Réquiem Por La Lluvia

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REQUIEM POR LA LLUVIA (Premio Nacional de Teatro, 1962) Antonio Ordóñez interpretando el monólogo. 25

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Monólogo teatral

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REQUIEM POR LA LLUVIA(Premio Nacional de Teatro, 1962)

Antonio Ordóñez interpretando el monólogo.

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A Antonio Ordóñez

Este monólogo fu e estrenado por su autor,; en el Salón de Actos de la Facultad de Fdosofía y Letras de la Universidad de Guayaquil el 2 de septiembre de 1960\ bajo la dirección del cubano Em ilio Díaz,

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(Abrumado por el peso de un atado de ropa, un hombre avanza por la calle. Viste un temo negro que le viene gran­de, luce una barba de algunos días, y esta ebrio. A l llegar a la plaza pública, deposita su carga sobre el pavim ento y atrae una botella de aguardiente, cuyo contenido consume mientras habla.)

¡Soy “el marido de la Jesusa“!... Jesusa, la lavandera..., esa que lava a tres sucres los pantalones y a uno cincuenta las camisas, esa que tiene una mano espe­cial para la plancha y que deja la ropa limpia, inma­culada... Sí, ¡la Jesusa!Yo, como ocurre con los maridos de las estrellas del cine, soy conocido gracias a mi mujer...

—¡Allá va el marido de la Jesusa!—¡Allá va el borrachín que vive con la Jesusa!

El borrachín, ¡soy yo!... Y, si vengo a este lugar a interrumpir por un momento vuestra diversión, es para comunicarles que mi mujer, la Jesusa ¡ha muerto!

Pero, ¿por qué guardan silencio? ¿Acaso, este flamante viudo no merece recibir de ustedes una miserable frase de condolencia?...

¡Cuánto lo siento!Qué desgracia tan grande!Dios la tenga en su gloria!Resignación!Valor!

Pensé que ustedes asistirían al entierro; que, como cuando se muere alguien importante, uno de ustedes

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tomaría la palabra; que, por lo menos, enviarían una delegación, una ofrenda floral, una tarjeta...Una tarjeta en la se leyera:

“Clientes de la Jesusa, Sociedad Anónima, expresan a usted su sentido pésam e”.

Pero, ¡nada!, ¡nadie!... Solo yo, mis chicos, unas cuantas vecinas, y el sol... ¡ese sol que asiste siempre al entierro de las lavanderas!Y esta indiferencia resulta imperdonable, cuando se piensa que, durante muchos años, ustedes han sido mis íntimos conocidos... Sí, ¡íntimos!... Aunque solo sea, porque conozco vuestras prendas íntimas... Desde un par de calcetines rotos, hasta... ¡Bueno! ¡Tranquilícense, que no voy a decirlo!... Jesusa —¡esa, la que se ha muerto!—, me hizo prometer que guardaría siempre, lo que ella consideraba... ¡su “secreto profesional”!

Se nos fue esta mañana... Había amanecido en el patio, lavando vuestra ropa, y estaba preocupada por la demora del sol...

—¡Sol! ¿Por qué no sales a tus horas, sol?De repente, ¡cayó junto a la tina, como un soldado frente a su trinchera!

(A un espectador:)

—¡Señor! ¡Yo no acostumbro ponerme la ropa de los clientes!... Pero su temo estaba allí, en el armador, listo para la entrega... Y, ante la urgencia del caso,

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pensé que a usted no le importaría que yo... ¡Pero no se preocupe, no!... ¡Me he cuidado mucho de no man­char las solapas con mis lágrimas, y de no arrugar las hombreras con el peso... usted sabe... de la caja!

La enterramos en el cerro... Al salir del cementerio, una de las vecinas me dijo:

—¡Tú mataste a la Jesusa! ¡Tú la mataste!Y es por eso que estoy aquí... Porque no la maté yo solo... ¡La matamos entre todos!... ¡Yo, bebiendo; y ustedes sin beber!... ¡Yo haciéndole hijos sin com­pasión; y ustedes obligándola a lavar, por una mise­ria, vuestra ropa!... Y ella, mientras tanto, con el enorme vientre apoyado en la tina, ¡lavando y can­tando!..., ¡lavando y cantando!...—(Cantando:) “Se acabó el jabón,

¡qué vamos a hacer!Se acabó el jabón,¡no hay na’ que perder!...”

¡Yo no tenía trabajo, y ella lo tenía demasiado! Como una fiera enjaulada, me pasaba el día dando vueltas por el cuarto, entre montones de ropa sucia... ¡Montones de ropa sucia llenando los cuatro rinco­nes de mi hogar!Porque, dos veces por semana, la Jesusa regresaba de vuestras casas acarreando a la mía, toda la porquería de la ciudad... Y, una vez en el cuarto, las inmundicias se clasificaban por montones...

¡El montón de la familia Martínez!...¡El montón de la familia Ramírez!...¡El montón de la familia Aguirre!...

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(Extrayendo una prenda del atado:)

¿Y estos sostenes?... ¿De qué montón cayeron estos sostenes.?... ¿Serán de doña Rosa?... ¡No! Los sostenes de doña Rosa son sostenes con relleno... Estos pare­cen más bien, por su forma..., los sostenes de la niña Pichusa... ¡Ah, los sostenes de la niña Pichusa!(Finge lav ar la prenda, m ientras canta: “Se acabó el jabón , etc. ”)

¡Ya no se podía vivir en ese cuarto! ¡Y respirar aquel aire nos asfixiaba!... Los montones de ropa sucia cre­ciendo, creciendo siempre, hasta alcanzar el techo, y mis chicos, muertos de hambre, trepando, buscando, escarbando...Porque, a veces, ustedes olvidaban algo en los bolsi­llos de vuestra ropa... Gomas de mascar, monedas, cigarrillos... Y, a veces también, cosas comprometedoras que yo coleccionaba... ¡Ustedes saben!... Llaves falsas, drogas, cartas adúlteras...

(Extrae del bolsillo una arrugada misiva, que lee a continuación:)

—“Amado mío: mi esposo se va de viaje. Esta noche, ¡por fin! estaré sola. ¡No dejes de venir, mi tierno, mi apasionado amante!...”¡Porquerías que, en manos de cualquier chantajista profesional, hubieran representado una fortuna; y que, en las mías, solo significaban pretextos para acercarme a vuestras casas, a solicitar trabajo! Siendo honrado, ¡cualquier clase de trabajo!...

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(Se desplaza rápidamente; atareado en el ejercicio de los oficios que nombra:)

—¿Guardián? ¡Mi acaudalado amo puede dormir tran­quilo! ¡Me pasaré la noche, custodiando sus bienes y enseñando los dientes, como un perro! (Ladray gruñe.) —¿Jardinero? (Muy afectado.) ¡Ah, monsieur! Los nar­cisos amanecieron resfriados y las rosas están con paludismo, pero este clavel..., ¡este clavel espera des­hojarse en sus manos!—¿Cargador? Está bien, patrón, ¡cargador!... Un quin­tal, dos quintales, tres quintales... ¡Écheme otro, pa­tronato, por favor!

Pero, ¡todo inútil!... Cuando, humillado y cansado, regresaba por las noches a mi hogar, los montones de ropa me esperaban... ¡Y eran los dueños de esos ter- nos los que me despreciaban! ¡Y eran los dueños de estos temos los que... !

(Propinándole patadas a l atado:)

—¡Fuera! ¡Fuera!... ¡Los trapos sucios se lavan en casa de cada cual!Y escupía la ropa de sus mujeres, ¡la seda sucia, que nunca podría comprar yo para Jesusa!

Un día... un día me desnudé, y arrojé mis ropas a la tina...—Yo soy tu marido, ¿entiendes?... ¡Tu marido! ¡El único cuya ropa tienes obligación de lavar!...

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Y me quedé, en cueros, tendido sobre el petate... Y así permanecí durante varios días, porque cuando ella me traía la ropa, a la menor manchita, la llena­ba de insultos...—¡Ah desgraciada! ¿A mí no me lavas bien, no? ¡Mira esta mancha! ¡Mira esta arruga!... ¡A la tina, otra vez!Y así, ¡hasta que la Jesusa se enfermó!

Yo nunca había visto enferma a la Jesusa... Yacía allí, sobre el petate, como un árbol derrumbado... ¡Qué si­lencio en el cuarto... ¡Ya nadie lavaba!, ¡ya nadie can­taba!... Y, a nuestro alrededor, la ropa se amontonaba, se amontonaba... ¡Parecía que iba a terminar por cu­brirnos a todos y asfixiarnos!

(De rodillas, delante del im aginario cuerpo de Jesusa:)

—Jesusa! Jesusa!... ¡Ya voy a cambiar!... Por nuestros hijos, Jesusa, ¡te lo juro!... ¡Ya voy a cambiar!...

(Abandonando la botella, con propósitos de enmienda, se coloca el atado sobre la cabeza.)

Y, al día siguiente, salía yo en compañía de mis cria­turas, a distribuir la ropa por la ciudad... ¡Así! ¡En perfecto equilibrio!...—¡Ropa! ¡Ropa!... ¡A quitarse la sucia y a ponerse la limpia!... ¡Vengan a ver al marido de la Jesusa!... ¡Vengan a ver al borrachín que vive con la Jesusa!... ¡Ropa! ¡Rooopa!

(Furioso por un súbito recuerdo, deja caer el atado, mien­tras dice:)

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Y así hubiera continuado, si no hubiera sido por el asunto ese de la vieja y de la enagua colorada... -¡Dígale a la Jesusa que me mande la enagua colorada! ¡Que recuerde que la niña Pichi tiene una fiesta el sábado en el Tenis Club, y que para bailar necesita la enagua, porque sin enaguas no puede bailar!—¡Usted disculpe, señora! Asegura la Jesusa, que la enagua no se encuentra en su poder, que usted no la ha mandado en el atado, y que...—¡Mentira! ¡Lo que quieren es robarnos! ¡La Jesusa es. una ladrona! ¡Me quejaré a la pesquisa! ¡Me quejaré! —¡Cómo usted quiera, señora! Pero, ¡pagúeme!—¡No! ¡No le pagaré hasta que me devuelvan la ena­gua colorada!... (Llam ando:) ¡Nicucho! ¡Nicuchooo!...

Creí que llamaba al perro, pero salió el marido. Muy noble, muy digno, muy distinguido... ¡Como si yo no conociera sus trapos sucios!—¡No discutas más, hija! ¡No te rebajes al nivel de esta gente!—¡Sucio!... ¡Te mudas de ropa cada 30 días! ¡Te la po­nes en los calzoncillos!... ¡Sucio!Esa misma tarde, estuvieron los pesquisas en nuestro cuarto. ¡Lo registraron todo! ¡Hasta obligaron a las vecinas a levantarse las faldas, para chequear el color de las enaguas!...

(A los imaginarios pesquisas:)

—¡Pobres, pero honrados!... ¡A ver! ¡Llévenme, pues! ¡Llévenme!... ¿Creen que les tengo miedo?... ¡Déjame Jesusa! ¡No me detengas! ¡Déjame!

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Ya nos iban a llevar a todos a la cárcel, cuando apareció la sirvienta de la vieja...—Dice mi patrona que aquí le manda la enagua colo­rada..., que era que la ña Pichi se había olvidao de meterle en la funda de la ropa sucia, y que aquí se la manda pa’ que la lave rápido... ¡Que recuerde que la ña Pichi tiene una fiesta el sábado en el Tenis Clu! (Bailando, a l compás de lo que dice:) ¡Y que pa’ bailar necesita la enagua, porque sin enaguas no puede bailar! ¡Y-que-pa’-bailar-necesita-la-enagua,-porque-sin- enaguas-no-puede-bailar!...

Y ahora dicen que fui yo el que la mató, ¡yo solo!... Las vecinas correrán la noticia por el barrio. Desde mañana, seré para todos: “¡el borrachín ese que mató a la Jesusa!”... Porque en el barrio no saben, no se dan cuenta... ¡Y es tan fácil echarle a uno la culpa!

(Refiriéndose a l contenido de la botella:)

Es cierto que me propasé con esto; que, como no tenía dinero para conseguirlo, me puse yo también junto al montón a registrar vuestros bolsillos, a disputar con mis chicos los pequeños hallazgos... Y que, cuando por casualidad —¡por casualidad!—, algún billete aparecía, se los arrebataba y salía a la calle, a la cantina...Es cierto que empecé a pegarle a la Je s u s ^ que mu- chas veces le arranqué los cordeles y le hice caer la ropa recién lavada, sobre el lodo...¡Pero todo esto lo hacía, porque la quería!, ¡porque me daba rabia verla así, lavando todo el día vuestra ropa!

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Después..., ¡me sentía tan sucio! ¡Tan sucio, que me arrojaba llorando sobre el montón y me dormía! ¡Me dormía con la esperanza de que, al día siguiente, ella me recogiera a mí también, como a uno de vuestros trapos, y me echara a la tina, y me lavara! —(Cantando:) “Se acabó el jabón,

¡qué vamos a hacer!Se acabó el jabón...”

(Se interrumpe; para decir:)Ultimamente, ya no cantaba... ¡Lavaba y tosía!..., ¡lavaba y tosía!... ¡Estaba tan enferma! ¡Le dolían los ovarios, los huesos, la cintura!...Pero, ¡qué limpia dejaba vuestra ropa!, ¡qué limpia!...

Ahora, dizque hay esas máquinas que lo lavan todo. Mete usted una pastilla de jabón, aprieta un botón, y ¡listo! (Im itando a un agente vendedor:) ¡Lavan y secan!, ¡lavan y secan!... ¡Las madres de familia meten a sus hijos, con ropa y todo, dentro de las máquinas, y los mocosos salen limpios, rozagantes!... ¡Lavan y secan!, ¡lavan y secan!...¡Pero no se va a comparar con la Jesusa!... La prueba es que la señora Smith, esa gringa que está sentada allá, en el fondo...—Señora Smith, ¡no se esconda!... ¡Usted tiene una máquina de esas y, sin embargo, ha sido hasta ahora una de nuestras mejores clientes!...

¡Porque la Jesusa era incomparable!... ¿Qué mancha podía resistir a sus manos? Sin usar lejía ni otras sus­tancias que destruyen la ropa... ¡Ella lavaba limpio a limpio! ¡Nada de jabones que lavan solos, mientras

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las lavanderas se acuestan a fumarse un cigarrillo!... Una buena lavandera —¡y la Jesusa lo era!— no cree en semejantes sandeces... ¡Se pasaba la vida fregando, res­tregando, raspando!... ¡No había mancha, por inno­ble que fuera, que se le resistiera! ¡Manchas de tinta, de pus, de sangre! ¡Manchas sin nombre, que no pu­dimos nunca descifrar!... Lavaba, hervía, almidonaba, planchaba, zurcía... ¡A tres sucres los pantalones y a uno cincuenta las camisas! Con lo caros que están el jabón, la leña, el almidón, y hasta el sol...

—¡Sol! ¿Por qué no sales a tus horas, sol?

(Está llorando. Saca del bolsillo un pañuelo para secarse las lágrimas, pero...)

¡Este pañuelo tampoco es mío! Lo he tomado, sin du­da, del montón... Lleva las iniciales K. J. C... ¿El se­ñor K. J. C. está presente?... (Llam ando:) ¡K. J. C!... ¡K. J. C.L. ¡Qué se acerque el señor K. J. C. a recla­mar su pañuelo!...

(Furioso, a l pañuelo:)

¡Trapo sucio! ¡Trapo inmundo, que he estado a pun­to de lavar yo con mis lágrimas!... (Después de pisotearlo:) ¡Que sepa tu dueño que vas a seguir sucio, porque ya se le fue la lavandera! ... (A los espectadores:) Sí, ¡sé­panlo todos!... ¡La Jesusa se ha ido!... ¡Ya se nos fue la lavandera!... Inútil será que saquen avisos en los periódicos, para buscarle remplazo... “¡Se necesita lavandera!”... “¡Se necesita lavandera!”... ¡Ahora va a tener que lavar cada cual sus trapos sucios!...

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(Abre el atado y, poniendo a l descubierto las prendas que contiene...)

¡Trapos sucios! ¡Trapos manchados por vuestros cuerpos!... ¡Lacras que se ocultan a la vista de todos! ¡Huellas de pecados sin nombre, que ninguno se atreve a confe­sar!... ¡Pieles de víboras! ¡Pieles de víboras!...

(Estrujando una prenda:)

¡Vamos a darle duro con el jabón!... ¡A raspar!, ¡a fre­gar!... ¡A lavar!, ¡a cantar!...

(Cayendo, lentamente, de rodillas:)

¡Porque la Jesusa —mi Jesusa—, se ha ido!... ¡Ya se nos fue la lavandera!... Ella está allá arriba, lavando en gran escala... ¡Ella está controlando la salida del sol!... Por eso, desde ahora, ¡el cielo estará más limpio!, ¡las nubes, como recién lavadas!.. Solo aquí abajo estará sucio —¡sucio, sucio, sucio!—, porque el verano es laigo..., y nosotros, como las víboras..., ¡tenemos que mudar de piel!

(Llam ando:)—¡Lluvia!,!. ¡Jesusaa!... ¡Lluviaaa...!

(Cae sollozando sobre el suelo y queda tendido como un trapo más entre el montón.)

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