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Una «biobibliografía» del cronista olvidado:  Santiago Muñoz Machado narra acerca de Juan Ginés de Sepúlveda de Giorgia dello Russo* El actual interés por las obras y la personalidad de Juan Ginés de Sepúlveda es comprensible no sólo teniendo en cuenta su papel de testigo (y, en ciertos aspectos, intérprete) de un momento crucial de la Edad Moderna, sino también por el hecho de que los temas que están en el centro de muchas de sus reflexiones están cargados de implicaciones con la contemporaneidad. La imagen del historiador cordobés en la Corte de Carlos V ha sido preeminentemente asociada a la cuestión colonial hispanoamericana: un acontecimiento como el debate de Valladolid (del que fue  protagonista junto a Bartolomé de las Casas), o bien las teorías en torno a las justas causas de guerra contra los indios, expuestas en los pocos escritos célebres, siempre han influido enormemente — en la mayor parte de los casos, en una dirección desfavorable — sobre la opinión general entorno a él. Por tanto, despierta seguramente interés un estudio con intenciones, por así decir, a contracorriente, esto es, dirigido a esclarecer el indudable valor de su vasta producción, además de profundizar su conocimiento alejándose lo más posible del gris «tópico caricaturesco» que ha pasado a la historia. 1 2. Puntuada por las detalladas referencias al  Epistolario sepulvediano, la «biobibliografía» en la  pluma del catedrático Santiago Muñoz Machado, se articula en nueve largos y densos capítulos. Aparece en 2012 Sepúlveda, cronista del Emperador , un sorprendente y agradable volumen de cerca de mil páginas (novecientas doce para ser exactos, en la edición impresa), tejidas en un castellano limpio y cristalino, que casi disipa la instintiva exigencia de una traducción: incluso un novato de la lengua española, de hecho, accede al texto sin excesivas dificultades, disfrutando de una lectura nada agotadora. Las amplias descripciones y el considerable aparato de notas ofrecen una prueba de la profunda erudición del autor en tan variados sectores; logran además devolver a Sepúlveda, aunque con la debida objetividad, la indudable dignidad intelectual, pero demasiado a menudo ensombrecida por una difusión tendenciosa y por lect uras superficiales. Y a en el prólogo, el ritmo sereno y atrayente permite afrontar tranquilamente también las ingentes digresiones (que a menudo llenan párrafos enteros), a través de las cuales Muñoz Machado contextualiza históricamente el personaje: por ejemplo, los extensos incisos dedicados a los conflictos religiosos que convulsionaron la Europa del siglo XVI , o también las características — culturales, filosóficas, 2 artística s — de la atmósfera renacen tista en Italia . Gracias a este libro, es posible observ ar la figura 3 de Juan Ginés de Sepúlveda desde diferentes perspectivas, cada una más o menos correspondiente a las fases principales de su vida, todas examinadas con la misma exhaustividad. A partir de la documentación entorno a la abundancia de pastos y encinares típicos la tierra natal del * La versión castellana de este artículo ha sido revisada por la Dra. Jéssica Sánchez Espillaque, que agradezco mucho  por su pericia y paciencia. S. Muñoz Machado, Sepúlveda, cronista del Emperador , edizione elettronica Edhasa iBook, Barcelona, 2012, p. 23. 1  Cfr., ibid ., p. 221. 2  Cfr. ibid ., pp. 90 y ss. 3  1

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Una «biobibliografía» del cronista olvidado:

 Santiago Muñoz Machado narra acerca de Juan Ginés de Sepúlveda

de Giorgia dello Russo*

El actual interés por las obras y la personalidad de Juan Ginés de Sepúlveda es comprensible no

sólo teniendo en cuenta su papel de testigo (y, en ciertos aspectos, intérprete) de un momento

crucial de la Edad Moderna, sino también por el hecho de que los temas que están en el centro de

muchas de sus reflexiones están cargados de implicaciones con la contemporaneidad. La imagen del

historiador cordobés en la Corte de Carlos V ha sido preeminentemente asociada a la cuestión

colonial hispanoamericana: un acontecimiento como el debate de Valladolid (del que fue

 protagonista junto a Bartolomé de las Casas), o bien las teorías en torno a las justas causas de guerra

contra los indios, expuestas en los pocos escritos célebres, siempre han influido enormemente — en

la mayor parte de los casos, en una dirección desfavorable — sobre la opinión general entorno a él.

Por tanto, despierta seguramente interés un estudio con intenciones, por así decir, a contracorriente,esto es, dirigido a esclarecer el indudable valor de su vasta producción, además de profundizar su

conocimiento alejándose lo más posible del gris «tópico caricaturesco» que ha pasado a la historia.1

2. Puntuada por las detalladas referencias al  Epistolario  sepulvediano, la «biobibliografía» en la

 pluma del catedrático Santiago Muñoz Machado, se articula en nueve largos y densos capítulos.

Aparece en 2012 Sepúlveda, cronista del Emperador , un sorprendente y agradable volumen de

cerca de mil páginas (novecientas doce para ser exactos, en la edición impresa), tejidas en un

castellano limpio y cristalino, que casi disipa la instintiva exigencia de una traducción: incluso un

novato de la lengua española, de hecho, accede al texto sin excesivas dificultades, disfrutando de

una lectura nada agotadora. Las amplias descripciones y el considerable aparato de notas ofrecen

una prueba de la profunda erudición del autor en tan variados sectores; logran además devolver a

Sepúlveda, aunque con la debida objetividad, la indudable dignidad intelectual, pero demasiado a

menudo ensombrecida por una difusión tendenciosa y por lecturas superficiales. Ya en el prólogo, el

ritmo sereno y atrayente permite afrontar tranquilamente también las ingentes digresiones (que a

menudo llenan párrafos enteros), a través de las cuales Muñoz Machado contextualiza

históricamente el personaje: por ejemplo, los extensos incisos dedicados a los conflictos religiosos

que convulsionaron la Europa del siglo XVI , o también las características — culturales, filosóficas,2

artísticas — de la atmósfera renacentista en Italia . Gracias a este libro, es posible observar la figura3

de Juan Ginés de Sepúlveda desde diferentes perspectivas, cada una más o menos correspondiente a

las fases principales de su vida, todas examinadas con la misma exhaustividad. A partir de la

documentación entorno a la abundancia de pastos y encinares típicos la tierra natal del

* La versión castellana de este artículo ha sido revisada por la Dra. Jéssica Sánchez Espillaque, que agradezco mucho por su pericia y paciencia.

S. Muñoz Machado, Sepúlveda, cronista del Emperador , edizione elettronica Edhasa iBook, Barcelona, 2012, p. 23.1

 Cfr., ibid ., p. 221.2

 Cfr. ibid ., pp. 90 y ss.3

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 protagonista , hasta las certificaciones de limpieza de sangre necesarias para la admisión entre los4

complutenses de Alcalá de Henares (y aún más importantes para el deseado ingreso en el Colegio5

de San Clemente en Bolonia ); así como entorno a la génesis y al éxito de cada escrito6

sepulvediano, incluido aquél en el que se encuentran sus últimas voluntades: todo aspecto es

analizado sin descuidar ningún detalle, con riqueza de citas desde los más disparatados textos

inherentes al tema. Además de revelarse como una preciosa contribución, el libro representa un

importante punto de referencia para el acercamiento tanto a la figura como a las obras de

Sepúlveda, que sería imposible comprender completamente sin tener en cuenta el contexto en el que

han sido concebidas, aislándoles «de sus circunstancias» . El breve prólogo de Francisco Rico7

(historiador, filólogo y miembro de la Real Academia Española) anticipa al lector que Muñoz

Machado dedica al historiador del emperador Carlos V «una biografía menos anecdótica que

histórica y sustancial» , es decir, mucho más atenta a las obras que a la crónica minuciosa de8

vivencias personales. Esto porque, como precisa el mismo autor en la introducción, Sepúlveda era

un estudioso, por tanto el mejor modo de relatarlo es a través de sus libros . Viene así aclarada la9

auténtica intención de la obra, que consistiría en la voluntad de liberar la memoria del cronista

cordobés del olvido y de la estereotipación en los que ha sido someramente condenada. Este texto

se propone aclarar, pues, a través de su producción, lo que efectivamente él era: un «humanista

eruditísimo», con una «cantidad de registros intelectuales extraordinaria, que concluyó una obra

muy diversificada en los terrenos de la teología, filosofía, ética, historia y el derecho» . La10

 presentación del volumen termina además con un rápido excursus sobre la triste historia del olvido

y de la sucesiva revalorización de Sepúlveda, en particular a manos de estudiosos como Menéndez

y Pelayo y Losada, sin embargo sólo finalizada plenamente en 2010 con la edición del último de losdieciséis volúmenes (en latín seguido del texto en castellano) de las Obras Completas .11

3. El primer capítulo traza los orígenes del humanista, para después profundizar en los detalles de la

fundación del ateneo complutense por el cardenal Francisco de Cisneros, que tendrá un papel

determinante en la vida y en la formación de Sepúlveda . Por esta razón Muñoz Machado dedica12

algunas páginas al ascético prelado franciscano, ya arzobispo de Toledo desde el 1495 y decidido no

 Ibid ., cfr. pp. 26-34.4

 Desde el pueblo de Alcalá de Henares (cuyo antiguo nombre en latín era Complutum), la universidad fue trasladada a5

Madrid en 1836: de ahí que tenga el nombre de “Complutense”.

«Para demostrar que carecía de vinculación con moros y judíos, y que todos sus ancestros eran, como él, cristianos6

viejos y limpios», S. Muñoz Machado, cit., p.61 .Cfr. n. 35 p 781, n. 73 p.791.

 F. Castilla Urbano, El pensamiento de Juan Ginés de Sepúlveda. Vida activa, humanismo y guerra en el Renacimiento,7

Centro de Estudios Políticos y Constitutionales, Madrid, 2013, p. 12.

 F. Rico, Prólogo, in S. Muñoz Machado, cit., p. 9.8

 Cfr. S. Muñoz Machado, Introducción, en ibid ., pp. 24-25.9

  Ibid .,  p. 23.10

 Cfr. ibid ., n. 23 p. 772.11

 Cfr. ibid ., pp. 34-58.12

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sólo, frente a la corrupción imperante, a reformar las órdenes religiosas, sino sobre todo a dar un

vuelco al nivel de preparación de los eclesiásticos españoles, que consideraba insuficiente. El

 proyecto universitario de Alcalá de Henares, que tenía sede en el Colegio Mayor de San Idelfonso,

fue la respuesta a esta exigencia. Si bien la Universidad había sido ideada como una institución

 preferentemente eclesiástica, acogió también a grandes humanistas laicos y en sus aulas estudiaron

los mejores intelectuales ibéricos de la época. Fue precisamente Cisneros el «primer gran

 patrocinador» del futuro cronista imperial, que lo introdujo con una carta personal al Rector del13

ateneo boloñés como «dilectus». Sepúlveda aparece inscrito en el registro de los «colegiales

 pobres» de Alcalá de Henares, al que se incorporó en 1510, aprovechando una de las treinta plazas

 puestas a disposición de los religiosos menos pudientes y merecedores que deseaban profundizar en

sus conocimientos teológicos. Se sabe que él tuvo acceso a la universidad cisneriana recomendado

 por la diócesis de Córdoba, donde había completado su educación temprana: Muñoz Machado

insiste en que cada éxito académico y profesional del «sabio pozoalbense» procedió exclusivamente

de sus méritos personales, ya que la familia (de la que no se sabe mucho) tenía poca influencia en

su camino; aunque la elección de la carrera eclesiástica por un chico que había mostrado cualidades

intelectuales no comunes, probablemente hubiera sido de sus propios padres. Primero en

Pozoblanco y luego en en Córdoba, el joven Sepúlveda se acercó a las lenguas clásicas y a las

Sagradas Escrituras, revelando inmediatamente un rigor y una dedicación típicos de «la gente del

valle en que nació» . Sólo una vez dentro de los muros del Colegio de San Idelfonso, y en contacto14

con los maestros provenientes de Salamanca y París, «el estudiante pobre», que ya cultivaba el

sueño de enriquecer su educación inmerso en el ámbito humanista italiano, inició los trámites

 burocráticos para que esto ocurriera. Sepúlveda había recibido previamente la tonsura, pero suconsagración sacerdotal sólo se produjo después (aunque en cualquier caso antes de 1529, cuando

las «prebendas» que percibía estaban documentadas). Su ingreso en el Colegio no tuvo lugar en

cualquier caso hasta el otoño de 1515: allí su reputación como un «escritor elegante» pronto se

extendió y él resultó el mejor candidato para llevar a cabo proyectos como la  Brevis Colegii

 Descriptio y la biografía del cardenal Albornoz, fundador del Instituto . El relato de los años que15

Sepúlveda pasó en San Clemente de los Españoles se lleva a cabo, en el segundo capítulo de este

volumen, a través de estas primeras obras de Sepúlveda: en realidad, la  Descriptio, sería una

integración del trabajo histórico-biográfico dedicado al cardenal, pero dice mucho acerca de las

impresiones del joven estudiante español sobre la universidad italiana. La descripción sencilla pero

detallada de la estructura proporciona al lector una visión plástica, completada por las referencias a

los intelectuales más distinguidos que la universidad había acogido: entre ellos Antonio de Nebrija,

hacia el que Sepúlveda tenía un aprecio especial . La última parte de este trabajo está dedicada a16

los alumnos: unos pocos (como máximo treinta), estrictamente no casados y originarios de

 Ibid .,  p. 42.13

  Ibid .,  p. 34.14

 Cfr. ibid ., pp. 63-89.15

 Cfr. ibid ., pp. 54-60.16

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Península Ibérica, que se ocupaban de teología, derecho canónico o medicina. Su existencia estuvo

marcada por los hábitos y las normas no muy diferentes de aquéllas a las que Sepúlveda ya estaba

acostumbrado en San Idelfonso, que había tenido a la organización San Clemente como su modelo

 principal. La opinión de los estudiantes era crucial para la carrera de los profesores: en efecto, «sólo

contando con el voto positivo de los estudiantes se renovaba el contrato» .17

La biografía de don Gil de Albornoz, en cambio, era un proyecto ya en curso que se le dio a

Sepúlveda para que contribuyera a una reorganización de estilo, en lugar de la propia investigación:

esto quitó algún tiempo a sus estudios de entonces, pero le permitió no sólo profundizar en el

conocimiento de los acontecimientos histórico-políticos italianos del siglo XIV italiano —

desarrollando una mayor comprensión del espíritu renacentista en el que había estado involucrado

como humanista — sino también consolidar los conceptos que le hubieran consentido, luego, opinar

sobre asuntos de ética imperialista o sobre los conflictos y las reformas religiosas de la época . Este18

 período también fue decisivo desde el punto de vista social: a través de una comparación con la

correspondencia del «cordobés», el autor señala que, en ocho años de estancia en el ateneo,

Sepúlveda (además de trabar amistades duraderas con figuras como Antonio Agustín y Diego de

 Neila) llegó a ser aceptado por la nobleza civil y eclesiástica, por el hecho de que el mérito

intelectual gozaba de elevada consideración en la alta sociedad del Renacimiento italiano .19

El tercer capítulo narra su inmersión en el clima de redescubrimiento del mundo clásico y de los

 studia humanitatis: por supuesto, los personajes más adinerados de la escena política destinaron

importantes recursos para el desarrollo cultural, y Sepúlveda se benefició muy a menudo de la

 protección de diferentes e ilustres mecenas , entre ellos los príncipes Hércules Gonzaga y Alberto20

Pío; pero especialmente de Julio de Medici (posteriormente elegido como el Papa Clemente VII), por el cual, el brillante estudiante andaluz recibió las primeras tareas de traducción y comentario de

las obras de Aristóteles.

La fama de estos nombres da una idea, señala el autor, del peso que tenía en ese contexto el

dominio del latín y del griego. Es una creencia común pensar que el estímulo principal en este

sentido procediera, en aquellos años, principalmente del «maestro» Pomponazzi; pero Muñoz

Machado observa que en realidad, aunque no podamos negar la influencia del filósofo de Mantua,

ya durante el período de estudios en Alcalá de Henares, Sepúlveda estuvo involucrado en un

ambicioso proyecto editorial de los escritos aristotélicos ordenado por el cardenal Cisneros . Sin21

embargo, el inicio de la traducción, que ocupó gran parte de la existencia de Sepúlveda, llegó

 precisamente en nombre del cardenal de Medici, con quien estableció excelentes relaciones, siendo

el principal punto de referencia durante su larga estancia en Italia. El acercamiento a la corte papal

tuvo una influencia decisiva en los acontecimientos que le llevaron luego al servicio del emperador:

Cfr. ibid ., p. 69.17

 Cfr. ibid ., pp. 78-89.18

 Cfr. ibid ., p. 71.19

 Cfr. ibid ., pp. 96-110.20

 Cfr. ibid ., pp. 55-56.21

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el Cardenal Quiñones (delegado del Papa Clemente VII) fue el segundo cardenal franciscano,

después de Cisneros, en desempeñar un papel decisivo en la carrera de Sepúlveda. No sólo porque

después de la salida de San Clemente de los Españoles le invitó para formar parte de sus

colaboradores en Roma, sino también porque le incluyó en la comitiva que acogió a Carlos V

(quien habla llegado a Italia para su coronación) durante el desembarco en Génova, en 1529 .22

La parte central del capítulo indaga a fondo en la historia de la actividad de traducción y en las

cuestiones filológicas a que se enfrentó Sepúlveda estudiando los textos aristotélicos , mientras que23

la final hace una descripción detallada de las muchas disciplinas (la ética, la filosofía, el derecho, la

teología, la astronomía, sin contar la epigrafía, las ciencias naturales, la arqueología y la historia)

 por las que él se interesó durante su larga vida como erudito . La historia de los caldeados24

acontecimientos históricos — eficazmente recordados en el cuarto capítulo de este volumen — que

caracterizaron su estancia en Roma, fue comentada por Sepúlveda, varios años después, en escritos

como la Historia de Carlos V . El momento era política y diplomáticamente muy complejo: en 1523,

acababa de ser elegido Papa Clemente VII, quien durante su pontificado se vio obligado a hacer

frente no sólo a las agitaciones religiosas, sino también a las aspiraciones de los tres jóvenes y

ambiciosos monarcas que acababan de coronarse (Francisco I de Francia, Enrique VIII de Inglaterra

y, por supuesto, Carlos V), y las tensiones que culminaron precisamente con el saqueo de Roma en

1526. El cargo de cronista dio a Sepúlveda, más tarde, la oportunidad de ofrecer una perspectiva

muy especial (y a la vez, ambivalente) sobre los acontecimientos: era de hecho un invitado de la

corte papal, refugiado junto al Papa y al príncipe Alberto Pió en el Castel Sant'Angelo, pero también

fue uno de los que fueron pronto obligados a abandonarlo, por el mero hecho de ser españoles como

el reino invasor. Además, en el momento de redactar este escrito él ya estaba al servicio delemperador, por lo que la tarea de una narración imparcial de los acontecimientos fue ardua dada su

honestidad intelectual, para que no creara resentimiento en cualquiera de sus dos principales — y

durante largo tiempo adversarios — protectores. En realidad Sepúlveda iniciará su labor histórica

unos años después de la muerte de Clemente VII, con el que había seguido manteniendo una

fecunda relación de apoyo intelectual. Ya en 1529, sin embargo, cuando las tensiones se habían

ablandado, un grupo de embajadores muy cercanos al Papa, incluido el mismo Sepúlveda, dieron la

 bienvenida al gobernante en Italia y estuvieron presentes en su coronación en Bolonia. Al respecto,

Muñoz Machado recuerda las peculiaridades de este relato, que se encuentra en la  Historia de

Carlos V : a pesar de la participación directa, Sepúlveda se centró en aspectos independientes la

ceremonia, que le habían parecido tal vez más significativos desde el punto de vista documental ;25

esto es indicativo de su sobriedad de histórico, faceta en la que el autor profundiza más tarde.

Cfr. ibid ., p. 110.22

 Cfr. ibid ., pp. 110-116; 126-133.23

 Cfr. ibid ., pp. 133-146.24

 Cfr. ibid ., pp. 227-229.25

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El encuentro en Génova con el poeta y soldado al servicio de Carlos V, Garcilaso de la Vega, con

motivo del viaje de la coronación del monarca, dio a luz a una amistad profunda e inspiró a

Sepúlveda su diálogo titulado  Demócrates, o diálogo sobre la dignidad del oficio de las armas,

escrito en 1535. Garcilaso de hecho constituye un excelente ejemplo de «soldado cristiano», dos

condiciones que el pensamiento erasmista, cada vez más difundido, consideraba difícilmente

armonizables. La compatibilidad entre la búsqueda de gloria, el derecho a la guerra y la

espiritualidad eran unos temas sobre los que Sepúlveda seguía pensando desde hace tiempo. En

1523 escribió Gonzalo, diálogo sobre la apetencia de gloria  y en 1529 dedicó al emperador

 Exhortación del cordobés Juan Ginés de Sepúlveda al muy invicto Emperador Carlos V para que,

después de poner paz entre los cristianos, emprenda la guerra contra los turcos, sobre la necesidad

de luchar duramente en el frente “exterior” de los conflictos existentes. Desde 1526 hasta su regreso

definitivo a la patria como cronista imperial, casi diez años después, Sepúlveda fue capaz de

construir una amplia red de relaciones dentro de las cortes vaticana e imperial, en contacto con las

más altas personalidades intelectuales italianas y españolas, y su correspondencia lo atestigua .26

Como apostilla Muñoz Machado, los primeros cinco años de los años treinta del siglo XVI fueron

muy productivos desde el punto de vista de las obras, culminante con la arriesgada — por las

inesperadas y amargas consecuencias — intervención en el debate sobre la cuestión de las Indias,

esto es, el célebre diálogo Demócrates segundo, en 1535.

4. El perfil de la postura sepulvediana hacia el luteranismo y las teorías de Erasmo de Rotterdam

emerge en los capítulos intermedios, en los que Muñoz Machado se detiene en el pensamiento del

cronista cordobés acerca de algunas cuestiones políticas y ético-teológicas. La curiosidad intelectualy la erudición lo llevaron a intervenir en unas ocasiones en los debates planteados por los varios y

espinosos trastornos políticos, culturales y religiosos de su época, coordenadas históricas que son

necesarias para una adecuada comprensión de la figura del Sepúlveda. Por eso, el autor comienza el

cuarto capítulo con un reconocimiento de este contexto y de las raíces ideológicas de las principales

 propuestas de la Reforma, empezando por las teorías de “precursores” como Wyclif y Hus. El autor

recapitula rápidamente la historia de las relaciones entre Martin Lutero y Erasmo, así como un

mapa de sus convergencias y diferencias, para abordar la cuestión de la predestinación, que llevó a

Sepúlveda a intervenir personalmente en uno de los grandes debates de la escena intelectual

europea del siglo XVI. La controversia era sin duda mucho más antigua, pero la complejidad de

este tema se vio agravada por el momento histórico delicado en el que las conclusiones de algunas

declaraciones dogmáticas pudieran tener considerables consecuencias legales. La predestinación

total establecida por Lutero en el De servo arbitrio podía llevar a excluir a la libertad humana, así

como la peligrosa duda acerca de la existencia de Dios era deducible de la capacidad de

autodeterminación que Erasmo argumentó en De libero arbitrio. Pudiera ser interesante la línea de

compatibilización entre la presciencia divina y la libre determinación, afirmada por Sepúlveda en el

tratado que escribió en 1526 (una vez más por consejo del Papa Clemente VII),  De fato et libero

Cfr. ibid ., p. 239.26

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arbitrio. Fue una oportunidad para que el humanista hablara en contra del determinismo luterano,

así como para llamar la atención sobre la «falta de coraje» que impregnaba la vaguedad del texto de

Erasmo, al que Sepúlveda se ofrece — con, según Muñoz Machado, una sorprendente seguridad en

su propia preparación — de integrar, sugiriendo cordialmente al filósofo holandés las carencias y

los puntos oscuros de la exposición, además de una posible “tercera vía” para salir del problema.

Las ideas de Erasmo de Rotterdam tuvieron poco éxito en Italia. El pensador había sido imputado

de «haberle abierto la puerta al luteranismo». Es bien sabido que en realidad la teoría de Erasmo

coincidía con las ideas luteranas sólo cuando se trataba de la indignación contra la corrupción

eclesiástica y la instrumentalización de los sacramentos; sin embargo, a veces se solía solapar y

confundir escritos y conceptos. La crítica más generalizada, compartida también por el historiador

cordobés, se centraba, de todas formas, en la falta de claridad en la presentación de las ideas, y en la

ambigüedad que resultaba en la defensa de los principales dogmas cristianos; pero a excepción de

esto, destaca Muñoz Machado, Sepúlveda habló siempre en términos respetuosos del pensamiento

erasmista.

A mediados de los años treinta tuvo que pronunciarse sobre el tema, en  Antiapología en defensa de

 Alberto Pío , que compuso motivado por la amistad y el protectorado que tuvo previamente con el27

 príncipe de Carpi , en réplica a las graves respuestas dirigidas a Alberto Pío por Erasmo en un28

tratado titulado  Apología. El filósofo holandés se había defendido con determinación de algunas

críticas sobre si mismo, que parecían proceder en especial de la corte del príncipe. La respuesta de

Sepúlveda (que intervino en la correspondencia, porque Alberto Pio se había muerto en 1531),

aunque el fin era de eliminar las insinuaciones más duras hacia el príncipe, está escrita con un «tonoamable y conciliador» , con la intención declarada de no recaudar ningún conflicto. La invitación a29

aclarar su posición con respecto a las convicciones luteranas, dirigida a Erasmo y a abstenerse de

tonos atrevidos en las cuestiones religiosas se renueva, pero se compensa con un distanciamiento de

los ataques injustificados hacia él. En contra de una visión de un Sepúlveda totalmente

intransigente, también se pueden notar suaves matices erasmistas en sus opiniones sobre la

necesaria reforma eclesiástica, seguramente motivadas por la influencia cisneriana bajo la cual

creció .30

El punto de mayor divergencia con el pensamiento de Erasmo de Rotterdam era, en cualquier modo,

ya evidente en las consideraciones sobre la relación entre la fe y la ética del conflicto armado

contenida en el Gonzalo  y en la  Exhortación. Sin embargo, se desprende claramente en el

 Demócrates, y en el sequel  de este último, el Demócrates segundo, o sobre las justas causas de la

 guerra, compuesto en 1545, que, como veremos, también formó (sería simplista, sin duda, señala

Cfr. ibid ., pp. 242-263.27

 Cfr. ibid ., pp. 108 y ss.28

  Ibid ., p. 256.29

 Cfr. ibid ., pp. 262-264.30

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Francisco Castilla Urbano, limitar el valor del trabajo en esto ) la aplicación, ampliada y adaptada,31

de las mismas teorías para el caso de la invasión de América Latina. En este sexto capítulo, por lo

tanto, Muñoz Machado explora el «cristianismo heterodoxo» del Sepúlveda filósofo «bélico», que

se expresa en torno a «la apetencia de gloria y el derecho a la guerra» , no antes de elaborar un32

análisis de las principales posiciones relativas al argumento: el pacifismo intransigente de Erasmo

 — para el que no había posibles causas justas de la guerra, que fue vista como un último recurso o

un mal inexorable —; el “selectivo” de Luis Vives, que excluía principalmente las guerras entre

cristianos y, por supuesto, las respuestas «más claras y contundentes a la cuestión de la guerra

 justa», que revelan un pacifismo más “realista”, proporcionado por el maestro de la Escuela de

Salamanca, Francisco de Vitoria .33

Sepúlveda fue muy receptivo a la carga ideológica a la que fue expuesto durante varios años. Por

esta razón su pensamiento refleja, desde varios puntos de vista, la visión de los humanistas

italianos, que, sin excluir pautas de comportamiento que surgen de una ética cristiana, habían

revalorizado los aspectos de la educación, el espíritu cívico, la participación social y política, el

 patriotismo y la búsqueda de la gloria y excelencia a través de la razón, procedentes sobre todo de la

época clásica. El llamado “humanismo cívico”, sin dejar de lado los valores del Evangelio,

reinterpreta como moralmente plausibles el deseo de fama, la acumulación de riqueza o el servicio a

la patria con las armas. En las obras sepulvedianas se puede observar el tratamiento eficaz de los

 problemas totalmente actuales a la época, a través de herramientas conceptuales que tenían raíces

muy antiguas: cuando no era posible encontrar soluciones definidas en la Sagradas Escrituras o en

las enseñanzas de los Padres de la Iglesia, «el cordobés» las buscaba en las contribuciones de los

más influyentes filósofos griegos, sobre todo Aristóteles. El  Demócrates fue solamente uno de losejemplos más claros de la dinámica de sus razonamientos, encaminados a mostrar las posibilidades

de acuerdo entre la filosofía aristotélica y la teología cristiana . En este diálogo — así como será en34

el  Demócrates segundo y otros escritos —, las referencias a teorías de Aristóteles constantemente

aparecen junto a las citas de San Agustín o San Pablo o a los textos sagrados. Todo esto se puede

encontrar en la reflexión acerca de las virtudes de un buen soldado cristiano y en la exaltación de la

dignidad y necesidad de la vita activa para el buen funcionamiento de sociedad civil, que constituye

la estructura principal del  Demócrates. El diálogo, en tres libros, dedicado a Don Fernando de

Toledo, duque de Alba, se opone al antibelicismo de impronta erasmiana que estaba difundiendo

 preocupaciones éticas entre las tropas de la joven nobleza militar española. Además de en el

 Demócrates Segundo  y en la consiguiente  Apología  de 1550, Sepúlveda regresó en su madurez,

como se puede leer en los siguientes capítulos del libro, sobre las cuestiones morales y jurídicas

relacionadas con la guerra en el tratado titulado  Acerca de la monarquía, publicado en 1571. El

F. Castilla Urbano,  El pensamiento de Juan Ginés de Sepúlveda. Vida activa, humanismo y guerra en el31

 Renacimiento, cit., pp. 121-122.

Cfr. S. Muñoz Machado, Sepúlveda, cronista del Emperador , cit., pp. 278-330.32

  Ibid ., p. 314.33

  Cfr. F. Castilla Urbano,  El pensamiento de Juan Ginés de Sepúlveda. Vida activa, humanismo y guerra en el34

 Renacimiento, cit., pp. 112-113.

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Gonzalo es un diálogo de estilo socrático, y al parecer, fue la primera obra escrita por Sepúlveda

 por su propia voluntad , casi por diversión, poco después de salir de San Clemente de los35

Españoles. La gloria «cómo tema filosófico y teológico» fue probablemente, dice Machado,36

inspirada a Sepúlveda por modelos como la  Ética a Nicómaco  de Aristóteles o el  De gloria  de

Cicerón (ahora perdido). El principal problema abordado por los personajes es si la ambición y el

deseo de gloria están o no en contradicción con la moral cristiana; Sepúlveda argumenta (basándose

en las consideraciones de Aristóteles) sobre el carácter fuertemente ético de verdadera gloria, que

sólo se alcanza mediante el ejercicio de la virtud, necesario, por otro lado, también para el buen

ejercicio de la religión. El personaje de Demócrates, que da manifiestamente voz al autor, expresa

que la manera de lograr un cierto tipo de reconocimiento público o la perfección moral, no es igual

 para todos, y que los diferentes caminos (respectivamente ejemplificados por las figuras del monje

y del soldado) tienen la misma dignidad. El soldado, por supuesto cristiano, está también

indirectamente implicado en el discurso que se encuentra en el centro de la Exhortación, en la que

Sepúlveda instó al emperador Carlos V a promover la paz entre los Estados cristianos para que

uniesen sus fuerzas contra la amenaza turca, que estaba convirtiéndose en el «mayor peligro

imaginable». De hecho, mientras que las naciones europeas se disputaban territorios y empleaban

los valiosos recursos humanos y materiales en el conflicto religioso, las tropas de Solimán el

Magnífico estaban a las puertas: en 1521 habían tomado Belgrado y en 1526 irrumpieron en Buda.

Castilla Urbano ha notado que en este caso, la «retórica belicista» de Sepúlveda construye un

razonamiento basado en la necesidad de un conflicto para evitar una invasión política y sobre todo

culturalmente peligrosa: la descripción de las «abominables prácticas, que cree incomparablemente

más oprobiosas que ningunas otras conocidas a lo largo de la historia», se basa en el uso de los prejuicios hacia la diversidad (considerada automáticamente como barbarie) representada por el

otro, ampliamente compartidos por sus contemporáneos . Incluso unos pacifistas convencidos37

como Erasmo y Vives consideraban justo este tipo de guerras; la diferencia está en el hecho de que

Sepúlveda exhorta el soberano sin mostrar ninguna duda: el acto de la guerra era de tal urgencia que

no admitía la prevalencia de escrúpulos morales. Los tonos incisivos también respondían a la

necesidad de que el trabajo encajara en un género, el de la literatura de propaganda, donde cada

intelectual en ese momento tenía que ensayar al menos una vez ; por otra parte, como ha dicho38

Muñoz Machado, la  Exhortación fue también una obra dirigida probablemente a la promoción de

los intereses personales de Sepúlveda, que podría de esta manera tratar de sobresalir a los ojos del

monarca.

La ortodoxia religiosa de Sepúlveda choca duramente con un pensamiento filosófico que resulta en

algunos aspectos belicista, activista, orientado a la exaltación de los valores mundanos, cuya

conciliación con la doctrina cristiana a menudo es compleja o forzada. Es notable, dice Muñoz

Cfr. ibid ., cit., p. 42.35

 Cfr. S. Muñoz Machado, Sepúlveda, cronista del Emperador , cit., pp. 304-308.36

  Cfr. F. Castilla Urbano,  El pensamiento de Juan Ginés de Sepúlveda. Vida activa, humanismo y guerra en el37

 Renacimiento, cit., pp. 86-92.

 S. Muñoz Machado, Sepúlveda, cronista del Emperador , cit., p. 339.38

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Machado, que esta dirección del pensamiento del cronista andaluz no es el resultado de una

evolución, sino que constituye uno de los rasgos distintivos, desde los primeros estudios hasta la

madurez. En los escritos sobre argumentos políticos o jurídicos, las acciones contrarias a la ley

natural y divina se justifican si el objetivo final es preservar el «bien público» : estas posturas39

anticipan ideas que luego serán aducidas por los teóricos de la razón de Estado. Por esto el

humanista español parece casi más convencido de algunas de las afirmaciones hechas por un

intelectual controvertido como Nicolás Maquiavelo — a las que se dedica amplio espacio en este

capítulo — que por muchos supuestos del pensamiento católico. Un agudo análisis de los «rasgos

maquiavélicos de un antimaquiavélico» como Sepúlveda (es decir, el concepto de virtud, de40

 búsqueda de fama y honores, la admiración por la antigüedad grecorromana, la importancia de la

riqueza para un gobierno sólido), y de las diferencias en cuanto a la consideración de la relación

entre la virtud y la piedad religiosa, está realizado por Francisco Castilla Urbano en un notable

estudio que Muñoz Machado indica en una nota . El aspecto del pensamiento de Maquiavelo con41

el que Sepúlveda se relacionaba con mayor dificultad era la suspensión, en la construcción de su

teoría política, de cualquier condicionamiento procedente del cristianismo, su desacralización

completa del ejercicio del poder . Aunque considerase la guerra como «simple herramienta en42

manos de los príncipes, que pueden utilizar sin trabas cuando convenga a la gobernación de sus

Estados» , él no era un loco que amaba el conflicto armado, pero afirmaba que no era posible43

 prescindir de ello por completo, ya que siempre formó parte de la historia de los pueblos. Sepúlveda

no le mencionó nunca explícitamente — aunque parezca que en algunos manuscritos antiguos hubo

referencias, más tarde desaparecidas — pero es poco probable que no hubiera leído sus obras . Por44

otra parte, observa Muñoz Machado, en la reflexión que cierra el capítulo, que Sepúlveda traiciona,especialmente en el  Demócrates, críticas veladas de Maquiavelo, especialmente en torno a sus

creencias con respecto a la fe . A pesar de los mecenas y del entorno cultural en común, además de45

las afinidades ideológicas innegables, el contraste irreconciliable se situaba entre el cinismo sin

escrúpulos del «florentino» y el esfuerzo sepulvediano para conciliar los valores seculares del

«humanismo cívico» y la preponderancia de la virtud cristiana entre todas las demás.

Cfr. J. G. de Sepúlveda,  Demócrates Segundo, o sobre las justas causas de guerra, en Id., Obras Completas,39

Ayuntamiento de Pozoblanco, 1997, vol. III, p. 111.

  Cfr. F. Castilla Urbano,  El pensamiento de Juan Ginés de Sepúlveda. Vida activa, humanismo y guerra en el40

 Renacimiento, cit., pp. 125-145.

 Cfr. S. Muñoz Machado, Sepúlveda, cronista del Emperador , cit., n. 374 p.952.41

 Cfr. ibid ., p. 326.42

  Ibid ., p. 291.43

 Cfr. ibid ., pp. 328-329.44

 

«Tiene más de impiedad que de sensatez aquella otra lamentación […] de algunos que con total petulancia no sienten45

rubor en reprobar la religión cristiana porque, a su entender, vuelve a los hombres cobardes e incapaces de ejercer elmando», J. G. de Sepúlveda, Demócrates o diálogo sobre la dignidad del oficio de las armas, en Id., Obras Completas,Ayuntamiento de Pozoblanco, 2010, vol. XV, p. 176.

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5. El título del libro resuena en el séptimo capítulo, que presenta al protagonista ocupado en la

ardua tarea de la celebración de la imagen de «césar Carlos». El papel del historiador de la corte —

cuya historia está aquí esbozada por Muñoz Machado en sus núcleos fundamentales — siempre ha

sido muy importante desde el punto de vista político, ya que el prestigio de los monarcas dependía

en gran medida de su trabajo. Para este cargo siempre se eligieron intelectuales de acreditada

reputación, para que contribuyesen a presentar los monarcas españoles como receptores de una

misión divina de difusión universal del mensaje cristiano y de unión política. En el caso de Carlos

V, el enorme alcance de los reinos aumentó la urgencia de construir un personaje adecuado a la

magnificencia de sus títulos. Se sabe que, lamentablemente, por las cualidades del monarca, tanto

físicas como intelectuales, el trabajo de retratistas y comentaristas no era nada fácil: incluso el

diligente Sepúlveda pudo (y tal vez incluso no quiso) suavizar la dura realidad más allá de cierto

límite . Tal vez por estas razones, el cuidado de este asunto tenía la máxima prioridad,46

especialmente en vista de la presentación del rey al pueblo español, que tan poco se reconocía en

este soberano. Un grupo de personas, bajo la supervisión del canciller Gattinara, manejaba la

increíble «maquinaria de publicidad, sin parangón posible con la de cualquier otro monarca» que47

 para su aplicación necesitaba de la participación de escritores, artistas, poetas y ante todo,

historiadores. El anelado cargo de historiador del rey estaba muy bien pagado, y ya desde la época

de los Reyes Católicos era una tarea compartida. Durante el reinado de Carlos V, se hizo más

necesario que nunca el reparto de la inmensa labor de relatar aquellos años tan llenos de hechos

ocurridos en territorios exterminados. No fue fácil encontrar un escritor adecuado para el joven

monarca, que entre otras cosas no tenía las ideas muy claras sobre cómo plantear su crónica

 personal: la indecisión entre encomendar la composición de una historia centrada en su vida, o más bien, en las vicisitudes del reino, por no hablar de los escrúpulos morales — como resultado de una

estricta educación cristiana — que afectaban a los «graves pecados» de la vanidad y del orgullo. La

mayoría de los historiadores no respondieron a sus necesidades, y ninguno de ellos pudo ver su

trabajo publicado en vida (incluso Sepúlveda, que era el único que lo terminó); hasta el punto de

que en sus últimos años, Carlos V comenzó a dictar sus propios recuerdos. El primer cronista

nombrado por el monarca, en 1520, fue el erudito italiano Pedro Mártir de Anglería, buen amigo de

Gattinara y con quien compartía la visión de una «misión supranacional» reservada al emperador.

Era conocido por haber publicado uno de los primeros relatos de la conquista (aunque nunca había

estado al otro lado de océano), titulado  De Orbe Novo  y dedicado en 1516 al recién soberano;

asimismo actuó Gonzalo Fernández de Oviedo, que pocos años después se ofreció como historiador

oficial presentando a Carlos V su monumental  Historia general y natural de las Indias. El

emperador estaba muy interesado en la pluma colonialista de Oviedo, que se había quedado largo

tiempo en las Indias; sin embargo, a la muerte de Nebrija en 1523, el emperador nombró al

dominico siciliano Bernardo de Gentile, y al morir Pedro Mártir, en 1526, fue nombrado Fray

Antonio de Guevara. Los nuevos cronistas permanecieron en el cargo durante unos años, pero la

Cfr. S. Muñoz Machado, Sepúlveda, cronista del Emperador , cit., pp. 373-375.46

  Ibid ., p. 379.47

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 búsqueda de un humanista brillante, que pudiera cumplir con este encargo de manera eficiente,

finalmente llevó a Juan Ginés de Sepúlveda, del cual el emperador tenía varias referencias, tanto

 personales como indirectas. Con una «real cédula» del 15 de abril de 1536, Sepúlveda fue

designado como historiador oficial del emperador, no sólo con un salario considerable y todo tipo

de prerrogativas, sino también la obligación de residir en la corte cerca de cuatro meses al año y de

viajar junto al monarca, a fin de tomar directamente nota de los eventos a narrar. Este aspecto fue

tal vez lo más difícil, porque al humanista andaluz no le gustaba nada desplazarse, así como el

clima del norte y el frenesí de la corte. A menudo pedía licencias para ausentarse y escribir con

tranquilidad en su tierra natal, delegando en personas de su confianza la tarea de acompañar al

emperador. Fue sorprendente para los pocos contemporáneos que leyeron algunos fragmentos de la

 Historia de Carlos V , no sólo su osadía de prescindir de la exaltación convencional de la figura del

monarca, sino también el recordatorio de las dudas de los grupos reacios a aceptar al soberano de

Habsburgo. En la tradición encomiástica de las crónicas este incansable «culto de la verdad» era

 bastante inusual; Sepúlveda, consciente de este aspecto, utilizaba, para informar de los detalles más

incómodos, recursos retóricos (por ejemplo, comentar en el texto supuestas opiniones de los

demás). Muñoz Machado afirma que, justo en la composición de la  Historia de Carlos V ,

Sepúlveda refuta su reputación de «escritor mercenario y oficialista» . El cronista, de hecho, tenía48

convicciones muy personales — y no siempre de absoluto consenso — acerca del monarca y de su

forma de gobernar, que son bastante evidentes en sus trabajos . Sus modelos eran «los grandes49

historiadores romanos» como Tito Livio y Salustio, y su «escrupulosa e insobornable observancia

de la verdad» era evidente en su método de la narración histórica, espejo de lo que el autor define50

el «carácter del sabio humanista» que nunca se entregó a excesos laudatorios hacia el emperador o51

el Papa, ni afirmó sobre que no era razonablemente seguro.

6. De particular interés, por la comprensión del origen de la “leyenda negra” en torno a la imagen

de Sepúlveda, es el octavo capítulo: el más largo y detallado del volumen, en el que se reconstruyen

con precisión no sólo los acontecimientos de la intervención del cronista del emperador en el debate

en torno a la cuestión colonial, sino también «el ideario sepulvediano sobre el Nuevo Mundo» , a52

través de las páginas del célebre Demócrates segundo y de la Apología en favor del libro sobre las

 justas causas de la guerra (en el que basó su exposición para defender sus teorías ante la  Junta de

Valladolid) . Ya en el cuarto capítulo, Muñoz Machado menciona los acontecimientos que53

 provocaron la controversia, en relación con la denuncia de un grupo de misioneros dominicos que,

en 1511 en La Hispaniola, protestaron en contra de los crímenes cometidos en perjuicio de los

 Ibid ., p. 413.48

 Cfr. ibid .,  pp. 410-440.49

  Ibid ., p. 412.50

  Ibid ., p. 209.51

 Cfr. ibid ., pp. 498-563.52

 Cfr. ibid ., p. 500.53

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indígenas por los conquistadores y los colonos, arruinando la atmósfera de orgullo y tranquilidad

 por la memorable empresa del descubrimiento de nuevas tierras que reinaba en la corte. En el

ambiente intelectual internacional brotaron informes, tratados, correspondencias públicas y folletos

sobre el tema y entre muchos, incluso un comentario sobre Tomás de Aquino, en el que el Cardinal

Cayetano utilizaba argumentos filosóficos y teológicos para definir los límites con los que podían

ser sometidos los indios americanos. De esta manera Sepúlveda — puesto que por un período

 permaneció en Nápoles y Gaeta, colaborando con el cardenal — tuvo contacto por primera vez con

los temas que condicionaron tan negativamente su imagen intelectual. El relato histórico de los

 principales eventos de la Conquista se refiere también a las varias disposiciones legales que los

monarcas adoptaron para las colonias; además dedica un amplio espacio a las propuestas jurídicas y

a las elaboraciones teológico-filosóficas — con respecto a la gestión de los territorios americanos o

de las relaciones con los nativos — de personalidades como Vitoria, Sepúlveda y Bartolomé de Las

Casas (así como a las reacciones del emperador, a menudo inesperadas, frente a aquéllas ). Ni el54

cronista imperial, ni el maestro de San Esteban de Salamanca (a diferencia de Fray Bartolomé),

 jamás vieron con sus propios ojos la realidad de las Indias, sino que utilizaban fuentes autorizadas

 para sus estudios. Resulta interesante la atención prestada por Muñoz Machado al hecho de que

estas teorías, que se ven aparentemente divergentes, básicamente comparten la misma idea

espontánea y paternalista sobre la naturaleza sub-humana o por lo menos "frágil", si no “inferior”

de los indios y del protectorado europeo que hubieran mostrado necesitar. Leyendo estas páginas se

entiende cómo Sepúlveda y su extenuante diatriba con Las Casas — que comenzó con el oponerse

de éste a la publicación del Demócrates segundo y que nunca terminó, tampoco después del debate

de 1550 — puso sobre la mesa la cuestión crucial de las justas causas de la guerra, que sigue siendoobjeto de discusión. El inevitable punto de vista eurocéntrico de estas ideas, de hecho, dio lugar a

una ética de la civilización y de la compensación (deportaciones, masacres o destrucción cultural,

como último recurso, pudieran también entenderse como el posible precio justo del progreso

humano a gran escala), que podría tener — y que ha tenido, como la historia universal demuestra —

desarrollos desastrosos. Muñoz Machado concluye, a este respecto, con un resumen de las teorías

sobre la confrontación entre la conquista española y la siguiente colonización anglo-francesa de

América del Norte.

El último capítulo describe brevemente los últimos años que Sepúlveda transcurrió en su laborioso

 — y deseado — retiro definitivo de la corte en la Huerta del Gallo, propiedad que había comprado

en su tierra natal, después del difícil periodo (de 1545 hasta 1550), que lo había dejado exhausto y

amargado. De su correspondencia resulta un anciano erudito finalmente a gusto, sereno como

imaginaba hubiera estado su amado Cicerón en la villa de Tusculum: el clima seco y fresco de la

zona ayudaba al trabajo intelectual, por lo que en estos años se dedicó a obras como el Teófilo 

(tratado en el que Sepúlveda argumenta en torno a los límites de la obligación de denunciar los

delitos, probablemente inspirado por los hechos del proceso a Bartolomé Carranza, que tuvo lugar

Cfr. ibid ., pp. 447-453.54

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en esos años ), Historia de Felipe II  e  Historia del Nuevo Mundo. En 1556 se reunió por última55

vez en Yuste con el emperador Carlos V, quien, después de su abdicación, había establecido allí su

residencia. Muñoz Machado se detiene en  Acerca de la monarquía, dedicada a Felipe II, del cual

 por un período Sepúlveda había sido tutor. El tratado, más conocido por su título original en latín,

 De Regno, se considera una importante «obra de síntesis» — por ser tardía — de sus principales

ideas sobre la naturaleza de los hombres «a los que puede atribuirse el mando» . Dividido en tres56

libros, tiene como núcleo conceptual la dicotomía comando-obediencia, contiene consejos útiles

 para el soberano y es una madura reelaboración del pensamiento político y jurídico del humanista

español. Después de un vistazo a las «disposiciones finales», Muñoz Machado recuerda que

Sepúlveda falleció en Pozoblanco el 17 de noviembre 1573, dejando un legado intelectual que

 permaneció en gran parte desconocido durante varios siglos.

Cfr. Ibid ., pp. 564-579.55

  Ibid ., p. 586.56

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