La Orilla de las Mariposas

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Cuando Robert aceptó el reto de viajar a Ucrania para trabajar para la Unión Europea y poder allí desarrollar su profesión de arquitecto para el bien común, nunca se le pasó por la cabeza que su vida cambiaría para siempre. Lo que en un principio era un viaje para cambiar temporalmente de aires y conocer nuevos horizontes se fue convirtiendo, poco a poco, en una aventura inimaginable. Ni el idioma, ni el clima, ni las diferentes costumbres, ni tan siquiera la distancia entre ese maravilloso país del este y su tierra, fueron impedimentos para encontrar allí algo que no había sentido ni vivido en sus treinta y dos años de vida plácida en Valencia.

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LA ORILLADE LAS

MARIPOSAS

Rafael Arenas Montavá

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© Rafael Arenas Montavá

Edita:

ISBN: 978-84-15344-19-3

DL: V-

Impreso en España / Printed in Spain

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación ni de su contenido puede ser reproducida, almacenada o transmitida en modo alguno sin permiso previo y por escrito del autor.

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Para Carolina,

mi tercer y último retoño,

que viniste con amor

un caluroso cuatro de julio... del 2007

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Las aguas frías y caudalosas del río Dnepr se iban oscureciendo a la caída de la noche, su color pasaba rápidamente del azul plomo al negro metalizado. Enfrente, a no muchos kilómetros, se encendían las luces públicas y de algunas casas de la población de Komarin, ya en Bielo-rusia. Natalia permanecía inmóvil, mirando fijamente el horizonte, era una puesta de sol preciosa de un día no menos recordable para el inicio de la primavera en Ucrania. Apenas se habían visto hoy las nubes y el sol se había notado sobre la piel, aunque ahora se había movido una ligera brisa del Este que recordaba la dureza del clima de esta zona.

No podría calcular el tiempo que había pasado sobre un pequeño montículo junto al río cuando empezó a escuchar unos gritos que pro-venían del edificio. Se giró a la cuarta o quinta vez de oírlo y vio una sombra que se le acercaba, al principio con pequeños movimientos de duda y al final, al localizarla, con gran decisión. Era Katerina Iváno-vna, su tutora. Tenía una expresión agria y fruncía el ceño; al pararse, se le quedó mirando, como si de un duelo se tratara, pero poco a poco fue perdiendo la dureza en la mirada y al final, en un intento de esfor-zarse y tratar de ser comprensiva, bajó un poco la mirada.

– Natalia, te he dicho muchas veces que a las siete debes de estar en tu cama, sabes que es una falta grave y la próxima vez te llevaré a la directora – le dijo con intención de romper el hielo.

Pero al momento, al ver que Natalia se había quedado ausente ante sus palabras, le habló con más dureza.

– !Natalia, me has oído!.

Capítulo 1

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– Si le he oído Señorita Katerina – respondió –. Usted sabe que no me importa lo que me puedan hacer pero si usted pudiera conseguir que me trasladaran con mi hermana, haría cualquier cosa..., cualquier cosa.

– Sabes que no está en mi mano, pero de todas las maneras tampo-co haces puntos para tratar de conseguirlo.

La cogió de la mano y se encaminaron lentamente hacia el edificio principal, donde todas las luces ya estaban encendidas y parecía como una hoguera rodeada de una ya fría y oscura noche.

Por mucho que se esforzara uno, la verdad es que no se podía des-tacar mucho del edificio que albergaba la Institución. Ni tan siquiera era lo suficientemente antiguo para poder ser de algún estilo o tenden-cia importante. Sólo era un edificio ecléctico de principios de siglo con excesivas simetrías que sólo se rompían por la belleza de la cubierta, increíblemente vigorosa en contraposición con el aspecto del resto, con falta de buenas manos de pintura en paredes y ventanas. Tenía tres plantas prácticamente rectangulares, donde en la planta baja se reu-nían todos los servicios de cocina y el comedor, las aulas, lavandería y una pequeña clínica. El resto de las plantas eran dormitorios, cuatro por planta, donde dormían veinte niñas en cada una, así como unos pequeños dormitorios para las tutoras y los aseos, vetustos y en mal estado, donde el agua caliente era la excepción más deseada.

Natalia se desvistió lentamente y después de ir al baño, se dejo caer sobre la vieja cama de muelles. Puso sus brazos entre su cabeza y el cojín, y miró al techo para perder su mirada en pensamientos agradables. Y pensó en su hermana, que apenas tenía cuatro años, y recordaba cuando jugaban en su casa cerca de Cernobyl´, no muy lejos de allí. Y se durmió.

Sonia era una niña que prácticamente no había conocido a sus padres, ya que estos murieron cuando tenía dos años, en la Central Nuclear, donde trabajaban como ingenieros. Natalia y Sonia fueron ingresadas en instituciones oficiales diferentes ya que se llevaban cua-tro años de diferencia. Actualmente se encontraba no muy lejos de allí, en Kozelec, pero hubiera dado igual que estuvieran a quinientos kilómetros de distancia, porque hacía ya dos años desde sus ingresos y todavía no se habían visto.

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Un ruido estridente pero monótono la despertó. Otros días se había despertado antes de las siete pero hoy el día había amanecido encapo-tado y la luz apenas entraba por los cristales de las ventanas. Se levantó como una autómata y, al igual que el resto de sus compañeras, se diri-gió a los aseos. Los rostros no sólo expresaban cansancio sino también indiferencia ante los gritos y órdenes de la tutora. Era un día más.

Una vez acabó con su aseo personal, se encaminó hacia la zona de reunión de los dormitorios y desde allí, cuando estuvieron todas formadas en algo parecido a lo que ocurre en el ejército, desfilaron aunque sin paso hacia las puertas de salida y bajaron las escaleras en silencio hasta llegar a los comedores. Se sentaron una vez recogieron sus desayunos y empezaron a comer. Natalia no probó bocado, tan siquiera miró la comida que había cogido con indiferencia del mostra-dor, y la verdad es que no fue por su apariencia a bazofia.

El día pasó como el resto de los días de su vida en la Institución, sólo la gimnasia le hizo sentir algo diferente, que su corazón seguía latiendo mientras el sudor tibio le corría entre sus ropas bajo una leve y fría llovizna. Después cantaron hasta la hora de cenar, y antes de acostarse volvió al río, como casi siempre. Katerina la observó como casi todos los días, pero esta vez la dejó tranquila.

– Sí, hermana, – pensó Natalia –. Estamos tan cerca y tan lejos a la vez, y es casi seguro que ni tan siquiera te acuerdes de mí. Y lloró en silencio.

Capítulo 2

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Al día siguiente se reunieron Katerina Ivánovna y Ana Levin, la di-rectora. Katerina no hacía más que dar vueltas por el despacho mien-tras Ana la miraba con cierta preocupación.

– Me estás poniendo nerviosa – dijo – si tienes alguna idea haz el favor de decírmela ya, y por favor, ¡siéntate!.

Katerina asintió con la cabeza y se sentó. Permaneció en silencio un buen rato mirando a la mesa. Al final se decidió.

– Tengo que hacer algo por esa niña, la verdad es que todas las niñas del centro tienen problemas pero Natalia es algo especial, no se relaciona con nadie. Creo que yo soy la única persona que hablo con ella.

– Te lo he dicho varias veces – le contestó Ana –, no se puede hacer excepción con nadie y quiero que recuerdes que esta institución se creó por aquello que pasó, todas son hijas de lo mismo.

Katerina asintió con la cabeza pero le contestó. – Tienes razón, pero aquí estamos para reconducir sus vidas y ayudarlas; cada niña necesita una terapia diferente y Natalia necesita a su hermana, es lo único que le queda en este mundo.

Se formó un corto silencio hasta que Ana dio por finalizada la reu-nión. – Mira Katerina, voy a mover cielo y tierra, y aunque está en contra de las órdenes y normas educativas que nos han impuesto para este caso, trataré que se puedan ver un rato.

Ana se levantó de la mesa y se encaminó con Katerina hacia la puerta. – Te lo vuelvo a repetir, voy a hacer lo que pueda, pero te re-cuerdo que no te prometo nada.

– Gracias, por ella – le contestó –, y salió con una cierta esperan-za aunque sin demasiadas ilusiones que poderle contar a Natalia. La verdad es que no le pensaba contar nada hasta que las cosas estuvie-ran suficientemente favorables; sólo le faltaba eso a la niña. Se quedó pensativa por un instante, apoyada sobre la puerta y mirándose hacia dentro de sí misma. Ana no sabía qué hacer y ni por dónde empezar, pero pensó que algo debía de hacer.

Katerina fue a sus aposentos y se sentó en silencio sobre su silla favorita, una especie de mezcla entre una mecedora y una tumbona,

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la cual parecía que ya había sobrevivido a varias guerras. Tenía tantas capas de pintura que no se podía saber si era de madera o de algún material sintético, y menos de que tipo de árbol.

Se quedó mirando al techo casi en total oscuridad, había que ahorrar energía, y los tonos grises del habitáculo ayudaban un poco. Vaya ratonera – pensó –, y se sintió atrapada por sus propias pare-des y sus propios pensamientos. No era una mujer muy bella, pero algo más arreglada y acicalada a la europea, le darían más juego a su atractivo físico, algo descuidado para sus treinta y dos años y su des-tierro por voluntad propia. Sus ojos grises se fundieron con el cuarto y sus párpados cayeron poco a poco por la fuerza de la gravedad. Se quedó dormida mientras todavía le quedaba algo de inercia a la silla al mecerse. Y esa noche tuvo un sueño que jamás había tenido, fue el sueño que cambiaba el destino de su vida y si a los veintitrés años se hubiera casado con aquel apuesto novio que tuvo en Kiev, Nikolai, hoy era madre de una hija, una niña quizás como Natalia, y otra tal vez como Sonia.

Se despertó bruscamente y casi se cae al suelo. Tenía todos los miembros entumecidos y le dolían especialmente las piernas, todavía dormidas. Se había quedado dormida sobre vieja silla y había cogido frío; maldijo una y mil veces a los burócratas y políticos, se estiró todo lo que pudo aguantar al dolor y tras un momento de impase para cen-trarse, se puso en marcha. Eran ya las seis y cuarto.

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Permanecía inmóvil sentada al borde de su cama cuando las tutoras entraron en los dormitorios, como casi todas las mañanas, haciendo un ruido atroz y tratando de despertar a todas las niñas. Junto a sus piernas había situado su pequeño bolso donde había puesto práctica-mente todo lo que tenía, excepto lo que llevaba puesto, su mejor ves-tido, sus mejores zapatos y la más llamativa de sus cintas para el pelo.

Katerina iba de un lado hacia otro dando órdenes y tratando de ani-mar a las todavía medio dormidas jovencitas cuando cruzó la mirada con Natalia; las dos se quedaron mirándose durante un instante hasta que Natalia rompió el encantamiento y, tras coger la bolsa con sus te-soros, se abalanzó sobre su querida profesora. Las dos se fundieron en un abrazo que casi hizo enmudecer al resto de las niñas y profesoras.

– No sé cómo darle las gracias por lo que ha hecho –. Katerina le sonrió y le dijo en voz baja al oído – Todavía no he hecho nada por ti, pero si quieres hacer algo por mí, haz el favor de empezar a caminar y salgamos de esta habitación enseguida, porque los demás nos están mirando como si tuviéramos monos en la cara.

Natalia sonrió como nunca recordaba Katerina que lo había hecho desde que la conocía y cogidas de la mano salieron de los dormitorios mientras el resto del mundo, se apartaba a un lado y a otro a su paso.

Subieron a un vehículo relativamente moderno para lo que circu-laba por allí y que recordaría a los occidentales un Fiat o un Seat 124, al menos de apariencia. Mientras se alejaban de la institución, Natalia

Capítulo 3

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se iba encontrando más cómoda y sobre todo cuando su profesora le iba explicando el tipo de visita que se le había concedido para ver a su hermana Sonia. Sólo de pensar que iba a pasar todo el día con ella le parecía un sueño y mientras miraba el paisaje, se introducía en sus pensamientos con la facilidad que le caracterizaba, sin afectarle en lo más mínimo ni las condiciones en que se encontraba la carretera, ni las historias que contaba el chófer, ni la profunda mirada que clavaba Katerina sobre ella.

Pasaron enseguida Cernigov y el río Desna, y cogieron la carretera general, algo mejor pavimentada, en dirección a Kiev. Una vez atrave-saron la población Kopti, Katerina le indicó que la siguiente era Ko-zelec, a muy pocos kilómetros de distancia. Natalia empezó a ponerse nerviosa, un sudor frío le recorrió el cuerpo mientras le temblaban las piernas, pero cerró los ojos por un instante y al abrirlos de nuevo, pensó que ya dominaba algo más la situación, al menos por fuera.

– Creo que debes de pensar que el encuentro con tu hermana pue-de ser no tan bonito en principio como podías pensar – le susurró Ka-terina. Natalia se giró bruscamente hacia ella, su mirada decía muchas cosas, sobre todo asombro.

– ¿Piensa que ya no se acordará de mí? – le contestó con la seguri-dad de quien desafía.

No supo que más decirle como contestación, pero pensó que qui-zás lo mejor era no hacerle otro comentario sobre la situación que a continuación podría vivir, quizás era lo que el destino le aguardaba, para bien o para mal.

Y continuó mirándola de reojo mientras salían de Kozelec y cogían un desvío por una senda asfaltada que entre un bosque de abetos mo-ría en una gran casona, que no distaba ni un kilómetro del pueblo.

Ya habían llegado. Katerina bajó del vehículo y se dirigió direc-tamente a la entrada del edificio, donde le esperaba la directora del centro, María, una vieja amiga suya de la universidad. Tras fundirse en un sincero y emotivo abrazo, se preguntaron mutuamente como les iba la vida.

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La casona era bastante antigua pero muy bien conservada, y algo así como una casa de descanso de alguna familia adinerada de Kiev, que aunque la Revolución incautaría, volvió posteriormente a manos privadas y tras muchos años de uso, fue donada para el fin que ahora se le da. Allí se alojaban como jardín de infancia y hospital, cerca de cien niños y niñas de hasta cinco años de edad, algunos de ellos en un estado degenerativo irreversible.

– ¿Vas a bajar del coche o no? – le preguntó Katerina al verla casi paralizada dentro del vehículo.

Natalia reaccionó de inmediato y bajó del coche como el que entra en una cueva sin saber lo que se va a encontrar, con un trozo de miedo y otro de ansiedad en el corazón, y sin descontar la parte de curiosidad de todo aquello. Le dio la mano y las dos se dirigieron juntas hacia la puerta de acceso, donde las esperaba de nuevo la profesora.

– ¿Sabéis que os parecéis algo? – dijo María con amabilidad tras observarlas.

Los ojos de Natalia se iluminaron y pasaron del azul frío al color de la aguamarina, con un brillo que parecía el reflejo del sol sobre sus córneas. Su pelo, liso y suave, sujeto por una cinta de color rojo inten-so, y similar a su vestido, se balanceaba por las ráfagas de viento, como intentando buscar su libertad, algo menguada por la cinta. Y pasaba su color del castaño claro al rubio oscuro según el capricho del sol, que lucía ya con fuerza en el cielo, en un día claro pero bastante gélido. Ka-terina llevaba el pelo recogido hacia detrás en forma de cola de caballo, y aunque era algo mas ondulado que el de Natalia, su color era muy similar visto al sol. Las dos se apretaron con más fuerza sus manos.

Tras las formalidades y presentaciones oportunas, las tres entraron en el edificio y se dirigieron a un despacho donde, tras cerrar la puerta, María les invitó a que se sentaran. Tras un impás de silencio, la direc-tora rompió la tregua y habló.

– Bueno, creo que debo de contarte un poco la situación de tu hermana Sonia – dijo, mirando al techo. – Su salud no es todo lo bue-na que quisiéramos desear y está necesitando cuidados, aunque, por desgracia, no está mejorando satisfactoriamente.

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Natalia se levantó bruscamente de su silla y dijo, – Por favor, ¿po-dría ver a mi hermana ya?. Tras un gesto de aprobación, María salió de la sala y cogidas de nuevo de la mano salieron detrás. Llegaron por un pasillo, después de tropezar con niños una y otra vez, a una pequeña habitación con la puerta entornada. Natalia pidió entrar sola, accediendo la directora tras indicarle que Sonia era la que estaba en la cama junto a la ventana.

La oscuridad reinaba en la estancia al igual que el silencio, sólo se podían sentir unos ligeros gemidos de las niñas al respirar, algo que no podían hacer muy bien; la ventana estaba completamente bajada y las niñas parecían que descansaban todavía.

Lentamente se acercó a la cama donde estaba Sonia y fue obser-vando una a una a las dos compañeras de habitación, no sin que le recorriera un escalofrío por la médula espinal; cuando estuvo junto a su lado, se sentó al borde de la cama y la miró fijamente. Sonia abrió los ojos y le preguntó –¿quién eres tú?. Tras encender la pe-queña lamparita, le dijo quien era. Las dos se miraron fijamente y la verdad es que se parecían mucho, casi como dos gotas de agua, excepto en la salud. Natalia trató de explicarle quienes eran, de donde venían y le contó, a su modo, la historia de sus vidas. Sonia la escuchó con mucho interés pero con poca fe, no recordaba en principio nada de lo que le decía, y le pareció más un juego que una historia de verdad.

Nunca se podrá saber si la historia de su vida animó más a Sonia o fue únicamente porque hacía mucho tiempo que no disfrutaba de una historia tan emocionante que valió más que cualquier terapia o juego educativo administrado por sus profesores y médicos. Lo que sí se puede saber y ver es que tras la visita de su hermana Natalia, reaccionó positivamente tanto en su estado de salud como anímicamente, algo en la vida parecía que le interesaba más de lo normal y que le estimu-laba, sobre todo la promesa secreta de su hermana de sacarla de allí y estar juntas para siempre.

Al igual que a su hermana, la situación vivida en el encuentro había animado mucho a Natalia; se le pudo ver mucho más serena y centrada en sus pensamientos, incluso disfrutando de ellos, durante el viaje de vuelta a la Institución. Katerina la observó constante-

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mente durante el viaje en coche y también disfrutó viéndola en ese estado anímico.

– Quizás la vida vale la pena, al ver de vez en cuando sonreír a una niña que quieres de verdad y que tanto lo necesita – pensó Katerina. Pero también pensó que ahora llegaba el después de toda esta situa-ción tan tensa y para ello no sabía si estaba preparada, tanto ella como la niña, porque realmente no había habido tiempo de poder preparar un después a algo tan sumamente importante. – Para las dos – se dijo a sí misma. Parecía que había soportado bien el impacto de ver a su hermana y no le había afectado, al menos exteriormente, el estado tan delicado de Sonia. Parecía que sólo había recogido de la visita los pun-tos positivos de la misma, desechando los negativos, o ignorándolos, como si no existieran.

Los días posteriores al encuentro fueron algo extraños y descon-certantes para Katerina. No conseguía contactar con Natalia, a la cual, por cierto, veía mucho más animada que de costumbre pero también ausente y poco comunicativa. Quizás estaba disfrutando de sus recien-tes vivencias o estaba tramando algo. Decidió intentar una ofensiva directa con Natalia para no perder su amistad, su confianza y el cariño que tanto le había costado conseguir y que tanto anhelaba en estos momentos. No es que fuera una especie de celos lo que sintiera, ya que había pasado junto ella malos momentos y ahora que parecía más animada, daba la sensación de que no quería compartir con ella esos momentos más alegres. No se puso fecha para la ofensiva, tenía todo el tiempo del mundo.

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La Institución estaba algo más agitada que de costumbre. Se habían limpiado a fondo todas las instancias del edificio, desde la primera hasta la última planta, incluso los locales anexos, cobertizos y todos los alrededores. El olor a “zotal” era por momentos insoportable y Katerina incluso llegó a pensar si ella no era alérgica a ese dichoso producto.

Sin embargo, no se efectuaron reparaciones, ni siquiera las más urgentes y necesarias, algo que le sorprendió y por ello decidió ir de nuevo a hablar con la directora para tratar de pedirle explicaciones por el asunto.

– Te pasas la vida refunfuñando y pidiendo cosas – le contestó Ana Levin –, no obstante, pensaba reunir al claustro de profesores para po-der explicaros de primera mano el asunto y tratar que unificar criterios para poder planificar una táctica común. Katerina se volvió con cara agria y una expresión de confusión.

– Pero, ¿de qué rollo me estás hablando?. Esto parece un secreto militar y no me dirás ahora que vamos a tener visita de mis queri-dos burócratas y políticos de la capital para hacer una inspección del centro.

– ¡No! – le contestó con dureza, y de nuevo la hizo sentarse –. La semana que viene tenemos una visita, pero no es una de esas típicas y periódicas de nuestros altos mandos únicamente, vendrán unos comisarios y técnicos de la Unión Europea para inspeccionar la Ins-titución, ver su estado físico y valorar las necesidades de todo tipo

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que tenemos. Tenemos la suerte, valga la redundancia, – prosiguió Ana, no sin intentar darle a la conversación un aire con un sentido de autoridad –, de que nos han incluido en un programa de ayudas europeas para el este de Europa y queremos dar la sensación de que tenemos instituciones bien dirigidas, limpias, que tratamos bien a los niños pero que materialmente no están bien dotadas, para de esa forma conseguir ayudas económicas. Por eso, nos han enviado equipos de limpieza pero no obreros de reparación y menos aún equipamiento dotacional.

Katerina se había quedado muda y no había dicho ni una sola pa-labra, algo casi inseparable a ella, pero pronto reaccionó, – me parece una buena táctica, ¡limpios pero pobres! – contestó con cierta ironía.

– Bueno, por lo menos has entendido por encima el asunto – siguió Ana, para no perder el hilo de la explicación y tratando de cortarle la inspiración a Katerina –. No obstante, ya os diré cuando nos debemos de reunir todos y tú, que ya te puedes sentir como aludida, ruego que mantengas silencio hasta la dichosa reunión de profesores.

En las últimas semanas, Natalia y Katerina no habían tenido dema-siadas conversaciones, por lo que aprovechando la rotura de la mo-notonía de los últimos días, decidió forzar una primera conversación algo más planificada y esperando tener algo de éxito.

– Te veo más contenta – le dijo Katerina, casi susurrándole al oído –. ¿Quieres que hablemos un rato al anochecer?.

– Si quiere ya sabe donde me podrá encontrar – le contestó. Y se fue caminado sin esperar contestación.

Aún no había caído del todo el sol en el horizonte cuando se diri-gió al punto de encuentro, no había dudado ni un momento a dónde dirigirse, sabía que la sombra del olmo que acariciaba la orilla del río Dnepr era el sitio preferido de la niña, un lugar discreto y a la vez pre-cioso. Esa tarde el sol estaba más enrojecido que de costumbre y teñía de rojo caldera los bordes de las nubes que casi acariciaban el ocaso por poniente. Su reflejo en el agua del río parecía como un revoloteo de mariposas doradas junto a la orilla. El viento, molesto durante

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todo el día, se había calmado, dejando una tarde casi noche tranquila y fresca, con el murmullo suave y continuo del río al fondo.

Mantenía las rodillas juntas y abrazadas por sus manos, con su trasero sentado sobre la fresca y tupida yerba, y la mirada perdida en el horizonte.

Katerina decidió sentarse junto a ella de la misma forma y puso su mirada también en el horizonte, buscando encontrar la estela de la mi-rada de Natalia, mas sabía que dicha mirada se perdía en la oscuridad de su interior y no en los prados y bosques que parecía observar. El tiempo pasó y cuando las dos decidieron mirarse, casi al unísono, ya había caído la noche y el frío recorría sus cuerpos con descaro. Kate-rina rodeó con su brazo a la niña y la inclinó sobre ella para poderla proteger del helor reinante. Le besó en la cabeza y le dijo – cuéntame que te recorre ahora por la cabeza, necesito saberlo, te lo aseguro, lo que a ti te preocupa a mí me importa.

– Ya lo sé –, le contestó – por eso no quiero contarte nada.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Katerina, le había hablado de tú de una forma espontánea y eso le llenó de emoción. Por primera vez se sentía realmente cerca de ella, casi unida, y apenas habían hablado. Pensó que la teoría de que hablando se entiende más la gente no era este caso del todo, sus bocas habían callado unos días y sus corazones se habían unido más. – ¡Cuánto quiero a esta niña! – pensó. Decidió volver a la carga, la niña no quería crearle problemas porque también le importaba pero estaba decidida a participar con ella en su vida.

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Capítulo 5

Salió casi volando de casa como al que le persigue un mal sueño. Afortunadamente pudo coger un taxi en pocos minutos.

–Al aeropuerto, ¡y rápido, por favor! – le dijo al taxista.

Éste asintió con una expresión de desaprobación y murmurando – estos jóvenes parecen que si no corren se pierden la vida – le llevó con bastante rapidez a la terminal. El tráfico era abundante pero no exce-sivamente denso por lo que en apenas doce minutos allí estaban. La tarde caía sin remedio y el sol parecía que empezaba a perder fuerza en un día algo caluroso para la época. Tras pagarle y coger la maleta salió disparado al interior del edificio. Las gotas de sudor le empapaban la frente y los nervios le encogían el estómago.

– Estoy hasta el gorro de ir siempre con prisas – pensó.

Pudo aún colocar la maleta en la cinta y llegar a tiempo al embar-que, aunque por los pelos.

Allí, viendo que todavía le sobraban unos pocos minutos, decidió sentarse y limpiarse el sudor que casi le molestaba a los ojos. Más tran-quilo, dio su tarjeta de embarque y se aposentó en el avión. Pensó que al menos podía dar gracias que había un vuelo directo desde Valencia a Bruselas, porque sólo hubiera faltado hacer un trasbordo en Madrid o Barcelona.

El avión salió puntualmente y en dos horas ya estaba a casi dos mil kilómetros de distancia de su tierra. Se le hizo corto el viaje, ya que entre la lectura y los pensamientos, el tiempo había muerto dulcemente.

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Tuvo suerte con la maleta y la recogió sin novedad. Allí le esperaba una persona de la Embajada de España, que le condujo en un taxi al Hotel Le Méridien Brussels. Tras despedirse del acompañante, tomó posesión de la habitación. Repasó el programa para el día siguiente y tras cambiarse de ropa, bajó a cenar al restaurante.

Pensó que la ducha le había sentado bien y le había abierto el ape-tito, por lo que cenó algo parecido a un filete de ternera con patatas fritas y una cerveza del país. Pensó que quizás debería de haber pedido un vino tinto, pero ese líquido aquí no era algo a destacar y la verdad que beber vino solo no le excitó demasiado.

Cuando, al día siguiente bien entrada la mañana, llegó a las depen-dencias de la Unión Europea, presentó sus credenciales y tras indicarle el camino a seguir, le pusieron una tarjeta identificativa y le registraron discretamente. Al llegar, pasó a un despacho bastante grande pero no muy bien iluminado, allí le esperaba el Comisario Europeo, D. Andrés Velasco Soler.

– Puntualidad británica, muy bien – intervino Velasco –. Bueno, primero ¡Buenos días!, y bienvenido a Bruselas.

Él asintió con la cabeza y tras darse la mano se sentaron.

– Robert Monfort Plá, 32 años, Arquitecto Superior, natural de Ro-cafort (Valencia), soltero, profesional libre, domina el castellano, el valenciano, el inglés y el alemán..., bueno, etc, etc, etc,... – cortó la conversación, se presentó a sí mismo y trató de ir más al grano –. Creo que hechas las presentaciones oportunas quiero explicarle el motivo por el cual ha sido requerido por la Unión Europea. Estamos traba-jando en un programa de ayuda a las Repúblicas ex-Soviéticas, para la disminución y cierre de centrales nucleares en mal estado (casi todas, dijo en voz baja, casi como un murmullo). Pero el programa también abarca a los damnificados por el escape radioactivo de Cernobyl´, los intercambios de niños afectados para pasar vacaciones en España, la mejora de las instalaciones y equipos de las instituciones que acogen en sus países de origen, ..., bueno, etc, etc, etc,... – volvió a cortar la conversación –. Aquí es donde entra usted, se desplazará a Ucrania y visitará varias instituciones. Tendrá que hacer un estudio técnico pormenorizado de las mejoras necesarias de las edificaciones donde

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viven estas criaturas, desde un punto de vista constructivo y humano a la vez. En principio no hay un presupuesto fijo pero lógicamente no podrá ser ilimitado.

– Quiero decirle que para mí es un reto muy importante, no tanto por mis inquietudes profesionales como, sobre todo, por las humanas – le cortó Robert. Andrés Velasco asintió con la cabeza y empezaron a esbozar el programa de trabajo, al que posteriormente se les unió una tercera persona.

Después de varios días de reuniones, presentaciones y conferen-cias, la teórica llegaba a su fin y se acercaba la práctica. Robert volvía a sentir en su estómago esa sensación nerviosa de encogimiento, la ver-dad es que le emocionaba viajar a esos países y conocer otras culturas europeas diferentes a las occidentales.

El viaje fue algo más largo que el primero, incluso el tiempo tam-poco acompañó; el viento soplaba fuerte y el avión parecía una barca dentro de un océano.

– El aliento de Gorbachov – le dijo a Robert su acompañante de vuelo –. Es como le dicen aquí al viento fuerte, seco y frío que viene del norte – prosiguió –. No sé si es algo cariñoso hacia el político ruso o simplemente una puñalada en la espalda; la verdad es que aquí todos dicen que se quieren mucho, me refiero a ucranianos, rusos, bielorru-sos y otros más, pero muy en el fondo, porque en la superficie se tiran a matar. Perdona, soy Nicolai, vuestro interprete y amigo para lo que necesitéis en esta aventura en mi querida Ucrania.

Cuando llegaron a Kiev ya había caído la noche y hacía un frío de mil demonios. La gente de allí parecía seca pero la verdad es que esta-rían pensando más en como soportar el clima que en ser amables con los forasteros, y menos si son los Europeos ricos, como dicen ellos. No obstante, le sorprendió la amabilidad de Nicolai.

El Hotel parecía impresionante desde el exterior aún siendo de no-che, ya que estaba bien iluminado y daba la sensación que su conser-vación era reciente para tener bastante más de cien años la construc-ción. Lo peor vino cuando entraron en él. Se debería haber acabado el

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dinero porque parecía que se lo habían gastado todo fuera y la verdad es que era una pena porque el Hall del Hotel se lo merecía y sola-mente la lámpara de lágrimas que colgaba en el centro de la entrada y se elevaba majestuosamente sobre ella valía más que todo el edificio. No pudo contener una expresión de desaprobación cuando entró en su habitación y vio el estado en que se encontraban los muebles, las alfombras y las cortinas, y aún menos la fontanería del cuarto de baño. En su tiempo, debió ser un gran hotel y el caché no lo había perdido todavía, pero la imagen estaba muy deteriorada.

Había quedado con Nicolai a las ocho para desayunar y presentarle oficialmente al resto del comisionado, por lo que decidió acostarse e intentar recuperar energías, ya que había sido otro día muy duro. Antes de ello, sin embargo, miró en el mini bar por si había algo de lo que poder echarse a la garganta, ya que el frío que había cogido en el trayecto desde el aeropuerto al hotel todavía lo llevaba encima. Se qui-tó la chaqueta y se hizo un JB con tres cubitos de hielo, – esto sí que no falta – pensó. Puso la televisión y se quedó mirando un programa algo parecido a un concurso de regalos hasta que se le acabó el whisky, para ese momento ya había pasado casi una hora y ya se sentía confortable en su habitación, por lo que se desvistió, pasó por el baño y se acostó. Se quedó mirando al techo por un rato, no se sentía ningún ruido ni dentro ni fuera del hotel y pensó si sabía realmente dónde se había me-tido con todo este asunto y si quizás no estaría más tranquilo haciendo pequeños proyectos de viviendas en la costa valenciana. Y se durmió.

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Capítulo 6

El día había llegado y el revuelo que se estaba produciendo en la Ins-titución era proporcional a lo que posteriormente habría de acontecer en ella. Se había realizado hacía ya unos días la famosa reunión de pro-fesores y Katerina había sido elegida como la persona que ayudaría en el protocolo a Ana Levin, no sólo por sus innegables cualidades de voz cantante en cualquier acto sino también por conocer perfectamente el in-glés y el español, los cuales aprendió en su estancia universitaria en Kiev.

El primero de ellos lo aprendió por ser el idioma del resto del mundo (y de la sociedad decadente capitalista) y el otro porque tuvo un profesor de origen español que le transmitió un interés por dicho idioma y al final acabó aprendiendo. Eran los dos idiomas más impor-tantes en la visita porque, según les habían dicho, la mayoría de los visitantes eran de origen nórdico, anglosajones y españoles.

Las niñas se habían puesto sus mejores ropas y las propias profe-soras habían intentado parecer algo más occidentales, pero quien más lo había conseguido era Katerina. Se había cortado algo el pelo, deján-dose un peinado con cola de caballo que realzaba aún más su propia belleza, eso sí, ayudado por un poco de maquillaje que le daban más calidez a sus rasgos eslavos. Sus labios eran delgados, pero bien mar-cados por un carmín suave pero con cuerpo, su pelo parecía más claro al sentirse más suelto y sus ojos más azules ayudados por el rímel. Katerina parecía no estar muy orgullosa por el acicalamiento, pero no podía negar que todo el mundo la miraba. Hasta su discreto vestido le realzaba más su tipo.

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– Pues tiene un bien tipo y sin embargo me parecía que estaba como un fideo – pensó Ana Levin.

Katerina se le acercó a Ana y le preguntó – ¿cuándo tienen que ve-nir o es que vamos a estar todo el día de plantón aquí?.

– Aguanta y calla – le contestó – la lengua de víbora que tienes sólo debe de servirte para ayudar a traducir y no para lanzar mensajes áci-dos, además sólo llevan treinta y dos minutos de retraso.

Katerina contraatacó – a lo mejor ha sido por el tráfico, quizás desde aquí a Kiev han cogido con convoy militar o algo peor, ¡una manifestación de tractores!.

– Lengua viperina y envenenada es lo que tienes – le replicó Ana con una mirada de reojo que cortaba el ambiente – además, casi no te conozco, pareces una Barbie.

De pronto, Katerina sintió una mano que le cogía la suya, era Nata-lia; la verdad es que la ayudó a contenerse, bueno a medirse un poco y para zanjar el tema le contestó a Ana susurrándole al oído.

– Bueno, porque eres mi mejor amiga, porque si fueras sólo mi superiora te metía un puntapié por el culo, ¡uy! perdón, por su trasero de Directora.

Para cuando Ana Levin quiso reaccionar, Katerina se había separa-do lo suficiente junto con Natalia, el suficiente espacio para no hablar sin que te pudieran oír los demás asistentes al acto. Ana cambió de color, se puso realmente roja, pero no continuó con la “conversación”.

El día había amanecido gris pero poco a poco el sol había ganado la partida a las nubes, aunque por la Institución recorría un ligero viento que te dejaba casi tieso. Por ello, cuando Ana casi estaba a punto de darle la razón a Katerina, mal que le pesara, ya que los labios iban al compás de sus dientes y empezaba a tiritar por el plantón que estaban pasando en la entrada principal, una caravana de vehículos mono-volumen entraban escoltados con dos coches patrulla por la puerta principal de la parcela.

Katerina casi sonrió, le recordó una película que había visto el otro día y que en varias escenas aparecía una caravana de vehículos

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monovolumen, eso sí sin protección policial, – ¡Eso!, Twister – dijo en voz alta.

– ¿Me dices algo a mí? – le contestó a Katerina su amiga Natalie Lenin, profesora y compañera.

– No me hagas caso Natty, hoy es uno de esos días que me parece que estoy en órbita, pero tranquila porque todo va a transcurrir muy bien, como la seda, ¡ya verás!, sé que me voy a portar muy bien.

De pronto, empezaron a bajar de los vehículos y del primero baja-ron cinco individuos de aspecto inequívocamente nórdicos, tres hom-bres y dos mujeres para ser más exactos, fueron presentados como especialistas en centros de recuperación y tratamiento de enfermeda-des “especiales”. Del segundo bajaron un grupo de seis hombres, se identificaron como teutones y su misión era la de estudiar los equi-pamientos del centro. Del tercer coche bajaron cuatro mujeres y un hombre, ucranianos todos ellos, del Gobierno. Finalmente, del cuarto monovolumen bajaron tres hombres y dos mujeres, eran los técnicos que estudiarían las instalaciones desde el punto de vista constructivo, había un italiano, dos francesas y dos españoles, entre ellos Robert y el Comisario Velasco.

Le había gustado mucho el viaje desde Kiev hasta aquí, ver en pri-mavera esta tierra le parecía realmente preciosa, con grandes zonas de bosques, inmensos prados que empezaban a recuperar el verdor per-dido del crudo invierno y los campos de cultivo, recién labrados para echar la semilla. Por ello, no quedó decepcionado al ver la Institución, era algo realmente impresionante, tan bello que incluso mantenía una perfecta armonía con el entorno, sin embargo, había visto mucha po-breza por el camino y aquí estaba seguro que vería algo peor, pero al mismo tiempo le estimulaba el reto. – Parece que te has quedado sor-prendido por la edificación, ¿no? – le susurró Velasco mientras le daba un suave golpe con el codo; Robert reaccionó y asintió con la cabeza. Pensó por qué había venido Velasco como infiltrado en el viaje, ya que no tenía ninguna obligación de acompañarlos.

– ¡Es él! – pensó y poco a poco se acercaron sin dejarse de mirar. Cuando estuvieron casi a un palmo el uno del otro, tan cerca que sen-

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tían su aliento acelerado por la sorpresa de volverse a encontrar, él le sonrió y ella se le echó encima, fundiéndose en un fuerte abrazo.

– Como siempre, estás preciosa – le susurró Nicolai al oído.

Katerina le sonrió – y tú tan galante como siempre, mi querido Dumbo – le replicó.

– ¡Vaya!, veo que no has perdido tu cariñoso sentido del humor, desde luego ¡eres tú! pero parece que no han pasado los años para ti.

Decidió contestarle con un poco más de sutileza – la verdad es que para ti tampoco, aunque..., parece que has ganado algún kilo y la terraza se te ha descubierto un poco – y le sonrió con mucho cariño.

Nicolai sonrió de nuevo y juntos entraron a la Institución, por su-puesto, rompiendo el protocolo establecido por Ana Levin.

En el Hall de entrada habían preparado una pequeña recepción a los invitados y visitantes, donde se hicieron las oportunas presentacio-nes. Robert fue presentado y Nicolai no pudo contenerse – Nos hemos hecho amigos, creo que es un buen chico y parece bien preparado – le susurró a Katerina.

– Y atractivo –, le contestó ella.

– Te lo voy a presentar – y la cogió del brazo.

Cuando llegaron a donde estaba Robert, intentaron hacerse un hueco entre el grupo de personas que lo rodeaban y Nicolai se le puso prácticamente delante.

– Quiero presentarte a una persona muy importante para mí – le dijo mientras la acercaba con el brazo, – Robert, te presento a Kateri-na, profesora de esta Institución y una gran amiga mía de mi juventud.

Le dio la mano y se presentó – Katerina Ivánovna, encantada .

– Es un placer, bueno, perdón, me llamo Robert Monfort – le con-testó con sorpresa.

Katerina rió – Ya sé porqué se ha sorprendido tanto, la verdad es que hablo español pero un poquito y como Nicolai me había comen-tado de donde era.

– Le rogaría que me hablara de tú, salvo que no lo crea correcto – le contesto Robert mientras no le quitaba los ojos de encima.

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– Si así lo deseas, por mi no hay problema – y se soltaron la mano.

– La verdad es que estoy quedando muy impresionado por la hos-pitalidad de los Ucranianos, de la belleza del paisaje y las mujeres de esta tierra – comentó Robert para intentar quedar bien.

– Los cumplidos siempre son bien recibidos de los extranjeros – respondió Katerina. Nicolai, viendo que ésta empezaba a cargar los misiles decidió hacer, por si acaso, un cortafuegos, – La verdad que no conoces la historia mía con Katerina – dirigiéndose a Robert, – cuando estudiamos en la universidad en Kiev, ¡fuimos novios!, ¿sabes?, pero después cada uno eligió su camino y nuestros caminos no eran comu-nes, ni tan siquiera paralelos, pero, en fin, la quiero mucho y para mí es más que una amiga, como una hermana.

– Vaya, de todas maneras no sé cómo pudiste dejarla escapar – re-plicó Robert, – me parece una mujer bella e inteligente, y luchadora, porque para trabajar aquí hay que tener algo más y eso lo tienen pocas personas.

Katerina cambió de actitud, se le notó en la mirada y eso sorpren-dió a Nicolai, el cual un poco inconscientemente habló – ¡Uf!, no la conoces, tiene un carácter...

– Su carácter será proporcional a su bondad y su sacrificio, trabajar para los niños en un lugar perdido como éste sólo se hace pensando en los demás – le cortó Robert.

Se despidieron y mientras se alejaban se volvieron a cruzar las miradas.

La recepción había finalizado y fueron recorriendo con minucio-sidad todas las estancias del complejo; las niñas estaban excitadas y contentas, sobre todo porque actos como este o algo parecidos no ocurrían desde hacía un montón de tiempo.

No obstante, los representantes del Gobierno recriminaron aunque con discreción a Ana Levin, les había parecido como un recibimiento típico del Plan “Marschall” y los deseos de las altas instancias gubernamentales era el intentar que pareciera un día normal. Ana se defendió argumentando la hospitalidad Ucraniana como mejor defensa y parecía, por cómo se estaba desarrollando la visita, que la razón se inclinaba a su costado, afortunadamente para ella.

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Los dormitorios de la última planta fueron lo más agradable para Robert, la luz entraba a través de las ventanas y al contraluz parecían como pantallas de focos que iluminaban las estancias desde fuera hacia dentro, todo ello producido por el polvo en sus-pensión que facilitaba una vista espectacular de los habitáculos, claro está, por la falta de cortinas o persianas. Se formaban unos claroscuros realmente preciosos ya que en esta última planta se podía ver la cubierta desde dentro, formada por una estructura de madera al estilo de cercha, no obstante, esa belleza plástica no escondía la posible falta de higiene que convivían con la propia estructura de la cubierta, seguramente muy al compás de venta-nas y puertas de la edificación. No podía imaginarse cómo calen-tar todo este volumen en los meses más fríos del año, el crudo invierno en Ucrania.

– Hola de nuevo – de pronto, Katerina había aparecido de nuevo y le sacó de su trance – deseaba presentarte a una persona que, aunque ella no se lo crea, la quiero y admiro mucho,...se llama Ana, Ana Levin, la directora del centro.

– Encantado – contesto Robert. Le pareció una mujer alta y forni-da, muy guapa y con una piel muy blanca, que hacía contrapunto a su pelo, lacio y negro, y no muy largo en forma de melenita, sin embar-go, su forma de vestir le pareció algo rancia. Sus ojos almendrados le parecieron grandes como platos, pero tristes y su expresión denotaba cansancio y tensión al mismo tiempo.

– Lo mismo digo – le contestó Ana en inglés, – ya veo que conoce a Katerina, así que le recomiendo que se proteja de ella.

El sonrió – ya veo que es muy famosa aquí y todo el mundo que la conoce tiene un doble sentimiento hacia ella, en fin, a mi me parece una gran mujer pero es posible que no conozca su otra faceta.

– Más vale que no la conozca o si tuviera que verla más a menudo como yo, valdría la pena que la conociera pronto, para así poderla asimilar lo antes posible – replicó Ana.

Katerina, que casi increíblemente había quedado muda, no tardó demasiado en reaccionar – Parece que sólo tengáis que hablar de mí, como si yo fuera un número de circo o algo parecido, en fin, si me dis-

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culpáis, voy a ver cómo van las niñas, que a fin de cuentas son lo más importante de todo esto – y se marchó haciendo parecer que estaba algo molesta.

– No se preocupe, la conozco muchos años y ahora no está mo-lesta o enfadada, porque si lo estuviera yo lo habría notado...., bueno y usted también. En fin, ruego que me perdone pero debo de seguir atendiendo a los demás invitados. Encantada.

Robert le dio la mano y cuando se alejaba se volvió por un instante y le sonrió, él le devolvió el gesto con un pequeño movimiento con la mano. – Buena gente – pensó.

Decidió seguir viendo otras partes del inmueble pero su mirada, mientras caminaba, empezó a buscar a Katerina. Al final, la encontró, estaba rodeada por un grupo de niñas que le comentaban cosas con gran emoción.

Ella se percató del observador pero siguió con lo suyo, disimu-lando y mirando de reojo, como si no se hubiese percatado. El siguió caminando sin dejarla de mirar, por lo que no se dio cuenta y de pronto tropezó, ella le hizo unos aspavientos pero ya era demasia-do tarde. No vio el pequeño taburete y se fue de bruces contra una armadura que estaba de estatua, intentó cogerse a ella pero tras un primer balanceo cayó posteriormente sobre él y se le hizo todo ne-gro. Se quedó totalmente inmóvil debajo de la armadura y formó una gran nube de polvo.

Cuando despertó, intentó incorporarse pero no pudo, dos manos le sujetaban por el pecho y le obligaron a permanecer acostado. Sintió un gran dolor en la cabeza y también en el trasero, parecía que el golpe había sido de órdago. – ¿Qué me ha pasado?, ¡Dios! me duele todo –. Katerina permanecía junto a él acompañada por el Doctor del centro y rompió el hielo.

– Parece que has montado una buena, Robert, y aunque a simple vista no has sufrido grandes contusiones, si nos asustaste un poco al principio. Bueno, ¿cómo te encuentras?.

– No se preocupe – intervino de pronto el Doctor en inglés, – sólo