Rilke, Rainer Maria - Seleccion de poemas

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    ENSAYO INTRODUCTORIO

    Rainer Mara Rilke naci en Praga en 1875, en unafamilia que, por generaciones, haba dado oficiales y

    funcionarios al imperio austriaco. En 1886, a los onceaos, entr a la escuela de cadetes de Sankt Plten. Elpadre quiso imponerle desde la infancia la carrera quel mismo haba seguido por tradicin. Ms tarde, Rilkehaba de comparar su estancia en Sankt Plten a losaos de presidio que Dostoievski pas en Siberia,comparacin de seguro exagerada. Sea lo que fuere, sudbil constitucin lo salv de ese cautiverio. Al termi-nar el cuarto ao de internado en el Colegio Superiormilitar de Weisskirchen (Moravia) abandon definiti-vamente la carrera de las armas. Estaba escrito que eljoven Rilke se saldra del carril familiar para seguir suvocacin de poeta.

    Y de poeta precoz. Siendo an cadete, a los dieci-nueve aos, public Vida y Canciones (Leben undLieder) que en aos ulteriores tuvo buen cuidado dehacer desaparecer; de ese libro primerizo no se ha po-dido encontrar un solo ejemplar. Dos aos despus, en1896, public Ofrenda a los lares (Larenopfer).

    Una vez colgado el uniforme, prosigui sus estudiosen la Universidad de Praga. Uno de los frutos de sulibertad fueron sus visitas a Munich y a Berln; en su-ma, no obtuvo ningn grado universitario; como mu-chos poetas, Rilke haba de ser autodidacta.

    En 1898, hizo un viaje a Italia y el ao siguiente aRusia donde visit a Tolstoi. Rilke hablaba ruso y es-cribi poemas en ese idioma. La Rusia de Dostoievskiy de Tolstoi le ense el significado del dolor. Esainfluencia difusa en toda su obra, es visible en particu-lar en El Libro de Estampas, en El Libro de Horas yenLas Historias del Buen Dios.

    En 1901 conoci a una joven escultora, Clara West-hoff, que haba sido discpula de Rodin. Se cas conella en Worpswede, colonia de pintores como habamuchas por aquel entonces en Europa. Rilke escribiuna monografa del grupo. En 1902, se traslad con su

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    Durante esa estancia en Pars, Rilke escribi Ro-diny su mujer sirvi de secretaria al escultor, ancianoglorioso a quien el gobierno haba concedido dos man-siones que iba convirtiendo en museos con sus obras.

    El libro de Rilke sobre Rodin no es una biografa niun estudio tcnico, sino algo as como un comentariolrico en que expone sus ideas y las del escultor sobreel arte y trata de desentraar el ntimo sentido de lasesculturas que describe como poeta, no como crtico:La obra plstica se parece a esas ciudades de otrostiempos que vivan completamente encerradas dentrodel recinto de sus murallas Asimismo, por grandeque sea el movimiento de una estatua, aunque estformado de extensiones infinitas y de la profundidaddel cielo, es preciso que vuelva a cerrarse el crculo dela soledad en que vive una obra de arte.

    Y sobre las manos: Hay manos en la obra de Rodin,manos independientes y pequeas que viven sin perte-necer a cuerpo alguno. Manos que se yerguen irritadasy malignas, manos que parecen ladrar con sus cincodedos erizados como las cinco fauces del cancerberoinfernal. Hay manos que caminan, que duermen, ymanos que despiertan; manos criminales, cargadas depesadsima herencia, y manos fatigadas que no quierenya nada, que se han echado en un rincn cualquieracomo bestias enfermas que saben que nadie puedeayudarlas...

    En 1902, Rilke era ya conocido en Alemania. Lasobras que llevaba ya publicadas y que le haban dadoalgo ms que notoriedad, haban sido su carta de intro-duccin con Rodin. En 1899, haba escrito en una no-cheEl Canto de Amor y de Muerte del Alfrez Crist-bal Rilke que dej varios aos olvidado. Esta fue unade las pocas obras fcilmente accesibles al gran pbli-co. Es un canto indudablemente, como lo dice el ttulo;es un poema, de seguro. Y sin embargo, est escrito en

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    Rilke escribi El Canto de Amor y de Muerte, enSchmargendorf (Berln). El relato se funda en papelesde familia que hablan de un joven, Cristbal Rilke,

    muerto en 1663, en Hungra, combatiendo contra losturcos. Todo lo dems, lo aadi Rilke de su propiacosecha: cosecha de imaginacin y de poesa.

    El Canto se public por primera vez en la revistaDeutsche Arbeit en 1904. En 1906, sali en forma delibro, dedicado a su mujer con la splica de ser indul-gente con ese intento juvenil.

    El Libro de Estampas y el Libro de Horas se com-plementan mutuamente. El ttulo completo del segun-do dice: El Libro de Horas contiene los tres libros:De la vida monstica. De la peregrinacin. De la po-breza y de la muerte.

    Adems de un sentimiento csmico, hay en toda laobra de Rilke una simpata humana, una piedad, unacompasin, que se inclina sobre las mayores miseriasy se dirige a todo ser que sufre. Ese sentimiento semanifiesta por igual en el Libro de Estampas y en elLibro de Horas. Rilke, poeta indudablemente hermti-co, dista mucho de ser, como Mallarm, un poeta pu-ramente esteticista: los solos ttulos de algunas cancio-nes del Libro de Estampas son reveladores: cancindel mendigo, cancin del ciego, cancin del borracho,cancin del suicida, cancin de la viuda, cancin delhurfano, cancin del leproso. He aqu una muestra;La Cancin del Mendigo:

    Voy siempre de puerta en puerta,llovido y desollado;de pronto apoyo mi oreja derechasobre mi mano diestra.Y luego sale de m una vozque me parece nunca haber conocido.Despus, ya no s de seguro quin ha lanzado clamores:yo o cualquier otro.

    Grito por una insignificancia.Los poetas gritan por algo ms.Finalmente cierro mi cara

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    con mis dos ojos:mientras mi rostro yace en mi mano con su peso,parece que est en reposo.De modo que no digan que no tengoun lugar en que descansar mi cabeza.

    En el Libro de Horas se expresa una aspiracin fer-viente hacia Dios. En ambos poemarios, el Libro deEstampas y elLibro de Horas, Rilke vierte su amor alos seres insignificantes, despreciados y dolientes. Elpaisaje escueto y despojado de Worpswede, en Ale-mania del Norte, le ense al poeta, como lo dice lmismo cun sencillo es todo. En 1907, public lasnuevas poesas dedicadas mon grand ami Rodin, enque sigue explotando la misma veta. Rilke se esfuerzaen penetrar la interioridad de las cosas, en explorar lasartes y las religiones ms diversas, plstica griega,

    profetas del antiguo testamento, vida cotidiana, etcte-ra. La lrica escribe es el arte ms espiritual. Enuna poesa, cabe un sentimiento ascendente que puedeexpresar una gran diversidad de cosas: paisajes, nubes,un florero de rosas, un cuarto en que unos hombrescallan, un piano al que est sentada una joven extranje-ra, un pual cuya vaina de terciopelo de un verde os-curo brilla de cuando en cuando, una infancia, unaavenida al final del otoo En todo eso puede mani-festarse un sentimiento, como en los cuadros.

    En el umbral de los 30 aos, escribe en prosa las

    Historias del buen Dios (Geshichten vom liebenGott). El hilo conductor de esos relatos engaosa-mente humorsticos es un personaje imaginario, unmaestro de escuela que le pide al poeta unos cuentospara contrselos a sus pequeos alumnos. En realidad,Rilke se sinti siempre tmido con los nios y tompara hablarles el rodeo de esa ficcin: Estas fan-tasas juveniles dice Rilke en un comentario escri-to veinte aos despus de publicadas las Historiasdel Buen Dios se improvisaron por un instintoque, si tuviera que especificarlo ms particularmente,

    podra describir como el propsito de llevar a Diosdesde la esfera del rumor hasta el dominio de la expe-riencia directa y cotidiana; recomendando por todos

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    los medios hacer un uso ingenuo y viviente de Dios,uso que parece haberme sido concedido a m desde lainfancia.

    Los cuentos del buen Dios se publicaron en 1904.Rilke empez los cuadernos de Malte Laurids Brig-

    ge, en Roma en el invierno de 1904 y los termin enPars en marzo de 1910. Son una obra extraa que nose deja encasillar fcilmente en un gnero preciso:son una novela? Acaso un poco; pero no tienen tramani conflictos ni orden cronolgico y relatan recuerdosms ficticios que reales de una familia imaginaria,inventada, danesa quiz por su admiracin al gran no-velista de Dinamarca, Jacobsen. Es un diario, un jour-nal sentimental, o ms bien un cuaderno de bitcora enque apunta el rumbo y los accidentes de la navegacin,en que el navegante solitario anda en busca de s mis-mo y del significado del mundo circundante: diario denavegacin en los mares internos y buceo en el signi-ficado secreto de los seres y las cosas: El pobre Malteescribi Rilke a Antn Kippenberg empieza enuna profunda miseria y, en sentido estricto, alcanzauna eterna bienaventuranza; es un corazn que abarcatoda una octava: despus de l, todas las canciones sonposibles.

    Cuando termin los Cuadernos, en Pars, Rilke tenatreinta y cinco aos. Lo que ahora constituye el librodice no es de ningn modo algo completo. Escomo si uno encontrara papeles en desorden en unagaveta y por de pronto tuviera que conformarse conellos. Esto, desde un punto de vista artstico, constitu-ye sin duda una unidad deficiente; pero desde un puntode vista humano, es posible, y lo que surge es el esbo-zo de una existencia y una red de fuerzas vivas.

    De 1910 a 1914, Rilke lleva una vida errante. Laprimera guerra mundial lo obliga a salir de Francia quefue en cierto modo la patria adoptiva de ese eternodesterrado. Antes de la guerra, hizo dos viajes quehaban de contribuir a su formacin: un viaje a fricadel Norte y otro a Espaa (invierno de 1912-1913).Esa existencia errabunda haba de prolongarse hasta1921.

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    Nunca volvi a ver a su patria de nacimiento y en supatria de eleccin fue, durante la guerra, ciudadano deun pas enemigo.

    Desde entonces, su vida se confunde con su obra: nohubo en ella incidentes exteriores dignos de mencin;

    fueron aos de hibernacin, de gestacin, pero no deesterilidad. Produjo entonces traducciones:El Centau-ro de Mauricio de Gurin, poemas de Paul Valry, deRobert Browning, etctera.

    Paul Valry, que caus una revolucin literaria enFrancia, fue una influencia determinante, acaso decisi-va, en la obra de Rilke, si hemos de aceptar su propiotestimonio. Al publicarseLa Joven Parca yEl Cemen-terio marino surgieron ilustres exgetas que pusieronsu talento al servicio del poeta francs: baste mencio-nar a Alain y a Gustave Cohen. Trataron de explicar algran pblico esas obras nuevas y difciles de un disc-pulo de Mallarm.

    Rilke nos dice que, cuando descubri a Valry, sedescubri a s mismo: Es uno de los primeros y de losms grandes. Tradujo entonces Palma, El Cementeriomarino, en verso,El alma y la Danza, en prosa.

    En el invierno de 1911 a 1912, su amiga, la princesade Turm und Taxis y su marido, haban puesto a lasrdenes de Rilke, a orillas del Adritico, el solitariocastillo de Duino que dio su nombre a las Elegas,porque all escribi Rilke las dos primeras. La Prince-sa de Turm und Taxis en susRecuerdos relata las con-fidencias que le hizo su amigo: Un da, cuando yaestaba viviendo en Duino, Rilke recibi una carta denegocios bastante enojosa, y sali para meditar su res-puesta; el viento soplaba con violencia y el sol ilumi-naba un mar azul refulgente de plata. El poeta paseabasobre un acantilado, a doscientos pies de altura sobreel mar, cuando de pronto le pareci que, ms fuerteque el estruendo del viento y de las olas, una voz ledictaba el primer verso de la primera Elega:

    Quin, si yo gritara me oira

    entre las jerarquas de los ngeles?

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    Qu es esto? murmur en voz baja, para smismo. Qu es lo que viene? Presintiendo que eldios por fin lo visitaba, anot ese verso, al mismotiempo que otros que se formaron del mismo modo,sin ninguna intervencin de su parte. Luego, volvi a

    bajar; esa misma noche estaba escrita la primeraElega. La segunda sigui poco despus. Ya sabacul sera la ltima cuyos doce primeros versos sehan conservado. Hubo otros fragmentos. Despus, eldios call y durante diez aos el poeta esper envano la inspiracin, preguntndose con angustia sipodra terminar su obra.

    El castillo de Duino, que dio su nombre a las elegas,estaba situado estaba, pues las bombas de los aliadoslo destruyeron durante la primera guerra mundial en elextremo de una pequea pennsula entre dos bahasresquebrajadas en que se vean de un lado Trieste y laIstra, del otro, Aquileja y las lagunas de Grado; elpoeta le confes a su amiga Lou Andreas Salom,amiga tambin de Nietzsche, que jams se haba senti-do a gusto en Duino, poblado de fantasmas.

    De las diez elegas que escribi Rilke, las tres pri-meras hablan de la pequeez del hombre; otro grupode tres expresan el fracaso del hombre en forma desmbolos; otras tres hablan de la grandeza del hombre.Y la dcima, aislada, est dedicada a la muerte.

    Las elegas se escalonan a lo largo de varios aos,en tanto que los Sonetos a Orfeo fueron compuestoscon increble rapidez.

    La Vida de la Virgen Mara es contempornea delas dos primeras elegas y fue escrita en Duino. Msque obra de devocin, es obra de arte, homenaje deuna fe quizs perdida a un recuerdo y a una emocinindestructibles.

    La circunstancia que inspir los Sonetos a Orfeo,fue la muerte precoz de una joven eurasitica, a quienRilke haba conocido y admirado: esta hermosa niadice Rilke en una carta que empez por la danza eimpresion entonces a quienes la vieron, a tal punto sucuerpo y su alma expresaban el arte innato del movi-miento y del cambio, declar bruscamente a su madre

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    que ya no poda ni quera bailar (era precisamente alsalir de la infancia). Su cuerpo sufri entonces rarasmutaciones; se volvi, sin perder su bella conforma-cin oriental, pesado y macizo (era el principio de lamisteriosa enfermedad de las glndulas que haba de

    provocar despus una muerte tan rpida). En el tiempoque an le quedaba, Vera se dedic a la msica y, porltimo, slo al dibujo, como si la danza prohibida yano emanara de ella, sino de algo cada vez ms ligero,cada vez ms discreto.

    As pues, por obra de la poesa, esa joven real seconvirti en mito potico.

    Rilke escribi la siguiente carta a la seora GertrudeKnof de Oukama, madre de Vera, que le haba relata-do la enfermedad y la muerte de su hija: Todo lo quehumanamente hubiera bastado para llenar una largaexistencia terrenal (no sabemos cul) tuvo la posibili-dad de realizarse de repente por entero. Entonces unainfinita luz brot en el corazn de la joven y en l apa-recieron, iluminados, los dos extremos de su pura in-tuicin: por un lado, el pensamiento de que el dolor esun error, una burda equivocacin surgida en nuestraparte corprea, y que hunde su cua de piedra en launidad cielo-tierra; por el otro, el sentimiento de launin profunda de su corazn abierto a todo, con launidad del mundo que es y que dura, el consentimientoa la vida, la integracin jubilosa, conmovida, total, delmundo terrestre slo terrestre? No (qu es lo queno sabra ella en esos primeros asaltos de la demoli-cin y de la partida?), sino la integracin con el todo,en un mundo muy superior al de aqu. Cmo am,cmo super, con las antenas de su corazn todo cuan-to puede aprehenderse y abarcarse, en esas dulces yetreas pausas del sufrimiento que le fueron todavaconcedidas y en que tena la ilusin de que se curara.En cuanto a m, su muerte me impuso un inmensocompromiso con lo que tengo de ms ntimo, de msgrave y (con tal que lo alcance, aunque sea remota-mente) de ms bienaventurado al haber podido recibirestas hojas la primera noche del ao nuevo.

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    En 1920, Rilke regres a Pars. All, cobr nuevavida. Luego, se refugi en el Valais, en Sierre. Sehaba entusiasmado al ver la fotografa de un castilloque estaba en venta o en renta: el castillo de Muzot,que en realidad no era ms que una vieja torre del si-

    glo XIII. Su amigo Reinhardt se lo compra y all seinstala a principios del verano de 1921. Se dedic acultivar rosas y a escribir versos en francs. Un daque esperaba a una amiga, quiso adornar su mesa conflores y, armado de unas tijeras de jardinero, cort lasms bellas e inadvertidamente se cort un dedo. Laherida no era ni profunda ni mortal, pero revel un malincurable oculto en su propia sangre, en el misterio dela sangre al que haba dedicado su tercera Elega.

    Muri de leucemia el 29 de diciembre de 1926, unosdas despus de Navidad, en Valmont, cerca de Mon-treux, en la Suiza francesa.

    SALVADOR ECHAVARRA

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    EL CANTO DE AMOR Y DE MUERTEDEL ALFREZ CRISTBAL RILKE

    ...el 24 de noviembre de 1663 Otto von Rilke de

    Langenau, Granitz y Ziegra recibi la parte en lapropiedad de Linda dejada por su hermano Cristbalcado en Hungra; pero tuvo que expedir una carta dereversin en virtud de la cual su tenencia feudal que-dara nula y sin efecto en caso de que regresara suhermano Cristbal (que, en el certificado de defuncinapareca como muerto siendo Alfrez en la Compaadel barn de Pirovano del Regimiento Austriaco deCaballera de Heyster)

    Cabalgar, cabalgar, cabalgar, de da, de noche, de da.Cabalgar, cabalgar, cabalgar.Y el valor se ha cansado y la nostalgia es grande. No

    hay montaas, apenas un rbol. Nada se atreve a alzar-se. Chozas extranjeras se acuclillan sedientas en tornode fuentes cenagosas. En ninguna parte una torre. Ysiempre el mismo cuadro. De qu sirve tener dos ojos?Slo en la noche parece que a trechos conoce uno elcamino. Quizs de noche volvemos a recorrer la parteque a duras penas ganamos a la luz del sol extranjero.Puede ser. El sol es pesado, como en nuestro pas en loms duro del verano. Y fue en verano cuando nos des-pedimos. Los trajes de las mujeres brillaron muchotiempo sobre el follaje. Y ahora hace mucho que ca-balgamos. Debe de ser el otoo. Cuando menos alldonde afligidas mujeres saben de nosotros.

    El de Langenau se vuelve en su silla y dice:Seor Marqus...

    Su vecino, el francesito fino, estuvo charlando yriendo estos tres das. Ahora ya no sabe. Es como unnio que tiene ganas de dormir. El polvo se pega a losdelicados encajes de su cuello: no lo nota. Se marchitalentamente sobre su silla de terciopelo.

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    Pero el de Langenau sonre y dice; Tiene usted ex-traos ojos, Marqus. De seguro, se parece a su madre.

    Al or esto, el joven vuelve a florecer y sacude elpolvo del cuello y est como nuevo.

    Alguien habla de su madre. Un alemn, por supues-to. En voz alta y lenta, arregla con esmero sus pala-bras, como una joven que, al hacer un ramo, pruebapensativa una flor tras otra y no sabe todava lo quesaldr del todo. Es pena? Es alegra? Todos escuchan.Hasta se olvidan de escupir. Son verdaderos caballerosenterados de los buenos usos. Aun los que no sabenalemn comprenden de pronto palabras aisladas: Porla tarde Cuando yo era nio

    Ahora estn cerca unos de otros, estos caballerosvenidos de Francia y de Borgoa, y de Holanda y delos Valles de Carintia, de castillos de Bohemia y delEmperador Leopoldo. Pues lo que uno de ellos cuenta,ellos tambin lo han sentido y precisamente como l.Es como si existiera una sola madre

    As cabalgan por la tarde, cualquier tarde. Vuelven acallar; pero cada uno lleva en sus adentros claras pala-bras. El Marqus se quita el casco. Su pelo negro essuave, y, cuando inclina la cabeza, se derrama como elde una mujer sobre su cuello.

    Ahora tambin el de Langenau advierte que all le-jos algo se alza, algo esbelto, oscuro; es una columnaaislada, medio derruida. Y luego, cuando ya hacetiempo que pasaron, se le ocurre que era una Virgen.

    Fuego de vivac. Estn sentados en corro y esperan.Esperan que uno de ellos cante; pero estn cansados.La luz roja es dura. Yace en sus botas polvorientas. Searrastra hasta sus rodillas, mira sus manos dobladas.No tiene alas. Los rostros estn oscuros. Aun as losojos del francesito brillan un momento con luz propia.Ha besado una pequea rosa que ahora puede marchi-tarse sobre su pecho. El de Langenau lo ha visto, pues

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    no logra dormir. Piensa: yo no tengo ninguna rosa,ninguna.

    Luego canta. Canturrea una vieja cancin triste queen su pas las muchachas entonan en los campos, enotoo, al final de las cosechas.

    Dice el marquesito: Es usted muy joven, Junker.Y el de Langenau, mitad con pena, mitad como un

    reto: Dieciocho aos. Luego callan.Despus pregunta el francs: Tambin usted tiene

    una novia en su pas, Junker?Y usted? replica el de Langenau.La ma es rubia como usted.De nuevo callan hasta que el alemn exclama:Pero, por qu diablos est usted sentado en una si-

    lla cabalgando en esta insalubre regin para combatirperros turcos?

    El Marqus sonre: Ser para volver despus.Y el de Langenau se pone triste; piensa en una joven

    rubia con quien jugaba. Juegos violentos. Y quisieraregresar a su casa slo un momento, slo el tiemponecesario para decir: Magdalena, perdname quehaya sido siempre como fui!

    Cmo fue?, piensa el joven. Pero ya estn lejos.Un da, por la maana, aparece un jinete, y luego

    otro, cuatro, diez. Todos de hierro, enormes. Y mildetrs: el ejrcito.

    Es preciso separarse.Que vuelva usted felizmente a su casa, Marqus.Que la Virgen lo proteja, Junker.Y no pueden despedirse. De repente, son amigos,

    hermanos. Tienen que hacerse ms confidencias, puesya saben tanto uno de otro. Se demoran. Y hay prisa yruido de cascos en torno suyo. Luego el Marqus sequita el largo guante derecho. Saca de l una pequearosa y le arranca un ptalo. Como quien rompe unahostia.

    Esto lo proteger. Adis.Langenau se sorprende. Sigue largo rato con la mi-

    rada al francs. Luego desliza el ptalo bajo su tnica.

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    Y se alzan y bajan las olas de su corazn. Se oye untoque de corneta. El Junker cabalga hacia el ejrcito.Sonre melanclico: una mujer extranjera lo protege.

    Un da en el tren de bagage. Juramentos, colores, ri-

    sas: con ellos echa chispas la tierra. Llegan corriendomuchachos vestidos de vivos colores. Rias y gritos.Llegan mozas de partido de sombreros rojos y flotan-tes cabelleras. Guios. Llegan hombres de armas dearmaduras negras como la errante noche. Embistencon tal furia a las rameras que les desgarran el traje ylas empujan contra el filo de los tambores, que comoen sueo redoblan, redoblan. Y por la noche alzanlinternas, extraas linternas; el vino brilla en cascos dehierro Vino? O sangre? Quin puede distin-guir?

    Por fin est en presencia de Spork. A un lado de sucaballo blanco, el Conde predomina. Su pelo largotiene el brillo del hierro.

    Von Langenau no ha preguntado. Reconoce al gene-ral, se apea y se inclina en una nube de polvo. Traeuna carta que lo recomienda al Conde. El cual ordena:Leme ese garabato. Sus labios no se han movido.No los necesita para eso: slo le sirven para lanzardenuestos. Lo dems lo dice con la mano derecha.Basta mirarla. Hace mucho que el joven ha terminadode leer. Est desconcertado. Entonces dice Spork, elgran General:

    Alfrez.Y ya es mucho.La compaa est al otro lado del Raab. Von Lange-

    nau, solo, cabalga hacia all. Llanura. Atardecer. Elherraje de la silla brilla entre el polvo. Luego, se le-vanta la luna. Y esto, lo ve l en sus manos.

    Suea.Pero entonces, algo le grita,grita, grita,le desgarra el sueo.No es ningn bho. Por Dios,el nico rbol

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    grita hacia l:Hombre!Y l ve algo que se encabrita un cuerpo que se

    encabrita contra un rbol, y una mujer joven,ensangrentada y desnuda,

    ordena, agresiva: Destame!Y l se lanza hacia abajo en la verde negruray corta a grandes tajos las cuerdas ardientes;y ve brillar sus miradasy sus dientes lo muerden.

    Est rindose?l se estremece.Y ya monta a caballoy persigue la noche.Cuerdas ensangrentadas atan fuerte su puo.El de Langenau, absorto en sus pensamiento,escribe una carta. Traza con cuidadograndes letras serias, derechas:

    Mi buena madre,sentos orgullosa; soy alfrez.No os preocupis: soy alfrez.Amadme: soy alfrez.

    Luego, mete la carta en su tnica, en el lugar mssecreto, cerca del ptalo de rosa. Y piensa: Pronto seimpregnar de su perfume. Y piensa: Tal vez un daalguien lo encuentre y piensa pero ya se acerca elenemigo.

    Cabalgan sobre un campesino asesinado; tiene losojos muy abiertos y algo se refleja en ellos: no el cielo.

    Ms all ladran unos perros. Y por fin surge una al-dea. Y por encima de las chozas, se alza, ptreo, uncastillo. Les sale al paso un ancho puente. Una granpuerta va creciendo. Resuena el saludo de bienvenidade los clarines. Escuchad: estruendos, tintineos, ladri-dos. Relinchos, golpear de cascos y llamadas.

    Reposo! Ser husped, aunque sea una vez.

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    No siempre estar horro de blanca para satisfacer uncapricho. No siempre apoderarse de las cosas como unenemigo; dejar alguna vez que le sucedan a uno lascosas y saber que sucede algo bueno. Tambin el valordebe desperezarse de vez en cuando. Ah, poder arro-

    parse en el cobertor hasta la orla de seda. No ser siem-pre soldado. Llevar el pelo suelto y el amplio cuelloabierto y sentarse sobre asientos tapizados de seda. Yhasta la punta de los dedos estar como despus de unbao. Y volver a aprender lo que son las mujeres. Y loque hacen las que estn vestidas de blanco y cmo sonlas que estn vestidas de azul; qu manos tienen, cmocanta su risa cuando rubios muchachos traen hermosascopas llenas de sabrosos jugos de frutas.

    Empez como una comida y sigui como una fiesta,quien sabe cmo. Las altas llamas temblaban, las vo-ces zumbaban, las canciones hacan vibrar las luces ylos vasos, y por ltimo, de las cadencias maduras brotel baile. Y lo arrastr todo. Hubo un batir de olas enlos salones, un encontrarse y escogerse, un separarse yreunirse, y un deslumbrar de luces y un mecerse losvientos del verano que adornan los trajes de clidasmujeres.

    Por el vino y un millar de rosas pasa la hora rozandoel sueo de la noche.

    Y est all una mujer a quien asombra este esplen-dor. En cuanto a l, espera saber si va a despertar. Por-que slo en sueos se ven semejantes fiestas con seme-jantes mujeres: El menor ademn es un pliegue que seha hecho brocado. Construyen horas de plateadas char-las, y a veces levantan las manos de tal modo que dira-se que en algn lugar a donde nunca llegars, ellasdeshojan suaves rosas que t no ves. Y entonces sue-as que te adornas con ellas y que tienes la dicha deconquistar una corona para tu frente desnuda.

    Una de ellas, vestida de seda blanca, sabe ahora quel no puede despertar, pues ya est despierto y perplejoante la realidad. As que huye, temeroso, en el sueo y

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    asustan en la noche y se aprietan el uno contra el otro.Y sin embargo, no tienen miedo. No hay nada que lessea contrario: ningn ayer, ningn maana; pues eltiempo se ha hecho trizas. Y ellos florecen sus ruinas.

    l no pregunta: Tu marido?

    Y ella no pregunta: Tu nombre?Porque en verdad se han encontrado para ser entreellos dos una nueva generacin.

    Se darn cien nombres nuevos y se los quitarn co-mo se quita una mujer su arete.

    En el vestbulo, sobre un silln est la tnica, el tahaly la capa del de Langenau. Sus guantes tirados en elsuelo. La bandera enhiesta, apoyado a la cruz de unaventana. Es negra y esbelta. Afuera, arrecia una tor-menta en el cielo y hace pedazos la noche, pedazosblancos y pedazos negros. El claro de luna pasa porah como un relmpago, y la bandera inmvil tienesombras inquietas. Suea.

    Est abierta una ventana? Entra en la casa la tor-menta? Quin golpea las puertas? Quin pasa por loscuartos? Sea quien fuere. No importa. No se encuentraen el cuarto. Como detrs de cien puertas est ese gransueo que dos seres humanos comparten en comn:tan en comn como una madre y una muerte,

    Ya amanece? Qu sol se levanta? Cuan grande esel sol: Son pjaros stos? Sus voces estn en todaspartes.

    Todo brilla; pero no es de da.Todo resuena; pero no con trinos.Son las vigas las que brillan. Son las ventanas las

    que gritan. Y gritan, rojas, hacia los enemigos queestn afuera, en la tierra en llamas, gritan:

    Fuego!Y con el sueo desgarrado en la cara se precipitan

    todos, de hierro a medias, desnudos a medias, de cuar-to en cuarto, de un ala a otra y buscan la escalera.

    Y con la respiracin rota, tartamudean los clarinesen el patio:

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    Rebato! Rebato!Y redoblan temblorosos tambores.

    Pero no est ah la bandera.Llamamientos: Alfrez!

    Frenticos caballos, oraciones, gritera.Maldiciones: Alfrez!Hierro sobre hierro, rdenes, seales.Con calma: Alfrez!Y una vez ms: Alfrez!Y afuera la atronadora cabalgata.

    Pero no aparece la bandera.

    Corre como si apostara una carrera con los pasillosen llamas, con las puertas abrasadas que lo acosan, conlas escaleras que lo chamuscan e irrumpe fuera deledificio demente. En sus brazos trae la bandera comouna blanca novia desmayada. Y encuentra un caballo,y es como un grito: pasa sobre todo, se aleja de todo,aun de los suyos. Y luego, vuelve en s la bandera, ynunca ha sido tan regia. Y ahora la ven todos, all lejosen la vanguardia, y reconocen al hombre claro, sincasco y reconocen la bandera.

    Pero sta se arrebola, se arroja hacia afuera, se tornagrande y roja.

    La bandera arde en medio del enemigo y ellos galo-pan hacia ella.

    El de Langenau est hundido entre enemigos, perosolo. El terror ha trazado un crculo en torno suyo, y lest en el centro bajo su bandera que lentamente seconsume en brasas.

    Despacio, casi pensativo mira a su alrededor. Haymuchas cosas raras y abigarradas frente a l. Jardinespiensa l y sonre. Pero luego siente que unos ojoslo contienen y sabe que son los perros paganos yarroja su caballo en medio de ellos.

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    Pero ahora no tiene salida hacia atrs, hay de nuevojardines, y diecisis alfanjes saltan sobre l, reflejo trasreflejo, y son una fiesta,

    Un surtidor de risas.

    La tnica se quem en el castillo, con la carta y conel ptalo de una desconocida.En la primavera del ao siguiente (que fue triste y

    fra) un correo del barn de Pirovano cabalg lenta-mente en Langenau. All vio llorar a una anciana.

    LOS CUADERNOS DE MALTE LAURITS BRIGGE

    As pues, aqu viene la gente a vivir, o mejor dicho,aqu se muere. Sal. Vi hospitales. Vi a un hombretambalearse y caer. La gente se agrup en torno suyo,lo cual me ahorr lo dems. Vi a una mujer encintaarrastrarse pesada cerca de un muro largo, caliente,que a ratos palpaba a tientas, como para cerciorarse deque estaba ah. S, todava estaba ah. Y detrs? Bus-qu en mi gua: Maison d'accouchement. Bueno. Yacuidarn de su parto: eso si se puede hacer. Ms lejos,rue Saint-Jacques, un gran edificio con una cpula. Elplano dice: Val-de-Grce, Hpital Militaire. Esto, nonecesito saberlo; pero, en fin, no perjudica. La calleempieza a oler por todos lados. Huele, en cuanto sepuede distinguir, a yodoformo, a grasa de pommesfrites, a angustia. Todas las ciudades huelen en verano.Luego vi una casa de paredes ciegas; no se encontrabaen el plano; pero sobre la puerta, se vea, bastante le-gible, un rtulo: Asyle de Nuit. Cerca de la entradaestaban los precios. Los le. No era caro.

    Y fuera de eso? Un nio en un cochecito: era gor-do, verdoso y tena una erupcin en la frente. No cabaduda que estaba casi curado y que no le dola. El niodorma con la boca abierta, respirando yodoformo,pommes frites, angustia. As era, simplemente. Lo im-portante es que se viva. Eso era lo importante.

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    Por qu no podr dormir ms que con la ventanaabierta? Tranvas elctricos cruzan con estruendo pormi cuarto. Pasan sobre m automviles. Una puerta secierra. En alguna parte, un vidrio se hace trizas y oigolos pedazos grandes rerse a carcajadas y los pequeos

    con risitas burlonas. Luego, de repente, un ruido sordo,cerrado, que viene del otro lado, del interior de la casa.Alguien sube la escalera, viene incesantemente. Sedetiene mucho tiempo. Luego, sigue subiendo. Unamuchacha grita:Ah, tais-toi, je ne veux pas. El tranvaelctrico pasa apresurado y se aleja de todo. Alguienllama, corre la gente, quieren adelantarse los unos alos otros. Un perro ladra. Qu alivio: un perro! Alamanecer, hasta canta un gallo, y es un bienestar sinlmites. Luego, de repente, me duermo.

    Estos son los ruidos; pero hay algo an ms terrible:la calma. Creo, que en los grandes incendios, hay uninstante de suma tensin en que los chorros de aguacaen, en que los bomberos ya no suben por las escale-ras, en que nadie se mueve. Una corniza negra se des-prende sin ruido y una alta pared envuelta en llamas seinclina en silencio. Todos esperan inmviles, con loshombros alzados, y las caras concentradas en los ojos,el golpe terrible. As es aqu la calma.

    Aprendo a ver. No s en qu consiste que todo sevuelva ms profundo en m y no permanezca en ellugar que antes ocupaba hasta el fin. Tengo un yo in-terior del que nada saba. Todo va a dar all. No s loque all pasa.

    Hoy escrib una carta y mientras la escriba, mesorprend al pensar que llevo ya tres semanas aqu.Tres semanas en otro lugar, por ejemplo en el campo,podran pasar como un da; pero aqu son como aos.Ya no quiero escribir una sola carta. Para qu decir-le a alguien que estoy cambiando? Si cambio, ya nosoy el que era, y si soy diferente, es claro que no ten-go ningn conocido. Y a extraos, a gente que no meconoce, es imposible que les escriba.

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    Ya lo dije? aprendo a ver. S, ya empiezo. La cosatodava anda mal; pero quiero aprovechar el tiempo.

    Que jams se me haya ocurrido cuntas caras puedehaber! Hay una multitud de seres humanos, pero anms caras, pues cada uno tiene varias. Hay gente que

    lleva una cara todo un ao; naturalmente se usa, sepone sucia, se rompe en los pliegues, se estira como unguante que se ha puesto uno durante un viaje. Haygente ahorrativa, sencilla, que jams cambia de cara,que nunca la deja limpiar. Es lo bastante buena, afir-ma. Y quin demostrara lo contrario? Ahora bien,podrn preguntarse, si tienen muchas caras qu hacencon las dems? Se las quitan. Sus hijos se las pondrn;pero tambin sucede que sus perros salgan con ellas.Y por qu no? una cara es una cara.

    Otros se ponen sus caras con alarmante rapidez unatras otra y las gastan. Al principio les parece que lastienen para siempre; pero apenas llegan a cuarenta yya estn en las ltimas. Esto tiene naturalmente su ladotrgico. No estn acostumbrados a economizar suscaras, la ltima queda fuera de uso en ocho das, tieneagujeros, en algunos lugares est delgada como papel,y luego, poco a poco, va saliendo el forro, la ausenciade cara, y con ella van y vienen.

    Pero la mujer, la mujer: haba cado toda ella debruces sobre s misma, sobre sus manos. Era en la es-quina de la ru Notre-Dame des Champs. Comenc acaminar sin ruido tan luego como la vi. Cuando lospobres cavilan, no hay que molestarlos. Quizs se lesest ocurriendo algo.

    La calle estaba demasiado vaca, su vaco se aburray retiraba mi paso bajo mis pies y con l tocaba lascastauelas, y luego jugaba con l como con un zueco.La mujer se asust y alz la vista tan aprisa que sucara se qued entre sus manos. Pude verla, ah quedel hueco de su forma. Me cost un esfuerzo indescrip-tible permanecer cerca de esas manos sin ver lo que sehaba arrancado de ellas. Tuve miedo de ver en esasmanos una cara; pero tem mucho ms ver la cabezadesollada, desnuda, sin cara.

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    Tengo miedo. Contra el miedo hay que hacer algocuando lo siente uno. Sera horrible caer enfermo aquy que se le ocurriera a alguien llevarme al Htel-Dieu,donde morira de seguro. Este Hotel es una mansinagradable, un hotel, enormemente concurrido. No se

    puede sin peligro contemplar la fachada de la catedralde Pars por temor a que lo atropellen a uno los mu-chos coches que cruzan el atrio tan rpidamente comopueden para recorrer el espacio libre que los separa dela entrada. Son pequeos mnibus que avanzan hacien-do sonar una campana y el mismo Duque de Sagantendra que detener su tronco de caballos cuando a unpequeo moribundo se le haya metido en la cabezaquerer entrar directamente al Htel-Dieu. Los mori-bundos son testarudos, y todo Pars se inmovilizacuando Mme. Llegrand, broncanteuse de la rue desMartyrs es transportada a cierta Plaza de la Cit. Es denotar que estos endemoniados carruajitos tienen suges-tivos vidrios esmerilados, detrs de los cuales puedeuno representarse las ms regias agonas: basta paraello la fantasa de una Concierge. Si uno tuviera msimaginacin y la dirigiera por otras direcciones, lasconjeturas seran infundadas; pero he visto tambin amenudo coches de punto llegar con su capota abiertaconduciendo al cliente a la tarifa usual: dos francospor la ltima hora.

    Este excelente Hotel es muy viejo, ya en tiempos delrey Clodoveo, la gente mora ah en unas cuantas ca-mas. Ahora se muere en 559 camas: claro que sonmuertes al mayoreo. En tan enorme produccin lamuerte ya no se ejecuta con tanto cuidado; pero quimporta? Lo que cuenta es la cantidad. Quin sepreocupa hoy en da por el buen acabado de unamuerte? Nadie. Hasta los ricos que podran darse ellujo de una muerte ejecutada con esmero, empiezan aser descuidados e indiferentes. El deseo de tener unamuerte propia se est volviendo cada vez ms raro. Notardar en ser tan raro como el de una vida propia.Llega uno y encuentra una vida ya hecha: slo faltaponrsela.

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    EL LIBRO DE HORAS

    Seor, a cada uno dale su muerte,una muerte que de cada vida brote

    y en que haya amor, significado y sufrimiento.Pues nosotros somos slo la corteza y la hoja.La muerte que cada uno lleva en ses la fruta en torno de la cual todo gira.

    Seor, las grandes ciudades estn perdidas y disueltas.En la ms grande se vive como quien huye de un

    incendio.No hay en ella consuelo capaz de consolary el tiempo demasiado corto cierra el paso.

    All viven seres humanos, con gestos angustiados,vidas malas y difciles en cuartos profundosAll crecen nios en stanos con ventanassiempre hundidas en las mismas sombrasy donde no saben que afuera los llaman las floresa un da lleno de espacio, de jbilo y de viento.

    OTOO

    Las hojas caen como si se marchitaranen los lejanos jardines del cielo:caen haciendo un ademn de negacin.

    Y en las noches cae la grvida tierrafuera de todas las estrellas, en la soledad.

    Todos caemos. Esta mano cae.Y mira a los otros: la cada est en todos.

    Y sin embargo, hay unoque recoge suavemente, sin fin, todas esas cadasen sus manos.

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    ELEGA PRIMERA

    Quin, si yo gritara, me oira entre las jerarquasde los ngeles? y aun suponiendo que, de pronto,

    uno de ellos me apretara contra su corazn, yosucumbiraante su existencia ms fuerte. Pues la belleza no es sinoel comienzo de lo terrible; apenas la soportamosy si la admiramos es porque desdeosamente no sepreocupapor destruirnos. Todo ngel es terrible.

    As pues, me contengo y resistoal llamado de un oscuro sollozo. Ay! a quin podrarecurrir? Ni a los ngeles ni a los hombresni a los astutos animales que desde hace mucho

    adviertenque no nos sentimos ni muy a gusto ni muy segurosen un mundo explicado. Acaso nos quedaen la ladera un rbol que volvemos a vertodos los das; acaso nos queda la calle de ayery la mimada fidelidad de una costumbreque se ha complacido a nuestra vera y se qued y no sefue.

    Oh y la noche, la noche cuando el viento llega despacioy nos roe la cara, con quin se quedaraella, la suavemente engaosa, la deseada,la que se acerca al corazn solitario?Acaso es ms leve a los amantes?Ah, ellos se ocultan mutuamente su destino!

    Todava no lo sabes? Arroja de tus brazos el vacohacia los espacios que respiramos; tal vez los pjarossientan el aire ms amplio con su vuelo ms ntimo.S, la primavera te necesitaba. Muchasestrellas esperaban que t las percibieras. Se elevabauna ola de aqu a lo pretritoy cuando pasabas frente a una ventana abierta,se entregaba un violn. Todo esto era misin.

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    Pero la cumpliste? No te distraa siemprela espera, como si todo te anunciarauna amada? (dnde quieres darle asilo,puesto que todos los grandes pensamientos extranjeros

    en tu casa entran y salen y con mayor frecuencia sequedanpor la noche?).

    Pero si sientes nostalgia, canta a las amantes; todavafalta mucho para que su clebre sentimiento sea

    inmortal.

    Las abandonadas t casi las envidiaste parecen ms dignas de amor que las afortunadas.

    Vuelve siempre a empezar de nuevo su alabanza nuncaalcanzada.

    Piensa que el hroe perdura, aun su derrotaslo le sirve de pretexto para existir: es su postrernacimiento.

    Pero la naturaleza agotada vuelve a tomar a las amantescomo si no bastara duplicar sus fuerzaspara crearlas. Has pensado en Gaspara Stampa,1 lobastantepara que cualquier muchacha de quien huy el amadosienta en ese ejemplo idealizado: Ojal fuera yo comoella?Todos esos dolores, por antiguos que sean,acaso no son fecundos para nosotros? No es tiempo

    1Gaspara Stampa: naci en Padua en 1523; muri en Venecia en1554. Es una de las amantes clebres de la literatura. Se enamordesesperadamente del Prncipe de Treviso, Collaltino de Collalto,que la abandon y la olvid. Busc un consuelo en la religin ydej unos versos enteramente dedicados a sus desdichados amo-

    res. Es una hermana de infortunio de Marceline Desbordes Val-more y el polo opuesto de Elizabeth Barrett Browning, autora delos Sonetos traducidos del portugus.

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    que amando nos libremos del amor y que lo venzamostemblando:como la flecha vence la cuerda, para hacer, en el

    disparo,algo ms que ella misma? Pues no se detiene en ninguna

    parte.Voces, voces, escucha, corazn mo, como antaoslo escuchaban los santos: el inmenso llamadolos levantaba del suelo; pero ellos seguan arrodilladossin fijarse en lo imposiblea tal punto escuchaban. No es que puedas t,ni con mucho, escuchar la voz de Dios; pero escucha elsoplodel interrumpido mensaje, hecho de silencio.

    Se alza ahora el rumor que viene hacia ti desde esosmuertosprecoces, en todos los lugares en que entraste. En lasiglesiasde Roma y de Npoles no te habl su destinoapaciblemente?o bien una inscripcin grabada,como hace poco la lpida de Santa Mara Formosa, no sealzaba ante ti?Qu es lo que me piden? Calladamentequitar la apariencia de injusticia que a sus espritusmuchas veces estorba un poco el movimiento; peroen verdad, es extrao no vivir ya en la tierra,no seguir los usos apenas aprendidos,no dar a las rosas ni a las cosas cargadas de promesasel significado del porvenir humano;ya no ser lo que era uno en manos infinitamenteangustiadas y abandonar hasta su propio nombrecomo un juguete roto;extrao ya no desear deseos; extraorecordar desprendido en el espaciotodo lo que estaba ligado. Y estar muerto es penosoy lleno de intentos por reparar el mal para sentir pocoa pocola eternidad. Pero los vivos cometen todos ellos el error

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    de establecerdistinciones demasiado tajantes.

    Los ngeles, segn dicen, a menudo no sabensi andan entre los vivos o los muertos.

    La eterna corriente arrastra siempre entre ambos reinostodas las edades y en ambos domina sus voces.

    En suma, ya no nos necesitan los que murieron jvenes.

    Se pierde poco a poco, suavemente la costumbre de loterreno como al crecer se desteta el nio y se desprendemansamentedel pecho materno; pero nosotros que necesitamos detan grandes misterios,nosotros para quienes brota a menudo del luto unbienaventurado progresopodramos existir sin ellos?Es una vana leyenda la que cuenta que antao, para

    llorar a Linos,la primera msica se atrevi a penetrar la rigidez delentumecimiento,de modo, que por vez primera, el espacio espantado

    vio que un jovencasi divino, de repente se evada para siempre y que en

    el vacoresonaba esa vibracin que ahora nos arroba, nos

    consuela y nos ayuda?

    ELEGA TERCERA

    Una cosa es cantar a la amante y otraal dios-ro, culpable y oculto, de la sangre.El joven a quien ella ama y reconoce de lejos qu sabel mismo del Maestro del Placer que a menudo, en susoledad,antes de que ella lo calmara, y aun como si ella no

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    existiera, chorreando algo incognosible, levantaba sucabeza de dios y llamaba la noche a un tumulto infinito?

    Oh, el Neptuno de la sangre, oh, su terrible tridente,el soplo oscuro de su pecho, como el rumor de una

    concha contorneada:Oye cmo la noche se hace valle y se ahueca. Oh,estrellas! acaso no arranca de vosotras el deseo queempuja al amantehacia el rostro de la amada? La profunda mirada que fijaen sus ojos puros no viene acaso de la pureza de losastros?

    Por desgracia, ni t ni su madre son las que handistendido

    en la espera el arco de sus cejas negras.No en ti, doncella sensitiva, se curv su labio en una

    expresin ms fecunda.Crees de veras que tu ligera aparicinlo hubiera conmovido tanto, t que pasas como brisa

    maanera?Es cierto que t llevaste el terror a su corazn; pero

    terroresms antiguos se precipitaron sobre l al impulso de ese

    choque.As lo llames, tu llamado no lo sacar completamente

    de su oscuro contorno.Cierto es que l quiere evadirse; aligerado, se

    acostumbraa la intimidad de tu corazn, se domina y se empieza.Pero en realidad se empez alguna vez?Madre, t fuiste la que lo empezaste, t que lo hiciste

    pequeito;cuando era nuevo para ti, inclinastesobre sus ojos nuevos el mundo amigo y lo defendistecontra el mundo extranjero.

    Ah, dnde estn los aos en que t, simplemente contu esbelta forma,

    cerrabas el paso al hirviente caos?Muchas cosas le ocultaste as: el cuarto nocturno y

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    sospechoso,lo hiciste inofensivo; en tu corazn lleno de refugiosmezclaste un espacio humano con el espacio de su

    noche.Colocaste la luz nocturna, como una luz de amistad,

    no en la oscuridad, sino en tu existencia ms cercana.En ninguna parte hubo un crujido que no hayasexplicado

    con una sonrisa, como si supieras desde haca muchoen qu forma se portaran las duelas del piso.Y l te escuchaba y se calmaba. Tal era el poderque surga de tu ternura; detrs del roperose meta, alto, embozado, su destino, y en los pliegues

    de la cortinaacechaba su inquieto porvenir de lneas movedizas.

    Y l mismo, mientras yaca, consolado,bajo los adormecidos prpados de tu forma ligera,saboreaba la dulzura derretida precursora del sueo:pareca un ser que estaba protegido Pero en sus

    adentrosquin lo defenda, quin detena las olas del porvenir?

    Ah!, no habaproteccin alguna en el durmiente; durmiendo soaba

    febril: cmose abandonaba l, el ser nuevo, temeroso; cmo estaba

    atadocon el interno acontecer de invasoras maraasenredadas ya para formar normas que, al crecer, haban

    de asfixiarlo,formas de animales de presa que lo perseguan! Cmo

    se abandonaba!

    Amaba su yermo interior,esa interna selva virgen que era el origende su callada ruina, en que se ergua, verde claro, su

    corazn.Amaba luego su corazn lo abandon, sigui suspropias races en potente embate,y las dej para entrar en el poderoso origen primigenioen que su pequeo nacimiento era ya cosa superada.

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    Al amar,descenda en la sangre ms antigua, en los barrancosen que yaca lo terrible que an se saciaba en sus

    antepasados. Cada terrorlo conoca, le haca guios de connivencia.

    Hasta el horror sonrea Rara vezhas sonredo con tanta ternura, Madre. Cmo no lahubiera amado l

    puesto que le sonrea? Antes de ti, muchacha, lo amabaa ella, pues, cuando ya estaba preadade l, ese horror estaba diluido en el agua que hace

    ligero al germen.

    Ve, no amamos, como las flores, durante una solaestacin;

    cuando amamos, se nos sube por los brazos una saviainmemorial.

    Oh, muchacha!, en nosotros amamos, no a un ser futuro,sino la innumerable fermentacin; no a un nio entre

    todos,sino los padres que, como escombros de montaas,descansan en nuestras profundidades; sino el cauce

    desecadode las madres de otros tiempos; sino el silencioso paisajede cielo nublado o puro del Destino; esto, muchacha,

    fue lo que se te anticip.Y t misma, qu sabes? T, con tus halagos hiciste

    surgiren el amante los tiempos ms remotos de su historia.Qu sentimientosse agitaron en las profundidades de los seres

    desaparecidos? Qu mujereste odiaron all? Qu hombres sombros despertasteen las venas del joven? Nios muertos queranir hacia ti Oh!, en silencio, muy quedo,haz algo que le agrade: una segura tarea cotidiana que

    le sea grata.Llvalo al jardn, dale el dominio sobre la noche

    detenlo.

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    SONETOS A ORFEO

    Escritos, como monumento funerario

    para Vera Ouckama Knof

    Y se elev un rbol. Oh pura elevacin!

    Oh canto de Orfeo! Oh gran rbol frondoso en laoreja!

    Y todo calla. Sin embargo, en el vasto silenciohay un nuevo principio, una seal y un cambio.

    Animales de quietud salen de la claray liberada selva de guaridas y de nidos;y entonces revelan que no por astuciani por angustia se han callado,

    sino para escuchar. Rugidos, gritos, bramidos

    parecan pequeos a sus corazones. Y ah donde apenashaba una choza para acoger el canto,

    un humilde refugio nacido del ms obscuro anhelo,con una entrada de temblorosos quiciales,ah creaste t un templo en el odo.

    * * *

    Y era casi una nia la que surgide esa ventura nica del canto y de la liray que brill a travs del velo de la primaveray que se hizo un lecho en mi oreja.

    Y se durmi en m. Y todo era su sueo:Los rboles que un da admiresa lejana sensible, esa pradera sentiday cada asombro que me embargaba.

    Ella dorma el mundo. Dios cantor,cmo la has hecho tan perfecta que no haya codiciadoante todo despertar? Ve, ella surgi y se durmi.

    Dnde est su muerte? Oh, ese motivo, podrs aninventarlo, antes de que se consuma tu canto?A dnde se me va, lejos de m?... Casi una nia

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    Slo un dios puede hacerlo. Mas, dime,cmo lo seguira un hombre sobre la estrecha lira?Su espritu est hendido. En la encrucijadade dos caminos del corazn, no hay templo para Apolo.

    El canto, como lo enseas, no es codiciani bsqueda de algo an no alcanzado;el canto es existencia. Para el dios, cosa fcil.Pero nosotros cundo somos? Y cundo dirige l

    hasta nuestro ser la tierra y las estrellas?Todava no eres nada, joven, cuando amas,aun si tambin la voz te abre a fuerzas la boca: aprende

    a olvidar que cantas. Cantar es cosa fluida.En verdad, cantar es otro soplo. Un soplo en torno a

    nadaUn hlito en Dios Viento.

    * * *

    No elevis ninguna estela. Slo dejad que la rosacada ao florezca para su gloria,pues es Orfeo. Ved su metamorfosisen esto o aquello. No nos afanemos

    en buscar otros nombres. Una vez por todases Orfeo cuando canta. Viene y se va.No es ya mucho que a la copa de rosasa veces sobreviva unos das?

    Ojal comprendis que tiene que esfumarse!Aunque a l mismo le angustie desaparecer,mientras que su palabra prolonga su existencia.

    Est ya lejos donde no podis acompaarlo.

    La reja de la lira no constrie sus manos.Y l obedece cuando penetra en el ms all.

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    Es de la tierra? No, de los dos reinosse alimenta su amplia naturaleza.Con ms arte doblara las ramas de los saucesquien tom su saber de sus races.

    Cuando os acostis, no dejis sobre la mesani el pan ni la leche: atraen a los muertos.Pero l, el encantador, que mezcle,bajo la mansedumbre de sus prpados,su presencia en toda cosa vista;el hechizo de la adormidera y de la armagaes para l tan verdadero como la relacin ms clara.

    Nada puede estropearle la legtima imagen;sacada de la tumba o de los aposentos,ya sea que celebre el anillo, el broche o el cntaro.

    * * *

    Celebrar, eso es! Su oficio es celebrar.Surge, como un mineral, del silencio de la piedra.Su corazn es el lagar perecederode un vino inagotable para los hombres.

    Jams, ante el polvo, le hace falta la voz,cuando de l se apodera el ejemplo divino.

    Todo se vuelve vino o se torna racimo,todo madura en el medio da sensitivo.

    Para l ni la carne putrefacta de los reyes en las tumbasni la sombra que cae de los diosesacusarn a la gloria de mentira.

    Es uno de los mensajeros perdurablesy mucho ms all de las puertas del infiernol sostiene unas copas con las frutas de gloria.

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    Slo en el espacio de la alabanza tiene cabidala lamentacin,

    la ninfa de la fuente que lloray que vigila nuestro desalientopues debe purificarse en la misma roca

    que sostiene los arcos y los altares.Mira, en torno de sus tranquilos hombros alboreael presentimiento de que ella ha de ser la ms jovenentre las que son hermanas por el alma.

    El jbilo sabe, la nostalgia confiesa,slo la lamentacin aprende todava; sus manos

    virginalescuentan noches enteras el antiguo mal.

    Pero de pronto, con movimiento oblicuo e inexperto,lleva una constelacin de nuestra vozal cielo que no empaa su aliento.

    * * *

    Os saludo, vosotros que jams habis dejado deconmoverme,

    sarcfagos antiguos que el agua jubilosaen los tiempos romanosatravesaba con su cancin errante.

    O bien aquellos abiertos como el ojode un pastor maaneropor dentro llenos de quietud y de abrojosde donde volaban embriagadas mariposas.

    A todos los que se salvaron de la dudalos saludo, bocas de nuevo abiertasque ya saban lo que significa el silencio.

    Y nosotros, amigos lo sabemos acaso?La hora morosa forma ambas cosas

    sobre los rostros humanos.

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  • 7/30/2019 Rilke, Rainer Maria - Seleccion de poemas

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    Portada:Paul Klee

    Editor:

    Pedro Serrano