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SUSANA SOCA

RAINER MARIA RILKE

EdicionesDe La Mirándola

hispánica franca

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Susana Soca

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ÍNDICE

◊ Rainer Maria Rilke, por Susana Soca

◊ Recuerdo para Susana Soca, por Juan Carlos Onetti

◊ La demente, por Susana Soca

◊ A Susana Soca, por Emilio Oribe

◊ Susana Soca, por Jorge Luis Borges

◊ Nota biográfica

◊ Nuestras publicaciones

◊ Colofón

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RAINER MARIA RILKE

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E L poeta Rainer Maria Rilke explica su gran amor al ambiente escandinavo diciendo que es ellugar del mundo donde lo maravilloso y lo cotidiano se unen con mayor perfección. Debe

tener su origen en algo semejante al atractivo que nos lleva a la misma poesía de Rilke.La fascinación tranquila que emana esa dulzura sensible del checoeslovaco, cuyo rostro enjuto

perturba por la sonrisa de búdica inmovilidad, nos impulsa a definir su propio encanto. Tal intento esacaso un duro juego que multiplica las sinuosidades de una obra perteneciente al dominio intuitivo ymusical de la sugerencia.

Constructor de las ciudades de niebla, ese espíritu de fino músico por un sendero singular llegareligiosamente a la zona donde la poesía confina con lo absoluto. La sustancia de sus sonetos, aun enlos momentos poéticos en que el artista se asemeja a un grave orfebre, está sobrepasada por unacorriente de exaltación interior hacia la cual nos aguijonea de continuo la forma, sin revelarlaenteramente. Las palabras son para Rilke como una corteza propicia para imaginar un lenguaje mássutil, y como los signos en que se trasluce la vibración que los contiene, sin entregarse totalmente aellos.

El mal de lo absoluto se exaspera y languidece a la vez en el malestar confuso que mantiene los ojosdel poeta como suspensos ante el mundo de las formas. Leyendo a Rilke se vuelve a pensar en la frasedel poeta tejedor Kabir, cuando dice: “por una cosa visible existen mil invisibles”.

Ese sentido de interioridad se encuentra extrañamente en el trajinante a quien Azorín llama el másfino de los poetas modernos; su hermetismo, expresión necesaria de una interna presencia que setransparenta en toda su obra, merecería al poeta integral el nombre de órfico que él da a su últimolibro de sonetos.

Rilke, dulce y firme a la vez en no sé qué poder de grande humildad mística, dice en el libro deMalte: “Qué difícil era volver del mundo de las fiebres a esa vida tan social donde cada uno se aplica aquedar en lo inteligible”. La originalidad de Rilke consiste en que él no ha vuelto nunca a lointeligible sino pensando en esa faz de las cosas que está sumida en la sombra; su arte logró una finaestilización de lo exterior subordinándolo al mismo tiempo al mundo interior con espíritu de atentasoledad.

La historia de su vida no es más que la historia de esa soledad receptiva y sensible en la cual viviópreocupado de su íntima visión. “Me abstengo hace años de todo excitante para que mi arte procedadel solo contacto con la naturaleza, y aquella inspiración que acogía antes como una fiesta rara ya nola espero sino que trabajo constantemente siguiendo vuestro consejo”, escribe aproximadamente elpoeta a Rodin.

La historia de su vida no nos muestra otra cosa que esa tensión espiritual a través de los climasdiversos en que fructificaron sus obras.

Rainer Maria Rilke nace en 1875, en Praga, de una antigua raza emigrada en siglos anteriores de laBohemia a la Carintia. Destinado a la carrera militar, desde niño muestra su vocación, que es la de serúnicamente poeta. Después de una época muy triste pasada en la escuela de cadetes, publica a los 19años sus poemas de adolescencia; a pesar de la ruina de su familia, consigue con grandes dificultadescomenzar, con un viaje a Italia y una estada profunda y larga en Rusia, su vida nómada comopequeño discípulo distante del hermano de Asís en busca de la perfecta alegría por los grandescaminos. Después de tres años de Moscú y de una permanencia en Worspede, donde frecuenta uncírculo de pintores no grandes pero iniciados en las últimas corrientes de aquel momento, se instalaen París. Casado con la escultora Clara Westhoff, a quien menciona continuamente en sus cartas a

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Rodin, insiste con éste para que acepte a su mujer como discípula y por ese medio inicia la profundaamistad con el maestro del cual en 1905 será secretario: esa amistad que toma en Rilke la forma dedevoción apasionada, a pesar de interrupciones borrascosas, debía ser definitiva.

De Rusia había traído los elementos del Libro de las Horas y de las Historias del Buen Dios; el contactocon la suprema vitalidad plástica de Rodin lo encamina a un más perfecto equilibrio entre el arte delfrancés y la vaguedad mística de aquellos rusos de quienes dice: “Cada uno de ellos llevaba en símismo su soledad”. Rodin representa dramáticamente para Rilke toda la Tradición Occidental que,desde los griegos espléndidos, pasando por los góticos terribles y a través del renacimiento tan claro ytan difuso al mismo tiempo, viene a encarnarse en la humanidad del maestro cuyas figuras inspiraránlas líneas de sus posteriores poemas.

El encuentro en Roma con un joven escritor noruego, Sigbjørn Obstfelder, junto con su admiraciónpor Jens Peter Jacobsen, determinan al poeta a escribir el libro, en cierto modo dinamarqués, Loscuadernos de Malte Laurids Brigge, publicado en 1910 y en cuyos paisajes debemos internarnos. Alejadode Francia durante la guerra, vuelve a ella en 1918, pero vive casi constantemente en el castillo suizode Muzot, edificado en una imponente soledad. En 1922 publica las Elegías de Duino y los Sonetosórficos. Durante toda esa década conoce los principales círculos intelectuales europeos, pero sinfamiliarizarse nunca con ninguno de ellos; cultiva numerosas e interesantes amistades, como la deVerhaeren, del cual escribe a Rodin: “He visto a ese hombre, que me ha parecido fuerte y dulce comouna planta”, y la de Eleonora Duse, a la cual se refiere seguramente cuando dice en sus párrafos sobreel teatro de Orange algo que puede sintetizarse como: “Si pudiera haber un teatro que fuese como unareligión, en ése tú estarías”.

Publica en los últimos tiempos un volumen de poesías francesas: Les vergers, y numerosastraducciones en lengua alemana, como la de los poemas de Valéry, Maurice de Guérin, Mallarmé, deL'enfant prodigue de Gide, los sonetos de Petrarca, las Cartas de la religiosa portuguesa, que influyen sobrealgunos conceptos suyos, y los graciosos sonetos renacentistas de Louise Labé, obras todas que nosrevelan claramente sus preferencias literarias. Entre sus otros libros escritos en su lengua original sedestaca la vida de su antepasado Cristóbal Rilke, y la serie de poemas titulados El libro de María, delcual él mismo dice que lo sobrepasa con el don de un genio tranquilo y seguro.

En 1926 muere después de largos sufrimientos en una clínica de París.Un dualismo original agrega complejidad a la poesía de Rilke. Su espíritu nos aparece como

participando de la bruma nórdica peculiar en él, tal vez porque se aparenta espiritualmente su razacon la escandinava. Hablando de los poetas orientales, Rilke dirá que mantienen abiertos los cincojardines del mundo sensorial, mientras que la poesía de Occidente atiende particularmente a lavisualidad. Algo del colorista oriental nos da Rilke en el Libro de las Horas, influido a la vez porTolstoi y las Fioretti, y en las Historias de Dios, que impregnaba la luz del renacimiento italiano y queguardaban el esplendor de los iconos antiguos, ante los cuales se prosternara acaso este otro staretsvagabundo.

Ese dejo oriental va desapareciendo, velado por la bruma nórdica, en el libro de Malte, que esverdaderamente el libro del espíritu de Rilke. La mirada toda suya con que se enseñoreó de lospaisajes más diversos, transmutándolos en su propia mística, adquirió tal poder absorbente detransfiguración que el mundo exterior, ante cuyas visiones erró tanto y tan angustiosamente, pareceno haberle dado sino una motivación aleatoria para su poderosa subjetividad.

Su vivencia unificó las más flotantes y abstractas partes de su obra en la unidad de un “Erleben” que

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oscila entre los umbrales de la alucinación y la videncia. Pero, esencialmente poeta, tiene casimórbidas complacencias para la imagen que, aun elegida en un azar mediúmnico, él estiliza en loscontornos de la más fina leyenda.

La plástica, que tiene un influjo tan profundo en el pensamiento de Rilke, no actúa sinoindirectamente en su materia poética, cuya fineza de percepción la aproxima siempre más a lasondulaciones musicales.

La sutileza atormentada de su frase, o más bien del sentido de ella, dado que la frase evoluciona enlos últimos poemas a una depurada sencillez, hace de la obra del poeta una de las más abstrusas de lalengua alemana.

Por esa fusión de la esencia mística y antigua con los inquietos gérmenes de una crecientedisociación de espíritu en exaltadas e íntimas complejidades, recuerda a Lenau y a Novalis. No es lamusicalidad verbal dando sus milagros sonoros como en el simbolismo de Mallarmé. El sentidohermético de Rilke no proviene solamente de un mundo eurítmico hecho verbo, en el cual hay quepenetrar con un sentido lógico distinto de aquél al que las literaturas clásicas nos acostumbraran enrazón de su sentido musical. La oscuridad de Rilke proviene también de la religiosa inquietud queparticipa de un fondo anímico inexpresable.

La comprensión se realiza emotivamente mediante un proceso también anímico que adquiere losrelampagueos de la intuición. El artista nos conduce en seguimiento suyo a través de un viaje duranteel cual las figuras han alzado sus velos para él, y reclama de nosotros una exploración lenta en lashuellas de la suya.

Un crítico francés ha dicho: “La diferencia entre Proust y Rilke consiste en que con Rilke se pierdepie”. En realidad existen muchas otras diferencias entre los dos escritores, pero, limitándonos a ésta,podemos decir que Proust, aunque se afirma que en su vida era sensible hasta la exquisitez o lapuerilidad, en su obra ha dominado de tal manera su sensibilidad que se sirve de ella como materiaprima de extrema magnificencia pero unida y disociada volitivamente por el elemento intelectual. Lassutilizaciones de Proust, aun aguzadas hasta el dolor, se vuelven frías en el contorno sinuoso y lúcidode su larga frase múltiple. Rilke nos da aquello que deviene en él mismo sin más limitación que la delartista depurando su obra. Ese profundo introvertido produce en nosotros una fecundidad demovimientos sutiles; con frecuencia reconocemos súbitamente el lugar de su espíritu en el que noshabía dejado extraviados aun antes de volver al comienzo de su frase con largas antenas para apresarcasi ciegamente la sensibilidad. Y he aquí que el punto de su espíritu que descubrimos participa denuestra propia durée.

El solitario cosmopolita, cuyo gran dolor juvenil era pensar que ya no había ni madre ni héroesobre la tierra, buscará angustiosamente al héroe y lo encontrará en Jacobsen y en Rodin; “mismaestros —dice—: Jacobsen, Rodin, los rusos, también los primitivos italianos y el Renacimiento”. Suentusiasmo por el sutilísimo danés Jacobsen, muerto prematuramente muy poco antes de que Rilketuviera la revelación de su obra espiritual y plástica a la vez, inspirará al poeta la idea de situar enDinamarca la infancia de Malte Laurids Brigge.

El libro de Malte es parecido a una música cuyo compás se quiebra y recobra al tiempo siguiente;casi podría llamársele un tema de fugas, un tema de fugas por el deslizar de imágenes sin másconexión que la unidad de su espíritu, esa cosa breve, dardante y luego como huida en el alba de unconjunto de imágenes distintas.

Una ardiente languidez entremezclada de lasitud y de trances exaltados en descubrimientos

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llameantes y secretos, forma la atmósfera inquieta de este libro cuya caliginosa interioridad estáceñida por la bruma nórdica, la misma bruma que en el parque de Ulsgaard hacía que los árbolespermanecieran inmóviles, como impedidos de avanzar, ante los ojos del niño Malte, quien,mirándolos desde el trineo, extrañaba la habitual ilusión del movimiento.

El libro de Malte es el diario de reflexiones del joven escritor danés Malte Laurids Brigge, que,viviendo solitariamente en París, comienza a escribir ciertas notas inspiradas al principio enacontecimientos objetivos hiperestésicamente subjetivados, relata en esas notas sus más abstractos yvariados pensamientos, frecuentemente conexionados con episodios de su infancia que él se muestradeseoso de evocar para poseerlos profundamente en su espíritu. Este libro es en esencia la biografíapor así decir mística del propio Rilke, y la confidencia de puros y originales pensamientos suyos, yaún escrito en prosa conserva la exaltación anímica que es la poesía misma de Rilke. Unaextraordinaria asociación de ideas lo impulsa a relacionar, con suma fluidez, escenas y estados deánimo aparentemente extraños. Las escenas del Hôtel-Dieu le harán pensar las más sutiles cosas acercade todas las muertes y de la muerte. Una tela de Aubusson en un museo o la nota de una cantante deCopenhague en Venecia lo volverán a Abelone, la heroína de la adolescencia de Malte tambiéndiluida en la bruma nórdica, y Abelone, aunque ya olvidada, le hará pensar en Bettina Brentano, yAbelone o Bettina le inspirarán extraordinarias cosas acerca de las místicas y del amor.

Lo extraño de este libro es la intensidad que hace de los relatos de infancia, realizados con extremadelicadeza, un todo orgánico con los más abstractos momentos de su espíritu. Cada idea suyaconcuerda con otra diferente en una armonía interna, porque cada idea vive en él con un poco de esesecreto sentido de totalidad que recuerda en Rilke a un discípulo del espíritu hindú. Lo metafísico esen él arrebatada poesía como en los antiguos creadores, y vive semejante a la gracia lánguida de lajoven madre de Malte, a Abelone cuando de noche abría su ventana y miraba las estrellas pensandoque eran libres mientras ella estaba prisionera. El encanto de ese libro sin cánones es la unión místicade la libertad de sus partes, esa relación continua de los elementos objetivos más aristocráticamenteestilizados, con aquello cuya hondura tiene sus raíces en la soledad del hombre.

El libro de Malte es el libro de la soledad individual de todo contemplativo. Analizándolo seadvierte que habla en él con detención de la existencia de lo sobrenatural, que se le reduce a la idea dela muerte, de la soledad en muchas de sus facetas, del amor profano, de Dios y entretanto también dela música, del misterioso teatro de Orange como de las islas ovaladas en los gobelinos o de lasleyendas que impresionaron su infancia. Pero todos estos motivos están incorporados a la vitalidaddel monólogo interior y se agitan en su devenir mientras nos internamos en el libro.

En la historia de Malte los acontecimientos están referidos en un crepúsculo traslúcido, con unsentido de lo decorativo semejante al de las telas de Aubusson que describe cuando habla de su visitaal museo y de las gráciles figuras de mujeres que le hicieron pensar en que los poetas no debían haberdicho nada más literalmente de ellas, y ese libro de Malte es también el libro del misterio.

El drama de la asociación de ideas, angustiosamente presente en estas páginas, recuerda en el poeta,todo poeta, las disociaciones efectuadas por los duros maestros del psicoanálisis.

Como el poderoso irlandés James Joyce, Rilke trabaja en los repliegues del substratum psíquico.Pero no muestra como él la técnica escondida de la asociación de ideas sino que se burla poéticamentede toda técnica visible aun en lo oscuro, relacionando con un salto más profundo que en el monólogode Joyce las contrarias imágenes.

El niño Malte, lector de las más variadas literaturas, no extraerá de los grandes mitos los símbolos

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heroicos sino que buscará un ángulo casi invisible del paisaje ofrecido, para desde ahí componer elpoema de su propia visión. Parece extraer siempre de las leyendas que perturban su recuerdo aquelloque ya él perseguía, como si buscara en ellas un punto de apoyo para sus propias angustias y suspropios sueños.

La unidad de espíritu que revela el libro de Malte consiste en una especie de intensidad mística quepermanece una sola aunque el poeta nos hable de objetos diferentes.

La por él llamada “existencia de lo terrible, que se transparenta en cada partícula del aire... aunquelos hombres quieran olvidar”, asalta muy pronto al niño Malte con apariciones que en aquel ambientepropicio a lo sobrenatural se producen con una misteriosa naturalidad, y lo sigue a través de su vidacobrando todas las formas hasta llegar a la idea de esa muerte que cada uno lleva viva en sí durantemucho tiempo. La disposición particular del espíritu de Rilke nos aparece patéticamente en esaspáginas cuando advertimos que para él la tragedia está, más que en el destino mismo, en los esfuerzospequeños de los hombres para conjurarlo, así cuando habla de aquella joven robusta y pálida quemurió al lado de él en un tranvía italiano y de su madre que la golpeaba desesperadamente para queno muriera.

Esa preocupación de lo sobrenatural seguirá a Malte toda su vida haciéndole pensar lo que todoshemos pensado, pero con un pathos extraño como él mismo, en que acaso es posible que no se hayavisto ni reconocido nada viviente y que a pesar de las invenciones, la cultura, la religión y elconocimiento del universo nos hayamos quedado en la superficie de la vida. Y que es posible más aúnque haya sido recubierta esa superficie, lo cual después de todo hubiera sido algo, y haya sidorecubierta con una sustancia de indecible tedio que la hace parecerse a los muebles de los salonesdurante las vacaciones de verano; porque todo eso es posible, continúa, es necesario que algo suceda:por todo eso ese Brigge, ese extranjero, ese joven insignificante tendrá que sentarse, y en su quinto pisotendrá que escribir, escribir día y noche.

Raras veces se habrá hablado tan sobria y ardientemente del proceso inexplicable de la creación. Eltemor de lo sobrenatural seguirá a Malte a través del libro hasta que santamente diga: no es por azarque Flaubert escribió la leyenda de San Julián el hospitalario, hay que sobrellevar ese temor de loinvisible como otro leproso, hay que tocar sus llagas y calentarlo en un total esfuerzo de amor.

El solitario que vive para alguna creación de su espíritu es también, en el concepto de Rilke, unmístico que llega más lentamente a Dios y que debe defender su soledad como un claustro o como unamontaña. Los otros, escribe, odiaban al solitario sin conocerlo, llamaban a su puerta, hacían ruidosobre su techo, al final quisieron vencerlo por un medio casi infalible, la gloria, y entonces muy pocosresistieron: lo odiaban porque no lo conocían o, tal vez, porque adivinaron legítimamente en él alenemigo, concluye este maestro de soledad.

En las ideas de Rilke acerca del amor profano y del amor divino se advierte claramente que todoslos conceptos son en el poeta formas de una misma intensidad. Ese silencioso dueño de actividadesviolentas y secretas ve en el amor la facultad de crear un sentimiento encarnándolo en la sustancia delpropio sueño. Como las mujeres, aunque en otro sentido, poco dadas a la atracción ideológica, fueroncapaces de proyectar sobre el objeto predestinado por alguna fatalidad un esplendor inagotable, elamor es para Rilke una creación totalmente femenina. Los hombres en sus momentos mejores no hanhecho más que copiar o imitar lo que ellas, exaltadas sibilas, apasionadamente les dictaban: su fuerzaconsistía en que había que encontrarlas, dice Rilke, ellas lo han hecho todo; ensalzaron a aquél que seiba y vivieron interiormente toda una vida del amor que le tuvieron. Esto sucede, según el poeta,

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porque la vida es más grande que el destino, en el sentido de la vida considerada como el conjuntopsíquico que crea y sueña, en oposición al destino, o sea a los acontecimientos; éste es el punto centraldel pensamiento de Rilke, y la vieja idea platónica reaparece muy finamente en su frase: “ser amadaquiere decir pasar, amar quiere decir durar”.

El amor para el poeta ha sido creado por Safo, por la portuguesa Mariana de Alcoforado como porBettina Brentano. Hasta la misma Abelone, la ya olvidada figura de la adolescencia de Malte, le sirvepara inspirarle ese oscuro sentido de la potencia del fuego interior.

Así Bettina Brentano, gracioso arquetipo femenino de “dandy” romántica que fatigaba con el excesode sus frívolos fervores a los amigos más ilustres que pudo encontrar, se vuelve para Rilke aquéellacuyo amor Goethe no pudo comprender, porque desbordaba de él como una cosa demasiadoprofunda. Las mujeres representan la sed de lo absoluto, eternizando aquello que pasa con el ardor desu misma sed; les “han pedido que limitaran su don”, dice Rilke, en la síntesis más perfecta de su raraapología.

El crítico holandés H. Marman, probablemente ortodoxo, rechaza para Rilke el lugar de poetamístico en el panorama de la literatura moderna, considerando que hubiera podido serlo si entre él ylos góticos no hubiera estado el Renacimiento. Sería imposible decir plenamente eso del poeta quehablando de Miguel Ángel exclamaba “y Dios estaba en las piedras”. Sólo que entre las dos corrientesascéticas, la cristiana y la budista, parece vacilar o mejor dicho querer conciliarlas con una disciplinapropia. En ese monjil heterodoxo el deseo de Dios debía ser la esencia viva de su espíritu; de suapasionado fervor, en apariencia extático, se desprenden las otras formas de amorosa sensibilidad yconservan el ardimiento del sol central. Las apasionadas humanas se parecen mucho a las místicas enel concepto de Rilke, no porque él haya humanizado a las últimas sino porque él siente que lasprimeras han divinizado a lo humano.

“Las místicas fueron grandes mientras se contentaron con amar, cuando quisieron ser amadas sequedaron en la mitad del camino”: él no ve en uno y en otro drama sino la misma glosa de aquel versode Goethe: “sólo lo insuficiente es fecundo”, porque tal vez él mismo ha divinizado lo humano.

Como poeta místico quedaría sólo por esa extraña exégesis de la parábola del hijo pródigoinspirada de la obra de Gide. El hijo pródigo era alguien a quien amaban mucho, pero amaban mal; loamaban de tal manera que se sentía cautivo de ese inmenso amoroso yerro, y por eso deseó irse; suspadres y sus familiares le imponían su ternura, le imponían la alegría convencional al recibir lasmuestras de esa ternura, y también la reciprocidad. Solamente cuando vuelve después del largo viajeen que lo ha perdido todo, recién comprende que su libertad no había sido realmente coartada,porque ese cautiverio de amor no podía aprisionar aquello que desconocía. Los padres y los familiaresquerían a uno que él no era, se dirigían a esa personalidad que él adquiría para ellos, externa ydesligada de la que él mismo sentía como suya. Ahora ya no podía conmoverlo esa unción que eraincapaz de devolver, ahora que él veía que estaba dirigida a uno que no era él. Podemos agregar que enese viaje había liberado su ser verdadero al punto que, para su interioridad, el ser cuya representaciónlos otros poseían había cesado de existir para él mismo.

Ya no le turbaba esa posibilidad de amor perfecto que despertaba en él un deseo también perfecto.Ahora sentía que sólo uno era capaz de valorar, de recibir y de devolver ese amor del hijo pródigo quelos otros no podían encaminar hacia ellos. “Pero aquél no quería todavía.”

“Pero aquél no quería todavía.” Aunque parece que el hallazgo definitivo se hizo en la vida de Rilkecuando ya no había palabras, meditando esa última expresión del libro de Malte, sería imposible no

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llamarle sino el poeta del encuentro con Dios, el poeta de la búsqueda de Dios.La generación literaria de la posguerra, por lo que tiene de limitado todo conjunto de escuelas que

se circunscribe para la crítica a sus propias tendencias, debía fatalmente decir de Rilke lo que hadicho. Lo han llamado rezagado romántico y han encontrado feminidad a su expresión poética.

Hijo de una época de transición, los elementos diversos están fundidos en Rilke de tal modo que nopuede considerársele ninguna tendencia sino la muy indudable de su espíritu a la contemplación delo invisible. Pero tampoco Alfred Young, Novalis. William Blake o Jacob Boehme se parecieron a losotros artistas o pensadores de su tiempo, sino que con los materiales que pudieron acumular, deacuerdo con su cultura, anteriores y actuales a su época, alzaron las piedras para la ciudad interior,esas piedras que estarán imantadas al infinito, como dice Spengler de las agujas góticas.

Así encontramos en Rilke alguna expresión de carácter romántico, como “no florecerán las rosas enel parque de septiembre, endulzadas por toda nuestra calidez”, pero junto a ella vemos esta otraexpresión surrealista: “ella llevaba su mirada semejante a una cosa que no estuviera fija, reteniéndolasobre su rostro inclinado hacia atrás”. Contrariamente, un núcleo de la joven generación literariaalemana quiere hacer del libro de Malte el documento representativo de su actual literatura. Pero esenuevo Wilhelm Meister pecaría por exceso de subjetividad porque, lógicamente, deben serrepresentativas de una época y una raza aquellas obras que están modeladas de acuerdo con las líneasgenerales del pensamiento humano.

Algunos poetas alzaron la faz del mundo en la columna de sus cantos, los otros, como Rilke, hanestado atentos a los matices imperceptibles, remontándose por ellos a las grandes contemplaciones. Eshermoso Stefan George, fuerte y humano, fundador de un cielo artístico, animador de hombres quemuchos críticos alemanes anteponen a Rilke. Pero de éste puede decirse lo que él afirmaba de Rodin yJacobsen: sus ojos tenían el poder de transformar lo que habían visto en una realidad mil veces másintensa.

Keyserling afirma que Rilke siente a Dios en la más pequeña flor y nunca en la grandeza de sucreación. Pero es que los mismos parques y colinas que contemplaban el niño Malte y su madre,mientras iban desenvolviendo los encajes, no se diferenciaban esencialmente de los grandespanoramas, dado que la efusión interna era la misma.

Rilke ha sido un poeta de la vida interior, en cierto sentido sin época y en cierto sentido dotado denuestras secretas inquietudes, al punto que muchos de nosotros encontramos en él aquello quetanteamos en la sombra y no poseímos porque nos faltara la audacia o la seguridad para hacernossalir firmemente de lo inteligible.

Representa un valor puro y necesario entre todos aquellos que constituyen las múltiples moradasde la casa del espíritu.

Montevideo, 1932.

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RECUERDO PARA SUSANA SOCA

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E N un principio era un fantasma lejano —los hay demasiado próximos— que gastaba susmillones en París dándose el gusto de editar una revista llamada La Licorne en la que

colaboraron los más destacados escritores, en aquella época, de Francia.Cuando la horda teutona se puso en movimiento, Susana —como la primera persona de la chanson—

tenía dos amores: su país y París. Eligió el último porque era el que más la necesitaba en aquellos años.De manera que se sumergió en el maquis. Es fácil imaginarla, diminuta, torcida en su bicicleta,recorriendo Francia, llevando y trayendo mensajes, bordeando el precipicio de la muerte. Terminadala guerra, Susana volvió a Montevideo con algún centenar de recuerdos que no podía suprimir ydocenas de poemas que no quiso publicar. Y trajo también su idea fija: La Licorne.

No conocía a Susana Soca sino algunos poemas sueltos, en español o francés, que me produjeronmás respeto que admiración. Y el deseo de saber más de ella.

Es natural en los provincianos un afán indudable por la clasificación veloz y definitiva. Por esoescuché en Madrid, de boca de un turista:

—¿Susana Soca? Claro. Era una esnob millonaria que compró un palacio en la calle San José y loconvirtió en museo.

Mucho y muy inteligente se ha escrito sobre los esnobs. Pertenecen a todas las categorías sociales. Lapalabra me hace recordar una definición de Benavente sobre la cursilería: quiero y no puedo. Porqueel “museo” de Susana estaba hecho con obras maestras, de esas que contribuyen a creer que la vida noes tan mala, al fin y al cabo. Susana sufría, sufrió durante toda su vida. Pero me atrevo a suponer quemirar diariamente un Picasso, un Cézanne, un Modigliani ayuda a vivir y seguir viviendo. El artejustifica la vida, espectáculo, lectura o creación.

Ya instalada en su museo y con La Licorne a cuestas e impresa en español, Susana siguió luchandopor la supervivencia de la revista, a pesar de las vallas presumibles.

Así, un día, le pidió al director de la revista – Guido Castillo – que me extrajera un cuento y fijara elprecio. Por entonces yo también estaba influido por el ambiente “antilicorne”. De modo que pedí unprecio increíble para aquellos tiempos y me tomé la mezquina venganza de colocarle un título casitan largo como una página.

Susana pagó agregando su lamento por no ofrecerme más, ya que la revista mostraba un déficitimplacable y previsto. El cuento fue publicado sin mutilar el título. Y hasta logré encontrarme conpersonas que me dijeron que se trataba de mi mejor relato, nombre incluido.

Unos meses después, convencida no sé por quién de que lo de cuentista no quitaba la buenaeducación, Susana Soca me invitó a una reunión en su casa. Me acerqué con timidez media hora antesa una esquina de café en la manzana de la residencia de Susana y estuve presenciando la descarga decomestibles y botellas que se hacía desde una camioneta, propiedad de la mejor confitería queteníamos entonces en Montevideo.

Yo estaba muy bien trajeado para la ocasión. Pero, en los llamados días laborales, también actuabacomo un esnob al revés. Tenía camisas de hilo de Irlanda, zapatos hechos a medida, una serie decorbatas cuyo origen había olvidado. Pero me vestía y ambulaba con una tricota gastada, pantalonesviejos, alpargatas barbudas.

Era la hora, terminé de envidiar y toqué el timbre. Un mayordomo, claro. Después, demasiada gente,demasiadas voces. Algún amigo o conocido con el que pude apartarme y remover los lugares comunesque parecen constituir el suelo de los hombres de letras. De pronto surgió Susana Soca para saludarme.Era pequeña, nerviosa, más hecha que yo para habitar un mundo de silencio. Recordaba una frase de

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Anatole France: “Tenemos que vivir y eso es una cosa muy difícil”. Sigo viendo sus hermosos ojos,siempre intimidados, su cuerpo frágil, apenas tembloroso, tan parecido al de un pájaro, armado parahuir. Parecía estar en eterna actitud de pedir perdón por algún pecado inexistente.

Creo que esto se expresa mejor en el poema La demente que publicamos.Luego todo continuó como cualquier reunión o fiesta, hasta que la mezcla de intelectuales y

semiaristócratas juzgó que era prudente marcharse. Pero una pausa: en un momento tal vez calculado,Susana se acercaba sonriente: —Mi madre quiere saludarlos.

Entonces peregrinamos hasta una habitación lejana y nos era dado ver a la gran hechicera sentadaen un sillón, entre almohadones dispersos, inmóvil y desconfiada, con ojos incongruentementepoliciales. Iba extendiendo la mano seca y enjoyada mientras Susana recitaba nombres. Para mí setrataba de un trasplantado Saint-Germain y yo era Marcelo en el mundo de los Guermantes.

Terminada la ceremonia todo seguía igual; no para mí que había aumentado mi odio por laanciana. Porque sabía que su misión en la tierra era estropear todo posible destino de felicidad aSusana, dominarla, exigir que rogara su visto bueno antes de que la hija tomara cualquier resolución.

* * *

Una noche, después del besamanos y la bebida, quedamos solos Castillo y yo como resaca de lafiesta. Estábamos en el desordenado escritorio donde ella trabajaba y leía.

Uno de los muros de la biblioteca daba a un jardín lleno de perros enfurecidos e invisibles quereprochaban nuestra presencia. No queríamos irnos sin despedirnos de Susana. Pero los minutospasaban entre frases tediosas y Susana no aparecía. De pronto y sin ruido se materializó en una puerta,con un abrigo oscuro y lista para marcharse. Balbuceando, encogida y temerosa. Nos dijo:

—Recibí un mensaje y tengo que salir. Pero ustedes pueden quedarse. Les dejo una botella.Revuelvan donde quieran y si algún libro les gusta... No tienen que llamar; el portón queda abierto.

Aparte de vicios menores, Castillo era bibliómano; de modo que, revolviendo libracos, encontrómuchos motivos de asombro y alegría. Por mi parte, pretextando novelas que nunca iba a escribir medediqué a revolver escritorios y secrétaires. Y esta indelicadeza fue pronto y bien recompensada. Entrepoemas y proyectos descubrí una carta de Pasternak a Susana. Estaba escrita en un francés casi peorque el mío, con grandes letras retintas y una grafía exótica.

Susana había hecho un viaje a Moscú para conversar con Pasternak, a quien admiraba mucho ydedicó un hermoso poema. La carta era muy anterior al premio Nobel y al vergonzoso escándalo y alas doscientas ediciones piratas de Doctor Zhivago que surgieron en español. Todas espantosas.

En aquella carta Pasternak le explicaba a Susana por qué no habían podido encontrarse: susrelaciones con la asociación oficial de escritores rusos patentados ya no eran buenas. Así que Susanafue despistada: un día Pasternak estaba en su dacha, al siguiente en Siberia, al otro internado porhidrofobia en un castillo de los Cárpatos.

En otro tono, claro, el poeta explicaba con dulzura la razón de los desencuentros y autorizaba aSusana a publicar en Uruguay o Francia (primera edición en todo el mundo) la novela hoy famosa.

Pero, siempre en mi labor de comisario, encontré otra carta. Era de una hermana del escritor y lesuplicaba abandonar el proyecto porque su realización significaría la muerte civil de Pasternak en laU.R.S.S. o, simplemente, la muerte a la que todos podemos aspirar y que lograremos comportándonoscon bondad y obediencia.

Por eso Zhivago permaneció enrejado tantos años. Y aunque no se crea, hablamos aún de Susana

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Soca, que prefirió archivar los originales de la obra.Hay escritores que sufren mucho para dar remate a sus obras. Otros padecen del principio al fin y

también sus lectores. El final de Susana Soca tiene cierta afinidad con su persona. Había ido a Francia,libre ahora de autodenominadas razas superiores, para pedir un sencillo milagro a Nuestra Señora deLourdes. No se trataba directamente de ella sino de una persona enferma y querida.

De vuelta en París, se encontró con una vieja amiga que tenía un pasaje de regreso a Montevideopara el día miércoles en un avión alemán; el de Susana era para el jueves, en avión norteamericano.Susana fue impulsada al juego misterioso que todos jugamos, sin saberlo y tal vez en este precisomomento. Rogó y obtuvo el cambio de pasajes para llegar a su destino veinticuatro horas antes. Llegóa la costa de Brasil, donde el aparato aterrizó entre agua y tierra para terminar incendiado.

Cuando se confirmó la muerte —el cambio de pasajes había provocado confusiones y esperanzas—mucha gente rezó por su alma; otra prefirió comprar una botella y seleccionar blasfemiaspolvorientas. Hay testigos.

Tal vez por todo esto uno de mis mejores amigos le dedicó un libro con estas palabras: Para SusanaSoca: Por ser la más desnuda forma de la piedad que he conocido; por su talento.

Juan Carlos Onetti. Recuerdo para Susana Soca. Mundo Hispánico, nº 333, Madrid, diciembre de 1975.

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LA DEMENTE

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LA DEMENTE

A precisión de mis males

se extiende a las cosas vagas

por noches agotadoras

he jugado con las máscaras

y he buscado la fatiga

como si buscara al agua

ni siquiera alguna muerta

acedía me llegaba.

Entre mi sombra y yo misma

crece tenebrosa planta

doy vida a lo intolerable

en mi visión prolongada

la noche prosigue idéntica

sobre el reverso del alba.

La demente canturrea

dicen que no tengo nada

sin los vapores del vino

de las olas apagadas

acaso el baile del humo

en las hogueras ya lánguidas

de los pastos otoñales.

Repiten ella divaga

Yo digo que hay una línea

por los puntos generada

y hay un punto entre los puntos.

La demente ya no canta

canturrea canturrea

dicen que no tengo nada

son aspectos de las nubes

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que largamente miraba.

Tres horas para una nube.

Bocas cegadas

de los pozos en mi voz

repentinamente callan

cosas iguales se vuelven

para mí las nubes altas

y el muro bajo.

Todos dicen: anda y anda

digo que estoy detenida

aunque confíe a la acacia

lo que dije al abedul,

aunque al almendro contara

lo que no sabe el abeto

y despacio me quejaba

a la ancolía del campo

y a la secreta lana

que es flor de tapicería.

La demente ya no canta,

ni siquiera canturrea

aunque aquí nadie descansa

y es desconocido el sueño

sueño que estoy transformada

en alguien que apenas vive.

Huyo de las asonancias

del péndulo y de la fuente

que a lo lejos me desgarra

cinco veces cada noche.

Años y años escuchaba,

cristal antiguo del péndulo

y sus dientes me señalan

un tiempo que recomienza.

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La demente ahora calla

mira un punto mira un punto

y luego un clavo que avanza

simple y rotundo con furias

diversas y forma exacta,

es clavo de sordidez

que una noble mano planta.

Susana Soca. Noche cerrada. Ediciones de La Licorne, Montevideo, 1961.

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A SUSANA SOCA

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A SUSANA SOCA

A tenías la fragilidad con innúmeros cristales

y la serenidad con sus sólidos imperios,

y la poesía con sus presuntuosos enigmas.

¿Por qué tu afán de embriagarte con las tinieblas de las cosas e ideas?

Ya tenías el amor con sus evidencias sin límites,

y la bondad con sus lúcidos encantamientos,

y los rosales y el oro te rozaban los dedos.

¿Por qué elegir, por momentos, la amargura del saber estéril?

Eras de un fuego oculto que sólo ascendía a tus ojos,

y perdonaba la ira y el odio en toda criatura.

Te atrajo de la paloma el vuelo que va al cielo.

¿Por qué buscaste de la serpiente el fascinante silbido?

N un crepúsculo, antes de morir,

frente al cristal de la ventana

de un avión,

estabas...

Para ti era en ese instante

todo el esplendor del éter cerúleo.

Bajo tus pies los sabios desposorios de la tierra

y los océanos.

Para tus labios,

como una copa colmada, se daba el Universo.

Ya ibas a beberla.

Pero una mano te apretó los ojos.

y ya sólo fuiste aquello para lo cual los dioses te hicieron:

Una forma condenada a extinguirse

como una estatua desnuda,

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nada más que en el fuego.

I lo absoluto hallaste,

fue en el seno de aquel relámpago en que morías,

y lo permanente

en el lenguaje de tus reinos que ya no existen,

o en la hermosura de las estrellas fugaces que te miraron

extinguirte,

en la misma llama que las devora a ellas.

Emilio Oribe. Homenaje a Susana Soca. Entregas de La Licorne, nº 16, 1961.

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SUSANA SOCA

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SUSANA SOCA

ON lento amor miraba los dispersos

Colores de la tarde. Le placía

Perderse en la compleja melodía

O en la curiosa vida de los versos.

No el rojo elemental sino los grises

Hilaron su destino delicado,

Hecho a discriminar y ejercitado

En la vacilación y en los matices.

Sin atreverse a hollar este perplejo

Laberinto, atisbaba desde afuera

Las formas, el tumulto y la carrera,

Como aquella otra dama del espejo.

Dioses que moran más allá del ruego

La abandonaron a ese tigre, el Fuego.

Jorge Luis Borges. Homenaje a Susana Soca. Entregas de La Licorne, nº 16, 1961.

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NOTA BIOGRÁFICA

Susana Soca Blanco (Montevideo, 19 de julio de 1906 - Río de Janeiro, 11 de enero de 1959) fueuna poetisa uruguaya de gran contribución a las artes a nivel mundial, y de poco reconocimiento ensu país natal

Proveniente de una familia patricia, única hija del renombrado doctor Francisco Soca y de laaristócrata Luisa Blanco Acevedo, desde adolescente acostumbraba encontrar en su hogar a escritorescomo María Eugenia Vaz Ferreira, Carlos Sabat Ercasty, Jules Supervielle, Carlos Reyles, OrfilaBardesio, entre otros. Vivió desde su infancia grandes temporadas en París, primero con su familia yluego sola.

Su relación con su madre era tormentosa, de ésta se dice que fue una mujer muy temperamental quequiso tener a su hija dedicada a servirla, mientras que los pensamientos de Susana estaban encuestiones literarias, filantrópicas y políticas.

Fue educada por preceptores y hablaba varios idiomas: español, francés, inglés, alemán, latín, griegoe italiano. De adulta aprendió ruso para leer a Boris Pasternak, con quien mantuvo correspondencia;ocultó los manuscritos de Doctor Zhivago para su posterior publicación.

Residió en París desde 1938 a 1948, durante la Segunda Guerra Mundial. En 1947 dio a luz su granproyecto cultural, los Cahiers de La Licorne; el dibujo del unicornio (por la constelación de este nombre)que ilustra la tapa de la revista es de Valentine Hugo, así como muchas de las ilustraciones de lamisma y un par de retratos de Susana y de su madre. Los tres primeros números salen en Francia y lossiguientes se editan en Montevideo bajo el nombre Entregas de La Licorne. Estas entregas eran uncompendio literario de escritores reconocidos, como Onetti y Pasternak, por ejemplo, y de autoresmenos conocidos.

En 1959, encontrándose en París, su madre la llama y le pide que vuelva. Susana tiene un boleto dela aerolínea Lufthansa, que decide cambiar a último momento. Antes de partir se despide de todos susamigos y confía sus manuscritos a su secretario personal Guido Castillo, a quien le dice que lospublique en caso de que le sucediera algo. Al aterrizar en Río de Janeiro, el avión de Lufthansa recorrela pista, que estaba resbaladiza, hasta estrellarse en la bahía de Guanabara, causando la muerte deveintinueve pasajeros y siete tripulantes. El cuerpo de la escritora fue reconocido por su primo, JuanCarlos Blanco, quién sólo tenía 14 años. La familia quedó devastada por la muerte de Susana y sumadre se sumió en una depresión profunda. Los bienes de la poetisa, entre los que se encontrabaninnumerables estampas japonesas, obras del gótico, pinturas de Modigliani, Picasso y otros, fue maladministrada por un intermediario y casi no quedan rastros del paradero de ninguna de ellas.

En 1948 aparecieron sus primeros textos poéticos y póstumamente Guido Castillo editó En un paísde la memoria y Noche Cerrada, únicos libros que reúnen su poesía.

Tras su muerte se editó un último ejemplar de Entregas de La Licorne, en cuyas páginas aquellosescritores a quienes ella había ayudado transmitieron, en su homenaje, unas últimas palabras.

En El hacedor, Jorge Luis Borges le dedicó un poema que lleva su nombre como título.En 1964, Juan Carlos Onetti le dedicó su novela Juntacadáveres.En el libro Ejercicios de admiración, Emil Cioran, quien la conoció en París, la recuerda en un texto

titulado “Ella no era de aquí”.En la localidad de Soca, el arquitecto catalán Antoni Bonet i Castellana levantó la Capilla de la

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familia Soca en 1959.En 2005, un grupo de realizadoras uruguayas denominado Las damas de La Licorne, y conformado

por Leticia Almeida, Soledad Angulo, Magdalena Bottaioli, Lucía Dotta y Deborah Rucanski, filmanSusana Soca: ¿La demente?, un documental sobre la vida de la poetisa, que recibió varios galardones anivel internacional.

En junio de 2006, a propósito del centenario de su nacimiento, la Maison de l'Amerique Latine deParís organizó la exposición “Susana Soca y su constelación, vistas por Gisèle Freund”.

Existe en Montevideo, desde el año 2010, una librería en el barrio de Punta Carretas que,homenajeando su vida y obra, fue bautizada como “La Licorne Librería Viva”.

En agosto de 2012, Claudia Amengual presentó su obra de carácter biográfico Rara Avis. Vida y obrade Susana Soca.

Fuente: artículo de WIKIPEDIA.

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◊ HILARY MALTBY Y STEPHEN BRAXTON - Max Beerbohm.

◊ YO Y MI CHIMENEA - Herman Melville.

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COLOFÓN

Esta edición electrónica gratuita de EDICIONES DE LA MIRÁNDOLA retoma el texto de RAINER MARIA RILKE, de Susana Soca publicado en el nº71 de la revista ALFAR, Montevideo, 1932.

Este libro está protegido por una licencia Creative Commons: Atribución-Uso no comercial-Sin Derivados 3.0 Unported.

Edición en formato ePub hecha el 17 de diciembre de 2012.