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EL PAÍS, domingo 27 de noviembre de 2005 OPINIÓN / 15

Pacto de educaciónParece que hay una serie de esco-llos para acordar entre todos unmodelo de sistema educativo defuturo. Los unos quieren que laasignatura de religión sea paratodos, evaluable, y además quie-ren que el Estado subvencione

mediante conciertos educativoscentros docentes cuya titularidadno es pública. Los otros quierenque con el dinero público se fi-nancie sólo a la escuela de titula-ridad pública y que la religiónsalga del sistema educativo.

Propongo una simbiosis so-bre estos puntos: por un lado,eliminamos los conciertos (en unplazo razonable) destinando esedinero a fortalecer una enseñan-za pública de mayor calidad, ypor otro, incluimos en ese siste-ma público fortalecido la ense-ñanza evaluable de la religión (aelegir entre modalidad confesio-nal o laica).— Ricardo A. PesadoLlobat. Altea, Alicante

Energía solarobligatoria, ¡por fin!Después de 30 años de democra-cia, por fin se legisla sobre el usoobligatorio de la energía solar. Apartir del día 1 de enero, cualquiernueva construcción deberá llevarinstalaciones de energía solar tér-

mica para agua caliente sanitaria.Y ha tenido que ser tarde y a fuer-za de ley. Por desgracia, duranteestos años han sido escasísimaslas constructoras que motu pro-prio han apostado por la energíasolar en el país de Europa dondemás sol se recibe (1.600 kilovatioshora por metro cuadrado al año),pero donde menos se aprovecha.Por no hablar de los aislamientosacústicos y térmicos de las edifica-ciones. Es difícil que algún edifi-cio cumpla la ley, y sin embargolos ciudadanos no solemos quejar-nos. Si se edificara bioclimática-mente, podríamos ahorrar muchí-sima energía. Tengamos en cuen-ta, además, que hay reservas depetróleo para tan sólo 40 años; degas natural, para 60 años, y deuranio (esencial para generar ener-gía nuclear), para 40 años.

¿Pasará lo mismo con elagua? Los ecologistas (tan denos-tados inmerecidamente) llevanaños alertándonos. Paradójica-mente, España sigue siendo unode los países de Europa dondemás agua se consume (en torno a

200 litros por habitante y día) ydonde más barata es (3,51 eurospor metro cúbico en Holanda,frente a 1,54 euros en España).Del consumo diario, el 32% deagua potable lo gastamos en elváter. Un auténtico despilfarro.

Por no hablar de los campos degolf, la obsesión por el césped, laspiscinas individuales en lugar decomunitarias, etcétera. Aquí el sen-tido común debería imperar. ¿Senos ocurriría plantar cactus en mi-tad de la selva tropical o crear unaplaya con arena en Siberia?

Y, sin embargo, existen solu-ciones para evitar este derroche.Un ejemplo es reutilizar las“aguas grises” (aguas ligeramen-te sucias provenientes de los fre-gaderos, bañeras, lavadoras yotros usos) para el riego, la cister-na del váter, lavado de coches,limpieza de suelos, etcétera. To-davía no se ha implantado en Es-paña y sospecho que habrá queesperar otra ley al respecto. ¡Es-peremos que no haya que aguar-dar décadas!— Javier HernándezAndrés. Granada.

Sistema métrico decimalOigo continuamente en informa-tivos y documentales, tanto entelevisión como en radio o pren-sa escrita, que tal o cual estructu-ra mide “dos campos de fútbol”.No tengo ni idea de cuál es lasuperficie de un campo de fút-bol. En Sevres (París) se encuen-tra el Museo de Pesas y Medi-das, el corazón de la revolucióncientífica que supuso el sistemamétrico decimal, aceptado portodos los países. Entendería queme informasen de medidas de su-perficie en metros cuadrados ohectáreas. ¿Se imaginan que pa-ra expresar el desplazamiento deun navío, los informadores dije-sen “20 hipopótamos” en vez de“5.000 toneladas métricas”? Ex-preso desde aquí mi deseo deque no se use más el “campo defútbol” como medida de superfi-cie en las informaciones y volva-mos al magnífico sistema métri-co decimal.— Ricardo MartínezIbáñez. Biólogo, profesor de cien-cias naturales.

Las lentes conceptuales paracomprender la nación estáncambiando. No basta con limi-tarse a Francia para localizarlas causas de la quema de lossuburbios franceses, ni sirvenlos conceptos en principio in-cuestionables de “desempleo”,“pobreza” y “jóvenes inmi-grantes”. De hecho, se está pro-duciendo un nuevo tipo de con-flicto del siglo XXI. La pregun-ta clave es la siguiente: ¿quéocurre con los que quedan ex-cluidos del maravilloso nuevomundo de la globalización?

La globalización económi-ca ha llevado a una divisióndel planeta que ha quebradolas fronteras nacionales, conlo que han aparecido centrosmuy industrializados de creci-miento acelerado al lado de de-siertos improductivos, y éstosno están sólo “ahí fuera” enÁfrica, sino también en NuevaYork, París, Roma, Madrid yBerlín. África está en todaspartes. Se ha convertido en unsímbolo de la exclusión. Hayun África real y muchas otrasmetafóricas en Asia y en Sur-américa, pero también en lasmetrópolis europeas donde lasdesigualdades del planeta ensu tendencia globalizada y lo-cal van dejando su improntatan particular. Y las defini-ciones de “pobre” y “rico”,que parecían eternas, se estántransformando.

Los ricos de antes necesita-ban a los pobres para conver-tirse en ricos. Los nuevos ricosde la globalización ya no nece-sitan a los pobres. Por eso losjóvenes franceses son inmi-grantes africanos y árabes quesoportan, además de la pobre-za y del desempleo, una vidasin horizontes en los subur-bios de las grandes metrópo-lis. Porque las nociones de “po-breza” y de “desempleo”, talcomo nosotros las entende-mos, proceden de las tensionesde poder de la sociedad de cla-ses propia de un Estado nacio-nal. Es de suponer que, paragrupos cada vez más extensosde la población a lo ancho delplaneta, es cada vez menos vá-lido que la pobreza es una con-secuencia de la explotación yque en este sentido ésta seaútil —la pobreza de unos creala riqueza de otros—. Esta pre-misa histórica se ha roto.

A la sombra de la globaliza-

ción económica, cada vez máspersonas se encuentran en unasituación de desesperación sinsalida cuya característica prin-cipal es —y esto corta la res-piración— que sencillamenteya no son necesarios. Ya noforman un “ejército en la reser-va” (tal como los denominabaMarx) que presiona sobre elprecio de la fuerza de trabajohumano. La economía tam-bién crece sin su contribución.Los gobernantes también sonelegidos sin sus votos. Los jó-venes “superfluos” son ciuda-danos sobre el papel, pero enrealidad son no-ciudadanos ypor ello una acusación vivien-te a todos los demás. Tambiénquedan fuera del mundo delas reivindicaciones de los tra-bajadores. ¿Qué son para lasociedad? “¡Un factor de gas-

tos!”. La “poca utilidad” queles queda es que se muevenpor el odio y una violencia sinsentido; al final incluso provo-can destrozos, y con este dra-ma real que asusta a los ciuda-danos ofrecen a los movimien-tos y políticos de derechas laposibilidad de destacarse.

En Alemania, pero tam-bién en muchos otros países,se cree de manera realmenteobsesiva que hay que buscarlas causas que llevan a los jó-venes inmigrantes alborotado-res a la violencia en las tradi-ciones culturales de origen deestos inmigrantes y en su reli-gión. Los estudios empíricossobre esta cuestión, realiza-dos por excelentes sociólogos,demuestran lo contrario: nose trata de los inmigrantesque no se han integrado, sino

de los que sí lo han hecho.Mejor dicho: hay una contra-dicción entre la asimilacióncultural y la marginación so-cial de estos jóvenes, que ali-menta su odio y su predisposi-ción a la violencia. Pues no setrata precisamente de inmi-grantes anclados en su cultu-ra de origen, sino de jóvenescon pasaporte francés, que ha-blan perfectamente el francésy que han pasado por el siste-ma escolar francés, pero a losque, al mismo tiempo, la socie-dad francesa de la igualdadlos ha marginado en auténti-cos guetos “superfluos” en laperiferia de las grandes ciuda-des. Los deseos y las opinio-nes de estos jóvenes asimila-dos cuyos padres eran inmi-grantes, apenas se distinguende los de los grupos de la mis-

ma edad de sus países de ori-gen. Al contrario: están bas-tante cerca de ellos, y precisa-mente por ello se aprecia elracismo que hay en la margi-nación de estos grupos de jó-venes heterogéneos tan terri-blemente agrios y, por lo de-más, tan escandalosos.

Se puede formular con unaparadoja: una escasa integra-ción de la generación de lospadres desactiva los proble-mas y los conflictos, y una bue-na integración de la genera-ción de los hijos los agrava.Los padres de los jóvenes albo-rotadores, que emigraron delnorte de África y que siguenvinculados a su lugar de ori-gen, compensan su integra-ción escasa y la discrimina-ción abierta con el ascenso so-cial que, a pesar de todo, hanvivido. Aceptan su condiciónde marginados mejor que sushijos, quienes han perdido elcontacto con el lugar de ori-gen africano, y ahora, heridosen su dignidad de franceses,están creando su propio folclo-re con una “Intifada france-sa”. Esto explica que los jóve-nes actores de la revuelta delos suburbios se refieran a susituación en términos de digni-dad, derechos humanos y mar-ginación. Pero de manera sor-prendente no se refieren en ab-soluto al trabajo, aunque notengan.

Las élites de la economía yde la política no desisten de laidea de pleno empleo. Por con-siguiente, les afecta un extrañodaltonismo que les impide me-dir la dimensión de la desespe-ración que se extiende en losguetos superfluos, los cualesse ven aislados de una vida se-gura y ordenada mediante untrabajo remunerado. Tanto lospartidos de la izquierda comolos de la derecha, los nuevos ylos viejos socialdemócratas, losneoliberales y los nostálgicosdel Estado social no quierenadmitir que en un contexto deaumento del desempleo hacetiempo que el trabajo ha pasa-do de ser un “gran integra-dor” a convertirse en un meca-nismo de marginación. Eviden-temente, es falso afirmar queno hay suficiente para todo elmundo, pero el trabajo que an-taño creaba seguridades quese consideraban adquiridas dis-

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La revueltade los superfluos

ULRICH BECK

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MÁXIMO

CARTASAL DIRECTOR

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16 / OPINIÓN EL PAÍS, domingo 27 de noviembre de 2005DEBATE

Mientras que en Torrejón de Ar-doz se procedía a la “exhumaciónde los cadáveres de las víctimas delterror rojo y del ateísmo soviético,inmoladas bárbaramente por pelo-tones de asesinos y asalariados deMoscú” (el noticiero alusivo puedeescucharse en la banda sonora deCanciones para después de una gue-rra, de Martín Patino), otros cadá-veres, otras víctimas de un terrorconvertido en política de Estadoquedaban en cunetas, tapias de ce-menterios y fosas comunes. Mien-tras que en 1939 se concedía a laAsociación de Familiares de losMártires de Paracuellos del Jara-ma una subvención para la cons-trucción de un altar religioso a lamemoria de los caídos “por Dios ypor España”, las familias de losvencidos tenían que esconder el lu-to por otros caídos, muchos sinidentificar, muchos sin haber sidoregistrados, la mayoría sin ser en-tregados jamás a sus deudos. Mien-tras que entre 1940 y 1945 la Espa-ña de Franco se inundaba de mo-numentos conmemorativos a losmártires, a los hijos entregados porla causa de los sublevados —apro-bados todos ellos por la DirecciónGeneral de Arquitectura y la Vice-secretaría de Educación Popularde FET y de las JONS—, otroshijos eran pasados por las armas,otros hermanos desaparecían en vi-da, víctimas de la dictadura quecerró su particular versión de lacrisis europea de entreguerras conla mayor tasa de sangre y castigo,tanto en tiempos de guerra como,sobre todo, en tiempos de retóricapaz. Y a esos otros hijos y herma-nos nadie les dedicaría jamás unalápida, un altar o un monumento.

Durante la dictadura franquis-ta se desarrolló en España una do-ble política de la memoria y delmemoricidio, dos caras de una mis-ma moneda. Los caídos en la Cru-zada, empezando por José Anto-nio, siguiendo por mártires y pro-tomártires como Ruiz de Alda oCalvo Sotelo y terminando porprácticamente cada uno de los fa-llecidos en los campos de batalla oasesinados en la espiral de violen-cia revolucionaria, ocuparon los es-pacios públicos y se hicieron omni-presentes, exactamente en la mis-ma medida que invisibles eran lasotras víctimas. La legitimidad de

la nueva España provenía de suvictoria en la santa cruzada de libe-ración, y los guardianes de esa legi-timidad eran sus muertos. A ellosse debían, ante ellos respondían.Por ese motivo, sus cadáveres fue-ron primero exhumados y, des-pués, inhumados en ceremonialespúblicos de masas. Por ello, susmuertes fueron convenientementeinvestigadas y juzgadas, generan-do un enorme fondo documentalconocido como Causa General. Ypor ello, sus nombres fueron inscri-tos en las paredes de las iglesias ysirvieron para dar nombre a lascalles de las ciudades y los pueblos.

Pero, a su vez, esa política de lamemoria acarreaba consigo unconsciente memoricidio. La omni-presencia de los caídos contrastócon la invisibilidad pública de losasesinados republicanos, en losfrentes y en las retaguardias. Susdesapariciones, físicas y documen-tales, pretendían acabar con todosu rastro, incluida su memoria, ge-nerando así una suerte de “memo-ria traumática” que el régimen ex-plotó como uno de sus canales decoerción estructural y preventiva.Todo respondía a esta lógica delmemoricidio: por poner otro ejem-plo, los prisioneros de guerra y lospresos políticos empleados comomano de obra forzosa para la re-construcción del país lo estaríanhaciendo porque “ellos mismos”habían “destruido España”. 1939,España Año Cero. Con las recons-trucciones franquistas, amparadasbajo el velo de la reeducación y laredención, se pretendía cerrar unciclo histórico, el de la república yla guerra, para abrir otro, el de lapaz, como si la dictadura de Fran-co no fuese consecuencia directade la conflagración bélica. El epí-gono de semejante visión, tan vivaen la actualidad, sería una dictadu-ra que habría puesto los jalonesnecesarios para la llegada de la de-mocracia. Puro memoricidio.

Antes que esa democracia se

instaurase en España se había deci-dido ya, por parte de la oposiciónantifranquista y de no pocos disi-dentes del régimen al que servían,que la Guerra Civil y sus terriblesconsecuencias no serían motivo deconfrontación política. Los oríge-nes de ese “pacto” por la no instru-mentación política del pasado (vul-go “pacto de silencio” o “pactopor el olvido”) se remontan portanto a por lo menos quince añosantes de 1975, y provienen más dela oposición antifranquista que deun régimen que, por otro lado, ja-más renunció a tener en la GuerraCivil y en sus “caídos” una referen-cia mítica fundacional. Decidie-ron, sin embargo, no instrumentarpolíticamente el pasado, comohan señalado Paloma Aguilar ySantos Juliá: la legitimidad demo-crática no prevendría del antifascis-mo, como en otros países euro-peos, ni de la anterior experiencia

democrática republicana, sino dela superación del pasado, de la cele-brada “reconciliación nacional”.Y uno de los resultados de todoello fue la ausencia de política algu-na de la memoria durante el proce-so de democratización. Esto es, larenuncia a acciones oficiales de res-titución, homenaje y reparación alas víctimas, de pedagogía históri-ca y de conservación de “lugaresde la memoria”. Una renunciaque, no lo olvidemos, la oposiciónde izquierdas no asumió como undaño irreparable. No es que no hu-biese memoria de la Guerra Civil,pues de la guerra se habló y publi-có durante esos años, ni que hubie-se un silencio atenazador en torno

al pasado. Lo que sí hubo, bastaobservar las actuales demandas pa-ra constatarlo, fue una renuenciainstitucional a restituir y repararen sus diferentes formas la “digni-dad” a los otros caídos, a los quenunca nadie rindió homenaje algu-no. Una renuncia a política algunade la memoria que, amparada enesa reconciliación nacional, dejabaintactos símbolos, físicos o no, dela guerra y la dictadura, en su afánde no “herir sensibilidades ni rea-brir heridas”. De la omnipresenciade las víctimas se pasaba a su invisi-bilidad, pues ya no eran factor delegitimación alguna. Pero, en el ca-so de los vencidos, se trataba de susegunda invisibilidad.

En los últimos años, sin embar-go, eso ha empezado a cambiar.Aunque haya quien crea que aúnhoy existe un “silencio ensordece-dor” en torno al tema de las vícti-mas del franquismo, lo cierto esque su presencia pública ha ido úl-timamente en progresivo aumento,con el fin cercano de la memoriaviva y el empuje de una generaciónde “nietos de la guerra” que ni haexperimentado el franquismo niparticipó en los debates y consen-sos que desembocaron en la demo-cracia actual. Tan es así, por otrolado, que se ha hecho necesaria lareactivación de los viejos mitos pro-pagandísticos y autolegitimadoresdel franquismo (el tantas vecesmal llamado proceso de “recupera-ción de la memoria” tendría, portanto, una sombra pegada: el tam-bién mal llamado “revisionismo”;nada que ver tiene, por tanto, esteúltimo con debate académico algu-no). En sus formas actuales y, talvez, animado por el debate sobrela impunidad de los crímenes con-tra la humanidad que se generó araíz de la detención de Pinochet enLondres, este proceso debe datarseen torno al 2000. El inicio del másreciente ciclo de exhumaciones defosas comunes en España puso ala sociedad frente a un grave pro-

blema. Cadáveres y familiares, fo-sas y desaparecidos conformabanun mapa del terror del cual no sehabía sido consciente hasta queesos cráneos agujereados y esoshuesos rescatados de la tierra salie-ron a la luz. Todo lo demás vinodespués, desde la denuncia contralos restos físicos y simbólicos de ladictadura franquista en la socie-dad democrática, a la demanda depolíticas concretas de restitución,homenaje y dignificación (inclusojudicial) de las víctimas. Se trata-ba, y se trata, de acabar con lainvisibilidad de los vencidos: deesos aproximadamente 150.000 fu-silados, 350.000 internados en cam-pos de concentración, 300.000 pre-sos en las cárceles de la posguerra,200.000 presos esclavizados.

Al hilo de todo esto, se supohace poco que la “ley de memoriahistórica” anunciada hace más deun año por el Ejecutivo va a sufrirun serio movimiento de ralentiza-ción, según informaba Carlos E.Cué en EL PAÍS. Y la razón esgri-mida ha sido, una vez más, la deno “reabrir viejas heridas”. Peroesta afirmación necesita ser repen-sada varias veces. Las cicatricesque supuestamente se abrirían sonlas de las familias de los (se calcu-la) 30.000 desaparecidos en las re-taguardias sublevadas; las de lossupervivientes de los campos deconcentración, batallones de traba-jadores y cárceles del franquismo;las de las mujeres y los hombresque sufrieron torturas, vejacionessexuales, reeducación, humilla-ción. Es decir, precisamente las dequienes demandan esas políticasde la memoria. Políticas para lasque la democracia española estásobradamente preparada, por mu-cho que algunos crean que no esasí. Hay quien piensa que con esteproceso de revisión del pasado los“nietos de la ira” (R. de la Ciervadixit) hacen un flaco favor a susabuelos. Olvidan e ignoran, sin em-bargo, que los derechos humanosno entienden de generaciones, iraso ideologías.

Javier Rodrigo es doctor en HistoriaContemporánea, visiting researcher enla London School of Economics andPolitical Science y autor de Cautivos.Campos de concentración en la Españafranquista, 1936-1947 (Crítica, 2005).

“Están politizando los muertos dela Guerra Civil, ¿a qué viene lo desacarlos ahora?”. Es ésta una reac-ción muy frecuente entre muchosespañoles, que no se limita a quie-nes añoran la dictadura de Franco.Hay en esta opinión dos elementosde base real que quizá no han sidoabordados suficientemente ni porlos historiadores ni por los poderespúblicos. El primer factor es el in-tento de apropiación de las exhu-maciones por parte de algunas aso-ciaciones para fines partidistas, sital se puede llamar el programa desectas con ideologías marginales.Da pena, por ejemplo, ver a quie-nes tienen como símbolo el marti-llo y la hoz reclamar justicia y me-moria para las víctimas del fran-quismo, como si los espantos delcomunismo o no fuesen con ellos ono hubiesen existido.

Hay, sin embargo, un segundoaspecto que sí debemos tomar encuenta y que está relacionado noya con el olvido de la guerra, quenunca ha existido en España, sinocon nuestra inhabilidad o determi-nación para enseñarla de una ma-nera clara, didáctica, completa yaccesible a todos los ciudadanos.

Esto ha provocado que mucha gen-te, aun entre el público informado,tenga una imagen incompleta de loque el franquismo hizo con las vícti-mas de los dos bandos de la guerra.Demasiados ciudadanos no sabenque es la diferencia del trato entrelas víctimas lo que hace necesariohoy desenterrar, homenajear y com-pensar a los que perdieron la vida,el trabajo, sus propiedades o el futu-ro como resultado de la guerra, yque su padecimiento no fue porqueeran del bando perdedor, sino por-que la dictadura se ensañó conellos. Pese a que hay quien quiereahora contextualizar, para relativi-zar, dichas políticas del franquis-mo, baste recordar que, durante suvisita a Madrid en octubre de1940, Heinrich Himmler, el líder na-zi arquitecto del Holocausto, mani-festó su desaprobación por la exten-

sa e innecesaria represión del régi-men y su absurda falta de voluntadintegradora hacia los perdedores.En esos momentos había en Espa-ña unos 280.000 presos políticos.

El bando franquista y el republi-cano cometieron decenas de milesde crímenes durante la guerra, pro-longando la matanza en la posgue-rra (en el caso republicano, a travésde la guerrilla). Eso lo sabemos to-dos salvo, por supuesto, los fanáti-cos. Lo que ya no sabe todo el mun-do es que la dictadura se apropiódel dolor colectivo, presentándoloy utilizándolo como si hubiese sidoinfligido sólo por los otros, los mu-dos y los muertos, contra los “bue-nos españoles”, que eran lógica-mente los de su bando y, como mu-cho, los pobres desgraciados que,engañados, lucharon en las filas re-publicanas. Por eso, caídos, excom-

batientes, ex cautivos, viudas yhuérfanos de guerra sólo fueronlos suyos, y por eso se les reservóhasta el 80% de las plazas en lasoposiciones al funcionariado y só-lo a ellos se les dieron pensiones yayudas. Propiedades destruidas só-lo fueron consideradas las de lossuyos, y, en consecuencia, las comi-siones provinciales de reconstruc-ción sólo indemnizaron a éstos. Aesta desigualdad oficial en el sufri-miento habría que añadir las sine-curas, trapisondas, prebendas e im-punidades extraoficiales de que go-zaron los vencedores desde los tiem-pos terribles del hambre hasta elúltimo día de la dictadura desarro-llista, y aun después.

Y luego están los muertos. Aeste respecto, una de las primerasmedidas oficiales de los franquistas(septiembre de 1939) fue darse una

amnistía, y eso que según ellos losúnicos crímenes que se habían co-metido en la guerra fueron los delos rojos. Al absolverse de crímenesque decían no haber cometido, losfranquistas, utilizando una lógicapropia de Orwell, hicieron desapa-recer oficialmente a sus víctimas,que así dejaron de existir también.El escarnio no acabó ahí, puestoque el mismo régimen que dabainmunidad a los suyos decidió ha-cer un recuento oficial de la violen-cia y del dolor de los españoles ensu llamada Causa General, que ig-noró completamente el sufrimien-to de los otros pero no escatimónada del de los suyos. A la apropia-ción del dolor con fines partidistasse unió el insulto hacia las víctimas.En la Biblioteca Nacional hay unalarga serie de libros de memoriasde ex cautivos, mártires, y quintaco-lumnistas en la que los rojos y espe-cialmente las rojas son descritos ca-si sin excepción como criminales yladrones, degenerados, animales,rameras e hijos de tales, perverti-dos, tiorras, sifilíticos, sarnosos,traidores, horteras, vagos, ignoran-tes, etcétera. Víctimas de estos seresinfrahumanos fueron los otros: los

hidalgos caballeros españoles y susabnegadas, heroicas madres, espo-sas y madrinas.

Junto al desprecio hacia losmuertos, que oficialmente no exis-tían, y a los vencidos, que teníanque callar, la dictadura completósu maniobra de secuestro del dolorcomenzando a abrir fosas comunesque contenían los restos de “sus”víctimas de la guerra. La exhuma-ción de cadáveres no es una activi-dad nueva de rojos que no sabenperdonar, sino que la empezó elfranquismo al final de la guerracon la publicidad impune e incon-testada de que gozan las dictadu-ras. Fue la dictadura de Franco laque llevó las cámaras para que to-dos los españoles viesen cómo sedesenterraba a las víctimas de Pa-racuellos del Jarama, a José Anto-nio Primo de Rivera y a las muchasdecenas de miles de españoles asesi-nados detrás de las líneas republica-nas. Fue la dictadura de Franco laque cuando hubo que levantar unaplaca a los caídos en un pueblo,sólo puso los nombres de los suyos;de la misma manera que, cuandohubo que escoger un símbolo yuna fecha para todos los caídos,eligió el de Primo de Rivera y la deldía de su fusilamiento. El secuestrodel dolor culminó por fin con elValle de los Caídos. El franquismodijo que los cadáveres de los rojosque iban a ser depositados allí re-presentaban un símbolo de uni-dad, respeto y reconciliación. Enrealidad, manipulando el silenciode los muertos y el de los vivos, losdesenterró primero y luego los vol-vió a inhumar bajo el concepto dereligión y de patria por los que losmataron. Franco podía haber he-cho como en otros países en Euro-pa y América y haber creado ce-menterios militares respetando lossímbolos y las identidades de lasvíctimas, pero decidió apropiarsede los muertos, haciéndolos útilespara su dictadura.

Ahora se están recuperando los“otros” muertos, los enterrados encualquier sitio, y que en su momen-

to fueron ignorados e insultados enla historia oficial. Eso, por supues-to, es política, pero política muydistinta que busca la igualdad, noel privilegio de mentir e insultar.Cierto es que hay quien quiereapropiarse de esos otros muertos,pero también es verdad que sus es-fuerzos no van a llegar muy lejosporque, a diferencia de lo que pudohacer la dictadura, en democraciase puede discutir la manipulacióndel sufrimiento, del silencio y de lasverdades parciales. Desgraciada-mente, muchos ciudadanos toda-vía ignoran la historia que hay de-trás de los muertos y las fosas co-munes, y por eso hay que seguirexplicando las circunstancias y he-chos terribles, de dónde vino esedolor y dónde nos situamos frentea él. Al responder a estas preguntasestaremos acabando de una vezcon el secuestro del dolor perpetra-do por el franquismo. Es obliga-ción del Estado, el que tan genero-samente financió la mentira y a unbando de aquella triste historia, pa-gar ahora la difusión de toda laverdad y compensar a las víctimasescarnecidas y olvidadas. Es obliga-ción de los historiadores velar paraque esta tarea se haga de formaimparcial y seria.

Antonio Cazorla Sánchez es profesorde Historia de Europa en la Trent Uni-versity, Canadá.

La Alianza de Civilizacionestiene vocación universal, co-mo universal es la amenaza cu-yas causas más profundas tam-bién trata de combatir; el ries-go creciente de que la brechaabierta en el seno de la comuni-dad de naciones sea insalva-ble, acabe convirtiéndose entrinchera, y socave la paz y laestabilidad internacionales.

Para hacer frente a esa mi-noría violenta que practica elodio y la intolerancia no bastacon la sola respuesta de lasfuerzas de seguridad, por mu-cho que consigan desbaratarnumerosas conspiraciones te-rroristas o detener a los res-ponsables de los atentados co-metidos, ya que no consegui-rán disuadir o intimidar acuantos están dispuestos a se-guir sus pasos. Porque de loque se trata es de erradicar lasemilla de una perversión, im-plantada por quienes predicanel extremismo y la exclusiónen unas mentes que no dudanen sacrificar a los demás al pre-cio incluso de sus propias vi-das. Sumidos como estamosen el temor y en la perpleji-dad, este fenómeno brutal haprovocado, por sus dimensio-nes, la aparición de una con-ciencia generalizada de que esvital hacer lo imposible paraatajarlo, para poner fin a estaderiva sangrienta. Que es acu-ciante una movilización de losgobiernos, de los organismosinternacionales y, sobre todo,de la sociedad civil para forta-lecer el entendimiento mutuoy el respeto a los valores com-partidos.

Pero si las medidas policia-les no bastan, tampoco es solu-ción el recurso a las fuerzasarmadas, por cuanto el adver-sario no es identificable nicuantificable. Puede ocultarsetras la puerta de al lado, sernuestro vecino, en Madrid, enParís y en Londres, pero tam-bién en Moscú, en Ammán, enEl Cairo o en Kuala Lumpur.¡La guerra!, que centuplica elrencor y su secuela de dañoscolaterales. ¿Acaso lo es el re-curso exclusivo y obediente alGran Hermano? La vuelta alunilateralismo, que también al-

gunos reclaman, los que desca-lifican groseramente a la Alian-za de Civilizaciones —pues sediría que andamos sobradosde remedios—, sin concederlesiquiera el beneficio de la du-da. Los mismos que proponenmeter a la OTAN en el conflic-to de Oriente Medio, recetaideal para atizar más, si cabe,el resentimiento árabe contraOccidente. O cuya imaginativaaportación a la reforma de lasNaciones Unidas, que deseanver muertas, se circunscribe adejar el monopolio del dere-cho de veto en manos de Wa-shington.

Así están las cosas, en víspe-ras de la reunión en Palma deMallorca del Grupo de AltoNivel, establecido por el secre-tario general Kofi Annan, cu-yo mandato consiste en encon-trar vías de acción concretaspara hacer frente al mal quenos aqueja. Esta cita, y el he-cho de que coincida con la con-memoración del X aniversariodel arranque del Proceso deBarcelona, me induce a esta-blecer un vínculo entre las dosiniciativas, relación que en na-da contradice la evidencia delalcance regional de la Confe-rencia Euromediterránea fren-te a la aspiración global de laAlianza de Civilizaciones. Nocreo, en efecto, que desmientala vocación planetaria de estaúltima el intento de poner aprueba sus objetivos, así comoel papel de algunos de sus acto-res, en el espacio, sin dudamás acotado, que es la cuencadel Mediterráneo.

Ello es así porque la pro-

puesta copatrocinada por losprimeros ministros José LuisRodríguez Zapatero y RecepTayyip Erdogan va a medirnosa todos por unos mismos rase-ros. Se engañan quienes pien-san que el reto solamente afec-ta al otro. Que su reclamo nonos atañe —a los occidentales,a los europeos y a los españo-les en particular—, pues segúnellos estamos por encima detodo asomo de sospecha. Gra-ve error. Porque las varas demedir de esta Alianza son tan-to más exigentes cuanto másasentados están los valoresque propugna. Así sucede, des-de luego, con la democracia,con la salvaguarda de los dere-chos humanos, la igualdad degénero y el buen gobierno. Pe-ro también nos son exigiblesprincipios como el respeto aje-no, el aprecio de la diversidad,el rechazo de los prejuicios yde los estereotipos, y el comba-te diario contra el racismo, laxenofobia y contra todos losextremismos y fundamentalis-mos.

Existe, pues, un hilo con-ductor que va de Rabat a Bru-selas y de Ankara a Madrid,test de la credibilidad de nues-tro discurso y de nuestra ac-ción. Una prueba diaria paraTurquía, en su camino por ar-monizar el credo que practicala gran mayoría de su pobla-ción con los valores de moder-nización que proclamó KemalAtatürk. En el combate pacífi-co de tantos hombres y muje-res por salir al paso del nacio-nalismo exacerbado y del isla-mismo radical, y por alzarse

paulatinamente a los estánda-res exigibles de la Unión Euro-pea, una vez felizmente acepta-da la demanda turca de adhe-sión el pasado 3 de octubre.Hilo éste, que es la Alianza,que también recorre Marrue-cos, cuya llamada a las puer-tas de Bruselas se ha recorda-do en días pasados. Tambiénel pueblo marroquí, y su Go-bierno, tienen un largo trechopor delante para avanzar sinvacilación en el proceso de re-formas puesto en marcha porel rey Mohamed VI. A Bruse-las, a la UE, le correspondedesempeñar aquí un papel de-cisivo. El de seguir alentandoy ayudando a las sociedadesturca y marroquí, y a sus go-biernos, a progresar por la víade la modernidad, al tiempoque mantiene su vigilancia ysu nivel de exigencia, pero ha-ciéndolo con generosidad ycon visión política.

No está menos en juego lacredibilidad de España. Su es-pecial responsabilidad en sutriple condición de copatroci-nadora, con Turquía, de estainiciativa; de vecina de Ma-rruecos y de socio de la UniónEuropea, objeto del deseo tur-co y marroquí. Difícilmente es-taremos a la altura de tantocompromiso si no somos capa-ces de orientar nuestros senti-mientos en el sentido de laapertura de miras; si no borra-mos nuestras prevenciones pro-ducto de una Historia escritapor manos españolas a lo lar-go de medio siglo de franquis-mo; la pesadilla de un impe-rio. Si no asumimos con rigorel desafío del Islam español, alque pertenece buena parte deesos millones de nuevos ciuda-danos que nutren nuestra po-blación. Si no nos pregunta-mos con coraje a qué España,a cuál de las Españas, han deprestar, ellos también, su adhe-sión. Es ésta una tarea urgen-te. Nos corresponde a los espa-ñoles dar ejemplo y estar a laaltura de las expectativas crea-das por la Alianza de Civiliza-ciones.

Máximo Cajal es embajador de Es-paña.

Omnipresentes o invisiblesJAVIER RODRIGO

Viene de la página 15minuye rápidamente, inclusodetrás de la fachada del plenoempleo. Por todas partes haynuevas formas de desempleooculto. Algunos lo llaman“1euro job”; otros, “forma-ción”, y aun otros, “hacerse au-tónomo”.

La verdadera miseria semanifiesta en el último esla-bón de la jerarquía de la for-mación: los trabajos para jóve-nes con un título educativo debajo nivel o sin título algunose convierten en trabajos auto-matizados o se ponen a salvoen países con sueldos más ba-jos. Por eso, en toda Europala escuela primaria amenazacon convertirse en el muro delgueto, tras el que los gruposcon un estatus más bajo que-dan atrapados en el desem-pleo permanente y la ayudasocial. La formación, que demanera previsible acaba sien-do “superflua”, se convierteen foco de “violencia molecu-lar” (Enzensberger) que ya só-lo persigue complacerse a símisma. Pero la política y laeconomía, influenciadas porla ortodoxia del pleno em-

pleo, se olvidan de la pregun-ta clave: ¿cómo pueden laspersonas llevar una vida razo-nable si no encuentran un em-pleo?

La intranquilidad que entoda Europa han causado lasllamas nocturnas de París setraduce en la siguiente inquie-tud: ¿tenemos que contar conque a partir de ahora, ademásdel peligro de atentados terro-ristas, existirá el peligro de in-cendios intencionados y queello se convertirá en una cons-tante de la vida cotidiana ydel debate político? Nadiepuede hoy responder a ello.Pero puede tener sentido con-trastarlo con la historia relati-vamente exitosa de Alemania.Aunque en la monotonía delmalestar alemán el multicultu-ralismo se haya dado mil ve-ces por muerto, existe en Ale-mania una extensa clase me-dia turco-alemana que creapuestos de trabajo. Aquí el tí-

tulo escolar tampoco facilitaningún trabajo. Pero los jóve-nes que se ven afectados noson de color, no viven apretu-jados en pisos lóbregos y sonheterogéneos: hijos de expa-triados, turcos que se han cria-do en Alemania y jóvenes ale-manes sin trabajo cuya rabiase concentra contra todo lo“extranjero” (también contralos hijos de expatriados y deturcos alemanes).

Por eso mismo no hay quecambiar las soluciones políti-cas —quizá habría que intro-ducir la “discriminación posi-tiva”, así como la contrata-ción selectiva de profesores,policías, trabajadores socialesconocedores de la inmigra-ción—, porque en el fondo setrata de un conflicto de reco-nocimiento cultural. Los con-flictos de reconocimiento sonjuegos de sumas positivas enlos que todos pueden salir ga-nando, distinto de los conflic-tos de reparto material, en elque uno sale ganando cuandoel otro pierde. Pero esto supo-ne un cambio automático dela propia imagen de la socie-dad mayoritaria.

Ocurre lo contrario: que elracismo inocente de los falsosconceptos es tan evidente quenadie se da cuenta de él. Sehabla de inmigrantes, peronos olvidamos de que sonfranceses. Se pone en el puntode mira al islam, pero se igno-ra que a muchos de los incen-diarios les importa un bledola religión. Se evoca la impor-tancia del origen y no se quie-re admitir que las llamas sur-gen del haber nacido aquí, dela exitosa asimilación y preci-samente de la Égalité que haninteriorizado.

Se trata de una subleva-ción airada típicamente fran-cesa contra la dignidad heri-da de los superfluos y a favordel derecho a ser iguales y di-ferentes. Lo mínimo para reco-nocerles sería que la superfi-cie incendiada del odio queamenaza con declararse en to-do el mundo no se minimiza-ra rebajándola a la categoríade zombi. Pero esto ya pareceque es pedir demasiado.

Ulrich Beck es profesor de Sociolo-gía en la Universidad de Múnich.

Traducción de M. Sampons.

Ankara, Bruselas,Madrid, Rabat:

un hilo conductorMÁXIMO CAJAL

El secuestro del dolorANTONIO CAZORLA SÁNCHEZ

La revueltade los superfluos

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Es la diferencia deltrato entre las víctimaslo que hace necesariohoy compensarlas

¿OLVIDA LA DEMOCRACIA ESPAÑOLA A LAS VÍCTIMAS DEL FRANQUISMO?

Los derechos humanosno entiendende generaciones,iras o ideologías