Santos. 2008. Nuestra América. Hegemonía...

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Nuestra América. Hegemonía y contrahegemonía en el siglo XXI Titulo Santos, Boaventura de Sousa - Autor/a; CELA, Centro de Estudios Latinoamericanos Justo Arosemena - Compilador/a o Editor/a; Autor(es) Tareas (no. 128 ene-abr 2008) En: Panamá Lugar CELA, Centro de Estudios Latinoamericanos Justo Arosemena Editorial/Editor 2008 Fecha Colección Pensamiento político; Globalización; Contrahegemonía; Sociología; Hegemonía; América Latina ; Temas Artículo Tipo de documento http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/Panama/cela/20120717112115/nuestra.pdf URL Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 2.0 Genérica http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.0/deed.es Licencia Segui buscando en la Red de Bibliotecas Virtuales de CLACSO http://biblioteca.clacso.edu.ar Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) Conselho Latino-americano de Ciências Sociais (CLACSO) Latin American Council of Social Sciences (CLACSO) www.clacso.edu.ar

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Santos. 2008. Nuestra América. Hegemonía...

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  • Nuestra Amrica. Hegemona y contrahegemona en el siglo XXI Titulo Santos, Boaventura de Sousa - Autor/a; CELA, Centro de EstudiosLatinoamericanos Justo Arosemena - Compilador/a o Editor/a;

    Autor(es)

    Tareas (no. 128 ene-abr 2008) En:Panam LugarCELA, Centro de Estudios Latinoamericanos Justo Arosemena Editorial/Editor2008 Fecha

    ColeccinPensamiento poltico; Globalizacin; Contrahegemona; Sociologa; Hegemona;Amrica Latina ;

    Temas

    Artculo Tipo de documentohttp://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/Panama/cela/20120717112115/nuestra.pdf URLReconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 2.0 Genricahttp://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.0/deed.es

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  • 5El siglo europeo-americanoSegn Hegel, la historia universal transcurre de Oriente

    a Occidente. Asia es el principio, mientras Europa es el finltimo de la historia universal, el sitio donde culmina la tra-yectoria civilizatoria de la humanidad. La idea bblica y me-dieval de la sucesin de los imperios (translatio imperii), enHegel se torna la forma triunfal de la Idea Universal. En cadaera, un pueblo asume la responsabilidad de conducir la IdeaUniversal, convirtindose as en el pueblo universal histri-co, un privilegio que por turnos ha pasado de los pueblos asi-ticos a los griegos, luego a los romanos y, finalmente, a losgermanos. Amrica, o ms bien Norteamrica, conlleva para

    NUESTRA AMRICA.HEGEMONIA Y

    CONTRAHEGEMONIAEN EL SIGLO XXI

    Boaventura de Sousa Santos**

    SOCIALISMO

    *Tomado de la revista Chiapas, N12, 2001, (Mxico: ERA-IIEc). Ttulooriginal "Nuestra Amrica. Reinventando un paradigma subalterno dereconocimiento y redistribucin. Traduccin de Ramn Vera Herrera.http://www.ezln.org/revistachiapas/**Socilogo, profesor de la Facultad de Economa de la Universidad deCoimbra, Portugal.

    Frente a esta visin de un mundo nuevo, con relaciones socialesms cnsonas con las aspiraciones de sus pueblos, Tareas tambinpublica el artculo de Higinio Polo quien presenta la difcil transicinpor la cual atraviesa el viejo mundo (Europa). Los partidos deizquierda, en la tradicin de Marx, Proudhomme y Lasalle, quedurante casi 150 aos haban presentado la alternativa para eldesarrollo de ese continente se encuentran en crisis. A pesar deque la social democracia (fundada por Marx a fines del siglo XIX)gobierna en muchos pases europeos, sus polticas son neoliberales.

    En la seccin sobre relaciones entre Panam y EEUU, sereproducen dos artculos de jvenes investigadores. Por un lado,Jos Santos A. pasa revista a los acuerdos y pactos suscritos porambos pases en el siglo XXI poniendo la seguridad del pas enpeligro. Santos tambin presenta una visin renovada de lasnegociaciones sobre el CNA a fines de la dcada pasada. RalphEvans contribuye con un artculo sobre la contaminacin de lasreas revertidas y los polgonos de tiro que fueron abandonadospor EEUU en la antigua Zona del Canal.

    Tareas publica dos documentos importantes producidos por unacentral obrera (CGTP) que denuncia el proyecto de Tratado de LibreComercio (TLC) entre Panam y EEUU que se encuentra atrapadoen los pasillos del Congreso en Washington. A pesar de ello, Panamno ha denunciado a EEUU por darle refugio a un terrorista convictoprfugo de la justicia panamea. Igualmente, publica la declaracindel encuentro de los estudiantes universitarios indgenas dePanam quienes critican la poltica paternalista y cosmtica delactual gobierno.

    La emblemtica cientfica social panamea y miembro del comiteditorial de Tareas, Carmen A. Mir G., es objeto de una entrevista,en la cual descubre sus compromisos con la nacin panamea desdeque era una joven militante. La entrevista a cargo de MagelaCabrera, presenta a una Carmen Mir tan comprometida hoy comolo era cuando ingres al Frente Patritico de la Juventud. En laseccin Nuestra Amrica tambin se presenta un artculo de JorgeTurner M. quien hace una semblanza del guerrillero heroico, ErnestoCh Guevara.

    La revista cierra con una resea preparada por Vctor Figueroadel libro Nuestra Amrica: Un continente en la encrucijada, editado porRicardo Dello Buono y Marco A. Gandsegui, h.

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    Hegel un futuro ambiguo, en tanto no choque con el cumpli-miento ltimo de la historia universal en Europa. El futuro de(Norte) Amrica es an un futuro europeo, conformado porlas sobras de la poblacin europea.

    Esta idea hegeliana subyace a la concepcin dominantede que el siglo xx fue el siglo americano: el siglo europeo-ame-ricano. Implcita queda la nocin de que la americanizacindel mundo, empezando por la americanizacin de Europa mis-ma, no es sino un efecto del ardid universal de la razn, pro-pio de Europa, que al llegar al Extremo Occidente, y sin recon-ciliarse con el exilio al que Hegel lo ha condenado, es forzadoa desandar sobre sus huellas y de nuevo trazar el camino desu hegemona sobre Oriente. La americanizacin, como for-ma hegemnica de globalizacin, es entonces el tercer actodel drama milenario de la supremaca occidental. El primeracto, en gran medida un acto fallido, fueron las Cruzadas, quedieron inicio al segundo milenio de la era cristiana; el se-gundo acto, iniciado a mitad del segundo milenio, fueron losdescubrimientos y la subsecuente expansin europea. En estaconcepcin milenarista, el siglo europeo-americano conllevapoca novedad; no es sino otro siglo europeo, el ltimo del mi-lenio. Despus de todo, Europa ha contenido siempre muchasEuropas, algunas dominantes, otras dominadas. Estados Uni-dos de Amrica es la ltima Europa dominante; como las pre-vias, ejerce su poder incuestionado sobre las Europas domi-nadas. Los seores feudales de la Europa del siglo xi desearony tuvieron tan poca autonoma respecto del papa Urbano ii,aquel que los reclut para las Cruzadas, como los pases de laUnin Europea actuales tienen respecto de Estados Unidosde Clinton, que los reclutan para las guerras balcnicas.1 Deun episodio al otro, lo nico que se ha restringido es la con-cepcin imperante del Occidente dominante. Mientras msrestringida es la concepcin de lo que es Occidente, ms cer-ca queda Oriente. Jerusaln es ahora Kosovo.

    Bajo estas condiciones es difcil imaginar alternativa al-guna al rgimen actual de relaciones internacionales que seha vuelto un elemento central de lo que llamo globalizacinhegemnica. No obstante, tal alternativa no es slo necesa-ria sino urgente, dado que el rgimen actual se torna msviolento e impredecible conforme pierde coherencia, agravan-

    do as la vulnerabilidad de los grupos sociales, las regiones olas naciones subordinados. El peligro real, que ocurre tantoen las relaciones intranacionales como en las internaciona-les, es la emergencia de lo que llamo fascismo societario. Alhuir de Alemania pocos meses antes de su muerte, WalterBenjamin escribi sus Tesis sobre la teora de la historia, im-pulsado por la idea de que la sociedad europea viva entoncesun momento de peligro. Pienso que hoy vivimos tambin unmomento as. En tiempos de Benjamin el peligro era el surgi-miento del fascismo como rgimen poltico. En nuestro tiem-po, el peligro es el surgimiento del fascismo como rgimensocietario. A diferencia del fascismo poltico, el fascismo so-cietario es pluralista, coexiste con facilidad con el estado de-mocrtico y su tiempo-espacio preferido; en vez de ser nacio-nal, es a la vez local y global.

    El fascismo societario est formado por una serie de pro-cesos sociales mediante los cuales grandes segmentos de lapoblacin son expulsados o mantenidos irreversiblementefuera de cualquier tipo de contrato social (Santos, 1998a). Sonrechazados, excluidos y arrojados a una suerte de estado denaturaleza hobbesiana, sea porque nunca han formado partede contrato social alguno y probablemente nunca lo hagan(me refiero a los descastados precontractuales de cualquierparte del mundo y el mejor ejemplo es tal vez la juventud delos ghettos urbanos), o porque fueron excluidos o expulsadosde algn contrato social del que eran parte (stos son los des-clasados poscontractuales, los millones de obreros del posfor-dismo, los campesinos despus del colapso de los proyectos dereforma agraria u otros proyectos de desarrollo).

    En tanto rgimen societario, el fascismo se manifiestacomo el colapso de las ms triviales expectativas de la genteque vive bajo su dominio. Lo que llamamos sociedad es unmanojo de expectativas estabilizadas, que van de los horariosdel metro al salario a fin de mes, o un empleo al terminar laeducacin superior. Las expectativas se estabilizan median-te una serie de escalas y equivalencias compartidas: a untrabajo dado le corresponde una paga dada, a un crimen parti-cular le corresponde un castigo particular, para un riesgo hayun seguro previsto. La gente que vive en un fascismo socie-tario est privada de estas escalas y equivalencias comparti-

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    das y, por ello, no tiene expectativas estabilizadas. Vive enun constante caos de expectativas donde los actos ms trivia-les se empatan con las ms dramticas consecuencias. Afron-tan muchos riesgos sin seguridad alguna. Gualdino Jess,un patax del noreste brasileo, simboliza la naturaleza detales riesgos. Haba llegado a Brasilia a participar en la mar-cha de los Sin Tierra. La noche era tibia y decidi dormir enuna banca, en la parada del autobs. En las primeras horasde la maana fue asesinado por tres jvenes de clase media;uno, hijo de un juez, otro, de un oficial del ejrcito. Cuandolos jvenes confesaron a la polica, dijeron que mataron alindgena por divertirse. Ni siquiera saban que era un indio,suponiendo que era un vagabundo sin hogar. El hecho semenciona aqu como una parbola de lo que llamo fascismosocietario.

    La expansin del fascismo societario es entonces un futu-ro factible. Existen muchos signos de que esta posibilidad esreal. Si se permite que la lgica del mercado se desparramede la economa a todos los campos de la vida social y se con-vierta en el nico criterio para establecer interacciones so-ciales y polticas, la sociedad se tornar ingobernable y tica-mente repugnante. El resultado ser que cualquier orden quese logre ser de tipo fascista, como ya lo predijeran hace d-cadas Schumpeter (1962 [1942]) y Polanyi (1963 [1944]).

    Sin embargo, es importante no perder de vista, como miejemplo muestra, que no es el estado el que puede tornarsefascista, sino las relaciones sociales locales, nacionales einternacionales. Este desfasamiento en las relaciones socia-les, entre inclusin y exclusin, se ha profundizado tanto quese torna ms y ms espacial: los incluidos viven en reascivilizadas, los excluidos en reas salvajes. Se levantan ba-rreras entre ellos (condominios cerrados, comunidades cer-cadas). Por ser potencialmente ingobernables, en las zonassalvajes el estado democrtico se ha legitimado democrtica-mente para actuar de un modo fascista. Es ms probable queesto ocurra mientras menos se revise el consenso que man-tiene a este estado dbil. Hoy queda ms claro que slo unestado democrtico fuerte puede expresar eficazmente suspropias debilidades, y que slo un estado democrtico fuertepuede promover la emergencia de una fuerte sociedad civil.

    De otra manera, una vez cumplido el ajuste estructural, enlugar de confrontarnos con un estado dbil lo haremos conmafias fuertes, como ocurre ahora en el caso de Rusia.

    Argumento entonces que la alternativa a la expansin deun fascismo societario es construir una nueva pauta de rela-ciones locales, nacionales y transnacionales, basada en elprincipio de la redistribucin (equidad) y en el principio delreconocimiento (diferencia). En un mundo globalizado, talesrelaciones deben emerger como globalizaciones contrahege-mnicas. La pauta que las sustente debe ser mucho msamplia que una serie de instituciones. Dicha pauta conducea una cultura poltica transnacional encarnada en nuevasformas de socialidad y subjetividad. A fin de cuentas, implicauna nueva ley natural revolucionaria, tan revolucionariacomo lo fueron las concepciones de la ley natural en el sigloxvii. Por razones que tratar de aclarar, a esta ley natural ladenomino ley cosmopolita barroca.

    En los mrgenes del siglo europeo-americano, arguyo, emer-gi otro siglo, uno en verdad nuevo y americano. Yo le llamoel siglo americano de Nuestra Amrica. Mientras el primero en-traa una globalizacin hegemnica, este ltimo contieneen s mismo el potencial para globalizaciones contrahegem-nicas. Debido a que este potencial yace en el futuro, el siglode Nuestra Amrica bien puede ser el nombre del siglo quecomienza.

    En la primera seccin de este texto explico lo que entiendopor globalizacin, y en particular globalizacin contrahege-mnica. Luego especifico con algn detalle los rasgos mssobresalientes de la idea de Nuestra Amrica tal como fue con-cebida en el espejo del siglo europeo-americano. En la segundaseccin analizo el ethos barroco, concebido como el arquetipocultural de la subjetividad y la sociabilidad de Nuestra Amri-ca. Mi anlisis resalta aspectos del potencial emancipador dela nueva ley natural barroca, concebida como una ley cos-mopolita, una ley que no se basa en Dios ni en la naturalezaabstracta, sino en la cultura social y poltica de grupos socia-les cuya vida cotidiana recibe su energa de la necesidad detransformar sus estrategias de sobrevivencia en fuente deinnovacin, creatividad, transgresin y subversin. En lasltimas secciones trato de mostrar por qu este potencial

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    emancipador y contrahegemnico de Nuestra Amrica est le-jos de haberse materializado y cmo puede llevarse a la prc-tica en el siglo xxi. Finalmente, identifico cinco reas, todasellas profundamente incrustadas en la experiencia secularde Nuestra Amrica, las cuales, desde mi punto de vista, sernlos principales terrenos de disputa en la lucha entre las glo-balizaciones hegemnica y contrahegemnica, que confor-marn el espacio para que surja una nueva cultura polticatransnacional, y para la ley natural barroca que la legitime.En cada uno de estos terrenos, el potencial emancipador delas luchas obtiene su premisa de la idea de que una polticade la redistribucin no puede conducirse con xito sin unapoltica del reconocimiento, y viceversa.

    Las globalizaciones contrahegemnicasAntes de proceder, debo aclarar lo que quiero significar

    con globalizacin hegemnica y contrahegemnica. La ma-yora de los autores conciben slo una forma de globalizaciny rechazan la distincin entre globalizacin hegemnica yglobalizaciones contrahegemnicas.2 Si la globalizacin seconcibe como una sola, la resistencia a ella por parte de lasvctimas concediendo que sea posible que resistan slo pue-de asumir la forma de la localizacin. Jerry Mander, por ejem-plo, habla de la viabilidad de economas diversificadas y loca-lizadas, de escala ms pequea, enganchadas a las fuerzasexternas pero no dominadas por ellas (1996: p. 18). Douthwaiteafirma que

    dado que una insustentabilidad local no puedecancelar sustentabilidades locales en otra parte,un mundo sustentable consistira en un nmerode territorios, cada uno sustentable independien-temente de los otros. En otras palabras, en vez deuna economa global que daara a todo el mundohasta el colapso, un mundo sustentable podracontener una pltora de economas regionales (sub-nacionales) que produjeran todo lo esencial paravivir de los recursos de sus territorios, y que fue-ran, como tal, independientes unas de otras (1999:p. 171).

    Desde este punto de vista, el viraje a lo local es obligado.Es la nica manera de garantizar la sustentabilidad.

    Parto de la presuposicin de que lo que llamamos globali-zacin consiste en series de relaciones sociales; conformeestas series de relaciones sociales cambian, tambin lo hacela globalizacin. En sentido estricto, no existe una entidadaislada llamada globalizacin; hay, ms bien, globalizaciones,y deberamos usar el trmino nicamente en plural. Por otraparte, si las globalizaciones son paquetes de relaciones so-ciales, stos tienden a implicar conflictos; de ah la idea delos vencedores y los derrotados. Con ms frecuencia de lo queparece, el discurso de la globalizacin es el recuento de losvencedores en su propia versin. En sta, su victoria es apa-rentemente tan absoluta que los vencidos terminan desapa-reciendo del cuadro por completo.

    Y aqu mi definicin de globalizacin: el proceso por el cualuna condicin o entidad local dada logra extender su alcancepor todo el globo y, al hacerlo, desarrolla la capacidad de desig-nar como local a alguna entidad o condicin social rival.

    Las implicaciones ms importantes de esta definicin son,primero, que en las condiciones del sistema-mundo capita-lista occidental no existe una globalizacin genuina. Eso quellamamos globalizacin es siempre la globalizacin exitosade un localismo dado. En otras palabras, no existe condicinglobal alguna para la que no podamos hallar una raz local, unfondo cultural especfico. La segunda implicacin es que laglobalizacin entraa localizacin, esto es, la localizacin esla globalizacin de los derrotados. De hecho, vivimos en unmundo de localizacin, tanto como vivimos un mundo de glo-balizacin. Sera igualmente correcto en trminos analticosque definiramos la situacin actual de nuestros tpicos deinvestigacin en trminos de localizacin y no de globaliza-cin. La razn por la que preferimos este ltimo trmino tie-ne que ver con que el discurso cientfico hegemnico tiendea preferir el relato del mundo segn lo cuentan los vencedo-res. Para dar cuenta de las relaciones de poder asimtricasen el interior de lo que llamamos globalizacin, he sugeridoque distingamos cuatro modos de producirla: localismos glo-balizados, globalismos localizados, cosmopolitismo y heren-cia comn de la humanidad (Santos, 1995: pp. 252-377). Se-

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    gn esta concepcin, los primeros dos modos abarcan lo quellamo globalizacin hegemnica: surgen de las fuerzas delcapitalismo global y se caracterizan por la naturaleza radicalde la integracin global que posibilitan, sea por exclusin opor inclusin. Los excluidos pases o pueblos, incluso conti-nentes como frica estn integrados a la economa globalpor las formas especficas en que son excluidos de sta. Estoexplica por qu hay tanto en comn, ms de lo que estamosdispuestos a admitir, entre los millones de personas que vi-ven en las calles, en los ghettos urbanos, en las reservas, enlos campos de la muerte de Urab o Burundi, en los Andes oen la frontera amaznica, en los campos de refugiados, en losterritorios ocupados o en los talleres de sudor que utilizan amillones de nios como trabajadores cautivos.

    Las otras dos formas de globalizacin el cosmopolitismo yla herencia comn de la humanidad son lo que llamo globa-lizaciones contrahegemnicas. Por todo el mundo los proce-sos hegemnicos de exclusin encuentran diferentes formasde resistencia iniciativas de base, organizaciones locales,movimientos populares, redes transnacionales de solidaridad,nuevas formas de internacionalismo obrero que intentancontrarrestar la exclusin social abriendo espacios para laparticipacin democrtica y la construccin comunitaria, ofre-ciendo alternativas a las formas dominantes de desarrollo yconocimiento; en suma, en favor de la inclusin social. Estosvnculos locales/globales y el activismo transfronterizo cons-tituyen un nuevo movimiento democrtico transnacional. Apartir de las manifestaciones en Seattle en noviembre de 1999contra la Organizacin Mundial de Comercio y aquellas enPraga en septiembre de 2000 contra el Banco Mundial y elFondo Monetario Internacional, este movimiento se est con-virtiendo en un nuevo componente de la poltica internacio-nal y, de manera ms general, es parte de una nueva culturapoltica progresista. Las nuevas redes de solidaridad local-globalse enfocan en una amplia variedad de asuntos: derechos hu-manos, medio ambiente, discriminacin tnica y sexual, bio-diversidad, normas laborales, sistemas de proteccin alter-nativa, derechos indgenas, etctera (Gonzlez Casanova,1998; Keck y Sikkink, 1998; Tarrow, 1999; Evans, 2000; Brysk,2000).

    Este nuevo activismo ms all de las fronteras constitu-ye un paradigma emergente que, siguiendo a Ulrich Beck,podramos denominar una subpoltica emancipadora transna-cional, el Geist poltico de las globalizaciones contrahe-gemnicas. La credibilidad de tal subpoltica transnacionalest an por establecerse y su sustentabilidad contina sien-do una cuestin abierta. Si medimos su influencia y xito ala luz de los cuatro siguientes niveles creacin de tpicos yestablecimiento de un programa; cambios en la retrica dequienes deciden; cambios institucionales; impacto efectivoen polticas concretas, existe fuerte evidencia para afirmarque ha tenido xito en confrontar la globalizacin hegemni-ca en los dos primeros niveles de influencia. Est por versequ tanto xito puede tener, y en cunto tiempo, en los dosltimos niveles de influencia, que son ms demandantes.

    Para los propsitos de mi argumentacin, hay que resaltardos caractersticas de la subpoltica transnacional. La prime-ra, una positiva, es que a diferencia de los modernos paradig-mas occidentales de transformacin social progresista (la re-volucin, el socialismo, la socialdemocracia), la subpolticatransnacional est por igual involucrada con la poltica de laequidad (redistribucin) y con la poltica de la diferencia (re-conocimiento). Esto no significa que estas dos clases de pol-ticas estn presentes por igual en diferentes clases de lu-chas, campaas o movimientos. Algunas luchas privilegianuna poltica de la equidad. ste es el caso de las campaascontra los talleres de sudor o los nuevos movimientos deinternacionalismo laboral. Otras luchas, por el contrario, pue-den privilegiar una poltica de la diferencia, como son las cam-paas contra el racismo y la xenofobia en Europa o algunosmovimientos por derechos indgenas, aborgenes o tribalesen Latinoamrica, Australia, Nueva Zelanda e India. Otrasluchas ms pueden explcitamente combinar la poltica de laequidad con la poltica de la diferencia. Tal es el caso de algu-nas campaas contra el racismo y la xenofobia en Europa, losmovimientos de mujeres en todo el mundo, las campaas encontra del saqueo de la biodiversidad (o biopiratera), casi to-das ellas localizadas en territorios indgenas, y la mayora delos movimientos indgenas. La articulacin entre reconoci-miento y redistribucin se torna an ms visible cuando con-

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    templamos estos movimientos, iniciativas y campaas comouna nueva constelacin de significados emancipadores pol-ticos y culturales en un mundo globalizado de manera dispa-reja. Hasta el momento, tales significados no conllevan unaautorreflexin. Uno de los propsitos de este trabajo es apun-tar un posible camino hacia este fin.

    La otra caracterstica de la subpoltica transnacional esnegativa. Hasta ahora, las teoras de la separacin han pre-valecido sobre las teoras que pregonan la unin entre la granvariedad de movimientos, campaas e iniciativas existen-tes. De hecho, lo verdaderamente global es slo la lgica de laglobalizacin hegemnica, que fija un equilibrio que mantie-ne tales movimientos separados y mutuamente ininteligi-bles. Por ello, la nocin de una globalizacin contrahegem-nica tiene un fuerte componente utpico y su significado ple-no puede asirse slo mediante procedimientos indirectos. Yodistingo tres procedimientos principales: la sociologa de lasausencias, la teora de la traduccin y la puesta en prcticade nuevos Manifiestos.

    La sociologa de las ausencias es el procedimiento por elcual aquello que no existe, o cuya existencia es socialmenteinasible o inexpresable, se concibe como el resultado activode un proceso social dado. La sociologa de las ausencias in-venta o devela cualquier condicin, experimento, iniciativa oconcepcin poltica y social suprimida con xito por las for-mas hegemnicas de la globalizacin, o aquellas que no se hapermitido que existan ni sean pronunciables como necesi-dad o aspiracin. En el caso especfico de la globalizacin con-trahegemnica, la sociologa de las ausencias es el procedi-miento mediante el cual puede rearmarse el carcter incom-pleto de una lucha antihegemnica o la ineficacia de la re-sistencia local en un mundo globalizado. Dicho carcter in-completo y tal ineficacia se derivan de los vnculos ausentes(suprimidos, inimaginados, desacreditados) que podran co-nectar tales luchas con otras en algn otro lugar del mundo,lo que fortalecera su potencial para construir alternativascontrahegemnicas crebles. A mayor precisin de esta so-ciologa de las ausencias, mayor claridad habr en la percep-cin de una ineficacia o un carcter incompleto. De todasmaneras, aquello universal o global construido por la sociolo-

    ga de las ausencias, lejos de negar o eliminar lo particular olocal, los alienta a mirar ms all como condicin para unaresistencia exitosa y para generar alternativas posibles.

    La nocin de que la experiencia social est formada porinexperiencia social es nodal para la sociologa de las ausen-cias. sta es tab para las clases dominantes que promuevenla globalizacin hegemnica capitalista y su paradigma cul-tural legitimador: por un lado, la modernidad eurocntrica olo que Scott Lash (1999) llama alta modernidad; por el otro, loque yo llamo posmodernidad celebratoria (1999b). Las clasesdominantes siempre tienden a dar por hecho que, en su ex-periencia particular, sufren las consecuencias de la ignoran-cia, la vileza o la peligrosidad de las clases dominadas. Lejosde su consideracin, en verdad ausente, est su propia inex-periencia de lo que representan el sufrimiento, la muerte yel pillaje impuestos como experiencia a las clases, grupos ypueblos oprimidos.3 Para estos ltimos, sin embargo, es cru-cial incorporar a su experiencia la inexperiencia de los opre-sores en torno al sufrimiento, la humillacin y explotacinque les imponen. La sociologa de las ausencias confiere alas luchas contrahegemnicas un cosmopolitismo, es decir,una apertura hacia los otros y un conocimiento ms amplio.ste es el tipo de saber que Retamar tiene presente cuandoasegura: Slo hay un tipo de persona que realmente conocea plenitud la literatura de Europa: el colonial (1989: p. 28).

    Para generar tal apertura, es necesario recurrir a un se-gundo procedimiento: la teora de la traduccin. Una lucha par-ticular o local dada (por ejemplo, una lucha indgena o femi-nista) slo reconoce a otra (digamos, una lucha obrera o am-biental) en la medida en que ambas pierden algo de su parti-cularismo o localismo. Esto ocurre cuando se crea una inteli-gibilidad mutua entre tales luchas. La inteligibilidad mutuaes un prerrequisito para lo que denomino autorreflexin in-terna, una que combine la poltica de la equidad con la polti-ca de la diferencia entre movimientos, iniciativas, campa-as y redes. Esta ausencia de autorreflexin es lo que permi-te que prevalezcan las teoras de la separacin sobre las teo-ras de la unin. Algunos movimientos, iniciativas y campa-as se agrupan en torno al principio de la equidad; otros, entorno al principio de la diferencia. La teora de la traduccin

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    es el procedimiento que permite una inteligibilidad mutua. Adiferencia de la teora de la accin transformadora, la teorade la traduccin mantiene intacta la autonoma de las lu-chas como su condicin, ya que slo lo diferente puede tradu-cirse. Hacerse mutuamente inteligibles significa identificarlo que une y es comn a las entidades que se hallan separa-das por sus diferencias recprocas. La teora de la traduccinpermite identificar el terreno comn que subyace a una lu-cha indgena, a una lucha feminista, a una lucha ecolgica,etctera, sin cancelar nada de la autonoma o la diferenciaque les da sustento.

    Una vez identificado, lo que une y es comn a diferentesluchas antihegemnicas se convierte en un principio de ac-cin en la medida en que se identifica como la solucin alcarcter incompleto y a la ineficacia de las luchas que per-manecen confinadas a su particularismo o localismo. Estepaso ocurre al poner en prctica nuevos Manifiestos. Es decir,planes de accin detallados de alianzas que son posibles por-que se basan en denominadores comunes, y que movilizanya que arrojan una suma positiva, porque confieren ventajasespecficas a todos los que participan en ellas de acuerdo consu grado de participacin.

    As concebidas, la subpoltica emancipadora o la globaliza-cin contrahegemnica entraan condiciones demandantes.Es de esperar un equilibrio tenso y dinmico entre diferenciay equidad, entre identidad y solidaridad, entre autonoma ycooperacin, entre reconocimiento y redistribucin. El xitode los procedimientos arriba mencionados depende, por tan-to, de factores culturales, polticos y econmicos. En los ochen-ta, el turno de lo cultural contribuy decisivamente a resal-tar los polos de las diferencias, la identidad, la autonoma y elreconocimiento, pero con frecuencia lo hizo en forma cultu-ralista, es decir, minimizando los factores econmicos y pol-ticos. As, no se consideraban los polos de la equidad, la soli-daridad, la cooperacin y la redistribucin. En el inicio de unnuevo siglo, despus de casi veinte aos de una fiera globali-zacin neoliberal, debe recobrarse el balance entre estos po-los. Desde la perspectiva de una posmodernidad de oposicin,es central la idea de que no puede haber reconocimiento sinredistribucin (Santos, 1998a: pp. 121-39). Quiz la mejor

    manera de formular esta idea sea recurrir a un dispositivomodernista, la nocin de un metaderecho fundamental: elderecho a tener derechos. Tenemos el derecho a ser igualessiempre que las diferencias nos disminuyan; tenemos el de-recho a ser diferentes siempre que la igualdad nos reste ca-ractersticas. He aqu un hbrido normativo: es modernistaporque se basa en un universalismo abstracto, pero est for-mulado de tal forma que sancione una oposicin posmodernabasada tanto en la redistribucin como en el reconocimiento.

    Como lo he expresado, las nuevas constelaciones de signi-ficado que trabajan en el interior de la subpoltica emancipa-dora transnacional no han alcanzado an su momento deautorreflexin. Es crucial que este momento ocurra si ha dereinventarse la cultura poltica de los nuevos siglo y milenio.La nica forma de alentar su emergencia es excavando enlas ruinas de las tradiciones marginadas, suprimidas o si-lenciadas sobre las que la modernidad eurocntrica constru-y su propia supremaca. Son, sin duda, otra modernidad(Lash, 1999).

    A mi entender, el siglo americano de Nuestra Amrica es elque mejor ha formulado la idea de una emancipacin socialbasada en el metaderecho de tener derechos y en el equili-brio dinmico entre reconocimiento y redistribucin que stepresupone. Tambin ha mostrado, dramticamente, la difi-cultad de construir, sobre esa base, prcticas emancipadorastrascendentes.

    El siglo americano de Nuestra AmricaNuestra Amrica es el ttulo de un breve ensayo de Jos

    Mart, publicado en el peridico mexicano El Partido Liberal el30 de enero de 1891. En este artculo, excelente resumen delpensamiento martiano presente en varios peridicos latinoa-mericanos de su tiempo, Mart expres una serie de ideasque creo dieron sustento al siglo americano de Nuestra Amri-ca, una serie de ideas que otros como Maritegui y Osvaldode Andrade, Fernando Ortiz y Darcy Ribeiro han continuado.Las ideas principales de este programa son las siguientes.Primero, Nuestra Amrica se halla en las antpodas de la Am-rica europea. Es la Amrica mestiza fundada por el cruzamien-to, a veces violento, de mucha sangre europea, india y africa-

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    na. Es la Amrica capaz de sondear profundamente en suspropias races para despus edificar un conocimiento y ungobierno que no fueran importacin, y que estuvieran ade-cuados a su realidad. Sus races ms profundas se hallan enlas luchas de los pueblos amerindios contra los invasores; esah donde estn los verdaderos precursores de los indepen-dentistas latinoamericanos (Retamar, 1989: p. 20). Se preguntaMart: No es acaso evidente que Amrica fue paralizada porel mismo golpe que paraliz a los indios? Y se responde: Hastaque los indios no caminen, Amrica misma no comenzar acaminar bien (1963, vol. vii: pp. 336-37). Aunque en Nues-tra Amrica Mart aborda principalmente el racismo antiin-dio, en otro pasaje se refiere tambin a los negros: Un serhumano es ms que blanco, ms que mulato, ms que negro[...] Las dos clases de racistas son igualmente culpables: elracista blanco y el racista negro (ibid., vol. ii: p. 299).La segunda idea en torno a Nuestra Amrica es que en susraces mezcladas reside su infinita complejidad, su nuevaforma de universalismo que enriqueci al mundo. Dice Mar-t: No existe el odio de raza porque no hay razas (ibid., vol. vi:p. 22). En esta frase reverbera el mismo liberalismo radicalque haba animado a Simn Bolvar a proclamar que AmricaLatina era una pequea humanidad, una humanidad enminiatura. Esta suerte de universalismo ubicado y contex-tualizado habra de convertirse en una de las consignas msperdurables de Nuestra Amrica.En 1928, el poeta brasileo Osvaldo de Andrade public elManifiesto antropfago. Por antropofagia entenda la capaci-dad americana para devorar todo lo ajeno e incorporarlo paracrear as una identidad compleja, una nueva y constantementecambiante identidad:

    Slo aquello que no es mo me interesa. La ley delos hombres. La ley del antropfago [...] Contra to-dos los importadores de conciencia enlatada. Lapalpable existencia de la vida. La mentalidadprelgica para estudio del seor Levy-Bruhl [...] Hepreguntado a un hombre qu es la ley. Me dijo quees la garanta de ejercer la posibilidad. Su nombreera Galli Mathias. Me lo tragu. Antropofagia. Laabsorcin del enemigo sagrado. Convertirlo en t-

    tem. La aventura humana. La finalidad terrena.Empero, slo las lites puras han conseguido laantropofagia carnal, aquella que guarda en s mis-ma el ms alto sentido de la vida y que evita losmales identificados por Freud, los demonioscatequticos (Andrade, 1990: pp. 47-51).

    Este concepto de antropofagia, irnico en relacin con la re-presentacin europea del instinto caribe, es bastante cer-cano al concepto de transculturacin desarrollado en Cubapor Fernando Ortiz, algunos aos despus, en los aos cua-renta (Ortiz, 1973). Buscando un ejemplo ms reciente, citoal antroplogo brasileo Darcy Ribeiro, que en un arranquede humor brillante dijo:

    Es bastante fcil hacer una Australia: tmese aunos cuantos franceses, ingleses, irlandeses e ita-lianos, lncelos a una isla desierta, maten enton-ces a los indios y hagan una Inglaterra de segun-da, maldita sea, o de tercera, qu mierda. Brasildebe percatarse que eso es una mierda, que Cana-d es una mierda, porque slo repite Europa. Estoslo para mostrar que la nuestra es una aventuraen pos de una nueva humanidad, el mestizaje encuerpo y alma. Mestizo es lo que est bien (1996:p. 104).

    La tercera idea fundadora de Nuestra Amrica es que para po-der construirla sobre fundamentos genuinos debe conferrse-le conocimiento genuino. Mart de nuevo: Valen ms las trin-cheras de las ideas que las trincheras de piedra (1963, vol.vi: p. 16). Pero para lograr esto, las ideas deben estar enraiza-das en las aspiraciones de los pueblos oprimidos. As como elmestizo autntico conquist al extico criollo, el libro impor-tado fue conquistado en Amrica por el hombre natural (ibid.:p. 17). Por eso Mart argumenta:

    La universidad europea debe rendirse ante la uni-versidad americana. La historia de Amrica, de losincas al presente, debe ensearse a la perfeccin,aun si no enseamos los argonautas de Grecia.Nuestra propia Grecia es preferible a una Greciaque no sea nuestra. Tenemos ms necesidad de

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    ella. Los polticos nacionales deben remplazar alos polticos extranjeros y exticos. Injrtese elmundo en nuestras repblicas, pero el tronco debeser aquel de nuestras repblicas. Y dejemos ensilencio al pedante conquistado: no hay patria dela cual un individuo pueda estar ms orgulloso quenuestras desdichadas repblicas americanas (ibid.:p. 18).

    Este conocimiento ubicado, que demanda una atencincontinua a la identidad, a la conducta y al involucramientoen la vida pblica, es en verdad lo que distingue a un pas, nolas atribuciones imperiales de niveles de civilizacin. Martdistingue al intelectual del hombre cuya experiencia de vidalo ha hecho sabio. Y dice: No hay pugna entre civilizacin ybarbarie sino entre falsa erudicin y naturaleza (ibid.: p. 17).Nuestra Amrica conlleva as un fuerte componente epistemo-lgico. En vez de importar ideas extranjeras, uno debe buscarlas realidades especficas del continente desde una perspec-tiva latinoamericana. Ignorarlas o menospreciarlas ha ayu-dado a los tiranos a acceder al poder, y ha dado pie a la arro-gancia estadounidense de cara al resto del continente. Eldesprecio del vecino formidable que no la conoce es la mayoramenaza a Nuestra Amrica, y con urgencia debe conocerlapara dejar de despreciarla. Siendo ignorante, tal vez la codi-cie. Una vez que la conozca, deber, respetndola, quitarlelas manos de encima (ibid.: p. 22).Por lo tanto, un conocimiento ubicado es condicin para ungobierno ubicado. Como lo expresa Mart en otra parte, unono puede

    Gobernar nuevos pueblos con arreglos singularesy violentos, con leyes heredadas de cuatro siglosde prcticas liberales en Estados Unidos y dieci-nueve siglos de monarqua en Francia. Uno no de-tiene un golpe en el pecho del caballo del hombrecomn con alguno de los decretos de Hamilton.Uno no hace fluir la sangre coagulada de la razaindia con un aforismo de Sieyes.

    Y Mart aade: En una repblica de indios, los gobernado-res aprenden el idioma (ibid.: pp. 16-17).

    Una cuarta idea fundadora de Nuestra Amrica es que es laAmrica de Calibn, no la de Prspero. La Amrica de Prspe-ro se halla al Norte pero habita tambin en el Sur entre aque-llas lites intelectuales y polticas que rechazan las racesindias y negras y miran hacia Europa y Estados Unidos comomodelos a imitar en sus propios pases, con persianas etno-cntricas que distinguen civilizacin de barbarie. En parti-cular, Mart tiene presente una de las ms tempranas for-mulaciones sureas de la Amrica de Prspero, el trabajo delargentino Domingo Sarmiento titulado Facundo. Civilizacin ybarbarie publicado en 1845 (Sarmiento, 1966). Es en contrade este mundo de Prspero que Andrade empuja su instintocaribe:

    Sin embargo no fueron los cruzados los que vinie-ron sino los evadidos de una civilizacin que ahoranos tragamos, porque somos fuertes y vengativoscomo los jabuti [...] No tenamos especulacin, perotenamos adivinacin. Tenamos poltica, que es laciencia de la distribucin. Es un sistema social-planetario [...] Antes de que los portugueses des-cubrieran Brasil, Brasil haba descubierto la felici-dad (Andrade, 1990: pp. 47-51).

    La quinta idea bsica de Nuestra Amrica es que su pensa-miento poltico, lejos de ser nacionalista, es internacionalis-ta, y est fortalecido por una actitud anticolonialista y an-tiimperialista, dirigida contra Europa en el pasado y ahoracontra Estados Unidos. Aquellos que piensan que la globaliza-cin neoliberal, del tlcan a la Iniciativa de las Amricas y laOrganizacin Mundial de Comercio es algo nuevo, deberanleer los reportes de Mart acerca del Congreso Panamericanode 1889-1890 y de la Comisin Monetaria Internacional Ame-ricana de 1891. He aqu los comentarios de Mart sobre elCongreso Panamericano:

    Nunca en Amrica, desde la independencia, huboasunto que demandase ms sabidura, que requi-riese ms vigilancia o llamado a una atencin msclara y detallada, que la invitacin que el poderosoEstados Unidos, pleno de productos invendibles y

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    determinado a expandir su dominacin sobre Am-rica, dirige a las naciones americanas con menospoder, vinculadas por un libre y amigable comerciocon Europa, para formar una alianza contra ella ycortar sus contactos con el resto del mundo. Am-rica se las arregl para librarse de la tirana deEspaa; ahora, habiendo escrutado con ojos jui-ciosos las causas y factores antecedentes de talinvitacin, es imperativo declarar, porque es cier-to, que ha llegado el momento de que la Amricahispana declare su segunda independencia (1963,vol. vi: pp. 4-6).

    Segn Mart, las concepciones dominantes en Estados Uni-dos respecto de Amrica Latina deban incitar a esta ltimaa desconfiar de todos los propsitos provenientes del Norte.Enfurecido, Mart acusa:

    Ellos creen en la necesidad, el derecho brbaro,como nico derecho, de que esto es nuestro por-que lo necesitamos. Ellos creen en la incompara-ble superioridad de la raza anglosajona contra laraza latina. Creen en la vileza de la raza negraque ellos esclavizaron en el pasado y que ahorahumillan, y en la de la raza india que exterminan.Ellos creen que los pueblos de la Amrica hispanaestn constituidos sobre todo por indios y negros(ibid.: p. 160).

    El hecho de que Nuestra Amrica y la Amrica europea es-tn geogrficamente cerca, y la conciencia de los peligros quedevienen del desequilibrio entre ambas, pronto forzaron aNuestra Amrica a exigir su autonoma desde un pensamientoy una prctica provenientes del Sur: El Norte debe quedaratrs (ibid., vol. ii: p. 368). La visin de Mart surge de susmuchos aos de exilio en Nueva York, durante los cuales tra-b conocimiento cercano con las entraas del monstruo:

    En el Norte no hay sustento ni raz. En el Nortelos problemas aumentan y no hay caridad ni pa-triotismo que los resuelva. All, los hombres noaprenden cmo amar a los dems, ni aman el sue-lo donde nacieron por azar. All se ech a andar

    una mquina que puede satisfacer con productosla voracidad del universo. Aqu los ricos se apilande un lado y los desesperados del otro. El Norte seencierra y se llena de odio. El Norte debe quedaratrs (ibid.).

    Sera difcil encontrar una prediccin tan transparente delo que fue el siglo europeo-americano y de la necesidad de en-contrar una alternativa.

    Segn Mart, tal alternativa reside en una Nuestra Amri-ca unificada que declare su autonoma frente a Estados Uni-dos. En un texto fechado en 1894, escribe: Poco se sabe denuestra sociologa y de nuestras leyes precisas, como la si-guiente: mientras ms lejos nos mantengamos de EstadosUnidos, ms libres y prsperos sern los pueblos de Amrica(ibid., vol. vi: pp. 26-27). Ms ambigua y utpica es la alterna-tiva de Osvaldo de Andrade: Queremos una revolucin cari-bea ms grande que la revolucin francesa. La unificacinde todas las revueltas eficaces en pro de la humanidad. Sinnosotros, Europa no tendra ni su pobre declaracin de losderechos del hombre (Andrade, 1990: p. 48).

    En suma, para Mart el reclamo de igualdad sustenta lalucha contra la diferencia inequitativa tanto como el recla-mo de la diferencia sustenta la lucha contra la igualdad in-equitativa. La nica legtima canibalizacin de la diferencia(la antropofagia de Andrade) es aquella de los subalternos por-que slo a travs de sta Calibn reconoce su propia diferen-cia de cara a las diferencias inequitativas que le han sidoimpuestas. En otras palabras, la antropofagia de Andrade di-giere de acuerdo a sus propias entraas.

    El ethos barroco: prolegmenos para unanueva ley cosmopolita

    Nuestra Amrica no es un mero constructo intelectual parasu discusin en los salones que dieron tanta vida a la culturalatinoamericana en las primeras dcadas del siglo xx. Es unproyecto poltico, o ms bien, una serie de proyectos polticosy un compromiso con los objetivos que conllevan. Ese compro-miso arrastr a Mart al exilio y despus a la muerte luchan-do por la independencia de Cuba. Osvaldo de Andrade lo dijoen forma de epigrama: contra las lites vegetales. En con-

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    tacto con el suelo (ibid.: p. 49). Pero antes de convertirse enproyecto poltico, Nuestra Amrica fue una forma de subjetivi-dad y sociabilidad. Es una forma de ser y vivir permanente-mente en trnsito y transitoriedad, cruzando fronteras, crean-do espacios fronterizos, acostumbrada al riesgo con el cualha vivido muchos aos, mucho antes de la invencin de lasociedad del riesgo (Beck, 1992), acostumbrada a perdurarcon un nivel bajo de estabilidad en sus expectativas, en nom-bre de un optimismo visceral que nace de la potencialidadcolectiva. Tal optimismo condujo a Mart a aseverar, en unperiodo de pesimismo cultural viens de fin de sicle: Sergobernador de una nueva nacin significa ser creador (1963,vol. vi: p. 17). La misma suerte de optimismo hizo a Andradeexclamar: El gozo es una prueba en contrario (1990: p. 51).

    La subjetividad y la sociabilidad de Nuestra Amrica son inc-modas para el pensamiento institucionalizado y legalista, peroson afines al pensamiento utopista. Por utopa entiendo aque-lla exploracin imaginativa de nuevos modos y estilos de capa-cidad y voluntad humanos, y la confrontacin imaginativa de lanecesidad de todo lo que existe slo porque existe en pos dealgo radicalmente mejor, por el cual vale la pena luchar, algoque la humanidad se merece plenamente (Santos, 1995: p. 479).

    Este estilo de subjetividad y sociabilidad es lo que denomino,siguiendo el pensamiento de Echeverra (1994), el ethos barroco.4

    Sea que se le mire como un estilo artstico o como pocahistrica, el barroco es especficamente un fenmeno latinoy mediterrneo, una forma excntrica de la modernidad, delSur al Norte, digamos. Su excentricidad deriva, en gran me-dida, del hecho de que haya ocurrido en pases y en momen-tos histricos en los cuales el centro del poder era dbil eintentaba esconder su debilidad dramatizando una sociabili-dad conformista. La relativa ausencia de un poder centralconfiere al barroco un carcter abierto e inacabado que per-mite la autonoma y la creatividad de los mrgenes y las peri-ferias. Debido a su excentricidad y su exageracin, el centrose reproduce a s mismo como si fuera un margen. Es unaimaginacin centrfuga que se torna ms fuerte conformetransitamos de las periferias internas del poder europeo asus periferias externas en Amrica Latina. Toda ella fue co-lonizada por centros dbiles: Portugal y Espaa. Portugal fue

    un centro hegemnico durante un breve periodo, entre lossiglos xv y xvi, y apenas un siglo despus Espaa comenz adeclinar. Del siglo XVII en adelante, dejaron ms o menossolas a las colonias, una marginacin que posibilit una crea-tividad cultural y social especfica, a veces muy codificada, aveces catica, a veces erudita o verncula, a veces oficial, aveces ilegal. Tal mestizaje est tan fuertemente enraizadoen las prcticas sociales de estos pases que ha llegado a con-siderarse como el fundamento del ethos cultural tpico deAmrica Latina, mantenindose desde el siglo xvii hastanuestros das. Esta forma del barroco, en tanto manifestacinde una instancia extrema de la debilidad del centro, constitu-ye un campo privilegiado para el desarrollo de una imagina-cin centrfuga, subversiva y blasfema.

    Como poca de la historia europea, el barroco fue un tiem-po de crisis y transicin: una crisis econmica, social y polti-ca particularmente obvia en el caso de los poderes que apoya-ron la primera fase de la expansin europea. En el caso dePortugal, la crisis provoc incluso que perdiera su indepen-dencia. Por motivos de sucesin monrquica, Portugal fueanexado a Espaa en 1580, y no recuper la independenciasino hasta 1640. Particularmente bajo el reinado de Felipe iv(1621-1665), la monarqua espaola atraves por una severacrisis financiera que la arrastr tambin a una crisis polticay cultural. Como apunta Maravall, sta comenz como unacierta conciencia de desasosiego y dificultad que se agravconforme el tejido social se vio seriamente afectado (1990: p.57). Los valores y los comportamientos eran cuestionados, laestructura de las clases sufri algunos cambios, el bandole-rismo y las conductas desviadas aumentaron, la rebelin y lasedicin eran una amenaza constante. Fue por cierto un tiem-po de crisis, y un tiempo de transicin hacia nuevos modosde sociabilidad que el capitalismo emergente y el nuevo pa-radigma cientfico hicieron posibles; hacia nuevos modos dedominacin basados no slo en la coercin sino tambin enla integracin cultural e ideolgica. En gran medida, la cultu-ra barroca es un instrumento de consolidacin y legitima-cin del poder. Sin embargo, lo que para m sigue siendo ins-pirador de la cultura barroca es su veta de subversin y ex-centricidad, la debilidad de los centros de poder que durante

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    ese periodo buscaba legitimarse, el espacio de creatividad eimaginacin que abri, la turbulenta sociabilidad que alimen-t. La configuracin de la subjetividad barroca que quiero im-pulsar es un collage de diversos materiales histricos y cul-turales, algunos de los cuales, de hecho, no podemos, tcni-camente, considerar que pertenezcan al periodo barroco.

    La subjetividad barroca vive confortablemente en la sus-pensin temporal del orden y los cnones. Siendo una subje-tividad de la transicin, depende tanto del agotamiento comode las aspiraciones de los cnones; su temporalidad privile-giada es transitoriedad perenne. Carece de las certezas ob-vias de las leyes universales, de la misma manera que elestilo barroco careca del universalismo clsico del Renaci-miento. Debido a su dificultad para planear su propia repeti-cin ad infinitum, la subjetividad barroca le apuesta a lo local,a lo particular, a lo momentneo, a lo efmero y transitorio.Pero lo local no es vivido en modo localista, es decir, no seexperimenta como ortotopia; lo local aspira, ms bien, a in-ventar otro lugar, una heterotopia, si no ya una utopa. Dadoque se deriva de un profundo sentimiento de vaco y desorien-tacin causado por el agotamiento de los cnones dominan-tes, el confort proporcionado por lo local no es el confort deldescanso, sino un sentido de direccin. De nuevo, podemosobservar aqu un contraste con el Renacimiento, como nos lomuestra Wlfflin: A diferencia del Renacimiento, que busca-ba en todo permanencia y reposo, el barroco tuvo desde elprimer momento un sentido de direccin definido (Wlfflin,1979: p. 67).

    La subjetividad barroca es contempornea con todos loselementos que integra, y por tanto desdea el evolucionismomodernista. As, podramos decir, la temporalidad barroca esla temporalidad de la interrupcin. La interrupcin es impor-tante en dos sentidos, pues permite reflexividad pero tam-bin sorpresa. La reflexividad es la autorreflexin necesariacuando se carece de mapas (sin mapas que guen nuestrospasos debemos pisar con doble cuidado). Sin autorreflexin,en un desierto de cnones, el desierto en s mismo se tornacannico. La sorpresa, por su parte, es en realidad suspenso;deriva de la suspensin alcanzada por la interrupcin. Al sus-penderse momentneamente, la subjetividad barroca intensi-

    fica la voluntad y enciende la pasin. La tcnica barroca,argumenta Maravall, consiste en suspender la resolucincomo para darle aliento, despus de un momento transitorio yprovisional, y as empujar, con ms eficacia, auxiliados por di-chas fuerzas retenidas y concentradas (Maravall, 1990: p. 445).

    La interrupcin provoca maravillamiento y novedad, e im-pide el cierre y la consumacin. De aqu surge el carcterinacabado y abierto de la sociabilidad barroca. La capacidadde maravillamiento, sorpresa y novedad es la energa que fa-cilita una lucha en pos de una aspiracin que es ms convin-cente en tanto nunca podra cumplirse a plenitud. El fin delestilo barroco, dice Wlfflin, no es representar un estado per-fecto, sino sugerir un proceso incompleto y un momento ha-cia la consumacin (Wlfflin, 1979: p. 67).

    La subjetividad barroca mantiene una relacin muy espe-cial con las formas. La geometra de la subjetividad barrocano es euclidiana; es fractal. La suspensin de las formas re-sulta de los usos extremos a los que recurre: es la extremosi-dad de Maravall (Maravall, 1990: p. 421). Para la subjetividadbarroca, las formas son el ejercicio de la libertad par excellen-ce. La gran importancia del ejercicio de la libertad justificaque las formas sean tratadas con seriedad extrema, pese aque el extremismo pueda resultar en la destruccin de lasformas mismas. La razn por la que Miguel ngel es conside-rado con justicia uno de los padres del barroco se debe, segnWlfflin, a que abord las formas con una violencia y unaseriedad terrible que slo pueden encontrar expresin en loinforme (Wlfflin, 1979: p. 82). Es lo que los contemporneosde Miguel ngel denominaron terribilit. El extremismo en eluso de las formas se fundamenta en un deseo de grandiosi-dad que es tambin el deseo de sorprender, tan bien expresa-do por Bernini: Que nadie me hable de lo pequeo (Tapi,1988, vol. ii: p. 188). El extremismo puede ejercerse en mu-chas maneras distintas, para resaltar la simplicidad o aun elascetismo, o la exuberancia y la extravagancia, como ya loapunt Maravall. El extremismo del barroco permite que emer-jan rupturas de las continuidades aparentes y mantiene lasformas en un estado inestable de bifurcacin permanente,para ponerlo en trminos de Prigoggine (1996). Uno de losejemplos ms elocuentes es El xtasis mstico de santa Tere-

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    sa. En esta escultura, la expresin de santa Teresa est dra-matizada de tal suerte que la representacin ms intensa-mente religiosa de la santa es aquella imagen profana de unamujer que disfruta de un orgasmo profundo. La representa-cin de lo sagrado se desliza subrepticiamente hacia la re-presentacin de lo sacrlego.

    El extremismo de las formas por s solo permite que la subje-tividad barroca entrae la turbulencia y la excitacin necesa-rias para continuar con la lucha en pos de las causas emanci-patorias, en un mundo donde la emancipacin se ha colapsadoo ha sido absorbida por la reglamentacin hegemnica. Hablarde extremismo es hablar de la excavacin arqueolgica que selleva a cabo en el magma de las regulaciones, recuperando deste los fuegos emancipadores, no importa qu tan dbiles.

    El mismo extremismo que produce formas, tambin las de-vora. Esta voracidad asume dos maneras: sfumato y mestizaje.En la pintura barroca, el sfumato es la dilucin de los contor-nos y los colores contra los objetos, tales como nubes o mon-taas, mar y cielo. El sfumato permite que la subjetividad ba-rroca cree lo cercano y lo familiar entre inteligibilidades dife-rentes, y hace posibles y deseables los dilogos transcultura-les. Slo recurriendo al sfumato, por ejemplo, es posible darforma a las configuraciones que combinan los derechos hu-manos del tipo occidental con otras concepciones de la digni-dad humana existentes en otras culturas (Santos, 1999a). Lacoherencia de las construcciones monolticas se desintegra,sus fragmentos flotantes permanecen abiertos a nuevas co-herencias e invenciones en formas multiculturales nuevas.El sfumato es como un magneto que atrae las formas frag-mentarias hacia nuevas constelaciones y direcciones, ape-lando a sus contornos ms vulnerables, inacabados y abier-tos. El sfumato es, en suma, una militancia antifortalezas.

    A su vez, el mestizaje es una manera de impulsar el sfuma-to a su culminacin o extremo. Mientras que el sfumato operamediante la desintegracin de las formas y el reacomodo delos fragmentos, el mestizaje opera creando nuevos acomodosen constelaciones de significados, irreconocibles o blasfemosa la luz de sus fragmentos constitutivos. El mestizaje resideen la destruccin de la lgica que preside la formacin decada uno de sus fragmentos, y en la construccin de una nueva

    lgica. Este proceso de produccin-destruccin tiende a refle-jar las relaciones de poder existentes en las formas cultura-les originales (es decir, entre los grupos sociales que las apo-yan) y es por ello que la subjetividad barroca favorece aquelmestizaje en el cual las relaciones de poder son remplazadaspor una autoridad compartida (una autoridad mestiza). Am-rica Latina ha logrado ser un suelo particularmente frtil parael mestizaje, y la regin es uno de los terrenos ms importan-tes para construir una subjetividad barroca.5

    El sfumato y el mestizaje son los dos elementos constituti-vos de lo que yo llamo, siguiendo a Fernando Ortiz, transcul-turacin. En su famoso libro Contrapunteo cubano, publicadooriginalmente en 1940, Ortiz propone el concepto de trans-culturacin para definir la sntesis de procesos de acultura-cin y neoculturacin, en extremo intrincados, que han ca-racterizado siempre a la sociedad cubana. Segn su pensa-miento, los choques y descubrimientos culturales recprocos,que en Europa ocurrieron lentamente a lo largo de ms decuatro milenios, en Cuba ocurrieron como saltos repentinosen menos de cuatro siglos (1973: p. 131). A las transcultura-ciones precolombinas entre indios paleolticos y neolticos lessiguieron muchas otras despus del huracn entre las di-versas culturas de Europa, y entre aqullas y las varias cul-turas africanas y asiticas. Segn Ortiz, lo que desde el sigloxvi distingue a Cuba es el hecho de que todas sus culturas ypueblos fueron igualmente invasores, exgenos, todos ellosdesgarrados de su cuna original, perseguidos por la separa-cin y el transplante a una nueva cultura en formacin (ibid.:p. 132). Este desajuste y esta transitoriedad permanentespermitieron nuevas constelaciones culturales que no pue-den reducirse a la suma de los diferentes fragmentos quecontribuyeron a ellas. El carcter positivo de este constanteproceso de transicin entre culturas es lo que Ortiz designacomo transculturacin. Para reforzar este nuevo carcter po-sitivo, prefiero hablar de sfumato y no de aculturacin, demestizaje y no de neoculturacin. La transculturacin desig-na, por tanto, la voracidad y el extremismo con los que la so-ciabilidad barroca procesa formas culturales. Esta misma vo-racidad y este mismo extremismo estn muy presentes en elconcepto de antropofagia propio de Osvaldo de Andrade.

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    El extremismo con el que son vividas las formas por la sub-jetividad barroca enfatiza la calidad de artefacto retrico deprcticas, discursos y modos de la inteligibilidad. El artificio(artificium) es la fundacin de una subjetividad suspendidaentre los fragmentos. El artificio permite a la subjetividadbarroca reinventarse a s misma cuando las sociabilidadesque conduce tienden a transformarse en micrortodoxias.Mediante el artificio, la subjetividad barroca es ldica y sub-versiva a la vez, como bien lo ilustra la fiesta barroca. La im-portancia de la fiesta en la cultura barroca, tanto en Europacomo en Amrica Latina, est bien documentada.6 La fiestahizo de la cultura barroca la primera instancia de cultura demasas de la modernidad. Los poderes polticos y eclesisticosusaron su carcter ostentoso y celebratorio para reafirmarsu grandeza y consolidar su control sobre las masas. Sin em-bargo, mediante sus tres componentes bsicos la despropor-cin, la risa y la subversin la fiesta barroca est investidacon un potencial de emancipacin.

    La fiesta barroca es desproporcionada: requiere de una in-versin extrema que, no obstante, se consume en un mo-mento y en un espacio extremadamente limitados. Maravalllo dice as: Se hace uso de medios abundantes y caros, seejerce un esfuerzo considerable, las preparaciones son am-plias, se echa a andar un aparato complicado y todo para obte-ner efectos en extremo efmeros, tanto en la forma del placercomo en la sorpresa (Maravall, 1990: p. 448). Sin embargo, ladesproporcin genera una intensificacin especial que, a suvez, da pie a la voluntad de moverse, a la tolerancia del caos yal gusto por la turbulencia, sin los cuales la lucha en pos deuna transicin paradigmtica no puede ocurrir.

    La desproporcin hace posibles el maravillamiento, la sor-presa, el artificio y la novedad. Pero sobre todo, posibilita ladistancia juguetona y la risa. Dado que no es fcil codificar larisa, la modernidad capitalista le declar la guerra al gozo, yas la risa fue considerada frvola, impropia, excntrica, si noblasfema. nicamente en los contextos codificados de la in-dustria del entretenimiento pudo ser admitida la risa. Estefenmeno puede observarse tambin en los movimientos so-ciales anticapitalistas modernos (en los partidos laborales,en los sindicatos e incluso en los nuevos movimientos socia-

    les) que han prohibido la risa y el juego, so pena de subvertirla seriedad de la resistencia. Es particularmente interesan-te el caso de los sindicatos, cuyas actividades tenan al prin-cipio un fuerte elemento ldico y festivo (las fiestas obreras)que, no obstante, fue sofocado gradualmente, hasta que lasactividades sindicales se hicieron demasiado serias y pro-fundamente antierticas. La prohibicin de la risa y el juegoes parte de lo que Max Weber llama la Enzuberung del mun-do moderno.

    La reinvencin de la emancipacin social, que yo sugieropuede alcanzarse sumergindonos en la sociabilidad barro-ca, apunta al reencantamiento del sentido comn, que en smismo presupone la carnavalizacin de las prcticas socia-les y el erotismo de la risa y el juego. Como dice Osvaldo deAndrade: El gozo es una prueba en contrario (1990: p. 51). Lacarnavalizacin de la prctica social emancipadora tiene unadimensin importante de autorreflexin: hace posible la des-canonizacin y la subversin de dichas prcticas. Una prcti-ca descanonizante que no sabe cmo descanonizarse cae f-cilmente en la ortodoxia. De la misma manera, una actividadsubversiva que no sabe cmo subvertirse cae fcilmente enrutina reguladora.

    Y ahora, finalmente, el tercer rasgo emancipador de la fiestabarroca: la subversin. Al carnavalizar las prcticas sociales,la fiesta barroca despliega un potencial subversivo que incre-menta conforme la fiesta se distancia de los centros del po-der, pero que est siempre ah, aun cuando los centros delpoder sean los promotores de la fiesta. Es asombroso enton-ces que este rasgo subversivo sea mucho ms notorio en lascolonias. Escribiendo en 1920 sobre el carnaval, el gran inte-lectual peruano Maritegui asever que pese a que la bur-guesa se lo haba apropiado, el carnaval era de hecho revolu-cionario porque, al ubicar al burgus en un disfraz, lo volvauna parodia inmisericorde del poder y el pasado (Maritegui[1925-1927], 1974: p. 127). Garca de Len describe tambinla dimensin subversiva de las fiestas y procesiones religio-sas barrocas en el puerto mexicano de Veracruz durante elsiglo xvii. Al frente marchaban los ms altos dignatarios delvirreinato en plena gala (los polticos, los clrigos y los milita-res); a la cola de la procesin vena el populacho, imitando a

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    los seores en gesto y atuendo, provocando as la risa y eljolgorio entre los espectadores (Garca de Len, 1993). La in-versin simtrica del principio y el final de la procesin esuna metfora social de el mundo al revs, algo que era tpicode la sociabilidad veracruzana de aquel entonces: las mula-tas se vestan de reinas, los esclavos con prendas de seda,las putas pretendan ser mujeres honestas y las mujeres ho-nestas fingan ser putas; portugueses africanizados y espa-oles indianizados.7 Ese mismo mundo al revs es celebradopor Osvaldo de Andrade en su Manifiesto antropfago: Peronunca hemos admitido el nacimiento de la lgica entre noso-tros [...] slo que donde hay misterio no hay determinismo.Pero qu hacemos con esto? Nunca hemos sido catequiza-dos. Vivimos bajo una ley sonmbula. Hicimos que Cristonaciera en Baha. O en Beln-Par (Andrade, 1990: p. 48).

    En la fiesta, la subversin est codificada en tanto trans-grede el orden aunque conozca el lugar de ste y no lo cuestio-ne, pero el propio cdigo es subvertido por los sfumatos entrefiesta y sociabilidad cotidiana. En las periferias, la transgre-sin es casi una necesidad. Es transgresin porque no sabe cmoser orden, aunque sepa que ese orden existe. Es por eso que lasubjetividad barroca privilegia los mrgenes y las periferias comocampos para reconstruir las energas emancipadoras.

    Todas esas caractersticas hacen de la sociabilidad gene-rada por la subjetividad barroca una sociabilidad subcodifica-da: algo catica, inspirada en una imaginacin centrfuga,posicionada entre la inquietud y el vrtigo, sta es una clasede sociabilidad que celebra la revuelta y revoluciona la cele-bracin. Tal sociabilidad no puede sino ser emocional y apa-sionada, rasgo que ms distingue a la subjetividad barroca dela alta modernidad o primera modernidad, como la nombraLash (1999). La alta racionalidad moderna, particularmentedespus de Descartes, condena las emociones y las pasionescomo obstculos al progreso del conocimiento y la verdad. Laracionalidad cartesiana, apunta Toulmin, dice ser intelec-tualmente perfeccionista, moralmente rigurosa y humana-mente inexorable (Toulmin, 1990: p. 198). Casi nada de lavida humana y la prctica social encajan mucho en esta con-cepcin de la racionalidad y, sin embargo, resulta bastanteatractiva para aquellos que atesoran la estabilidad y la jerar-

    qua de leyes universales. Hirschman, por su parte, ha mos-trado con claridad las afinidades electivas entre esta formade racionalidad y el capitalismo emergente. Conforme los in-tereses de la gente y los grupos comenzaron a centrarse entorno a las ventajas econmicas, los intereses que antes fue-ron considerados pasiones se tornaron lo opuesto a las pasio-nes e incluso los domesticadores de la pasin. De ah en ade-lante, dice Hirschman, al buscar sus intereses, se asumi ose esper que los hombres fueran expeditos, metdicos y tes-tarudos, en total contraste con la conducta estereotipada delos hombres que eran presa o caan cegados por la pasin(Hirschman, 1977: p. 54). El objetivo era, por supuesto, crearuna personalidad humana unidimensional. Y Hirschmanconcluye: En resumen, el capitalismo deba lograr, exacta-mente, lo que pronto se denunci como su rasgo ms atroz(ibid.: p. 132).

    Las recetas capitalistas y cartesianas son bastante inti-les para reconstruir una personalidad humana que tenga lacapacidad y el deseo de emanciparse socialmente. A princi-pios del siglo xxi, el sentido de las luchas emancipadoras nopuede deducirse de un conocimiento demostrativo ni de unaestimacin de intereses. As, la indagacin emprendida eneste mbito por la subjetividad barroca debe concentrarse enlas tradiciones suprimidas o excntricas de la modernidad,en las representaciones que han ocurrido en las periferiasfsicas o simblicas donde eran ms dbiles las representa-ciones hegemnicas los va crucis de la modernidad, o enlas representaciones de la modernidad ms tempranas y ca-ticas que ocurrieron antes del cierre cartesiano. Por ejem-plo, la subjetividad barroca busca inspiracin en Montaigne yen la inteligibilidad ertica y concreta de su vida. En su ensa-yo Sobre la experiencia, despus de decir que odia los reme-dios que son peores que la enfermedad, Montaigne escribe:

    Ser vctima de un clico y someterse uno mismo ala abstinencia del placer de comer ostras son dosmales, no uno. La enfermedad nos acuchilla porun lado, la dieta por el otro. Y existiendo el riesgode error, es mejor asumir, de preferencia, el prop-sito del placer. El mundo hace lo opuesto y consi-

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    dera que nada es til si no es doloroso; lo fcillevanta sospechas (Montaigne, 1958: p. 370).

    Cassirer (1960; 1963) y Toulmin (1990) han demostradoque el Renacimiento y el Iluminismo, respectivamente, crea-ron una subjetividad congruente con los nuevos retos inte-lectuales, sociales, polticos y culturales. El ethos barroco esla base de una forma de subjetividad y sociabilidad capaz einteresada en confrontar las formas hegemnicas de globali-zacin, abrindole espacios a las posibilidades contrahege-mnicas. Tales posibilidades no estn plenamente desarro-lladas y no pueden, en s mismas, prometer una nueva era.Pero son lo suficientemente consistentes como para brindar-le piso a la idea de que entramos a un periodo de transicinparadigmtica, un interregno, y como tal una era ansiosa deseguir el impulso del mestizaje, del sfumato, la hibridacin ytodos los otros rasgos que he atribuido al ethos barroco y por lotanto a Nuestra Amrica. La credibilidad creciente alcanzadapor las formas de subjetividad y sociabilidad alimentadas pordicho ethos se traducir gradualmente a nuevas normativi-dades intersticiales. Tanto Mart como Andrade toman encuenta un nuevo tipo de ley y una nueva clase de derechos.Para ellos, el derecho a ser iguales implica el derecho a serdiferentes, y viceversa.

    La metfora de la antropofagia en Andrade es un llamado auna compleja interlegalidad. Est formulada desde la pers-pectiva de la diferencia subalterna, el nico otro reconocidopor la alta modernidad eurocntrica. Los fragmentos norma-tivos intersticiales que colectamos en Nuestra Amrica sernlas semillas de una nueva ley natural, una ley cosmopolita,una ley desde abajo que hallaremos en las calles, donde lasobrevivencia y la transgresin creativa se fundan en ten-dencia cotidiana.

    A continuacin abordar esta nueva normatividad, en lacual la redistribucin y el reconocimiento estn juntos en laelaboracin de nuevos planes emancipadores a los que deno-mino nuevos Manifiestos. Pero antes quiero detenerme un mo-mento en las dificultades enfrentadas por el proyecto de Nues-tra Amrica a lo largo del siglo xx. Esto ayudar a iluminar lastareas emancipadoras que falta emprender.

    La contrahegemona en el siglo XXEl siglo americano de Nuestra Amrica fue uno cargado de

    posibilidades contrahegemnicas, muchas de las cuales ve-nan de una tradicin que arranca del siglo xix despus de laindependencia de Hait en 1804. Entre ellas, podemos contarla revolucin mexicana de 1910; el movimiento indgena en-cabezado por Quintn Lam en Colombia en 1914; el movi-miento sandinista en Nicaragua en los aos veinte y treinta,y su triunfo en los ochenta; la democratizacin radical enGuatemala en 1944; el surgimiento del peronismo en 1946;el triunfo de la revolucin cubana en 1959; la llegada al poderde Allende en 1970; el movimiento Sin Tierra en Brasil des-de los ochenta, y el movimiento zapatista desde 1994.

    La avasalladora mayora de estas experiencias emancipa-doras ha apuntado contra el siglo europeo-americano o, por lomenos, tena como acicate las ideas hegemnicas y las am-biciones polticas de este ltimo. Es un hecho que la globali-zacin hegemnica neoliberal estadounidense, que hoy seesparce por todo el globo, tuvo su campo de entrenamiento enNuestra Amrica desde principios del siglo. Al no permitrselea Nuestra Amrica ser el Nuevo Mundo con el mismo enraiza-miento que la Amrica europea, se vio forzada a ser el Mundoms Nuevo de la Amrica europea. Este envenenado privile-gio hizo de Nuestra Amrica un campo frtil para todo tipo deexperiencias emancipadoras, cosmopolitas, contrahegemni-cas, tan exhilarantes como dolorosas, tan radiantes como suspromesas y tan frustrantes como sus logros.

    Qu fall y por qu en el siglo americano de Nuestra Amri-ca? Sera tonto proponer un inventario a las puertas de unfuturo abierto como el nuestro. No obstante, arriesgo algunospensamientos que, en realidad, ms pretenden dar cuentadel futuro que del pasado. En primer lugar, vivir en las entra-as del monstruo no es tarea fcil. Permite un profundo en-tendimiento de la bestia, como lo demuestra Mart; pero, porotra parte, hace muy difcil salir con vida, incluso haciendocaso de la advertencia de Mart: El Norte debe quedar atrs(Mart, 1963, vol. ii: p. 368). Desde mi punto de vista, NuestraAmrica ha estado viviendo en las entraas del monstruo dosveces: porque comparte con la Amrica europea el continen-te que esta ltima considera su espacio vital y su zona de

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    influencia privilegiada, y porque como dice Mart, NuestraAmrica es la Amrica que trabaja (ibid., vol. vi: p. 23). Portanto, en sus relaciones con la Amrica europea compartetodas las tensiones y penas que plagan las relaciones entretrabajadores y capitalistas. En este ltimo sentido, NuestraAmrica no ha fracasado ms, ni menos, que los trabajadoresdel mundo en su lucha contra el capital.

    Un segundo pensamiento es que Nuestra Amrica no hatenido que luchar nicamente contra las visitas imperialesde su vecino del Norte. Este ltimo tom el control y se insta-l en el Sur, no slo socializando con los nativos sino asu-miendo la forma de lites locales que mantienen alianzastransnacionales con los intereses estadounidenses. El Prs-pero sureo estaba presente en el proyecto cultural de Sar-miento, en los intereses de la burguesa agraria e industrial,especialmente despus de la segunda guerra mundial, en lasdictaduras militares de los sesenta y setenta, en la lucha encontra de la amenaza comunista y en los drsticos ajustesestructurales neoliberales. En este sentido, Nuestra Amricaha tenido que vivir atrapada y dependiente de la Amricaeuropea, tal como Calibn frente a Prspero.

    Es por eso que la violencia latinoamericana ha tomado conms frecuencia la forma de una guerra civil que aqulla deuna Baha de Cochinos.

    El tercer pensamiento se refiere a la ausencia de una he-gemona en el campo contrahegemnico. Aunque el conceptode hegemona es un instrumento crucial en la dominacinde clases en las sociedades complejas, es un concepto igual-mente crucial en las luchas contra dicha dominacin. Deentre los grupos dominados y oprimidos, alguno deba ser ca-paz de convertir sus particulares intereses de liberacin eninters comn de todos los oprimidos, tornndose as hege-mnico. Gramsci, recordemos, estaba convencido de que lostrabajadores constituan ese grupo. Sabemos que las cosasno ocurrieron as en el mundo capitalista, menos hoy que enlos tiempos de Gramsci, y mucho menos en Nuestra Amricaque en Europa o en la Amrica europea. Los movimientos yluchas indgenas, de campesinos, obreros, pequeo burgue-ses o negros ocurrieron siempre aislados, con antagonismosentre unos y otros, sin una teora de la traduccin y sin poner

    en prctica los nuevos Manifiestos que ya hemos referido. Unade las debilidades de Nuestra Amrica, bastante obvia en eltrabajo de Mart, fue sobrestimar la comunidad de intereses yla posibilidad de unificacin en torno a stos. Ms que unir-se, Nuestra Amrica sufri un proceso de balcanizacin. Anteesta fragmentacin, la unin de la Amrica europea resultmuy eficaz; se uni en torno a la idea de una identidad nacio-nal y un destino manifiesto: una tierra prometida a los llegadosde fuera, destinada a cumplir con sus promesas a toda costa.

    Mi pensamiento final se refiere al proyecto cultural de Nues-tra Amrica en s mismo. A diferencia de lo que deseaba Mart,la universidad europea o estadounidense nunca abri paso ala universidad americana. Ello lo atestigua el pattico bova-rismo de escritores y acadmicos [...] que conduce a algunoslatinoamericanos [...] a imaginarse como metropolitanos exi-lados. Para ellos, un trabajo producido en su rbita inmediata[...] merece nicamente cuando ha recibido la aprobacin dela metrpolis, aprobacin que les da ojos para mirarlo (Reta-mar, 1989: p. 82). Pese a la afirmacin de Ortiz, la transcultu-racin nunca fue total, y de hecho fue minada por las diferen-cias de poder entre los diferentes componentes que contri-buan a sta. Por mucho tiempo, y quiz ocurra hoy ms enun momento de transculturacin, desterritorializada a modode hibridacin, las cuestiones en torno a la inequidad del po-der permanecen sin respuesta: quin hibrida a quin y qu?Con qu resultados? Quin se beneficia? En el proceso detransculturacin, qu no fue ms all de la aculturacin odel sfumato y por qu? Si en verdad la mayora de las culturaseran invasoras, no es menos cierto que algunas invadieroncomo amas y otras como esclavas. Sesenta aos ms tarde,no es arriesgado pensar que fue exagerado el optimismo an-tropfago de Osvaldo de Andrade cuando dijo: No vino cruzadoalguno sino los evadidos de una civilizacin que ahora nostragamos, porque somos fuertes y vengativos como los jabuti(Andrade, 1990: p. 50).

    El siglo europeo-americano termin triunfante, protagoni-zando la ltima encarnacin del sistema-mundo capitalista:la globalizacin hegemnica. Por el contrario, el siglo ameri-cano de Nuestra Amrica termin con pena. Amrica Latinaha importado muchos de los males que Mart viera en las

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    entraas del monstruo. La enorme creatividad emancipado-ra que atestiguan los movimientos de Zapata y Sandino, losmovimientos indgenas y campesinos, Allende en 1970 y Fi-del en 1959, los movimientos sociales, el movimiento de sin-dicatos de abc, los presupuestos participativos en muchas ciu-dades brasileas y el actual movimiento zapatista termina-ron en fracaso o encaran un futuro incierto. Esta incertidum-bre crece al vislumbrarse que la polarizacin extrema en ladistribucin de la riqueza del mundo requerir un sistema derepresin mundial an ms desptico que el existente, si hade continuar como en las ltimas dcadas. Con asombrosaprevisin, en 1979 Darcy Ribeiro escribi: Los medios de re-presin requeridos para mantener este sistema amenazancon imponerle a los pueblos regmenes despticos y rgidossin paralelo en la historia de la iniquidad (1979: p. 40). No essorpresa que el clima poltico y social de Amrica Latina hayasido invadido en las ltimas dcadas por una ola de razona-miento cnico y pesimismo cultural, irreconocible desde elpunto de vista de Nuestra Amrica.

    Posibilidades contrahegemnicas para el siglo XXIA la luz de lo anterior, debemos cuestionar si en verdad

    Nuestra Amrica tiene las condiciones para continuar simbo-lizando la voluntad utopista de emancipacin y globalizacincontrahegemnica, que se basa en la mutua relacin de equi-dad y diferencia. Mi respuesta es positiva pero depende de lacondicin siguiente: Nuestra Amrica debe desterritorializar-se y convertirse en la metfora de la lucha que emprendenlas vctimas de la globalizacin hegemnica por todas partes,sea el Norte, el Sur, Oriente u Occidente. Si revisamos lasideas fundadoras de Nuestra Amrica, observamos que en lasltimas dcadas se han creado las condiciones para que es-tas ideas florezcan en otras partes del mundo. Examinemosalgunas de ellas. Primero, el incremento exponencial de in-teracciones transfronterizas de emigrantes, estudiantes, re-fugiados, ejecutivos y turistas est propiciando nuevas for-mas de mestizaje, antropofagia y transculturacin por todo elmundo. Este mundo se vuelve cada vez ms un mundo deinvasores escindidos de un origen que nunca tuvieron, o deuno en el cual su experiencia era estar invadidos. Al distan-

    ciarnos del primer siglo de Nuestra Amrica, con su posmoder-nismo celebratorio, debemos prestar ms atencin al poderque ejerce cada uno de los participantes en el proceso de mes-tizaje. Las iniquidades subyacentes nos muestran que ocu-rrieron perversiones en la poltica de la diferencia (el recono-cimiento se torn una forma de desconocimiento) y en la po-ltica de la equidad (la redistribucin acab por convertirseen una forma de paliativo a los pobres como el que promue-ven el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional).

    Segundo, el feo resurgimiento del racismo en el Norte pa-rece preparar una agresiva defensa contra la construccinimparable de mltiples pequeas humanidades como las in-vocadas por Bolvar, donde las razas se cruzan e interpene-tran en los mrgenes de la represin y la discriminacin. Ascomo el cubano, en voz de Mart, poda proclamar que era msque negro, mulato o blanco, as el sudafricano, el mozambi-queo, el neoyorquino, el parisino, el londinense pueden pro-clamar que son ms que negro, blanco, mulato, hindi, kurdo,rabe, etctera.

    Tercero, la demanda de producir o mantener un conoci-miento ubicado o contextualizado es hoy un reclamo globalen contra de la ignorancia y el silenciamiento producidos porla ciencia moderna tal como la utiliza la globalizacin hege-mnica. Este aspecto epistemolgico obtuvo enorme relevan-cia en tiempos recientes con los nuevos desarrollos de la bio-tecnologa y la ingeniera gentica, y la consecuente luchapor defender la biodiversidad de la piratera. En este mbito,Amrica Latina, uno de los mayores depositarios de biodiver-sidad, contina siendo el hogar de Nuestra Amrica, pero otrospases estn en esta posicin en frica y Asia.

    Cuarto, conforme se profundiza la globalizacin hegem-nica, las entraas del monstruo quedan ms cerca de otrospueblos en otros continentes. Este efecto de cercana lo pro-duce hoy el capitalismo de la informacin y la comunicacin,as como la sociedad de consumo. En ellos se multiplican losamarres del razonamiento cnico y el impulso poscolonial. Noasoma en el horizonte internacionalismo contrahegemnicoalguno, pero algunos internacionalismos caticos y fragmen-tarios se han vuelto parte de lo cotidiano. En una palabra, lanueva Nuestra Amrica cuenta hoy con las condiciones para

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    globalizarse y proponer, a la vieja y localizada Nuestra Amri-ca, nuevas alianzas emancipadoras.

    La naturaleza contrahegemnica de Nuestra Amrica yaceen su potencial para desarrollar una cultura poltica transna-cional progresista. Dicha cultura poltica se concentrar en:1) identificar los mltiples vnculos locales/globales entre lu-chas, movimientos e iniciativas; 2) promover choques entretendencias y presiones de globalizacin hegemnica, por unlado, y las coaliciones transnacionales que resisten contraellas, abriendo as la posibilidad de que ocurran globalizacio-nes contrahegemnicas; 3) promover autorreflexin internay externa para que las formas de redistribucin y reconoci-miento establecidas entre los movimientos reflejen las for-mas de redistribucin y reconocimiento que la subpolticaemancipadora transnacional quiere ver instrumentadas enel mundo.

    Hacia nuevos ManifiestosEn 1998, el Manifiesto comunista celebr su 150 aniversa-

    rio. El Manifiesto es uno de los textos clave de la modernidadoccidental. En pocas pginas y con claridad insuperable, Marxy Engels lograron una visin global de la sociedad de su propiotiempo, una teora general del desarrollo histrico y un pro-grama poltico de corto y largo plazo. El Manifiesto es un docu-mento eurocntrico que transmite una fe inquebrantable enel progreso, aclama a la burguesa como la clase revoluciona-ria que lo hizo posible y en la misma lnea profetiza la derrotade la burguesa ante el proletariado como clase emergentecapaz de dar continuidad al progreso ms all de los lmitesburgueses.

    Algunos de los asuntos, anlisis y propuestas incluidos enel Manifiesto son todava actuales. Quin no reconocera enel siguiente pasaje una descripcin precisa de lo que hoy de-signamos como globalizacin hegemnica?

    A travs de su explotacin en el mercado mun-dial, la burguesa le ha conferido un carcter cos-mopolita a la produccin y al consumo en todos lospases. Para gran mortificacin de los reacciona-rios, le ha movido a la industria el piso nacional

    en el que se hallaba. Todas las industrias nacio-nales establecidas de antao han sido destruidaso estn siendo destruidas y son desplazadas porindustrias nuevas, cuya introduccin es un asun-to de vida o muerte para las naciones civilizadas;son industrias que ya no ocupan materia prima dela localidad sino materia prima de las ms remo-tas zonas; industrias cuyos productos se consu-men, ya no slo en casa, sino en cualquier rincndel globo. En lugar de las viejas necesidades, sa-tisfechas por la produccin del pas, hallamos nue-vas necesidades, que requieren ser satisfechas conproductos que vienen de tierras y climas lejanos.En vez del viejo encierro o la autosuficiencia localo nacional, tenemos intercambios en toda direc-cin, una interdependencia universal de las nacio-nes (Marx, 1973: p. 71).

    Sin embargo, las profecas de Marx nunca se cumplieron.El capitalismo no sucumbi a manos de los enemigos que crel mismo, y la alternativa comunista fracas rotundamente.El capitalismo se globaliz mucho ms eficazmente que elmovimiento proletario, y los logros de este ltimo, sobre todoen los pases ms desarrollados, consistieron en humanizaral capitalismo, ms que derrotarlo.

    No obstante, los males sociales denunciados por el Mani-fiesto son hoy da tan graves como entonces. El progreso al-canzado desde entonces ha ido de la mano con guerras quehan asesinado y continan matando a millones de personas;la brecha entre ricos y pobres nunca fue tan ancha como aho-ra. Si encaramos dicha realidad, es necesario crear las con-diciones para que emerjan no uno sino muchos nuevos Mani-fiestos con potencial para movilizar a todas las fuerzas pro-gresistas del mundo. Por fuerzas progresistas entindase to-das aquellas irreconciliables con la difusin del fascismo so-cietario al cual no se le juzga inevitable y que como talescontinan luchando en pos de alternativas. La complejidaddel mundo contemporneo y la visibilidad creciente de la vas-ta diversidad e iniquidad hacen imposible la traduccin deprincipios de accin en un manifiesto nico. Por tanto, tengoen mente varios manifiestos, cada uno de los cuales abre

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    posibles senderos hacia una sociedad alternativa que enfrenteal fascismo societario.

    Es ms, a diferencia del Manifiesto comunista, los nuevosmanifiestos no sern el logro de cientficos particulares queobserven el mundo desde una perspectiva privilegiada y ni-ca. En cambio, sern mucho ms multiculturales, estarnen deuda con diferentes paradigmas de conocimiento y emer-gern, en virtud de la traduccin, como redes y mestizaje, enconversaciones de humanidad (como dijera John Dewey),involucrando a cientficos sociales y activistas comprometi-dos en luchas sociales por todo el mundo.

    Los nuevos Manifiestos debern enfocarse sobre aquellostpicos y alternativas que conlleven ms potencial para cons-truir globalizaciones contrahegemnicas en las prximas d-cadas. Desde mi punto de vista, son cinco las reas ms im-portantes en este respecto. De acuerdo con cada una de ellas,Nuestra Amrica proporciona un vasto campo de experienciahistrica, emergiendo as como espacio privilegiado desde elcual confrontar los retos planteados por la cultura polticatransnacional emergente.

    1. Democracia participativaJunto con el modelo hegemnico de democracia (aquella

    representativa y liberal), siempre han coexistido otros mode-los subalternos, no importa qu tan marginados o desacredi-tados estn. Vivimos en tiempos paradjicos: en el mismomomento en que la democracia liberal obtiene sus triunfosms convincentes por todo el planeta, se torna menos crebley convincente, no slo en los pases de nueva frontera sinoen aquellos donde tiene sus ms profundas races. Las crisisgemelas de la representacin y la participacin son los snto-mas ms visibles de dicho dficit de credibilidad y, en ltimainstancia, de legitimidad. Por otra parte, las comunidades lo-cales, regionales y nacionales en diferentes partes del mun-do emprenden experimentos e iniciativas democrticas ba-sados en modelos alternativos de democracia, en los que lastensiones entre democracia y capitalismo, entre redistribu-cin y reconocimiento, se avivan y se convierten en la ener-ga positiva que respalda pactos sociales ms justos y abarca-dores, no importa qu tan circunscritos sean por el momen-

    to.8 En algunos pases de frica, Amrica Latina y Asia seestn revisando las formas tradicionales de autoridad y auto-gobierno, y se explora la posibilidad de que se transformeninternamente y se articulen con otras formas de gobiernodemocrtico.

    2. Sistemas alternativos de produccinUna economa de mercado es un curso posible y, dentro de

    ciertos lmites, incluso deseable. Por el contrario, una socie-dad de mercado es imposible y, si lo fuera, sera moralmenterepugnante, ingobernable incluso: nada menos que fascismosocietario. Una posible respuesta a ste son los sistemas al-ternativos de produccin. Las discusiones en torno a la globa-lizacin contrahegemnica tienden a enfocarse sobre inicia-tivas sociales, polticas y culturales, y rara vez se centran enlas campaas econmicas, es decir, en las iniciativas loca-les/globales que implican una produccin y una distribucinno capitalistas de bienes y servicios, sea en escenarios rura-les o urbanos: las cooperativas, las mutualidades, los siste-mas de crdito, el cultivo de la tierra invadida por campesi-nos sin tierra, los sistemas acuticos sustentables y las co-munidades pesqueras, la forestera ecolgica, etctera. Enestas iniciativas, los vnculos locales/globales son ms dif-ciles de establecer, sobre todo porque confrontan ms direc-tamente no slo a nivel de la produccin sino tambin a ni-vel de la distribucin la lgica del capitalismo global que estdetrs de la globalizacin hegemnica. Otra faceta importan-te de los sistemas alternativos de produccin es que nuncason exclusivamente econmicos en su naturaleza. Movilizanrecursos culturales y sociales en tal forma que impiden lareduccin del valor social a un precio de mercado.

    3. Justicias y ciudadanas multiculturales emancipadorasLa crisis de la modernidad occidental ha demostrado que

    el fracaso de los proyectos progresistas aquellos que tienenque ver con el mejoramiento de las expectativas y las condi-ciones de vida de los grupos subordinados dentro y fuera delmundo occidental se debe en parte a una falta de legitimi-dad cultural. Esto priva incluso en los movimientos por losderechos humanos, dado que la universalidad de los derechos

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    humanos no puede darse por sentada (Santos, 1999a). La ideade la dignidad humana puede formularse en diferentes len-guajes. En vez de suprimir dichas diferencias en nombre delos universalismos postulados, deben traducirse para hacer-las mutuamente inteligibles mediante lo que denomino her-menutica diatpica. Entiendo esta ltima como la interpre-tacin de preocupaciones isomrficas de diferentes culturas,algo que pueden llevar a cabo antagonistas capaces y deseo-sos de argumentar con un pie en una y otra culturas (Santos,1