Reseña Guerras de Cada Día

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Las Guerras de Cada Día, de F.G. Fitz Por Samuel Benito de la Fuente Fitz nos cuenta cómo la guerra toma un papel muy importante en la crisis bajo medieval del s. XIV, la formación del «estado moderno» y cómo influye en este momento histórico, en una lucha que se intenta buscar un nuevo orden, queriéndose imponer cada uno, sea por ejemplo la nobleza, sea el rey y la Monarquía, que serán los que mejor lo aprovecharán; y que por todo ello, se sumirá Castilla en una situación de tensión bélica y hastío, debilitamiento económico, problemas sociales y políticos. Pues, la belicosidad, una cualidad que debido a la Reconquista, había sido constante en la vida castellana e hispana, no había desaparecido, pero aquí parece tomar otros matices: ahora la guerra es como dice Fitz, una guerra continuada, y pues como dice Ayala, cuando «la tierra está en robería», a la Monarquía, al aumentar su poder, y a la nobleza, aumentando sus “rentas centralizadas, les vino muy bien. Pero sobre todo será beneficiaria la Monarquía, como institución, y para el futuro estado centralizado. Castilla en esos momentos encuentra varios frentes abiertos. El frente del Islam, muy importante, ya no tanto por sus campañas como para la apología cruzadista, con Granada y los Benimerines, abriendo y cerrándose esta tensión en la frontera: es el enemigo común que une como puede crispar, con las traiciones, a Castilla, y por ello es muy interesante: no hay mejor un enemigo común que para unir a las personas. La mayor campaña fue la realizada por Alfonso XI. Luego, a nivel peninsular de los reinos cristianos tenemos a: Aragón, Navarra y Portugal. Navarra tenía la frontera de Vizcaya, siempre en tensión pues. En Aragón la tensión se encontraba en Murcia, con Jaime II. Y Portugal, finalmente, sobre todo León y Extremadura. Pero el frente abierto más duro quizás fuera el de la guerra civil, destacando la que impuso a los Trastámaras y su supuesta revolución que, fuera o no tal, aun así esta dinastía tuvo gran importancia no sólo por llegar al poder sino por ser la estirpe que fomentó este cambio global. Este ambiente fue lo que condicionó la necesidad de un reforzamiento militar, a causa de esos “frentes”, los problemas interiores y lo más importante, claro está, para aumentar la Autoridad Regia. Durante este proceso, hubo tres aspectos importantes: el reclutamiento real regular y sus reformas militares; el que hubiera ejércitos propios que podían tornarse en ayuda del rey o podían ser rivales incluso de éste; y una nueva jerarquía militar centralizada. Detrás de estas tres razones, había una sola razón: la ideología y apología que había detrás del papel del rey. Se observa que el rey no defiende tanto su papel por un tema religioso-taumatúrgico como sucedería en Francia por ejemplo, sino como un guerrero: quizás sería perfecta la imagen de un cruzado “laico”, el mayor de los caballeros del reino en pos de Dios. El reclutamiento real fue lo que más interesó a la Monarquía, el que realizó mediante las Cortes, en las que se elaboró una serie de reformas militares que dio a ésta unas tropas de mayor calidad y con mayores recursos. El origen de la tropa estable del rey son las comitivas o séquitos reales que se empezaron a elaborar en tres capitanías de trescientas

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Las Guerras de Cada Día, de F.G. Fitz

Por Samuel Benito de la Fuente

Fitz nos cuenta cómo la guerra toma un papel muy importante en la crisis bajo medieval

del s. XIV, la formación del «estado moderno» y cómo influye en este momento

histórico, en una lucha que se intenta buscar un nuevo orden, queriéndose imponer cada

uno, sea por ejemplo la nobleza, sea el rey y la Monarquía, que serán los que mejor lo

aprovecharán; y que por todo ello, se sumirá Castilla en una situación de tensión bélica

y hastío, debilitamiento económico, problemas sociales y políticos. Pues, la belicosidad,

una cualidad que debido a la Reconquista, había sido constante en la vida castellana e

hispana, no había desaparecido, pero aquí parece tomar otros matices: ahora la guerra es

como dice Fitz, una guerra continuada, y pues como dice Ayala, cuando «la tierra está

en robería», a la Monarquía, al aumentar su poder, y a la nobleza, aumentando sus

“rentas centralizadas”, les vino muy bien. Pero sobre todo será beneficiaria la

Monarquía, como institución, y para el futuro estado centralizado.

Castilla en esos momentos encuentra varios frentes abiertos. El frente del Islam, muy

importante, ya no tanto por sus campañas como para la apología cruzadista, con

Granada y los Benimerines, abriendo y cerrándose esta tensión en la frontera: es el

enemigo común que une como puede crispar, con las traiciones, a Castilla, y por ello es

muy interesante: no hay mejor un enemigo común que para unir a las personas. La

mayor campaña fue la realizada por Alfonso XI. Luego, a nivel peninsular de los reinos

cristianos tenemos a: Aragón, Navarra y Portugal. Navarra tenía la frontera de Vizcaya,

siempre en tensión pues. En Aragón la tensión se encontraba en Murcia, con Jaime II. Y

Portugal, finalmente, sobre todo León y Extremadura. Pero el frente abierto más duro

quizás fuera el de la guerra civil, destacando la que impuso a los Trastámaras y su

supuesta revolución que, fuera o no tal, aun así esta dinastía tuvo gran importancia no

sólo por llegar al poder sino por ser la estirpe que fomentó este cambio global.

Este ambiente fue lo que condicionó la necesidad de un reforzamiento militar, a causa

de esos “frentes”, los problemas interiores y lo más importante, claro está, para

aumentar la Autoridad Regia. Durante este proceso, hubo tres aspectos importantes: el

reclutamiento real regular y sus reformas militares; el que hubiera ejércitos

propios que podían tornarse en ayuda del rey o podían ser rivales incluso de éste; y

una nueva jerarquía militar centralizada. Detrás de estas tres razones, había una sola

razón: la ideología y apología que había detrás del papel del rey. Se observa que el

rey no defiende tanto su papel por un tema religioso-taumatúrgico —como sucedería en

Francia por ejemplo—, sino como un guerrero: quizás sería perfecta la imagen de un

cruzado “laico”, el mayor de los caballeros del reino en pos de Dios.

El reclutamiento real fue lo que más interesó a la Monarquía, el que realizó mediante las

Cortes, en las que se elaboró una serie de reformas militares que dio a ésta unas tropas

de mayor calidad y con mayores recursos. El origen de la tropa estable del rey son las

comitivas o séquitos reales que se empezaron a elaborar en tres capitanías de trescientas

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lanzas; pues será de donde surgirán los futuros «tercios». Primeramente sólo fue de

caballería; luego, además se introdujeron “las lanzas”. Y se elaboraba mediante un

sistema de riqueza, muy semejantes al de Roma, y con la misma idea en que los más

poderosos pues, se beneficiarían de tal, creando un sistema de clientela por las tierras

que se conquistaban y las rapiñas de la guerra en la frontera. Pues, no sólo hay un

sentido militar, sino que detrás tiene otro económico y político. En las Cortes de

Guadalajara, de 1390, se establecieron 4.000 lanzas castellanas, 1.000 jinetes andaluces

(que fueran andaluces estos jinetes quizás tenga más significados, puesto que allí estaba

la frontera y los grandes intereses de los terratenientes) y 1.000 ballesteros.

¿Cómo se conseguían estas tropas? Una manera era con los pagos reales a la nobleza,

que se calculaba por el nivel de tierras, beneficiando de nuevo, por tanto, a los más

poderosos. Éstos daban los acostamientos: cada 1.100 mrs., un caballo y dos peones

(ballestero y lanza). También los ejércitos propios, privados, de la nobleza

intervenían, pues de allí podían provenir los acostamientos. La nobleza seguía primando

en su vida el papel y «su función “social”» bélica, lo que provocaba tensiones, puesto

que conseguían sus objetivos muchas veces mediante tal o con esa ideología que creaba

una sico-sociología caballeresca que, no tan idílica como el Quijote, creaba conflictos

constantes. Esta «necesidad» ideológica se tenía que reconducir, este signo caballeresco,

se podía usar en el nuevo esquema de la Monarquía, a la vez que continuaba la paz en el

reino. Pero era difícil: si se concedía tropas a la Monarquía era por un interés: el

viejo auxilium, que debía darse a su vez compensado con tierras y beneficios

económicos que la beneficiaran. Se crea así una nobleza clientelar con estructuras de

poder en ayuda o conflicto para con él… De ahí, que los caualleros al ver la tierra en

rrobería les venía tan bien…

Pero, además de la nobleza, estaban otros ejércitos. Por ejemplo, las ciudades. Éstas

tenían ejércitos propios; pues, su crecimiento se dió con la guerra y el comercio. Es más,

la clase dominante de éstas fueron las «caballeros villanos», convertidos en clase

privilegiada casualmente, y eran importantes dentro del organigrama medieval por

tanto. Y no olvidaban su identidad guerrera, de «caballeros» pues. El mismo nombre del

Concejo de la ciudad hacía su nombre referencia a la guerra, a una función de reunión

de soldados, como las Curias romanas o las de los pueblos indoeuropeos en general.

Este nombre era también el que hacía referencia a la hueste municipal. Porque las

ciudades estuvieron ligadas a la Reconquista al sur. La oligarquía cívica y la ciudad, por

tanto, no se olvidaban de su carácter militar: tenían que tener siempre caballos y armas.

Eran una fuente importante de recursos económicos y políticos, que se anudó a

esta oligarquía caballeresca; se jerarquizó… y se unió al monarca.

Otras no menos importantes: las hermandades y las órdenes militares. Las primeras

eran una unión de grupos de intereses que se asemejaban a los Gremios pero en un

sentido político y bélico (además de religioso como lo eran los Gremios mismos). La

“militarización” de éstas pudo ser muy buena para la Monarquía, a pesar de que

pudieran también ir en su contra. Las segundas, eran las instituciones militares-

religiosas más importantes, por ser permanentes y profesionalizadas; que no tenían la

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autonomía de las bálticas o de Tierra Santa, y que podían ser utilizadas por su uso frente

a los musulmanes primero, luego tanto frente a otros reinos como en los conflictos

internos como la Guerra Civil Trastámara.

Finalmente, habría que destacar a los mercenarios y la Armada, poco estudiada. Sobre la

última, lo más destacable es el uso del Almirantazgo y como apoyo de las tropas de

tierra. Los mercenarios tendrían un papel destacado: sobre todo desde la llegada de

compañías inglesas tras la paz de Bretigny. Su supuesta supremacía militar basada en la

caballería pesada con apoyo de arqueros y ballesteros, que serán el eje en la dinámica

bélica europea. Es interesante también que el empobrecimiento de muchos nobles (sobre

todo de baja cuna) provocaría que se hicieran mercenarios, fueran para el propio rey,

para otros nobles u otros reinos. Pero fueron estos mercenarios ingleses los más

interesantes, puesto que sus prácticas bélicas eran muy interesantes, innovadoras y que

habrían de romper los esquemas militares de sus rivales, al igual que lo harían con los

franceses de la Guerra de los Cien Años.

Así, estas prácticas bélicas hoy tienen un nuevo interés de nuevo. Eso que antes

llamaban el «arte de la guerra» (muy de tono renacentista). Tuvieron unas

consecuencias importantes en todo el mundo medieval castellano: influencias

económicas, sociales, institucionales e ideológicas. Fitz nos habla de una falta de

estudios sobre el conocimiento de éstas, de una disyuntiva: si hay una continuidad y qué

continúa, los cambios y los “supuestos retrasos técnicos y/o tácticos” frente a Inglaterra

o Francia, por ejemplo, o el papel de la guerra fronteriza como mecanismo de retraso de

los progresos en esta «arte de la guerra». Esto nos podría hablar o no de una «revolución

militar» en Castilla.

En cuanto a esto, se puede hablar de un mantenimiento de las campañas de destrucción

y tala del entorno. Eso financiaba botines de guerra. Se mantuvieron también el uso geo-

estratégico de fortalezas y asedios prolongados. Aunque fue muy importante el uso de

compañías de estos mercenarios en las batallas campales, que supondrían toda una

innovación y superioridad bélica.

Además, hay que contar las mejoras del equipamiento como la introducción de placas

metálicas o cuero en las defensas corporales. O la gran innovación que no podía ser

olvidada: la artillería, que supuso toda una revolución para la infantería. Pero lo más

importante de estas tácticas es lo que suponía para la propaganda política e ideológica.

Fue con los Trastámaras cuando se llegó al máximo esto, pues su entrada fue

“ilegítima” y eso ya cuestionaba su poder. También lo fue en la lucha frente al Islam,

porque a la vez que se reforzaba él, se conseguían avances sobre el frente.

La Guerra era uno de grandes los azotes para la Edad Media milenarista. Por ello tuvo

que tener una serie de consecuencias a muchos niveles, incluso síquicamente para la

Sociedad. Pero a niveles estructurales, en Castilla, supuso el descenso de rentas y

paralización de la guerra en el sur, problemas económicos, junto a la guerra civil, como

una presión fiscal más alta. Eso conllevó más luchas por las rentas entre la nobleza,

aliándose con otros nobles frente al rey o con él frente al resto. La Guerra no era

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causa de la crisis, sino un síntoma más de los desequilibrios, tanto económicos

como sociales. Aunque incrementó gravemente los efectos de esta crisis bajo medieval.

Es pues, «una espuma tóxica capaz de contaminar, a veces hasta transformarlos, no

pocos estratos de los niveles [sociales] más profundos», citando a Fitz y que podría

recordar a cualquier crisis, como la actual… Es la corrupción de la Edad Media. Y tuvo

un importante papel la renovación de linajes por su muerte, su ruina o su subida al poder

por los monarcas.

Todo ello condujo a un recrudecimiento en la crisis agrícola misma, o con la moneda.

Las parias y los botines en marea crearon una gran inflación, pero el pago de los

soldados también influyó, ya que para ello se tuvo que devaluar la moneda. Y eso

incrementó la presión fiscal en los pecheros, sobre todo en los labradores, y así también

provocaba que la crisis agrícola aumentase y el peso que los campesinos sobrellevaban

inevitablemente.

La guerra no sólo era un elemento de merma, sino también de ascenso social. A eso

venían, claramente, las palabras de López de Ayala. Pues, la rapiña en Castilla era el

gran beneficio de la guerra. Aunque no sólo ello. Por ejemplo, el servicio al rey podía

significar no solamente el beneficio económico, también era la confianza y subida en el

escalafón: tienen, sin dudas, una relación aquí el ejercicio militar y el cargo de

confianza, al igual que en el Principado romano; hay una misma unión del poder

político y lo bélico. Quizás muy relacionado estaría ese Contestable y el Valido.

La guerra también fue motivo para imponer impuestos, como en las alcabalas, en los

beneficios económicos con la anexión de territorios o el pillaje, que aumentaba las

arcas; y es que cuando se estancó Castilla en el sur, eso paró una parte del motor de la

Economía.

Por tanto, el elemento bélico fue una parte importante en la elaboración del «Estado

Moderno». Unido a los instrumentos de poder, formaron un “poder centralizado”. Todo

ello constituyó el núcleo de la futura «Monarquía Hispánica» desde los RR.CC.

Conllevó que la nobleza, con sus “rentas centralizadas” y su poder social, fuera

dependiente de la Monarquía, a la que necesitaba a la vez, que la robustecía y la volvía

más eficaz.

Es por todo ello que el autor concluya con las palabras de López de Ayala, que cuando

la “tierra estaba en robería”, a la Monarquía, al aumentar su poder, y a la nobleza,

aumentando sus rentas, a todos ellos les venía muy bien. La Guerra era un azote que les

podía sonar hasta como una dulce y amorosa coquetería a los oídos de todos ellos, si se

mira con cinismo. Así eran las guerras de cada día en Castilla.