Ruiz Pérez - Institucion Letras Aureas

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Ruiz Pérez, Pedro. Manual de estudios literarios de los Siglos de Oro. Castalia: Madrid, 2003.

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    Pedro Ruiz Prez

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    Preliminar

    I. La institucin de las letras ureasII

    19

    1.1. La conceptualizacin de los siglos de oro................................ 221.2. La potica clasicista...................................................................... 321.3. La repblica literaria 361+ Humanistas, letrados y literatos.................................................. 431.5. Las razones de la lectura.............................................................. 471.6. Los modelos literarios.................................................................. 51

    Referencias bibliogrficas 54

    2. El texto: delimitacin formal y materia lingstica.. 572.1. El largo camino a la fijacin impresa.......................................... 61

    2.1.1.El teatro, 61. 2.1.2. Lrica y pica, 64. 2.1.3. La prosa,66. 2.1.4. Formalizacin y lectura, 68

    2.2. La lengua de los textos: etapas histricas 702.2.1.Hacia la normalizacin, 71. 2.2.2. La fijacin gramatical,72. 2.2.3. El modelo humanista, 75. 2.2+ Una lengua clsica,78. 2.2.5. La lengua artstica, 82

    2.3. La norma y la variacin2+ La edicin filolgica: tipos, problemas y criterios2.5. El canon

    8691

    97Referencias bibliogrficas 101

    3. La transmisin textual rn53.1. Contexto cultural de unos cambios rn9

    3-1.1.Lengua clsica y lengua vulgar, roo. 3.1.2. La autoridaddel texto, rrr. 3.1.3.Difusin de las obras, rrz. 3-1+ La alfa- 7

  • betizacioi1, 11.. .1.). La valoracin del libro, 11gico,_.,,.,_Referencias bibliogrficas, 271

    P , . .octica y preceptivas .La tradicin clsicaTratados y preceptivas .Potica y retricaGnero y estiloLa mtrica .Referencias bibliogrficas

    Historia y crtica8.r. Sobre la delimitacin de los siglosde oro

    8.r.r. Criterios de periodizacin, 318. 8.r.2. Factores de co111inuidad, 321Los gneros: desarrollo histrico8.2.I. El teatro, 325. 8.2.2. La narrativa, 329. 8.2.3. La lrica, JICronologaPerspectivas crticas .8+r. El teatro, 34r. 8+2. La narrativa, 344. 8.4.3. La lrica,349. Referencias bibliogrficas,354

    Prcticas e instrumentos filolgicos9.1. Leer, editar y comentar los textos

    9.1.I. La prctica filolgica, 364. 9.r.2. Modelos teoncos yperspectivas crticas, 369. Referencias bibliogrficas,374

    9.2. Instrumenta9.2.r. Repertorios, 377. Referencias bibliogrficas, 379. 9.2.2.Diccionarios, 380. 9.2.2.1. Las obras del humanismo, 380.

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  • Rckrcncias l>il>liogralicas, Si. -4 En la era de la informticaReferencias bibliogrficas

    . Modelos, corrientes y desarrollos genricos1O.I.

    10.2.10.3.10-4.10.5.

    10.6.f(J.7.

    10.8.10.9.

    10.10.10.II.

    I0.12.10.13.I0.14.

    I0.15.ro.re.ro.rz.I0.18.ro.ro.

    El primer humanismo y los desarrollos del relatoLa renovacin de los modelos poticosLa literatura dramtica y el teatro. LaCelestinaLa prosa humanista: didactismo, historias y cuentosStira,estructuras lucianescasy narrativa.Lagnesisde lapica-rescaLa narrativa idealistaLiteratura espiritualLa poesa lrica en el siglo xvr. El entorno de Garcilaso .La superacin del petrarquismo y las corrientes poticas afinales del XVIDesarrollo del teatro en el sigloXVILa narrativa cervantina .Teatralidad y dramaturgia entre dos siglosLa modelizacin picaresca y la narrativa barrocaEl espectculo en el corral y el modelo dramtico de Lopede VegaLa poesa entre dos siglos.Lope y GngoraLa variedad de la lrica barroca. QuevedoProsa satrica, didctica y moral en el sigloXVIITirso de Molina y otros autores de la comediaCaldern y los modelos teatrales barrocos

    1ndice de conceptos

    1uclice de autores y obras annimas

    14403 i4071

    408

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    413415417420

    423426429431

    434437440443445

    448451455458461463

    467

    473

    Preliminar

    Todo texto, literario o no, es un hecho hisrrico,y su misma caracterizacin depende de esa circunsl ancia. Pero, especficamente, la historicidad de un tex 1oes doble: la de su emisin y la de su recepcin, que nosiempre resultan coincidentes. Lo que nos lleva a Istextos es nuestra actitud de lectores, y los textos literarios, aun los del pasado, nos interesan por su lecturadesde el presente que nos corresponde. Es ms. 1)amas categora de literarios a textos que en su origenno fueron tales, pues para sus autores y para los Icctores contemporneos no respondan a las categoras conlas que hoy definimos la literatura, que es tambin unhecho histrico.

    Las letras de los llamados siglos de oro nos s1guen interesando por su capacidad de emocionarnos,o, mejor dicho, por nuestra capacidad de emocionarnos con su lectura. Sus valores no son eternos, sinoque se definen en el dilogo con el presente de cadalector y por la perspectiva que ste adopte, desde lams gratuita a la ms especializada, con sus distintosintereses (histricos, culturales, antropolgicos, estti-cos y hasta estrictamente literarios). La primera co-rresponde al simple placer de enfrentarse a un texto y 11

  • .11l'ptar durante un tiempo Li invitacin a s1111wrgirscen 1111mundo del1
  • 1s1os cslt11lios ;1 f(1rm11Ltrs(' 1111a.wri(' di' preg1111!;1sy a lr;11arde ricos,mero-clologicos o bibliogrficos) conscientemente parciales, sin pretensiones1I(' nliaustividad, apenas exigible a los panoramas crticos, pertene-1 w111
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  • 2I

    La primera definicin de una ciencia es la de suobjeto, por lo que debemos comenzar el estudio de lasletras del llamado perodo ureo determinando lanaturaleza de ambos conceptos, es decir, la literaturay los siglosde oro. Se trata de dos conceptos vincu-lados, pues no se puede considerar la literatura almargen de su realizacin histrica, ni cabe una defini-cin de los Siglosde oro ajena a sus realizacionesliterarias; ambas conceptualizaciones son resultadosparalelos de un mismo proceso. Rehuiremos, pues,definiciones esenciales, para analizar el modo en quedichos conceptos se formaron, su naturaleza histricay cambiante, el valor que tuvieron en su cronologa yel modo en que la historiografa posterior los ha mo-delizado para nuestra recepcin, con particular aten-cin al sistema en el que se inscribe todo el discursoletrado de esta poca: la potica clasicista. Comenza-remos analizando el concepto de siglosde oro a par-tir de su formacin y consolidacin, para delimitar acontinuacin lo que en esos siglos se entenda por li-teratura o, ms precisamente, buenas letras.

  • 1 '"[i conceptualizacin

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    Posiblemente debamos a Vasari la formalizacinde la idea de una edad de oro y su insercin en unmodelo historiogrfico llamado a obtener una granfortuna crtica. En las polmicas sobre el arte duranteel perodo humanista aparecen dos constantes, espe-cialmente en lo relativo a la pintura: la dignidad mismadel arte y el valor de las realizacin modernas en rela-cin con las pasadas. Uno de los argumentos ms uti-lizados en defensa de la primera de estas nociones esel de su antigedad, por lo que el parangn con elpresente resulta inevitable. En sus Vite de'piu excellentiPittori, Scultori e Archittetori (1550, ampliada en 1568),Giorgio Vasari aborda ambos extremos y los resuelverecuperando una concepcin de la historia dividida encuatro edades. En ella toma el modelo plasmado porOvidio en sus Metamorfosis (con un carcter degenera-tivo desde la edad de oro, a travs de las de plata ybronce, hasta la edad de hierro) y le superpone unesquema basado en las edades del hombre, que marcanun proceso de la infancia a la madurez. Con ello sesumaba a la construccin humanista de un parntesismedieval {8.r.1}, para establecer una polaridad entre laantigedad clsica y el presente. As, con la madurezde las artes, se recupera el esplendor de los primeros

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    t in11pos,prodtH"il'11dosl'u11:1nueva ..('d.1ddi' 01" prot;1go11i1adapor lisco11tc111por:mosa partir de u11:1..1111.111t;1dcll'artc. l,;1 idl:tdi' ((n11acimiento 110es nueva, sin e111b:1rgo,:1111('di:1dosdel XVI, si110que SI' 11puede seguir una apreciable esti rpc c11las dcc.ulas antcriorcs, 111a11i11sr.indosc en las polmicas de Erasrno, en las epstolas de Luis Vives (1'111')19 plantea el tema del Renacimiento y manifiesta que nos alcgr:1mos de nuestro siglo), en los escritos de Marsilio Ficino (en LI l):>. s1refiere a la edad de oro que ha restaurado a la luz las artes liberales, lascuales haban sido casi destruidas) o en los Comentarios de LeonardoBruni, que celebra la llegada a Florencia del helenista Manuel Crislmascomo el inicio de una nueva edad tras una poca de tinieblas.

    Los modelos historiogrficos clsico y bblico se encuentran 111esta imagen de recuperacin de un pasado modelizador para un prcsc11te brillante, que apoya en gran medida su carcter ureo en la imiracionde las formas y valores de una poca considerada como clsica. 1 )e cst 1modo podan afirmarse al tiempo el valor de unas artes, cifrado en s11antigedad, y la validez de sus realizaciones, que llegan a superar a lasdel pasado. El argumento se basa en la divisin del tiempo anterior c11un pasado remoto, con el que se establece un parangn de resultadosambiguos, y en un pasado inmediato, respecto al cual la superacin sepresenta como incuestionable para los protagonistas y herederos delhumanismo. Frente a una poca pintada con tintes oscuros se afirma l'Icarcter ureo de la presente, en la que resurgen todos los valores positivos e idealizados del mundo grecolatino y se produce un verdaderorenacimiento, una nueva edad de oro.

    Si la formulacin de Vasari llega a resultar definitiva, su ncleo estaba latente desde Petrarca, a mediados del XIV, para constituir el soporte implcito del florecimiento cultural de la Italia del siglo xv. En Espaa la idea se extiende, con distintas expresiones, a lo largo del xv1, apartir del cambio histrico que se produce a finales del xv, con todas lasgrandes realizaciones del reinado de Isabel y Fernando. En su cort l'Nebrija, que ya se haba enfrentado con sus Introductiones latinae (1481) alos modos de los gramticos medievales y su corrupcin de la latinidad,proclama para su gramtica romance la honrosa funcin de acompaar l:tpoca del mximo esplendor de la lengua, unida al cnit histrico de losreinos peninsulares con Castilla a la cabeza. Los sucesos de las dcadassiguientes, que conducen a la monarqua castellana a convertirse en cabe

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    aportaciones de los humanistas del xvi, pero tambin de los poetas decste contexto, en contraposicin a los autores del barroco, entendiendopor ste no el conjunto del siglo xvu, sino sus manifestaciones msdt'gt'neradas, identificadas con los dramaturgos y los malos imitadoresdt' Cngora, tal como har Forner dcadas despus. La conciencia de ladt'generacin padecida alimenta las referencias al siglo de oro docu-mcnt adas en Torrepalma, Campomanes, Porcel o Joan Mart. Pero, ensu conjunto, la impugnacin de determinadas parcelas no contradice lareivindicacin histrica y crtica de un perodo cuyo valor global esconsiderado positivamente, tal como consagra Luis Joseph Velzquezen su periodizacin de la historia literaria espaola, comparando elperodo comprendido entre el Emperador y Felipe IV con la edad

    = madura del hombre.La recin constituida Academia (1714) confirma la canonizacin

    ele los autores de los siglos XVI y xvn, al elevarlos a modelo en su1)iccionario (1726), llamado de Autoridades por consagrar este carcterpara unos escritores a los que se reconoce su condicin de ureos,porser los Autores que le han parecido haver tratado la Lengua con mayorgallarda y elegancia,por lo que en la introduccin se refiere reiterada-mente a ellos como losmejores Autores y Autores clsicos.Uno delos principales argumentos para esta valoracin es el contraste con elt icrnpo presente, con un apreciable declive de todas las ciencias y, es-pecialmente, de los saberes literarios, como ilustran las Exequias de lalengua castellana, donde Forner contrapone al brillo del XVI la decadenciainiciada el xvn, o la misma convocatoria realizada por la Real AcademiaEspaola para denunciar, en forma de stira (a la manera clsica de los!\ rgensola), los vicios introducidos en la poesa castellana (1782); elmismo Forner result ganador, y tanto su obra como la conservada con;lla insisten en que la corrupcin procede de los excesos de la escuelade Lope y Caldern y del gongorismo carente de la genialidad de sumodelo. Los modelos propuestos, evitando sus corrupciones, son los delos siglos XVI y XVII, con especial nfasis en las obras del primero, perosin insistir en una oposicin radical.

    Frente al resto de Europa, los apologistas de Espaa y su mritoliterario, por citar de nuevo al activo Forner (1786), acentan este ras-go, reivindicando las realizaciones de un perodo en el que la domina-cin espaola en el continente abarcaba las armas y las letras, frente a

    la situacin presente de declive y menosprecio por parte de los pasescultos del continente. Adems de la labor realizada por los jesuitasexpulsos, sobre todo en Italia, con las obras del abate Lampillas (Jinsayohistrico-apologtico de la literatura espaola contra las opiniones preocupadasde algunos escritores modernos italianos, 1782; original italiano, 1778) y deJuan Andrs (Origen, progresos y estado actual de toda literatura, 1784), des-tacan el estudio de Sarmiento (Memoria para la historia de la poesia y lospoetas espaoles, 1745; edicin en 1804) y los panoramas de los padresMohedano (Historia literaria de Espaa desde su primera poblacin hastanuestros das, 1766-1791) o de Luis Joseph Velzquez (Orgenes de la poes/castellana, 1754), contestando al menosprecio de crticos forneos conuna obra que se mueve entre la argumentacin reivindicativa y la elabo-racin de catlogos de autores y obras, tanto desde la perspectiva his-toricista como desde el campo especfico de la bibliografa, abierto porNicols Antonio en 1672; al reeditarse en 1788 la Bibliotheca HispanaVetus (con las obras hasta 1500) y la Nova (desde esa fecha), se afirmahistoriogrficamente una fecha simblica que opera como frontera entre dos perodos diferentes y aun opuestos.

    La poca romntica, con su inseparable pasin nacionalista y sucriticismo histrico, asume esta reivindicacin del pasado ureo,perointroduciendo un factor de discusin. Los ms apegados a la formacinclasicista e ilustrada centran su defensa en el perodo renacentista, queidentifican como el siglo de oro; frente a ellos, los ms influidos porel idealismo alemn y una conciencia esttica y nacionalista que se iden-tifica con el perodo gtico completan sus alabanzas de las realizacionesbarrocas con la recusacin del momento renacentista, por elitista yeuropesta, ajeno al ser espaol, hasta el punto de considerarlo como unverdadero hiato, que deja al XVII como el siglodorado por antonoma-sia. El episodio de la polmica sobre el teatro barroco, con la reivindi-cacin de Caldern por Bhl de Faber, supone la valoracin de todoaquello que los neocisicos condenaban, invirtiendo su perspectiva y,consecuentemente, su determinacin de la poca dorada. La evolucinesttica de maestros como Alberto Lista y crticos destacados comoJos Joaqun de Mora confirma que no se trataba de una ancdotaaislada; la obra crtica de Agustn Durn (Discurso sobre el influjo de lacrtica moderna en la decadencia del teatro espaol, 1822), con la defensa delteatro barroco frente a su corrupcin tarda y, sobre todo, la rigidez

  • 2-normativa de la preceptiva dieciochesca, representa un nuevo sntomade una inversin esttica y, en consecuencia, crtica e historiogrfica,que llega a manifestarse con la identificacin del siglo XVII con unaepoca romntica por excelencia, antes de que Alcal Galiana (1834)proponga la lectura histrica del romanticismo contemporneo.

    El perodo siguiente, en la segunda mitad del XIX, supone una11ucva vuclta a la revalorizacin del renacimiento, con la consagracindcrinitiva de este trmino a partir de la obra deJules Michelet (1854) y,sobre todo, de Jacob Burckhardt (La cultura del Renacimiento en Italia,1860). El correlato espaol lo representaron crticos de espritu refinadoy aristocrrico, como Juan Valera y, especialmente, del clasicismo mi-litante de Menndez Pelayo, con su anatema del gusto barroco. Sinembargo, la finura crtica de este autor, con su aprecio de las obras derelevante valor esttico al margen de su adscripcin estilstica, le llevara:1 hacer objeto de su estudio y valoracin las obras de Lope y Caldern,lo que supera el reduccionismo categrico y, con un fuerte resabionacionalista, lleva a ampliar el espacio de la poca urea, incluyendo enl:i misma obras del siglo XVII, con los cambios consiguientes en losplanos conceptual y terminolgico. As, tras afirmar que nuestro Siglode Oro (...) es el siglo XVI ( ... ), nuestro perodo de postracin y decaden-cia: el XVII,ms tarde precisa el concepto, sustituyendo la denomina-cin Siglode Oro por la de Edad de Oro, porque comprende dossiglos, sentando las bases para esta denominacin.

    Sin embargo, su condena del barroco en cuanto lnea estticaanticlsica en el seno de los siglos de oro se mantiene vigente y, consu magisterio y el devenir de los acontecimientos histricos, se trasladaa la generacin siguiente, la del 98. Su anlisis de la crisis espaola y suexigencia de recuperacin del espritu europeo -acentuado posterior-mente por Ortega y Gasset- se traducen en el rechazo del ocaso im-perial y de su expresin esttica, como se manifiesta especialmente enla beligerante actitud adoptada por Antonio Machado y su heternimoJuan de Mairena. Esta actitud, extendida entre los ensayistas, qued, sinembargo, matizada en la elaboracin ms acadmica, al tiempo que sedotaba de un slido entramado doctrinal.

    Tras los pasos de su maestro, Menndez Pidal y su escuela, forma-da en la historiografa liberal y agrupada en torno al Centro de Estudios11istricos, completara este proceso de anulacin de la frontera secular

    como lmite del perodo ureo, incluyendo en el mismo las dos cent urias. En tanto Amrico Castro, como representante ms destacado delpensamiento crtico en el exilio, insista en la idea de edad conflictivay subrayaba los elementos de tensin producidos por la mentalidad delos cristianos viejos, el discurso oficial de los triunfadores de la guerracivil, con sus ideales imperialistas, insista en el esplendor de una pocade glorias polticas, militares, religiosas y artsticas de ms de cien aos,determinando la adopcin del sintagma siglos de oro, que la inerciaacadmica acabara por consolidar, hasta otorgarle una carta de naturaleza que oculta su origen histrico e ideolgico [6+3].

    Analizada la gnesis del concepto, sus variaciones y el modo enque lo hemos recibido, podemos extraer una serie de conclusiones sobreel mismo. En primer lugar, hay que tener presente el carcter valorativoque encierra la denominacin {6.4.1], imponindose sobre el puro valordesignativo a favor de una connotacin como condicionante previo deljuicio, que proyecta su aura sobre todos los objetos y realizaciones delperodo; stos aparecen nimbados por un prestigio que, antes que de suapreciacin particular, procede de su inclusin en un conjunto calificado como ureo. No obstante, y por las razones apuntadas, en unadenominacin cada vez ms inclusiva, se impone la necesidad de unaseparacin que, sobre los conceptos de renacimiento y barroco, recupera la separacin entre las dos centurias, XVI y xvn, al tiempo que,para algunos crticos e historiadores, permite recortar la cronologa yponer los hitos en las dcadas centrales de cada uno de ellos y manteneras la designacin en singular, siglo de oro. Finalmente, y como sedesprende de la consideracin anterior, nos encontramos con un perodo historiogrfico de lmites borrosos {8.1], tanto en lo que se refiere asu inicio y final, como en lo tocante a sus fronteras interiores, en unacronologa en la que no existe acuerdo generalizado, variando en fun-cin de las perspectivas de anlisis de cada investigador, de los aspectos(poltica, arte, gneros concretos ...) que se consideren y de los valoresen uego.

    De todo ello se desprende la necesidad de relativizar esta nocin,que mantiene su validez designativa, consolidada por una tradicin aca-dmica ratificada en planes de estudios, asociaciones de estudiosos yfrecuente aparicin en ttulos de monografas, pero a la que debemosconceder fundamentalmente un valor cronolgico, y aun ste no de

  • o -valor rgido y predeterminado. Su variacin viene dada al vincular laperiodizacin literaria a divisiones histricas de otra naturaleza (polti-ca, dinstica, religiosa, econmica ...); si seguimos los rasgos de semejan-za ms all de las fronteras de siglos o reinados, implica considerar partedel siglo xv y llegar a los lmites del siglo XVII. La inclusin de estacronologa puede significar una prdida de lustre en el valor esttico delperodo, al incorporar obras consideradas de inferior categora, pero ladiferencia en las realizaciones no est reida con la semejanza en losprincipios, y stos son ms determinantes que los resultados a la horade caracterizar un ciclo en el que, adems, como veremos, la categoraesttica no es actuante. Por esta razn, debemos postergar el compo-nente connotativo de la designacin utilizada, no por el hecho de plan-tear una revisin histrica sobre el valor del conjunto del perodo, sinosencillamente porque, de existir dicho valor general, no debe interferiren la apreciacin de los valores particulares de cada texto o de cadafenmeno estilstico, genrico o comunicativo que estemos conside-rando.

    La nocin misma de siglosde oro es la primera de las institucio-nes con que se encuentra quien pretende estudiar la literatura del pe-rodo, la ms inmediata a su percepcin y la que requiere, por tanto, unprimer ejercicio de deslinde, basado en la consideracin de su carcterartificial. Como todas las convenciones, comporta un importante ele-mento de utilidad, sobre todo en el establecimiento de referentes com-partidos para la comunicacin cientfica, pero sin que se deba confundirla utilidad prctica con el valor esencial, los hechos de un perodo conlos juicios sobre ellos. Para integrarnos en una tradicin no basta laaceptacin ciega, conducente a la mera repeticin; es necesario cono-cerla e interpretarla como tal tradicin, para poder aportar algo a sudesarrollo. En el estudio literario actuamos sobre la herencia de variossiglos de aportaciones crticas irrenunciables, sobre las que se ha forjadoel concepto mismo de una poca, un legado que debemos asumir yasimilar, pero sin que ello suponga postergar el contacto directo con lostextos o renunciar a la valoracin sin prejuicios o, al menos, desde laperspectiva de los propios planteamientos. Slo as el estudioso puedeser fiel a su propio tiempo y, a la vez, a la herencia recibida, que reclamaun compromiso de continuidad, no de repeticin, y, sobre todo, uncompromiso con los textos y los hechos en que se insertan, no con las

    interpretaciones de los mismos. La necesaria dialctica entre las obrasobjeto de estudio, los instrumentos proporcionados por la crtica y elpropio juicio del estudioso es la que garantiza las condiciones para unestudio fructfero, convirtiendo la propia institucin acadmica en unespacio habitable y abierto, no en una coaccin impuesta sobre el estudio. Es necesario, pues, conocer la tradicin, y comenzamos por el ejede la misma.

  • .I.2.La

    ~ .poet1caclasicista

    f2

    El primer elemento de caracterizacin de lapotica clasicista es su consideracin como un arte(ars), esto es, como una tcnica, en el sentido etimo-lgico adquirido cuando es formalizada por los grie-gos y mantenido con una vigencia de ms de veintesiglos. Se opone as de manera general a la conside-racin de la originalidad o el talento individual, con-cebido como inspiracin (ingenium), que definir alarte moderno a partir del romanticismo. Este primerpar de oposiciones, fijado en la potica horaciana, esla base de todos los dems rasgos, tanto los fijadospreceptivamente en oposiciones correlativas, como lossurgidos del desarrollo histrico de un discurso carac-terizado por una esencial inalterabilidad. De la con-sideracin de la potica como una tcnica y no comouna inspiracin se desprenden los tres elementos dis-tintivos de la formalizacin clasicista: el sentido tras-cendente del arte verbal, su estricta codificacin y supermanencia como una tradicin. Todas estas nocio-nes se perfilan en la Potica de Aristteles (escrita elsiglo v a.C. y recuperada dos milenios despus) y laEpistola ad Pisones de Horacio (s. r a.C.) y adquierenun amplio desarrollo terico a partir de sus comen-

    turistas en el XVI, no siempre estrictamente fieles a las ideas y las palabras

  • f4

    rhumilis {7.4]),completamente jerarquizados y definidos por su tema, suspersonajes, sus argumentos y sus registros lingsticos y retricos, a losque deban ceirse todas las obras. En cada uno de ellos exista unmodelo, del que se desprendan todas las reglas de composicin yque conformaba la classis o grupo genrico surgido de la imitacin; elincumplimiento de las reglas conllevaba la inmediata condena de la obra,tanto ms perfecta cuanto ms se ciera al modelo original. Para cimen-tar todos estos elementos intervena el otro elemento fundamental enla potica clasicista, el principio del decoro, que estableca la perfec-ta adecuacin y correspondencia entre todos los componentes de laobra, como una regla universal de la que emanaba la continuidad deuna escritura segn unos esquemas inalterables, convertidos en clsicos.

    De la codificacin y regularizacin de las obras procede el sentidoy la vigencia de la tradicin, que hace de la potica clasicista un sistemaque puede ser transmitido y reiterado, como ocurre a lo largo de msde 2.000 aos sin diferencias esenciales entre las distintas etapas de sudesarrollo {7.I}. La base de esta tradicin es la vigencia del principio deautoridad (auctoritas), correspondiente a los escritores de los inicios, dela edad dorada, los nicos a los que se reconoca el carcter de auctoresy de originales, es decir, de ser origen de una serie, en cuyas obrasautora y originalidad son conceptos inexistentes {4.2} y se disuelven enel principio de imitacin. sta se convierte en el valor determinante dela calidad de una obra, que es tanto mejor cuanto con ms fidelidad seaproxime a sus modelos {6.3},para continuar una tradicin que debepermanecer inalterable. La va para conseguir este fin es la reiteracinde pasajes o lugares (loct) convertidos en tpicos (topot) o lugares comu-nes {5.4},por lo frecuentados, pero sin el valor negativo actual, sinotodo lo contrario: son lugares de autoridad, por proceder del auctor omodelo y por insertase en la tradicin imitativa, y por ello proporcionanreconocimiento a la obra posterior. Estos principios funcionan por igualen el plano de la obra concreta y en el del conjunto de una escritura, loque resulta especialmente operativo cuando una diferencia de lenguassepara a los modelos de las prcticas del momento, en concreto, cuandoel latn deja paso al florecimiento de las lenguas romances. Es el mo-mento en el que la imitacin, concebida ahora como translatio studii, esdecir, como transmisin o tradicin de los saberes, acta para dotar dedignidad a las lenguas vulgares y permitir revivir en ellas una tradicin

    --

    -culta, la que procede de Grecia y Roma, acompasada ahora al correr deunos tiempos que persiguen ilustrarse mediante la revitalizacin de unosmodos de vida y de unos modelos poticos {1.1}. La continuidad y reno-vacin de estos modelos forman la Repblica de las Letras, en cuyoseno tendr lugar el encuentro no exento de conflicto entre los distin-tos modos de escritores y los destinatarios de sus obras.

  • .1.3.Larepblicaliteraria

    Cuando a comienzos del si9~~ xvr ErasmoRotterdam se erige en defensor ~~ria recuperacin delas buenas letras (bonae litteraeiisfrente a los escols-ticos, su actitud, convertida en abanderada del huma-nismo europeo, muestra dos '-""'""H'-'De una parte, enracterizadas como fruto de la ~~'"'"""'...~.~"1'1'.voluntad de recuperar a los pureza ori-ginal, no tanto como voluntad de retorno al pasado-impugnado con la condena del escolasticismo-,sino de revitalizacin del presente mediante la actua-lizacin de los valores de un tiempo fuerte. De otraparte, en el ideal modelizador forjado por el humanis-ta cristiano se funden sin apenas distincin de valorla antigedad grecolatina y la tradicin bblica, con elparadigma ejemplar de los Padres de la Iglesia, encuya obra se concitan la verdad revelada y la elegan-cia de las lenguas latina o griega; as, en este contex-to, vlido para todo el perodo, las letras no equi-valen a nuestra nocin de literatura, sino quefuncionan como sinnimo del saber, dando a steun carcter enciclopdico propio de la formacincultura humanistas; en l conviven, bien que

    J6 ropaje de una forma bella, teologa, moral, poltica,

    _........_

    -ciencia y otras disciplinas, entre las cuales la poesa no tiene precisa-mente un lugar muy destacado.

    El desarrollo del humanismo, desde su germinal transformacinescolar a su culminacin como movimiento intelectual {5.1.2}, explicaesta actitud. Inicialmente, los studia humanitatis se desarrollan como unaalternativa al modelo medieval y su base es la primaca de la gramticacomo asiento de todo saber, pues desde ella se puede acceder al cono-cimiento exacto de cada disciplina a partir de un adecuado entendi-miento de sus textos fundamentales. Este papel de la gramtica como[anua scientiarum, como puerta de acceso al edificio del saber, autorizaa sus conocedores, los fillogos humanistas, para interpretar cualquiertexto y, por tanto, para conocer todas las disciplinas, de la teologa a lasmatemticas, por lo que acaban convirtindose en los depositarios detodo el saber, del conjunto de las disciplinas heredadas de la antigedad.

    Con esta actitud se aborda, por ejemplo, la reforma de la religina partir del correcto acceso a los textos primigenios, sustituyendo lateologa especulativa por la escriturada. Lo que tienen en comn lasespecficas actitudes filolgica y espiritual de Erasmo es la importanciaesencial concedida al texto, fuera el de Cicern o el de la Biblia, por loque su labor se centra en la restauracin de la pureza de las fuentes, enel convencimiento de que, al beber directamente en ellas, se producirla renovacin del tiempo presente. Aunque en los textos grecolatinos sedestaca sobre todo su elegancia y en los bblicos su contenido doctrinal,en ambos casos se atiende a los dos aspectos, identificados en la purezadel texto y en su transparente exposicin de unas ideas valiosas, en cuyoespacio acaban neutralizndose la sabidura ciceroniana y la moral cris-tiana, la armona de la prosa y la exactitud de su expresin {5.2}. Elconflicto surge al sumarse al conjunto de los textos los de las literaturasvulgares, cuyos valores no siempre se sitan en el mbito de lo doctrinaly cuyos criterios estilsticos no tienen en cuenta los modelos clsicos.

    El propio Erasmo, quien no desde en su juventud el cultivo delverso latino para stira o alabanza, encabeza la corriente de rechazo dela literatura de ficcin, salvo que sirva de soporte, por la va de la ale-gora o la stira, a un contenido doctrinal o didctico. Razones filos-ficas, religiosas y morales se anan en la pervivencia del anatema dePlatn, cuando expuls a los poetas de la repblica perfecta que dise-aba para una utpica edad de oro. El humanismo, en la tradicin de la

  • 8-cultura sabia heredada de la clereca y el escolasticismo, se mostr re-fractario al cultivo de las letras con carcter gratuito u ocioso, identi-ficndolas con un contenido doctrinal o con la labor de recuperacin delas virtudes del discurso clsico. De esta manera la tarea del hombre deletras, el cultivador de las humanae litterae o bonae litterae, se identificacon la preservacin de los textos, mediante su fijacin y comentario omediante la determinacin de las normas gramaticales y retricas quelos rigen y su codificacin para la enseanza en su contenido y en suforma. Cualquier otra labor, desde la ficcin destinada al entreteni-miento hasta la especulacin apoyada en una lgica abstracta, merece sudesdn y condena. Pero cuando, ya en el siglo XVII, los humanistas sonreemplazados por sus detractores, la actitud frente a la poesa y la lite-ratura de ficcin se mantiene, convirtindose incluso en ms beligeranteante la proliferacin de obras y su difusin por cauces renovados y entreun pblico ms amplio.

    Dejando de lado las condenas directas de predicadores y moralis-tas, que se intensifican con el paso del siglo xvr al XVII, nos detendre-mos en un texto situado prcticamente en la frontera entre estos dosperodos y especialmente significativo por su eco (4 ediciones en lapoca del clasicismo) y por su forma literaria. En 1612 firma SaavedraFajardo una versin manuscrita de su Repblica literaria, concebida bajola forma satrica del relato de un sueo. El narrador visita una alegricaciudad donde cobran cuerpo todas las artes y sus representantes, carac-terizado todo ello, como corresponde al gnero, por un tono hiperb-lico, reflejo del sentimiento de rechazo por lo que se considera un exceso de libros fomentado por la imprenta. Desde los arrabales alcentro de la ciudad se narra un viaje onrico que, entre la sucesin decuadros y escenas, deja al descubierto la actitud antihumanista del autory su desprecio al cultivo de las letras por los gramticos, sin utilidadpara el alto gobierno del estado. La condena de la gramtica y, sobretodo, de la crtica y los comentarios de los humanistas (en su labor deediciones anotadas) culmina, en el episodio final, con el linchamientode Escalgero a manos de los autores ofendidos por sus prcticas filol-gicas. En este aspecto podramos concluir que nos hallamos en la ant-tesis de lo inaugurado dos siglos antes por los studia humanitatis, aunquetambin podramos afirmar que lo que hace Saavedra Fajardo es llevaralgunos de los postulados humanistas al extremo de su trayectoria, al

    ..........

    3~-menos aquellos que no se refieren a la consideracin del texto, incluyen-do la nocin de las letras y el lugar que en ellas ocupa la poesa. Laspalabras del prlogo disipan completamente la posible ambigedadderivada del tono irnico del discurso satrico: repblica literaria no esslo la denominacin de una ciudad imaginaria; se refiere al hipertrofia-do conjunto de los saberes del momento, en que tiene mucha culpa laemprenta, cuya forma clara y apacible convida a leer; no as cuando loslibros manuscritos eran ms difciles y en menor nmero. Quiz poresto se aventajaron en las artes y sciencias los romanos, y los griegosms, porque estudiaban en menos.

    El mbito de las letras no se limita en esta repblica al campo delo estrictamente literario, ni siquiera al conjunto de los saberes basadosen la escritura, sino que abarca el conjunto de las actividades intelectua-les o artsticas de la humanidad, segn ratifica la imagen de las nuevemusas colocada a la entrada de la ciudad, como representacin de latotalidad de las expresiones surgidas de Apolo y Mnemsine, la razny la memoria. La organizacin de estos saberes mantiene las lneas esen-ciales de los esquemas medieval y humanista, con la separacin de lasartes mecnicas, extramuros de la ciudad, y las siete artes liberales, perocon la inclusin en las del trivium de la gramtica, en lugar de la lgicadel esquema medieval. La gramtica asume la imagen humanista depuerta de acceso al resto de los saberes, y ello constituye el argumentopara la acusacin de soberbia por parte del protagonista, paradjica-mente guiado en su viaje por el gramtico Varrn. Este hecho nos ponedelante del segundo rasgo de esta repblica literaria: la convivencia delas autoridades del pasado clsico con los artistas del presente, en unasuerte de panten ucrnico, que, no obstante, Fernando de Herrera(paradigma del crtico) procede a ordenar a instancias del narrador,presentando una divisin en tres edades que ya resulta clsica en estosmomentos: la de los griegos y latinos, la de los italianos y, finalmente,la de los espaoles, quienes recogen la herencia de los precedentes parallevarla a la plenitud de una nueva edad de oro.

    Herrera ofrece su panorama histrico con un corpus de autoresque se convierte en un verdadero canon sobre la continuidad de losclsicos hasta el presente. Frente a l, el narrador realiza la impugnacingeneral de los saberes sustentados slo en los formalismos gramaticaleso sin un valor de utilidad, para culminar con el especfico rechazo de la

  • -poesa, incluyendo en esta denominacin todos los gneros literarios.Lo significativo es que las razones de este rechazo son bsicamente lasmismas por las cuales se impugna, en serie sucesiva, la historia, la filo-sofa, la astrologa y la alquimia, ya que lo que hoy llamamos literaturase encuentra integrado en el conjunto de las letras o repblica lite-raria.

    Todava en 1759 (por tomar una fecha que constata la pervivenciade formas y conceptos con independencia de supuestas fronteras histo-riogrficas) Feijo utilizaba en sus Cartas eruditas como sinnimos Hu-manidades, Letras Humanas, Buenas Letras o Bella Literatura,con una falta de distincin entre estas denominaciones propia de laidentificacin de los conceptos a que aluden, o, por mejor decir, delnico concepto a que se refieren. En su carcter integrador se producela neutralizacin entre lo que ms tarde sern artes y disciplinas diferen-ciadas, pero que en el discurso clasicista corresponden a una nocingeneral de las letras, con literatura como una suerte de sinnimointercambiable. La fecha y la autoridad de la fuente confirman la vigen-cia a lo largo de una tradicin de siglos (en la que se incluyen los deoro) de una identificacin de letras o literatura con el conjunto deprcticas, manifestaciones y disciplinas de la sabidura humana, comorecoge en una de las acepciones de la entrada correspondiente el Dic-cionario de Autoridades.

    Es necesario, pues, tener en cuenta que la nocin de literaturaque hoy manejamos no se corresponde con la que designaba el mismotrmino hasta el siglo XVIII. La primera distincin aparece con la deli-rnitacin dentro del espacio comn de las letras de las denominadasbellas letras; este sintagma comienza a documentarse a partir de 1740,pero en ese momento se registra como un galicismo, calcado de bel/eslettres, y cubre un campo de designacin prcticamente idntico al debuenas letras, expresin con la que resulta intercambiable. En el fondode esta autntica sinonimia radica la identificacin platnica de Bien,Verdad y Belleza actuante en las letras clasicistas, para las que el discur-so letrado se ordena por el principio de veracidad y se encamina a unfin provechoso, siendo la expresin bella o fermosa cobertura un ele-mento accidental y casi secundario. Aunque los humanistas reivindicaneste principio en la expresin de los auctores clsicos y tratan de trasla-dar la elegancia de stos a su uso de la lengua, lo circunscriben al mbito

    ............_

    -i

    del latn, manteniendo una cierta desconfianza hacia las lenguas vulga-res. Cuando stas adquieren un reconocimiento pleno, lo que se lesdemanda es la capacidad de reproducir los valores del discurso clsicoy no tanto su expresin, de la que se alejan por los avatares propios deldesarrollo de las formas literarias, entre tensiones conservadoras y deinnovacin. De este modo, no ser hasta la revolucin romntica cuan-do se afirme el principio de la autonoma esttica del arte en general yde la literatura en particular, marcando el momento desde el que esposible hablar con exactitud de literatura en el sentido moderno. Sinesta distincin, el campo de las letras en los perodos anteriores notiene plenamente definidas las fronteras internas que delimitan el dis-curso literario, por lo que en nuestra consideracin de ste no podemosprescindir de los territorios fronterizos, de la crnica a la tratadstica,unidas todas estas formas por una idea comn del discurso bajo el pa-raguas de la retrica.

    La institucionalizacin de la literatura (si entendemos este trmi-no aplicado a los siglos de oro con las prevenciones sealadas) sigueinicialmente el desarrollo de las letras, para comenzar a independizarsede las mismas ya en el siglo XVII. El primer elemento de institucionali-zacin es la codificacin heredada de la potica clsica (7.I}, primero atravs de las reelaboraciones medievales y ms tarde con la recuperacindel texto de Aristteles y la revalorizacin de la potica horaciana, enlas que ya se esbozan, respectivamente, la diferencia con la historia atravs de la nocin de mmesis y el valor del componente de detectare,aunque sin abandonar del todo la funcin de utilidad, sea de tipo catr-tico, sea de naturaleza doctrinal. Sobre esto, ambas poticas remiten ala retrica como ciencia de la codificacin del discurso, y ello devuelvela poesa al marco general de las letras. La indistincin es prcticamentetotal en el perodo medieval, correspondiendo a los studia humanitatis unprincipio de fractura, con su reivindicacin de la gramtica frente a lalgica y de la elegancia frente al doctrinarismo; sin embargo, en el senodel humanismo, responsable de la adaptacin de la potica clasicistapara los siglos XVI y XVII, se instalan las actitudes de rechazo a la poesa,subordinada a discursos que se consideran ms elevados.

    El proceso experimenta en la Espaa de estos siglos dos impulsosde signo contrario. De una parte, la enseanza escolar, con su resisten-cia a los textos romances, su concepcin retrica de la escritura y su

  • inclinacin a fragmentar los textos en antologas para ilustrar los usoslingsticos, ofrece una tendencia conservadora, manifestada en los tra-tados pedaggicos y en la prctica misma de las escuelas y colegios porlo menos hasta finales del siglo XVIII; junto a la actitud general, la escue-la, como principio de institucionalizacin del saber, mantiene conserva-doramente el canon y la validez de los modelos. Del otro lado, la din-mica introducida por la imprenta, con su apertura a nuevos textos ynuevos lectores en virtud de las fuerzas del mercado y la posibilidadtcnica de la multiplicacin de ejemplares, opera en sentido contrario,diluyendo las fronteras y propiciando el cambio y la innovacin, some-tida menos a los criterios dogmticos que al gusto de los consumidores.De ello se derivan una serie de tensiones, y stas inducirn los cambiosen los distintos componentes de la institucin literaria, que comienza aescindirse entre el magisterio de raz clsica y la libertad creativa pro-piciada por la imprenta y sus mecanismos.

    1.4.Humanistas,letrados yliteratos

    a los sujetos y el lugar de la escri-una tensin entre dos polos,

    peso e importancia con el pasosu convivencia en estos

    matices y diferencias de actitu-letras. De una parte, desde el

    perodo la prctica letrada como unfactor de la figura social, en sustitucin deotros valores en declive, como el de la primaca de lasarmas; de la otra, se aprecia un creciente profesionalis-mo en quienes encuentran en el ejercicio de las letrasun elemento, si no de ascenso social, por lo menos desubsistencia econmica {4.1}.

    Las races de la primera figura pueden encontrar-se ya en las cortes del siglo xv, cuando el cultivo dela poesa de cancionero, antes de lo dispuesto porCastiglione (1531) para el cortesano, se considera unavirtud ms de los caballeros, sin que menoscabe sudestreza en el manejo de la lanza, reservada ya pocoms que para justas y torneos. Se neutraliza as, con laposibilidad de una prctica compartida, la distincin

    entre omnes de armas (los bel/atores) y om-de letras (los oratores), ya que el saber deja de ser

    patrimonio exclusivo de los clrigos, con la consiguien-

    En lo quetura, podemos

    43

    ~~----------...........

  • "T-te extensin de las letras a la dimensin humana y un renovado interspor los clsicos, a cuyos textos se acude, adems, con intereses distintosa los que guiaron, por ejemplo, la filosofa escolstica o la reelaboracinclerical de la materia romana. El impulso definitivo a esta tendencialo proporciona, con su recepcin en Espaa a finales del xv, la discipli-na humanista, con sus nuevos mtodos, objeto y actitud ante los textos.

    Los studia bumanitatis favorecen la aparicin de una nueva figura.En ella la cultura no aparece como una herencia o un patrimonio cor-porativo, a la manera de caballeros o clrigos, sino que define el propiostatus social de su poseedor. El humanista pone sus conocimientos alservicio de la corte y de la ciudad, centrndose fundamentalmente endos terrenos, el de la pedagoga y el del gobierno. En ambos su papel noes el de mero transmisor de los textos del pasado, sino que asume unafuncin creativa, con tratados, cartas, discursos y argumentaciones. staes su funcin caracterstica en cuanto humanista, y el cultivo de lapoesa o las bellas letras slo es un complemento en el que demostrarsu elocuencia, si no es que, mediante la alabanza, se pone al servicio desu promocin a un cargo de canciller, de secretario o de preceptor.

    Su funcin en la corte, junto con la estructura de los estudiosuniversitarios (sin apenas otras distinciones que la teologa, la medicinay el derecho), hace que la denominacin de humanista se encuentrecon la alternancia de letrado, en la que tiene un gran peso la designa-cin de las labores propias del jurista. El desempeo de funciones prc-ticas por el humanista dentro de la corte se complementa con su papelcomo cronista oficial, nombramiento que recae a lo largo del siglo XVIen figuras tan relevantes fray Antonio de Guevara, Pero Mexa o Am-brosio de Morales. En principio, en estos autores se buscaba tanto suconocimiento de los modelos y las fuentes clsicas como su maestra yelegancia en la lengua romance. Los valores estrictamente filolgicosdejan paso a otros, pues, si en Morales pudo apreciarse su labor comoarquelogo y epigrafista, en los dos primeros lo que se impona era sucapacidad de convertir la materia clsica en lecturas atractivas para suscontemporneos, como demostraron con la biografa novelada de Mar-co Aurelio (1525, en su primera versin manuscrita) o la divulgativa Silvade varia leccin (1550-1551), respectivamente. As, sin abandonar las raceshumanistas ni dejar de ser, en sentido amplio, letrados, se apuntan ensu labor algunos componentes de lo que hoy consideramos literatura, al

    4>...,tiempo que se acenta su dependencia social y econmica del ejerciciode la escritura.

    No obstante, la relacin con las letras caracterstica de las liteseducadas se resiste a desaparecer con el cambio de situacin, pudiendorastrearse esta actitud hasta los propios salones dieciochescos; sin llegartan adelante, se encuentra en los comportamientos de los cultos a lolargo de los siglos xvr y XVII, con ejemplos tan relevantes como Garci-laso, Hurtado de Mendoza, Herrera, fray Luis de Len, Arguijo, el condede Villamediana, el de Salinas y tantos otros autores pertenecientes alestamento nobiliario. Su actitud se radicaliza ante la creciente presenciadel profesional de las letras, su contraimagen, instalado ya no tanto enel prestigio social, como en la institucionalizacin del mercado literario,en el que se afianza un contrapeso a la propia institucin acadmica.

    En el caso de la prctica aristocrtica y culta la tendencia es a laagrupacin en crculos ms o menos cerrados, primero en forma decortes, reales o figuradas, y posteriormente al modo de academias, cuyaformalizacin oscila entre el entorno de una institucin escolar (sea laescuela de Mal Lara en Sevilla o la Universidad de Salamanca para elcrculo de fray Luis) y su constitucin expresa y reglamentada, de nuevocon carcter general en algn saln nobiliario. En dichos crculos semantienen las tendencias conservadoras y clasicistas, bsicamente enuna prctica cada vez ms reglamentada, pero llegando a ser tambin(en pos de las italianas) el origen de su expresa codificacin terica ydoctrinal. As, estos crculos se convierten en el terreno sobre el quearraigar, ya en el siglo XVIII y con el patrocinio de una nueva dinastareinante, la de los Borbones, la Academia, en cuya tarea de fijar, lim-piar y dar esplendor a la lengua castellana se va dando un valor enaumento a las bellas letras, cada vez en un sentido ms especfico.

    Es ya en el siglo de las Luces cuando adquiere carta de natura-leza la denominacin de literato, pero sin que podamos reconocer ensu referente una realidad idntica a la de su sentido actual. Como elhumanista y el letrado, en un avatar ms de la trayectoria del hom-bre de letras, el literato no es el poeta o el creador literario, sino quesigue identificndose con el poseedor de los saberes cultos en su msamplia acepcin. La denominacin y naturaleza del Diario de los literatos,fundado en 1737 a imitacin de los modelos francs e italiano, as lodemuestra, con su variedad de contenidos. Entre los ilustrados, en co-

  • TV

    rrrespondencia con su desdn por las manifestaciones populares de lapoesa y el teatro, las formas literarias siguen considerndose instrumen-tos para la educacin de la sociedad; por ello mantienen, con la diferen-cia de su forma ornada, el mismo valor de utilidad que tenan las letrasentre los humanistas y que se les conceda a las ciencias, cuya denomi-nacin se presentaba en concurrencia, como sinnimo, con artes.Lasdesignaciones de las academias fundadas en esta poca o sobre estemodelo as lo revelan.

    Con sus casi inapreciables matices, las tres denominaciones (hu-manistas, letrados, literatos) transparentan el sentido de las letras en unperodo de varios siglos. En este marco la literatura propiamente dicha,si no era objeto de rechazo, ocupaba un papel casi ancilar: el elementode placer (detectare) se pona al servicio de la utilidad (prodesse), porexpresarlo en los trminos horacianos. As era, lgicamente, en losmbitos ms cultos, propios de una aristocracia de la sangre, de la po-sicin social o de la educacin; su repercusin se limitaba al estrechocrculo de su entorno inmediato, quedando fuera de su control el anchomundo del consumo popular, en el que se estaba fraguando, con inte-reses bien distintos, el camino hacia otra forma de literatura.

    1.5Las razonede lalectura

    PvtrPmo contrario al de las actitudes con-creciente de la profesionaliza-

    ......,""'.~~~disgregadoras originan tambin..., .,.,.~Jie institucionalizacin. As, la

    textos, ejemplares y lectoresn.ri-.nt-,-, las reservas de los mora-

    dando lugar a una estrictanormativa de 1558) para controlar y regularel flujo de obras, pero tambin para enmarcar y orien-tar su consumo, que no puede desprenderse de todoslos preliminares (aprobacin, licencia, tasa, fe de erra-tas, composiciones laudatorias, prlogos y dedicato-rias) y de las inducciones de lectura que introducen,formalizando, junto a la institucionalizacin del libro,la institucin de la lectura, guiada por todos estospreliminares, entre la normativa legal y la crtica lite-raria.

    Ambas formas de control o de institucionaliza-cin persiguen un fin similar: el de mantener dentrode los lmites establecidos una lectura que tiende adesbordarse y a salirse de su espacio tradicional [6.2}.

    fundamental de este cambio, ms cualitativoestrictamente cuantitativo, es la superacin de un

    modo de lectura guiado exclusivamente por una fina-

  • /8

    lidad prctica, de formacin o de salvacin, a favor de un consumo detextos guiado cada vez ms por el simple placer de la lectura. Los textospara el ocio entran en dura competencia con los concebidos y difundi-dos para el negocio, sea el del alma o el de la hacienda, como mantenadon Juan Manuel en el siglo XIV. Los nuevos hbitos de lectura deman-dan nuevos textos y generan prcticas hasta entonces desconocidas,despertando las suspicacias y las diatribas de los cultos, que ven enpeligro su hegemona como clase letrada. Es el mismo fenmeno obser-vable el terreno religioso, donde se plantea la preservacin de la doctri-na y del dogma alejando a los fieles del contacto directo con los textossagrados. Puesto que la imprenta hace imposible esta prohibicin en loque toca a los textos profanos, stos se ven sometidos a otro tipo detutela, ejercida por la autoridad civil y por la religiosa, en forma deaprobaciones y licencias. A ellas se va sumando paulatinamente la auto-ridad acadmica, que, primero a travs de los mecanismos legalmenteestablecidos, y ms tarde en forma de dictmenes y pareceres, interven-dr en la lectura de los textos para tratar de mantenerla dentro de loslmites de la institucin.

    La lectura ya desborda en el siglo XVI los lmites de los claustrosy aun de los salones de la corte, dando cabida a nuevos estamentos enla relacin con los libros. Su disfrute y, progresivamente, su posesin seconvierten en reveladores de las disponibilidades de quienes los osten-tan: disponibilidades en el orden cultural, pero tambin en el de losrecursos econmicos y el del tiempo libre. De este modo el libro seconvierte en objeto de distincin social, y en este proceso llega a adqui-rir ms peso el nmero que la calidad. Cuando la imprenta con sumultiplicacin de ejemplares altera los valores del cdice precioso, con-virtindolo casi en prohibitivo, el factor de prestigio en la posesin delibros llega a situarse en las dimensiones de la biblioteca, la nueva rea-lidad que se impone ms all de los tradicionales claustros monacales.

    El mismo Santillana, que afirmaba a mediados del xv que las letrasno embotan el filo de la lanza, es uno de los primeros caballeros enasentar su relacin con las letras en la reunin de una notable bibliote-ca, formada por cdices en nmero apreciable, pero sobre todo extre-madamente selectos, tanto en su riqueza material como en sus conteni-dos. stos eran tan exclusivos, que incluso son inaccesibles para suposeedor, por no dominar las lenguas originales. Su carcter de signo

    contrasta con la naturaleza de una biblioteca bien distinta, la de Fernando de Rojas. Con ms de medio siglo de diferencia y tratndose delautor de una de las obras ms literarias de estos siglos y aun de lossiguientes, aparece formada a la muerte del propietario slo por textospara su uso profesional como letrado, es decir, como jurista; ni siquieraaparece mencionado ejemplar alguno de las ya numerosas ediciones deLa Celestina, lo que es tan significativo si se trata de una ausencia real,como si la omisin es resultado del escaso valor concedido en este tipode documentos notariales -reflejo de una realidad socio-cultural alos libros de ficcin.

    Los registros de libros en los inventarios notariales conforme avanza el siglo XVI y sobre todo en el XVII muestran que no slo crece elnmero de ejemplares conservados y la cantidad y variedad de sus propietarios; tambin van desapareciendo las reservas que impedan invcntariar los libros de ficcin de cara a cederlos a los herederos o venderlosen pblica almoneda. Por estas razones la distribucin cualitativa de lasmaterias librescas tambin va mostrando una transformacin, dejandopaso la dominante materia religiosa de los catlogos ms antiguos a unacreciente presencia de lo literario, y eso tanto en las pequeas colccciones de humildes lectores como en las grandiosas bibliotecas de lospoderosos.

    Las reacciones que se aprecian en los estamentos ms cultos yconservadores son un sntoma an ms definitivo de la pujanza de csrasituacin. Cuando Quevedo manifiesta su voluntad de retirarse conpocos pero doctos libros (en el soneto Desde la torre) no est aludiendoa una voluntad real, como la extensin de su biblioteca personal ponede manifiesto; est levantando un ideal aristocrtico frente a la mult iplicacin de los libros en manos de lectores a su juicio poco formados,sentencia que se repite en la pluma de muchos de los moralistas delperodo. La lectura ya ha dejado de ser el patrimonio exclusivo de unestamento superior, en el que coinciden posicin social y formacin,como refleja Boscn en su epstola a Hurtado de Mendoza al describirsu ideal de vida. Es difcil determinar cul es la relacin de causalidad,pero la conjuncin del avance tcnico de la imprenta con las transformaciones en los hbitos sociales y culturales de los habitantes de lasciudades determin, sucesivamente, la extensin, la regularizacin y lainstitucionalizacin de la lectura. Pese a todos los intentos de limitar

  • resta prctica a determinados crculos y, en paralelo, de reducir el nme-ro y la condicin de los textos que circulaban, el uso se convirtien imparable, y las formas de lectura culta se vieron obligadas a convivire, incluso, acabar contaminndose de las prcticas ms popularizadas(6.1-2].

    Como es conocido, y a pesar de todas estas limitaciones, es estasegunda va la que acabar imponindose, ofreciendo ya, desde la segun-da mitad del siglo xvr, manifestaciones evidentes de consolidacin. Pero,si bien el principio de innovacin adquiere un peso decisivo en este m-bito, tambin su regularizacin lo transforma en una autntica institucinpara autores, textos y lectores, instalados todos ellos en una prctica que,adems de continuidad, va adquiriendo unas caractersticas precisas ydistintivas. Es ste el mbito en el que se produce la verdadera institucio-nalizacin de la literatura, sancionada despus por las instancias oficiales,la crtica, la historiografa, la academia y la escuela.

    I.6.Los

    modelosliterarios

    los autores poseen para la mo-desde el siglo xv procede fun-

    antigedad. Ajenos a la nocinacuden a las obras clsicas

    de imitacin, siendo elsigue funcionando como cri-o de reconocimiento de los

    nuevos text$!if1~siquiera las reelaboraciones medieva-les, menospreciadas por su lengua y estilo y rechazadaspor su cronologa, cumplen ya esta funcin modeliza-dora. S lo hacen las innovaciones italianas, pero enparte por ver en ellas adaptaciones de las formas gre-colatinas. As, Dante representa un puente con Virgi-lio; Petrarca, una reelaboracin de los elegacos lati-nos; en Bernardo Tasso se hallan las huellas deHorado; Sannazaro actualiza la buclica de Tecrito yVirgilio; Ariosto da un nuevo sentido a la epopeyahomrica y virgiliana. Significativamente, el teatro,cuando no se trata de imitaciones clasicistas, general-mente trgicas, apenas halla algunas huellas de la reela-boracin de la comedia terenciana por autores como

    Maquiavelo o Cecci (imitado por Lope demientras que el dominio de la prosa narrativa

    no slo no halla referentes inmediatos de prestigio

  • -(otro es el caso de la nove/la hasta bien entrado el XVII), sino que tam-poco encuentra modelos de referencia de cierta dignidad entre griegosy latinos, ya que el relato de Heliodoro o las stiras de Luciano y Apu-leyo se sitan en el nivel ms bajo en la jerarqua de estilos para ambaslenguas. El cambio se produce justamente cuando sean estos modelosdesdeados los que se impongan entre el pblico lector, cuando en lasrealizaciones modernas dejen de apreciarse los ecos o imitaciones delpasado y cuando se ocupen con nuevas formas de escritura los espaciosgenricos y formales que griegos y latinos dejaron sin cultivar.

    Sometidos a las fuerzas innovadoras alimentadas por las demandasde los lectores y la profesionalizacin de los autores, los textos vansiguiendo caminos cada vez ms alejados de los modelos clsicos, codi-ficados por la potica y la retrica, y adoptando formas que obligan auna consideracin especfica. En algunos casos, como los libros de ca-balleras y la narrativa sentimental, tal como aparecen conformados enel trnsito entre los siglos xv y xvr, o en el romancero artstico, se tratade autnticas innovaciones respecto a los modelos clsicos resultado deprofundos cambios en los antecedentes medievales. En otros casos setrata de procesos de hibridacin o contaminacin genrica, como la quese opera entre tragedia y comedia para dar origen al teatro barroco o laque origina la novela a partir de la fusin de rasgos de la epopeya y dela crnica [8.2}. Nacidos de la transformacin y la mezcla, estos gneroseran ms propicios al cambio y la evolucin; surgidos en contacto direc-to con las demandas del pblico y atentos a sus requerimientos, supie-ron adaptarse a las nuevas exigencias, afirmando su vitalidad sobre unacapacidad de adaptacin que les fue llevando cada vez ms lejos de losmodelos originales, tanto en su forma como, sobre todo, en su relacincon una preceptiva.

    Basta pensar en el desarrollo de las variantes novelsticas en elsiglo XVII -aun sin explotar todas las posibilidades de la innovacincervantina- o en la consolidacin y reacomodacin de la frmula dra-mtica de Lope de Vega para considerar cmo los nuevos modelos seescapan del control clsico y van imponiendo sus propias leyes, cada vezms cercanas a la autonoma del hecho esttico. La apelacin al gustodel pblico o a la novedad supone la renuncia a acomodar la creacina cualquier suerte de norma heredada del pasado. Ya no valen los mo-delos cannicos de la antigedad, lo establecido por las preceptivas

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    lantiguas ni modernas ni lo reconocido por las instancias acadmicas. Elhorizonte con el que se miden los nuevos textos es el que son capacesde crear por ellos mismos y con la aceptacin de su pblico, erigido conla dimensin econmica de su consumo en un juez con un peso crecien-te frente a las reglas de la tradicin o los aristarcos instalados en el

    respeto a las mismas.Se impone as el nuevo elemento de institucionalizacin, surgido

    de la aceptacin en el mercado y en los circuitos de consumo y recep-cin. La medida es el xito que obtiene entre el pblico, que lo sancionaa travs de su demanda. Aunque no posee la voz individualizada y loscanales de los representantes de la institucin (preceptistas, censores,acadmicos ...), el pblico establece su juicio con unos parmetros per-fectamente mensurables a travs de las sucesivas reediciones o la perma-nencia en escena de un texto o de un modelo genrico, pues es preci-samente en este terreno donde, a diferencia del sistema de modelosclsicos, se van imponiendo los que ms tarde consideraremos en sen-tido estricto gneros literarios, con sus rasgos caractersticos, sus caucesde desarrollo y su perodo de vigencia, y ello sin una distincin sustan-cial entre las formas ms cultas y las ms populares, como se aprecia alconsiderar el desarrollo de los modelos genricos de la narrativa idealis-ta, de la epopeya culta o del romancero nuevo, todos ellos estrechamen-te vinculados al cauce impreso. Aun antes de su reconocimiento por lainstitucin acadmica, su sancin por el mercado en forma de xito eimitaciones representa una forma an ms rotunda de institucionaliza-cin, ya en las puertas de una moderna y autntica repblica literaria.

    Pero conviene delimitar estos pasos en los distintos componentesde la institucin, sirviendo de criterio metodolgico para acercarnos alobjeto de estudio, como haremos en los captulos siguientes.

  • leferenciasbibliogrficas

    La crtica historiogrfica del siglo xx ha rnM'~~recimiento de la formacin de los conceptos connuestro juicio histrico y esttico, obligando aideas recibidas y los conceptos aceptados como i~!iuanenres.cimiento cuenta con revisiones sistemticasceptual, destacando la an vigentementablemente sin traduccin espanoia, au~~~uesinrenzana enPrez. En cambio, lo referente a siglosd.l>ro,concepto muy cir-cunscrito al mbito de la literatura hispa~~ no ha recibido un an-lisis sistemtico que desarrolle apreciaq~~sacercamientos al tema,como los de Francois Lopez, Nicols ~~n, Abad, Rozas y Pelor-son, con observaciones y datos suficie11~~~como para comprobar lanaturaleza histrica e ideolgica del p~~~eso, algunos de cuyos hi-tos han sido abordados por Lpez Bue~~X Mainer. En el captulocorrespondiente, Alvarez de Miranda "vas y aade datos nuevos, ofreciendocuestin.

    Por lo que se refiere a la conformacin del objeto literario, ya falta de un estudio especfico, debemos recurrir a los anlisis de loscambios introducidos por la filologa humanista en la consideracinde los textos, a partir del panorama de Reynolds y Wilson y de lasmanifestaciones en el territorio peninsular recogidas en algunas delas pginas de Gmez Moreno. Para las reticencias ante la poesapuede consultarse el artculo de Ruiz Prez. Aunque enmarcadas enla cronologa del siglo xvm, resulta impre~cindible atender a las sis-temticas indagaciones lexicogrficas de Alvarez de Miranda, en lasque pueden hallarse interesantes huellas de la conceptualizacinurea en los repertorios ilustrados, sobre todo para lo referente alconcepto mismo de literatura (captulo IX).

    Sobre el autor, la lectura y los modelos literarios se hallarbibliografa detallada en los captulos correspondientes. Baste ahoracitar los estudios sobre determinados contextos culturales, comoel de Boase, de aplicacin a los modelos cortesanos de la Castilladel xv, el de Rovira para el virreinato de Npoles, y los artculosrecogidos en el colectivo coordinado por Criado de Val para loscambios operados con el reinado de Isabel y Fernando; el desarrollode la cultura fuera de los mbitos estrictamente cortesanossiglo XVI se aprecia en los estudios dirigidos por Bouza y MartnezMilln sobre Felipe II y el colectivo sobre Carlos V y Felipe II; para

    H

    lo referente a la sociedad de los Austrias menores siguen siendo de utilidad las reconstruc-ciones de Deleito y Piuela a partir de los textos y documentos de la poca. Sobre laintervencin de la corona en la regulacin del universo del libro, vase Garca Oro.

    En un orden ms concreto y tocante al proceso de institucionalizacin, Snchcz haofrecido un primer panorama del mundo de las academias ureas, cuya evolucin ha sidoanalizada en los trabajos recogidos por Evangelina Rodrguez. Puede consultarse tamhinel trabajo de Aurora Egido al respecto. Esta perspectiva del mundo culto debe comple-mentarse con la que se perfila en el estudio de Snchez Blanco.

    Con carcter ms general, Chartier proporciona un marco terico y conceptual enel que se insertan muchas de las observaciones apuntadas, as como una parte sustancialde los aspectos metodolgicos que articulan el estudio, entre ellos los problemas de laconstruccin histrica, la distancia entre el pasado y el presente, las claves de apropiacinde los textos, las formaciones discursivas, los cauces genricos o la convivencia de discur-sos contrapuestos, entre otros.

    ....,

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