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SaudadeTévez Black:

Cartas desde un lugar parecido a la locura

Rubén Darío Fernández

Colección Lo malditoNovela

EXCODRA EDITORIAL 2014

Texto: © Rubén Darío Fernández.Imagen portada: © Jalón de Aquiles.Edición: © Excodra Editorial.1a Edición, en formatos ePub y PDF, junio del 2014.

ISBN: 978-84-942223-9-9

http://[email protected]

SaudadeTévez Black:

Cartas desde un lugar parecido a la locura

Rubén Darío Fernández 1 Saudade

A todos los que cuando caen

se levantan y

cuando vuelven a caer

se levantan.

Y a todos los que no lo consiguieron.

Saudade 2 Rubén Darío Fernández

I

Maravillas miserables, miserables maravillas.

II

Mirándole al vértigo, pero esbozando una sonrisa con los ojos.

III

Descubriendo el fondo de un crujido.

IV

Atravesando la tempestad en un arrugado barco de papel.

V

Sé el pardo mudo.

Rubén Darío Fernández 3 Saudade

I

Maravillas miserables, miserables maravillas.

Querida…

Disculpa la demora. No estuve muy centrado… -Las Ramblas de Barcelona, a eso de las dos

de la tarde de un sábado, estaban ardiendo. A punto entrar en erupción. Gente y calor por

igual. Finales de Septiembre. Tévez, y la gitana María, acababan de comprar cocaína de la

mala a un negro con los ojos rotos de sueño y pesadillas a partes iguales. La droga, sin

embargo, la pagó Tévez con lo robado en un bar. La esnifaban como podían en el escalón

de un portal a la vista de todo el mundo. María decía que preferiría inyectársela. Tévez, que

para la mierda que era, por la nariz y punto y raya y luego a por más. María se levantó

cogiendo la mitad de lo que tenían, y se fue donde pudo a darse el pico. Tévez siguió

sentado y miró a la vida con los ojos rotos. Recuerda que María le había mamado la polla

en el baño de un bar, pensó que sería el mismo bar donde sacó una cartera de un bolso

abierto. No había muchos más recuerdos, pensó, desde el viernes a la noche, cuando

hablaba con alguien sobre cómo el lenguaje nos manipula. Recuerda que habló de los

marxistas y de qué uso querían darle a la literatura. Tévez es Filólogo en Lengua Hispánica.

Tévez tiene algo bajo la piel que le come despacio hasta los huesos. El lunes empiezan sus

clases en la Facultad como profesor de una asignatura optativa. Literatura y Filosofía.

Menuda mierda, pensó, y acabó la droga de un tirón. Sus ojos volvieron a mirar a la vida,

que estaba ahí, frente a él, como un racimo de cristales rotos. Un río desbordado y

encendido de rabia pasó por allí, rozándole la ropa. Tévez lo siguió hasta un after aún

abierto y vomitó todo lo bebido en el suelo del lavabo. Cayó al suelo al salir y miró a la

vida, que estaba en blanco, absolutamente en blanco, infinitamente en blanco, y pensó que

allí se moriría. Tévez cogería el tren a Santiago a los ocho, ausente hasta su llegada, para

comenzar a impartir sus clases.-…pero aquí te lo envío:

Saudade 4 Rubén Darío Fernández

“Maravillas miserables, miserables maravillas o El diestro y La siniestra.

Estaba decidido: Una maleta con ropa para unos cuantos días, y un dolor insoportable en el

pecho. La Estación de Francia, donde ese joven escapando de la infancia, no quedaba lejos

a pie. Emprender un viaje sin dinero es de lo más reconfortante para levantar unos

sentimientos abatidos, y con dinero, ya, ni te cuento: Debe de ser la hostia. Toda la

incertidumbre que pesa proyectada desde los recuerdos, se eleva ligera ante la

incertidumbre de un nuevo porvenir, donde todos los recuerdos, sí, van contigo, pero te

importan un rábano. Está muy bien eso de afrontar, plantarle cara al dolor y a tus

circunstancias, mirarlas y escupirlas hasta que las desarmas. Sí, está muy bien ser valiente y

tener los cojones de plomo para hacerle frente al aguante. Pero a mí la vida me ha

enseñado, hasta ahora, dos cosas de bastante importancia: que es corta, y que es muy pero

que muy corta. De donde deduzco inmediatamente que no hay tiempo que perder, ni en

duelos, ni en dolores.

Le dije que lo que quería era follármela cada día, tantas veces como me diera la gana. Que

estuviera ahí siempre que yo regresara de donde fuera, para abrirme sus piernas y dejarse

penetrar por mí hasta el dolor. Que habría de beber tanto y más como saliera de mi

lanzadera de carne inflamada. Que ninguno de sus agujeros quedaría sin profanar. Que era

así: o nada. Yo andaba dando vueltas por toda la habitación, sin apenas percibir que

estábamos yo y ella ahí. Pronto, tras decir lo dicho, vi mi desolación por fin emergida y caí

al suelo ya no sé si inconsciente o muerto. Más lógico sería lo segundo pues no volví a saber

de mí hasta la fecha, en este hospital blanco como el terror en el que amanecí, parece ser,

cinco semanas después. A saber, la maleta estaba hecha y más todavía, ni siquiera fui yo

quien metió la ropa: toda una predestinación, que sin creer yo nada en ellas, me servía

sobradamente. Metí la directa al ánimo y salí por piernas con la maleta en una mano, y un

cigarro en la otra.

El asno podrido fue mi primera parada de tren. Un yinyán con la gravedad torcida o

enloquecida, o yo qué sé, malversada, chorreante, era su cabeza. Había al fondo una

torreta, cruzando el mar y a nado, apagándoseme el cigarro que llevaba en la boca, maldita

la hora, y mojándoseme los restantes, llegué a ella con más ánimo que el inicial. Desde esa

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orilla, la otra orilla, tal imagen podrida del asno cobró su forma y apareció tan campante

masticando hierba como quien no tiene nada que perder.

Me recosté en unas barquitas marineras, sintiendo el olor de mi mar querida, y soñé.

Sueño: Mi segunda parada. Mi rostro estaba tan cansado que hacían falta muletas para

alzarlo. Aún así, el pórtico roto de mis ojos, no se abriría tan fácilmente. Soñé con que tenía

dos hijas y una mujer amada. Comíamos a la fresca en la terraza. Las niñas eran así felices,

levantándose de la mesa cada poco para trastear y asomarse por la barandilla, mirando

todo lo que había a sus pies. En esas yo besaba a mi mujer y le pasaba guarra y

delicadamente un trozo de pollo a su boca, como hacíamos de jóvenes con los chicles,

¿recordáis, viejos lobos de agua dulce? ¡Maldita la Luna, un hombre navega allí arriba

buscando loco a Moby Dick hasta la muerte! Comió mi pollo. Las niñas corrían ahora. Yo

despertaba cayendo por el balcón hasta la gran boca de un pez enormemente pequeño y

con muletas. Sentí terror, el mismo que en el hospital, y sonó el pitido del tren anunciando

su siguiente parada: Apolo, Medusa, San Sebastián.

Muchas serían las paradas de este viaje, así que me entretuve en tomarlo con calma, para

mirarle a la frente a las serpientes custodiando una infancia horriblemente horrible, como

rostros gaseados en napal que fueran vistos por ojos de otros rostros llorando lluvia y pena

ácida. Muchas noches soñé con los rostros enjaulados en serpientes, corriendo la vida y la

muerte y el miedo por mi piel y por mi sangre congelada y blanca. ¿Y tú, mujer, por la vida

de toda la humanidad, contesta, qué pena o qué demonios te habitan, para estar así,

blandida y derretida, deformada, soñolienta, y tan ausente como tu alegría; que viste acaso

lo que nunca hubieras querido ver? Seguro que sí, y lo visto te acomete como una tormenta

de llantos. No sé, no sé, pero al fondo siempre hay una esperanza en forma de orilla lejana

y siempre, siempre, el océano es a nado como se cruza, si no, no hay orilla ni pradera que

te espere, a nado, con cigarro entre los labios o sin él, pero a nado, mujer, mujer rota por tu

abismo. ¡Y que me expliquen, por toda la perrería de humanidad: qué hace ese Cristo con

una flecha tan genitalmente clavada! De suerte que el pincel erró su tiro. ¡Y a corazón

salvado!: Como un Apolo bellamente cabreado: ¡Siempre fui yo más de Dionisio! ¿Te has

fijado, señorita, qué calavera tan bien aladrillada? Me pido el ojo derecho como dormitorio

donde esperarte. Me lo pido, por si el tren arranca tan rápido como aquel día en que te

Saudade 6 Rubén Darío Fernández