en la pluralidad de los fenómenos

de sentido observados, desde donde se asegura que la ubicación onto-

epistemológica no afecta la detección de los niveles o estratos ya que,

indefectiblemente, un estudio eficaz debe arribar a leyes inmutables que serán

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210 interpretadas como expresiones abstractas e invariantes que operan en la

profundidad del funcionamiento significante de los objetos estudiados.

Desde este posicionamiento se va a trabajar en procura de una teoría general de

la significación, donde toda variación significante del objeto va a responder a una

expresión de las estructuras generatrices del sentido. En síntesis, desde este sitio,

interpretar será develar lentamente una significación oculta que responde a

criterios indefectiblemente universales.

Un posicionamiento epistémico de este tipo no dejará lugar para las

paradojas, las aporías, las fragmentaciones, lo ilógico y las discontinuidades que

pudiera presentar el discurso, sino que estás serán manifestaciones superficiales

de un orden y organización más profunda que resuelve toda aparente

contradicción del sentido. Por este motivo, para este posicionamiento, en todas las

manifestaciones discursivas habrá una suerte de homogeneidad y una analogía

que podrá ser detectada a un nivel profundo, lo que funcionaría como un principio

regulador que ordenaría el sentido. Este emplazamiento podría ser definido como

una ontología positiva.

b) Si nos situamos, en cambio, en una posición antiesencialista que para entender

los procesos de significación refute todo origen unificado, fijo, invariante, positivo,

completo, intrínseco o inmanente (Laclau, 1987; 1993) (Foucault, 1991; 2002b)

(Buenfil, 1993; 1995); sin lugar a dudas las posibilidades e imposibilidades de este

tipo de emplazamiento serán sustancialmente diferentes al descrito anteriormente.

Los aspectos que resaltará cualquier “maquinaria” construida desde este

emplazamiento no pretenderán ser universales, sino del orden de lo singular, de la

especificidad, de la diferencia y de una negatividad constitutiva, presente en todo

proceso de significación.

Este posicionamiento onto-epistémico no teme ser un saber en perspectiva,

que procura evidenciar el lugar desde el cual mira y oye; ya que muestra sus

condiciones de producción, poniendo en evidencia las propias condiciones de la

investigación, el momento en el que se encuentra y el partido que toma en relación

a las implicancias éticas y políticas del estudio al que está abocado. No pretende

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211 objetividad, sino aclarar sus límites y posibilidades dadas por los condicionantes

de su propia tarea.

A partir de un posicionamiento como el descrito, toda maquinaria analítica-

interpretativa deberá estar atenta a los pliegues, las inestabilidades, las aberturas,

las dislocaciones, las multiplicidades, los descentramientos, las heterogeneidades

y el pluralismo del discurso, desconfiando de cualquier linealidad y monologismo

aparentemente presente en el sentido. Un tipo de posicionamiento de estas

características podría ser entendido como una ontología negativa -sin puntos de

apoyo, sin criterios preestablecidos- que está atenta a lo “otro”, a lo ajeno, a lo que

no le es propio.

De esta manera, y siempre con la finalidad de ser consecuente con la

consigna foucaultiana de “pensar de otro modo”, consideramos recomendable que

toda investigación en el marco de la analítica de discurso contemple los aspectos

mencionados aquí. En clave de síntesis, creemos necesario: la incorporación de

un background teórico lo más vasto posible; el armado de una “caja” con variadas,

dúctiles y sofisticadas herramientas; pericia y solvencia en el uso de los

instrumentos, el que se expresará en el ensamblaje de un dispositivo analítico-

interpretativo que permitirá dar visibilidad y sonoridad a diversas regiones de la

discursividad social; y, reflexibidad en el posicionamiento onto-epistemológico, el

que es fundamental y constitutivo en el armado del andamiaje teórico-

metodológico, o dicho de otra manera, en la construcción de esa “máquina” de

mirar/escuchar a la que venimos haciendo referencia, indispensable para el

estudio de los discursos sociales.

2. Delimitación del objeto a investigar

A partir de la luminosidad o sonoridad producida por los objetos y procesos

sociales, el analista deberá evaluar algunas opciones y tomar decisiones. El

investigador deberá hacer foco en alguna región de la realidad donde centrará su

atención, esto implica direccionar su mirada y oído en relación a determinadas

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212 zonas del funcionamiento discursivo vigente.11 La tarea que deberá realizar es la

de corte o cesura, delimitando un segmento o región de la red discursiva que

conforma la semiosis, donde reparará su atención y a partir de la cual montará la

“máquina” teórico-metodológica necesaria para efectuar su trabajo.

La operación de delimitación y recorte de la discursividad social no debe,

por supuesto, responder a un capricho o antojo arbitrario del investigador, sino que

es el resultado de una serie de elementos que están jugando a la hora de la toma

de decisión y que vinculan fuertemente este momento de delimitación del objeto

de estudio, con los elementos desplegados en el apartado anterior. En la

delimitación del conjunto de materiales para el análisis se deben poner en

funcionamiento las siguientes cuestiones:

v El background teórico del investigador, su conocimiento incorporado sobre

el campo en juego y la caja de herramientas conceptuales que tiene a su

alcance, sobre las cuales ya hemos hablado.

v La experiencia investigativa que posea, lo que allanará el camino al

permitirle anticipar ciertos problemas y tomar otros tantos atajos en función

de lo que prevé encontrará en las materialidades estudiadas (superficies de

inscripción del sentido).

v El posicionamiento onto-epistemológico que adopte, ya que como dijimos,

la ubicación topográfica en el ámbito de la episteme vigente es fundamental

para poder acceder a la realidad de cierto modo, privilegiando algunos

aspectos, como en toda decisión, y obturando otros, los que quedarán

situados fuera del alcance de la mirada y escucha posible del

emplazamiento elegido. Los tres elementos mencionados hasta aquí ya

están conformando una parte importante de lo que constituirá una matriz de

11 Ya habíamos hecho mención a la importancia que tiene la relación entre objeto de indagación y la máquina analítico-interpretativa; así como la posición que se ocupe para establecer este vínculo.

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intelección; con estas operaciones una parte fundamental de la “máquina”

de ver y escuchar, de la que venimos hablando, ya está emplazada.

v Por último, el investigador deberá efectuar la delimitación del cuerpo a

estudiar evitando criterios arbitrarios, y poniendo en escena ciertas

hipótesis o conjeturas fundadas, procedentes del conocimiento previo del

territorio sobre el cual realizará su trabajo. Si la hipótesis es válida, el

analista estará realizando un corte pertinente; es decir, un corte que

permitirá, a la investigación, hacer sentido y cumplir con cierto cometido.

Esta formulación tiene fuertes implicancias conceptuales que hay que

asumir, ya que estamos aceptando que el investigador está, de uno u otro

modo, introduciendo un sentido en el discurrir de la semiosis, en el preciso

momento en el que inicia su tarea.

Ya hemos mencionado que el significado está siempre expresado en materias

diversas (superficies donde el sentido deja huellas) (Verón, 1987; 1995) y es en

estas materialidades, presentes en la dinámica propia de la semiosis, donde se

debe reparar para efectuar una escisión y delimitación, estabilizando los

materiales que serán puestos a consideración. Es importante que se entienda que

las entidades discursivas circulan, generalmente, inscriptas en múltiples y

heterogéneos cuerpos, por lo que es fundamental tomar las decisiones correctas

precisando con exactitud cuál/es será/n el/los soporte/s sobre los que se trabajará.

El conjunto de materialidades seleccionadas para el estudio puede incluir

superficies de inscripción diversas, conformando un cuerpo de elementos

heterogéneos en ciertos aspectos, aunque vinculados en otros.

Sólo por mencionar un ejemplo, una entidad discursiva como el NAFTA (North

American Free Trade Agreement), es susceptible de ser encontrado en

incontables materialidades que sirven de soporte a su circulación significante; en

cuyo caso, ¿dónde se deberá focalizar la atención y cuál será el recorte pertinente

que se puede realizar?: en los documentos firmados por los diferentes gobiernos

que integran el tratado; en las marchas de resistencia que se realizaron en su

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214 contra; en la cobertura que hacen los media (en cuyo caso, ¿cuáles media?) de

las reuniones presidenciales; en la opinión de distintos sectores sociales afectados

o no en lo económico (o en otros aspectos) por el tratado; en la bibliografía

académica que estudia y analiza su conveniencia y perjuicio; en la materialidad de

los objetos que se encuentran en los escaparates de las tiendas y que fueron

comercializados en el marco de dicho tratado; etc.; la lista de los lugares de

inscripción significante por donde circula la entidad NAFTA podría seguir

ampliándose de manera extensa.

En síntesis, el analista debe efectuar cortes en el marco de las

continuidades/discontinuidades de la semiosis, especificando cuál es la

“objetividad” donde centrará su atención; y algo obvio pero importante de destacar,

es que las materialidades en cuestión deben ser accesibles, de nada vale la

construcción de un problema de investigación, si el acceso a los materiales para el

estudio está vedado por algún motivo.

Por último, pero no por ello menos importante, la precisión sobre el cuerpo

de estudio requiere de criterios cronotrópicos; la delimitación no deberá ser sólo

espacial, sino también temporal. Es decir, se debe definir con precisión sobre los

emplazamientos y lugar de obtención de los materiales en cuestión y también, cuál

será la duración de tiempo en la que serán indagados, lo que se conoce

habitualmente como periodización.

Ahora bien, sobre las dos dimensiones mencionadas, espaciales y

temporales, se deberán explicitar criterios de justificación, vinculados a la

relevancia de estudiar esos cuerpos elegidos y por qué durante tales períodos, y

no otros. Para la justificación de un recorte espacio temporal el criterio que

consideramos se debe privilegiar es el de la relevancia, entendiendo a relevancia

en un sentido amplio que atañe al aporte que el estudio de la/s materialidad/es

seleccionada/s puede efectuar y no sólo contemplando su “utilidad” en términos

pragmáticos, sino también su “significación”. “Los estudios ‘relevantes’ son los

estudios que presentan un interés, una significación, que están en relación y

mantienen un vínculo con los que le siguen de un modo aparente, manifiesto,

evidente.” (De Certau, 1994: 86) En este caso, se deberá tener en claro para quién

Page 16: Saur, Reflexiones Metodológicas

215 es el aporte de la investigación y en qué consiste, debido a que es en esta

instancia donde se juega, en gran medida, las implicancias ético-políticas del

estudio en cuestión.

Sobre la relación entre objetos de estudio seleccionados y aspectos

teóricos que se emplearán para el análisis, queremos realizar una aclaración que

por evidente no deja de ser importante. En la delimitación del conjunto de

materialidades a estudiar, ya está poniéndose en juego el posicionamiento onto-

epistemológico desde el cual hemos decidido trabajar, debido a que la indagación

se inicia a partir de hipótesis (elemento de factura eminentemente teórica), y a

que, como dijimos, el recorte se realiza desde determinado lugar de la topografía

epistémica.

Ya a esta altura podemos hablar de corpus de análisis, el que va a estar

constituido por ciertos fragmentos de la semiosis -más o menos heterogéneos-,

pero también por el posicionamiento desde el cual se realizó la escisión y el corte.

Si bien se puede distinguir conceptualmente entre andamiaje teórico y objeto de

estudio, la noción de corpus ya implica cierta operación que afecta tanto a las

materialidades significantes sobre las que se operará, como a los criterios puestos

en funcionamiento en su selección y delimitación; por este motivo, podemos

afirmar que el corpus de estudio está constituido por la superficie de inscripción y

cierta mirada sobre la misma, la que posibilitó el recorte, la delimitación y la puesta

en suspenso del material.

A esta altura ya tenemos dos elementos imprescindibles para la realización

de un trabajo de investigación en análisis de discurso. Por un lado, el “banco” de

elementos teóricos y el posicionamiento ontológico, ambas cuestiones nos

permiten ubicarnos en un sitio onto-epistémico y asumir un ángulo de mirada

desde donde comprometemos a estudiar la realidad; por otra parte, ya contamos

con un cierto fragmento de la discursividad sobre el que trabajaremos, en el cual

vamos a hacer centro y focalizar nuestra atención, direccionando la maquinaria

que estamos montando. El resultado de esta operación constituye el corpus de

análisis.

Page 17: Saur, Reflexiones Metodológicas

216 3. Metáforas concordantes

Para todo investigador en ciencias sociales, adoptar un posicionamiento onto-

epistemológico es el resultado del estudio y de la formación adquirida, donde se

pone en juego su experiencia y su trayectoria. Este posicionamiento, una vez

cimentado, es un capital que sólo se devaluará cuando el decurso de la ciencia

produzca rupturas epistemológicas y los “bancos” de saber –epistemes, para

decirlo con Foucault- queden desactualizados; lo que por otra parte, no sucede

con demasiada frecuencia.

Por otro lado, delimitar un objeto de estudio puede requerir mayor o menor

pericia, pero no es más que un requisito primero para el cual se pone en juego el

posicionamiento antes aludido; esta combinación entre emplazamiento onto-

epistemológico y delimitación del objeto de estudio constituye, como ya

mencionamos, el corpus de análisis. A esta altura, y no obstante la tarea realizada,

todavía nos encontramos en una etapa de la investigación que podríamos definir

como inicial, alejada de lo que entendemos por generar conocimiento nuevo. A

nuestro parecer, la tarea relevante y creativa que debería implicar todo auténtico

proceso de investigación, se juega en una tercera instancia que va a estar, sin

dudas, afectada por los dos movimientos previos; esta tercera instancia consistirá

en “dar cuenta” del corpus constituido. Aquí llegamos, por fin, a lo que

entendemos como el momento nodal de la investigación, donde se va a poner en

juego la pericia del intelectual para asumir cabalmente la consigna “pensar de otro

modo”.

Existe una larga tradición y un amplio linaje donde abrevar, con

intelectuales que han trabajado tensionando los límites de lo instituido y

entendiendo a la actividad crítica como una tarea de desacralizar los fundamentos

conceptuales y las verdades imperantes. Esta tradición podría, -para nosotros,

entre otras periodizaciones posibles- iniciarse con Nietzsche, pasando por

Benjamín, Bajtín, Lacan, Barthes, Foucault, y Derrida, por nombrar sólo a algunos

pensadores que ya no nos acompañan; y encuentra su continuidad en otros que

siguen esta tendencia, como Laclau, Ranciere, Zizek, entre otros.

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217

Para cumplir con el cometido propuesto, el investigador debe efectuar tajos

imprevistos en el corpus, dando nuevas formas a las taxonomías, a las

clasificaciones y a las configuraciones que ya han ganado derecho de ciudadanía

en el imaginario público; organizando la realidad de una manera distinta, en

procura de lo único, de lo irreductible y de lo singular. La tarea investigativa debe

remover aquello que se percibe inmóvil, estabilizado y seguro de sí en el lugar

donde se encuentra, para fragmentar lo que aparenta estar unido, mostrando la

heterogeneidad y diferencia de los procesos. Como sostiene Foucault (1991: 45),

se trata de captar el enunciado en la estrechez y la singularidad de su acontecer,

preguntándonos sobre ¿cuál es esa singular existencia, que sale a la luz en lo que

se dice y allí donde se dice, y en ningún otro sitio? De este modo, estudiar el

discurso es aflojar ese lazo aparente que anuda –a veces con enorme fuerza- las

palabras y las cosas.

En el trabajo a emprender no se debe procurar consolidar una identidad

única, sino encarnizarse en disipar lo que se muestra irreductiblemente unido y

establecido. Es en las unidades aparentes de las identidades donde el

investigador debe realizar un desgarrón, permitiendo el acceso a organizaciones

impensadas. Se debe estar en condiciones de sacudir las bases tópicas en la

tarea, remover los paradigmas temáticos impuestos, develar tabúes y censuras, y

poner en cuestión las normativas imperantes del lenguaje y de los saberes

instalados, donde la creatividad del estudio se plasmará en la reutilización y

asociación de materiales heterogéneos y pensamientos diversos.

Se debe procurar develar la organización de sentidos establecida, con la

intensión de desmontar lo evidente, cuestionando el mito de la esencia, evitando

interpretaciones monocausales, incluso pluricausales, y trascendentales. Se debe

enfrentar el desafío de desarmar las afirmaciones acabadas, los problemas

resueltos y las discusiones cerradas, promoviendo la sospecha sobre las

afirmaciones rotundas y más habituales; abordando todo objeto como el resultado

de complejas relaciones y articulaciones heterogéneas y muchas veces

contradictorias. Según De Certeau, en el acto de producción cultural “lo que se

vuelve central es el acto mismo del colage, la invención de formas y de

Page 19: Saur, Reflexiones Metodológicas

218 combinaciones, y los procesos que hacen posible multiplicar las composiciones”

(1994: 95).

La mayor virtud de una investigación “feliz” es la de hacer aparecer las

diferencias, para entender la especificidad de una faceta del objeto que no ha sido

mostrada aún; para ello, es recomendable focalizar lo irreductible, lo particular, lo

no homologable, lo que está en el límite de lo impensado, poniendo en suspenso

lo aceptable y frecuente. Si se quiere, podríamos decir que el trabajo del

investigador de la discursividad social debería consistir en definir lo negativo,

marchar a contrapelo de las positividades establecidas, para lo cual debe ejercer

siempre una actitud de extrañamiento ante lo que se manifiesta como dado,

acercándose al objeto más que lo habitual, para alejarse de repente, a una

distancia fuera de lo común, pudiendo, a partir de este ejercicio, desnaturalizar lo

que parece que siempre hubiera sido así ante la mirada promedio.

Habitualmente, como estrategia para desarrollar su tarea intelectual,

Foucault escribía en una primera instancia todo lo que se le cruzaba por la cabeza

sobre el objeto o problema que le preocupaba; luego, una vez desplegado en un

texto todo ese torbellino de ideas, se dedicaba metódicamente a criticarlo y

desarmarlo, destruyendo todo lo formulado. La convicción que le embargaba era

clara, si lo escrito era resultado de un primer impulso, de sus reflexiones iniciales,

de una mirada espontánea sobre el objeto o problema, sin dudas el texto era

producto de una concepción naturalizada y por lo tanto, debía ser cuestionado

profundamente en sus fundamentos; recién ahí, a su parecer, comenzaba a surgir

lo que valía la pena ser dicho.12

Como venimos sosteniendo, la relevancia de una investigación se juega en

la forma en que facilita una mirada nueva sobre los objetos, donde, a nuestro

entender, la “metáfora” puede cumplir un rol central. En cierto punto, toda

investigación debe ofrecerse como una “metáfora” que ayude a ver, gracias a la

capacidad que tiene este tropo de mostrar la realidad de una manera distinta, 12 Este comentario se lo debemos a Daniel Defert, compañero intelectual de Foucault durante parte significativa de su trayectoria, formulado en el “Coloquio Internacional Michel Foucault”, organizado por la Universidad Autónoma Metropolitana, la Universidad de París XII y el Centro M. Foucault de Francia, ciudad de México DF, 9 al 12 de febrero de 2004.

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219 desde un perfil antes inaccesible, con una perspectiva que debe ser ingeniosa y

sorprendente. Toda “metáfora”, para mostrar correctamente, debe ser

“concordante”; es decir, de algún modo, en función de las condiciones socio-

históricas, debe ajustarse al objeto que está mostrando. Por ello, esta figura no

está totalmente fuera de la discursividad imperante, ya que para ser percibida y

cumplir su función debe estar alejada de los decires en boga, pero no tanto como

para poder ser entendida, reconocida y aceptada, aunque sólo de un modo

marginal y periférico.

La “metáfora” es un tropo que plantea una comparación táctica, su eficacia

se juega en su capacidad ilustrativa, en su posibilidad de iluminar de un modo

diferente la realidad que muestra. Esta operación retórica, a partir de un empleo

correcto, tiene la virtud de hacer ver/oír, o ayudar a ver/oír mejor; puede ser

entendida como una sobreimpresión, una alegoría que se yuxtapone a una

realidad naturalizada para mostrar esa realidad y sus conexiones, con otras

palabras o imágenes, que las utilizadas en el uso corriente.

La “metáfora” bien empleada, como figura de intelección, viene a completar

esa “máquina” de mostrar y escuchar de la que venimos hablando; debe funcionar

como la “lente” o el “audífono” que se ensambla en el dispositivo previamente

establecido, para permitir una mirada y escucha “otra”, accediendo a elementos

que el ojo y el oído común no puede percibir. El uso adecuado de la “metáfora”

completa la maquinaria, produciendo una suerte de nueva “empatía” entre la

realidad que se está estudiando y el posicionamiento teórico-metodológico,

haciendo que los objetos y procesos se ofrezcan de una manera inédita.

Estas apreciaciones sobre la tarea investigativa, creemos, son solidarias

con las que realiza Derrida en su Carta al amigo japonés, donde afirma que su

tarea, la tarea de la deconstrucción, consiste en “desarmar una máquina para

llevarla a otra parte” (1997). En nuestro caso, consideramos que en toda

investigación debemos construir una máquina que nos permita desarmar el objeto

o proceso estudiado, para devolverlo armado de otro modo, y por lo tanto

emplazado en otro sitio.

Page 21: Saur, Reflexiones Metodológicas

220

Este desafío se manifiesta en la capacidad de generar un enunciado –con

todas las limitaciones inherentes a su dispositivo- que permita leer la realidad de

una manera aguda y original, siendo ésta la función donde se juega la misión

central de una “metáfora acorde”. Para decirlo de otra forma, la investigación debe

devolver el “fragmento” de la semiosis delimitado en una clave que no sea ni la del

sentido común, ni la de los discursos más o menos naturalizados en la dinámica

social o en la retórica académica; sino por el contrario, el estudio debe permitir

acceder a esa región de la discursividad, analizada e interpretada, de un modo

diferente a como era percibida hasta ese momento: en otra clave de bóveda, bajo

otra matriz de lectura.

Aquí vuelve a resonar el problema planteado inicialmente en este texto,

entre lo estatuido y lo novedoso. La cuestión entre lo cimentado y lo disruptivo

posee una dimensión paradojal que no puede ser resuelta, sino paliada sólo

parcialmente, a partir de ubicarse en la tensión que se plantea entre estos dos

términos. En este sentido, consideramos que existen zonas de la topografía

discursiva que permiten pensar desde ángulos distintos y poco habituales; desde

donde mirar la realidad en perspectiva, resaltando relieves ocultos, olvidados y

descuidados; desde donde destacar lo singular, lo que es irreductible a las lógicas

hegemónicas imperantes. Para ello, hay que ubicarse en los intersticios, las

fisuras, los pliegues y los márgenes de la episteme, intentando, en todo momento,

no caer en la dinámica centrípeta de las fuerzas discursivas dominantes.

Consideraciones finales

Hemos pretendido en estas páginas, a sabiendas de lo complejo e inagotable de

la tarea, proveer ciertas reflexiones metodológicas que se sitúan en la línea

indecidible entre lo establecido y lo disruptivo; teniendo como guía de orientación,

la estimulante consigna foucaultiana “pensar de otro modo”.

Aunque lejos de los posicionamientos de Foucault, ciertas afirmaciones de

Sartre nos parecen pertinentes para ilustrar lo que hemos querido expresar en

estas páginas. En medio de los acontecimientos del ’68, en una larga entrevista

Page 22: Saur, Reflexiones Metodológicas

221 publicada en Le Nouvel Observateur, Sartre sostenía que un intelectual debe estar

todo el tiempo discutiéndose a sí mismo, ya que pensar sólo detrás del escritorio y

la misma cosa a lo largo de la vida no puede representar el ejercicio de la

inteligencia. “Un intelectual, para mí, —decía Sartre,- es eso: el que es fiel a un

conjunto político y social, pero que no cesa de discutirlo” (en Castro, 2005).

En el intento por promover un pensamiento original y que no cesa de

reflexionar sobre sí y de cuestionarse, hemos acercado los criterios propuestos

aquí; considerando que son pertinentes para situarse en lugares que favorezcan

nuevos medios de enunciación, que permitan iluminar zonas de la discursividad

social en otras claves que no sean las hegemónicas, proveyendo de operadores

de intelección que nos ayuden a entender la realidad de una manera diferente y

por lo tanto afectando, en esta operación, la naturalización que requiere todo

discurso para ejercer su poder.

Por los motivos mencionados, creímos aceptable desarrollar estas

sugerencias de orden metodológico; aspectos que consideramos productivos –

entre otros posibles- para todo investigador que se aboque a la tarea de indagar

sobre algún ámbito de la discursividad social. Por ello, conceptualizamos estas tres

dimensiones epistémicas, así como algunas de las complejas relaciones que se

establecen entre ellas, tres dimensiones que creemos, se deben tener en cuenta

para el estudio de los procesos de significación: el posicionamiento onto-

epistemológico, la delimitación del objeto de estudio y lo que hemos dado en

llamar “metáforas concordantes”; tres dimensiones del análisis que -a nuestro

parecer- articulan un posicionamiento político y ético, una construcción,

delimitación y focalización de un problema, y una configuración ingeniosa que nos

devuelve la realidad “de otro modo”; tres instancias que se vinculan de manera

singular, que se afectan entre sí y que ensambladas constituyen una “máquina”

para mirar de otra manera; tres niveles de análisis que conjugados ensamblan un

dispositivo analítico-interpretativo, el que empleado adecuadamente debería darle

a toda investigación feliz, el estatuto de “acontecimiento”.

Page 23: Saur, Reflexiones Metodológicas

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