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DECRECIMIENTO O BARBARIE

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PAOLO CACCIARI

DECRECIMIENTOO BARBARIE

Icaria Antrazyt

PARA UNA SALIDA NOVIOLENTADEL CAPITALISMO

ANÁLISIS CONTEMPORÁNEO

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Este libro ha sido editado en papel 100% Amigo de los bosques, proveniente de bosquessostenibles y con un proceso de producción de TCF (Total Clorin Free), para colaborar en unagestión de los bosques respetuosa con el medio ambiente y económicamente sostenible.

Título original: Decrescita o barbarie© Carta-Intra Moenia, 2008Traducción del italiano: Stefano Puddu Crespellani

Diseño de la cubierta: Josep Bagà

© Paolo Cacciari

© De esta ediciónIcaria editorial, s. a.Arc de Sant Cristòfol, 11-2308003 Barcelonawww. icariaeditorial. com

Primera edición: marzo de 2010

ISBN: 978-84-9888-225-4Depósito legal: B-989-2010

Fotocomposición: Text Gràfic

Impreso en Romanyà/Valls, s. a.Verdaguer, 1, Capellades (Barcelona)

Printed in Spain - Impreso en España. Prohibida la reproducción total o parcial.

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A Tommaso y Rocco

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ÍNDICE

Prólogo, Oriol Leira y Stefano Puddu 9

Nota del autor 15

I. La catástrofe somos nosotros 17II. Un déficit de inteligencia colectiva 23

III. Inercias y condicionamientos 29IV. Empobrecimiento 34V. Liberalismo escandaloso 40

VI. A la búsqueda de vías de escape 47VII. Otros consumos, otros placeres 52

VIII. Otros trabajos 59IX. La «farmacéutica de la felicidad» 65X. Psicopatología del consumo compulsivo 69

XI. Crecimiento paradójico 75XII. Tener vs Ser 78

XIII. Decrecimiento & Noviolencia 82XIV. El camino y la meta 88XV. Decrecimiento como antídoto a la crisis 93

XVI. Decrecimiento como desmaterialización 101XVII. Decrecimiento como desmercantilización 107

XVIII. Decrecimiento como proyecto de autogobierno 113XIX. Decrecimiento como acción política 116

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XX. El «binomio trágico»: ética del convencimiento y ética de la responsabilidad 122

XXI. La ética del dominador 128XXII. La parlamentarización de la ética 131

XXIII. La ética de la noviolencia 134

Epílogo: Equidad/Sostenibilidad 139El punto de partida 139Lo que tenemos delante 143Qué podemos hacer 145

Bibliografía 149

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PRÓLOGO

Oriol Leira y Stefano Puddu

Paolo Cacciari es un autor que se ha movido durante toda suvida entre el mundo de la reflexión, la práctica del periodismo yla militancia política activa, sin dejar nunca ninguna de las tres.Esto le confiere un perfil peculiar y un discurso rico, bien docu-mentado pero sobre todo dotado de una dirección. Procede de latradición de pensamiento que se ha forjado en la etapa del 68,con su empuje transformador de base marxista pero abierto a losmovimientos de la sociedad. Y, efectivamente, por estos movi-mientos Cacciari ha transitado en las décadas sucesivas, implicán-dose y siendo receptivo a las aportaciones del ecologismo, elpacifismo, el feminismo, el altermundialismo...

Siguiendo un camino parecido al que abrieron en los añosochenta pensadores como Ilya Prigogine e Isabelle Stengers cuan-do anunciaron una nueva alianza (el ecosocialismo), su obra esun renovado esfuerzo por tender un puente (una propedéutica)entre dos tradiciones o culturas que la historia ha mantenido ale-jadas. Por un lado, la obrera, socialista, pero en su versión críticafiltrada por la experiencia del mayo del 68 su utopismo revolu-cionario. Por otro, la más ciudadana y participativa, de baselibertaria, donde encontramos el ecologismo. Entre el rojo y elverde, convencido de que el encuentro entre las dos tradiciones

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aún está pendiente, Cacciari va labrando un ecosocialismo pro-fundo alejado de esa otra versión tan laureada que determinadasfuerzas políticas han intentado monopolizar a costa de ofreceruna versión superficial, banalizada e incluso frívola.

El título del ensayo así lo visualiza: «decrecimiento o bar-barie». Isabelle Stengers, en una reciente entrevista para la pu-blicación Mediapart, defiende que hay mucho en juego con laspalabras, y que nos hemos de preguntar «qué palabras cedemosal adversario, qué palabras consideramos que han sido radical-mente deshonradas y qué palabras es preciso mantener vivasaunque hayan sido deshonradas», añadiendo que «si abando-násemos las palabras que fueron deshonradas, nos quedaría-mos sin palabras». En este mismo sentido, Cacciari convergecon la autora al recuperar el término «barbarie», pero en su caso,fiel a su esfuerzo por conectar las dos tradiciones, lo hace des-plazando el lema «socialismo o barbarie» hacia el campo deldecrecimiento. Sin lugar a dudas, las palabras bien jugadaspueden tender puentes.

En el discurso de Cacciari, el decrecimiento es la clave quemantiene unidos los distintos elementos, como en una arquitec-tura. Con una peculiaridad: que es muy explícito al considerar lanoviolencia el complemento necesario de este discurso, a nivelteórico y práctico. El decrecimiento bien entendido es noviolentoen su esencia, o debería serlo, tanto en valores como en la acción—que, de hecho, son dos aspectos de un mismo proceso.

Quien lea este libro verá que está centrado en el contextoitaliano —un país donde el decrecimiento ha empezado su sin-gladura un par de años antes que el nuestro. A bien seguro nospuede resultar útil conocer un poco más a fondo experienciaspróximas, y descubrir cómo se articula en Italia un debate inte-lectual rico de aportaciones de cosecha propia, cómo tiene queser cuando la reflexión se «relocaliza» e intenta encontrar solu-

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ciones apropiadas para situaciones específicas. Sería deseable queesta lectura sirviera de estímulo para activar también el nuestro.

Lo que salta a la vista en la descripción de Cacciari —y tam-bién si miramos con atención a la realidad que tenemos alrede-dor— es el hecho de que las experiencias de base inspiradas enestas ideas se multiplican con velocidad creciente, en una especiede hormiguero imparable de micro-actuaciones difusas en el te-rritorio. En conjunto, se parece a la actividad de las bacterias,aparentemente invisible pero que con el tiempo tiene efectosmacroscópicos inesperados y sorprendentes.

Si la sociedad parece estar activa, al lado opuesto la políticasigue inmutable y aparentemente impermeable a este tipo deplanteamientos. El problema de un cambio de modelo no entrani de lejos en su agenda. El poder siempre es el último en darsepor enterado de lo que está pasando.

Vuelve aquí a la memoria la teoría de la «puerta podrida» queJohn K. Galbraith desarrolló hace ya unos años para explicar lamanifestación repentina de cambios revolucionarios imprevis-tos y a veces impensables: la puerta del poder sigue cerrada apesar de que se va pudriendo por dentro, sin aparentar su des-gaste real, hasta que por fin llega el momento en que alguiendecide derribarla y lo que parecía tan sólido se desmorona pormomentos, y no por la fuerza del impacto sino por la degenera-ción interna que ha sufrido. Algo parecido le está sucediendo alsistema de explotación del capitalismo global. Pero es difícil pre-ver cuánto puede alargarse este proceso.

La otra hipótesis es la de un cambio catastrófico —tal vez lamás probable, si estamos como parece a las puertas de una crisisenergética largamente anunciada. Pero Cacciari prefiere plantearselos cambios desde abajo, a partir de la creatividad difusa de lagente y su capacidad de autoorganización, para encontrar, a tra-vés de la participación, soluciones viables a escala local; en esto,

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precisamente, consistiría un proceso de carácter noviolento. Porotra parte, Cacciari no oculta su desconfianza hacia el poder es-tablecido y su incapacidad crónica de favorecer los cambios. Nitampoco le apetece estarse esperando que el sistema caiga por supropia dinámica de disgregación interna. Cacciari sabe que el trenya está en marcha y si no hacemos algo el choque puede ser tre-mendo. Así, como siempre, el primer paso es la toma de con-ciencia, el cambio de chip. Por eso es tan necesario el trabajo dedocumentación y de argumentación del autor.

La finalidad del libro, en todo caso, es mantener alto el nivelde alerta: ya no queda espacio para lecturas ingenuas de lo que estáocurriendo. El modelo basado en el crecimiento tiene una apa-riencia civilizada, pero se basa en premisas durísimas: la desigual-dad estructural, la explotación sistemática de los más débiles, lafuerza militar como fundamento y garantía del derecho. Comocivilización hemos trasladado al terreno económico nuestros peo-res instintos, llevando el principio de libre competencia hasta for-mas inaceptables de canibalismo transnacional. Estamos descu-briendo que, en el fondo, los bárbaros somos nosotros. Así, la crisispuede hacer aflorar el fondo insolidario y violento del sistema enel que vivimos, y no podemos excluir un escenario catastrófico enel que los poderosos se aprovechan de su fuerza (militar, política,económica, mediática...) para aumentar aún más sus privilegios.

La otra opción es un cambio de modelo y de rumbo, lo queimplica reinventar la sociedad y nuestras formas de vida. Paraconseguir este objetivo nuestro autor considera fundamental quelas dos tradiciones antes citadas sepan apreciar su complemen-tariedad para poder andar en la misma dirección. Especialmen-te, es imprescindible que la tradición marxista sepa aceptar ycomprender el innegable proceso de transformación de las «fuerzasproductivas» en «fuerzas destructivas» que ya en su momentoMarx anunció en El Capital. Cacciari considera fundamental saber

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entender el papel que juega el trabajo en la reproducción del sis-tema y la necesidad de redefinirlo desde otra perspectiva. En estesentido coincide plenamente con el diagnóstico que hace JohnHolloway, al afirmar en una reciente entrevista para la revistaMientras tanto que «la contradicción fundamental insalvable,dentro del capitalismo, no es entre capital y trabajo, sino entre,por un lado, trabajo subordinado, atrapado en la producción deplusvalía en beneficio del capital, y por otro, trabajo vivo, útil,autodeterminado». Por este motivo, «cuando se dice que la de-mocracia se detiene a las puertas de la fábrica quiere decir exacta-mente eso: que no son los hombres y las mujeres quienes tienenque decidir sobre su trabajo, sobre qué, cómo y para quién pro-ducir, sino que lo hacen las élites que dominan los mercados eco-nómicos». Y es precisamente en este punto decisivo que el decre-cimiento cobra vital importancia, puesto que hace una aportacióntransformadora al defender una economía que preconiza rela-ciones sociales, comportamientos colectivos, otra manera de pro-ducir, democracia en las tomas de decisión, etc.

El decrecimiento, en resumen, plantea el horizonte de unproyecto de sociedad ecológica y noviolenta, lo que quiere decirque la vida colectiva tiene que basarse en los principios de equi-dad y sostenibilidad —como también subraya el título del artí-culo que hace de epílogo al libro. El decrecimiento nos proponevolver a una política cargada de ética y de estética, lo que suponeabandonar el imaginario de la fuerza, de la seguridad, de la faltade límite, para reorientarnos hacia la reciprocidad, la confianza,la sencillez.

Cualquier momento es bueno para empezar este cambio. Enrealidad, no nos sobra tiempo.

Marzo de 2010

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NOTA DEL AUTOR

Soy consciente de que la radicalidad del cambio de rumbo queaquí se propone no justifica la irreverente manipulación del títu-lo que Rosa Luxemburg dió a su Pamplet Junius de 1916: Socia-lismo o barbarie. Un poco más pertinente es la referencia a la re-vista Socialisme ou Barbarie, fundada en el inmediato segundoposguerra por Cornelius Castoriadis quien —como él mismollegó a decir— ajuntaba la izquierda radical crítica hacia el leni-nismo, los bordiguistas, los trozkystas, comunistas municipalistas,algún que otro anarquista y algunos descendientes de la izquier-da alemana de los años veinte.

Decrecimiento o barbarie es una afirmación fuerte, que herobado a Paul Ariès (Decroissance ou barbarie, Golias, Lyon, 2005).Por mi parte la utilizo porque aún no he conseguido imaginarmeuna sociedad más densa de sentido que aquella capaz deautoorganizarse pidiendo «a cada cual según sus capacidades» ydevolviendo «a cada cual según sus necesidades».1 Una idea desociedad que integra derechos y deberes, justícia e igualdad, enun marco de democracia auténtica y sustancial.2 Nada menosque un nuevo humanismo, o para ser más exactos un «biohu-manismo capaz de recomponer una visión integrada del hombrey del mundo que interprete al ser humano como sujeto interno

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y vitalmente conectado con la naturaleza […] en la causalidadcompleja que liga todos los seres vivos» (del Manifiesto de los al-fabetos ecológicos).3

¿Utopías peligrosas, que conducen al fundamentalismo y a laviolencia —como temen algunos? Tal vez, pero no creo que hayaque temer las utopías. Como dijo alguien: las utopías son comolas estrellas para los navegantes de la noche. Nadie piensa en alcan-zarlas, pero ayudan a mantener el rumbo. La conciencia de la dis-tancia entre las aspiraciones ideales y las condiciones reales no esmotivo para renunciar a actuar por el bien y lo que es justo.

Este trabajo es la continuación de Pensare la decrescita.Sostenibilità ed equità (Pensar el decrecimiento.

Sostenibilidad y equidad) Carta e Intra Moenia, 2006.

Notas1. Libre interpretación de Karl Marx, Crítica al programa de Gotha.2. Para profundizar en el concepto de «devolución» véanse los escritos de

Roberto Mancini. Entre otros, La democrazia? Uno stile di vita (La democracia,un estilo de vida), en VVAA, La crisi della democrazia, L’altrapolitica, Città diCastello, 2006 y Miguel Abensour, La democracia contra el estado, Colihue, 1998.

3. Ministerio del Medio Ambiente del Gobierno italiano, Il manifesto deglialfabeti ecologici (El manifiesto de los alfabetos ecológicos), 2008. Redactadopor una comisión coordinada por Laura Marchetti. Publicado también en larevista Carta, www.carta.org.

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I. LA CATÁSTROFE SOMOS NOSOTROS

Todo está muy claro. Pero nadie la tiene capacidad de remediar-lo. Por eso acabará en catástrofe.1

¿En qué forma se nos presentará? Esto será una elección de lacasualidad, que como sabemos juega a dados (alea, en latín). Haceya unos años que los expertos del Pentágono nos invitaban a «ima-ginar lo impensable»,2 lo cual, dicho por ellos, nos suena a amena-za. Podría ser la guerra atómica, puesto que las guerras convencio-nales, «preventivas y permanentes», ya son endémicas.3 O lasconsecuencias del crack de las finanzas y del ocaso de la civilizaciónoccidental, que le hace de criada.4 O los desórdenes sociales consi-guientes a la recesión y a la volatilización de los fondos de pensio-nes y de garantía. O la revuelta de los habitantes de las periferiasde las megalópolis.5 O el agotamiento de los combustibles fósi-les6 . O el aumento de Seis grados (es el título del bonito libro deMark Lynas)7 de la temperatura terrestre. O el agotamiento de lacapacidad fotosintética de la Tierra.8 O el desencadenarse de algúntipo de pandemia. O la vuelta de los nacionalismos y el choqueentre civilizaciones monoteístas… Más probablemente, el apoca-lipsis por la mano del hombre derivaría de una combinación entrediferentes causas concurrentes. Estará, además, caracterizado porunos molestos discriminantes de clase.

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Fracasadas y abandonadas las políticas de control, regulacióny mitigación de los «efectos indeseados» producidos por laglobalización de las «externalidades negativas» del mercantilismo,de los «excesos» del turbocapitalismo universal (o como se lequiera llamar), no nos queda más que confiar en las extraordina-rias capacidades de adaptación de los seres humanos individua-les a las peores condiciones. Pero los medios de que dispone cadauno de nosotros no son los mismos, ni mucho menos.9 Ya he-mos visto que en aquella «catástrofe natural» de laboratorio quefue el huracán Katrina en Nueva Orleans, los que se vieron aso-lados fueron los desinformados, los pobres, los negros.10 Si lamagnitud de las catástrofes será de alcance global habrá sin dudaalgún privilegiado que se las arreglará para vivir más tiempo es-condido en un búnker antiatómico o en una habitación anti-motín, o que se escapará de las inundaciones o del asalto de losdesposeídos enfurecidos escondiéndose en sus mansiones de mon-taña. Hasta que no se derrumben las montañas y todo. Sin em-bargo, «la historia está constelada de imperios grandiosos queacaban en cenizas», como nos recuerda Marco Deriu,11 al comen-tar Colapso de Jared Diamond, «y las civilizaciones son, a su vez,fenómenos frágiles, efímeros, transitorios». Franco Bifo Berardiha escrito:

El declive no cabe tratarlo como un accidente coyuntural,como una momentánea y lamentable interrupción del creci-miento tumultuoso de las economías modernas. Al contra-rio, se trata de una tendencia profunda, inscrita en la evolu-ción tardo-moderna.12

El apogeo, el grado máximo en la gloria del capitalismo, coinci-de con su fin, o bien —si queremos huir de tremendismos— con elotoño de su historia (tomando prestada una categoría braudeliana).

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En todo caso, hemos llegado sin duda al cierre de la etapa delneoliberalismo de Reagan y Thatcher, que ha durado un cuartode siglo; tal vez, al final de la época de la «economía de desarro-llo» (Herman Daly) estrenada con la Segunda Guerra Mundial;13

del «capitalismo termo-industrial» (Serge Latouche), nacido hacedoscientos años; también, con alguna probabilidad, de la edadburguesa que empezó hace 500 años con la hegemonía colonialeuropea; hay quien incluso afirma que se ha agotado la mismaidea de Occidente aparecida hace 2.500 años con la filosofía griega(Raffaele Salinari). Hay quien considera, en cambio —entre ellos,Giorgio Ruffolo—14 que las capacidades de reestructuración/transformación de los sistemas complejos y abiertos a la innova-ción tecnológica, como es el caso del capitalismo democrático,son infinitas. En este caso el escenario más probable sería el de-clive lento del sistema, una degradación marcada por una seriede desastres puntuales acompañados de una selección darwinianade los pueblos más fuertes y de los individuos mejor equipados.Una prórroga sin fin del sufrimiento humano.

Sea como fuera, el objetivo de una buena política tendría queser evitar que la crisis arrastre también a aquellos que no sonresponsables de ella (suponiendo que en esta parte del mundoevolucionada, desarrollada, ganadora, realmente existan inocen-tes). Esta es la única razón que nos impide alegrarnos ante lasinfinitas demostraciones del fracaso del capitalismo.

Pase lo que pase, tendría que haber llegado para cualquierpersona dotada de sentido moral, y para todos, el momento dedisociarse. Prerrequisito para una acción disconforme, realmen-te innovadora e incisiva. Para evitar el suicidio en masa o lanarcotización de los individuos, haría falta un salto en el imagi-nario social, colectivo. Sería necesaria una crítica al sentido deesta modernidad nuestra, una contrastación abierta acerca de losvalores éticos y las conductas morales que están en la base de esta

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como de cualquier sociedad y que son imprescindibles para re-gular la convivencia civil. Una idea de sociedad (no un modelopreconfeccionado en abstracto por presuntas vanguardias) abierta,autodeterminada y capaz de autogobierno. Un mundo de rela-ciones voluntarias, cooperativas, no mercantilizadas. Un nuevocomunitarismo y un nuevo humanismo capaz de contemplar laTierra, que supere el pensamiento dualista mente/cuerpo, hom-bre/naturaleza. Una transfiguración de la actual condiciónantropológica. Un vuelco respecto a la idea prevaleciente de civi-lización, una ruptura radical de visión. En definitiva, para salirdel armazón cultural, psicológico, social y político de la moder-nidad contemporánea (crecimiento destructivo, homologacióndeshumanizadora, violencia sistemática) nos vendría bien unpensamiento realmente erético capaz de concebir lo inconcebi-ble, de expresar lo inefable y actuar con voluntad de no-poten-cia.15 Una «revolución dulce», como ha escrito Carla Ravaioli.16

Nada menos que recomponer la «escisión en contra del mun-do», lo viviente, lo que es otro de nosotros, hasta nuestro propiocuerpo, ruptura que Salinari considera que empezó con el «granexperimento» del pensamiento dual occidental.17

Notas1. Para una reseña de la crisis de la filosofía de la historia progresista, véase

el número monográfico de la revista La società degli individui (La sociedad delos individuos), «Progresso, catastrofe, democrazia» (Progreso, catástrofe, de-mocracia), n.º 31 2008/1. El repertorio más clarividente y completo de las cau-sas de la «gran emergencia» socioeconómica y medioambiental de la «eraapocalíptica» en que nos encontramos sigue siendo —en mi opinión— el traba-jo de James Howard Kunstler, La gran emergencia. El colapso de la sociedad occi-dental puede estar a la vuelta de las esquina, Editorial Barrabés, 2007. Véasetambién: Martin Rees, Nuestra hora final. ¿Será el siglo XXI el último de la hu-manidad? Crítica, 2006. Para una reseña de las teorías sobre colapso, consúltesela página web: http://dieoff.org/.

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2. Relación del Pentágono sobre cambio climático, «Modus Vivendi», abrilde 2003. Recientemente ha salido un nuevo informe Global Trend 2025 delNational Intelligence Council (el organismo que incluye las distintas agencias deinformación) con los escenarios puestos al día para el nuevo presidente. Las previ-siones son de un «declive» de la hegemonía americana, como consecuencia de lareorganización general de la economía, con varios efectos colaterales: «El riesgonuclear va ser superior que en el pasado […] el crecimiento del 50% de la deman-da de alimentos […] el aumento de conflictos al estilo de los del siglo XIX paraacaparar comida, agua y otros recursos naturales, además de un probable refuerzode la criminalidad en gran escala». (Extraído del artículo de Roberto Zanini, «Statiuniti, vent’anni di declino», il manifesto del 22 de noviembre de 2008).

3. Escribió Franco Bifo Berardi: «El poder global está fundado hoy másque nunca sobre la guerra. Una dictadura militar está tomando forma en elmundo, cuyas raíces se basan en los procesos de producción, en la cultura racistay en el odio interétnico e interreligioso […] la competición ha tomado el lugarde la solidaridad […] la devastación sistemática del ambiente físico y psíquico»(de la edición italiana de Liberazione, 20 de julio de 2008).

4. Para orientarse en el enredo creado por la economía global, aconsejo lalectura de la Miniguida per capire la crisi della finanza (miniguía para entenderla crisis de las finanzas), elaborada por la Campaña para la reforma del BancoMundial y por el Observatorio sobre Economía. Véase también los artículos deRaffaele Sciortino localizables en el sitio web www.infoaut.org.

5. Es la hipótesis en la cual hace años que investiga Mike Davis, Planeta deciudades miseria, Foca, 2008.

6. Michael T. Klare, autor de Blood and Oil, nos habla de «energofascismo»con motivo de la «militarización de la lucha global por el control de los recur-sos energéticos vitales cada vez más escasos». De Potere nero (Poder negro),publicado en la revista Internazionale del 9/2/2007. Los conflictos derivadosdel aumento del caos climático censados por la agencia International Alert ypublicados en su informe de 2007, Climate of Conflict, implican 2.700 millo-nes de personas en 46 naciones. Véase también: George Monbiot, Calore!,Longanesi, 2008.

7. Mark Lynas, Six Degrees: Our Future on a Hotter Planet, Fourth Estate, 2007.8. Jared Diamond, Colapso, Debate, 2006.9. Un valuoso punto de observación acerca de los efectos de las políticas de

desarrollo sobre las poblaciones del planeta lo encontramos en la columna Terraterra del diario italiano il manifesto, a cargo de Marina Forti y Marinella Correggia.

10. Naomi Klein cita la declaración de un constructor, Joseph Canizano deNueva Orleans: «Creo que tenemos delante una tabula rasa de donde volver aempezar. Y gracias a esta tabula rasa tenemos grandes oportunidades». En Ladoctrina del Shock. El auge del capitalismo del desastre, Paidós.

11. Marco Deriu, «Catastrofe, collasso, decrescita. Sguardi sulla fragilità dellaciviltà» (Catástrofe, colapso, decrecimiento. Miradas sobre la fragilidad de lacivilización), en «La società degli individui», n.º 31 2008/1.

12. Franco Bifo Berardi, en el semanario Carta, 30 de enero de 2006.13. La extensión e universalización de la «ley del desarrollo» tuvo su co-

mienzo con el famoso discurso a la nación del presidente Truman en 1949, en

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que dividió el mundo entre pueblos y naciones «desarrollados» y «subdesarrolla-dos», planteando las premisas para una nueva hegemonía económica de los EEUU,después de la etapa colonial de los imperios europeos. Para una historia del de-sarrollo véase el indispensable Gilbert Rist, «Lo sviluppo. Storia di una credenzaoccidentale» (El desarrollo. Historia de una creencia occidental), BollatiBoringhieri, 1997.

14. Giorgio Ruffolo, «Il capitalismo ha i secoli contati» (Al capitalismo se leacaban los siglos), Einaudi 2008. «Sin alienación (propiedad particular) ni acu-mulación (explotación, o bien ahorro) no se puede activar ningún proceso decrecimiento de la economía» (p. 9). En realidad, Ruffolo tiene muy clara la sin-razón de un sistema que ha perdido el sentido del límite y afirma: «La paradadel crecimiento económico basado en el tener, estéril y autodestructivo, es elsupuesto necesario para un humanismo transcendente orientado al desarrolloexistencial de la especie humana» (p. 284).

15. Aquello que Ivan Illich llamaba fuerza del «amor powerless (sin poder)».16. Carla Ravaioli, Ambiente e pace. Una sola rivoluzione (Paz y medio am-

biente. Una sola revolución), Punto Rosso, 2008.17. «Esta ‘escisión occidental’ hemos estado promoviéndola lenta pero inexo-

rablemente a lo largo de los siglos, a través de nuestros imperios, de nuestrafuerza económica, e incluso a través de la luz de la razón, es decir, gracias anuestra racionalidad occidental, representada por la fuerza de la techné». Y si-gue: «Nosotros tenemos la necesidad de reconstruir un ethos basado en la solida-ridad biosférica y en la solidaridad de especie. Lo que significa diálogo con lanaturaleza y con las generaciones futuras. [...] La necesidad primaria sigue sien-do la de responder a la pregunta fundamental, es decir, cuál es el modelo decivilización que nos asegura la vida». Raffaele Salinari, en AAVV; Se verrà la gue-rra, chi ci salverà? Convers/azioni resistenti (Si viene la guerra, ¿quién nos va asalvar? Convers/acciones resistentes) Tavolo per la pace e Benkadì (Mesa por lapaz y Bencadí), Monfalcone, 2008 (p. 120).

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Asistimos a una paradoja evidente: se reparten premios Nobel yOscar cinematográficos1 a quienes consideran ya insostenible elactual modelo de desarrollo económico, tanto en los aspectossociales (desigualdades, urbanización, migraciones, gasto mili-tar, etc.) como medioambientales (pérdida de biodiversidad, caosclimático, escasez de aguas, etc.), pero las políticas que concreta-mente se llevan a cabo desde las agencias internacionales y losgobiernos son claramente inadecuadas para contrarrestar la de-cadencia y la degradación. Queda claro que no basta con utilizarargumentos lógico-racionales para derrumbar la insensatez (pér-dida de sentido) del modelo actual de desarrollo turbocapitalista.

Sabemos que el suicidio, igual que otras formas de autolesión,es una patología grave. Cuando además se presenta en un grupoentero de individuos (una manada de ballenas, una comunidad delemmings) o, como es el caso del homo sapiens, en una especie ani-mal en su conjunto, los científicos se encuentran con dificultadesde interpretación nada menores. Ya que —como dice Guido Da-lla Casa— «no hay un modelo cultural humano capaz de concebirsu propio final».2 Es bien conocido que cada animal está dotadode instintos naturales que le llevan a adoptar las mejores estrate-gias de supervivencia: reconoce y respeta la sociedad, practica la

II. UN DÉFICIT DE INTELIGENCIACOLECTIVA

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cooperación intraespecífica, defiende la salubridad de su propiohábitat, huye del peligro, alcanza el equilibrio demográfico y asíseguidamente, afinando en el tiempo biológico sus propias capaci-dades evolutivas. El ser humano, con toda evidencia, parece haberperdido desde hace tiempo estas capacidades de vida en armonía:3

ha perdido el sentido del límite, ha desatado la agresividad haciasus congéneres, ha olvidado la dimensión física y natural de supropio cuerpo, y poco a poco ha extraviado el objetivo del buenvivir. Una pérdida de capacidad instintiva que hay que equilibrarcon un aumento de las capacidades cognitivas, por una elabora-ción mental lógica y simbólica. Como dice Paul Virilio: «estamosobligados a la inteligencia».4 En otras palabras, el ser humano tie-ne que desarrollar un sentido ético necesario para guiar sus con-ductas. El ser humano es, de hecho, un «viviente calificado», comodijo Hannah Arendt, del cual derivan oportunidad y responsabili-dad. Nos advierte Albert Otto Hirshmann: «En toda la creación,sólo al hombre se ha concedido el poder de cometer errores.» Y, dehecho, la idea de que el destino del cosmos entero pudiera depen-der de la voluntad del hombre, en lugar de extremar precauciones,ha embriagado a los científicos y embrujado aquellos que —a tra-vés de ellos— piensan que podrán aumentar su poder sobre loshombres. «La idea de que podemos construir el mundo como que-remos que sea y como pensamos que deba ser» —como nos diceIllich—5 nos ha llevado a la presunción de omnipotencia, hastacreer que la vida misma depende de nosotros, que todo puede sermanipulable, previsible, utilizable. Las infinitas formas vivientesgeneradas por la naturaleza, expresión de la vitalidad de la TierraMadre, se vuelven «cosas» en posesión del hombre, aparentemen-te sometidas a su dominio como puede serlo en un laboratorio«un cigoto, un esperma, un óvulo fecundado, un gusano... unapersona». Continúa Illich: «una sociedad donde el misterio y labelleza de vivir junto con su propia mortalidad desaparecen». Con

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la pretensión de «caminar con los zapatos de la naturaleza», juegaa imitar a Dios en un delirio de omnipotencia y de imposible bús-queda de la inmortalidad,6 y obvia las «necesidades que pertene-cen a la esfera del ser y no del tener, y que se satisfacen en términosde calidad y no de cantidad», como nos explica Laura Marchetti.7

Como podemos apreciar todos los días, esta es una sociedad queutiliza las adquisiciones científicas no para aprender a respetar ysecundar el buen funcionamiento de la vida —matriz de cadacosa—, sino para obstaculizarlo, amenazarlo, empobrecerlo, au-mentando así los riesgos para todos.

En definitiva, justamente porque el ser humano no es sólocorporeidad sino que también está dotado de extraordinarias ca-pacidades «extra-naturales» («supremacía natural», la llamabaMarx), este no puede confiar su suerte únicamente a las reglas evo-lutivas adaptativas. Necesita compensar la pérdida de automatismossensoriales instintivos haciendo trabajar más su intelecto, día trasdía, paso a paso para encontrar el equilibrio dinámico con los ci-clos vitales, con los ritmos biológicos, con la vida de los ecosistemasen los que se encuentra integrado y de los que forma parte.

Ha escrito Galimberti acerca de la diferencia entre animal yhombre:

El animal in-siste en un mundo en general ya preordenado,mientras que el hombre ek-siste porque está fuera de cual-quier preordenamiento y, por efecto de esta ek-sistencia quelo caracteriza, está obligado a darse un mundo.8

Y Luisella Battaglia:

El hombre está sin duda situado: tiene cuerpo, o mejor di-cho, es cuerpo, vive en un medio que lo influencia, pero noes reductible a las situaciones en las que se encuentra atado.

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[...] De aquí su actitud para construir un universo de valores—los reinos de la cultura, de la moral, del derecho— quesobrepasan la dimensión de la vida biológica y se basan enun acto de libertad. Es aquí que se coloca el irreductible mo-mento humanista de la ética: sólo le corresponde al hombrela tarea de hacerse cargo del mundo viviente, en el nombrede ideales y de valores que se encuentran más allá del bíos.9

Para el hombre moderno no existe otra forma para recuperaruna relación asumible consigo mismo, su próximo, la naturalezay el cosmos si no es a través de la inteligencia, de la cabeza y delcorazón: tiene que alcanzar el autocontrol, debe desarrollar prin-cipios de precaución, tiene que abstenerse de utilizar de formaindiscriminada su fuerza exosomática, sin perder nunca el con-texto de sentido de su propia existencia. En las concepcionesecologistas no hay nunca ningún tipo de antihumanismo, nin-gún «odio hacia los hombres», como alguien con malevolenciadenuncia.10 Se trata de odiar el pecado, no el pecador. Por estopensamos que cada hombre y cada mujer tendrían que combatircon todas sus fuerzas al capitalismo, porque es el orden socialque niega el sentido histórico a la naturaleza.

Si no con estas mismas palabras, en su sentido esencial, todasestas cosas, desde hace treinta años por lo menos, se han escrito endeclaraciones solemnes, protocolos internacionales, manuales queexplican con precisión cómo la sociedad humana tendría que reac-cionar para hacer frente a la emergencia de los problemas que ellamisma ha creado. Ya en 1972, con el nacimiento de la UNEP, la agenciade la ONU para el medio ambiente, en la Conferencia Internacionalde Estocolmo, se declaró: «Defender y mejorar el medio ambientepara las generaciones presentes y futuras se ha vuelto un fin impera-tivo para la humanidad». En el principio primero está escrito: Elhombre [...] está sometido a la responsabilidad solemne de proteger

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el medio ambiente tanto para las generaciones presentes como paralas futuras.

En el segundo principio se lee: «Las reservas naturales de latierra, incluyendo el aire, el agua, el suelo, la fauna y la flora, sedeben salvaguardar en beneficio de las generaciones presentes yfuturas a través de una atenta planificación y administración.»

Diez años más tarde —con el Informe Brundtland de 1983—apareció la fórmula mágica del «desarrollo sostenible». Este con-cepto se explicitó en el documento Nuestro futuro común de laONU, en 1987:

Desarrollo sostenible es un proceso en el cual el uso de losrecursos, la dimensión de las inversiones, la trayectoria del pro-greso tecnológico y los cambios institucionales concurren ensu conjunto a mejorar la posibilidad de responder a las necesi-dades de la humanidad no sólo hoy sino también en el futuro.

En la base de estas declaraciones de principio se encuentran dosdimensiones importantes e innovadoras. La espacial, global, queincluye la humanidad entera. Y la temporal, que incluye el futuroen la esfera de la responsabilidad de la acción humana. Esto significaque ha ido avanzando la conciencia de que los efectos positivos delas actuaciones humanas (del desarrollo) tienen que afectar a las po-blaciones presentes y futuras del planeta entero. Así pues, los recur-sos naturales que sustentan este desarrollo pertenecen a toda la hu-manidad, son bienes comunes necesarios para la reproducciónbiológica, no son ni alienables ni privatizables en beneficio de unaúnica parte. No sólo es inmoral «dejar deudas» a nuestros descen-dientes, sino que, en una lógica de mejora del ambiente existente,las generaciones presentes tendrían que dar a las venideras unas con-diciones de existencia facilitadas. La ética de la responsabilidad sig-nifica reconocimiento y aceptación de los límites de la explotaciónde los ecosistemas y se concreta en el cuidado, el mantenimiento

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amoroso, la administración fiduciaria del patrimonio natural. Endefinitiva, la realización del principio ético que está en la base decualquier religión y de cualquier relación humana positiva: «Haz alos demás lo que te gustaría que te hicieran a ti mismo.» Sin cálculosde contrapartidas, sin pedir reciprocidad. En la lógica del don y de lasatisfacción personal. Si esto no pasa no depende de nada más sinode nosotros mismos.

Notas1. La referencia es a Al Gore, Una verdad incómoda. La crisis planetaria del

calentamiento global y como afrontarla, Gedisa, 2007. Por otro lado, por el tra-bajo desarrollado por el IPCC, el premio Nobel ha sido otorgado a su director,Rajendra K. Pachauri.

2. Guido Dalla Casa, Ecologia profonda. Lineamenti di una nuova visionedel mondo (Ecología profunda. Líneas para una nueva visión del mundo) e-bookde Arianna Editrice, 2008. Acerca de estos temas, véanse los trabajos muy biendocumentados de la «Asociación Eco-filosófica» que publica regularmente un«Cuaderno» y desarrolla su actividad en la ciudad italiana de Treviso.

3. Enrique Dussel, L’alba di una nuova civiltà (El alba de una nueva civili-zación), en: VVAA, La sfida della decrescita. Il sistema economico sotto inchiesta (Eldesafío del decrecimiento. El sistema económico bajo investigación) L’altrapagina,Città di Castello, 2008.

4. Paul Virilio, L’universalità del disastro (La universalidad del desastre),Raffaello Cortina, 2008.

5. David Cayley, Conversazioni con Ivan Illich, un archeologo della modernità(Conversaciones con Ivan Illich, un arqueólogo de la modernidad), Elèuthera,2008 (Cap. X).

6. El debate también está abierto en teología. Por ejemplo, explica en «Laciviltà cattolica» Cambiamenti climatici e sviluppo (Civilización católica. Cam-bios climáticos y desarrollo), agosto de 2007, que la versión usual del conocidoversículo del Génesis (2,15) «El Señor Dios cogió el hombre y lo puso en eljardín del Edén, para que lo cultivara y lo custodiara», quedaría mejor traducidodel hebraico en: «para que lo sirviera y lo preservara».

7. Laura Marchetti, Ecologia politica, Punto Rosso, 2008 (p. 163). Véasetambién el trabajo anticipador de Carla Ravaioli, Il quanto e il quale. La cura delmutamento (El cuanto y el cual. El cuidado del cambio), Laterza, 1982.

8. Umberto Galimberti, Psiche e Techne, Feltrinelli, 2005 (p. 96).9. Luisella Battaglia, Alle origini dell’etica ambientale (Al origen de la ética

medioambiental), Dedalo, 2002 (p. 40).10. Maurcel Gauchet, citado por Luisella Battaglia, op. cit.

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Si la catástrofe, la autodestrucción de la humanidad, se acercafatalmente sin que nada se le oponga, no podemos autoab-solvernos culpando los engañosos mensajes tranquilizadores quenos dispensan sin cesar los negacionistas a sueldo (el gran parti-do de los liberales-conservadores), ni tampoco podemosresponsabilizar los minimizadores que se cobijan entre los mo-derados (del otro gran partido de los social-liberales), aquellospara quien la verdad siempre está en el medio, que el capitalismono es el lobo sino una oveja aún por esquilar, y que la políticareduce los daños, que ayer vivíamos peor y que de todas formasla esperanza de vida va en aumento. Hasta entre los observado-res más sagaces y entre los políticos mejor intencionados preva-lece el convencimiento de que «el pesimismo no construye futu-ro»1 y que por lo tanto será siempre mejor ofrecer algún motivode esperanza.2 Por último, vale la pena señalar un escrito contralos «arrebatos futurológicos y apocalípticos» de los intelectualesde izquierdas, «empujados por una pulsión masoquista» porqueestán «exclusivamente interesados en la salida de Occidente». Endefinitiva sería educado no escupir en el plato donde se come yno olvidar a Anthony Giddens, que nos recuerda hasta qué pun-to se encuentra en expansión la democracia (países con parla-

III. INERCIAS Y CONDICIONAMIENTOS

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mentos elegidos) en el mundo y su símbolo: «el de una antenaparabólica para la televisión vía satélite».3 Las mentiras para biennormalmente quedan absueltas en el confesionario, pero tienenel defecto de dejar en la ignorancia y en la impotencia justamen-te a aquellos que se pretendía ayudar.

La verdad es que nadie quiere mirar la realidad de frente, leerlos informes internacionales, escuchar las desesperadas peticio-nes de ayuda que nos llegan de las multitudes interminables delos «condenados de la tierra» apiñados al margen de lasmegalópolis, oler el aire que apesta, probar la tierra que se havuelto ácida y el agua contaminada... simplemente porqueestamos paralizados por el miedo. Aterrorizados no por el terro-rismo de Bin Laden, sino por lo que este simboliza: un enemi-go invisible, escondido detrás de cualquier esquina, dispuestoa amenazar nuestras posesiones, a quitarnos lo que tenemos, ahacernos retroceder en la escala cada vez más estrecha de los pro-pietarios de la riqueza.

Preferimos mirar hacia otro lado, porque nos avergonzamosde nosotros mismos. Nos hemos jugado el futuro y ahora lo te-memos. Hemos sacrificado el futuro al presente (William James).Somos muertos que caminan. El 23 de septiembre de 2008, se-gún los cálculos del Global Footprint Network,4 ha caído el EarthOvershoot Day, el último día del año biológico de la Tierra en el2008, lo que significa que la humanidad (para ser más exactos:una tercera parte de ella) ha consumido todos los recursos que labiosfera tiene capacidad de regenerar en un año solar y se hanemitido a la atmósfera cantidades de carbono y otros gases porencima de su capacidad de absorción. Estamos solicitando la ca-pacidad biológica de 1,4 planetas.5 Seguimos bebiendo de re-cursos no renovables y acumulando residuos no metabolizables.La huella ecológica nos proporciona un dato sintético sugerente,pero podríamos utilizar otros indicadores más concretos y analí-

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ticos. Por ejemplo el consumo de suelo libre. En Italia, segúndatos publicados en el «Sole 24 ore»,6 desde 1990 hasta 2005 elsuelo agrícola cultivado ha disminuido en Emilia Romagna el22%, en Calabria el 26% y en Liguria el 45,5%. La causa prin-cipal, aunque no sea la única, es la urbanización difusa, espontá-nea, el sprawl urbano,7 que es como una metástasis que recubreel suelo, lo sofoca y envenena.

En sus adentros cada cual lo entiende: así no se puede conti-nuar, pero nos vemos bloqueados a la hora de cambiar de rum-bo. Como en una película de Buñuel: prisioneros de nuestroimaginario, encerrados en jaulas de fuerzas invisibles, hechas decostumbres, de ideas adquiridas y aceptadas como dogmas, creen-cias. Nos miramos los unos a los otros cada vez más preocupa-dos, insatisfechos, rencorosos. ¿Hacen falta pruebas? Fijémonos:todavía hace unos treinta o cuarenta años por la calle y en loslugares de trabajo se escuchaba cantar. El paleta, el encargado, elama de casa, el artesano... Se trata un poco de «figuras sociales»desaparecidas, un poco de que se les han pasado las ganas.

La hegemonía cultural de capitalismo está alimentada porlos éxitos tecnológicos (el nuclear, la informática, las biotecno-logías, las nanotecnologías, etc.) y políticos (la derrota y destruc-ción de cualquier diferente forma existente de relaciones socialesy modelos estatales). A fin de cuentas, la impresión general esque las poblaciones incluidas en el círculo reducido en el quefunciona el mercado (entre 800 y 1.000 millones de personas)están encantadas de la vida de serlo mientras que las excluidas(los 5.000 millones restantes) están dispuestas a todo por conse-guirlo. Escribía Illich: «es inevitable que esta (la sociedad de con-sumo) conlleve dos tipos de esclavos. Los intoxicados y los quequisieran serlo, es decir, los iniciados y los neófitos».8 Muy posi-blemente es así porque no se les ha ofrecido alternativa alguna;fuera del círculo del desarrollo sólo hay depravación y miseria.

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Como confirmación de ello se ofrecen los éxitos de los «paísesemergentes» (ayer los «Tigres orientales», hoy China, India yBrasil, pronto Rusia, pasado mañana la «Chináfrica», como ya sele llama al continente negro, objeto de colosales inversiones chi-nas), que parecen testimoniar que el camino a seguir sólo es unoy bien marcado. Los precios sociales y ambientales pagados enesta carrera hacia el mercado, los desequilibrios generados, lasinjusticias patentes, la pérdida de autonomía y de relaciones so-ciales de sectores enteros de población, especialmente la campe-sina, incluso el estado de guerra permanente necesario para dis-ciplinar el «ordenado» desarrollo de la megamáquina productiva,se justifican como inconvenientes necesarios, que se pueden com-pensar y reparar gracias al plus de innovación/adaptación que laacumulación capitalista consigue reinvertir continuamente, enun movimiento constante de aceleración cíclica.

No es casualidad si dos de los principales ámbitos de la eco-nomía-mundo que no conocen crisis son la industria militar y lapublicitaria. Que es como decir: el bastón y la zanahoria ponenen marcha a la humanidad. Si el año 2005 el PIB mundial era de48 billones de dólares, la cuota para el gasto militar era de 851.000millones9 y la de la publicidad superaba los 500.000.10 La socie-dad constituida tiende a reproducirse a sí misma. Cuanto másgrandes son las dificultades que encuentra, mayor es su tenden-cia a endurecerse. Cuanto menores los consensos, más obligadase siente a introducir disciplina y dependencia, constricción ymanipulación. Y al crecer el autoritarismo ejercido desde arriba,más difícil se hace la tarea de cambiar las cosas desde abajo.

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Notas1. Michele Dotti, Jacopo Fo: Non è vero che tutto va peggio. Come e perché

il mondo continua a migliorare anche se non sembra (No es verdad que todo va apeor. Cómo y por qué el mundo sigue mejorando, a pesar de que no lo parezca),EMI 2008.

2. Escribe Onofrio Romano: «La gran catástrofe es una hipótesis inverosí-mil, pero sobre todo inutilizable porque, incluso si ocurriera, nadie podría en-tonces aprender nada de ello». La décroissance à la lumière de la dépense (El de-crecimiento a la luz del «dispendio», documento disponible en internet. El autorestá movido por la urgencia de movilización política, pero no moralista yveleidosa, para implicar a los actores sociales en carne y hueso: «no se puedecombatir el régimen del crecimiento por el crecimiento sin tener en cuenta lahegemonía que este consigue ejercer delante de masas consistentes, cosquilleandosus cuerdas más profundas».

Es un poco el mismo temor que expresaba Giorgio Galli: «Si triunfa la ideade que las condiciones de vida no pueden mejorar, se instala la resignación. Laidea del fin del progreso no conlleva la sublevación o la rebelión, más bien elcontrario». En il manifesto del 2 de abril de 2008.

3. Paolo Rossi, Speranze (Esperanzas), El Mulino, 2008.4. Véase «AmbienteScienze» Notícias, editado el 23 de septiembre de 2008.5. Ha sido publicado el Living Planet Report de 2008 a cargo del WWF, del

que se desprende que en los últimos 35 años hemos perdido casi una terceraparte del capital de vida salvaje de la Tierra y que «en la actualidad nuestra hue-lla ecológica supera la capacidad de regeneración del Planeta en un 30%».

6. Marco Alfieri, La Val Padana si arrende alla città (La Val Padana se rindea la ciudad), Il Sole 24 Ore, 17 de mayo de 2008.

7. Maria Cristina Gibelli y Edoardo Salzano, No Sprawl, Alinea Editrice,Firenze 2006.

8. Ivan Illich, La convivialità. Una proposta libertaria per una politica deilimiti allo sviluppo (La convivencialidad. Una propuesta libertaria para una po-lítica de los límites al desarrollo), Boroli Editore, 2005 (p. 69).

9. Fuente: Red «Controllarmi».10. En Serge Latouche, Breve tratado del decrecimiento sereno, Icaria Edito-

rial, 2009.

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Lamentablemente, los condicionantes no son sólo mentales. Paracurar la depresión, las angustias colectivas, ya no bastan los cui-dados de los psicoanalistas sociales. Cada ciudadano-trabajador-consumidor está sometido a un chantaje muy concreto: o lo ha-ces así, trabajas más, aumentas ritmos y productividad, o eresinútil, excluido, sobrante. La globalización de los mercados y ladeslocalización productiva hacen que los mercados del trabajoestén en competencia entre ellos, a pesar de estar territorializadospor las leyes y por los muros erigidos en contra de la emigración.Una masa enorme de campesinos expropiados y expulsados delas tierras de Asia, África y América Latina constituye un ejércitode reserva de fuerza de trabajo utilizado para reventar a la bajalos niveles retributivos y los derechos de los trabajadores tam-bién en Occidente.

Hace casi treinta años, Illich describía así el fenómeno deldesarrollo en el Tercer Mundo:

Es verdad que los pobres tienen un poco más de dinero, perocon ese poco más pueden hacer menos […]. La pobreza semoderniza: el umbral monetario sube debido a nuevos pro-ductos industriales que se presentan como bienes de prime-

IV. EMPOBRECIMIENTO

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ra necesidad, pero que siguen inaccesibles a la mayoría […].En el Tercer Mundo, gracias a la revolución verde, el campe-sino ha sido expulsado de su tierra. Como asalariado agrícolagana más, pero sus hijos ya no comen como lo hacían.1

Mientras haya una niña china que se pueda explotar, pode-mos estar seguros de que allí se relocalizará una empresa capita-lista. Es lo que llaman «ventajas competitivas». Como ya pasó enla primera revolución industrial, la explotación más brutal la pa-decen las mujeres.

Para no hundirse en el círculo de los empobrecidos, parano caer en la indigencia es necesario mantenerse arriba en laposición adquirida en la jerarquía de la división del trabajo: untrabajo sucio y masificado en los países pobres, y calificado,basado en el conocimiento, capaz de crear una «plusvalía evo-lucionada», con un buen margen de beneficios, en los paísesricos. En la cadena de la producción de valor se establece asíuna carrera permanente entre capital y trabajo donde este que-da subordinado a la razón del capital y atrapado sin salida en lalógica del incremento productivo. Las consecuencias sondevastadoras en términos de destrucción de vínculos sociales.Las cuidadoras se hacen cargo de nuestros ancianos, pero ¿quiénse hace cargo de los hijos de las cuidadoras?2 El imperativo eco-nómico (la productividad, la competición, el riesgo, el creci-miento) ha sido incorporado por los individuos, se ha vuelto laúnica forma de pensar y de pensarse. El hombre contemporá-neo ve su propio crecimiento personal bajo la apariencia deacumulación de bienes particulares. El bienestar está incluidoen el crecimiento; el progreso de la condición humana en eldesarrollo de las capacidades productivas. Así es como nos hancondicionado para concebir las cosas. Actuamos como padreshiperprotectores con su bebé después de cada mamada: cada

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día al cierre de la Bolsa ponderamos el estado de salud de lasociedad, utilizando como unidad de medida el Producto Inte-rior Bruto, los índices bursátiles, los balances de las empresas.«¿Cuánto ha crecido la economía?» Desde hace dos siglos estaes la finalidad última de cualquier acción de gobierno, la razónde toda forma de cooperación social y la obligación moral decada esfuerzo individual. Aumentar las producciones, acumu-lar riqueza, ampliar el consumo. El lema es: «enriqueceos». O,por lo menos, intentadlo. La teoría que lo justifica es: la rique-za produce riqueza. Por goteo, por el efecto de recaída («trickledown effect»). El motor es la emulación.

Desde los orígenes de la ciencia económica, el lujo, el «con-sumo ostentoso», se ha considerado un mecanismo esencial paraimpulsar el desarrollo y la riqueza de las naciones. De donde de-riva una paradoja evidente: «una sociedad viciada, que no com-bate el lujo sino que lo alimenta, produce riqueza y bienestar.Las virtudes en cambio conllevan fracaso económico», como nosrecuerda Luigino Bruni.3 Las desigualdades producen «competi-ción posicional» y por lo tanto la economía clásica las consideraindispensables para el buen funcionamiento de la economía. Losresultados son los que conocemos: las rentas (sueldos, benefi-cios, dividendos…) más altas siempre crecen más deprisa que lasrentas de la población que se encuentra en la base de la pirámidesocial.4 El espléndido libro de Hervé Kempf documenta las per-versiones del sistema. Recuerdo únicamente —y una vez más—que el 20% más rico del mundo recibe el 74% de la renta mun-dial, mientras que el 20% más pobre a penas alcanza el 2%. Las500 principales corporaciones transnacionales controlan el 52%del PIB mundial. Como escribió Jean Ziegler,5 el mundo se havuelto «feudal»: una «casta de cosmócratas dotada con poderesilimitados» domina la economía y determina las políticas en elplaneta entero.

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Seguía escribiendo Illich:

El rico afirma que explotando al pobre lo enriquece porqueal fin y al cabo está creando abundancia para todos, y las élitesde los países pobres defienden esta fábula. El rico se enrique-ce y despojará a más de un pobre.6 Es la teoría de la mareaque llega al puerto: A rising tide will lift all boats (un flujocreciente que levanta todos los barcos). El crecimiento ponede acuerdo a ambas facciones del desarrollo, las liberales y laskeynesianas, a los defensores del libre mercado y a los de laintervención pública.

El crecimiento económico estaría en condición de ofrecer almundo siempre algo nuevo y útil, y además en mayor cantidad,lástima —escriben Sachs e Santarius— que no tenga en cuentala «pérdida ecológica» que deriva de la «multiplicación del creci-miento».7

Escribió Loretta Napoleoni, sin demasiados rodeos:

El capitalismo moderno y su antagonista, el marxismo, tie-nen un corazón común: la explotación hasta el infinito delos recursos, para producir un crecimiento igual de infinito.Pero es que de Smith a Marx, de Keynes a Friedman, todosanalizan un mundo que no existe, un planeta que posee re-cursos ilimitados. […] Hay que ayudar al mundo a recupe-rarse de las trágicas consecuencias de la explotación irracio-nal que destruye más riqueza de la que produce.8 La guerrapor los recursos y la crisis ecológica son la consecuencia delque se conoce como «síndrome del pastel», descrito por MajidRahnema: «Si queremos que todos tengan un trozo de pas-tel, este tiene que ser cada vez más grande. Con un plantea-

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miento así es necesario maximizar la producción [...]. De estaforma se olvida —a medida que el pastel se hace cada vezmás grande— que este se produce a expensas de millones depequeños pasteles que la gente producía por sí misma local-mente y con los medios disponibles (economía de subsisten-cia), de los que estas personas, a causa de la producción delmaxipastel, ahora están privados, de manera que ya no pue-den cocinar su pequeño pastel».9

Guglielmo Ragazzino en el diario il manifesto ha contado cuán-tas veces Berlusconi había pronunciado la palabra «crecimiento»en su discurso de toma de posesión al gobierno: diecinueve. No hecontado, dos años antes, cuántas veces había pronunciado la mis-ma palabra Prodi, pero es probable que no muchas menos. NoamChomsky10 escribió: «Los Estados Unidos, en efecto, son un siste-ma de partido único, el partido del business, con dos bandos, repu-blicanos y demócratas». ¿Y en el resto del mundo?

Notas1. Ivan Illich, La convivialità (La convivencialidad…), op. cit. (p. 95)2. Para un análisis de los desequilibrios sociales de las migraciones, ver:

Ferruccio Gambino, Migranti nella tempesta (Emigrantes en la tempestad),Ombre corte, 2003; Devi Sacchetto, Il Nordest e il suo Oriente (El norteoeste ysu Oriente), Ombre corte, 2004.

3. Luigino Bruni, Note sul consumo e la felicità (Notas sobre el consumo yla felicidad) en Umanità Nuova (Humanidad nueva) n.º 138, 2008.

4. Merrill Lynch y Cap-Gemini han llevado a cabo una investigación acer-ca del consumo de bienes de lujo en el mundo, es decir, sobre aquellos quecompran jets, yates, joyas, obras de arte, coches de lujo y vacaciones exclusivas.Se desprende que en el mundo hay 103.300 personas que disponen de una ri-queza financiera superior a los 30 millones de dólares, por un total de 15.000billones de dólares. De Il Sole 24 Ore del 25/6/2008.

Del informe de la agencia de la ONU UNDP se deduce que la renta de las500 personas más ricas del mundo es igual a la de los 416 millones de personasmás pobres.

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5. Jean Ziegler, Impero della vergogna (Imperio de la verguenza), MarcoTroppa, 2007.

6. Ivan Illich, La convivialità (La convivencialidad…), op. cit. (p. 95).7. Wolfgang Sachs y Tilman Santrius, Per un futuro equo. Conflitti sulle

risorse e giustizia globale (Para un futuro equitativo. Conflictos para los recursosy justicia global), Feltrinelli, 2007.

8. Loretta Napoleoni, Il coraggio di fare la rivoluzione (El coraje de hacer larevolución), en Internazionale del 14 de novembre de 2008. De la misma auto-ra: Economia canaglia (Economía canalla), Il Saggiatore, 2008.

9. Majid Rahnema, en VVAA, Politica senza il potere in una società conviviale(Política sin el poder en una sociedad convivencial) l’altrapagina, 2007.

10. Noam Chomsky, Il popolo è sovrano e il mercato non vuole (El pueblo essoberano y el mercado no quiere), en Internazionale, 10 de octubre de 2008.

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La crisis financiera global que explotó en 2008 demuestra queno son sólo los ciudadanos de los EEUU los que han vivido porencima de sus posibilidades, sino también los europeos. Quienmás y quien menos ha comprado a crédito, ha disipado recursosnaturales, empobrecido poblaciones lejanas, hipotecado el futu-ro de sus hijos y nietos. No es la primera vez que pasa. Otrasgeneraciones han sido defraudadas en su futuro, enviadas a laguerra, penalizadas por el egoísmo y la falta de criterio de suspadres. La fe en un progreso lineal en continua y positiva evolu-ción, la idea que «el futuro siempre será mejor que el presente»,1

es una pura construcción mental, una ideología de la historiaescrita por los ganadores de turno sin evidencias empíricas. Enrealidad lo que hay son altibajos, avances y regresiones.Y nosotros hemos empezado una de estas bajadas.

Para hacerle frente, políticos, sindicalistas, sociólogos del tra-bajo plantean la necesidad de una mayor cohesión entre los acto-res sociales y llegan a invocar una «complicidad»2 entre empren-dedores y fuerza de trabajo. Un concepto moral con un significadonegativo ahora se reivindica en el nombre de la necesidad de unirintereses diferentes en una misma lucha competitiva intraes-pecífica y entre territorios. Se auspicia ir más allá de la concer-

V. LIBERALISMO ESCANDALOSO

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tación, más allá del «contrato social» entre el sistema de las em-presas y la fuerza de trabajo para realizar una corresponsabilizaciónorgánica, que implica la misma vida del trabajador/consumidor.Las herramientas que se utilizan son muchas, entre otras la par-ticipación en los beneficios de la empresa, la vinculación de laparte variable del salario a la productividad o la ampliación delacceso al crédito (hipotecas, créditos al consumo, tarjetas de cré-dito, etc.). La cuota de ingresos de las familias que proceden deltrabajo asalariado se encuentra en disminución constante, a lavez que aumenta la parte derivada de las rentas, y no sólo paralos segmentos de altos ingresos.3 Un «capitalismo popular», pa-trimonial y de pequeños accionistas que ha llevado a algunoseconomistas (Riccardo Bellofiore) a hablar de «englobar el tra-bajo en el ámbito financiero». Lástima que esta implicación noincluya en ningún momento las decisiones estratégicas acerca delqué, cómo y en qué dirección encaminar el esfuerzo productivosocial y de cada empresa concreta. Estas opciones ya no depen-den de la voluntad de los que detentan la propiedad, cada vezmás anónima e impersonal, ni tampoco de quienes la gestionan,un ámbito cada vez más profesionalizado, mercenario e indife-rente a la posible utilidad social del trabajo propio ni de los de-más, sino que depende de los «mecanismos del mercado». Quienmanda es la lógica del sistema, los automatismos financieros. Elimperativo es la rentabilidad. Se trabaja para obtener los benefi-cios más altos en el tiempo más corto posible. Esto es lo quepretende el mercado del crédito. En última instancia es absolu-tamente indiferente el qué, el cómo y el dónde producir y a quéconsumidor dirigirse, sino que lo importante es qué multiplicadorfinanciero consigue meter en circulación la mayor cantidad dedinero. La producción material ha llegado a ser un apéndice ca-sual, instrumental, un puro soporte físico para realizar transac-ciones financieras.

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El crack de los bancos y las posteriores gigantescas interven-ciones de rescate realizadas por los bancos centrales y los estadosestán allá para demostrarnos algunas verdades simples.

Primero, el dinero se consigue (¡y cuanto!) cuando sirve paragarantizar los intereses a los inversores, las rentas a los poseedo-res de capital, los beneficios a los capitalistas, con la misma faci-lidad con la que se niega a otros «actores» sociales, como los tra-bajadores, o bien con finalidades distintas, como por ejemplo lapreservación del medio ambiente, la lucha contra el hambre enel mundo, la educación, etc. Desde este punto de vista, tienerazón Ratzinger cuando dice: «el dinero no es nada»4 (a pesar deque demuestra poca coherencia, por ejemplo, en la gestión desus propios recursos confiados al IOR). El dinero es una conven-ción social, no un regalo divino ni tampoco una ley de la natura-leza. Su valor depende de quién lo posee y de cómo lo utiliza.

Segundo, el dinero que los gobiernos han regalado a los pro-pietarios de títulos basura ha sido extraído de las reservas de losestados, es decir, del dinero acumulado y acumulable gracias alos ingresos fiscales de los contribuyentes, incluso de los que nuncahan jugado en la bolsa o que pagan regularmente los plazos de lahipoteca. O bien, pero el efecto es el mismo, se da orden de en-cender la máquina de imprimir papel moneda. Es la demostra-ción de que los estados (liberales) no son ni mucho menos neu-trales, independientes y reguladores super partes, sino subalternosy al servicio del mercado. Sin esta intervención activa y en mo-neda sonante el mercado hace tiempo que tendría que habersedeclarado en fallida.

Tercero, las «burbujas financieras» hinchadas con productosfinancieros «innovadores» (que ayer contenían los títulos de lanew economy, luego los futures sobre petróleo y las commoditiesde trigo y maíz, ahora los derivados inmobiliarios y mañana—hay quien no duda en jurarlo— los que van ligados al nuevo

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mercado de las emisiones de gases de efecto invernadero y a laeconomía verde) no son otra cosa sino cadenas piramidales5 enlas que el último jugador paga la cuota al primero. Los «deriva-dos» (como los Credit Default Swap y las «titulizaciones» que tantaaceptación han tenido entre las administraciones municipales ysanitarias italianas) no son más que instrumentos financieros quepermiten trasladar a terceros el riesgo del crédito relativo a unatransacción entre dos partes. El volumen de esta cascada de títu-los de papel ha pasado en siete años de 2.000 a 45.000 billonesde dólares, el equivalente del PIB del planeta entero.6 Hasta queno se rompe la cadena y se hace patente la insolvencia general.Por esta razón el mercado financiero está constantemente a ladesesperada búsqueda de cash. Quiere apropiarse de todo lo quees susceptible de tener tarifa y aportar liquidez: de las pensionesa las utilities, de las autopistas a los hospitales, de los cemente-rios a las incineradoras, de las cárceles a los aparcamientos. Es unmecanismo depredador insaciable, que absorbe ahorro para ca-nalizarlo hacia los detentores de capital que han ido pidiendointereses anuales cada vez más altos: 15, 20, 25%. Beneficiosque ninguna actividad productiva podría permitirse nunca.Plusvalías financieras más altas que cualquier tasa de interés, hastael punto de que la economía real, endeudada de diferentes ma-neras, ahora ya depende del crédito. Producción y finanzas, be-neficios y rentas se han entrelazado e integrado. Cuando los in-tereses (el «beneficio sobre los ahorros», nos enseñaban en lasescuelas contables, para dar una razón plausible a las rentas fi-nancieras) son más altos que los beneficios derivados de la pro-ducción, ¿por qué motivo el dinero tendría que irse hacia lasempresas productivas? Alguien ve en esto el suicidio del capita-lismo industrial. A no ser (y de esto hablamos en el siguientepunto) que haya quien trabaje gratis para nosotros. De todas for-mas, ya sería hora de declarar inmoral cualquier ganancia única-

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mente derivada del préstamo de dinero. En este terreno seríaoportuno dejarnos influir por los preceptos del islam.7

Cuarto, una vez absorvido todo el dinero en circulación (conla consecuencia de reducir el consumo, incluido el de bienesbásicos, lo que conduce a una fase de deflación económica), elsistema de mercado sólo puede salvarse si sigue parasitandoel crecimiento de China y de los demás «países emergentes» deAsia, donde la combinación existente entre capitalismo (salvaje)y estatalismo (autoritario) permite todavía exprimir a los traba-jadores y crear plusvalías enormes y beneficios en la balanza co-mercial.

Asia trabaja como subcontrata para Occidente —observa WillHutton—.8 Dos tercios de las exportaciones chinas, por ejem-plo, están hechas por sociedades extranjeras que ensamblansemielaborados y los envían hacia Europa y EEUU. Asia es uncontenedor que exporta y ahorra. Miremos el caso de China:consume un porcentaje de su Producto Interior Bruto infe-rior del que ahorra, y consume menos que Italia.

Gracias a este activo en la balanza comercial, las arcas de losbancos chinos han podido llenarse de títulos de Estado y de dó-lares americanos. ¡Un buen negocio! La alianza entre economíasoccidentales y China (la «Chimérica», fusión entre China yAmérica) se basa en un intercambio desigual, y por lo tanto eco-nómicamente precario y políticamente peligroso, destinado aagudizar las tensiones geopolíticas. De todas formas, será difícilque China siga con ganas de hacer de paracaídas al declive de lasfinanzas anglosajonas, y de absorber sus «créditos tóxicos» inco-brables y actuar como banco para préstamos de «última instan-cia». China está llena de dólares americanos (una reserva de 2.000billones), de títulos de Estado emitidos por el Tesoro de EEUU

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(922 billones) y sigue prestando dólares a la Reserva Federal paralas operaciones de rescate de las entidades de crédito (600 billo-nes y más). China está atada con doble hilo a la economía ame-ricana: si esta salta, sus créditos valdrán un puñado de cenizas y,sobre todo, la «fábrica del mundo» ya no sabrá dónde ir a vendersus productos. Por esto la crisis actual es estructural, ya está cam-biando la geopolítica del capital y sólo podremos salir de ella através de cambios de sistema.

En definitiva, «quemar» 3.900 billones de dólares (esta es lavaloración de la suma de las intervenciones públicas realizadaspor los estados para nacionalizar papeles basura) para pagar lostrucos y trampas del capitalismo financiero es un crimen contrala humanidad. Las agencias de la ONU, cuando afirmaron los com-promisos solemnes para los Objetivos del Milenio, calcularonque sería suficiente una suma de aproximadamente veinte billo-nes al año para reducir a la mitad el hambre, la sed y las enferme-dades endémicas en todo el Planeta. Jean Zigler lo llama «geno-cidio silencioso»: 5.000 personas mueren cada día por inaniciónen el mundo; y son 856 millones las personas cuya alimentaciónestá bajo mínimos. En África, en veinte años (de 1982 a 2002)los hambrientos han pasado de 91 a 200 millones.9

Hay una relación entre justicia y paz, entre derecho a la viday seguridad —que tan a menudo se invoca y nunca realmente sepersigue.

Notas1. Giorgio Galli, il manifesto del 2 de abril de 2008.2. En Italia creo que el primero en utilizar esta terminología ha sido el

sociólogo del trabajo Daniele Marini, de la Fondazione Nordest.3. Entre 1980 y 2006 (según los datos aportados por la Banca d’Italia)

la cuota que deriva de las retribuciones del trabajo asalariado ha bajado del50,6% al 40,7%. La de los ingresos de empresas y de profesionales liberalestambién ha bajado del 19,8% al 15,1%. En cambio, han aumentado las cuotas

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por «transferencias» (es decir, en gran medida, pensiones) del 17,3% al 23,5%así como las de posesión de capital: del 12,3% al 20,7%. Un verdadero saltoespectacular. Así lo comenta Stefano Perri, de la Universidad de Macerataen el diario il manifesto: «Es evidente pues que una parte del aumento de lasrentas de capital ha llegado incluso a las familias de los trabajadores». Estopone algunos problemas: «Cuando las familias ven que lo que salvaguarda supropio bienestar no es su actividad de tipo laboral, sino que depende deotros ingresos, se da un cambio en sus intereses, en su cultura y en sus valo-res, que explican en parte las características de la revolución pasiva y de lahegemonía de la derecha».

4. De un discurso a los obispos recogido por la prensa, en plena crisisfinanciera, el 6 de octubre de 2008. Bendito XVI también dijo: «Se necesitanintervenciones valientes, primera entre todas: eliminar las causas que impi-den un respeto auténtico de la dignidad de la persona. El mundo dispone delos medios y los recursos necesarios para satisfacer las necesidades de todos,pero la tendencia al consumismo y la falta de una voluntad decidida para aca-bar de una vez con los egoísmos de los estados y grupos de países, o tambiénpara acabar con la especulación desenfrenada que condiciona el mecanismo delos precios y del consumo, contribuyendo cada vez más al desequilibrio entrepaíses. También colabora en esta mala repartición alimentaria la ausencia deuna administración correcta de los recursos alimentarios causada por la co-rrupción de la vida pública o por las crecientes inversiones en armamentos yen tecnologías militares sofisticadas, en detrimiento de las necesidades básicasde las personas». De un artículo de Roberto Lo Russo en www.depiliamoci.it

5. Tonino Perna, Ma quanto ci costa? (¿Cuánto no cuesta?), Carta, n.º 38,2008.

6. Fuente: Campaña para la reforma del Banco Mundial.7. La «finanza islámica» sigue los preceptos del Alcorán, la ley de Dios de

la Sharia, que permite la compraventa pero prohíbe la usura. Se impide por lotanto la posibilidad de tener ganancias, no sólo mediante la venta de armas, dela pornografía, del juego de azar y de la carne de cerdo, sino tampoco median-te los intereses bancarios. Los ricos bancos de los países musulmanes pueden,así, emitir un especial tipo de obligaciones (sukuk), que son el correspondien-te de las inversions en actividades concretas de la economía real, de las quesacan unas participaciones a los beneficios de las empresas. Son cuotas de es-tos títulos las que se dipositarán en la cuenta corriente del ahorrador. Cadabanco islámico tiene una «shaira board» que selecciona las empresas en las queinvertir. Por esta razón no han invertido en subprime y otros derivados tóxicosy se han mantenido a salvo del crack financiero que se ha producido en EEUU.Carlo Giorgio, In arrivo i fondi islamici (Llegan los fondos islámicos), enAltreconomie, octubre de 2008.

8. Will Hutton, La Cina non ci salverà (China no nos salvará), Interna-zionale, 31 octubre de 2008.

9. Jean Zigler, Impero della vergogna (Imperio de la verguenza), op. cit.

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La «megamáquina termo-industrial» no es sostenible. Por razo-nes tanto financieras como ecológicas y sociales. Esta verdadempieza a ser percibida. El modelo de desarrollo industrial demasas implica riesgos socialmente inacceptables.1 Empieza a chi-rriar la confianza en el progreso como palanca del bienestar y dela seguridad. Incluso hay quien ha llegado a darse cuenta de quelos mayores riesgos, incomodidades y angustias derivan justa-mente del proliferar de actividades humanas arrogantes y con-traproducentes. El sueño americano de la nueva frontera («ha-ced como nosotros, imitadnos y seréis ricos, libres y guapos») yano funciona. Hemos llegado al final de las ilusiones: «I have awaking up». Ya no nos gustamos, ha bajado nuestra autoestima,imaginemos cómo debemos aparecer a los ojos de los demás, alos pueblos que nos miran desde lejos.

Pocos pensadores a lo largo del siglo pasado han llegado aentender dónde íbamos a llegar y han intentado ir en contra dela corriente de pensamiento dominante. Pienso en los distintosfilones de pensamiento anticolonialista, anticapitalista, antiu-tilitarista. Pienso en Gandhi, Kropotkin, Polanyi, Illich, AldoCapitini, Georgescu Rogen, Bateson, Murray Bookchin, AndréGorz, Caludio Napoleoni, Danilo Dolci, Alex Langer y, para lle-

VI. A LA BÚSQUEDA DE VÍAS DE ESCAPE

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gar hasta nosotros, Vandana Shiva, Latouche, Petrella, MarcoRevelli, Amoroso, Zanotelli. Algunos han sido tachados de «co-munismo», otros de conservadurismo, de oscurantismo, o de estarhaciendo el juego a la derecha autoritaria... y en cualquier casoenemigos del progreso. Locos, culpables de un furor ideológicopreconcebido, de nostalgias fundamentalistas premodernas. Todoesto, mientras los comunistas, que se autodefinían como tales,han sido derrotados, arrastrados (en la Unión Soviética como enOccidente) hacia la competición en el terreno del desarrollo, dela investigación y de la «sociedad de la abundancia». Ya que nohay quien sepa mejor que el sistema de mercado producir y con-sumir más, trabajar y malgastar más, construir y destruir canti-dades cada vez mayores de energía, materias primas, vidas hu-manas. Por su lado, los pocos conservadores ilustrados han sidocallados incluyéndolos en las filas de la oligarquía dominante;¿quién, si no la sociedad burguesa, individualista y competitiva,es capaz de crear inmensos privilegios para sus élites?

Estamos pagando una derrota histórica de la izquierda políticaque pone en duda la plausibilidad de sí misma.2 Una derrota nosólo táctica, ni electoral ni política ni tampoco «sólo» social. Esta-mos en medio de una crisis cultural, teórica, de «hegemonía», esdecir, de consenso. Lo que nos falta es la capacidad de proponerun sistema de valores compartido. Ya que cada sociedad es una«sociedad moral». Sin un marco aceptable que permita tener jun-tos intereses distintos no se da ningún pacto social. Exactamentelo que está pasando hoy en día: una disolución de los cuerpos so-ciales populares que se recomponen en un imaginario simbólicometapolítico consumista, una profunda mutación antropológica.

Lo que le falta a la izquierda es una visión del mundo y unanarración de las cosas que visualice como deseable y convenienteuna «alternativa de sociedad», es decir, unas formas de vida y derelaciones sociales para que valga la pena implicar las propias

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energías individuales. Para obtener esto no basta con la crítica,por mucho que sea concluyente y dictada por la situación real.Ni tampoco no se puede simplemente esperar a la orilla del ríohasta que llegue la catástrofe, en la esperanza que esto produzcaun efecto pedagógico automático de toma de consciencia en laspersonas. Bien al contrario, sabemos que «hambre, pobreza yanalfabetismo generan impotencia» (Hannah Arendt). Peor aúnson caldo de cultivo para las derechas reaccionarias.

Necesitamos alternativas creíbles y practicables. Nos haríafalta una teoría de la transformación encarnada en la realidad ypracticada en primera persona por actores sociales verdaderos.Sería oportuna la apertura de un conflicto dentro y más allá denuestra modernidad. En un magnífico artículo de intercambiocrítico con las posturas del Mauss (Mouvement Antiutilitaristeen Sciences Sociales), Giorgio Ruffolo afirma que la «economíasocial» se coloca de lleno en una «utopía concreta», ya que:

Una radical reorientación de la especie humana, desde la ca-rrera actual literalmente insensata hacia una condición deequilibrio, de la competición a la cooperación, no sólo pideuna reforma de la economía, sino una revolución cultural, oincluso antropológica. Un desarrollo de la conciencia, en lu-gar de un crecimiento de la potencia. Del ser, en lugar deltener. El final del paradigma economicista, es decir, de laautonomización de la economía, para reintroducirla en el ám-bito de una sociedad que haya recuperado la conciencia delos límites naturales y de la necesidad de solidaridad social.3

Más recientemente, Ruffolo escribió: «Pero esto requiere un cam-bio radical de paradigma, cultural y moral antes que económico: elpaso de una economía de crecimiento a una economía de equilibrio,de estado estacionario».4 En la misma longitud de onda Loretta

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Napoleoni: «Para salvar el mundo hace falta una revolución teórica;[...] el problema no es contingente, es de sistema; [...] hace falta ungesto radical: inventar una teoría nueva; [...] es necesario ayudar almundo a rehacerse de las trágicas consecuencias de la explotaciónirracional que destruye más riqueza de la que produce».5

¿Por dónde empezar en esta tarea enorme? Tal vez nos puedeayudar Castoriadis. Él escribió más o menos esto: cada ser hu-mano, considerado singularmente, posee de raíz, en su psique,una original, irreductible capacidad de imaginación, un germende autonomía, libre de cualquier conformidad. Esta capacidadde imaginación se manifiesta siempre como sueño o como des-viación psíquica, como transgresión o como contestación. Si estacapacidad de imaginación encuentra la forma de relacionarsecolectivamente y va junta con un proyecto social argumentado,se transforma en una potencia creativa, un «imaginario socialconstituyente», una fuerza que pone en entredicho «las formassociales existentes del hacer y del representar».6 La idea de quecualquier individuo lleve dentro de sí una aspiración a lo verda-dero y una capacidad de discriminar lo que es bueno hacer y loque no lo es está presente también en Gandhi y en el pensamien-to cristiano: «No os conforméis con la mentalidad de este siglo:tenéis que transformaros renovando vuestra mente, para poderdiscernir la voluntad de Dios», escribe Pablo de Tarso a los ro-manos.7 El choque entre «sociedad constituyente», innovadoray las «instituciones sociales existentes», los poderes constituidos,es fisiológico. A pesar de las apariencias, las transformacioneshistóricas son incesantes y chocan inevitablemente con las estra-tegias de autoconservación actuadas por las instituciones exis-tentes. Cualquier organización tiene su oligarquía. Tanto másfácil será una transformación incruenta, sin guerras civiles y sinviolencias sociales cuanto más democrático sea el régimen de-mocrático que la rige. Cuanta más participación de los indivi-

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duos y de la comunidad haya en el proceso político-deliberativo,tanto más las instituciones serán permeables y disponibles a suautotransformación, de hecho y de derecho.

Por esto es posible afirmar que la crisis actual, antes que am-biental, antes que económica y social, es una crisis de funciona-miento de la democracia. Es la parálisis de cualquier canal deconexión entre los poderes constituidos, cada vez más extraparla-mentarios y a-democráticos, y las demandas sociales, de ciudada-nía, de derechos, pero también de sentido, lo que está en la basedel peligroso enloquecimiento de nuestra modernidad.

Notas1. Ulbrich Bek, Conditio Humana. Il rischio nell’età globale (Condición

humana. El riesgo en la era global), Laterza, 2008.2. Marco Revelli, Sinistra Destra. L’identità smarrita (Izquierda derecha.

La identidad perdida), Laterza 2007.3. Ruffolo, aunque considere que sea necesario «imaginar un recorrido nue-

vo», ya que «la tendencia actual al crecimiento insensato es insostenible», se decla-ra muy escéptico sobre las posibilidades que una similar «revolución cultural» puedarealmente producirse, debido a la escasa fertilidad de la «producción intelectual».Finalmente, cierra el artículo con una fuerte provocación, pidiendo que «los inte-lectuales (parafraseando Marx) dejen ya de explicar el mundo y se comprometana actuar para cambiarlo. Que los economistas proyecten una economía orientadahacia el equilibrio, que los sociólogos diseñen sus instituciones y los filósofos,socráticamente, las formas de la buena vida, y los psicoanalistas, realizando así undeseo de Freud, las formas de curar una sociedad enferma». Giorgio Ruffolo, Ilcapitalismo è un treno in corsa verso un abisso. Fermarlo? Si può. Ma solo con unarivoluzione antropologica. Che realizzi l’utopia di un’economia sostenibile e solidale(El capitalismo es un tren que corre hacia un abismo. ¿Pararlo? Se puede. Perosólo con una revolución antropológica. Que realice la utopía de una economíaestable y solidaria), L’Espresso, 7 de julio de 2006.

4. Giorgio Ruffolo, Chiamiamola, se vuoi stabilizzazione, La Repubblica,12 novembre 2008.

5. Loretta Napoleoni, op. cit.6. Cornelius Castoriadis, La rivoluzione democratica. Teoria e progetto

dell’autogoverno (La revolución democrática. Teoría y proyecto del autogobierno),Elèuthera, 2001.

7. Alex Zanotelli, Paolo. Sulle strade dell’impero proclamando il Dio della vita(Pablo, por los caminos del imperio proclamando el Dios de la vida), Emi, 2008.

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VII. OTROS CONSUMOS,OTROS PLACERES

Hay quien quisiera evadirse, solo o en pequeños grupos. Pero¿cómo y dónde ir? Cada individuo está atado con un hilo doblea los engranajes del sistema. Disociarse, sustraerse, desertar es, sino imposible, cuanto menos trabajoso. Somos prisioneros decondicionamientos culturales (la colonización del imaginario nopermite concebir utopías de sociedades diferentes) y, sobre todo,las alternativas parecen difícilmente viables. Las vías de insurrec-ción y revolucionarias en la tradición de los movimientos obre-ros y de liberación nacional ya son arqueología política, cuandono son trágicos ejemplos de inversión de los fines. Las estrategiasnoviolentas basadas en la modificación de los estilos de vida siem-pre han sido ridiculizadas y denigradas como opciones persona-les, monásticas, comunitaristas.1 A los activistas de los «nuevosestilos de vida» se los pinta como evangelizadores ecofanáticoscuyas acciones estarían hechas no por el afán de salvar al planeta,sino —como escribe Andrei O’Hagan—2 «para liberar aquellaparte de nosotros que es esclava de los bienes terrenales y de lasfunciones corporales». En definitiva para poner a salvo la con-ciencia de los sentimientos de culpabilidad por el daño del quesomos conscientes que causamos, malgastando en un mundo dehambrientos, devastando ecosistemas sensibles, y evitando res-

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ponsabilizarnos de las consecuencias de nuestros actos. Por otraparte, parece que no se ven por ahí santos ermitaños, ni tampocovoluntarios comprometidos en obras caritativas o grupúsculosde experimentadores de estilos de vida sostenibles.3

Habría en cambio muchos ejemplos positivos que nos demues-tran que es posible vivir de otras formas.4 La pregunta que debemosplantear es la siguiente: si una persona consigue (aunque no sin di-ficultades) vivir sin causar daño a nadie, ¿por qué no podría hacerlola humanidad entera? El listado de acciones posibles crece sin cesar,alentado por una creatividad colectiva espontánea y sincera. Intentohacer un primer recuento desordenado, tal como se me presentan ala cabeza: techos fotovoltáicos y palas eólicas, mejor si es enautoconstrucción; yogurteras caseras, jarras para filtrar el agua, bom-billas de bajo consumo, reductores de caudal, compras a granel oeligiendo marcas blancas, boicot de los productos de OGM

(transgénicos) así como de las multinacionales que utilizan el traba-jo de menores o esclavos, y de los productos que utilizan publicidadengañosa, participación a la jornada de la no compra, grupos de com-pra solidaria y tiendas ecosolidarias (http://www.comerciojusto.org/es/), bancos del tiempo (www. bancodeltiempo.net/), trueque, tien-das del mundo, mercados campesinos, comidas y compras al «kmcero», huertas urbanas (http://www.horturba.com/), comunidadesde vecinos sostenibles, aldeas en multipropiedad, comunidades, alo-jamiento gratuito para viajeros (http://www.sindinero. org/ ywww.couchsurfing.com), redes de productores biológicos, distritosde economías solidarias (http://www. economiasolidaria.org/), cu-ración con remedios homeopáticos y medicinas alternativas, gruposde finanzas mutualistas y de microcrédito, bio-bancos, monedaslocales, objetores fiscales al gasto militar, vegetarianos, grupos deguerrilla gardering (constructores de jardines en espacios desaprove-chados), gimnasios populares, viajes compartidos en automóvil,coches y bicicletas compartidas (http://www.compartir.org/), critical

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mass (bicicletada masiva que se lleva a cabo el último viernes decada mes en más de 300 ciudades de todo el mundo) y carril parabicicleta, monedas complementarias, boicot de los bancos arma-dos, radio y TV de calle, programas de código abierto, bienestar decomunidad y de proximidad, ciudades en transición…

Se trata, como es evidente, de experiencias muy dispares: des-de las totalmente autogestionadas de los «Mercados sin mercade-res» organizadas por terra/Terra,5 a la de las huertas urbanas que yaestán previstas en el planificación urbanística de muchos munici-pios, del trueque por internet al «mercado del último minuto» querecupera las sobras de alimentos de los supermercados.6

El potencial de expansión de estas prácticas es enorme, tantoen términos cuantitativos, verdaderas «cuotas de mercado» que sepueden sustraer a los vectores tradicionales, como sobre todo entérminos evocadores de modelos de organización social diferente.Periódicos de carácter económico como Il sole 24 ore empiezan adedicar páginas enteras, en Italia, a los «Mercados agrícolas» o a losgrupos de compra solidaria. Organizaciones de agricultores de laenvergadura de Coldiretti empiezan a pensar que el único futuroeconómico posible para los pequeños productores, en un mundorural en vías de extinción, es el del circuito corto (con el mínimode intermediarios posibles, y la menor distancia posible) y de latrazabilidad de la cadena en todo el proceso. Slow food ya haceaños que guía la reconversión cualitativa de las producciones agrí-colas locales. Obteniendo éxitos incondicionales, a pesar de queno me parece que la batalla de los precios se haya librado aún.

Potencialidades incluso más amplias podemos encontrarlascuando se da la integración con otros sectores del movimientocooperativo y mutualista que se cuida de las personas, ademásdel medio ambiente. Algunas de estas experiencias empiezan aser asumidas por las organizaciones sindicales y políticas7 en cla-ve de defensa activa contra la subida de precios.

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También no pocas administraciones municipales se hanmostrado disponibles a favorecer la difusión de «estilos de vida»marcados por la sobriedad, empezando por el uso de las bicicle-tas y de medios de transporte colectivos, o por la recogida dife-renciada de residuos puerta a puerta, y mucho más.8 Un ejemplode integración de éxito ha sido la mesa romana con treinta y nueveorganizaciones de la «otra economía», bajo el signo de la «reci-procidad, paridad, cooperación, solidaridad, transparencia, in-clusión, participación», que han dado lugar a una Carta de prin-cipios y una verdadera «Ciudad de la otra economía» en el barriode Testaccio.

Otro salto de calidad se da cuando la capacidad de cada indivi-duo de reflexionar sobre sus consumos y estilos de vida se une ala de la entera comunidad de su territorio, acerca de la propia ciu-dad, de la propia región. Un ejemplo extraordinario lo tenemos enel Comité Addio pizzo9 de Palermo, que apoya a los comerciantescomprometidos para no pagar sobornos a la mafia.10

El encuentro entre economía local solidaria y ciudadanía ac-tiva puede dar lugar a sistemas evolucionados de gobierno delterritorio, como en las experiencias del Parque Natural deAspromonte bajo la presidencia de Tonino Perna, con el naci-miento de una moneda local complementaria y un sistema par-ticipado de vigilancia antiincendios. Pero es la experienciaNo-TAV11 la que nos indica cuánto camino se pueda hacer persi-guiendo la idea de la «soberanía» local.12

El listado de las experiencias positivas puede ser muy largo,pero por suerte ya se han hecho unas reseñas completas y deta-lladas.13 Aquí nos interesa señalar, junto a Jean-Luis Laville,14

que antes del mercado y del Estado existe una «sociabilidad pri-maria, es decir, unos intercambios que podemos hacer en el pla-no de la reciprocidad y del regalo, lo que representa la verdaderacalidad de nuestra vida».

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No es fácil afirmar que este tipo de relaciones pueda suponerahora mismo una respuesta al «crecimiento negativo», a la rece-sión económica, a los efectos negativos del declive del modeloeconómico hiperconsumista. Es difícil pensar que se consigancambiar las reglas económicas del mundo empezando por losgrupos de compra solidaria, los bancos del tiempo, los carrilespara bicicletas y la generación difusa de energía. La despropor-ción entre las fuerzas en juego es evidente. Hay quien piensa queel pueblo liliputiense puede apresar al gigante sólo en las fábulas.Otros, en cambio —y yo entre ellos— opinan que un millón depinchazos pueden deshinchar un globo que había crecido dema-siado. Es verdad, de todas formas, que para tener la fuerza parainfluir a las grandes corporaciones en los mercados transnacio-nales, la generosidad y la disponibilidad de los individuos sonnecesarias pero no suficientes. El cambio debe de llegar a afectara la estructura de base de la sociedad capitalista, al trabajo y a laempresa.15 Debe generar instituciones adecuadas, normativasoportunas, recursos dedicados. O, por lo menos, liberarse de todoaquello que impide el cambio. Una vez más, lo que necesitamoses política, otra política.

Notas1.Giorgio Osti, I nuovi asceti. Consumatori, imprese e istituzioni di fronte

alla crisi ambientale (Los nuevos ascetas. Consumidores, empresas e institucio-nes frente a la crisis ambiental), Il Mulino, 2006.

2. Andrew O’Hagan, Zero Rifiuti (Zero residuos), en: Internazionale, 3/8/2007. Véase también el conocido sociólogo Bonomi, quien define el decreci-miento como «un programa compartido por una pos-burguesía occidental ten-tada por una secesión de los liberales, o bien por antiglobalizadores a la búsque-da de un nuevo código antagonista». Aldo Bonomi, Decrescita e coscienza diluogo, (Decrecimiento y consciencia de lugar) en Communitas, n.º 27 septiem-bre de 2008 (p. 218).

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3. Davide Mattiello, voluntario de Libera, quien se autodefine como«animador de patronado», ha expresado bien el estado de ánimo que a me-nudo sienten los operadores que actúan en el ámbito social: «Este mundo,tal como es, no nos gusta y hace falta cambiarlo, pero el riesgo es que sea-mos como niños que hacen juegos de construcciones dentro del box. Conlos juguetes te dejan hacer [...] pero existe el riesgo de perder el fin confun-diéndolo con los medios, un riesgo serio ya que en esos ‘juegos’ ponemos elalma, la pasión, la profesionalidad...». En: VVAA, Se verrà la guerra chi cisalverà? (¿Y si llega la guerra, quién nos salvará?), Tenda della pace (Tiendade la paz), Monfalcone, 2008.

4. Escribe Franco Bifo Berardi: «Hace falta devenir el ejemplo vivientede un estilo de vida en que el bienestar se una a la sobriedad, la felicidad a lagenerosidad y la producción sea compensada con el ocio y la dulce pereza. Lariqueza no tiene nada que ver con el consumo compulsivo ni con la acumula-ción obsesiva. La riqueza es el placer de ser, el gozo del tiempo», Liberazione,2 de julio de 2008.

5. «terra/TERRA» dice que quiere «experimentar un modelo de economíaque comprometa mutuamente al productor y al consumidor para subvertir lascadenas de distribución y eliminar los pasos intermedios, valorando las relacio-nes sociales, el placer y el gusto» (http://terraterra.noblogs.org).

6. Monica Di Sisto, Come vivere senza spendere neanche un euro, (Cómovivir sin gastar ni un euro), en Liberazione del 1 de junio de 2008.

7. Las Acli (sindicato católico) de Venecia han creado un grupo de comprareservado para familias pobres. Action y Rifondazione comunista han lanzadolos Gap (Gruppi d’acquisto popolare) empezando por proveer pan a precioindexado.

8. Por iniciativa de Marco Boschini, concejal en el municipio de Colorno(Reggio Emilia), ha nacido la Red de los municipios virtuosos.

9. Se llama «pizzo» la cuota que la mafia pide a los comerciantes para ejer-cer su actividad sin incurrir en represalias.

10. El Comité autodefine su iniciativa como una «guerrilla comunicativaen contra del pizzo» y se dirige a los ciudadanos consumidores recordándolesque «una parte de lo que acabamos de gastar entra en las arcas de la mafia»(www.addiopizzo.org).

11. TAV es la sigla de Tren de Alta Velocidad.12. Luca Mercalli y Cinzia Sasso, Le mucche non mangiano cemento. Viaggio

tra gli ultimi pastori di Valsusa e l’avanzata del cemento (Las vacas no comencemento. Viaje entre los últimos pastores de la Valsusa y el avance del cemento),Sms, Torino de 2004.

13. Entre todos, recuerdo: Lorenzo Guadagnucci, Il nuovo mutualismo.Sobrietà, stili di vita ed esperienze di un’altra società (La nueva mutualidad. So-briedad, estilos de vida y experiencias de otra sociedad), Feltrinelli 2008;Marinella Correggia, La rivoluzione dei dettagli. Manuale di ecoazioni individualie collettive (La revolución de los detalles. Manual de ecoacciones individuales ycolectivas), Feltrinelli de 2008.

14. Jean-Luis Laville, Dizionario dell’altra economia (Diccionario de la otraeconomía), Sapere, 2000.

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15. Es aquí donde se inserta el trabajo de Maurizio Pallante del Movimien-to para un Decrecimiento Feliz. El objetivo, tal como dice su Manifiesto, es«aumentar la eficiencia con la cual utilizamos el agua, la energía y el suelo [através de] tecnologías más inteligentes [...] al servicio del uso más ahorrativo delos recursos». www.decrescitafelice.it

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En la base de nuestra sociedad está una contradicción irresolubleentre la idea de trabajo como actividad creativa (faber), que ge-nera cooperación y relaciones sociales, y el trabajo obligado,subalterno, que pide esfuerzo (work, traballum, palabra estrecha-mente relacionada con la tortura). Esto depende del dominio delcapital sobre los otros (hombres, mujeres, naturaleza, vida) quese genera principalmente en las relaciones de producción.1 Larelación laboral reverbera sobre la social. Es a partir de la rela-ción de trabajo, así como concretamente se ha determinado, es-tructurado, regulado bajo jurisdicción en el derecho comercial,que se configura el orden, el funcionamiento y la organizaciónsocial más general. Es en la «fábrica», en la empresa capitalista(más o meno concentrada, difusa, informatizada, terciarizada,estructurada en red...), a lo largo de la cadena de producción dela plusvalía que se generan las primeras formas de poder y dejerarquía social, que luego reverberan en cada ganglio de la so-ciedad, sumándose y superponiéndose a las otras: las de género(patriarcales), las de lugar (coloniales), las generacionales, lasétnicas (racismo), las de especie (antropocentrismo) y, mirándo-lo bien, muchas otras más. Es absurdo establecer jerarquías deimportancia entre ellas. Todas se aguantan juntas y concurren

VIII. OTROS TRABAJOS

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para formar ese mix de contenidos opresivos que caracterizan lasociedad de hoy. La disolución de una no implica ninguna con-secuencia automática sobre las demás. Un proceso de liberacióndebe intentar conseguir el desenlace de todas.

Entre todas estas formas de poder, está la del trabajo, el hacerconcreto, útil, consciente; el trabajo autónomo en la relación deproducción heterónoma, que está guiada por el imperativo delcrecimiento de los beneficios y de la acumulación del capital. Elcapitalismo se funda en efecto sobre una determinada relaciónentre capital y trabajo así como (en cadena larga y globalizada dela división internacional del trabajo) entre centro y periferia, yperpetúa y acentúa las discriminaciones y las desigualdades degénero. Es aquí donde se produce ese «intercambio» entre vida(la del trabajador y la de aquellos elementos de la naturaleza quese incorporan como «factores» de producción) y cosas, máqui-nas, mercancías. Es aquí donde el capital consigue realizar elmilagro metafísico de la disociación de la «materia» (cuerposhumanos y recursos naturales) de su esencia viviente en sí y porsí, entera y completa, material e intelectual, constituida comoun todo en el mismo tiempo y en conjunto, de «alma y cuerpo».

Ocurre así que las personas y las materias se reducen a suforma servil, mercancías privadas de su significado, enajenadas yposeídas por otros, cosificadas, reducidas a objeto. El capitalis-mo ha conseguido tener mano libre en el uso del trabajo y lanaturaleza utilizándolos como combustible en el proceso de pro-ducción, a través de una triple ruptura y separación: la del indi-viduo de su propio trabajo (y por lo tanto del placer de suautorrealización) debido a la cesión a un tercero de su tiempo yde su «saber hacer»; la de la relación social de cooperación deltrabajador con otros individuos debido a la pérdida de condivisiónde la utilidad social del fruto de su propio trabajo entendido comodon, como aportación al cuidado de las necesidades de los

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demás; y finalmente, la de la relación entre individuos y natura-leza con motivo de su mercantilización (fuerza de trabajo y ma-terias primas).

El capitalismo es «un movimiento de separación», según es-cribió John Holloway:

El dinero se convierte en una cosa, en lugar de seguir siendosólo una relación entre diferentes creadores. El Estado se con-vierte en una cosa, en lugar de ser una forma de organizarnuestros asuntos comunes. El sexo se convierte en una cosaen lugar de ser simplemente la multiplicidad de las diferen-tes maneras como la gente se toca y se pone en relación. Lanaturaleza se convierte en una cosa que utilizamos para nues-tro provecho en lugar de ser una interrelación compleja delas formas de vida que comparten este planeta. El tiempo seconvierte en una cosa, el tiempo-reloj, un tiempo que nosdice que mañana será igual que hoy...2

Ha escrito Hirshman:

La sociedad industrial ha tendido a vaciar el trabajo de suselementos afectivos y expresivos y transformarlo en una re-lación puramente instrumental: se trabaja para «producir»una renta; el trabajo, así, está concebido únicamente comocoste que se sostiene por un beneficio totalmente separado.3

La economía, poseída por el afán del crecimiento, se alimen-ta de relaciones sociales y destruye vida. Escribía ClaudioNapoleoni: «El dominio del mercado como mecanismo imper-sonal ‘implica’ el final de la autonomía del hombre y de su sub-jetividad [...] y hace de él el elemento de una máquina».4 Illich sehabía expresado casi con las mismas palabras: «La ‘gran organi-

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zación’, la megamáquina de las instituciones dominantes, haempezado un proceso implacable de sometimiento del produc-tor y de intoxicación del consumidor.»5

Afortunadamente parece que es imposible canalizar totalmen-te la mente de un individuo y reducirlo a un autómata. La hu-manidad de cada persona es irreducible y por esta razón (no sóloy no tanto por motivos de valoración económica del precio de lafuerza de trabajo) la contradicción que se genera entre capital ytrabajo resulta irreconciliable. A pesar de que esto no excluyeque los detentores del capital sean capaces de mediar en el con-flicto a través de formas de compensación económica u otras for-mas de coparticipación que garanticen la indispensable colabo-ración del trabajador en la buena marcha de la empresa. En labase de cualquier conflicto está por lo tanto la contradicción entretrabajo mercantilizado y abstracto, por un lado, e individuo do-tado de su inalienable autonomía, dignidad y ética. Ha escritoEnrique Dussel: «El problema es la contradicción que se ha abiertoentre el capital, guiado por la racionalidad del beneficio y orien-tado al aumento de la tasa de beneficio, y la vida».6

A propósito del trabajo en la economía tal como la concebíaGandhi, Roberto Burlando ha escrito:

Cuando produce resultados positivos no sólo por uno mismo,el trabajo representa un don de sí a los demás a través del pro-pio compromiso, esfuerzo, sacrificio. Pero el don tiene valoren cuanto elección deliberada y personal así que su valor esmayor cuando es espontáneo, autodeterminado, y cuando uti-liza sus mejores habilidades en el servicio a los demás.7

Acerca del «modelo del don» y sus implicaciones en el pensa-miento y en el movimiento antiutilitarista, Alfredo Salsano ha es-crito que se trata del rechazo de la «reducción de la realidad histó-

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rica y social en los términos de una genuina ‘axiomática del inte-rés’ que, del núcleo central de la economía política, se ha generali-zado explícita o implícitamente en todas las ciencias sociales».8

El proceso de transformación de la sociedad, el paso a unsistema social y económico más humano, se consigue con la con-quista de mayores márgenes y espacios de libertad, de autono-mía, de autodeterminación en el trabajo. Precisa John Holloway:«La lucha no es la del trabajo contra el capital, sino la del hacer(o del vivir) contra el trabajo, y por lo tanto contra el capital».9

La sustracción de trabajo al dominio del capital se puedeproducir de muchas formas. De entrada cobrándolo más caro ycediéndolo en menor cantidad —liberando, pues, tiempo de vida.Sobre todo consiguiendo negociar con la dirección de la empresay teniendo voz y voto en las decisiones importantes que concier-nen la producción: seguridad, y no sólo en el lugar de trabajo,cláusulas sociales, distribución de los beneficios, etc. De esta for-ma se llega a cuestionar el corazón de la economía de mercado—notoriamente indiferente de quienes sean los beneficiarios fi-nales del esfuerzo productivo— y se introducen criterios de pre-ferencia no sólo individuales (que aportaría cada consumidor),sino determinados por consideraciones sociales y éticas. Se in-troducen diferencias de valoración que el mercado no tiene lasensibilidad de captar: producir un kilo de trigo para un ham-briento no es lo mismo que producir una vajilla de usar y tirar,aunque los costes y precios puedan ser idénticos. Para los quedetentan el capital —afirman los economistas— es indiferentesi el cliente pide «queso o postre»: los mercados procuran que laoferta se adapte rápidamente. Son las condiciones de vida realesde las personas las que tienen dificultad de adaptarse a las lógicasdel mercado.

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Notas1. Yo todavía me he quedado aquí: «De hecho, el reino de la libertad em-

pieza allá donde termina el trabajo determinado por la necesidad y la finalidadexterna; se encuentra así por su naturaleza más allá de la esfera de la producciónmaterial propiamente dicha [...]. La libertad en este campo sólo puede consistiren aquello que el hombre socializado, es decir, los productores asociados, regu-lan racionalmente en su recambio orgánico con la naturaleza, trayéndolo bajosu control común, en lugar de ser dominados como por una fuerza ciega; y queellos ejecuten su tarea con el menor gasto de energía y en las condiciones másadecuadas a su naturaleza humana y más dignas. Aunque esto siga siendo elreino de la necesidad. Más allá de ello empieza el desarrollo de las capacidadeshumanas, que es fin en sí mismo, el verdadero reino de la libertad, que por otraparte sólo puede florecer sobre las bases del reino de la necesidad. Condiciónfundamental de todo esto es la reducción de la jornada laboral». Karl Marx, IlCapitale, Vol III, libro III, Einaudi 1975 (pp. 1.102-1.103).

2. John Holloway, en Carta, 30 de mayo de 2008. Véase también del mis-mo autor, Che fine ha fatto la lotta di classe? (¿Dónde se ha metido la lucha declases?) Manifestolibri, 2007.

3. Albert O. Hirschman, Felicità privata e felicità pubblica (Felicidad pri-vada y felicidad pública), il Mulino, 1983.

4. Claudio Napoleoni, Cercare ancora (Seguir buscando), Editori Riuniti,1990.

5. Illich La convivialità (La convivencialidad) op. cit. (p. 27).6. Enrique Dussel op. cit.7. Roberto Burlando, L’economia tra dolore, riduttivismo ed eudaimonia (La

economía entre dolor, reductivismo y eudaimonía), en: Montagnoli G. (ed.) Laviolenza e il dolore degli altri (La violencia y el dolor de los otros), CentroInterdipartimentale di Studi sulla Pace–Università di Pisa, Pisa University Press,2008.

8. Alfredo Salsano, Il dono nel mondo dell’utile (El don en el mundo de loútil), Bollati Boringhieri, 2008.

9. John Holloway, Che fine ha fatto la lotta di classe? (¿Dónde se ha metidola lucha de clases?), Manifestolibri, 2007.

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La razón de la hegemonía cultural capitalista es muy simple: lasatisfacción de nuestras necesidades y de nuestros deseos, se rea-liza a través de la posesión o el uso de bienes y servicios disponi-bles en el mercado. Si tenemos en cuenta que las necesidadesque percibimos son teóricamente ilimitadas, vivimos permanen-temente en tensión hacia la obtención de una cantidad cada vezmayor de dinero para poder comprar todo aquello que desea-mos. Para describir la situación, nada mejor que una frase dequien es considerado con razón el fundador del pensamientocapitalista, Thomas Hobbes en el Leviathan: «La felicidad es elcontinuo progresar del deseo de un objeto hacia otro, donde laconsecución del primero no es otra cosa que el camino para lle-gar al siguiente».2 El consumo llega a ser el «fundamento de laidentidad social de los individuos».3

En la teoría económica clásica, de enfoque utilitarista, aúndominante, así como en el imaginario contemporáneo mayori-tario, hay una correspondencia directa entre «riqueza» y «felici-dad», entre abundancia y bienestar, entre prosperidad económi-ca y tren de vida de las personas y las poblaciones. Los economistasilustrados del siglo XVIII pensaban en la economía como una «cien-cia de la felicidad pública». En la Declaración de independencia

IX. LA «FARMACÉUTICADE LA FELICIDAD»1

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de Virginia (1776), Thomas Jefferson introduce entre los dere-chos inalienables de «todos los hombres»: «la vida, la libertad y lapersecución de la felicidad».

Bien es cierto que la felicidad4 pertenece a la esfera de los «esta-dos del alma», de los bienes subjetivos, interiores, sentimentales,volubles y relativos, y que la economía («ciencia triste» por defini-ción, incapaz de considerar cuanto no pueda mesurar con una cal-culadora) tendría que limitar su atención a los bienes materiales,objetivamente detectables y cuantificables, pero es igual de cierto(por lo menos en el sentido común y en la experiencia de la vidadiaria) que disponer de dinero (y por consiguiente acceder al merca-do de las mercancías) representa una de las condiciones principalespara alcanzar la felicidad individual y colectiva. ¿Os suena WoodyAllen? «El dinero no hace la felicidad, ¡imagínate la miseria!».

Se trata de consideraciones del todo obvias. En otras palabras,si quisiéramos vivir deberíamos ser solventes en el mercado. Quienno lo consigue es un fracasado. Y tiene que avergonzarse de ello.Nada nos es dado gratuitamente ni por solidaridad espontánea.

Las necesidades de un individuo se pueden ordenar en base auna escala de prioridades: la salud, el acceso a la comida, la dispo-nibilidad de alojamiento, la seguridad, la autoestima, los afectos,el amor... Algunos umbrales de necesidades «primarias» (basic needs,según una diferenciación propuesta por Keynes)5 representan lascondiciones mínimas de supervivencia para el individuo y de re-producción para la especie. Una vez cubiertos los mínimos, lasnecesidades se vuelven «relativas», «en el sentido de que existenpor el solo hecho de que su satisfacción nos hace sentir superioresa nuestros congéneres», nos dice el mismo Keynes. Hoy en día losllamaríamos «necesidades inducidas» y bienes de estatus . Y aquíel discurso se complica. Como dice Pietro Barcellona: «Las necesi-dades son siempre socialmente determinadas», y Marc Augé con-firma: «Cada sociedad transmite a los individuos un modelo de

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felicidad.6 Para Illich al ciudadano-consumidor-cliente se le asignauna «imputación de necesidades y deseos». Es decir, existe una «na-turaleza social» de la felicidad, cada individuo es movido no sólopor necesidades, sino también por aspiraciones que recoge del am-biente social que le rodea, de manera que de poder alcanzarlas de-pende su sentimiento particular, histórica y culturalmente deter-minado, de satisfacción y bienestar material y espiritual. EscribeLuigi Bruno:

En las anónimas sociedades contemporáneas los bienes deconsumo se han quedado casi como los únicos medios paradecir quiénes somos y para situarnos socialmente. [...] Losbienes son símbolos. Todos nosotros, una vez satisfechas lasnecesidades de primerísima supervivencia, no consumimosporque nos interesen los bienes de por sí, sino porque se re-fieren a alguna otra cosa. Bajo su envoltorio normalmente seesconden personas, relaciones humanas.7

En una sociedad orientada al consumo, la posesión de dine-ro (o el acceso al crédito) condiciona fuertemente la serenidad, lasociabilidad, el bienestar global de la vida de una persona. En lamedida en que un mecanismo de mercado impregna cada aspec-to de las actividades humanas y transforma en productos/mer-cancías unos bienes que anteriormente estaban reglados por ló-gicas diferentes de producción y fruición no mercantil, en unmarco de actividades libres y de prestaciones gratuitas y recípro-cas, es evidente que el peso del dinero adquiere una centralidadcreciente, hasta llegar a ser totalizante. Nace así la idea de que sepuede alcanzar el bienestar, la serenidad, el éxito, el placer, lasatisfacción, la felicidad en función del montante de deseos/ne-cesidades que un individuo consigue imaginar. El homo felixllega a coincidir con el homo consumericus. Es la apoteosis de laeconomía clásica liberal de mercado que supone que cualquier

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individuo, actuando racionalmente (es decir, egoístamente) paramaximizar su beneficio personal, al mismo tiempo aumenta lariqueza y el bienestar de la colectividad entera. Triunfa la ecua-ción: mayor productividad = mayores rentas = mayores consu-mos. El interese económico de cualquier individuo en términosde acumulación de dinero y de bienes coincide con el bien gene-ral de la sociedad. Todos ricos y todos felices.

Lástima que el convoy de la humanidad en el viaje de la vidase vaya desgranando y los últimos se pierdan por el camino. Esuna competición darwiniana, «natural», es decir, inevitable, almáximo mitigable por la compasión de los ganadores, por elsamaritanismo de los exitosos. La sociedad del riesgo8 y de lacompetición es un cruel juego por eliminación. No es por casua-lidad que el modelo de vida más utilizado en los programas deentretenimiento sea el de los juegos de azar.

Notas1. Tomo prestado el título de: Gilles Lipovetskj, La felicidad paradójica:

Ensayo sobre la sociedad de hiperconsumo, Anagrama.2. Citato por Serge Latouche en: La apuesta por el decrecimiento, Icaria, 2008.3. Di Nello e Paltrimieri, Cum Sumo, Angeli, 2006.4. Paolo Legrenzi, La felicità. Gli ostacoli alla felicità sono nella nostra men-

te, non nel mondo (La felicidad. Los obstáculos a la felicidad están en nuestramente, no en el mundo), il Mulino, 1998.

5. Keynes, Esortazioni e profezie (Exhortaciones y profecías), Milán, 1968.6. Marc Augé, Perché viviamo? (¿Por qué vivimos?), Molteni, 2004. Escri-

be Augé: «El individuo es libre de consumir lo que quiere, pero una parte de suelección se limita a la gama de los productos aparentemente diferentes que se leproponen [...]; por otra parte, no es completamente libre de no consumir: lapublicidad, las distintas formas de crédito, la fragilidad y el ritmo rápido derenovación de los mismos productos le obligan [...]; en breve, el individuo no eslibre de no ser lo que la época en que vive quiere que sea».

7. Luigino Bruni, L’economia, la felicità e gli altri (La economía, la felici-dad y los otros), Città Nuova, 2004. Del mismo autor: Il prezzo della gratuità(El precio de la gratuidad), Città Nuova.

8. Ulrich Beck, Conditio Humana, op. cit.

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En una sociedad de crecimiento los consumos sirven a la finalidadde aumentar la demanda de las mercancías. Y por consiguiente, alaumento del trabajo necesario y de las materias primas utilizadasen la producción. La libertad del consumidor se ejerce en el terre-no de las preferencias de compra. La libertad del productor se re-duce a la de abastecer el mercado. Los círculos concéntricos de losmercados son auto-expansivos, cerrados e invasivos, con tenden-cia a ocupar todo el espacio disponible. En la sociedad de creci-miento no se contempla la reversibilidad, no está permitido quelas cuotas de bienes disponibles se comprometan de otra formaque no sea como recursos para incrementar los mercados. Ni tansólo las excedentes o sobrantes, ni tampoco las que eventualmentesuperan la demanda, y menos aún el excedetne. No se puede «mal-gastar» nada. Todo tiene que ser utilizado y transformado en algoproductivo. Cada gota de energía, cada átomo de materia, cadaaliento de cada momento del día y de la noche tiene que ser apro-vechado, debe crear «valor añadido». Expresión tremenda que haentrado en el sentido común. Hemos llegado a medir el rendi-miento de un alumno a través de «créditos» y «deudas».

El postulado antropológico que está por debajo de esta for-ma de razonar es muy simple: cada individuo hay que conside-

X. PSICOPATOLOGÍA DEL CONSUMOCOMPULSIVO

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rarlo un «ser deseante» que invierte su existencia a la búsquedade «estar cada vez mejor». Muchos ya han notado que «las teo-rías económicas dominantes han tomado como referencia unapersonalidad basada en la avidez y la envidia».1 La «tipologíahumana», que el liberalismo ha asumido como ideal, es la quecuida por sobre todo el propio interés personal y es movida porun deseo ilimitado de «querer cada vez más» para sí. El homooeconomicus no quiere nada más que maximizar la ganancia eco-nómica. El dogma liberal dice que la suma de los intereses indi-viduales, en el juego del libre mercado, conduce a un crecimien-to de las ganancias para todos los individuos de la sociedad. Laempresa capitalista, anónima e impersonal, se convierte en elinstrumento, que mejor que cualquier otro, obtiene el objetivofijado: incrementar la explotación de los factores de producción.

Lástima que esta transposición mecánica desde el individuohasta la nación y el mundo no produzca los resultados esperados.Las evidencias empíricas demuestran que los desequilibrios au-mentan (incluso en presencia de políticas correctoras) entre perso-nas, entre grupo sociales y entre ámbitos geográficos. Concentra-ciones de capital y exclusiones se van alternando. De aquí la pérdidadel sentido de límite. No sólo esto, sino que el utilitarismo y elantagonismo conducen a la rivalidad y a la «competitividad gue-rrera».2 Pero, ¿dónde está escrito que la «naturaleza humana» seamás competitiva que confiada, más antagonista que cooperativa,más individualista que socializada? ¿Quién ha dicho que en el serhumano debe prevalecer la racionalidad económica por encima dela «racionalidad sensible» y la «razón utilitaria» sobre la «razón cor-dial», la ética de la conquista sobre la ética del respeto y cuidadodel otro, de la obligación de no invadir su espacio y de no domi-narlo?3 Si es verdad, según parece, que el ser humano es capaz deser ángel o demonio, abierto al bien igual que al mal, de por sí nibueno ni malo, ¿por qué, entonces, la economía política del capi-

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talismo prefiere considerar e incentivar su peor lado ? Más allá delnivel utilitario hay un nivel ético, referido a los valores. La pose-sión de bienes y el acceso a servicios tendrían que ser sólo unosmedios a través de los cuales imaginar que podemos realizar nues-tro objetivo existencial, el fin último de estar bien, la «eudaimonía»(«felicidad como objetivo»).

Pero en la sociedad dominada por el imperativo del creci-miento, la producción y la posesión de bienes son una carrerasin fin. Cualquier conquista se demuestra efímera, inmediata-mente obsoleta. Al contrario del rey Midas, la maldición queafecta al consumidor es la de convertir en desecho todo lo quellega a poseer. El tiempo que tarda una mercancía en recorrer ladistancia entre la estantería de la tienda y el contenedor de labasura es cada vez más corto. La obsolescencia programada esel arma principal del capitalismo para aumentar la circulacióndel dinero.

Alberto Moravia escribió un espléndido diálogo sobre el con-sumo:

a) Digo que el consumidor es un intestino. Es decir, un indi-viduo parecido a esos organismos muy simplificados que sólotienen boca, intestino y ano. [...] Productor y consumidor re-presentan una la extremidad anterior y el otro la extremidadinferior de dicha lombriz [...]. Podemos decir que el fin de lacivilización moderna es el consumo, eso es, el estiércol.

b) ¿El estiércol?

a) El estiércol. Es decir, la expulsión del cuerpo de lo que lequeda después de la digestión. La civilización del consumoes excrementicia. La cantidad de excrementos expulsada porel consumidor es, en efecto, la mejor prueba que el consu-midor ha consumido.4

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Al final del ciclo de vida de las mercancías no queda «nadapor sí», sólo un cúmulo de residuos. Para ser más exactos, 600 kgpor persona y año de promedio en Europa, 750 en los EstadosUnidos. Y esto en un mundo donde empiezan a escasear lasmaterias primas.

El consumidor, por lo tanto, se encuentra en un estado de an-siedad. Bauman ha escrito : «La sociedad de consumo está funda-da sobre la insatisfacción permanente, es decir, sobre la infelici-dad».5 No nos libramos de las necesidades de consumo porque esel mercado quien las alimenta y siempre con una mesura superiora las capacidades de gasto del consumidor. Ha escrito Kempf: «laclase dominante que se mantiene en la cumbre de la estructurasocial, establece la escala de valores, y su nivel de vida establece loque se considera deseable para toda la sociedad».6 La naturalezacompetitiva humana es a su vez un producto histórico-cultural.En la carrera sin fin de la emulación ostentosa, el concepto de sa-ciedad desaparece y queda la condena a la insatisfacción, ya que lainmensa mayoría de personas nunca podrá alcanzar rentas pareci-das a las de las castas superiores, hasta la de los mega-ricos. Notodo el mundo puede ser propietario de un yate, pero se puedeempezar alquilando una barca.

El aumento de las rentas y las capacidades tecnológicas, enlugar de liberar energías (tiempo, recursos) individuales y colec-tivas hacia usos genuinamente autónomos, no definidos ni fina-lizados de antemano, está atando de forma cada vez más estrechala conducta de los individuos a las exigencias de los mercados. Elforzar a los individuos dentro de un «egoísmo estrecho» (Benja-min) provoca «el aislamiento de cada uno en su propio interéspersonal», niega su sociabilidad y lo deshumaniza, obligándole aentrar en un conflicto permanente con sus semejantes, lo queaumenta la inseguridad, el malestar, el estrés, la ansiedad, losmiedos...; en definitiva, nos hace infelices. El consumo, al final,

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se resuelve en lo contrario de su promesa: una actividad solitaria,un sucedáneo para la depresión, una compensación para priva-ciones sufridas.

La constricción de cada individuo dentro del esquema pro-ductor/consumidor heterónomo es motivo de pérdida de la se-renidad mental, causa de desolación psíquica y de conductaspatológicas, como lo son los juegos de azar, el uso de estupefa-cientes, la sexualidad hipertrofiada, el consumo compulsivo,abúlico. Prácticas de aturdimiento, intentos para anestesiar unaangustia que nace de un vacío de sentido existencial, de la supre-sión de cualquier pensamiento y actividad no instrumentales yno institucionalizados.

Pero existe también otra forma de mirar al consumo. En opi-nión de Massimo Ilardi y de otros que afirman referirse a la críticadel anti-utilitarismo de Georges Bataille, según el cual «el podersupremo es la libertad de derrochar»,7 en la sociedad del hiper-consumo el impulso a la compra de mercancías va más allá de cual-quier necesidad real e implica unas pasiones estéticas, hedonistas,afectivas, lúdicas, relacionales, sensoriales, sentimentales... fuerade control e irreconciliables con las compatibilidades del mercado.El consumidor, por lo tanto, no sería sujeto pasivo, sino capacita-do para establecer un «conflicto permanente que tiene el mercadocomo enemigo»,8 en contra y más allá de sus reglas, en una luchapor la «reapropiación de las mercancías».

Notas1. Giovanni Salio, Elementi di economia nonviolenta (Elementos de econo-

mía noviolenta) Quaderni di «Azione nonviolenta», 2001.Véase también Burlando: «La valoración más negativa y la hipótesis más

pesimista sobre la composición del grupo humano considerado (eso es, plena-mente y concientemente egoísta) se han convertido progresivamente en la nor-ma y en la única hipótesis antropológica aceptable dentro de la visión económi-

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ca dominante». Roberto Burlando, L’economia tra dolore, riduttivismo edeudaimonia (La economía entre dolor, reductivismo y eudaimonía), en: G.Montagnoli (ed.), La violenza e il dolore degli altri, op. cit.

2. Ha escrito Riccardo Petrella: «La visión antagonista y utilitarista del otroes a raíz de todas las guerras por los recursos, empezando por las guerras econó-micas, comerciales y, actualmente, tecnológicas. Por esta razón el capitalismo esincapaz de paz, de solidaridad, de capacidad de compartir, de justicia social».Res Publica, en il manifesto y Carta, 2006.

3. Leonardo Boff, entrevistado por Vittorio Bonanni en Liberazione del 27de octubre de 2008.

4. Alberto Moravia, La rivoluzione culturale in Cina (La revolución cultu-ral en China), Garzanti, 1993.

5. Zygmunt Bauman, Vida de consumo. Fondo de Cultura Económica.Madrid, 2007. (Homo consumens. Lo sciame inquieto dei consumatori e la mise-ria degli esclusi, Erickson, 2007).

6. Hervé Kempf, Como los ricos destruyen el Planeta, Libros del Zorzal (Perchéi megaricchi stanno distruggendo il pianeta, Garzanti, 2008).

7. Georges Bataille, La nozione di dépense (La noción de dépense/dispen-dio), Bollati Boringhieri, 2003.

8. Massimo Ilardi, Nei territori del consumo totale. Il disobbediente e l’architetto(En los territorios del consumo total. El desobediente y el arquitecto), Derive eapprodi, 2004. Del mismo autor, Il tramonto dei non luoghi (El ocaso de los no-lugares), Molteni, 2008.

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En un momento dado de la historia (sociedad del hiperconsumo,estadio final de la affluent society) el esquema determinista quevincula productividad económica y bienestar dejará de funcio-nar. Un economista y demógrafo formuló esta hipótesis ya en1973, a la cual se le dio el nombre de la «Paradoja de RichardEasterlin». Como escribe Luca De Biase: «más allá de un ciertolímite, no hay felicidad en el crecimiento económico».1 En otraspalabras: el crecimiento económico, en el sentido de un aumen-to de la cantidad de bienes disponibles para la población, sedesvincula del crecimiento del bienestar en la percepción quetienen los mismos beneficiarios, consumidores, usuarios. Se pro-duce un efecto «paradójico» (Lipovetsky), que Illich ya habíadefinido como «contraproductivo». Podría decirse, más simple-mente, que el resultado no vale el intento, que los efectos nega-tivos del esfuerzo productivo (consumo de recursos humanos ynaturales) que el individuo o la colectividad producen es supe-rior a las ventajas esperadas. Si para obtener lo que quiero tengoque sacrificar el sueño, la salud física y mental, las relacionesafectivas, el patrimonio acumulado en largos años... mi «calidadde vida» disminuye, en lugar de aumentar.

XI. CRECIMIENTO PARADÓJICO

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Estos descubrimientos (en realidad bastante obvios e intui-tivos) han metido a los economistas tradicionales, macro-e-conómicos, en un considerable apuro. Si este esfuerzo producti-vo permanente no consigue el objetivo de un mayor bienestarindividual, ¿qué sentido tiene hacerlo? Lipovetsky señala:

El convencimiento moderno por el cual la abundancia es lacondición necesaria y suficiente para la felicidad de la huma-nidad ya no es tan obvio. [...] Producimos y consumimosmás, pero no por esto somos más felices.2

Tan asombroso ha sido este descubrimiento que se ha vueltomateria de estudio específico: ha nacido una subdisciplina de lasciencias económicas políticas que se llama «Economía de la feli-cidad»; Daniel Kahneman,3 psicólogo de formación, que por susestudios acerca de esta temática obtuvo el Premio Nobel de Eco-nomía en 2002. Existe también una revista, el «Journal ofHappiness Studies», que se pregunta acerca de las relaciones en-tre crecimiento económico y condiciones psicológicas (conduc-tas emocionales, estados de ánimo, percepciones, preferencias...)de los actores económicos y principalmente del usuario final, elconsumidor. Para hacerlo, los economistas utilizan los métodosde investigación de la psicología (encuestas de opinión, entrevis-tas, monitorización...) para intentar caracterizar, medir y conta-bilizar las interrelaciones entre nivel de vida y felicidad.

Como dijo Illich: «hechos complejos se transforman en con-juntos abstractos acumulables, equiparables e intercambiables».4

Nacen y proliferan indicadores económicos del bienestar más evo-lucionados que el mero PIB (hasta llegar al índice de felicidadnacional: Gnh). Nicolas Sarkozy ha llamado a su línea a econo-mistas del calibre de Amartya Sen y Joseph Stiglitz para elaborarpropuestas de modificación de la contabilidad nacional. En losdiarios se publican clasificaciones y comparaciones entre nacio-

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nes, áreas geográficas, grupos sociales... de las que se desprende,por ejemplo, que las mujeres filipinas son las más felices, mien-tras que en Europa los más felices son los daneses; en el Veneto,los veroneses; en el mundo los habitantes de las islas Vanuatu,en el Mar de los Corales, un archipiélago entre Papua y las Fiji.

En el nombre de la «economía de la felicidad» se realizan ejer-cicios temerarios, como los de la Universidad de Warwick (EEUU)para el cálculo de las compensaciones: 100.000 dólares para la fal-ta de un buen matrimonio; 245.000 para enviudar; 60.000 parala pérdida de un trabajo... En definitiva, los economistas de la feli-cidad (al igual que los economistas del ambiente natural cuandointentan calcular los servicios que la naturaleza nos proporcionagratuitamente) se esfuerzan por dar un valor monetario corres-pondiente a los diferentes factores de bienestar y felicidad, de ma-nera que podamos «apreciar» un poco mejor algunos aspectos queel mercado, por sí solo (en el juego entre la demanda y la oferta) noconsigue estimar. La economía intenta echar cuentas con el hedo-nismo, el placer, la alegría, el juego, la evasión, el amor... la felici-dad pública y privada. Y lo hace dentro de sus parámetros: inten-tando hasta poner precio a bienes como las relaciones personales.La economía de mercado de corte liberal tiene su lógica intrínseca:el crecimiento, la creación de beneficio, la acumulación. Ésta es laque ha permitido producir y consumir una cantidad de bienes/mer-cancías cada vez mayor (siguiendo el lema «cuanto más, mejor»).

Notas1. Luca De Biase, Economia della felicità (Economía de la felicidad), en

«Reset» del 22 de octubre de 2004.2. Gilles Lipovetskj, op. cit.3. Pier Luigi Porta, Laudatio del prof. Daniel Kahneman, Università La

Sapienza, 18, junio de 2007.4. Ivan Illich, La convialità (La convivencialidad), op. cit.

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Hemos visto que los datos empíricos no confirman la teoría deuna equivalencia rentas-consumos-felicidad. Y esto debido a doserrores. Uno viene desde el mismo interior del mecanismo defuncionamiento del modelo, el otro, de la valoración de las ca-racterísticas fundamentales de la naturaleza del ser humano. Elprimer error de los economistas —que ya hemos analizado enlos párrafos anteriores— ha sido el no darse cuenta que el afánhacia la posesión, el tener, genera un deseo incontenible, un es-tado de insatisfacción permanente, una carrera sin fin, una libidoconsumandi, «una exigencia compulsiva, una dependencia».1 Haescrito John Mac Murtry: «El instinto para maximizar el propiobeneficio personal se puede considerar psicópata».2 Tener másen una sociedad desertizada en cuanto a relaciones sociales y ca-lidad ambiental es un juego de suma negativa.

El otro error es más fundamental. Nos enseñaba ErichFromm:3 sí se es feliz, no se tiene la felicidad. En contra de lastendencias más en boga, no todo puede reducirse a mercancía,no todo puede tener precio, comprarse, acumularse, consumir-se. Las necesidades, lo hemos visto, están determinadas pormecanismos sociales y psicológicos complejos, pero no todas pue-den satisfacerse únicamente a través de la disponibilidad econó-

XII. TENER VS SER

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mica, de la capacidad individual de gasto. No es para nada ciertoque todo puede comprarse: ¿cuál es la agencia que te asegura unaamistad? ¿Dónde está la tienda que te vende afectos? ¿O la em-presa de trabajo temporal que te proporciona un empleo agrada-ble? ¿Cuál es la agencia inmobiliaria que vende paisajes y perfu-mes de tus recuerdos? ¿Algún fast food cocina sabores? ¿En quésitio de internet encuentras un verdadero confort?

El ser humano dispone de una infinidad de intereses y tienela tendencia a pasar su tiempo buscando en el mundo significa-dos y verdades. Algunas condiciones de la existencia humana(como son el sentirse en paz consigo mismo y con el prójimo,compartir la confianza en el futuro, sentirse útil, tener autoestima,etc.), que se sitúan en el eje tierra-corazón-cielo, necesitan unascondiciones mentales, de orden psicofísico, específicas.4 ¿Quere-mos un contraejemplo que de otra forma sería inexplicable porlas leyes del mercado? ¡Los pobres también saben ser felices!

La cuestión que se plantea es la siguiente: si las mercancíasya no se perciben como útiles al bienestar y a la felicidad de laspersonas, ¿tiene todavía sentido social la economía de mercado?¿Tiene sentido seguir aumentando producción y consumo paralos que tienen las «despensas llenas».5 Es decir, en la época enque la instrumentación técnico-científica, que la economía tienea su disposición, es capaz de satisfacer cualquier necesidad pri-maria de cualquier persona que existe en la faz de la Tierra? ¿Nosería más lógico y sensato poner el acento sobre otros objetivoscomo una distribución equitativa de los recursos y la sostenibi-lidad ecológica del sistema productivo?

Para estos nuevos objetivos de civilización haría falta plan-tear una idea de felicidad diferente de la que se ha consolidadoen el imaginario colectivo consumista que prevalece hoy en día.Una idea de «satisfacciones en la vida» que derive de conductasy estilos de vida menos egoístas, menos competitivos y menos

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codiciosos, sino más bien comunitarios, relacionales, cooperati-vos, gratuitos, espontáneos, auténticos, convivenciales... Seríaposible entonces pensar el poder transformar la promesa (incum-plida) liberal inscrita en la Constitución de Jefferson, para quevuelva a ser un derecho a conquistar. Limpiar la idea de felicidaddel fardo consumista que la envuelve y sofoca. La felicidad estádentro de sí y con el otro de sí. Puede alcanzarse sólo fuera de lalógica de mercado. La felicidad se realiza a bien seguro en la esfe-ra individual, pero pide consideraciones sociales de bienestar in-compatibles con la lógica de la valorización del capital. Conquis-tar espacios de felicidad es el reto. La libertad verdadera delindividuo no es la que se manifiesta en las preferencias de com-pra, sino en la capacidad de restar tiempo y recursos a los meca-nismos de mercado y quedárselos para uno mismo, en beneficioexclusivo de la realización de la propia personalidad, eso es, paradar un sentido profundo al trabajo de vivir. Amar, leer, pintar, iren barco, cantar... o bien trabajar para darse placer a uno mismoy siendo útil a los demás, ocuparse del cuidado de las personascercanas y del mantenimiento del entorno.

Ina Praetorius, fundadora en Suiza de un grupo de reflexiónsobre economía a partir de las competencias femeninas, dijo enuna conferencia:

Existen de todas formas, y siempre han existido, muchos hom-bres y mujeres que habían entendido que esta bipartición (so-bre bases sexistas, que constituye el núcleo del capitalismo)era una fantasía sin futuro. Se les reconoce porque no dejanque se les dicte su estilo de vida por las revistas de moda. Porejemplo, a ellos les gusta cocinar y estar sentados en el parque[...], a menudo no tienen seguros de vida y no han hecho ca-rrera y no saben mucho de la marcha de la bolsa, su agenda noestá llena de citas y tal vez no han visto todos los continentes

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del globo. A veces escriben un poema mientras limpian el la-vabo [...]. Están a favor de una renta básica para todo el mun-do porque están convencidos que la mayoría de las personasquieren implicarse en cosas sensatas incluso sin obligación, otal vez justamente porque no hay obligación, por ejemplo,escuchar a sus hijos o plantar unas verduras. Las cosas que nohacen daño a nadie son su ocupación preferida.6

Notas1. Zygmunt Bauman, Vida de consumo, op. cit.2. John Mc Murtry, en: il manifesto del 10/6/2006. Autor de: The cancer

stage of capitalism.3. Erich Fromm, Del tener al ser, Paidós, 2007 («Avere o essere?», Mondadori,

1976).4. Leonardo Becchetti, Il denaro non fa la felicità (El dinero no hace la

felicidad), Laterza.5. Andrew Oswald, Una volta che un paese ha riempito le dispense, ha senso

arricchirsi ancora? (Cuando el país ya ha llenado las despensas, ¿tiene sentidoenriquecerse más?), en New Statesman del 14/1/2009.

6. Ina Praetorius, Il mondo come ambiente domestico (El mundo comoambiente doméstico), en: VVAA, Vita Cosentino y Giannina Longobardi (eds.),La vita alla radice dell’economia (La vida a la raíz de la economía) ProgettoEc.Co.Mi. Mag Verona, 2008.

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Decrecimiento y noviolencia son dos conceptos y dos prácticasentrelazadas, complementarias como lo son el ácido nítrico y laglicerina ¡para la dinamita! Decrecimiento y noviolencia tienenque concebirse como pilares de un mismo organismo social. Eldecrecimiento es la economía de la noviolencia y la noviolenciaactiva es el método para poner en funcionamiento las nuevasformas económicas en un marco de decrecimiento. Decrecimientoy noviolencia se pueden traducir con economía local, solidaria,participada, autocentrada y autosostenible.1 La lucha noviolentano puede utilizarse si no es para afirmar el autogobierno de lascomunidades, así como, la autodeterminación de los oprimidosno puede realizarse si no a través de luchas noviolentas.

Exactamente de la misma forma en que el término noviolenciano tiene solo un significado negativo/pasivo —ausencia de violen-cia— (Gandhi traducía en inglés el término ahimsa con love o charity),el decrecimiento es algo muy diferente de la simple negación delcrecimiento (el a-crecimiento, con la «a» privativa, como para signi-ficar una neutral indiferencia hacia el fenómeno del crecimiento).Decrecimiento no pretende banalmente evocar un sistema econó-mico ajeno a la acumulación de beneficios y de la multiplicaciónindustrial de las mercancías, sino que puede definirse como «la ex-presión práctica y la conducta concreta de una visión positiva y

XIII. DECRECIMIENTO & NOVIOLENCIA

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creativa de la vida».2 Su ambición es la de refundar una economíacomo cuidado de la casa común, al servicio de una sociedad en quelas necesidades y deseos de las personas puedan satisfacerse mejor através de sistemas de producción y de intercambio caracterizadospor un punto de vista cualitativo diferente. El decrecimiento, por lotanto, nos obliga a reconceptualizar la idea de bienestar (igual que laidea de economía, dejando de identificarla con la del crecimiento),y es muy cercana a la de la economía solidaria, relacional, de losbienes comunes, del eco y del bioregionalismo.

La radicalidad de la reflexión que plantea el decrecimientono afecta sólo las ciencias económicas, sino que ataca los funda-mentos teóricos del proyecto moderno de desarrollo occidental:el andro y antropocentrismo, el patriarcado y el machismo, eldominio del reduccionismo cientificista, las formas jerárquicas,competitivas y colonialistas del poder.

El decrecimiento no es (sólo) cuestión de medida («El decreci-miento del crecimiento cuantitativo del capital», como dice Dussel3 ),sino de mutación de los paradigmas mentales, además que sociales ypolíticos, para confrontarse con la vida. En la sociedad capitalista lacantidad hace exactamente la calidad: separarlas es imposible. Elcapitalismo es el reino de las cantidades. Lo que este no puede medircon sus instrumentos no existe; desde su perspectiva, más siemprees mejor: bigger is better. Como mucho, se pueden adornar las canti-dades utilizando adjetivaciones diversas para que los surtidos de bie-nes introducidos en el mercado aparezcan ecosostenibles, socialmenteútiles, asimilables biológicamente y hasta certificables éticamente(le llaman «capital de reputación»),4 pero siempre con la condiciónde que se produzcan y consuman en medida creciente y que hayansuficientes beneficios reinvertibles para mantener y ampliar el volu-men de negocio del sistema. Por este motivo la teoría/práctica deldecrecimiento tiende a desestructurar el mecanismo económico fun-dador de la reproducción capitalista. Con la negación de la cantidad

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como único parámetro de referencia de la economía —y de la eco-nomía como único parámetro de referencia de la política— el decre-cimiento califica de una forma totalmente distinta el objeto funda-dor de la sociedad, le da la vuelta al sentido general del esfuerzo laboralindividual y colectivo, evoca formas de socialización, de produccióny de consumo del todo diferentes que las utilizadas en las relacionesmercantiles.

Manteniendo el paralelismo con la noviolencia, podríamosdecir que, así como la paz no se puede entender simplementecomo ausencia de guerra, de violencia física ejercida de formadirecta; el decrecimiento tampoco se limita a la simple adquisi-ción del principio del límite y de la sostenibilidad ecológica,a través del cálculo de la «capacidad de carga» como reducción dela huella ecológica. El decrecimiento, en efecto, en las intencio-nes de sus impulsores,5 no significa «crecimiento negativo» nieliminación de lo contraproducente o superfluo. No es un cui-dado para adelgazarse, sino un cambio de estilos de vida. No esuna forma de corregir los «indicadores de desarrollo», depuran-do el PIB6 de las partidas de gasto (externalidades negativas, cos-tes medioambientales, desperfectos, etc.) que nadie quisiera sin-ceramente mantener, como son los costes debidos a la congestiónen los transportes, la depuración de las aguas, la descontamina-ción de suelos, los cuidados sanitarios por enfermedadesmedioambientales o accidentes de tráfico;7 los costes por las in-tervenciones de adaptación a cambios de tipo climático, la asis-tencia a las poblaciones golpeadas por el deterioro hidrogeológico,socorro a poblaciones implicadas en conflictos bélicos, etc.

Incluso los procesos necesarios para reconducir la presión hu-mana dentro de parámetros de sostenibilidad de la biosfera sevan a producir solos, espontáneamente, si la humanidad consi-guiera hacer suya una ética del vivir en comunidad entre simila-res y velando por la salvaguarda de los bienes comunes natura-

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les.8 «En paz con el Planeta»9 es el título del libro de BarryCommoner que llegó en Italia a mediados de los setenta graciasa Giorgio Nebbia y Virginio Bettini. En ese momento ya elambientalismo era consciente que hacía falta encontrar una «di-rección social» a la producción y a la economía para encontrarun equilibrio posible entre ecosfera y tecnosfera.

El decrecimiento nos pide hoy imaginar vivir de una formamás espontánea, sin necesidad de calcular el retorno de nuestrasacciones. Se trata de una verdadera inversión de la idea que atribu-ye la felicidad al tener. El decrecimiento es la esperanza de poderser felices justamente mediante la liberación de la obsesióncompulsiva hacia el consumo, del afán de posesión, de la vanidadegoísta, de la competición permanente, del trabajo por necesidad.El decrecimiento es un vector de dirección que aplicamos a nues-tra vida individual, al tiempo que es un programa constructivo yuna modalidad de acción de colectivos y de políticos. Una bús-queda que resulta hoy aún más urgente frente al fracaso evidentede las promesas de bienestar universal del liberalismo, en presen-cia de los efectos negativos de la globalización neoliberal, tanto enlas áreas de los países empobrecidos, como en las de los paísesemergentes e incluso en las de los países maduros y opulentos.

Algunos autores han preferido llamar a esta misma idea desociedad con nombres distintos: sobriedad (FrancuccioGesualdi,10 fundador del Centro para Otro Modelo de Desa-rrollo) o simplicidad voluntaria, con una referencia directa aGandhi.11 Maurizio Pallante prefiere adjetivar el decrecimien-to con la palabra feliz.12 Otros prefieren alegre, sereno, sosteni-ble, equitativo, deliberado, voluntario, democrático...13 Volvien-do a leer André Gorz14 y Murray Bookchin,15 el decrecimientopodría traducirse como «ecosocialismo» o «sociedad ecológica».Pueden utilizarse otros términos, lo importante es entender loque se pretende expresar.

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Cualquiera que sea el adjetivo utilizado, decrecimiento es unapalabra que sigue siendo incómoda y controvertida. Molesta justa-mente porque rompe con formas habituales de pensar y nos obligaa mirar las cosas desde otro punto de vista. Pero tampoco se puedebanalizar al decrecimiento como mera provocación intelectual, uneslogan, una «palabra bomba» lanzada para asombrar a losinterlocutores, una frase publicitaria para crear sentido de culpabili-dad a burgueses con sobrepeso o para impactar a una izquierda inca-paz de salir de una lógica desarrollista y redistributiva. La sociedaddel decrecimiento imagina otra antropología, habla de conductas,posturas y estilos de vida, y además hace explícito un concepto, una«utopía concreta» de cambio de modelo social y un «programa polí-tico» para la transformación de la realidad. Plantea una progresivamodificación de los valores dominantes. Nanni Salio ha afirmadoque las economías alternativas tendrían que saber ensanchar el hori-zonte del tipo humano ideal «pasando poco a poco de un yo estric-tamente individual a un yo transpersonal, que abrace progresiva-mente una cantidad más amplia de seres vivos [...] hacia unaconcepción de familia humana extensa donde haya lugar para todoel mundo».16 Gandhi, en efecto, intentaba imaginar estilos de vidageneralizables, compartibles para todo el mundo a escala planetaria:«Tenemos que vivir simplemente, para que todos puedan simple-mente vivir».

Notas1. Noviolencia y «simplicidad voluntaria» se conjugan en el swadeshi, que

podría traducirse un poco groseramente con «autogobierno».2. Ekkehart Krippendorff, Azione nonviolenta, diciembre de 2007. Me he

tomado la licencia de robar una frase del autor del libro L’arte di non essere governati(El arte de no ser gobernados), Fazi, 2003, quien escribió: «La noviolencia esobviamente algo distinto de una simple postura intelectual genérica de nega-ción pura —la a-violencia, es decir, la negación de la violencia. Sólo puede ser laexpresión... etc.».

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3. Enrique Dussel, L’alba di una nuova civiltà (El alba de una nueva civili-zación), op. cit.

4. Abundan los suplementos del diario Il Sole 24 Ore sobre este tema. En elúltimo: Ética & empresa, del 11 de noviembre de 2008, Mahammad Yuns, el funda-dor de la Grameen Bank y Premio Nobel, así explica las recaídas positivas del socialbusiness que practican las multinacionales en India: «Hemos creado una unión deempresas (joint venture) con Danone para producir yogurts enriquecidos con ele-mentos nutritivos. Es suficiente un bote por semana para ayudar a un niño a superarlos efectos negativos de la malnutrición». Se hizo también una operación parecidacon la multinacional Veolia para instalar dispensadores de agua potable («diez litrospor tan sólo un penique»). «El fin no es el beneficio», asegura Yunus.

5. Entre los autores más importantes destaca Serge Latouche, con su últi-mo libro Pequeño tratado del decrecimiento sereno, Icaria, 2009.

6. Para una revisión crítica del PIB véase Bruno Cheli, Sulla misura del benessereeconomico: i paradossi del Pil e le possibili correzioni in chiave etica e sostenibile, conuno spunto per l’analisi della povertà (Acerca de la medición del bienestar econó-mico: las paradojas del PIB y las posibles correcciones en clave ética y sostenible,con un apunte para el análisis de la pobreza), artículo de la Universidad de Pisa,Departamento de estadística y Matemática aplicada a la Economía, 2008.

7. Acerca de la guerra en curso por las carreteras valdría la pena profundizarmás. Según datos del ACI (Automobil Club Italiano) y del ISTAT (agencia nacio-nal italiana de estadística), en 2006 hubo en Italia 6.000 muertos (primera cau-sa de muerte para personas de menos de 30 años), 20.000 personas incapacita-das graves, 250.000 heridos. ¿Hasta cuándo la humanidad va a aceptar estamasacre como un precio inevitable a pagar por el bienestar? La verdad es que nonos preocupamos por las generaciones venideras, y ni tan sólo por las presentes.

8. Profundizando un poco más: «Tenemos que recuperar el límite [...] y nohablamos sólo de los límites del crecimiento, o de la capacidad de carga delplaneta, o del ahorro energético. Esas son simples consecuencias. Si de verdadqueremos que todo tenga un sentido, un fundamento, tenemos que entenderque el primer límite que debemos respetar es el de nuestra existencia misma,que termina [...], es el límite de nosotros mismos en la y con la vida y con elmundo». Raffaele Salinari, op.cit. (p. 101).

9. Barry Commoner, En paz con el Planeta, Ed. Crítica, 1990 (Fare pacecon il pianeta, Garzanti, 1975). Del mismo autor con Virginio Bettini, Ecologiae lotte sociali (Ecología y luchas sociales), Feltrinelli, 1976.

10. Francesco Gesualdi, Sobrietà. Dallo spreco di pochi ai diritti per tutti(Sobriedad. Del derroche de pocos a los derechos para todos), Feltrinelli, 2005.

11. G. Bologna, F. Gesualdi, F. Piazza, A. Saroldi, Invito alla sobrietà felice(Invitación a la sobriedad feliz), 2000, EMI.

12. Maurizio Pallante (ed.), Un programma politico per la decrescita (Un pro-grama político para el decrecimiento), Edizioni per la decrescita felice, 2008.

13. Nicolas Ridoux, La decrescita per tutti (Decrecimiento para todos), JacaBook, 2008.

14. André Gorz, Capitalismo, socialismo y ecología, Ed. Hoac, 1995.15. Murray Bookchin, Por una sociedad ecológica, Gustavo Gili, 1978.16. Giovanni Salio, «Elementi di economia nonviolenta» (Elementos de

economía noviolenta), en Quaderni di Azione nonviolenta n.º 16, 2001.

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«La naturaleza autoaumentativa del proceso de acumulación» enel sistema capitalista, según escribe Mauro Bonaiuti,1 determinael funcionamiento de la «metamáquina», es decir, del sistemaeconómico globalizado en su conjunto. Sus mecanismos de crea-ción de valor monetario de las mercancías y de acumulación decapital no son herramientas técnicas, sino la finalidad misma delesfuerzo productivo social todo entero. Los medios de produc-ción no son instrumentos al servicio del trabajo, sino que sonexactamente lo contrario: es el que trabaja quien está sometidoal servicio de los aparatos tecnológicos, organizativos, socialesque el capital ha creado. Lo mismo que pasa con los deseos delindividuo-consumidor, encauzados dentro de los dispositivosconsumistas. Los mismos sistemas de medición del funciona-miento del sistema (el PIB, principalmente, y los otros indicadoresde productividad del trabajo y de las finanzas) no son en absolu-to instrumentos neutros, sino orientados hacia una finalidadexclusiva.2

Durante largo tiempo, en la tradición política de izquierdadel movimiento obrero, se ha pensado que sería suficiente cam-biar el mando de la «metamáquina», los dispositivos y las volun-tades del poder, para reorientar hacia finalidades nuevas y positi-

XIV. EL CAMINO Y LA META

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vas a la economía, la tecnología, las instituciones sociales y —alfinal— las mismas características antropológicas del hombre yde la mujer.3

La idea era la de poder utilizar la inmensa potencia produc-tiva activada por el capitalismo para finalidades diferentes paralas que había sido creada. Tecnología e instituciones estatales sehan considerado neutras, pensadas al servicio de una voluntadde ordenación diferente y situadas en un nivel jerárquico supe-rior, de control político e institucional. Así que sería suficientemeter la economía bajo el mando/control político/estatal paraorientarla de una forma socialmente útil. Lástima que ni la eco-nomía de mercado, ni los estados nacionales sean instrumentosque se dejen utilizar para cualquier fin.

Como ya sabemos, se trató de un error fatal, tanto en susresultados revolucionarios como en los de carácter socialdemó-crata. La toma del «palacio de invierno» o de la «sala de mandos»,con medios cruentos o electorales, ha fagocitado las mejores in-tenciones de sus nuevos ocupantes. El gobierno del poder públi-co es el lugar donde las élites en el poder accionan los dispositi-vos de control y de mando de matriz estatal sobre las clasessubalternas.

Escribió Gramsci:

Estado es todo el conjunto de actividades prácticas y teóricascon que la clase dirigente justifica y mantiene su dominio, yno sólo eso, sino que consigue obtener el consenso activo delos gobernados» (Quaderno 15).

El Estado es una forma de dominación. La «estadolatría» esla forma en que se manifiesta la dependencia del dominio.

El Estado, por lo tanto, no hay que utilizarlo sino neutrali-zarlo, tanto como sea posible. Desarticularlo, dispersarlo4 , di-

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solverlo.5 Podríamos seguir utilizando muchas formas verbalesmás, como desconocerlo, deconstruirlo, cederlo, descentrarlo,rebajarlo, repartirlo... para que se puedan afirmar formas de sub-jetividad directas de autogobierno, de democracia en los territo-rios y en la vida laboral. En definitiva, desarrollar el arte de nodejarse gobernar por quien sea.6

Con palabras eficaces, en una entrevista concedida hace unpar de veranos, el subcomandante Marcos ha explicado el «efec-to estómago del poder: o te asimila o te transforma en mierda».Y ha añadido:

No busquemos la toma del poder, pensemos que las cosas seconstruyen desde abajo [...]. Porque el poder no te deja en-trar gratis. El poder es un club exclusivo y hace falta tenerciertos requisitos para su acceso. [...] Quienquiera que bus-que justicia, libertad, democracia, respeto por las diferencias,no puede tener acceso, a no ser que claudique.7

Exactamente igual que hoy en día afirmamos que la demo-cracia no es exportable y que la paz no puede alcanzarse si no escon medios pacíficos, de la misma forma la relación de trabajocapitalista no se puede utilizar para producir algo que no sea alie-nación y mercantilización. Sólo otras modalidades de trabajo yde consumo podrían producir bienes relacionales útiles, el cui-dado y el mantenimiento de los bienes comunes, la plena satis-facción de uno mismo.

El vicio cargado de presunción —toda occidental y ma-quiavélica— de separar el camino de la meta, las modalidades delos objetivos, los procedimientos de los resultados, ha condena-do fuerzas políticas sinceramente revolucionarias a caer en equi-vocaciones colosales. En cada proceso hay unas coherencias in-ternas que determinan su éxito; no todo se puede plasmar por

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una voluntad externa. Lo mismo pasa con la investigación cien-tífica y la invención de tecnologías.8

Sólo una total emancipación ideológica y la superación de laidea de progreso como despliegue infinito de las potencias pro-ductivas sociales podrá devolver una centralidad al valor de usode las cosas alargando su vida útil, haciéndolas realmente pla-centeras e intrínsecamente provechosas.

La sociedad del decrecimiento humaniza los intercambios yrestituye a los interlocutores dignidad, paridad y reciprocidad. Eldecrecimiento valoriza las diferencias, reconoce el saber hacer, vuel-ve a centrar la economía de los sistemas territoriales (ciclos cortos,trazabilidad de las cadenas, valorización de las condiciones de pro-ducción), aumenta las relaciones de convivencia, desinteresadas,y devuelve al individuo autonomía y libertad de elección.

Un proyecto capaz de desengancharse de las lógicas de incre-mento continuo del mercado, pero también de las peligrosasquimeras tecnocráticas, controladoras, de derecha y de izquier-da. El decrecimiento activo, llevado a la práctica, supone sus-traerse conscientemente a las órdenes ajenas que nos llegan delcapital; es la configuración de un tejido de relaciones sociales li-bres, no heterodirigidas; es la opción de valorización de los bie-nes comunes y relacionales, de la cooperación y de la reciproci-dad, de la mutualidad y de la multiculturalidad.

Notas1. Mauro Bonaiuti, Per una politica di decrescita (Para una política de de-

crecimiento), www.decrescita.it, octubre de 2007.2. El PIB hace tiempo está siendo un blanco fácil para los que hacen crítica

del desarrollo. Roberto Lo Russo Nello De Padova, Depiliamoci: come passaredal Pil al Bil e tutelare l’ambiente (Como pasar del PIB al BIB —bienestar interiorbruto— y defender el medio ambiente), Editori Riuniti, 2007. Merece la penavisitar su web: http://www.benessereinternolordo.net/.

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3. Todavía piensa así Mario Tronti: La política tiene que dar respuestas eintervenir. Si no lo hace, la sociedad se autogobierna y es peor para los quequieren cambiarla». De una entrevista a Andrea Fabozzi en il manifesto, prima-vera de 2008.

4. Raul Zibechi, Dispersar el poder, Tinta limón ediciones, 2007. EscribeMarco Calabria en el prefacio de su edición italiana: «La representación, aun-que elegida, según Max Weber siempre comporta una relación de dominio.»

5. John Holloway, Cambiar el mundo sin tomar el poder. El significado de larevolución hoy, El Viejo Topo, 2002.

6. La referencia es a los textos de: Ekkehart Krippendorff, L’arte di nonessere governati. Politica etica da Socrate a Mozart (El arte de no ser gobernados.Política ética de Sócrates a Mozart), Fazi, 2003.

Véase también: Giulio Marcon, Come fare politica senza entrare in un partito(Como hacer política sin entrar en un partido), Feltrinelli, 2005.

7. Entrevista a Marcos, por Riccardo Bottazzo, La digestione del potere (Ladigestión del poder), Carta, agosto de 2008.

8. Giorgio Ruffolo escribe que es necesario sustraer la técnica a las leyes delmercado, para dedicarla al servicio del conocimiento. En este sentido el equili-brio ecológico, el freno al crecimiento económico del tener, estéril y autodes-tructivo, es la premisa necesaria para un humanismo». Capitalismo senza limiti(Capitalismo sin límites), en: La Repubblica, del 13/3/2008.

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Ganarán los que sabrán resolver la ecuación: vivir mejor conmenos dinero, menor consumo de mercancías, menos trabajoasalariado. Es decir, con más relaciones humanas, más acceso yposibilidad de goce de bienes comunes, más trabajo libre ycreativo. El motivo por el cual hasta ahora las razones delambientalismo han naufragado ha sido muy bien resumido porHervé Kempf:

Lo social queda en lo no-pensado de la ecología. Lo social,eso es, las relaciones de poder y de riqueza dentro de la socie-dad. Pero la ecología, paralelamente, es lo no-pensado de laizquierda. La izquierda, eso es, las personas que siguen me-tiendo la cuestión social —la justicia— en el primer lugar.1

El decrecimiento se plantea como alternativa a la recesión, quees la otra cara de la moneda de la sociedad de desarrollo. Crisis yreestructuración son los pasos normales que el sistema económicode mercado utiliza para socializar las pérdidas al mismo tiempoque se recapitaliza, innova procesos y productos, ampliando sudominio. No es casualidad que los economistas llamen a las crisis«oportunidades». Un eufemismo para decir que se trata de una

XV. DECRECIMIENTO COMO ANTÍDOTOA LA CRISIS

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partida donde son pocos los que ganarán y muchos los que van aperder. Como dice Naomi Klein, los grandes desastres, como cadaguerra, preparan el terreno a los cambios.2

Así pues, el decrecimiento no se pone banalmente como anta-gonista del crecimiento, sino como prevención y antídoto a lasconsecuencias concretas del crecimiento. La política económicadel crecimiento infinito conlleva inevitablemente la caída en pe-ríodos de «crecimiento negativo», fluctuaciones cíclicas recesivas,choques depresivos, fases de empobrecimiento y de paro.

El decrecimiento voluntario, que nace de una opción orien-tada, socialmente compartida es el exacto contrario del decreci-miento obligado, sufrido por las necesidades del declive econó-mico. En el primer caso se busca como resultado una mejora dela calidad de vida, una repartición diferente de las cargas labora-les, de mejor uso de los recursos, de mayor cooperación social,compartiendo y colaborando dentro de comunidades y pobla-ciones. En el segundo caso los costes de la crisis van a caer enci-ma de los grupos sociales más débiles. La primera pone en mar-cha procesos participativos de selección de las necesidades, delucha contra los gastos innecesarios y contraproductivos comoson el militar y el publicitario, a la vez que valora estilos de vidasobrios, la conservación de los bienes comunes, y promueve for-mas de gobierno comunitario de los territorios y los recursos. Lasegunda abre el camino al caos económico y social, a la luchaentre pobres. Los que van a sufrir primero las consecuencias dela crisis serán justamente los inmigrados, utilizados como fuerzade trabajo de usar y tirar, masas de parias perdidos en las «tierrasdel medio», sin derechos porque están sin trabajo. Blanco y viá-tico para políticas autoritarias y gobiernos déspotas.3

El decrecimiento no es tampoco una adaptación obligada yresignada a las condiciones provocadas por el colapso ambientalincipiente, una especie de aceptación supina de sus consecuencias.

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Los que sostenemos el proyecto del decrecimiento no pensamosque se trate de hacer «de tripas corazón».4 No vemos nada derealmente necesario en una crisis provocada por un modelo de de-sarrollo injusto y suicida, ni reconocemos ningún tipo de «oportu-nidad» en las consecuencias dramáticas de su crisis. Como muchouna urgencia para erradicar más rápido y más profundamente lascausas que han generado la crisis. El decrecimiento indica el cami-no para meter las virtudes en el centro de las necesidades.

El decrecimiento no es renuncia, privación, aceptación de con-diciones de pobreza, elogio del pauperismo. No debemos confun-dir la sobriedad con el sacrificio de lo necesario y ni tan sólo con larenuncia de lo placentero. Por el contrario, lo inútil y lo superfluose rechazan porque dañan incluso el goce estético. Parafraseando aGeorge Bataille, quien decía que en una sociedad dominada por laracionalidad utilitarista «el poder supremo es la libertad de mal-gastar», es decir, de dedicarse a actividades no productivas, se po-dría decir que en la sociedad del consumo el poder supremo esconseguir liberarse de la obligación de consumir mercancías. «Eldecrecimiento —escribió acertadamente Nicolas Ridoux—5 es deentrada un trabajo de evacuación, para volverse a centrar en losvalores que fundan nuestra humanidad».

No se trata tampoco de la proposición de una vida ascética ode nuevas tendencias eco-chic, freek-economy, ambientalismo sexy.Se trata más bien de un duro trabajo sobre estilos de vida. Esdecir, sobre nosotros mismos. Liberarnos de modelos de consu-mo plasmados por la oferta y practicar la búsqueda de un bienes-tar auténtico.6 Salir de la avidez de posesión y de la obsesiónconsumista compulsiva para reencontrar parámetros y conduc-tas éticas. Volver a empezar por el principio femenino del cuida-do y del mantenimiento. Rechazar la inmoralidad del derroche.Pensar que el camino correcto para el buen vivir es el de vivir conmenos. Pasar del exceso a la suficiencia. Salir del mito del creci-

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miento infinito como estado de eterna niñez. ¡Ya no podemosseguir visitándonos con el pediatra! Ahora ya somos seres vivien-tes adultos, maduros y conscientes. Tenemos que pensar en nues-tro mantenimiento, en man-tener (tener en mano) nuestras vi-das y dar a nuestras funciones vitales la mayor duración posible.Hemos de cuidar de nosotros mismos, de nuestros hijos y nie-tos. Ha llegado el momento de dejar de lado las bravuconerías ylos delirios de omnipotencia adolescente. Ya no quedan «prade-ras vírgenes» por conquistar, «nuevas fronteras» por cruzar. He-mos descubierto todo lo que necesitamos, nos hemos vueltointeligentes y potentes al extremo. Tenemos a nuestro alcancesaberes y tecnologías que están en condición de destruir en po-cos minutos el planeta tres o cuatro veces seguidas, o bien, alcontrario, para resolver todos los problemas primarios que an-gustian la totalidad de sus habitantes. Sólo hace falta quererlo.

En definitiva, la sociedad del decrecimiento prefigura mode-los de organización social más ricos y abiertos, diversificados ycomplejos. Exactamente lo contrario de una sociedad rígida yestancada, como es la actual, reducida a una única dimensión y auna única forma de producir y de pensar.

Se trata de un proceso evolutivo que sigue la pauta de lo queacontece en la naturaleza con la evolución auto-catalítica, comola llaman los biólogos que estudian la capacidad antientrópica,inherente a la materia, de autoorganizarse y transformarse desdeformas más primitivas hacia estructuras cada vez más complejas.La «ley de la organización», que regula la evolución de la mate-ria, desde el caos hasta las estructuras más ordenadas, es el fenó-meno opuesto a la catagénesis, que se produce cuando una espe-cie se somete a niveles extremos de estrés y sobrevive en unaregresión hacia estructuras menos complejas que las anteriores.

Si es cierto —como justamente afirma Giorgio Ruffolo—7

que «la especie humana es capaz de ampliar los límites que la

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naturaleza le ha asignado», esta posibilidad sólo le es dada si sa-brá sostener «la complejidad biológica (que) limita el flujo deentropía con frenos y balanceos», según escribe James HowardKunstler.8 Y que no debemos confundir con «la que considera-mos la complejidad artificial producida por los humanos (la tec-nología, la tecnosfera) que es, paradójicamente, un proceso desimplificación que acelera los flujos eliminando las diferencias».

La idea de la sociedad del decrecimiento es un proceso so-cial, para nada conservador, repleto si se quiere de mitospremodernos,9 pero proyectado contra y más allá de los fracasosevidentes de esta modernización sin futuro, sin equidad y sincalidad, contra natura y asocial, destructora de los mismoscimientos de la especie humana.

Todo esto en el plano de la teoría. El reto político que se nospropone ahora, en medio de la más grave recesión económicadesde 1929, es si el decrecimiento se puede proponer de inme-diato como una buena práctica útil para evitar los golpes de lacrisis sobre las capas de población menos protegida. Vivir sindinero en una sociedad que venera el dinero parece una misiónimposible. Más que un sueño, una pesadilla que evoca la autar-quía, la economía de guerra, el mercado negro, la cartilla de ra-cionamiento (que se parece a la «card» que el ministro liberal«arrepentido» Giulio Tremonti está repartiendo a los pobres enItalia). O bien podemos imaginar transformar la resistencia a lacrisis —«no queremos pagar nosotros vuestra crisis» es el lemade la «Ola estudiantil»— en una «escuela de autonomía», roban-do a Ferruccio Nilia el título de su proyecto de Res.10

Se pueden imaginar comunidades de individuos que empie-zan a dar vida a economías «sustanciales» (diría Polany), es decir,reales, autocentradas a partir de las necesidades efectivas de losbeneficiarios y de la disponibilidad productiva real existente encada territorio. Comunidades capaces de garantizar un mínimo

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de autonomía económica y de soberanía política; liberándose asíde las dependencias alimentarias, energéticas, de transporte, deedificación, incluso financieras. En esta lógica de relacionessistémicas, es posible entrelazar iniciativas como grupos de com-pra, bancos del tiempo, medios de transporte compartidos,autoedificación, viviendas compartidas... hasta llegar amicrocréditos y monedas complementarias. Un entramado derelaciones que se relaciona —por ejemplo a través las «páginasarcoiris»—11 con el de productores solidarios y participados.Consumo crítico y mutualismo pueden representar una respuestaconveniente a la crisis económica para núcleos familiares y co-munidades locales.12 Claro está, las fresas por Nochebuena y elmóvil nuevo cada seis meses no forman parte de este estilo devida. A cambio, podrían aumentar las zonas de huertas urbanas,los talleres de reparación, los mercados de segunda mano, losgrupos de colegas que acuerdan entre ellos horarios de transpor-te y tiempos de trabajo, así como fórmulas de gestión colectivade equipamientos, incluidos los hornos de pan, el welfare de laproximidad. Y claro, también desaparecería el agua industrial enbotellas de plástico y las incineradoras de residuos. A cambio,aumentaría el mantenimiento de la red hídrica y mejorarían lascadenas de recuperación, reciclaje y reutilización de materialespost-consumo. Y claro, las canteras, las cementeras y las inmobi-liarias se resentirían aún más al aprieto de la crisis económica. Acambio, aumentarían los cursos para autoconstructores yautoinstaladores de paneles solares, así como el trabajo dedicadoal aislamiento térmico.

En la misma óptica capitalista —según dicen— esta crisistendrá que servir de palanca para una reconversión inmensa delos aparatos productivos y energéticos en una era «post-petró-leo». Algunas ciudades (Transition Town) ya han empezado amoverse en esta dirección. Las buenas prácticas y los nuevos es-

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tilos de vida autosostenibles son coherentes con la perspectivade una profunda innovación de la economía, como lo demues-tran las actividades del Movimento per la decrescita felice (Movi-miento para el decrecimiento feliz) de Maurizio Pallante.13

Notas1. Hervé Kempf, op. cit. (p. 43).2. Naomi Klein, La doctrina del shock., op. cit.3. La Unión Europea con el «Pacto europeo por la inmigración» ha recalca-

do recientemente el vínculo entre permiso de residencia y lugar de trabajo. Unasoga que va a arrojar a la clandestinidad a no menos de seis millones de personasque trabajan «en negro».

4. El autor utiliza la expresión italiana «di necessità virtù». [N. del T.]5. Nicolas Ridoux, La decrescita per tutti (El decrecimiento para todos), op. cit.6. La referencia-guía son los «Balances de justicia», impulsados hace ya una

decena de años por don Gianni Fazzini y que luego se han ampliado en muchasy diversas variantes en toda Italia. Sobre este tema existe también una bibliogra-fía y unos recursos muy ámplios. Véase Antonella Valzer, Bilanci di giustizia.Famiglie in rete per consumi leggeri (Balances de justicia. Familias en red para unconsumo responsable), Emi 1999; Francesco Gesualdi, Manale per un consumoresponsabile. Dal boicottaggio al commercio equo e solidale (Manual para un con-sumo responsable. Del boicot al comercio equitativo y solidario), Feltrinelli,1999; Marinella Correggia, Cambieresti? (¿Cambiarías?), Altreconomia, 2006;Marinella Correggia, La rivoluzione dei dettagli. Manuale di ecoazioni individualie collettive (La revolución de los detalles. Manual de ecoacciones individuales ycolectivas), Feltrinelli 2007; Lorenzo Guadagnucci, Il nuovo mutualismo. Sobrietà,stili di vita ed esperienze di un’altra società (El nuevo mutualismo. Sobriedad,estilos de vida y experiencias de otra sociedad), Feltrinelli, 2008.

7. Giorgio Ruffolo, op. cit.8. James Howard Kunstler, La gran emergencia, op. cit.9. La diferencia sustancial con quien propone el decrecimiento desde la

derecha, por ejemplo Massimo Fini, está justamente en la idea del recorrido quehay que hacer hacia la sociedad del decrecimiento: un «proceso de vuelta atrásmodulando los efectos de forma paulatina», en lugar de «un crack súbito, inme-diato (pocas decenas de días) con consequencias apocalípticas fáciles de imagi-nar». La Storia pronta a dare la frustrata a un cieco modello di sviluppo (La His-toria lista para dar un latigazo a un modelo de desarrollo ciego), Il Gazzettino,17 de noviembre de 2008.

Acerca de la relación entre antiutilitarismo y las derechas, véase AlfredoSalsano, Le tre rotture del Mauss (Las tres rupturas del Mauss), en: Il dono nelmondo dell’utile (El don en el mundo de lo útil), Bollati Boringhieri, 2008.

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10. Se trata de un proyecto nacido de la mesa de trabajo permanente delForum del tercer sector de Pordenone sobre economía solidària: http://resfvg.blogspot.com/

11. Las primeras, en Italia, han sido las del Trentino, luego Bologna,Piemonte y Val d’Aosta, Milano, Como, Verona, Reggio Emilia, la región deMarche... También utilizaban el lema «Haz lo correcto!» («Fa la cosa giusta!»).

12. Las ACLI (Asociación católica de trabajadores) de Venecia han dadovida a un grupo de compra para familias en dificultad apoyándose a la estructu-ra municipal Aeres, una especie de incubadora para actividades económicas em-prendedoras alternativas.

13. Maurizio Pallante (ed.), Un programma politico per la decrescita (Un pro-grama político para el decrecimiento), Edizioni per la decrescita felice, 2008.

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El decrecimiento, antes que nada, pretende asumir los límitesbiofísicos de la Tierra; quiere evitar su degradación por exceso depresión humana, disminuyendo los flujos de materia y de energíautilizados en los procesos productivos y en los ciclos de consumo.

Banalizando, podríamos decir que «no hay para todo el mun-do». En opinión de muchos, este año ya se ha llegado al pico deHubbert.1 El escenario del agotamiento de los diversos recursosnaturales no renovables se puede imaginar como una hilera deguardacantones plantados delante de la carrera loca de la mega-máquina termo-industrial. Si, con un bandazo, consiguiera esqui-var uno (por ejemplo el petróleo), se encuentra con el del uranio.Si aprieta el acelerador de los agrocarburantes va a chocar contra laescasez de comida (de aquí la fulgurante definición de Frei Betto:«necrocombustibles»). Si se plantea satisfacer sus necesidades in-saciables de energía con las renovables, corre el riesgo de cubrir desilicio la superficie de la Tierra. Y así hasta el final.

Se necesitan pues políticas económicas e industriales de de-crecimiento y desmaterialización de los procesos productivos. Elimperativo es el de disminuir los inputs físicos de materiales yenergías necesarios para la producción de mercancías, su uso yeliminación post-consumo.

XVI. DECRECIMIENTO COMODESMATERIALIZACIÓN

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Hace tiempo que las autoridades económicas y políticas2

mundiales intentan impulsar una reconversión de los aparatosproductivos, que ha sido definida variadamente: «desarrollo soste-nible», «soft economy», «sociedad post-industrial», «economía delconocimiento», «economía del hidrógeno», «greenonomy revolution»(revolución de la economía verde) y así discurriendo, en un crescendode énfasis y de ilusiones. Empujados por la carga emocional y laspreocupaciones relativas al cambio climático —el «caos climático»,como mejor le llama Wolfgang Sachs—3 se ha disparado el «greenbusiness», los «negocios verdes». Han nacido fondos de inversiónespecializados en la gestión de los recursos primarios, del agua, delos residuos además de, obviamente, la energía, y ya se habla de unnuevo índice bursátil especializado en trabajar con títulos de em-presas implicadas en el sector ecológico (igual que el Nasdaq hacecon los títulos informáticos).4 El cambio climático se percibe comouna enorme oportunidad para la economía. El administrador de-legado de la Wal-Mart ha declarado que «hacerse verdes es unaforma nueva para recortar costes y aumentar beneficios». En undiario económico he leído: «Eliminar 175.000 millones de tonela-das sin dejar de crecer», a través de la introducción de «energíaslimpias», supone «un proyecto industrial que, en la historia, conestas dimensiones, nunca ha existido». La Shell en 2006 ha inver-tido 350 millones de dólares para la investigación sobre combusti-bles no fósiles. La BP cien. La crisis energética de 2008 con el pe-tróleo por encima de los 100 dólares el barril ha sido una minapara todos los grupos petroleros y alimentarios, de donde las em-presas están sacando a manos llenas para sus proyectos de rees-tructuración y reconversión. También Barak Obama cuenta conla «energía limpia» para enfrentar los efectos de la recesión econó-mica. Un «New deal verde global», con una inversión de 15.000millones de dólares, para crear cinco millones de lugares de traba-jo. Escribe —escépticamente— The Economist:

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Hay un paralelismo histórico para esta sinergía entre dos ob-jetivos prioritarios (lucha contra la contaminación y contrael paro): el gasto militar, que a finales de los años treinta de-rrotaron tanto el fascismo como la depresión.5

En realidad ha sido demostrado por Joan Martínez-Alier, consus estudios de Economía Ecológica6 y por el Movimiento deJusticia Ambiental (EJM), que los resultados previstos por los de-fensores de las nuevas tecnologías han sido casi siempre anula-dos por dos efectos contraproductivos:

La «trampa tecnológica» se dispara cuando las nuevas tecno-logías provocan en el medio-largo plazo efectos imprevistos oinfravalorados, algunas veces más perjudiciales que los que sequerían contrarrestar. Es el caso típico de muchas tecnologías dedescontaminación que producen simplemente una concentra-ción y un desplazamiento de los elementos tóxicos de una matrizambiental hacia otra. Pensemos en las milagrosas tecnologías de«secuestro de carbono» (concentración y confinamiento) o bien,al contrario, en la disolución y dispersión de los contaminantes através de la termocombustión de los residuos.

El «efecto rebote» es, por otra parte, aquello que se producecuando una nueva tecnología consigue efectivamente disminuirlos consumos por unidad de producto, pero al mismo tiempoaumenta la cantidad de mercancías producidas, vendidas y con-sumidas aumentando así los impactos globales. Lo que se ahorrapor un lado, se vuelve a gastar por el otro. El caso más clamorosode inversión de los fines nos llega justamente del «mercado deemisiones» (Emission Trading System), planteado por el Protoco-lo de Kioto, que empuja las empresas europeas a deslocalizar lasproducciones en Asia y en otros países donde las emisiones deCO

2 no son contabilizadas. Se trata, en gran medida, de mercan-

cías que luego se venden y consumen en Occidente. La atmósfe-

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ra no tiene fronteras, y así las astutas compañías internacionalesse las han ingeniado para superar el obstáculo desplazando lasmercancías.

El fracaso al que está abocado el Protocolo de Kioto dependede una contradicción interna originaria: confiar en las lógicas ylos mecanismos de mercado para neutralizar sus efectos. Es comopedir al verdugo que se cortarse la cabeza él solito. Es lo que enotras palabras se llama planteamiento «de prestación», alternati-vo al «de prescripción», basado en autorizaciones, que procedíade las autoridades públicas estatales. El mercado artificial de los«permisos para contaminar», la consiguiente compraventa decuotas de emisiones de dióxido de carbono y la transformaciónde la atmósfera en una mercancía intercambiable por dinero notienen otro efecto que permitir, una vez más, que ganen tambiénlos intermediarios financieros. Pensar que volver escaso el aireaumentando paulatinamente su «coste» pueda desincentivar suuso (es decir, pueda reducir la contaminación) es como decir queel elevado precio de un coche de lujo pueda hacer disminuir lademanda. En una sociedad de mercado es cierto exactamente locontrario; la economía es ese conjunto de instrumentos que per-miten conseguir el dinero necesario para comprar hasta la Luna,si esta estuviera a la venta. ¡Los viajes al espacio ya se venden enlas mejores agencias! La «palanca financiera» (como ya hemosvisto con la crisis) tiene exactamente la finalidad de que no lefalte nunca la moneda al mercado.

La única forma de revertir la carga de contaminación de lassociedades humanas dentro de los límites asumibles por la biosferaes la de reducir en términos absolutos las cantidades de materia-les y de energía que se extraen de ella, así como la cantidad deresiduos que se le devuelven. Alargar su tiempo de utilización,disminuir su obsolescencia programada.

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Notas1. Acerca del cálculo sobre el cénit de la producción de petróleo (la curva

trazada por King Hubbert para calcular las reservas de Estados Unidos) veánselos sitios web de la ASPO, la asociación que estudia el agotamiento de los recur-sos petroleros: http://www.peakoil.net/; http://www.aspo-spain.org . Interesantetambién el Observatorio de la Crisis Energética y las alternativas de sociedad(OCEAS): http://www.oceas.org/

Acerca de la situación energética más en general, la bibliografía es realmen-te interminable. En esta misma editorial, recordamos a Joaquim Sempere y EnricTello (ed.) El fin de la era del petróleo barato, Icaria, 2008. Imposible no mencio-nar el clásico de Richard Heinberg, Se acabó la fiesta. Guerra y colapso económicoen el umbral del fin de la era del petróleo, Barrabés, 2006.

Recordamos también: VVAA, Punto Rosso, 2006, con en anexo el texto del«contrato mundial para la energía y el clima, para desterrar guerras y pobreza yfrenar el cambio climático»; Fabio Orecchini, Vincenzo Naso, La società NoOil. Un nuovo sviluppo è possibile ma senza petrolio (La sociedad No Oil. Unnuevo desarrollo es posible, pero sin petróleo), Orme, 2006; Eric Laurent, Laverità nascosta sul petrolio. Un’inchiesta esplosiva sul ‘sangue del mondo’ (La ver-dad escondida sobre el petróleo. Una enquesta explosiva sobre «la sangre delmundo»), Nuovi Mondi Media, 2006; Thomas Seifert, Klaus Werner, Il libronero del petrolio. Una storia di avidità, guerra, potere e denaro (El libro negro delpetróleo. Una historia de codicia, guerra, poder y dinero), Newton Compton,2007; VV AA, Cambiamenti climatici. Problemi e prospettive (Cambios climáticos.Problemas y perspectivas), Punto Rosso, 2007.

2. Pensamos en el Informe Stern encargado por Blair en 2006 y las legisla-ciones que derivaron de ello en Gran Bretaña, Alemania, España y Francia.

Una excelente síntesis de las posibles acciones en la dirección de la«sostenibilidad» que pueden tomarse en ámbito empresarial («capitalismo natu-ral»), nos la proporciona una investigación de Ires Cgil del Veneto: «Procesosproductivos que disminuyen la cantidad de combustibles fósiles, kilowatios con-sumidos, kilos de acero, aluminio y madera, más que el número de trabajadoresempleados en el ensamblaje de bienes o en la oferta de servicios; los productostendrán que ser lo más duraderos posible, actualizables, reparables, reacon-dicionables de manera que su vida útil aumente; tendrán que ser desensamblablescon facilidad de manera que sus componentes puedan substituirse y reacon-dicionarse, y los materiales de que están hechos tienen que poderse reciclar yreutilizar; reprocesados de tal forma que trabajo, energía y materiales incorpo-rados se puedan reaprovechar. La venta de servicios y la posesión en lugar de lapropiedad de los bienes, de tal manera que el productor mantendrá la titulari-dad del bien, será responsable de su funcionamiento, mantenimiento y repara-ción, encontrando así un estímulo para producir bienes más duraderos, repara-bles, reutilizables, reciclables. Energías renovables y limpias, cuyas emisiones nosean nocivas y que utilicen un mayor nombre de empleados en comparacióncon las fuentes tradicionales; los sistemas energéticos serán distribuidos y sebasarán en su mayor parte por la microgeneración de calor y electricidad, conenergía producida e intecambiada in situ en una relación bidireccional entre los

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que hoy llamamos productores y consumidores; las fuentes serán locales, econó-micas, diversificadas para una red más estable y segura. Impuestos que desalien-ten el consumo de recursos, la producción de residuos y la contaminación, ysubsidios que estimulen el aumento de productividad de los recursos y de proce-sos de producción limpios basados en recursos renovables; una contabilidad decoste entero que incorpore todo el gasto de la utilización de energía y materia-les, con incentivos a la reducción de las mermas». Matteo Cimiero, Legame trasostenibilità ambientale, competitività e riflessi occupazionali in sei casi aziendalinella regione (Vínculos entre sostenibilidad ambiental, competitividad y reper-cusiones en la ocupación, en seis casos empresariales de la región Veneto), cen-tro Studi Ires Cgil Veneto, julio de 2008.

3. Wolgang Sachs y Tilman Santarius (ed.), Per un futuro equo. Conflittisulle risorse e giustizia globale. Un report del Wuppertal Institut (Para un futuroequitativo. Conflictos sobre recursos y justícia global. Un informe del WuppertalInstitut), Feltrinelli, 2007.

4. Los principales fondos que he encontrado se llaman: Renewable energyCorporation, Gamesa, Vestas Wind Systems, Q-cells, Edp-Energias de Portu-gal, Clean Energy.

5. De un artículo de The Economist recogido en Internazionale del 14 denoviembre de 2008.

6. Joan Martínez-Alier, El Ecologismo de los pobres: conflictos ambientales ylenguajes de valoración, Icaria, 2005. Martínez-Aliem introduce el concepto de«metabolismo social» y elabora unos indicadores del perfil metabólico de unsistema económico, es decir, la medida de la apropiación humana de la produc-ción primaria neta de biomasas. El flujo material per cápita en el tiempo.

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No basta con las energías renovables, la reutilización y el reciclajede los materiales, el aumento de la eficiencia de los motores, lanueva filosofía de consumo, pasando de la venta de productos aservicios efectivamente prestados (E.S.Co —Energy ServiceCompany— para la energía, car sharing para los transportes,maquinaria alquilada para prestaciones, etc.). Para disminuir efec-tivamente los impactos es necesario salir de la lógica del creci-miento exponencial. Hace falta una verdadera «revolución ver-de» cuyo primer escalón es la autoproducción o bien, comohubiera dicho Gandhi, el «trabajo por el pan», trabajo manualmínimo para la producción de valores de uso, trabajo como ins-trumento de autorrealización y de servicio a los demás. En otraspalabras, la revalorización de las formas económicas de la subsis-tencia, consiguiendo satisfacer el mayor número posible de ne-cesidades propias sin depender del exterior, ampliando las rela-ciones interpersonales fundadas sobre la reciprocidad del don,los vínculos comunitarios. Como nos recuerda Maurizio Pa-llante:1 «El decrecimiento inducido por la autoproducción debienes (y de servicios a las personas) es un factor de felicidad». Suidea es que pueda haber una sociedad con una economía organi-zada alrededor de tres círculos concéntricos: «El círculo interior

XVII. DECRECIMIENTO COMODESMERCANTILIZACIÓN

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incluye el área de la autoproducción de bienes y servicios. Laprimera corona circular corresponde al área de los intercambiosbasados en el don y la reciprocidad. La corona circular exterior esel área de los intercambios mercantiles. En esta las hileras máscortas son las más internas». Autoproducción y don son, así,compatibles con un «desarrollo tecnológico orientado de formadiferente», a través de una «reunificación del saber cómo se ha-cen las cosas (cultura científica) con la búsqueda del sentido porlas que se hacen (cultura humanística)». Pallante está en contrade la «omnimercantilización». Cree que los «ciudadanos cons-cientes» pueden vincularse políticamente sobre todo en el ámbi-to local para imponer opciones políticas orientadas hacia lasostenibilidad: «no hay progreso sin conservación», no sólo de lanaturaleza, sino también de los saberes y de la tradición.

La recomposición entre economía y ética debe empezar des-de el primer peldaño. Cualquier acción nuestra tiene un im-pacto ambiental y produce una cadena de consecuencias socia-les. Es necesario tener consciencia y comprometerse a limitarlos daños. En la economía gandhiana el consumidor debe ha-cerse una serie de preguntas: ¿cuánto sabes del objeto que estáscomprando? ¿Quién lo ha producido y en qué condiciones tra-bajan y viven los que lo han producido? ¿Cuál es la parte delprecio final que le queda al productor? ¿Qué materiales se hanutilizado? ¿Cómo ha sido producido? ¿Cómo se reparte el be-neficio?2 La reconstrucción de la hilera de producción es clavepara trazar el «ciclo de vida» de los materiales y la energía con-tenidas en el producto y para hacer transparentes las «cláusulassociales» que han permitido su producción, transporte ycomercialización. Si no lo hacemos estamos todos en complici-dad y colusión.

Desmercantilización no significa tan sólo evitar de utilizar elmercado, sino también y sobre todo retornar a usos colectivos

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aquello que el mercado había privatizado. Hay que entender almedio ambiente como «esencial en la reproducción material dela vida humana y en la realización de las relaciones socioculturalesy de la vida pública».3 El territorio como «bien común».4 La ciu-dad como «casa de la sociedad».5 Lugares de la socialización, fun-cionales al vivir comunitario. Los bienes comunes como res pu-blica.6 Bienes, no mercancías, que no se agotan con su utilización;patrimonios colectivos hechos para durar y cuyo valor no es cal-culable en dinero. Bienes fundamentales, insustituibles, necesa-rios para todos, y globales, frutos de la creación colectiva (natu-ral y cultural), espacios abiertos a la libre circulación de los flujosvitales que pertenecen al terreno de los derechos humanos y so-ciales. Como deben serlo la atmósfera terrestre, las aguas, losbosques, el paisaje, el genoma de las plantas, la fauna salvaje, laenergía primaria. Pero también el conocimiento, la educación, lasalud, la comunicación, la movilidad, la seguridad, la justicia ylas instituciones políticas, sí tienen la voluntad de ser democráti-cas. Exactamente lo contrario del «territorio del desarrollo», delsuelo como soporte inerte a disposición de las actividades econó-micas capitalistas. Exactamente lo contrario de la concepción dela naturaleza como espacio por conquistar para el dominio delhombre y para que se ponga a la disposición de los procesos deexplotación minera, agroforestal, inmobiliaria, industrial.

Se abre aquí el campo fascinante y decisivo de cómo las co-munidades pueden imaginar el poder gestionar su patrimonioambiental, histórico y social. Contra cualquier forma de privati-zación, de economicismo empresarial, pero también de burocra-tización pública estatal. Formas de control y de fruición sociali-zadas, como lo fueron los «usos cívicos», el comunalismo agrícolade los «campos abiertos», anteriores al proceso de las enclosures,la legislación urbanística en un determinado y breve período, laafirmación del principio de propiedad municipal pública de los

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«cuerpos hídricos», el reconocimiento del paisaje como bien cons-titucionalmente protegido.

No sólo el territorio y los bienes naturales no pueden serprivatizados. Los mecanismos de mercado tampoco funcionanen el sector de los servicios públicos. Allá donde no hay condi-ciones de competencia y de libre elección para el consumidor, secrean monopolios naturales que regalan rentas a quien los ges-tiona. Para ir más allá de los límites teóricos y prácticos del fun-cionamiento del mercado se han inventado complicadísimos sis-temas reguladores, acrobacias de ingeniería institucional:autoridades de control de la competencia, leyes antitrust, «misterprecios», acuerdos sobre libre comercio, etc. Esto pasa porquelas formas de gestión con sociedades de capital (S.A.) empujan elmanagement a buscar beneficios (derecho comercial). Ahorrar (porejemplo en el suministro de agua o de energía eléctrica o de cual-quier otra cosa) es un sinsentido para una empresa «orientada almercado». Hace ya un par de siglos los economistas se interroga-ban si era lícito tener beneficios por la gestión de los asilos parapobres. Para una sociedad anónima la optimización económicapodría llevar a aumentar a los pobres o dejarlos famélicos. Es undilema que el furor ideológico neoliberal ha superado de unatajada: residuos, cárcel, cementerios, autopistas, sanidad, instruc-ción... cualquier «servicio» se puede reconducir a una «gestiónindustrial a demanda individual», y por lo tanto, se puede llevara cabo con criterios y medios empresariales.

Para la privatización de los servicios públicos se han inventadosistemas cada vez más refinados. Uno de los últimos inventos es elProject financing (finanzas estructuradas). Un pilar de la«turbofinanza». Un «procedimiento negociado» que tiene lugarentre autoridades públicas y promotores privados (gestores de fon-dos especializados en infraestructuras, Infrastructure equity fund),a través de los cuales la gestión de las utility (utilidades) y cual-

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quier otro servicio que pueda dar lugar a ingresos, tarifas, entra-das, etc. (es decir: agua, energía, telecomunicaciones, transportes,teatros, cementerios, cárceles, hospitales...) pasan a manos priva-das. Los usuarios seguirán pagando con intereses los antícipos ban-carios, las amortizaciones y los beneficios de empresa, a través deun invisible sobreprecio de los servicios prestados, o bien, de nue-vo, tendrá que hacerlo la entidad pública que los concede.7

El análisis concreto de los resultados está bajo la mirada detodos: servicios públicos cada vez más caros y de mala calidad. Elcaso emblemático es la «empresarización» de los lugares paracuidado de ancianos de los Estados Unidos. Sigue de cerca laprivatización del sistema ferroviario en Gran Bretaña.

Notas1. Maurizio Pallante, Discorso sulla decrescita (Discurso sobre el decreci-

miento), Luca Sossella editore, 2007. Del mismo autor véase también: Ladecrescita felice (El decrecimiento feliz), Editori Riuniti, 2005.

Véase también: VVAA. Decolonizziamo l’immaginario (Descolonicemos elimaginario), Associazione per la Decrescita (ed.) (www.decrescita.it), suplementode «Aprile», junio de 2007.

2. Arnit Basole, The economics of Ahimsa, enero, 2005.3. Alberto Magnaghi «Il territorio. Il bene comune per eccellenza» (El te-

rritorio, bien común por excelencia), en Carta, noviembre de 2006.4. Acerca de la individuación y de la gestión de los «bienes comunes» ha

nacido una amplia investigación teórica y práctica. La bibliografía es muy exten-sa, pero algunos títulos nos pueden servir de guía: Giovanna Ricoveri (ed.), BeniComuni, tra tradizione e futuro (Bienes comunes, entre tradición y futuro), Emi,2005. Massimigliano Smeriglio, Città comune (Ciudad común), con presenta-ción de Alberto Magnaghi. Romano Nobile (ed.), Giù le mani dai beni comuni(¡Los bienes comunes no se tocan!), Malatempora, 2006.

5. Edoardo Salzano, Ma dove vivi? La città raccontata (¿Dónde vives? Laciudad explicada), Venecia, 2007. Véase además los documentos preparatoriospara los seminarios del Foro Social Mundial de Nairobi (2007) y Malbo (2008).En: www.eddyburg.it

6. Riccardo Petrella, «Res Publica», en Carta y il manifesto, verano de 2006.7. Ha escrito Nelli Elena Vanzan Marchini, una historiadora de la sani-

dad, en relación con la «transformación empresarial de los lugares de cuida-do»: «El paciente que tendrá que ser ingresado en esta estructura pública será

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(a pesar suyo) cliente de laboratorios privados cuya maquinaria es adquirida yamortizada según una lógica productiva privada, finalizada al número másalto de prestaciones, privilegiando las que son más remunerativas [...] Es legí-timo preguntarse si dentro del departamento de radiología y del laboratoriode análisis el personal médico podrá decir la suya acerca de la elección de lastecnologías más apropiadas para la salud del paciente». «Il Gazzettino», 12 demayo de 2006.

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Ha escrito con gran realismo Latouche: «El programa de una po-lítica nacional de decrecimiento se presenta así como una parado-ja. La realización de perspectivas realistas y razonables tiene pocasesperanzas de poderse concretar sin una subversión total de lo exis-tente.1 Mientras sigamos aceptando quedar atrapados dentro delos parámetros de la economía de mercado, mientras los aumen-tos de productividad no se traduzcan en «decrecimiento del es-fuerzo de trabajo» (reducción del tiempo dedicado a trabajar) y noen aumento de producción, mientras dejemos que nos plagien conel «ciclo infernal de las necesidades y de las rentas», tendrán razónperfectamente los portavoces bipartidistas de las economías globa-lizadas en declamar su mantra: sin crecimiento nada de desarrollo,nada de bienestar, nada de welfare, nada de redistribución de lasrentas. Fuera del espiral del crecimiento sólo hay depravación ymiseria. «Crecer o morir» es su programa único.

En efecto, todavía no conseguimos imaginar nuestro «crecimien-to humano personal» si no en forma de acceso y apropiación de bie-nes y servicios, de cosas y de oportunidades que el mercado nos metea su disposición. A Latouche le gusta citar a Mark Twain: «Si el hom-bre sólo dispone de un martillo, plantea todos los problemas comosi fueran clavos». En otras palabras no sabemos/podemos imaginarotra forma de satisfacer nuestras necesidades y nuestros deseos si no

XVIII. DECRECIMIENTO COMOPROYECTO DE AUTOGOBIERNO

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es comprándolos en el centro comercial, en el parque temático, en laagencia de viajes, en el fast food, hasta llegar, para los machos insa-tisfechos, a los locales de luz rojas donde se violan cuerpos a pago.

Como dice cierta tradición del pensamiento político: «La em-presa política es la construcción del sujeto» (Stefano Rodotà). Loprimero que hay que hacer, por lo tanto, para crear una base socialdel movimiento para el decrecimiento es poner en marcha la ima-ginación, liberándola de los condicionantes culturales. Pero, ¿cómohacerlo? ¿Hay una pedagogía capaz de acompañar el cambio? De-masiados han sido los profetas que, en lugar de ser recompensadospor sus conciudadanos por haberles avisado a tiempo de las des-gracias venideras, se les ha tratado como causantes de la desventu-ra. Si las razones profundas de las catástrofes no llegan a entender-se y elaborarse correctamente, el riesgo es que el sufrimiento de laspoblaciones explote en todas direcciones y que las haga presa fácilde los emprendedores del miedo y del odio.

El decrecimiento, por lo tanto, hay que entenderlo principal-mente como «revolución cultural», «descolonización de las mentes»,«una utopía, eso es, una fuente de esperanza y de sueño» (siempreLatouche), batalla de ideas. Lo que sirve para hacer concretamentepracticable este recorrido es un relato que haga deseable una «alter-nativa de sociedad» para la cual valga la pena invertir nuestras ener-gías personales. Pero para movilizar las energías sociales necesariaspara producir el cambio no es suficiente un esfuerzo pedagógico.No basta con utilizar argumentos lógicos y racionales. Para desmon-tar lo absurdo del actual modelo económico hipercapitalista yneoliberal se hace necesario un debate acerca de la idea de sociedadrecuperando parámetros de valoración éticos. En el fondo del cere-bro de cada uno de nosotros, por mucho que pueda ser alterado yseducido por el consumismo, persiste una idea ética con la quepodemos valorar las acciones nuestras y de los demás. Me refiero alimperativo categórico kantiano, que está dentro de cada uno,

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o —a placer— a las mil formas de iluminación de las almas o detoma de conciencia que nos llegan casi intactas de las tradicionesculturales, históricas y religiosas desde cualquier parte del mundo.Es sobre todo en el terreno de los principios que decrecimiento ynoviolencia adquieren su fuerza, muestran su alteridad irreductibley generan esperanza para la iniciativa político-social. «La liberación—escribía Marco Revelli—2 nos va a pedir un trabajo paciente acer-ca de y con los demás, y sobre nosotros mismos. Nos va a pedir unametamorfosis existencial. Una mutación antropológica». Y por miparte no sé imaginar otra diferente de la descrita por Fromm: el pasodel carácter del ser humano desde un modelo existencial dictadopor los principios del tener a otro modelo basado en los del ser. Obien, si se prefiere, un tipo de «hombre austeramente anárquico» —para utilizar una expresión de Illich— en un contexto de anarquíailustrada, donde cada cual se gobierna por sí mismo —para decirlocon palabras de Gandhi.

El camino que puede seguir el recorrido de liberación lo ha des-crito Cornelius Castoriadis, más o menos con estas palabras: cadaser humano, considerado individualmente, posee en su psique unacapacidad irreducible de imaginación radical, original, un germende autonomía, libre de cualquier conformidad. Esta capacidad deimaginación siempre se manifiesta como sueño o como enferme-dad, como contestación o como desviación. Pero si encuentra la for-ma de relacionarse colectivamente y se dota de un proyecto socialarticulado, se vuelve potencia creativa, «imaginario social constitu-yente», una fuerza que es capaz de cuestionar «las formas socialesexistentes del hacer y del representar».

Notas1. Serge Latouche, op. cit.2. Marco Revelli, Agire la nonviolenza (Actuar la noviolencia), Punto Rosso/

Liberazione, 2004.

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La iniciativa, por lo tanto, pasa a ser de la política, entendida comoactivación de subjetividades reales y regulación de las relacionesentre individuos y grupos sociales. Así como la noviolencia hablade las modalidades de ejercicio del poder excluyendo la posibili-dad de recurrir a la coerción, el decrecimiento habla a la sociedadliberándola del yugo productivista, del trabajo mercantil.

En un contexto político noviolento y económico no vincula-do al crecimiento, la regulación social del poder será libre y com-partida, así como voluntario y solidario será el esfuerzo produc-tivo de cada individuo y de cada comunidad trabajadora. La«sociedad buena» y la «política buena» tienen que ir de la mano.No hay un antes y un después, un impulso ético individual«prepolítico» y una acción colectiva desvinculada de la moral,sino una cadena que lo tiene todo junto: la rebelión que empujacada individuo a sustraerse de cualquier autoridad no comparti-da, las ganas de subvertir las relaciones sociales constrictivas,empezando por las productivas, el deseo de construir espaciospúblicos de autogobierno y de autonomía.

En definitiva, puede que haya llegado el momento, por par-te de los grupos de activistas sociales, locales, de cooperación,

XIX. DECRECIMIENTO COMO ACCIÓNPOLÍTICA

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del mutualismo, de la ciudadanía activa, del decrecimiento... deregenerar y volver a valorar la política, reapropiándosela, resca-tándola de las instituciones estatales que la tienen secuestrada ytambién volviendo a hacerla pública, sustrayéndola al monopo-lio de los partidos, en un movimiento de autotransformaciónde sí mismos y de los demás. Un conocido y sarcástico aforismo dePaul Valéry decía: «la política es el arte de impedir a la gente deinmiscuirse en sus propios asuntos». La política en manos deprofesionales sustrae la esfera pública a los ciudadanos. Los gru-pos que detentan los poderes reales controlan a través de las cas-tas (políticas, sindicales, periodísticas) lo que queda de los pode-res públicos.

Hilary Wainwright1 e, incluso antes, Danilo Dolci2 han re-cordado una distinción fundamental entre dos significados dife-rentes del poder: como «posibilidad de», como capacidad de trans-formación, potencia creativa, libre, antagonista, crítica... que seencuentra en cada individuo y que es condición de cualquier as-piración al cambio, al «empoderamiento», al protagonismo so-cial; o bien, como dominio, libido dominandi, coerción, priva-ción, desocialización que se sirve de dispositivos alienantes, de laviolencia, de la corrupción y de la intimidación y que comportauna asimetría entre aquellos que lo detentan y aquellos en con-tra de los cuales el poder se ejerce. Prescindir del «poder de po-der» sobre los demás a favor de una capacidad llena de autode-terminación y autorrealización, me parece que, en definitiva, esel significado último de la noviolencia. Así, para la política deldecrecimiento, tendríamos que pensar a una «política más alládel poder» (aquí nos ayuda el pensamiento feminista, con laspalabras de Adriana Cavarero), o para ser más exactos una políti-ca en contra y más allá del dominio. El decrecimiento concebidocomo un proyecto político capaz de promover desde ahora mis-mo transformación y negociación; de imaginar una «sociedad

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buena» y una modalidad de organización colectiva que sea ya unbuen «vivir juntos»; una idea de modernidad a la cual valga lapena aportar algo personalmente y una ética civil que devuelvael sentido a la política.3

Así, pues, el decrecimiento querría activar esos «procesos deproducción de consciencia y de idealidad —planteados por PinoFerraris en su idea de «partido social»— desde el interior de laexperiencia social del trabajo y de la vida y en el curso de la ac-ción directa de las grandes masas».4

En concreto, ya es posible hoy ver avanzar nuevas imprevistassubjetividades políticas. «La revolución es ya mismo», podríamosdecir también nosotros. En las manifestaciones de los estudianteshay escrito: «No vamos a pagar nosotros vuestra crisis». Un men-saje de alteridad irreductible a las lógicas del mercado. Un rechazoque es el punto de arranque de una rebelión hacia una condiciónde vida marcada por la precariedad y el no reconocimiento de unomismo. En los movimientos comunitarios de resistencia a las gran-des obras invasivas y contaminantes, empezando por la Val di Susa(obras para un tren de alta velocidad hacia Francia a través de losAlpes) hasta Melilli (proyecto de una planta de gas en zona de ries-go sísmico), de Vicenza [ampliación de una base militar america-na] a Chiaiano (municipio cerca de Nápoles donde se proyectabauna planta de incineración de residuos), poblaciones enteras se hanapropiado de formas de democracia directa de masas y han reuni-do una comunidad no de tipo identitario, estrecho de miras, dedestino, sino libre, alegre, vital. Empleados de la administración(maestros, empleados del transporte y de otros sectores públicos)rechazan con indignación la campaña política denigratoria contratodo lo que es público y reivindican con orgullo su profesionalidadal servicio de una función social. Grupos de inmigrantes afectadospor las diferencias raciales y el apartheid social empiezan a salir delcono de sombra y afirman su autonomía subjetiva y cultural. Ca-

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tegorías enteras de trabajadores empobrecidos vuelven a encon-trar una cohesión que parecía definitivamente rota por la indivi-dualización de las relaciones contractuales de trabajo.

Los individuos, por mucho que se les maltrate, no dejan debuscar un sentido digno a su existencia, no renuncian a vivir mejorjuntos. La crisis los empujaría hacia la desesperación, el estarjuntos los afianza en la búsqueda de un camino de salida.

Claro, se trata de destellos, relámpagos en la oscuridad, peroque podrían conectarse entre ellos, desde abajo, mediante prác-ticas moleculares, relaciones sociales. A partir de las realidadeslocales, formando «redes territoriales de autonomías cooperantes»(es de nuevo Pino Ferraris quien lo escribe). Abensour tambiénescribió: «La democracia no es un régimen político, sino en pri-mer lugar una acción, una modalidad del actuar político, especí-fico en el sentido que la irrupción del ‘demos’, del pueblo, en laescena política, en oposición a lo que Maquiavelo definía como‘los grandes’, supone una lucha para instaurar un estado de no-dominación en la ciudad».5

Los que habían dado por definitiva la victoria del dominiocapitalista tendrían que recapacitar. A pesar de los muchosanalistas sociales que describían a los individuos modernos comouna «papilla» y la sociedad como una masa «viscosa» o un «agre-gado fragmentado y sin forma de particularismos corroídos»(como apuntaba desconsolado Mario Tronti), la realidad parececapaz de sorprender.

Al mismo tiempo estaría bien que nadie pensara en poderutilizar el «empuje» de los movimientos sociales para perseguirsus planes políticos en el mundo separado y virtual de la repre-sentación institucional, en la lógica de intercambio entre poder,economía, sociedad. Un viejo vicio de las izquierdas políticas.Angelo Bollafi anotaba, hace ya treinta años: «La autonomía delos movimientos de masas siempre se entiende restrictivamente

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(con soberanía limitada) a la espera de su finalidad última, quees la de ser «parlamentarizada» y completamente sintetizada enla forma-partido».6 Y hablamos de un tiempo en que existía unpartido al que no le faltaba «masa crítica», como trágicamentepodemos escuchar hoy. Sigue Bollafi: «El movimiento de masasse concibe como algo informal, una especie de busto de MiguelÁngel ya no simplemente social sino también político». Unapoliticidad in nuce que espera ser completada por el único sujetopolítico que tiene acceso al juego institucional, el partido. Unaidea de la política dura de morir en la izquierda política, queconcibe una especie de división del trabajo, de los papeles y delas funciones absolutamente privado de sentido, que alimentalas separaciones, entrega la representación al juego del poder, niegaa los movimientos la potencialidad de negociar y de representar-se por cuenta propia.

Seguimos sin entender que el sistema político-institucionalhace tiempo que pasa por una crisis de legitimidad irreversible acausa de la decadencia progresiva del parlamento así como detodas las asambleas electivas como lugar de la decisión transpa-rente, de la estatalización del sistema de partidos, de la mediati-zación del mercado político electoral. Ha escrito Lea Melandri:

El papel centralizador del macropoder ha contribuido a ali-mentar la idea que las instituciones sean el lugar desde don-de se dirige la vida de toda la sociedad, pero la realidad esbien diferente. El macropoder no contiene el conjunto delproceso político y menos aún el del social. No es más que unarchivo o una expresión segunda. Lejos de reunir en sí lapotencia de lo político, está más bien englobado, orientado,dirigido por él. Así pues, es a través de las conflictivas modi-ficaciones de la configuración de micropoderes que se reali-zan las mutaciones más radicales de las formas de vida y de

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los mecanismos de reproducción social. Renunciar a las so-luciones universales y a la perspectiva unitaria dentro de lacual hacer encajar la multiplicidad de nuestras acciones sig-nifica también renunciar a la tentación de dar un sujeto almovimiento reticular que está obrando para la creación deuna alternativa.7

Notas1. Hilary Wainwright, intervención en Networked politics, Transform, 2007.2. Danilo Dolci, Comunicare la legge della vita (Comunicar la ley de la

vida), La nuova Italia, 1977.3. «Un’altra politica» (Otra política) es el título de una carta-llamamiento

firmado para personas diversas, publicado en la revista Carta, n.º 18 del mes demayo de 2008, a partir de un seminario de la asociación «Cantieri Sociali».

4. Pino Ferraris en: Alternative per il socialismo (Alternativas para el socia-lismo), 2008.

5. Miguel Abensour, La democracia contra el Estado, Colihue, 1998.6. VVAA, Il Partito politico (El partido político), De Donato, 1981.7. Lea Melandri, «Chi ricomincerà a lottare? Quelli che sono contro»

(¿Quién volverá a empezar la lucha? Los que están en contra), en: Liberazione,13 de agosto de 2008.

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En el fondo de todos nuestros males está la idea —de a que lamodernidad está empapada— de la separación entre ética y po-lítica, entre ética y economía, entre ética y ciencia, entre ética yracionalidad técnica, entre ética y cualquier práctica humana es-pecífica que se haya dotado de un estatuto lógico autónomo. Endefinitiva, podría decirse que todo el pensamiento occidental tien-de a desplegar el potencial de acción humana más allá de cual-quier obligación que derive de normas de carácter moral, de con-sideraciones sobre el bien y el mal, sobre lo que es justo o injusto.Para alcanzar este resultado han disciplinado incluso la ética, re-legándola a la esfera de la fe y de la religión, es decir, de las verda-des imaginadas, en beneficio de curas y filósofos. Mientras, encambio, a las ciencias naturales y, por extensión, a las sociales, seles otorga el estatus de la verdad efectiva de las cosas y son pre-rrogativa exclusiva de los científicos que poseen las leyes de lanaturaleza, de la vida, de la sociedad y de la psicología de loshombres. Cada una con un «código ético» específico. Una éticahecha pedazos.

Así pues cualquier actividad humana tendría que ser confor-me a normas y preceptos codificados «científicamente»: el hom-bre de negocios tendrá que responder a la ética de los negocios,

XX. EL «BINOMIO TRÁGICO»:1

ÉTICA DEL CONVENCIMIENTOY ÉTICA DE LA RESPONSABILIDAD

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el gestor de la sanidad a los preceptos de la comisión ética nom-brada por el ministro o la ministra del momento, el ejecutivo deempresa a los parámetros establecidos por la sociedad que certi-fica la marca de «empresas con responsabilidad social», y así se-guidamente. Cada profesión y cada condición social debe respe-tar su específica «ética», relativa y bien separada de las otras. Paraun trabajador será la ética del trabajo, eso es, hacer bien lo que lemandan hacer. Para la madre, el bien será cuidar de los hijos (por-que los deberes de una buena madre no deben ir más allá de lapuerta de casa; los valores del cuidado no deben extenderse a lasociedad, donde domina otra «ética», la de la competición).

Una forma de pensar como esta, que sustrae la conducta hu-mana a los juicios de valor, limitándola y relativizándola, sirvepara afirmar una nueva «categoría universal»: el crecimiento dela producción de mercancías. Estas, de hecho, se representan comoun bien en sí, indiscutible, prescindiendo de cómo, dónde y quése produce, y para quién. Para poder ser ilimitado, el crecimien-to tiene que liberarse de cualquier obstáculo, incluso de caráctercultural, y en primer lugar de la idea de equidad y responsabili-dad. Para eliminar cualquier obstáculo ético a la violación y a laexplotación de los recursos naturales y de todo ser vivo, la revo-lución científica ha reducido la naturaleza a materia inerte quehay que aprovechar.

Edgar Morin, autor de El método,2 ha escrito: «La cienciamoderna se ha fundado sobre la separación entre juicio de he-cho y juicio de valor, es decir, el conocimiento por un lado y laética por el otro.» Y también: «A partir de Maquiavelo la éticay la política se encuentran oficialmente separadas. En la con-cepción del príncipe (al gobernante), le corresponde obedecera la utilidad y a la eficiencia, y no a la moral.» La racionalidadinstrumental (los medios) por un lado, los objetivos (los fines)por el otro.

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La ciencia ha ofrecido la justificación a la explotación sin lí-mite de la naturaleza y del trabajo humano presentándose comoun sistema de conocimiento universal, liberado de valores, hos-til a culturas que conciben de forma diferente la relación con lanaturaleza y entre seres humanos.

Aún y así, a pesar del dogma de la separación entre ética yciencias, demasiadas veces hemos tenido que reconocer, en lahistoria, que lo «técnicamente posible» no siempre coincide conlo lícito, y que lo útil en el plano instrumental no siempre co-rresponde con el bien general. Vuelve a abrirse, entonces, ennuestra sociedad posmoderna, un contencioso que la Ilustraciónse había creído cerrado. Como escribe Marcello Cini: en una so-ciedad donde la ciencia y la técnica son determinantes, «llega aser cada vez más difícil discernir los hechos de los valores»; es laantigua «contienda por la hegemonía en la sociedad entre quienpretende ser el depositario y administrador de los valores (la Iglesiade Ratzinger) y los que consideran que sólo a través del dominioracional sobre los hechos (la laicidad científica) se pueden en-frentar los problemas de la vida humana y de la convivencia so-cial».3

Esto ocurre porque ambos contendientes implicados en lalucha por la supremacía de la guía espiritual de la humanidad noquieren admitir que principios morales y conocimientos cientí-ficos son inseparables, «históricamente determinados» y en con-tinua evolución. Aquí también sería necesario un reencuentroprofundo, capaz de cuestionar visiones antropológicas y políti-cas consolidadas.

Con Max Weber y Lenin se ha llegado a decir explícitamenteque hay dos éticas: la pública (de la responsabilidad colectiva),a la cual deben responder las élites que gobiernan las institucio-nes, que tienen en sus manos la gestión del «bien general», y laética privada, espontánea, instintiva de las personas que actúan a

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través de modalidades no organizadas, una ética llamada del «con-vencimiento», o de la «conciencia», o de las «intenciones», o delos principios, por la cual cada individuo debe responder por cuen-ta propia obedeciendo a cánones morales, preceptos religiosos otradiciones culturales consolidadas.

La teorización de las dos éticas admite una posible dialécticay conflicto entre ellas —de los que desciende su tragicidad, queno depende de la lucha entre el bien y el mal sino del conflictoentre dos expresiones de la ética, ya que ambas pretenden res-ponder al bien. De aquí el enfrentamiento irreconciliable entreAntígona y Creonte: portadores los dos de instancias razonablesy verdaderas.4 El hecho es que la política institucionalizada, des-de Atenas hasta nuestros días, prefiere a Creonte, es decir, esta-blece una jerarquía entre las dos éticas, en nombre de un «interésgeneral» por definición superior. Las identidades colectivas, comosiempre, hacen hincapié en la pertenencia y a ella someten indi-viduos y relaciones interpersonales. Una concepción de la acciónpolítica separada de la moral individual y de la ética personalplantea como corolario que el gobierno de la polis es prerrogativaexclusiva de especialistas, profesionales de la administración pú-blica. El concepto general de responsabilidad (hacia un interésconsiderado como general, de todos), que inspira la ética públi-ca, confiere a los tutores de las decisiones colectivas una superio-ridad y una justificación inapelable.

Ante tal tarea, es evidente que la conciencia moral autóno-ma de los individuos, considerados singularmente, se encuentraaislada e inhibida. Pero no ha sido siempre así ni lo es para otrasculturas.

Para gran parte de las sociedades tradicionales orientales ypara Gandhi, «el poder de cada mente individual» siempre tienela capacidad de tomar decisiones éticas, tanto y más que cual-quier poder superior, tanto y más que cualquier élite investida

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de superior capacidad de visión.5 El pensamiento de lanoviolencia, el pensamiento libertario, el ecofeminismo, laecología social plantean una crítica radical a la civilización mo-derna y, repudiando la separación entre medios y fines, handeconstruido los mecanismos de las relaciones de dominio y re-afirmado el valor de la autodeterminación moral y de la conser-vación de la vida.

La competición, la ilusión de un progreso sin límites basadoen la destrucción de la naturaleza, tienden a aislar los seres huma-nos, volviéndolos incapaces de relacionarse con sus semblantes ysu entorno si no es en términos de lucha, sumisión, victoria o de-rrota. Por el contrario, el pensamiento de la noviolencia reconoceen la autonomía de los individuos el único fundamento de unasociedad libre, el único verdadero objetivo de la economía.

En la base de estas corrientes de pensamiento está el conven-cimiento de un fundamento ético en cada ser humano, eso es, lacapacidad de distinguir el bien (la conservación y tutela de lavida) del mal (la violencia que la suprime). Son estas las que hancuestionado la validez de las teorías evolucionistas que conside-ran la competición como el motor de la evolución humana, po-niendo de relieve el fenómeno opuesto, el papel fundamental dela cooperación y de la ayuda mutua. Una postura no muy alejadade la «razón común» de Kant: «La razón humana se puede elevar,incluso en el intelecto más común, hasta un alto grado de exac-titud y perfección.»

Según su conocida teoría, Hans Jonas no cuestiona que el«principio de responsabilidad» deba de presidir la políticainstitucionalizada, sino que pide a las élites de poder que tenganen cuenta los efectos de sus acciones, para «preservar al hombrela integridad de su mundo y de su ser, contra los abusos de supoder»6 , extendiendo el ámbito de atención de la ética a la biosferay al tiempo futuro, más allá del mismo antropocentrismo. Una

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postura no muy diferente es la de Aldo Leopold: «la extensión dela ética al ambiente humano (ética de la tierra) es al mismo tiem-po una posibilidad evolutiva y una necesidad ecológica»7 .

Notas1. La afirmación es de Giulio Marcon, en un intercambio epistolar que he

tenido con él, a quien agradezco las sugerencias críticas que me ha dado.2. Edgar Morin, El método. Ética, Cátedra, 2006.3. Marcello Cini en Liberazione del 28 marzo de 2008. Del mismo autor:

Il supermarket di Prometeo. La scienza nell’era dell’economia della conoscenza. (Elsupermercado de Prometeo. La ciencia en la era de la economía del conocimien-to), Codice edizioni, 2006.

4. Giuliano Pontara, Antigone e Creonte. Etica e politica nell’era atomica(Antígona y Creonte. Ética y política en la era atómica), Laterza, 1990. Del mis-mo autor: Etica e generazioni future (Ética y generaciones venideras), Laterza, 1995.

5. Obviamente también el cristianismo de los orígenes establece que existeuna conciencia moral, hecha de instinto y de fe, capaz de indicar a cada uno loque está bien que se haga y lo que no. Ver Alex Zanotelli, E dunque che fare? (Asípues, ¿qué hacer?), Collettivo Matuta, Paoline, 2006.

6. Hans Jonas, El principio de responsabilidad: ensayo de una ética para lacivilización tecnológica. Editorial Herder, 1995. La invitación es para extender«la búsqueda no sólo del bien humano, sino también de las cosas extrahumanas,ampliando el reconocimiento de los «fines en sí mismos» al mundo natural». Yesto se da ensanchando la ética a la biosfera y al tiempo futuro, más allá delantropocentrismo.

El problema que pretendo plantear aquí, de todas formas, no se resuelveampliando el terreno de las responsabilidades que seguirían quedando, en cual-quier caso, asignadas a las élites de los expertos reclutados para prever los efectosdel presente sobre el futuro. Los mismos expertos tendrán que utilizar sabereslimitados y sistemas de cálculo basados en presunciones. Mientras los efectos delas acciones del hombre sobre los ecosistemas del planeta y sobre las poblacionesmuy pocas veces se manifiestan en la forma imaginada o prevista. La incerti-dumbre y la indeterminación del futuro son los argumentos fundamentales paracontrarrestar los valores absolutos del progreso y de la ciencia.

7. Aldo Leonard, Almanacco di un mondo semplice (Almanaque de un mundosimple), Red Edizioni, 1997.

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La separación entre ética y conducta humana, la violación de laintegridad entre el hombre y la naturaleza, así como la fracturaentre medios y el fin, están cargadas de violencia. En el pensa-miento político occidental, sólo el fin se somete al juicio de va-lor, mientras que el medio se considera neutro, objetivo, no so-metido al juicio de los individuos y de las comunidades. Y este esun aspecto crucial de las relaciones de dominio.

Las políticas decididas por los tutores del «bien general» sonun bien de por sí mismo, prescindiendo del mal que puedan ge-nerar en la obtención de sus objetivos. Las ventajas para la colec-tividad entera de referencia siempre serán mayores que las con-secuencias negativas generadas. Lo único que recibe un examende valor es el objetivo final. Por consiguiente, para su consecu-ción (el bien para la colectividad) se justifica el uso de cualquierinstrumento y de cualquier conducta. El príncipe, para el triun-fo de la cristiandad, consigue que absuelvan a sus soldados delquinto mandamiento (y de muchos más, a decir verdad). Másaún: cualquier resistencia al mando de la autoridad encargada deestablecer cuál es el «interés general» es condenable por la ley(deserción, derrotismo, traición...) y execrable públicamente, yaque el individuo desobediente, la comunidad resistente, la mi-

XXI. LA ÉTICA DEL DOMINADOR

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noría disidente son acusadas de primar su propio yo particular yegoísta al «bien» de la colectividad de pertenencia más general, ypor lo tanto a su propia identidad social, nacional, religiosa, ra-cial, familiar, de clan. El posible choque entre la voluntad delindividuo y el deber social (que desciende del sistema de las nor-mas existentes) se resuelve así siempre a favor del segundo. Delindividuo, a quien se niega la autodeterminación moral, se pre-tende obediencia y sólo la autoridad moral superior, civil o reli-giosa, puede eventualmente conceder el deshacer o suspenderlos vínculos y los preceptos establecidos (admitiendo, por ejem-plo, en algunos casos la objeción de conciencia, las profesionesde fe distintas, etc.). En cambio, la ética pública es relativa, por-que depende de lo meritorio que sea el resultado que las institu-ciones sociales se han planteado alcanzar. La ética pública —ennombre de un auto-otorgamiento de responsabilidad que derivade la gestión de intereses generales— responde a los objetivosque las mismas autoridades se han dado.

Para realizar los objetivos que se han fijado, las institucionestienen el deber de seguir sólo el «principio de eficacia» (esta es,en el fondo, su verdadera «ética» específica, profesional), que esla que echa cuentas con las condiciones históricas concretamen-te existentes (equilibrios de fuerzas, medios disponibles, etc.) yque utiliza las tácticas más útiles, las mediaciones más ventajo-sas, la distribución del tiempo, la parcialidad de los éxitos. Elcálculo racional en la obtención del resultado pasa por delantede cualquier otra consideración, como los costes necesarios a laobtención del resultado o si los medios eran o no lícitos.

La ética pública, en resumen, es la ética del ganador. Si el re-sultado se alcanza, los medios utilizados se justificarán por sí solos.

Pero se trata de pretensiones peligrosas porque mantienensecuestrada la materia de la decisión, expropian la política, ani-quilan los individuos. El sentir común, es decir, la moralidad de

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las conductas utilizadas, se silencia. Se induce a los individuos ano confiar en su capacidad de juicio y dejan a un lado su propiaconciencia moral (que en cualquier caso estaría capacitada parasugerir siempre a cada cual lo que es bueno hacer y lo que no).Un proceso de expoliación e irresponsabilidad individual, que almismo tiempo pretende confiar la suerte de cada individuo a lasdecisiones de los expertos, de los representantes, de los líderes,de los comandantes delegados al establecer lo que es convenien-te para la comunidad y lo que no lo es.

El resultado es este sentido de desconfianza en la posibilidadde modificar el orden existente y sobre todo el convencimientode poder trasladar a la autoridad la responsabilidad de las propiasacciones, que tanto caracteriza nuestro presente.

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En el reino del dominio de la ética pública (y del consiguienteconfinamiento de la ética del convencimiento y de los principiosen la esfera de las conductas individuales), el problema del juiciode valor acerca de cualquier actividad humana no tiene comoobjeto las consecuencias prácticas de las conductas concretas quese han adoptado para obtener la finalidad determinada previa-mente, sino únicamente los objetivos. En términos prácticos, alos responsables del gobierno de los «intereses generales» sólo seles pide que hagan públicos y justifiquen los motivos últimos desu actuación, buscando la complicidad e implicación para com-partirlos con su comunidad social de referencia. El objeto deljuicio de valor pasa, por lo tanto, del hecho en sí a los procedi-mientos utilizados para tomar la decisión.

Si se alcanza un grado suficiente de acuerdo (establecido porel ordenamiento social existente, por ejemplo, a través de unaconsulta electoral) entonces las finalidades se convierten en jus-tas y las consecuencias moralmente aceptables. Si hay algunaposibilidad de control y verificación por parte de los miembrosde la comunidad y si el mismo ordenamiento prevé constitucio-nalmente la posibilidad de ser modificado, entonces se dice quela decisión se ha tomado de forma democrática. En este caso las

XXII. LA PARLAMENTARIZACIÓNDE LA ÉTICA

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acciones que las instituciones deciden son por definición coinci-dentes con la voluntad del pueblo. Los soldados por fin puedenmarcharse. La ética ha sido parlamentarizada. El juicio de valorse certifica «en nombre de otros» por el mecanismo de la delega-ción/representación.1 Los individuos se vuelven cuerpo electo-ral, opinión pública, agentes abstractos a quienes se les ha priva-do de sus capacidades cognitivas e interpretativas individuales.Con esto la ética pública laica, moderna y democrática cierra elcírculo, resuelve el problema de la moralidad de las actuacionespúblicas: el bien es lo que ha sido aceptado como bien por lamayoría de los representantes de los miembros de la comunidad.

En base a esta concepción de la política, gobernantes y legisla-dores se limitarían a actuar pragmáticamente en un momento su-cesivo a la formación del «sentido común» prevaleciente, y su ta-rea se limitaría a complacer a las masas electorales, para traducir ennormas y obras lo que el pueblo les pide. En esta visión la políticaqueda despojada de cualquier misión directa de elaboración deproyectos e instrumentos de cambio, y se limita a ser una meragestión de lo existente. En último término la política consigueobviar una interpelación directa con una idea ética del vivir.

La verdadera razón de la muerte de la filosofía política (elpensamiento ético aplicado a los asuntos humanos) —escri-be Paolo Flores D’Arcais comentando los escritos de Arendt—es que el hombre de Estado, el político, se reduce a adminis-trar las necesidades de las personas.2

Un hecho que Zizek evidencia con una paradoja: «La políticacomo arte de la buena administración es una política sin política.»3

También la economía pólítica se reduce a secundar las «pre-ferencias» que los individuos / consumidores expresan en el mer-cado. Así pues, no echéis la culpa a los «técnicos» de la gobernanza

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si después las cosas van mal: ¡han sido los ciudadanos-electores-consumidores que se lo han buscado! Y son ellos mismos los quepueden cambiar, cambiando el voto, preferencias, hábitos, prin-cipios éticos.

Como en el juego del escondite, el círculo de la autorreferenciay de la desresponsabilización se cierra sobre sí mismo, aparente-mente impenetrable, si no fuera porque también interviene otraverdad más grande, descubierta por William Godwin al albor dela era democrática: «Ni siquiera el consenso general tendrá nun-ca el poder de transformar el agravio en acierto.»4

Notas1. John Holloway, Che fine ha fatto la lotta di classe? (¿Dónde se ha metido

la lucha de clases?), Manifestolibri, 2007.2. Paolo Flores D’Arcais, Che cosa è la filosofia politica (Qué es la filosofía

política), en Micromega, 1/2007.3. Slavoj Zizek, en la presentación del DVD: y figli degli uomini (Los hijos

del hombre) Universal, 2007. Esta afirmación forma parte de una larga lista de«conductas correctas» (correct behaviours), que incluyen: fumar sin aspirar, ha-cer sexo virtual, comer sin grasas, practicar el multiculturalismo tolerante, ha-cer la guerra sin víctimas —en nuestro lado, por supuesto.

4. Bruna Bianchi, Introduzione al pensiero della nonviolenza (1830-1968)(Introducción al pensamiento de la noviolencia), en: VVAA Agire la nonviolenza,Punto Rosso, 2004 (p. 33).

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Si contrariamente pensamos que la «buena política» tiene queactuar de forma coherente con el objetivo, es decir, sin contra-dicción entre medios y fines, entonces también las dos éticas (lapública, de la responsabilidad, y la de los principios y de la con-ciencia individual) podrán volverse a encontrar.

El pensamiento de la noviolencia, afirmando una relación decontinuidad entre medios y fin, en el sentido de que el fin serealiza a través de los medios, está poniendo todo el énfasis en losmedios y le da la vuelta al planteamiento tradicional de la políti-ca. Cuando Gandhi afirmaba que sólo le interesaban los medios,cuando llamaba la atención sobre el hecho que un medio bueno(inspirado en la libertad, el respeto, la noviolencia, la colabora-ción) no podía menos que conducir a un resultado congruentecon ello, estaba lanzando una crítica hacia los fundamentos deuna concepción de la política basada en la definición y la perse-cución del «bien común», es decir, el fin. El fin, en realidad, se leescapa a la capacidad humana de hacer proyectos, que sólo pue-de controlar los medios. Escribe Bauman:

Ser personas morales significa saber que las cosas pueden serbuenas o malas. Pero no significa saber, y menos aún sabercerteramente, cuáles cosas son buenas y cuáles malas. Ser per-

XXIII. LA ÉTICA DE LA NOVIOLENCIA

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sonas morales significa estar destinados a elegir y tomar deci-siones en condiciones de profunda y dolorosa incertidumbre.1

La noviolencia es el reverso de algunos siglos de pensamien-to y teorías políticas occidentales, que también incluyen las po-líticas de la izquierda.

Para los noviolentos, allá donde empieza la violencia termina laposibilidad de diálogo y por consiguiente la «buena política». La vio-lencia es el camino por el cual la regulación de las relaciones socialesse sale de las «buenas relaciones» (consensuadas, participativas, com-partidas) entre individuos y grupos sociales, para entrar en la dispo-nibilidad exclusiva de los sujetos más fuertes, más armados, másdespóticos, más amenazadores. Desde este punto de vista, pocoimporta si el «monopolio» de la violencia sea legítimamente consti-tuido (Estado de derecho y sus alianzas) o no (dictaduras y sistemastotalitarios). No son la forma ni tampoco la intencionalidad del pro-tagonista de la acción violenta los elementos que definen su caracte-rística, sino la consecuencia directa, concreta, inmanente, irreversi-ble: la vida truncada, humillada, sometida. En estos años hemosescuchado una adjetivación fantasiosa de la palabra «violencia»: pia-dosa, reeducadora, liberadora, legítima, necesaria, preventiva, com-pasiva... Lo mismo que ha pasado con el término «desarrollo»: com-patible, sostenible, duradero, local, autocentrado...2

Igual que el decrecimiento apunta al corazón de la economíade mercado, la noviolencia mira a la esencia del problema de lapolítica: hablo de las modalidades utilizadas para el ejercicio delpoder. En un contexto político noviolento, concebido como regu-lación social compartida del poder, no se admiten coerciones, im-posiciones, ni tan sólo voluntarias. La libertad es un bien no dis-ponible, no negociable, exactamente como lo es la salud. Y nopensamos sólo en el repudio de la guerra combatida, sino de cual-quier relación humana que no sea paritaria, recíproca, consentida.

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Violencia es también la «estructural» (para utilizar las categoríasde Galtung, en relación con el sistema capitalista de mercado). El«poder de poder» (Edgar Morin) disponer de otras personas.

La noviolencia es la crítica más poderosa al pensamientopolítico económico triunfante que ha hecho de la desigualdadentre los hombres el motor de la historia.

Mis referentes son la «omnicracia», el poder de todos, de AldoCapitini, el empoderamiento de John Friedmann, la democraciadirecta de Murray Bookchin, la democracia global de TakisFotopoulos, los «poderes difusos» de Raúl Zibechi, el autogo-bierno de «cambiar el mundo sin tomar el poder» de JohnHolloway, y también reflexiones como la de Marco Revelli:

La liberación será larga, difícil, y nos va a pedir una dura luchacuerpo a cuerpo contra nosotros mismos. No va a admitir ata-jos a través de tecnologías del poder, prótesis institucionales,conquistas de palacios o de cortes. Nos va a pedir una meta-morfosis existencial. Una mutación antropológica.3

La noviolencia deriva de una opción de principio, de un pen-samiento imaginativo, de una visión del mundo, de una aspira-ción ideal, ética y moral del actuar humano, de una idea dehumanitas fundada en la condivisión, en la coparticipación, enla complementaridad y el apoyo mutuo. Más aún, la noviolencianecesita una predisposición subjetiva coherente, y por lo tantouna acción constante de perfeccionamiento espiritual. El cam-bio se produce de forma contextual, tanto a nivel de cada perso-na individual, como en las relaciones comunitarias hasta llegar alas reglas sociales. No hay un antes y un después, una aspiraciónética individual «prepolítica» y una acción colectiva desligada dela moral, sino una cadena que lo junta todo: la indignación y larebelión que empuja a cada individuo a sustraerse a cualquierautoridad externa, el deseo de revolucionar las relaciones socia-

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les constrictivas, empezando por las productivas, la voluntad deconstruir espacios públicos de autogobierno.

De forma análoga a lo que ocurre con la doctrina de la acciónética, normalmente se utiliza una distinción conceptual entre lanoviolencia basada en principios morales y la noviolencia «relati-va», instrumental, finalizada, pragmática, hecha a medida a partirde las condiciones concretas. Dicho de otra forma, asumida sobrela base de una previsión de mayor eficacia respecto a otras a otrasformas de la acción que el poder político tiene a su disposición yque pueden incluir el uso de medios violentos o en cualquier casocoercitivos de la voluntad de los individuos. En este planteamien-to, la noviolencia se reduce a opción táctica, utilizada a partir delas relaciones de fuerza existentes en ese momento, dictadas porrazones de conveniencia respecto a la realización de un fin.

En el fondo de esta idea de la noviolencia «política», paradiferenciarla de la «de principios», está el uso de la noviolenciacomo pura «forma de lucha» que pueda escogerse o no según lascircunstancias. Siguiendo esta lógica puede llegarse a justificar(dependiendo de las circunstancias) cualquier tipo de acción vio-lenta, incluidas las «guerras humanitarias», el «imperialismo com-pasivo», la «reeducación social», la «defensa armada de la paz / dela democracia / de la revolución» (según corresponda).

Estoy de acuerdo por lo tanto con Fausto Bertinotti cuandoafirma que «la dimensión ética no constituye una dimensión sepa-rada respecto a la política», pero en desacuerdo cuando atribuye ala «mediación política» una amplia autonomía, que estaría «abier-ta a todas las posibilidades (y que) puede ser buena o mala», de-pendiendo «de los fines que se propone el sujeto que la persigue.4

Tal como he intentado de argumentar, la ética pública, laética del resultado, no autoriza una suspensión del juicio de va-lor también respecto al mérito específico de la «mediación polí-tica». En el terreno de la valoración moral de las conductas hu-

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manas no puede haber zonas grises, ámbitos que estén a salvo dela responsabilidad objetiva. Menos aún en política. La idea deuna noviolencia instrumental, relativa o política que se quieradecir, pone patas arriba la idea fundadora y anula la fuerza (mo-ral y política) de la noviolencia sistemática, de principios. Lanoviolencia no es un medio entre otros, un instrumento neutro,una modalidad de acción que pueda separarse de las finalidadesdel cambio que se quiere alcanzar. El objetivo de la luchanoviolenta, de la noviolencia activa, nunca podrá ser el atropellodel adversario, la anulación del antagonista, la imposición de unaverdad única, sin tiempo y universal, sino la transformaciónconsensuada de las relaciones humanas y de la mentalidad mis-ma de los individuos. «La transformación del sentir y del pen-sar», tal como escribió Romano Madera. Una innovación bienrecogida por Etienne Balibar: «La idea que cualquier lucha polí-tica tiene que implicar un momento de apertura hacia el adver-sario tal que condicione el cambio de su punto de vista».5

La lucha noviolenta no puede utilizarse si no es para afirmarel autogobierno de las comunidades; así como, recíprocamente,la autodeterminación de los oprimidos no puede realizarse si noes a través de luchas noviolentas.

Notas1. Zigmunt Bauman, Keith Tester, Società, etica, politica (Sociedad, ética,

política), Raffaello Cortina, 2002 (p. 48).2. Serge Latouche ha recopilado un listado completo de variantes.3. Marco Revelli en VVAA, Agire la nonviolenza, Punto Rosso/Liberazione,

2004.4. Fausto Bertinotti, La città degli uomini (La ciudad de los hombres),

Mondatori, 2007.5. Etienne Balibar, «Lenin e Gandhi, un incontro mancato» (Lenin y

Gandhi, un encuentro fallido), Alternative, 2005.

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«Sin ecología no existe justicia, porque la biosfera perdería su equi-librio. Sin justicia no existe la ecología, a no ser una que es enemigade la dignidad humana» (Wolfgang Sachs, 2002). Equidad ysostenibilidad, justicia social y armonía ecológica son las dos polari-dades fundamentales que hay que tener en cuenta para cualquierpolítica económica. Dos vínculos imperativos, constrictivos, peroque se podrían también asumir como opción intencionada, volun-taria, de una sociedad más consciente de sí misma y del mundo.

El punto de partida

Hasta hace algún tiempo —y, para muchos, todavía hoy— el pro-blema ni siquiera se planteaba. En la teoría y en la práctica de laeconomía del desarrollo (el verdadero principio de organizaciónimplícito y dominante en la sociedad contemporánea) equidad ysostenibilidad se realizaban de forma automática «a continuación»,

EPÍLOGO:

EQUIDAD/SOSTENIBILIDAD*

*Este artículo ha salido publicado en el libro de autoría colectiva, coordina-do por Alessandro Bosi, Marco Deriu, Vincenza Pellegrino bajo el título Il dolceavvenire. Esercizi di immaginazione radicale del presente (El dulce porvenir. Ejer-cicios de imaginación radical del presente), Diabasis, 2009.

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como derivadas del proceso. El axioma ha sido el siguiente: si lacapacidad social de producción aumenta, también serán mayoreslos beneficios para cuantos participen en el proceso. Para explicar-lo se han acuñado metáforas efectistas: trickle down effect (efectode recaída), a rising tide will lift all boats (una ola pujante levantarátodos los barcos), la tarta que crece y permite que aumenten lastajadas... Se trata de la idea nunca muerta de la «sociedad afluente»(affluent society). Como el motor del desarrollo es la competiciónen el terreno de la innovación (eficiencia), hasta que tengamosdesarrollo no nos faltarán los inventos tecnológicos oportunos paraenfrentar, dominar, doblar y utilizar en nuestro favor los elemen-tos de la naturaleza que nos hagan falta, desplazando cada vez máslejos los límites biofísicos en los que la humanidad esta «recluida»,en su lucha incesante para «domesticar» la naturaleza y alejar a lamuerte. De hecho, esta es la historia del éxito del modelo culturaloccidental. Por los siglos de los siglos.

Para sufragar las razones del desarrollo, es decir, de la progre-siva e imparable expansión de las formas de producción indus-trial, tenemos los indudables progresos que se han alcanzado enlas condiciones de vida de las «vanguardias» de la población delplaneta: los pueblos más desarrollados y, dentro de estos, las élitesmás emprendedoras: el 8% del 8% de la población mundial, máso menos. Según las clasificaciones de Forbes y Capital, el listadode megarricos comprende 300.000 personas que controlan el50% del capital financiero global. «Una casta de cosmócratas»(Hervé Kempf) que no se ha privado de nada: el factor multi-plicador entre el salario medio de una empresa y el salario másalto ha pasado en treinta años de 20 a 200. Siguiendo la lógicadel sistema de mercado, hemos llegado a la paradoja de que laigualdad deprime el crecimiento, que «las virtudes traen la ruinaeconómica» (Luigino Bruni) y que «el rico explota el pobre paraayudarle» (Ivan Illich)...

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En esta parte del mundo, la lucha política principal no se hadado sobre qué modelo social es el preferible, sino únicamentesobre quién estaría más capacitado para dirigirlo, y qué represen-tación política/social lo haría avanzar más deprisa y más exten-didamente. Las disputas que han apasionado al debate político hansido preferentemente de este tipo: la propiedad privada ¿es un obs-táculo o una condición para la empresa económica? El Estado ¿esun oropel burocrático innecesariamente caro o un elemento esen-cial para la regulación del sistema? ¿Cuál es la combinación máscorrecta entre «democracia de propietarios» y «socialismo liberal»(John Rowls) para aumentar la eficiencia económica?

Conceptos como equidad y equilibrio, en el contexto dominantede la economía del desarrollo, suelen referirse al reparto de elemen-tos definidos y cuantificables, como las riquezas, los recursos natu-rales, el tiempo... Estos elementos se pueden o no distribuir de for-ma equilibrada según distintos parámetros de preferencia. La ideade equidad puede extenderse hasta ser incluída en las de justicia y deigualdad; esto pone en juego también unas valoraciones morales,ligadas al tipo de consideración que, en distintas épocas históricas yen diferentes lugares del mundo, las sociedades atribuyen a los dere-chos de cada ser humano, así como de los animales, del paisaje, de lanaturaleza en su conjunto. De la misma forma, la idea desostenibilidad puede formar parte de la de armonía, de simbiosis, deinterdependencia entre ecología y sociedad, entre comunidad bióticay oikos (espacio vital). También en este caso se trata de un equilibriodinámico, coevolutivo, que está determinado por el grado de con-ciencia de su propia condición natural que la humanidad llega atener en las distintas situaciones históricas.

La conciencia social (el sentido moral) y la noción del lugarque cada especie y cada individuo ocupa en la cadena biológica(el bienestar psicofísico) determinan —al final— las respuestasque a cada circunstancia se dan a la cuestión equidad/sosteni-

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bilidad. La política entra en este juego porque se le ha otorgadola función de establecer las cuotas de riqueza hay que destinarpara las necesidades sociales y las del medio ambiente —siguien-do un esquema que atribuye al mercado la tarea de asignar re-cursos y al Estado de repartirlos. Pero en esta forma de ver y or-ganizar las cosas, las dos esferas —aunque interdependientes—quedan separadas, y reguladas en su relación por un conflictopermanente. Hervé Kempf afirma que hay una especie de mal-dición que ha imposibilitado la fusión entre movimientos socia-les y medioambientales: «Lo social sigue siendo el no-pensamientode la ecología; lo social, eso es, las relaciones de poder y de rique-za dentro de la sociedad. Pero la ecología paralelamente es el no-pensamiento de la izquierda —es decir, de aquellos que mantie-nen la cuestión social —la justicia— en el primer lugar» (Kempf).

Preguntémonos entonces por qué, hasta ahora, las dos sa-crosantas razones que están en la base del «buen vivir» (equidadsocial y equilibrio ecológico) no han tenido una composiciónsatisfactoria ni han podido aconseguir «caminar juntas».

Yo creo que esto depende de que, hasta hoy, las soluciones sehan quedado todas incluídas en un marco que al mismo tiempolas niega: el desarrollo. Hasta que no se llegue a cuestionar la fina-lidad y el mismo sentido del esfuerzo productivo social, las accio-nes de justicia social así como de armonización de la sociedad hu-mana con los equilibrios naturales también se veran constreñidasy arrinconadas en un ámbito puramente redistributivo, de repar-to, compensación o resarcimiento. Peor aún, están obligadas acombatirse recíprocamente. Hasta que sea vigente la regla segúnla cual sin plusvalía no hay nada por repartir, será imposible frenarel derrotero desequilibrador y destructivo del desarrollo. Prisione-ros de este desarrollo, los partidos «Rojos» y «Verdes» se han vistoen la situación de competir entre ellos para reivindicar una mayorcuota de recursos para los respectivos ámbitos de interés, ambos

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obligados a aceptar la mordaza de las compatibilidades del siste-ma. El sinnúmero de choques entre «trabajo» y «medio ambien-te», entre ocupación y salud, entre renta y salubridad, entre «humoo hambre» («fumi o fame», como solían decir los obreros delPetroquímico de Marghera, cerca de Venecia, para indicar nocivi-dad y salario), derivan de este chantaje. Los unos y los otros hantenido que elaborar estrategias de legitimación para arrancar unmargen de maniobra un poco mayor. Para los representantes delmovimiento obrero, la petición de aumentar la masa de rentas deltrabajo (directas e indirectas) siempre ha sido planteada como lapalanca indispensable para el crecimiento de la demanda, y porconsiguiente del consumo y de la economía entera (keynesianismo).Para los representantes de los movimientos ambientalistas, lareconversión ecológica de las estructuras energéticas e industriales(Green economy, economía verde) se ha presentado como una vál-vula de escape para poder seguir produciendo más. Así hemos aca-bado en el «ambientalismo gubernamental» (Aldo Leopold) o enla «ecología de los consejos de administración» (Ivan Illich). Por elotro lado, el socialismo politiquero no ha alcanzado a ir más alláde la «conquista del Estado», olvidando que «el Estado es una for-ma de organización desarrollada con el objetivo de excluir a laspersonas de la determinación social de sus propias vidas» (JohnHolloway).

Lo que tenemos delante

La dura realidad de los hechos empíricos nos dice que las princi-pales promesas del modelo económico del crecimiento han sidodefraudadas. El «desarrollo sostenible» (aquello que tenía quesatisfacer las necesidades de los pobres de la tierra sin compro-meter las capacidades ambientales futuras, es decir, exactamen-te, conjugar equidad y estabilidad ecológica) ha demostrado ser

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una quimera. Así como —con permiso de Amartya Sen— haresultado manifiestamente falsa la idea de que el desarrollo eco-nómico nos llevaría directamente a las libertades políticas. Lacrisis actual (algo más que un nuevo ciclo de expansión haciaOriente del capitalismo) demuestra que se ha encallado el meca-nismo de reproducción del sistema tanto por el lado del capital(crisis financiera) como por el lado de los recursos naturales: caosclimático, pérdida de biodiversidad, «externalidades negativas»por medio de las cuales el mercado traslada su coste hacia lospobres, las generaciones futuras y las otras especies (Armiero); ylo mismo por la vertiente del consenso social (compresión de lossalarios, desvalorización y precarización del trabajo, desigualda-des crecientes, falta de instituciones de gobierno supranacionalesautorizadas y creíbles, etc.).

Este fracaso evidente, sin embargo, no nos autoriza a esperarque el capitalismo tenga el detalle de extinguirse él solito. Nisiquiera en casos de guerra las élites en el poder («redes nebulo-sas de banqueros internacionales», como las define Prem ShankarJah) están dispuestas a apartarse y favorecer el cambio. La ascen-sión de los capitalismos autoritarios (tanto del «capitalcomu-nismo» en China como de las «democracias despóticas» de Occi-dente) demuestra que es urgente avanzar hacia una propuesta defuturo alternativa, que funcione políticamente, que sea desea-ble, realista y apasionante.

El aspecto social y el medioambiental, la equidad y lasostenibilidad sólo podrán fusionarse dentro de una visión de unposible funcionamiento alternativo de la economía (una nuevateoría económica «ecológica»), de la sociedad (cooperativa ymutualista), del sistema de valores de referencia (reciprocidad,solidaridad), y por lo tanto en una «idea ética» de la política, enuna «eco-antropología» consciente del destino del género huma-no. En este marco, la igualdad, la idea de una sociedad de «co-

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munidades igualitarias» (Bookchin), es la que se refiere a la liber-tad necesaria para la consecución del proyecto de vida de cadaindividuo. Igualdad como libertad que hay que considerar «nosólo en el sentido instrumental, referido a lo que se consigueobtener, sino como elemento constitutivo de la bondad de lasociedad y de los equilibrios sociales» (Falocco). «El individualis-mo no sólo implica la igualdad, sino también la libertad», aun-que «igualdad y libertad no siempre convergen» (Dumont). Elwell-being, el buen vivir, el sumak kawsay de los indígenas deAmérica Latina (y en contraste con el welfare), no se puede asi-milar a un cesto de bienes, sino a un «estar bien», vivir en armo-nía y en paz con el prójimo (equidad «horizontal») y con la Crea-ción (equidad «vertical», se podría decir).

Qué podemos hacer

Los pilares de una economía orientada hacia la equidad y lasostenibilidad son: un menor consumo de recursos primarios yun menor uso de trabajo obligado (retribuido, asalariado) porpersona. La mayor eficiencia productiva que se ha alcanzado hastael día de hoy y la que vendrá en el futuro tendrá que utilizarsepara estos objetivos. Se trata de darle la vuelta a la racionalidadeconómica tal como nos hemos acostumbrado a experimentarlay sufrirla. Hasta ahora la rentabilidad de los factores de produc-ción («la productividad gigantesca que la tecnociencia aporta altrabajo humano», como dice Gorz) se ha medido en función dela valoración del capital, es decir, de los beneficios realizados. Deahora en adelante, en cambio, se tratará de economizar las cuo-tas de trabajo vivo y de naturaleza incorporadas en los procesosproductivos, no en términos monetarios sino con la finalidad dealcanzar una disminución de su utilización (menor disipación dematerias primas y de tiempo).

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Este punto de inflexión implica muchos cambios:

a) de mentalidad. Es necesaria una verdadera contraofensivacultural: mejor «holgazanes» que autómatas descerebrados,obsesionados por la productividad y angustiados por la ne-cesidad de ganancia y de consumo compulsivos. Se trata deempezar una lucha de liberación del tiempo de vida paraafirmar espacios de autonomía cada vez mayores, de recon-quistar el propio saber hacer, de volver al cuidado de unomismo y de los propios seres queridos, de dedicarse a la sal-vaguardia y al mantenimiento del hábitat en el que vivi-mos. Se trata de practicar formas de deserción masiva demodelos de conducta (simbólicos y emocionales, ademásde prácticos) que no nos pertenecen, destructivos, promo-vidos por impostores y practicados por manipuladores. Yde buscar un estilo de vida (y un arte de vivir) que se puedageneralizar y compartir a escala planetaria. Se trata de redes-cubrir el «trabajo por sí» (Gorz) como actividad creativa,expresiva, útil, como praxis de comunicación, cooperativa yafectiva porque es generadora de «bienes relacionales». Seha estimado (Esselunga-Ambrosetti) que el sector no lucra-tivo, sumergido, de la economía informal, del trabajo do-méstico, del bricolaje, de la autoproducción agrícola yartesanal hasta llegar a la economía ilegal valen entre el 45%y el 79% del PIB. Por otro lado, se sabe que los «serviciosambientales» prestados de forma gratuita por los ecosistemasnaturales y no contabilizados como costes por el sistemaempresarial suman varias veces el valor de las producciones.El «capital natural» perdido sólo a causa de la deforestación«vale» entre 200.000 y 500.000 millones de dólares: ¡unacrisis financiera por año! Se trata de imaginar una sociedadcapaz de dar a las economías «fuera del mercado» su pesoreal, que es preponderante. Una precondición para transitar

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de esta condición de trabajodependencia a una sociedad li-bre y creativa es la existencia de una «renta básica», es decir,un ingreso social por el hecho de existir, garantizado, sufi-ciente y estable, que se puede obtener compartiendo la ri-queza producida socialmente;

b) en la finalidad de la investigación científica. Hoy la inves-tigación recibe sus estímulos del beneficio económico, estáprivatizada y gobernada por las exigencias de maximizaciónde la eficiencia de la empresa capitalista. Mañana, más librey autogestionada por las mismas comunidades científicas,tendrá que responder a necesidades, valores y finalidades decarácter social. Tendrá por lo tanto que ser financiada ínte-gramente por fondos colectivos independientes;

c) en las estrategias de las empresas productoras de mer-cancías. Empezando por la infraestructura energética(producción distribuida y descentralizada). La competen-cia tendrá que centrarse en la mayor duración de los ob-jetos de consumo (disminuir la obsolescencia programa-da de las mercancías) para minimizar los inputs naturales,la merma y la cantidad global de trabajo necesario. Entérminos generales, habrá que transitar «de la maximi-zación de la eficiencia productiva a la maximización de laeficacia del mantenimiento» (Falocco). Una breve ani-mación disponible en la red (The Story of Stuff: http://www.storyofstuff.com/) explica mejor que cualquier dis-curso lo que queremos decir;

d) en la filosofía financiera. No se deberá permitir que elpréstamo de dinero genere «valor financiero en el tiem-po», es decir, intereses y rentas. El dinero no se podráacumular ni utilizar como instrumento para la forma-ción de nueva riqueza. Tiene que volver a ser un simple

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instrumento para facilitar los intercambios. La creaciónde sistemas monetarios locales (monedas complementa-rias, de descuento, etc., siempre que su curso legal seabreve y la convertibilidad limitada) es el camino paraemanciparse del mercado financiero;

e) en la relocalización territorial. La economía comosubsistema de la ecología tiene que organizarse bajo princi-pios de circuitos cortos y de las ecorregiones. La cadenatransnacional de los productos tiene que ser conocida y«trazable», desde la extracción de las materias primas hastael consumo final, a lo largo de todo el ciclo de vida. El acce-so a los recursos naturales y a los medios de sustento debereconocerse como un derecho territorial de las personas in-dígenas. Y por otro lado, los recursos naturales locales sedeben entender como suficientes para el sustento. «Las rela-ciones económicas más amplias nunca deben comprometerla solidez del nivel local, comunitario» (Burlando);

f) en las prácticas y en las teorías económicas. Criteriosde justicia social deben hacerse realidad en las prácticasde democracia económica, como nexos y vínculos volun-tarios (autodeterminación moral) en las relaciones hu-manas interpersonales, fundamentales para el objetivode «estar bien juntos», del bien vivir. Para esto sirven re-des de reciprocidad, de productores asociados, círculosde cooperación, de solidaridad y autoayuda (welfaresociety) hasta crear una economía civil, expresión de equi-dad y de dignidad «glocal», federativa, comunitaria. «Es-tado» y «mercado», instituciones públicas y económicas,deberán entenderse como instrumentos de administra-ción fiduciaria, como servicios e infraestructuras de so-porte de segundo, tercer, cuarto... nivel.

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