Reseña_Bibliográfica_delloRusso2015
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Una «biobibliografía» del cronista olvidado:
Santiago Muñoz Machado narra acerca de Juan Ginés de Sepúlveda
de Giorgia dello Russo*
El actual interés por las obras y la personalidad de Juan Ginés de Sepúlveda es comprensible no
sólo teniendo en cuenta su papel de testigo (y, en ciertos aspectos, intérprete) de un momento
crucial de la Edad Moderna, sino también por el hecho de que los temas que están en el centro de
muchas de sus reflexiones están cargados de implicaciones con la contemporaneidad. La imagen del
historiador cordobés en la Corte de Carlos V ha sido preeminentemente asociada a la cuestión
colonial hispanoamericana: un acontecimiento como el debate de Valladolid (del que fue
protagonista junto a Bartolomé de las Casas), o bien las teorías en torno a las justas causas de guerra
contra los indios, expuestas en los pocos escritos célebres, siempre han influido enormemente — en
la mayor parte de los casos, en una dirección desfavorable — sobre la opinión general entorno a él.
Por tanto, despierta seguramente interés un estudio con intenciones, por así decir, a contracorriente,esto es, dirigido a esclarecer el indudable valor de su vasta producción, además de profundizar su
conocimiento alejándose lo más posible del gris «tópico caricaturesco» que ha pasado a la historia.1
2. Puntuada por las detalladas referencias al Epistolario sepulvediano, la «biobibliografía» en la
pluma del catedrático Santiago Muñoz Machado, se articula en nueve largos y densos capítulos.
Aparece en 2012 Sepúlveda, cronista del Emperador , un sorprendente y agradable volumen de
cerca de mil páginas (novecientas doce para ser exactos, en la edición impresa), tejidas en un
castellano limpio y cristalino, que casi disipa la instintiva exigencia de una traducción: incluso un
novato de la lengua española, de hecho, accede al texto sin excesivas dificultades, disfrutando de
una lectura nada agotadora. Las amplias descripciones y el considerable aparato de notas ofrecen
una prueba de la profunda erudición del autor en tan variados sectores; logran además devolver a
Sepúlveda, aunque con la debida objetividad, la indudable dignidad intelectual, pero demasiado a
menudo ensombrecida por una difusión tendenciosa y por lecturas superficiales. Ya en el prólogo, el
ritmo sereno y atrayente permite afrontar tranquilamente también las ingentes digresiones (que a
menudo llenan párrafos enteros), a través de las cuales Muñoz Machado contextualiza
históricamente el personaje: por ejemplo, los extensos incisos dedicados a los conflictos religiosos
que convulsionaron la Europa del siglo XVI , o también las características — culturales, filosóficas,2
artísticas — de la atmósfera renacentista en Italia . Gracias a este libro, es posible observar la figura3
de Juan Ginés de Sepúlveda desde diferentes perspectivas, cada una más o menos correspondiente a
las fases principales de su vida, todas examinadas con la misma exhaustividad. A partir de la
documentación entorno a la abundancia de pastos y encinares típicos la tierra natal del
* La versión castellana de este artículo ha sido revisada por la Dra. Jéssica Sánchez Espillaque, que agradezco mucho por su pericia y paciencia.
S. Muñoz Machado, Sepúlveda, cronista del Emperador , edizione elettronica Edhasa iBook, Barcelona, 2012, p. 23.1
Cfr., ibid ., p. 221.2
Cfr. ibid ., pp. 90 y ss.3
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protagonista , hasta las certificaciones de limpieza de sangre necesarias para la admisión entre los4
complutenses de Alcalá de Henares (y aún más importantes para el deseado ingreso en el Colegio5
de San Clemente en Bolonia ); así como entorno a la génesis y al éxito de cada escrito6
sepulvediano, incluido aquél en el que se encuentran sus últimas voluntades: todo aspecto es
analizado sin descuidar ningún detalle, con riqueza de citas desde los más disparatados textos
inherentes al tema. Además de revelarse como una preciosa contribución, el libro representa un
importante punto de referencia para el acercamiento tanto a la figura como a las obras de
Sepúlveda, que sería imposible comprender completamente sin tener en cuenta el contexto en el que
han sido concebidas, aislándoles «de sus circunstancias» . El breve prólogo de Francisco Rico7
(historiador, filólogo y miembro de la Real Academia Española) anticipa al lector que Muñoz
Machado dedica al historiador del emperador Carlos V «una biografía menos anecdótica que
histórica y sustancial» , es decir, mucho más atenta a las obras que a la crónica minuciosa de8
vivencias personales. Esto porque, como precisa el mismo autor en la introducción, Sepúlveda era
un estudioso, por tanto el mejor modo de relatarlo es a través de sus libros . Viene así aclarada la9
auténtica intención de la obra, que consistiría en la voluntad de liberar la memoria del cronista
cordobés del olvido y de la estereotipación en los que ha sido someramente condenada. Este texto
se propone aclarar, pues, a través de su producción, lo que efectivamente él era: un «humanista
eruditísimo», con una «cantidad de registros intelectuales extraordinaria, que concluyó una obra
muy diversificada en los terrenos de la teología, filosofía, ética, historia y el derecho» . La10
presentación del volumen termina además con un rápido excursus sobre la triste historia del olvido
y de la sucesiva revalorización de Sepúlveda, en particular a manos de estudiosos como Menéndez
y Pelayo y Losada, sin embargo sólo finalizada plenamente en 2010 con la edición del último de losdieciséis volúmenes (en latín seguido del texto en castellano) de las Obras Completas .11
3. El primer capítulo traza los orígenes del humanista, para después profundizar en los detalles de la
fundación del ateneo complutense por el cardenal Francisco de Cisneros, que tendrá un papel
determinante en la vida y en la formación de Sepúlveda . Por esta razón Muñoz Machado dedica12
algunas páginas al ascético prelado franciscano, ya arzobispo de Toledo desde el 1495 y decidido no
Ibid ., cfr. pp. 26-34.4
Desde el pueblo de Alcalá de Henares (cuyo antiguo nombre en latín era Complutum), la universidad fue trasladada a5
Madrid en 1836: de ahí que tenga el nombre de “Complutense”.
«Para demostrar que carecía de vinculación con moros y judíos, y que todos sus ancestros eran, como él, cristianos6
viejos y limpios», S. Muñoz Machado, cit., p.61 .Cfr. n. 35 p 781, n. 73 p.791.
F. Castilla Urbano, El pensamiento de Juan Ginés de Sepúlveda. Vida activa, humanismo y guerra en el Renacimiento,7
Centro de Estudios Políticos y Constitutionales, Madrid, 2013, p. 12.
F. Rico, Prólogo, in S. Muñoz Machado, cit., p. 9.8
Cfr. S. Muñoz Machado, Introducción, en ibid ., pp. 24-25.9
Ibid ., p. 23.10
Cfr. ibid ., n. 23 p. 772.11
Cfr. ibid ., pp. 34-58.12
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sólo, frente a la corrupción imperante, a reformar las órdenes religiosas, sino sobre todo a dar un
vuelco al nivel de preparación de los eclesiásticos españoles, que consideraba insuficiente. El
proyecto universitario de Alcalá de Henares, que tenía sede en el Colegio Mayor de San Idelfonso,
fue la respuesta a esta exigencia. Si bien la Universidad había sido ideada como una institución
preferentemente eclesiástica, acogió también a grandes humanistas laicos y en sus aulas estudiaron
los mejores intelectuales ibéricos de la época. Fue precisamente Cisneros el «primer gran
patrocinador» del futuro cronista imperial, que lo introdujo con una carta personal al Rector del13
ateneo boloñés como «dilectus». Sepúlveda aparece inscrito en el registro de los «colegiales
pobres» de Alcalá de Henares, al que se incorporó en 1510, aprovechando una de las treinta plazas
puestas a disposición de los religiosos menos pudientes y merecedores que deseaban profundizar en
sus conocimientos teológicos. Se sabe que él tuvo acceso a la universidad cisneriana recomendado
por la diócesis de Córdoba, donde había completado su educación temprana: Muñoz Machado
insiste en que cada éxito académico y profesional del «sabio pozoalbense» procedió exclusivamente
de sus méritos personales, ya que la familia (de la que no se sabe mucho) tenía poca influencia en
su camino; aunque la elección de la carrera eclesiástica por un chico que había mostrado cualidades
intelectuales no comunes, probablemente hubiera sido de sus propios padres. Primero en
Pozoblanco y luego en en Córdoba, el joven Sepúlveda se acercó a las lenguas clásicas y a las
Sagradas Escrituras, revelando inmediatamente un rigor y una dedicación típicos de «la gente del
valle en que nació» . Sólo una vez dentro de los muros del Colegio de San Idelfonso, y en contacto14
con los maestros provenientes de Salamanca y París, «el estudiante pobre», que ya cultivaba el
sueño de enriquecer su educación inmerso en el ámbito humanista italiano, inició los trámites
burocráticos para que esto ocurriera. Sepúlveda había recibido previamente la tonsura, pero suconsagración sacerdotal sólo se produjo después (aunque en cualquier caso antes de 1529, cuando
las «prebendas» que percibía estaban documentadas). Su ingreso en el Colegio no tuvo lugar en
cualquier caso hasta el otoño de 1515: allí su reputación como un «escritor elegante» pronto se
extendió y él resultó el mejor candidato para llevar a cabo proyectos como la Brevis Colegii
Descriptio y la biografía del cardenal Albornoz, fundador del Instituto . El relato de los años que15
Sepúlveda pasó en San Clemente de los Españoles se lleva a cabo, en el segundo capítulo de este
volumen, a través de estas primeras obras de Sepúlveda: en realidad, la Descriptio, sería una
integración del trabajo histórico-biográfico dedicado al cardenal, pero dice mucho acerca de las
impresiones del joven estudiante español sobre la universidad italiana. La descripción sencilla pero
detallada de la estructura proporciona al lector una visión plástica, completada por las referencias a
los intelectuales más distinguidos que la universidad había acogido: entre ellos Antonio de Nebrija,
hacia el que Sepúlveda tenía un aprecio especial . La última parte de este trabajo está dedicada a16
los alumnos: unos pocos (como máximo treinta), estrictamente no casados y originarios de
Ibid ., p. 42.13
Ibid ., p. 34.14
Cfr. ibid ., pp. 63-89.15
Cfr. ibid ., pp. 54-60.16
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Península Ibérica, que se ocupaban de teología, derecho canónico o medicina. Su existencia estuvo
marcada por los hábitos y las normas no muy diferentes de aquéllas a las que Sepúlveda ya estaba
acostumbrado en San Idelfonso, que había tenido a la organización San Clemente como su modelo
principal. La opinión de los estudiantes era crucial para la carrera de los profesores: en efecto, «sólo
contando con el voto positivo de los estudiantes se renovaba el contrato» .17
La biografía de don Gil de Albornoz, en cambio, era un proyecto ya en curso que se le dio a
Sepúlveda para que contribuyera a una reorganización de estilo, en lugar de la propia investigación:
esto quitó algún tiempo a sus estudios de entonces, pero le permitió no sólo profundizar en el
conocimiento de los acontecimientos histórico-políticos italianos del siglo XIV italiano —
desarrollando una mayor comprensión del espíritu renacentista en el que había estado involucrado
como humanista — sino también consolidar los conceptos que le hubieran consentido, luego, opinar
sobre asuntos de ética imperialista o sobre los conflictos y las reformas religiosas de la época . Este18
período también fue decisivo desde el punto de vista social: a través de una comparación con la
correspondencia del «cordobés», el autor señala que, en ocho años de estancia en el ateneo,
Sepúlveda (además de trabar amistades duraderas con figuras como Antonio Agustín y Diego de
Neila) llegó a ser aceptado por la nobleza civil y eclesiástica, por el hecho de que el mérito
intelectual gozaba de elevada consideración en la alta sociedad del Renacimiento italiano .19
El tercer capítulo narra su inmersión en el clima de redescubrimiento del mundo clásico y de los
studia humanitatis: por supuesto, los personajes más adinerados de la escena política destinaron
importantes recursos para el desarrollo cultural, y Sepúlveda se benefició muy a menudo de la
protección de diferentes e ilustres mecenas , entre ellos los príncipes Hércules Gonzaga y Alberto20
Pío; pero especialmente de Julio de Medici (posteriormente elegido como el Papa Clemente VII), por el cual, el brillante estudiante andaluz recibió las primeras tareas de traducción y comentario de
las obras de Aristóteles.
La fama de estos nombres da una idea, señala el autor, del peso que tenía en ese contexto el
dominio del latín y del griego. Es una creencia común pensar que el estímulo principal en este
sentido procediera, en aquellos años, principalmente del «maestro» Pomponazzi; pero Muñoz
Machado observa que en realidad, aunque no podamos negar la influencia del filósofo de Mantua,
ya durante el período de estudios en Alcalá de Henares, Sepúlveda estuvo involucrado en un
ambicioso proyecto editorial de los escritos aristotélicos ordenado por el cardenal Cisneros . Sin21
embargo, el inicio de la traducción, que ocupó gran parte de la existencia de Sepúlveda, llegó
precisamente en nombre del cardenal de Medici, con quien estableció excelentes relaciones, siendo
el principal punto de referencia durante su larga estancia en Italia. El acercamiento a la corte papal
tuvo una influencia decisiva en los acontecimientos que le llevaron luego al servicio del emperador:
Cfr. ibid ., p. 69.17
Cfr. ibid ., pp. 78-89.18
Cfr. ibid ., p. 71.19
Cfr. ibid ., pp. 96-110.20
Cfr. ibid ., pp. 55-56.21
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el Cardenal Quiñones (delegado del Papa Clemente VII) fue el segundo cardenal franciscano,
después de Cisneros, en desempeñar un papel decisivo en la carrera de Sepúlveda. No sólo porque
después de la salida de San Clemente de los Españoles le invitó para formar parte de sus
colaboradores en Roma, sino también porque le incluyó en la comitiva que acogió a Carlos V
(quien habla llegado a Italia para su coronación) durante el desembarco en Génova, en 1529 .22
La parte central del capítulo indaga a fondo en la historia de la actividad de traducción y en las
cuestiones filológicas a que se enfrentó Sepúlveda estudiando los textos aristotélicos , mientras que23
la final hace una descripción detallada de las muchas disciplinas (la ética, la filosofía, el derecho, la
teología, la astronomía, sin contar la epigrafía, las ciencias naturales, la arqueología y la historia)
por las que él se interesó durante su larga vida como erudito . La historia de los caldeados24
acontecimientos históricos — eficazmente recordados en el cuarto capítulo de este volumen — que
caracterizaron su estancia en Roma, fue comentada por Sepúlveda, varios años después, en escritos
como la Historia de Carlos V . El momento era política y diplomáticamente muy complejo: en 1523,
acababa de ser elegido Papa Clemente VII, quien durante su pontificado se vio obligado a hacer
frente no sólo a las agitaciones religiosas, sino también a las aspiraciones de los tres jóvenes y
ambiciosos monarcas que acababan de coronarse (Francisco I de Francia, Enrique VIII de Inglaterra
y, por supuesto, Carlos V), y las tensiones que culminaron precisamente con el saqueo de Roma en
1526. El cargo de cronista dio a Sepúlveda, más tarde, la oportunidad de ofrecer una perspectiva
muy especial (y a la vez, ambivalente) sobre los acontecimientos: era de hecho un invitado de la
corte papal, refugiado junto al Papa y al príncipe Alberto Pió en el Castel Sant'Angelo, pero también
fue uno de los que fueron pronto obligados a abandonarlo, por el mero hecho de ser españoles como
el reino invasor. Además, en el momento de redactar este escrito él ya estaba al servicio delemperador, por lo que la tarea de una narración imparcial de los acontecimientos fue ardua dada su
honestidad intelectual, para que no creara resentimiento en cualquiera de sus dos principales — y
durante largo tiempo adversarios — protectores. En realidad Sepúlveda iniciará su labor histórica
unos años después de la muerte de Clemente VII, con el que había seguido manteniendo una
fecunda relación de apoyo intelectual. Ya en 1529, sin embargo, cuando las tensiones se habían
ablandado, un grupo de embajadores muy cercanos al Papa, incluido el mismo Sepúlveda, dieron la
bienvenida al gobernante en Italia y estuvieron presentes en su coronación en Bolonia. Al respecto,
Muñoz Machado recuerda las peculiaridades de este relato, que se encuentra en la Historia de
Carlos V : a pesar de la participación directa, Sepúlveda se centró en aspectos independientes la
ceremonia, que le habían parecido tal vez más significativos desde el punto de vista documental ;25
esto es indicativo de su sobriedad de histórico, faceta en la que el autor profundiza más tarde.
Cfr. ibid ., p. 110.22
Cfr. ibid ., pp. 110-116; 126-133.23
Cfr. ibid ., pp. 133-146.24
Cfr. ibid ., pp. 227-229.25
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El encuentro en Génova con el poeta y soldado al servicio de Carlos V, Garcilaso de la Vega, con
motivo del viaje de la coronación del monarca, dio a luz a una amistad profunda e inspiró a
Sepúlveda su diálogo titulado Demócrates, o diálogo sobre la dignidad del oficio de las armas,
escrito en 1535. Garcilaso de hecho constituye un excelente ejemplo de «soldado cristiano», dos
condiciones que el pensamiento erasmista, cada vez más difundido, consideraba difícilmente
armonizables. La compatibilidad entre la búsqueda de gloria, el derecho a la guerra y la
espiritualidad eran unos temas sobre los que Sepúlveda seguía pensando desde hace tiempo. En
1523 escribió Gonzalo, diálogo sobre la apetencia de gloria y en 1529 dedicó al emperador
Exhortación del cordobés Juan Ginés de Sepúlveda al muy invicto Emperador Carlos V para que,
después de poner paz entre los cristianos, emprenda la guerra contra los turcos, sobre la necesidad
de luchar duramente en el frente “exterior” de los conflictos existentes. Desde 1526 hasta su regreso
definitivo a la patria como cronista imperial, casi diez años después, Sepúlveda fue capaz de
construir una amplia red de relaciones dentro de las cortes vaticana e imperial, en contacto con las
más altas personalidades intelectuales italianas y españolas, y su correspondencia lo atestigua .26
Como apostilla Muñoz Machado, los primeros cinco años de los años treinta del siglo XVI fueron
muy productivos desde el punto de vista de las obras, culminante con la arriesgada — por las
inesperadas y amargas consecuencias — intervención en el debate sobre la cuestión de las Indias,
esto es, el célebre diálogo Demócrates segundo, en 1535.
4. El perfil de la postura sepulvediana hacia el luteranismo y las teorías de Erasmo de Rotterdam
emerge en los capítulos intermedios, en los que Muñoz Machado se detiene en el pensamiento del
cronista cordobés acerca de algunas cuestiones políticas y ético-teológicas. La curiosidad intelectualy la erudición lo llevaron a intervenir en unas ocasiones en los debates planteados por los varios y
espinosos trastornos políticos, culturales y religiosos de su época, coordenadas históricas que son
necesarias para una adecuada comprensión de la figura del Sepúlveda. Por eso, el autor comienza el
cuarto capítulo con un reconocimiento de este contexto y de las raíces ideológicas de las principales
propuestas de la Reforma, empezando por las teorías de “precursores” como Wyclif y Hus. El autor
recapitula rápidamente la historia de las relaciones entre Martin Lutero y Erasmo, así como un
mapa de sus convergencias y diferencias, para abordar la cuestión de la predestinación, que llevó a
Sepúlveda a intervenir personalmente en uno de los grandes debates de la escena intelectual
europea del siglo XVI. La controversia era sin duda mucho más antigua, pero la complejidad de
este tema se vio agravada por el momento histórico delicado en el que las conclusiones de algunas
declaraciones dogmáticas pudieran tener considerables consecuencias legales. La predestinación
total establecida por Lutero en el De servo arbitrio podía llevar a excluir a la libertad humana, así
como la peligrosa duda acerca de la existencia de Dios era deducible de la capacidad de
autodeterminación que Erasmo argumentó en De libero arbitrio. Pudiera ser interesante la línea de
compatibilización entre la presciencia divina y la libre determinación, afirmada por Sepúlveda en el
tratado que escribió en 1526 (una vez más por consejo del Papa Clemente VII), De fato et libero
Cfr. ibid ., p. 239.26
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arbitrio. Fue una oportunidad para que el humanista hablara en contra del determinismo luterano,
así como para llamar la atención sobre la «falta de coraje» que impregnaba la vaguedad del texto de
Erasmo, al que Sepúlveda se ofrece — con, según Muñoz Machado, una sorprendente seguridad en
su propia preparación — de integrar, sugiriendo cordialmente al filósofo holandés las carencias y
los puntos oscuros de la exposición, además de una posible “tercera vía” para salir del problema.
Las ideas de Erasmo de Rotterdam tuvieron poco éxito en Italia. El pensador había sido imputado
de «haberle abierto la puerta al luteranismo». Es bien sabido que en realidad la teoría de Erasmo
coincidía con las ideas luteranas sólo cuando se trataba de la indignación contra la corrupción
eclesiástica y la instrumentalización de los sacramentos; sin embargo, a veces se solía solapar y
confundir escritos y conceptos. La crítica más generalizada, compartida también por el historiador
cordobés, se centraba, de todas formas, en la falta de claridad en la presentación de las ideas, y en la
ambigüedad que resultaba en la defensa de los principales dogmas cristianos; pero a excepción de
esto, destaca Muñoz Machado, Sepúlveda habló siempre en términos respetuosos del pensamiento
erasmista.
A mediados de los años treinta tuvo que pronunciarse sobre el tema, en Antiapología en defensa de
Alberto Pío , que compuso motivado por la amistad y el protectorado que tuvo previamente con el27
príncipe de Carpi , en réplica a las graves respuestas dirigidas a Alberto Pío por Erasmo en un28
tratado titulado Apología. El filósofo holandés se había defendido con determinación de algunas
críticas sobre si mismo, que parecían proceder en especial de la corte del príncipe. La respuesta de
Sepúlveda (que intervino en la correspondencia, porque Alberto Pio se había muerto en 1531),
aunque el fin era de eliminar las insinuaciones más duras hacia el príncipe, está escrita con un «tonoamable y conciliador» , con la intención declarada de no recaudar ningún conflicto. La invitación a29
aclarar su posición con respecto a las convicciones luteranas, dirigida a Erasmo y a abstenerse de
tonos atrevidos en las cuestiones religiosas se renueva, pero se compensa con un distanciamiento de
los ataques injustificados hacia él. En contra de una visión de un Sepúlveda totalmente
intransigente, también se pueden notar suaves matices erasmistas en sus opiniones sobre la
necesaria reforma eclesiástica, seguramente motivadas por la influencia cisneriana bajo la cual
creció .30
El punto de mayor divergencia con el pensamiento de Erasmo de Rotterdam era, en cualquier modo,
ya evidente en las consideraciones sobre la relación entre la fe y la ética del conflicto armado
contenida en el Gonzalo y en la Exhortación. Sin embargo, se desprende claramente en el
Demócrates, y en el sequel de este último, el Demócrates segundo, o sobre las justas causas de la
guerra, compuesto en 1545, que, como veremos, también formó (sería simplista, sin duda, señala
Cfr. ibid ., pp. 242-263.27
Cfr. ibid ., pp. 108 y ss.28
Ibid ., p. 256.29
Cfr. ibid ., pp. 262-264.30
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Francisco Castilla Urbano, limitar el valor del trabajo en esto ) la aplicación, ampliada y adaptada,31
de las mismas teorías para el caso de la invasión de América Latina. En este sexto capítulo, por lo
tanto, Muñoz Machado explora el «cristianismo heterodoxo» del Sepúlveda filósofo «bélico», que
se expresa en torno a «la apetencia de gloria y el derecho a la guerra» , no antes de elaborar un32
análisis de las principales posiciones relativas al argumento: el pacifismo intransigente de Erasmo
— para el que no había posibles causas justas de la guerra, que fue vista como un último recurso o
un mal inexorable —; el “selectivo” de Luis Vives, que excluía principalmente las guerras entre
cristianos y, por supuesto, las respuestas «más claras y contundentes a la cuestión de la guerra
justa», que revelan un pacifismo más “realista”, proporcionado por el maestro de la Escuela de
Salamanca, Francisco de Vitoria .33
Sepúlveda fue muy receptivo a la carga ideológica a la que fue expuesto durante varios años. Por
esta razón su pensamiento refleja, desde varios puntos de vista, la visión de los humanistas
italianos, que, sin excluir pautas de comportamiento que surgen de una ética cristiana, habían
revalorizado los aspectos de la educación, el espíritu cívico, la participación social y política, el
patriotismo y la búsqueda de la gloria y excelencia a través de la razón, procedentes sobre todo de la
época clásica. El llamado “humanismo cívico”, sin dejar de lado los valores del Evangelio,
reinterpreta como moralmente plausibles el deseo de fama, la acumulación de riqueza o el servicio a
la patria con las armas. En las obras sepulvedianas se puede observar el tratamiento eficaz de los
problemas totalmente actuales a la época, a través de herramientas conceptuales que tenían raíces
muy antiguas: cuando no era posible encontrar soluciones definidas en la Sagradas Escrituras o en
las enseñanzas de los Padres de la Iglesia, «el cordobés» las buscaba en las contribuciones de los
más influyentes filósofos griegos, sobre todo Aristóteles. El Demócrates fue solamente uno de losejemplos más claros de la dinámica de sus razonamientos, encaminados a mostrar las posibilidades
de acuerdo entre la filosofía aristotélica y la teología cristiana . En este diálogo — así como será en34
el Demócrates segundo y otros escritos —, las referencias a teorías de Aristóteles constantemente
aparecen junto a las citas de San Agustín o San Pablo o a los textos sagrados. Todo esto se puede
encontrar en la reflexión acerca de las virtudes de un buen soldado cristiano y en la exaltación de la
dignidad y necesidad de la vita activa para el buen funcionamiento de sociedad civil, que constituye
la estructura principal del Demócrates. El diálogo, en tres libros, dedicado a Don Fernando de
Toledo, duque de Alba, se opone al antibelicismo de impronta erasmiana que estaba difundiendo
preocupaciones éticas entre las tropas de la joven nobleza militar española. Además de en el
Demócrates Segundo y en la consiguiente Apología de 1550, Sepúlveda regresó en su madurez,
como se puede leer en los siguientes capítulos del libro, sobre las cuestiones morales y jurídicas
relacionadas con la guerra en el tratado titulado Acerca de la monarquía, publicado en 1571. El
F. Castilla Urbano, El pensamiento de Juan Ginés de Sepúlveda. Vida activa, humanismo y guerra en el31
Renacimiento, cit., pp. 121-122.
Cfr. S. Muñoz Machado, Sepúlveda, cronista del Emperador , cit., pp. 278-330.32
Ibid ., p. 314.33
Cfr. F. Castilla Urbano, El pensamiento de Juan Ginés de Sepúlveda. Vida activa, humanismo y guerra en el34
Renacimiento, cit., pp. 112-113.
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Gonzalo es un diálogo de estilo socrático, y al parecer, fue la primera obra escrita por Sepúlveda
por su propia voluntad , casi por diversión, poco después de salir de San Clemente de los35
Españoles. La gloria «cómo tema filosófico y teológico» fue probablemente, dice Machado,36
inspirada a Sepúlveda por modelos como la Ética a Nicómaco de Aristóteles o el De gloria de
Cicerón (ahora perdido). El principal problema abordado por los personajes es si la ambición y el
deseo de gloria están o no en contradicción con la moral cristiana; Sepúlveda argumenta (basándose
en las consideraciones de Aristóteles) sobre el carácter fuertemente ético de verdadera gloria, que
sólo se alcanza mediante el ejercicio de la virtud, necesario, por otro lado, también para el buen
ejercicio de la religión. El personaje de Demócrates, que da manifiestamente voz al autor, expresa
que la manera de lograr un cierto tipo de reconocimiento público o la perfección moral, no es igual
para todos, y que los diferentes caminos (respectivamente ejemplificados por las figuras del monje
y del soldado) tienen la misma dignidad. El soldado, por supuesto cristiano, está también
indirectamente implicado en el discurso que se encuentra en el centro de la Exhortación, en la que
Sepúlveda instó al emperador Carlos V a promover la paz entre los Estados cristianos para que
uniesen sus fuerzas contra la amenaza turca, que estaba convirtiéndose en el «mayor peligro
imaginable». De hecho, mientras que las naciones europeas se disputaban territorios y empleaban
los valiosos recursos humanos y materiales en el conflicto religioso, las tropas de Solimán el
Magnífico estaban a las puertas: en 1521 habían tomado Belgrado y en 1526 irrumpieron en Buda.
Castilla Urbano ha notado que en este caso, la «retórica belicista» de Sepúlveda construye un
razonamiento basado en la necesidad de un conflicto para evitar una invasión política y sobre todo
culturalmente peligrosa: la descripción de las «abominables prácticas, que cree incomparablemente
más oprobiosas que ningunas otras conocidas a lo largo de la historia», se basa en el uso de los prejuicios hacia la diversidad (considerada automáticamente como barbarie) representada por el
otro, ampliamente compartidos por sus contemporáneos . Incluso unos pacifistas convencidos37
como Erasmo y Vives consideraban justo este tipo de guerras; la diferencia está en el hecho de que
Sepúlveda exhorta el soberano sin mostrar ninguna duda: el acto de la guerra era de tal urgencia que
no admitía la prevalencia de escrúpulos morales. Los tonos incisivos también respondían a la
necesidad de que el trabajo encajara en un género, el de la literatura de propaganda, donde cada
intelectual en ese momento tenía que ensayar al menos una vez ; por otra parte, como ha dicho38
Muñoz Machado, la Exhortación fue también una obra dirigida probablemente a la promoción de
los intereses personales de Sepúlveda, que podría de esta manera tratar de sobresalir a los ojos del
monarca.
La ortodoxia religiosa de Sepúlveda choca duramente con un pensamiento filosófico que resulta en
algunos aspectos belicista, activista, orientado a la exaltación de los valores mundanos, cuya
conciliación con la doctrina cristiana a menudo es compleja o forzada. Es notable, dice Muñoz
Cfr. ibid ., cit., p. 42.35
Cfr. S. Muñoz Machado, Sepúlveda, cronista del Emperador , cit., pp. 304-308.36
Cfr. F. Castilla Urbano, El pensamiento de Juan Ginés de Sepúlveda. Vida activa, humanismo y guerra en el37
Renacimiento, cit., pp. 86-92.
S. Muñoz Machado, Sepúlveda, cronista del Emperador , cit., p. 339.38
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Machado, que esta dirección del pensamiento del cronista andaluz no es el resultado de una
evolución, sino que constituye uno de los rasgos distintivos, desde los primeros estudios hasta la
madurez. En los escritos sobre argumentos políticos o jurídicos, las acciones contrarias a la ley
natural y divina se justifican si el objetivo final es preservar el «bien público» : estas posturas39
anticipan ideas que luego serán aducidas por los teóricos de la razón de Estado. Por esto el
humanista español parece casi más convencido de algunas de las afirmaciones hechas por un
intelectual controvertido como Nicolás Maquiavelo — a las que se dedica amplio espacio en este
capítulo — que por muchos supuestos del pensamiento católico. Un agudo análisis de los «rasgos
maquiavélicos de un antimaquiavélico» como Sepúlveda (es decir, el concepto de virtud, de40
búsqueda de fama y honores, la admiración por la antigüedad grecorromana, la importancia de la
riqueza para un gobierno sólido), y de las diferencias en cuanto a la consideración de la relación
entre la virtud y la piedad religiosa, está realizado por Francisco Castilla Urbano en un notable
estudio que Muñoz Machado indica en una nota . El aspecto del pensamiento de Maquiavelo con41
el que Sepúlveda se relacionaba con mayor dificultad era la suspensión, en la construcción de su
teoría política, de cualquier condicionamiento procedente del cristianismo, su desacralización
completa del ejercicio del poder . Aunque considerase la guerra como «simple herramienta en42
manos de los príncipes, que pueden utilizar sin trabas cuando convenga a la gobernación de sus
Estados» , él no era un loco que amaba el conflicto armado, pero afirmaba que no era posible43
prescindir de ello por completo, ya que siempre formó parte de la historia de los pueblos. Sepúlveda
no le mencionó nunca explícitamente — aunque parezca que en algunos manuscritos antiguos hubo
referencias, más tarde desaparecidas — pero es poco probable que no hubiera leído sus obras . Por44
otra parte, observa Muñoz Machado, en la reflexión que cierra el capítulo, que Sepúlveda traiciona,especialmente en el Demócrates, críticas veladas de Maquiavelo, especialmente en torno a sus
creencias con respecto a la fe . A pesar de los mecenas y del entorno cultural en común, además de45
las afinidades ideológicas innegables, el contraste irreconciliable se situaba entre el cinismo sin
escrúpulos del «florentino» y el esfuerzo sepulvediano para conciliar los valores seculares del
«humanismo cívico» y la preponderancia de la virtud cristiana entre todas las demás.
Cfr. J. G. de Sepúlveda, Demócrates Segundo, o sobre las justas causas de guerra, en Id., Obras Completas,39
Ayuntamiento de Pozoblanco, 1997, vol. III, p. 111.
Cfr. F. Castilla Urbano, El pensamiento de Juan Ginés de Sepúlveda. Vida activa, humanismo y guerra en el40
Renacimiento, cit., pp. 125-145.
Cfr. S. Muñoz Machado, Sepúlveda, cronista del Emperador , cit., n. 374 p.952.41
Cfr. ibid ., p. 326.42
Ibid ., p. 291.43
Cfr. ibid ., pp. 328-329.44
«Tiene más de impiedad que de sensatez aquella otra lamentación […] de algunos que con total petulancia no sienten45
rubor en reprobar la religión cristiana porque, a su entender, vuelve a los hombres cobardes e incapaces de ejercer elmando», J. G. de Sepúlveda, Demócrates o diálogo sobre la dignidad del oficio de las armas, en Id., Obras Completas,Ayuntamiento de Pozoblanco, 2010, vol. XV, p. 176.
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5. El título del libro resuena en el séptimo capítulo, que presenta al protagonista ocupado en la
ardua tarea de la celebración de la imagen de «césar Carlos». El papel del historiador de la corte —
cuya historia está aquí esbozada por Muñoz Machado en sus núcleos fundamentales — siempre ha
sido muy importante desde el punto de vista político, ya que el prestigio de los monarcas dependía
en gran medida de su trabajo. Para este cargo siempre se eligieron intelectuales de acreditada
reputación, para que contribuyesen a presentar los monarcas españoles como receptores de una
misión divina de difusión universal del mensaje cristiano y de unión política. En el caso de Carlos
V, el enorme alcance de los reinos aumentó la urgencia de construir un personaje adecuado a la
magnificencia de sus títulos. Se sabe que, lamentablemente, por las cualidades del monarca, tanto
físicas como intelectuales, el trabajo de retratistas y comentaristas no era nada fácil: incluso el
diligente Sepúlveda pudo (y tal vez incluso no quiso) suavizar la dura realidad más allá de cierto
límite . Tal vez por estas razones, el cuidado de este asunto tenía la máxima prioridad,46
especialmente en vista de la presentación del rey al pueblo español, que tan poco se reconocía en
este soberano. Un grupo de personas, bajo la supervisión del canciller Gattinara, manejaba la
increíble «maquinaria de publicidad, sin parangón posible con la de cualquier otro monarca» que47
para su aplicación necesitaba de la participación de escritores, artistas, poetas y ante todo,
historiadores. El anelado cargo de historiador del rey estaba muy bien pagado, y ya desde la época
de los Reyes Católicos era una tarea compartida. Durante el reinado de Carlos V, se hizo más
necesario que nunca el reparto de la inmensa labor de relatar aquellos años tan llenos de hechos
ocurridos en territorios exterminados. No fue fácil encontrar un escritor adecuado para el joven
monarca, que entre otras cosas no tenía las ideas muy claras sobre cómo plantear su crónica
personal: la indecisión entre encomendar la composición de una historia centrada en su vida, o más bien, en las vicisitudes del reino, por no hablar de los escrúpulos morales — como resultado de una
estricta educación cristiana — que afectaban a los «graves pecados» de la vanidad y del orgullo. La
mayoría de los historiadores no respondieron a sus necesidades, y ninguno de ellos pudo ver su
trabajo publicado en vida (incluso Sepúlveda, que era el único que lo terminó); hasta el punto de
que en sus últimos años, Carlos V comenzó a dictar sus propios recuerdos. El primer cronista
nombrado por el monarca, en 1520, fue el erudito italiano Pedro Mártir de Anglería, buen amigo de
Gattinara y con quien compartía la visión de una «misión supranacional» reservada al emperador.
Era conocido por haber publicado uno de los primeros relatos de la conquista (aunque nunca había
estado al otro lado de océano), titulado De Orbe Novo y dedicado en 1516 al recién soberano;
asimismo actuó Gonzalo Fernández de Oviedo, que pocos años después se ofreció como historiador
oficial presentando a Carlos V su monumental Historia general y natural de las Indias. El
emperador estaba muy interesado en la pluma colonialista de Oviedo, que se había quedado largo
tiempo en las Indias; sin embargo, a la muerte de Nebrija en 1523, el emperador nombró al
dominico siciliano Bernardo de Gentile, y al morir Pedro Mártir, en 1526, fue nombrado Fray
Antonio de Guevara. Los nuevos cronistas permanecieron en el cargo durante unos años, pero la
Cfr. S. Muñoz Machado, Sepúlveda, cronista del Emperador , cit., pp. 373-375.46
Ibid ., p. 379.47
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búsqueda de un humanista brillante, que pudiera cumplir con este encargo de manera eficiente,
finalmente llevó a Juan Ginés de Sepúlveda, del cual el emperador tenía varias referencias, tanto
personales como indirectas. Con una «real cédula» del 15 de abril de 1536, Sepúlveda fue
designado como historiador oficial del emperador, no sólo con un salario considerable y todo tipo
de prerrogativas, sino también la obligación de residir en la corte cerca de cuatro meses al año y de
viajar junto al monarca, a fin de tomar directamente nota de los eventos a narrar. Este aspecto fue
tal vez lo más difícil, porque al humanista andaluz no le gustaba nada desplazarse, así como el
clima del norte y el frenesí de la corte. A menudo pedía licencias para ausentarse y escribir con
tranquilidad en su tierra natal, delegando en personas de su confianza la tarea de acompañar al
emperador. Fue sorprendente para los pocos contemporáneos que leyeron algunos fragmentos de la
Historia de Carlos V , no sólo su osadía de prescindir de la exaltación convencional de la figura del
monarca, sino también el recordatorio de las dudas de los grupos reacios a aceptar al soberano de
Habsburgo. En la tradición encomiástica de las crónicas este incansable «culto de la verdad» era
bastante inusual; Sepúlveda, consciente de este aspecto, utilizaba, para informar de los detalles más
incómodos, recursos retóricos (por ejemplo, comentar en el texto supuestas opiniones de los
demás). Muñoz Machado afirma que, justo en la composición de la Historia de Carlos V ,
Sepúlveda refuta su reputación de «escritor mercenario y oficialista» . El cronista, de hecho, tenía48
convicciones muy personales — y no siempre de absoluto consenso — acerca del monarca y de su
forma de gobernar, que son bastante evidentes en sus trabajos . Sus modelos eran «los grandes49
historiadores romanos» como Tito Livio y Salustio, y su «escrupulosa e insobornable observancia
de la verdad» era evidente en su método de la narración histórica, espejo de lo que el autor define50
el «carácter del sabio humanista» que nunca se entregó a excesos laudatorios hacia el emperador o51
el Papa, ni afirmó sobre que no era razonablemente seguro.
6. De particular interés, por la comprensión del origen de la “leyenda negra” en torno a la imagen
de Sepúlveda, es el octavo capítulo: el más largo y detallado del volumen, en el que se reconstruyen
con precisión no sólo los acontecimientos de la intervención del cronista del emperador en el debate
en torno a la cuestión colonial, sino también «el ideario sepulvediano sobre el Nuevo Mundo» , a52
través de las páginas del célebre Demócrates segundo y de la Apología en favor del libro sobre las
justas causas de la guerra (en el que basó su exposición para defender sus teorías ante la Junta de
Valladolid) . Ya en el cuarto capítulo, Muñoz Machado menciona los acontecimientos que53
provocaron la controversia, en relación con la denuncia de un grupo de misioneros dominicos que,
en 1511 en La Hispaniola, protestaron en contra de los crímenes cometidos en perjuicio de los
Ibid ., p. 413.48
Cfr. ibid ., pp. 410-440.49
Ibid ., p. 412.50
Ibid ., p. 209.51
Cfr. ibid ., pp. 498-563.52
Cfr. ibid ., p. 500.53
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indígenas por los conquistadores y los colonos, arruinando la atmósfera de orgullo y tranquilidad
por la memorable empresa del descubrimiento de nuevas tierras que reinaba en la corte. En el
ambiente intelectual internacional brotaron informes, tratados, correspondencias públicas y folletos
sobre el tema y entre muchos, incluso un comentario sobre Tomás de Aquino, en el que el Cardinal
Cayetano utilizaba argumentos filosóficos y teológicos para definir los límites con los que podían
ser sometidos los indios americanos. De esta manera Sepúlveda — puesto que por un período
permaneció en Nápoles y Gaeta, colaborando con el cardenal — tuvo contacto por primera vez con
los temas que condicionaron tan negativamente su imagen intelectual. El relato histórico de los
principales eventos de la Conquista se refiere también a las varias disposiciones legales que los
monarcas adoptaron para las colonias; además dedica un amplio espacio a las propuestas jurídicas y
a las elaboraciones teológico-filosóficas — con respecto a la gestión de los territorios americanos o
de las relaciones con los nativos — de personalidades como Vitoria, Sepúlveda y Bartolomé de Las
Casas (así como a las reacciones del emperador, a menudo inesperadas, frente a aquéllas ). Ni el54
cronista imperial, ni el maestro de San Esteban de Salamanca (a diferencia de Fray Bartolomé),
jamás vieron con sus propios ojos la realidad de las Indias, sino que utilizaban fuentes autorizadas
para sus estudios. Resulta interesante la atención prestada por Muñoz Machado al hecho de que
estas teorías, que se ven aparentemente divergentes, básicamente comparten la misma idea
espontánea y paternalista sobre la naturaleza sub-humana o por lo menos "frágil", si no “inferior”
de los indios y del protectorado europeo que hubieran mostrado necesitar. Leyendo estas páginas se
entiende cómo Sepúlveda y su extenuante diatriba con Las Casas — que comenzó con el oponerse
de éste a la publicación del Demócrates segundo y que nunca terminó, tampoco después del debate
de 1550 — puso sobre la mesa la cuestión crucial de las justas causas de la guerra, que sigue siendoobjeto de discusión. El inevitable punto de vista eurocéntrico de estas ideas, de hecho, dio lugar a
una ética de la civilización y de la compensación (deportaciones, masacres o destrucción cultural,
como último recurso, pudieran también entenderse como el posible precio justo del progreso
humano a gran escala), que podría tener — y que ha tenido, como la historia universal demuestra —
desarrollos desastrosos. Muñoz Machado concluye, a este respecto, con un resumen de las teorías
sobre la confrontación entre la conquista española y la siguiente colonización anglo-francesa de
América del Norte.
El último capítulo describe brevemente los últimos años que Sepúlveda transcurrió en su laborioso
— y deseado — retiro definitivo de la corte en la Huerta del Gallo, propiedad que había comprado
en su tierra natal, después del difícil periodo (de 1545 hasta 1550), que lo había dejado exhausto y
amargado. De su correspondencia resulta un anciano erudito finalmente a gusto, sereno como
imaginaba hubiera estado su amado Cicerón en la villa de Tusculum: el clima seco y fresco de la
zona ayudaba al trabajo intelectual, por lo que en estos años se dedicó a obras como el Teófilo
(tratado en el que Sepúlveda argumenta en torno a los límites de la obligación de denunciar los
delitos, probablemente inspirado por los hechos del proceso a Bartolomé Carranza, que tuvo lugar
Cfr. ibid ., pp. 447-453.54
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en esos años ), Historia de Felipe II e Historia del Nuevo Mundo. En 1556 se reunió por última55
vez en Yuste con el emperador Carlos V, quien, después de su abdicación, había establecido allí su
residencia. Muñoz Machado se detiene en Acerca de la monarquía, dedicada a Felipe II, del cual
por un período Sepúlveda había sido tutor. El tratado, más conocido por su título original en latín,
De Regno, se considera una importante «obra de síntesis» — por ser tardía — de sus principales
ideas sobre la naturaleza de los hombres «a los que puede atribuirse el mando» . Dividido en tres56
libros, tiene como núcleo conceptual la dicotomía comando-obediencia, contiene consejos útiles
para el soberano y es una madura reelaboración del pensamiento político y jurídico del humanista
español. Después de un vistazo a las «disposiciones finales», Muñoz Machado recuerda que
Sepúlveda falleció en Pozoblanco el 17 de noviembre 1573, dejando un legado intelectual que
permaneció en gran parte desconocido durante varios siglos.
Cfr. Ibid ., pp. 564-579.55
Ibid ., p. 586.56
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