REVISTA DIEZ, NÚMERO 104

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La actualidad de la ciudad de Comitán de Domínguez, Chiapas.

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Contenido

4- EDITORIAL:

Feria del Libro.

5.– ZAGUÁN:

ARENILLA: El Cristo de todos los días.

6.– PATIO:

Galería. Jan Van Bijlert, en Comitán.

12.– BALCONES:

Casa de Citas

Placer y dolor de vivir.

Autor: Héctor Cortés Mandujano.

22.– CORREDORES:

Quebec 2011.

27.– SITIO:

ENTREVISTA CON:

Noé Espinosa Villatoro.

Entrevistadora: Dora Patricia Espinosa

Vázquez.

41.– ACTUALIDADES.

Comitán, ciudad que habla de vos

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Comitán, ciudad que habla de vos

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Comitán, ciudad que habla de vos

Un día después que finalizó la FIL (Feria Internacional del Libro, de Guadalaja-

ra), en Comitán, de manera modesta, se efectuó la PRIMERA FERIA DEL LI-

BRO, organizada por la Universidad del Grijalva, Campus Comitán.

En la FIL acudieron más de mil quinientas editoriales de todo el mundo; acá

apenas concurrieron tres expositores. En la FIL, más de seiscientas mil personas

visitaron la feria; acá, no más de mil estudiantes de bachillerato, universidad e in-

vitados. Tales estadísticas no permiten una comparación.

La FIL ya se posicionó como la segunda feria del libro más importante del

mundo (apenas detrás de la Feria de Frankfurt). De las ferias de lengua hispana ya

se constituyó en la número uno. Y esto mueve a reflexión porque México es un país

del que se dice no lee. Tal vez quienes no leen son los políticos (ya vimos los casos

patéticos del candidato del PRI y del precandidato del PAN a la Presidencia de la

República). Si 600 mil personas acuden a la convocatoria del libro tal vez las es-

tadísticas nos mienten. Mienten porque basta salir a las calles, caminar las plazas y

sentarse en los parques para observar jóvenes que leen.

Falta que los adultos acerquen los libros a los niños y jóvenes para que ellos

sean tocados por la luz del conocimiento y de la imaginación. Por esto es relevante

que la UVG haya dado un primer paso, tímido, si se quiere, pero ya abrió camino.

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A mis lectores pido un favor: vean la

foto y díganme qué ven.

¡Sí, yo veo lo mismo! Mariana no

vio la foto porque estábamos ahí, en

el lugar de la foto. Estábamos, como

dicen los clásicos, in situ. Y cuando

la mujer se retiró (tal como se ve en

la foto), ella dijo: “Mirá, Cristo se

bajó de la cruz”. Lo dijo así como

suena, con parsimonia, como si ella,

también, fuese Cristo y caminara so-

bre el agua como los demás camina-

mos por la tierra. ¡Dios mío, Maria-

na me pone ante la puerta del aire y

me asfixio! Titubeé y quise decir al-

go, pero ella se adelantó: “Ya, ya sé,

tontito, ahora vas a decir que Cristo

es hombre y no mujer. Lo que pasa

es que vos sos como Santo Tomás, a

todo le tenés que meter el dedo para

sentir el hueco”.

La mujer se perdió en el camino

de entre árboles. Nos dejó solos en

ese espacio donde Mariana, hincada,

descubría figuras en el túmulo de piedra que sostiene la cruz. Yo quería ver,

entre las hendiduras de las piedras, alguna figura que fuese como una se-

ñal, pero sólo veía caminos por donde el viento caminaba ignorando mis

pensamientos.

Mariana dice que no soporta los crucifijos católicos donde Cristo si-

gue con los brazos abiertos y la mirada triste. “Están jodidos los cató-

licos, Cristo ya se bajó y anda caminando entre nosotros”. Si en-

tendiéramos lo que ella dice ¡el mundo ya sería otro!

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¿Dónde me dijo tía

Licha que me pusiera

“el chiqueador”.

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¡Ya, ya, tranquilo!

Este tattoo te quedará

de lujo.

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¡Ay, señor, ésta no se ha

dado cuenta que con tanto

zangoloteo ya se le cayó el

chichero!

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¡Señor, señor, las

fichas están acá abajo!

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¡Yo no brindo por mi

madre, bohemios, yo

brindo por Luis Ignacio que va a

ser el bueno!

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Me llama la atención el nombre de un

negocio en Bachajón: Funerales “El

Triunfo”. No sé si el dueño tenga senti-

do del humor o simple ignorancia. To-

dos moriremos, todos llegaremos a ese

triunfo sin ningún mérito especial.

Triunfar, se supone, es una distinción

que pocos alcanzan, aunque cada cual

pueda erigirse triunfador de batallas

pírricas, de guerras minúsculas. Tal

vez, desde el punto de vista de quien

bautizó la funeraria, vivir sea la batalla

y morir, el triunfo. En fin.

En un velorio de presencia ineludi-

ble (el muerto era mi amigo y también

lo eran su hija, su yerno, varios de los

que estuvimos por allí) me enteré de al-

go que me ha hecho cambiar de opinión

respecto a mi idea de ser incinerado

cuando muera. Yo decía que, una vez

quemado mi cuerpo, no se conservaran

mis cenizas, sino se usaran, por ejem-

plo, para lavar platos o para bruñir los

trastos finos o para sacar el terco sarro

de las tazas de baño. En todo caso, no

me interesaba estar en una urna eterna

sobre el borde de una chimenea o presi-

diendo, Dios no lo quiera, un santuario

en mi recuerdo.

Pero me encontré con un especialis-

ta en la materia que derrumbó mi idea

de convertirme en un montoncito de

polvo gris. De entrada, me dijo, no se

queman los huesos, porque son muy

duros, ni toda la carne. El cadáver que-

da un poco en sancocho y hay que ex-

traer los fragmentos pegados a la osa-

menta y ésta hay que molerla con una

maquinaria especial. Es una lata, me

informó. Hay que utilizar mucha fuerza

y gastar mucho tiempo; por eso, me di-

jo el canalla, hay algunos que sacan los

huesos (sin volverlos polvo) y, con la

discreción del caso, los tiran el cual-

quier basurero.

La imagen me llegó de pronto:

una de mis tibias en el hocico de un pe-

rrito de la calle, un antebrazo limpiado

a conciencia por un zopilote, mis huesos

repartidos y un poquito de mis cenizas

quién sabe dónde. No creas, me asestó,

que las cenizas que se entregan son ne-

cesariamente del cadáver cremado;

queda demasiada de la que hay que

deshacerse (se tira a la basura, claro) y

a los deudos sólo se les entrega una par-

te mínima. El adorado polvo muerto,

me dijo, tal vez ni siquiera sea del cadá-

ver que se venera.

—Eres un cerdo, le dije, has des-

truido mi idea de zafar del mundo con

prontitud. En el entierro común tar-

daré mucho tiempo en desaparecer. De

cualquier manera, es mejor que me en-

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tierren.

Ya puesto en el tema, fui informa-

do de que las cajas lujosísimas encapsu-

lan el calor y los cadáveres se van vol-

viendo una masa sanguinolenta, un cal-

do putrefacto que no sale del féretro.

Un cuerpo muerto tarda muchísimos

años en volverse nada. Quizá ya haya

muerto el bisnieto y el difunto, en su ca-

ja de lujo, aún, arrugado y vuelto casi

calavera, tiene forma humana, porque

la ropa que todavía lo viste tarda siglos

en corromperse. Si te quieres integrar a

la tierra con cierta rapidez es mejor

que tu cajón sea de pino y vayas lo me-

nos bien vestido posible (mejor “casi

desnudo, como los hijos de la mar”, co-

mo dice Machado). Prendas de al-

godón, ropa orgánica. Te volverás abo-

no y sí, como dicen los poemas cursis,

quizá nazca de lo que fuiste una planta,

un árbol, un espinal.

Veo la versión cinematográfica que so-

bre el Hamlet, de Shakespeare, hizo

Laurence Olivier (ganó varios Oscar

con ello). Que el espíritu del asesinado

rey Hamlet se le aparezca a los guar-

dias, pero sólo decida hablar con su

hijo, me recuerda el misterio de las co-

municaciones que de los dos mundos

guardan los milagros: Moisés oye solo

la voz divina, lo mismo que Jesús; a

Juan Diego se le aparece la virgen en

soledad. En solitario, parecen decir es-

tas historias legendarias, es donde po-

demos hallar las respuestas.

A lo que iba. En la escena donde

Hamlet conversa con el enterrador, pre-

gunta cuánto tiempo tarda en corrom-

perse un cadáver y el alegre cavador de

tumbas le contesta que entre ocho y

nueve años. Sin embargo, le muestra la

calavera de Yorick, el bufón, que Ham-

let se pone frente a sí, rememorándolo,

y le explica que ese hombre tenía 23

años de enterrado. Cuánta eternidad

para volvernos nada…

***

Anoche soñé que oía

a Dios, gritándome: ¡Alerta!

Luego era Dios quien dormía,

y yo gritaba: “¡Despierta!”

Antonio Machado

Soñé que soñaba (como dicen los pro-

verbios de Machado). Me vi acostado,

con los ojos cerrados, y poco a poco

entré en el sueño de mi sueño: estaba

sobre la cinta asfáltica de una carretera

solitaria y alguien decía mi nombre,

con una clara advertencia de peligro.

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La voz venía del monte, de entre los

matorrales. Nadie. Volví la vista hacia

una de las vías: ¡tres autos de carrera, a

toda velocidad, venían sobre mí! El sus-

to hizo que gritara y que, en lugar de

intentar la huida al choque inminente,

no pudiera moverme. Sentí eso que lla-

man quedarse atado, inmóvil. Los co-

ches, uno detrás de otro, pasaron a

milímetros de mi miedo. La sensación

me despertó.

Estaba en un cuarto cuyas paredes

eran sólo cortinas. Mi mujer ya se ha-

bía despertado; la intranquilizaron mis

movimientos y, quizás, los gemidos de

susto que traspasaron la frontera del

sueño. Le comenté lo raro que me pa-

recía el modo en que estaba organizada

la habitación.

—¿Por qué, para qué tantas corti-

nas?

—¿A qué vienen esas preguntas a

estas horas? Así ha estado el cuarto por

mucho tiempo. ¿Tuviste una pesadilla?

—Soñé que casi me arrollaban tres

autos deportivos.

—Tú y tus sueños extraños. Cierra

de nuevo los ojos, vuélvete a dormir,

anda.

En mi sueño cerraba los ojos y len-

tamente quedaba dormido; en el otro

sueño, el más cercano a la realidad, el

sueño que soñaba un sueño, lentamente

me desperté y abrí los ojos.

***

Abuelo, padre e hijo viven en la misma

casa. El primero es racista, el segundo

no tanto y el último está situado en el

extremo contrario: tiene amigos negros.

Padre e hijo son policías y compañeros

de trabajo en El pasado nos condena

(Monter´s Ball, dirigida por Marc Fos-

ter). No se llevan bien. El hijo (Heath

Ledger) es débil y se comporta como

quinceañera cuando le toca hacer de

duro en una ejecución. Vomita. El pa-

dre (Billy Bob Thornton) lo golpea has-

ta que los separan. En la casa, el hijo

está en el cuarto cuando irrumpe el pa-

dre y de nuevo intenta golpearlo. Aquel

ya no lo permite y, no sólo eso, sino lo

encañona y lo arrastra hasta la sala pa-

ra hacer la escena frente al abuelo.

Apunta a su padre, en el piso, y le orde-

na que se ponga de pie. Cuando ya lo

ha hecho, sin dejar de apuntarle le pre-

gunta:

—¿Me odias? ¡Respóndeme!

El padre medita la respuesta. Deci-

de ser sincero y contesta sin violencia:

—Sí, te odio. Siempre te odié.

—Yo siempre te quise —dice el

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hijo, y se da un balazo en el corazón.

El padre renuncia a la policía y se ena-

mora de una mulata maravillosa (Halle

Berry, quien ganó un Oscar por esta in-

terpretación). El abuelo casi hace que

la mujer lo abandone y, entonces, el pa-

dre lo lleva a una casa hogar. Insiste an-

te la encargada con la pregunta de si lo

van a cuidar bien.

—Claro que sí, le contestan, es us-

ted un buen hijo, quiere mucho a su

papá.

—No, contesta él, nunca lo he que-

rido.

Me gustaron estas dos escenas porque

yo no creo en el amor familiar imposta-

do y firmado a perpetuidad. Familias,

criadero de alacranes: como a los perros

dan con la pitanza vidrio molido, nos ali-

mentan con sus odios, dijo Paz en su

célebre “Pasado en claro”.

Tuve una relación más o menos

cortés con mi mamá, a quien le agra-

dezco haberme traído al mundo, pero

no sé dónde la enterraron, por ejemplo.

Amé a mi padre, pero nunca he visitado

su tumba ni le he construido un altar en

mi memoria. No tengo casi ninguna re-

lación con mis hermanos de padre y

madre, salvo con María, mi hermana

completa (a algunos tiene más de 20

años que no los veo; de los que sólo son

de padre o de madre simplemente nada

sé), porque me da flojera tratar con

gente cuyo único punto de contacto es

que compartimos el mismo vientre o

pasamos por la misma uretra.

Me dan lástima los que aceptan el

vasallaje, el abuso, la grosería de al-

guien sólo porque es su hermano, su tío,

su dizque amigo o su papá. Las mesas

largas de familia que en el fondo se de-

testa me provocan náuseas. Lo mismo

me ocurre con “los amigos de toda la

vida” que dicen cosas horribles el uno

del otro con quien sea. Y de eso tengo

mil ejemplos.

Sólo acepto cerca de mí a quien

quiero, sin importarme si tengo o no

con él o ella una relación sanguínea. No

busco ni a tíos (me asombra a veces sa-

ber que alguno ha muerto) ni a primos,

nomás porque lo sean. Quiero mucho,

en cambio, a algunos amigos cercanos

(y no siempre los veo con frecuencia)

que han decidido, también, estar cerca

de mí y a los que he decidido conservar

(Ricardo Garibay decía que no hay nin-

guna necesidad de tener amigos a largo

plazo, y yo estoy de acuerdo, practico

esa idea). Tampoco son muchos, porque

no me gustan las multitudes ni es fácil

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hablar sin tapujos con cualquiera. No

intento ser, es obvio, condescendiente ni

conmigo. Decir que no quiero o que

quiero a alguien, en mi caso, es un

asunto de sinceridad y eso sólo puede

hacerse con un reducido número de

gente.

En sus Memorias (Ediciones El Milagro

-Conaculta, 2004), Ludwik Margules

habla de cómo llegó a México desde su

Polonia natal y de cómo aquí, a partir

de aprender el español y de dedicarse al

estudio y la lectura (sin dejar los traba-

jos de supervivencia), se convirtió en el

indiscutible maestro de escena que fue.

A Rodolfo Obregón cuenta su vida

y éste escribe en el prólogo, a propósito

de estos asuntos de iconoclasta funera-

ria, que (p. 10) “la muerte de su esposa

Lydia […] coincidió con el proceso de

montaje de Antígona de Nueva York, en

1998.

“Esa tarde habíamos invitado a

los alumnos del Foro de Teatro Con-

temporáneo y a unas cuantas personas

cercanas a presenciar el ensayo en el

Teatro Julio Prieto. Por la mañana,

cuando me enteré que Lydia había fa-

llecido, me dirigí a su casa y ahí estuvi-

mos algunos de sus amigos acompañan-

do a Ludwik y sus hijas. Cerca de me-

diodía me preguntó: “¿Me llevas al en-

sayo?” ’

Algo similar hice cuando murieron,

con años de distancia, mi padre y mi

madre.

Contactos:

[email protected]

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Ana se acercó a la fotografía la tarde que vio a su padre

con una kodak, muy sencilla. Desde ese día fue la encar-

gada de tomar las fotos en los paseos familiares. Otra

tarde descubrió que no sólo el paisaje era motivo artísti-

co sino también la gente; se dedicó a hacer retratos de

sus padres. Algo de esas miradas la sedujo, como si des-

cubriera que su vocación estaba definida desde enton-

ces.

Por ello, cuando tuvo que elegir vocación no lo

pensó dos veces: decidió estudiar Ciencias de la Comu-

nicación. Ahora cree, fervientemente, que esa es una ca-

rrera que abarca muchas disciplinas. Piensa que lo ideal

serían carreras profesionales especializadas. ¿Existe en

el mundo la profesión de Licenciado en Fotografía?

Por fortuna, el destino la puso frente al Maestro en

fotografía Olaf Ruiz y él la guió por el camino de la luz.

En el estudio, en medio de lámparas, de ampliadoras y

de fijadores, Ana descubrió el secreto de volver eterno el

instante.

Ha realizado algunas exposiciones individuales y

participado en Colectivas; ha trabajado como reportera

cultural y documentando campañas políticas. Como in-

tegrante de la CASA DEL ARTE, en Comitán, captó

cientos de imágenes de los actos que ahí se realizaron.

El pasado 13 de octubre participó en la Exposición

Colectiva Quebec 2011, en Canadá. Participó con la se-

rie Los Rostros Tojolabales de Chiapas.

Ana tiene un bazar en la ciudad de Comitán, lugar

donde entrena el ojo y da alpiste al canario de su crea-

ción. Desprecia el photoshop porque trata de que sus fo-

tografías tengan la misma pureza de aquellas fotos que

conseguía con la kodak sencilla de su papá.

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Don Noé Espinosa Villatoro es un hombre robusto de 76 años, curioso e inteligente,

ama profundamente a la tierra que lo vio nacer; lugar pequeño y hermoso: ¡Cajcam! Re-

cuerdos, anécdotas, sufrimientos, alegrías, tristezas; el paso del tiempo se le nota en la

mirada. Doña Maty, su esposa, con agilidad precisa coloca las tortillas de maíz en el co-

mal, mientras decenas de pichones se oyen revolotear por encima de la casa, regresan a

sus nidos, la noche está por caer. Sentado en una vieja silla, Don Noé cierra los ojos y

de sus labios brotan las palabras mágicas para retroceder el tiempo y volver a la infan-

cia, a la juventud: tol, agutzú, chucubacal, tultush, jachub… Con la amabilidad y el

buen sentido del humor que lo caracterizan responde las siguientes preguntas:

¿A qué se dedicaban los jóvenes en 1950?

Nosotros vivíamos sin escuela. Yo nada mas estudié el segundo grado de primaria.

Nos ocupábamos al trabajo, a la agricultura, cargando leña, cuidando borregos,

chivos, toros. En esos tiempos, ni siquiera se veían por acá las carretas.

¿Cómo eran las primeras carretas de Cajcam?

Se llamaban carretas de madera porque las hacían de trozos de ocote, después ya

eran las carretas de fierro, carretas de llanta les decimos.

¿Cuál era la actividad principal para sostener a la familia?

Cuando yo era niño no se vendía maíz como ahora, aguantábamos mucha hambre,

los papás iban a traer maíz en Margaritas y en cuanto regresaban lo desgranába-

mos y lo molíamos para el pozol y las tortillas. El pichulej para hacer sombrero

era lo que mero trabajaba la gente. Nosotros íbamos a traer la palma en Tierra

Caliente, por donde está el Velo de Novia, palma real, nos llevaba un día para lle-

gar y un día para regresar. Teníamos que traerlo cargado con mecapal. Las muje-

res hacían el pichulej, siete brazadas. Los de Comitán, cuando había muchas sali-

das de sombrero, venían a alcanzar a medio camino; les decían atajadores. Y las

mujeres con más ganas a trabajar y con puro candilito, todavía no había luz. Lo

vendíamos a veinticinco centavos y con diez pesos íbamos a Comitán y traíamos de

todo, carne, pan, chicharrón. También llevábamos a vender a Comitán zacate ver-

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de, donde está la terminal de La Independencia antes era un hospedaje de Doña

Elvira Carboney y daba posada para carretas, caballos y yuntas; y los dueños des-

pués iban a comprar el zacate con nosotros.

¿Cómo se transportaban a los lugares aledaños?

Nosotros no usábamos zapatos. Siempre teníamos que viajar a pie; era muy difícil,

se sufría mucho; pero era muy bonito ir a Comitán.

¿En qué momento o en qué circunstancias decidían ir a Comitán?

Íbamos a Comitán para comprar algunas cosas, o alguna medicina, principalmen-

te íbamos para vacunar a los niños, los llevábamos montados en un burrito, tenía-

mos que ir hasta allá porque solo ahí podíamos vacunarlos. Nos íbamos a pie desde

las siete de la mañana y regresábamos a las cinco o seis de la tarde. El viaje lo ha-

cíamos cada quince días o si había mucha necesidad cada ocho días. También íba-

mos a Comitán cada veinte de febrero, cada cuatro de agosto, o cuando era día de

San Sebastián, esos eran días especiales para ir a la feria, para ir a divertir a los

niños.

¿Las ferias han cambiado?

Si, en algunas cosas. Por ejemplo, el carrusel era sin motor, se empujaba como un

trapiche y así que se encarrilaba nos subíamos; no tenia motor. Lo que ahorita ya

no es igual son las muñecas, porque en esos tiempos hacían las muñecas de trapo,

las piernitas de doblador, su sombrerito era un pedazo de tela, no había plástico,

pintados los cachetitos de orchilla, se miraba bonito.

¿Cuándo llega la luz eléctrica a Cajcam y de qué forma transformó la vida?

Vivimos mucho tiempo sin luz. Las mujeres molían el maíz en molinito de mano.

Cuando queríamos tomar atol, o teníamos alguna fiesta, ellas, caminaban más de

dos kilómetros para ir a La Independencia o aSan José; solo ahí había molino.

Aquí nos alumbrábamos con candilitos de petróleo. La luz eléctrica llegó en 1978,

la comunidad dio la mano de obra, y lo demás lo puso el gobierno; después ya pu-

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sieron aquí un molinito de nixtamal de motor, y todo cambió, se mejoró.

Hablemos de los yaguales.

El yagual es un traste, porque antes no había vitrinas, trasteros o refrigeradores

aquí, para que las señoras guardaran sus cositas. Hacían un aro con palo de mem-

brillo y lo tejían con ixtle, como una red y le ponían tres lacitos en la rueda y lo

colgaban con otro lazo en la viga de la casa y ahí echaban sus cosas, carne, chorizo,

queso, para que no lo comiera el gato, el perro, o las ratas.

¿Cómo se vivió la llegada del radio y la televisión a Cajcam?

Era una gran emoción. Oíamos decir a los viejitos desde más antes, que llegaría el

momento en que los hombres hablarían y estarían muy lejos y no los íbamos a ver,

era la radio. Fui uno de los primeros en tener uno, con muy buenas estaciones de

Tuxtla, Tapachula, México; aquí venían los familiares a escuchar los programas,

era una gran admiración. Después dijeron que veríamos a las personas por medio

de una pantalla; y no lo creíamos, de repente llegó la televisión en Tuxtla, después

llegó a Comitán y con la instalación de la luz, pues ya llegó en todas las comunida-

des.

Además de dedicarse a la agricultura; platíquenos de los viajes a las fincas a las que

iban a trabajar.

Nos íbamos a trabajar a las fincas cafeteras unos dos o tres meses. Hacíamos nues-

tra milpa aquí, tapiscábamos en diciembre y después nos íbamos a pie aquí por la

sierra, a cortar café. nos íbamos como cuatro o cinco días caminando, llevábamos

una bolsa de ciento cincuenta tostadas para comer esos días de camino; también

llevábamos panela; en ese tiempo no había azúcar; café, tomate y chile para hacer

la salsita y llevábamos nuestro pozol que le llamaban virringue. El virringue se

hace como el pozol, sólo que el maíz molido se pone a asolear, después lo remuelen

en piedra entonces ya quedaba un polvito y ese lo llevábamos en una bolsita; para

tomarlo se le ponía un poco en una tacita y luego agua caliente, era un pozol bien

sabroso. Puede estar varios años y no se echa a perder.

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¿Cómo era la forma de conquistar a la novia?

Como no había agua potable, tomábamos agua del cielo, de los jagüeyes. Las mu-

chachas tenían que salir por el agua. Hacían dos viajes en el día, si no había agua

en los jagüeyes teníamos que ir a traer agua con cántaros en el rio de San José.

Ahí llegaban los muchachos a conquistar a las muchachas, las chamaqueaban

mientras iban por el agua, de ahí, si llegaban a un acuerdo, ya pedían permiso con

los papás y ya llegaban a visitar cada domingo. La mamá tenía que estar escuchan-

do lo que platicaban. El muchacho no podía estar abrazando a la muchacha.

¿Y la pedida de mano?

Cuando llegaban a un acuerdo, la familia del muchacho hablaba con los papás, lle-

vaban una caja o canasto con pan, azúcar, chocolate; y se pasaba de mano en mano

con cada integrante de la familia de la muchacha (abuelos, primos, tíos), de esta

forma todos sentían el peso de la caja e imaginaban lo que había adentro. Era co-

mo un ritual y desde esa noche la muchacha reconocía a sus suegros como papás.

Después de casarse seguía el agradecimiento, se le llama chacabal, es lo último, los

padres de la muchacha tenían que prepararse con una cena, tamales, chocolate o

alguna comida. Si la muchacha se fugaba, en lugar de pedir la mano iban a pedir

perdón; tenía que ir una comisión de la familia del muchacho a pedir una discul-

pa; los padres que eran comprensivos les daban entrada y hasta tamaliza hacían;

otros por el coraje no los dejaban entrar y no recibían nada, solo buscaban la

oportunidad para chicotear a la hija.

¿Cuáles son las leyendas más conocidas en Cajcam?

Se dice que por las noches andan los malos espíritus. Tenemos el caso del Calpul,

se dice que es gente que sale a andar a la media noche. Ahora ya no se oye mucho,

pero antes se decía que llegaban a sacar a las personas de sus casas, les abrían la

barriga, sacaban los intestinos para cocerlos en un perol y comérselos. Los calpu-

les, se reúnen para sus rituales, cada uno tiene su territorio, se respetan entre ellos.

También se habla de La llorona que ronda por la carretera que viene de Kompatá;

dentro del monte se oye el llanto y risadas. Son pocos los que la ven y regresan pa-

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Profr. Jorge Gordillo Mandujano (amigo y contemporáneo de don

Noé) y Dora Patricia Espinosa Vázquez (entrevistadora y nieta de

don Noé). Foto tomada en el pozirón.

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ra contarlo; se dice que un muchacho se iba a robar a la novia y la fue a esperar,

salió la mujer pero no era la novia, ¡era la llorona! y decía - ¡vamos ya, vamos ya!

porque se va a despertar mi familia- el muchacho la siguió y llegaron a un lugar

que no conocía; al otro día cuando él se despertó no sabía dónde estaba y vio que

tenía abrazado un esqueleto de caballo. Como pudo regresó, pero todo zonzo, lo

atarantó la llorona.

¿Y el Cajchoj?

El Cajchoj es un espíritu que vuela por los cerros, tiene una luz en la frente, yo

nunca he visto nada. Está también el Cadejo, y los que lo han visto dicen que es un

animal parecido al perro, pero mucho más grande, de color blanco, con los ojos ro-

jos; después de que pasa, en las calles queda un olor muy fuerte a azufre.

Don Noé es un hombre fuerte y trabajador; de carácter enérgico y reservado. A pesar de

los achaques que ha sufrido en su vida, nunca se ha dejado vencer. No son pocos los

años que ha vivido, y es por eso que su experiencia y sabiduría se convierten en faro pa-

ra los habitantes de Cajcam.

La abuela se aventura en el viaje: tutím, choistat, chogol, yashnal, yagual… sus mira-

das se cruzan y comienzan a reír. Es una maravillosa combinación entre nostalgia,

alegría, pero sobre todo, agradecimiento a Dios.

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Estamos llenos de cultura.

¿Cuándo venís a Comitán a llenarte de luz?

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Honorable Ayuntamiento

de Comitán

y

Universidad

Mariano N. Ruiz

¿Te gusta escribir? El Centro Comiteco de Creación Literaria es

¡para vos! Ser parte del Centro no tiene algún costo económico. Lo

auspicia el Honorable Ayuntamiento de Comitán 2011-2012.

Sesionamos los miércoles, a las 5 de la tarde, en la sede del Centro,

frente al Santuario del Niñito Fundador.

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Programa del martes 6 de diciembre de 2011.

¿Cómo en un país que se dice no lee, asisten más de 600 mil personas a la Feria

Internacional del Libro, en Guadalajara?

Crónicas de Adobe, como feliz pretexto, dedicará un programa al mes para hablar de

libros, escritores y lectores.

El primer programa fue dedicado, precisamente, a la FIL y a la Primera Feria del

Libro que organizó la UVG, campus Comitán.

Crónicas de Adobe también se escucha por Internet.

www.imer.gob.mx

Los martes, de 3 a 4 de la tarde, hora del centro de México.

Tema del programa del martes 13 de diciembre:

“El Archivo de Comitán y la importancia de su existencia”

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Recital de fin de curso 2011.

Alumnos del Taller de piano

“Casa de la Cultura Rosario Castellanos”.

Maestro: Caralampio Alfaro Reyes.

Casa Museo Dr. Belisario Domínguez.

Fecha: 9 de diciembre de 2011.

Hora: 6 de la tarde.

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Exposición de pintura.

Autor: Julio César Aguilar Argüello.

Corredores de la Casa Museo

Dr. Belisario Domínguez.

Inauguración: 9 de diciembre de 2011.

Estará abierta todo el mes de diciembre.

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Atenta invitación para interesados en el

proceso de creación literaria.

Un logro de Comitán para Comitán, con el

auspicio del Honorable Ayuntamiento de

Comitán 2011-2012.

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