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No hay mayor penaque la pérdida de lapropia tierra

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, Texto: IGNACIO ÁLVAREZ-OSSORIO*Fotos: IGNACIO ÁLVAREZ-OSSORIO y CORBIS

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42 Reportaje · Palestinos, añoranza de la tierra

El problema de los refugiados pales-tinos nació en 1948. Como conse-cuencia de la primera guerra árabe-israelí, al menos 750.000 palestinosabandonaron sus hogares1. La mayo-ría de los refugiados se vieron obliga-dos a establecerse en los países ára-bes vecinos —Líbano, Siria y Jorda-nia—, aunque también hubo quienesoptaron por marchar a Cisjordania yGaza. En la actualidad, los refugia-dos suman más de la mitad del pue-blo palestino —un total de cuatro mi-llones de personas— distribuidos en-tre Líbano (400.000), Siria (425.000),Jordania (1.650.000), Cisjordania(687.000) y Gaza (961.000)2.

Pese a que la resolución 194 de laAsamblea General de Naciones Uni-das reclamó que estos refugiados re-cibiesen compensaciones por las pér-didas sufridas y retornasen a sus ho-gares, Israel rechazó de plano estaeventualidad. Hoy en día, muchos deellos continúan viviendo en los cam-pamentos administrados por la Agen-cia de Naciones Unidas para el Soco-rro de los Refugiados (UNRWA, ensus siglas inglesas), institución creadaen 1949 con el objeto de asistir a losrefugiados y prestarles ayuda huma-nitaria. En 1991, tras la apertura delproceso de paz árabe-israelí en Ma-drid, la cuestión de los refugiados re-cobró cierto protagonismo, aunquepronto se puso de manifiesto que se-ría el principal escollo para alcanzarun acuerdo definitivo.

Fue entonces cuando varias insti-tuciones académicas incidieron en lanecesidad de recuperar la memoriahistórica de este importante segmen-to de la población palestina y, en par-ticular, de aquellos que vivieron los

acontecimientos de 1948. La progre-siva desaparición de quienes sufrie-ron en sus propias carnes la nakba (lacatástrofe, en árabe) llevó a varioscentros investigadores a realizar unesfuerzo para salvar del olvido susexperiencias. Estos testimonios sonde radical importancia, ya que nospermiten conocer cómo fue la vidapalestina en las décadas de los trein-ta y los cuarenta del siglo XX. Ade-más se da la circunstancia de que es-ta generación de la nakba no tardarámucho en desaparecer, ya que repre-senta menos del 10% del total de lapoblación refugiada.

La mayor parte de los testimoniosrecogidos en este artículo nos mues-tran que la sociedad palestina de aquelentonces era eminentemente rural.Pocos varones tuvieron la oportunidadde realizar sus estudios de secundaria

y muchos confirman que las laboresagrícolas absorbían la mayor parte desu tiempo. Como advierte con agude-za Bassma Kodmani-Darwish en su li-bro La diaspora palestinienne, “la al-dea representaba el marco natural desu organización económica y social[...] y, en muchos casos, su evocaciónde la tierra se limita a una referenciaal lugar de procedencia más que a unpaís en su conjunto”3.

Los refugiados en Líbano

Al intentar explicar qué es un campa-mento de refugiados, Hana Jaber, in-vestigadora del Centre d’Études et deRecherches sur le Moyen-Orient Con-temporain, considera que son “lugaresde historias plurales, cuyas constantesy variables, continuidades y rupturasreflejan, a distintas escalas y con dis-

Como consecuencia de la primera guerra árabe-israelí, 750.000palestinos abandonaron sus hogares

Palestinos realizando

la tarea de recoger

leña para el fuego.

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tintas cadencias, los avatares de la his-toria palestina forjada en lances na-cionales, regionales e internacionales,y también expresan grados de interac-ción muy diversos, tanto en el interiorde los campamentos como con las so-ciedades de los países de acogida”4.

La historia de los refugiados pales-tinos y la de los países árabes que losacogen queda entrelazada de tal ma-nera que es prácticamente imposibledisociarlas. A este respecto, cabríapreguntarse cuál hubiera sido la evo-lución de Oriente Próximo en este úl-timo medio siglo sin la intervenciónde la diáspora palestina. Su presenciaen Líbano se remonta a 1948 cuandollegaron diversas oleadas de refugia-dos de la zona de Galilea, aunqueaños antes ya se habían establecidoalgunos centenares de familias pu-dientes que, ante la inestabilidad

existente en Palestina, habían fijadosu residencia en territorio libanés a laespera de que las agitadas aguas re-tornasen a su cauce.

El hecho de que nos centremos enlos refugiados palestinos en Líbanono es ni mucho menos casual. Comodestaca Kodmani-Darwish, “en Líba-no viven `los mendigos´ del pueblo enel exilio, la anti-diáspora por excelen-cia, aquellos que no tienen ningunaprisa por su presente, por no hablarde su porvenir. Golpeados, desplaza-dos en varias ocasiones, no han podi-do acumular riquezas, ni estatuto so-cial, ni tampoco una formación queles permita mejorar su situación [...].Su pasado en Líbano es trágico, supresente es difícil y su futuro es in-cierto”.5 Esta incertidumbre respon-de a la doble amenaza que se ciernesobre sus cabezas cual espada de Da-

mocles. Por una parte, Israel impideel retorno de los refugiados por consi-derar que pondrían en peligro la pro-pia existencia del Estado judío; porotra parte, Líbano se niega a naturali-zarlos al interpretar que romperían elfrágil equilibrio confesional del país.

El primer censo elaborado por laUNRWA en Líbano data de 1950 yrecogía a 127.000 refugiados, perodesde entonces su número se ha tri-plicado. En 2005 superan los 400.000,de los que 256.000 residen en algunode los doce campamentos del país.Los refugiados inscritos en esta agen-cia de las Naciones Unidas disponende documentos de viajes, pero quie-nes llegaron en los años posterioresprocedentes de otros países sólo tie-nen derecho a cartas de residencia,que deben renovarse anualmente pa-ra evitar que el Departamento para

La historia de los refugiados palestinos y la de los países árabes quelos acogen quedan entrelazadas de forma que es imposible disociarlas

Labores

agrícolas en

los territorios

ocupados.

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la Seguridad General y los Asuntosde los Refugiados les elimine de susregistros (como ha ocurrido en másde 25.000 casos entre 1985 y 1995).

En un principio, los refugiadosfueron asentados en el sur, aunquepronto fueron distribuidos por el res-to del país. Es probable que en estadecisión pesase la necesidad de evitarla concentración de los refugiados enuna determinada zona; todo ello, conel objeto de prevenir el colapso delsistema político libanés, basado en elequilibrio entre las comunidades cris-tiana (maronitas, protestantes, grie-gos ortodoxos, católicos y maliquíes)y musulmana (sunnitas, chiítas y dru-sos). La llegada de decenas de milesde refugiados de confesión musulma-na fue percibida como una amenazaque podría quebrar este heterogéneomosaico doctrinal, no así la presenciade unas 3.000 familias de refugiadoscristianos que fueron inmediatamen-te naturalizadas.

La mayor parte de refugiados vagóde un lugar a otro antes de fijar su re-sidencia definitiva. Los sentimientosentremezclados de indiferencia, hos-tilidad o simpatía de las décadas delos cincuenta y los sesenta, desembo-caron en los setenta, coincidiendocon la entrada de la Organización pa-ra la Liberación de Palestina en Lí-bano, en una fuerte polarización en-tre los partidarios y adversarios delos palestinos. Tras el estallido de laguerra civil en 1975, las tensiones au-mentaron y los refugiados pagaronlas cuentas con la destrucción parcialo total de los campamentos de MieMie (Saida), Rashidiyye (Tiro), TalZa tar y Shatila (Beirut). Se calcula

Niños sonríen a la cámara del

autor de este reportaje en Líbano.

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que la confrontación dejó a 32.000palestinos sin hogar.

Tras los Acuerdos de Taef en 1989,la clase política libanesa llegó a la con-clusión de que la amplia presencia pa-lestina (un 11% del total de la pobla-ción) podría volver a desestabilizar elpaís, por lo que se acordaron un con-junto de medidas encaminadas a redu-cir su número. En opinión de Jesús A.Núñez y Julieta Espín, “la práctica to-talidad de las fuerzas políticas libane-sas han hecho todo lo posible por im-pedir cualquier asomo de asimilaciónde la población palestina refugiada,restringiendo sus derechos y libertadesy sometiéndolos, en la práctica, a con-diciones de extrema marginación”6.Quizás la más llamativa de todas estasmedidas fuese la prohibición de ejer-cer 73 profesiones (abogado, médico,ingeniero, electricista, fontanero, con-ductor, sastre o peluquero). Como re-sultado de esta política, el 80% de los

refugiados vivía en 1996 bajo el um-bral de la pobreza.

En la actualidad, los refugiadosdependen de la economía informal:braceros en la época de recoleccióno peones en el proceso de recons-trucción. O lo que es lo mismo: ma-no de obra barata en un mercadonegro en el que obtienen salariospor debajo de los libaneses. Otro fe-nómeno ha sido el crecimiento de“la economía de los campamentos”destinada a satisfacer las necesida-des de la propia población refugia-da. En esta coyuntura, la UNRWAjuega un papel de extraordinaria re-levancia pues emplea a una partesignificativa de los refugiados —másde un 5%—, aunque la crisis finan-ciera en la que se encuentra inmersale ha obligado a reducir de maneradrástica sus ayudas.

La memoria recuperada

Como señaláramos antes, cada añoque pasa se hace más imperioso res-catar del olvido la memoria de la ge-neración de la nakba. El hecho de quela mayor parte de estas entrevistas sehayan realizado medio siglo despuésde los acontecimientos no deberíarestar su valor como documento his-tórico, pues nos ofrecen la oportuni-dad de descubrir la fuerte ligazón queaún sigue existiendo entre pasado ypresente.

Aunque mucho ha cambiado en elmundo árabe en este medio siglo, lavida de estos refugiados sigue encierta manera detenida en el tiempo.Como en una de aquellas ciudadesinvisibles que en su día imaginaraItalo Calvino, parece que los campa-

Los problemas de sequía y abastecimiento

de agua se evidencian en Jericó.

Abajo, trasiego diario en al-Baddawi.

Los refugiados dependen de la economía informal: braceros enépoca de recolección o peones en el proceso de reconstrucción

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mentos no forman parte de estemundo. Como si flotasen en el aire oestuviesen suspendidos en el vacío,se resisten a echar raíces; quizás es-peran que un soplo de viento les sa-cuda de su letargo y les devuelva,por arte de magia, a la tierra que lesvio nacer.

Mahmud Hasan Layla

Mahmud Hasan Layla nació en 1932y llegó con su familia a Líbano en ju-lio de 1948 después de haber recorri-do a pie los ochenta kilómetros queles separaban de la frontera. Mahmudprocede de Saffuri, localidad de laBaja Galilea a medio camino entreHaifa y Tiberiades. Dicha localidadera mayoritariamente musulmana,aunque también cobijaba una impor-tante comunidad cristiana, ya que es-taba a siete kilómetros de Nazaret:“De hecho, muchos de sus habitantesse refugiaron en uno de sus barriosllamado al-Rum”.

Ahora vive en Nahr al-Bared,campamento al norte de Trípoli quecuenta con unos 30.000 refugiados.Evocando su periplo, cuenta: “Nues-tro primer refugio fue un antiguo ba-rracón francés en el valle de la Bekaadonde fuimos alojados por las autori-dades libanesas. No disponíamos deagua ni electricidad y vivíamos haci-nados, ya que cada barracón alber-gaba a veinte familias únicamente se-paradas por unos trapos. Para alum-brarnos utilizábamos latas con aceiteque formaban mucho humo y hacíanirrespirable el aire”. Más tarde, laUNRWA empezó a “proporcionar acada familia harina, azúcar, arroz,legumbres, conservas y aceite”.

Extraña sobre todo la fertilidad desus tierras: “A tres kilómetros de dis-tancia de Saffuri había una fuente queregaba los huertos del pueblo, conoci-dos por sus coliflores, sus gringueles,sus coles y, sobre todo, por sus grana-das. Incluso los judíos de las coloniasvecinas venían a comprarlas al pue-blo”. Recuerda también que “existíanvarias almazaras, algunas tradiciona-les que requerían el trabajo de unaacémila para girar su rueda y otrasmodernas que funcionaban a motor”.El tiempo trascurrido desde entonces

De arriba a abajo, Abu Hisham Layla, Umm

Nazzam, Husayn Abu ‘Ayyash, Ibrahim Ahmad

al-Mawlud y, por último, In ‘ama Sulayman.

A la derecha, chicas aprendiendo bordado en

un campo de refugiados palestino financiado

por las Naciones Unidas.

Mahmud Hasan Layla llegó a Líbano en julio de 1948 después derecorrer a pie los 80 kilómetros que le separaban de la frontera

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lleva a Mahmud a idealizar aquellosdías: “Algunos de los olivos centena-rios tenían un diámetro de dos metrosy, para recoger sus olivas, se requeríael trabajo de diez jornaleros durantetodo un día. El aceite se empleaba pa-ra cocinar, pero también para fabricarun jabón que se vendía en los pueblosvecinos y en la propia Nazaret”.

De las fiestas populares recuerda,sobre todo, el recibimiento a los pe-regrinos que regresaban de La Meca.Mahmud dice que “el hajj resultabacomplejo y costoso: mi padre lo hizo

en 1942 y le llevó más de tres meses.Primero viajó en autobús hasta la ciu-dad costera de Haifa, tomó el ferroca-rril hasta Rafah y, una vez allí, cruzóel canal de Suez en barco de vaporhasta Yedda; a La Meca llegó a lomosde camello. A su retorno cumplió conla obligación de visitar la mezquitadel Aqsa en Jerusalén”.

Husayn Abu Ayyash

En algunos pueblos palestinos cerca-nos a Líbano, el concepto de frontera

era más físico que mental puesto queel surgimiento de Estados-nación y laconsiguiente delimitación de fronte-ras en Oriente Próximo era un fenó-meno relativamente reciente. Lafrontera era más puente que obstácu-lo y los palestinos mantenían estre-chos vínculos con sus vecinos libane-ses. No nos ha de extrañar pues quemuchos refugiados considerasen a“Líbano un refugio momentáneo enzona segura”7.

En los primeros meses, la posibili-dad del retorno (al-`awda, en árabe)era algo más que una quimera paramuchos de los refugiados. Como nosafirma In`ama Sulayman del campa-mento de al-Baddawi: “Cada mañanapreguntábamos cuando podríamos re-gresar a nuestro hogares”. De hecho,algunos de los entrevistados, comoIbrahim Ahmad Mawlud del campa-mento de Burj al-Shimali, confesaronhaber cruzado la frontera en diferen-tes ocasiones durante los primerosmeses, bien para ver a la familia quepermaneció sobre el territorio, bienpara asistir a alguna celebración.

Husayn Abu Ayyash nació en 1921en la localidad de Ilut, a unos seis kiló-metros de Nazaret, “la ciudad del Me-sías a la que estaba unida por carrete-ra”. En la actualidad, reside en al-Bas,a las afueras de Tiro, campamento quecuenta con 9.000 refugiados. El ancia-no recuerda que “se encontraba enuna zona muy fértil llamada Marj al-Amr. Al oeste del pueblo había dosasentamientos habitados por colonosalemanes que solían emplearnos co-mo braceros”. Para Husayn la rela-ción con los judíos era buena: “Re-cuerdo que una vez entramos en elasentamiento judío hambrientos. Lespedimos un pedazo de paz y algo decomer, pero en el horno no nos lo qui-sieron vender porque decían que per-tenecía a la comunidad. Aún así, elpanadero nos honró invitándonos acomer a su propia casa”. Cuando es-

La posibilidad del retorno (al-’awda, en árabe) era algo más que unaquimera para muchos de los refugiados

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talló la Segunda Guerra Mundial, “lasautoridades coloniales británicasprohibieron a los judíos de origen ale-mán abandonar los asentamientos querodearon con alambradas. Entoncesfuimos los árabes los que tuvimos quehacer su trabajo: sembrar los campos,pastar a las vacas y recoger las cose-chas”. Recuerda también Husayn quelos vecinos de Ilut no tenían proble-mas para entrar en este asentamiento,aunque la relación se enturbió en 1947tras la aprobación del Plan de Parti-ción de Palestina.

Umm Sabri Farji

En los días claros de invierno se pue-den contemplar desde Nahr al-Baredlos contornos de las cercanas monta-ñas nevadas que traen un viento he-lado. Umm Sabri Farji nació en 1922en Jalsa, una pequeña localidad de laAlta Galilea. Como el anterior entre-vistado, se detiene en los estrechosvínculos entre los dos lados de la

frontera: “Era frecuente que quienesterminaban sus estudios en los pueblosde la zona fueran a las universidadesde Beirut o Trípoli. En realidad, exis-tían muchas relaciones entre la AltaGalilea y la zona de Marj al-Zuhur”.

Al preguntarle por su infancia,afirma: “Teníamos la mejor de las vi-das y la mejor de las tierras que nosdaba albaricoques, granadas, higos,cerezas, plátanos, olivas y trigo... Lagente vivía cien o ciento veinte años:no nos faltaba de nada. Aquello sí queera vida y no la de ahora”. Esta ideade Palestina como Edén terrenal es re-currente: “Teníamos abundante agua,gracias a Dios. No nos hacía faltaabrir pozos, porque el agua descendíadirectamente desde las montañas porel río Hasbani. En Jalsa había unafuente llamada la fuente del Oro queremontaba su antigüedad a la épocadel califa Ali. Según se cuenta, suejército estaba sediento cuando llegóa Jalsa; entonces los soldados clava-ron sus espadas en el suelo y el agua

brotó a raudales. Como el agua salíalimpia y cristalina la llamaron fuentedel Oro. Los aldeanos solíamos ir allíy sentarnos a tomar el té por las tar-des. En los huertos cercanos había to-do tipo de árboles frutales: albarico-ques, membrillos, manzanos, grana-dos, ciruelos... Desde Haifa se traíannaranjos que plantábamos en nues-tras tierras. En nuestra casa teníamosuna parra que daba uvas del tamañodel pezón de una cabra. Nadie vendíani compraba frutas, porque las puer-tas de las casas siempre estabanabiertas para quien quisiera”.

Sumaya Ahmad Ismail

Shatila sigue en pie a pesar de habersido asediada y destruida en variasocasiones, aunque no es consideradapor la UNRWA un campamento ofi-cial. Quien se adentra por el laberin-to de sus callejones advierte sin difi-cultad su estado de abandono. Allá adónde se mira se ven viviendas de-

A la derecha, bandera palestina

pintada en una pared. En la página

siguiente, fragmento de un mosaico

en el territorio de Palestina

que muestra el delta del Nilo

durante la época de inundación.

En los días claros de invierno se pueden contemplar desde Nahral-Bared las cercanas montañas nevadas que traen un viento helado

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rruidas, montones de basura acumu-lada, redes de alcantarillado al des-cubierto y una maraña de cables ten-didos entre los edificios. Pero la vidasigue en Shatila: el bullicioso merca-do ofrece sus mercancías y los niñosjuguetean felices por sus calles sinasfaltar.

En una pequeña habitación húme-da y oscura vive Sumaya Ahmad Is-mail Umm Nazzam. Fuma mientrashabla y tiene el rostro curtido por elsufrimiento, su mirada se pierde enlas nubes de humo intentando encon-trar respuesta a los enigmas de laexistencia. Es originaria de al-Kabri,pueblo cercano a la frontera libanesa,donde nació en 1937. Cuando huyóde Palestina sólo contaba once años,aunque tiene el momento grabado ensu cabeza: “Cuando atravesamos lafrontera libanesa pasamos siete díasviviendo bajo los olivares sin ningún

tipo de ayuda. Después vino la CruzRoja y plantó varias tiendas cerca deTiro donde vivimos durante seis me-ses. Yo era la encargada de recoger elagua para lo que tenía que recorrervarios kilómetros”.

De allí empezó un largo periploque terminaría en Shatila: “Primeronos llevaron a Anjar [en la frontera li-banesa-siria], donde el invierno eramuy crudo y la nieve superaba los dosmetros de altura. Después fuimos aNahr al-Bared, pero no había trabajoni teníamos a nadie que nos ayudara.Mi padre estuvo en el paro y tuvimosque vender los pocos objetos de valorque nos quedaban. En 1953 fuimos aBeirut en busca de una vida mejor.Por aquel entonces, ya me había casa-do y nos establecimos en Tal Za`tar,pero el campamento fue destruido du-rante la guerra civil y no nos quedómás remedio que marcharnos a Shati-

la, donde padecimos las masacres de1982 y la guerra de los campamentosde 1985 que lo destruyeron completa-mente”.

Cuando se le pregunta si tiene al-guna esperanza de que algún día seresuelva el problema de los refugia-dos, Umm Nazzam responde con ro-tundidad: “En los primeros meses nodejábamos de pensar ni un minuto en laposibilidad del retorno, pero cada añoestábamos más lejos de nuestros hoga-res. Ahora ya no sueño. Que Dios meperdone, pero no puedo soñar nada”.

1. Un libro imprescindible para comprender el nacimiento del problema de los refugiados es del historiador israelí Benny MORRIS, The Birth of the Palestinian Refugee Pro-blem, 1947-1949, Cambridge, Cambridge University Press, 1987.

2. http://www.un.org/unrwa/publications/pdf/rr_countryandarea.pdf 3. Bassma KODMANI-DARWISH, La diaspora palestinienne, París, Presses Universitaires de France, 1997, pp. 88-89.4. Hana JABER, “Economía y sociedad: ¿qué es un campamento de refugiados?” en Farouk MARDAM-BEY y Elias SANBAR (eds.), El derecho al retorno. El problema de los re-

fugiados palestinos, Madrid, Ediciones del Oriente y el Mediterráneo, 2004, p. 235.5. KODMANI-DARWISH, op. cit., p. 67.6. Jesús A. NÚÑEZ y Julieta ESPÍN, Una visión actual de los refugiados palestinos en Oriente Medio, Madrid, Rescate, 2005, p. 64.7. KODMANI-DARWISH, op. cit., p. 71.

*IGNACIO ÁLVAREZ-OSSORIO

es arabista de la Universidad de Alicante.

Coautor de ‘¿Por qué ha fracasado la paz?’

(Madrid, 2005) y editor del ‘Informe del

conflicto de Palestina. De los Acuerdos de Oslo

a la Hoja de Ruta’ (Madrid, 2003).

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