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106 Todos los cuentos y se dirigía dando tumbos hacia un rincón del rancho donde se hallaba un viejo machete oxidado cuyo dueño ya nadie recordaba. Al,guien sujetó al anciano por un brazo y yo me adelanté hast~ quedar a un paso de Aquilino. - Mira - le dije-, yo creo que lo que más te conviene es salir de aquí ahora mismo. Pero quiero verte mañana porque tengo unas cuantas cosas que decirte. El mocetón me contestó con una mirada torva, en seguida se dio vuelta y caminó sin prisa hacia la salida del rancho. En ese instante recordé, no por qué, la puerta que había existido allí durante muchos años y había ido cayéndose a pedazos sin que a nadie se le ocurriera repararla. Por el espacio abierto que había quedado en su lugar vi salir a Aquilino Ayala, sin sospechar que nunca más volvería a encontrarme con él ni con nadie que pudiera darme razón de su vida después de aquella noche. Desapareció sin dejar rastro, como se dice en esos casos, y lo único que puedo asegurar es que ninguno de nosotros en el barrio llegó a echarlo alguna vez de menos. A Viejo Melesio lo enterramos hace ya más de dos años. Yo nunca le dije a·nadie que conocía el final de la historia que él no acabó de cop.tar aquella vez. Y perdóneme el que quiera conocer~o ahora, pero cada CQentero es dueño de su cuento aunque ya este ~uert~, y aquél era el d~ Vi~jo Melesio y el mío es éste _q~e hasta aqu1 llego. _ Ustedes sabrán decir, pensando en el pobre v1eJO~ en la puei:a se cayó a pedazos y en el machete que ya no terna dueno, s1 vatio la pena el g-abajo ~e leerlo. . (1943-1990) ....., 1 \ ~ , \ i \ 1 ¡' , l1 .! 1 jm 11' · q \1 =r~s¿ Ll.,l¡_~ Gor-i2dt.lez Regalo de Reyes Todavía me parece estarlo viendo: menudo, regordete; con una sonri_ sa fácil iluminando de costumbre su carita morena· (tan de costumbre que una vez lo sorprendí durmiendo, y en su sueño también sonreía). Se llamaba Víctor, "Vitín" para todos los que lo conocían, y era hijo de un agregado que cuidaba las vacas de la finca. Digo la finca y no n~estra finca porque mi padre era arrendatario, no propietario, de las veinte cuerdas atravesadas por una quebrada de aguas turbias en el barrio Juan Domingo entre Guaynabo y Bayamón. Todas las mañanas, alzándose sobre el bullicio de los gallos que el nuevo sol desataba, llegaba su vocecita hasta mi cuarto, ayudan- do a arrear las vacas que el padre conducía al cercado. Durante el resto del día, porque todavía no estaba en edad de asistir a la escuelita rural del barrio, se ocupaba en actividades cuyo provecho · o inutilidad no había aprendido aún a distinguir. Se divertía lo mismo rescat~d~ el h~evo recién puesto que una gallina anuncia- ba con fatüó cacareo,·qüe asustando. a los c~rdos acogidos al frescor de cualquier bache lodoso, o espantando a las aves de corral que picoteaban un gusano en la tierra ~ecién _ removida por la reja de un arado. O>n todo eso se entretenía Vitín, pero una sola cosa era capaz de suscitar su entuSiasmo pleno: mi disposición a dejarlo acompa- ñarme cuando yo salía a "voltear la finca" a lomos del pequeño Y manso alazán que me había regalado mi padre cuando ~plí los doce años. Instalado en la grupa del p<>tro y rodeando m1 cintura con sus bracitos, Vitín disfrutaba entonces el mayor de los placeres 107 11 ¡1 ! 1 ·: 1 11 . 1 ¡ t '\' :1, in 1r1 ·':l it \. 1 1 1 · \ . i \ i,,¡

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106 Todos los cuentos

y se dirigía dando tumbos hacia un rincón del rancho donde se hallaba un viejo machete oxidado cuyo dueño ya nadie recordaba. Al,guien sujetó al anciano por un brazo y yo me adelanté hast~ quedar a un paso de Aquilino.

- Mira - le dije-, yo creo que lo que más te conviene es salir de aquí ahora mismo. Pero quiero verte mañana porque tengo unas cuantas cosas que decirte.

El mocetón me contestó con una mirada torva, en seguida se dio vuelta y caminó sin prisa hacia la salida del rancho. En ese instante recordé, no sé por qué, la puerta que había existido allí durante muchos años y había ido cayéndose a pedazos sin que a nadie se le ocurriera repararla. Por el espacio abierto que había quedado en su lugar vi salir a Aquilino Ayala, sin sospechar que nunca más volvería a encontrarme con él ni con nadie que pudiera darme razón de su vida después de aquella noche. Desapareció sin dejar rastro, como se dice en esos casos, y lo único que puedo asegurar es que ninguno de nosotros en el barrio llegó a echarlo alguna vez de menos.

A Viejo Melesio lo enterramos hace ya más de dos años. Yo nunca le dije a·nadie que conocía el final de la historia que él no acabó de cop.tar aquella vez. Y perdóneme el que quiera conocer~o ahora, pero cada CQentero es dueño de su cuento aunque ya este ~uert~, y aquél era el d~ Vi~jo Melesio y el mío es éste _q~e hasta aqu1 llego. _ Ustedes sabrán decir, pensando en el pobre v1eJO~ en la puei:a se cayó a pedazos y en el machete que ya no terna dueno, s1 vatio la pena el g-abajo ~e leerlo.

. (1943-1990)

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Regalo de Reyes Todavía me parece estarlo viendo: menudo, regordete; con una sonri_sa fácil iluminando de costumbre su carita morena· (tan de costumbre que una vez lo sorprendí durmiendo, y en su sueño también sonreía) . Se llamaba Víctor, "Vitín" para todos los que lo conocían, y era hijo de un agregado que cuidaba las vacas de la finca. Digo la finca y no n~estra finca porque mi padre era arrendatario, no propietario, de las veinte cuerdas atravesadas por una quebrada de aguas turbias en el barrio Juan Domingo entre Guaynabo y Bayamón.

Todas las mañanas, alzándose sobre el bullicio de los gallos que el nuevo sol desataba, llegaba su vocecita hasta mi cuarto, ayudan-do a arrear las vacas que el padre conducía al cercado. Durante el resto del día, porque todavía no estaba en edad de asistir a la escuelita rural del barrio, se ocupaba en actividades cuyo provecho

· o inutilidad no había aprendido aún a distinguir. Se divertía lo mismo rescat~d~ el h~evo recién puesto que una gallina anuncia-ba con fatüó cacareo,·qüe asustando. a los c~rdos acogidos al frescor de cualquier bache lodoso, o espantando a las aves de corral que picoteaban un gusano en la tierra ~ecién _removida por la reja de un arado.

O>n todo eso se entretenía Vitín, pero una sola cosa era capaz de suscitar su entuSiasmo pleno: mi disposición a dejarlo acompa-ñarme cuando yo salía a "voltear la finca" a lomos del pequeño Y manso alazán que me había regalado mi padre cuando ~plí los doce años. Instalado en la grupa del p<>tro y rodeando m1 cintura con sus bracitos, Vitín disfrutaba entonces el mayor de los placeres

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108 Totlos los "'"'ros :Josc{ LuJs boYI~ le.z. que el m~do podía ofrecerle. Más de una vez tuve que moderar

· su exaltaci6n advirtiéndole que no debía acicatear al animal con sus talones para hacerle apresurar el paso. :Pero me cuidaba de no volver la cabeza mientras lo reconvenía, para no delatar la sonrisa que en esas ocasiones se me hacía dificil reprimir.

Lleg6 diciembre aquel año como tenía que llegar, quiero decir sin que nadie tuviera que _ap~lo, y como siempre con trajines de zafra y resonancias de trullas y aguinaldos navideños. Y llegó con idéntica puntualidad la víspera de Reyes, renovando expectativas infantiles con los manojos de hierba fresca para las monturas de los Magos en humildes cajitas de cart6n. La maestrita rural inició correspondencia cándida, en nombre de sus alumnos, con los tres Reyes de Oriente. Y en el despejado. cielo nocturno de enero tropical, éstos se hicieron constelación y descendían un poquito, cada noche, hacia la tierra. ;

Vitín ha oído hablar de los tres personajes, nunca vistos por nadie que él conozca, pero no por ello menos familiares para todos.

· Se sabe, por ejemplo, que uno de ellos, llamado Melchor, es negro. ·vi~ sin embargo, no ha podido encargarle su cartita a nadie: no va todavía a la escuela y ni su papá ni su mamá saben escribir. Pero los Reyes, que saben mucho · y vienen del cielo, deben estar enterados de eso. Y, además, con cualquier cosita que le traigan él quedará contento. No puede, por C$0, dejar de preguntar:

- Papito, <qué me traerán a mí los Reyes?- . . _ El hombre pasa su mano callosa sobre la cabecita del runo y habla

con dificultad, como empujando las palabras: -A ti, mi hijito ... quizá no te traigan nada. Quién quita que el

año que viene ... pero habrá que esperar. . · _ Vitín lo ve alejarse unos pasos y pararse JWltO a la madre que

z~ce ropa vieja y parece no haber escuchado el diálogo. Como todos los días, cuando anochece, la sombra del hombre, ayudada · por et quinqué, trepa por una pared y, doblándose, alcama a t~ar el techo del ranchito. Vitín siente ganas de llorar, pero las resiste porque ya le han dicho que es un hombrecito, y los hombres, aunque sean de su tamaño, no deben llorar.

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Noche de Reyes, por fin. Los muchachos del barrio han encendido una fogata con paja de caña seca. Vista de lejos, es como si la noche hubiese abierto un único ojo enrojecido y poderoso.

Vitín no se ha unido al grupo bullanguero. Se ha quedado solo, . sentado sobre una lata de kerosén vacía. Desde donde está, observa el fuego y percibe, sin compartirla, la alegría de los demás. Pero no deja de advertir, en un momento; que en el cielo también alguien parece haber encendido un número incontable de fogatas. Sólo que desde acá abajo se ven chiquititas, como las cabecitas de los a,lfilercs que su mamá utiliza a veces, cuando una vecina se los presta. Pensando en la distancia que lo separa de esas luces, Vitín1 abru-mado, prefiere cerrar los ojos.

Si a todos les pasó lo que a él, nadie ni nada durmió esa noche. El más leve ruido le hacía levantar la cabeza y escudriñar la oscuridad. Una múltiple preocupación era dueña de sus pensamiC:ntos: cc6mo' · serán los camellos, qué ruido harán sus pisadas, podrán correr como los caballos o serán pesados para moverse como __ 1~ v~cas, morderán como los perros bravos o serán mansos como los satos; les pondrán nombre sus dueños como a aquellos otros animales? éSerá posible que nadie haya visto un camello en todo aquel lugar? <Será ..• ? Y la madrugada lo sorprende dándoles vueltas en su cabeza a todas esas dudas.

Con las primeras luces ha buscado debajo de la camita improvisada por su padre con ~~las d~ desecho, ha indagado en los cuatro rincones de la pequeña pieza, pero sabiendo en todo momento que la búsqueda era innecesaria porque allí estaba, junto a la puerta . entornada donde él la había dejado al acostarse~ la cajita de cartón con su manojo de hierba intacto dentro de eHa. Vitín vuelve a sentir ganas de llorar, pero en ese instante una voz inconfundible lo llama desde afuera:

- iVitín, m'hijo, corre acá un momento! Baja despacio los breves escalones que llevan al E~ p~dre,

extrañamente sonriente, lo alza del suelo con un solo moVlffilento de sus brazos y lo conduce hasta.el establo. Allí se detiene junto a una de las vacas, la llamada "Cayetana" por capricho de mi propio

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110 TolÚJslouuentos · ~os~ Lu..1s boY\2d.le;

padre que nunca accedió a explicar. Vitín observa al animal durante unos momentos, sin comprender, pero cuando lo acercan un poco más casi salta de los brazos del hombre. Oculto hasta entonces tras el cuerpo de su madre, un ternero recental ensaya sus primeros pasos vacilantes. Vitín lo contempla esbozando una sonrisa; des-pués le pasa una manita por el testuz cubierto de ~uave pelambre blanca. Le echa los brazos al cuello y el animalito le humedece una mejilla con su lengua rosada y tibia. Mi padre aparece en ese momento en el establo, cambia una mirada cómplice con el otro hombre y éste le dice entonces a Vitín:

- <Te gusta tu regalo de Reyes, m'hijito? Ellos dejaron dicho que era para ti .

Vitín mira una y otra vez a los dos adultos, con los ojos brillantes y dejando crecer su sonrisa, pero sin encontrar aún las palabras con que expresar el júbilo que apenas cabe en su pequeño corazón.

( 1944-1990)

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La mujer .A]uanBosth

Ahora está · como de costumbre, sentada sobre una gran piedra redonda a la orilla del camino, los codos sobre_ las rodillas y la cara entre las manos. El camino es rojo, abierto en el barro vivo, y corre como una herida sobre las tetas verdes de las lomas. En lo más alto de una de ellas, donde el camino se acaba de repente, está la planta hidroeléctrica en construcción.

Desde acá, la mujer ve pequeñitos a los hombres, .~yas voces llegan a retazos en el viento. Ve también, reducidos a juguetes por la distancia, las grúas y las-trituradoras, las mezcladoras y los camio-nes. A ratos, entre el ruido de las máquinas, vibra en d aire caliente el silbato mandón de un capataz. .

Regularmente baja un camión por el camino, haciendo sonar la bocina fanfarrona, y deja a la mujer envuelta en una nube de polvo rojizo. Ella se cubre la nariz y se esfuerza por no toser,. conteniendo la respiración. Así, algunas veces, siente al hijo movérsele en el vientre.

Detrás de las lomas está el río. El río voluntarioso de las súbitas crecientes, alardoso y bravucón cuando marzo le regala sus pesados aguaceros, traicionero en las lajas resbalosas y oscuras.de su fondo. Y, sin embargo, manso y bonachón en sus anchos recodos, donde forma al pasar blancas playitas de arena espejeante.

En uno de esos recodos, sobre la arena cálida, le hicieron el hijo a Carmen Rosa... ·

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