Retazos de la Vida de Don Jose Luis Carcamo y Rodriguez III Obispo de San Salvador

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RETAZOS DE LA VIDA DEL ILUSTRÍSIMO SEÑOR DOCTOR DON JOSÉ LUIS CÁRCAMO Y RODRÍGUEZ, III OBISPO DE SAN SALVADOR Oscar Armando Portillo Luna (Compilador) San Salvador, julio de 2009

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Retazos de la vida del ilustrisimo señor doctor don Jose Luis Carcamo Y Rodriguez, III Obispo de San Salvador

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RETAZOS DE LA VIDA DEL ILUSTRÍSIMO SEÑOR DOCTOR

DON JOSÉ LUIS CÁRCAMO Y RODRÍGUEZ,III OBISPO DE SAN SALVADOR

Oscar Armando Portillo Luna

(Compilador)

San Salvador, julio de 2009

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Especial reconocimiento a Monseñor Gregorio Rosa Chávez y a Monseñor Jesús Delgado Acevedo por su receptividad al apoyar este proyecto.

La portada del libro fue elaborada por el Doctor Nelson Antonio Portillo Peña.En las ilustraciones del libro participaron el Arquitecto Oscar Armando Portillo Peña y el señor Carlos Enrique Portillo Peña.La información estadística para la preparación de la Breve Reseña de San Lorenzo, Ahuachapán, fue proporcionada por el Licenciado Joaquín Montoya Ángel.Participó en la revisión de este trabajo el Licenciado José Vicente Cubías Córdova. Restauración y mejora de fotografías en Cibercafé Intern@te.

Primera edición 2009Derechos Reservados

Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida mediante ningún sistema o método, electrónico, mecánico o por otro medio de publicidad,

incluyendo el fotocopiado, sin el consentimiento por escrito del autor.

Hecho el depósito que manda la ley.

Impreso en El Salvador, por Imprenta y Offset Ricaldone 2009.

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DedicatoriaEste trabajo está dedicado con especial cariño a la Familia

Luna Guerra de San Lorenzo, Ahuachapán, constituida por

Baudilio Antonio Luna Rodríguez y María Ernestina Guerra.

Sus hijos: Benedicto Alfonso, David Eliberto, Antonio,

Olimpia Araceli, María Mercedes, Carlos Oliverio,

Jorge Alberto, Ángel Roberto,

Celia Milagro y José Luis Luna Guerra.

El autor

OP

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Página

Presentación

Introducción

A. LA BIOGRAFÍA

I. Sus primeros años ------------------------------------------------------------------------------ 15

II. Una feliz coincidencia ----------------------------------------------------------------------- 16

III. Descubriendo su vocación ----------------------------------------------------------------- 18

IV. Iniciando su vida sacerdotal --------------------------------------------------------------- 20

V. Creciendo en la Iglesia ---------------------------------------------------------------------- 24

VI. El aval de Roma -------------------------------------------------------------------------------- 25

VII. Su consagración como Obispo de San Salvador ---------------------------------- 27

VIII. Fugaz Edad de Oro de la Diócesis ------------------------------------------------------ 31

IX. El duro camino al ostracismo -------------------------------------------------------------- 33

X. La hospitalidad de Chinandega, Nicaragua------------------------------------------ 37

XI. El retorno a la patria -------------------------------------------------------------------------- 41

XII. El encuentro con Pío IX ----------------------------------------------------------------------- 45

XIII. Su legado a la Iglesia católica salvadoreña del siglo XX ----------------------- 50

XIV. Confrontando al liberalismo y a otras ideas anticatólicas --------------------- 55

XV. Semblanza del Señor Obispo ------------------------------------------------------------- 58

XVI. El pueblo católico salvadoreño dice adiós a su Pastor -------------------------- 61

B. MUERTE DEL OBISPO Y HONRAS FÚNEBRES EN

SAN SALVADOR

I. Muerte del Ilustrísimo Señor Obispo --------------------------------------------------- 65

INDICE

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II. Manifestación del Supremo Gobierno ------------------------------------------------ 67

III. Asistencia médica al Ilustrísimo Señor Obispo ------------------------------------- 70

IV. Traslación del cadáver a San Salvador ----------------------------------------------- 72

V. Disposiciones capitulares ------------------------------------------------------------------ 75

VI. El Señor Gobernador del Departamento y la

Municipalidad de esta ciudad ------------------------------------------------------------ 77

VII. Traslado del cadáver ------------------------------------------------------------------------ 78

VIII. Decoración de la Iglesia y el túmulo ---------------------------------------------------- 80

IX. Los otros oficios fúnebres ------------------------------------------------------------------ 82

X. Manifestación de gratitud ------------------------------------------------------------------ 85

XI. El Vicario Capitular --------------------------------------------------------------------------- 86

C. HONRAS FÚNEBRES EN SAN MIGUEL----------------------------------------- 87

D. TESTIMONIOS DE PESAR E INSPIRACIÓN POÉTICA ANTE

LA MUERTE DEL PASTOR

I. José María López Peña --------------------------------------------------------------------- 93

II. J. Samuel Ortiz --------------------------------------------------------------------------------- 97

III. Vicenta Laparra de La Cerda -------------------------------------------------------------- 99

IV. J. S. Córdova, Presbítero -------------------------------------------------------------------- 101

V. Cesare G. Velez ------------------------------------------------------------------------------- 104

ANEXOS

I. Acuerdo de la Iglesia relacionado con la construcción de la

Catedral de la Diócesis, 1888-1951 ------------------------------------------------------------- 109

II. Publicación en el Diario Oficial del 14 de Setiembre de 1885 del

Decreto relacionado con el luto por la muerte de Monseñor

Cárcamo y Rodríguez ------------------------------------------------------------------------------- 111

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III. Obispos de San Salvador desde la fundación de la Diócesis --------------------- 112

IV. Presidentes de la República de El Salvador, período 1836–1885 ----------- 113

V. Fragmento tomado del Libro de la 2ª. Visita Canónica del

Ilmo. Sr. Cárcamo, 1880–1882. Atiquizaya y San Lorenzo. --------------------- 115

VI. Galería de fotografías del Centro Histórico de San Salvador

en la época de Monseñor José Luis Cárcamo y Rodríguez --------------------- 116

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS ---------------------------------------------------------- 119

AGRADECIMIENTOS ----------------------------------------------------------------------------- 121

RESEÑA DE SAN LORENZO AHUACHAPÁN ---------------------------------------------- 125

FOTOGRAFÍAS DE SAN LORENZO -------------------------------------------------------------------------127

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Presentación

Don Oscar Armando Portillo Luna ha realizado una laboriosa compilación de datos de archivo, específicamente eclesiástico y circunscritamente católico,

para ofrecernos un perfil de la recia personalidad del tercer obispo de San Salvador, en El Salvador, América Central.

El autor está consciente de sus limitaciones. Tiene en sus manos una fuente de información, específicamente EL CATÓLICO, órgano de divulgación religiosa de la época. Los datos que recoge de este periódico son casi todos crónicas redactadas inmediatamente después de la muerte de nuestro personaje, con toda la emoción que acompaña a quienes las redactaron. Algunas otras fuentes adicionales se añaden esporádicamente: alguna de primer orden histórico, como el manuscrito de la segunda visita canónica del obispo; otras, de segundo interés como son los libros de ciertos connotados salvadoreños, no quedando claro el criterio de selección de los mismos.

El Señor Portillo Luna sabe muy bien que no ha cotejado los datos de su fuente única con otras exteriores al mundo eclesiástico. Su propósito es modesto. Compila datos de archivo, los ordena según un criterio propio, para ofrecerlos al lector que de otro modo nunca los habría conocido. Su trabajo se convierte entonces en fuente de información y de consulta escolar para quienes desean conocer, valorar y proyectar en el presente la egregia figura del pasado de un gran hombre salvadoreño.

He leído con sumo interés el trabajo escrito del Señor Portillo Luna, con profunda emoción además, por ser una persona laica que se interesa a la historia de la Iglesia a nivel de esbozo de biografía de un personaje que ha dejado huella en la historia en nuestro país y ha puesto en alto la hasta entonces escondida tierra de San Lorenzo que lo vio nacer.

Hago voto para que los lectores de este ilustre trabajo saquen el mejor provecho de su contenido tan bellamente redactado por su autor. Ojalá que su lectura suscite vocaciones de investigadores de historia y vayamos cobrando conciencia todos los salvadoreños, de la historia de donde venimos para mejorar el futuro que queremos construir juntos para las generaciones venideras.

Felicito a Don Oscar Armando Portillo Luna por esta colaboración tan delicadamente elaborada para los lectores de San Lorenzo, primeramente; también para los lectores salvadoreños, y, finalmente, para todo ciudadano del mundo, ahora más que nunca globalizado. Así, nuestro país, que en el mapa mundi apenas encuentra espacio para la punta de un alfiler que lo distinga de los otros vecinos, adquiere un relieve especial en la consideración de quienes le conocen, y es revelación luminosa para quienes por primera vez cobran contacto con él, por medio de trabajos escritos como el que nos ofrece el ilustre autor de estos retazos de la vida de uno de sus hijos.

Monseñor Jesús Delgado Acevedo Historiador oficial de la Iglesia Católica en El Salvador

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IntroducciónApartir de la lectura del documento “Reseña histórica

de San Lorenzo, Departamento de Ahuachapán y sus tradicionales leyendas”, escrito por don Max Ricardo Cortez M., me interesé por conocer los diferentes aspectos de la vida de Monseñor José Luís Cárcamo y Rodríguez, dadas sus especiales características personales, su vinculación con el pueblo de San Lorenzo, y su relevante presencia en la historia de nuestro país de finales del Siglo XIX.

Monseñor Cárcamo y Rodríguez, vivió en una época de gran inestabilidad política y militar, pues durante su corta vida —poco más de 48 años— hubo más de 50 cambios presidenciales, en los cuales participaron 32 gobernantes; estos frecuentes cambios, en muchos casos, se debieron a la influencia de gobiernos guatemaltecos.

El Señor Cárcamo, desde sus primeros años, estuvo rodeado de eventos trascendentes, que por los designios del destino, o como decían los redactores de El Católico: “por la Divina Providencia”, estaba predestinado a ser un actor importante de la historia religiosa salvadoreña y centroamericana de la última parte del siglo XIX, época marcada por eventos políticos y militares, que de alguna manera implicaron fricciones y desavenencias entre el Gobierno y la Iglesia en El Salvador.

Con ese marco de referencia, se pone en manos de los interesados en la vida de Monseñor Cárcamo y Rodríguez, un documento biográfico que es reflejo de crónicas de la época, publicadas en el periódico religioso El Católico, pocos días después de su muerte, lo que les da un valor significativo, por lo reciente de los acontecimientos ocurridos antes, durante y después de la muerte y funerales del Obispo originario de San Lorenzo, Ahuachapán.

Es importante aclarar que se trata de una selección y trascripción literal de los documentos originales, y por lo mismo, se podrá advertir, que en su redacción hay palabras que podrían —en este momento— considerarse como errores ortográficos; no obstante, debe tomarse en cuenta que se trata de documentos escritos hace 124 años, cuando sí eran aceptadas.

Los documentos, fuente de la información, por su antigüedad, no fue posible obtenerlos fácilmente, puesto que son ejemplares únicos de acceso restringido y no se pueden reproducir. Por ello, fue necesario transcribirlos, utilizando previamente la fotografía digital, para luego ser digitados y posteriormente cotejados.

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El presente trabajo se ha estructurado en cuatro partes, a saber: la biografía propiamente tal, que consta de 16 capítulos; la muerte y honras fúnebres de Monseñor Cárcamo y Rodríguez, en San Salvador, con 11 capítulos; las honras fúnebres en San Miguel; y una pequeña muestra de los numerosos testimonios de pesar e inspiración poética surgidos a raíz de su fallecimiento. Todo esto, complementado con algunos anexos que considero importante incluir, a fin de tener claridad de la presencia de Monseñor Cárcamo en el período histórico que vivió, entre los que aparece el detalle de Obispos de la Diócesis de San Salvador, desde el inicio mismo de la Diócesis; el listado de gobernantes salvadoreños, durante el período de nacimiento y muerte del Obispo; el Decreto de las Autoridades eclesiásticas referente a la construcción de la segunda Catedral de San Salvador (1888-1951); la cita textual de un fragmento del Libro de la 2ª Visita Canónica del Ilmo. Sr. Cárcamo; en este caso, la efectuada a Atiquizaya y San Lorenzo en febrero de 1880; y, una galería fotográfica de la época de nuestro personaje.

El documento tiene como propósito colocar en perspectiva la vida de Monseñor José Luís Cárcamo y Rodríguez, y no se pretende con éste, generar un debate o polémica, ni confrontar sobre aspectos políticos o ideológicos, respecto a la filosofía del Liberalismo y sus objetivos políticos, económicos y sociales, a la que él se opuso; eso corresponde a otro propósito, que no contempla este trabajo.

Es importante consignar que la idea inicial de elaborar este documento fue con una orientación especial para la gente de San Lorenzo y, particularmente, para aquellas personas practicantes de la fe católica; lo cual no implica que otras, de una confesión religiosa diferente —las cuales merecen todo mi respeto— no puedan leerlo, ya que ante todo, el mensaje de esta lectura es que cualquier individuo, en base a su educación y esfuerzo personal puede alterar el curso de su destino, superándose a través del estudio y la disciplina personal, de lo cual Monseñor Cárcamo y Rodríguez fue un vivo testimonio.

En efecto, al conocer la interesante vida del Señor Cárcamo y Rodríguez, el objetivo inicial de orientar la divulgación de su biografía a un pueblo en particular fue rebasado ampliamente por la trascendencia del personaje, en la vida religiosa de nuestro país. Su connotación corresponde a la historia de la iglesia salvadoreña, pues se trata de un referente de la misma, al que considero no se le ha dado a conocer en la magnitud que le corresponde, dada su ejecutoria y el legado que a dicha Iglesia dejó, a cambio de su opción por la pobreza y riesgos personales.

Por otra parte, es justo dejar constancia de la espontánea colaboración y apoyo de la señora Flor de María Ángel Avilés de Portillo, en las distintas actividades que este trabajo implicó, sobre todo en la búsqueda de la fidelidad del texto con las fuentes, para poderlo presentar como un documento final confiable, el cual espero

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será de interés y de utilidad para los lectores religiosos o seglares, que le dispensen su atención.

Finalmente, deseo manifestar un reconocimiento a la cooperación recibida en el Archivo Histórico del Arzobispado de San Salvador, por parte del Señor Rafael Flores y de su colaborador el Señor Arnoldo Ortiz Durán. Asimismo, agradezco la colaboración del personal de la Biblioteca P. Florentino Idoate, S.J. de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA).

Oscar Armando Portillo LunaAntiguo Cuscatlán, julio de 2009.

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Oscar Armando Portillo Luna (Compilador)

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A. LA BIOGRAFÍA

I. Sus primeros años

El ilustrísimo Señor Doctor Don José Luis Cárcamo y Rodríguez nació el 21 de Noviembre de 1836, en una hacienda llamada San Lorenzo, á dos leguas de

Atiquizaya, perteneciente á su familia por parte de madre.

Fue el penúltimo de los cinco hijos que tuvieron sus padres, el Señor Don Miguel Cárcamo y la Señora Doña Luisa Rodríguez, adornados ambos con las virtudes que la religión imprime en los destinados á educar familias ejemplares.

Recibió en el bautismo el nombre de Luis, como prenda de la especial ternura con que su madre le distinguía entre sus otros hijos, y del especial afecto con que él le correspondía esa predilección maternal.

El Señor Don Miguel Cárcamo, modelo de virtudes cristianas, reputaba los deberes paternales como los más importantes de su conciencia y los cumplía con escrupulosa exactitud. Deseando preservar la inocencia de sus hijos del contagio mundanal, se retiró con la familia á su hacienda de San Lorenzo, en cuyas inmediaciones procuró fundar una pequeña población de familias honradas. Su modestia y su apego al hogar lo mantuvieron siempre en este retiro, renunciando á los altos puestos sociales, incluso al Ministerio del Gobierno, que le fueron ofrecidos en varias ocasiones.

Antigua Iglesia de San Lorenzo, Ahuachapán.

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II. Una feliz coincidenciaUna circunstancia al parecer casual, pero que en realidad fue el primer paso de la brillante carrera que le había trazado la Divina Providencia, tuvo lugar en este pueblo y en esta ocasión.

El Señor Doctor Don Eugenio Aguilar, Presidente entonces de la República, visitaba los pueblos del departamento de Santa Ana. Al llegar á Atiquizaya y al visitar la escuela, el maestro presentó al joven Luis Cárcamo para pronunciar un discurso en nombre de sus compañeros, y para resolver de memoria y con rapidez ciertos problemas de matemáticas.

Doctor Eugenio Aguilar,15 de noviembre de 1804 - 23 de abril de 1879.

La belleza de su figura, la gracia de su expresión, sus talentos, su fina urbanidad, los informes de su aplicación y ejemplar conducta suministrados por el maestro, produjeron tal efecto en todos los concurrentes que el Señor Presidente acordó llevarlo inmediatamente á la Capital y darle una beca en el Colegio Nacional de la Asunción.

Como había estado poco tiempo en la escuela y su edad era muy tierna, carecía de la suficiente instrucción primaria que sirve de base á los estudios universitarios. Fue necesario que el Supremo Gobierno, por un acuerdo especial, le permitiera salir diariamente del Colegio para asistir á la Escuela Normal. En breve tiempo su aplicación y sus talentos le pusieron en estado de sufrir los exámenes primarios y de comenzar los estudios en la Universidad, en los que cursó con distinguido aprovechamiento todas las asignaturas, hasta graduarse por suficiencia de Bachiller en Filosofía.

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Al regresar al hogar doméstico durante las vacaciones, los virtuosos padres del joven Cárcamo tuvieron la dulcísima satisfacción de abrazar á su hijo, encontrando en él las mismas virtudes que le inspiraron en su niñez, sin que el contacto de los otros jóvenes ni el alejamiento de la familia hubiesen empañado el candor de su inocencia ó la pureza de su corazón.

Vuelto al Colegio, dedicose al estudio del Derecho Civil y del Derecho Canónico, en los que hizo tan rápidos adelantos, que en 1855 se graduó de Bachiller en ambos derechos, y comenzó la práctica del foro.

Un acontecimiento tristísimo le obligó a suspenderla en el año siguiente de 56. La muerte de su santa madre le llevó al seno de la familia, para recibir las postreras bendiciones de su madre y prestarle los últimos servicios de la piedad filial.

Diez meses después, el 3 de julio de 1857, murió su virtuoso padre, el Señor Don Miguel Cárcamo, en San Lorenzo, del cólera, que en aquel tiempo asolaba las poblaciones.

Atiquizaya, la Plaza Principal.

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III. Descubriendo su vocaciónCumplidos los sagrados deberes del buen hijo, volvió a continuar sus estudios; pero no ya los del foro que le abrían un camino brillante, sinó los del Sacerdocio que solo le brindaba una senda sembrada de espinas, y que le imponía dolorosos martirios.

Tan luego como el Señor Cárcamo se convenció de su vocación sacerdotal, si bien desconfiaba de sus propias fuerzas para llevar tan grave cargo, se abandonó en los brazos de la Divina Providencia con la misma confianza, con que en su niñez se abandonara en los brazos de su santa madre.

Habiéndose presentado humildemente al Ilustrísimo Señor Obispo Zaldaña, le confió los deseos y los temores de su corazón. ¡Talvez aquel santo Prelado presintió entonces que el modesto joven postrado á sus piés, sería el auxiliar de sus trabajos apostólicos y el digno sucesor de su pontificado! Le tendió sus brazos con ternura paternal y le admitió en su Seminario, donde comenzó los estudios de ciencias sagradas al principiar el año 1858.

Bajo la dirección de tan gran Prelado y con el magisterio de los ilustrados profesores que enseñaban en dicho establecimiento, el joven levita aprendió velozmente las virtudes sacerdotales y las ciencias eclesiásticas, recibiendo gradualmente las siete órdenes, que, como siete escalones, conducen á la dignidad sacerdotal.

Antigua Iglesia de la InmaculadaConcepción de Santa Tecla. Destruida por el terremoto de enero de 2001.

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El 3 de marzo de 1860, fue ordenado de presbítero por el Ilustrísimo Señor Obispo Zaldaña en Santa Tecla, y el 19 del mismo mes, día del glorioso patriarca Señor San José, cuyo nombre llevaba por la especial devoción que siempre le tuvo, cantó su primera Misa en la pequeña iglesia del Convento de San Antonio de la misma ciudad.

El recuerdo de esta augusta ceremonia se conservó vivo por mucho tiempo en la memoria de los asistentes, que no pudieron menos que derramar abundantes lágrimas, al contemplar la tierna piedad, el fervor, las virtudes y el recogimiento del nuevo sacerdote, que por primera vez ofrecía el augusto sacrificio del altár. Esta impresión fue tan viva, que muchas personas se sintieron movidas desde ese día á adoptar una vida más cristiana, y aun se asegura que fue la fecha de una notable conversión.

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IV. Iniciando su vida sacerdotalDesde antes de ser presbítero, el Señor Cárcamo comenzó a ejercer el cargo parroquial; pues el Ilustrísimo Señor Zaldaña le nombró Cura de Santa Tecla cuando solo era diácono, para que la administrase personalmente en todo lo que no exige orden sacerdotal.

Obispo Tomás Pineda y Zaldaña, 29 de diciembre de 1791- 6 de agosto de 1875.

Cuando estaba más empeñado en el bien espiritual de sus feligreses, el Prelado le nombró a los tres meses Rector del Colegio Seminario, deseando que sus luces y virtudes se reflejasen en los jóvenes aspirantes al sacerdocio; pero, acometido de una grave enfermedad á consecuencia de sus mortificaciones, estudios y trabajos del ministerio, se debilitó en tal grado, que el superior y los médicos le obligaron á retirarse al seno de su familia y volver á los aires natales, donde permaneció año y medio sin poder ocuparse en ningún trabajo penoso.

Cuando en 1861 el desacuerdo entre las autoridades, eclesiástica y civil, produjo la expulsión y extrañamiento del Ilustrísimo Señor Zaldaña y de casi todo el clero salvadoreño, el Padre Cárcamo quedó encargado de la administración parroquial de

Atiquizaya, cuyo Cura había sido expulsado por el Gobierno. A los pocos días se le exigió el juramento de la Constitución en la fórmula que el Ilustrísimo Señor Obispo había aprobado y que el Gobierno exigía de los párrocos.

Pero el Padre Cárcamo, cuya fidelidad a la Iglesia era ejemplar, se negó á prestarlo, y fue por consiguiente conducido a Santa Ana por órden del Gobernador, donde permaneció seis días. De Santa Ana fue trasladado á la Capital, para prestarlo ante

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el Señor General Don Gerardo Barrios, Presidente de la República, quien ya sea porque se convenciese de la inutilidad de sus tentativas, ya porque atendiese á las observaciones de muchas personas notables amigas del Padre Cárcamo, desistió de exigirle dicho juramento y lo dejó en libertad.

En presencia de estas circunstancias y temiendo nuevas dificultades, consultó a su Prelado que estaba en Guatemala la conducta que debía observar; pero este le contestó, encargándole las parroquias de Atiquizaya, Chalchuapa y Ahuachapán.

Capitán General Gerardo Barrios,1813-1865.

Al poco tiempo de desempeñar esta inmensa ocupación, que no le dejaba un momento solo de reposo, fue acusado de nuevo ante el Gobierno de estar en relaciones políticas con los emigrados á Guatemala, por cuya calumnia fué concentrado otra vez á la Capital por orden del Gobierno.

El Vicario General le nombró entonces Cura de Panchimalco y Texacuangos inmediatos á la Capital, donde pasó todas las penas consiguientes al sitio y retirada del Señor General Barrios en 1863.

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Iglesia de Panchimalco.

Pasada la revolución y restituido el Ilustrísimo Señor Zaldaña á su sede episcopal, en el nuevo arreglo de parroquias que fue necesario hacer, el Padre Cárcamo fue mandado otra vez á la de Atiquizaya.

En 1864 fue trasladado á la de Opico que administró cinco años, al cabo de los cuales fue trasladado á la de Mexicanos que sirvió poco tiempo.

Iglesia de Opico.

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Estos fueron los campos felices que el Pastor Supremo confió á la solicitud del Señor Presbítero Cárcamo, para que los fecundase con su sudor y con sus trabajos. ¡Cuántos pobres socorridos; cuántas lágrimas enjugadas; cuántos huérfanos amparados; cuántas inocencias defendidas! El volaba al lecho del moribundo, para confortarle; se interponía en medio de los enemigos y de los partidos, para reconciliarlos; corría en pos de los extraviados, para convertirlos; y pastor vigilante, daba á sus ovejas el alimento celestial de la verdad y de la gracia de Jesucristo.

Estas poblaciones conservan indeleble el recuerdo de sus beneficios, de sus virtudes y sus exhortaciones, y bendecirán para siempre el nombre de su solícito Pastor.

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V. Creciendo en la IglesiaLos raros talentos y virtudes del Señor Cárcamo no debían restringirse a los estrechos límites de una parroquia; la diócesis del Salvador tan combatida desde su erección, necesitaba de sacerdotes ilustrados y virtuosos, que entendiesen en los asuntos generales y desempeñasen los altos cargos de su administración.

Estas consideraciones y el merecido renombre de las aptitudes del Señor Presbítero Don José Luis Cárcamo, obligaron al Ilustrísimo Señor Zaldaña á que se empeñase con el Señor Presidente de la República, á quien por el Concordato correspondía entonces el nombramiento de canónigos, para que nombrase al virtuoso cura de Mejicanos Canónigo de Gracia de la Santa Iglesia Catedral.

Hecho el nombramiento, tomó solemnemente posesión de su beneficio el 27 de Noviembre de 1867, en cuyo acto el Señor Canónigo Tesorero Don Alejandro Mora, en representación del Ilustrísimo Señor Obispo, le dirigió las siguientes palabras:

“Hermano carísimo: Desde que llegó á mi noticia el nombramiento que el Excelentísimo Señor Presidente había hecho en vuestra persona para Canónigo de Gracia de esta Santa Iglesia Catedral, mi corazón ha sentido las más vivas emociones de alegría, pues veo premiados vuestra ilustración y vuestras virtudes. El Cabildo de esta Iglesia se complace altamente al recibiros en su seno, y yo siento la más dulce satisfacción al colocaros en la silla que ya os pertenece.”

En todo el tiempo que el muy Ilustre Señor Canónigo Cárcamo sirvió este alto cargo, se hizo notable por su puntualidad en todos los oficios, y por la sabiduría y prudencia de sus consejos en las deliberaciones del Cabildo, que es el Senado del Gobierno diocesano.

Durante ese mismo tiempo desempeñó, con el aplauso de todos, cargos de no menor importancia, como el de Promotor Fiscal, que exige amplios conocimientos jurídicos; el de Secretario del Venerable Cabildo, que es como el eje del movimiento de este respetable cuerpo; el de Capellán del Ejército de la República; el de Profesor de Filosofía en el Seminario, instruyendo á los alumnos en la ciencia y edificándolos con el ejemplo de sus virtudes.

Electo diputado á la Asamblea Nacional Constituyente en 1871, demostró su ardiente celo defendiendo los derechos y doctrinas de la Iglesia, contra los ataques terribles que les hacían varios de los diputados más ilustrados.

En la misma época combatió el desborde de la prensa liberal, publicando en el periódico “La Verdad” muchos y muy bien escritos artículos en sentido católico.

En una palabra, puede decirse, que el tiempo en que el Señor Cárcamo vivió en esta Capital, fue la época en que dio a conocer mejor las brillantes cualidades, que debían elevarlo pronto al supremo pontificado de esta Diócesis.

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VI. El aval de RomaLa necesidad del Obispo Auxiliar para esta Diócesis era mas apremiante de día en día.

El Ilustrísimo Señor Zaldaña, agobiado por los años, por los sufrimientos y por las frecuentes enfermedades, apenas podía ocuparse ya de los múltiples asuntos del gobierno eclesiástico lo que producía naturalmente acumulación de los negocios en todos los ramos de la administración espiritual.

Los esfuerzos para obtener un coadjutor se estrellaban contra el desacuerdo del Gobierno, que, ó proponía sacerdotes inadecuados, ó rechazaba los recomendados por el Prelado.

Habiéndose puesto de acuerdo en una ocasión para nombrar al Señor Presbítero Doctor Don Mariano Ortiz Urruela, virtuoso sacerdote de Guatemala, el Gobierno del Salvador le propuso a la Santa Sede, que lo preconizó Obispo de Teya in partibus y coadjutor con futura sucesión del Obispado del Salvador. Pero graves razones impidieron su venida; presentó su renuncia de la coadjutoria y sucesión de este Obispado; y admitida por el Sumo Pontífice, quedaron nuestros asuntos religiosos en las mismas ó peores dificultades.

Felizmente el Señor Canónigo Cárcamo puso término a esta deplorable situación, reuniendo en sí el aprecio del Prelado, las simpatías del Gobierno, la veneración del Clero y el amor del pueblo.

Hecha la designación, se formaron inmediatamente las diligencias canónicas con los documentos, pruebas, informaciones y testimonios del caso; el Supremo Gobierno hizo la presentación á la Santa Sede; el Prelado elevó sus preces; y solo faltaba vencer la profunda humildad del Canónigo Cárcamo, que, negando su consentimiento, podía frustrar las lisonjeras esperanzas de esta Iglesia.

Fue necesario que sus prelados le obligasen, que sus compañeros le hicieran cargo de la responsabilidad por las consecuencias de su negativa y que se comprometiesen á compartir con él los trabajos del gobierno, para que consintiese en su promoción, que consideraba como un martirio.

Enviado este asunto á Roma, su Santidad el Señor Pío IX preconizó al Señor Cárcamo Obispo de Arsinoe in partibus y Coadjutor con futura sucesión del Obispado de San Salvador, en el Consistorio de 6 de Marzo de 1871, y en el mismo mes expidió las bulas correspondientes, que se recibieron aquí en Setiembre del mismo año.

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La alegría y entusiasmo que estos acontecimientos causaron en toda la Diócesis, contrastaron con el dolor y las lágrimas del humilde electo, que se inclinó ante la voluntad de Dios, para aceptar la cruz con que debía subir al Calvario de su sacrificio.

Mitra

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VII. Su consagración como Obispo de San SalvadorLa Divina Providencia que ordena todos los medios á la consecución de sus sabios fines, dispuso los acontecimientos menos esperados, para la pronta y expléndida consagración del Ilustrísimo Señor Cárcamo.

En el mes siguiente al en que se recibieron aquí las bulas, fueron expulsados violentamente de Guatemala por el Gobierno liberal, el Ilustrísimo Señor Arzobispo Piñol y el Ilustrísimo Señor Ortiz, Obispo de Teya. Este, que como hemos dicho, fue el primeramente designado para ser el Obispo auxiliar del de San Salvador, separándose del Señor Arzobispo que continuó su navegación á Nicaragua, desembarcó en el puerto de La-Libertad y llegó a esta Capital el 26 de Octubre, como guiado por una mano misteriosa, á consagrar al que lo reemplazó en la designación para esta mitra.

Además, una revolución social y verdaderamente popular en su principio, hizo desaparecer el antiguo Gobierno y colocó al frente de la República al Señor Mariscal González, que, lejos de tener aun prevención alguna contra la religión oficial, tenía cordiales simpatías por la mayor parte de los sacerdotes que intervenían en los asuntos eclesiásticos.

El Señor Presidente González manifestó el mayor interés y tomó parte muy activa, para que la consagración del Señor Cárcamo se hiciese con todo el esplendor correspondiente á la religiosidad del pueblo salvadoreño.

Con fecha 31 de Octubre, el Señor Ministro del Interior trascribió al Señor Provisor y Vicario General un acuerdo, en que se comisiona á este Prelado en unión del Señor Gobernador del Departamento para disponer, cada uno en su línea, lo conveniente, á fin de que la consagración episcopal fuese lo más suntuoso posible, pudiendo pedir los comisionados al señor Tesorero general todas las cantidades necesarias.

Fuera de esto, el Mariscal González aceptó gustoso como particular, el cargo de padrino del consagrando, con cuyo carácter le prodigó apreciables servicios y le hizo obsequios de considerable valor.

El 5 de Noviembre de 1871, esta Capital presenció una de las ovaciones más brillantes que el religioso pueblo salvadoreño ha hecho á sus dignos prelados, y la Catedral presenció la consagración episcopal, que es una de las ceremonias mas augustas del catolicismo.

“El Domingo 5 de los corrientes, dijo el periódico “La Verdad”, á las ocho de la mañana, el Señor Presidente Provisorio Don Santiago González, en unión del Señor Ministro del Interior Licenciado Don José Trigueros, montó en su carruaje y pasó

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Retazos de la vida del Ilustrísimo Señor Doctor Don José Luis Cárcamo Y Rodríguez,III Obispo de San Salvador

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a la casa de los reverendos padres Jesuitas, á sacar al Ilustrísimo Señor Doctor Luis Cárcamo y Rodríguez, que se hallaba en aquel lugar practicando los santos ejercicios, previos á su consagración.

“Unidos tan ilustres personajes se dirigieron al Palacio Episcopal, donde los esperaban los Ilustrísimos Señores Zaldaña y Ortiz. Poco después esta selecta comitiva se dirigió a la Santa Iglesia Catedral, donde fueron recibidos por el Señor Provisor y Vicario General, unido al clero de la ciudad.

“Colocados los asistentes en sus respectivos asientos y revestidos los Ilustrísimos Señores Ortiz y Cárcamo, lo mismo que las dos Dignidades vestidas de pontifical que asociaban al consagrando, comenzaron las ceremonias de la consagración con aquella majestad y esplendor exclusivos de la Iglesia Católica.

“Sentimos profundamente conmovido nuestro corazón, al entonarse por el consagrante el himno sublime que comienza: Veni, Creator Spiritus: y nos parecía oir la detonación del cielo y ver con los ojos de la carne lo que veíamos con los ojos de la fé, bajan el divino Consolador á llenar de gracia y de virtud al digno consagrando; y cuando vimos al Ilustrísimo Señor Cárcamo, con aquel semblante propio de su característica humildad, un tanto inclinado por el peso del libro de los Evangelios, que tenía sobre los hombros y cabeza nos pareció renovarse el sacrificio del obediente Isaac, cargado con la leña que debía servir de pabulo a la llama que lo había de consumir.

“Y que es el Evangelio, sinó la llama de la verdad que debe ilustrar la mente e inflamar el corazón de los Obispos, para que, abrasados en ese fuego del Empirio, consumen su penoso, lento y prolongado sacrificio ¡Ah, la dignidad episcopal es una especie de martirio, y martirio tanto más doloroso, cuanto es más prolongada la tortura!

“El dignísimo consagrado recibió la imposición de manos, la unción del Santo crisma y las insignias episcopales de una en una; en cada uno de estos actos, eran muy notables la majestad del Ilustrísimo Señor Ortiz y el recogimiento profundo del Ilustrísimo Señor Cárcamo, expectáculo que nos transportaba a las edades primitivas del cristianismo.

“Concluidas las ceremonias, se hizo la procesión de rúbrica, dando una vuelta al interior del templo el Ilustrísimo Señor Cárcamo, acompañado de los Canónigos mitrados. Este espectáculo arrancó lágrimas a los corazones piadosos, porque un pueblo numeroso que apenas daba lugar al paso, se veía prosternar su fé del modo mas elocuente, inclinandose para recibir la bendición de su nuevo Pastor.

“Terminada la función de Iglesia, se dirigieron los Ilustrísimos Señores Obispos, acompañados del Señor Presidente, sus Ministros y muchas personas notables á la

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casa de la Señora Doña Beatriz de Dorantes, donde estaba preparado un magnífico banquete. Durante esos instantes de recreo, reinó en la concurrencia aquella animación festiva y aquella cordialidad sincera de los verdaderos amigos, con la compostura que requería la presencia de personajes tan distinguidos.

La Señora de Dorantes atendió a los concurrentes con la amabilidad genial y con la cortés finura, que le han creado tan extensas simpatías: ella hizo las veces de madre del Ilustrísimo Señor Cárcamo en esta ocasión, por haber sido él tan querido de la casa Dorantes desde niño y reputado desde entonces como miembro de la familia.

“Nada decimos de las evoluciones militares, de los repetidos disparos de cañón, de los acordes melodiosos de la música militar…. Entre las muchas personas que han obsequiado al Ilustrísimo Señor Cárcamo con motivo de su consagración, se ha distinguido el Señor Mariscal González, no solo en su calidad de Presidente de la República, sinó también como amigo particular.

“En el primer concepto, para honrar la Iglesia del Salvador, ha acordado que la Tesorería general hiciese todos los gastos necesarios para la mas solemne consagración, para el decoro y adorno de la Iglesia y para el banquete que se sirvió después; ha mandado además que se repare la casa de habitación del Señor Obispo Coadjutor; adornándola y amueblándola como conviene á tan alta dignidad de la Diócesis.

“Como particular, le ha obsequiado un hermosísimo anillo con una gran esmeralda rodeada de brillantes, significándole además su distinguido aprecio con muestras muy particulares, tomando parte como padrino en todos los actos de aquel día.

“Entre las muchas demostraciones de aprecio tributados á las virtudes del nuevo Prelado, es muy notable el brindis pronunciado por el H. Señor Don Rafael Campo, antiguo Presidente del Salvador y Presidente también de la Asamblea Constituyente del mismo año, en el banquete que siguió a la consagración, y que es el siguiente:

“Señores: con gran placer brindo en esta ocasión para felicitar al Ilustrísimo Señor Cárcamo, que en la jerarquía eclesiástica á que él pertenece, ha llegado á la más elevada dignidad que puede alcanzarse entre nosotros.

“Y ese honor justamente merecido por el Señor Cárcamo, debe serle tanto más satisfactorio, cuanto que no lo ha solicitado, sinó que le ha sido conferido en premio de sus incontestables méritos y virtudes. Estas virtudes, y la ilustración y prudencia que adornan al Señor Cárcamo, son una prenda de la buena inteligencia que reinará entre las dos potestades de la Nación. Y esa buena inteligencia constituirá una de las mejores bases en que estribarán la paz y la felicidad de los salvadoreños.

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“Señores: la República, pues, y la Iglesia salvadoreña están de plácemes. Yo me congratulo de todo corazón por el fausto acontecimiento que ha motivado esta lucida y respetable reunión á la cual tuve el honor de ser invitado.

“Señores, creo que seré el fiel intérprete de vuestros sentimientos, al proponer el siguiente brindis: Porque el Ilustrísimo Señor Cárcamo tenga un pontificado largo, como venturoso.”

Don Rafael Campo, 24 de octubre de 1813 – 1 de marzo de 1890.

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VIII. Fugaz Edad de Oro de la DiócesisApenas el Ilustrísimo Señor Cárcamo recibió la consagración episcopal, manifestó las virtudes y cualidades propias del verdadero Obispo, que según la doctrina católica, se comunican por los sacramentos y se llaman gracia de estado.

Los actos de piedad, la aplicación al estudio, el celo por las buenas costumbres, la caridad con todos, la asistencia á la oficina, eran su ocupación constante.

El 26 de Noviembre, día en que se celebra el desposorio de la Santísima Virgen con San José cantó su primera misa pontifical en la Iglesia de la Presentación; escogiendo ese día y esa iglesia, ya para satisfacer su tierna devoción á la Reyna del cielo y á su santo esposo, ya para poner bajo su protección el desposorio místico que él había contraído con esta Diócesis. Dos días después publicó su primera pastoral á los fieles, llena de la más sabia instrucción y de los más tiernos afectos.

Su constante dedicación al despacho de los asuntos ordenó los procedimientos de las oficinas eclesiásticas, y terminó en breve tiempo lo pendiente ó rezagado.

Todo el clero de la Diócesis se reunió ese año en la Capital, para hacer sus ejercicios espirituales en dos tandas dirigidas por el R. P. Paul, á los cuales asistió muchas veces el joven Obispo edificando á todos con su piedad y sus virtudes.

En este tiempo se inició, y aun se hicieron los primeros estudios, el gran proyecto de construir una magnifica Catedral de hierro, que fuese correspondiente á la religiosidad del pueblo salvadoreño, en el cual tomaron parte muy activa el Supremo Gobierno, la Autoridad Eclesiástica y muchas personas distinguidas.

Como las necesidades mas urgentes radicaban en las parroquias, que, por la ancianidad del Ilustrísimo Señor Zaldaña, no habían sido visitadas canónicamente durante muchos años, el Ilustrísimo Señor Cárcamo emprendió este improbo trabajo. Visitó toda la Diócesis hasta sus más pequeñas poblaciones; administró la confirmación de más de 100.000 personas; dictó en visita oportunas disposiciones, generales y particulares, para la mejor administración parroquial; su permanencia en cada pueblo era como una misión en la que se predicaba constantemente, se administraban los sacramentos, se legitimaban las uniones ilícitas, se reconciliaban los matrimonios y familias desunidos, se examinaban escrupulosamente todos los ramos de la administración parroquial, para cuyos diferentes oficios era acompañado de suficiente número de sacerdotes.

Puede asegurarse sin peligro de errar, que esta primera época del episcopado del Ilustrísimo Señor Cárcamo fue como la edad de oro de esta Diócesis pues en ninguna otra ha estado en condiciones tan florecientes. En efecto, la iglesia

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salvadoreña tenía entonces cuanto puede desearse para el bien espiritual, y para que la religión desarrolle sus benéficas influencias en bien de la sociedad.

Tenía en el Ilustrísimo Señor Zaldaña, un anciano y santo prelado que la cubría con su sombra venerable; un Obispo Coadjutor, joven y activo obrero en todos los ramos del Gobierno; el Ilustrísimo Señor Ortiz, asilado en esta Diócesis, compensaba ampliamente la hospitalidad recibida con su celo y sus continuos trabajos en el ministerio; el Cabildo Eclesiástico era un foco de ilustración; el Seminario, esperanza de la Iglesia, tenía tres sacerdotes extranjeros llamados para regirlo e ilustrarlo; el clero regenerado en los santos ejercicios espirituales, regeneraba a su vez las parroquias en la piedad y buenas costumbres; los Reverendos Padres Jesuitas y Capuchinos misionaban por todas partes con extraordinarios frutos; las Hermanas de Caridad y las de San Antonio, dirigían numerosas escuelas de niñas; “La Verdad”, periódico religioso de gran nombre en toda Centro-América, sostenía muy alto la doctrina católica y refutaba victoriosamente los errores opuestos; respetables sacerdotes de Guatemala, alejados de su diócesis natal, venían á aumentar nuestro siempre escaso clero, y á compartir con él la administración de las extensas parroquias, que se dividieron para ser mejor administradas.

Este estado feliz de la Iglesia salvadoreña era efecto del acuerdo y perfecta armonía entre la Iglesia y el Estado, que se fundaban en el Concordato celebrado entre la Santa Sede y la República del Salvador, así como también en la franca amistad y mutuo aprecio entre las personas que estaban al frente de los negocios civiles y eclesiásticos.

El religioso pueblo salvadoreño creyó ver realizado el augurio del venturoso pontificado del Ilustrísimo Señor Cárcamo, hecho por el H. Señor Campo en su brindis del día de la consagración.

Sin embargo, pequeñas nubes que se elevaban en lejanos horizontes y algunas detonaciones que rezonaban de vez en cuando en secretas y ocultas regiones, presagiaban ya la tempestad que, con violencia vertiginosa, había de convertir muy pronto en un erial, los nuevos y florecientes planteles de la Diócesis.

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IX. El duro camino al ostracismoPocos días antes de la consagración del Ilustrísimo Señor Cárcamo, el más elocuente de nuestros oradores sagrados había dicho en una ocasión solemne, estas notables palabras: “La persecución realza la hermosura de la Religión del Dios del Calvario; porque la persecución fue su cuna, la persecución la conserva sin mancha y sin arruga, la persecución será su patrimonio hasta que los tiempos se consumen.”

Esa persecución, que debía imprimir en la mitra del Ilustrísimo Señor Cárcamo el sello de la semejanza con la misión de Jesucristo, no se hizo esperar mucho tiempo.

Aquel Gobierno, cuyos elevados principios y amplias libertades lo ponían muy por encima de todos los partidos, y lo constituían verdadero jefe, no de una parcialidad, sinó de la nación entera, descendió de su altura para entregarse solo al partido liberal. El Gobierno de Guatemala, que se había lanzado ya por la senda de la persecución á la Iglesia, con fuertes y continuas exigencias arrastró también al del Salvador al mismo término. La masonería recientemente establecida entre nosotros y eficazmente favorecida por el Gobierno, llevó a sus ocultos elavoratorios á los principales empleados del Gobierno, para combinar los planes y desarrollar los programas de su hostilidad contra la Iglesia.

Estos tres elementos, el liberalismo, las exigencias de Guatemala y la masonería, formaron el núcleo de la tempestad que descargó furiosa sobre la Iglesia.

El 5 de Abril de 1872 fueron expulsados de la República los reverendos Padres Jesuitas, sin más razón que un convenio con Guatemala.

En Junio del mismo año, fue expulsado el Ilustrísimo Señor Obispo, que acababa de recibir tantas manifestaciones de aprecio.

Un mes mas tarde, se desterró violentamente á toda la comunidad de Capuchinos, entre las lágrimas de los habitantes de Santa Tecla y de todos los católicos.

Los Ministros de Negocios Eclesiásticos que se sucedían con rapidez, promovían á cada paso cuestiones con la Autoridad eclesiástica, que ponían aun más tirantes las relaciones.

La ruina de la Capital en 1873 vino a reproducir una calma momentánea, para continuar después la persecución con mayor furor.

Se abolió de hecho el Concordato por un decreto gubernativo en Agosto de 74 sin la menor gestión cerca de la Santa Sede, y quedando por consiguiente la Mitra, el Cabildo Eclesiástico, el Seminario y la Catedral sin los medios indispensables de subsistencia.

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Terremoto de 19 de marzo de1873 en San Salvador. Convento de Santo Domingo (ubicación de la actual Catedral

Metropolitana) y al frente la actual Plaza Barrios.

Se despojó á las iglesias de los cementerios que habían construido y que les pertenecen por mil títulos, para darlos a las Municipalidades, reduciendo así el culto de las parroquias a la mendicidad.

Se dieron multitud de leyes que restringían el culto, sancionaban principios anticatólicos y quitaban hasta la libertad de conciencia.

El Ilustrísimo Señor Cárcamo en medio de esta tempestad, como el diestro piloto que se esfuerza por salvar su bajel de las ondas embravecidas, agotó cuantos medios estaban a su alcance para sacar á flote las Instituciones de su Iglesia.

Defendió sus derechos y, los principios católicos con la prudencia y fortaleza, que corresponde al Prelado ante Dios y ante los hombres. Sus exposiciones al Gobierno, sus notas oficiales, sus pastorales, sus protestas son el más brillante testimonio del cumplimiento de su deber, aun á costa de sufrir los mayores males. Puede asegurarse que el joven Obispo reprodujo en medio de su combatida Iglesia, las colosales figuras de los Atanacios, Gregorios, Crisóstomos y Ambrosios en las persecuciones de la primitiva Iglesia.

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El Cabildo Eclesiástico y todo el Clero, sin excepción alguna, se agrupó en torno de su Prelado en esos momentos supremos para cumplir cada uno su deber, si fuera necesario, hasta el martirio.

El periódico “La Verdad” exponía los principios, combatía los errores, vindicaba las calumnias, defendía los derechos con elocuencia y filosofía tan notables, que el Gobierno y los adversarios resolvieron quitar de en medio á los prelados y demás defensores de la Iglesia.

Faltaba solo un pretexto para expulsarlos; este se les presentó muy pronto, con la asonada que estalló en San Miguel el 21 de Junio, por las violentas órdenes y violenta ejecución para hacer efectivo el reglamento del Mercado. Desde luego se atribuyó al Ilustrísimo Señor Obispo y al Cabildo Eclesiástico, que aun ignoraban lo ocurrido, la causa de aquella desgracia: la prensa liberal se desató en las acusaciones y cargos más calumniosos; finalmente, sin pruebas, sin juicio, sin defensa, se decretó la inmediata expulsión del Prelado y de la mayor parte del Cabildo.

A las doce de la noche del 27 de Junio de 1875 se ejecutó ese decreto, con todo el aparato y precauciones con que suele tratarse a los grandes criminales.

El Colegio de Concepción, donde vivían el Señor Canónigo Rodríguez, Provisor y Vicario General el Señor C. Vecchiotti Secretario de la Diócesis, el Señor Orellana Canónigo de Gracia, fue rodeado de tropa; los jefes capturaron á dichos sacerdotes y, sin darles ni aun el tiempo necesario para recoger sus equipajes, fueron conducidos a la plaza, donde debían esperar al Señor Obispo.

El Ilustrísimo Señor Cárcamo, deseando ser fiel a sus deberes hasta el último ápice, demostró en esa ocasión entereza admirable en un episodio, que revela toda la energía de su carácter.

Sabido es que el Obispo, por derecho divino, está obligado á residir en medio de sus fieles y á no abandonarlos en tiempo de peligro, sinó es cediendo á la fuerza material.

Cuando el jefe ejecutor de aquellas órdenes tocó la puerta de la pieza donde estaba el Prelado, éste no quiso abrirla voluntariamente, y esperó á que fuese forzada por violencia. Cuando se le intimidó la orden de partir, contestó, sentado en una silla, que no abandonaría su Diócesis, mientras no se hiciese fuerza á su persona. El jefe entonces, bien á su pesar, le tomó con respeto su mano sagrada; pero siendo éste el signo de la fuerza, el Prelado se levantó y siguió tranquilamente a sus conductores.

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Junto con sus canónigos y otro secular, sin permitirle ni aun los familiares correspondientes á su dignidad, fue conducido á pie a orillas de la ciudad, donde le esperaba una diligencia y una escolta de doscientos hombres, que, con sus jefes y correspondientes maniobras, le condujo al puerto de La-Libertad á tomar el vapor que debía llevarles al ostracismo.

En la mañana siguiente zarpó el vapor y condujo á todos á las hospitalarias playas de Nicaragua.

Puerto de La Libertad.

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X. La hospitalidad de Chinandega, NicaraguaDesterrado de su diócesis el Ilustrísimo Señor Cárcamo y deseando alejarse de ella lo menos posible, para atender inmediatamente á sus necesidades espirituales, solicitó desembarcar en Amapala; pero el Gobierno de Honduras, aliado del Salvador, le negó la hospitalidad.

Desembarcó con sus compañeros en Corinto, puerto de Nicaragua, y se retiró a la vecina ciudad de Chinandega, que los recibió con las demostraciones del mayor aprecio y procuró suavizarles las penas del ostracismo.

Ilustración del Puerto de Corinto.

Ellos por su parte quisieron compensar á aquella diócesis, dedicándose completamente á su bien espiritual. Fundaron un colegio para la juventud, cuya dirección tomó el Señor Doctor Rodríguez: dieron varias tandas de ejercicios espirituales, que produjeron inmenso bien á todas las clases sociales; se ocuparon en la predicación y demás actos del ministerio, con lo que se reavivó el espíritu religioso.

El Ilustrísimo Señor Cárcamo, cuyo corazón paternal sufría inmensamente por las calamidades de su iglesia, elevaba continuamente como Moisés, sus oraciones y sus manos suplicantes por la felicidad de su pueblo. Pero la divina providencia había dispuesto que los sufrimientos de esta diócesis continuasen cada día mas graves, y que hiriesen el lacerado corazón de pastor con golpes mas dolorosos.

En efecto, muy pronto llegó á su noticia que el Gobierno del Salvador había expulsado al Vicario que gobernaba en su ausencia, junto con otros tres párrocos en la noche del 7 del mes de Julio, y que, conducidos á Guatemala habían sido puestos en un calabozo y deportados después a la República Mexicana.

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El Ilustrísimo Señor Zaldaña para cuya venerable ancianidad estaban reservadas tan crueles dolores, y que en sus últimos días, al encontrarse solo en medio de su perseguida diócesis, había manifestado toda la energía y prudencia de los primeros años de su pontificado, entregó santamente su alma en manos del Criador el 6 de Agosto, después de algunos días de mortal tristeza y dejando al Ilustrísimo Señor Cárcamo la herencia de su martirio.

La muerte del Obispo propio produjo entonces la completa acefalía de esta diócesis: pues la jurisdicción del Vicario, que actualmente gobernaba en su nombre, cesó ipso facto con su muerte, y el Gobierno rehusaba admitir al que el Ilustrísimo Señor Cárcamo, ya Obispo propio de San Salvador nombrara desde Chinandega.

En vista de estas dificultades y con la esperanza de un arreglo con el Gobierno, se hizo desembarcar en La Libertad al primero Vicario que había sido desterrado en Julio á la República Mexicana y que pasaba en aquellos días, como uno de sus tres compañeros de ostracismo, del puerto de San Benito al de Corinto, buscando á su Prelado.

El arreglo no tuvo lugar; y un mes más tarde, fue segunda vez expulsado de la diócesis por el Gobierno, yendo a Chinandega á aumentar el dolor de los desterrados con las noticias de las nuevas calamidades.

Casi simultáneamente llegaron á la misma ciudad otros sacerdotes centro-americanos, que, junto con los otros dos párrocos salvadoreños desterrados a la República Mexicana, se habían embarcado en Tonalá en un buque de carga. Pero de estos dos salvadoreños, solo llegó á Chinandega el Señor Presbítero Don Ignacio Jovel; pues su compañero, el Señor Presbítero Don Pío Cantarero, cediendo a las fatigas de tan penoso viaje y á las privaciones de una navegación tan difícil, murió a bordo frente á las playas de Acajutla, y su cadáver fue echado al mar, sin conseguirse sepultarlo en la tierra de la patria.

La llegada de estos compañeros de infortunio, la relación de sus sufrimientos y las circunstancias de aquella muerte tan gloriosa como sensible, llenaron á todos, principalmente al Ilustrísimo Señor Cárcamo, de la mayor consternación. Pocos días después celebraron en la iglesia parroquial de Chinandega una magnífica función religiosa á la Santísima Virgen, que los navegantes le habían ofrecido cuando estaban en el mar, é hicieron los sufragios fúnebres por la gloria del alma del sacerdote muerto con la aureola de los mártires.

En esta función que tuvo lugar el 15 de Diciembre, día de la octava de la Inmaculada Concepción de María Santísima, el ilustrísimo Señor Cárcamo celebró de pontifical

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y el Señor Provisor Doctor Don Bartolomé Rodríguez pronunció uno de sus más admirables sermones.

Fue la última palabra de su apostolado evangelio, fue el último destello de aquella inteligencia brillante que la Divina Providencia encendió en esta diócesis para salvarla de los errores religiosos en una de sus épocas más difíciles, y que iba a eclipsarse para siempre en una tumba extranjera.

El mismo día 15 de Diciembre, al terminarse la función religiosa y el responso por el padre Cantarero, el Señor Canónigo doctor Rodríguez se dirigió de la iglesia á la casa donde vivían los sacerdotes recién venidos para visitarlos. Pero á los pocos instantes de haber llegado, le acometió un ataque al corazón; transportado a una cama y asistido oportunamente, logró mejorarse del primer acceso; pero a los pocos minutos lo repitió con mayor fuerza, dejándole exánime entre los brazos y lágrimas de sus compañeros, a los 35 años de su edad.

No es posible describir el dolor que causó esta muerte en los sacerdotes desterrados, que perdieron el sabio y virtuoso prelado cuya ciencia los ilustraba, cuyas virtudes los edificaban, y cuya energía había salvado el catolicismo del pueblo salvadoreño. Pero principalmente afligió al Ilustrísimo Señor Cárcamo, de quien era íntimo amigo, cercano pariente y unos de sus más activos colaboradores en el régimen de la diócesis.

Sin embargo, parece que la Divina Providencia, satisfecha con este último golpe al corazón de la diócesis y con la inmolación de esta noble víctima ofrecida en sacrificio, iba á poner término a la prolongada serie de sufrimientos con que había esmaltado la mitra del virtuoso Señor Obispo Cárcamo en la primera época de su obispado.

Los notables acontecimientos políticos que se sucedían en San Salvador por aquellos mismos días, abrirán al Prelado las puertas de su diócesis y a los proscritos el camino de la patria.

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Chinandega significa en náhuatl “casas de tejidos de cañas”, o ranchos (China mcal-teca): de Chinamiti-cerco de cañas, Calli-casas y Tecate (gentilicio).

También, “En el cercado de caña Chinatlan. De Chinamitl-cercado de Cañas, Tecatí-vecino”.

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XI. El retorno a la patriaAsí como la concurrencia de los tres elementos arriba mencionados produjo la persecución contra la iglesia, así su separación o desaparecimiento puso término a ella.

En efecto, la influencia del Gobierno de Guatemala y sus continuas exigencias para que el del Salvador se conformase en todo á su política, se cambiaron en enemistad y en preparativos de guerra, al terminar la administración del General González en 1876. El partido liberal, dividido entre los diferentes candidatos que aspiraban al mando, y la masonería casi disuelta por las decisiones de los principales hermanos, dejaron de atizar la llama de la persecución.

Mariscal Santiago González25 de julio de 1818 (Zacapa, Guatemala) –

1 de agosto de 1887 (San Salvador)

Por otra parte, el peligro cada día más inminente de la próxima invasión por Guatemala, y la transición de un período presidencial á otro, hacían necesario para la defensa y para crear prestigios al nuevo Gobierno, entusiasmar al pueblo abatido y retraído por los ataques á su religión y á sus creencias.

Estas circunstancias obligaron al Gobierno á permitir el regreso de los prelados y aún á dejar entrever el arreglo definitivo de las cuestiones religiosas.

Así se comunicó al Ilustrísimo Señor Cárcamo y a los demás sacerdotes desterrados en Chinandega, quienes á pesar de conocer lo inseguro de estas promesas y las ventajas reales que pudieran obtener si demoraban su vuelta algunos días, el

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Prelado resolvió partir inmediatamente, obedeciendo las inspiraciones de su amor paternal.

-“Si estuviéramos en tiempo de paz, decía, debería yo esperar que el Gobierno diera á la iglesia mejores garantías; pero en tiempo de guerra, el pueblo inocente sufrirá inmensas calamidades, y debemos ir á aliviarlo y consolarlo.

Talvez pronto nos volverán a expulsar; pero nada valen nuestros personales sufrimientos, si logramos evitar algunos á nuestros diocesanos ó compartir con ellos los dolores y las desgracias.

Basta que no nos cierren las puertas de nuestra diócesis, para que volemos a auxiliarla y á favorecerla en cuanto podamos.”

El heroísmo de la caridad y de la abnegación prevaleció sobre las razones, que la prudencia humana y previsión política aconsejaban para retardar la vuelta.

Resuelta esta, fue ejecutada al instante; y en la tarde del 29 de Enero, el Ilustrísimo Señor Cárcamo con los sacerdotes salvadoreños salió de la ciudad de Chinandega al puerto de Corinto para tomar el vapor.

Todos los habitantes de la ciudad les prodigaron las muestras más expresivas de su dolor al separarse de ellos. Desde que se supo la resolución de marchar, la casa se llenó de gente de todas condiciones, que, con sus lágrimas y obsequios, manifestaba su dolor. Casi toda la población fue á encaminarlos hasta las orillas de la ciudad; muchas personas hasta el Realejo, algunas hasta Corinto, donde llegaron en la misma noche.

El día siguiente que era Domingo, después de haber celebrado el Santo Sacrificio, se embarcaron después del medio día y se alejaron de aquellas playas hospitalarias, donde habían recibido tantos beneficios y en las que dejaban dentro de un sepulcro, uno de los objetos más caros de su amor.

En la mañana siguiente llegaron á La Unión, donde el Ilustrísimo Prelado fue recibido por gran número de sus diocesanos con el mayor gusto; e invitado para desembarcar, pasó casi todo el día en aquella parroquia desprovista por algún tiempo de cura, remediando cuanto pudo sus necesidades espirituales.

Por la noche zarpó el vapor, y a la mañana siguiente ancló en La Libertad, cuya población recibió con alegres festejos á su Prelado, que pasó todo el día ocupado en aliviar los males de aquella parroquia.

El 2 de Febrero de 1876 la capital del Salvador presenció la rara coincidencia de dos notables acontecimientos. A las 2 de la tarde, el Presidente cesante entregaba

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el mando al nuevo Presidente en el Palacio Nacional, con la asistencia oficial, las ceremonias de estilo y las solemnidades legales: tres horas después, a las 5 de la tarde, el Obispo desterrado entraba á su Capital entre las aclamaciones populares y las ovaciones más entusiastas de todos los habitantes.

En la mañana había salido de La Libertad, acompañado de muchos sacerdotes y de gran número de seculares, que, al saber su desembarque habían ido a encontrarle. A medida que caminaba, crecía la comitiva, principalmente al aproximarse a Santa Tecla, á donde tuvo que ir por algunos momentos, no siéndole posible resistir á las instancias de sus vecinos.

En el punto llamado La Ceiba lo esperaba una gran concurrencia, que lo hizo subir a un carruaje cuyos caballos y arneses estaban adornados con el mejor gusto. Todo el camino estaba cubierto de arcos y de flores; las casas adornadas con cortinas y banderas; una lluvia de flores y de coronas caía sobre los desterrados; el repique general e innumerables cohetes saludan el regreso del Prelado, que bendecía al pueblo inmenso arrodillado ante él y que besaban su anillo episcopal.

Se bajó del carruaje frente al atrio de la Catedral y se dirigió a la Ermita, donde postrado ante el Santísimo Sacramento, le dio gracias por su regreso y le pidió la felicidad de su diócesis.

Se ocupó desde luego en la reorganización de todas las instituciones eclesiásticas; bendijo y habilitó para el culto la parte de la Catedral que se había puesto en estado de servicio; traslado á esta capital el Seminario, las oficinas de la Curia y del Cabildo Eclesiástico que estaban en Santa Tecla desde la ruina del 73.

Puso el mayor empeño en organizar una Sociedad de Caridad, y en que se colectasen limosnas en todas las parroquias, para auxiliar á los heridos en la guerra con Guatemala, que había estallado ya en las fronteras orientales y occidentales de la República.

El éxito de esta campaña fue adverso a las armas salvadoreñas. El Mariscal González, que entonces era General en Jefe del ejército defensor, tuvo que abandonar la República, que dirigirse al mismo puerto de Corinto, que asilarse en la misma ciudad de Chinandega y que sufrir los mismos dolorosos sacrificios, como si una mano misteriosa lo condujera por la misma senda recorrida por el Ilustrísimo Señor Cárcamo.

El Presidente recién electo cedió el mando al designado por el vencedor: el personal de la antigua administración se cambió por otro enteramente nuevo.

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Entre tanto el Ilustrísimo Señor Obispo agotaba los tesoros de su caridad y de su celo, visitaba personalmente a las parroquias más necesitadas, regaba por todas partes la resignación y el consuelo, remediaba en cuanto le era posible los graves males de su diócesis, desolada por las consecuencias inevitables de la guerra.

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XII. El encuentro con Pío IXLos primeros años del gobierno del Doctor Zaldívar fueron para la iglesia tan favorables, cuanto lo permitía la influencia directa del Gobierno de Guatemala en el nuevo orden establecido por él en el Salvador.

El Señor Presidente devolvió a la Iglesia los cementerios secularizados y la fábrica: no exigió el cumplimiento de las leyes anteriores restrictivas del culto; concedió algunos fondos para varias iglesias parroquiales en construcción; ofreció el arreglo del Concordato con la Santa Sede; acordó una pequeña renta para los gastos del gobierno episcopal, &.

Doctor Rafael Zaldívar, San Alejo

1834 – París, 2 de marzo de 1903.

El Ilustrísimo Señor Cárcamo aprovechó esta calma de la diócesis, para cumplir uno de sus deberes mas importantes.

Sabido es que todos los Obispos católicos están obligados por los sagrados Cánones a ir á Roma cada diez años. Para hacer la visita ad limina Apostolorum y para dar cuenta detallada a la Santa Sede del estado actual de su diócesis y de todos los actos de su administración.

El Ilustrísimo Señor Obispo de San Salvador tan solícito en el cumplimiento de todos sus deberes, quizo cumplir también éste al llegar al término, no solo por satisfacer su obligación, sinó porque los grandes acontecimientos de su diócesis y las circunstancias anormales de su gobierno, exigían imperiosamente su ocurso personal al Pastor de los pastores.

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Además, el anterior Gobierno del Salvador había pedido á la Santa Sede que lo separase de esta diócesis, sustituyéndolo con alguno de los sacerdotes que le proponía para la Mitra: para lo cual el Agente, enviado á Roma, había presentado falsos informes y graves cargos contra su persona y administración.

Careciendo absolutamente de recursos para el viaje, el Gobierno le proporcionó los necesarios; y el 24 de Setiembre de 1876 partió de San Salvador para Roma, acompañado de dos de sus Canónigos y de sus familiares. En el mismo vapor iba la familia del Señor Presidente de la que recibió siempre las muestras del más sincero cariño.

Después de un viaje feliz, llegó a la Ciudad Eterna el 5 de Diciembre, y tuvo el grato consuelo de asistir a los solemnes actos pontificales, con que el Vaticano celebra la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen.

El 14 saludó por primera vez en audiencia pública al Sumo Pontífice, con la impresión indefinible que siente el corazón católico, y mas el corazón de un Santo Obispo, al postrarse por primera vez á los pies del Vicario de Cristo. El Señor Pío IX lo recibió desde entonces con especial bondad, deteniéndose a hablar con él de las cinco diócesis de Centro-América.

Pío IX, 1792 – 1878.

Sin embargo estas gratas impresiones no eran suficientes para borrar del tierno corazón del Ilustrísimo Señor Cárcamo los recuerdos más sensibles de sus sufrimientos.

El día siguiente, 15 de Diciembre, aniversario de la muerte del inolvidable Señor Canónigo Rodríguez, hizo celebrar un solemne funeral por el descanso de su alma en la iglesia de los Capuchinos de Roma, que fue oficiado por la comunidad del convento y por la de los padres Carmelitas.

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El mismo día 15 presentó al Señor Secretario de la Sagrada Congregación del Concilio la relación escrita del estado actual, material y moral, de su diócesis y de todos los actos de su gobierno, con los atestados y documentos correspondientes, en la forma que los Sagrados Cánones prescriben á los Obispos, á fin de ser escrupulosamente examinada y juzgada por tan augusto tribunal.

Pero nada fue más satisfactorio al Ilustrísimo Señor Cárcamo, como la primera audiencia privada que el Señor Pío IX le concedió el mismo día.

Abrió su corazón filial con la sinceridad de un niño, en presencia del venerable Anciano, representante de Jesucristo en la tierra, para desahogarse de todas sus penas y confiarle todos sus sentimientos; y recibió después el torrente de sonsuelos que manó de los labios apostólicos. El humilde Obispo le presentó la renuncia de su Mitra, y le instó llorando a que le librase de una dignidad, para la que se creía incompetente é indigno: pero el prudente Pontífice le animó dulcemente á llevar hasta el calvario su cruz.-cruz más ligera, le dijo, que la que lleva este anciano. El Ilustrísimo señor Obispo le suplicó, que al menos dividiese el Obispado, creando otro en San Miguel para la mejor administración espiritual, y para aliviarle una carga tan superior á su debilidad: el Sumo Pontífice le contestó, que talvez sería mejor establecer un Vicariato Apostólico en San Miguel, pero que hablase de esto más concretamente con el Señor Secretario de la Congregación de Negocios Eclesiásticos.

El Señor Pío IX regaló al joven Obispo, como prenda de su especial amor, una bella medalla en la que estaba grabado su retrato: el Obispo del Salvador presentó al Sumo Pontífice la pequeña ofrenda de 5,000 francos, colectada en su pobre diócesis y en los tiempos más difíciles, para el Obolo de San Pedro, que sus

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diocesanos le enviaban como el tributo de su amor filial al Padre común de todos los católicos: el Sumo Pontífice la aceptó con expresivas muestras de aprecio, y con las frases más benévolas envió su bendición al pueblo salvadoreño. El Ilustrísimo Señor Cárcamo besó la mano y el pié de su padre en Jesucristo, bañándolos con sus lágrimas más afectuosas: el Señor Pío IX lo despidió con las expresiones más gratas, y prodigándole sus consuelos y bendiciones.

Parece que su Santidad quedó agradablemente impresionado por la vista y conversación del modesto Obispo centro-americano; pues varias veces dijo con su genial jovialidad: -“muchos vienen á pedirme mitras; pero el Ilustrísimo Señor Obispo de San Salvador ha venido á pedirme que le quite la suya.”

Todo el tiempo que el Ilustrísimo señor Cárcamo estuvo en Roma, se ocupó exclusivamente en los asuntos de su diócesis y en su bien espiritual; sin permitirse ni aun las inocentes satisfacciones que se permiten todos los católicos en Roma, para conocer los admirables monumentos de la antigüedad eclesiástica y los inmensos tesoros de ciencias y artes, acumulados por tantos siglos en aquella capital del Orbe cristiano.

Practicó la Visita ad limina Apostolorum, recogiendo todos los certificados y testimonios necesarios; consiguió de algunos Generales de órdenes religiosas la autorización y patentes, para fundar en su diócesis las cofradías respectivas; solicitó y obtuvo para su Catedral y parroquias importantes privilegios; conferenció con los altos dignatarios de la iglesia, sobre los asuntos más graves de su obispado y sobre puntos de disciplina general; se proveyó de muchos objetos del culto, de que carecía su iglesia; estudió los reglamentos y administración de varios establecimientos, convenientes á nuestra patria; finalmente se ejercitó en continuos actos de piedad, con que satisfacía su tierna devoción.

Entre tanto, la Sagrada Congregación del Concilio, habiendo examinado y juzgado todos y cada uno de los actos del gobierno del Ilustrísimo Señor Obispo del Salvador, con la exactitud rigorosa que caracteriza los procedimientos de aquel ilustre tribunal, pronunció su fallo el 18 de Enero de 1877. Este documento, autorizado por el Eminentísimo Cardenal Catarini, Prefecto de la S. Congregación y por el Ilustrísimo Señor Arzobispo de Ancira, Secretario de la misma, en el testimonio más glorioso del pontificado del Ilustrísimo Señor Cárcamo. No solo fueron aprobados, sino alabados y ampliamente aplaudidos sus actos y confirmadas sus disposiciones. El mismo Secretario de la Congregación, al entregarle el documento, lo felicitó de un modo particular, le dio la enhorabuena y refería a otros los raros méritos del joven Prelado del Salvador.

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El Sumo Pontífice, para dar al Ilustrísimo Señor Cárcamo una prueba de su satisfacción y de su aprecio, le acordó los títulos y los honores de Prelado Doméstico de Su Santidad y de Asistente al Santo Solio Pontificio y le confirió el Patriciado Romano.

Algunas sociedades científicas y literarias le honraron también con los títulos de agregación a ellas.

Concluidos sus asuntos en Roma y cumplidos otros deberes, que le imponían su piedad religiosa y su gratitud á varias personas ilustres que le habían hecho servicios importantes, regresó a su diócesis.

Después de un viaje feliz, llegó al puerto de La Libertad el 29 de Abril. Al instante que el telégrafo anunció su arribo, se comunicó á todas las parroquias, y el entusiasmo general se despertó en todos sus diocesanos.

El 1º. de Mayo entró a su Capital entre las ovaciones y públicos festejos, con que el religioso pueblo recibía siempre a su Pastor.

El Supremo Gobierno mandó que la Banda, la tropa y la artillería le hiciesen los honores. Se dirigió á la Catedral, donde se cantó un solemne Te Deum en acción de gracias.

Cuando el Prelado llegó a la ciudad, se estrenó la hermosa torre de Catedral con un repique general, cuya obra le sorprendió, pues se había trabajado activamente durante su ausencia para estrenarla á su llegada, lo mismo que los edificios anexos donde se establecieron las Oficinas de la Curia y del Cabildo Eclesiástico.

¿Qué importa á un Obispo Santo, que el mundo censure sus actos y los manche con la calumnia, si, sometidos al severo tribunal de la Iglesia, encuentran la aprobación y los aplausos que tuvieron los del virtuoso Señor Cárcamo.

Esto es precisamente el mejor signo y la prenda más segura de la eterna felicidad de los verdaderos discípulos de Jesucristo, á quienes el Salvador dijo: “Bienaventurados sois, cuando os maldijeren, os persiguieren y dijeren todo mal contra vosotros mintiendo, por mi causa. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es muy grande en los cielos.”

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XIII. Su legado a la Iglesia católica salvadoreña del Siglo XXEl viaje a Europa del Ilustrísimo Señor Cárcamo fue muy fecundo de benéficos resultados para su diócesis. Las indicaciones de la Sagrada Congregación del Concilio, el trato con los grandes prelados, el estudio que hizo de las mejores instituciones, la práctica que vio adoptada por otros obispados en circunstancias análogas á las nuestras, le inspiraron la resolución de reformar las instituciones de su diócesis, mejorarlas y crear algunas nuevas.

Desde luego, comenzó por el gobierno parroquial. Emprendió de nuevo la visita diocesana á las parroquias, casi sin haberse tomado el descanso necesario; erigió canónicamente en ellas muchas hermandades y cofradías; les distribuyó los privilegios y gracias traídas de Roma, sancionó muchas nuevas disposiciones generales y particulares para su mejor administración y reglamentó cuanto le fue posible la práctica parroquial.

Pero donde la visita canónica produjo mayores y más notables bienes fue en la Catedral, Cabildo Eclesiástico y Curia de la diócesis, que nunca habían podido ser visitados y que carecían casi de todo, porque las graves dificultades con que han luchado desde su erección, les habían impedido organizarse perfectamente y desarrollarse.

El 7 de Setiembre de 1878 el Ilustrísimo Señor Cárcamo, después de haberse asociado al M. I. Señor Doctor Don Francisco Apolinario Espinoza, Canónigo Maestreescuela de la Metropolitana de Guatemala, con el carácter de Secretario de visita, la abrió solemnemente en la S. I. Catedral con todas las ceremonias canónicas.

A pesar de la actividad y expedición del Ilustrísimo Prelado y de su Secretario, y á pesar del trabajo asiduo del V. Cabildo, que se reunía todos los días y aun dos veces al día, duró casi cuatro meses.

El Cabildo presentó un minucioso informe del estado material actual de la Catedral, y una extensa relación histórica de su reconstrucción después de la ruina de 1873 que la destruyó por completo. En dicha relación se especifican los fondos invertidos y su procedencia, su cuenta documentada, todas y cada una de las circunstancias notables de la obra, desde su principio hasta entonces.

Otro informe no menos extenso y más importante, fue presentado por el Cabildo sobre el estado económico, moral, administrativo y canónico de la misma Catedral, que, por no haber sido visitada nunca, como hemos dicho, fue necesario comenzarlo desde la erección de la diócesis en 1842, y desarrollarlo por todas sus variadas circunstancias hasta la época de la visita. Del estudio profundo de estos informes

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provinieron las acertadas disposiciones, que el Ilustrísimo Prelado decretó relativas á las necesidades y reformas del servicio de Catedral.

Además, el Cabildo tenía solamente una parte muy pequeña é imperfecta de sus Constituciones.

El Ilustrísimo Señor Cárcamo y el Capítulo emprendieron el inmenso trabajo de formarlas. Se redactó el proyecto y se discutió detalladamente en una serie de sesiones, conformándolo en todo al Derecho Canónico, á los privilegios y costumbres de las iglesias americanas, á la bula de erección, Concordato y demás peculiaridades de esta diócesis.

Aunque el Ilustrísimo Señor Obispo, instado por el Cabildo, había asistido á todas las sesiones y tomado parte muy principal en las discusiones para el solo efecto de ilustrarlas, el 7 de Noviembre de 1878 dio su decreto de aprobación, confirmación y sanción de las mismas Constituciones, en sus tres partes, diez y siete capítulos, y ciento ochenta artículos.

Antes de terminar la visita diocesana á la Catedral, decretó un nuevo reglamento para las oficinas de la Curia Eclesiástica, esto es, la Secretaría General, el Provisorato, la Tesorería y Contaduría eclesiástica, determinando los ramos y procedimientos propios de cada cual en el despacho de los asuntos.

Concluida la visita de la Catedral y cerrada con las ceremonias del Pontifical Romano, el Ilustrísimo Prelado continuó la de las parroquias y se ocupó de los demás asuntos de su cargo, hasta que otra empresa no menos importante y difícil vino á llamar toda su atención y la del Cabildo.

Los estudios hechos en la anterior visita habían demostrado evidentemente la absoluta necesidad para el desempeño del culto solemne de una Nueva Catedral, que tuviese las dimensiones, oficinas y disposición correspondientes á su categoría.

La que actualmente sirve de Catedral carece de todo eso, por haberse construido según el plano de una simple parroquia, y cuando la ciudad no tenía la importancia de hoy; por cuya razón, ni alcanza á contener la concurrencia de fieles en las grandes solemnidades, ni permite hacer las ceremonias pontificales con la expedición necesaria.

Además, la necesidad de defender la propiedad del sitio central de Santo Domingo, amenazada varias veces por el Gobierno con el pretesto de que la parroquia respectiva no podía construir en él un edificio conveniente, hizo mas urgente la empresa.

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El Ilustrísimo Señor Cárcamo, lleno de confianza en Dios y en la religiosidad de sus diocesanos, se resolvió a emprenderla, y no retrocedió ante las dificultades casi insuperables; al contrario, parecía que una inspiración superior alentaba sus esperanzas.

Comunicado su pensamiento al Cabildo, éste estudió seriamente, por medio de comisiones diferentes la posibilidad, necesidad, medios y orden de la construcción; se presentaron y discutieron los dictámenes escritos o estudios respectivos: se tomaron en consideración todas las circunstancias de la obra; finalmente el 17 de Setiembre de 1880, el Ilustrísimo Señor Obispo emitió, fundado en diez y nueve considerandos, el decreto de “construcción en esta Capital, en la manzana de Santo Domingo, de una nueva Catedral de la diócesis bajo la advocación y título del divino SALVADOR DEL MUNDO en el misterio de su gloriosa TRASNSFIGURACION, con las dimensiones y en la forma correspondientes á su categoría, y conforme á las disposiciones de los Sagrados Cánones.” [Véase Anexo 1]

Once días después publicó una carta pastoral á todos los fieles, excitando su piedad á contribuir á aquel grandioso monumento de la religiosidad nacional: el mismo dio el ejemplo, abriendo las listas con 2.000 pesos de sus pequeñas rentas, que pagó muy pronto; se organizó la Junta Directiva de la construcción; se nombró el Canónigo encargado especial de los trabajos, el arquitecto para dirigirlos, y se dio principio inmediatamente á la construcción.

El Ilustrísimo Señor Cárcamo no fue engañado por sus esperanzas.

En su decreto había dicho: “Considerando 13º.- Que la posibilidad de comenzar, continuar y concluir este templo, la iglesia la hace consistir primero y principalmente en la bendición y auxilio especiales de la Divina Providencia á las obras de este género, que, ofrecidos por una palabra divina é indefectible, han venido cumpliéndose constantemente en los siglos de la Iglesia de una manera tan admirable, que aun los mismos incrédulos han visto con asombro surgir del fondo de la miseria y de las dificultades los suntuosos templos, que, muy superiores a las conjeturas humanas, son el mejor ornamento de las poblaciones”: y además confiando en la “la piedad de los fieles salvadoreños, que, cuando se ha tratado de su culto, han hecho siempre esfuerzos admirables.” Efectivamente, con admiración de todos, aun de los mas indiferentes, la edificación del nuevo templo con el favor de Dios y con los esfuerzos del pueblo ha superado todas las dificultades, ha continuado sin interrupción sus trabajos, no le ha faltado jamás los fondos necesarios, y la hermosa Nueva Catedral del Salvador en el corto tiempo de cinco años, sobresale ya entre los más grandiosos monumentos de la República.

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El Ilustrísimo Señor Cárcamo no tendrá la satisfacción de ver concluida su obra antes de morir; pero ella será sin duda una de las más brillantes glorias de su pontificado.

Catedral de San Salvador, estrenada el 29 de junio de 1888. Su construcción fue impulsada por el Canónigo Doctor Miguel Vecchiotti.

La segunda catedral de San salvador fue destruida por un incendio el 8 de agosto de 1951.

Parece que el celo del virtuoso Prelado podía estar ya plenamente satisfecho con estas obras de tamaña magnitud, pero otra institución ocupaba casi continuamente su atención.

De nada sirven el templo y culto materiales, sinó se construye y santifica el templo espiritual de las almas, donde Dios es adorado en espíritu y en verdad. La edificación y santificación de ese templo son la labor más importante de los sacerdotes católicos, que necesitan para realizarla ser ellos mismos formados en la virtud y en la ciencia, según las reglas que la Iglesia ha determinado la fundación de los Colegios Seminarios.

Nuestro Seminario fue, puede decirse, la institución á que el Ilustrísimo Señor Cárcamo dedicó su más solícita preferencia: lo veía con la ternura e interés del padre de familia á sus propios hijos.

Despojado el Colegio de los fondos que la erección de la mitra y el Concordato le señalaron para su subsistencia, el Prelado se quitó, como suele decirse, el pan de la boca, para darlo á sus alumnos, destinando á él los dos quintos de sus escasos proventos; arregló su plan de estudios; le dio profesores competentes; organizó las juntas de colegio, conforme al Tridentino para su administración espiritual y

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material; lo trasladó á la Casa de madera; cuidó personalmente hasta de los detalles más pequeños de su economía y reglamento …

Tuvo el consuelo de ver salir de su recinto muchos sacerdotes, muy distinguidos por la brillantez de su ilustración y virtudes, que ahora son párrocos celosos y que bendicen la mano bienhechora á que deben todo lo que son.

Si se considera el valor de estas obras en sí mismas, y con relación á las circunstancias difíciles de la diócesis, tan escasa de personas, de recursos y de elementos, el Ilustrísimo Señor Cárcamo aparecería, solo con ellas, como uno de los más célebres prelados centro-americanos; pero su gloria es aun más esmaltada, por la heroica defensa que hizo de los derechos de su Iglesia en la prolongada serie de ataques dirigidos á ella durante el último período de su pontificado.

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XIV. Confrontando al liberalismo y a otras ideas anticatólicasEl divino Fundador de la Iglesia militante le predijo, que mientras peregrinara en este mundo, sería combatida continuamente por las puertas del infierno.

La Iglesia ha sufrido, sufre y sufrirá siempre ese combate, no solo en el conjunto del Catolicismo, sinó en cada una de las naciones, en cada una de las diócesis, de las parroquias y aun de las poblaciones mas pequeñas: ese combate se renueva siempre bajo mil diversas formas, según las diversas circunstancias de las épocas, de los lugares y de los acontecimientos.

Los obispos, y después de ellos los sacerdotes, ocupan los puestos más avanzados en todas esas luchas contra la Iglesia, para defender sus derechos y para escudar la fé y la virtud de los fieles.

No hay duda que la fisonomía de la persecución actual del Catolicismo en todas partes, es lanzar á Cristo de la sociedad para entronizar en su lugar al hombre, mediante la secularización de todas las instituciones sociales. Por todas partes se oye repetir aquel grito del pueblo judío amotinado frente al pretorio de Pilatos y á la vista de Cristo vestido irónicamente de Rey: -“No queremos Rey, sinó césar. No queremos que éste reine sobre nosotros.” O bien, como predijo el profeta David: “Hanse colocado los Reyes de la tierra, y se han confederado los príncipes contra el Señor y contra su Cristo, diciendo;-Rompamos sus ataduras y sacudamos lejos de nosotros su yugo.

La Diócesis del Salvador fue terriblemente combatida por esa persecución secularizadora en los 5 últimos años.

En efecto, las exigencias de Guatemala, el partido liberal y la masonería han pretendido lanzar a Cristo de todas partes por medio del ateismo social ó secularización de todas las instituciones de la República. Lanzarlo de la familia, por el matrimonio civil, de la escuela, colegios y universidades, por la enseñanza laica; de las asambleas, de los actos oficiales, de los tribunales y del ejército, por la supresión de todo acto religioso; de las ideas, de las costumbres, del carácter y creencias populares, por medio de la prensa pagada por la nación para negar lo más evidente, para profanar lo más sagrado, para apoyar y favorecer lo más absurdo y corruptor.

El Ilustrísimo Señor Cárcamo, jefe y pastor de esta Iglesia, ocupó el puesto más avanzado que le correspondía en esa lucha durante los cinco últimos años de su pontificado; y luchó contra las leyes secularizadoras de su diócesis, con el mismo denuedo con que los heroicos Obispos de la primitiva iglesia lucharon en las

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primeras persecuciones. Contra cada una de esas leyes levantó una protesta; á cada error opuso una verdad; á cada Institución enfrentó otra Institución.

Secularizada la enseñanza primaria oficial, el Señor Obispo fundó con sus propios fondos, ayudado de sus Canónigos, una escuela primaria católica en esta capital, donde la niñez encontrase la educación religiosa y donde los padres de familia cristianos pudiesen confiar sus hijos con la conciencia tranquila. Mandó a los curas que, a su imitación, fundasen escuelas semejantes donde fuese posible, u organizasen por lo menos la enseñanza de la doctrina á los niños en sus iglesias respectivas.

A la Escuela Normal Laica y a los Colegios laicos, el Ilustrísimo Señor Cárcamo opuso colegios católicos, en los que se formara la juventud en la ciencia y en la virtud. Fundo el Colegio de San Pedro y favoreció la fundación del Liceo Salvadoreño en esta capital; favoreció también la fundación del Colegio Sagrado Corazón en Santa Tecla; la del de San Juan en Chinameca; la del de Guadalupe en Sonsonate.

Frente a la prensa irreligiosa, sostenida ó subvencionada por el Gobierno, colocó la prensa católica para difundir ó defender la doctrina de la Iglesia.

Fundó una hoja suelta, titulada “La Propaganda Católica”; en la que él mismo escribía ó insertaba artículos de los mejores periodistas sobre la materia; cooperó y favoreció en mucho la fundación de “El Católico”, Periódico Religioso Semanal; aplaudió la fundación de la Librería religiosa, para la fácil difusión de pequeñas obras entre el pueblo.

Aunque convencido de la ineficacia de sus palabras al Gobierno, hizo cuanto pudo para evitar la sanción de dichas leyes, ó para conseguir su derogación después de sancionadas. Presentó varias exposiciones á las Constituyentes y á las Asambleas ordinarias; dirigió notas oficiales al Ministerio de Negocios Eclesiásticos; manifestaciones directas, oficiales y privadas, de palabra y por escrito, al Señor Presidente en las cuales empleaba la demostración y la súplica; hacía ver todos los males que causarían dichas disposiciones, y cuando había agotado todos los medios, elevaba una protesta, como el gemido de la justicia al caer herida por la fuerza.

A pesar de lo fuerte y prolongado de esta lucha, en la que han desaparecido tantas costumbres arraigadas, y tantas instituciones importantes de la Iglesia, el carácter del Señor Presidente impidió siempre las medidas violentas y los hechos personales, que suelen terminar con la prisión ú ostracismo del Prelado y del Clero.

Esa persecución, suave en la forma, pero terriblemente destructora en el fondo, hizo desaparecer por completo la Religión profesada por nuestros padres de en medio de todo lo oficial y gubernamental.

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Sin embargo, hay un oculto santuario impenetrable á la mano destructora de las persecuciones, á donde la religión eterna va á refugiarse durante las tempestades del tiempo: es la conciencia, es el corazón del pueblo, á donde no llegan violencias de la tiranía y de donde las creencias salen después puras á reconquistar su influencia en la sociedad, al pasar ó derrumbarse los poderes humanos.

El Ilustrísimo Señor Cárcamo trató siempre de guardar y de ilustrar ese sagrario con la palabra autorizada del Vicario de Cristo y con su enseñanza pastoral. Por eso dirigía al pueblo tan frecuentes pastorales, unas veces comunicándole las encíclicas, alocuciones y letras apostólicas, en que el Soberano Pontífice establece la verdadera doctrina Católica contra los errores proclamados como principios: otras veces trazándole la línea de su conducta en los conflictos creados por las leyes contrarias á la religión: unas veces exitándole al cumplimiento de los deberes cristianos; otras sosteniendo su fé ante los ataques de la irreligión.

Cada año dirigía a los fieles su palabra escrita en cinco ó seis pastorales y todos los días festivos le dirigía su palabra hablada en homilías ó sermones doctrinales.

Pero si era tan solícito en instruir y mantener el espíritu religioso del pueblo, por medio de la palabra hablada ó escrita, no lo era menos en hacer lo mismo por el ejemplo de sus virtudes y por la enseñanza viva de sus acciones.

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XV. Semblanza del Señor ObispoUna de las obligaciones mas graves de los Obispos es la ordenar de tal manera sus acciones, que puedan servir de ejemplo y de modelo de todas las virtudes á los fieles. El Apostol San Pablo escribe á su discípulo, el Obispo San Tito: -“Muéstrate a ti mismo como dechado de buenas obras en la doctrina, en la pobreza de las costumbres, en la gravedad: palabra sana, irreprensible, para que el contrario se confunda y no tenga que decir mal ninguno de nosotros.”

El Ilustrísimo Señor Cárcamo cumplió plenamente este difícil deber con el conjunto de sus cualidades, naturales unas y adquiridas otras por el estudio y la piedad.

Su fisonomía agradable, la franqueza de su carácter, sinceridad de sus palabras, cierto candor infantil que conservó toda su vida y que se manifestaba en su estilo, en su conversación y en su accionado, le atraían muy pronto las simpatías de cuantos le trataban con alguna frecuencia.

Sus costumbres domésticas eran sumamente sencillas; no admitía ningún servicio personal; él mismo limpiaba su cuarto, componía su cama, arreglaba su ropa, se hacía todos los servicios sin necesitar de criado. Jamás admitió en su casa una señora para la economía doméstica, por provecta y virtuosa que fuese. Sumamente frugal, su mesa era muy sencilla; nunca tomaba vino; siempre comía en común con sus familiares, con algunos sacerdotes, huéspedes y con varios jóvenes necesitados que recogía para protegerlos.

Su Palacio Episcopal era tan pobre que su mobiliario pudiera apenas reputarse entre las casas de tercera ó cuarta clase de la ciudad. A fuerza de repetidas instancias y de continuas observaciones que se le hacían sobre el decoro de su alta dignidad, permitió que se arreglase con alguna decencia la sala principal para los actos oficiales: todo lo demás estaba tan desprovisto, que nadie hubiera creído que era la habitación del primer Prelado de la iglesia Salvadoreña, tanto, que las personas encargadas de inventariar sus bienes después de su muerte, no pudieron valorar sus cofres, y piezas de ropa, mandaron á distribuirlos á los pobres como cosas inútiles.

En su muerte llegó á tal punto su pobreza, que, no habiendo en la casa lo necesario para el gasto ordinario, fue necesario ocurrir a medios extraordinarios. De este modo el fiel discípulo de Jesucristo profesó aquella santa pobreza de espíritu, que lo asemejó tanto a su divino maestro y a la que está prometida la bienaventurada posesión del reino de los cielos.

En cuanto a las cualidades intelectuales; fue dotado de clara inteligencia, de memoria feliz, de ingenio sutil, que cultivó con la perfección de sus estudios ánlicos y con la

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aplicación constante de toda su vida. Poseía extensos conocimientos en todas las ciencias sagradas, y además en filosofía, ciencias naturales, jurisprudencia canónica y civil, literatura, y &. Por recreo se ocupaba de preferencia en el estudio de las matemáticas para las que tenía disposiciones admirables, y de la música de su parte científica, inventando varias curiosas combinaciones matemáticas, principalmente en el canto llano del que escribió algunos métodos.

Entre sus papeles privados se encuentran multitud de manuscritos y borradores, que prueba la fecundidad de su ingenio y la abundancia de su erudición. Acostumbraba extractar lo que estudiaba, anotar lo que creía importante, confrontar las opiniones diferentes, analizar ó componer diferentes teorías.

Entre estos manuscritos, es muy curioso el diario que llevaba desde su tierna juventud, consignando cuanto hacía o sabía notable.

Su correspondencia y los documentos oficiales de su gobierno episcopal eran escritos por él mismo, lo que ejecutaba con tal facilidad, que en muy corto tiempo y acaso de una sola vez hacía una pastoral o un edicto episcopal.

Esta rapidez, el no repasar lo escrito, el borrar muy pocas palabras, el concentrarse demasiado en la materia, la abundancia de reflexiones sobre cada concepto, son la causa, bien disculpable por cierto, de los pequeños descuidos en la forma y en el estilo que se advierten en algunas de sus composiciones.

La colección de sus extensas pastorales sobre diferentes materias, de las que publicó cuatro ó cinco cada año, y la multitud de otros folletos, opúsculos y artículos que escribió, formarían gruesos volúmenes que colocaron su nombre entre los de nuestras principales notabilidades. La misma ó mayor facilidad tenía para hablar.

Su predicación, que nunca omitió en cuantas circunstancias se le presentaron, era sencilla, pero llena de doctrina, erudición y amenizada con oportunas aplicaciones y graciosas disgresiones.

En las discusiones capitulares, en las conferencias del clero, en los actos públicos religiosos, su palabra era la propia, bajo todos conceptos, del superior de la diócesis. Pero en lo que mas se distinguió siempre el Ilustrísimo Señor Cárcamo fue en la solidez de sus virtudes, y particularmente en su tiernísima piedad.

La casta pureza de su corazón y su desprendimiento de todo lo material llevaban sus pensamientos y afectos a Dios, con la fuerza espontánea con que todo ser se dirige á su centro, cuando no encuentra obstáculo o vínculo que lo retenga. Nunca omitió sus actos diarios de piedad, la meditación, el oficio divino, el santo Sacrificio, y sus oraciones; frecuentemente se le encontraba en su capilla bañado en lágrimas

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Retazos de la vida del Ilustrísimo Señor Doctor Don José Luis Cárcamo Y Rodríguez,III Obispo de San Salvador

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en presencia del Santísimo Sacramento, y muchas veces se le veía llorar con la facilidad de un niño, cuando la predicación ó la lectura, la meditación a la música, exitaba en su alma los efectos de devoción.

Su amor a Dios y el deseo de su gloria le inspiraron la fundación que hizo de varias asociaciones piadosas, como la de la guardia del Santísimo Sacramento en La Merced, la Hermandad de la Resurrección, la Sociedad de Obreros, las Conferencias de San Vicente de Paul para los sacerdotes, y la erección canónica de muchas otras cofradías en las parroquias, cuyo objeto es el amor a Dios y el exacto cumplimiento de la ley divina.

Su caridad con el prójimo se reflejaba en su celo por la salvación de las almas, en la prodigalidad que daba cuanto tenía, en su constante labor por el bien espiritual de todos, en la exactitud con que cumplía sus deberes episcopales, en sus prolongados y dolorosos sacrificios por defender la fe y la piedad de su diócesis.

Los mismos enemigos gratuitos de la Iglesia que registran con ojos de lince las acciones más ocultas de los sacerdotes no encontraron jamás en las del Santo Prelado del Salvador los reproches, que con tanto afán desean encontrar para arrojarlos a la frente inmaculada de la Iglesia de Jesucristo. La misma prensa anticatólica, (con pocas excepciones, pero muy honrosas para la Iglesia) ante el ferretro del Señor Cárcamo no le negó el tributo de su alabanza y de sus respetos.

Estas virtudes privadas y episcopales del Santo Prelado del Salvador son la causa de la veneración y aprecio, que el clero y el pueblo de la diócesis tuvieron siempre á su sagrada persona; son el secreto resorte que ha movido tan fuertemente todos los corazones cristianos de nuestra patria para tributarle sus afectos más espontáneos y sus demostraciones más sinceras de estimación, al tiempo de su prematura e inesperada muerte.

Monseñor José Luís Cárcamo y Rodríguez, 21 de noviembre de 1836 –12 de septiembre de 1885.

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XVI. El pueblo católico salvadoreño dice adiós a su PastorEl método de vida seguido por el Ilustrísimo Señor Cárcamo, á saber, de continua ocupación mental, de penosos sufrimientos por la situación difícil de su diócesis, de privación absoluta de todo cuanto repara las fuerzas físicas, como ejercicio, baños, descanso, distracciones, &, debilitaba de día en día su salud, agravando una enfermedad crónica que padecía.

Olvidado de sí mismo para atender al cumplimiento de su cargo, no se medicinó a tiempo ni con regularidad; por lo que su enfermedad tomó cuerpo, llegando á atormentarle con violentos dolores y con frecuentes accesos.

A pesar del decaimiento de sus fuerzas, el Ilustrísimo Señor Obispo no moderaba sus trabajos ni sus actos de devoción.

Desde principios del año corriente su enfermedad tomó proporciones considerables y su semblante revelaba ya el mal estado de su salud; por cuya razón los médicos le aconsejaron trasladarse temporalmente a Santa Tecla, cuyo clima le era más favorable y donde tomaba más descanso.

Sus temporadas eran sin embargo muy cortas; y volviendo á sus acostumbrados trabajos, pronto perdía las fuerzas adquiridas, hasta que á principios de Setiembre de este año, la enfermedad se presentó con carácter de alarmante gravedad.

Trasladado a Santa Tecla, no consiguió la mejoría que otras veces había sentido; al contrario, se gravó tanto que el 10 de Setiembre se le administraron los santos sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía.

Estos actos, que suelen causar tanto miedo en los cristianos olvidados de Dios y de sus intereses eternos, fueron de grandísimo consuelo para el virtuoso Prelado, que se había siempre inspirado en la piedad y vivido de la fé.

“El Católico”, al publicar este hecho, dijo: “Las virtudes del Ilustrísimo Prelado han sido acrisoladas y esmaltadas con el sufrimiento más resignado y la paciencia más heroica. En los continuos dolores y en las penas terribles de su enfermedad, no se le ha oído otras palabras que las que la piedad y la fé inspiran en las almas verdaderamente cristianas.

“El diez del corriente (Setiembre) á las cinco de la tarde, después de haber recibido el santo sacramento de la Penitencia con la devoción acostumbrada, recibió el sagrado Viático, que le fue administrado con la solemnidad conveniente á su alta dignidad.

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“Todo el Cabildo Eclesiástico, el clero residente en ambas ciudades, el colegio Seminario y multitud de personas de todas clases, formaron la larga procesión que acompañó al Santísimo Sacramento…..

“El Ilustrísimo Prelado recibió á su Dios, en forma de Viático, con disposiciones verdaderamente edificantes. Olvidado de sus sufrimientos ó como si hubiesen cesado sus dolores para ceder el lugar á los consuelos espirituales, se preparó con los afectos y actos convenientes, hizo la protestación de la fé, recibió la sagrada forma con la mayor humildad y después dio gracias con recogimiento y abundancia de lágrimas.

“Es imposible expresar los consuelos, la energía, la felicidad que ese divino Sacramento comunica á las almas, que, como la del Ilustrísimo Señor Cárcamo, viven de la fé y se nutren del espíritu cristiano.

“Momentos después de haberse retirado la procesión, el Ilustrísimo Prelado dijo á uno de los canónigos que estaba á su lado: -“Solo el gusto que he sentido al recibir el Sagrado Viático, vale más que todos los dolores de mi enfermedad. Bien pudiera uno desear enfermarse, sólo por tener la dicha de viatificarse.”

Desde ese día se advirtió en él mejoría y reanimación; pero en la madrugada del doce sobrevino tal gravedad, que se le administró el santo Sacramento de la Extrema – Unción.

Habiendo comenzado poco después la agonía, se le rezaron las preces de la Iglesia, se le aplicaron las indulgencias de las varias hermandades, de que era socio, y se le auxilió con los actos y afectos convenientes, que el virtuoso Prelado acogía con señales de asentimiento, pero que apenas podía ya repetir.

A las cuatro de la tarde, después de algunos instantes de penoso sufrimiento, entregó su alma tranquilamente a Dios, entre las oraciones y lágrimas de casi todos los sacerdotes de ambas ciudades arrodillados alrededor de su lecho.

El Ilustrísimo señor doctor don José Luis Cárcamo y Rodríguez falleció a los 48 años, nueve meses y veintidós días de su edad; y á los quince años de su pontificado.

Al instante que el doble de las campanas anunció la triste noticia, y cuando su cadáver fue revestido con los ornamentos pontificales, toda la población de Santa Tecla dio las muestras del mayor sentimiento, y vino á prodigarle las demostraciones de su dolor.

A pesar de las reiteradas instancias de muchos vecinos para que fuera inhumado en dicha ciudad, en la que fue ordenado y cantó su primera misa, que fue su primera parroquia y el lugar de su muerte, el V. Cabildo Eclesiástico resolvió su inmediata

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traslación á San Salvador, para que los funerales y entierro se hiciesen en la Catedral.

A las nueve de la noche llegó el cortejo fúnebre en carros del ferro-carril, y fue recibido en la estación por casi todos los habitantes de la Capital con muestras del más general sentimiento.

Embalsamado el cadáver, se expuso en el palacio episcopal por espacio de cuatro días, durante los cuales fue objeto de la veneración del clero, que diariamente le hacía sufragios privados, y del pueblo, que de todas las poblaciones de la diócesis ocurrió para manifestarle los sentimientos filiales que supo inspirar su solicitud paternal.

El Supremo Gobierno, la Asamblea Constituyente, el Poder Judicial, las corporaciones nacionales, el Cuerpo Diplomático, todas las clases de la sociedad, la prensa de todos los partidos, tributaron al virtuoso Prelado del Salvador los homenajes de su aprecio.

Los días 16, 17 y 18 se celebraron en la Catedral los más expléndidos funerales que acaso ha habido entre nosotros, por el número de sacerdotes que intervino, por la asistencia de todos los poderes, por la decoración del templo y del catafalco, por la solemnidad de las ceremonias y por el inmenso concurso de todas partes, que no pudo caber en la amplitud del templo.

Concluidos todos los oficios, de los restos mortales del Ilustrísimo Señor Cárcamo fueron sepultados en el presbiterio de Catedral, al lado del Evangelio, junto al trono episcopal.

Sería muy difícil describir, ni aun solo enumerar, las muestras del dolor religioso del pueblo salvadoreño por la muerte del sabio y santo Pastor, que, por tantos años y con tanto acierto, le gobernó en lo espiritual. La extraordinaria explosión de ese sentimiento popular solo puede explicarse, por la fuerza misteriosa con que la religión une los corazones creyentes con los pastores de la Iglesia, que, verdaderos representantes de Jesucristo, lo imitan en su caridad y en sus virtudes.

En todas las iglesias de la diócesis el pueblo hizo funerales respectivamente magníficos, y aun en las poblaciones donde no hay iglesia, los vecinos se reunieron para hacer novenarios en común, el número de comuniones y de sufragios ha sido extraordinario; por muchos días se ha vestido luto general en todas partes; no ha podido publicarse en las columnas de “El Católico”, á pesar de ocuparse casi exclusivamente de esta materia en varios números, la multitud de artículos necrológicos, descripciones de funerales, poesías, inscripciones, extractos de

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oraciones fúnebres, Biografías, manifestaciones de dolor, &, &, que la Redacción ha recibido de todas partes.

Este amor y bendiciones del pueblo al sabio y virtuoso Señor Obispo Cárcamo, son el premio en este mundo prometido por Dios al sacerdote fiel, que, durante su vida, cumplió perfectamente los deberes que le impuso su soberana Voluntad. Por eso dice el Espíritu Santo: He aquí el gran sacerdote, que agradó a Dios durante sus días; por eso el Señor le hizo crecer ante su pueblo y le dio la bendición de las naciones.

El dolor de los católicos salvadoreños en la muerte de tan santo Pastor, solo puede compararse con el amor que le tuvieron en vida. Sin embargo, este dolor no es como el de aquellos que no tienen esperanza; sinó que, iluminado por la fé, se resigna con la gloria de que el alma bienaventurada goza en el cielo, y con la confianza de su eficaz intercesión por los que luchan sobre la tierra.

Por esto, aun enmedio de su dolor más intenso, puede repetir estas palabras sagradas:

“Sacerdote y Pontífice lleno de virtudes, Pastor amoroso de tu pueblo, ruega por nosotros al Señor.”

R. I. P.

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B. MUERTE DEL OBISPO Y HONRAS FÚNEBRES EN SAN SALVADOR

I. Muerte del Ilustrísimo Señor Obispo

Desde la cinco de la tarde del jueves diez del corriente, hora en que el Ilustrísimo Prelado recibió el Sagrado Viático, se advirtió en él notable mejoría y

reanimación. Pero en la madrugada del doce sobrevino una gravedad tan alarmante, que se creyó necesario administrarle el santo sacramento de la Extrema unción, lo que ejecutó el M. I. Señor Provisor.

Al saberse esta noticia en Santa Tecla y en San Salvador, multitud de personas acudió a la casa del ilustre enfermo, manifestando sus afectuosos sentimientos y sus deseos de servirle.

Todo el Cabildo Eclesiástico, los sacerdotes residentes en ambas ciudades, muchos curas y seminaristas acudieron también cerca de su Prelado.

Desde la mañana del doce en que comenzó la agonía, se le rezaron varias veces las preces de la Iglesia destinadas para ese caso, y se le aplicaron muchas indulgencias plenarias.

El Canónigo que le auxiliaba permaneció á su lado, suministrándole de tiempo en tiempo los afectos y preces con que en esos momentos supremos, el alma debe fijarse solo en su Criador á cuya presencia va a comparecer; afectos y preces que el virtuoso Prelado acogía con señales de asentimiento, pero que apenas podía ya repetir.

A las cuatro de la tarde, después de algunos instantes de penoso sufrimiento, entregó su alma tranquilamente á Dios, entre las oraciones y lágrimas de muchos sacerdotes arrodillados alrededor de su lecho.

Un lamento general resonó en toda la casa y en la calle: pero el cuarto donde estaba el cadáver, ocupado solo por la familia, los sacerdotes y el Clero, presenció las escenas más tiernas y las expresiones más sinceras de amor y de veneración al Santo Prelado.

Entre tanto, el doble solemne en todas las iglesias anunció á la población el fallecimiento, y puede asegurarse que fueron muy pocas las personas de la ciudad que no acudieron inmediatamente á la casa mortuoria, á pesar de que á nadie se permitía ver el cadáver hasta estar completamente revestido.

Todos los sacerdotes deseaban obtener la satisfacción de que se les permitiese ejecutar personalmente esta operación; pero se reservó solamente á los hermanos

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y clérigos familiares del Señor Obispo, quienes la hicieron con la mayor ternura y veneración.

A las seis de la tarde, el cadáver revestido con ornamentos pontificales, fue trasladado al salón principal para exponerlo á la veneración del pueblo, que en grandes grupos iba á regarlo con sus lágrimas, á besar sus manos ó sus pies, y a colocarle flores.

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II. Manifestación del Supremo GobiernoUno de los primeros actos del Cabildo Eclesiástico, inmediatamente después de la muerte del Ilustrísimo Señor Obispo, fue el de dar aviso oficial al Supremo Gobierno por medio del telégrafo.

Tan pronto como lo recibió el Señor Presidente de la República, que en la anterior visita que hizo al Señor Obispo en Santa Tecla había manifestado el mayor interés por su salud, dictó las providencias que juzgó convenientes en tan graves circunstancias.

Pocos momentos después, el Señor Presidente contestó y puso el siguiente telegrama:

“Por telégrafo del Palacio, Setiembre 12 de 1885.

“Recibido en N. S. Salvador, á las 6 h. 47 m. p.

“Señor Presbítero Miguel Vecchiotti:

Con profunda pena me impuse de la muerte del Ilustrísimo Señor Obispo, y en el instante mandé a los señores Ministros de Cultos y de Gobernación á esa ciudad en representación mía, para que manifestaran al Cabildo Eclesiástico y á la familia del Señor Obispo el dolor que sentía por la lamentable pérdida, que acababa de sufrir la Iglesia con la muerte de tan ilustre hijo como virtuoso Prelado. Así mismo hice que se diera un acuerdo en este sentido, y disponiendo los honores fúnebres que deben tributarse, tanto civiles como religiosos.

Mañana yo mismo iré á hacer presente mi más sentido pésame.- Su afectísimo.

Francisco Menéndez.”

En el mismo día emitió el siguiente acuerdo:

MINISTERIO DE CULTOS

____ . ____

FRANCISCO MENENDEZ

General de División y Presidente Provisional de la República,

Considerando:

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Que en estos momentos se ha participado á este Gobierno la triste nueva de la muerte del Ilustrísimo Señor Obispo de la Diócesis, Doctor Don José Luis Cárcamo y Rodríguez, ocurrida en esta misma tarde en la Nueva San Salvador; y que cumple á su deber y sentimientos le sean tributados á tan venerables restos los honores debidos,

DECRETA:

1º. Que el Señor Ministro de Cultos, en unión del de Gobernación pasen inmediatamente á aquella ciudad, a dar el pésame a la familia y á disponer los funerales en la forma que corresponde á la dignidad del ilustre finado; cuyos funerales serán costeados por la Nación.

2º. Que el pabellón sea puesto á media asta en todos los edificios públicos hoy y mañana;

y

3º. Que todos los empleados tanto civiles como militares, lleven luto los días 13 y 14 de los corrientes.

Dado en San Salvador, á doce de Setiembre de mil ochocientos ochenta y cinco.

Francisco MenéndezPor ausencia del Señor Ministro de Cultos,

El Sub – Secretario del Ramo;Manuel Pacas.

General Francisco Menéndez,3 de diciembre de 1830 – 22 de junio de 1890.

Presidente de la República de El SalvadorPresidente Provisorio: de junio de 1885 al 1 de de marzo 1887

Presidente de la República: 1 de marzo de 1887 al 22 de junio de 1890

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A las siete de la noche llegó a Santa Tecla el Señor Ministro de Gobernación, y manifestó al Señor Canónigo Presidente del Cabildo Eclesiástico, en nombre del Señor Presidente de la República, los sentimientos de la más sincera condolencia y sus deseos de hacer todo lo necesario para la mayor solemnidad de los funerales. Lo mismo hizo el Señor Ministro Pacas en San Salvador, pocos momentos después de haber llegado el cadáver á la ciudad.

A continuación llegó el Señor Presidente al Palacio Episcopal, donde permaneció mucho tiempo informándose de todas las circunstancias, y manifestando el mayor interés por todo lo relativo al ilustre difunto.

La Iglesia salvadoreña representada por el venerable Cabildo Eclesiástico, nos ha encargado hacer pública la manifestación de su gratitud al Supremo Gobierno, por estas demostraciones de su aprecio al dignísimo Prelado de la Diócesis.

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III. Asistencia médica al Ilustrísimo Señor ObispoMuy digna de especial mención es la asistencia médica que los principales profesores han dado al Ilustrísimo Señor Obispo, sin omitir ningún recurso del arte ni molestia personal, á fin de mejorarle ó de aliviar sus sufrimientos.

Los Señores Doctores, Don Miguel Velasco, Don Rafael Izaguirre, Don Nicolás Tigerino, Don Manuel Gallardo y demás Doctores que lo vieron, han manifestado solícito interés por su salud, y se han prestado á todo con la mejor buena voluntad.

Doctor Manuel Gallardo, 6 de mayo de 1826 - 26 de junio de 1913,

Rector Universidad de El Salvador, 1859-1861.

Doctor Nicolás Tigerino Rector Universidad de El Salvador,

1877-1881 y 1885-1887.

En especial el Señor Doctor Don Francisco Guevara, primer médico de cabecera, cuyos conocimientos profesionales y dedicación al estudio son de todos conocidos, sirvió al Ilustrísimo Señor Obispo en su última enfermedad, no solo con el esmero propio del buen médico, sinó con el cariño que le inspira su antigua y cordial amistad.

En los últimos días casi se trasladó a Santa Tecla, para prestarle oficios extraños a su profesión y solo propios de la familia o del amigo.

El Señor Doctor Guevara no contento con esto, aceptó el penoso encargo de embalsamar el cadáver; lo que ejecutó al día siguiente de la muerte, acompañado del Señor Cirujano dentista Doctor Don Alejandro Cromeyer y de sus practicantes

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con el religioso respeto correspondiente á la consagración del cadáver en que operaba.

El sistema adoptado por el Doctor Guevara para este embalsamamiento, es uno de los más apreciados y de mejores resultados que emplea la ciencia moderna. Según este procedimiento, sin extraer del cadáver mas que lo muy poco absolutamente necesario, preserva todo lo demás durante largo tiempo.

En nombre del V. Cabildo Eclesiástico y de la familia, que nos lo ha encargado expresamente, y en nombre de todo el clero y verdaderos católicos, cuyos sentimientos creemos interpretar fielmente, damos las más sinceras gracias á todos los Señores Doctores que han asistido con tanto esmero al dignísimo Prelado.

Especialmente al Señor Doctor Don Francisco Guevara, cuyo amor al Señor Obispo, filiales servicios y religiosos sentimientos, han comprometido altamente la gratitud de todos los que tanto amamos á nuestro bienaventurado Pastor.

Santa Tecla, Plaza Principal.

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IV. Traslación del cadáver a San Salvador A pesar de las repetidas instancias de muchos vecinos de Santa Tecla, para que los restos del Ilustrísimo Señor Cárcamo fueran inhumados en la Iglesia de Concepción de dicha ciudad, fundándose en que allí descansan los del Ilustrísimo Señor Zaldaña, que en esa población fue ordenado y cantó su primera misa, que fue su primera parroquia, que es el lugar donde ha muerto, el Venerable Cabildo Eclesiástico, limitándose á dar las gracias por estos sentimientos de amor filial, resolvió su inmediata traslación á San Salvador, para que los funerales y entierro se hiciesen en la Catedral.

Gracias a las buenas disposiciones y actividad del Señor Don José María Suárez, empleado principal de la empresa de Wagones, se alistaron inmediatamente todos los carros expresos que debían formar el cortejo fúnebre.

Se colocó delante un carro grande, desocupado de los asientos de en medio, destinado a recibir el ataúd, que se procuró iluminar y adornar convenientemente. Detrás de este venían tres wagones mas, para el acompañamiento.

Como a las siete y media de la noche, hora en que estuvieron listos, el cadáver se colocó en el ataúd; y acompañado de una inmensa concurrencia que llevaba multitud de luces, y que siendo imposible ordenar, rezaba, lloraba y hacía toda clase de demostraciones de sentimiento, fue trasladado de la casa mortuoria á la estación.

El ataúd fue puesto en el centro del carro principal sobre un tapete negro; alrededor tomaron asiento los señores canónigos, párrocos, sacerdotes, clérigos, y los tres hermanos del Señor Obispo.

Muchos traían cirios encendidos, y todos comenzaron a rezar en común el Rosario.

El señor Suárez tuvo la cortés atención de conducir personalmente este carro que abría la marcha, con las muestras del más profundo y religioso respeto. A su imitación, hicieron lo mismo todos los demás empleados subalternos.

Cuando todo estuvo listo y el acompañamiento había ocupado sus asientos en los carros de atrás, el cortejo fúnebre comenzó á caminar pausadamente, entre el llanto y los gritos de la inmensa multitud agrupada en torno de los Wagones, que se despedía para siempre de su amado Pastor.

Al salir de la población, donde quedaron todos los que seguían á pié, aumentó la velocidad de los carros retardándose o parándose solamente en los lugares poblados y en las estaciones.

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No podemos menos de consignar públicamente un voto de gratitud á los señores empleados del ferro-carril, y principalmente al primero de ellos, el Señor Don José María Suárez, por sus importantes servicios a la Iglesia en esta ocasión, y por sus muestras de aprecio al primer Jefe de la Iglesia del Salvador.

Pocas veces se ha visto entre nosotros una manifestación popular más espontánea, más general, más conmovedora, que la hecha por los habitantes de esta capital, al ingresar en ella el cadáver de su venerado Pastor.

Muy antes de llegar a la estación, multitud de personas se había adelantado á considerable distancia para encontrarle con cirios en las manos, de modo que los trenes podían apenas caminar y muchas veces se veían obligados a parar.

Al llegar, todas las calles estaban materialmente llenas de gente y parecían ríos de luces. El ataúd se transportó del carro a una cama, anteriormente preparada y adornada con insignias fúnebres.

La banda militar y una parte de la guarnición hicieron los honores y se colocaron atrás de la procesión. El clero ocupó su lugar y entonó el salmo Miserere. La concurrencia, a pesar de los esfuerzos hechos para ordenarla, comenzó á caminar hacia el palacio episcopal, llenando varias cuadras de extensión.

No obstante la lluvia, la hora avanzada, pues era después de las nueve de la noche, y la larga distancia, la concurrencia compuesta de las principales familias y de todo el pueblo, llegó hasta el Palacio, siendo imposible poder penetrar en él.

El ataúd cerrado se colocó en el salón principal bajo un pabellón blanco y sobre una mesa cubierta en paño blanco, estando colgado de negro el resto del salón y todo el palacio.

Como no podía exponerse el cuerpo á la veneración del pueblo, sinó hasta los días siguientes, después de embalsamado y revestido conforme al Pontifical, la mayor parte de la gente se retiró, quedando muchas personas toda la noche para velarle y hacer los servicios que se necesitasen.

¡Ojalá que el Ilustrísimo Señor Cárcamo, tan amante de su Iglesia durante su vida, ahora que está en el cielo reciba estas lágrimas, estas oraciones, estos dolores, estas demostraciones de sus diocesanos, y que su intercesión poderosa consiga para nuestra desgraciada patria las bendiciones de Dios, sin las cuales es imposible el progreso y bienestar de los pueblos!

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Coronel José María San Martín, 29 de marzo de 1811, Nacaome,

Honduras – 12 de agosto de 1857, Chalatenango, El Salvador.

Escudo de Nueva San Salvador (Santa Tecla), fundada el 8 de agosto de 1854, por Decreto del Presidente

José María San Martín.

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V. Disposiciones capitulares.El Venerable Cabildo Eclesiástico, á quien pasa la jurisdicción ordinaria en toda la Diócesis desde el instante en que fallece el Ilustrísimo Señor Obispo y que la ejerce in solidum hasta que elige al Vicario Capitular, se ha ocupado desde el momento de la muerte del Señor Obispo en disponer todo lo referente al solemne funeral.

Hemos conseguido para su publicación, la parte del acta de la sesión extraordinaria habida el 13 de Setiembre en la Sala Capitular con asistencia de todos los señores canónigos.

Dice así:

“El Venerable Cabildo Eclesiástico, bajo la impresión del más profundo dolor por la sensible muerte del Ilustrísimo Señor, Doctor Don José Luis Cárcamo y Rodríguez, Obispo de esta Diócesis, acaecida en Santa Tecla ayer á las cuatro de la tarde; y considerando que uno de sus primeros deberes es disponer todo lo necesario, á fin de que sus funerales sean correspondientes á su altísima dignidad y excelentes méritos, acordó:

1º. Que el cadáver embalsamado y revestido de pontifical, permanezca en la capilla mortuoria expuesto a la veneración de los fieles hasta el miércoles a las cuatro de la tarde; en cuyo tiempo será velado continuamente por el clero, turnándose de cuatro en cuatro según la lista aprobada; y se harán oficios fúnebres privados, el lunes por el Cabildo Eclesiástico, el martes por la parroquia rectoral de La Merced, el miércoles por la parroquia rectoral de Santo Domingo; sin perjuicio de que todos los sacerdotes que quieran, pueden celebrar sus misas privadas en la capilla mortuoria del Palacio Episcopal.

2º. Que el Cabildo Eclesiástico haga por sí la invitación para los funerales:

3º. Que a las cuatro de la tarde del miércoles, el cadáver sea conducido procesionalmente por las calles designadas en el itinerario prescrito á la Santa Iglesia Catedral, donde se cantará la Vigilia y el Señor Canónigo Teólogo pronunciará la oración fúnebre en latín, según el mandato del Ceremonial de Obispos:

4º. Que a las 9 a.m. del juéves, el Cabildo Eclesiástico cante todo el oficio de difuntos en tono coral y celebre solemnemente la Misa de Réquiem; después de la cual el Señor Presbítero Doctor Don Manuel Francisco Vélez pronunciará la oración fúnebre en castellano, y cuatro Señores Canónigos cantarán los responsos pontificales:

5º. Que el mismo día a las 5 de la tarde, después de los oficios y últimos sufragios, el cadáver sea inhumado en el presbiterio de la Catedral, junto al Trono Episcopal:

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6º. Que para la ejecución de las anteriores disposiciones, los señores canónigos sean comisionados en la forma siguiente: Para el luto y adornos en la Iglesia, catafalco y cera, el Señor Canónigo Tesorero; para la música y embalsamamiento del cadáver y construcción de la bóveda del sepulcro, el Señor Canónigo Penitenciario; para la oración fúnebre en latín y para la distribución de invitaciones, el Señor Canónigo Teólogo:

7º. Que el Señor Subdiácono Doctor Don José María López Peña, sea nombrado Maestro de Ceremonias específico, para que dirija todos los oficios fúnebres, haciendo observar estrictamente el Pontifical y Ceremonial de Obispos.

8º. Que se avise oficialmente a todos los señores vicarios y curas de la Diócesis, exortándoles para que cada uno con sus feligreses hagan las honras fúnebres del Prelado en sus respectivas iglesias conforme á las inspiraciones de su piedad, y se invite á los que puedan venir á los oficios de la Catedral, dejando sus parroquias encargadas convenientemente.

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VI. El Señor Gobernador del Departamento y la Municipalidad de esta ciudadEl Señor Gobernador del Departamento y la Municipalidad de esta ciudad tuvieron una sesión extraordinaria el 13 del corriente, con el objeto de manifestar al Venerable Cabildo Eclesiástico su condolencia por la muerte del Ilustrísimo Señor Obispo, Doctor Don José Luis Cárcamo y Rodríguez.

Habiendo acordado hacerlo personalmente, el Señor Gobernador y todos los individuos presentes de la Municipalidad se dirigieron al edificio de la Curia, como a las diez de la mañana, hora en que los Señores Canónigos tenían sesión extraordinaria en la sala capitular.

Anunciada la visita, el Cabildo suspendió su sesión y se dirigió a la sala del Provisorato, donde fue recibida.

El Señor Gobernador manifestó con los términos más corteses la profunda impresión que había causado el desaparecimiento de un Prelado tan ilustre, y que presentaba á la Iglesia Salvadoreña las demostraciones del duelo popular. El Señor Presidente del Cabildo contestó, manifestándole el agradecimiento de la Iglesia y su satisfacción, al ver que los representantes de un pueblo tan católico sabían interpretar tan fielmente la piedad filial de esta población.

Después de algunos momentos de recíprocas demostraciones de aprecio, el Señor Gobernador y la Municipalidad se despidieron, acompañándoles hasta la salida los Señores Canónigos, que volvieron después á la Sala Capitular.

Antiguo Palacio Municipal de San Salvador

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Retazos de la vida del Ilustrísimo Señor Doctor Don José Luis Cárcamo Y Rodríguez,III Obispo de San Salvador

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VII. Traslado del cadáverLa traslación á la Catedral del cadáver del Ilustrísimo Señor Obispo se verificó en la tarde del miércoles, con la mayor solemnidad y con extraordinaria concurrencia.

Se colocó sobre un lecho primorosamente adornado, y dispuesto de manera que pudiera ser conducido por ocho personas.

A la hora señalada salió procesionalmente de la Catedral bajo la cruz capitular el Cabildo Eclesiástico, acompañado del Clero, guardando el orden de precedencia según la dignidad ó grado, esto es, los vicarios, los párrocos, los sacerdotes, los ordenandos, los seminaristas y los colegiales de San Pedro. El Muy Ilustre Señor Canónigo Penitenciario presidió este acto, lo mismo que todos los demás, por indisposición del Señor Canónigo Tesorero.

Llegado al Palacio Episcopal, se cantaron las preces, se levantó el cadáver por los ocho sacerdotes señalados para conducirlo y comenzó a desfilar la procesión.

La multitud inmensa que la componía y que se puede asegurar no haberse visto igual entre nosotros en circunstancias análogas, impidió que se ordenase y marchase con regularidad, a pesar de que se amplió más la extensión de su carrera para evitar la aglomeración. Solamente los colegios de ambos sexos que abrían la marcha y las corporaciones que los seguían, pudieron conservar alguna regularidad; todo lo demás fue una masa compacta.

Al llegar á la Catedral mucha gente tuvo que retirarse ó quedarse fuera, pues la capacidad de su recinto no fue suficiente para contener todos los asistentes. El mismo Señor Presidente de la República y varios altos empleados de su Comitiva encontraron tan obstruido el paso á sus asientos, que se volvieron de la puerta. Lo mismo sucedió a muchas personas invitadas, sin que pueda culparse á los comisionados de ordenar la procesión, por haberles sido imposible contener el movimiento.

Elevado el lecho sobre el magnífico túmulo erigido en el centro de la nave principal, el clero cantó la Vigilia oficiada perfectamente por la orquesta.

El Señor Canónigo Teólogo, Doctor Don Adolfo Antonio Pérez, pronunció con las dotes oratorias que le son propias, la oración fúnebre en latín desarrollando este testo del Eclesiastés: “He aquí el gran sacerdote que agradó a Dios en los días de su vida, que fue encontrado justo y que fue hecho reconciliación en el tiempo de castigo.”

Con este acto se terminaron los oficios fúnebres vespertinos, sin que el pueblo abandonase el cadáver de su venerado Pastor, que fue velado toda la noche.

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Al recordar la modestia del Ilmo. Señor Cárcamo y la profunda humildad con que huyó siempre de las grandezas humanas, y al presenciar la brillante ovación que le hacen sus hijos cuando ya no puede impedirlo, vemos cumplido una vez más aquella palabra infalible del Evangelio: “El que se humilla, será enzalsado.” Esta exaltación de la humildad se verifica no solamente en el cielo, sinó también sobre la tierra, cuando la luz de la verdad desvanece las negras sombras del error y de las pasiones.

Doctor Adolfo Pérez y Aguilar,20 de marzo de 1839 – 17 de

abril de 1926.

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VIII. Decoración de la iglesia y el túmuloEl Canónigo encargado de esta comisión suplicó al Señor Presidente del Consejo General de las Conferencias de San Vicente de Paul disponer lo relativo al luto de la iglesia.

A los socios de ambas conferencias, ayudados por las señoras de la Sociedad Católica, se debe la hermosa decoración de la Catedral para los funerales del Ilustrísimo Señor Obispo.

En el cielo de la nave principal se fijaron siete coronas fúnebres á igual distancia unas de otras, y de cada cual pendían cuatro largas cortinas negras, que se abrían y terminaban en cuatro puntos de las cornizas.

Las columnas estaban también cubiertas de negro desde el capitel hasta la base, y en medio de los arcos intercolumnarios otras coronas de ciprés suspendían las cortinas, que llegaban hasta la imposta del arco. Este cortinaje correspondía enteramente con el de las columnas y arcos de las naves laterales.

De las arandelas de las columnas pendían largos colgantes de ciprés y de flores blancas.

El pavimento se enlutó con tiras negras, en toda la longitud de las líneas de asientos de uno y otro lado.

La perfecta simetría de los adornos y el enlace de unos con otros formaron magnífico golpe de vista, que la profusión del alumbrado en las arañas y arandelas hizo aun más imponente.

La disposición y adorno del túmulo es obra del Señor Don Teodoro Kreitz, cuyo buen gusto y habilidad son tan conocidos, lo mismo que su aprecio por el benemérito Prelado.

Todos los que han visto han quedado sumamente satisfechos de este bello trabajo, y no dudan en calificarlo como el mejor en su género que hemos visto en nuestro país.

Todo el túmulo estaba cubierto por un elegante pabellón blanco, suspendido en una gran corona imperial adornada de flores, de la que pendían seis largas cortinas de tul blanco de seda, que se abrían y desplegaban graciosamente y cuyas extremidades tenían asidas seis ángeles.

Estos ángeles, vestidos de blanco con bandas negras, elevaban coronas con la mano izquierda y estaban parados sobre seis columnas de blanco y oro, que circuían el túmulo.

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Entre una y otra cortina, así como el centro de la corona, pendían muchos chorros e hilos de plata, como lluvia de luces que caía sobre las flores y adornos.

El túmulo propiamente dicho constaba de un basamento sexágono compuesto de tres gradas, de cuyos vértices sobre la plataforma salían seis serchas, que formaban un magnífico conjunto semejante a un florero. En la parte superior descansaba un disco circular, forrado de tela blanca tan perfectamente, que sus pliegues partiendo del centro á la circunferencia formaban radios adornados.

En la parte superior de este disco, entre cuatro jardineras doradas, se colocó el cadáver del Ilustrísimo Señor Obispo sobre el mismo lecho gestatorio. Este lecho, cubierto con un rico paño de seda blanca con anchas franjas de oro, en cuya cabecera estaban cruzados el báculo pastoral y la Cruz pontifical, y cuyo medio pabellón transparente con adornos esquisitos estaba sostenido por columnas de bronce dorado, era por sí solo el adorno que completaba la figura del túmulo.

De la parte superior del disco pendían también chorros é hilos de plata, que llenaban todo el hueco de las serchas formando bellísimo contrasto con los de arriba, como si la lluvia de luces atravesase el disco.

La multitud de flores y de ramos que cubrían las tres gradas del basamento, las coronas y adornos suspendidos en las serchas, los colgantes pendientes del disco así como los festones de flores que lo orlaban, hicieron un conjunto que nos es imposible describir.

En armonía con estos adornos estaba la disposición del alumbrado, que constaba de más de ciento cincuenta cirios. Sobre la primera grada del basamento y entre sercha y sercha, se estendía una media luna que tenía diez cirios.

A alguna distancia del sexágono y formando una figura concéntrica, se colocaron doce grandes blandones, como las columnas de una gran berja, enlazados con cadenas de flores. Ocupaban los espacios intermedios muchos otros candeleros menores adornados y floreros, formando la baranda circular que guardaba todo el túmulo.

La blancura de todo el monumento, la elegancia del pabellón, la sencillez y buen gusto del lecho mortuorio, el bello conjunto del túmulo, la combinación de luces, flores y adornos contrastaban con la severidad y luto del resto de la iglesia.

Felicitamos al Señor Kreitz por su obra, y nos complacemos mucho de que la haya hecho digna de tan grande Prelado, y digna también del amor filial que le profesa el pueblo salvadoreño.

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IX. Los otros oficios fúnebres Los de la mañana del jueves se celebraron según el acuerdo capitular.

Después del oficio de difuntos completo, cantado por el Coro, siguió la solemne Misa de Réquiem.

El Señor Presbítero Doctor Don Manuel Francisco Vélez pronunció el elogio fúnebre, haciendo apreciaciones muy oportunas de los principales actos de la vida del Ilustrísimo Señor Obispo. Finalmente, el Cabildo cantó los responsos pontificales.

El Señor Presidente y muchos Diputados de la Asamblea, el Señor Presidente de la República con sus Ministros, la Suprema Corte de Justicia, el Cuerpo Diplomático, los empleados civiles y de Hacienda, el Señor Gobernador y la Municipalidad, el Cuerpo Militar y muchos otros gremios y colegios asistieron á estos actos religiosos, que terminaron cerca del mediodía.

Por la tarde se hicieron los sufragios señalados en el acuerdo capitular, pero fue necesario diferir la inhumación por no estar concluida la caja mortuoria.

El Cabildo Eclesiástico acordó hacer el viernes los oficios del día séptimo, y por la tarde se depositó con la misma solemnidad el cadáver en el sepulcro, hecho en el presbiterio de la Catedral junto al trono episcopal.

Los sacerdotes que intervinieron en todos estos actos, son los señalados por el Maestro de Ceremonias en la siguiente

Distribución de Oficios.

Misa.-Cantará la Misa de Réquiem el 17, el muy Ilustre Señor Canónigo Doctor Don Miguel Vecchiotti.

Presidencia.-Presidirá todos los actos el muy Ilustre Señor Canónigo Doctor Don José Antonio Aguilar.

Oficio.-El Oficio de difuntos, que debe cantarse antes de Misa, será presidido del modo siguiente:

Vísperas.-El muy Ilustre Señor Canónigo Doctor Don Marcos Erazo.

Primer nocturno.-El muy Ilustre Señor Canónigo Doctor Don Adolfo Pérez.

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Segundo nocturno.-El muy Ilustre Señor Canónigo Doctor Don Miguel Vecchiotti.

Tercer nocturno.-El muy Ilustre Señor Canónigo Doctor José Antonio Aguilar.

Laudes.-El muy Ilustre Señor Canónigo Doctor José Antonio Aguilar.

Responsos.-El orden precedente se observará en los cuatro responsos que se cantarán después de la Misa de Réquiem.

Ministros.-Servirán de Ministros en todos los actos:

Diácono.-El Presbítero Don Mariano de Jesús Leiva.

Sub-Diácono.-El Señor Presbítero Don Francisco Aragón.

Acólitos.-Servirán de Acólitos:

Turiferario.-Sub-Diácono Doctor Don Serafín Espino.

Primer Cerofirario.-Minorista Doctor Don Gonzalo de Córdova.

Segundo Cerofirario.-Minorista Doctor Don Diego de J. Rodríguez.

Agua Bendita.-Minorista Br. Don Carlos A. Bátres.

Cargadores.-Cargarán el cuerpo del Ilustrísimo Señor Obispo:

El Señor Presbítero Don Alejandro García.

El Señor Presbítero Don Laureano Zúniga.

El Señor Presbítero Don Joaquín Fuentes.

El Señor Presbítero Don Agustín Campos.

El Señor Presbítero Don Saturnino Ayala.

El Señor Presbítero Don Ciriaco López.

El Señor Presbítero Don Manuel López.

El Señor Presbítero Don Higinio Torres.

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NOTA.-El primer responso lo cantará el Señor Presbítero Don Ramón Peña, que debe estar sentado al pié izquierdo del féretro.

El segundo.-El Señor Canónigo Doctor Don Marcos Erazo, colocado al hombro izquierdo.

El tercero.-El Señor Canónigo Doctor Don Adolfo Pérez, cuyo lugar será al pié derecho.

El cuarto.-El Señor Canónigo Doctor Don José Antonio Aguilar, cuyo lugar será el hombro derecho.

El quinto.-El Señor Canónigo Doctor Don Miguel Vecchiotti, sentado á la cabeza.

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X. Manifestación de gratitudNo concluiremos esta crónica sin manifestar nuestra gratitud á las familias y personas, que más se han distinguido en servir al Ilustrísimo Señor Obispo durante su enfermedad y después de muerto, además de las que ya hemos expresado en los sueltos anteriores.

La familia de Velásquez de Santa Tecla, en cuya casa murió el dignísimo Prelado, le prodigó la asistencia mas esmerada, no omitiendo molestias de ningún género para que todo se hiciese con la mayor exactitud.

La familia Dorantes de San Salvador, á la que el Ilustrísimo Señor Cárcamo reconoció toda su vida como su segunda familia. En efecto, todo el tiempo de sus estudios en esta Ciudad estuvo recomendado á ella; cuando su consagración episcopal, vivió en la misma casa mientras no tuvo palacio, y recibió en ella toda clase de servicios y obsequios; en su enfermedad la Señora Dorantes se constituyó á su lado para servirlo continuamente, y después de su muerte hizo por él cuanto estuvo en su mano. Finalmente ella regaló la hermosa caja mortuoria en que fue inhumado su cadáver.

Los familiares del Prelado, tanto los actuales como los antiguos, merecen especial mención. Aquellos no lo han abandonado un instante ni de noche ni de día, prestándole toda clase de servicios con afecto filial. Estos, algunos de los cuales son ya párrocos, al saber la gravedad ó la muerte; han volado a ocupar su puesto y darle las últimas demostraciones de su cariño.

Personas particulares, como Don Liberato Dávila, Señoritas Ciudad-Real y muchas otras, á quienes se ha ocupado en diferentes servicios, tanto en la enfermedad como en la muerte, no han querido aceptar ninguna retribución por sus trabajos relativamente considerables.

“El Católico”, que aprecia tanto todo lo que se relaciona con el Ilustrísimo Señor Cárcamo, y que desea interpretar los sentimientos de los católicos salvadoreños, se permite dar las más expresivas gracias á todas las personas favorecedoras de nuestro benemérito Prelado.

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XI. El Vicario CapitularEl 18 del corriente fue electo Vicario Capitular de la diócesis vacante del Salvador, el muy Ilustre Señor Canónigo Penitenciario, Doctor Don Miguel Vecchiotti,

El Venerable Cabildo, después de haber celebrado y oído la misa de Spiritu Sancto, y después de haber hecho las preces señaladas por la Iglesia para implorar las luces necesarias en los asuntos graves, se reunió en sesión extraordinaria á las nueve y media de la mañana en la sala capitular, para hacer dicha elección.

Sabemos que se hizo por votación secreta, depositando cada uno su voto al pié de un Crucifijo, y que al primer escrutinio, el Señor Canónigo Doctor Vecchiotti obtuvo todos los votos, excepto el suyo: que á pesar de las excusas que expuso y los ruegos que hizo para su exoneración de tan difícil cargo, el Cabildo le obligó a aceptar, lo declaró canónicamente electo y mandó extenderle las letras testimoniales de su elección.

En consecuencia, toda la jurisdicción ordinaria en la diócesis que antes residía en el cuerpo capitular, fue transmitida al nuevo Vicario, que es el único y verdadero Prelado de la diócesis vacante.

Esta elección ha sido sumamente satisfactoria al clero y á los verdaderos católicos de la Capital, que reconocen en el electo no solo la ilustración y virtudes indispensables para dicho cargo, sinó además sus conocimientos especiales y su larga práctica en nuestros negocios eclesiásticos. En efecto, hace diez y siete años que el Señor Doctor Vecchiotti ha estado al frente de ellos, ya como Secretario General de la Diócesis en tiempo del Ilustrísimo Señor Zaldaña, ya con el mismo empleo y el de Provisor y Vicario General en tiempo del Ilustrísimo Señor Cárcamo.

“El Católico” tiene la satisfacción de ofrecer al Señor Vicario Capitular su más cordial enhorabuena, junto con el homenaje de su absoluta adhesión y humilde obediencia.

Doctor Don Miguel Vecchiotti, 1830 -1896. Vicario Capitular, 1885-1888.

Impulsor de la construcción de la Segunda Catedral de San Salvador.

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C. HONRAS FÚNEBRES EN SAN MIGUEL

Magnifico funeral.-Los que tanto han trabajado y trabajan por matar el espíritu religioso y por extinguir las creencias católicas del pueblo salvadoreño,

habrán podido convencerse á vista de las espléndidas manifestaciones religiosas hechas en los últimos días, de que sus esfuerzos, lejos de producir el efecto que desean, aumentan y vigorizan la piedad de nuestras poblaciones.

La muerte del Ilustrísimo Señor Cárcamo, Obispo de esta diócesis, ha puesto de manifiesto que en el pueblo salvadoreño existe muy viva y muy arraigada una de las dos condiciones esenciales del verdadero catolicismo. Por que para ser verdadero católico, se necesita, además de profesar la doctrina enseñada por Jesucristo, adherirse de corazón á los legítimos pastores, que Él estableció en su iglesia para que la rigiesen en su nombre y con su autoridad.

Esta adhesión cordial del pueblo del Salvador al inmediato representante de Jesucristo, y su absoluta veneración á su autoridad espiritual, se han exhibido de la manera más expléndida con ocasión de la sentida muerte del Ilustrísimo Señor Obispo.

Esta capital ha sido testigo ocular de las ovaciones de todo género, que los fieles han hecho á sus restos mortales. Todas las parroquias de la diócesis han repetido lo que hizo la Capital, con más o menos pompa según sus recursos, pero con idéntico sentimiento y entusiasmo. En todos los pueblos se han hecho funerales relativamente magníficos costeados por los vecinos, y se ha demostrado como quizá no se ha mostrado nunca, el aprecio y el dolor universal. Hasta en las aldeas donde no hay iglesia, los fieles se han reunido para llorar y encomendar a Dios el alma de su querido Pastor: hasta en las casas particulares y aisladas, se han hecho por espacio de nueve días las preces y oraciones que la Iglesia recomienda por los fieles difuntos.

Si el Ilustrísimo Señor Cárcamo, como no lo dudamos, contempla desde el cielo ese bello amor filial de sus hijos en Jesucristo, orará por ellos con mayor solicitud para atraerles las bendiciones celestiales.

Entre tanto ¿Qué prueban esas manifestaciones espontáneas, sinó el amor filial engendrado solamente por la fe en los corazones religiosos?

Tanto aprecio, tanto respeto, tan universal entusiasmo por una autoridad que carece de bayonetas, de rentas, de honores, de empleos, de prisiones, de esplendor y de cuanto puede facinar el corazón humano, solo se explican por el poder sobrenatural que la iglesia católica recibió de su divino Fundador para el desempeño de la misión terrestre, que es salvar al hombre por la verdad y virtudes cristianas.

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Hace cerca de mes y medio que “El Católico se ocupa exclusivamente de estas brillantes manifestaciones, y tendría para llenar muchos otros números, si publicase la multitud de remitidos, cartas, poesías, descripción de funerales, artículos necrológicos y biográficos, extractos de oraciones fúnebres, &, &, que ha recibido de todas partes y aun de fuera de la diócesis.

El deseo de volver cuanto antes á las materias y secciones ordinarias de su programa, y el temor de cansar con la repetición de una cosa, que, aunque muy interesante, es siempre la misma cosa, le decidieron á no publicar ya dichos remitidos y á disculparse en su penúltimo número con sus favorecedores.

Sin embargo, la piedad de la culta ciudad de San Miguel le obliga á faltar esta vez á su propósito, publicando á continuación con el mayor gusto la descripción de los suntuosos funerales del Ilustrísimo Señor Cárcamo hechos en aquella parroquia.

REMITIDO

______ o _______

San Miguel, Octubre 17 de 1885.

Señor Redactor de “El Católico”

San Salvador.

Con sumo placer me doy el honor de hacer a U. una ligera descripción aunque con tintes pálidos, de las honras fúnebres que en la Iglesia Parroquial de esta Ciudad, se hicieron á la imperecedera y venerada memoria del Ilustrísimo Señor Obispo Diocesano, doctor don Luis Cárcamo y Rodríguez, en los días 10 y 11 por la tarde y 12 por la mañana.

Pocas veces se habrán verificado en esta ciudad y quizá aun en la República, honras tan solemnes, tan suntuosas y tan concurridas como estas. Y no podía ser de otra manera, puesto que los relevantes méritos y virtudes que adornaban al Doctor Cárcamo, reclamaban, no solo de sus feligreses, sinó también aun de todas aquellas personas que habían tenido el honor de tratarlo, que no pertenecían a su grey, esa clase de oraciones, esa clase de homenajes, sinceros tributos de corazones gratos y apreciadores de las brillantes cualidades que glorifican al hombre, y la elevan sobre el pedestal de los siglos.

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Más o menos, todos tenemos conocimiento de las virtudes del Doctor Cárcamo, que como una aureola inextinguible, brillaba en su frente. Su modestia, su humildad, su carácter simpático y conciliador, su conducta intachable, fueron desde cuando era estudiante sus mejores y altas recomendaciones para con sus condiscípulos y catedráticos, especialmente del ilustrado Doctor Don Manuel Santos Muñoz, catedrático de matemáticas en la Universidad Nacional; en cuyas ciencias, el señor Cárcamo siempre se distinguió por su inteligencia y esmerada aplicación.

En atención á tan apreciables cualidades y la de carecer completamente de recursos para seguir una carrera literaria, el Supremo Gobierno le tendió su mano generosa concediéndole al efecto una beca en el Colegio Nacional de la “Asunción”.

¡Y quién lo hubiera pensado, que este humilde estudiante debía ser más tarde, el Jefe de la Iglesia Salvadoreña; uno de los más dignos y esforzados apóstoles de la religión del Crucificado!

¡Quién lo hubiera pensado que del fondo oscuro de una celda debía salir una de las más brillantes antorchas de la Iglesia cristiana!

Sin temor de equivocación, podemos asegurar, que el doctor Cárcamo, en fuerza de su humildad jamás pensó que sería él llamado para ocupar el egregio sólio episcopal.

El doctor Cárcamo pues; guiado por sus méritos y apoyado en sus eminentes virtudes, se abrió paso al través de la gloria y del honor.

Sin querer, señor Redactor, me he extralimitado de mi objeto, impelido por esos sentimientos de entusiasmo respecto á esos hombres, que en los campos de la civilización han sabido conquistar una corona de inmarcesibles laureles y un prominente lugar en la sociedad. Ruego a U. se sirva disimular esta digresión.

Volviendo a mi descripción, diré a U. que la Iglesia Parroquial se hallaba enteramente enlutada, desde su columnaje, puertas, altares y púlpito hasta su pavimento.

En el Presbiterio, se ostentaba un elegante y suntuoso catafalco, que medía nueve varas de altura por cuatro varas por lado. Componíase de cuatro fachadas que terminaban en forma piramidal, y cuatro puertas formadas por ocho pilares del órden Toscano. Cada una de estas puertas estaban adornadas con cortina de tela de plata y crespón negro de seda, con fleco de oro. En el centro del catafalco estaba una columna truncada, representando que, por el fallecimiento del Ilustre Diocesano, se había quebrado una de las columnas de la Iglesia salvadoreña.

En el pedestal de dicha columna se veía el retrato del busto del señor Obispo, en medio de dos ramos de laurel. Al pié del busto, y sobre un hermoso cojín, estaba el

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traje ordinario de los Obispos. A la derecha del busto, una estatua vestida con un rico traje blanco de razo y crespón de seda, arrodillada, representaba a la Iglesia por las insignias que tenía, en actitud llorosa y llena de dolor por la irreparable pérdida de uno de sus más esforzados defensores.

Dos ángeles, vestidos también de razo y crespón blanco de seda, estaban colocados á uno y otro lado de la puerta del frente del catafalco, con coronas de ciprés, el báculo y la mitra.

Sobre el cornizón y en la parte media, estaba un Fénix entre llamas. Esta preciosa alegoría, con sus hermosísimas alas levantadas hacia lo alto y convidándonos para la posesión de otra vida futura, mediante las llamas y el crisol de la fé, de la esperanza y la caridad, contrastaba admirable y graciosamente con la dedicatoria del catafalco, que, esculpida en letras de oro en el centro de la pirámide del frente, decía:

A la imperecedera memoria del Ilustrísimo y Reverendísimo Señor Obispo diocesano, doctor don José Luis Cárcamo y Rodríguez Q. D. D. G.

Solamente en el catafalco, cuya dirección y hermosísima perspectiva se debe al genio artístico y reconocidos talentos del señor doctor don Pablo J. Aguirre, natural de esta ciudad, habían ciento cincuenta luces. En el cuerpo de la Iglesia ardían sesenta cirios y trescientas velas que se repartían á los concurrentes.

Entre los preciosos ornamentos que decoraban este catafalco, todo él tan alegórico y artístico, llamó muy especialmente la atención de los concurrentes el retrato en busto del ilustre finado; no solo por su mérito intrínsico é indisputable en su género de arte, y por su padecimiento é identidad con su representado, sinó por ser obra de la jovencita Dolores Aguirre, niña que cuenta apenas con 12 años de edad, quien lo trabajó en muy pocos días y sin otra dirección que la de su digno padre, el mencionado doctor Aguirre, y cuya preciosa pintura revela á primera vista, por el respetuoso esmero y cuidado con que se dedicó á su obra, no solo el sentimiento netamente religioso que ya germina en su preciosa alma, sinó el talento nada común, el juicio, la dedicación y demás virtudes que la caracteriza y embellecen.

Los presbíteros doctores, don Luis Guerra, don Víctor Laines y don Eduardo Argüello, oficiaron estos actos religiosos.

Antes de dar principio á la misa de Réquiem música italiana y composición selecta y escogida del acreditado maestro Rossi; la cual podemos decir que si es bella, religiosa y sublime en la parte del Sanctus y el Benedictus, sus trozos á duo del Diés ira, del oro suplex, pie Jesu Domine y el responso final, al par que recoje el espíritu, arranca lágrimas de tristeza y sentimiento: y mucho más, ejecutada como fue en la

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parte de piano por la aventajada y reconocida artista, la señorita Fidelia Dárdano, cuya maestría, delicadeza é exquisito gusto que posee en el piano es capaz de dar vida y sentimiento á los pasajes más sencillos é indiferentes; el señor cura doctor Luis Guerra pronunció un elocuente y expresivo discurso, relativo á las heroicas virtudes que poseía el ilustre diocesano, y el inmenso y justo pesar que ha dejado gravados en el corazón de sus feligreses su inesperado fallecimiento.

Las corporaciones civiles y militares contribuyeron con su presencia á dar á esta función un carácter mas solemne, rindiendo así á las virtudes y memoria de tan preclaro Pastor, el homenaje debido.

La banda militar dirigida por su director, coronel don Ponciano Hernández, ejecutó las mejores marchas fúnebres de su repertorio.

Por la papeleta que le adjunto, verá U. que la invitación fue hecha por la Hermandad del Corazón de Jesús, debiendo haber sido hecha quizá por el cura párroco don Luis Guerra, puesto que, él ha sido quien ha sufragado los gastos de dichas exequias y el promotor de ellas.

Sin embargo yo creo que el no hacer el señor Guerra la invitación á su nombre ha sido, ya en fuerza de su modestia, ya porque le parecería más honrosa y más atendida la invitación hecha por una asociación de señoras y señoritas tan apreciables y tan dignas como las que forman la hermandad del Corazón de Jesús. No obstante, dicha hermandad, lo mismo que varias otras personas, cooperaron con su interés plausible y activo, tanto con su trabajo personal, como con adornos para decorar la iglesia.

En los corazones nobles y generosos, cualquier demostración de gratitud satisface particularmente al que está obligado á ellas. Bajo estos conceptos, creo que el presbítero Guerra sentirá mucha satisfacción, al haber dado á la memoria de su Prelado y bienhechor esta demostración de sus sentimientos de gratitud y reconocimiento a que por varios títulos le es deudor.

Remito a U. una fotografía del catafalco y de las comunicaciones oficiales, que, con motivo de estas solemnidades fúnebres por la memoria del Ilustrísimo Señor Cárcamo, se cruzaron entre la Secretaría de la Asociación del Sagrado Corazón de Jesús, el tribunal supremo de Justicia, el Municipio y los otros despachos civiles y militares de esta ciudad: preciosos documentos que, no solo ponen en el mas alto relieve el acendrado cariño que tan digno y justificado Pastor supo sembrar en los distintos círculos de esta sociedad, sinó que, si se toma en cuenta las preocupaciones del día, hablan muy alto en favor de este precioso gremio de asociación, dan una pequeña idea de los fines de su hermosa y santa institución, así como de su

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marcha progresiva y de la plausible acogida que abre al sentimiento religioso en los corazones de todos y podría, no cabe duda, servir de eficaz estímulo y edificación para los fieles de las otras parroquias que componen el obispado, y con este motivo desearía que todos estos documentos se insertaran en las columnas de su estimable periódico.

Como vecino de esta población y por la que tengo mis mas cordiales y entusiastas afecciones, me lleno de regocijo por estas tiernas y sinceras manifestaciones de veneración y respeto de nuestro cura párroco y del pueblo migueleño, a la grata memoria de tan digno prelado.

Reitero a U. las consideraciones de aprecio con que le distingue su atento seguro servidor.

J. B. Paz

San Miguel, Calle Gerardo Barrios. San Miguel, Calle de Morazán.

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D. TESTIMONIOS DE PESAR E INSPIRACIÓN POÉTICA ANTE LA MUERTE DEL PASTOR

I. José María López PeñaANTE LA TUMBA

DEL ILUSTRISIMO SEÑOR CARCAMO

Pasaron ya para vos los días de la prueba, los días del dolor y la amargura, y habeis entrado en el descanso y el goce sempiternos.

Bebisteis hasta las heces el amargo caliz del sufrimiento, y vuestra vida estuvo rodeada de penalidades y angustias; pero la corona de laureles inmortales orla ahora vuestras sienes, resplandecientes con la gloria del Señor. Vida de apóstol y de mártir fue la vuestra.

Siempre ocupado en el bien de vuestro prójimo; llevando siempre en vuestros hombros, con la constancia del cristiano, la pesada carga del episcopado; sufriendo por el Señor persecuciones y destierros; inmolandoos continuamente en el Ara santa como víctima expiatoria, de propiciación y de paz en favor de vuestra Iglesia; vos fuisteis modelo perfecto del sacerdote cristiano y tipo sublime de perfección evangélica.

El pobre, el huérfano, la viuda, el anciano, el encarcelado lloran en vos la muerte de un amoroso padre; que derramabais sobre ellos á manos llenas los consuelos celestiales y aliviabais sus necesidades presentes con el bálsamo de la caridad.

La Iglesia y la sociedad se enlutan por vuestra muerte: vos erais quien deteniais el torrente de las venganzas divinas, y conducias al cielo á los hombres, que seguían en pos vuestro al suave olor de vuestras virtudes.

Todos lloramos inconsolables vuestra separación eterna. Desde allá de las alturas del cielo habeis visto tantas lágrimas por vos derramadas; habeis visto los besos sin cuento que millares de labios agradecidos han impreso sobre vuestros restos venerandos; habeis presenciado nuestro dolor, el dolor de vuestros hijos.

Rogad por nosotros, rogad por vuestra Iglesia.

Vuestra oración es acogida con agrado en el Tribunal divino: -Ya no sois siervo, sino amigo del Dios eterno.

Tristes y dolorosos recuerdos cruzan por mi mente; recuerdos del ayer, que ya nunca más volverá.

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Retazos de la vida del Ilustrísimo Señor Doctor Don José Luis Cárcamo Y Rodríguez,III Obispo de San Salvador

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Con espantosa velocidad corrieron los años felices de mi pasada existencia.

El luto y la tristeza envuelven ahora mi pobre corazón.

Ya no veré más aquel semblante bondadoso, en que se retrataban siempre la paz del alma y la alegría celestial.

Cerráronse para siempre aquellos labios de que tantas veces escuché palabras de amor y de consuelo, palabras sabias de vida eterna y consejos saludables.

Ya no imprimiré mis besos en aquellas manos, siempre alzadas para bendecirme y abiertas para socorrerme. Juntas sobre el pecho, abrazando la Cruz, única herencia de los justos en esta vida, están yertas con el frío de la muerte y ocultas a las miradas de los hombres.

La tierra egoísta guarda el precioso tesoro de su cuerpo, escondiéndolo cuidadosamente en sus entrañas, temerosa de perderlo.

¡No existe ya! La parca cruel corta el hilo de su preciosa existencia. La guadaña implacable de la muerte segó la mies, madura ya para el cielo.

Los ángeles volaron presurosos a llevar en sus celestiales brazos aquella alma bendita, para introducirlos en el banquete nupcial del Divino Esposo.

El ya no padece; pero sus hijos en Jesús quedamos tristes y desolados en este valle de lágrimas y de miserias.

Nosotros los que presenciamos sus apostólicos trabajos y fuimos objeto de su cariño, los que tuvimos la dicha de estar a su lado, los que lo amábamos con filial amor; nosotros ¡ah! No podemos menos que exhalar tristes gemidos del fondo de nuestra alma. ¡Nuestro Padre ha muerto!

El día se convirtió en tenebrosa noche, acompañada de las tempestades del alma; la risa se cambió en llanto; la alegría y el placer en profundo dolor; la esperanza en luto!

Nuestra alma desolada y macilenta vaga por las soledades y las selvas, preguntando sin cesar: ¿Donde está?

Y una voz llorosa responde á nuestros gemidos, ¡¡¡No existe!!!

Allá en los primeros albores de mi existencia, cuando con vacilante é inseguro paso emprendía yo el áspero camino de la vida, hubo en el mundo un ser bondadoso que se complaciera en llevarme de la mano, para que mi pié no tropezara en el pedregal del vicio.

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Oscar Armando Portillo Luna (Compilador)

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Ese ser querido, cuyo nombre está grabado con letras de fuego en mi corazón, se llamaba El Padre Cárcamo.

El era el compañero inseparable de mis juegos infantiles.

Fiel imitador del Divino Maestro, de quien él era digno Ministro, se complacía en rodearse de los tiernos niños, para inculcarles desde su edad temprana las saludables máximas del Evangelio.

Amigo sincero de mi familia, me profesó el cariño más entrañable desde mis primeros años.

Jamás me separaba yo de su lado, y el me prodigaba caricias y cuidados verdaderamente paternales.

¡Ah! ¡como me abrazaba y me estrechaba contra su pecho, cuando recibía de mí alguna contestación feliz!

Me parece que todavía estoy sentado sobre sus rodillas, aprendiendo de sus labios útiles enseñanzas y acariciada mi frente por su amorosa mano.

Me parece que siento todavía el calor de aquel corazón generoso, inflamado en el amor divino; me parece que vuelven aquellas horas felices, aquellos inocentes coloquios.

Pero ¡Oh dolor! Pasaron ya, para no volver jamás.

Siempre solícito por mi bien y felicidad, no se olvidó de mi, ni aun en el alto puesto en que lo colocara la Divina Providencia.

Sacome de la oscuridad y me llamó a su lado, siendo siempre objeto de su tierna solicitud y paternal cariño.

El era mi consuelo en las penas, mi sostén en las adversidades, mi compañero en la alegría, mi apoyo en mis trabajos.

Su corazón estaba siempre abierto para mí, como el corazón de un tierno y cariñoso padre.

¿Con qué podré corresponder tantas bondades y tanto amor?

Solo mis lágrimas y mi dolor puedo ofrecerle ya!

Abrióse la tumba, y sus puertas se cerraron al bajar á su seno nuestro amado Padre.

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El eterno adiós ha sido pronunciado ya, y el objeto de nuestro amor se ha separado para siempre de nosotros; mas nó: nuestro corazón está sepultado con él.

La Iglesia, su esposa amada, se prosterna, muda de dolor, al borde de su sepulcro.

Las almas tristes llegan a depositar coronas y guirnaldas, símbolo del dolor que las abruma.

Los corazones poetas, transformados en avecillas, cantan desde los sauces sepulcrales tristes endechas y sentidas elegías.

Yo también llego a vuestra tumba, amado Padre, á colocar a vuestros pies mi corona funeraria.

Pobre es y humilde, y mustias están sus flores; pero ella es mi corazón.

José María López Peña

Canónigo Don José María López Peña, 22 de septiembre de

1863 – 6 de agosto de 1936.

Iglesia del Carmen, Santa Tecla.Al Padre López Peña le correspondió el honor de concluir su construcción.

Fue inaugurada en 1910. El terremoto del 13 de enero de 2001

le causó graves daños.

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Oscar Armando Portillo Luna (Compilador)

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II. J. Samuel OrtizEN LA TUMBA DEL

Señor Dr. D. José Luis Cárcamo y Rodríguez.

OBISPO DE SAN SALVADOR

¡Por qué del bronce suenaLa lastimera voz que llena el viento,Y en su profunda penaOlvidó su contentoEl alma que hoy oprime el sufrimiento!

Un eco prolongadose difunde doquiera; el pueblo lloraA su Pastor amado,Y con llanto imploraLos consuelos de aquel á quien adora.

¿Sin Pastor el rebaño,Quién mostrará a la grey recto el camino?¿Quién prevendrá su daño,Si el que á cuidarla vinoLa deja en brazos de infeliz destino?¡Dichoso el que confíaEn el Señor de Israel, y su esperanzaLa pone en el que un díaLa bienaventuranzaDará al que premio de virtud alcanza!

¡Dichoso el que, del mundoAl salvar la barrera, sube al cielo,Y al abismo profundoDe Dios ve; su consueloSerá tan grande como fue su anhelo!

No lloreis su partida,No lloreis del que goza en el encanto De la patria querida;Enjugad vuestro llanto,Hijos del Salvador; cese el quebranto.

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Su mano bienhechoraDesde el cielo bendice a sus ovejas,Y su alma protectoraAtiende a quien sus quejasLe envía al exclamar: ¿Por qué nos dejas?

Cuando el juez soberanoApartare á sus hijos elegidos, se verá que no en vanoFueron aquí oprimidosLos que obtienen los puestos ofrecidos.

El pueblo agradecidoAl recordar los hechos de su historia,De luto se ha vestido,Y canta su victoriaQue, al morir, Dios le premia con la gloria.

¡Blanda la tierra seaAl augusto Prelado, á nuestro guía,Y que nuestra alma veaCumplirse en aquel díaQue es dichoso, Señor quien en ti fía!

San Salvador, Setiembre de 1885.

J. Samuel Ortiz

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Oscar Armando Portillo Luna (Compilador)

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III. Vicenta Laparra de La CerdaA LA MEMORIA

DEL ILUSTRISIMO SEÑOR DOCTORJOSE LUIS CARCAMO Y RODRIGUEZ

OBISPO DE SAN SALVADOR

¡Huérfana esta la grey! ... ¡Triste el Santuario!¡Mustias las flores que su aroma exhalanEn el panteón sombrío y funerarioDonde arroyos de lágrimas resbalan!

Lágrimas que rodando lentamenteEn torno de un cadáver bendecidoDicen al orbe la amargura ingente,Que despedaza el corazón herido.

Lágrimas que al caer de la pupila,Mojan el polvo de la negra tumbaDel que descansa en la mansión tranquila,Sin escuchar la mundanal balumba.

Del que buscó su perennal reposoEn la región donde no llega el llanto,Y por siempre feliz y venturoso,Oye del querubín el dulce canto.

Del que libre de amargos sinsabores,Besa al pie del Criador santo y bendito;Y viendo compensados sus dolores,Ya vive palpitando en lo infinito.

Del que huyendo del páramo infecundo, Tendió sus alas y cruzó el espacio.No estaba bien el santo en este mundo;Y Dios le abrió su explendido palacio.

Hijos del Salvador: alzad los ojos …Ya no busqueis a Cárcamo en el suelo;Que si la fosa guarda sus despojos,Su alma de ángel habita en el alto cielo.

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¡Obispo venerable! … ¡padre mío!¡Valeroso campeón …. Sublime atleta!¡Quiero poner en tu sepulcro frío,Transida de pesar, una violeta.

Quiero regar con lagrimas ardientesEl mármol de tu cripta solitaria;Y elevando hasta ti votos fervientes, Ofrecerte una triste pasionaria.

Y … ¡no puedo volar al cementerioEn que duerme tu cuerpo inanimado,Porque yazgo en el rudo cautiverioDonde gime mi pecho lacerado!

Uno de esos gemidos lastimosos,Que brotan de mi lira descordada,Que remedan lamentos quejumbrosos,Te envía al cielo mi alma desolada.

¡Aceptale, Señor! En el latidoDe un corazón, que, enmedio de su duelo,Pide a Dios, que á tu pueblo tan queridoLe circunde de paz y de consuelo.

Vicenta Laparra de la Cerda

Vicenta Laparra de la Cerda, 1831-1905.Poetisa, periodista y dramaturga

nació en Quetzaltenango, Guatemala.

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Oscar Armando Portillo Luna (Compilador)

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IV. J. S. Córdova, PresbíteroEn la Sensible muerte del

Ilustrísimo y Reverendísimo Señor Obispo, doctor donJosé Luis Cárcamo y Rodríguez

Murió! Murió! Y de dolor profundoHonda es la huella que en sus hijos deja!Murió…. Y un grito amargo, gemebundo,Al cielo se alza en angustiosa queja.Abandonando para siempre el mundo, De sus miserias, con ardor se aleja,Y del Eterno el ósculo amorosoVá a recibir, de paz y dicha ansiosa.

Los que le vimos ¡ay! de vida lleno,Su amada Iglesia siempre consolando,Tranquilo en las borrascas y serenoLas iras del averno desafiando;

Hacer tasear de furia el duro frenoDel anatema, al negro al torpe bando:También le vimos con ardiente celo,Cual santa víctima ofrecerse al cielo!

Y el cielo oyó su voz, y el sacrificioQue por su pueblo hiciera de su vida,El Dios del Gólgota aceptó propicio;Mas deja huerfana su grei querida,Que, aunque respeta el sondable juicioDel Dios que al justo á su visión convida,Llena de triste y de mortal quebranto,Gime hoy al peso de martirio tanto.

Sus hijos gimen, lloran sin consuelo;¡Por que no hacerlo! No son por venturaEl Patrimonio de este triste sueloEl llanto, lágrimas, cruel amargura,Que un día el hombre atrájose del cieloPor su procáz conducta y vil locura!....Mas… sin consuelo he dicho ¡Ay! no, que un dia,nos unirá á él la dicha y la alegría.

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Un día sí, en que á todos los doloresDe nuestra pobre y mísera existencia, De Dios sucedan dulces los favoresConque nos brinda su inmortal clemencia;Como del sol vívidos fulgores,O de argentina luna la presenciaA la tormenta siguen. ¡Oh Dios mío!Que dulce creencia para el hombre pío!

¡Oh fé divina! ¡Qué sin ti sería,El miserable corazón humano!Pegado al polvo, siempre arrastraríaTriste existencia… y el pesar insanoAgostaríale cual flor de un día,Porque en la tierra alivio busca en vano.Tu le señalas un feliz consuelo,Firme y eterno en la mansión del cielo.

Tú, en sus heridas, bálsamo eres santo,Que cicatrizas con piedad sincera;Lienzo suavisimo, que enjuga el llantoDe su existencia pobre y lastimera;Eres alivio, en su mortal quebranto;Fanal divino, que sin ti cayeraEn el horrendo é insondable abismoDe duda cruel, de vil escepticismo.

Tú nos le muestras hoy, lleno de gloria!Triunfante, alegre en la mansión querida,Donde recibe el premio á su victoriaDebido. En tanto, quedará esculpidaEternamente su feliz memoriaEn nuestro corazón, cual de la vidaEn aureo libro quedará grabado,Su nombre inolvidable y venerado.

¡Prelado Ilustre! Cual tu iglesia píaTe llora, así la de mi patria amada:Tu le enjugaste su llorar un día,Cuando abatida estuvo y asolada;Tú su consuelo fuiste en su agonía,

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Oscar Armando Portillo Luna (Compilador)

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Su dulce alivio en la anterior jornada…Las dos te lloran, seguirán tus huellas:Cual su angel bueno, vela pues sobre ellas.

J. S. Córdova

Presbítero

Guatemala, Setiembre de 1885.

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V. Cesare G. VelezEN LA MUERTE

DEL ILUSTRISIMOY REVERINDISIMO SEÑOR OBISPO

DOCTOR DON JOSE LUIS CARCAMO Y RODRIGUEZ

ACAECIDA EL 12 DE SETIEMBRE DE 1885

____ o ____

El dia ya feneceY, cubierta de lugubres creponesHoy la noche aparece.Tristes lamentacionesExhalan por doquier mil corazones.

De la luz de los fulgoresYa no brillan; del bosque en la espesuralos alados cantoresa la triste naturano dirigen sinó himnos de amargura.

Ni á suspirar se atreveEl pecho que, al cerrarse del contentolas puertas, se conmuevey, al faltarle el aliento,su corazón oprime el sentimiento.

Oh Dios! de un pueblo enterolas lágrimas mirad de amarga penaque de sus ojos fierodestino arranca, y llenala copa que á apurar se le condena.

En sus lívidas frentesimpreso está el dolor: hondos gemidosy súplicas pendientessuben, á la fé unidos,donde moran los santos elegidos.

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Oscar Armando Portillo Luna (Compilador)

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Mirad! El pueblo llegaá postrarse á los pies de su Prelado:Con su llanto los riegaé imprime consternadode su amor el recuerdo venerado.

Como la luz hermosaque solitaria estrella al orbe envíaen noche tenebrosay al caminante guía, así brilló su alma en nuestra via.¡Dichoso el que en su vidabuscó de Dios la senda verdadera,y en su última partidaemprendió la carreraremontandose puro á la alta esfera!

Su funeral concentola Iglesia al entonar, paz y alegríapara él pide, y su acentoes triste salmodíaque cual incienso hasta el Señor envía.

Sus hijos que son fielesá tanto amor, corona enlazadade mirtos y laureles,con lágrimas bañada, colocan en su tumba venerada.

Desde el Empíreo santo,desde el trono de luz en que el Eternole puso, ve que el llanto, cual la lluvia de invierno,corre impulsado por afecto tierno.

Mas el dogma cristianode que tendrá su premio la inocencia,hace no sea en vanoesperar la clemenciaDe Dios: El justo vivirá en su esencia.

San Salvador, Setiembre de 1885. Cesare G. Velez

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ANEXOS

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ANEXO IAcuerdo de la Iglesia relacionado con la construcción de la Catedral de la Diócesis, 1888-1951

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ANEXO IIPublicación en el Diario Oficial del 14 de Septiembre de 1885 del Decreto relacionado con el luto por la muerte de Monseñor Cárcamo y Rodríguez

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ANEXO IIIObispos y Arzobispos de El Salvador desde la fundación de la Diócesis

Nombre De Hasta Causa de su retiro

Obispos

José Jorge Viteri y Ungo 1843 1848 DimisiónTomás Miguel Pineda y Saldaña 1848 1875 MuerteJosé Luis Cárcamo y Rodríguez 1875 1885 Muerte

Miguel Vechioti 1885 1888 Vicario Capitular

Antonio Adolfo Pérez y Aguilar 1888 1913 Cambio a Arzobispo

ArzobisposAntonio Adolfo Pérez y Aguilar 1913 1926 MuerteJosé Alfonso Belloso y Sánchez 1927 1938 MuerteLuis Chávez y González 1938 1977 DimisiónOscar Arnulfo Romero y Galdámez 1977 1980 Muerte

Arturo Rivera y Damas 1983 1994 MuerteFernando Sáenz Lacalle 1995 2009 DimisiónJosé Luis Escobar Alas 2009

Fuente: Arquidiócesis de San Salvador y Archivo Histórico del Arzobispado de San Salvador.

Catedral Metropolitana de San Salvador.

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ANEXO IVPresidentes de la República de El Salvador, período 1836 – 1885

Nombre Período

Coronel y Licenciado Francisco Gómez (Gobernó como Consejero) 1835 – 1836

Don Diego Vigil (Gobernó como Jefe Supremo) 1836 – 1837

Don Timoteo Menéndez (Gobernó como Vice – Jefe) 1837

Don Diego Vigil (Gobernó como Jefe Supremo) 1837 – 1838

Don Timoteo Menéndez (Gobernó como Vice- Jefe) 1838 – 1839

General Francisco Morazán (Gobernó como Jefe Supremo) 1839 – 1840

Lic. José María Silva (Gobernó como Vice Jefe) 1840

Lic. Norberto Ramírez (Gobernó como Senador Designado de la República) 1840 – 1841

Lic. Juan Lindo (Gobernó como Jefe Provisorio de la República) 1841 – 1842

General Escolático Marín (Gobernó como Senador Designado de la República) 1842

Don Dionisio Villacorta (Gobernó como Senador Designado de la República) 1842

General y Licenciado Juan José Guzmán (Presidente de la República) 1842 -1844

General Fermín Palacios (Gobernó como Senador Designado de la República) 1844

General Francisco Malespín (Presidente de la República) 1844

General Joaquín Eufracio Guzmán (Gobernó como Vicepresidente de la

República)1844

General Francisco Malespín (Presidente de la República) 1844

General Joaquín Eufrasio Guzmán (Gobernó como Vicepresidente de la República) 1844 – 1845

General Fermín Palacios (Gobernó como Senador Designado de la República) 1845

General Joaquín Eufracio Guzmán (Gobernó como Vicepresidente de la República) 1845 – 1846

Dr. Eugenio Aguilar (Presidente de la República) 1846

General Fermín Palacios (Gobernó como Senador Designado de la República) 1846

Dr. Eugenio Aguilar (Presidente de la República) 1846 – 1848

Don Tomás Medina (Gobernó como Senador Designado de la República) 1848

Don Doroteo Vasconcelos (Presidente de la República) 1848 – 1850

Don Ramón Rodríguez (Gobernó como Senador Designado de la República 1850

Don Doroteo Vasconcelos (Presidente de la República) 1850 – 1851

Lic. Francisco Dueñas Gobernó como Senador Designado de la República) 1851 – 1852

Coronel José María San Martín (Gobernó como Senador Designado de la República) 1852

Licenciado Francisco Dueñas (Presidente de la República) 1852 – 1854

Don Vicente Gómez (Gobernó como Senador Designado de la República) 1854

Coronel José María San Martín (Presidente de la República) 1854

Coronel José María San Martín (Presidente de la República) 1854 – 1856

Lic. Francisco Dueñas (Vicepresidente de la República) 1856

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Don Rafael Campo (Presidente de la República) 1856 - 1858

Don Lorenzo Zepeda (Gobernó como Senador Designado de la República) 1858

Capitán General Gerardo Barrios (Presidente de la República) 1858

General Miguel Santín del Castillo (Presidente de la Republica) 1858 - 1859

General Joaquín Eufracio Guzmán (Gobernó como Vicepresidente) 1859

Capitán General Gerardo Barrios (Gobernó como Senador Designado de la

República1859 - 1860

Capitán General Gerardo Barrios (Gobernó como Senador Designado de la

República)1860

Don José María Peralta (Senador Designado de la República) 1860 - 1861

Capitán General Gerardo Barrios (Presidente de la República) 1861 - 1863

Lic. Francisco Dueñas (Presidente Provisorio de la República) 1863 - 1865

Lic. Francisco Dueñas (Presidente de la República) 1865 - 1871

Mariscal Santiago González (Presidente de la República) 1871 - 1872

Mariscal Santiago González (Presidente de la República) 1872 - 1876

Don Andrés Valle (Presidente de la República) 1876

Dr. Rafael Zaldívar (Presidente Provisorio de la República) 1876 - 1880

Dr. Rafael Zaldívar (Presidente de la República) 1880 - 1884

Don Angel Guirola (Presidente como Primer Designado de la República) 1884

Dr. Rafael Zaldívar (Presidente de la República) 1884 - 1885

Don José Rosales (Presidente como Tercer Designado de la República) 1885

General Fernando Figueroa (Presidente como Segundo Designado de la República) 1885

General Francisco Menéndez (Presidente Provisorio de la República) 1885 - 1887

Fuente: Secretaría de Comunicaciones, Presidencia de la República de El Salvador.

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ANEXO VFragmento tomado del Libro de la 2ª. Visita Canónica del Ilmo. Señor Cárcamo.

1880 – 1882. Visita a Atiquizaya y San Lorenzo. Acta correspondiente al 27 de febrero de 1880, firmada por el Sr. Obispo.

“Relación Dias 17 hasta el 22. Se continúa la relación de la Santa Visita diciendo que en los días 17 y 18 en la mañana después de Misa predicó el Ilmo. Señor Obispo y en la noche el Sr. Pbro. Don Yreneo Antonio Recinos verificándolo también en la mañana el Sr. Pbro. Don Francisco Chavez. Las confirmaciones en Atiquizaya en los días dichos y en el 19 llegaron al total de 1,950. En este día por la tarde pasó el Ilmo. Sr. Obispo al Pueblo de San Lorenzo lugar de su nacimiento y filial de Atiquizaya: fue recibido con un entusiasmo religioso superior a las fuerzas de este corto vecindario que no cuenta sino con 700 habitantes. El siguiente día 20 hubo Misa Cantada del nuevo Presbítero Don Juan Vicente E. Sandoval originario también de este lugar y tanto este día como el 21 predicó el Ilmo. Señor Obispo y por la noche el Sr. Pbro. Don Yreneo Antonio Recinos. Para las confirmaciones ha ocurrido mucha gente del otro Estado de donde es limítrofe San Lorenzo y han llegado hasta el 22 al número de 950 reunidos al anterior número forma un total de la Parroquia de Atiquizaya de 2,900 y un total general de 16,500.”

Antigua Alcaldía Municipal de San Lorenzo, Ahuachapán.

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ANEXO VIGalería de Fotografías del Centro de San Salvador en la época de Monseñor José Luís Cárcamo y Rodríguez

Antigua Universidad Nacional, ahora parqueo Universitario, en la esquina de la Calle Rubén Darío, Avenida España y Avenida Cuscatlán.

Impresionante vista del Teatro Nacional, (Mediados del siglo XIX) antes de su incendio y destrucción completa, frente la plaza en ese entonces denominada “Bolívar”; después de este incidente se procedió a la construcción del actual que data de principios de 1900.

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Antiguo Palacio Nacional alrededor de 1870. Se incendió y luego se decidió construir el actual.

Casa Blanca (Casa Presidencial), construida entre 1867 y 1868, estuvo ubicada en el sitio que ocupó el Cine Libertad.

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Antiguo Edificio de Correos en la década de los Ochenta (siglo XIX) estaba ubicado sobre la Avenida España, en la cuadra anterior a la actual Catedral Metropolitana.

Palacio Municipal construido en 1877 en el mismo predio que Ocupó el Cabildo colonial (1545-1873). Costado sur Parque Libertad.

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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

PERIÓDICOSDiario Oficial. (1885). Tomo 19, No. 201. San Salvador, El Salvador. El Católico. (1885). Tomo 5, No. 222. San Salvador, El Salvador. El Católico. (1885). Tomo 5, No. 223. San Salvador, El Salvador. El Católico. (1885). Tomo 5, No. 224. San Salvador, El Salvador. El Católico. (1885). Tomo 5, No. 225. San Salvador, El Salvador. El Católico. (1885). Tomo 5, No. 226. San Salvador, El Salvador. El Católico. (1885). Tomo 5, No. 228. San Salvador, El Salvador. El Católico. (1885). Tomo 5, No. 229. San Salvador, El Salvador.

LIBROSDawson, Guillermo J. (1890). Geografía elemental de la República del Salvador.Paris: Librería de Hachette y Cía.

Herodier, Gustavo. (1997). San Salvador, el esplendor de una ciudad, 1880-1930. Florida, USA: Trade Litho, Inc.

López Jiménez, Ramón. (1960). Mitras salvadoreñas. San Salvador: Ministerio de Cultura, Departamento Editorial.

Méndez, Francisco J. (1951). Biografía del Tercer Obispo de El Salvador. Santa Tecla: s.e.

Vilanova, Santiago Ricardo. (1911). Apuntamientos de historia patria eclesiástica, San Salvador: Imprenta Diario del Salvador,

Yanes Díaz, Gonzalo. (1970). Iglesias coloniales en El Salvador. San Salvador: Editorial Universitaria.

MANUSCRITOSLibro de la 2ª. Visita Canónica del Ilmo. Señor Cárcamo. 1880–1882. En Archivo Histórico del Arzobispado de San Salvador. Atiquizaya y San Lorenzo

FOTOGRAFÍAS E ILUSTRACIONESLas fotografías de las antiguas Iglesia Católica y Alcaldía Municipal de San Lorenzo, fueron proporcionadas por el Señor Emilio Arnoldo Guerra Castro.

Fueron consultados Sitios Web relacionados con instituciones religiosas del país y entidades del Gobierno de El Salvador.

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Algunas ilustraciones relacionadas con imágenes del siglo XIX fueron tomadas de los libros de los autores Guillermo J. Dawson y Gustavo Herodier.

La imagen de Monseñor Miguel Vecchiotti fue proporcionada por el Archivo Histórico del Arzobispado de San Salvador.

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Reconocimiento a la solidaridad y cooperación desinteresada de las personas que hicieron posible la edición de este libro, el cual

será parte del patrimonio cultural de San Lorenzo, Ahuachapán y aporte a la historia de El Salvador

OPSeñora Marina Yolanda Aguirre

Señora Marta Alicia Álvarez

Profesora Elsy Álvarez Mejía

Profesor Roberto Alfredo Arana Luna

Profesora Alba Luz Avilés

Licenciado Jorge Arístides Belloso Posada

Ingeniero Rolando Bonilla h.

Doctor David Armando Cárcamo

Licenciado Raúl Antonio Cárcamo

Señor Raúl Armando Cárcamo

Licenciado Ricardo Rafael Contreras Perla

Señora Francisca Cortez Guerra de Urrutia

Licenciado José Vicente Cubías Córdova

Licenciada Xochil María Godoy Luna

Contador Emilio Arnoldo Guerra Castro

Contador Ranulfo Oliverio Guerra Henriquez

Ingeniero Mauricio Arquímedes Guido Ortiz

Profesor Víctor Manuel López Aguirre

Licenciado Carlos Saúl López Díaz

Licenciada Sandra Luz López Mejía

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AGRADECIMIENTOS

121

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Profesor David Napoleón Luna Cárcamo

Profesor Mario Remberto Luna Cárcamo

Profesor Osmín Eliseo Luna Cárcamo

Licenciado Mario Remberto Luna Cortez

Licenciada Gloria Elsa Luna de Arias

Ingeniero Jaime Roberto Luna Jiménez

Licenciado Baudilio Antonio Luna Ortiz

Señorita Celia Esmeralda Luna Retana

Profesora María Elena Martínez de Ortiz

Licenciado Noe A. Medina

Bachiller Walter Fernando Ortiz Chinchilla

Licenciado Carlos Alfonso Ortiz Luna

Licenciado Carlos Alfonso Ortiz Martínez

Licenciada María Elena Ortiz Martínez

Panadería Lila (Lourdes)

Señora Belsy Elena Peñate

Profesor Luis Felipe Pineda

Niña Sofía Marcela Portillo Ángel

Señora Dina Portillo de Menéndez

Señora Sonia Portillo de Schmidt

Niño Matías Emilio Portillo Martínez

Niña Valeria Alexandra Portillo Martínez

Doctor Nelson Antonio Portillo Peña

Licenciado Antonio Ramírez Azcúnaga

Ingeniero José Rigoberto Retana Sandoval

Licenciado Otto Boris Rodríguez Marroquín

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Doctor Douglas Mauricio Salegio Ramírez

Ingeniero Leticia Arelí Salinas

Licenciada Sonia Evelyn Salinas

Licenciada Ana Margarita Salinas de García

Ingeniero Daysi Estela Salinas de Rivera

Profesor Erasmo Antonio Salinas Reyes

Licenciada Ruth de Solórzano

Señora Elba Gladis Tejada de Huezo

Profesor Yohalmo Eleazar Urrutia Zavala

Profesora Rosa Yolanda Villela

¡Qué Dios les bendiga abundantemente!

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Reseña de San Lorenzo, Ahuachapán, Cuna de Monseñor José Luis Cárcamo y Rodríguez

San Lorenzo es un municipio del Distrito de Atiquizaya, Departamento de Ahuachapán, en El Salvador. Según Tomás Fidias Jiménez en su libro Nueva Geografía de El Salvador, San Lorenzo fue fundado en 1831 y obtuvo el título de pueblo en 1835.

El municipio tiene un área de 48.33 kilómetros cuadrados y una población de 9,194 habitantes (Censo de Población y Vivienda 2007). El 50.65% son hombres y el 49.35% son mujeres. Para su administración el municipio se divide en 6 cantones, los cuales son: El Conacaste (984 h.), El Jicaral (561 h.), El Portillo (1,136 h.), La Guascota (2,051 h.), Las Pozas (2,117 h.) y San Juan Buenavista (1,543 h.) y cuenta con 19 caseríos; la población urbana es de 802 habitantes. Su tasa de analfabetismo es del 23.1%.

En San Lorenzo las Fiestas Tradicionales en honor a San Lorenzo y San Emigdio tienen lugar en el mes de abril, usualmente en la cuarta semana del mes. Asimismo, el 10 de agosto se realiza una celebración eminentemente religiosa en honor a San Lorenzo.

Actualmente, atienden a la feligresía de la iglesia católica de esta población el sacerdote Moisés Rutilio Morán Tobar y su vicario el sacerdote Luis Alberto Trigueros, ambos de la parroquia Sagrada Familia de Turín, Ahuachapán.

En diciembre de 2006 el templo católico de San Lorenzo, que había sido construido en 1957 e inaugurado en enero de 1958, fue destruido por un fuerte sismo que también afectó a muchas viviendas del área urbana y rural del municipio.

El municipio de San Lorenzo está limitado al norte por la República de Guatemala (Departamento de Jutiapa); al este por Chalchuapa, al sur por Atiquizaya y al oeste por Ahuachapán. Cuenta con dos ríos importantes: el Río San Antonio ubicado a la entrada de la población y el Río Gueveapa, que sirve de línea divisoria con Guatemala.

Para llegar a San Lorenzo se cuenta con una carretera pavimentada de 7 kilómetros que conecta esta población con la ciudad de Atiquizaya.

Sus principales cultivos son: granos básicos, verduras, hortalizas y frutas, entre las que destaca el jocote. Hay crianza de ganado bovino, y crianza de aves de corral. Cuenta con un sitio turístico en el Cantón El Portillo, conocido como balneario ElTriunfo en el Río Güeveapa conocido también como Río Grande.

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Pobladores de los cantones Las Pozas, El Conacaste y El Portillo, tienen como uno de los principales cultivos la plantación de loroco, a tal grado que muchas familias han sustituido el maíz, frijol y otros granos básicos, por la conocida flor.

Una de las principales razones por las que los campesinos apuestan a sus plantaciones de loroco es la rentabilidad del producto a corto plazo y por ser un cultivo permanente, por lo que no se requiere invertir constantemente.

En esta población además, se fabrican objetos en barro, hamacas, cestas, textiles en telares y adornos en cerámica.

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FOTOGRAFÍAS DE SAN LORENZO

Iglesia Católica de San Lorenzo, destruída por los sismos de diciembre de 2006.

Vista panorámica de San Lorenzo, 2006

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